TEMAS Retiro de Confirmacion

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Nuestra realidad: ausencia de Dios en el corazón del hombre

Bienvenidos sean todos ustedes…, me complace su presencia en esta


noche, en esta semana; los he llamado para preparar el encuentro que tendrán
sus hijos con ustedes, al recibir los sacramentos de la Confirmación y de la
eucaristía. Dispónganse en su mente, en su corazón, en su ánimo y sentimientos
para que descubran la presencia y el amor de Dios en su vida…

El proceso de prescindir de
Dios en la vida personal, social y global, suele ser casi siempre idéntico y
repetitivo, hasta desembocar en el agnosticismo y ateísmo.

Se comienza con achacar a


Dios la culpa y la responsabilidad de todo lo incomprensible que vemos o afecta
a la vida y felicidad del ser humano.

Tanto las desgracias


naturales como las humanas, ajenas o personales, el culpable es el mismo Dios.

Se duda, luego, de su
existencia. Más tarde, se llega al convencimiento de que si existiese, será
igualmente imposible el conocerle, hasta desembocar, al fin, en el ateísmo
práctico.

No queda aquí todo. En la


vida social se prescinde de Él casi por completo.

Se vive y se obra,
“como si no existiese”, reduciéndole al ámbito individual, a mera
caricatura, fetiche o estorbo. Más tarde se le arrincona como algo innecesario,
obsoleto y hasta molesto. No faltan quienes le presentan como enemigo de la
verdadera libertad humana, confinando su persona al baúl de los recuerdos. Si
alguien se atreve públicamente a profesar su fe en Él, a este tal se le
ridiculiza, se le margina y se le combate por todos los medios. Así se llega,
sin darse casi cuenta, al ateísmo beligerante. A ese fantasma, fruto de la
creación, fantasía y miedos humanos, se le ataca como enemigo y rival del
hombre.

Cuanto más lejos esté su


recuerdo, más libre será el hombre, hasta desterrarle por completo de su vida.
El hombre se erige en juez, autor, realizador, principio y fin de sí mismo y de
su existencia. Se ha endiosado a sí mismo… Terminada la obra de demolición de
la fe, comenzará la obra de la suplantación de Dios por una caterva
interminable de ídolos, dioses y dio sencillos que tratarán de ocupar el vacío
inmenso que el único Dios vivo y verdadero ha dejado en el corazón y en la vida
del ateo. El proceso se ha cerrado. La conclusión es patente. El hombre es el
único dios.

Hoy, uno de tantos problemas serios en nuestros días es que pensamos


que estamos educados en la fe, cuando en realidad nos falta mucho por hacer y
conocer, como personas y como cristianos.

Vivimos un catolicismo popular debilitado por nuestra ignorancia


religiosa, que ha provocado hasta la indiferencia religiosa, o la oposición
abierta a que los miembros de su familia busquen a Dios y se salven; nos ha ido
orillando a vivir una vida sin Dios, una vida materialista y consumista… (DP
461).

Muchos de
nosotros nos hemos quedado quizá solo con algunos rezos mal aprendidos, sin
casi nada de doctrina, viviendo una vida de fe de niños, siendo ya
adultos…Hay muchas rezones de sobra para que los invitemos a tener una
preparación cristiana en la celebración de los sacramentos de sus hijos.

Urge hoy
tener un encuentro vivo personal con Jesús, que nos lleve a ser hombre o
mujeres comprometidos personalmente con Dios, capaces de participación y
comunión en el seno de la Iglesia y entregados al servicio de la salvación de
las almas. (DP 997.998.1000). ¡Hoy o se vive con devoción profética, con
energía, con alegría, la propia fe, o se pierde! (Papa Paulo VI).

Conclusión: Consecuencias de la ausencia de


Dios: El
origen de toda división es la ausencia de Dios en el corazón del hombre y de la
sociedad. En efecto, las consecuencias
más dramáticas de la ausencia de Dios en el horizonte humano, se producen en el
terreno de los comportamientos concretos de cada persona y de la sociedad en su
conjunto, en las relaciones de unos con otros o contra otros. Cuando falta Dios
en el corazón del hombre, en los miembros de nuestra familia, la armonía se
destruye, y la arrogancia, el orgullo, los celos y la rebeldía se apoderan del
espíritu, y entonces no podemos esperar más fruto que la división.

2. Uno de
los grandes enemigos en la familia la ignorancia religiosa

Muchas veces resuena la queja acerca de la


ignorancia religiosa que afecta a nuestros fieles, pero se concibe ese defecto
en términos un tanto racionalistas. La ignorancia religiosa no es sólo carencia
doctrinal, es falta de integración plena en la personalidad del cristiano de la
verdad de la fe y la vida de la gracia. Un itinerario catequístico permanente e
integral ha de ser la respuesta adecuada a este fenómeno de la expansión de las
sectas porque irá formando, plasmando, una cultura cristiana; irá renovando el
sustrato cristiano de nuestra Ciudad, parroquia y de nuestra familia.

La familia sufre en gran medida, desviaciones


morales que deforman su rostro, violentan su sacralidad y atentan su dignidad:
la ignorancia religiosa debilita los valores de la vida conyugal y la familia”.
Todo esto porque, como ha dicho Pío X, donde quiera que la inteligencia está
bloqueada por las densas tinieblas de la ignorancia, es imposible encontrar ni
recta voluntad, ni buenas costumbres (cfr. Encicl. Acerbo nimis, 15 Apr. 1905,
Pío X Acta vol. II. p. 74).

La ignorancia religiosa o la deficiente


asimilación vital de la fe dejarían a los bautizados inermes frente a los
peligros reales del secularismo, del relativismo moral o de la indiferencia
religiosa. Estos problemas graves pesan sobre la familia y la parroquia, desde
el punto de vista religioso y eclesial: la crónica y aguda escasez de
vocaciones sacerdotales, religiosas y de otros agentes de pastoral, con el
consecuente resultado de ignorancia religiosa cada vez mayor, superstición y
sincretismo entre los menos preparados; el creciente indiferentismo, si no
ateísmo, a causa del moderno secularismo

“En nuestros países la familia amenazada es


aquella que conserva su unidad, sus derechos, su dignidad y sus valores. Su
unidad es amenazada por la plaga del divorcio, de la separación y de los
conflictos matrimoniales, así como por creciente migración de sus jóvenes y de
sus fuerzas vivas para trabajar en el extranjero. Sus derechos fundamentales no
son asegurados, ni dignos. La dignidad de la familia es sometida ante las
desviaciones morales, así como por ciertas condiciones de vida que dejan sin
respuesta a algunas familias que deben vivir en la pobreza y la privación. Sus
valores son debilitados a causa de las crisis políticas, económicas, de la
seguridad pública y morales, así como a causa de la disminución de la práctica
religiosa y de la ignorancia del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia.

Pío XII, el 7 de abril de 1946, en un radio


mensaje al Congreso Catequístico en Barcelona, decía: El mundo sufre males
dolorosísimos, pero pocos tan transcendentales como la ignorancia religiosa, en
todas sus clases; urgen en la sociedad enérgicos remedios, pero pocos tan
urgentes como la difusión del Catecismo… Los padres en el calor del hogar,
los maestros en la seriedad de la escuela, los sacerdotes en el santuario del
templo y en todas partes pueden, deben prestar a la humanidad el insuperable
servicio de abrir con el Catecismo a las nuevas generaciones los tesoros de la
doctrina católica y formarlas en él, para que, bien empapadas de espíritu
cristiano, enamoradas de la verdad, de la justicia y de la caridad del
Evangelio, encendidas en el amor de Jesucristo, pueda edificarse sobre ellas la
paz futura, la única paz digna de este nombre que es la paz cristiana.

Por su parte, el 7 de noviembre de 2006, el


Papa Benedicto XVI, enumeró los estragos del “nivel espantoso” que ha alcanzado
la ignorancia religiosa y la urgencia de una evangelización que no mutile la
fe. Por esto, desde luego debemos reflexionar seriamente sobre nuestras
posibilidades de encontrar modos de comunicar, aunque de modo sencillo, los
conocimientos, a fin de que la cultura de la fe esté presente. Él habla de cuatro líneas:

1) Una fe “coherente” en la vida cristiana; es decir,


el lugar de la fe en la vida del cristiano y la relación con su actividad. Es
de desear que haya unidad entre la fe y la vida: hoy “parece natural lo
contrario, es decir, que en el fondo no es posible creer, que de hecho Dios
está ausente. En todo caso, la fe de la Iglesia parece una cosa del pasado
lejano”. Por eso, es importante tomar nuevamente conciencia del hecho de que la
fe es el centro de todo“.

Después de resaltar que la fe “es sobre todo


fe en Dios” y esta “centralidad de Dios debe estar presente de modo
completamente nuevo en todo nuestro pensar y obrar“, el Pontífice decía que
“esto es lo que anima también la acción, porque en caso contrario pueden caer
fácilmente en el activismo y se acaban vaciando”.

“Esta forma completa de la fe, expresada en


el Credo, de una fe en y con la Iglesia como sujeto vivo, en el que obra el
Señor, es la que deberíamos tratar de poner realmente en el centro de nuestras
actividades. Lo vemos también hoy muy claramente: el desarrollo, donde ha sido
promovido exclusivamente sin alimentar el alma, produce daños”.

2) Evangelización y formación teológica; es decir,


la urgencia de la evangelización, de una correcta formación en los seminarios y
facultades teológicas:

“Si no se enseña al ser humano, además de


todo lo que es capaz de hacer y todo lo que su inteligencia hace posible, a
iluminar su alma y a ser consciente de la fuerza de Dios, se aprenderá sobre
todo a destruir. Por eso, es necesario que se fortalezca nuestra
responsabilidad misionera: si somos felices de nuestra fe, nos sentimos
obligados a hablar de ella a los demás. Después, está en las manos de Dios en
qué medida podrán acogerla los hombres”.

Una cosa que a todos nos preocupa, dice


Benedicto XVI, en el sentido positivo del término, es el hecho de que la
formación teológica de los futuros sacerdotes y de los demás profesores y
anunciadores de la fe sea buena; por eso, tenemos necesidad de buenas
facultades teológicas, de buenos seminarios mayores y de adecuados profesores
de teología”.

En cuanto a la catequesis, el papa dijo, que


si por una parte, “en los últimos cincuenta años ha progresado desde el punto
de vista metodológico, por otra, se ha perdido mucho en la antropología y en la
búsqueda de puntos de referencia, de modo que a menudo no se llega ni siquiera
a los contenidos de la fe. Sin embargo, es importante que en la catequesis la
fe siga siendo plenamente valorizada y encontrar los modos para que sea comprendida
y acogida, porque la ignorancia religiosa ha alcanzado hoy un nivel espantoso“.

3) La auténtica interpretación de la Sagrada


Escritura: El Santo
Padre ha subrayado que es muy importante que “junto, con y en la exégesis
histórico-crítica, se dé realmente una introducción a la Escritura viva como
Palabra de Dios actual“.

4) La necesidad de recuperar el auténtico


sentido de la liturgia, de modo que, la comunidad, al celebrar los
sagrados misterios de nuestra fe, pueda entrar en la gran comunidad viva en la
que Dios mismo nos nutre”.

Refiriéndose a la homilía, el Santo Padre


recordó que no es “una interrupción de la liturgia, mediante un discurso, sino
que pertenece al acto sacramental, llevando la palabra de Dios en el presente
de esta comunidad”.

“Eso significa, que la homilía, de por sí,


forma parte del misterio y no puede ser sencillamente separada de él”. El Papa,
tras recordar que el celebrante debe leer la homilía afirmó: “El sacerdocio es
hermoso solamente si se cumple una misión que es una totalidad, de la que no se
puede separar una cosa u otra. Y a esta misión pertenece, desde siempre,
incluso en el culto del Antiguo Testamento, el deber del sacerdote de ligar el
sacrificio con la Palabra, que es parte integrante del mismo”.

CONCLUSIÓN

Aunque hoy, gracias a la generalización de la


enseñanza, los jóvenes han adquirido una cultura superior a la de sus padres,
en muchos casos este nivel no se da en la vida cristiana, pues se constata a
veces no sólo una ignorancia religiosa, sino un cierto vacío moral y religioso
en las jóvenes generaciones.

La ignorancia religiosa o la deficiente


asimilación vital de la fe dejarían a los bautizados inermes frente a los
peligros reales del secularismo, del relativismo moral o de la indiferencia
religiosa, con el consiguiente riesgo de perder la profunda religiosidad de
vuestro pueblo, que tiene hermosas expresiones en las valiosas y sugestivas
manifestaciones cristianas de la piedad popular.

El mundo sufre males dolorosísimos, pero


pocos tan transcendentales como la ignorancia religiosa, en todas sus clases;
urgen en la sociedad enérgicos remedios, pero pocos tan urgentes como la
difusión del Catecismo. Los padres en el calor del hogar, los maestros en la
seriedad de la escuela, los sacerdotes en el santuario del templo y en todas
partes pueden, deben prestar a la humanidad el insuperable servicio de abrir
con el Catecismo a las nuevas generaciones los tesoros de la doctrina católica
y formarlas en él, para que, bien empapadas de espíritu cristiano, enamoradas de
la verdad, de la justicia y de la caridad del Evangelio, encendidas en el amor
de Jesucristo, pueda edificarse sobre ellas la paz futura, la única paz digna
de este nombre que es la paz cristiana.

Es urgente que todos, fieles cristianos,


padres de familia, religiosos y sacerdotes, nos apliquemos a educarnos y
formarnos en la fe para educar y formar en la fe, para defender nuestra fe,
asaltada no sólo por la ignorancia religiosa de no pocos, sino también por las
insidias de la superstición y del error; para ser incluso sostén de una
sociedad cristiana fundada sobre el respeto a la autoridad, la integridad de la
familia y un concepto de la vida, no como campo de placeres y de goces
materiales, sino lugar de paso para otra vida mucho mejor, que bien merece los pocos
sufrimientos, que puedan a veces suponer el cumplimiento de los más elementales
deberes.

3. “Dios nunca se ausenta”[1]

Dios no es
extraño a quien, no se extraña de Él; ¿cómo dicen que te ausentas Tú?

Quien anda
en tinieblas y vacío de pobreza espiritual, piensa que todos le faltan,
incluso, le parece que le falta Dios. Pero no le falta nada. Dios vive en
cualquier alma, aunque sea la del mayor pecador del mundo, mora y asiste
sustancialmente.

Ni la alta
comunicación, ni la presencia sensible, es cierto testimonio de su graciosa
presencia, ni la sequedad y carencia de todo eso en el alma, lo es de su
ausencia en ella.

Grande
contento es para el alma entender que nunca Dios falta al alma, aunque esté en
pecado mortal, cuánto menos de la que está en gracia.
¿Qué más
quieres, ¡ Oh alma!, y que más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus
riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu hartura y tu reino, que es tu
Amado, a quien desea y busca tu alma?

“Es de saber
que Dios en todas las almas mora secreto y encubierto en la sustancia de ellas,
porque, si esto no fuera así, no podrían ellas durar. En una mora agradado, y
en otra mora desagradado. En unas mora como en su casa, mandándolo y rigiéndolo
todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar nada
ni hacer nada”[2].

4. Mi vida está en las manos de Dios

“Si el Señor
no construye la casa, en vano se afanan los constructores; si Dios no guarda la
ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Sal 127, 1-2). “Pues yo decía: por poco
me he fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado. De veras que Dios se
ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo” (Is 49, 4). En realidad, cuando la
mente y el corazón del hombre se olvidan que Dios Espíritu Santo es la fuente
de la fecundidad, la luz que ilumina la mente y el corazón, que Él es el
artífice y arquitecto, el dulce Huésped del alma, se avanza poco o nada, y la
fatiga demasiada; se pierde la paz, se puede llega a la desesperación. Por
tanto, el mejor camino es poner todo el esfuerzo humano, sin olvidarse de que
todo depende de Dios; pues, no hay parte alguna en el
hombre, que este desnuda del Espíritu Santo[3].

Padre de los
pobres, enséñanos a abandonarnos en ti, a confiar siempre en ti, dejarnos
conducir por ti, y saber que tu eres la suma fecundidad. Divino Espíritu, tu no
sólo bajas al hombre, sino que estás en el él; en efecto, tu inmensidad baja a
la pequeñez, Tú, el eterno a lo limitado; Tú, la misma santidad al pecado, la
belleza a lo que no lo es; Tú, Dios mío, te unes con la criatura miserable
hasta acercarla a ti mismo para que participe de tus perfecciones[4].

El hombre
pobre y limitado no puede nada por sí mismo, sólo Dios es el origen y el fin de
todo éxito. Todo depende de Él, y de mi respuesta con mi pobre esfuerzo. Solo
me corresponde aportar mis cinco panes, y mis dos peces, Él pone lo demás. En
realidad, “Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó,
«alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con
dulzura» (Sb 8, 1). Porque «todo está desnudo y patente a sus ojos» (Hb 4, 13),
incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá”[5].
Así, el Espíritu Santo habita en nuestra alma, nos santifica, y nos conduce a
las buenas obras.

http://santamariareyna.org/2011/06/29/preparacion-para-papas-y-padrinos-a-la-
confirmacion-y-primmera-comunion/

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