Mircea Eliade - Mito y Realidad Cap 1 PDF
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REALIDAD
EDICIONES GUADARRAMA
Lope de Rueda, 13
MADRID
Desde hace mas de media siglo, los estudiosos
occidentales han situado el estudio del mito en una
perspectiva que contrastaba sensiblemente con la de,
pongamos por caso, el siglo XIX. En vez de tratar,
como sus predecesores, el mito en la acepcion usual
del termino, es decir, en cuanto «fabula», «inven-
cion», «ficcion», Ie han aceptado tal como.Ie com-
prendian las sociedades arcaicas, en las qu~ el mito
designa, por el contrario, una «historia verdadera»,
y 10 que es mas, una historia de inapreciable valor,
porque es sagrada, ejemplar y significativa. Pero este
nuevo valor semantico aeordado al voeablo «mito»
haee su empleo en el lenguaje eorriente harto equi-
voeo. En efecto,esta palabra se utiliza hoy tanto en
el sentido de <gLccioD»0 de «ilusion» como en el
sentido, familiar especialmente a los etnologos, a los
soeiologos y a los historiadores de las religiones, de
«tradicion sagrada, revelacion primordial, modelo
ejemplar».
Se insistira mas adelante sobre la historia de las
diferentes significaciones que el termino «mito» ha
adoptado en el mundo antiguo y cristiano (d. capi-
tulos VIII-IX). Es de todos conocido que a partir de
Jenofanes (hacia 565·470) -que fue el primero en
criticar y rechazar las expresiones «mitoI6gicas» de
la divinidad utilizadas por Romero y Resiodo- los
griegos fueron vaciando progresivamente al mythos
de todo valor religioso 0 metafisico. Opuesto tanto
a logos como mas tarde a historia, mythos termin6
por significar todo «10 que no puede existir en la
realidad». Por su parte, el judeocristianismo relegaba
al dominie de la «mentira» y de la «ilusi6n» todo
aquello que no estaba justificado 0 declarado valido
por uno de los dos Testamentos.
No es en este sentido (por 10 demas el mas usual
en el lenguaje corriente) en el que nosotros entende-
mos el «mito». Precisando mas, no es el estadio men·
tal 0 el momenta hist6rico en que el mito ha pasado
a ser una «ficci6n» el que nos interesa. Nuestra in-
vestigaci6n se dirigini, eil primer lugar, hacia las
sociedades en las que el mito tiene -0 ha tenido
hasta estos ultimos tiempos- «vida», en el sentido
de proporcionar modelos a la conduct a homana y
conferir por eso mismo significaci6n y valor a la exis-
tencia. Comprender la estructura y la funci6n de los
I}litos en las sociedades tradicionales en cuesti6n no
estriba s6lo en dilucidar una etapa en la historia del
pensamiento humano, sino tam bien en comprender
mejor una categoria de nuestros contemporaneos.
Para limitarnos a un ejemplo, el de los «cargo
cults» de Oceania, seria dificil interpretar toda una
serie de actuaciones ins6litas sin recurrir a su justi-
ficaci6n mitica. Estos cultos profeticos y milenarios
proclaman la inminencia de una era fabulosa de abun-
dancia y de beatitud. Los indigenas seran de nuevo
los senores de sus islas y no trabajaran mas, pues los
muertos volveran en magnificos navios cargados de
mercancias, semejantes a los cargos gigantescos que
105 Blancos acogen en sus puertos. Por eso la ma-
[e yoria de esos «cargo cults» exige, por una parte, la
)s destrucci6n de los animales domesticos y de los en-
IS seres, y por otra, la construcci6n de vastos almace-
o nes donde se depositanln las provisiones traidas por
6 10s muertos. Tal movimiento profetiza la arribada
a de Cristo en un 'barco de mercancias; otro espera la
a lIegada de «America». Una nueva era paradisiac a
o dara comienzo y los miembros del culto alcanzaran
) la inmortalidad. Ciertos cultos implican asimismo ac-
tos orgiasticos, pues las prohibiciones y las costum-
bres sancionadas por la tradici6n perderan su raz6n
de ser y daran paso a la libertad absoluta. Ahora
bien: todos estos actos y creencias se explican por
el mito del aniquilamiento del Mundo seguido de una
nueva Creacion y de la instauradon de la Edad de
Oro, mito que nos ocupara mas adelante.
Hechos similares se produjeron en 1960 en el Con-
go con ocasi6n de la independencia del pais. En cier-
tos pueblos, los indigenas quitaron los techos de las
chozas para dejar paso libre alas monedas de oro
que haran llover los antepasados. En otros, en medio
del abandono general, tan s610 se cuidaron de 10s
caminos que conducian al cementerio, para permitir.
a los antepasados el acceso al pueblo~ Los mismos
excesos orgiasticos tenian un sentido, ya que, segun
el mito, el dia de la Nueva Era todas las mujeres per-
tenecercin a todos los hombres.
Con mucha probabilidad, hechos de este genero
serancada vez mas raros. Se puede suponer que el
«comportamiento mitico» desaparecera con la inde-
pendencia politica de 1as. antiguas colonias. Pew 10
que sucedera en un porvenir mas 0 menos 1ejano no
·nos pucde ayudar a comprender 10 que acaba de
pasar. Lo que nos importa, ante todo, es captar
el sentido de estas conductas extranas, comprender
su causa y la justificaci6n de estos excesos. Pues
comprenderlos equivale a reconocerlos en tanto que
hechos humanos, hechos de cultura, creaci6n del es-
piritu -y no irrupci6n patol6gica de instintos, bes-
tialidad 0 infantilismo-. No hay otra alternativa:
o esforzarse en negar, minimizar u olvidar. tales exce-
sos, considenindolos como casos aislados de «salva-
jismo», que desaparecenin completamente cuando las
tribus se civilicen, 0 bien molestarse en comprender
los antecedentes miticos que explican 10s excesos de
este genero, los justifican y les confieren un valor
religioso. Esta ultima actitud es, a nuestro parecer,
la unica que merece adoptarse. Unicamente en una
perspectiva hist6rico-religiosa tales conductas son sus-
ceptibles de revelarse como hechos de cultura y pier-
den su caracter aberrante 0 monstruoso de juego
infantil 0 de acto puramente instintivo.