La Interpretación Del Derecho
La Interpretación Del Derecho
La Interpretación Del Derecho
INTRODUCCIÓN AL DERECHO II
Ahora bien, en el ámbito jurídico tampoco se hace un uso preciso, unitario del
concepto, de la noción de interpretación. Cabe decir que en un sentido amplio los juristas
tienden a considerar como interpretativa cualquier actividad posterior a la promulgación de
las normas: decidir sobre la validez, resolver una laguna o una antinomia, formular un
principio general del Derecho o motivar una sentencia formarían pues, parte del mundo
interpretativo. En un sentido estricto, por interpretación es conveniente entender dos cosas:
primero, atribuir significado a las normas, clarificar que es lo que quieren decir; y segundo,
delimitar su campo de aplicación, determinando los hechos, las situaciones en que cada
norma es relevante.
La interpretación científica, llamada así por Kelsen, consiste en catalogar los posibles
significados de una disposición; posibles a la vista de las reglas de la lengua en que se halla
escrita, de los métodos de interpretación aceptados, de las propuestas doctrinales, etc. La
interpretación científica, no decide nada, no pretende decir cuál es el significado correcto,
sino que se limita a dar cuenta de un modo descriptivo de cómo se ha interpretado o de cómo
se puede interpretar una disposición. Por el contrario, se entiende por interpretación operativa
a aquella que atribuye un cierto significado como el más correcto o adecuado, o que decide
qué casos están incluidos o excluidos del ámbito de aplicación de la norma.
Con todo, el Derecho puede ser interpretado por cualquiera y, de hecho, todos lo
hacemos cotidianamente, aunque sólo sea en relación con aquellas regulaciones que nos
afectan o interesan. No obstante, hay sujetos que se suponen especialmente cualificados o
cuyas interpretaciones generan determinadas consecuencias. Atendiendo a esto, aparecen
otras cuatro clases de interpretación: doctrinal, judicial, oficial y auténtica.
En cuanto a la interpretación oficial, es aquella que realizan los órganos del Estado y
que se materializa no en la aplicación del Derecho para la resolución de casos concretos, sino
en enunciados expresamente interpretativos a propósito de normas distintas a las que en su
caso corresponde dictar al órgano en cuestión. Finalmente, se llama interpretación auténtica
la que realiza el propio autor de la norma; es una forma de interpretación en abstracto.
Con todo, las disposiciones tienen siempre un significado objetivo e independiente de
la propia interpretación, significado que unas veces sería respetado, pero que en otras podría
ser ampliado o restringido; y es de esto, de donde sale nuestra última clasificación, que es la
que pretende distinguir entre interpretación declarativa o literal e interpretación correctora,
ya sea esta última restrictiva o extensiva. Diremos entonces que una interpretación es
declarativa cuando se ajusta al significado central que en el lenguaje ordinario o jurídico se
atribuye a palabras del legislador, y a ello contribuirá el uso de ciertas técnicas. Y diremos
que es correctora cuando la interpretación se desvía de ese significado propio, utilizando para
ello otras técnicas o argumentos.
Justo lo contrario, viene a decir el modelo escéptico. En este modelo, no cabe hablar
de un significado propio de los textos, anterior a su interpretación. Interpretas pues, equivale
a formular una estipulación acerca de cómo debe entenderse una disposición. Por eso, la
norma es un producto de la interpretación y los enunciados interpretativos no dan lugar a
proposiciones susceptibles de verdad o falsedad. En estas condiciones, resulta ilusorio
pretender una unidad de solución correcta porque la interpretación depende de factores
subjetivos y presente siempre un insuprimible momento discrecional.
Finalmente, las teorías eclécticas se sitúan a medio camino entre las dos anteriores,
razón por la cual se denominan también intermedias. Afirman, por tanto, que en determinados
supuestos la actividad interpretativa es una actividad cognoscitiva o de descubrimiento, que
desemboca en proposiciones verdaderas o falsas y que admiten una, y solo una, solución
correcta. Mientras que en otros supuestos habría que dar la razón al escepticismo.
Resumidamente, el intérprete sería unas veces razón y otras voluntad.
Así entonces, los lenguajes pueden ser naturales, como el inglés o el español, y
formales, como el lenguaje de la lógica y de las matemáticas. Ambos son lenguajes
convencionales, pero el formal es unívoco y, por tanto, no presenta los problemas que
caracterizan a todos los lenguajes naturales (la ambigüedad y la vaguedad), aunque a cambio
tiene una capacidad expresiva menor y su utilización requiere una especial preparación o
pericia. A medio camino, se sitúan los lenguajes técnicos, que son lenguajes naturales cuyas
palabras, reciben un significado que pretende ser más preciso o mejor delimitado y es aquí
donde hallamos al Derecho.
Con mucha frecuencia, el Derecho emplea términos de uso común, pero dándoles un
significado parcialmente distinto; así ocurre con “robo” o “asesinato”, que en el lenguaje
común presentan un significado más amplio o vago que en el Derecho. En cualquier caso,
aunque tecnificado, el lenguaje del Derecho no deja de ser un lenguaje natural y en modo
alguno puede asimilarse al lenguaje formal de la lógica o de las matemáticas.
Pues bien, los problemas del lenguaje surgen de la indeterminación o falta de certeza
acerca de los objetos denotados o de las propiedades connotadas. Por ejemplo: con la palabra
canino, nos podemos referir a una especie particular de mamíferos, pero podemos referirnos
también a unas piezas dentales. Aquí hay un primer problema, llamado ambigüedad, que nos
obliga a precisar el sentido en que se está usando la palabra canino. Y resuelta esta cuestión,
aún pueden aparecer problemas de vaguedad si no están claras o resultan indeterminadas las
propiedades caracterizadoras.
De esta manera, el lenguaje legal usa con frecuencia expresiones que son
premeditadamente vagas: daño grave, convivencia intolerable, notoria importancia,
diligencia del buen padre de familia, negligencia leve o negligencia grave, etc. Estos
términos, corresponden a los llamados “conceptos jurídicos indeterminados”, en los cuales,
su sentido no puede ser fijado a priori, sino que requiere acudir a criterios de valor y de
experiencia.
Hasta aquí hemos tratado los problemas que presentan las disposiciones y normas
aisladamente consideradas: pueden resultar ambiguas y vagas. Empero, el intérprete, y sobre
todo el intérprete judicial, no aplica nunca normas aisladas, sino más bien conjuntos
normativos en los que se tienen en cuenta una pluralidad de normas y, en último término, el
entero ordenamiento jurídico. Por consiguiente, cuando contemplamos un caso o una norma
a la luz del sistema jurídico pueden surgir tres dificultades: lagunas, redundancias y
antinomias.