La Interpretación Del Derecho

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LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO

JUAN PABLO GARCÍA BEDOYA

INTRODUCCIÓN AL DERECHO II

HENRY ROBERTO SOLANO

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA


2019
La Interpretación del Derecho
Intérprete, interpretar, interpretación son términos que permiten usarse en los diversos
contextos lingüísticos: es posible interpretar una obra de teatro, un texto literario, un hecho
histórico, pero también, es posible interpretar los sueños y las cartas del tarot e incluso,
llegamos al punto de cómo interpreta el fútbol este o aquel jugador. Siendo así, sería
pertinente entonces preguntarnos si el empleo del término “interpretar” hace de todas estas
actividades especies del mismo género. Sin embargo, es probable que, no fuéramos capaces
de ofrecer un concepto unívoco y preciso de la noción interpretación.

Ahora bien, en el ámbito jurídico tampoco se hace un uso preciso, unitario del
concepto, de la noción de interpretación. Cabe decir que en un sentido amplio los juristas
tienden a considerar como interpretativa cualquier actividad posterior a la promulgación de
las normas: decidir sobre la validez, resolver una laguna o una antinomia, formular un
principio general del Derecho o motivar una sentencia formarían pues, parte del mundo
interpretativo. En un sentido estricto, por interpretación es conveniente entender dos cosas:
primero, atribuir significado a las normas, clarificar que es lo que quieren decir; y segundo,
delimitar su campo de aplicación, determinando los hechos, las situaciones en que cada
norma es relevante.

Tomando como referencia lo mencionado, se puede decir que interpretar equivale a


atribuir significado a la norma, lo cual es cierto, pero siempre que se destaque: el objeto de
la interpretación, aquello que se interpreta, es siempre un texto, un enunciado o conjunto de
enunciados lingüísticos. Propiamente, la norma no es el presupuesto de la interpretación, sino
su resultado, es decir, la norma es el significado que se obtiene del texto mediante la
interpretación. Así, pues, los textos o documentos constituyen el objeto o presupuesto sobre
el que se desarrolla la actividad interpretativa, mientras que las normas son su resultado.

De lo dicho, se desprende que la interpretación resulta siempre necesaria, pero no que


la norma sea un invento o una libre creación del intérprete. Aquí basta con afirmar que la
norma es el resultado de la interpretación y que sin interpretación no hay norma, con
independencia de que pueda aceptarse, que la actividad del intérprete es pura certificación de
un significado preconstituido, esto es, que el intérprete descubre y no crea en absoluto el
significado atribuido a la norma.
Haciendo ya una última precisión, en el lenguaje de los juristas suelen asociarse los
vocablos interpretación y aplicación del Derecho, hasta el punto de que en muchas ocasiones
quieran parecer sinónimas. Esta sinonimia, es legítima siempre que no lleguen a identificarse:
la interpretación es un presupuesto necesario de cualquier actividad aplicativa, pero cabe
también una interpretación sin aplicación. La aplicación, y en nuestro caso la aplicación
judicial, consiste en resolver casos y controversias de acuerdo con las normas del sistema e
incluye otras tareas que no son interpretativas como la prueba de los hechos y la adopción de
una decisión vinculante. Con todo esto, hay que resaltar que las teorías de la interpretación
se construyen pensando en la aplicación judicial.

La teoría de la interpretación es más que generosa en clasificaciones, en teorías y en


problemas que atienden a los más diversos criterios, entre los que se encuentran: el sujeto
que efectúa la interpretación, el objeto sobre el que se realiza, sus resultados; teorías como la
escéptica, la ecléctica y problemas como el Derecho y el lenguaje, la ambigüedad y la
vaguedad, etc. Entonces, sería pertinente para entender esta noción de interpretación,
describir y explicar aquellas clases, aquellas teorías y resaltar fundamentalmente los
problemas que presenta finalmente la noción de interpretación en el Derecho.

Primeramente, se ha mencionado, tomando como referencia a Prieto Sanchís y su


libro Apuntes de teoría del Derecho, que por interpretación podemos entender tanto la
atribución de significado a una disposición como la determinación de su ámbito de aplicación
y de acuerdo con el maestro Guastini, de aquí surge una primera distinción: interpretación en
abstracto y en concreto.

La interpretación en abstracto consiste sencillamente en establecer el significado de


las disposiciones y, con ello, en determinar en abstracto cuáles son las normas vigentes de
un sistema jurídico; asimismo, lo que sucede es que no se formula en presencia de un caso
concreto respecto del cual hayamos de decidir si se está o no incluido en el ámbito de
aplicación de la norma. En cambio, la interpretación en concreto lo que pretende es establecer
si a un cierto caso le es aplicable una determinada norma. Por eso, si bien puede hacerse una
interpretación en abstracto y no en concreto, no sucede igual a la inversa.

Aun así, se ha dicho también que la interpretación consiste en atribuir significado a


una disposición, estableciendo que un cierto enunciado lingüístico debe ser entendido de
determinada forma. De aquí entonces, surge una segunda distinción entre interpretación
científica e interpretación operativa.

La interpretación científica, llamada así por Kelsen, consiste en catalogar los posibles
significados de una disposición; posibles a la vista de las reglas de la lengua en que se halla
escrita, de los métodos de interpretación aceptados, de las propuestas doctrinales, etc. La
interpretación científica, no decide nada, no pretende decir cuál es el significado correcto,
sino que se limita a dar cuenta de un modo descriptivo de cómo se ha interpretado o de cómo
se puede interpretar una disposición. Por el contrario, se entiende por interpretación operativa
a aquella que atribuye un cierto significado como el más correcto o adecuado, o que decide
qué casos están incluidos o excluidos del ámbito de aplicación de la norma.

Con todo, el Derecho puede ser interpretado por cualquiera y, de hecho, todos lo
hacemos cotidianamente, aunque sólo sea en relación con aquellas regulaciones que nos
afectan o interesan. No obstante, hay sujetos que se suponen especialmente cualificados o
cuyas interpretaciones generan determinadas consecuencias. Atendiendo a esto, aparecen
otras cuatro clases de interpretación: doctrinal, judicial, oficial y auténtica.

La interpretación doctrinal, es la que se hace en las Facultades de Derecho con un


objetivo primordialmente informativo o de explicación. El Catalán Juan Román Capella la
llama “interpretación especulativa”. Suele ser una interpretación tanto abstracta como
concreta, y tanto científica como operativa. Esta interpretación, no tiene carácter vinculante,
es sólo persuasiva. En lo que se refiere a interpretación judicial, es la que realizan los jueces
y tribunales en el ejercicio de su función jurisdiccional para la resolución de los casos o
controversias de los que deban conocer. Es siempre una interpretación concreta y operativa.
Se diferencia de la doctrinal ya que esta, no versa a propósito del Derecho, sino que forma
parte del mismo Derecho.

En cuanto a la interpretación oficial, es aquella que realizan los órganos del Estado y
que se materializa no en la aplicación del Derecho para la resolución de casos concretos, sino
en enunciados expresamente interpretativos a propósito de normas distintas a las que en su
caso corresponde dictar al órgano en cuestión. Finalmente, se llama interpretación auténtica
la que realiza el propio autor de la norma; es una forma de interpretación en abstracto.
Con todo, las disposiciones tienen siempre un significado objetivo e independiente de
la propia interpretación, significado que unas veces sería respetado, pero que en otras podría
ser ampliado o restringido; y es de esto, de donde sale nuestra última clasificación, que es la
que pretende distinguir entre interpretación declarativa o literal e interpretación correctora,
ya sea esta última restrictiva o extensiva. Diremos entonces que una interpretación es
declarativa cuando se ajusta al significado central que en el lenguaje ordinario o jurídico se
atribuye a palabras del legislador, y a ello contribuirá el uso de ciertas técnicas. Y diremos
que es correctora cuando la interpretación se desvía de ese significado propio, utilizando para
ello otras técnicas o argumentos.

Finalizado entonces, el tópico de los diversos criterios clasificatorios de la


interpretación sería pertinente hacer referencia a las teorías sobre esta noción. En los párrafos
anteriores, nos hemos referido a la interpretación con un lenguaje de uso corriente entre los
juristas, pero no del todo preciso. Se ha dicho que interpretar es aclarar el significado de un
enunciado, que existen decisiones interpretativas, que la interpretación pretende dilucidar
cuáles con los hechos o casos que entran en el campo de aplicación de una norma, que la
interpretación trabaja sobre disposiciones pero que produce normas, etc. Con lo anterior, la
interpretación entendida como actividad puede adscribirse a dos mundos distintos: el mundo
de la razón y del conocimiento, y el mundo de la voluntad y de la decisión.

Explicando brevemente, para algunos el jurista intérprete es un sujeto racional que


descubre un significado preexistente, de modo no muy distinto a como el científico conoce e
interpreta los fenómenos físicos; para otros, el intérprete es un agente político creador de
Derecho, en el fondo no muy diferente del legislador. Y, en fin, no faltan quienes afirman
que el jurista se aproxima a veces a la primera figura, y otras veces a la segunda figura.
Podemos hablar entonces de tres teorías o modelos de interpretación: el cognoscitivista, el
escéptico y el ecléctico o intermedio.

Para las teorías cognoscitivistas, la actividad interpretativa es una actividad de


descubrimiento de los significados objetivos que constituyen el contenido de las
disposiciones o normas. Siendo una actividad cognoscitiva dará como resultado la
formulación de enunciados interpretativos susceptibles de ser calificados como verdaderos o
falsos. En consecuencia, es propio de estas teorías sostener la llamada tesis de la unidad de
solución correcta: todo problema práctico ha de encontrar una y sólo una respuesta correcta
a la luz de un mismo sistema normativo.

Justo lo contrario, viene a decir el modelo escéptico. En este modelo, no cabe hablar
de un significado propio de los textos, anterior a su interpretación. Interpretas pues, equivale
a formular una estipulación acerca de cómo debe entenderse una disposición. Por eso, la
norma es un producto de la interpretación y los enunciados interpretativos no dan lugar a
proposiciones susceptibles de verdad o falsedad. En estas condiciones, resulta ilusorio
pretender una unidad de solución correcta porque la interpretación depende de factores
subjetivos y presente siempre un insuprimible momento discrecional.

Finalmente, las teorías eclécticas se sitúan a medio camino entre las dos anteriores,
razón por la cual se denominan también intermedias. Afirman, por tanto, que en determinados
supuestos la actividad interpretativa es una actividad cognoscitiva o de descubrimiento, que
desemboca en proposiciones verdaderas o falsas y que admiten una, y solo una, solución
correcta. Mientras que en otros supuestos habría que dar la razón al escepticismo.
Resumidamente, el intérprete sería unas veces razón y otras voluntad.

En consecuencia, para entender de manera óptima esta noción de interpretación cabe


resaltar aquellos problemas a la hora de interpretar: el lenguaje, la ambigüedad, la vaguedad
y sus problemas que vienen derivados del sistema. De esta manera, la afirmación de que “el
Derecho es lenguaje” suele ser generalmente aceptada, aunque muchos filósofos y juristas se
apresuran a añadir que el Derecho no es sólo lenguaje, sino además otras muchas cosas. Sin
embargo, en el Derecho el lenguaje resulta fundamental en la medida en que pretende ser un
sistema de comunicación entre el productor y los destinatarios de las normas.

Así entonces, los lenguajes pueden ser naturales, como el inglés o el español, y
formales, como el lenguaje de la lógica y de las matemáticas. Ambos son lenguajes
convencionales, pero el formal es unívoco y, por tanto, no presenta los problemas que
caracterizan a todos los lenguajes naturales (la ambigüedad y la vaguedad), aunque a cambio
tiene una capacidad expresiva menor y su utilización requiere una especial preparación o
pericia. A medio camino, se sitúan los lenguajes técnicos, que son lenguajes naturales cuyas
palabras, reciben un significado que pretende ser más preciso o mejor delimitado y es aquí
donde hallamos al Derecho.
Con mucha frecuencia, el Derecho emplea términos de uso común, pero dándoles un
significado parcialmente distinto; así ocurre con “robo” o “asesinato”, que en el lenguaje
común presentan un significado más amplio o vago que en el Derecho. En cualquier caso,
aunque tecnificado, el lenguaje del Derecho no deja de ser un lenguaje natural y en modo
alguno puede asimilarse al lenguaje formal de la lógica o de las matemáticas.

Pues bien, los problemas del lenguaje surgen de la indeterminación o falta de certeza
acerca de los objetos denotados o de las propiedades connotadas. Por ejemplo: con la palabra
canino, nos podemos referir a una especie particular de mamíferos, pero podemos referirnos
también a unas piezas dentales. Aquí hay un primer problema, llamado ambigüedad, que nos
obliga a precisar el sentido en que se está usando la palabra canino. Y resuelta esta cuestión,
aún pueden aparecer problemas de vaguedad si no están claras o resultan indeterminadas las
propiedades caracterizadoras.

Siendo así, la ambigüedad es una característica de los términos o expresiones, en el


caso del Derecho de las disposiciones, no de las normas propiamente dichas. En nuestro caso,
la ambigüedad puede obedecer tanto al uso de palabras procedentes del lenguaje ordinario
como a la utilización de palabras técnicas o tecnificadas propias del lenguaje jurídico.
También, estos problemas en muchos casos tienen su origen en frases adjetivas o de relativo,
que permiten interpretaciones distintas, aunque todas correctas. Así, si una norma establece
que los trabajadores en situación de desempleo o sus viudas mayores de sesenta y cinco años
pueden solicitar una ayuda económica, cabe interpretar que la condición relativa a la edad
rige para todos o sólo para las viudas.

Aclarada, la ambigüedad, se plantea el problema de dilucidar el alcance de un


término, de establecer qué propiedades han de darse para su uso; no se trata ahora de una
duda sobre el significado de la palabra, sino sobre su aplicación a los objetos del mundo. Se
presenta, el problema de vaguedad. Problemas que se presenta, debido a que el lenguaje
natural es siempre indeterminado, es decir, no conocemos con precisión las propiedades
definitorias de una palabra.

De esta manera, el lenguaje legal usa con frecuencia expresiones que son
premeditadamente vagas: daño grave, convivencia intolerable, notoria importancia,
diligencia del buen padre de familia, negligencia leve o negligencia grave, etc. Estos
términos, corresponden a los llamados “conceptos jurídicos indeterminados”, en los cuales,
su sentido no puede ser fijado a priori, sino que requiere acudir a criterios de valor y de
experiencia.

Hasta aquí hemos tratado los problemas que presentan las disposiciones y normas
aisladamente consideradas: pueden resultar ambiguas y vagas. Empero, el intérprete, y sobre
todo el intérprete judicial, no aplica nunca normas aisladas, sino más bien conjuntos
normativos en los que se tienen en cuenta una pluralidad de normas y, en último término, el
entero ordenamiento jurídico. Por consiguiente, cuando contemplamos un caso o una norma
a la luz del sistema jurídico pueden surgir tres dificultades: lagunas, redundancias y
antinomias.

La laguna, no es estrictamente, un problema interpretativo, porque la constatación de


una laguna es la consecuencia y no el presupuesto de la interpretación. Ello significa, que las
lagunas en realidad son evitadas o propiciadas por el juez mediante una interpretación
extensiva (que evita laguna) o restrictiva (que la produce). Éste es un problema que se le
plantea al intérprete y por ello se habla de un problema de relevancia. Por otro lado, se dice
que existe un problema de redundancia cuando dos disposiciones dicen lo mismo, tienen al
menos en apariencia el mismo significado. Por último, del problema de las antinomias se
puede decir lo mismo que el problema de las lagunas: que no se trata de una dificultad
interpretativa, debido a que la antinomia es el resultado y no el presupuesto de la
interpretación; y, que puede ser evitada o propiciada mediante ámbitos de validez de la
norma. Las antinomias, representan un problema de relevancia.

Para concluir, la interpretación es un término que permite su uso en múltiples y


variados contextos lingüísticos, por lo que como dije al inicio de este ensayo, más allá de una
idea genérica, es sumamente difícil ofrecer un concepto unívoco de este concepto y, por ende,
se puede decir que el Derecho y su interpretación padecen de las patologías del lenguaje y,
asimismo, dotan de sentido y contenido al ordenamiento jurídico.

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