Pasion Enlas Tinieblas - Sandra Field
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Argumento:
Ciega a consecuencia de un accidente, y abandonada por Rick, su prometido,
responsable del mismo, Sally sentía que la vida había terminado para ella.
Ciega a consecuencia de un accidente, y abandonada por Rick, su prometido,
responsable del mismo, Sally sentía que la vida había terminado para ella.
En aquel crucial momento apareció Blaise, hermanastro de Rick, que, sin
mostrar ninguna consideración por su desgracia, hizo que ella dejara de
compadecerse, devolviéndole el deseo de vivir.
Sin embargo, Sally no sólo quería la ayuda de Blaise, deseaba algo más…
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CAPÍTULO 1
EL DÍA que él llegó fue como cualquier otro. Sally no había imaginado cambio
alguno, no suponía que su vida nunca volvería a ser igual.
Había llovido, pero no con intensidad. Sabía que las pequeñas gotas pendían de
los pétalos de las flores. Una vez, siendo niña, había tratado de beber agua de
lluvia de un tulipán y descubrió una hormiga ahogada en el fondo de la flor.
Ahora, sentada en silencio junto a la puerta que conducía al jardín, recordaba
eso y, al hacerlo, esbozó una sonrisa. No podía olvidar que había escupido el
agua de la flor y que su madre, sorprendida por su acción, le había reprochado
sus malos modales. Todo eso parecía pertenecer a un tiempo tan lejano...
Cambió de posición en la silla. Dedicaba, últimamente, demasiado tiempo a
recordar cosas, porque no había mucho que pudiera hacer. Con los ojos
cerrados, y dejando que sus dedos recorrieran los delicados brazos tallados de
la antigua silla, combatió la desesperación que siempre la sofocaba, como
asediándola para, ante la menor señal de debilidad, golpearla y envolverla.
Fue entonces cuando oyó que un coche se detenía frente a la casa. Su oído se
había agudizado más de lo normal durante los últimos meses, y supo de
inmediato, por el sonido del motor, que se trataba de un coche lujoso. Una
puerta del vehículo se cerró. Escuchó los pasos de alguien que cruzaba el
sendero pedregoso de la entrada y que luego subía con agilidad los escalones
que llevaban a la puerta principal de la casa. Sabía que se trataba de un hombre
muy seguro de sí. No era el doctor Snider, médico de la familia, ni el coronel
Fawcett, compañero de bridge de su madre. Sonó el timbre y a la imaginación
exacerbada de Sally le pareció un ruido cargado de impaciencia que denotaba
que quien llamaba tenía un carácter dominante. Bridget fue a abrir la puerta.
— Buenas tardes —dijo un hombre, y la joven se estremeció en la silla al
reconocer esa voz—. Por favor, ¿podría decirme si la señorita Hart está?
— Sí, señor. Pase por aquí, por favor.
Sally reconoció en seguida esa voz. Era Rick, que después de muchos meses
había vuelto a ella, al lugar al que pertenecía. Lo único que la joven pensó en
ese momento fue que no se había lavado el pelo, y que el vestido que llevaba
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puesto era uno viejo que su madre le había elegido y que a ella no le gustaba.
Sin embargo, en seguida reconoció que tales pensamientos eran ridículos.
— Estás sentada en medio de las sombras otra vez, jovencita —objetó Bridget
con la confianza que le daba la familiaridad que tenía con la muchacha.
Encendió la luz y el visitante recorrió la habitación con la mirada. Muebles
estilo Victoriano sobre alfombras persas. Altas ventanas con gruesas cortinas
que permitían el paso de muy poca luz del exterior, incluso en los días soleados.
La habitación se hallaba demasiado ordenada, de modo que parecía que nadie
la utilizaba con frecuencia. Después de observar la sala, los ojos del hombre se
dirigieron a la joven que estaba sentada.
Sally había comenzado a incorporarse y parecía como si le costara mucho
trabajo fijar la vista. Antes de que él pudiera hablar, ella susurró:
— ¿Eres tú, Rick? ¡No sabes cuántas ganas tenía de que volvieras!
Las manos de la joven estaban entrelazadas sobre su regazo, mientras que una
sonrisa empezaba a iluminar su rostro.
— Ven, acércate —sugirió, y el visitante caminó hacia ella para luego detenerse,
con los puños apretados.
— Perdón —dijo él con brusquedad—. No soy Rick. Me llamo Blaise Strathern.
Soy el hermanastro de Rick.
La joven sintió como si el recién llegado la hubiera golpeado. Su expresión de
alegría se desvaneció, mientras se acomodaba de nuevo en la silla. Su expresión
reflejaba angustia cuando preguntó:
— ¿Usted no es Rick? ¿Es su hermanastro? Ni siquiera sabía que tuviera un
hermanastro.
— No me sorprende que nunca me haya mencionado —contestó él, muy serio—
. Para decirlo de la mejor manera, nunca nos hemos llevado bien.
— Su voz se parece mucho a la de Rick —afirmó ella, con un deje de duda en la
voz.
—No soy Rick.
Procurando reponerse de la sorpresa, Sally preguntó:
—¿Cómo dijo que se llamaba?
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—Blaise.
—Es un nombre francés, ¿verdad?
— Sí. Mi madre era francesa.
Algo en el tono de voz del visitante hizo que la joven se abstuviera de hacerle
más preguntas, y sin saber qué decir, se dirigió a la empleada:
— Bridget, quizá el señor Strathern desee tomar algo.
— Un whisky con soda, por favor.
— Muy bien, señor. Sally, querida, ¿qué te traigo?
— Un jerez estaría bien, Bridget.
La mujer abandonó la habitación y el silencio se apoderó del lugar. Una serie de
preguntas desfilaban en la mente de Sally, ninguna de las cuales se atrevía a
formular; en cambio, Blaise Strathern parecía estar satisfecho de encontrarse
sentado y en silencio. Dirigiéndose a él, la joven preguntó, con estudiada
amabilidad:
— ¿Vive en la costa oeste, señor Strathern?
— No. Por el momento estoy en Quebec.
Más silencio. Sally volvió de pronto la cabeza al oír que entraba Bridget.
— Aquí está su whisky, señor —dijo el ama de llaves—. Pondré tu jerez sobre la
mesa, al lado de la silla, Sally.
— Gracias, Bridget —respondió la joven, y segundos después se levaba la frágil
copa a los labios, no sin antes brindar—: Por una agradable estancia en el oeste,
señor Strathern.
Ella oyó el sonido que hacía el hielo en el vaso del visitante.
Escucha —dijo Blaise bruscamente—. En primer lugar, no me vuelvas a llamar
«señor Strathern». Estoy seguro de que el apellido Strathern ya te resulta lo
suficientemente desagradable para que encima tengas que recordarlo cada vez
que te dirijas a mí. En segundo lugar, dejemos de hablar tonterías y vamos al
grano.
La seguridad de Blaise hizo que la joven se estremeciera y preguntara en voz
baja:
— ¿Al grano? ¿De qué está hablando?
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— Supongo que te imaginarás que no he venido hasta aquí para hacer una
visita social.
— Entonces, ¿cuál es la razón? —inquirió Sally, inclinándose hacia delante—.
Rick —dijo, como respondiéndose a sí misma—. Algo le ha pasado a Rick.
— Rick sigue prosperando, como siempre lo ha hecho y seguirá haciéndolo.
Aún te importa, ¿verdad?
— Es que... —comenzó a decir, bajando la cabeza para que él no viera su
expresión—. Después de todo, yo era su prometida.
— Sí. Estabais comprometidos. Y después del accidente, del cual él fue
responsable, te dejó, ¿no es cierto?
La brutal pregunta quedó suspendida en el aire. Sally movió una mano para
coger su copa. Sus ojos verdes miraban al espacio, y su temblorosa mano volcó
la copa sobre la bandeja.
— Siempre hago algo así —comentó con desesperación.
— Eso es porque está ciega —afirmó Blaise Strathern, sin compasión—! Eso fue
lo que mi precioso hermanastro te hizo, ¿o no? Por su criminal descuido
provocó el accidente que te dejó ciega. Y después, no tuvo valor para quedarse
a tu lado.
Ella se llevó una mano a la boca. —¡Cómo le odia!
— Y tú tendrías que odiarle también. Pero esta tarde, si yo hubiese sido Rick,
me habrías recibido con los brazos abiertos, ¿estoy equivocado?
—¡No!
— No mientas, Sally. Recuerda que vi tu expresión.
— Bueno, posiblemente lo hubiera hecho —replicó ella, con fastidio—. Pero
usted no es Rick, y por lo tanto, nada de esto es de su incumbencia.
— Lo estoy haciendo de mi incumbencia. —¿Porqué?
—Por ti.
— Está hablando con acertijos —respondió ella bruscamente—. Yo no soy nada
para usted, Blaise Strathern.
— Posiblemente ahora no, pero lo serás. — ¿Está amenazándome? —preguntó,
perpleja.
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—Es la única interpretación, ¿no es así? —Interrumpió ella, mientras con las
manos se tocaba las sienes; sentía un fuerte dolor de cabeza—. Es mejor que te
vayas, Rick. No llegaremos a nada así.
— Mira, Sally, lo siento...
— Por favor, Rick, quiero que te vayas —reiteró la joven. Había perdido mucho
peso desde el accidente, y no le resultó difícil quitarse el anillo de compromiso
que él le había regalado.
—Guárdalo. Yo...
— No. Quiero que te quedes con él —afirmó Sally, sintiéndose en el límite de
sus fuerzas—. Adiós, Rick.
Él cogió el anillo, murmuró algo que ella no entendió y abandonó la habitación.
Hundida en la silla, se llevó a los labios las manos frías, tratando de contener los
sollozos que, una vez desencadenados, no podría controlar. Se sintió
traicionada.
Lentamente, Sally volvió a la realidad. La habitación estaba más fresca ahora y
ella se sentía cansada. Se levantó y fue hasta la puerta; había memorizado la
ubicación de cada mueble, escalera y puerta de la casa, lo que le permitía
desplazarse con facilidad. Tras apagar las luces, ascendió los dieciocho
peldaños de la escalera, pasó junto al reloj de pie que tan bien conocía y caminó
diez pasos hacia su dormitorio. Comenzó a desvestirse, doblando con cuidado
las prendas de modo que no tuviera dificultad en encontrarlas por la mañana.
Su camisón estaba debajo de la almohada. Se lo puso y se acostó.
Curiosamente, después de revivir esos últimos instantes con Rick, no era el
recuerdo de él lo que la conducía al sueño, sino el de su visitante cuya voz
profunda colmaba su memoria, al igual que la firmeza de sus manos y su
agresiva honestidad. Si se lo permitía, Blaise podría cambiar su vida, alterar la
rutina plácida y segura y romper el caparazón protector que ella había
construido con esmero sobre sus emociones y heridas del pasado. Se durmió
pensando que, al día siguiente, le diría que no quería verle más.
CAPÍTULO 2
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LAS COSAS no iban a ser tan sencillas. Fue notorio, al día siguiente, que
Bridget estaba de parte de Blaise Strathern, ya que había planchado el traje y
limpiado los zapatos de la joven antes de que ésta se levantase.
—Después de ducharte, te secaré el pelo y te lo arreglaré un poco — afirmó
Bridget, mientras llevaba a la joven una taza de té a la cama.
—No pienso salir con él, Bridget. He decidido que no quiero. Lamento que
hayas planchado el traje, podías haberte evitado ese trabajo.
—¡Nada de eso! ¿Un hombre tan apuesto como él? Claro que saldrás con él.
—No —insistió Sally, con terquedad—. Odio salir. Me siento como si todo el
mundo estuviese mirándome. Y ya sabes cómo me caí esa vez que tuve que
regresar a casa en taxi. No lo haré, Bridget.
—Es posible que el señor Strathern tenga algo que decir al respecto.
—Puede decir lo que quiera. A menos que utilice la fuerza para sacarme de
casa, no puede obligarme a hacer nada que yo no quiera.
— Puede ser que sí o tal vez no —dijo Bridget, enigmática—. De todos modos,
no hay nada malo en que te arregles. Ese traje te queda muy bien y, aunque no
quieras salir, es posible que él quiera quedarse y tomar una taza de té.
Sally consideró que Blaise Strathern no era la clase de hombre que se sentaría a
tomar té y hablar cortésmente, pero se abstuvo de decirlo. De cualquier manera,
era posible que Bridget tuviese razón: le animaría saber que estaba bien
arreglada, y le daría más confianza en sí misma, algo que necesitaría para
enfrentarse y oponerse a los deseos de su visitante.
A las dos en punto, el timbre sonó. Sally se encontraba arriba, palpando el
contenido de un cajón de la cómoda para encontrar el perfume y a pesar de su
intención de permanecer en calma, se sintió nerviosa. Se aplicó, rápidamente,
perfume en las muñecas y el cuello, y avanzó hacia la puerta. Cuando Blaise
Strathern entraba en la casa, ella descendía la escalera, tocando el pasamanos,
dispuesta a no cometer errores. Él la observó en silencio.
La joven parecía otra. El cabello le caía en forma de ondas hasta los hombros,
mientras que el maquillaje acentuaba sus rasgos. Llevaba un traje de chaqueta y
una blusa verde. Los zapatos de tacón alto, acentuaban la fragilidad de sus
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clásico, el mentón prominente y la nariz recta. Sus dedos encontraron los labios
de Blaise, y permanecieron un instante allí, mientras Sally encontraba difícil
mantener su actitud formal.
Sintió que el pulso se le aceleraba, aunque no percibió que él se esforzaba por
permanecer inmóvil. Abruptamente, la joven dejó caer las manos sobre el
regazo y dijo, casi sin aliento:
—Gracias.
— ¿No hay posibilidades de que recuperes la vista?
— En el hospital se habló de operarme, pero el doctor Snider, el médico de la
familia, dice que no hay posibilidades de recuperación y que es una locura
pensar en una operación.
— Ya veo —replicó él, con tristeza—. Vamos a tomar el té. ¿De acuerdo?
La serenidad que la había invadido, se desvaneció de pronto al saber que debía
decir la verdad.
—Blaise, me dan pánico los restaurantes. Una vez fui a uno con mi madre y
algunas amigas suyas y fue una experiencia horrible. Preferiría ir a casa, Bridget
podría prepararnos el té.
— No, Sally. Ya está bien de huir. Créeme, será diferente cuando estés conmigo.
La joven sintió el peso de las manos de Blaise sobre los hombros.
—Quiero que confíes en mí —prosiguió él —. Estaré junto a ti todo El tiempo.
No te dejaré caer, ni derramar nada, ni que te humilles de ninguna manera. Si
confías en mis cuidados, nadie notará que eres ciega.
— Algunas veces... tengo una pesadilla —comenzó a confesar Sally, mientras
apoyaba la cabeza sobre un hombro de Blaise y colocaba una mano en el pecho
masculino—. Voy a un restaurante y, de pronto, la persona con la que estoy
desaparece y los camareros se burlan de mí, al tiempo que las personas de las
otras mesas dejan de hablar para mirarme, y yo no sé a dónde ir ni qué es lo que
hay delante de mí...
Él la rodeó con un brazo, acercándola hacia sí.
— Nunca te haré eso, Sally. Confía en mí.
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Ella podía oír el rítmico latir del corazón de Blaise. No había estado en una
situación como aquella desde hacia casi un año. Se sentía a la vez cómoda y
segura, aunque nerviosa. Una parte de ella sabía que debía escapar de ese
abrazo, mientras la otra quería permanecer así, y una tercera reconocía la
necesidad de deslizar sus manos por debajo de la chaqueta de él y de elevar su
rostro y dejar que Blaise la besara. Para su horror, esta última era la más
poderosa de las tres.
Apoyó las palmas sobre el pecho de Blaise y, empujándole, pensó que había
confiado en Rick y ahora su hermanastro le pedía también su confianza, aunque
ya sabía que Blaise era un hombre totalmente diferente a aquél.
— Preferiría ir a casa — expresó la joven, sin tomar en cuenta lo que él le
acababa de decir.
— ¿Sabes lo que me estás demostrando? Me estás demostrando que la
seguridad es más importante que el riesgo. Estás dándole la espalda al mundo,
Sally. ¿Es eso lo que quieres, pasar el resto de tu vida encerrada en esa casa
acompañada sólo por Bridget y tu madre? Eres joven y hermosa, y podrías
vivir... la decisión es tuya.
Asediada por las palabras de Blaise, sabiendo que él tenía razón, Sally luchó por
mantener la calma. Él continuó hablando en medio de los chillidos de una
gaviota.
— Soy capaz de cogerte en brazos y llevarte por la fuerza a ese restaurante, y tú
lo sabes tan bien como yo. Pero no lo haré, Sally, porque como he dicho hace un
minuto, la decisión tiene que ser tuya.
Sólo piensa con cuidado antes de tomarla. Porque si dices: «No. Llévame a
casa», te obedeceré. Y esta noche, tomaré el avión de regreso a Quebec y no
sabrás de mí. Pero si respondes: «Sí», entonces haré todo lo que pueda para
ayudarte a ser independiente, una persona normal otra vez.
Él ya no estaba tocándola. La joven notó que se había alejado un poco, poniendo
cierta distancia entre ambos. Estaba segura de que Blaise había dicho todo lo
que pensaba decirle. La decisión era, en efecto, suya. Ella podía buscar refugio,
como un animal asustado, a la sombra de su madre y de los cuidados de
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—Yo no estoy muy de acuerdo con eso —contestó ella, con reticencia.
Él la ayudó a bajar y mantuvo un brazo en torno a la cintura de la joven.
—Eres una chica muy guapa, y estás en compañía de un hombre que te
considera muy atractiva, y es primavera, y cualquiera que te vea con el aspecto
que tienes ahora lo que menos pensará es que estás ciega. Todos se mantendrán
muy ocupados envidiándome por ser tu acompañante.
— ¡Son sólo halagos! —afirmó ella, sin poder evitar una sonrisa.
— Y si sigues sonriendo así mientras yo te sostengo de este modo, como pienso
seguir haciéndolo, estarán convencidos de que estamos enamorados.
— ¡Oh! —exclamó ella, desconcertada, y sin saber qué decir. Sentía la excitante
presencia de Blaise a su lado mientras él la guiaba a través del aparcamiento. Le
dio indicaciones en voz baja respecto a los escalones de entrada y los subió sin
dificultad. Una vez en el interior del local, una camarera les dio la bienvenida,
sin notar nada extraño en la joven.
—Una mesa junto a la ventana, por favor —dijo Blaise—. ¿Está bien, querida?
—preguntó a continuación, inclinando la cabeza hacia Sally.
Ella se sintió sonrojar cuando se acercó a Blaise mientras respondía:
— ¡Naturalmente!
Los tibios labios de Blaise rozaron una mejilla de la muchacha, sorprendiéndola
la inesperada caricia. Ella se sentó junto a él, situando con el tacto el borde de la
mesa y los brazos de la silla. Con mucha moderación, Blaise la ayudó a
seleccionar lo que le gustara del menú y, cuando la comida llegó, Sally se
sorprendió de que tuviera hambre. Canapés y trozos de pastel alternaban en
finos platos de porcelana.
— Eso no parece justo para usted —dijo ella, sonriendo.
—La próxima vez, te llevaré a cenar. ¡Tienes que ver el partido que le puedo
sacar a un filete! A propósito, ¿cuándo tienes cita con la peluquera?
— Mañana a las diez.
— Bien. Te recogeré a las nueve y media. Tengo entradas para el concierto de
mañana por la noche. De allí iremos a cenar a Pierrots.
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Sally intentó alejarse, pero Blaise prolongó el beso hasta que ella no pudo seguir
resistiendo. Experimentando una sensación nueva para ella, Sally sintió que el
corazón le latía muy deprisa, y se acercó más a él sabiendo que, si le soltaba, se
caería.
El latir del corazón de Blaise también era violento, y su respiración agitada. Con
voz ronca, sosteniéndola con firmeza, Blaise habló de nuevo.
—Es por eso. Ni lo imaginabas, ¿no es verdad, mi hermosa Sally?
— ¡Yo no soy su Sally! —rectificó ella, experimentando un temor indescriptible.
Como si ella no hubiese hablado, él prosiguió:
—No imaginabas que quería hacer esto desde que te vi.
— Está loco —susurró la chica—. Hace veinticuatro horas ni siquiera me
conocía.
—Eso es verdad. Hace veinticuatro horas sólo eras la ex novia de Rick. Yo ni
siquiera había visto una fotografía tuya.
— Yo le había dado una a Rick —afirmó ella, con dolor.
— Entonces la perdió o me mintió cuando me dijo que no tenía ninguna.
Sally sintió que la traición final de Rick estaba en el hecho de que ella le
importaba tan poco que no había guardado su fotografía.
—Rick pertenece al pasado, Sally —afirmó él, con brusquedad—. Sé que creías
estar enamorada de él...
— ¿Que lo creía? —interrumpió ella con ira, echando el cabello hacia atrás—.
Yo estaba enamorada de él...
— ¿Alguna vez te hizo sentir lo mismo que has sentido cuando estabas entre
mis brazos?
La respuesta era negativa, por supuesto, aunque ella no estaba dispuesta a
reconocerlo.
— Rick era amable y bueno —replicó—. Yo no le hubiese permitido que me
besara como usted lo acaba de hacer.
— ¿Ah, no? —preguntó él, desafiante—. Entonces probemos esto. Sally sintió
que el cuerpo de Blaise se interponía entre ella y el sol, aunque el beso era ahora
más suave y firme mientras él deslizaba una mano sobre el hombro hasta la
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nuca de la chica. Los labios de Blaise liberaron los de ella y se apoyaron sobre
sus ojos cerrados para |recorrer sus mejillas y regresar a su boca.
Ante la insistencia de Blaise, los labios de la joven se abrieron. Abrazándola, él
la acercó más hacia sí y Sally rodeó con sus brazos el cuello de Blaise para
rendirse a un beso que pareció durar una eternidad.
Fue Blaise quien le puso fin, con unas palabras que rompieron el ¡encanto del
momento.
—Rick tampoco te besó nunca así, ¿no es verdad? —Esto ha sido tan sólo un
juego para usted —replicó ella, con amargura, procurando recuperar el
control—. Posiblemente usted tenga la experiencia amorosa que a Rick le
faltaba, Blaise Strathern, pero jamás creí que fuese tan ingenuo como para
confundir eso con el amor. Yo amaba a Rick.
—Sería preciso que pusieras la frase en tiempo presente —afirmó el,
despiadado—. Pero él no lo merece, Sally; nunca lo mereció ni lo merecerá. Y tú
tendrías que saberlo. Y no trates de buscar excusas Para justificarlo, porque no
las hay —añadió, con increíble percepción.
— ¡Usted no sabe nada de eso!
—¿Así que insistes en defenderlo? Es algo que no requiere explicación, ¿verdad,
Sally? No tiene mucho sentido continuar con esta conversación —concluyó,
cogiéndola de un brazo como si fuera un extraño—. Vámonos.
En el camino de vuelta a casa, él condujo a mayor velocidad, como si no
pudiese esperar más para librarse de ella. Sally no podía pensar en un tema de
conversación que rompiera el silencio que se había creado entre ellos. Al llegar
a la residencia, Blaise detuvo el coche ante la escalera de entrada, la ayudó a
descender y, cuando iba a llamar al timbre, le dijo a la joven con frialdad:
—Te recogeré mañana temprano.
— Por favor, no se preocupe. Conseguiré un taxi —contestó ella, con igual
indiferencia.
— A diferencia de Rick, yo no dejo de cumplir mi palabra. Dije que te llevaría y
así lo haré.
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—Como usted diga —aceptó Sally, sabiendo que continuar la discusión habría
sido inútil.
—Estás exagerando, querida —dijo él con desgana—. A propósito, quiero que
sepas que, de un modo u otro, te haré olvidar a Rick — añadió y, tras besarla en
la boca con pasión, bajó rápidamente los escalones mientras Bridget abría la
puerta.
CAPITULO 3
BRIDGET estaba en el primer piso, al día siguiente, cuando sonó el timbre.
— Buenos días, señor Strathern. Entre, creo que Sally estará arriba. Iré a
buscarla.
Pero Sally esperaba en el comedor, con cierto temor, la llegada de Blaise. Se
dirigió rápidamente a la entrada. Llevaba una falda floreada, una blusa de
algodón bordada, y sandalias. Escuchar la voz de Blaise cuando contestó al
saludo de Bridget, había sido suficiente para hacerla sonrojar, a pesar de que
procuraba controlarse. Consideraba importante borrar de la mente de Blaise la
imagen que tenía de ella. Bridget quiso avisarle que, al avanzar, tropezaría con
la aspiradora, pero no lo hizo a tiempo y Sally cayó de rodillas, gritando
atemorizada. Pero, en lugar de golpearse contra el suelo, lo hizo contra un
tuerte pecho varonil y unas fuertes manos la ayudaron a ponerse de pie. Pudo
oír el latido del corazón de Blaise.
— ¿Estás bien?
Sin decir nada, Sally asintió con la cabeza, mientras pensaba que lo peor de su
condición era el modo inesperado en que podía ocurrirle un accidente.
— Sally, querida, lo lamento —repitió Bridget varias veces, al borde de las
lágrimas—. Pensé que estabas arriba, de lo contrario no habría dejado este
aparato aquí.
No se podía evitar, y no ha ocurrido nada grave —dijo Blaise, en tono
autoritario mientras Sally se divertía con las disculpas de rigor.
Supongo que tiene razón, señor —replicó Bridget, sabiendo que, de no haber
sido por Blaise habría continuado con sus lamentaciones.
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—Es mejor que nos vayamos, Sally, si tienes la cita a las diez.
—Sí. Hasta luego, Bridget. No te preocupes, estoy bien.
Cogiéndola de un brazo con amabilidad, Blaise ayudó a Sally a descender la
escalera de salida. El día era soleado y la joven aspiró con alegría el fresco aire
primaveral. La brisa hizo ondear su cabello y le levantó la falda más arriba de
las rodillas.
—Es bueno estar al aire libre —afirmó con espontaneidad, y de igual modo
agregó—: Blaise, sé que discutimos ayer, pero quiero que sepa cuánto aprecio lo
bondadoso que es conmigo... cualquiera que sea el motivo.
—Es un placer para mí —contestó él con desgana. Después de poner el coche en
marcha, dijo—: He hecho un par de llamadas telefónicas esta semana. Podrás
hacer un curso de lectura en Braille, y te he apuntado en una lista de espera
para que obtengas un perro-guía.
— ¡Está programando mi vida! —exclamó ella, animada. —Alguien tiene que
encargarse. Es evidente que tú no estabas haciéndolo.
— ¡Mi madre nunca me permitirá tener un perro, Blaise! —protestó Sally,
angustiada.
— Éste no será un perro común...
—Eso no le importará a ella.
— Podría proporcionarte todo un nuevo estilo de vida, y tu madre no puede
oponerse a eso. Como ejemplo, te diré que, de haber tenido un perro, hace un
rato no te habrías caído.
— Sé que no me lo permitirá —insistió, bajando la cabeza.
— Eso lo veremos. A propósito, ¿por qué no la he conocido aún? ¿Está fuera de
la ciudad?
—Sí. Fue a visitar a unos amigos en California. Regresará mañana por la tarde.
—Comprendo. Tendrás que empezar a hacer ejercicios con regularidad, Sally.
Hay que estar en buena forma para manejar a uno de esos perros.
Sally suspiró, sabiendo que todo sería inútil. Su madre tenía una voluntad de
hierro, según había descubierto ella por experiencia propia. Entonces, en lugar
de pensar en los cambios que podría ocasionar un perro-guía en su vida, mejor
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— No te haré daño —le prometió, a la vez que continuaba besándola—. Eres tan
hermosa, Sally, y te deseo tanto... —decía, cuando dejó repentinamente de
hablar.
— ¿Qué pasa? —preguntó ella, desconcertada.
— Alguien acaba de encender la luz de la entrada. Hay un coche aparcado junto
al garaje; un Mercedes negro.
—Mi madre; ha venido muy pronto —afirmó Sally, arreglándose el vestido con
manos temblorosas. — ¿La temes? Ella asintió con la cabeza.
— Es ridículo, ¿verdad? Tengo veintiún años y, sin embargo, la tengo miedo.
— Entraré contigo.
— Es mejor que no lo haga. Lo más seguro es que se enfade.
— Razón de más para entrar.
— Pero Blaise...
— ¿Recuerdas lo que te dije ayer? Debes confiar en mí. De modo que hazlo
ahora, Sally.
Antes de que ella pudiera seguir oponiéndose, él la había ayudado a bajar del
coche y la guiaba. La puerta de entrada se abrió y la pareja quedó bañada en
luz.
— Así que por fin llegas a casa, Sally —afirmó Loma Hart, modulando la voz
como era habitual cuando estaba furiosa.
Consciente de que Blaise se encontraba a su lado, la chica respondió
aparentando naturalidad:
—Sí, ya he llegado. He pasado una noche maravillosa, mamá. Quiero
presentarte...
— No creo que sea necesario que hagas ninguna presentación — interrumpió
Loma con brusquedad—. Es mejor que entres y te vayas derecha a la cama.
Sabes lo que te dijo el médico respecto a que no debías cansarte demasiado.
— No estoy cansada —replicó Sally irritada—. Me siento bien.
— No toleraré groserías, Sally. Soy yo quien te cuida, y tener una jovencita ciega
como responsabilidad no es nada fácil.
La joven se estremeció y la confianza que acababa de adquirir en
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sí misma se esfumó en ese instante. Con Blaise casi había olvidado su ceguera;
ahora, se la obligaba a recordar su situación y el esfuerzo que la misma
significaba para su madre.
La voz de Blaise sonó como un latigazo, y la chica de inmediato se dio cuenta
de que estaba enfadado.
— Señora Hart, mi nombre es Blaise Strathem; soy el hermanastro de Rick.
Estuve algunos meses fuera del país, pero al regresar me enteré del accidente y
quise saber cómo estaba su hija. Le agradecería que me autorizara a llevar a
Sally a pasear en mi coche mañana por la tarde. ¿Te parece bien a las dos, Sally?
— Eso no será posible. Sally tendrá que descansar mañana — afirmó Loma,
antes de que la joven respondiera.
— Sally es una joven sana, y le hace mucho bien salir.
— Sally está ciega, señor Strathem —replicó Loma, con visible ira—. La
respuesta es no. Ahora, discúlpenos por favor...
—Dos cosas, señora Hart. En primer lugar, procuraré alentar a Sally para que
sea lo más independiente posible. En segundo lugar, vendré a buscarla mañana
a las dos. Si cuando venga, me dice que no puedo verla, derribaré la casa,
ladrillo a ladrillo, hasta encontrarla. Espero que me haya entendido.
Perpleja, Sally sintió que él apoyaba las manos sobre sus hombros y, tras darle
un beso, le dijo:
—Te veré mañana, Sally. Gracias, una vez más, por una hermosa noche.
Al salir, cerró la puerta.
El hecho de que él hablara así y la tocara, había dado a la chica el valor que
necesitaba.
—Tienes razón, mamá, estoy cansada. Es mejor que me vaya a la cama. Te veré
por la mañana, y podrás contarme entonces cómo te ha ido. Buenas noches.
El silencio fue la respuesta. Sally subió la escalera hacia su dormitorio,
pensativa. Gracias a Blaise había conseguido cierta segundad en sí misma,
aunque no mucha. Probablemente, debido a la sorpresa, Loma no había dicho
más. Pero la batalla no había terminado.
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Mientras se peinaba, pensó que su vida había cambiado durante los dos últimos
días y que no podría volver a la que había llevado desde el accidente hasta
entonces. Con Blaise había caminado por entre la multitud, comido en
restaurantes, asistido a un concierto. Todo eso la hacía desear más. Pensó que,
con un perro-guía, tendría aún más libertad. Se propuso entonces convencer a
su madre a la hora del desayuno.
Sally había terminado de desayunar, cuando oyó los pasos de Lorna en la
escalera. Tomó otro sorbo de café, procurando disimular los nervios.
— Buenos días —dijo, animada—. ¿Has dormido bien? —Tan bien como
puedes suponer.
La respuesta no resultaba alentadora. No obstante, y procurando hablar con
amabilidad, la joven preguntó:
— ¿Compraste ropa en California? ¿Qué llevas puesto ahora?
Habitualmente, era posible distraer a Lorna hablándole de su guardarropa, pero
hoy no era así.
— Un traje verde —replicó, fastidiada.
Sally sabía que Lorna siempre vestía con elegancia. La imaginó bronceada,
después de dos semanas tomando el sol, y en perfecto estado físico, ya que
hacía gimnasia todos los días. Con cuarenta y nueve años, Lorna podía decir
que tenía cuarenta. Había dedicado casi toda su vida a mantenerse en forma y a
alejar los signos del envejecimiento.
— Espero que hayas recuperado la sensatez, Sally. Estoy segura de que las
atenciones del señor Strathern te han resultado halagadoras, pero es evidente
que eso no puede durar. No sé a qué está jugando al hacerte falsas promesas,
pero eso tiene que terminar.
Sally suspiró.
— Lo único que ha hecho es mostrarme que tengo dos opciones: seguir como
hasta ahora o tratar de mejorar al máximo mi situación. La decisión es mía, no
suya. Quiero salir con más frecuencia, estar entre la gente, hacer cosas —hizo
una pausa, como dudando, y añadió—: Habitualmente no hablamos de mi
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padre, ¿no es cierto? Pero te diré que, mientras decidía qué hacer, no pude
evitar pensar que él me habría alentado...
— ¡Tu padre! —exclamó Lorna, interrumpiéndola—. No te permitiré que actúes
como tu padre, hoy aquí y mañana allí, siempre volando a algún lugar
desconocido y nunca en casa cuando se le necesitaba. Tu lugar está junto a mí.
—Mamá, yo...
—Me lo debes —prosiguió Lorna—. No ha sido fácil para mí, estando sola,
criarte desde que tenías cinco años. Y aun antes de eso, tu padre no era una
gran ayuda.
Abrumada tanto por el veneno en las palabras de Lorna como por esta nueva
perspectiva del matrimonio de sus padres, la chica preguntó con timidez:
—¿No le querías?
— ¡No! ¡Le detestaba!
— Posiblemente ésa era la razón por la que nunca estaba en casa.
— No estamos aquí para discutir sobre tu padre — afirmó furiosa—. Estamos
hablando de ti.
—Temes que me parezca a él, ¿no es cierto? Y que me vaya y te deje sola —
afirmó Sally con suavidad, mientras tomaba, por vez primera, conciencia de la
actitud posesiva de su madre—. Pues no lo haré.
— Deja de hablar como si fueras un psicoanalista —replicó Lorna—. Después
de todos los años que te he dedicado, me debes algo. No quiero que vuelvas a
ver a ese tal Blaise Strathern. Es una influencia negativa para ti.
—¿Por qué? —preguntó Sally, tratando de entender lo que acababa de oír.
— Noto un cambio en ti; estás más impertinente...
—Creo que tendrías que felicitarle —interrumpió Sally, con frialdad—. ¿No lo
entiendes, mamá? Él me ha hecho vivir, me ha hecho recobrar la confianza en
mí misma. ¿No te alegras?
— Sólo puedo repetir que no quiero que venga más aquí. Esta tarde se lo diré.
Sally se inclinó hacia delante, como aferrándose al mantel blanco Lo único que
quiere es que yo aprenda Braille y que tenga un perro guía .Eso es todo. —
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Sally permaneció sentada, inmóvil, sabiendo que, para Loma, el asunto estaba
concluido. Ella, Sally, debería quedarse en casa aquella tarde y, por la noche,
cumplir su tarea de hablar amablemente con el asmático coronel Fawcett, el
galante doctor Snider y la coqueta Jessie Harper.
Pensó que no podría soportarlo. Se dirigió hacia una ventana abierta junto a la
cual permaneció de pie mientras le llegaba la fragancia del jardín junto con el
sonido de los coches que pasaban por la calle, un perro que ladraba... el mundo,
saludándola, exhortándola a formar parte de él.
CAPÍTULO 4
DESPUÉS de comer, Sally fue a su habitación, aparentemente para descansar.
Había quedado claro que Loma se enfrentaría a Blaise cuando éste llegara a las
dos. Cerró la puerta del dormitorio y se dirigió a su armario, donde encontró
los pantalones vaqueros y una camisa. Se quitó la falda y el suéter que llevaba,
así como el collar de perlas.
Se cepilló el cabello y se aplicó un poco de perfume. Abrió de nuevo la puerta
de su dormitorio, para escuchar atentamente. La casa estaba en silencio.
Caminó por el pasillo hacia la escalera de atrás. Esperó mientras Bridget
terminaba de hablar con el carnicero. Cuando oyó que la puerta de atrás se
cerraba y que el ama de llaves se dirigía a la parte principal de la casa,
consideró que el camino estaba libre.
Fue palpando la pared de la cocina hasta encontrar la puerta. La abrió y las
bisagras chirriaron. La joven aguardó, tensa, a que alguien viniera a averiguar
qué pasaba, pero sólo oyó el ruido de la aspiradora. Deslizando una mano sobre
los ladrillos, se desplazó por la parte posterior de la casa. Su plan era esperar
entre los arbustos del camino de entrada e interceptar a Blaise antes de que
llegara a la casa y encontrara a Loma esperándole. Consideró de vital
importancia decirle a Blaise los verdaderos motivos por los cuales no podría
independizarse en lugar de dejar que él escuchara lo que Loma decidiera
inventar. Estaba mentalmente preparada para la inevitable partida de Blaise
después de contarle sus problemas, ya que nada habría que lo retuviera cuando
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comprobara que casi estaba prisionera; le parecía horrible tener que convertirse
en una esclava de la comodidad de la casa de su madre, por la falta de dinero.
Pero ahora tenía que cumplir con éxito la tarea de internarse entre los arbustos
sin que Loma o Bridget la vieran.
Con sigilo, Sally se alejó de la casa, caminó junto al viejo muro de piedra y abrió
el portón, avanzando hasta que sintió, contra el rostro, las hojas de los arbustos
y advirtió que caminaba sobre la hierba. Con cuidado se internó más en el
bosquecillo.
Años atrás había jugado allí. Pero ahora era distinto. Las ramas le lastimaban el
rostro y las raíces protuberantes la hacían tropezar. No obstante, insistió en su
avance, perdiendo toda noción de tiempo mientras se concentraba en
determinar la dirección en que se desplazaba. De pronto oyó, por entre los
árboles, el sonido de un coche que abandonaba la carretera y tomaba el sendero
hacia la casa. Blaise había llegado antes de lo que pensaba, y Sally temió que,
después de todo el esfuerzo, no le alcanzaría.
Se tambaleó mientras descendía por una pendiente, lastimándose los brazos con
las ramas. Tropezó con una piedra y cayó de rodillas en el sendero. Oyó el
rechinar de las ruedas del vehículo al frenar, seguido por el golpe de una puerta
que se cerraba y los pasos de un hombre.
— ¡Sally! —exclamó Blaise, ayudándola a levantarse—. ¡Dios santo! ¡Pensé que
te atropellaría! ¿Estás bien?
— Perdón. No quise asustarte —dijo ella, agitada.
Él le miró el rostro, pálido, los brazos y las manos llenos de rasguños. La chica
no podía ver que él también había palidecido, pero si pudo escuchar los fuertes
latidos de su corazón al levantarla.
— Lo siento, Blaise, pero creí que no te encontraría y que irías directamente a
casa sin verme antes.
— Pasa algo, ¿no es verdad? Ella asintió con la cabeza. ¿No quieres que vaya a
tu casa?
~ No. ¿Podemos dar una vuelta en el coche? Necesito hablar contigo.
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—Eso es pedir demasiado —dijo Sally, con timidez—. Soy lo único que mi
madre tiene.
—Tonterías. Ella es una mujer con dinero, con una buena casa y muchas
amistades. No ignores los hechos.
— Quieres decir que no dramatice.
—También eso.
— ¿Qué es lo que me querías contar? —preguntó la chica, sabiendo que a pesar
de que tuviera que meditar lo que él acababa de decirle, intuía que Blaise tenía
razón.
—Quiero que me escuches con mucha atención, sin interrumpirme hasta que
haya terminado —le ordenó él, con severidad—. He hablado con el médico que
te atendió en Vancouver, después del accidente. Me puso en contacto con un tal
doctor MacAuley, de Toronto; un médico relativamente joven aunque conocido
por ser un brillante oftalmólogo. Ha visto tu historial y considera que merece la
pena que vayas a Toronto. Serás internada en un hospital y él te hará una serie
de pruebas para decidir qué posibilidades hay de que recuperes la vista con una
operación.
Sally se inclinó hacia adelante.
— ¿Quieres decir... que podré ver otra vez?
—El doctor MacAuley quiere que vayas a Toronto, Sally. Eso es todo lo que
estoy diciendo. Nada de promesas. Nada de garantías.
— ¿De modo que podría ir hasta allí para nada?
—Sí.
Al advertir que estaba agarrada a Blaise, Sally retiró las manos para colocarlas
sobre las mejillas, a la vez que se ruborizaba.
—No, Blaise. No iré.
—¿Porqué?
— No soportaría un viaje hasta allí para tener que volver sin esperanzas.
— Estás suponiendo lo peor.
—De todos modos, no quiero volver a un hospital.
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— He reservado dos plazas en el avión que sale para Toronto mañana por la
mañana.
—Bueno, puedes cancelarlas —afirmó ella
—No, Sally.
—No iré, Blaise. El doctor Snider dijo que no había ninguna Posibilidad de...
—El doctor Snider no es oftalmólogo. El especialista de Vancouver— me dijo
que te enviara.
¿De verdad? — preguntó ella, esperanzada.
La cogió por los hombros, para observar su rostro y le preguntó
¿Qué puedes perder?
Nada supongo, porque no puedo empeorar, ¿verdad? —razonó para añadir
con desaliento—: Pero, de todos modos, no puedo ir, Blaise yo no tengo dinero.
Y después de lo que ha pasado, mi madre no me dará nada.
Los billetes están pagados, ¡No , puedo permitir que hagas eso!
Está hecho. Y tu madre tendrá que aceptarlo
Estoy asustada, Blaise. Claro que lo estás. Es un riesgo enorme, Sally, pero
debes correrlo.
Haces que todo parezca tan sencillo... —dijo ella, mientras apoyaba la mano
sobre la pierna de Blaise—. Nunca hablé así con Rick confesó —. No sé por
qué...
Las circunstancias son distintas —afirmó él, con fastidio—después de todo, Rick
y tú estabais enamorados.
Sintiendo el calor de Blaise en los dedos, la chica pensó que había sido feliz con
Rick y que tal vez por eso no había necesitado hablar con él como con Blaise.
Quisiera poder convencerte de que Rick no vale nada.
Sorprendida por la violencia contenida que reflejaba la voz de Blaise, Sally
levantó el rostro, como queriendo mirarle, y compartir con él las dudas que
tenía. Pero antes de que pudiera hablar, Blaise la hizo tenderse sobre la manta,
junto a él, y comenzó a besarla.
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Parecía como si, con un beso, quisiera borrarle el recuerdo de Rick. Fue un
ataque contra el cual ella no tenía defensa alguna, ya que al primer contacto de
sus labios, Sally supo que eso era lo que estaba pidiendo al apoyar la mano
sobre el muslo de Blaise. Un intenso calor la envolvió hasta convertirse en llama
mientras él seguía besándola. Sally no nnecesitó escuchar la voz de Blaise para
saber que la deseaba, Y por vez primera sintió la urgencia de responderle, de
darle todo lo que pedía.
Cuando Blaise deslizó una mano por debajo de su blusa para acariciarle los
senos, ella le acarició el pecho, experimentando un placer indescriptible. De
pronto, Blaise se apartó un poco de ella y se quedó inmóvil.
— ¿Qué pasa, Blaise? —Preguntó, tocándole el rostro—. ¿Pasa algo malo?
Abruptamente, él la soltó, afirmando con brusquedad: —Esto es una locura. No
tenía por qué besarte así. — ¿No te... gustó?
—Claro que me gusta. No eres tan inocente, Sally. —No lo soy...
—Mira. Tú estabas comprometida con Rick, de modo que no actúes como si
nunca nadie te hubiera besado —la interrumpió, fastidiado—. Conociendo a
Rick, estoy seguro de que no eres la chica inocente que aparentas ser.
Con la blusa aún desabrochada, exponiendo la blancura de su cuello y
hombros, Sally se levantó furiosa.
— ¡Estás equivocado, Blaise Strathern! ¡Nunca hice el amor con Rick!
— Él me dijo que lo habíais hecho, Sally. Anonadada, dio un paso atrás y
afirmó: —Entonces te mintió.
— ¿Por qué habría de molestarse en mentirme?
— ¿Por qué? —Preguntó ella a su vez, golpeándose con un puño la rodilla—.
No lo sé, lo único que puedo decirte es la verdad: nunca hice el amor con Rick,
ni con ningún otro.
—En el caso de que así fuera...
—No me crees, ¿verdad? ¡No crees una sola palabra de lo que acabo de decir!
—No quiero seguir discutiendo, Sally —manifestó él, con impaciencia—. Soy yo
quien empezó y me disculpo. Dadas las circunstancias no debí hacerlo.
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—Tengo que intentarlo —dijo la joven con terquedad, temiendo que su madre
tuviera razón—. ¿Te importaría decirle a Bridget que me ayude a hacer el
equipaje? —sabiendo que por lo menos había ganado una batalla pequeña, Sally
subió por la escalera.
Veinticuatro horas después, la enfermera le preguntaba alegremente.
— ¿Tiene todo lo que necesita, señorita Hart?
— Por favor, llámame Sally —contestó, correspondiendo a la amabilidad con
que la otra la había tratado.
— Y yo soy Anita. Estaré las próximas dos semanas en este turno, de modo que
estaremos juntas a menudo. De paso le diré que está bajo el cuidado del mejor
médico que tiene este hospital. Si se puede hacer algo, el doctor MacAuley lo
hará. Si necesita algo, toque el timbre. El horario de visitas termina a las nueve y
vendré a esa hora a prepararla para la noche. Seguramente dormirá bien, ha
tenido un día agotador.
La jornada había sido agitada, desde la fría despedida de su madre y el cálido
abrazo de Bridget, hasta la confusión del aeropuerto de Toronto y los trámites
de ingreso al hospital. Pero Blaise había permanecido a su lado, guiándola.
La enfermera salió de la habitación y Sally la oyó hablar en el pasillo con Blaise.
La chica se acomodó en la cama. Se había puesto el camisón más bonito que
tenía. Oyó que Blaise entraba en la habitación y sonrió.
—Hola.
— Estás guapísima —afirmó él, con un tono extraño en la voz.
Sally se sonrojó y, preguntándose si él estaría observándola detenidamente, le
sugirió apoyando una mano sobre la cama:
—Ven. Siéntate.
—Te he traído unas flores.
— ¿Qué flores son? —preguntó mientras recordaba que un año antes, en un
lejano hospital, Rick le había regalado un ramo de claveles.
— Rosas rojas. Son por tu valor y por la promesa que te hice.
—Oh... —Sally no supo qué decir. Las rosas rojas eran símbolo de amor, y los
dos lo sabían.
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—Cuando todo esto haya terminado, Sally, irás a pasar un par de semanas en la
casa de verano de mi padre, en las montañas Gatineau. Ya lo he arreglado.
Después de la operación no podrás viajar enseguida. Eso te dará la oportunidad
de recuperarte.
— Pareces estar muy seguro de que me operarán.
— Supongo que sí.
Él permaneció en silencio y, tras unos instantes, ella preguntó, frunciendo el
ceño:
— ¿Pasa algo malo, Blaise? Estás muy callado.
— Hay algo que debo decirte.
— ¿Qué es? —inquirió la chica, atemorizada.
— Salgo esta noche de viaje, Sally. Estaré fuera de aquí por lo menos una
semana.
— ¿Eso quiere decir que no estarás aquí mientras el médico esté haciéndome las
pruebas, y tal vez operándome? —preguntó, al saber que no contaría con su
única fuente de seguridad.
—Lo lamento, Sally, mucho más de lo que puedo expresar...
— Yo contaba con que tú estarías aquí —dijo ella, ocultando su rostro entre las
flores a la vez que confesaba—: Te necesito.
—Lo siento —murmuró él, cogiéndole las manos—. Déjame explicarte, Sally. Te
dije que soy arqueólogo, ¿verdad? Pues bien, hay una excavación en el norte,
donde se investiga la posibilidad de que los vikingos hubieran desembarcado
allí. El hombre que debió concluir el trabajo sufrió un ataque cardíaco. Así que
me llamaron ayer Por teléfono para que le sustituyera. Hay mucho trabajo y
dinero en esa expedición y, créeme, es muy importante. Me necesitan por lo
menos para organizar un poco las cosas.
Ella escuchó, perpleja, la explicación, y luego preguntó:
— ¿Sabías esto desde ayer?
—Sí.
—¿Por qué no me lo dijiste? Pensé que estarías todo el tiempo aquí.
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Blaise le dio un beso fugaz en la mejilla, se levantó de la cama y ella notó que
quería decirle algo. Aguardó, tensa, pero sólo oyó sus pasos alejarse y luego la
puerta al cerrarse.
Sally se llevó las manos a la boca, para evitar gritar el nombre de Blaise y
rogarle que volviera. La habitación estaba en silencio y vacía. Cuando se dio la
vuelta en la cama, para ocultar su rostro en la almohada, percibió el aroma de
las rosas.
CAPÍTULO 5
PASADO el tiempo, Sally recordaría las tres semanas transcurridas en el
hospital como una serie de sensaciones definidas, separadas por espacios de
tiempo que le parecieron interminables. Recordaba la voz suave del doctor
MacAuley haciéndole una pregunta detrás de otra. Según él, había un setenta y
cinco por ciento de probabilidades de éxito al efectuar la operación y, sin
reflexionar demasiado, Sally accedió a ésta. Recordaba al salir de la anestesia las
drogas para mitigar el dolor, y luego el tiempo de espera en la oscuridad, sus
ojos cubiertos nuevamente por vendas, mientras su cuerpo luchaba por
mantener la calma, que era un factor importante para su curación. También
recordaba el interés de las enfermeras, y la dolorosa sensación de que a pesar
del interés de ellas y del médico, y del telegrama enviado por Loma, estaba sola.
— Blaise había dicho que pensaría en ella y que regresaría al cabo de una
semana, pero diez días después no había recibido noticias suyas.
Inevitablemente, Sally comenzó a preguntarse durante las horas que
permanecía acostada en el cuarto en penumbra, si Blaise no la habría engañado.
La promesa de que estaría junto a ella no parecía tener un significado claro a
juzgar por el abandono absoluto en que se hallaba. Todos sus cuidados y la
insistencia de que se librase de la pasividad en que se había mantenido,
parecían parte de un juego al que él la había sometido.
La primera semana en el hospital, le echó de menos y se hacía la ilusión de que
escuchaba los pasos familiares de Blaise y su voz. Pero, a medida que los días
pasaban, el dolor y el desengaño tomaron el lugar de esa esperanza, mientras el
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—No sabía si me reconocería, señorita Hart. Soy Sam Biakeney, del equipo de
fútbol de la universidad. Empezaba a estudiar Derecho.
— Por supuesto que te recuerdo y, por favor, llámame Sally —pidió ella,
sonriendo. Mientras estuvo en la universidad no desarrolló actividades fuera
del plan de estudios, por lo que no conocía muy bien a Sam. Recordaba que
estaba comprometido con Lisa Dewitt, una atractiva rubia con uno de los más
altos coeficientes intelectuales de la universidad.
— Lisa está trabajando en Ottawa —explicó Sam, como si hubiese adivinado los
pensamientos de Sally—. Así que me busqué un trabajo para el verano y tuve la
suerte de conseguir éste. Me alegro de que tu operación haya resultado bien —
agregó, con timidez.
— Gracias, Sam...
— Es mejor que nos vayamos, Sally —interrumpió Rick, con impaciencia—. El
viaje es largo y nos están esperando.
Pero Sally ya no era la joven sumisa de un año antes. Con calma, y tomándose
tiempo para hacerlo, continuó hablando con el joven.
— Me gustaría verte otra vez, Sam, en cuanto me haya instalado, para que me
cuentes las últimas novedades de la universidad.
—Claro que sí. Lo haré encantado —replicó Sam, mientras abría la puerta
posterior del vehículo.
Sally y Rick se acomodaron en el asiento de atrás. Sam se sentó al volante,
separado de ellos por un cristal. Con suavidad, el automóvil se puso en marcha.
— Será un viaje de tres horas —explicó Rick, con clama, aunque Sally sabía que
él estaba aún molesto porque había hablado con Sam—. ¿Quieres descansar?
— No —respondió ella y, en un esfuerzo por conversar, añadió—: Es
maravilloso estar fuera del hospital.
—Supongo que sí.
Hubo un silencio, pero negándose a sentirse humillada, la chica prosiguió:
— ¿Cómo son tus padres, Rick? No llegué a conocerlos. Oh... papá es un ex
ministro, miembro del Senado y presidente honorario de un par de compañías.
Normalmente no está en Hardwood, está siempre muy ocupado. Mamá pinta,
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lee y es visitada por los vecinos. Su salud es muy delicada y debe cuidarse.
Estoy seguro de que te van a gustar.
— Es muy amable por tu parte tenerme en la casa.
— Fue idea de Blaise, según tengo entendido —replicó Rick con cierta malicia.
Está allí? —inquirió Sally, intentando aparentar naturalidad.
— ¿Quién? ¿Blaise? No. Todavía está en el norte, según sé. Sigue revolviendo
tumbas antiguas.
— ¿Por qué no te cae bien Blaise? —preguntó ella.
—Tú le conoces, ¿no?
— Esa respuesta no es suficiente —respondió Sally, sintiendo absurdamente
que debía defender a Blaise.
—Oh. Siempre está tan seguro de sí mismo, es tan dominante... No me digas
que te gustó.
— De no haber sido por Blaise —afirmó Sally—, aún estaría sentada en la sala
de mi madre, ciega, aburrida. No habría venido a operarme si él no me hubiera
traído. De modo que con él tengo una deuda de gratitud que jamás podré
pagarle.
—Gratitud —repitió Rick, irritado—. Siempre fue bueno para organizar la vida
de los demás. De todos modos, creo que debe sentirse satisfecho por la
recuperación de tu vista, ¿no es así?
— No creo que lo sepa. Se fue al norte antes de la operación y no he sabido
nada de él desde entonces.
—Es típico de Blaise. Cuando empieza a seguirle la pista a alguien que vivió
hace mil años, no se puede contar con él. El siglo veinte no existe para él.
Rick acababa de confirmar algo que ella ya se imaginaba, pero las palabras que
había utilizado la habían hecho daño.
Mirándola con suspicacia, Rick le preguntó:
— Eso te molesta, ¿verdad?
— Supongo que sí —respondió la chica con lentitud. En un esfuerzo por
distraerse, le miró con intensidad, procurando descubrir los posibles cambios
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— Pero tu madre me obligó a ver las cosas de otra manera. Me dijo que
necesitarías cuidados constantes, que no podría dejarte sola, que no podrías
salir sola, tampoco ser la anfitriona en una cena ni invitada a ninguna recepción.
También estaba el problema de tener niños. ¿Cómo habrías podido cuidarlos?
Me hizo comprender que nuestro matrimonio habría significado para ti una
terrible carga, algo que no podrías soportar.
— ¿Y te lo creíste? —preguntó ella, inmóvil.
— ¿Qué otra solución tenía? Ella consideró que el único lugar para ti estaba en
tu casa, porque era un terreno familiar para ti y porque Bridget podría ayudar a
cuidarte. No creo que haya sido una decisión fácil para tu madre, porque ella
podía habernos animado para que nos casáramos y así librarse del problema.
Pero estaba convencida de que el ambiente familiar y los cuidados suyos eran
todo lo que necesitabas. Y estaba dispuesta a sacrificar algo de su propia
independencia en aras de todo eso. Nunca admiré tanto a tu madre como ese
día.
Rick sacó un cigarrillo y lo encendió.
—Cuando comprendí que estarías mejoren tu casa, supe que debía romper
nuestro compromiso, y fue lo más difícil que había hecho en mi vida, Sally. El
ascenso estaba pendiente hacía algún tiempo, pero la posibilidad de ir a Quebec
fue pura coincidencia. La acepté y utilicé como razón para romper nuestro
compromiso. No podía decirte la verdad —miró hacia afuera y, al volverse
agregó—: Pensé de corazón en tu bienestar, Sally. Es todo lo que puedo decir.
Sally estaba confundida por lo que acababa de escuchar. Loma pudo,
efectivamente, haberse conducido así. Por vez primera se preguntó por qué
había permitido que las cosas ocurrieran así.
— Al menos di que me crees, Sally.
— Supongo que no tengo otro remedio. Pero debes darme tiempo para
pensarlo, Rick. Estoy muy impresionada. Primero te veo otra vez, y ahora
escucho todo esto.
Ella miró hacia abajo y vio que estaban cogidos de la mano, lo que le impidió
advertir el destello calculador en los ojos de Rick.
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—Así que ya has vuelto, querido —dijo la voz—. ¡Maravilloso! Ven. He tenido
un día agotador y sólo quiero descansar.
Louise Strathern tendría probablemente la misma edad que Loma Hart, pero no
se parecía en nada. Louise tenía el pelo negro y lo llevaba recogido, haciendo
resaltar su hermoso perfil, muy parecido al de su hijo. Sus ojos eran grises, y sus
labios estaban pintados llamativamente. Llevaba un vestido drapeado y las
esmeraldas brillaban alrededor de su cuello.
Rick hizo las presentaciones y una lánguida mano con las uñas pintadas de rojo
se extendió hacia Sally.
—Estoy encantada de que estés con nosotros, querida —murmuró Louise—.
Espero que tengas una agradable estancia.
—Gracias. Es muy amable por su parte permitirme estar aquí, señora Strathern.
— No te preocupes, querida. Eres amiga de Blaise, ¿verdad?
— Bueno... sí. Fue él quien...
— Eso me pareció —se notaba una indudable satisfacción en la voz melosa.
Rick interrumpió:
— Hace un año Sally estaba comprometida conmigo, mamá. —Oh, sí, ya
recuerdo —dijo Louise, examinando una de sus perfectas uñas ovaladas—.
Pareces muy joven, Sally; estoy segura de que fue una sabia decisión anular tal
compromiso.
Sally cambió de tema.
— ¿Ha sabido algo de Blaise, señora Strathern?
— Por favor, querida, llámame Louise. Señora Strathern suena demasiado
formal, ¿no crees? ¿Blaise? ¿Por qué debería haber tenido noticias suyas?
— Bueno, porque se supone que regresará aquí cuando termine su trabajo en el
norte.
— Quizá... pero no lo sé. Hace años que desistí de seguirle la pista. Rick,
querido, consígueme otra copa. Sabes prepararla como a mí me gusta. Y tal vez
la amiguita de Blaise quiera tomar algo también.
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— Blaise me dijo que estaría fuera sólo una semana, y ya hace un mes que se
marchó. ¿No le preocupa pensar que le puede haber ocurrido algo? —inquirió
Sally.
— ¡Cielo, no! Blaise puede cuidarse solo. Lleva una vida horrorosa, querida,
siempre tratando de desenterrar cosas que en mi opinión estarían mejor bajo
tierra.
— ¿Tiene usted una dirección o un número de teléfono donde se le pueda
localizar? —insistió la joven.
— Creo que se fue a Newfoundland, ¿o eso fue la vez anterior? —con alivio,
Louise sonrió al recién llegado—. Oh, aquí está Charles, pregúntale a él.
Sally ya sabía que Charles Strathern era el padre de Blaise y Rick, y que su
primera esposa había sido la madre de Blaise. Ahora, mientras caminaba hacia
ella con la mano extendida, vio con tristeza unos ojos azules... seguramente
iguales que los de Blaise.
— ¿Qué querías preguntarme, jovencita?
Charles Strathern tenía sesenta años. Su pelo era canoso, y se conservaba muy
bien físicamente.
— Me preguntaba si usted sabría cómo podría ponerme en contacto con Blaise.
Ante la sola mención del nombre de su hijo mayor, el brillo de aquellos ojos
azules desapareció.
— Me temo que no hay teléfonos en el lugar donde se encuentra. ¿Puedo
ofrecerle una copa, señorita Hart? ¿O puedo llamarla Sally? —consultó su reloj
de pulsera—. Faltan catorce minutos para que sirvan la cena, así que hay
tiempo.
Era evidente que el tema de Blaise no se mencionaría más. La cena fue deliciosa,
pero interminable, y Sally sentía un fuerte dolor de cabeza. Al levantarse todos
de la mesa, Rick observó: —Pareces cansada, Sally. ¿Quieres retirarte a tu
habitación? Ella le sonrió, agradecida.
— Sí, por favor. Con permiso, Louise.
— Por supuesto, querida. Nunca me levanto antes del mediodía, Pero estoy
segura de que lo pasarás muy bien por la mañana. Stepton se encargará de ti.
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— Está bien, mamá. Indicaré a Sally el camino —expresó Rick sin darle
importancia.
— Puedo encontrar mi habitación sola, Rick. — ¿Qué habitación es la suya,
mamá?
— La de la parte derecha, querido, ya que Blaise no está.
— Creo que te excediste en tu preocupación por Blaise, tarde o temprano mamá
se dará cuenta de que eres mi amiga, no la de él — hizo notar Rick al salir del
comedor.
— ¿No puedo ser amiga de los dos? —inquirió la chica.
— ¡No, no lo puedes! —¿Porqué no?
— Blaise y yo jamás hemos compartido nada. —Quizá sea el momento de
comenzar a hacerlo.
— Pero no en tu caso, Sally.
Ninguno de los dos había elevado la voz, sin embargo, a Sally le pareció que
gritaban.
— Esta discusión no nos conduce a ninguna parte. Te veré mañana. ¿A qué hora
vuelves del trabajo?
—Tengo una reunión a la una y media... digamos que estaré aquí a las cuatro.
— Bueno, gracias por todo. Buenas noches, Rick.
Aunque Sally trató de evitarlo, la boca de él encontró la suya. Fue un beso más
apasionado que de costumbre en Rick.
— Estás muy cansada, lo haremos mejor la próxima vez. Buenas noches, Sally.
Fue un alivio quedarse sola. Sin mirar apenas lo que la rodeaba, Sally se quitó la
ropa y se acostó, cayendo casi de inmediato en un profundo sueño.
CAPÍTULO 6
ALA MAÑANA siguiente, una criada despertó a Sally. Le llevaba el té en una
bandeja de plata. Bebiéndolo con lentitud, la joven comenzó a observar todo lo
que la rodeaba. La habitación era exactamente lo que Sally había soñado.
Se sirvió otra taza de té. El reloj de oro, decorado con cupidos, marcaba las
nueve y media. Rick y Charles ya se habrían marchado, y Louise, sin duda,
estaría aún durmiendo, lo que significaba que permanecería sola el resto de la
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de plata, era la de una mujer de pómulos salientes y ojos profundos. Sally supo
de inmediato que se trataba de la madre de Blaise.
Sin apresurarse, eligió un libro y luego se vistió y bajó. Se sentó en el jardín un
rato y comió en compañía de Louise. Cuando la mujer se fue a visitar a una
amiga, Sally se quedó charlando con Sam. Por la tarde durmió un rato, se duchó
y se puso un vestido azul de punto y zapatos de tacón alto.
Cuando Rick entró en la sala, exclamó:
— ¡Merece la pena venir conduciendo desde la ciudad para esto! — Como si
estuviera en todo su derecho, atravesó la habitación y la besó en la boca—.
¿Cómo estás, querida? Te veo mucho más descansada. ¿Qué tal has pasado el
día?
Él parecía estar encantado de verla, de modo que la sonrisa de Sally fue quizá
demasiado cálida al responder:
—Muy bien, gracias.
— Me alegro mucho. ¿Te traigo algo de beber?
Fue una agradable compañía durante la cena y ella se sintió agradecida. Charles
y Louise habían sido invitados a jugar al bridge, por lo tanto se marcharon
después de cenar.
— ¿Así que ahora te tengo para mí solo? ¿Qué te gustaría hacer? Podríamos dar
un paseo en el coche, si te parece bien.
Sally recordó en ese instante el camión precipitándose hacia ellos, de manera
que contestó:
—No... No me parece bien.
Rick la abrazó.
—Lo siento, querida. ¿Crees que en algún momento olvidé que el accidente fue
culpa mía? ¿Crees que me lo he perdonado?
Pero había sido culpa suya, y ella tenía miedo de montar en un coche si era Rick
el que conducía.
— Preferiría no ir, Rick —murmuró—. ¿Por qué no andamos un poco?
—Comenzaba a llover cuando llegué...
A Sally le gustaba caminar bajo la lluvia, pero era evidente que a Rick no.
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—Tiene una casa en los bosques, en alguna parte al norte de Toronto. Nunca he
estado allí, así que no sé exactamente donde está.
— ¿Se ha molestado alguien en llamar allí para saber si ha vuelto de su viaje?
—Por supuesto que no. ¿Por qué? —refunfuñó Rick.
— Porque es un miembro de tu familia.
— ¿Quieres dejar de repetir la misma canción? —explotó Rick.
— Nadie habla de él en esta casa. ¿Qué hizo para merecerlo?
—gritó ella.
— Dado que tú eres la única interesada, mejor se lo preguntas a él la próxima
vez que lo veas.
— Olvidas, Rick —replicó Sally con sarcasmo—, que nunca le he visto —Rick
tardó un momento en captar el significado de esas palabras, lo que le dio
tiempo a ella para arrepentirse de haberlas pronunciado—. Lo siento, Rick,
nunca debí haber dicho eso. ¿Pero te das cuenta ahora de por qué estoy tan
interesada en ver una fotografía suya? Él hizo que mi vida cambiara, y todavía
no he podido agradecérselo, y a nadie parece importarle dónde se encuentra.
— Está bien. Siento haber perdido la calma. Pero parece que lo único que
quieres desde que llegaste aquí es saber algo acerca de Blaise, y comienzo a
cansarme de tantas preguntas. Ven y siéntate a mi lado, junto al fuego, quiero
hablarte del negocio que he hecho hoy.
Ella sabía que ninguna de sus preguntas sería respondida. Pero no queriendo
discutir más, se sentó a su lado, y trató de demostrar interés en un tema que no
le interesaba lo más mínimo.
—Eres tan guapa... —dijo él con voz ronca—. Más que hace un año. No tienes ni
idea de lo mucho que te he echado de menos, Sally.
—También yo —replicó Sally, y era verdad—. A menudo me pregunté por qué
no podrías al menos haberme ido a ver de vez en cuando.
—Tu madre me hizo prometer que no lo haría; pensó que eso sólo te haría más
daño. ¿De veras me echaste de menos, cariño? —preguntó, acariciándole un
hombro.
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establecerme.
Gerald y Joan Thurston fueron los primeros en llegar a la fiesta y enseguida
repararon en Sally. Gerald era de constitución fuerte y de estatura baja. Su
esposa, arreglada con exageración, tenía la mirada más fría que Sally había
visto, junto con una memoria semejante a la de una computadora respecto a
todo lo referente a las relaciones entre las «mejores» familias. Pronto llegó a la
conclusión de que el árbol genealógico de Sally era aceptable, y enseguida
perdió el interés por ella, dejándola a merced de las exageradas atenciones de
Gerald.
— Eres adorable, querida —murmuró Gerald—. Rick es un joven muy
afortunado. Me estuvo hablando de la tragedia de vuestro compromiso, y me
alegro de veros juntos otra vez. Un muchacho encantador, llegará lejos. ¿Sería
prematuro felicitarte?
— Así es —respondió la chica con sequedad.
— Sigue mi consejo, no esperes demasiado. Rick es un buen partido, no dejes
que se te escape.
Permanecer en la reunión comenzó a significar un gran esfuerzo para Sally, ya
que aún se cansaba con facilidad. El humo de los cigarrillos le irritaba los ojos y
la mayor parte de la conversación se basaba en chismes que no le interesaban.
Por fin se retiraron los últimos invitados. Con un suspiro teatral, Louise dijo
que tendría que descansar dos días para recuperarse. Charles la siguió fuera de
la habitación, dejando solos a Rick y Sally.
—¡Les has caído muy bien a Gerald y Joan! —exclamó Rick. Sally no podía
imaginar que a Joan le cayera bien nadie, aunque se abstuvo de decirlo.
— Él parece creer que nuestro compromiso es un hecho consumado.
— Bueno, lo es, ¿no crees? Sé que terminarás por aceptarme. —Me gustaría que
no estuvieses tan seguro, porque no...
—Me pondré de rodillas, si es eso lo que quieres. De veras, Sally, estoy ahora
más enamorado de ti que nunca, y quiero que seas mi esposa. ¿Te casarás
conmigo, cariño?
—No puedo, Rick. Ahora no.
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— Yo soy el que te hará el amor, Sally, no Blaise. ¿Está claro? Ella temblaba. La
pregunta de él no tenía respuesta, de modo que ella hizo una a su vez. — ¿Y la
fotografía?
— Romper nuestro compromiso fue la cosa más difícil que he hecho en mi vida.
Después de eso no podía soportar mirarla porque sólo me recordaba lo mucho
que había perdido. Odio decirte esto, porque suena muy teatral, pero la tiré al
río. Nunca se lo dije a Blaise, porque se lo habría tomado a risa.
— Rick, no quiero que pienses que estoy enamorada de Blaise.
— Si tú lo dices...
— Pero en cuanto a ti y a mí, necesito tiempo.
Debido a que la cara de él estaba en la sombra, no pudo percibir la expresión
calculadora de sus ojos en ese momento. Vio en cambio, su encantadora e
infantil sonrisa.
— Por supuesto, cariño. Vale la pena esperar por ti, ¿no lo sabías? Con súbita
gratitud, ella descansó su frente en el pecho de él.
— Es mejor que te vayas a la cama, debes estar exhausta — sugirió. Conmovida
por su preocupación, le besó rápidamente en los labios.
—Gracias por comprenderme. Buenas noches, te veré mañana.
Los siguientes días, parecía como si Rick hubiese aceptado la necesidad de Sally
de esperar. Fue otra vez el compañero agradable de las primeras épocas,
cuando acababan de conocerse, haciéndola reír, y obsequiándole con
extravagantes regalos. Cuando tuvo que hacer un viaje de una semana de
duración a Vancouver, notó que le echaba de menos, ya que Charles y Louise
estaban pasando unos días en un balneario en Thousand Islands.
Se sentía mucho mejor, y todos los días daba largos paseos por los bosques y
campos que rodeaban la casa; su piel se había bronceado y había recuperado el
peso que había perdido en el hospital. Y siempre el milagro increíble de poder
ver... si no hubiese sido por su preocupación constante por Blaise, se habría
sentido completamente feliz.
Subía corriendo la escalera, dos días después de la partida de Rick, cuando sonó
el teléfono. Stepton, el mayordomo, respondió:
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— Cerca de quince kilómetros. ¿Por qué piensa Stepton que le ha ocurrido algo
malo?
— Dijo que Blaise estaba ebrio o enfermo.
— Bueno, pronto lo sabremos. Tranquilízate.
— Es más fácil decirlo que hacerlo.
La estación era pequeña, con un edificio pintado en un color anaranjado. No
había señales de vida.
El corazón de Sally latía muy deprisa. De pronto la joven experimentó un miedo
terrible y se agarró del brazo de Sam.
— ¿En dónde podrá estar?
— Hay una sala de espera ahí enfrente. Vamos a ver.
Todavía del brazo de Sam, recorrieron el edificio. Un hombre estaba apoyado
en una pared; debió haber oído sus pasos, porque se volvió para mirar, y con
evidente esfuerzo se enderezó, tratando de mantenerse en pie sin ayuda de la
pared.
— Sally. Oh, Dios, Sally, la operación no tuvo éxito —dijo al vera la joven con
gafas oscuras. Sally se detuvo. Era la voz que la había perseguido durante el
último mes y medio: Blaise había regresado. Se soltó del brazo de Sam y se
quitó las gafas para dejar al descubierto sus ojos. Comenzó a caminar hacia él.
—Bridget tenía razón —dijo con calma—. Tus ojos son del color del cielo en
verano.
Por un momento creyó que él se caería, y le cogió de los brazos.
—Gracias a Dios —musitó Blaise—. Pensé que la operación no había tenido
éxito, y que te había hecho pasar por todo eso para nada.
Cerrando los ojos, comenzó a desplomarse, y Sally gritó:
— ¡ Sam! ¡ Ven a ayudarme!
— No está borracho, sino enfermo. Lo mejor que podemos hacer es llevarle a
casa lo antes posible. Espera aquí con él, Sally. Iré por el coche.
Por un momento Blaise y ella se quedaron solos. La chica recorría con la mirada
aquel rostro de barbilla firme y amplia frente, ahora bañada de sudor, bajo un
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—¿No te importa si duermo un poco? —bostezó y cerró los ojos. Sentada frente
a él, con las piernas cruzadas, Sally le observó mientras dormía. Carácter fuerte
y voluntad imperiosa fue lo que pudo notar en su rostro. Moviéndose con
lentitud para no despertarle, cerró la tapa de la cesta y luego vagó entre los
árboles hasta el arroyo, comenzando a seguir su curso montaña arriba. Sus
orillas estaban cubiertas por violetas silvestres. Se arrodilló y cortó unas pocas.
Absorta en su tarea, no oyó a Blaise que se aproximaba, aunque sintió que era
observada. Miró a su alrededor y de inmediato le vio.
— Espero no haberte asustado. Te vi tan guapa cortando las flores, que no quise
interrumpirte.
Ella se puso en pie con rapidez, con el ramo de violetas en la mano.
— ¡Míralas, Blaise! ¡Qué bonitas son! —y como a menudo le había ocurrido en
los últimos días, se sintió sobrecogida por el milagro de su visión recuperada—.
Gracias a ti las puedo ver, nunca te lo podré agradecer lo suficiente, Blaise.
— No quiero tu gratitud.
Ella sintió como si la hubiese abofeteado.
—Por supuesto que te estoy agradecida, ¿por qué no habría de estarlo?
— ¿Fue por eso por lo que me cuidaste cuando estuve enfermo, porque sentías
gratitud? ¿Fue por eso por lo que te acostaste a mi lado? ¿Es por eso por lo que
estás conmigo ahora?
— ¡No! —explotó ella—. He venido porque he querido. Pero si no lo he hecho
por gratitud, ¿qué hay de malo en ello?
—Debes haber pasado mucho tiempo con Rick desde que saliste del hospital, y
no habrá sido también por gratitud.
—Habría sido difícil evitarlo, viviendo los dos en la misma casa contestó Sally
con frialdad.
— ¿Aún le quieres?
—Quizá. No es asunto tuyo lo que siento por Rick.
— Sí, lo es. Sé que quiere reconquistarte.
— ¿Cómo puedes saber eso? No le has visto últimamente.
— Sé cómo funciona su mente. — ¿Por qué os odiáis?
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—Pienso que cualquier país que descuida la herencia que le legó el pasado, para
concentrarse sólo en el progreso tecnológico y en la futura riqueza, corre un
importante riesgo.
— ¡Oíd eso! —exclamó Blaise, alegre—. Sally, son casi las siete, vamos a
cambiarnos de ropa —antes de que ella pudiese contestar, la cogió del brazo y
la condujo escaleras arriba. En la penumbra del pasillo él se detuvo, y la chica
observó su expresión —. Puedes ser muy agresiva si te lo propones, ¿lo sabías?
Ella bajó la vista.
— No debía haber dicho eso, tu padre pensará que soy terriblemente grosera.
Pero estaba enfadada.
—Me di cuenta. Serías muy leal con el hombre que amaras, ¿no es verdad?
— Supongo que sí. Si creyera en lo que él hace. Y supongo que no le amaría si
no fuese así.
— ¿Crees en lo que hace Rick? —¡No!
— ¿Porqué no?
— No me parece auténtico. Ni siquiera honesto.
El asintió con una especie de amarga satisfacción.
— Piensa en lo que acabas de decir, Sally. Piénsalo muy cuidadosamente. Y
ahora démonos prisa o llegaremos tarde a cenar.
Al dirigirse él hacia su habitación, Sally le siguió con la mirada. Era cierto, no
respetaba el trabajo de Rick, las maniobras, la implacable manipulación de
vidas humanas.
La inevitable conclusión fue que no amaba a Rick. Lo que había sentido había
sido el final de un amor inmaduro. Había estado demasiado ciega para
descubrir al verdadero Rick, apresada en un torbellino de romance, fiestas y
diversión, viendo sólo su encanto y su atractiva apariencia. Sólo había visto lo
superficial, nunca lo real.
Jamás podría casarse con Rick. Este pensamiento le causo alivio ya que sintió
que se había liberado de una parte de su pasado que podría muy fácilmente
haberla vuelto a atrapar.
CAPÍTULO 8
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Sally se rió, pues ella sentía lo mismo. Con rapidez se pasó un cepillo por el
pelo y retocó la pintura de labios.
— ¿Vamos? —preguntó.
Él le ofreció el brazo, y unos segundos después entraban juntos en el comedor.
Hacían una pareja llamativa: él, alto y rubio; ella, morena y delgada. Louise le
dijo a Gerald Thurston, que estaba sentado a su derecha:
— Estamos muy contentos por tener a Blaise de nuevo con nosotros, y Sally está
encantada porque puede disfrutar de su compañía.
Él le guiñó un ojo y dijo en voz lo suficientemente alta, como para que las seis
personas que se encontraban allí lo escucharan:
— Bueno, después de todo, estoy seguro de que Sally extraña la compañía de
Rick... ¿no es cierto, Sally?
Consciente de que todo el mundo la estaba observando, replicó:
— Yo... por supuesto. Pero...
— Nada de peros, jovencita —prosiguió Gerald—. Rick me dijo anoche que os
debía felicitar.
— ¿Por qué, Gerald? —preguntó Blaise con brusquedad.
— Porque pronto habrá boda, por supuesto —anunció Gerald—. Brindemos por
Rick y Sally, y su futura felicidad.
Sólo Joan y Charles levantaron sus copas; Louise se quedó inmóvil en su silla y
Sally no se atrevió a mirar a Blaise, hasta que por fin habló:
— Gerald, me temo que esto es un error... Rick y yo no estamos comprometidos.
Rick me pidió que me casara con él, antes de su partida, y le dije que no.
—Eres demasiado tímida, querida. Podría decirte que estoy encantado, le
estuve diciendo a Rick que ya era hora de que se estableciera y no puedo
imaginarme una novia más bonita y encantadora que tú —exprimió un limón
sobre su plato—. Excelente salmón, Charles.
La conversación cambió hacia el tema de los diferentes pescados, y luego los
problemas de la industria pesquera en la costa este. De pronto, Blaise le dijo a
Sally en voz baja:
— Vamos a pasear un rato después de cenar.
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—Lo que ha dicho es mentira —dijo ella, con súbito miedo. Pero él ya se había
dado la vuelta y charlaba con Joan Thurston. Al terminar la cena, se dirigieron
todos a la sala. Blaise cogió a Sally de un brazo, al tiempo que explicaba a los
Thurston:
—Le prometí a Sally un poco de aire fresco después de la cena. Ha sido un
placer veros otra vez.
—No tardes, muchacho. Es la prometida de tu hermano, después de todo —
observó Gerald con picardía.
—Lo tendré en cuenta.
— ¿Le diste a Sally la carta de Rick? —preguntó Joan a su esposo.
— ¡Casi se me olvida! —Gerald buscó en el bolsillo y sacó un sobre —. Aquí
está.
Sally lo cogió y dirigiéndose a Blaise dijo:— Subiré por una chaqueta. No
tardaré.
—No es necesario. Puedes ponerte mi chaqueta sobre los hombros. No hace frío
afuera.
Tenía razón. Era una hermosa noche, con el cielo tachonado de estrellas.
Deteniéndose en el círculo de luz frente a la puerta principal, Blaise sugirió:
—Abre la carta, Sally.
— No tengo ninguna prisa por abrirla.
—¿Cómo? ¿Una carta de un prometido y no tienes prisa por abrirla?
—No es mi prometido, Blaise, ya te lo dije.
— Ábrela, porque si no lo haces, lo haré yo.
Molesta, Sally rasgó el sobre, extrajo una hoja y la leyó. Antes de que pudiera
guardarla otra vez en el sobre, Blaise se la quitó. La chica recordó algunas de las
frases: «Querida Sally, nunca sabrás lo feliz que me has hecho... el compromiso
más rápido que conozco... con todo mi amor...»
Antes de que Blaise hablara, ella afirmó:
— Lo que dice la carta es mentira. — ¿Y esperas que me lo crea?
— ¡Te juro que es mentira!
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— Baja la voz. A menos que quieras que Gerald y Joan oigan lo que hablamos.
Tú me dices una cosa y él otra.
— Él está tramando algo, Blaise.
— ¿Por qué, Sally? ¿De quién tienes miedo? Nunca nos ha visto juntos.
— Cree que eres una especie de donjuán.
—¡ Oh, por el amor de Dios!
— Le hice ver claro a Rick lo mucho que te debía. — ¿La palabra «gratitud» otra
vez, Sally?
— ¿Por qué te desagrada tanto? Pero, dime una cosa, ¿a quién crees a Rick o a
mí?
— Querría creerte, Sally, Dios sabe cuánto lo deseo. Pero dejemos esto por
ahora. ¿En qué piensas?
— En lo poco que te conozco y te comprendo —suspiró ella. —Estás
equivocada, Sally, sabes mucho acerca de mí. Sabes que me preocupa lo que te
suceda, si no fuese así, no te habría llevado a Toronto. Y sabes que te encuentro
deseable. —También sé que no confías en mí.
— Se necesita tiempo para confiar en alguien, Sally.
Los dedos de él recorrieron sus mejillas y labios. Blaise había dicho que la
encontraba atractiva, ella también pensaba lo mismo de él, pero, ¿eso era todo?
Ella quería su confianza, su aprobación, su amor... porque le amaba. Amaba a
Blaise Strathern. Su fuerza, la forma en que se ocupaba de ella, su orgullo y su
carácter. Todo la había conducido hacia él. Sabía que le amaba, y que le amaría
hasta el día de su muerte.
—¿Por qué me miras fijamente? Parece como si nunca me hubieras visto —se
inclinó hacia ella—. Sally, ¿estás bien?
— Sí... estoy bien —contestó, sabiendo lo lejos de la verdad que se hallaban sus
palabras. Porque amaba a un hombre que no confiaba en ella, y que a pesar de
haber dicho que la deseaba, nunca había dicho que la amaba. Un hombre contra
quien Rick la había prevenido... de pronto comenzó a tiritar y palideció.
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—Tienes frío —antes de que pudiera evitarlo, Blaise la acercó hacia sí y ella
descansó la mejilla en su pecho. Allí era donde quería estar. En sus brazos
encontraba toda la seguridad que siempre necesitaría, la alegría y todo el amor.
Como si él hubiese percibido algo, la abrazó en silencio durante unos minutos.
Luego se separaron.
— Sally —musitó. Su beso fue lento y seguro, como si quisiera decirle algo a
través de sus labios. Ella le miró, incapaz de definir lo que acababa de suceder
entre ellos. ¿Una promesa para el futuro? ¿Un acuerdo sin palabras?— Será
mejor que entremos —dijo él, finalmente.
¿Había comenzado a confiar en ella? Su mirada buscó la de él y supo que así
era.
El resto de la velada transcurrió sin novedades, y cuando Sally regresó a su
habitación, nada había estropeado la paz y felicidad que los había envuelto. Su
relación había cambiado, y aunque no tenía ni idea de hacia dónde los
conduciría, quería esperar y verlo, confiando en Blaise como él confiaría en ella.
Cuando se acostó, el sueño llegó casi de inmediato.
La despertó el ruido de la lluvia sobre el tejado. Desperezándose, se acercó a la
ventana y miró hacia fuera. Siempre le había gustado caminar bajo la lluvia. Se
preguntó si Blaise y ella podrían salir a caminar, cogidos de la mano charlando,
compartiendo sus pensamientos, conociéndose más el uno al otro. Y quizá...
inconscientemente sonrió.
Se vistió con cuidado, poniéndose ropas muy femeninas. Sin embargo, cuando
bajó al comedor, no había nadie allí. Entró Stepton con una cafetera.
— Recién hecho, señorita Sally —dijo esbozando una sonrisa.
— Buenos días, y gracias, me encantaría una taza. ¿En dónde están los demás?
— La señora bajará más tarde. El señor Strathern se ha marchado a la ciudad y
el señor Blaise acaba de desayunar.
—¡Oh!
Sólo un monosílabo, pero Stepton debió haber captado el leve tono de
desilusión de su voz.
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pero en cambio, se arrojó sobre su hijo para protegerle del golpe. Ella murió en
el acto, mientras que Blaise resultó ileso. El señor Charles jamás pudo perdonar
a Blaise por ser él el sobreviviente.
— ¡Pero, Stepton, es terrible decir eso!
—Terrible o no, señorita, es la verdad. Durante mucho tiempo no pudo soportar
siquiera ver a Blaise, de modo que el chico fue enviado a una serie de
internados. Se hacía expulsar y volvía a casa, sólo para ser enviado a otro.
Después de un tiempo dejó de intentar su regreso a casa. Entonces, el señor
Charles contrajo matrimonio con la segunda señora Strathern, y al nacer el
señor Rick todos esperamos que las cosas se suavizaran. Creo que hasta cierto
punto fue así, por lo menos en ese tiempo Blaise podía volver a casa durante las
vacaciones. Estaba verdaderamente encantado de tener un hermano, y hacía lo
posible por llevarse bien con el niño. Quizá pensaba que de esa forma se
arreglarían las desavenencias entre su padre y él. Pero nunca funcionó... tal vez,
inconscientemente, el señor Strathern predispuso a su hijo menor contra su
hermano, y después de un tiempo Blaise dejó de esforzarse. Fue al colegio, y los
fines de semana pasaba el mayor tiempo posible con sus amigos. El día que
cumplió los dieciséis años, salió por la mañana para ir al colegio y no volvió.
—¿Y qué hizo?
—Consiguió trabajo en un barco de carga. Lo cogió en Johannesburgo y siguió a
través de África, Oriente Medio, Grecia y Europa. Tres años más tarde regresó
al Canadá, se matriculó en la universidad y obtuvo su título . Hoy es una
personalidad en su círculo profesional, Rara vez viene a Hardwoods, y entre él y su
padre existe la misma enemistad y amargura de antes.
Entiendo lo que quiere decir —dijo Sally, sin esperanzas—. ¿No hay nada que se pueda
hacer?
La segunda señora Strathern, con toda justicia, y a pesar de que adora a Rick, ha tratado
de que Blaise se sienta más cómodo aquí, y en cierto modo lo ha conseguido, pero el
problema es demasiado complejo como para que pueda alguna vez ser remediado.
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CAPÍTULO 9
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Al entrar, Sally agrandó los ojos con asombro. La cama y la mayor parte del
suelo estaban cubiertos de papeles. Sobre el escritorio había mapas y hojas
mecanografiadas. La papelera estaba llena.
— ¿Qué haces? —preguntó la chica.
—Esta mañana llegaron los informes preliminares de mi último proyecto. Debo
completar estadísticas y abreviar todo el asunto para poder manejarlo.
¿Puedo ayudarte? —dijo sin pensar.
Él cogió la bandeja, buscó algún lugar donde colocarla y de pronto los dos se
echaron a reír al contemplar el desorden que había en la habitación.
— No está tan mal como parece. Sé dónde se encuentra cada cosa.
— ¡Seguramente no vas a poder dormir en tu cama esta noche! — ¿En dónde
sugieres que duerma, Sally?
— No tengo ni idea —se ruborizó.
Él puso la bandeja sobre la tapa de la máquina de escribir y se aproximó a ella.
— ¿Ni idea? —repitió lentamente.
— Blaise, por favor...
— Es mejor que te vayas, tengo mucho que hacer.
He preguntado si te podía ayudar.
¿Lo dices en serio?
— Por supuesto.
— ¿Sabes escribir a máquina? Ella asintió.
— Muy bien. Le diremos a Stepton que traiga otro escritorio. Si puedes
mecanografiar estas hojas, luego las revisaré y las volveremos a mecanografiar
para el informe final.
Al principio Sally trabajó con lentitud, porque la letra de Blaise no era muy fácil
de entender y la mayor parte del vocabulario era técnico. Pero perseveró, y más
tarde Blaise tuvo que llamarla dos veces para atraer su atención.
— La cena está lista, Sally.
— Primero déjame terminar esta frase... He hecho otra página.
— Excelente. ¡Estás contratada!
Ella rió, y se miró los dedos manchados de tinta.
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—Lo siento, Blaise —murmuró con los ojos llenos de lágrimas—. No debería
haberte dicho nada, no es de mi incumbencia.
—No, no lo es. Pero ¿por qué estás tan impresionada? —pregunto él, mirando
las lágrimas que brillaban en sus pestañas.
Ella le miró en silencio. No podía decirle que era porque le amaba. ..y a causa de
ese amor, se preocupaba del niño que había sido , del hombre que era ahora.
Sintió cómo latía su corazón. Había estado ciega. Hacia unas semanas, cuando
él la había besado en el restaurante, tenía la verdad frente a ella y no había
sabido verla, imaginándose, en su confusión, que aún estaba enamorada de
Rick. Completamente ciega, pues el hombre que estaba a su lado era todo lo que
había ansiado siempre...
— Vamos a llegar tarde a cenar —musitó ella con voz ronca. Blaise la abrazó de
pronto.
— Cuando me miras de ese modo, todo lo que deseo es abrazarte y no dejarte ir
nunca.
Se oyó la campanilla que anunciaba la cena.
— Salvados por la campana —dijo él, riendo—. Dile a Louise que bajaré dentro
de un par de minutos.
En su habitación, Sally se pintó los labios y se peinó en medio de miles de
conjeturas. Jamás había conocido a un hombre tan lleno de contradicciones
como Blaise Strathern; tierno y cariñoso un instante, áspero y colérico al
siguiente. Aunque recordando lo que le había dicho hacía unos momentos,
pensó que tal vez él llegaría a amarla.
Los dos días siguientes reforzaron lo que al principio sólo parecía un sueño.
Blaise y ella trabajaron juntos, y cuanto más leía los documentos, más intrigada
estaba. Sus preguntas se volvieron más frecuentes. Ella trabajaba con renovado
entusiasmo, y la compenetración entre ellos crecía por momentos. Era una clase
de compañerismo que Sally no conocía, ya que nunca había podido compartir
los intereses de Rick.
Estaba terminando una corrección, antes de la cena, el segundo día, cuando
Blaise se acercó para mirar lo que hacía; se inclinó sobre el respaldo de la silla,
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—Mira, hasta te compré el anillo que querías. —No te pedí ningún anillo, ni te
dije que me casaría contigo, tampoco he sido tu prometida desde hace más de
un año. Además, yo...
— Vamos, Sally —la interrumpió Rick—. ¿Para qué les iba a decir a Gerald y
Joan que estábamos comprometidos si no hubiese sido cierto? No me gusta
hacer el ridículo delante de mi jefe.
Ella se quedó sin habla, pues las palabras de él parecían ciertas. A Rick le
importaba demasiado su posición social en la empresa como Para arriesgarla
por una tonta mentira. Su duda no pasó inadvertida para Rick, que se aproximó
y la cogió por el brazo sonriéndole.
— Ni siquiera me has saludado —dijo con suavidad, e inclinando la cabeza, la
besó en los labios.
Sally permaneció rígida, soportando su breve beso, así corno el triunfo que se
reflejaba en sus ojos claros.
— Así está mejor. Querida, a Blaise no le importa lo que suceda entre nosotros,
y éste no es el lugar adecuado para discutir nuestros asuntos privados. Bajemos,
la biblioteca debe estar vacía y allí podremos charlar. Te quiero demasiado
como para que haya malentendidos entre nosotros.
— Decídete, Sally —la apremió Blaise—. Debo trabajar una hora más antes de la
cena, así que puedes quedarte aquí y ayudarme, o irte y tener una conversación
íntima con tu supuesto prometido. — ¿Qué quieres que haga? —Querida, no
esperes que lo decida por ti. Ella tomó la decisión de inmediato. Hablaría con
Rick primero y regresaría con Blaise. Pero antes dijo:
— Blaise, digo la verdad cuando afirmo que no estoy comprometida con Rick.
Blaise pareció no haberla escuchado. Se puso a mirar un montón de papeles y
mapas que se encontraba sobre el escritorio. Molesta, se dirigió a Rick.
— Bajemos —sin esperar respuesta, salió de la habitación.
La biblioteca estaba vacía. Tan pronto como Blaise cerró la puerta, Sally dijo:
— Debes terminar con esta farsa, Rick. Sabes tan bien como yo que nunca te
prometí que me casaría contigo.
Él encendió un cigarrillo con lentitud, al tiempo que respondía:
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— Por supuesto.
— Entonces, ¿qué es lo que te propones?
— Si no te puedo tener, por lo menos me aseguraré de que Blaise tampoco lo
haga.
— i Blaise no ha demostrado el más mínimo interés en casarse conmigo!
—¿A quién intentas engañar?
— ¡A nadie!
— Vamos, Sally, he visto a Blaise con muchas mujeres, pero nunca le he visto
mirar a ninguna como te mira a ti. .
—¿Qué quieres decir?
— Si no lo sabes, no seré yo quien te lo diga. — ¿Por qué lo odias tanto?
— Desde que era muy joven, supe que Blaise podía despertar en mi padre
emociones más fuertes que las que yo nunca le inspiré. Siempre fui aceptado y
amado, por supuesto. Pero jamás fue un sentimiento tan intenso como el que le
inspiraba Blaise, que fuera malo no es lo más importante.
— Eso es horrible —protestó la chica—. Blaise tuvo una infancia terrible.
— Eres muy dulce e ingenua, Sally. Pero, ¿sabes? sería mejor que te casaras
conmigo, no con Blaise. Yo te daría independencia y no preguntaría demasiado;
en cambio, Blaise te devoraría. Te exigiría todo, cuerpo y alma.
Ella pensó que ojalá lo hiciera, sin darse cuenta de que su rostro reflejaba ese
anhelo.
— ¿Eso querrías, no es así? ¡Pues no lo vas a conseguir!
— Si Blaise decidiera casarse conmigo, no podrías hacer nada por impedirlo.
Somos adultos, después de todo.
— Espera y verás. Y entre tanto, mejor preparémonos para la cena. Mamá dijo
que habría invitados.
— Escúchame, Rick. No quiero más anuncios de nuestro compromiso.
Corrió escaleras arriba, sin detenerse en su habitación. Pero cuando llamó a la
de Blaise, no hubo respuesta. Esperó y volvió a llamar. Silencio. Abrió la puerta
y miró. No había señales de él y su chaqueta ya no estaba en el respaldo de la
silla.
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Sintió una gran desilusión, sabiendo que no estaría tranquila hasta que no le
contara lo que había sucedido en la biblioteca. Pensó que lo vería a la hora de
cenar, y con eso en mente, eligió un bonito vestido rosa. Al pensar que volvería
a ver a Blaise, se le colorearon las mejillas y sus ojos brillaron. Las maniobras de
Rick de pronto le parecieron infantiles y sin importancia.
A punto de dejar la habitación, oyó que llamaban. Segura de que sería Blaise,
fue a abrir. Pero era Stepton.
— Señorita, su madre le llama por teléfono.
Bajó la escalera con rapidez. En sus últimas conversaciones telefónicas, Loma la
había escuchado con más interés.
— Hola, mamá. ¡Qué alegría oírte!
— Hola, Sally. ¿Cómo estás?
Hablaron de la salud de Sally, y ésta le contó que estaba ayudando a Blaise en
su trabajo. Luego hubo silencio y la chica notó que Loma vacilaba.
— ¿Te pasa algo? Pareces... diferente.
— Bueno, yo... —Loma se detuvo, y luego comenzó a hablar otra vez—. Lo que
ocurre es que Harry... el coronel Fawcett para ti, me propuso matrimonio. Y he
dicho que sí.
— ¡Felicidades, mamá! Te hará muy feliz. Debiste habérmelo dicho antes.
— Pensé que quizá no estarías de acuerdo. — ¿Por qué no?
— Bueno, a mi edad...
—Tonterías. Eres una mujer muy atractiva y has estado sola demasiado tiempo.
—Eso es lo que dice Harry. Él quería que te lo dijera, asegurándote que siempre
serás bienvenida en nuestra casa.
—Dale las gracias de mi parte. ¿Cuándo es la boda?
— Dentro de tres semanas. ¿Vendrás? —Por supuesto que sí.
—¿Y tú qué noticias tienes? ¿Se han solucionado las cosas con Rick? —¡No!
— Pareces muy segura —comentó Loma con frialdad. —Mamá... —Sally vaciló
pero necesitaba decirlo—. Rick me dijo que rompió nuestro compromiso porque
tú se lo pediste...¿es eso cierto?
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decírmelo. Buenas noches —la miro con tal desprecio que ella sintió como si la
hubiesen golpeado. Con extremado cuidado, él cerró la puerta.
Casi sin saber lo que hacía, Sally gritó su nombre. Pero las palabras de Rick la
volvieron a la realidad:
—Si yo fuera como tú, no iría tras él. Cuando Blaise esta tan enfadado como
ahora, no se sabe lo que puede ser capaz de hacer.
Ella se volvió. Estaba desnudo de cintura para arriba.
—Tú planeaste esto, ¿no es cierto? Esperaste hasta que volviese para estar
seguro de que nos vería.
—Todo lo que dije en la biblioteca era en serio, y supongo que con esta escena,
cualquier cosa que hubiese podido suceder entre tú y Blaise, se arruinará.
—No dejaré que sea así.
— ¿Piensas que te va a creer? Blaise tiene unas ideas muy puritanas acerca de
las mujeres, no se conformará con lo que deje otro, créeme.
— Blaise es diez veces más hombre de lo que tú serás jamás, Rick. Suceda lo que
suceda, terminé contigo, y no quiero volver a verte. Creo que lo que has hecho
es despreciable. Si Blaise y yo no podemos arreglar las cosas, mañana me
marcharé de aquí. Y ahora, ¡sal de mi habitación!
— Oh, sí, me voy. Después de todo, he cumplido mi propósito.
— No entiendo por qué alguna vez pensé que estaba enamorada de ti. Debí
haber estado loca.
— Un último consejo, Sally. Quédate en tu habitación cuando me haya
marchado. Blaise siempre ha sido imprevisible. Buenas noches, duerme bien.
Durante cinco minutos, la chica permaneció inmóvil en la cama. Luego se puso
la bata y abandonó el dormitorio. No se molestó en llamar a la puerta de Blaise.
Entró. Blaise estaba de pie al lado de la cama.
— Vete —dijo cuando vio a la joven.
Sally se apoyó contra la puerta. Parecía haberse quedado sin voz, de modo que
en silencio movió la cabeza de un lado a otro. —Te dije que te fueras, Sally —
repitió Blaise.
— No... Aún no. Hay cosas sobre las que debemos hablar.
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—Sí que tiene que escucharlas. Desde que murió su madre, usted ha ignorado a
Blaise. Peor que eso, actuó como si le odiara. Todavía le odia, ¿no es cierto? No
le importa que haya sido herido en Newfoundland salvando la vida de un
hombre. Ni siquiera lo sabía, ¿no es así? Ni se molesta en preguntarle nada. Del
mismo modo que esta mañana ni se preocupó de preguntarle a dónde iba.
— Sí me importa —replicó Charles, al parecer atormentado por los
remordimientos.
— No le creo. No muestra ningún interés por su bienestar, su carrera, por nada
de lo que le rodea. Le habla como si fuese un completo extraño.
— Eso es cierto. Es un extraño para mí, y reconozco que en gran parte es por mi
culpa. Pero no me acuses de no quererle, Sally... porque eso no es cierto.
— ¿De veras le quiere?
— Sí. Pero con los años perdí la facultad de comunicarle ese amor. Ni creo que
él lo quiera ahora.
— Sí lo quiere, Charles. Pero, al igual que usted, ha tenido miedo de
demostrarlo. Miedo de que usted le rechazase nuevamente.
— Después de la muerte de Ghislaine, una parte de mí también murió. Al
principio no podía soportar tener a Blaise cerca, porque sólo me recordaba días
más felices. De modo que le alejé. Y a través de los meses y los años, eso se
transformó en un hábito... ¿Cómo sabes que aún le importo?
— Me lo dijo.
— Debe sentirse muy cerca de ti para confiarte algo tan íntimo.
— Quizá se sintió cerca en el momento de decírmelo, pero ya no. — ¿Y por eso
quieres verle? Todos en casa pensábamos que Rick y tú...
— Rick les hizo pensar eso... pero yo no le quiero.
— Amas a Blaise.
Con los ojos llenos de lágrimas, confesó en voz baja: —Sí.
— Muy bien. Averiguaré si ha vuelto a Newfoundland. ¿Y porqué no le
preguntas también a Louise? Siempre hubo una especie de compenetración
entre ellos y mi mujer podrá darte alguna idea acerca de su paradero. Si
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CAPÍTULO 11
LA CARRETERA estaba resbaladiza por la lluvia y le resultaba totalmente
desconocida, con numerosas curvas a lo largo de la orilla del río. Buscaba
constantemente señales y verificaba una y otra vez el plano. Hacía aire y las
gotas de lluvia caían con fuerza en el parabrisas. A medida que avanzaba el día,
Sally sintió que los ojos, cansados, comenzaban a dolerle. Pero mayor era la
angustia que la debilitaba anímicamente, ya que Louise podía haberse
equivocado. Era posible que llegara al pabellón de pesca y le encontrara
desierto y, así el largo viaje habría resultado inútil. O, peor aún, Blaise podía
estar allí, pero no querer verla, después de haber conducido durante seis horas
para alejarse de ella.
Conducía el vehículo hacia el norte, habiendo dejado atrás ciudades y pueblos.
Un pequeño pueblo con casuchas de madera, un almacén, una oficina de
correos y una gasolinera fue lo único que rompió la monotonía de kilómetros de
bosques con sus árboles mojados y azotados por el viento. Finalmente, vio un
cartel que decía: «Kipewa». Según el plano de Louise, faltaban cuatro
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—Porque cada vez que te oigo decirlo, creo un poco mas en tus palabras.
—¿Tan difícil es de creer?
— Para mí, sí respondió él, con el dolor reflejado en su rostro y su voz.
— Porque la gente a la que amaste te dejó o te rechazó. ¿Es por eso?
—Por eso, Sally —reconoció él, con pesar—. No podría soportar que tú lo
hicieras —continuó, jugando con los dedos de la chica, concentrado en lo que
hacía—. Nunca dije a ninguna mujer que la amaba. Empezaba a preguntarme si
alguna vez lo haría. Hasta que te conocí —explicó, para luego mirarla con
intensidad—. Tú cambiaste todo. Había leído sobre amores a primera vista,
aunque siempre creí que se trataba de ficción romántica y nada más, sin
embargo me ocurrió. Entré en la casa de tu madre y allí estabas. Supe que la
búsqueda, de la que no me había dado cuenta, había llegado a su fin: había
encontrado la mujer con la que quería compartir mi vida.
—Creí que me despreciabas entonces —murmuró ella.
—Estaba muy lejos de eso, querida. Pero no era ése el momento para la verdad.
No quise que vinieras a mí por necesidad o dependencia debido a tu ceguera.
Quería que lo hicieras como mujer independiente, por amor, no por temor.
— Entonces fue cuando decidiste que debía recuperar la vista. —dijo ella, con
lágrimas en los ojos.
— Y, sin darme cuenta, puse otra vez a Rick en tu camino. — ¿Sabes? A veces le
comparaba contigo, y siempre salía él perdiendo.
— Ahora te creo —afirmó él, apretándole las manos—. ¿Recuerdas que en el
hospital te dije lo que me había alegrado verte? Hoy me has demostrado algo,
Sally, al seguirme kilómetros bajo la lluvia y el viento porque era importante
para ti verme. No estoy acostumbrado a importarle tanto a alguien —subrayó
él, con un tono de humildad tal que ella sintió deseos de llorar—. ¿Entiendes lo
que estoy tratando de decirte?
— Sí. Te entiendo —respondió ella—. Te seguiría hasta el fin del mundo, Blaise.
— Y yo a ti — señaló él, deslizando sus manos hasta tocar los codos de la chica,
a quien hizo incorporar—. Porque te amo con todo mi corazón, Sally, y siempre
te amaré.
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