3.-Kitsch y Vanguardia
3.-Kitsch y Vanguardia
3.-Kitsch y Vanguardia
Para hablar del kitsch, conviene siempre comenzar por establecer qué es, a qué se
refiere esa palabra cuya difícil pronunciación sugiere las tenebrosas oscuridades de
polvorientas filosofías,. Nada más lejano del kitsch y de su eterno enamoramiento
con las formas artísticas más obvias y explícitas. El kitsch confronta la abstracción
del concepto con la tangibilidad de las imágenes figurativas, la distancia y frialdad
del vacío especulativo con una cálida familiaridad saturada de significación.
Dejemos que hable por sí mismo:
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armas de dicha modernidad (es decir, los mecanismos vanguardistas) pueden curar
a la cultura de esta contagiosa enfermedad.
Al igual que Broch, Greenberg ubica el origen del kitsch en la mitad del siglo XIX.
Sin embargo, en vez de embarcarse en elucubraciones filosóficas, el crítico
norteamericano opta por la vía pragmática, apuntando un dedo acusador a la indus-
trialización y la masificación, el capitalismo y la cultura de consumo. El use del
término "capitalismo" e, incluso, la cita de Marx con que Greenberg finaliza su
ensayo, no deben ser tomados en manera alguna como índices de una postura
ideológica de izquierda. Muy al contrario, Greenberg "abraza" estos términos tan
sólo en la medida que apoyan su visión de la modernización como un mal, además
de legitimar como contemporáneo su vocabulario.
A fin de establecer esta sospechosa afinidad, Greenberg hace una pirueta
extraordinaria: si bien Marx critica el capitalismo por producir un estado de
alienación, Greenberg lo vitupera por producir la cultura de masas, es decir, la
vulgarización de la experiencia del arte. En otras palabras, lo que indigna a Green-
berg es que por obra y causa de la industrialización, el capitalismo y la cultura de
consumo, el arte se halle en manos de los que él indistintamente llama pobres,
campesinos y plebeyos. La alfabetización, por extensión, no ha hecho sino hacer
accesibles a "las masas insensibles e indiferentes" una experiencia estética que
sólo pueden entender y disfrutar propiamente las clases adineradas. Difícilmente un
argumento socialista, si bien podemos intuir en el confuso trasfondo de esta mé-
lange, la nostalgia por el valor de uso que determina la relación directa con el objeto
como la única experiencia válida.
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masas urbanas recientemente alfabetizadas a una experiencia cuya trascendencia
(o, dicho de otra manera, el paso a un estado de conocimiento superior) sólo puede
ser garantizada por la exclusividad de un lenguaje artístico abstracto y cerrado
sobre sí mismo.
Quisiera hacer una breve anotación al margen. Es evidente que las oposiciones
recién descritas entre individualidad/masificación y trascendencia/vulgarización
están implícitamente articuladas por la dicotomía entre lo puro (que es bello,
sublime y saludable) y lo impuro, mixto o híbrido (que es vulgar, degradado y
virulento). Teniendo esto en cuenta, resulta paradójico que el nazismo haya
invertido los términos que casi podríamos llamar “clásicos" de esta dicotomía,
haciendo del kitsch el estandarte de la pureza, y representando a la vanguardia
como la degeneración del arte. Si bien no es casual que Hitler escogiera al kitsch,
específicamente por su nostalgia neoclásica, para reproducir masivamente los
dictados de su propio afán racial, cabe también observar que el use del kitsch es en
sí secundario al fin a cuyo servicio fue puesto -promover cierta visión sobre la
pureza. Esto demuestra el peligro de las formulaciones excluyentes que basan su
poderío en la concepción de una clase, un género o una raza, cuya pureza -real o
pretendida- supuestamente le confiere un grado de superioridad.
Cierro este paréntesis y me apresto a abordar la polémica sobre la cultura de masas
con una anécdota que nos permitirá un pequeño respiro, ya que ilustra humorística-
mente la capacidad seductora del kitsch, la cual le ha ganado a éste, para mejor o
peor, mayor número de adeptos que de detractores:
"Se trata de la historia de un fogoso Lotario, quien en balde procuraba conquistar la
gracia de su Gretchen. Esta, indiferente a su enamorado, se sentaba diariamente en
un balcón sobre el lago, zurciendo medias y disfrutando del paisaje. Fue entonces
que a Lotario se le ocurrió la gran idea: domesticó a dos cisnes y, todos los días,
infaliblemente, pasaba nadando bajo el balcón de su esquiva amante, abrazado a
sus dos emplumados remolques. Por varias tardes, no hizo otra cosa que asumir
distintas posturas galantes con sus aves bajo el balcón. Tal vez Lotario imaginaba
que había algo de poéticamente arcaico y mitológico en tales travesuras. Sea lo que
fuere, su idea dio resultado, siendo conquistado el corazón de la dama y uniéndose
pronto ambos en feliz matrimonio".
La anécdota la recuenta Haroldo de Campos en su breve ensayo del 69 intitulado
"Vanguardia y kitsch". En éste, De Campos se adscribe a la tesis del kitsch como
"mentira estética" propuesta cuatro años antes por Umberto Eco en el ensayo "La
estructura del mal gusto". El autor de Apocalípticos e integrados ante la cultura de
masas se cuida de denunciar la democratización cultural efectuada por la pro-
ducción masiva, la cual él defiende como forma cultural legítima. No obstante, Eco
le da su, propia vuelta de tuerca al asunto al declarar que el problema del kitsch
radica específicamente en su intención de hacerse pasar por arte.
A esta voluntad ilegítima (acaso sería acertado llamarla bastarda), Eco contrapone
los parámetros del arte verdadero, definidos por el descubrimiento y la innovación
propios de la vanguardia. En otras palabras, la cultura de masas está bien mientras
se mantenga en su sitio, más una vez que se propone "como obra original y capaz
de estimular experiencias inéditas" efectúa un acto de transgresión que la reduce al
kitsch.
Consecuentemente, la propuesta de Eco es un progreso muy relativo. Lo que él
hace es refinar los paradigmas de la discusión, relegando siempre al kitsch a la
cocina. Su análisis ayuda a distinguir entre los distintos aspectos de la cultura de
masas, cosa que el mismo Gillo Dorfles, quien publicará pocos años después su
conocida antología del
kitsch (en la que recoge, entre otros, los ensayos de Broch y Greenberg) no atina a
hacer. Con todo, Eco no hace sino darnos la misma harina en otro costal,
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sustituyendo los términos de "trascendencia" y "unicidad" usados por los críticos
anteriores por el más moderno de la
"originalidad", y criticando, en estrecha afinidad con la vieja discusión, la
decontextualización estética llevada a cabo por el kitsch. Ni siquiera la misma
Susan Sontag,cuyas notas sobre la sensibilidad camp causaron furor durante esa
misma época, y de quien por lo tanto podríamos esperar cierta simpatía hacia
nuestro vituperado fenómeno, es capaz de darle siquierá la hora del día. El kitsch,
según ella, es embrutecedor, ya que saca las cosas de contexto, reduce la
capacidad de atención y disminuye el apetito por la complejidad. El Japón, afirma,
contradictoriamente en otro momento, es un país en donde el Kitsch se ha
convertido en el modo predominante de experimentar la realidad.
Para salvar al kitsch de este pozo sin fondo tenemos que regresar a su país de
origen, ya que es nada menos que Walter Benjamín quien ofrece los parámetros
para una comprensión más contemporánea y positiva del mismo. En su conocido
ensayo sobre el arte en la era de la reproducción mecánica, escrito en 1936,
Benjamin describe cómo dicha reproducción causa la pérdida del aura de
autenticidad con que el arte se legitimaba como experiencia superior. Frente a la
proliferación de copias, afirma, la experiencia auténtica, basada en la posesión o
contacto privilegiado con el producto único, es desmantelada. De hecho, todos los
esfuerzos por redimir dicha experiencia resultan anacrónicos en el momento en que
ésta es desplazada por una nueva sensibilidad, constituida según Benjamín,
precisamente por los efectos de la reproducción masiva y la proliferación urbana, es
decir, por la distracción. En un texto corto y poco conocido sobre el kitsch, Benjamin
lo valoriza por encima del arte, declarando que la "barata sensorialidad" del kitsch
permite una experiencia más intensa del mundo:
"El kitsch es la última máscara de lo banal, con la cual nos vestimos en el sueño y
en la conversación, para incorporar la fuerza del mundo extinto de los objetos. Lo
que llamábamos arte comienza sólo a dos metros de distancia del cuerpo. Pero
ahora con el kitsch el mundo objetual se acerca al ser humano, se rinde a su tanteo
y por último forma sus propias figuras en el interior de éste".
Irónicamente, es con este escritor judío que se suicida poco después de la
ocupación nazi de París, que el kitsch cobra al fin valor teórico. Toda vez que queda
establecido como parte constituyente de una experiencia la cual ahora llamamos
postmoderna: el mundo extinto de los objetos, el fin de una aproximación directa a
la realidad. Hoy en día, la transgresión intertextual que atraviesa y mezcla distintos
registros culturales es cosa común. Asimismo, la definición de lo real se ha
extendido y complicado al incluir a la representación como un elemento
determinante de nuestra percepción, eliminando así la tradicional jerarquía entre
realidad y simulacro. Finalmente, la teatralidad, el artificio, la presentación de una
realidad cuya saturación de códigos significantes la convierte en hiperrealidad, son
algunos de los modos de conocimiento y disfrute estético propios de nuestra época.
Recapitulando, podemos decir que la vanguardia y el kitsch se contraponen
radicalmente en tres aspectos fundamentales. El primero es el sistema de valores
que reproducen: la vanguardia se apuesta por una estética trascendente, concebida
como modo superior de conocimiento a la cual se accede gracias a la perfecta
comunión entre el fondo y la forma. El kitsch se dedica a lo sensorial como modo
familiar y cercano de concebir lo intangible, frecuentemente relegando al llamado
fondo o contenido a un segundo lugar, y despreciando los procesos racionales
como modo de conocimiento.
La segunda distinción entre la vanguardia y el kitsch se refiere a sus mecanismos
formales: cómo producir significado. En consistencia con su trascendencia ideal, la
vanguardia ejercita estrategias de depuración simbólica (deshacerse de lo banal y
superfluo: el lenguaje, la historia, las convenciones sociales) para poder liberarse
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de la carga terrenal. De este modo pretende acceder a la verdad última, concebida
como un momento, único a irrepetible, de descubrimiento existencial. Por su parte,
el kitsch opera a través de la saturación iconográfica y la recarga sentimental,
designando al afecto como la experiencia a recrear, y ofreciendo esta experiencia a
quienesquiera les interese. Así, a la originalidad e innovación vanguardistas.
Bibliografía:
Walter Benjamin, "The Work of Art in the Age of Mechanical Reproduction" (1936),
Illuminations, trad. Harry Zohn, Londres: Jonathan Cape, 1970: 219-253.
----- "Traumkitsch", Angelus Novus. Ausgewahlte Schriften, Vol.2, Frankfurt am Main:
Suhrkamp, 1966.
Hermann Broch, Kitsch, vanguardia y el arte por el arte, (tornado de escritos de
1955), Barcelona: Tusquets, 1979.
Haroldo de Campos, "Vanguards e kitsch", A arte no horizonte do provável, Sao
Paulo: Persectiva, 1969, pp. 193-201.
Gillo Dorfles, ed., Il Kitsch, Milano: Gabriele Mazzotta Editors, 1969.
Umbertp Eco, "La estructura del mal gusto". Apocalípticos a integrados ante la
cuttura de masas, Barcelona: Lumen, 1968, pp. 79-I51.
Clement Greenberg, "Avant-garde and Kitsch" (1939), Art and Culture, Boston:
Beacon Press, 1961, pp. 3-21.
Susan Sontag, "Notes on Camp", Against Interpretation and Other Essays (1961),
New York: Octagon Books, 1982.
** Ponencia leída en el seminario "Vanguardia y modernidad", organizado por la
Fundación Vicente Huidobro en Santiago, Chile, en diciembre de 1991.