Vasconcelos, José - Ulises Criollo
Vasconcelos, José - Ulises Criollo
Vasconcelos, José - Ulises Criollo
Madero
Acabo de referirme a ciertos elogios que de una bailarina
hacía en mi periódico, y tiempo es ya de contar cómo llegué
a convertirme en director de un semanario político, sin menos-
cabo de mis tareas de profesional. El malestar social latente
había cuajado, por fin, en la conciencia de un mexicano. Se
llamaba Francisco l. Madero; tenía juventud y recursos y aca-
baba de publicar un libro: La Sucesión Presidencial. En él
analizaba con valentía el presente y el futuro inmediato del
país. Me tocó ser presentado a Madero en mi propio despacho,
en los altos del International Bank, en la calle de Isabel la
Católica. Allí lo llevó un amigo común: el ingeniero Manuel
Urquidi. Estaba Madero de paso en la capital y prefirió acu-
dir a verme, no obstante que yo había adelantado mi deseo
de visitarlo en su hotel. Nuestra primera conversación fue bre-
ve. Buscaba hombres independientes, decididos; me invitaba
a Ja reunión a celebrarse en la casa del ingeniero Robles
Domínguez, edificio de la calle de Tacuba. . . Con motivo
de la separación de Wilson nos habíamos trasladado al nue-
vo domicilio del Banco Internacional, del que éramos apo-
derados. En el piso alto, que Warnes adaptó lujosamente, se
instalaron nuestras oficinas y una notaría que era nuestra sub-
arrendataria. Como auxiliar de dicha notaría figuraba el li-
cenciado Antonio Díaz Soto y Gama; provinciano, todavía joven
y muy inteligente, pero de cultura rudimentaria: liberalismo
a lo Ramírez, con mezcla de socialismo a lo Henry George.
Con frecuencia discutíamos, conversábamos y aun nos cam-
biábamos libros. Y o lo admiraba porque había tomado parte
en el conato de rebelión magonista de cuatro años antes, en
protesta de la penúltima reelección de Porfirio Díaz. Los Ma-
gón~ derrotados, habían tenido que refugiarse en los Estados
Unidos y Díaz Soto, amnistiado, vivía en retiro honesto y la-
borioso. Lo primero que hice, pues, fue comunicarle la invi-
tación de Madero y hacérsela extensiva. Con sorpresa vi que no
sólo la rechazaba sino que amistosamente me aconsejó que
no me presentase a la junta y que cortase toda relación con
los alborotadores de la oposición. No valía la pena, dijo, sa-
crificarse por un pueblo que nunca responde al llamamiento
de sus mejores. A él le había quebrantado su porvenir y es-
taba decidido a no volver a mezclarse en la política de un país
LECTURAS HISTORICAS MEXICANAS 375
Carranza
El embargo de armas
Ya vi-ene el cortejo
Con frecuencia Pancho Villa había invitado a Carranza a
que pasara a Chihuahua para organizar la administración
y ejercer los atributos de mando. En vez de entrar como Primer
Jefe prefirió invadir Chihuahua por el norte, aprovechando que
Villa estaba comprometido contra el enemigo común en las
cercanías de Torreón. Y mientras el guerrillero peleaba, el Pri-
mer Jefe se entretenía en dar oído a toda clase de consejas y
en perseguir, destituir, a los empleados más modestos del jefe
chihuahuense.
Presencié la entrada de Carranza a Ciudad Juárez. A fin de
no tener más tarde el remordimiento del que se queda inactivo
384 ERNESTO DE LA TORRE