IMPERIO
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Vladislav M. Zubok
Un imperio fallido
La Unión Soviética durante la Guerra Fría
ePub r1.0
Titivillus 24.09.2019
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Título original: A Failed Empire. The Soviet Union in the Cold War from Stalin to Gorbachev
Vladislav M. Zubok, 2007
Traducción: Teófilo de Lozoya & Juan Rabasseda
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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A mis padres, Martin y Liudmila Zubok
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Prólogo
El presente libro explora las razones que movieron y guiaron a la Unión Soviética
durante la Guerra Fría, una confrontación global con Estados Unidos y sus aliados.
La desclasificación de numerosos archivos en Rusia y otros países del otrora bloque
comunista ofrece fascinantes oportunidades para escribir sobre el pasado soviético.
La abundancia de fuentes sobre política nacional y sobre el desarrollo social y
cultural que se produjo tras el antiguo telón de acero es sorprendente. Actualmente
podemos examinar deliberaciones del Politburó, seguir hora a hora la
correspondencia telegráfica que mantuvieron los distintos líderes comunistas,
observar cómo los impulsos de los máximos responsables iban filtrándose en el
sistema burocrático, e incluso leer los diarios privados de los apparatchiks
comunistas. Una serie de proyectos de historia oral de carácter crítico ha reunido a los
veteranos del proceso de toma de decisiones y ofrece el trasfondo emocional que
echamos a faltar en la documentación burocrática.
Con todas esas fuentes se ha hecho posible el estudio de la Guerra Fría, entendida
no sólo como un choque de grandes potencias y una acumulación de armas letales.
Ante todo, cualquier historia no deja de ser el relato sobre unos individuos y sus
motivaciones, sus esperanzas, sus crímenes, sus ilusiones y sus errores. La Guerra
Fría soviética tuvo numerosos frentes y dimensiones: desde el «Puesto de Control
Charlie» en Berlín hasta las cocinas moscovitas, donde los disidentes hablaban de un
comunismo «con rostro humano», desde el Politburó en el Kremlin hasta las
residencias estudiantiles. Fue una guerra de nervios y recursos, pero principalmente
se trató de una lucha de ideas y valores.[1] Además se han podido llevar a cabo
verdaderos estudios comparativos internacionales, un avance intelectual que permite
situar la política y la actitud soviética en una perspectiva más amplia: el contexto de
imperio. Recientemente los especialistas han realizado numerosas investigaciones
que arrojan luz sobre la influencia que ejercieron los aliados y los países satélites del
Kremlin sobre la postura internacional soviética. Algunos de los descubrimientos más
asombrosos llevados a cabo en la «nueva» historiografía de la Guerra Fría ponen de
manifiesto hasta qué punto la República Popular de China, Corea del Norte,
Alemania Oriental, Cuba, Afganistán y otros países clientes afectaron las
motivaciones, los planes y los cálculos de Moscú.[2]
Esta expansión de los horizontes y los nuevos desafíos metodológicos han servido
para crear el presente libro. Aunque soy un especialista ruso por mi nacionalidad y
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por mi escuela, he vivido y trabajado en Estados Unidos desde comienzos de los años
noventa. Los meses dedicados a la investigación en los archivos rusos y americanos
entre otros, mi participación en numerosas conferencias académicas internacionales y
los intercambios realizados con colegas, amigos y críticos han ejercido una
notabilísima influencia en los últimos quince años de mi vida. Mi colaboración en el
proyecto televisivo de la CNN de veinticuatro capítulos dedicado a la historia de la
Guerra Fría supuso una experiencia totalmente nueva que sirvió para darme cuenta de
la importancia de las percepciones, las imágenes y la imaginación colectiva. Por
último, mi labor docente en la Temple University me recuerda en todo momento que
las enseñanzas y la experiencia del pasado no se transmiten de manera automática a
las nuevas generaciones. Sin una investigación, un debate y una revisión constantes,
las lecciones y la experiencia de la Guerra Fría se convierten en una serie de
estadísticas sumamente aburridas. Aunque suponga todo un desafío, es necesario
abordar esta confrontación del pasado entre las dos grandes superpotencias y explicar
cómo sirvió para condicionar el mundo moderno.
Este libro es una continuación de las investigaciones que empecé junto con
Constantine Pleshakov hace más de una década.[3] Mi marco conceptual para explicar
las motivaciones y el comportamiento de la URSS sigue siendo el mismo. Es un
paradigma revolucionario-imperial. La seguridad y el poder fueron los objetivos
principales de Stalin y sus sucesores. Estos líderes utilizaron todos los métodos
disponibles de la política del poder y la diplomacia para promover los intereses
estatales soviéticos en un mundo competitivo. Al mismo tiempo, las motivaciones de
la política exterior de Stalin y sus sucesores no pueden separarse de cómo pensaban y
quiénes eran. Los líderes de la Unión Soviética, al igual que las élites soviéticas y
que millones de ciudadanos soviéticos, fueron los herederos de aquella gran
revolución trágica y estuvieron motivados por una ideología mesiánica. Resulta
imposible explicar las motivaciones de la URSS durante la Guerra Fría sin intentar
comprender al menos cómo los líderes, las élites y el pueblo de la Unión Soviética
entendían el mundo y se veían a sí mismos. Una manera de abordar esta cuestión es
observando la ideología soviética. Otra manera de comprender las razones de la
URSS es observando la experiencia soviética, especialmente el impacto que tuvo la
Segunda Guerra Mundial en el país. Una tercera manera es estudiar las vidas de los
líderes y las élites de la Unión Soviética, así como los factores culturales que los
condicionaron.
El presente libro consta de diez capítulos, organizados alrededor de los grandes
desarrollos, las principales políticas y los máximos líderes del bando soviético
durante la Guerra Fría. El capítulo 1 analiza el enorme impacto que tuvo la Segunda
Guerra Mundial en la clase política soviética y el pueblo en general y explica cómo la
experiencia durante el conflicto bélico se tradujo en una búsqueda no sólo de
seguridad, sino también de predominio geopolítico y de imperio externo. El capítulo
2 explica por qué la política de Stalin, que tan notables resultados tuvo en la
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construcción del imperio soviético, rompió la frágil cooperación de posguerra entre
las grandes potencias y contribuyó al nacimiento de la Guerra Fría. El capítulo 3
utiliza el estudio específico de la política soviética en Alemania para poner de relieve
la confrontación entre los planes geopolíticos del Kremlin y la realidad y la dinámica
del imperio soviético en Europa Central. El capítulo 4 analiza los cambios en la
política exterior soviética tras la muerte de Stalin, fruto no sólo de los nuevos
objetivos ideológicos y geopolíticos que tenían los nuevos dirigentes, sino también de
la política nacional soviética. El capítulo 5 estudia las repercusiones de la revolución
termonuclear y de las nuevas tecnologías de misiles balísticos en el modo en que los
soviéticos contemplaban su seguridad nacional, centrándome especialmente en la
singular contribución de Jrushchov a la crisis más peligrosa de la Guerra Fría.
El capítulo 6 tiene una importancia capital, pues introduce el tema de la
transformación social y cultural que experimentaron la sociedad y las élites soviéticas
ya lejos del estalinismo. Analiza el romanticismo y el optimismo del período de
desestalinización, así como las primeras fisuras que se produjeron en el frente
nacional de la Guerra Fría y la aparición de una nueva generación, los «hombres y
mujeres de los sesenta», fenómeno que se repetiría vigorosamente veinticinco años
más tarde bajo el liderazgo de Mijail Gorbachov. El capítulo 7 fija su atención en las
razones que impulsaron a los soviéticos hacia la distensión, con especial énfasis en la
actuación y las motivaciones personales de Leonid Brezhnev. El capítulo 8 describe
las percepciones soviéticas del declive de la distensión y el camino que llevó a los
soldados soviéticos hasta Afganistán. El capítulo 9 aborda la transición de poder
desde la vieja guardia del Kremlin hasta Mijail Gorbachov y la cohorte de «hombres
y mujeres de los sesenta». En el último capítulo, que trata de las distintas
interpretaciones que se han hecho del fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión
Soviética, presento mi propia explicación, haciendo hincapié en el extraordinario
papel de la personalidad de Gorbachov y su ideología romántica del «nuevo
pensamiento».
Es evidente que el estudio de un período de la historia tan lleno de
acontecimientos y sucesos no puede quedar completo en un solo volumen. Para
enmendar cualquier descuido por mi parte en el estudio del tema que se trata en estas
páginas, indico a los lectores un buen número de magníficos libros y artículos que
analizan en profundidad la historia de la Guerra Fría desde una perspectiva realmente
internacional. Espero que esta obra, con su focalización y su dedicación a las
cuestiones más importantes, sirva para compensar la omisión de determinados
acontecimientos y el enfoque superficial en los que otras hayan incurrido. La omisión
que más me preocupa, sin embargo, es la falta de un análisis sistemático de la historia
económica y financiera de la URSS. Los últimos capítulos de este libro ponen
claramente de manifiesto que la naturaleza del malestar económico de los años
setenta y ochenta que caracterizó el mandato de Brezhnev y los años siguientes, así
como la incapacidad de la clase política a la hora de afrontarlo, contribuyeron en gran
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medida al declive de la influencia global de la Unión Soviética, y acabó siendo en
último término una de las principales razones de la caída de la URSS. Asimismo, no
cabe duda de que un profundo estudio del pensamiento militar soviético y de su
complejo industrial me habría permitido convertir numerosas hipótesis inciertas, pero
probables, sobre el comportamiento internacional de la Unión Soviética en
conclusiones sólidas. Así pues, el mejor libro en la materia sigue siendo el que
todavía está por escribir.
Las presentes páginas no habrían sido posibles sin los constantes ánimos, el firme
apoyo y la vital inspiración de numerosos amigos y colegas. Mi gran suerte es haber
pertenecido durante muchos años al círculo internacional de especialistas en la
Guerra Fría. El Cold War International History Project at the Woodrow Wilson
Center for International Scholars ha figurado en todo momento en el centro de dicho
círculo. Mi camiseta de «veterano» del CWIHP trae a la memoria numerosas
conferencias en las que presenté mis investigaciones y las enriquecí con nuevas
perspectivas y aportaciones procedentes de ese círculo académico internacional.
James G. Hershberg, David Wolf y Christian Ostermann, grandes exponentes los tres
del CWIHP, me han ofrecido sus comentarios y consejos, su colaboración en el
ámbito editorial y un rápido acceso a las fuentes de los archivos recientemente
desclasificados. También quiero expresar mi más sentida gratitud a Melvyn Leffler,
Jeffrey Brooks, William C. Wohlforth, James Blight, Philip Brenner, Archie Brown,
Jack Madock, Robert English, Raymond Garthoff, Leo Gluchowsky, Mark Kxamer,
Jacques Lévesque, Odd Arne Westad, Norman Naimark, Víctor Zaslavski y Eric
Shiraev por compartir conmigo sus ideas, sus documentos y sus comentarios críticos.
Mel Leffler puso a mi alcance los resultados de su investigación más reciente acerca
de la política exterior americana. Chen Jian, uno de los mejores especialistas en
historia de China y Estados Unidos con el que comparto un cumpleaños, me ayudó a
entender numerosos matices de las relaciones entre el «gran hermano» (la URSS) y la
República Popular China.
Comencé las investigaciones para este libro cuando estuve trabajando en el
Archivo de la Seguridad Nacional, una biblioteca y un centro especializado no
gubernamental absolutamente único, establecido en la actualidad en la George
Washington University. Thomas S. Blanton, Malcolm Byrne, William Burr, Will
Ferrogiaro, Peter Kornbluh, Sue Bechtel y Svetlana Savranskaya me ayudaron a
combinar la investigación con la gran aventura de descubrir nuevos testimonios sobre
la Guerra Fría en distintos archivos del mundo. Desde 2001, el departamento de
historia de la Universidad de Temple ha sido para mí un nuevo hogar académico y el
lugar en el que los profesores se relacionan con sus «clientes» más naturales, los
estudiantes. Richard Immerman me convenció de que ciertos paralelismos entre la
toma de decisiones y las acciones de americanos y soviéticos, especialmente en el
Tercer Mundo, no eran meros retazos de mi imaginación. Otros colegas míos,
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especialmente James Hilty, Howard Spodek, Jay B. Lockenour, David Farber, Petra
Goedde y Hill Hitchcock, me dieron ánimos en el terreno tanto profesional como
humano. Ralph Young ensanchó mis horizontes con sus relatos sobre el modo en que
los americanos percibían la amenaza soviética en los años cincuenta y sesenta.
Este libro sería impensable sin el apoyo y los consejos de numerosos especialistas
y archiveros de Rusia, entre ellos Vladimir Pechatnov, Sergei Mironenko, Oleg
Naumov, Alexander Chubaryan, Natalia Yegorova, Nataha G. Tomilina, Tatiana
Goriaeva, Zoia Vodopianova, Oleg Skvortsov, Yuri Smirnov, Leonid Gibianski, Elena
Zubkova y Rudolf Pijoia. Sergei Kudriashov, editor de Istocbnik, expresó en todo
momento su interés por mis investigaciones. El presidente de Georgia, Eduard
Shevardnadze, encontró tiempo para concederme una entrevista y autorizó mi acceso
al Archivo Presidencia de Georgia. Me siento profundamente agradecido al personal
de la Fundación Gorbachov, el Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política, el
Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, el Archivo Estatal Ruso de
Historia Contemporánea, el Archivo Central de los Movimientos Públicos de Moscú,
el Archivo Presidencial de Georgia y los Archivos Estatales de Armenia por la
paciencia demostrada con mis interminables peticiones. Los veteranos de la Guerra
Fría en Rusia me enseñaron, entre otras cosas, a evaluar los documentos en un
contexto personal e histórico. Deseo dar las gracias especialmente a Anatoli
Cherniaev, Anatoli Dobrinin, Georgi Shajnazarov, Karen Brutents, Georgi Arbatov,
Georgi Kornienko, Nikolai Detinov, Victor Starodubov, Rostislav Sergeev, Yegor
Ligachev, Sergo Mikoyan, David Sturua, Oleg Troyanovski y Alexander N.
Yakovlev. Oleg Skvortsov me proporcionó las transcripciones de sus entrevistas con
algunos veteranos de la administración Gorbachov, realizadas en el marco del
Proyecto de Historia Oral sobre el Fin de la Guerra Fría, con asistencia del Archivo
de Seguridad Nacional y del Instituto de Historia General, de la Academia Rusa de
las Ciencias.
Las subvenciones de la Carnegie Corporation de Nueva York financiaron mis
trabajos de investigación en Rusia, Georgia y Armenia. En varias etapas de mi
trabajo, Jochen Laufer, Michael Lemke, Michael Thumann, Geir Lundestad, Olav
Njolstad, Csaba Bekes, Alfred Rieber, Istvan Rev, Leopoldo Nuti, Victor Zaslavski,
Elena Aga-Rossi y Silvio Pons me proporcionaron medios de investigación y
financiación en Alemania, Noruega, Hungría e Italia. Recientemente el Collegium
Budapest, la Scuola di Alti Studi IMT de Lucca, y la Libera Universitá Internazionale
degli Studi Sociali (LUISS) Guido Carli me ofrecieron un ambiente magnífico y su
generoso apoyo para la labor final de montaje del libro.
Mi gratitud más profunda la reservo a los que leyeron el manuscrito en su
totalidad o por partes. John Lewis Gaddis y William Taubman leyeron varios
borradores del manuscrito, incitándome en todo momento a hacerlo más claro y más
breve. Ralph Young, Bob Wintermute y Uta Kresse-Raina realizaron una labor
inestimable siendo mis primeros lectores. Jeffrey Brooks, William C. Wohlforth,
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David Farber, Richard Immerman, Petra Goedde, Victor Zaslavski, Howard Spodek y
David Zierler me ofrecieron sus comentarios sobre distintas partes y capítulos de la
obra. Y en la University of North Carolina Press, Chuck Grench y Paula Wald
hicieron gala de su paciencia y me suministraron su ayuda en todo momento.
La redacción de un libro y la investigación exigen soledad, pero también el apoyo
incansable de los seres queridos. Mi esposa, Elena, mis hijos, Andrei y Misha, y mis
padres, Liudmila y Martin Zubok, constituyeron mi grupo de apoyo más importante.
Mis padres fueron en todo momento fuente de inspiración de este libro. Tardé mucho
tiempo en escribir algo sobre la Guerra Fría soviética. En cambio mis padres tuvieron
que vivirla desde el principio hasta el final. A ellos va dedicado mi libro.
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1
MOLOTOV,
junio de 1976
STALIN,
9 de enero de 1945
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en Occidente, las reservas humanas soviéticas no eran ilimitadas; al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético necesitaba desesperadamente tanto
material humano como pudiera necesitarlo el ejército alemán. No es de extrañar que
los expertos y los dirigentes soviéticos evaluaran con precisión los daños sufridos por
su país durante la invasión nazi, pero temieran revelar el verdadero número de bajas
humanas. En febrero de 1946 Stalin comunicó que la URSS había perdido siete
millones de almas. En 1961, Nikita Jrushchov «elevó» ese número a veinte millones.
Desde 1990, tras una investigación oficial, el número de pérdidas humanas ha sido
elevado a 26,6 millones, incluidos 8 668 400 individuos de personal uniformado.
Pero hasta este número sigue siendo objeto de debate, pues algunos especialistas
rusos afirman que no refleja la cifra real de muertos.[2] Vistas las cosas
retrospectivamente, la Unión Soviética consiguió una victoria pírrica sobre la
Alemania nazi.
Las innumerables pérdidas sufridas en el curso de los combates y entre la
población civil fueron consecuencia tanto de la invasión y las atrocidades de los nazis
como de los métodos de guerra total practicados por las autoridades militares y
políticas de la URSS. La sorprendente indiferencia por la vida humana fue una
característica de la conducta soviética durante la guerra desde su estallido hasta su
finalización. En cambio, el número total de pérdidas humanas que tuvo Estados
Unidos en los dos principales escenarios del conflicto, Europa y el Pacífico, no pasó
de 293 000.
Las pruebas que han salido a la luz tras la caída de la Unión Soviética corroboran
los antiguos informes de los servicios de inteligencia norteamericanos que indicaban
una debilidad económica de los soviéticos.[3] Las estimaciones oficiales valoraban la
totalidad de los daños en seiscientos setenta y nueve mil millones de rublos. Esta
cifra, según dichas estimaciones, «supera la riqueza nacional de Inglaterra o
Alemania y constituye un tercio de toda la riqueza nacional de Estados Unidos». Al
igual que con el número de pérdidas humanas, se calcula que los daños materiales
fueron ingentes. Más tarde la Unión Soviética cifraría el coste de la guerra en 2,6
billones de rublos.[4]
Los nuevos testimonios ponen de manifiesto que la inmensa mayoría de los
funcionarios y del pueblo soviético no querían que se desencadenaran conflictos con
Occidente y que preferían concentrarse en una reconstrucción pacífica. Pero, como
bien sabemos, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial el comportamiento de
los soviéticos en Europa del Este se caracterizó por la brutalidad y la intransigencia.
En Oriente Medio y en Extremo Oriente la Unión Soviética ejerció una gran presión
para instalar sus bases, obtener concesiones petrolíferas y ganarse una esfera de
influencia. Todo ello, junto con una retórica ideológica, llevó gradualmente a Moscú
a una clara confrontación con Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Cómo pudo un país
tan exhausto y arruinado levantarse contra Occidente? ¿Qué factores internos y
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externos explican el comportamiento internacional que adoptó la Unión Soviética?
¿Cuáles eran los objetivos y las estrategias de Stalin?
TRIUNFO Y RESACA
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político, serían más tarde los organizadores de la insurrección militar contra la
autocracia, los llamados «decembristas»). Uno de ellos, recordando esos tiempos,
haría la siguiente observación: «Me parecía que a la Gran Guerra Patriótica le
seguiría inevitablemente un vigoroso resurgimiento social y literario, como sucedió
tras la guerra de 1812, y yo tenía prisa por participar en ese resurgimiento». Los
jóvenes veteranos de guerra esperaban que el estado les recompensara por su
sufrimiento y sus sacrificios «con una mayor confianza y más derechos de
participación, y no sólo con abonos de autobús gratuitos». Entre ellos había futuros
librepensadores que, tras la muerte de Stalin, participarían en el deshielo social y
cultural y que al final apoyarían las reformas de Mijail Gorbachov.[9]
Ningún otro acontecimiento desde la Revolución rusa configuró las identidades
nacionales del pueblo soviético como la experiencia de la guerra. Este fenómeno
afectó especialmente a la etnia rusa, cuya conciencia nacional había sido bastante
débil en comparación con otros grupos étnicos de la URSS.[10] A partir de mediados
de los años treinta, el partido y las burocracias del estado se nutrieron principalmente
de rusos, y la historia de Rusia se convirtió en la espina dorsal de una nueva doctrina
oficial del patriotismo. Las películas, las obras de ficción y los libros de historia
presentaban a la URSS como la sucesora de la Rusia imperial. Príncipes y zares, los
«forjadores» del gran imperio, pasaron a ocupar el lugar del «proletariado
internacional» en el panteón de los héroes. Pero fue la invasión alemana lo que
proporcionó a los rusos un nuevo sentimiento de unidad nacional.[11] Nikolai
Inozemtsev, sargento de los servicios de inteligencia de artillería y futuro director del
Instituto para la Economía Mundial y las Relaciones Internacionales, escribía en su
diario la siguiente observación en julio de 1944: «La rusa es la nación con más
talento y mejor dotada del mundo, con capacidades ilimitadas. Rusia es el mejor país
del mundo, pese a todas nuestras deficiencias y desviaciones». Y el Día de la Victoria
añadió: «Los corazones de todos nosotros rebosan orgullo y alegría: “¡Nosotros, los
rusos, podemos hacer lo que nos propongamos!”. Ahora, todo el mundo es consciente
de ello. Y esta es la mejor garantía para nuestra seguridad en el futuro».[12]
La guerra también puso de manifiesto las facetas más desagradables y reprimidas
del ejército soviético. El estalinismo convirtió en víctima al pueblo soviético, pero
también agotó sus reservas de decencia. Muchos reclutas del ejército soviético habían
crecido como chusma callejera, como niños de los suburbios, y nunca habían
adquirido las costumbres propias de una vida urbana civilizada.[13] Cuando millones
de oficiales y soldados soviéticos cruzaron las fronteras de Hungría, Rumanía y el
Tercer Reich, algunos de ellos perdieron su conciencia moral en medio del frenesí del
saqueo, del alcohol, de la destrucción del bien ajeno, del asesinato de civiles y de la
violación sexual. La población civil y la propiedad privada de lo que quedó de
Alemania y Austria sufrieron repetidas y feroces oleadas de violencia por parte de los
soldados rusos.[14] Un periodista militar soviético, Gregori Pomerants, quedó
impactado al finalizar la guerra por «las atrocidades cometidas por héroes que habían
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avanzado cruzando las líneas de fuego desde Stalingrado hasta Berlín». ¡Qué lástima
que el pueblo ruso no hubiera mostrado esa misma energía para reclamar sus
derechos civiles![15]
Un nuevo patriotismo centrado en la identidad rusa generó un sentido de
superioridad que justificaba cualquier acto de brutalidad. La batalla de Berlín se
convertiría en la piedra angular de ese nuevo sentimiento de grandeza y poder ruso.
[16] La nueva mitología de la victoria reprimió cualquier recuerdo de la reciente
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único camino para culminar sus aspiraciones sociales y políticas era emprender una
carrera en el partido. Algunos tomaron ese camino. Muchos más fueron los que
encontraron su vía de escape a través de un intenso aprendizaje, aunque también en lo
que más gusta a los jóvenes: las aventuras amorosas y la diversión.[20]
En gran medida, aquella pasividad fue fruto del estado de convulsión y del
agotamiento que sufrieron muchos veteranos cuando regresaron a casa. Poco después
de su desmovilización, Alexander Yakovlev, futuro apparatchik del partido y
seguidor de Gorbachov, mientras se encontraba en la estación de tren de su ciudad
observando los vagones que trasladaban a los prisioneros de guerra soviéticos desde
los campos de concentración alemanes hasta los campos de trabajo soviéticos en
Siberia, se dio cuenta repentinamente de otras duras realidades de la vida de su país:
niños hambrientos, la confiscación de grano a los campesinos y las condenas de
reclusión por delitos menores. «Cada vez resultaba más evidente que todo el mundo
mentía», comenta a propósito del triunfalismo público que se desató al finalizar la
guerra.[21] Otro veterano, el futuro filósofo Alexander Zinoviev, recordaría: «la
situación del país resultó mucho peor de lo que imaginábamos por los rumores que
corrían, viviendo [con el ejército de ocupación soviético en el extranjero] en medio
de un fabuloso bienestar. La guerra agotó los recursos del país».[22] La guerra hizo
estragos principalmente en las zonas rurales de Rusia, Ucrania y Bielorrusia: algunas
regiones perdieron a más de la mitad de los «trabajadores de sus granjas colectivas»,
en su mayoría varones.[23]
A diferencia de los soldados norteamericanos, que por lo general encontraron una
situación próspera cuando volvieron a su país y se reincorporaron con facilidad a la
vida familiar como civiles, a los veteranos de guerra soviéticos les aguardaría a su
regreso un sinfín de tragedias de vidas arruinadas, el sufrimiento de los que habían
acabado mutilados o lisiados y las vidas rotas de millones de viudas y huérfanos.
Había unos dos millones de personas reconocidas oficialmente como «inválidas» con
minusvalías físicas o problemas mentales. Incluso cayeron algunos veteranos
aparentemente sanos, víctimas de enfermedades inexplicables; los hospitales estaban
abarrotados de pacientes jóvenes.[24]
El pueblo soviético ansiaba paz y estabilidad después de la guerra. Una sensación
de cansancio de los conflictos bélicos y de los valores militares se adueñó de la
sociedad urbana y rural de la URSS. Ya no quedaba nada de aquel patrioterismo y
aquel nacionalismo romántico que a finales de los años treinta habían inspirado a la
juventud, especialmente a la más culta, tanto a hombres como a mujeres.[25] Por otro
lado, la cultura de xenofobia y el mito estalinista del asedio hostil permanecían
arraigados en las masas. El ciudadano medio solía creer la propaganda oficial que
culpaba a los aliados occidentales de la falta de mejoras inmediatas y de los
resultados tan poco satisfactorios de la guerra. Y lo que es más importante, el pueblo
soviético carecía del vigor y las instituciones necesarias para seguir con la
«progresiva desestalinización» comenzada durante la Gran Guerra Patriótica. Muchos
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veneraban más que nunca a Stalin como gran líder.[26] El pueblo ruso en concreto no
supo transformar su sorprendente despertar nacional durante la guerra en una cultura
de autoestima del individuo ni en una acción civil autónoma. Para grandes sectores de
la sociedad rusa, el triunfo en la Segunda Guerra Mundial quedaría vinculado para
siempre a la idea de gran potencia, de gloria colectiva y de luto ritual por los caídos.
[27] Cuando empezara la Guerra Fría, esos sentimientos de las masas serían de gran
utilidad para Stalin. Lo ayudarían a llevar a cabo su política exterior y a acabar con
cualquier forma de descontento y disensión que pudiera surgir en el interior.
Las élites soviéticas opinaban que la victoria era fruto de su esfuerzo colectivo, y no
del liderazgo de Stalin exclusivamente. El 24 de mayo de 1945, en el curso de un
suntuoso banquete celebrado en el Kremlin en honor de los mandos del Ejército Rojo,
ese sentimiento se hizo prácticamente palpable, y dio la impresión de que Stalin cedía
ante él. Pavel Sudoplatov, agente del NKVD y organizador del movimiento de
guerrillas durante la guerra, recordaría: «nos miró a todos, jóvenes generales y
almirantes, como si fuéramos la generación que él había criado, sus hijos y
herederos». ¿Estaba dispuesto Stalin a llevar las riendas del país junto con la nueva
clase dirigente (la nomenklatura) del mismo modo que había aprendido a confiar en
ella durante la guerra?[28]
Por otro lado, la victoria y el avance sin precedentes del poder soviético hasta el
corazón de Europa venían a estrechar los lazos existentes entre las élites y Stalin.
Mikoyan recordaría su sentimiento de júbilo por la asociación de camaradería que
volvió a surgir alrededor de la persona de Stalin durante la guerra. Estaba firmemente
convencido de que las sangrientas purgas de los años treinta no iban a repetirse. «Una
vez más», comentaría, «los que colaboraban con Stalin sentían afecto por él y
confiaban en su criterio». Ese mismo sentimiento de afecto y esa misma confianza
eran compartidos por miles de funcionarios y oficiales del ejército, la política y la
economía.[29] La mayoría rusa y rusificada que servía en la burocracia civil y militar
veneraba a Stalin no sólo como líder de la guerra, sino también como líder nacional.
Durante la guerra, el término derzhava («gran potencia») pasó a formar parte del
léxico oficial. Las películas y las novelas glorificaban a los príncipes y zares rusos
que habían construido un estado ruso fuerte frente a la amenaza que suponían los
enemigos externos e internos. En el mismo banquete del que habla Sudoplatov, Stalin
alzó su copa para brindar «por la salud del pueblo soviético». El dictador colmó de
elogios al pueblo ruso por su singular paciencia y su lealtad al régimen: haciendo gala
de «una mente clara, un carácter firme y un gran tesón», había realizado heroicos
sacrificios, convirtiéndose así en «la fuerza decisiva que garantizó la histórica
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victoria».[30] De ese modo, en vez de ensalzar a todos los oficiales soviéticos por
igual, Stalin puso por delante a los rusos.
Se emprendieron campañas de rusificación en las nuevas regiones fronterizas de
la URSS, principalmente en el Báltico y en Ucrania. Ello supuso algo más que una
simple presión cultural; en la práctica comportó la deportación forzosa a Siberia y
Kazajstán de cientos de miles de letones, lituanos, estonios y ciudadanos de Ucrania
Occidental. En sus hogares se instalaron decenas de millares de emigrantes
procedentes de Rusia, la Rusia Blanca y del sector oriental de Ucrania (de lengua
rusa). La policía secreta y la Iglesia ortodoxa restaurada, cuyo patriarcado se hallaba
bajo control estatal, tomaron las medidas pertinentes para apartar del control del
Vaticano a las iglesias católicas fronterizas, y también a las parroquias de la Iglesia
greco-católica ucraniana, que se sometían a la autoridad papal.[31]
Los rusos fueron ascendidos a los sectores más importantes y delicados del
aparato estatal, sustituyendo a los no rusos, especialmente a los judíos. El sistema
burocrático de Stalin descubrió durante la Segunda Guerra Mundial, en palabras de
Yuri Slezkine, que «los judíos, como nacionalidad soviética, eran en esos momentos
una diáspora étnica» con demasiados contactos en el extranjero. Esto significaba
también que la intelligentsia soviética, en la que los judíos eran el grupo más
numeroso, «no era verdaderamente rusa, y por lo tanto tampoco era plenamente
soviética». Antes incluso de que las tropas soviéticas descubrieran los campos de
exterminio nazis de Polonia, el jefe de la propaganda soviética, Alexander
Scherbakov, siguiendo órdenes de Stalin, lanzó una campaña secreta para «purificar»
de judíos el partido y el estado. Se decidió ocultar toda información relativa al
heroísmo de esa comunidad durante la guerra, así como los horribles testimonios del
holocausto. Muchos ciudadanos soviéticos empezaron a contemplar a los judíos como
los primeros en huir del enemigo, buscando refugio en la retaguardia, y los últimos en
marchar al frente. Un sentimiento popular de antisemitismo se propagó como el
fuego, apoyado e incitado ahora por las autoridades. Cuando acabó la guerra, la purga
de judíos planificada en el aparato estatal se extendió rápidamente a todas las
instituciones soviéticas.[32]
La manipulación de los símbolos tradicionales y las instituciones y la aparición
del antisemitismo oficial conllevarían importantes riesgos a largo plazo para el estado
estalinista. Los rusos elogiaban al gran líder, pero los ucranianos y otras
nacionalidades se sentían insultados e incluso ofendidos. Muchos oficiales y
numerosos personajes públicos, judíos y no judíos, vieron en el antisemitismo estatal
un duro golpe contra su fe en el «internacionalismo» comunista. En el corazón de las
burocracias soviéticas se abrieron grietas y fisuras como consecuencia de la
manipulación de los sentimientos nacionalistas por parte de Stalin, pero esto sólo se
descubriría mucho más tarde.[33]
Otro lazo que unía al líder del Kremlin con las élites soviéticas era su chovinismo
de gran potencia y su afán expansionista. Tras la victoria de Stalingrado, la Unión
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Soviética asumió un papel principal en la coalición de las grandes potencias, y este
hecho tendría un efecto intoxicador en muchos miembros de la nomenklatura
soviética. Incluso algunos «viejos bolcheviques» como Ivan Maiski o Maxim
Litvinov comenzaron a hablar utilizando el lenguaje de la expansión imperialista,
planeando crear esferas soviéticas de influencia y tener acceso a rutas marítimas
estratégicas. En enero de 1944 Maiski escribía a Stalin y a Viacheslav Molotov,
comisario de asuntos exteriores, diciéndoles que, después de la guerra, la URSS debía
posicionarse de manera que resultara «impensable» para cualquier combinación de
estados europeos o asiáticos suponer una amenaza a la seguridad soviética. Sugería la
anexión del sur de Sajalín y el archipiélago de las Kuriles que se encontraban bajo el
dominio nipón. También proponía que la URSS debía disponer de «un número
suficiente de bases militares, aéreas y navales» en Finlandia y Rumanía, así como de
rutas estratégicas de acceso al golfo Pérsico a través de Irán.[34] En noviembre de
1944 Litvinov remitió un memorándum a Stalin y a Molotov en el que se
especificaba que, una vez acabada la guerra, la esfera de influencia soviética en
Europa (sin concretar la naturaleza de dicha «influencia») debía extenderse a
Finlandia, Suecia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, «los países eslavos
de la península balcánica e incluso Turquía». En los meses de junio y julio del año
siguiente afirmó que la URSS debía penetrar en zonas de influencia británica tan
tradicionales como el canal de Suez, Siria, Libia y Palestina.[35]
El antiguo secretario general de la Komintern, por entonces jefe del nuevo
departamento del partido para información internacional, Georgi Dimitrov,
consideraba que el Ejército Rojo era un instrumento de la historia más importante que
los propios movimientos revolucionarios. A finales de julio de 1945, mientras Stalin
y Molotov mantenían las negociaciones en Potsdam con los líderes occidentales,
Dimitrov y su lugarteniente, Alexander Paniushkin, les escribieron en los siguientes
términos: «En la situación internacional actual, los países de Oriente Medio están
adquiriendo cada vez más relevancia, y es preciso que les prestemos nuestra mayor
atención. Debemos analizar activamente la situación de dichos países y tomar ciertas
medidas en interés de nuestro estado».[36]
Ese espíritu de «imperialismo socialista» reinante entre los oficiales soviéticos se
solapaba con los objetivos y las ambiciones de Stalin. El líder del Kremlin sabría
aprovecharse de ello pues, una vez concluida la guerra, seguiría construyendo la
Unión Soviética como una superpotencia militar.
La retórica de Stalin en el sentido de que todos los eslavos debían unirse frente al
resurgimiento de una futura amenaza alemana tendría una gran resonancia entre la
mayor parte de los oficiales soviéticos. Cuando en marzo de 1945 el ministro de la
producción de carros armados, Viacheslav Malishev, escuchó a Stalin hablar de los
«nuevos leninistas eslavófilos», escribió lleno de entusiasmo en su diario acerca de
«todo un programa a desarrollar en los años venideros». No tardó en difundirse una
nueva versión del paneslavismo entre los burócratas de Moscú. El general ruso
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Alexander Gundorov, jefe del Comité Paneslavo patrocinado por el estado, programó
la convocatoria de un primer Congreso Eslavo a comienzos de 1946, tras asegurar al
Politburó que ya había un «nuevo movimiento de masas de países eslavos».
Leonid Baranov, supervisor de dicho comité en el aparato del partido central,
comenzó a definir al pueblo ruso como el hermano mayor del polaco. Molotov, al
final de sus días, consideraba al ruso el único pueblo en posesión de una «aptitud
interna» para llevar a cabo empresas «de gran envergadura». Para muchos
funcionarios y oficiales rusos, la distinción entre la expansión de la influencia y las
fronteras soviéticas por razones ideológicas y de seguridad y el tradicional
chovinismo ruso de gran potencia se haría cada vez más borrosa.[37]
Para muchos altos oficiales y jefes militares de la Unión Soviética en la Europa
ocupada, el imperialismo se convirtió en una cuestión de interés personal. Dejaron a
un lado el código bolchevique de modestia y aversión a las propiedades y actuaron
como conquistadores españoles, dedicándose a acumular botín de guerra. El mariscal
Georgi Zhukov transformaría sus casas de Rusia en verdaderos museos llenándolos
de costosas piezas de porcelana y pieles, cuadros, terciopelo, oro y seda. Alexander
Govolanov, mariscal de las fuerzas aéreas soviéticas, desmanteló la casa de campo de
Goebbels para trasladarla a Rusia. El general del SMERSH Ivan Serov se apropió de
los tesoros hallados en un escondite, entre los cuales supuestamente figuraba la
corona del rey de los belgas.[38] Otros mariscales, generales y jefes de la policía
secreta soviéticos tampoco tuvieron reparos en llenar las bodegas de los aviones con
cargamentos de lencería, cuberterías y muebles, así como de oro, antigüedades y
cuadros que volaron hasta la URSS. Durante los primeros meses de caos en
Alemania, los soviéticos, en su mayoría jefes militares y altos funcionarios, enviaron
a su país unos cien mil vagones de tren repletos de «materiales de construcción»
diversos y «artículos para el hogar». Entre los objetos incautados había sesenta mil
pianos, cuatrocientos cincuenta y nueve mil aparatos de radio, ciento ochenta y ocho
mil alfombras, casi un millón de «piezas de mobiliario», doscientos sesenta y cuatro
mil relojes de pared y de pie tipo carillón, seis mil vagones llenos de papel,
quinientos ochenta y ocho llenos de vajillas y artículos de porcelana, tres millones
trescientos mil pares de zapatos, un millón doscientos mil abrigos, un millón de
sombreros y siete millones cien mil prendas de confección entre abrigos, vestidos,
camisas y ropa interior. Alemania se convertiría para los soviéticos en un gran centro
comercial en el que todo les salía gratis.[39]
Incluso a juicio de algunos oficiales menos rapaces, el gran sufrimiento de la
Unión Soviética durante la guerra y el ingente número de caídos justificaban esas
indemnizaciones de guerra en Alemania y sus países satélites. En febrero de 1945
Ivan Maiski, jefe del destacamento especial para indemnizaciones de guerra, escribía
las siguientes líneas en su diario mientras atravesaba Rusia y Ucrania para dirigirse a
la Conferencia de Yalta: «Las marcas de la guerra salpican todo el camino: edificios
destruidos a uno y otro lado de la carretera, vías férreas cortadas, aldeas incendiadas,
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tuberías rotas, escombros, puentes bombardeados». Maiski hacía referencia al
sufrimiento del pueblo soviético para defender el derecho a recibir indemnizaciones
más elevadas y para apoyar el envío a la Unión Soviética de material industrial
alemán.[40] También se podía oír el argumento de que las pérdidas soviéticas
justificaban el imperialismo y el expansionismo de posguerra. En Leningrado los
confidentes de la policía secreta informaron de que un catedrático de filosofía se
había pronunciado en los siguientes términos: «No soy chovinista, pero la cuestión
del territorio polaco y la de nuestras relaciones con países vecinos me preocupan
muchísimo después del gran número de bajas que hemos sufrido». Más tarde este
razonamiento se convertiría en una idea popular para justificar el predominio de la
URSS en Europa Oriental y sus pretensiones territoriales en países vecinos.[41]
El historiador Yuri Slezkine comparaba la Unión Soviética de Stalin con un «piso
comunal» en el que todas las grandes nacionalidades («con título») poseían
«habitaciones» independientes, pero «compartían servicios» comunes, como, por
ejemplo, el ejército, la seguridad y la política exterior.[42] No obstante, los líderes de
las repúblicas, como hacían los que vivían en los verdaderos pisos comunales
soviéticos, abrigaban intereses particularistas tras la lealtad que expresaban al ethos
colectivista. En la práctica, vieron en la victoria obtenida en la Segunda Guerra
Mundial el momento idóneo para expandir sus fronteras a costa de los vecinos. Los
oficiales soviéticos de Ucrania, la Rusia Blanca, Georgia, Armenia o Azerbaiyán
también desarrollaron un afán imperialista mezclado con aspiraciones nacionalistas.
Los oficiales del partido ucraniano formaban, después de los rusos, el grupo más
numeroso e importante de la nomenklatura. Se regocijaban de que en 1939, tras la
firma del pacto nazi-soviético, Ucrania Occidental había pasado a formar parte de la
URSS. En 1945 Stalin anexionó los territorios de Rutenia y Bukovina pertenecientes
a Hungría y Eslovaquia, añadiéndolos a la Ucrania soviética. Pese a los numerosos
crímenes perpetrados por el régimen contra su pueblo, los dirigentes comunistas
ucranianos ahora adoraban a Stalin como el unificador de los territorios de Ucrania.
Stalin se dedicó a cultivar ese sentimiento de manera deliberada. En una ocasión,
mientras observaba en presencia de oficiales rusos y no rusos cómo había quedado el
mapa soviético después de la guerra, el dictador dijo con satisfacción que había
«devuelto unos territorios históricos», otrora bajo dominio extranjero, a Ucrania y
Bielorrusia.[43]
Los líderes armenios, azeríes y georgianos no podían actuar como lobbies
nacionalistas. Pero lograrían desarrollar sus proyectos como parte de la construcción
de la gran potencia soviética. Cuando las tropas soviéticas llegaron a las fronteras
occidentales de la URSS y llevaron a cabo la «reunificación» de Ucrania y
Bielorrusia, los líderes de Georgia, Armenia y Azerbaiyán empezaron a pensar en voz
alta acerca de la posibilidad de recuperar una serie de «territorios ancestrales» que
pertenecían a Turquía y a Irán y de reincorporar a la URSS a sus hermanos de etnia
residentes en esos lugares. Molotov recordaría en los años setenta que en 1945 los
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líderes del Azerbaiyán soviético «quisieron duplicar la extensión de su república a
expensas de Irán. También intentamos reclamar una región situada al sur de Batum,
pues otrora ese territorio turco estuvo habitado por georgianos. Los azeríes quisieron
anexionarse la parte azerí, y los georgianos la georgiana. Y quisimos devolver el
Ararat a los armenios».[44] Los documentos de los archivos ponen de manifiesto que
hubo una sinergia entre los objetivos estratégicos de Stalin y las aspiraciones
nacionalistas de los apparatchiks comunistas del sur del Cáucaso (véase el capítulo
2).
El hecho de que la adquisición de nuevos territorios y de nuevas esferas de
influencia evocara a los líderes soviéticos, fueran rusos o no, los demonios del
expansionismo y el nacionalismo proporcionó la energía necesaria al proyecto de Pax
Soviética de posguerra concebido por Stalin. Mientras las élites del partido y del
estado ambicionaran la anexión de territorios pertenecientes a países vecinos y
participaran en el saqueo de Alemania, más fácil le resultaría a Stalin controlarlas. El
proyecto imperial empezó, pues, a absorber unas fuerzas que, de lo contrario, habrían
podido trabajar contra el régimen estalinista.
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Para evitar que el sector conservador antisoviético se hiciera eco de ese plan y
mostrara su oposición, Roosevelt, su mano derecha Harry Hopkins y otros partidarios
del New Deal mantuvieron con el Kremlin una serie de canales de información tanto
formales como extraoficiales. Más tarde, su insólita y franca actitud dio lugar a que
varios partidarios del New Deal (probablemente incluso Hopkins) fueran acusados de
ser, de facto, agentes de influencia de los soviéticos.[46] Esa «transparencia» de la
administración norteamericana y la evidente simpatía que demostró Roosevelt hacia
los soviéticos durante la Conferencia de Teherán (28 de noviembre-1 de diciembre de
1943), y más aún en el curso de la Conferencia de Yalta (4-12 de febrero de 1945),
parecían poner de manifiesto los deseos del presidente de asegurar una colaboración
duradera con la URSS después de la guerra.
Los mandatarios soviéticos, representantes de diversas élites burocráticas,
desarrollaron posturas poco claras, y a menudo contradictorias, hacia su aliado
norteamericano. Desde hacía mucho tiempo Estados Unidos había suscitado un
sentimiento de respeto y admiración entre las élites soviéticas partidarias del
desarrollo tecnológico, que a partir de los años veinte se habían comprometido a
convertir Rusia en «una nueva América más esplendorosa». «Taylorismo» y
«fordismo» (palabras derivadas de los nombres de Frederick Taylor y Henry Ford, los
mayores exponentes de la teoría y la práctica de las tecnologías de producción
organizada) eran términos habituales entre los directivos y los ingenieros de la
industria soviética.[47] A mediados de los años veinte el mismísimo Stalin instó a los
cuadros soviéticos a combinar «el modelo revolucionario ruso» con «el enfoque
comercial americano». Durante la campaña de industrialización de 1928-1936,
centenares de directivos y de ingenieros rojos, incluido el miembro del Politburó
Anastas Mikoyan, viajaron a Estados Unidos para adquirir conocimientos de
producción en serie y de administración de industrias modernas, como, por ejemplo,
fabricación de maquinaria, metalurgia, tratamientos de productos o industria láctea,
entre otras. Los soviéticos importaron todo tipo de conocimientos norteamericanos,
incluida toda la tecnología relativa a la producción y preparación de helados, perritos
calientes y sodas, así como a la organización de grandes almacenes (siguiendo el
patrón de Macy’s).[48]
Los contactos durante la guerra y especialmente los envíos de ayuda
norteamericanos vendrían a confirmar una percepción generalizada de Estados
Unidos como el país en posesión de un poder económico-tecnológico excepcional.[49]
En su círculo más íntimo el propio Stalin reconocería que si los norteamericanos y los
británicos «no nos hubieran apoyado con sus ayudas, habríamos sido incapaces de
hacer frente a Alemania debido a las cuantiosas pérdidas que habíamos sufrido» entre
1941 y 1942.[50] Buena parte de la ropa y otros artículos de consumo destinados a la
población civil fueron incautados por los burócratas. Lo poco que quedó fue repartido
entre unos cuantos beneficiados que se sintieron sumamente agradecidos. Los
programas de propaganda de guerra y los envíos de ayuda estadounidenses también
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permitieron que penetraran influencias culturales norteamericanas en la sociedad
soviética. Diversas películas de Hollywood, como, por ejemplo, Casablanca,
estuvieron al alcance de las altas jerarquías y sus familias. En la embajada de Estados
Unidos, George Kennan, escéptico respecto a la capacidad de Occidente de influir en
Rusia, manifestaría que la buena voluntad generada por las proyecciones fílmicas «no
debe ser valorada en exceso».[51] Entre 1941 y 1945 miles de oficiales del ejército
soviético, de representantes comerciales y de agentes de los servicios de inteligencia
recorrieron Estados Unidos de este a oeste y de norte a sur. El dinamismo y el nivel
del sistema de vida norteamericano provocó entre esos visitantes una diversidad de
sentimientos contradictorios: hostilidad ideológica, fascinación, perplejidad y
envidia. Estos soviéticos recordarían posteriormente durante décadas sus viajes a lo
largo y ancho de Estados Unidos y compartirían sus impresiones con hijos y
parientes.[52]
Al mismo tiempo, la visión cultural e ideológica de las élites soviéticas empezaba
a modelar su percepción de Norteamérica y los norteamericanos. Muy pocos
funcionarios soviéticos, ni siquiera los de mayor rango, eran capaces de comprender
el funcionamiento de Estados Unidos y su sociedad. El embajador de la URSS en
Washington, Alexander Troyanovski, que había desempeñado ese mismo cargo en
Tokio, llegaría a expresar su perplejidad ante el hecho de que «mientras Japón podría
compararse con un piano, Estados Unidos constituía toda una orquesta sinfónica».[53]
La inmensa mayoría de los burócratas soviéticos crecieron en un ambiente
aislacionista y xenófobo. Hablaban una «neolengua» soviética, por lo demás
intraducible a cualquier otro idioma.[54] Algunos funcionarios soviéticos
consideraban que los norteamericanos de clase alta los trataban, en el mejor de los
casos, con condescendencia, esto es, siempre desde una posición de superioridad
material y cultural. El mariscal Fedor Golikov, jefe del servicio de inteligencia del
ejército soviético (GRU), que presidió la delegación militar enviada a Estados
Unidos, se enfureció por la actitud de Harry Hopkins, el ayudante de Roosevelt y uno
de los más firmes partidarios de la colaboración entre las dos potencias. Golikov
describiría a Hopkins en su diario como «un fariseo sin reservas», «el lacayo del gran
jefe», que decidió que «nosotros, el pueblo del estado soviético, debemos
comportarnos en su presencia como mendigos, debemos aguardar pacientemente y
expresar gratitud por recibir las migajas de la mesa del gran señor». Mucho tiempo
después, Molotov expresaría unos sentimientos parecidos hacia el propio Franklin
Delano Roosevelt: «Roosevelt creía que los rusos llegarían y se inclinarían ante
América, que pedirían limosna humildemente, porque [Rusia] es un país pobre, sin
industria, sin pan, y no les queda otro remedio. Pero nuestra percepción era bien
distinta. Nuestro pueblo estaba dispuesto a sacrificarse y a luchar».[55]
Muchos militares y burócratas soviéticos seguían convencidos, a pesar de la
ayuda enviada a la URSS cruzando todo el Atlántico Norte, de que Estados Unidos
estaba retrasando deliberadamente su ofensiva en Europa a la espera de que los rusos
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acabaran con buena parte del ejército alemán, o quizá lo contrario.[56] Las élites
soviéticas consideraban que la ayuda norteamericana no era más que un modo de
compensar la enorme contribución de la URSS durante la guerra; por esa razón nunca
se molestaron en expresar agradecimiento ni en mostrar una postura de reciprocidad a
sus aliados norteamericanos, provocando una enorme irritación entre los
estadounidenses que trataron con ellas. En enero de 1945 Molotov sorprendió a
algunos norteamericanos, y ofendió a otros, cuando presentó a Estados Unidos una
solicitud oficial de préstamos que sonaba más a una exigencia que a la petición de un
favor. Se trató, por lo visto, de otro caso en el que Molotov se negaba a «mendigar las
migajas de la mesa del gran señor». En los altos círculos soviéticos existía también la
convicción de que a los norteamericanos les interesaba la concesión de préstamos a
Rusia como medida paliativa ante la inevitable crisis económica de posguerra. Los
agentes de los servicios de inteligencia soviéticos intentaron averiguar los secretos de
la industria y la tecnología de Estados Unidos, con la colaboración de un sinfín de
simpatizantes movidos por el idealismo. Los soviéticos actuaban como esos
huéspedes que, pese a recibir generosas muestras de ayuda y hospitalidad, se
apropian sin miramientos de los tesoros más preciados de su anfitrión.[57]
La política de Roosevelt de tratar a la URSS como socio paritario y gran potencia
sólo sirvió para avivar los caprichos de las autoridades soviéticas. A finales de 1944
Stalin solicitó a Roosevelt que accediera al restablecimiento de los «antiguos
derechos de Rusia violados por el ataque traicionero de Japón en 1904».[58] Roosevelt
se mostró de acuerdo y ni siquiera insistió en la necesidad de conocer mejor los
detalles de esa petición. Stalin, satisfecho, hizo la siguiente observación a Andrei
Gromiko, su embajador en Washington: «América ha adoptado la postura correcta.
Esto es sumamente importante para nuestras futuras relaciones con Estados Unidos».
[59] En Moscú eran muchos los que esperaban una indulgencia similar con los planes
soviéticos para Europa Oriental. A finales de 1944 los jefes de los servicios secretos
soviéticos llegaban a la conclusión de que «ni los americanos ni los británicos tienen
una política clara y definida en lo referente al futuro de los países [de Europa
Oriental] después de la guerra».[60]
La mayor parte de las autoridades soviéticas creían que la cooperación soviético-
estadounidense, pese a los posibles problemas, iba a seguir después de la guerra.
Gromiko llegó en julio de 1944 a la conclusión de que, «pese a todas las dificultades
que puedan surgir de vez en cuando en nuestra relación con Estados Unidos, es
evidente que se dan las condiciones necesarias para que siga produciéndose una
cooperación continuada entre nuestros dos países después de la guerra».[61] Litvinov
consideraba que «prevenir la aparición de un bloque formado por Reino Unido y
Estados Unidos contra la Unión Soviética» constituía uno de los principales objetivos
de la política exterior soviética de posguerra. Contemplaba la posibilidad de
establecer un «pacto de amistad» entre Londres y Moscú cuando Estados Unidos se
retirara de Europa. Y el mismísimo Molotov pensaba lo mismo por aquel entonces:
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«Para nosotros resultaba beneficioso conservar nuestra alianza con América. Era
importante».[62]
Los datos sobre lo que pensaban y opinaban por aquel entonces la minoría
dirigente y los millones de ciudadanos soviéticos son muy escasos. En 1945, sin
embargo, los periódicos y las autoridades del gobierno central de la URSS recibían
mucha correspondencia con una misma pregunta: «¿Nos ayudará Estados Unidos
también después de la guerra?».[63]
La Conferencia de Yalta se convirtió, con la colaboración de Roosevelt, en una
victoria suprema de la habilidad de Stalin como estadista. Del primero al último, los
despachos de los burócratas soviéticos se inundaron de optimismo. En un
memorándum sobre los acuerdos de Yalta que hizo circular la Comisaría de Asuntos
Exteriores entre el cuerpo diplomático soviético destacado en el extranjero se
informaba de lo siguiente: «Hubo una voluntad palpable de llegar a una solución de
compromiso en los asuntos espinosos. Valoramos la conferencia como un hecho
sumamente positivo, sobre todo en lo referente a las cuestiones de Polonia y
Yugoslavia, y a la cuestión de las indemnizaciones por daños de guerra». Los
norteamericanos se abstuvieron incluso de competir con los soviéticos en abril de
1945 por Berlín. En privado, Stalin elogió la «caballerosidad» del general Dwight
Eisenhower, comandante en jefe de los aliados en Europa, en ese sentido.[64]
De hecho, Roosevelt murió precisamente cuando sus sospechas acerca de las
verdaderas intenciones de los soviéticos empezaron a confirmarse y a chocar con sus
deseos de cooperación después de la guerra. El presidente norteamericano montó en
cólera cuando tuvo noticia de los métodos de ocupación soviéticos en Europa
Oriental, y tuvo un agrio intercambio de palabras con Stalin por el que se conoce
como incidente de Berna.[65] El fallecimiento repentino de Roosevelt el 12 de abril de
1945 pilló al Kremlin completamente por sorpresa. Cuando acudió a la embajada
norteamericana, la Casa Spaso de Moscú, para firmar en el libro de condolencias,
Molotov «parecía sinceramente conmovido y disgustado». Incluso Stalin, según
indica uno de sus biógrafos, se sintió turbado por la muerte de Roosevelt.[66] Aquel
importante socio en la guerra, y probablemente en la paz, con el que había alcanzado
un alto grado de familiaridad, había abandonado este mundo. El nuevo presidente de
Estados Unidos, Harry S. Truman, era un desconocido, y algunas palabras del político
de Missouri herían los oídos soviéticos. Esta preocupación explica la reacción que
tuvo Molotov en su primer encuentro tormentoso con Truman el 23 de abril de 1945.
El presidente norteamericano culpó a los soviéticos de violar los acuerdos de Yalta en
lo referente a Polonia, y dio por terminada la reunión sin esperar siquiera a que
Molotov pudiera refutar aquella acusación. El ministro de Asuntos Exteriores,
aturdido y perplejo, pasó largas horas en la embajada soviética en Washington
redactando un cablegrama para Stalin con un informe del encuentro. Gromiko, que
también estuvo presente, llegaría a la conclusión de que Molotov «temía que Stalin lo
convirtiera en chivo expiatorio en ese asunto». Al final, Molotov decidió obviar ese
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episodio: su informe de las conversaciones con Truman no hace mención alguna a la
agresividad mostrada por el presidente norteamericano, ni a la forma ignominiosa con
la que Molotov se vio obligado a abandonar la reunión.[67]
Los agentes secretos soviéticos que operaban en Estados Unidos empezaron a
remitir informes en los que se advertía del peligroso cambio de postura de
Washington respecto a la URSS. Sabían perfectamente que muchos grupos, sobre
todo organizaciones católicas y sindicales, por no hablar del gran número de
organizaciones contrarias al New Deal existentes tanto en el partido republicano
como en el demócrata, habían seguido manteniendo durante la Gran Alianza una
postura visceralmente anticomunista y antisoviética. Dichos grupos deseaban romper
todo tipo de lazos con la URSS. Algunos altos cargos del ejército (el general de
brigada Curtis Le May o el general George Patton, entre otros) hablaban abiertamente
de «acabar con los rojos» después de derrotar a «los teutones» y a «los japos».[68]
La primera alarma sonó con fuerza en Moscú a finales de abril de 1945, cuando la
administración Truman cortó repentinamente, y sin avisar, todos los envíos de ayuda
a la URSS. La consecuente pérdida de abastecimientos por un valor de trescientos
ochenta y un millones de dólares supuso un duro golpe para la maltrecha economía
soviética. El Comité de Defensa de Estado (GKO), el órgano nacional que sustituyó
al Politburó del partido durante la guerra, decidió utilizar ciento trece millones de
dólares de las reservas de oro para cubrir el déficit de materiales y productos.[69]
Después de las protestas de Moscú, Estados Unidos reanudó los envíos de ayuda,
achacando aquella interrupción a un error burocrático, pero esa explicación no disipó
las sospechas de la URSS. Los representantes soviéticos en Estados Unidos y muchos
altos cargos de Moscú reaccionaron con indignación reprimida; consideraron
unánimemente el episodio un intento de presionar políticamente a la URSS. Las
órdenes estrictas dadas por Molotov al embajador soviético no ocultaban la cólera del
ministro. «No te metas a hacer peticiones lastimeras. Si Estados Unidos quiere cortar
los envíos, peor para ellos». En este caso, los sentimientos venían a alimentar
políticas unilaterales: la inclinación del Kremlin a confiar exclusivamente en sus
propias fuerzas.[70]
A finales de mayo, el jefe del centro de inteligencia de la Comisaría del Pueblo
para la Seguridad Nacional (el NKGB, sucesor del NKVD) en Nueva York envió un
telegrama a Moscú informando de que ciertos «círculos económicos» que no habían
tenido ninguna influencia en la política exterior de Roosevelt estaban «intentando de
manera organizada producir un cambio en la política de [Estados Unidos] hacia la
URSS». A través de «amigos», comunistas y simpatizantes norteamericanos, el
NKGB tuvo conocimiento de que Truman mantenía relaciones cordiales con
«reaccionarios extremistas» del Senado de Estados Unidos, entre otros con los
senadores Robert Taft, Burton K. Wheeler y Alben Barkley. El telegrama revelaba
que «los reaccionarios abrigan grandes esperanzas de conseguir al final hacerse
totalmente con las riendas de la política exterior [de Estados Unidos], debido en parte
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al hecho de que [Truman] carece claramente de experiencia y conocimientos en esos
asuntos». El mensaje terminaba diciendo: «Como consecuencia de la ascensión al
poder [de Truman], cabe esperar un cambio realmente significativo en la política
exterior de [Estados Unidos]… sobre todo, y ante todo, en lo concerniente a la
URSS».[71]
Los agentes secretos y los diplomáticos soviéticos destacados en Gran Bretaña
advirtieron a Moscú de la nueva postura beligerante de Winston Churchill en
respuesta a las acciones llevadas a cabo por los soviéticos en Europa Oriental,
especialmente en Polonia. El embajador de la URSS en Londres, Fedor Gusev,
informaba a Stalin en los siguientes términos: «Churchill habló sobre Trieste y
Polonia, con gran irritación y abierta inquina. Nos encontramos ahora tratando con un
aventurero sin principios: se siente más cómodo en tiempos de guerra que en tiempos
de paz». Simultáneamente el GRU interceptaría la orden de Churchill al mariscal de
campo Bernard Montgomery de recoger y almacenar el armamento capturado a los
alemanes para un posible rearme de los soldados de ese ejército que se rindieran a los
aliados occidentales. Según un alto cargo del GRU, Mijail Milstein, esta noticia vino
a envenenar con nuevas sospechas la postura del Kremlin.[72]
En julio de 1945 parecía que las nubes amenazadoras estaban a punto de
descargar. Truman pretendía que la Unión Soviética garantizara su participación en
una guerra contra Japón, e intentó que todos creyeran que seguía la política exterior
de Roosevelt con la URSS. Harry Hopkins realizó su último viaje a Moscú en calidad
de embajador itinerante de Truman, mantuvo con Stalin una larga reunión y regresó a
Washington con lo que suponía que era un compromiso en lo referente a Polonia y
otras cuestiones espinosas que habían empezado a provocar una honda división entre
las potencias aliadas. De ese modo consiguió apagarse la alarma que había saltado en
el Kremlin, en los círculos diplomáticos y en los servicios de inteligencia. Pero los
primeros días de la Conferencia de Potsdam (17 de julio-2 de agosto de 1945) se
convertirían en los últimos de esa breve etapa de satisfacción por parte de unos y
otros. La colaboración soviético-americana estaba a punto de llegar a su fin: la
tensión de posguerra entre las dos potencias aliadas cada vez iba a más.
EL FACTOR STALIN
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testimonios que hablan de las opiniones de Stalin allá por 1945 son más bien como
piezas y pequeños fragmentos de un rompecabezas. Stalin prefería discutir de palabra
todos los asuntos con sus más estrechos colaboradores. Unicamente reproducía lo que
pensaba por escrito cuando no le quedaba más remedio; por ejemplo, cuando dirigía
negociaciones diplomáticas desde la distancia. En consecuencia, incluso sus
lugartenientes desconocían o no entendían plenamente sus objetivos y sus planes.
Stalin impresionaba, pero también confundía e inducía a error, hasta a los
observadores y analistas más experimentados.
Stalin era un hombre con muchas personalidades. El hecho de haberse criado en
una región multiétnica, inestable y vengativa como el Cáucaso, le había
proporcionado la soltura necesaria para mostrar un sinfín de caras e interpretar
muchos papeles.[74] Entre las múltiples identidades de Stalin estaban la del «Kinto»
georgiano (un bandido honrado del estilo de Robin Hood), la del atracador de bancos
revolucionario, la del discípulo modesto y devoto de Lenin, la del «hombre de acero»
del partido bolchevique, la del gran señor de la guerra y la de «corifeo de la ciencia».
Tenía incluso una identidad rusa que él mismo había elegido. Se consideraba,
además, un político «realista» en materia de asuntos exteriores, y consiguió
convencer a muchos observadores de su «realismo». Averell Harriman, embajador de
Estados Unidos en Moscú entre 1943 y 1945, recordaría que vio a Stalin «mejor
informado que Roosevelt, más realista que Churchill; en cierto sentido el líder de los
aliados más efectivo». Mucho tiempo después, Henry Kissinger escribiría que las
ideas que tenía Stalin sobre cómo debía llevarse la política exterior eran
«estrictamente las mismas de la Realpolitik del Viejo Mundo», esto es, muy similares
a la fórmula seguida por los estadistas rusos durante siglos.[75]
¿Era Stalin verdaderamente «realista»? Encontramos una curiosa manifestación
del modo de pensar de Stalin en materia de relaciones internacionales en un
telegrama enviado a Moscú el mes de septiembre de 1935 desde el mar Negro, donde
pasaba unos días de vacaciones. Hitler llevaba ya por aquel entonces dos años en el
poder en Alemania, y la Italia fascista había desafiado a la Liga de las Naciones
lanzando en África un ataque despiadado y bárbaro contra Abisinia. Maxim Litvinov,
comisario de asuntos exteriores, creía que la seguridad soviética pasaba por el
establecimiento de una alianza con las democracias occidentales, esto es, con Gran
Bretaña y Francia, frente al tándem, cada vez más peligroso, formado por la Italia
fascista y la Alemania nazi. Viejo bolchevique cosmopolita de ascendencia judía,
Litvinov presentía que las futuras potencias del Eje representarían una amenaza
mortal para la Unión Soviética y la paz en Europa. Durantes los peores años de las
purgas de Stalin, Litvinov consiguió muchos apoyos para la URSS en la Liga de las
Naciones por la postura de oposición soviética en defensa de la seguridad colectiva
de Europa frente a las agresiones del fascismo y el nazismo.[76] A Stalin, como venían
sospechando desde hace tiempo numerosos especialistas,[77] le parecía útil la labor
llevada a cabo por Litvinov, aunque no coincidía con él en su interpretación de las
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tendencias mundiales. Su carta a Molotov y a Lazar Kaganovich, otro miembro del
Politburó, revela un concepto de seguridad radicalmente opuesto: «Se están creando
dos alianzas: el bloque formado por Italia y Francia, y el bloque formado por
Inglaterra y Alemania. Cuanta más pugna haya entre ellos, mejor irán las cosas para
la URSS. Podemos vender pan a los dos bandos, para que puedan seguir peleándose.
No nos conviene que ahora un bando se imponga sobre el otro. Lo que más nos
conviene es que esas pugnas se extiendan durante el mayor tiempo posible, pero sin
que se produzca una rápida victoria de un bando sobre el otro».[78]
Stalin esperaba que el conflicto entre los dos bloques imperialistas se alargara en
el tiempo, como una especie de repetición de la Primera Guerra Mundial. El Tratado
de Múnich de 1938 entre Gran Bretaña y Alemania vendría a confirmar las
percepciones de Stalin.[79] El pacto firmado por nazis y soviéticos en 1939 no fue
más que un intento por su parte de prolongar la «pugna» en Europa entre los dos
bloques imperialistas, aunque la composición de dichos bloques acabara siendo
diametralmente opuesta a la de sus predicciones. El estratega del Kremlin nunca
admitiría haber cometido un tremendo error en su valoración de las intenciones de
Hitler y que Litvinov se hallaba en lo cierto.
La ideología revolucionaria bolchevique había marcado las primeras posturas de
Stalin en materia de política internacional. A diferencia de los estadistas europeos de
la Realpolitik, los bolcheviques contemplaban el equilibrio de poderes y el empleo de
la fuerza a través de un prisma de radicalismo ideológico. Utilizaban el juego
diplomático para preservar la Unión Soviética como base de una revolución mundial.
[80] Eran sumamente optimistas, pues creían en la caída inminente del orden
capitalista liberal. También creían estar armados con la teoría científica de Marx,
cuyo conocimiento los hacía superiores a los estadistas y diplomáticos del
capitalismo liberal. Se reían de los intentos de Woodrow Wilson de ofrecer una
alternativa multilateral a la práctica tradicional de los juegos de poder y la lucha por
la obtención de esferas de influencia. Para ellos el wilsonianismo era o bien
hipocresía, o bien un idealismo estúpido. Al Politburó le gustó siempre dar gato por
liebre a los representantes liberales de las democracias occidentales cada vez que
tuvo trato con ellos.[81] En 1925-1927, durante su lucha por el poder contra la
oposición, Stalin manifestó su propia postura optimista-revolucionaria respecto a la
perspectiva de convertir el gobierno nacionalista de China, el Guomindang, en un
régimen comunista. Entre 1927 y 1933 Stalin y sus partidarios impusieron en el
movimiento comunista internacional la doctrina del «tercer período»: la profecía de
una nueva serie de revoluciones y guerras que «sin duda sacudirán al mundo con
mucha más virulencia que la oleada de 1918-1919», con el resultado «de la victoria
del proletariado en numerosos países capitalistas».[82]
Sin embargo, la cosmovisión que tenía Stalin no era una simple réplica de la
bolchevique. Era una amalgama en continua evolución que iba inspirándose en
fuentes distintas. Una de esas fuentes era la experiencia del propio Stalin en política
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interior. Después de aquellos años de lucha por el poder en el Kremlin, tras la
destrucción de sus opositores y sus esfuerzos por construir un estado, Stalin había
aprendido a ser paciente, a reaccionar con flexibilidad ante las oportunidades y a
evitar unir su nombre a cualquier postura en concreto. Según indica James Goldgeier,
«intentaba guardarse sus opciones a no ser que estuviera seguro de ganar». Eterno
oportunista del poder, supo salirse con la suya en su país, aliándose con algunos
rivales para ir contra otros, y en último término eliminándolos a todos. Es presumible
que tendiera a seguir ese mismo guión en las cuestiones internacionales.[83]
La mentalidad oscura y desconfiada de Stalin, así como su personalidad cruel y
vengativa, dejaron una poderosa impronta en su visión de los asuntos internacionales.
A diferencia de muchos bolcheviques optimistas y de mentalidad cosmopolita, el
dictador era un individuo movido por el poder y xenófobo, que fue volviéndose cada
vez más cínico.[84] Para él, el mundo, al igual que la política del Partido Comunista,
era un lugar hostil y peligroso. En el mundo de Stalin no se podía confiar plenamente
en nadie. Tarde o temprano cualquier colaboración podía convertirse en un juego de
suma cero. La unilateralidad y la fuerza constituyeron siempre un modo de enfocar la
política exterior más fiable que los acuerdos y la diplomacia. Molotov reconocería
más tarde que Stalin y él no habían «confiado en nadie; sólo en nuestras propias
fuerzas».[85] En octubre de 1947 Stalin expuso con crudeza su forma de ver las cosas
ante un grupo de diputados prosoviéticos del partido laborista británico que le
hicieron una visita en su residencia veraniega a orillas del mar Negro. La situación
internacional actual, dijo, no se rige por «sentimientos de compasión», sino por un
«sentimiento de beneficio propio». Si un país se da cuenta de que puede apoderarse
de otro país y conquistarlo, lo hará. Si Estados Unidos, u otro país, se dan cuenta de
que Inglaterra depende totalmente de ellos, de que no tiene otra salida, no dudarán en
engullirla. «Nadie se apiada del débil ni lo respeta. El respeto está reservado
exclusivamente para los fuertes».[86]
Durante los años treinta, el legado geopolítico de la Rusia zarista, predecesora
histórica de la URSS, se convirtió en otra fuente primordial del modo que tenía Stalin
de entender la política exterior.[87] Lector voraz de literatura histórica, Stalin llegó a
creer que había heredado los problemas geopolíticos que tuvieron que afrontar los
zares. Le gustaba especialmente la lectura de obras sobre la diplomacia y la política
exterior de Rusia en los años previos a la Primera Guerra Mundial y durante ella;
también le interesaban mucho los análisis de Evgeni Tarle, Arkadi Yerusalimski y
otros historiadores soviéticos, que abordaron la Realpolitik europea, las alianzas entre
las grandes potencias y las conquistas territoriales y coloniales. Cuando la revista
teórica del partido quiso publicar el artículo en que Friedrich Engels calificaba la
política exterior de la Rusia zarista de expansionista y peligrosa, Stalin se puso de
parte de la política zarista, no de las opiniones del cofundador del marxismo.[88] En
1937, con motivo de la celebración del aniversario de la Revolución bolchevique,
Stalin dijo que los zares de Rusia «sí hicieron una cosa bien: unificaron un enorme
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Estado que se extendía hasta Kamchatka. Nosotros hemos heredado ese Estado». La
cuestión de la Unión Soviética como sucesora del gran imperio ruso se convirtió en
uno de los principales fundamentos de la política exterior y la propaganda nacional de
Stalin. El dictador incluso encontró tiempo para analizar y publicar borradores de
manuales escolares de historia de Rusia, haciendo que siguieran la línea de su nueva
forma de ver las cosas. En 1945, Jrushchov recordaría este hecho en los siguientes
términos: «Stalin creía que se encontraba en la misma posición que Alejandro I tras
derrotar a Napoleón, y que podía dictar las reglas para toda Europa».[89]
Desde los primeros meses después de la toma del poder en Rusia, Lenin y los
bolcheviques habían tenido que aprender a guardar un equilibrio entre sus ambiciones
revolucionarias y los intereses del estado. Así nació el «paradigma revolucionario-
imperial» soviético. Stalin ofrecería una nueva interpretación, probablemente más
estable y efectiva, de ese paradigma. Durante los años veinte los bolcheviques habían
contemplado a la Unión Soviética como una plataforma para la revolución mundial.
Stalin empezó a contemplarla como un «imperio socialista». Su visión del mundo se
centraba en la seguridad y engrandecimiento de la URSS. Simultáneamente, según
Stalin, esos objetivos fundamentales exigían los cambios consiguientes de régimen y
de orden socioeconómico en las naciones que limitaban con la Unión Soviética.[90]
Stalin estaba convencido de que los asuntos internacionales se caracterizaban por
una rivalidad capitalista y el desarrollo de crisis, así como por la transición inevitable
a un socialismo global. De esta idea general surgían otras dos convicciones. La
primera era que, a juicio de Stalin, las potencias occidentales probablemente se
pusieran a conspirar a corto plazo contra la URSS. Y la segunda, que estaba seguro
de que la Unión Soviética, guiada por su habilidad, cautela y paciencia como
estadista, sería más astuta y duradera que cualquier combinación de grandes
potencias capitalistas. Durante los años más difíciles de la invasión nazi, Stalin supo
dominar la diplomacia y sacar provecho de ella con los países de la Gran Alianza.
Como la Unión Soviética había pasado en poco tiempo de una posición de atraso e
inferioridad a ocupar un lugar de fuerza y de reconocimiento mundial, Stalin prefirió
no comprometerse a poner límites a las ambiciones y fronteras soviéticas en aras de
la seguridad de la URSS. Mantuvo esas ambiciones y esas fronteras abiertas, tal como
habían estado tradicionalmente cuando Rusia se había expandido en tiempos de los
zares. El «acuerdo del porcentaje», al que llegaron británicos y soviéticos en octubre
de 1944, constituye un ejemplo clásico del conflicto existente entre el paradigma
revolucionario-imperial de Stalin y la Realpolitik de Churchill. El líder británico
buscaba un equilibrio de poder en Europa Oriental, y ofreció a Stalin un pacto
diplomático sobre la distribución de esferas de influencia en los Balcanes. Stalin
firmó el «acuerdo del porcentaje» de Churchill, pero en el futuro su política pondría
de manifiesto el deseo del dictador de expulsar por completo a los británicos de
Europa Oriental, confiando en el poder del Ejército Rojo para establecer en la región
gobiernos comunistas amigos.[91]
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En las conversaciones que mantenía con los comunistas de Yugoslavia, Bulgaria y
otros países, a Stalin le gustaba ponerse su manto de «realista» y dar una o dos
lecciones a sus inexpertos socios novatos. En enero de 1945 el líder del Kremlin
instruyó a un grupo de comunistas yugoslavos en los siguientes términos: «En su
época Lenin no habría podido imaginar nunca una correlación de fuerzas como la que
hemos alcanzado en esta guerra. Lenin pensaba siempre que cualquiera podía salir en
contra de nosotros, y que era positivo que algún país lejano, como, por ejemplo,
Estados Unidos, se mantuviera neutral. Y ahora nos encontramos con que un grupo
de burgueses ha salido en contra de nosotros, y que otro está de nuestra parte».[92] Al
cabo de unos días Stalin repitió esos mismos pensamientos en presencia de los
yugoslavos y del antiguo líder de la Komintern, Georgi Dimitrov. En esta ocasión, sin
embargo, añadió una predicción: «Hoy combatimos en alianza con una facción contra
la otra, y en un futuro también combatiremos a esa facción capitalista».[93]
Stalin, que representaba el papel de «realista» prudente en sus relaciones con los
países satélites de la URSS, pensaba que el ejército soviético podía ayudar a los
comunistas a hacerse con el poder en cualquier región de Europa Central y en los
Balcanes. Cuando Vasil Kolarov, un comunista búlgaro que colaboró con Dimitrov en
la creación de una Bulgaria prosoviética, propuso la anexión a Bulgaria de una franja
del litoral griego, los soviéticos se negaron. «Era impensable», comentaría más tarde
Molotov. «Pedí consejo [a Stalin], y se me dijo que no debía llevarse a cabo, que el
momento no lo aconsejaba. De modo que guardamos silencio, aunque Kolarov no
dejaba de presionarnos».[94] En una ocasión Stalin hizo el siguiente comentario a
propósito de los comunistas griegos: «Creían, erróneamente, que el Ejército Rojo se
presentaría en el Egeo. Pero no podemos hacerlo. No podemos mandar nuestras
tropas a Grecia. Los griegos cometieron un error estúpido».[95] En lo referente a
Grecia, Stalin se adheriría al «acuerdo del porcentaje» firmado con Churchill y
cedería ese país a los británicos. El líder del Kremlin pensó que sería un «error
estúpido» volverse contra los británicos en los Balcanes antes de asegurar las
ganancias obtenidas por los soviéticos en la guerra. Había objetivos de carácter
prioritario, que requerían la cooperación de Gran Bretaña o, al menos, su neutralidad.
No quería tener un choque prematuro con una potencia de la «facción capitalista»
aliada. Su táctica dio los frutos esperados: Churchill correspondió y durante varios
meses se abstuvo de criticar públicamente las violaciones de los compromisos de
Yalta cometidas por los soviéticos en Rumanía, Hungría y Bulgaria.
En la primavera de 1945 parecía que la capacidad de Stalin como estadista era
claramente superior a la de sus socios occidentales. La Realpolitik de Churchill
acabaría en fracaso, mientras el ejército soviético, junto con los comunistas
yugoslavos, búlgaros y albaneses, se hacía con los Balcanes. Molotov recordaría con
satisfacción que los británicos sólo despertaron cuando «media Europa» se había
alejado de su esfera de influencia: «Se equivocaron en sus cálculos. No eran
marxistas como nosotros».[96] Fue el momento en que probablemente Stalin se sintió
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más orgulloso de sí mismo. Incluso antes de que el pueblo y las élites de la Unión
Soviética celebraran el fin de la Segunda Guerra Mundial, Stalin estaba ya ocupado
en la construcción de un «imperio socialista».
Actualmente podemos asegurar sin temor a equivocarnos que Stalin tenía la firme
determinación de mantener Europa Oriental bajo las garras de la Unión Soviética a
cualquier precio. Para el líder del Kremlin esa región, al igual que los Balcanes, era
de vital estrategia, pues la consideraba un potencial colchón de seguridad para la
URSS frente a Occidente. La geografía y la historia de Europa, incluida la historia
reciente de las dos guerras mundiales, determinarían los dos caminos principales de la
expansión soviética: uno a través de Polonia hasta Alemania y el corazón de Europa,
y otro a través de Rumanía, Hungría y Bulgaria hasta los Balcanes y Austria.[97] Al
mismo tiempo, como revelan sus conversaciones con comunistas de diversas
nacionalidades, Stalin definía la seguridad soviética en términos ideológicos.
También daba por hecho que la esfera de influencia de la URSS debía e iba a quedar
garantizada en Europa Oriental mediante la imposición en los países de la zona de un
nuevo orden político y social a imitación del de la Unión Soviética.[98]
A juicio de Stalin, los dos aspectos de los objetivos soviéticos en Europa Oriental,
a saber, seguridad y construcción de un régimen socialista, eran dos caras de la
misma moneda. Lo realmente importante, sin embargo, era cómo alcanzar ambos
objetivos. Algunos líderes soviéticos, como Nikita Jrushchov entre otros, esperaban
que toda Europa decidiera abrazar el comunismo después de la guerra.[99] Stalin
anhelaba lo mismo, pero sabía perfectamente que el equilibrio de poder le impediría
alcanzar ese objetivo. Pensaba que los comunistas franceses o italianos no tenían
ninguna posibilidad de hacerse con el poder mientras las tropas aliadas ocuparan
Europa Occidental. Así pues, el «realista» del Kremlin optó por operar en el marco de
la Gran Alianza y exprimir al máximo a sus transitorios socios capitalistas.
Molotov recordaría que durante la Conferencia de Yalta en febrero de 1945,
Stalin dio una gran importancia a la Declaración de la Europa Liberada. Lo que
pretendía principalmente Roosevelt con la firma de este documento era callar a las
posibles voces críticas de su país que estaban dispuestas a arremeter contra él por
colaborar con los soviéticos. Roosevelt seguía creyendo que mantener a Stalin como
miembro del grupo era más importante que romper relaciones con el dictador ruso
por la represión llevada a cabo por la URSS en Europa Oriental. Simultáneamente, el
presidente norteamericano esperaba que la firma del documento por parte de Stalin
sirviera para poner freno a las descaradas agresiones soviéticas, especialmente en
Polonia.[100] Sin embargo, Stalin interpretaría la Declaración como un
reconocimiento por parte de Roosevelt al derecho de la Unión Soviética a poseer una
zona de influencia en Europa Oriental. Con anterioridad, el presidente
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norteamericano había reconocido los intereses estratégicos soviéticos en Extremo
Oriente. A Molotov le preocupó el lenguaje del boceto que le presentaron los
estadounidenses, pero Stalin le dijo: «No te preocupes. Más tarde lo ejecutaremos a
nuestra manera. La esencia está en la correlación de fuerzas».[101]
Los soviéticos y sus colaboradores comunistas llevaron a cabo dos tipos de
política en Europa Oriental. En primer lugar se realizaron reformas sociales y
políticas visibles: el desmantelamiento de la antigua clase de propietarios (algunos de
los cuales ya habían quedado comprometidos por su colaboración con los alemanes y
habían huido de sus países), la distribución de la tierra entre los campesinos, la
nacionalización de la industria y la creación de un sistema parlamentario
multipartidista o «democracia popular». En segundo lugar, se produjo la supresión
despiadada de cualquier forma de oposición nacionalista armada y la creación de
estructuras capaces de reemplazar posteriormente la «democracia popular»
multipartidista y ofrecer una base sólida para el régimen comunista. Normalmente
esta última comportaba la introducción de agentes soviéticos en el control de los
departamentos de seguridad, de la policía y del ejército, la infiltración de camaradas
soviéticos itinerantes en otros ministerios y partidos políticos, y el desprestigio, la
incriminación y al final la eliminación de los activistas políticos y los periodistas que
no fueran comunistas.[102]
Stalin dio las directrices generales para esas dos políticas en las reuniones
personales y la correspondencia que mantuvo con los comunistas de Europa del Este
y a través de sus más estrechos colaboradores. Confió a Andrei Zhdanov, Klement
Voroshilov y Andrei Vishinski la ejecución cotidiana de esas políticas en Finlandia,
Hungría y Rumanía respectivamente. En lo que cabe considerar un reflejo del aspecto
cuasi imperial de sus papeles, estos tres lugartenientes de Stalin eran conocidos en los
círculos de poder de Moscú con el sobrenombre de «los procónsules».[103] En los
países de Europa del Este, el Kremlin confiaría en las autoridades militares
soviéticas, la policía secreta y los comunistas expatriados oriundos de la región,
muchos de ellos judíos, que habían regresado a su patria desde Moscú con la
retaguardia del ejército soviético.[104]
El caos, la devastación producida por la guerra y las pasiones nacionalistas del
este de Europa ayudaron a Stalin y a los soviéticos a ver cumplidos sus objetivos en
la zona. En Hungría, Rumanía y Bulgaria, antiguas aliadas a regañadientes de la
Alemania nazi, la llegada del ejército soviético abrió profundas divisiones sociales e
ideológicas. En todos los países se daba un virulento sentimiento nacionalista y una
acumulación de grandes rivalidades étnicas y agravios históricos. Polonia y
Checoslovaquia ardían en deseos de librarse de minorías potencialmente subversivas,
sobre todo de la alemana.[105] Stalin solía invocar el espectro de Alemania como
«enemiga mortal del mundo eslavo» en sus conversaciones con los líderes polacos,
checoslovacos, búlgaros y yugoslavos. Tanto a estos últimos como a los rumanos no
dudó en hacerles creer que apoyaba sus aspiraciones territoriales. Tampoco tuvo el
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menor reparo en apoyar la política de limpieza étnica que se instauró en Europa
Oriental. Hasta diciembre de 1945, jugó con la idea de utilizar esquemas paneslavos y
organizar Europa Oriental y los Balcanes en confederaciones multiétnicas. Más tarde,
sin embargo, el líder soviético abandonó semejante plan por razones que todavía no
tenemos claras. Tal vez creyera que era más fácil dividir y gobernar naciones-estado
de extensión más reducida que confederaciones multinacionales de mayor
envergadura.[106]
El ejército soviético y las actividades de la policía secreta siguieron siendo un
factor crucial para el establecimiento del control soviético inicial en Europa del Este.
En Polonia, el Ejército Nacional (AK) se opuso tenazmente a los planes de Stalin
para su país.[107] Después de celebrarse la Conferencia de Yalta, e incluso en el curso
de ella, la controversia por el futuro de Polonia hizo que saltaran las primeras chispas
entre la URSS y los Aliados occidentales. Churchill se quejó de que el poder del
gobierno prosoviético de Polonia «se basa en las bayonetas soviéticas». Tenía toda la
razón. En cuanto concluyó la Conferencia de Yalta, el enviado del SMERSH en
Polonia, Ivan Serov, comunicó a Stalin y a Molotov que los comunistas polacos
querían deshacerse de Stanislaw Mikolajczyk, líder del gobierno polaco en el exilio.
Stalin autorizó la detención de dieciséis líderes del Ejército Nacional, pero ordenó a
Serov que no se tocara a Mikolajczyk. A pesar de esta precaución, la mano dura
empleada por los soviéticos terminó por perjudicarlos. Churchill y Anthony Eden
protestaron por las acciones «abominables» que cometían los soviéticos. Stalin se
disgustó especialmente cuando Truman se unió a Churchill en la protesta por las
detenciones de los líderes del AK. En su respuesta pública, habló de la necesidad de
las detenciones «con el fin de proteger la retaguardia del frente del Ejército Rojo».
Las detenciones continuaron. A finales de 1945, unos veinte mil individuos
pertenecientes a la clandestinidad polaca, restos de las élites de la Polonia anterior a
la guerra y su funcionariado, estaban presos en campos de concentración soviéticos.
[108]
Rumanía también causó quebraderos de cabeza a Moscú. Las élites políticas de
este país pidieron abiertamente ayuda a británicos y norteamericanos. El primer
ministro, Nicolae Radescu, y los líderes de los «históricos» Partido Nacional de los
Campesinos y Partido Liberal Nacional no ocultaban el temor que sentían por la
amenaza soviética. Los comunistas rumanos, repatriados a Bucarest desde Moscú,
habían organizado el Frente Democrático Nacional. Instigaron, con la colaboración
clandestina de los soviéticos, un golpe de estado contra el régimen de Radescu,
llevando al país al borde de una guerra civil a finales de febrero de 1945. Stalin envió
a Andrei Vishinski, uno de sus sicarios más aborrecibles y fiscal infame en los
procesos de los años treinta, a Bucarest con un ultimátum para el rey Miguel:
Radescu debía ser sustituido por Petru Grozu, político prosoviético. Para dar más
fuerza a su ultimátum, Stalin ordenó que dos divisiones del ejército se situaran en las
inmediaciones de Bucarest. Las potencias occidentales no intervinieron, pero los
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delegados norteamericanos, incluido el emisario del Departamento de Estado, Burton
Berry, y el jefe de la Misión Militar de Estados Unidos, Courtlandt van Rensselaer
Schuyler, se quedaron pasmados ante esa acción y empezaron a compartir los mismos
temores que tenían las élites rumanas ante una posible dominación soviética. En vista
del descontento cada vez mayor que reinaba en Occidente, Stalin decidió no tocar al
rey Miguel ni a los líderes de los dos partidos «históricos».[109]
Más al sur, en los Balcanes, Stalin construía una esfera de influencia soviética con
la colaboración de Yugoslavia, uno de sus grandes aliados. En 1944-1945, pensó que
la idea de una confederación de pueblos eslavos, dirigida con la ayuda de los
comunistas yugoslavos, podía ser un buen movimiento táctico para la construcción de
una Europa Central socialista y podía servir para apartar la atención de las potencias
occidentales de los planes que tenía la Unión Soviética de transformar los regímenes
políticos y socioeconómicos de la región. Pero el victorioso líder de las guerrillas
comunistas yugoslavas, Josip Broz Tito, era demasiado ambicioso. En efecto, él y
otros comunistas yugoslavos querían concretamente que Stalin apoyara sus
pretensiones territoriales frente a Italia, Austria, Hungría y Rumanía. También
pretendían la ayuda de Moscú para su proyecto de una «Yugoslavia más grande» que
incluyera a Albania y Bulgaria. Durante un tiempo Stalin no demostró sentirse
contrariado por la idea, y en enero de 1945 propuso a los comunistas yugoslavos la
creación de un estado dual con los búlgaros, «como Austria-Hungría».[110]
En mayo de 1945, Trieste, la ciudad y su comarca, objeto de disputa entre
Yugoslavia e Italia desde 1919, amenazó con convertirse en otro punto de fricción de
las relaciones entre la Unión Soviética y los Aliados occidentales. Stalin exhortó a los
yugoslavos a que rebajaran sus exigencias para llegar a un acuerdo con los británicos
y los norteamericanos. Los líderes yugoslavos obedecieron a regañadientes, pero Tito
no pudo contener su frustración. En un discurso público dijo que los yugoslavos no
querían ser «calderilla» en «la política de las esferas de interés». Para Stalin aquello
fue un grave ultraje. Probablemente fuera a partir de entonces cuando empezó a
contemplar a Tito con recelo.[111] No obstante, a lo largo de las difíciles
negociaciones con las potencias occidentales por los tratados de paz con los países
satélites de Alemania durante 1946, las autoridades del Kremlin defenderían las
pretensiones territoriales de Yugoslavia en Trieste.[112] Este comportamiento puede
explicarse por la pasión momentánea que suscitaron las ideas paneslavas entre las
autoridades rusas, así como por la posición vital que ocupaba Yugoslavia en el flanco
sur del perímetro de seguridad soviético.
Así pues, vemos que en Europa Oriental y en los Balcanes Stalin actuó de manera
unilateral y con absoluta implacabilidad. Sin embargo, también midió cautelosamente
sus pasos, avanzando o dando marcha atrás para evitar un choque prematuro con las
potencias occidentales que pudiera poner en peligro la consecución de otras metas
importantes de su política exterior. En particular, Stalin tenía que equilibrar sus
objetivos para el este de Europa y los Balcanes con el de la creación de una Alemania
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prosoviética (véase el capítulo 3). Otro de sus objetivos era una guerra con Japón en
el futuro.
Los meses que siguieron a la Conferencia de Yalta brindaron al dictador una gran
oportunidad para asegurarse un buen botín de guerra en Extremo Oriente. En 1945
Stalin y los diplomáticos soviéticos consideraban que China era un país cliente de
Estados Unidos, por lo que decidieron que los intereses de la URSS en el Pacífico
exigían una expansión territorial para impedir la sustitución de la dominación
japonesa en la zona por la norteamericana. Su objetivo consistía en convertir
Manchuria en parte del cinturón de seguridad soviético en Extremo Oriente.[113]
Durante el banquete de la victoria celebrado con las autoridades militares el 24 de
mayo, Stalin dijo que a veces una «buena diplomacia» podía «tener más peso que dos
o tres ejércitos». Demostraría lo que quería decir con esto durante sus conversaciones
con el gobierno chino del Guomindang en Moscú en julio y agosto de 1945.[114] Los
acuerdos de Yalta, reconocidos por Truman, otorgaban al líder del Kremlin una
posición de extraordinaria superioridad en lo referente al Guomindang. Stalin ejerció
una presión tremenda sobre los nacionalistas, instándolos a aceptar a la Unión
Soviética como la protectora de China frente a Japón. Con ese fin, dijo al ministro de
Asuntos Exteriores chino, T. V. Soong, que las demandas soviéticas referentes a Port
Arthur, el Ferrocarril Oriental de China, el sur de la isla de Sajalín y Mongolia
Exterior estaban impulsadas «por consideraciones relacionadas con el reforzamiento
de nuestra posición estratégica frente a Japón».[115]
Para sus negociaciones, Stalin contaba con algunos medios de presión que podía
utilizar en la propia China. Moscú era la única intermediaria existente entre los
nacionalistas y el Partido Comunista Chino (PCCh) que controlaba las regiones
septentrionales de China próximas a Mongolia Exterior. Pero, además, los soviéticos
podían jugar todavía otra carta menos conocida: financiaban y armaban en secreto un
movimiento separatista uigur en la región de Xinjiang que limitaba con la URSS.
Durante las conversaciones celebradas en Moscú, Stalin se ofreció a garantizar la
integridad de China a cambio de importantes concesiones. «En cuanto a los
comunistas de China», Stalin comunicó al Dr. Soong, «no los apoyamos ni tenemos
la intención de hacerlo. Consideramos que China tiene un solo gobierno. Deseamos
ser honestos en nuestras relaciones con China y las naciones aliadas».[116]
Las autoridades nacionalistas se mostraron muy reacias a aceptar las demandas de
los soviéticos, especialmente la relacionada con Mongolia Exterior. Pero Jiang Jieshi,
el líder chino, y el Dr. Soong no tuvieron más remedio que doblegarse. Sabían que
tres meses después de que concluyera la guerra en Europa estaba prevista la invasión
de Manchuria por el Ejército Rojo. Temían que los soviéticos pudieran entregar luego
esa provincia al PCCh. De modo que el 14 de agosto aceptaron firmar el Tratado de
Alianza y Amistad entre la China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En
un primer momento dio la impresión de que Stalin iba a mantener sus promesas: el
PCCh fue obligado a negociar una tregua con el gobierno nacionalista. Los
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comunistas chinos asegurarían posteriormente que Stalin los traicionó y que socavó
su estrategia revolucionaria. Por aquel entonces, sin embargo, Mao Zedong tuvo que
admitir la lógica de Stalin: Estados Unidos estaba dando su apoyo al Guomindang, y
una intervención soviética a favor del PCCh habría puesto fin inmediatamente a la
cooperación ruso-americana.[117]
Al margen de la inminencia de la invasión de Manchuria por parte de la URSS, la
colaboración ruso-americana proporcionó a los soviéticos fundamentos para esgrimir
derechos especiales en esa región china. Truman no podía oponerse públicamente al
control soviético de Mongolia Exterior, y se limitó a exigir que se respetara la política
de puertas abiertas. En privado, Harriman empujó a Soong a no ceder a las presiones
de Stalin, pero tuvo que admitir que los chinos «nunca más tendrán la oportunidad de
alcanzar un compromiso con Stalin en unos términos tan favorables». En
consecuencia, Stalin obtuvo del Guomindang unas concesiones que iban más allá de
lo estipulado en Yalta.[118]
Stalin tenía unos planes igualmente ambiciosos en lo concerniente a Japón. La
noche del 26-27 de junio de 1945 mandó llamar a los miembros del Politburó y al
alto mando militar para discutir un plan de guerra contra Japón. El mariscal Kirill
Meretskov y Nikita Jrushchov querían desembarcar tropas soviéticas en el norte de
Hokkaido. Molotov se manifestó contrario a esa idea, haciendo hincapié en que
semejante operación supondría el incumplimiento de lo acordado con Roosevelt en
Yalta. El mariscal Georgi Zhukov la puso en entredicho, pues la consideraba una
aventura muy arriesgada desde el punto de vista militar. Stalin, sin embargo, apoyó el
plan. Creía que la acción podía ofrecer a la Unión Soviética algún papel en la
ocupación de Japón. Para Stalin el control del Imperio del Sol Naciente y su posible
resurgimiento militar era tan importante como el control de Alemania.[119]
El 27 de junio de 1945, Pravda anunció que Stalin había asumido el título de
«Generalísimo». Fue la culminación del vozhd (caudillo) del Kremlin como estadista.
Tres semanas después, la Conferencia de Potsdam confirmaba el marco de
cooperación de las tres grandes potencias que se había acordado en Yalta. Era un
marco extraordinariamente favorable para la diplomacia y la política imperialista de
Stalin. Al principio, la delegación británica, presidida por Churchill y más tarde, tras
su derrota en las elecciones, por el nuevo primer ministro laborista, Clement Attlee, y
el secretario del Foreign Office, Ernest Bevin, puso reparos a la actuación de los
soviéticos fuera de sus fronteras. En particular, criticaron ásperamente las acciones de
la URSS en Polonia, y se opusieron a sus intentos de obtener alguna indemnización
de tipo industrial en la cuenca del Rhur. Varios asesores de Truman, entre otros el
embajador norteamericano en Moscú, Averell Harriman, animaron al presidente y a
su nuevo secretario de estado, James Byrnes, a apoyar la línea dura adoptada por los
británicos. Truman, sin embargo, necesitaba todavía la colaboración soviética en la
guerra contra Japón, e hizo oídos sordos a su consejo. El presidente y el secretario de
Estado norteamericanos también se mostraron receptivos a la exigencia planteada por
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Stalin de obtener una participación en las indemnizaciones de guerra de la zona
occidental alemana y acordaron la creación de una administración central en el país
ocupado. En respuesta a las voces críticas, Truman propuso el nombramiento de una
comisión aliada encargada de supervisar las elecciones de Rumanía, Bulgaria,
Hungría, Grecia y otras naciones. Sin embargo, cuando Stalin se opuso a esta medida
tras darse cuenta de que los norteamericanos no invitaban a la Unión Soviética a
supervisar las elecciones en Italia, el presidente aparcó inmediatamente su plan. Una
vez concluida la Conferencia de Potsdam, Molotov comunicó a Dimitrov que «los
acuerdos principales a los que se ha llegado nos benefician», añadiendo que las
potencias occidentales habían confirmado la integración de los Balcanes en la esfera
de influencia de la URSS.[120]
EL RAYO
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con un modelo nuevo y peligroso. Estados Unidos seguía siendo un país aliado, ¿pero
podía convertirse de nuevo en enemigo? El brusco amanecer de la era atómica en
medio del triunfalismo soviético vino a agudizar la incertidumbre que reinaba en la
Unión Soviética. Esa incertidumbre provocaría que las élites del país se vieran
obligadas a cooperar estrechamente con su líder. El poder sin par de Stalin se basaba
en la mitología y el miedo, pero también en las élites, así como en el pueblo
soviético, que miraba hacia él en busca de una respuesta a las amenazas externas.
Después de lo de Hiroshima, las élites soviéticas se unieron para intentar ocultar una
vez más su sensación de debilidad tras una fachada de bravuconería.[125]
Además, las élites esperaban que, bajo el liderazgo de Stalin, a la URSS no le
fueran negados los frutos de su gran victoria, incluido el nuevo «imperio socialista».
Y millones de soviéticos, traumatizados todavía por el reciente baño de sangre que
había supuesto la Segunda Guerra Mundial, y desconcertados por las penalidades de
los tiempos de paz, esperaban fervientemente que no estallara otra guerra, pero
también confiaban en la sabiduría del vozhd del Kremlin.
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2
STALIN A MOLOTOV,
septiembre de 1945
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Alemania. Tras los primeros meses de paz, sin embargo, Stalin empezó a tomar una
serie de medidas que, una tras otra, ponían de manifiesto los límites de la cooperación
de los Aliados. Los temores y la desesperación de Litvinov estaban justificados: el
comportamiento del Kremlin fue uno de los principales factores que provocaron la
Guerra Fría. ¿Pero cómo se llegó a la elección de ese «concepto de seguridad pasado
de moda» por parte de Stalin? ¿Qué cálculos, que motivaciones y qué fuerzas internas
impulsaron a la Unión Soviética hacia una guerra fría con Estados Unidos?
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anunció, para desesperación de los soviéticos, que las elecciones de su país iban a
posponerse hasta que pudieran ser verificadas por una Comisión de Control Aliada,
integrada por representantes de las tres grandes potencias. «Una capitulación
vergonzosa», escribía Georgi Dimitrov en su diario. Fuentes soviéticas de Sofía
informaban a Moscú de la «brutal presión de los angloamericanos».[4]
Para intensificar la preocupación de los soviéticos, Byrnes y el secretario de
Estado de asuntos exteriores británico Ernest Bevin actuaban ahora de manera
conjunta, como habían hecho anteriormente Truman y Churchill durante la crisis de
Polonia. Stalin envió instrucciones inmediatamente al general Sergei Biryuzov,
comandante en jefe de las fuerzas soviéticas en Bulgaria: «No deben hacerse
concesiones de ningún tipo. Ningún cambio en la composición del gobierno».[5] A
juicio de Stalin, los acontecimientos de los Balcanes, lo mismo que los de Japón,
formaban parte de una ofensiva política occidental, constituían una consecuencia
directa del cambio del equilibrio de poderes que había acarreado el bombardeo de
Hiroshima. Muchos miembros del entorno de Stalin, del ejército y de la comunidad
científica eran más o menos de la misma opinión. Esta idea era curiosamente similar
a las conclusiones a las que llegarían varias décadas más tarde Gar Alperovitz y otros
historiadores norteamericanos, quienes sostenían que la diplomacia estadounidense
después del bombardeo de Hiroshima se convirtió en una «diplomacia atómica».[6]
El 11 de septiembre, Byrnes, Bevin y Molotov se reunieron en la Conferencia de
Ministros de Asuntos Exteriores de Londres. La reunión se convirtió, como concluye
el historiador Vladimir Pechatnov, en «una demostración recíproca de dureza» entre
Estados Unidos y la Unión Soviética. Stalin ordenó a Molotov que insistiera en la
lógica de Yalta, que, en su opinión, confirmaba el principio de no interferencia por
parte de las grandes potencias en sus respectivas esferas de influencia. El 12 de
septiembre le telegrafió diciendo: «Podría suceder que los Aliados firmaran un
tratado de paz con Italia sin nosotros. ¿Y qué? Ya tenemos un precedente. Tendríamos
a nuestra vez la posibilidad de alcanzar un tratado de paz con [los países de Europa
Central] sin los aliados». Continuaba diciendo que si bien semejante conducta podía
llevar la conferencia a un callejón sin salida, «tampoco debe asustarnos que eso
suceda».[7]
Durante los primeros días de la reunión, Byrnes sugirió que deberían invitar a
Francia y a China a discutir los tratados de paz con los países satélites de Alemania.
Molotov se mostró de acuerdo sin sondear primero a Stalin; en su opinión, los
norteamericanos sólo querían dar mayor importancia al papel de las Naciones Unidas,
el resto de cuyos miembros, insistía, asistirían a las conferencias de paz sobre
Finlandia, Hungría, y Rumanía. Pero Stalin veía en todas las iniciativas de los
políticos occidentales un elemento de un proyecto más amplio destinado a minar el
concepto de exclusividad de las esferas de influencia acordado en Yalta y Potsdam.
Estaba furioso con Molotov y ordenó a su infortunado lugarteniente que se retractara
del acuerdo expresado en torno a la participación de China y de Francia, jugada que
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hizo que la conferencia quedara en punto muerto. Stalin escribía: «Los Aliados te
están presionando para que cedas. Pero debes aguantar hasta el final». Molotov
reconocía que había «tenido un grave despiste». A partir de ese momento, a juicio de
Stalin, Molotov se hizo sospechoso de ser el «pacificador» de Occidente.[8]
Al margen de las intenciones que pudiera tener Byrnes de desarrollar una
«diplomacia atómica», el secretario de Estado no quería ser visto como el causante de
la ruina de las esperanzas populares de cooperación durante la posguerra. El 20 de
septiembre, Byrnes intentó salvar la conferencia proponiendo a Molotov un tratado
de desmilitarización de Alemania de veinte o veinticinco años de duración. En su
comunicado a Stalin, Molotov recomendaba aceptar la propuesta de Byrnes, «si los
norteamericanos se mueven más o menos en nuestra dirección en lo tocante a los
países de los Balcanes». Pero Stalin no estaba dispuesto a sacar de Alemania a las
tropas soviéticas a cambio de un pedazo de papel que garantizaba la desmilitarización
del país.[9] El líder supremo del Kremlin ordenó a Molotov rechazar la idea de
Byrnes. Explicó a su ministro que la propuesta de Byrnes perseguía cuatro objetivos
distintos: «En primer lugar, distraer nuestra atención del Extremo Oriente, donde los
norteamericanos asumen el papel de amigo de Japón para el día de mañana, y dar así
la sensación de que todo está bien por ahí; en segundo lugar, recibir de la URSS una
ratificación formal de que Estados Unidos desempeñe en los asuntos europeos el
mismo papel que la URSS, de modo que a continuación puedan tomar en sus manos
el futuro de Europa, en alianza con Inglaterra; en tercer lugar, devaluar los tratados de
alianza que la URSS ha alcanzado ya con los estados europeos; y en cuarto lugar,
retirar el apoyo a cualquier otro tratado de alianza que pudieran firmar en el futuro la
URSS y Rumanía, Finlandia, etc.».[10]
Estas palabras revelan que las ideas de Stalin eran una combinación de
inseguridad y de aspiraciones de largo alcance. En respuesta a la nueva propuesta de
Byrnes, el mandatario soviético ordenó a Molotov proponer la creación de una
Comisión de Control Aliada sobre Japón, semejante a la establecida para Alemania.
El control exclusivo de Japón por los norteamericanos suponía una amenaza para la
visión del mundo de posguerra que tenía Stalin, lo mismo que el monopolio
norteamericano de la bomba atómica. Byrnes, apoyado por los británicos, se negó a
discutir la contrapropuesta soviética. Stalin estaba furioso: «Es el colmo de la
desfachatez angloamericana», decía en un telegrama enviado a Molotov. «No tienen
el más mínimo sentimiento de respeto hacia sus aliados».[11]
No obstante, Stalin seguía deseoso de hacer negocios con los norteamericanos e
intentó por todos los medios no dar muestras de falta de respeto hacia Truman.[12] Al
mismo tiempo, decidió mostrar su repulsa hacia Byrnes, el supuesto arquitecto de la
«diplomacia atómica». El 27 de septiembre, Stalin ordenó a Molotov hacer
ostentación de «una inflexibilidad absoluta» y olvidar cualquier tipo de componenda
con Estados Unidos. «El fracaso de la conferencia significaría el fracaso de Byrnes, y
eso no debe preocuparnos».[13] Molotov seguía abrigando esperanzas de que tras
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varios días de duras negociaciones, los Aliados ofrecieran una solución de
compromiso aceptable.[14] Stalin, sin embargo, se mostró inflexible, y la Conferencia
de Londres concluyó el 2 de octubre sin llegar a ningún resultado.
A corto plazo, la táctica de Stalin de oponerse a la Conferencia de Londres
produjo el efecto deseado. Byrnes se enfadó muchísimo por no haber podido alcanzar
ningún acuerdo con los soviéticos y decidió abandonar su anterior política de
intransigencia. La determinación estadounidense de oponerse a la conducta seguida
por los soviéticos en Europa Central flaqueó notablemente. Byrnes ordenó a Averell
Harriman salir de aquel punto muerto celebrando una entrevista personal con Stalin.
El 24-25 de octubre, Stalin representó el papel de encantador anfitrión de Harriman
en la dacha secreta que poseía en Gagri, a orillas del mar Negro. Durante la reunión,
Harriman se dio cuenta de que Stalin seguía «muy irritado por nuestra negativa a
permitir el desembarco de tropas soviéticas en Hokkaido». El mandatario soviético se
quejaba de que Douglas McArthur tomaba decisiones sin molestarse ni siquiera en
comunicárselas a los rusos. Afirmaba que la Unión Soviética no iba a aceptar el papel
de «satélite de los americanos en el Pacífico». Quizá, dijo Stalin, a la Unión Soviética
le conviniera ceder en Japón y dejar que los norteamericanos actuaran como les
pareciera en ese país. Él no había sido nunca partidario del aislacionismo, pero
«ahora la Unión Soviética tal vez deba adoptar esa actitud».[15]
Harriman encontró a Stalin «extraordinariamente suspicaz ante cualquier
movimiento nuestro», pero abandonó la reunión convencido de que los intereses de
seguridad de los soviéticos en Europa Central podrían verse satisfechos sin cerrar la
región al comercio norteamericano ni a la influencia económica y cultural de Estados
Unidos.[16] No supo darse cuenta de que para el dictador soviético los anglosajones
no tenían cabida ni en Europa Central ni en los Balcanes. El 14 de noviembre, en la
misma dacha de Gagri, Stalin dijo simple y llanamente a Ladislaw Gomulka y a otros
comunistas polacos que «rechazaran la política de puertas abiertas» de los
norteamericanos. Advirtió a sus huéspedes que los angloamericanos pretendían
«arrebatarnos a nuestros aliados: Polonia, Rumanía, Yugoslavia y Bulgaria».[17]
La decisión de Stalin de cerrar la Europa Central a la influencia de Occidente no
significaba que abandonara los juegos diplomáticos. De repente, Byrnes se convirtió
en su socio preferido. El factor decisivo fue la aceptación por parte de este último de
la exigencia soviética de excluir a Francia y a China del programa de negociación de
los tratados de paz. El 9 de diciembre, en el telegrama que envió desde el mar Negro
al «cuarteto» de política exterior del Politburó en el Kremlin (Molotov, Lavrenti
Beria, Georgi Malenkov y Mikoyan), Stalin decía que «hemos ganado la pelea», y
que habían obligado a Estados Unidos y a Gran Bretaña a retirarse de los Balcanes.
Reprochaba de nuevo a Molotov haber cedido a las presiones y la intimidación de
Estados Unidos. «Es evidente», concluía, «que en nuestros tratos con socios como
Estados Unidos y Gran Bretaña no podemos conseguir nada serio si empezamos
cediendo a la intimidación y damos muestras de incertidumbre. Para conseguir algo
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de este tipo de interlocutores, debemos armarnos con la política de la tenacidad y la
firmeza».[18] El máximo mandatario demostraba a sus subordinados que necesitaban
su guía en los asuntos de posguerra tanto como la habían necesitado durante la
contienda.
Cuando en el mes de diciembre se reunió con Byrnes en Moscú, Stalin lo trató
como a un huésped de honor. Pero las concesiones norteamericanas (la creación de la
Comisión de Control Aliada en Japón) no satisficieron sus demandas. No obstante,
seguía necesitando la cooperación de Byrnes para obtener resultados favorables en lo
tocante a las indemnizaciones de Alemania, así como en lo relativo a la firma de
tratados de paz con Alemania y sus antiguos países satélites. Byrnes no intentó jugar
la baza del poderío atómico, no actuó en tándem con los británicos, y no presionó a
los soviéticos en lo tocante a sus aventuras separatistas en el norte de Irán. En
general, ambas partes negociaron con el estilo de toma y daca que Stalin consideraba
que era su fuerte, empezando por la consolidación de sus respectivas áreas de
influencia y las concesiones mutuas.[19]
Byrnes dio además validez a las elecciones amañadas en Bulgaria y Rumanía, a
cambio de pequeñas modificaciones en sus gobiernos y garantías públicas de que el
Kremlin iba a respetar las «libertades» políticas y los derechos de la oposición. Stalin
llamó inmediatamente a Sofía al líder comunista búlgaro, Georgi Dimitrov, y le dijo
que cogiera a «unos cuantos representantes de la oposición» y les diera algunos
«ministerios insignificantes». Después de aquello, según Harriman, «la actitud de los
rusos cambió por completo y en adelante, la colaboración en muchos otros problemas
mundiales se consiguió con facilidad».[20]
La diplomacia de concatenación favorecida por Stalin triunfó en los Balcanes. El
7 de enero de 1946, el dictador soviético hizo gala de su euforia victoriosa ante los
líderes comunistas búlgaros. Exclamó alegremente: «¡Podéis mandar al diablo a
vuestra oposición! Aunque boicoteó las elecciones, éstas han sido ratificadas ahora
por tres grandes potencias». Por mucho que se irritaran las potencias occidentales con
el gobierno comunista búlgaro por detener a los líderes de la oposición, concluía, «no
se atreverán» a echar la culpa a la Unión Soviética.[21] La táctica de Stalin en los
Balcanes no cambió después de que Churchill pronunciara su famoso discurso en
Fulton, Missouri, el 5 de marzo de 1946, advirtiendo a Estados Unidos que toda
Europa Oriental se hallaba en esos momentos detrás de un «telón de acero» y bajo el
control cada vez más férreo de Moscú. El llamamiento de Churchill en pro de la
alianza angloamericana para equilibrar el poderío soviético dio qué pensar a algunos
líderes comunistas de la Europa del Este, pero Stalin, consciente de sus vacilaciones,
siguió presionándolos. Criticó a Dimitrov por su cautela y le ordenó acabar con la
oposición inmediatamente.[22]
Stalin se mostró más prudente con otros países europeos próximos a la Unión
Soviética. Pese a su cercanía a la frontera rusa, Finlandia logró salvarse de la
sovietización por los pelos. En una reunión con una delegación finlandesa en octubre
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de 1945, Stalin calificó la política soviética hacia Finlandia de «generosidad
calculada». Dijo: «Cuando tratamos bien a los países vecinos, éstos responden en
consonancia». Esa «generosidad» tenía unos límites estrictos: el lugarteniente de
Stalin, Andrei Zhdanov, trabajó denodadamente para arrancar a Finlandia hasta el
último céntimo en concepto de indemnizaciones de guerra (en materias primas).[23]
Con la misma actitud calculadora, Stalin prefirió fingir que la Unión Soviética seguía
teniendo en cuenta las sensibilidades angloamericanas respecto a Polonia. Aconsejó
repetidamente a sus clientes comunistas polacos que «no rompieran» los acuerdos de
Yalta y Potsdam. Les dijo que toleraran a Stanislaw Mikolajczyk, aunque no dudara
en calificarlo de simple «títere de los británicos». No obstante, cuando los polacos
comentaron que el discurso de Churchill en Fulton daba alas a la oposición y la
incitaba a esperar la «liberación» a manos de las potencias occidentales, Stalin replicó
con absoluto aplomo que ni Estados Unidos ni Gran Bretaña estaban dispuestos a
romper con la URSS. «Intentarán intimidarnos, pero si no nos damos por aludidos,
dejarán poco a poco de hacer ruido».[24]
La lucha de Stalin contra la «diplomacia atómica» norteamericana no se limitó a
Europa Central, sino que se extendió también al Extremo Oriente. En octubre, el
Kremlin adoptó una línea de inflexibilidad hacia el Guomindang y empezó a dar alas
a las fuerzas del PCCh en Manchuria. Los historiadores chinos relacionan este
cambio de actitud con la negativa manifestada por los norteamericanos en la
Conferencia de Londres a reconocer a los soviéticos cualquier tipo de papel en los
asuntos de Japón.[25] Pero semejante actitud era sólo un elemento más de la reacción
de Stalin ante la «diplomacia atómica» practicada por Byrnes. Cuando Stalin recibió
a finales de septiembre los informes en los que se comunicaba que los marines
norteamericanos estaban desembarcando en Manchuria para ayudar al Guomindang,
montó en cólera.[26] En su opinión, aquello suponía un cambio en el equilibrio de
fuerzas y una amenaza para la influencia a largo plazo de la URSS en el nordeste de
Asia. El Kremlin intentó una vez más aprovechar la presencia de comunistas chinos
en Manchuria para contrarrestar el peso del gobierno nacionalista.
A finales de noviembre, Truman envió a un famoso líder militar, George
Marshall, en misión diplomática a China, con el fin de reforzar a los nacionalistas
contra los soviéticos y el PCCh. Cuando Marshall llegó a China, sin embargo, Stalin
ya había cambiado la «política de firmeza» por la táctica de las componendas. Los
representantes soviéticos en Manchuria empezaron a cooperar con los funcionarios
del Guomindang. Lo mismo que en Europa, también en el Extremo Oriente Stalin
quería dejar claro a los norteamericanos que estaba dispuesto a volver al marco de
Yalta. El dictador soviético sabía que sus tropas iban a tener que salir pronto de
Manchuria. Pero mientras tanto, continuó luchando por aquella zona de vital
importancia. Desde diciembre de 1945 hasta enero de 1946, Jiang Jieshi, líder de la
República de China, intentó revisar el acuerdo sobre Manchuria. En esta ocasión, en
vez de recurrir a un proamericano como el Dr. Soong, envió a Moscú a su propio hijo,
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Jian Jingguo. Jian se había criado en la Unión Soviética y había pertenecido al
Partido Comunista soviético.[27]
Moscú recibió al enviado chino con escepticismo. Solomon Lozovski,
vicecomisario de Asuntos Exteriores, decía en su memorándum a la presidencia que
Jiang Jieshi intentaba «mantener el equilibrio entre Estados Unidos y la URSS».
Aquello iba en contra del objetivo soviético de mantener a los norteamericanos fuera
de Manchuria. «Nos hemos quitado de encima a los japoneses como vecinos en
nuestras fronteras y no vamos a permitir que Manchuria se convierta en un campo de
influencia política y económica de otra gran potencia». Lozovski sugería que debían
tomarse fuertes medidas para impedir la penetración económica de los
norteamericanos en el norte de China.[28] El propio Stalin no habría podido
expresarlo mejor.
Truman vino en ayuda de los soviéticos el 15 de diciembre cuando anunció que
Estados Unidos no pensaba intervenir militarmente en la guerra civil china
poniéndose del lado del Guomindang. Esta noticia debilitó la posición de Jiang Jieshi
poco antes de que dieran comienzo las conversaciones de Moscú. Su hijo informó
confidencialmente a Stalin de que, a cambio de su ayuda en la restauración del
control de Manchuria y Xinjiang, el gobierno nacionalista del Guomindang estaba
dispuesto a desarrollar una alianza «muy estrecha» con la URSS. Jiang prometió
asimismo desmilitarizar la frontera chino-soviética y conceder a la URSS «un papel
hegemónico en la economía manchú». Sin embargo, Jiang Jieshi insistió en mantener
la política de puertas abiertas en el norte de China e hizo saber a Stalin que no estaba
dispuesto a ponerse exclusivamente del lado de la URSS.[29]
Stalin propuso un acuerdo sobre cooperación económica en el nordeste de China
que excluyera a los americanos. Su objetivo era conseguir un control completo de
Manchuria, y la forma más cómoda de lograrlo era mediante una ocupación militar
soviética y, tras la retirada de las tropas, utilizando las fuerzas del PCCh como
contrapeso frente al gobierno nacionalista del Guomindang y los norteamericanos.
Por consiguiente, Stalin rechazó rotundamente la pretensión de Jiang Jieshi de
presionar a Mao Zedong; se limitó a recomendar a los comunistas chinos que
mantuvieran un perfil bajo y se concentraran en ocupar ciudades pequeñas y las zonas
rurales.[30]
Estados Unidos respondió enérgicamente ante aquel aparente acercamiento chino-
soviético. En febrero de 1946, los norteamericanos indujeron a Jiang Jieshi a poner
fin a las conversaciones económicas bilaterales con Moscú. Intentaron asimismo
complicar la firma del Tratado Chino-Soviético publicando los acuerdos secretos
sobre China alcanzados por Roosevelt y Stalin. Como reacción, los representantes
soviéticos rechazaron rotundamente la política de puertas abiertas en el nordeste de
China. Aunque Moscú anunció la retirada de sus tropas de Manchuria, el Kremlin
permitió finalmente a las fuerzas del PCCh ocupar las grandes ciudades del nordeste
de China.[31]
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Sin embargo, lo que empezó de forma tan halagüeña para Moscú, dio lugar a
grandes desajustes en el delicado equilibrio del sistema de Yalta-Potsdam. Aunque
Stalin intentó manipular el calendario de la retirada militar de Manchuria para
presionar al Guomindang, obligándolo a hacer concesiones económicas a la Unión
Soviética y a no imponer la política de puertas abiertas en la zona, no logró su
propósito.[32] Y, pese a todas sus maquinaciones, tampoco consiguió convertir
Manchuria en un área de influencia exclusiva de la Unión Soviética. Al final, tuvo
que ceder la zona a los flamantes comunistas chinos, a cambio de la promesa de Mao
Zedong de establecer una alianza estratégica con la URSS.
TANTEOS EN LA PERIFERIA
Durante varios meses, hasta agosto de 1945, el Kremlin respiró los aires
embriagadores de unos horizontes y unas aspiraciones sin límites, y ni siquiera el
bombardeo de Hiroshima consiguió disiparlos de inmediato. Stalin estaba
construyéndose un colchón de seguridad en Europa Central y en el Extremo Oriente,
y empezó también a prestar especial atención a Turquía y a Irán.
Durante siglos, los gobernantes de Rusia habían ambicionado los estrechos turcos
del Bósforo y los Dardanelos, que unen el mar Negro con el Mediterráneo. En 1915,
en el momento culminante de la Gran Guerra, durante la cual Turquía se puso del
lado de Alemania y el Imperio austrohúngaro, Gran Bretaña prometió incluso apoyar
las aspiraciones de Rusia a reclamar los estrechos y el litoral de Turquía como su
esfera de influencia particular. La victoria de los bolcheviques, sin embargo, anuló y
vació de contenido este acuerdo secreto. Durante las conversaciones germano-
soviéticas de Berlín de noviembre de 1940, Molotov, siguiendo instrucciones de
Stalin, insistió en que Bulgaria, los estrechos de Turquía y la zona del mar Negro
debían convertirse en área de influencia soviética. Stalin volvió a insistir con
vehemencia sobre esta cuestión en las conversaciones con sus socios occidentales de
la Gran Alianza. Pretendía «revisar» la Convención de Montreux de 1936, que
permitía a Turquía construir defensas militares en los estrechos y cortar el paso a los
buques de guerra de otros países que cruzaran por ellos en tiempos de guerra.[33]
Stalin quería que la marina soviética tuviera acceso al Mediterráneo en cualquier
momento. En la Conferencia de Teherán de 1943, Churchill y Roosevelt acordaron
realizar algunas revisiones, y durante las conversaciones secretas con Stalin en
Moscú de octubre de 1944, dio la impresión de que Churchill accedía a las demandas
soviéticas.[34]
En 1944-1945, los diplomáticos, historiadores y expertos en derecho internacional
de la URSS afirmaron unánimemente que aquella era una ocasión única para zanjar
de una vez por todas «la cuestión de los estrechos». Litvinov escribió a Stalin y a
Molotov en noviembre de 1944 diciendo que había que convencer a los británicos de
que cedieran a la Unión Soviética «la responsabilidad» de la zona de los estrechos.
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Otro experto de la Comisaría de Asuntos Exteriores indicaba que la mejor forma de
garantizar los intereses de seguridad soviéticos habría sido «un acuerdo bilateral
turco-soviético sobre la defensa conjunta de los estrechos».[35] Todas estas
propuestas, reflejo de las grandes expectativas del Kremlin después de apoderarse de
media Europa, se basaban en el supuesto de que Gran Bretaña y Estados Unidos iban
a reconocer el predominio geopolítico («proximidad geográfica») de la Unión
Soviética sobre Turquía.[36]
La entrada del ejército soviético en Bulgaria fue un paseo militar y algunos
oficiales, animados por las victorias obtenidas, exhortaron a Stalin a invadir Turquía.
[37] El problema fundamental para los soviéticos, sin embargo, seguía siendo el hecho
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los armenios de la diáspora cifraron todas sus esperanzas en la política preconizada
por el Kremlin. Las organizaciones armenias, entre ellas las ricas asociaciones de
Estados Unidos, apelaron a Stalin para llevar a cabo repatriaciones masivas de
armenios de nacimiento a la Armenia soviética, con la esperanza de que la URSS les
entregara las tierras reclamadas a Turquía. En el mes de mayo, Stalin autorizó a las
autoridades de la Armenia soviética a explorar la posibilidad de realizar
repatriaciones masivas de los armenios de la diáspora. Según sus cálculos, aquella
medida habría contribuido a socavar el posible apoyo de Occidente a Turquía y
habría supuesto una tapadera «humanitaria» a las exigencias planteadas por la URSS.
[39]
El gobierno turco respondió diciendo que estaba dispuesto a llegar a un acuerdo
bilateral, pero rechazó las reclamaciones territoriales de la Unión Soviética y su
exigencia de una defensa «conjunta» de los estrechos. Sin embargo, como recordaría
más tarde Molotov, Stalin le ordenó que siguiera insistiendo en ellas.[40] Poco antes
de la Conferencia de Yalta, Stalin comentó al líder comunista búlgaro Vasil Kolarov
que «Turquía no tiene cabida en los Balcanes».[41] Al mismo tiempo, el líder del
Kremlin probablemente esperara que los norteamericanos, interesados aún en que la
URSS se uniera a ellos en la guerra del Pacífico, permanecieran neutrales ante la
cuestión turca. En Potsdam, los británicos y los estadounidenses confirmaron su
predisposición general a introducir modificaciones en el control de los estrechos. Sin
embargo, Truman presentó una propuesta que defendía la navegación libre y sin
restricciones de las vías marítimas internacionales y se oponía al establecimiento de
fortificaciones en los estrechos turcos. A pesar de semejante propuesta, las
evaluaciones internas de la Conferencia de Potsdam llevadas a cabo por los soviéticos
eran optimistas. El 30 de agosto, poco antes de la reunión de ministros de Asuntos
Exteriores de Londres, Stalin dijo a los comunistas búlgaros que el problema de las
bases turcas en los Dardanelos «quedaría resuelto en la conferencia». De lo contrario,
añadió, la Unión Soviética suscitaría la cuestión de una salida al Mediterráneo.[42]
En Londres, Molotov presentó a los Aliados una propuesta para conceder a la
Unión Soviética un mandato sobre Tripolitania (Libia), antigua colonia italiana.
Aquel planteamiento era no sólo un recurso táctico, sino también una expresión de
los afanes expansionistas de posguerra de la URSS. La correspondencia secreta
Stalin-Molotov revela que los mandatarios soviéticos confiaban en una vaga promesa
que les había hecho el secretario de Estado de Roosevelt, Edward Stettinius, durante
la Conferencia de San Francisco de abril de 1945. Cuando Stalin se enteró de que los
norteamericanos se habían puesto del lado de los británicos para oponerse al
establecimiento de una base naval en aquel lugar, ordenó a Molotov que exigiera por
lo menos bases para la flota mercante. Al final, la resistencia angloamericana impidió
la ansiada presencia de los soviéticos en el Mediterráneo.[43]
Turquía opuso también una feroz resistencia a las exigencias soviéticas. Si en
junio de 1945 Stalin hubiera propuesto al gobierno turco una alianza de seguridad
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bilateral y derechos especiales sobre los estrechos sin el establecimiento de bases,
Turquía probablemente habría accedido.[44] Sin embargo, el ultimátum de los rusos
dio lugar a una reacción nacionalista, y las autoridades turcas se negaron a mantener
cerrados los estrechos a todas las potencias navales menos a la URSS. A la muerte de
Stalin, Jrushchov hizo públicas estas opiniones en un pleno del Comité Central: «Los
turcos no son tontos. Los Dardanelos no son sólo asunto de los turcos. Son el punto
en el que confluyen los intereses de muchos estados».[45] El ultimátum presentado a
Turquía ponía de manifiesto los límites del poder de Stalin: su soberbia napoleónica
prevaleció sobre la cautela. Stalin, sin embargo, no estaba dispuesto a darse por
vencido. Fiel a su estilo de hacer política, continuó la «guerra de nervios» contra
Turquía, intensificando las presiones y luego fingiendo dar marcha atrás.
A finales de 1945 y comienzos de 1946, el Kremlin prefirió, como concluye el
historiador Jamil Hasanli, hacer realidad los objetivos soviéticos en Turquía a través
de las autoridades de Georgia y Armenia.[46] Stalin recurrió a las aspiraciones
nacionalistas de estas dos repúblicas soviéticas. A decir verdad, dichas aspiraciones
desencadenaron inesperadamente una considerable tensión entre los comunistas
armenios y georgianos. La repentina preeminencia de Armenia en los planes de Stalin
ofendió a las autoridades de Georgia. Estas acariciaban su propio «proyecto
nacional», según el cual las provincias turcas en disputa formaban supuestamente
parte del territorio ancestral de Georgia. Jrushchov afirmó en 1955 que Lavrenti
Beria, jefe de la policía secreta soviética de Stalin y líder del proyecto atómico de la
URSS, junto con las autoridades georgianas, persuadió a Stalin de que intentara
anexionarse la zona sudoriental de la costa del mar Negro, arrebatándosela a Turquía.
En las memorias que escribió acerca de su padre, el hijo de Beria confirma este dato.
[47] En mayo o junio de 1945, varios diplomáticos y eruditos georgianos recibieron
autorización de Moscú para llevar a cabo una serie de investigaciones acerca de los
«derechos» de Georgia a reclamar los territorios turcos de la zona de Trebisonda,
poblados por los lazes, grupo étnico que supuestamente formaba parte del antiguo
pueblo georgiano. Davy Sturua, cuyo padre era el presidente del Soviet Supremo de
Georgia, recordaba que muchos georgianos ansiaban la «liberación» de este territorio.
Si Stalin se hubiera apoderado de aquellas tierras, concluye Sturua, «se habría
convertido en Dios para Georgia». En septiembre de 1945, las autoridades de Georgia
y Armenia sometieron al arbitraje del Kremlin sus contradictorias pretensiones sobre
aquellas provincias turcas: su lenguaje y sus argumentos no tenían nada que ver con
el «internacionalismo» comunista, sino con el nacionalismo más puro.[48]
El 2 de diciembre de 1945, la prensa soviética publicó un decreto del gobierno
por el que se autorizaba la repatriación a la Armenia soviética de numerosos armenios
residentes en el extranjero. El 20 de ese mismo mes, los periódicos soviéticos
publicaron un artículo de dos autoridades académicas georgianas, «Sobre nuestras
legítimas reclamaciones a Turquía». Este artículo (basado en los memorándums
escritos previamente por ellos mismos y enviados a Molotov y Beria) apelaba a la
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«opinión pública mundial» para que ayudara a Georgia a recuperar las «tierras de sus
antepasados» que los turcos habían conquistado hacía varios siglos. Por aquel
entonces, corrían rumores por el sur del Cáucaso en torno a los preparativos que
estaba haciendo la Unión Soviética para emprender una guerra contra Turquía. Había
indicios de que los rusos estaban tomando posiciones militares en Bulgaria y Georgia.
[49]
A comienzos de diciembre de 1945, los rumores de guerra con la Unión Soviética
dieron lugar a grandes manifestaciones nacionalistas antisoviéticas en Estambul. En
sus informes a Moscú acerca de estos sucesos, el embajador ruso, S. A. Vinogradov,
proponía presentarlos ante Londres y Washington como prueba de una «amenaza
fascista». Sugería también que podía ser un buen pretexto para cortar las relaciones
diplomáticas con Turquía y para «tomar medidas que garanticen nuestra seguridad»,
eufemismo mediante el cual aludía a los preparativos militares. Para sorpresa del
embajador, el 7 de diciembre Stalin rechazó sus propuestas. «El tableteo de las armas
puede tener carácter de provocación», decía en un telegrama, aludiendo a la idea
planteada por Vinogradov de utilizar la realización de maniobras militares para
chantajear a Turquía. Stalin instaba luego al embajador a «no perder la cabeza y no
hacer propuestas alocadas que pueden provocar un agravamiento político perjudicial
para nuestro estado».[50]
El vozhd del Kremlin esperaba aún poder neutralizar la resistencia cada vez
mayor de las potencias occidentales ante las exigencias planteadas a Turquía por los
soviéticos. La «carta armenia» y la misiva de los académicos georgianos aparecieron
oportunamente con el fin de influir en las discusiones de la conferencia de ministros
de Asuntos Exteriores de las grandes potencias celebrada en Moscú entre el 16 y el
26 de diciembre de 1945. En ella, el mandatario del Kremlin pretendía seducir a
Byrnes, no asustarlo. Por otra parte, el concepto de prioridad y de urgencia que tenía
Stalin lo llevó a retirar las energías que había dedicado a Turquía para volcarlas sobre
Irán, donde las posibilidades de éxito de la expansión soviética parecían muy
elevadas en aquellos momentos.
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como a Occidente. El presidente de la república soviética de Azerbaiyán, Mir Jafar
Bagirov, solicitó repetidamente a Stalin que aprovechara la favorable ocasión que
suponía la ocupación del norte de Irán por parte de los soviéticos para lograr la
«reunificación» del Azerbaiyán soviético y el iraní. La historiadora Fernande Scheid
llega a la conclusión de que Stalin decidió utilizar el nacionalismo azerí, al tiempo
que intentaba jugar «un juego de política de poder bastante anticuado, consistente en
adueñarse de todos los territorios que pudiera sin poner en peligro las relaciones con
sus aliados».[51]
El petróleo era la consideración más importante para el Kremlin. La precipitada
marcha de los ejércitos mecanizados de Hitler hacia las refinerías de petróleo de
Grozny y Bakú en 1942 permitió a los soviéticos concentrar su atención sobre la
cuestión general de la «lucha por el petróleo». El antiguo ministro soviético del
petróleo Nikolai Baibakov recordaba que en 1944 Stalin le preguntó de repente si los
aliados occidentales «nos aplastarían si tuvieran la ocasión de hacerlo». Si las
potencias occidentales hubieran sido capaces de negar a la URSS el acceso a las
reservas de petróleo, comentó Stalin, todos los arsenales de guerra soviéticos habrían
resultado inútiles. Baibakov salió del despacho del dictador pensando que la URSS
necesitaba «mucho, muchísimo petróleo».[52]
Durante toda la guerra y mientras se prolongó la ocupación de Irán, los soviéticos
intentaron legalizar su derecho a extraer petróleo en el norte de este país. El gobierno
anticomunista iraní y la mayoría del Majüs (parlamento), que contaban con el
respaldo de los intereses británicos, lograron rechazar dichos intentos. El 16 de
agosto de 1944, Beria informó a Stalin y a Molotov de que «los británicos y
posiblemente los norteamericanos trabajan en secreto contra el traslado de los campos
de petróleo del norte de Irán a la Unión Soviética». El informe subrayaba que
«Estados Unidos han empezado a buscar activamente contratos para las compañías
norteamericanas en el Beluchistán iraní», y concluía diciendo que «los éxitos de la
política petrolera estadounidense en Oriente Medio han empezado a chocar con los
intereses británicos y han provocado el agravamiento de las contradicciones de los
angloamericanos». Beria recomendaba presionar para llegar a un pacto soviético-iraní
sobre las concesiones petrolíferas en el norte de Irán y tomar «una decisión sobre la
participación soviética en las conversaciones angloamericanas sobre el petróleo».
Esta última sugerencia implicaba que la Unión Soviética debía unirse al club
petrolero de las tres grandes potencias en Irán.[53]
Stalin hizo caso omiso de este último punto, pero puso en práctica el primero. El
desarrollo de campos de petróleo en Irán se convirtió en una prioridad para él, junto
con el desarrollo de las reservas de petróleo soviéticas más allá de los Urales, como
parte de los planes económicos de posguerra de la URSS. En septiembre de 1944, el
lugarteniente de Molotov y protegido de Stalin, Sergei Kavtaradze, viajó a Teherán
con la misión de solicitar concesiones petrolíferas. A pesar de las enormes presiones
recibidas, el primer ministro Muhammad Sa’id se negó a negociar hasta que
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terminara la guerra y se produjera la retirada completa de las tropas extranjeras
instaladas en territorio iraní. En junio de 1945, la política soviética respecto a Irán
inició una nueva fase más agresiva. Tras consultar a la troika formada por Molotov,
Kavtaradze y Bagirov, Stalin ordenó la exploración de nuevos campos de petróleo en
el norte de Irán (en Bender-Shah y Shahi), con el fin de comenzar las perforaciones a
finales de septiembre.[54]
Al margen de la importancia del petróleo, los objetivos estratégicos de Stalin en
Irán eran mantener a las potencias occidentales, y en particular a Estados Unidos,
lejos de la frontera soviética. George Kennan, el encargado de negocios de la
embajada norteamericana en Moscú, supo reconocer esta motivación, lo mismo que
el cónsul británico en Mashhad, quien escribiría en sus memorias que fueron «sobre
todo los esfuerzos de la Standard y la Shell por asegurarse los derechos de
prospección de explotaciones petrolíferas los que hicieron que los rusos dejaran de
ser en Persia aliados en una guerra caliente para convertirse en rivales en una guerra
fría».[55] Los criterios de seguridad para el norte de Irán que tenía Stalin eran los
mismos que los que tenía para Xinjiang y Manchuria: el control soviético de las
comunicaciones estratégicas y una prohibición total de cualquier relación comercial
con Occidente e incluso de la presencia de extranjeros.
Podemos ver otros paralelismos entre la conducta de los soviéticos en Manchuria
y en Irán. El ejército soviético seguía siendo el valor más importante con el que
contaba Stalin mientras continuara ocupando el norte de Irán. Tenía también aliados
dentro del país, a los que utilizó para manipular al gobierno iraní. El Partido del
Pueblo de Irán (Tudeh), organización marxista-leninista de los tiempos de la
Komintern, gozaba de cierto apoyo entre los intelectuales iraníes de izquierdas y los
nacionalistas. Sin embargo, los acontecimientos de 1944-1945 demostraron que la
utilidad del Tudeh era muy limitada. Stalin decidió echar mano a la carta del
nacionalismo azerí para crear un movimiento separatista en el norte de Irán. Entonces
los soviéticos podrían chantajear al gobierno iraní, lo mismo que habían hecho con el
Guomindang utilizando a los comunistas chinos.[56]
El 6 de julio de 1945, Stalin ratificó una serie de «medidas para organizar un
movimiento separatista en el Azerbaiyán meridional» y otras provincias del norte de
Irán. El objetivo de dicha decisión era «crear dentro del estado iraní una región
nacional azerbaiyana autónoma con una amplia jurisdicción», instigar los
movimientos separatistas en Gilán, Mazenderán, Gorgán y Khorasán, y «animar» a
los kurdos iraníes a reafirmar su autonomía. La Unión Soviética suministraría a los
separatistas armamento, imprentas y dinero. El ministro de Defensa, Nikolai
Bulganin, y el líder azerbaiyano Bagirov eran los encargados de llevar a cabo estas
políticas. La ejecución práctica del plan en el día a día era responsabilidad de Bagirov
y del grupo de consejeros soviéticos establecidos en Tabriz y Teherán, en su mayoría
de etnia azerí.[57] Stalin dijo a Bagirov que había llegado la hora de reunificar
Azerbaiyán y el norte de Irán. Durante los meses sucesivos, Bagirov y toda la
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maquinaria del partido azerí pusieron entusiásticamente en práctica las instrucciones
de Stalin.[58]
Incluso las autoridades británicas y estadounidenses se dieron cuenta de que los
ánimos estaban lo suficientemente caldeados sobre el terreno como para que pudiera
desencadenarse una insurrección nacionalista en el norte de Irán: los soviéticos no
habrían tenido nada más que encender una cerilla para que estallara el polvorín.[59] El
único problema que tenía Stalin era la falta de tiempo tras el repentino final de la
guerra con Japón. Louise L’Estrange Fawcett señalaba acertadamente: «No puede ser
una casualidad que la reacción del PDA [Partido Democrático de Azerbaiyán]
coincidiera casi exactamente con el fin de la guerra contra Japón, momento que
marcó el comienzo del período de seis meses» tras el cual Moscú, Londres y
Washington habían acordado retirar sus tropas de Irán. En septiembre, el reloj
empezó a correr a toda velocidad y estaba a punto de avisar que había llegado la hora
de la retirada.[60]
Desde finales de septiembre hasta diciembre, el nuevo movimiento autonomista,
apoyado por Bagirov y el NKVD, creó nuevas estructuras de poder en Azerbaiyán y
desmanteló casi por completo la administración de Teherán en la región. Las
autoridades de ocupación soviéticas proyectaron una fusión forzosa de las ramas
septentrionales del Tudeh con el nuevo PDA prosoviético. Los líderes del Tudeh, en
su mayoría revolucionarios veteranos de los primeros años veinte, querían convertir
Irán en el abanderado de la lucha anticolonialista en Oriente Medio y en el sur de
Asia. Pero aquellos sueños fueron borrados de un plumazo por los soviéticos porque
no encajaban con los planes de Stalin. La embajada rusa en Teherán ordenó al Tudeh
que detuviera las actividades revolucionarias en las principales ciudades del país.
Mientras tanto, la creación del movimiento autonomista azerí provocó una respuesta
entusiasta entre la población de esta etnia. Parecía que la carta nacionalista había
dado una victoria política inmediata a Moscú.[61]
En diciembre de 1945, poco antes de la reunión de Stalin con Byrnes y Bevin en
Moscú, los soviéticos sacaron a la palestra dos regímenes secesionistas: uno en el
Azerbaiyán iraní y otro en la República del Kurdistán. Durante toda la crisis iraní, las
consideraciones primarias de todos los bandos, empezando por la URSS, Gran
Bretaña y Estados Unidos, fueron el petróleo y la influencia que cada uno pudiera
ejercer sobre Irán. De momento, sin embargo, daba la impresión de que Stalin tenía
todos los ases en la mano, pero prefirió evitar poner las cartas boca arriba y no
mostrárselas directamente a Occidente. Quizá esperara que al final los
angloamericanos prefirieran resolver el futuro de Irán en una conferencia trilateral
(como habían hecho Rusia y Gran Bretaña en 1907).[62] De hecho, Byrnes se negó a
sumarse a los británicos en la protesta que éstos presentaron contra la instigación del
separatismo iraní por parte de los soviéticos. El secretario de Estado estaba ansioso
por alcanzar un acuerdo general con Stalin.[63]
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Los métodos de Stalin revelan un modelo fácilmente reconocible. En todo
momento el líder soviético se puso de parte de aquellos de sus subordinados que
tenían una mentalidad expansionista y movilizó eficazmente los sentimientos
patrioteros en la burocracia soviética. Los rusos actuaron de forma unilateral, bajo el
disfraz del secretismo y la negación de cualquier iniciativa. Explotaron la presencia
de los movimientos revolucionarios y nacionalistas indígenas, pero prefirieron crear
movimientos controlados por ellos con el fin de alcanzar cuanto antes sus objetivos.
Aunque Stalin fingiera mantenerse dentro del marco de la diplomacia de una gran
potencia, intentaría constantemente tantear sus límites. Este sistema le permitió
obtener importantes victorias tácticas en Europa Central y en el Extremo Oriente. El
dictador del Kremlin, sin embargo, no se daba cuenta de que cada victoria de ese tipo
suponía un despilfarro del capital político de posguerra del que gozaba la URSS en
Estados Unidos. En último término, semejante actitud agotó el potencial diplomático
de Stalin.
El gobierno iraní empezó a darse cuenta que iba a tener que negociar un tratado
directamente con Moscú. El 19 de febrero de 1946, el nuevo primer ministro iraní,
Ahmad Qavam al-Saltana, llegó a Moscú para entrevistarse con Stalin. Las
conversaciones duraron tres semanas. Durante la guerra, Qavam se había inclinado
del lado de los soviéticos y este factor probablemente influyera en la táctica de los
rusos. Stalin y Molotov jugaron la baza del «policía bueno-policía malo»: por un
lado, blandieron ante Qavam la promesa de actuar como mediadores entre Teherán y
los regímenes separatistas; por otro, presionaron al primer ministro para que hiciera
concesiones petrolíferas a la Unión Soviética. Qavam aludió a la prohibición explícita
del Majlis de hacer concesiones petrolíferas mientras siguiera habiendo tropas
extranjeras en territorio iraní. Stalin animó a Qavam a cambiar la constitución iraní y
a gobernar sin el Majlis. Las tropas soviéticas, le prometió, «garantizarían» su
gobierno. Para subrayar este último punto, varias formaciones de tanques soviéticos
iniciaron un movimiento hacia Teherán. El líder iraní pasó por alto esta oferta, que
era un verdadero regalo envenenado; sin embargo, prometió a Stalin que conseguiría
una concesión petrolífera para la Unión Soviética después de las elecciones del
Majlis.[64]
Enseguida quedó patente que Qavam había sido más zorro que Stalin. Jamil
Hasanli llega a la conclusión de que el primer ministro iraní «valoró correctamente el
potencial de Estados Unidos en el mundo de posguerra», y cambió su orientación,
abandonando a la Unión Soviética y poniéndose a favor de Estados Unidos. Mientras
las conversaciones se prolongaban en Moscú, el plazo internacional de la retirada de
las tropas extranjeras de Irán expiró el 2 de marzo de 1946. La Unión Soviética se vio
de pronto quebrantando a todas luces el acuerdo. El gobierno iraní y el Majlis,
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respaldados por los diplomáticos norteamericanos, decidieron llevar el caso a las
Naciones Unidas, jugada maestra que cambió por completo la marcha del juego que
estaba llevándose a cabo en Irán. De repente, la opinión pública norteamericana se
vio galvanizada por «la crisis iraní»: lo que estaba en juego en aquellos momentos era
no sólo el futuro del petróleo de Irán, sino también la capacidad de las nuevas
Naciones Unidas de defender a sus miembros frente a los abusos de las grandes
potencias.[65]
El conflicto soviético-iraní se produjo en el momento del giro antisoviético que
dieron la política exterior y los círculos militares estadounidenses: en el mes de
marzo estos grupos empezaron a ver cada movimiento que hacía el Kremlin como un
elemento más del sistema agresivo seguido por los comunistas. Truman decidió
enviar el buque de guerra Missouri a los estrechos de Turquía para apoyar a este país
frente al ultimátum de la URSS. El 28 de febrero, Byrnes anunció públicamente una
nueva política de «paciencia con firmeza» frente a la Unión Soviética. George
Kennan envió su «telegrama largo» desde Moscú un día después de que se produjera
la primera entrevista de Stalin con Qavam. Explicaba en él que Estados Unidos no
podía convertir a la Unión Soviética en un socio internacional fiable y aconsejaba
poner freno al expansionismo ruso. Al día siguiente del discurso de Churchill en
Fulton, Missouri, Estados Unidos hizo pública una nota de protesta, diciendo que no
podían «seguir indiferentes» ante el retraso de la retirada militar soviética de Irán. El
primer ministro iraní abandonó Moscú el día en que Pravda publicó la airada
respuesta de Stalin a Churchill. El apoyo a Irán en la primavera de 1946, como señala
un historiador, «marcó el paso de una política de pasividad, a otra claramente activa»
para la Norteamérica de posguerra.[66]
La vista del caso iraní en las Naciones Unidas estaba previsto que tuviera lugar el
25 de marzo. Cuando empezó a prepararse para el acontecimiento, Molotov se dio
cuenta de que la Unión Soviética se enfrentaba a una situación de aislamiento
diplomático. «Empezamos a tantear [opiniones sobre lo de Irán]», recordaría más
tarde, «pero nadie nos apoyaba».[67] Stalin no supo prever el gran impacto que iba a
tener la crisis iraní. Consideraba el lío provocado por lo de Irán un ejercicio más de
guerra de nervios, un episodio más de la rivalidad existente entre unos cuantos
políticos. La repentina intensidad de la implicación de los norteamericanos lo dejó
estupefacto. Un día antes de la vista del caso en la ONU, el dictador del Kremlin
ordenó la retirada inmediata de las tropas y dio instrucciones al embajador soviético
en Teherán para que llegara a un trato con Qavam. Este modelo de conducta,
presionar hasta el último minuto antes de la colisión y luego dar marcha atrás,
reflejaba la concepción que tenía Stalin del modo en que funcionaban los asuntos
internacionales. El daño, sin embargo, ya estaba hecho: la presión de Stalin sobre
Irán, unida a su beligerancia respecto a Turquía, puso a la Unión Soviética camino de
la colisión no sólo con la administración Truman, sino también con amplios sectores
de la opinión pública norteamericana.
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En respuesta a los desesperados gritos de traición del líder del PDA, Jafar
Pishevari, Stalin le envió una carta de una hipocresía asombrosa. Afirmaba que
motivos «revolucionarios» de mayor envergadura, que Pishevari era incapaz de
discernir, obligaban a la Unión Soviética a retirarse. Si las tropas soviéticas se
hubieran quedado en Irán, escribía Stalin, semejante situación «habría minado la base
de nuestra política de liberación en Europa y Asia». La retirada de los soviéticos,
seguía diciendo, iba a deslegitimar la presencia militar angloamericana en otros
países y a facilitar un movimiento de liberación en ellos, haciendo que «nuestra
política de liberación esté más justificada y sea más eficaz».[68]
La derrota diplomática soviética no quedó patente en un principio. Stalin se sintió
resarcido durante algún tiempo en abril de 1946 cuando Qavam accedió a hacer
ciertas concesiones petrolíferas a los soviéticos, supeditadas a la aprobación del
parlamento iraní recién elegido. Hasta el mes de septiembre Stalin no reconoció que
el Majlis nunca iba a ratificar la concesión efectuada por Qavam. Como de
costumbre, culpó a sus subordinados de «desatención», pero no castigó a nadie.[69]
En octubre, el primer ministro iraní organizó una represión derechista de los
separatistas. Los regímenes kurdo y azerí establecidos en el norte de Irán, carentes de
apoyo militar soviético, estaban condenados. Cuando las tropas iraníes entraron en las
provincias del norte, Stalin abandonó a los rebeldes a su suerte. En respuesta a los
desesperados llamamientos de Bakú, abrió las fronteras soviéticas a las élites del
PDA y a unos cuantos refugiados, pero no hizo nada más. A pesar de la catástrofe,
Bagirov y muchos otros como él en el Azerbaiyán soviético, siguieron abrigando la
esperanza de que «en caso de un conflicto militar» entre la Unión Soviética e Irán,
tendrían ocasión de anexionarse los territorios iraníes y reunificar Azerbaiyán.[70] Sin
embargo, las autoridades del Kremlin nunca habían tenido intención de provocar una
guerra por Azerbaiyán.
Casi al mismo tiempo, Stalin sufrió otra derrota regional. El 7 de agosto de 1946, los
soviéticos enviaron una nota a los turcos reiterando su «propuesta» de control
«conjunto» de los estrechos. En la nota no se hablaba para nada de exigencias
territoriales y los diplomáticos soviéticos indicaron que, si se quería alcanzar un
acuerdo sobre los estrechos, era preciso quitar de en medio este tipo de demandas.
Los turcos, respaldados ahora por Washington y Londres, respondieron con una
rotunda negativa. Una vez más, la nueva jugada de Stalin en su guerra de nervios
contra Turquía tuvo unas repercusiones inesperadas al producir una verdadera
«alarma de guerra» entre los políticos y los militares estadounidenses. Debido a
ciertas señales poco claras de los servicios de inteligencia y a los cálculos exagerados
acerca de la concentración de tropas soviéticas en las proximidades de la frontera
turca, algunos miembros de esos círculos empezaron a contemplar por primera vez la
conveniencia de un ataque nuclear contra la URSS, empezando por las fábricas de los
Urales y la industria petrolera del Cáucaso. En esta ocasión, como dan a entender los
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testimonios disponibles, Stalin probablemente se diera cuenta de lo cerca que estaba
del abismo y canceló la campaña. Públicamente, sin embargo, rechazó el monopolio
nuclear de los norteamericanos con sus habituales bravatas.[71]
Una vez más, Stalin decidiría que no estaba dispuesto a enfrentarse a Estados
Unidos por Turquía (para desesperación de las autoridades georgianas). Más o menos
por esa misma época, Akaki Mgeladze, máximo dirigente de Georgia, expresó su
frustración en una conversación privada con el mariscal Fedor Tolbujin, capitán
general del distrito militar del Transcáucaso. Los ucranianos, dijo en tono
quejumbroso Mgeladze, habían «recuperado» todo su territorio, pero los georgianos
seguían esperando. Tolbujin expresó su más absoluta simpatía por las aspiraciones
del pueblo georgiano.[72]
El comportamiento de Estados Unidos fue otro factor crucial para que Stalin se
confundiera en sus cálculos. Desde febrero de 1946, Estados Unidos adoptó una
nueva estrategia consistente en defender activamente Europa Occidental, así como
Turquía e Irán, al considerar a todas estas regiones y países víctimas potenciales de la
«expansión comunista». Desde el otoño de 1945, fue Estados Unidos, y no la Unión
Soviética, el que actuó como factor definitorio de las relaciones internacionales a
escala global. Y en 1946, la administración Truman decidió frenar a la Unión
Soviética cambiando drásticamente las líneas maestras de las relaciones
internacionales. Los norteamericanos se dirigían ya hacia la confrontación, y no hacia
la cooperación, con la Unión Soviética. Las posibilidades de éxito de los grandes
juegos de poder de Stalin empezaron a disminuir.
La Unión Soviética gozaba todavía de una autoridad enorme y tenía millones de
simpatizantes en Occidente.[73] Pero sus amigos más influyentes habían desaparecido.
La muerte de Roosevelt y la consiguiente marcha de Harry Hopkins, Henry
Morgenthau, Harold Ickes, y los otros adalides del New Deal acabaron para siempre
con las «relaciones especiales» de la Unión Soviética con Estados Unidos. El último
aliado con el que contaba Stalin en el gobierno norteamericano era el secretario de
comercio Henry Wallace, que seguía defendiendo audazmente la cooperación con
Moscú mantenida durante la guerra. A decir verdad, existía una comunicación entre
Wallace y el dictador del Kremlin. A finales de octubre de 1945, Wallace utilizó al
jefe de la oficina del NKGB en Washington para transmitir el siguiente mensaje a
Stalin: «Truman era un político sin importancia que ha alcanzado el puesto que ahora
ocupa por casualidad. A menudo tiene “buenas” intenciones, pero cae con demasiada
facilidad bajo la influencia de las personas que lo rodean». Wallace decía de sí mismo
que «luchaba por el alma de Truman» contra un poderoso grupo de personas entre las
cuales estaba Byrnes. Ese grupo, afirmaba, tenía una marcada actitud antisoviética;
«sostienen la idea de un bloque dominante anglosajón formado principalmente por
Estados Unidos e Inglaterra», frente al «mundo eslavo, extremadamente hostil», que
encabezaba la Unión Soviética. Wallace se ofrecía a desempeñar el papel de «agente
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de la influencia» soviética en Estados Unidos. Rogaba a Stalin que lo ayudara a él y a
sus partidarios.[74]
El NKGB se encargó de transmitir este extraordinario llamamiento a Stalin. No se
sabe cuál fue la reacción de éste. En cualquier caso, el dictador no estaba dispuesto a
modificar su conducta en el plano internacional para ayudar a Wallace y los
izquierdistas norteamericanos. No obstante, esperaba utilizar a Wallace y a sus
amigos en su lucha por ganarse a la opinión pública norteamericana frente a Byrnes y
otros adversarios.
Tampoco sabemos cómo le sentó a Stalin la reacción de los analistas y de los
servicios de inteligencia ante las actitudes norteamericanas hacia la Unión Soviética.
En el otoño de 1945, Igor Gouzenko, empleado de los servicios soviéticos de
encriptación en Ottawa, y Elizabeth Bentley, ciudadana estadounidense que dirigía
una red de espías soviéticos en su propio país, hicieron defección y revelaron a la
inteligencia canadiense y al FBI las actividades del espionaje soviético en
Norteamérica. Estas defecciones tuvieron un efecto bola de nieve durante los meses
sucesivos. Dieron lugar no sólo a un rápido incremento de las actitudes antisoviéticas
en Canadá y en Estados Unidos, sino también al estancamiento de la labor de los
servicios de inteligencia rusos en estos dos países. Los jerarcas del NKGB y del GRU
tardaron lo más posible en informar a Stalin, Molotov y Beria de estos fracasos de los
servicios de inteligencia, y no los pusieron en su conocimiento hasta finales de
noviembre. Mientras tanto, como han descubierto el historiador Alien Weinstein y el
periodista Alexander Vassiliev, la defección de Bentley «supuso la congelación casi
de la noche a la mañana de todas las labores y actividades de inteligencia del NKGB
en Estados Unidos». Temeroso de lo que pudiera pasar con el resto de sus servicios
de información, el NKGB congeló todos sus contactos con un valiosísimo agente
británico establecido en Washington llamado «Homer» (Donald Maclean). El GRU
probablemente hizo lo mismo con sus redes de agentes.[75] Así pues, los círculos
encargados de elaborar la política norteamericana se volvieron más impenetrables
para Stalin, justo en el momento en que se produjo el rápido giro hacia la nueva
política de contención.
A pesar de los efectos del caso Gouzenko, Stalin tuvo conocimiento del rápido
endurecimiento de la postura estadounidense hacia la Unión Soviética. Según el
historiador ruso Vladimir Pechatnov, los servicios secretos soviéticos lograron
finalmente hacerse con una copia del «telegrama largo» de Kennan a Washington.
Stalin y Molotov se dieron cuenta también de las implicaciones geoestratégicas de la
afianza angloamericana: la conjunción del potencial económico y del poder atómico
estadounidense y de las bases militares del Imperio británico establecidas por todo el
mundo habría dado lugar a un peligroso cerco de la Unión Soviética. Sin embargo, el
conocimiento de este hecho no condujo en último término a modificar en absoluto las
decisiones de Stalin. Pechatnov se pregunta si Stalin era consciente «de la relación
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existente entre sus propias acciones y la resistencia cada vez mayor a ellas». La
respuesta es que probablemente no lo fuera.[76]
Stalin daba por supuesto que las demás potencias mantendrían su actitud egoísta,
calculadora y belicosa, según el concepto leninista de imperialismo. Cuando valoraba
a sus oponentes occidentales, el dictador soviético lo hacía basándose en la idea que
tenía de su carácter y su lógica «imperialista». Cuando el gobierno laborista de
Londres no mostró coherencia alguna en este sentido, Stalin lo colmó de injurias.
Ernest Bevin y Clement Attlee, dijo en 1945, «son unos auténticos idiotas; tienen el
poder en un gran país y no saben qué hacer con él. Tienen una orientación empírica».
[77] El desprecio de Stalin por Bevin contrastaba con su actitud hacia Churchill, que
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global no sólo en respuesta al desafío soviético, sino también como consecuencia de
su propia concepción del mundo. El programa poswilsoniano de construir una Europa
«libre y democrática» y de poner coto al comunismo en el resto del mundo supuso un
nuevo factor revolucionario que cambiaría de manera trascendental la política
exterior. Y en los círculos políticos y en la sociedad norteamericana había fuerzas
muy poderosas que siempre habían creído, como concluye W. R. Smyser, que «sólo
[Estados Unidos] podía tener intereses y fuerzas en todo el mundo». A juicio de esos
pensadores, la Unión Soviética podía desempeñar un papel regional para la paz
durante la posguerra, pero no el de una verdadera gran potencia.[79] Al mismo tiempo,
cabe preguntarse si esas fuerzas habrían logrado imponerse y si Estados Unidos
habría alcanzado tan rápidamente el protagonismo en la política mundial sin la
«ayuda» de la amenaza soviética y de las acciones de Stalin.
La extrapolación que hizo Stalin de las enseñanzas extraídas de las relaciones
internacionales europeas durante el siglo anterior hizo que su mente permaneciera
cerrada a los motivos que se ocultaban tras el intervencionismo global
norteamericano. Stalin habría podido prever el fin del aislacionismo estadounidense,
pero no supo dar crédito al enorme impulso que se ocultaba tras las ideas del «siglo
de América», que, basadas en un lenguaje multilateral, llevaron a Estados Unidos a
quedarse en Europa. Hasta el otoño de 1945, Stalin obtuvo muchos beneficios de su
asociación con Washington. Su experiencia del trato con los norteamericanos lo llevó
a creer que iba a poder sacar otras ganancias marginales sin encontrar resistencia en
los estadounidenses, siempre y cuando las acciones soviéticas tuvieran por objetivo
únicamente las esferas de influencia británica. Pero para sorpresa de Stalin, la
administración Truman decidió que no había alternativa a la contención del
expansionismo soviético en todo el mundo, empezando por Europa Central. Esta
decisión marcaría la pauta de las sucesivas décadas de Guerra Fría.
Hubo, en cambio, un error que Stalin no cometió. Nunca se presentó abiertamente
como agresor y conservó cuidadosamente el barniz de legitimidad internacional dado
a su expansionismo. El líder soviético dejó a Occidente el papel de responsable de la
ruptura de los acuerdos de Yalta y Potsdam y de iniciador de la confrontación. Más
tarde, Molotov afirmaría: «¿Qué significa eso de “Guerra Fría”? Nosotros estábamos
simplemente a la ofensiva. Se enfadaron con nosotros, por supuesto, pero estábamos
obligados a consolidar lo que habíamos conquistado».[80] La mayoría de los
ciudadanos soviéticos compartían esa idea. Durante las décadas por venir, seguirían
creyendo que quien había desencadenado la Guerra Fría había sido Estados Unidos,
no Stalin.
Stalin temía que el efecto del bombardeo de Hiroshima, unido a la sensación general
de laxitud y cansancio reinante al término de la guerra, hiciera que las élites
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soviéticas buscaran un acomodo con Estados Unidos, o quizá incluso que se
impusiera entre ellas una aceptación de la superioridad norteamericana. La actitud
«blanda» de Molotov durante la Conferencia de Londres lo convirtió en blanco de las
iras y las sospechas de Stalin.[81] De regreso en Moscú a primeros de octubre de
1945, Molotov tuvo que reconocer sus errores ante sus propios subordinados de la
Comisaría de Asuntos Exteriores. Calificó la conferencia de campo de batalla en el
que «ciertos sectores norteamericanos y británicos» lanzaron el «primer ataque
diplomático contra las ganancias obtenidas por la Unión Soviética en materia de
política exterior».[82]
Aquél fue precisamente el comienzo de los problemas de Molotov. A primeros de
octubre, Stalin se marchó de vacaciones al mar Negro, por primera vez en muchos
años. La guerra había envejecido mucho al líder del Kremlin, y los periodistas
extranjeros empezaron a especular acerca de su mala salud y de un posible retiro.
Hablaron incluso de Molotov y Zhukov como candidatos a la sucesión. Al leer los
informes de prensa, Stalin empezó a sospechar que sus lugartenientes más próximos
(Beria, Malenkov, Molotov y Mikoyan) podían haber dejado de necesitar su liderazgo
y que tal vez no fueran contrarios a llegar a un arreglo con Estados Unidos y Gran
Bretaña a sus espaldas. Se puso hecho una furia cuando leyó que Molotov, en una
recepción a la prensa extranjera, había apuntado a una próxima relajación de la
censura estatal de los medios de comunicación internacionales. En un telegrama
cifrado, Stalin arremetió contra el «liberalismo y los disparates» de Molotov. Acusó a
su lugarteniente de intentar llevar a cabo una política de «concesiones a los
angloamericanos», de «dar a los extranjeros una impresión de que tenía una política
distinta de la del gobierno y de la de Stalin, la impresión de que con él [Molotov]
[Occidente] podía hacer negocios». De un plumazo excluyó a Molotov del estrecho
círculo de líderes del país y propuso a Beria, Malenkov y Mikoyan la destitución de
Molotov de su puesto de primer vicesecretario y ministro de Asuntos Exteriores. Los
intentos de defenderlo llevados a cabo por otros lugartenientes enfurecieron a Stalin
todavía más. Poco tiempo después y tras diversas peticiones de clemencia por parte
del propio Molotov, el dictador accedió a poner a prueba a su viejo amigo Viacheslav
y lo autorizó a continuar las negociaciones con Byrnes.[83]
Mientras Stalin se dedicaba a sembrar minas bajo los pies de Molotov, hizo
restallar el látigo sobre todos sus lugartenientes. Les escribió diciendo: «Ahora hay
muchos individuos ocupando puestos de autoridad que se extasían al oír las alabanzas
de gentes como Churchill, Truman y Byrnes, y que, por el contrario, se molestan
cuando oyen comentarios desfavorables sobre estos señores. A mi juicio, son
actitudes muy peligrosas, pues siembran entre nosotros el servilismo ante las
personalidades extranjeras. Contra ese servilismo hacia los extranjeros debemos
luchar con uñas y dientes».[84] Este telegrama contenía la esencia de la campaña
ideológica de aislacionismo xenófobo que se desencadenaría pocos meses después.
Dicha campaña obligaría a todos los subordinados de Stalin a reafirmar su lealtad y
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su celo en el nuevo frente, erradicando la actitud de «sumisión y reverencia ante
Occidente» que supuestamente existía en el aparato de gobierno y en la sociedad
soviética.
Si Stalin hubiera muerto en ese momento, es posible que sus colegas hubieran
optado por una postura más acomodaticia frente a Estados Unidos. No tenían el
singular talento que poseía él para adaptarse a las situaciones trágicas; compartían
además la preferencia de la nomenklatura por la idea de que la vida después de la
guerra iba a ser menos dura. Como demostrarían sus acciones después de 1953, no
ignorarían, como había hecho Stalin, el agotamiento y la miseria de su país. No
obstante, los subordinados de Stalin eran prisioneros del paradigma imperial-
revolucionario. Xenófobos y aislacionistas, se hallaban divididos entre el deseo de
reconstrucción pacífica y las tentaciones del «imperialismo socialista». Deseaban la
cooperación con las potencias occidentales, pero en los términos planteados por la
Unión Soviética, con el mantenimiento de la autarquía económica y la libertad de
acción de la URSS.
En otoño de 1945, las autoridades rusas debatieron si la Unión Soviética debía
unirse a las instituciones económicas y financieras internacionales de posguerra (el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) creadas en Bretton Woods.
Algunos altos funcionarios responsables de los presupuestos, las finanzas, las
industrias y el comercio del estado se mostraron a favor de la participación soviética
en dichas instituciones por motivos pragmáticos y económicos. El comisario de
finanzas, Arseny Zverev, insistió en que la presencia de la URSS en esas
instituciones, aunque sólo fuera en calidad de observadora, habría sido útil en las
futuras negociaciones comerciales y crediticias con Occidente. Esta postura recibió el
apoyo de Mikoyan y Lozovski. Todos ellos consideraban que los préstamos y la
tecnología de los norteamericanos eran imprescindibles para la recuperación
económica de la URSS. Otros dirigentes, entre ellos Nikolai Voznesenski, director del
Gosplan, el Comité Estatal de Planificación, sostenían que la deuda externa habría
socavado la independencia económica soviética. En un memorándum a Molotov de
octubre de 1945, Ivan Maiski alertaba de la eventualidad de que los norteamericanos
utilizaran sus préstamos a los británicos para que éstos abrieran su imperio a los
intereses económicos y financieros estadounidenses. Particularmente belicosa, decía,
era la insistencia de los norteamericanos en que debía ponerse en sus manos un
dinero que ellos se encargarían de controlar y en que Gran Bretaña desmantelara los
mecanismos estatales que protegían su monopolio comercial.[85]
En febrero de 1946, según Vladimir Pechatnov, las actitudes aislacionistas se
impusieron en el seno de la burocracia soviética. Algunos políticos apelaron a «la
renuencia de Stalin a hacer más transparente la economía de la URSS y a depositar
parte de las reservas de oro soviéticas» en el Fondo Monetario Internacional. Stalin
decidió no unirse al sistema de Bretton Woods. En el mes de marzo, la
correspondencia oficial del Ministerio de Finanzas hacía ya hincapié en esta nueva
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postura, según la cual las potencias occidentales habrían interpretado la presencia
soviética en las instituciones internacionales como un signo de la debilidad y la
predisposición de la URSS a hacer concesiones unilaterales «bajo la presión de
Estados Unidos». Cuando le preguntaron por ello en los años setenta, Molotov dijo
que los norteamericanos «intentaron arrastrarnos tras ellos, pero asignándonos un
papel secundario. Nos habríamos visto en una situación de dependencia y al final no
habríamos obtenido nada de ellos».[86]
El generalísimo aprovechó la ocasión de las primeras «elecciones» de posguerra
al Soviet Supremo para imponer una serie de nuevas directrices al Partido Comunista
y a los cuadros de la política estatal en un acto celebrado el 9 de febrero de 1946 en el
Teatro Bolshoi. El discurso de Stalin, caracterizado por un lenguaje marcadamente
ideológico, anunciaba el rumbo de posguerra decididamente unilateral que en
adelante iba a seguir el país. Para muchos observadores, aquello significaba la ruptura
definitiva con el espíritu de la Gran Alianza; el discurso no contenía ni una sola
palabra amistosa hacia las potencias occidentales. Exigía a las autoridades presentes
en el acto convertir a la Unión Soviética en una superpotencia en el plazo de una
década, «con el fin de superar en un futuro próximo los logros alcanzados por la
ciencia más allá de las fronteras de nuestro país» (alusión a la futura carrera por la
hegemonía de los misiles atómicos), y de «incrementar los niveles de nuestra
industria, por ejemplo, triplicándolos en comparación con los existentes antes de la
guerra». Aquella, concluía el discurso, sería la única condición que garantizaría a la
Unión Soviética la seguridad «frente a cualquier eventualidad». Stalin escribió
personalmente el discurso, lo corrigió en varias ocasiones, e incluso indicó cuál debía
ser la reacción del público intercalando en el borrador las palabras: «Furiosos
aplausos», «Aplausos y ovación constante», etcétera, detrás de los pasajes más
relevantes.[87] El discurso fue retransmitido por radio y publicado en decenas de
millones de copias. Los lectores y oyentes más avispados se dieron cuenta
inmediatamente de que con él se daba por muerta toda esperanza de mejora de las
condiciones de vida y de cooperación de posguerra con los aliados occidentales.
Stalin ordenó a la nomenklatura dar otro gran salto hacia delante.[88]
Ese nuevo rumbo convirtió, en efecto, el período de posguerra en una época de
movilización y preparación para futuras «eventualidades» fatales. Las estadísticas
oficiales muestran el descenso experimentado por los gastos militares, que pasaron de
los 128 700 millones de rublos en 1945 a los 73 700 millones de 1946. Siguieron en
ese nivel, superior en cualquier caso al existente antes de la guerra, en 1947. En dicha
cifra no se incluían los costes del proyecto atómico, correspondientes a los fondos
«especiales» del estado. Los planes para 1946 incluían también la creación de
cuarenta nuevas bases navales. Los sectores de la economía orientados a los
consumidores, sobre todo la agricultura, continuaron en unas condiciones desastrosas,
como indican los cálculos oficiales presentados por el ministro de Finanzas Zverev a
Stalin en octubre de 1946.[89]
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Los niveles de vida del pueblo soviético, los vencedores, cayeron en picado a
unos niveles inferiores a los de los vencidos, el pueblo alemán. Durante la guerra, el
estado había requisado una gran parte de la renta de la población a través de la
compra obligatoria de bonos de guerra, donaciones semivoluntarias, e impuestos
indirectos. La inflación causó daños adicionales.[90] Los niveles de vida de antes de la
guerra, ya bajísimos, parecían en 1946 un sueño imposible de alcanzar.
El discurso de Churchill sobre el telón de acero proporcionó a Stalin otra
oportunidad excelente para preparar a los ciudadanos soviéticos para la vida de
miseria y hambre que los aguardaba. En su respuesta publicada en Pravda el 14 de
marzo de 1946, redactada personalmente por el dictador y corregida con sumo
cuidado, Stalin calificaba a su antiguo aliado británico de «belicista», lo comparaba
con Hitler, y contrastaba el «internacionalismo» soviético con el afán de dominación
«racista» del mundo anglosajón que tenía Churchill. La dureza de esa respuesta
estaba perfectamente calculada: de ese modo, Stalin mostraba su actitud
absolutamente inflexible ante cualquier intento de desafiar la esfera de influencia
soviética en Europa Central por parte de los occidentales. En adelante el deseo común
de la opinión pública no sería ya la cooperación con las potencias occidentales, sino
la evitación de la guerra con ellas. Este temor era exactamente lo que Stalin
necesitaba para promover su campaña de movilización.[91]
Stalin puso a Andrei Zhdanov al frente de la campaña de movilización (llamada
Zhdanovshchina). Zhdanov no se había distinguido durante la guerra como jefe del
partido en Leningrado, pero sus antecedentes hacían de él un elemento lo
suficientemente bueno para encargarse de las labores de propaganda. Procedía de una
familia culta (su padre, como el de Lenin, era inspector de enseñanza, y su madre
pertenecía a la nobleza y se había graduado en el conservatorio de Moscú). Era un
hombre instruido y un buen orador. En abril de 1946, Zhdanov transmitió «la orden
del camarada Stalin» al aparato central del partido y a sus propagandistas: refutar
resueltamente la idea de que «el pueblo debía tomarse un tiempo para recuperarse
después de la guerra, etc., etc., etc.».[92]
Otro objetivo de la campaña de Stalin eran los altos mandos del ejército. El líder
del Kremlin sospechaba que los conquistadores de Europa tenían tendencias
bonapartistas ocultas. Stalin deseaba meterlos en cintura mientras continuaba la
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desmovilización de las masas. En septiembre de 1946, las fuerzas del ejército
soviético se habían reducido, según los cálculos de los servicios de inteligencia
norteamericanos, de los 12,5 millones de hombres a los 4,5 millones.[93] Mientras
tanto, la élite militar se dormía en sus laureles, y su espíritu de combate se evaporaba
en una verdadera orgía de alcohol, líos de faldas e incautaciones. En marzo de 1946,
se llevó a cabo un primer intento de purga de los niveles más altos de «la generación
de los vencedores». Numerosos líderes militares, directivos de empresas estatales e
ingenieros se vieron envueltos en el «asunto de la industria aeronáutica». El general
Alexei Shajurin, comisario de la industria aeronáutica, y el mariscal de aviación
Alexander Novikov, general en jefe de la fuerza aerea soviética, fueron destituidos
bruscamente y poco después detenidos bajo la falsa acusación de suministrar al
Ejército Rojo aviones «defectuosos».[94]
Al mismo tiempo, los servicios de contrainteligencia de Stalin «descubrieron»
que el mariscal Georgi Zhukov se había traído de Alemania cargamentos enteros de
artículos valiosos y tesoros para su uso personal y el de su familia. El héroe nacional
soviético, que había Presidido el Desfile de la Victoria montado en un caballo blanco,
tuvo que marchar a una especie de semidestierro como capitán general de la región
militar de Odesa.[95] Al mismo tiempo, Georgi Malenkov, el fiel lugarteniente de
Stalin, que había estado al frente de la industria aeronáutica durante la guerra, perdió
su puesto en la secretaría del partido y en el Buró de Organización (aunque Stalin no
tardaría en perdonarlo). Lo que el dictador quería era demostrar que los actos
heroicos de guerra no suponían ninguna protección frente a las purgas. Para mayor
escarnio de los veteranos de guerra y de millones y millones de personas, a finales de
1946, Stalin abolió la celebración pública y el carácter de fiesta nacional del Día de la
Victoria; a cambio, se concedió como festivo el día de Año Nuevo.
Algunos veteranos degradados despertaron a la horrible realidad de la dictadura
de Stalin. Fue entonces cuando el NKGB empezó a vigilar a todos los mandos de las
fuerzas armadas, y algunas de sus conversaciones registradas han llegado
recientemente a manos de los historiadores. Entre esos expedientes se incluyen las
conversaciones privadas que mantuvieron el general del ejército Vasili Gordov y su
antiguo jefe de estado mayor, el general Fedor Ribalchenko, el día de Fin de Año de
1946. Gordov, alto mando del ejército que mostró una actitud despiadada en
Stalingrado, Berlín y Praga, era simpatizante de Zhukov y perdió su elevada posición.
La cólera y el alcohol hicieron que los dos generales se fueran de la lengua.
Reconocían que en Occidente la gente vivía incomparablemente mejor que el pueblo
soviético, y que la vida en las zonas rurales era totalmente miserable. Ribalchenko
dijo que «la gente está harta de su vida y se queja abiertamente, en los trenes y en
todas partes. La hambruna está increíblemente extendida, pero los periódicos se
limitan a mentir. Sólo el gobierno vive bien, mientras que el pueblo se muere de
hambre». Gordov se preguntaba en voz alta si había algún modo de irse a trabajar y a
vivir al extranjero («a Finlandia o a los países escandinavos»). Los dos generales
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lamentaban la falta de ayuda de Occidente y temían que la política de confrontación
con el bloque angloamericano propugnada por Stalin acabara en una guerra y en la
derrota de la Unión Soviética. Ribalchenko concluía: «Me parece que antes de que
pasen diez años nos habrán zurrado bien la badana. Todo el mundo dice que va a
haber guerra. ¡Nuestro prestigio ha ido disminuyendo de un modo abominable!
¡Nadie apoyará a la Unión Soviética!».[96]
Los militares descontentos conocían perfectamente el papel de Stalin como
instigador de nuevas purgas. Cuando Ribalchenko propuso que Gordov pidiera
perdón a Stalin, el aludido no pudo menos que reírse de la ocurrencia. Exclamó con el
orgullo característico de las élites de posguerra: «¿Por qué iba a tener que
rebajarme?». Tres días después, a solas con su esposa, Gordov confesaba que su viaje
al campo (antes de su «elección» como diputado del Soviet Supremo) lo había hecho
«renacer por completo». «Estoy convencido de que si hoy abolimos las granjas
colectivas, mañana mismo habrá orden, mercado y abundancia de todo. Habría que
dejar a la gente tranquila; tiene derecho a llevar una vida mejor. ¡Se ha ganado esos
derechos en el campo de batalla!» Había llegado a la conclusión de que Stalin estaba
«arruinando Rusia».[97]
Críticas a Stalin como éstas seguían siendo raras entre las élites soviéticas.[98]
Pero el descontento había aumentado a finales de 1946, cuando una tremenda sequía
se abatió sobre las tierras más fértiles de Ucrania, Crimea, Moldavia, la región del
Volga y la parte central de Rusia, el Extremo Oriente, Siberia y Kazajstán. Aquella
catástrofe natural, unida a la falta de mano de obra y de recursos existente después de
la guerra, amenazó con producir una hambruna generalizada.[99] Pero fueron Stalin y
su política los que, en vez de evitar el hambre, provocaron aquella calamidad causada
por la mano del hombre, semejante a la carestía de 1932-1933.
Como en los años treinta, Stalin se negó a admitir que estaba produciéndose un
desastre y prefirió denunciar a los «causantes de la ruina» y a los «especuladores»,
supuestamente responsables de la escasez de pan. El dictador del Kremlin poseía unas
enormes reservas «estratégicas» de grano que había acumulado para el caso de
emergencia de guerra. Pero se negó despiadadamente a poner ese grano a disposición
de los consumidores. Stalin tenía además en las arcas del estado mil quinientas
toneladas de oro con las cuales habría podido comprar alimentos en el extranjero.
Molotov y Mikoyan recordarían más tarde que Stalin prohibió la venta del oro.
Rechazó incluso la ayuda alimentaria que pudiera prestar a Rusia la Administración
de Socorro y Rehabilitación de las Naciones Unidas (aunque permitió la llegada de
alguna ayuda a Ucrania y Bielorrusia). Al mismo tiempo propuso enviar productos
alimenticios soviéticos a Polonia y Checoslovaquia, así como a los comunistas
franceses e italianos.[100]
Stalin volvió a la política de preguerra consistente en empobrecer al pueblo ruso,
especialmente a los campesinos y a los trabajadores agrícolas, con el fin de obtener
dinero para la reconstrucción industrial y el rearme. Entre 1946 y 1948, los impuestos
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de los campesinos aumentaron un 30 por 100, y en 1950 ese aumento alcanzaba ya el
150 por 100. El estado se negó además a pagar los bonos de guerra, es decir, los miles
de millones de rublos que había «tomado prestados», o mejor dicho que había
confiscado al pueblo soviético. Por el contrario, se impuso a la ciudadanía
empobrecida la compra de los nuevos bonos de reconstrucción.[101]
Stalin sabía indudablemente que mucha gente estaba resentida contra las
autoridades y contra él en particular. Pero también sabía que sólo las élites
representaban un verdadero peligro. Mikoyan recordaría más tarde que el dictador
«sabía que el rasgo más destacado del muzhik ruso era su paciencia y su capacidad de
aguante».[102] Las purgas, cuya finalidad era socavar el orgullo y la autonomía de las
élites, se convirtieron paulatinamente en una nueva ronda de terror contra sus
integrantes. En 1945 y 1946 se produjo un descenso del número de acusaciones de la
Comisión Especial del NKVD, que pasaron de 26 600 a 8000, pero en 1949 el nivel
de las denuncias se situaba en las 38 500.[103] En enero de 1947, el general Gordov,
su mujer, y el general Ribalchenko fueron detenidos y encarcelados, junto con otros
militares y sus familias.[104] Las purgas siguieron siendo limitadas y se llevaron a
cabo de manera sigilosa, sin denuncias públicas. Pero al cabo de unos años, cuando la
Guerra Fría había polarizado el mundo y la posición de Stalin se hizo inconmovible,
el dictador del Kremlin empezó a derramar la sangre de los miembros de la élite a
una escala cada vez mayor.
Norman Naimark comenta que «la guerra proporciona a los gobernantes una tapadera
para llevar a cabo proyectos de limpieza étnica» y les «brinda la oportunidad de hacer
frente a las minorías revoltosas suspendiendo los derechos civiles». A Stalin el
agravamiento de la confrontación con Occidente le dio la oportunidad de restaurar el
control absoluto de las élites. También le proporcionó una justificación para la
rusificación de las élites y de la burocracia de la URSS y para la consolidación de la
sociedad soviética por medio de contundentes argumentos nacionalistas y una rígida
jerarquía étnica.[105]
La campaña contra el «cosmopolitismo», pretexto oficial de las medidas
antisemitas, constituyó un capítulo fundamental de esa consolidación. Las sospechas
de Stalin respecto a los judíos se incrementaron cuando dio comienzo la Guerra Fría.
El dictador empezó imaginándose una conspiración de las élites judías soviéticas, de
las organizaciones hebreas de Estados Unidos, y de los judíos de su entorno más
inmediato. Desde los años veinte, numerosos miembros del Politburó, entre otros
Molotov, Voroshilov, Mijail Kalinin, y Andrei Andreev, habían contraído matrimonio
con judías, y este hecho comenzó entonces a alimentar las sospechas de Stalin.[106]
En 1946, Zhdanov hizo correr entre sus subordinados la orden de Stalin: había que
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acelerar la eliminación de los cuadros «cosmopolitas», fundamentalmente de los de
etnia judía, existentes en la burocracia soviética, empezando por los cargos más
destacados de los sectores relacionados con la propaganda, la ideología y la cultura.
El primer golpe, reflejo de las nuevas prioridades del régimen, se dirigió contra la
Oficina Soviética de Información (Sovinformburó), la voz, conocida en todo el
mundo, de la propaganda del Kremlin durante la guerra. Zhdanov tuvo la audacia de
decir a un funcionario, que no acababa de entender exactamente quién era el enemigo
cosmopolita en su departamento, que «quitara de en medio a la sinagoga existente en
él». Los judíos soviéticos habían prestado grandes servicios al régimen comunista,
engrosando el número de la élite profesional y cultural durante dos décadas. Había
llegado el momento de depurarlos.[107]
En la primavera de 1948, algunos destacados sionistas apelaron a las autoridades
de Moscú para que enviaran a Palestina a «cincuenta mil» judíos soviéticos, que
debían ayudarles contra los árabes, prometiendo a cambio una postura de simpatía
hacia los intereses soviéticos. Los dirigentes del partido y los expertos en cuestiones
relacionadas con Oriente Medio reaccionaron ante semejante petición con gran
escepticismo; la opinión predominante era que el carácter clasista del sionismo habría
acabado poniendo definitivamente a los sionistas del lado de Estados Unidos, y no de
la URSS. Sorprendentemente, a pesar de su creciente antisemitismo, Stalin
desautorizó a los escépticos y permitió la ayuda militar masiva a los sionistas a través
de Checoslovaquia. En mayo de 1948, antes incluso de que terminara la guerra en
Palestina, la Unión Soviética reconoció al estado de Israel de iure, antes incluso de
que lo hiciera Estados Unidos. Molotov afirmaba en los años setenta que «todo el
mundo, excepto Stalin y yo», se había mostrado en contra de semejante decisión.
Explicaba que no reconocer a Israel habría permitido a los enemigos de la URSS
decir que este país era contrario a la autodeterminación nacional de los judíos.[108]
Pero lo más probable es que Stalin llegara a la conclusión de que apoyar al
movimiento sionista probablemente fuera el único medio que tenía de debilitar la
influencia de Gran Bretaña en Oriente Medio. Además, puede que también esperara
exacerbar las tensiones existentes entre ingleses y norteamericanos sobre la cuestión
del sionismo, e incluso conseguir un acceso al Mediterráneo.[109]
Sin embargo, como predecían los expertos, Israel empezó enseguida a inclinarse
del lado de Estados Unidos. Además, las extraordinarias muestras de apoyo a Israel
que se produjeron entre los judíos de todo el mundo, empezando por los de la Unión
Soviética, alarmaron al líder del Kremlin. Incluso la mujer de Voroshilov, Ekaterina
(Golda Gorbman), dijo a sus parientes el día de la proclamación del estado de Israel:
«Ahora nosotros también tenemos nuestro propio país». El Comité Judío Antifascista
(CJAF) se había convertido ya a ojos de Stalin en el vivero del nacionalismo judío
relacionado con los círculos sionistas de Estados Unidos e Israel. El dictador sabía
que muchos judíos soviéticos consideraban oficiosamente al presidente del CJAF, el
famoso actor Solomon Mijoels, su líder nacional. Y al término de la guerra, apelaron
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a Molotov, a su esposa, Polina Zhemchuzhina, a Voroshilov y a Kaganovich para que
les ayudaran a crear una república judía en Crimea. Antes incluso del reconocimiento
del estado de Israel, el dictador empezó a tomar medidas para eliminar lo que él
consideraba una potencial conspiración sionista dentro de la Unión Soviética. En
enero de 1948, el MGB (el organismo sucesor del NKGB) asesinó por orden de Stalin
a Mijoels, presentando el caso como un accidente de tráfico. A finales de 1948,
fueron detenidos e interrogados otros líderes del CJAF. Entre otras cosas, fueron
acusados de un supuesto complot para hacer de Crimea una cabeza de playa
americano-sionista dentro de la Unión Soviética. En enero de 1949, fue detenido el
lugarteniente de Molotov, Lozovski, antiguo director del Sovinformburó y supervisor
político del CJAF. También fue detenida la mujer de Molotov. Este recordaría más
tarde que «empezaron a temblarme las rodillas» cuando Stalin leyó al Politburó los
cargos acumulados contra Polina Zhemchuzhina. La misma suerte corrieron las
esposas del «presidente» de la Unión Soviética, Mijail Kalinin, y de Alexander
Poskrebyshev, secretario personal de Stalin.[110] Resultó que aquellos fueron sólo los
primeros pasos de una colosal campaña contra la «conspiración sionista», que
culminaría poco antes de la muerte de Stalin con las detenciones del «caso de los
médicos del Kremlin» y el anuncio de que dichos médicos estaban preparando,
supuestamente por orden de un centro sionista norteamericano, el asesinato de los
líderes políticos y militares de la URSS. Los judíos soviéticos, entre ellos numerosos
miembros de las élites burocráticas y culturales del país, esperaban su detención
inminente y su deportación a Siberia.[111]
El destacado papel de Crimea en el caso del CJAF es un indicio de la continua
obsesión de Stalin con el flanco sur de la Unión Soviética y las infructuosas presiones
ejercidas sobre Turquía e Irán. En 1947-1948, Turquía se hizo beneficiaria de la
ayuda financiera y militar de Estados Unidos y se convirtió en un aliado regional
clave de los norteamericanos. Irán se movía en la misma dirección. Mientras tanto,
las promesas incumplidas de Stalin a los pueblos del sur del Cáucaso empezaron
también a producir efectos no deseados. Los dirigentes comunistas de Georgia,
Armenia y Azerbaiyán, nombrados todos por Stalin, empezaron a actuar como
comadres peleonas en una cocina colectiva. Al ver que no se materializaba el sueño
de la recuperación de las «tierras ancestrales» de Turquía, los líderes de Georgia y
Armenia empezaron a confabularse contra Azerbaiyán. El secretario del partido de
Armenia, Grigory Arutynov, se lamentaba de que no tenía sitio en el que establecer a
los repatriados ni recursos para darles de comer (aunque, en vez de los cuatrocientos
mil armenios previstos, sólo llegaron a la Armenia soviética noventa mil). Propuso
entonces desplazar a Azerbaiyán a los campesinos azeríes que residían en territorio
armenio. Propuso además transferir Nagorno Karabaj, zona montañosa disputada
históricamente por azeríes y armenios, de la República Soviética de Azerbaiyán a la
República Soviética de Armenia. Bagirov respondió con argumentos y reclamaciones
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en sentido contrario. Georgianos y armenios advertían a Moscú del incremento del
«nacionalismo armenio» en la región.[112]
En diciembre de 1947 Stalin aceptó la propuesta de Arutynov de desplazar de
Armenia a los campesinos azeríes. Sin embargo, no apoyó la redefinición de las
fronteras de la república. Y en un momento determinado, decidió reanudar la
«limpieza étnica» del sur del Cáucaso, eliminando de la zona todos los elementos
sospechosos y potencialmente desleales. En septiembre de 1948, el incendio
declarado en el vapor Pobeda («Victoria»), que trasladaba repatriados armenios,
desencadenó las sospechas de Stalin. Desde su dacha del mar Negro envió el
siguiente telegrama a Malenkov: «Entre los repatriados hay agentes norteamericanos.
Preparaban un acto terrorista en el vapor “Pobeda”». Al día siguiente, Malenkov
contestó con otro telegrama: «Tienes razón, desde luego. Tomaremos todas las
medidas necesarias». El Politburó aprobó inmediatamente la orden de detener las
repatriaciones.[113] En abril y mayo de 1949, el Politburó decretó que todos los
«nacionalistas armenios» (incluidos algunos repatriados de la diáspora), así como
todos los «antiguos ciudadanos turcos» de Armenia, Georgia y Azerbaiyán fueran
deportados a Kazajstán y Siberia. También fueron deportados los griegos. Las
deportaciones del sur del Cáucaso de 1944-1949 afectaron a 157 000 personas.[114]
Esta «limpieza» no acabó con las tensiones nacionalistas. No obstante, Stalin logró
controlar de nuevo la política regional, desestabilizada por su actitud aventurera en
materia de política exterior.
Al mismo tiempo, Stalin asestó un golpe mortal a los «leningradenses», término
con el que se designaba a los dirigentes del partido y del estado pertenecientes a la
Federación Rusa, especialmente a los de Leningrado, de etnia rusa y que se habían
hecho populares entre el pueblo ruso durante la guerra. Estos individuos esperaban
que Stalin siguiera apoyándose en ellos para la reconstrucción de posguerra. Dentro
de este grupo estaban Nikolai Voznesenski, director del Gosplan; el presidente del
Consejo de Ministros de la Federación Rusa y miembro del Orgburó del partido,
Mijail Rodionov; el secretario del Comité Central y miembro del Orgburó, Alexei
Kuznetsov; y el primer secretario de organización del Partido Comunista de
Leningrado, Petr Popkov. Todos ellos eran protegidos de Andrei Zhdanov y habían
estado al frente de la heroica defensa de Leningrado durante los novecientos días de
asedio alemán. Beria y Malenkov, amenazados por la influencia de este grupo,
hicieron todo lo posible por comprometer a los «leningradenses» a ojos de Stalin y no
pararon hasta que lo consiguieron. El Kremlin emprendió una investigación del «caso
de Leningrado» y del «caso del Gosplan» contra Voznesenski. En febrero y marzo de
1949. Stalin destituyó de sus puestos a Voznesenski, Rodionov, Kuznetsov y Popkov.
Al cabo de varios meses, el MGB los detuvo, junto con otros sesenta y cinco altos
cargos y ciento cuarenta y cinco parientes y familiares. La «investigación» utilizó
unos métodos de tortura espantosos. Stalin hizo que los miembros del Politburó,
empezando por Malenkov y el ministro de Defensa Nikolai Bulganin, asistieran
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personalmente a los interrogatorios. El 1 de octubre de 1950 fueron ejecutados
veintitrés altos cargos, entre ellos Voznesenski, Rodionov, Kuznetsov y Popkov. Más
o menos por esa misma época, también fueron fusilados los generales detenidos,
entre otros Gordov, Ribalchenko y Grigori Kulik.[115]
Al cabo de pocos años, Stalin había logrado arrebatar la gloria de la victoria y los
frutos de la paz al pueblo soviético, verdadero vencedor de la Segunda Guerra
Mundial. Naturalmente, no habría podido hacerlo sin el apoyo de millones y millones
de colaboradores voluntarios, empezando por las élites militares y civiles. Muchos
veteranos de guerra abandonaron su papel de héroes y recuperaron su posición de
«dientes» del engranaje de la maquinaria del estado. Acogieron de buen grado y
apoyaron la transformación de la URSS en un imperio y una superpotencia mundial.
La revitalización del chauvinismo y el nacionalismo y la creencia ideológica en la
hostilidad agresiva del «imperialismo occidental» hacia la Unión Soviética fueron
factores que contribuyeron a crear la poderosa amalgama que hizo que millones de
ciudadanos soviéticos suscribieran de buena fe los planes de posguerra de Stalin.[116]
Muchos veteranos llegaron a considerar el Imperio soviético y su colchón de
seguridad en Europa Central el sustitutivo necesario del pan, la felicidad y la vida
confortable después de la victoria. Compensaron además la falta permanente de
seguridad en el interior proyectando sus temores hacia el exterior, resucitando el culto
al poderío militar soviético, mostrando una abierta hostilidad hacia Occidente, y
adoptando el nuevo antiamericanismo. Esta actitud constituiría la esencia de la
identidad colectiva soviética durante las décadas por venir.[117]
Al tiempo que apelaban a los impulsos del chauvinismo ruso, la propaganda y los
medios de comunicación estatales arremetieron de mala manera contra los
«cosmopolitas» judíos. Durante la purga de judíos que sufrió la Universidad Estatal
de Moscú, Anatoli Cherniaev llegó a oír a un amigo suyo, veterano de guerra, decirle
lo siguiente: «El partido ha venido luchando varios años contra la dominación judía.
Se está limpiando de judíos». Por esa misma época, otro valiente joven veterano se
manifestó en contra del antisemitismo. Fue expulsado inmediatamente del partido y
desapareció de la universidad.[118] La purga de los judíos dio a los que apoyaban la
política antisemita una falsa sensación de solidaridad y poder semejante a la que
habían tenido muchos alemanes en tiempos de Hitler. Otro testigo describe a esos
individuos en los siguientes términos: «La guerra les había dejado probar a qué sabía
el poder. Eran incapaces de tener un pensamiento crítico. Estudiaban para convertirse
en maestros de vida».[119]
En una asamblea anticosmopolita en la Universidad Estatal de Moscú, el profesor
Sergei Dmitriev preguntó a un colega suyo cuál podía ser el motivo de esa campaña.
La respuesta que éste le dio fue la siguiente: «La guerra. El pueblo debe estar
preparado para una nueva guerra. Y está a punto de sobrevenir».[120] La
intensificación de la Guerra Fría ayudó indudablemente a Stalin a justificar su
campaña antisemita, así como las deportaciones de armenios y griegos, y también de
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ucranianos, letones y lituanos. Le ayudó a consolidar el núcleo ruso de su «imperio
socialista». Los vientos de la nueva guerra ayudaron también a Stalin a erradicar
cualquier posible rastro de descontento o disidencia entre las élites. La mayoría de las
autoridades del estado y de los oficiales del ejército de la Unión Soviética estaba
convencida de que Occidente se había puesto a la ofensiva y debía ser frenado.
Esta idea se intensificó cuando Estados Unidos realizó dos ensayos de bomba
atómica en el atolón de Bikini, en el océano Pacífico, en julio de 1946. Dichas
pruebas tuvieron lugar apenas dos semanas después de que los norteamericanos
presentaran su plan de «control internacional» de la energía atómica y poco antes de
la Conferencia de Paz de París (29 de julio-15 de octubre de 1946), convocada para
negociar los tratados de paz con Alemania y sus satélites. Dos observadores
soviéticos asistieron a las pruebas y comunicaron sus resultados a las autoridades del
Kremlin. Uno de ellos, el general de división Semen Alexandrov, geólogo e ingeniero
jefe de las investigaciones con uranio para el proyecto atómico ruso, llevó a Moscú la
filmación de las pruebas y la mostró en el Kremlin, así como a sus amigos y colegas.
[121]
Eran pocos los miembros de la clase política soviética que dudaban de que el
monopolio atómico de los norteamericanos se había convertido en el instrumento de
la diplomacia estadounidense de posguerra y suponía una amenaza para la seguridad
soviética. Ni siquiera los militantes más inteligentes y refinados del partido lograron
sustraerse a la obligatoriedad de la visión niveladora que tenía Stalin de la nueva
situación de posguerra. El escritor Konstantin Simonov había experimentado en su
propia persona la saga bélica soviética desde las trágicas derrotas de los veranos de
1941 y 1942 hasta el triunfo en Berlín, y se identificaba con la «generación de los
vencedores». A comienzos de 1946, el Politburó lo envió a él y a un pequeño grupo
de periodistas y escritores a Estados Unidos en una misión propagandística. El
contraste entre la opulencia norteamericana y la ruina soviética le resultó casi
insoportable. Le molestaron también las primeras oleadas de resaca antisoviética que
se abatieron sobre el territorio norteamericano. A su regreso a la URSS, Simonov
escribió una obra de teatro, La cuestión rusa, en la que los imperialistas, los políticos
y los magnates de la prensa estadounidense intentaban desencadenar una guerra
preventiva contra la Unión Soviética. El principal personaje de la obra, un periodista
norteamericano progresista, se propone denunciar esta conspiración. Viaja a la Unión
Soviética y ve con sus propios ojos que los rusos no desean una nueva guerra. La
obra era una burda caricatura de la política y los medios de comunicación
norteamericanos, pero es indudable que Simonov creía profundamente en lo que
decía. ¿Cómo podía la Unión Soviética suponer una amenaza para nadie cuando
había sufrido tantas pérdidas? Pero, al mismo tiempo, Simonov estaba convencido de
que sin la movilización y la reconstrucción de posguerra la Unión Soviética podía ser
intimidada y acaso incluso aplastada por el temible poder de los norteamericanos. A
Stalin le gustó la obra de Simonov. La cuestión rusa fue publicada por entregas en los
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periódicos, fue leída en la radio y estrenada en innumerables teatros de toda la Unión
Soviética, siendo vista por millones de espectadores. Diez años más tarde, su autor
seguía suscribiendo la idea de que en 1946 la Unión Soviética estaba abocada a una
durísima elección: o fortalecerse rápidamente o perecer.[122]
El objetivo de Stalin era conseguir un «imperio socialista», invencible y protegido
por todos sus flancos. Pero este proyecto tenía defectos inherentes a su propia
naturaleza. Los imperios que han salido adelante a lo largo de toda la historia de la
humanidad, entre ellos el romano, el chino o el británico, utilizaron otros factores,
aparte de la simple fuerza bruta, para hacerse con el control de enormes territorios
heterogéneos. Reclutaron a las élites indígenas, a menudo toleraron la diversidad
étnica, cultural y religiosa, y fomentaron el libre comercio y las comunicaciones.[123]
El imperio socialista de Stalin utilizó una ideología potente, el nacionalismo, y la
manipulación social para remodelar la sociedad y las élites. Introdujo la uniformidad
de la industrialización estatal y del sistema de partidos. Al mismo tiempo, eliminó las
libertades civiles, la riqueza, la cooperación y la dignidad humana, y ofreció en su
lugar una ilusión de justicia social.
El imperio socialista explotó la paciencia, las ilusiones y los sufrimientos de
millones de rusos y no rusos, el pueblo que habitaba en su núcleo principal. Explotó
también la fe de millones de individuos que creían sinceramente en el comunismo en
Europa y Asia, donde el marxismo-leninismo desempeñaría el papel de una religión
secular. Esta pirámide de fe e ilusiones se vería coronada por el culto al propio Stalin,
el caudillo infalible. Ese caudillo, sin embargo, era mortal: irremediablemente, la
muerte de Stalin provocaría una crisis de legitimidad y una lucha por la sucesión
entre sus herederos.
Lo más importante es que la Unión Soviética se enfrentó en Occidente a un rival
dinámico y seguro de sí mismo. Estados Unidos, con su poder financiero, económico
y militar, ayudó a la reconstrucción de los países de Europa Occidental y de Japón
como economías de libre mercado y sociedades de consumo masivo. La lucha contra
Occidente no brindó a Stalin ocasión alguna de prevalecer. Este hecho quedó patente
de forma particularmente dolorosa en Alemania, donde los soviéticos se enfrentarían
a problemas trascendentales cuando intentaran convertir su zona de ocupación en la
pieza clave de su imperio en Europa Central.
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3
BERIA,
mayo de 1953
MOLOTOV,
julio de 1953
La división de Alemania fue uno de los resultados más sorprendentes del choque
entre la Unión Soviética y las democracias occidentales. Pero hasta hace poco no ha
aparecido una reconsideración crítica de la participación de Occidente en el asunto.[1]
Y la verdadera dimensión del papel desempeñado en él por Stalin todavía no puede
documentarse ni siquiera hoy día. Los detalles de muchas decisiones de alcance
menor y su puesta en vigor continúan envueltos en brumas: los telegramas cifrados de
Stalin y las copias de numerosas conversaciones siguen siendo documentación
clasificada en los archivos rusos. No obstante, los testimonios a los que tenemos
acceso revelan que muchos de los acontecimientos ocurridos en la Alemania Oriental
llevaban el sello singular de Stalin y que algunos no habrían tenido lugar sin su
autorización explícita. El máximo comisario político soviético en Alemania Oriental,
Vladimir Semenov, recordaba en los años sesenta las «sutiles jugadas diplomáticas»
que realizó Stalin para desarrollar la política soviética en lo referente a la cuestión
alemana.[2]
Un examen de los archivos de la Alemania Oriental y de la Unión Soviética ha
convencido a algunos estudiosos de que Stalin habría preferido construir una
Alemania unida no comunista, en vez de crear un estado satélite aparte en la
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Alemania Oriental.[3] Algunos especialistas creen que los soviéticos no pretendieron
nunca la sovietización de la Alemania Oriental, sino que se vieron más bien abocados
a ella en un caótico proceso de improvisación.[4] Las conclusiones a las que yo llego
en este capítulo son justamente las contrarias. La documentación demuestra que
Stalin y las élites soviéticas nunca abrigaron la idea de una Alemania neutral. Como
poco, los rusos intentaron neutralizar la parte de Alemania que había quedado bajo el
control de Occidente y crear su propia Alemania socialista en la zona de ocupación
que les había correspondido. Desde el punto de vista ideológico, la construcción del
socialismo en la zona oriental combinaría los sueños internacionalistas de los
bolcheviques de los años veinte y la idea de adquisición de un imperio desarrollada a
lo largo de los años cuarenta.
Desde el punto de vista económico, la zona en cuestión se convirtió en fuente de
un flujo enorme de indemnizaciones de guerra, de enriquecimiento personal de las
élites soviéticas, de alta tecnología para los industriales y los científicos, y de casi
todo el suministro de uranio destinado al armamento, imprescindible para la
fabricación de armas nucleares en la Unión Soviética. La división de Alemania fue
también un pretexto excelente para la construcción de un imperio socialista en
Europa Central. La Segunda Guerra Mundial permitió que las élites y la ciudadanía
soviética se sintieran con derecho a decir la última palabra sobre el futuro de
Alemania. Este sentimiento, justificado por el elevadísimo número de caídos en la
guerra, perduró durante décadas.
Por último, aunque no por ello sea menos importante, Stalin no quiso nunca
retirar las tropas soviéticas de Alemania Oriental. A medida que fue agravándose la
confrontación con Occidente, Alemania Oriental se convirtió en el verdadero núcleo
—desde el punto de vista militar y geoestratégico— del poder soviético en Europa.
Cientos de miles de soldados soviéticos acabaron siendo desplegados en su territorio,
dispuestos a marchar precipitadamente, en cuanto se les ordenara, hasta el canal de la
Mancha.
A la hora de la verdad, Alemania Oriental se convirtió en el eslabón más
turbulento del imperio soviético. Como el «experto en nacionalidades» que era, Stalin
tuvo mucho cuidado en no reavivar las fuerzas del nacionalismo alemán, y pensó que
era imprescindible echar la culpa de la división de la nación alemana a las potencias
occidentales. De ese modo, los rusos disimularon la paulatina integración de
Alemania Oriental en el imperio soviético, dejando abierta la frontera entre las dos
Alemanias. Estas circunstancias hicieron de Alemania un lugar de competencia
relativamente abierta entre el sistema de mercado libre y el sistema comunista.
Durante los primeros años de la ocupación, dio la impresión de que las autoridades
soviéticas habían logrado consolidar «su Alemania». Al final de la vida de Stalin, sin
embargo, era evidente que la lucha por el país más trascendental de Europa no había
hecho más que empezar y que los soviéticos no iban a poder ganarla.
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ESTABLECIMIENTO DEL RÉGIMEN DE OCUPACIÓN
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de refugiados alemanes se habían trasladado de Europa Oriental a la zona de
ocupación soviética; cientos de miles huyeron a las zonas occidentales. Fue un
terrible golpe geopolítico que cambió por completo el mapa de Europa Central.[11]
A pesar de la postura inicial de cooperación de las potencias occidentales, Stalin
se preparó para librar una dura lucha por Alemania. A finales de marzo de 1945, dijo
a un grupo de oficiales checoslovacos que habían ido a visitarlo que los aliados
occidentales iban a «conspirar» con los alemanes, iban a intentar librarlos del castigo
por sus crímenes, e iban a tratarlos «con mano blanda».[12] En mayo de 1945, afirmó
que «la batalla por el alma de Alemania» sería «larga y difícil».[13] El 4 de junio de
1945, en una entrevista con un grupo de comunistas alemanes, les advirtió que los
británicos y los norteamericanos proyectaban desmembrar Alemania, pero que él,
Stalin, estaba en contra. No obstante, añadió, «habrá dos Alemanias a pesar de la
unidad de los aliados». Para obtener una posición de fuerza en la política alemana,
Stalin invitó a los comunistas germanos a unirse a los socialdemócratas y convertirse
en un «partido de la unidad alemana» que llegara a las zonas ocupadas por los
occidentales. El Partido Socialista de la Unidad de Alemania (el SED) se creó en la
zona soviética en febrero de 1946.[14]
No serían los comunistas autóctonos, sino la Administración Militar Soviética de
Alemania (AMSA), la que se convertiría en el principal organismo encargado de la
consecución de los objetivos soviéticos en Alemania. A comienzos de 1946, la
AMSA ya constituía una extensísima burocracia que rivalizaba cada vez más con las
autoridades de ocupación occidentales. El aparato de la AMSA ascendía a cuatro mil
funcionarios, que disfrutaban de unos privilegios propios de la «administración
imperial» de una colonia: doble salario en rublos soviéticos y marcos alemanes;
mejor nivel de vida que los burócratas de rango más alto de la Unión Soviética; una
posición desde la cual podían dominar a la antigua «raza dominante» de Europa; y
acceso a las diversas influencias provenientes de las zonas occidentales. El dictador
del Kremlin hizo que los dos cuerpos de policía rivales, el MVD y el MGB, ayudaran
a la AMSA y lo mantuvieran a él al corriente de sus actividades.[15]
El mariscal Georgi Zhukov, primer jefe de la AMSA, perdió rápidamente el
puesto: su inmensa popularidad y su terquedad molestaban a Stalin. Su sucesor, el
mariscal Vasili Sokolovski, era el personaje más refinado, culto y al mismo tiempo
modesto y comedido del alto mando militar soviético.[16] Stalin instituyó también el
cargo de comisario político en Alemania. En febrero de 1946, dicho puesto fue a
parar a Vladimir Semenov, doctor en filosofía de treinta y cuatro años y diplomático
de rango intermedio; ningún mérito en su vida pasada lo acreditaba para desempeñar
una tarea de tanta envergadura. Su primera reacción fue estudiar la documentación
conservada en los archivos acerca de la historia de la ocupación de los estados
alemanes por Napoleón a comienzos del siglo XIX. Por desgracia para el joven
funcionario, la historia no le instruyó para el desarrollo de sus futuras actividades.[17]
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La inseguridad de la situación política en Alemania y en las relaciones con las
potencias occidentales hizo que Stalin se mostrara deliberadamente cauto y vago en
las instrucciones dadas a la AMSA y a Semenov. Aunque el dictador soviético no
tenía duda alguna de que iba a desencadenarse una lucha por Alemania, no estaba
seguro de hasta qué punto iban a intervenir en ella los norteamericanos. En octubre de
1944, en conversación con Stalin, Churchill dijo que «los norteamericanos
probablemente no tengan intención de participar en una ocupación [de Alemania] a
largo plazo».[18] Pero desde el otoño de 1945 numerosos acontecimientos indicarían
que, en efecto, tenían intención de quedarse en Alemania. La nueva postura de
firmeza de Estados Unidos tras el bombardeo de Hiroshima dio a entender a Moscú
que los norteamericanos pretendían desafiar el control que ejercían los soviéticos
sobre Europa Central y los Balcanes. A partir de ese momento, la cuestión para Stalin
no sería tanto la presencia de una fuerza militar norteamericana en Alemania, sino el
mantenimiento de la presencia militar soviética en Europa Central, sobre todo en la
zona oriental de Alemania.
En septiembre de 1945, Stalin rechazó la propuesta del secretario de Estado
norteamericano James Byrnes de firmar un tratado de desmilitarización de Alemania
de veinticinco años de duración. Durante sus conversaciones con Byrnes en Moscú en
diciembre de 1945, Stalin, satisfecho con la decisión estadounidense de mantener la
fórmula de cooperación de Yalta-Potsdam, decidió acceder «en principio» a discutir
la idea de la desmilitarización de Alemania. Se trataba de una jugada meramente
táctica. La fuerte oposición de Stalin a la idea de Byrnes seguía en pie. Es más, llegó
a ser compartida por la mayoría de los altos dignatarios soviéticos. Y quedó patente
en febrero de 1946, cuando Byrnes presentó a los rusos un anteproyecto de acuerdo
sobre desmilitarización de Alemania. Stalin y los altos cargos soviéticos debatieron la
propuesta durante meses. En mayo de 1946, treinta y ocho jerarcas, entre ellos
algunos miembros del Politburó, militares y diplomáticos, presentaron sus
conclusiones al dictador.[19] Zhukov escribía: «A los americanos les gustaría acabar
con la ocupación de Alemania lo antes posible y quitar de en medio las fuerzas
armadas de la URSS, y después exigir una retirada de nuestras tropas de Polonia, y
luego de los Balcanes». Querían además impedir la labor de desmantelamiento de las
industrias alemanas por parte de los soviéticos y el cobro de indemnizaciones de
guerra, así como «mantener en Alemania un potencial militar como base
imprescindible para llevar a cabo sus fines agresivos en el futuro».[20] El viceministro
de Asuntos Exteriores Solomon Lozovski se mostraba incluso más categórico en su
memorándum. La aceptación del proyecto norteamericano, decía, conduciría a la
liquidación de las zonas de ocupación, a la retirada de las tropas soviéticas, y a la
reunificación económica y política de Alemania bajo el dominio de Estados Unidos.
Esto, a su vez, daría lugar «en unos cuantos años a una guerra germano-anglo-
americana contra la URSS». Un resumen elaborado por el Ministerio de Asuntos
Exteriores concluía que con la presentación de la propuesta de desmilitarización de
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Alemania, el gobierno norteamericano perseguía los siguientes objetivos: poner fin a
la ocupación de Alemania; acabar con las indemnizaciones soviéticas en Alemania;
desmantelar la fórmula de Yalta-Potsdam y reducir el control de la URSS sobre
Alemania y la influencia soviética en los asuntos europeos; acelerar la restauración de
la potencia económica alemana; y volver a Alemania contra la Unión Soviética. Estas
conclusiones se convirtieron en los principios habituales de la correspondencia
diplomática en la que se evaluaba la política exterior norteamericana.[21]
En ningún documento soviético sobre Alemania podemos ver rastro alguno de
replanteamiento fundamental de las consideraciones de seguridad de la URSS en
vista del potencial atómico de Estados Unidos. Pero indudablemente, la sombra del
hongo atómico de Hiroshima estaba presente en la forma que tenían los soviéticos de
plantearse la cuestión alemana. En una conversación con Byrnes el 5 de mayo de
1946, Molotov se preguntaba por qué Estados Unidos «no deja ni un solo rincón del
mundo desatendido» y «construye sus bases aéreas en todas partes», incluso en
Islandia, Grecia, Italia, Turquía y China.[22] Desde esas bases, en opinión de Stalin,
Molotov y los militares soviéticos, los aviones norteamericanos cargados con bombas
atómicas podían atacar fácilmente cualquier punto de la Unión Soviética. Más tarde,
a comienzos de los años cincuenta, este factor provocaría un enorme aumento de la
presencia militar soviética en Europa Central con el fin de contrarrestar un posible
ataque nuclear estadounidense.
Stalin y las autoridades soviéticas de mayor rango estaban de acuerdo en que una
retirada militar de Alemania en fecha temprana habría supuesto una negación del
derecho de la Unión Soviética a mantener sus tropas en Europa Central y los
Balcanes. Después, la Alemania devastada y otros países igualmente arruinados de
Europa Central habrían pasado inmediatamente a depender de la ayuda económica y
financiera norteamericana y habrían quedado ligados a Estados Unidos por lazos
políticos. La mejor opción que les quedaba a los soviéticos era la continuación del
régimen de ocupación conjunta durante un plazo indefinido. Zhukov, Sokolovski y
Semenov pretendían «utilizar la iniciativa norteamericana de cualquier forma para
atar sus manos (y las de los británicos) en lo tocante a la cuestión alemana en el
futuro».[23] Por fin entonces podrían esperar que se produjera la inevitable crisis
económica de posguerra y que Estados Unidos cejara en sus planes de hegemonía
europea y se retirara al aislacionismo.
Los norteamericanos, mientras tanto, pasaron al modo de «contención» y
desecharon la idea de cooperar con los soviéticos en Alemania. Byrnes alcanzó un
acuerdo con Bevin para unir las zonas norteamericana y británica en un solo sector, la
Bizona. En su discurso del día 6 de septiembre en Stuttgart, el secretario de Estado,
acompañado del senador republicano Arthur H. Vandenberg y del senador demócrata
Tom Connally, dijo: «No nos retiramos. Nos quedamos aquí». En resumen, Byrnes
propuso que fuera Estados Unidos, y no los soviéticos, el que se convirtiera en el
principal patrocinador de la soberanía y el futuro democrático de Alemania. Además
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de asegurar la soberanía alemana en el Ruhr y Renania, Byrnes indicó que Estados
Unidos no consideraba irrevocable la nueva frontera de Alemania con Polonia (la
línea Oder-Neisse).[24]
El discurso de Byrnes contribuyó a reforzar el consenso oficial soviético en torno
a la idea de que la administración estadounidense deseaba librarse de la presencia
rusa en Alemania y negar a la Unión Soviética una esfera de influencia en Europa
Central. No obstante, aún quedaba espacio para interpretaciones «duras» y «blandas».
En el bando correspondiente a la «línea dura», el lugarteniente de Molotov, Sergei
Kavtaradze, decía que Estados Unidos era «potencialmente el estado más agresivo»
del mundo y que deseaba convertir Alemania en la base de su «posición dictatorial en
Europa». Según la valoración de la situación que hacía Kavtaradze, el discurso de
Byrnes formaba parte del plan estratégico elaborado en contra de la Unión Soviética.
Otros altos cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores decían que Byrnes deseaba
movilizar al nacionalismo «reaccionario» alemán contra la Unión Soviética, pero no
calificaban las acciones de los norteamericanos de plan agresivo. Algunos iban aún
más lejos y sostenían que el compromiso político y diplomático sobre la cuestión
alemana era posible.[25] El discurso oficial, sin embargo, no daba ninguna pista
acerca del carácter de tal compromiso.
Sólo la guía de Stalin podía atenuar el problema. El potentado del Kremlin
discutió los asuntos de Alemania con Molotov, Vishinski, Vladimir Dekanozov,
Zhukov, Sokolovski, y otros altos dignatarios. En sus instrucciones a los líderes
comunistas alemanes Walter Ulbricht y Wilhelm Pieck de febrero de 1946, Stalin
utilizaba el mismo lenguaje que habían empleado los bolcheviques para planificar sus
estrategias políticas durante las revoluciones rusas: el «programa de mínimos»
consistía en mantener una unidad alemana; el «programa de máximos» estipulaba la
construcción del socialismo en Alemania por la «vía democrática».[26] Si se toma en
serio, esta jerga quería decir que Stalin estaba dispuesto a contemporizar con la
sovietización de la zona soviética con la esperanza de que la influencia comunista se
extendiera por el resto de Alemania. El planteamiento en dos etapas de Stalin habría
tenido sentido si efectivamente se hubiera producido una crisis económica de
posguerra y Estados Unidos hubiera retirado sus tropas de Alemania Occidental.
Cosa que no sucedió ni en 1946 ni después.
Semenov recordaba en su diario que Stalin se había reunido con él y con los
comunistas alemanes al menos «una vez cada dos o tres meses». Afirmaba asimismo
que había recibido instrucciones directamente de Stalin para que se centrara
exclusivamente en las cuestiones estratégicas de mayor importancia y construyera,
paso a paso, una nueva Alemania en la zona soviética. Según él, existen actas de
«más de cien» conversaciones con Stalin sobre las cuestiones de estrategia política en
la Alemania de posguerra. Pero el diario de visitas de Stalin recoge sólo ocho
entrevistas entre el dictador soviético y dirigentes germanoorientales en el Kremlin, y
las investigaciones en los archivos no han logrado localizar las demás.[27] Desde
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1946, los problemas de salud de Stalin lo obligaron cada vez con más frecuencia a
delegar los asuntos de Alemania en sus lugartenientes y en la burocracia.
La vaguedad de las instrucciones de Stalin o incluso la total ausencia de ellas
resultan difíciles de interpretar. Pueden explicarse apelando a la constante
incertidumbre de la cuestión alemana, pero también por otros factores. Como hiciera
a menudo con anterioridad en otros momentos de su carrera, el líder del Kremlin
fomentó las peleas políticas entre sus subordinados y desempeñó un papel de
mediador en los conflictos burocráticos. Toleró e incluso fomentó versiones distintas,
a veces contradictorias, de la política soviética respecto a Alemania. Como
consecuencia de todo ello, la política de la burocracia soviética complicaría a veces
las actividades de la AMSA. Las autoridades soviéticas de Alemania estaban
subordinadas a varios organismos de Moscú, entre otros al Ministerio de Defensa y al
Ministerio de Asuntos Exteriores; al mismo tiempo, algunas disfrutaban de contacto
directo con Stalin y sus lugartenientes, y también con los jefes de los diversos
departamentos del Comité Central del partido. Los funcionarios de la AMSA estaban
adscritos a distintos sectores, según su cometido y sus respectivas tareas, con
responsabilidades cruzadas y a veces en conflicto unas con otras. Sus relaciones de
trabajo con distintos grupos de alemanes y los lazos de patrocinio que los unían con
los distintos capitostes de Moscú, así como las luchas políticas internas cada vez más
enconadas en el entorno de Stalin, contribuirían a que la imagen resultara aún más
confusa.[28]
Los testimonios disponibles no indican que Semenov desempeñara un papel
exclusivo en la elaboración de la política soviética en Alemania.[29] Hubo en la zona
otros arquitectos de la política soviética. Uno de ellos fue el director del
departamento de información política y propaganda de la AMSA, el coronel Sergei
Tiulpanov, intelectual adscrito al ejército con experiencia en economía internacional y
propaganda. Tiulpanov tenía, según parece, poderosos patronos en Moscú, entre ellos
los influyentes lugartenientes de Stalin Lev Mejlis y Alexei Kuznetsov. Este último
era uno de los «leningradenses», los jerarcas del partido que habían trabajado a las
órdenes de Andrei Zhdanov. En consecuencia, Tiulpanov trabajó con independencia
de Semenov y de sus superiores de la AMSA hasta 1948, manejando los medios de
comunicación y la censura, el cine, los partidos políticos y los sindicatos, así como la
ciencia y la cultura de la zona. Sobrevivió incluso a las repetidas y severas críticas de
diversos altos cargos soviéticos, que lo culparon de los fracasos del SED y de la
propaganda comunista en la Alemania Occidental.[30]
Los intereses soviéticos en Alemania eran tan heterogéneos y contradictorios que
Sokolovski, Tiulpanov y otros funcionarios de la AMSA constantemente se verían
obligados a andar por la cuerda floja. Por un lado, intentaron organizar Alemania
Oriental de la única forma que conocían, esto es, a la soviética. Por otro, tanto ellos
como sus protectores en la dirección del partido se daban cuenta de que abusar de la
población civil y desmantelar los recursos industriales existentes en la zona soviética
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no serviría más que para complicar la lucha por Alemania.[31] Como compensación
parcial por el desmantelamiento de su industria, Alemania Oriental recibió más
alimentos, en el momento culminante de la severa hambruna de posguerra que se
abatió sobre la URSS, Stalin no se cobró de los alemanes indemnizaciones agrícolas,
aunque de ese modo habría salvado a muchos rusos y ucranianos de morir de hambre.
[32] En octubre de 1945, Stalin decidió poner coto al saqueo industrial de Alemania
del Este. En el mes de noviembre, dijo a una delegación de comunistas polacos que
fueron a visitarlo que los soviéticos planeaban dejar algunas industrias en Alemania y
que sólo se quedarían con la producción final. Los rusos organizaron treinta y una
sociedades anónimas estatales (SAG), que operaban sobre la base de ciento
diecinueve fábricas y factorías alemanas cuya eliminación estaba prevista en un
principio. «A finales de 1946», escribe Norman Naimark, «los soviéticos poseían
cerca del 30 por 100 del total de la producción de Alemania Oriental». Una sociedad
anónima de altísimo valor estratégico era el proyecto de uranio Wismut, en Baja
Sajonia, que produjo el combustible para las primeras bombas atómicas soviéticas.[33]
Las contradicciones entre las distintas prioridades, el desmantelamiento de la
industria, la creación de una nueva Alemania en la zona oriental, y la lucha por la
conquista de toda Alemania, siguieron sin resolverse. El traslado de los recursos
industriales a la Unión Soviética continuó, dictado por las necesidades de la industria
y por los gigantescos proyectos armamentísticos de la URSS. Los aliados
occidentales rechazaron todas las peticiones de recursos y equipamientos procedentes
de sus zonas de ocupación en el oeste, lo que provocó más desmantelamientos en la
zona soviética.[34] Mientras tanto, la intensificación de la Guerra Fría y la
consolidación de las zonas occidentales bajo la tutela de Estados Unidos y Gran
Bretaña permitieron a Stalin, a la AMSA y a los comunistas de Alemania Oriental
seguir adelante con su labor de transformación y consolidación de Alemania del Este.
Dicha tarea se convirtió en una prioridad para los soviéticos.
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agrarias en Alemania del Este y en otros países de Europa Central fueron un éxito
político definitivo para los soviéticos y los funcionarios comunistas que ellos mismos
nombraron.[35]
En su reunión con Ulbricht y Pieck de febrero de 1946, Stalin aprobó el concepto
de «vía alemana hacia el socialismo». Esperaba que el establecimiento del SED
«creara un gran precedente para las zonas de la Alemania Occidental».[36] Pero el
«Partido Socialista de Unidad» siguió vinculado, a ojos de muchos alemanes,
especialmente las mujeres, al desmantelamiento llevado a cabo por los soviéticos, a la
violencia y las violaciones que habían tenido lugar en la zona. El partido sufrió una
humillante derrota en las primeras elecciones municipales de posguerra celebradas en
la zona, particularmente en el Gran Berlín, en octubre de 1946, cuando el 49 por 100
de los electores votó por los partidos de centro y de derechas. A partir de ese
momento, los soviéticos simplemente no dejaron las cosas al azar, y los especialistas
de la AMSA ayudarían al SED a falsificar los resultados de las futuras elecciones. El
nuevo partido se convirtió en el vehículo esencial para el establecimiento de un
régimen político basado en el sistema soviético en la zona oriental. Cuando Stalin se
reunió con la delegación del SED a finales de enero de 1947, ordenó a los comunistas
de la Alemania del Este que crearan una policía secreta y una fuerza paramilitar en la
zona «sin hacer demasiado ruido». En junio de 1946, los soviéticos crearon un
organismo de coordinación de los cuerpos de seguridad llamado Dirección Alemana
del Interior.[37]
Otra carta que Stalin pretendía jugar en Alemania era la del nacionalismo. Varias
décadas de experiencia le habían enseñado que el nacionalismo podía ser una fuerza
más poderosa que el romanticismo revolucionario y que el internacionalismo
comunista. Molotov recordaba: «Se dio cuenta de cómo Hitler había logrado
organizar al pueblo alemán. Hitler dirigía a su pueblo, y pudimos darnos cuenta de
ello por la forma en que los alemanes combatieron durante la guerra».[38] En enero de
1947, Stalin preguntó a los delegados del SED: «¿Hay muchos elementos nazis en
Alemania? ¿Qué tipo de fuerza representan? En particular en las zonas del Oeste».
Los líderes del SED reconocieron su ignorancia al respecto. Entonces Stalin les
aconsejó que cambiaran la política de eliminación de los colaboradores nazis «por
otra distinta, destinada a atraerlos, con el fin de evitar que todos los antiguos nazis se
vieran empujados al campo enemigo». Debía permitirse que los antiguos activistas
nazis, añadió, organizaran su propio partido, que debía «operar en el mismo bloque
que el SED». Wilhelm Pieck manifestó sus dudas respecto a que la AMSA permitiera
la formación de semejante partido. Stalin se echó a reír y dijo que él se encargaría de
facilitarlo tanto como pudiera.[39]
Semenov redactó las actas de la reunión y recordaba que Stalin dijo: «En total
había diez millones de miembros del partido nazi, y todos tenían familia, amigos y
conocidos. Es un número muy grande. ¿Durante cuánto tiempo vamos a ignorar sus
intereses?». El líder del Kremlin sugirió el nombre que había de darse a la nueva
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organización: Partido Nacional Democrático de Alemania. Preguntó a Semenov si la
AMSA podría localizar en alguna cárcel a cualquier exlíder regional nazi y ponerlo al
frente de su partido. Cuando Semenov respondió que probablemente hubieran sido
ejecutados todos, Stalin expresó su disgusto. Sugirió entonces que se permitiera a los
antiguos nazis disponer de su propio periódico, «quizá incluso con el título de
Völkischer Beobachter», el famoso diario oficial del Tercer Reich.[40]
Esta nueva táctica del arsenal de Stalin estaba evidentemente en conflicto con la
manipulación que anteriormente había hecho de la «amenaza alemana» en los países
eslavos de Europa Central, pero también con las creencias fundamentales de las élites
comunistas y con los sentimientos antigermanos de los rusos. La propuesta de
colaborar con los antiguos nazis desanimó a los comunistas alemanes y a los
funcionarios de la AMSA, que esperaron un año para ponerla en práctica. Hasta mayo
de 1948, tras la debida campaña de preparación propagandística, la AMSA no
disolvió las comisiones de desnazificación. En el mes de junio, se inauguró en Berlín
el primer congreso del Partido Nacional Democrático de Alemania (NDPD), acto al
que asistió en secreto Semenov, ocultando su rostro tras un periódico. Aquel fue,
según recuerda Semenov, «sólo el primer eslabón de la cadena de importantes actos»
que condujeron a la creación del nuevo equilibrio prosoviético y antioccidental de la
política alemana. La rehabilitación completa de los antiguos nazis y de los oficiales
de la Wehrmacht coincidió con la formación de la RDA en 1949.[41]
Stalin debía de esperar que la idea de una Alemania centralizada, reunificada y
neutral resultara tan irresistible para los nacionalistas alemanes que fuera superior a
su animadversión hacia los soviéticos y los comunistas. Y desde luego intentó dirigir
el nacionalismo alemán contra Occidente, al tiempo que Byrnes y los
norteamericanos empezaban a explotar los sentimientos nacionales de los alemanes
contra la URSS. Siguiendo órdenes de Stalin, la diplomacia y la propaganda soviética
insistieron incansablemente en la idea de un estado alemán centralizado, contrastando
la actitud de los rusos con las propuestas occidentales de federación y
descentralización. Las potencias occidentales «en realidad desean que haya cuatro
Alemanias, pero lo disimulan por todos los medios», dijo Stalin en enero de 1947, y
reafirmó la línea adoptada por la URSS: «Debe crearse un gobierno central, y podrá
firmar el tratado de paz». Como señala un especialista ruso, Stalin era reacio «a
respaldar la responsabilidad de la división de Alemania. Deseaba que ese papel lo
desempeñaran las potencias occidentales». Por consiguiente, de manera deliberada
«se mantuvo un paso por detrás de las acciones de las potencias occidentales».[42] En
efecto, todos los pasos que dieron los soviéticos hacia la creación de unidades de
policía militar y de policía secreta dentro de su zona los dieron después de que las
potencias occidentales tomaran sus propias medidas tendentes a la segregación de
Alemania Occidental: el establecimiento de la Bizona, la creación del Plan Marshall y
la formación de Alemania Occidental.
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Hasta 1947, Stalin desempeñó un papel trascendental en el frenazo dado a los
comunistas germanoorientales y a ciertos entusiastas de la AMSA que deseaban una
rápida «construcción del socialismo» en la zona. Quizá esperara que se produjeran
cambios drásticos en el entorno económico y político de Europa en concomitancia
con la crisis económica, las elecciones norteamericanas, u otros hechos. Mientras
tanto, la cuestión alemana empezó a convertirse en un elemento acelerador de la
confrontación de las grandes potencias. La administración Truman continuó
abandonando la política de retirada de Alemania y deslizándose hacia otra basada en
la reconstrucción económica a largo plazo de las zonas occidentales. Tras el fracaso
de la segunda conferencia de ministros de Asuntos Exteriores de Moscú (marzo-abril
de 1947), destinada a alcanzar un acuerdo sobre Alemania, el secretario de Estado
norteamericano, George Marshall, llegó a la conclusión de que «el paciente estaba
muriéndose mientras los médicos deliberaban», y la administración Truman lanzó el
Plan Marshall para poner en marcha la recuperación económica europea.[43]
Al principio, el Kremlin no tenía ninguna pista sobre qué era lo que motivaba la
iniciativa norteamericana. Quizá, sugirieron los economistas soviéticos, Estados
Unidos preveía una gran crisis económica y deseaba dar paso a un nuevo Programa
de Préstamo y Arriendo (Lend-Lease) con el fin de crear nuevos mercados para sus
productos. Entre los gestores de la economía soviética renacieron las esperanzas de
que esta vez la URSS obtuviera de los norteamericanos los préstamos que no se
habían materializado en 1945-1946. Al principio, los soviéticos no relacionaron el
Plan Marshall con la cuestión alemana: Molotov sólo recibió la orden de bloquear los
intentos de reducir las indemnizaciones de guerra alemanas a cambio de préstamos de
los norteamericanos. Tras consultar con los líderes comunistas yugoslavos, Stalin y
Molotov decidieron que las delegaciones de otros países centroeuropeos fueran a
París, donde iba a tener lugar una conferencia sobre ayuda económica a Europa. Los
gobiernos de Checoslovaquia, Polonia y Rumanía anunciaron que participarían en la
conferencia justo cuando Stalin cambió de opinión.[44]
El 29 de junio de 1948, Molotov envió a Stalin desde París, donde había podido
consultar a los líderes británicos y franceses, el siguiente comunicado: los
norteamericanos «están deseando utilizar esta oportunidad para irrumpir en las
economías internas de los países europeos y especialmente para reorientar el flujo del
comercio europeo según sus propios intereses». A primeros de julio, los nuevos
informes de inteligencia llegados de París y Londres, especialmente sobre las
conversaciones secretas angloamericanas a espaldas de los soviéticos, revelaron al
Kremlin que la administración Truman tenía in mente un vasto plan de integración
económica y política de Europa: el Plan Marshall tenía por objeto frenar la influencia
soviética y reavivar la economía europea, y en especial la alemana, según los criterios
de los norteamericanos. El 7 de julio de 1947, Molotov envió una nueva directiva a
los gobiernos de la Europa Central: «aconsejándoles» cancelar su participación en la
Conferencia de París, porque «bajo el disfraz del plan de recuperación europea», los
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organizadores del Plan Marshall «en realidad quieren crear un bloque occidental que
incluya a la Alemania del Oeste».[45] Cuando el gobierno checoslovaco se negó a
obedecer, citando su dependencia económica de los mercados y los préstamos
occidentales, Stalin convocó a sus representantes a Moscú y les planteó un
ultimátum: su sola asistencia a la Conferencia de París sería considerada un acto de
hostilidad por los soviéticos. La delegación checoslovaca se sintió amedrentada y no
tuvo más remedio que obedecer. En compensación, Stalin prometió que ordenaría a
los ministerios de Industria soviéticos comprar productos checoslovacos y aseguró
que les prestaría una ayuda inmediata consistente en 200 000 toneladas de trigo,
cebada y avena.[46]
El cambio de actitud soviético respecto al Plan Marshall puso de manifiesto un
patrón en las reacciones de Stalin ante la intervención cada vez mayor de los
norteamericanos en Europa: el paso de la sospecha y la contemporización al
contraataque feroz. La lectura que hacía Stalin del Plan Marshall no dejaba espacio
para la neutralidad alemana. Un informe del embajador soviético en Washington, que
reflejaba el nuevo modo de pensar del Kremlin, presentaba los planes de Estados
Unidos como la construcción de un bloque destinado a rodear a la URSS, «y que
cruzaba Occidente pasando por Alemania del Oeste y más allá».[47] Las instrucciones
de Stalin a los comunistas extranjeros los obligaron a cambiar las actividades
parlamentarias por la violencia política y los preparativos para la guerra. Durante el
otoño de 1947, el Kremlin intentó desestabilizar Europa Occidental por medio de las
huelgas y las manifestaciones organizadas por los partidos comunistas y los
sindicatos de Francia e Italia. El rapapolvo dado a los checos ponía de manifiesto que
Stalin se había percatado al fin de que debía descartar su plan para Alemania y
Europa Central consistente en esperar y ver. Los partidos comunistas de Europa
Central recibieron la orden de marchar al son que tocara el Kremlin y de adherirse a
la Oficina de Información de los Partidos Comunistas (Cominform), cuyo cuartel
general se encontraba en Belgrado, Yugoslavia. No obstante, las órdenes de Stalin a
los comunistas centroeuropeos tendrían que combinar la intrepidez con la prudencia.
El dictador esperaba presentar la aceleración de la «sovietización» como un proceso
paulatino y natural manteniendo oculta la mano de Moscú en la medida de lo posible.
[48]
Stalin había venido considerando la idea de reforzar su control sobre los partidos
comunistas europeos desde 1946, pero el establecimiento de la Cominform se vio
acelerado por el Plan Marshall. Esta institución reflejaba la convicción que tenía
Stalin de que, en adelante, los soviéticos no podrían manejar Europa Central si no era
con una disciplina férrea tanto ideológica como de partido. Los partidos comunistas
debían renunciar a las «vías nacionales al socialismo»; en efecto, no tardaron en
estalinizarse y verse rígidamente subordinados a la política del Kremlin. La
imposición de controles estalinistas dio lugar a la purga de la Yugoslavia de Tito. Esta
medida llevaría la profunda impronta de la personalidad de Stalin. El estallido de
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odio del dictador soviético hacia Tito y los dirigentes comunistas yugoslavos fue una
sorpresa, incluso para sus subordinados. No obstante, era un rasgo típico de la
conducta de Stalin mostrado ya en el terreno de la política soviética durante el
período de consolidación de su poder, cuando dio muestras sucesivamente de afecto y
odio hacia sus amigos y partidarios políticos. El trato dispensado por Stalin a los
líderes comunistas de Europa Central no fue marcadamente distinto de la forma que
tuvo de tratar a sus lugartenientes más estrechos, Molotov y Zhdanov: una mezcla de
encanto falaz, sadismo gratuito, recelo y desprecio. En el caso de los yugoslavos, a
Stalin le salió el tiro por la culata y su actitud provocó la rebelión del socio más
valioso de la URSS en Europa Central.[49]
De ese modo la consolidación de una Europa Central al estilo de Stalin produjo
un enemigo interno, además de otro externo. La feroz campaña contra el «titismo»
desempeñó en 1948-1949 la misma función que tuviera la falsa campaña contra el
«trotskismo» en 1935-1938. Contribuyó a consolidar el control absoluto de Stalin y a
impedir cualquier posibilidad, por remota que fuere, de oposición y resistencia a su
voluntad. Al mismo tiempo, Stalin se obsesionó con la idea de asesinar a Tito, del
mismo modo que se había obsesionado unos años antes con el asesinato de Trotski.
[50]
La rápida consolidación del bloque soviético en Europa Central provocó grandes
cambios en la política soviética sobre Alemania, que dio un giro decisivo hacia la
creación de una Alemania del Este sovietizada a expensas de la campaña en pro de la
unidad alemana. Stalin no permitió que el SED se convirtiera en miembro de la
Cominform. Sin embargo, los dirigentes del SED, incluidos los antiguos
socialdemócratas, expresaron su inequívoca lealtad a la Unión Soviética y se
pronunciaron en contra del Plan Marshall. En otoño de 1947, Stalin indujo a los
dirigentes comunistas de Alemania Oriental a organizar formaciones militares bajo
los auspicios de la Dirección Alemana de Interior, el aparato policial de la zona
soviética. En noviembre de 1947, se creó dentro de la Dirección de Interior un
Departamento de Inteligencia e Información, con la misión de detectar y erradicar por
medios ilegales cualquier oposición al régimen germanooriental. En julio de 1948,
cuando se intensificó la crisis de Berlín, el líder soviético ratificó un plan destinado a
equipar y entrenar a diez mil soldados de Alemania del Este, para hacer de ellos una
«policía de emergencia» acuartelada.[51] Todas estas medidas fueron formuladas y
puestas en práctica con el mayor secreto. Stalin era plenamente consciente de que
constituían una flagrante violación de las decisiones tomadas en Yalta y Potsdam, y
que su política estaba en abierta contradicción con la propaganda y la diplomacia
soviética, que fomentaban la opción de una Alemania reunificada, neutral y
desmilitarizada.
En septiembre de 1948, el SED proclamó que el concepto de vía al socialismo
especial para Alemania, concepto al que había permanecido fiel desde su creación en
1946, era una idea «corrupta y peligrosa», una senda que conducía a «desviaciones»
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nacionalistas. En el ambiente de histeria antiyugoslava, los comunistas
germanoorientales prefirieron ponerse en el lado seguro, intentando engrosar las filas
de los estalinistas leales sin haber ni siquiera recibido del Kremlin una invitación para
hacerlo.[52]
Desde diciembre de 1947 a febrero de 1948, los dirigentes occidentales, tras
reunirse por separado en Londres sin la Unión Soviética, empezaron a organizar un
estado federal germanooccidental. Dicho estado recibiría la ayuda de Norteamérica a
través del Plan Marshall, y se revisarían los planes de producción del Ruhr para
asegurar un rápido resurgimiento económico de las zonas occidentales. Puede que
Stalin siguiera esperando que se produjera una crisis económica capitalista que
arruinara los planes de Occidente, pero ya no podría posponer su reacción ante la
aparición de una Alemania del Oeste. Su respuesta consistiría en intentar alcanzar en
Berlín la máxima superioridad de los soviéticos sobre Occidente. En marzo de 1948,
en respuesta a las quejas de los dirigentes del SED por la presencia occidental en
Berlín, Stalin comentó: «Quizá logremos echarlos a patadas».[53] Decidió bloquear
Berlín Occidental en un intento de expulsar de la ciudad a los aliados o, mejor aún,
obligarlos a renegociar los acuerdos de Londres.
Además de los acuerdos de Londres, la introducción de la nueva moneda en
Alemania y Berlín Occidental se convirtió en una espoleta para la actuación de la
URSS. La introducción de una nueva moneda incrementaría notablemente los costes
de la ocupación soviética de Alemania (que ascendían a quince mil millones de
rublos en 1947). Hasta entonces, la AMSA había podido imprimir los viejos marcos
de ocupación que seguían circulando en las zonas del oeste. La separación monetaria
de la zona soviética de Alemania Occidental amenazaba con poner fin a aquella
bonanza económica.[54]
Al convertir a Berlín Occidental en rehén de los planes separatistas de Occidente,
Stalin creyó tener unas posibilidades razonables de matar dos pájaros de un tiro. Si
las potencias occidentales optaban por negociar, verían complicados sus planes de
crear un estado alemán en el oeste. Esas conversaciones darían asimismo a la AMSA
más tiempo para llevar a cabo sus propios preparativos en la zona. Si las autoridades
occidentales se negaban a negociar, corrían el riesgo de perder su base en Berlín. El
líder soviético se sentía seguro de su capacidad de ajustar el uso de la fuerza en torno
a Berlín Occidental para no tener que provocar una guerra y hacer que las potencias
occidentales parecieran las responsables de la crisis. Curiosamente, ordenó una
demora en la emisión de nuevos billetes para la zona soviética hasta que las potencias
occidentales introdujeran su marco alemán en Berlín.[55]
El bloqueo de Berlín fue un ejemplo más de la táctica de tanteo de Stalin, en la
que la cautela iba de la mano de una brutal determinación de ir hasta el fondo siempre
y cuando el equilibrio de fuerzas fuera el que le conviniera. Otros acontecimientos
ocurridos en Europa nos ofrecen un contexto revelador de aquel acto de los soviéticos
contra Berlín Occidental. Al Kremlin le salió bien la táctica en febrero de 1948,
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cuando los comunistas se hicieron con el poder en Checoslovaquia y el gobierno
liberal-democrático se rindió sin luchar. Al mismo tiempo, Stalin llegó a la
conclusión de que Estados Unidos y Gran Bretaña nunca permitirían que las fuerzas
comunistas se alzaran con la victoria en Grecia. En su reunión con los líderes
yugoslavos y búlgaros del 10 de febrero, Stalin dijo que «si no se dan las condiciones
necesarias para la victoria» en Grecia, «no hay por qué tener miedo de admitirlo».
Sugirió que el «movimiento guerrillero», apoyado en 1947 por el Kremlin y por los
yugoslavos, debía «acabarse». Fue el desacuerdo de Yugoslavia con los cálculos de
Stalin lo que precipitó, junto con otros factores, la ruptura entre el dictador soviético
y Tito.[56]
Mientras iba fermentando la crisis de Berlín, la inminente victoria del Partido
Comunista Italiano (PCI) en abril de 1948 amenazaba el equilibrio de poder en
Europa. El historiador Victor Zaslavski ha encontrado numerosas pruebas de que los
militantes del PCI estaban dispuestos, si era necesario, a hacerse con el poder por
medio de una insurrección militar. El líder del PCI, Palmiro Togliatti, educado en el
«realismo» estalinista, tenía, sin embargo, serias dudas respecto al resultado de
semejante aventura. El 23 de marzo, Togliatti utilizó ciertos canales secretos para
enviar una carta a Stalin pidiéndole consejo. Advertía al líder del Kremlin que la
confrontación militar del PCI con el bando político opuesto podía «desembocar en
una gran guerra». Togliatti informaba a Stalin de que, en caso de guerra civil en
Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia apoyarían al bando anticomunista;
entonces el PCI habría necesitado la ayuda del ejército yugoslavo y de las fuerzas de
otros países del este de Europa para mantener su control del norte de Italia. La carta
de Togliatti reclamaba una respuesta inmediata de Stalin. El dictador soviético ordenó
al PCI no utilizar «de ninguna manera la insurrección armada» para hacerse con el
poder en Italia.[57] Fiel a sus prudentes cálculos de equilibrio de fuerzas, decidió que
Italia, situada dentro de la esfera de influencia angloamericana, quedaba demasiado
lejos. Berlín Occidental, en cambio, estaba dentro de la zona de ocupación soviética,
y la cuestión alemana era lo bastante trascendental para justificar un riesgo calculado.
En mayo de 1948, como ha descubierto el historiador Vladimir Pechatnov, Stalin
planeó una «ofensiva de paz» indirecta contra la administración Truman. Su objetivo
era minar la política estadounidense en Europa, presentándola como la única causa de
la incipiente división de Europa y de Alemania. Utilizó canales secretos para
comunicarse con Henry Wallace (que se presentaba a las elecciones presidenciales
contra Truman) para hacerle saber, y a través de él a toda la opinión pública
norteamericana, que los soviéticos «no estamos haciendo ninguna Guerra Fría. El que
está haciéndola es Estados Unidos». Stalin quería dar la impresión de que las
contradicciones ruso-norteamericanas podían superarse por medio de la negociación.
El líder soviético siguió aludiendo a esta perspectiva ilusoria en una «carta abierta»
dirigida a Wallace, en la que respaldaba por completo sus propuestas de paz.[58]
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Inesperadamente, el bloqueo soviético de Berlín Occidental resultó un fiasco
propagandístico y todo un fracaso estratégico. El invierno benigno, el genio de los
angloamericanos a la hora de organizar un puente aéreo, y el estoicismo de la
población de la ciudad derrotaron las pretensiones de los rusos. Occidente dio a Stalin
una costosa lección estableciendo duras sanciones económicas contra la zona
soviética y haciendo pagar a los rusos los daños sufridos. Por último, la reforma
monetaria de los occidentales en Alemania y Berlín Oeste resultó un gran éxito,
gracias en buena parte al boicot soviético.[59] Los efectos psicológicos y políticos del
bloqueo de Berlín resultaron fatales para la influencia rusa sobre Berlín y la Alemania
Occidental. El bloqueo contribuyó a forjar una nueva amistad y una alianza
anticomunista entre los alemanes occidentales y los aliados, particularmente los
norteamericanos. La presencia norteamericana y británica en Alemania y Berlín
Oeste consiguió una legitimidad popular de la que había carecido hasta ese momento.
La crisis de Berlín facilitó la formación de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) por Estados Unidos, Canadá y diez naciones de Europa Occidental,
proclamada el 9 de abril de 1949. La OTAN legitimó formalmente y con carácter
permanente la presencia militar estadounidense en Europa y en Alemania Occidental.
El 11 de mayo de 1949, después de unas breves conversaciones, la Unión Soviética
levantó el bloqueo y firmó un acuerdo con las tres potencias occidentales. Este
acuerdo reconocía de facto unos derechos políticos permanentes a los occidentales en
Berlín y, en un protocolo aparte, se accedía a la división de la ciudad en dos sectores,
el oriental y el occidental. El 23 de mayo de 1949, unos días después de que se
levantara el bloqueo, las zonas occidentales se convirtieron en la República Federal
Alemana (RFA).
Algunas de las ideas fundamentales de Stalin sobre Alemania, basadas en la
experiencia del período de entreguerras, resultaron equivocadas. En primer lugar, la
táctica de la alianza con los nacionalistas pangermánicos no produjo los beneficios
esperados. Stalin no supo darse cuenta de que la caída del régimen nazi en la
primavera de 1945 hizo que casi toda Alemania quedara harta de cualquier forma de
nacionalismo. Como demostró el desarrollo político de Alemania Occidental a partir
de 1948, los factores más poderosos no fueron el nacionalismo, sino el deseo de
normalización económica, el regionalismo tradicional, y la alienación de los
territorios de Alemania del Este, factores todos que se remontaban a la reacción
contra la dominación de Prusia durante el Primer Reich. Dicha situación quedaría
plasmada en el apoyo que recibió Konrad Adenauer entre la clase media y alta de
Renania, un apoyo que le permitió convertirse en el primer canciller de la República
Federal de Alemania.[60]
En vez de tensiones nacionalistas en Alemania Occidental, lo que se produjo fue
una inesperada simbiosis entre las tropas norteamericanas destacadas en su territorio
y la población civil alemana, especialmente las mujeres. Muchas alemanas veían con
buenos ojos a los soldados norteamericanos, que se convirtieron en proveedores de
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los alimentos y otros productos de primera necesidad que tanto escaseaban. Mientras
que, según la opinión pública, los soviéticos se dedicaban a «llevárselo todo», a
saquear y desmantelar el país, los norteamericanos lo «daban todo». Durante el
bloqueo de Berlín, la opinión alemana cambió de manera más drástica aún a favor de
Estados Unidos y en contra de los soviéticos.[61]
En segundo lugar, los años cuarenta no terminaron con una crisis del mundo
capitalista. Stalin se había fiado demasiado de esta idea. Había imaginado grandes
rivalidades entre los países de Europa Occidental y Estados Unidos, reflejo de la
teoría leninista de las contradicciones intrínsecas de la economía de mercado.[62] En
realidad, la recesión económica de posguerra que dio comienzo en 1948 no fue ni
mucho menos tan grave como se esperaba. Los sueños soviéticos de una nueva Gran
Depresión que intensificara el aislacionismo de Estados Unidos y que lo llevara a
adoptar una postura más conciliatoria hacia los deseos de Moscú no se hicieron
realidad.
Una vez más, Stalin se negó a admitir su error de cálculo. En marzo de 1948, dijo
a los dirigentes del SED que la unificación de Alemania iba a ser un «proceso largo»
y que llevaría «varios años». Ese retraso, añadió, redundaría en beneficio del SED,
pues los comunistas podrían intensificar su labor propagandística y «preparar a las
masas para la reunificación de Alemania». Una vez «esté preparada» la mentalidad de
la gente, los norteamericanos «tendrán que capitular».[63] En diciembre de 1948, en
otra reunión con los comunistas germanoorientales, Stalin mostró un falso
optimismo. Los dirigentes del SED reconocieron que tanto ellos como sus aliados
habían arruinado su reputación política en Alemania Occidental; todo el mundo los
consideraba «agentes soviéticos». El dueño y señor del Kremlin respondió
reprochando cínicamente a Ulbricht y a sus camaradas haber renunciado a una vía al
socialismo especial para Alemania: ¿Por qué intentaron luchar «desnudos», como los
antiguos germanos que habían combatido a las legiones romanas? «Hay que utilizar
un disfraz», dijo. Stalin sugirió que «algunos buenos comunistas» de Alemania
Occidental abandonaran el partido y se infiltraran en el SPD, con el fin de subvertir a
los socialdemócratas desde dentro, como habían hecho los comunistas polacos y
húngaros con los partidos de la oposición en sus respectivos países.[64]
Los líderes del SED aprovecharon el patinazo de los soviéticos y la proclamación
del estado germanooccidental para pedir más autonomía respecto a las autoridades
rusas de ocupación. Presionado por los acontecimientos, Stalin permitió al SED
prepararse para el establecimiento formal de un nuevo estado, la República
Democrática Alemana. La RDA nació oficialmente el 7 de octubre de 1949. Ese
mismo año Stalin creó el Consejo de Ayuda Económica Mutua (el COMECON o
CMEA), respuesta soviética al Plan Marshall y al bloque económico de los países
occidentales. Su tarea primordial era desarrollar los «tipos básicos de producción que
nos permitan [al bloque soviético] acabar con la importación de equipos esenciales y
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materias primas de los países capitalistas». La RDA no tardaría en recibir
autorización para ingresar en dicho Consejo.[65]
Algunos testimonios indican que el dictador del Kremlin se sintió humillado por
tener que dar marcha atrás en Alemania. Cuando el bloqueo de Berlín se acercaba ya
a su ignominioso final, Stalin reanudó sus ataques contra Molotov y mandó detener a
su mujer. La semicaída del ministro de Asuntos Exteriores, como dicen los
historiadores Gorlizki y Jlevniuk, «fue en parte el precio que tuvo que pagar Molotov
por el fracaso de la política soviética en Alemania». En marzo de 1949, Molotov
perdió la cartera ministerial de la que había sido titular durante tanto tiempo. Un año
después, Stalin todavía echaba sapos y culebras al hablar del «comportamiento
deshonesto, pérfido y arrogante de Estados Unidos en Europa, los Balcanes, Oriente
Medio, y especialmente por su decisión de crear la OTAN». Su manera de vengarse
de la arrogancia de los norteamericanos fue apoyar los planes de Kim Il Sung de
anexionarse Corea del Sur.[66]
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desarrollaron después, el dictador del Kremlin prometió olvidarse de todo lo
relacionado con el «sistema de Yalta», los acuerdos de Realpolitik entre las grandes
potencias que habían dado a la URSS legitimidad internacional y ventajas
diplomáticas en Europa y Asia. «¡Al diablo con Yalta!», dijo el caudillo del Kremlin
a Mao, accediendo a que los chinos llevaran la iniciativa en el desarrollo del proceso
revolucionario en Asia.[69] Sin embargo, las negociaciones se caracterizaron hasta el
final por un durísimo tira y afloja y por una aspereza mutua. Inesperadamente, los
chinos pidieron que todas las posesiones soviéticas en Manchuria, incluido el
ferrocarril y la base de Port Arthur, fueran devueltas a China. Semejante pretensión
encolerizó a Stalin, que finalmente decidió que la alianza con China era más
importante que los intereses soviéticos en Manchuria. El nuevo Tratado Chino-
Soviético, firmado en febrero de 1950, supuso durante muchos años el mayor éxito de
la política exterior rusa. Al mismo tiempo, sentó las bases de una futura rivalidad
entre China y la URSS, pues Mao se sintió humillado por la actitud condescendiente
de Stalin y su negativa a tratar a China de igual a igual.[70]
Por primera vez desde los años veinte, Stalin tuvo que tratar a unos comunistas
extranjeros no simplemente como instrumentos para conseguir los objetivos
soviéticos en materia de política exterior, sino como fuerzas independientes o incluso
como socios. Esta circunstancia condujo a una notable reaparición, aunque no del
todo sincera, del elemento revolucionario «romántico» en el discurso y en la política
internacional estalinista. En Indochina, chinos y soviéticos acordaron suministrar
ayuda al ejército del Viet Min. En Corea, Stalin abandonó su anterior contención
frente a los comunistas coreanos, que suplicaron la ayuda de la URSS para liberar la
península de Corea del régimen proamericano de Syngman Rhee. En enero de 1950,
Stalin autorizó al líder norcoreano, Kim Il Sung, a que se preparara para una guerra
de reunificación nacional y le prometió asistencia militar plena. El historiador Evgeni
Bajanov ha resumido atinadamente los nuevos testimonios existentes sobre esta
decisión. Stalin cambió de opinión respecto a la guerra de Corea debido (1) a la
victoria de los comunistas en China; (2) a la obtención de la bomba atómica por la
URSS (las primeras pruebas se llevaron a cabo en agosto de 1949); (3) al
establecimiento de la OTAN y al empeoramiento general de las relaciones de la
URSS con Occidente; y (4) debido a la sensación de debilitamiento de la posición de
Washington y de su voluntad de intervenir militarmente en Asia. Al mismo tiempo,
cuando Kim Il Sung y otro líder norcoreano, Pak Hong-young, visitaron Moscú entre
el 30 de marzo y el 25 de abril de 1950 con el fin de preparar la guerra, Stam les dijo
que la URSS no intervendría directamente, sobre todo si los norteamericanos
enviaban tropas en ayuda de Corea del Sur.[71]
El estallido de la guerra de Corea provocó una nueva alarma de guerra en Europa
Occidental; muchos esperaban que los tanques soviéticos entraran en cualquier
momento en Alemania del Oeste. Los responsables de la política norteamericana, sin
embargo, daban por supuesto que la guerra en Europa era muy improbable. Llegaron
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a la conclusión de que la URSS seguiría tanteando las posibles debilidades de los
occidentales en el Viejo Continente y también en Asia. Para desanimar ese tipo de
tanteos, los norteamericanos cuadruplicaron su presupuesto militar, incrementaron a
toda prisa sus reservas de bombas atómicas, y presionaron a Francia, que se mostraba
reacia, y a otros miembros de la OTAN a ratificar la creación de unas fuerzas armadas
germanooccidentales.[72] Los observadores y los servicios de inteligencia soviéticos
no tuvieron ningún problema en seguir la pista a los constantes cambios sufridos por
el paisaje geopolítico de Europa Occidental: concretamente, la integración de las
industrias francesas y alemanas del carbón y el acero, los preparativos para el
reconocimiento de la soberanía de la República Federal de Alemania, y los planes
para la creación de un «ejército europeo» con divisiones germanooccidentales como
elemento fundamental.[73] Las valoraciones que hicieron los norteamericanos de las
intenciones de los soviéticos fueron en general correctas. Los tanteos cautelosos
seguían siendo la política típica de Stalin, a pesar de su emulación retórica del
romanticismo revolucionario de Mao.
La intervención de Estados Unidos impidió que se hicieran realidad los planes de
los norcoreanos de una rápida victoria «revolucionaria». No obstante, como
demuestran los documentos de los archivos soviéticos, Stalin había aprendido del
pasado y estaba preparado para dar una desagradable sorpresa. El 27 de agosto de
1950, en un telegrama al presidente de la Checoslovaquia comunista, Klement
Gottwald, el líder soviético explicaba su visión de la guerra de Asia. La Unión
Soviética, afirmaba, se abstendría deliberadamente en la trascendental votación
celebrada en las Naciones Unidas para declarar a Corea del Norte estado agresor. Se
trataba de una acción calculada para que los norteamericanos se vieran «enredados en
una intervención militar en Corea», en la cual «dilapidarían su prestigio militar y su
autoridad moral». Si Corea del Norte empezaba a perder la guerra, China acudiría en
su ayuda. Y «América, como cualquier otro estado, no puede enfrentarse a China, que
tiene a su disposición unas fuerzas armadas de grandes proporciones». Una guerra
larga y prolongada entre China y Estados Unidos sería una buena cosa, en opinión de
Stalin. Daría a la Unión Soviética más tiempo para reforzarse y además, «distraería la
atención de Estados Unidos de Europa hacia el Extremo Oriente». Y «la guerra del
Tercer Mundo se pospondrá por un plazo indeterminado, cosa que dará el tiempo
necesario para consolidar el socialismo en Europa».[74]
Durante los dos años siguientes, el dictador soviético llevó a la práctica su
programa. Logró convencer a Mao y a los comunistas chinos de que combatieran
contra Estados Unidos en Corea. Les dijo que los norteamericanos no se atreverían a
enzarzarse en la guerra. Llegó a jactarse incluso de que la URSS no tenía miedo de
enfrentarse a los norteamericanos, pues «juntos seremos más fuertes que Estados
Unidos e Inglaterra, mientras que los otros estados capitalistas de Europa (con la
excepción de Alemania, que de momento es incapaz de ofrecer ningún tipo de ayuda
a Estados Unidos) no suponen una amenaza militar seria».[75]
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En realidad, el cauteloso intrigante estaba dispuesto a evitar cualquier choque
prematuro con Estados Unidos en Asia y en Europa. Stalin había quedado
fuertemente impresionado por la potencia aérea estadounidense, lo mismo que cientos
de pilotos soviéticos que lucharon contra los norteamericanos en los cielos de Corea.
La industria aeronáutica soviética y el desarrollo del radar y de las defensas aéreas
recibieron un impulso enorme en 1951-1953, pero seguían estando muy por detrás de
la aviación norteamericana.[76] El arsenal atómico soviético estaba formado sólo por
unas cuantas bombas, y no había forma de transportarlas hasta Estados Unidos. Como
el mariscal Sergei Ajromeyev dijo al diplomático Anatoli Dobrinin veintitrés años
después, Stalin tenía que basarse todavía en una respuesta no nuclear de la URSS a
cualquier ataque nuclear norteamericano. En la práctica, ello significaba que el
ejército soviético tenía que mantener en Alemania Oriental unas fuerzas armadas
capaces de asestar un golpe fulminante a los ejércitos de la OTAN y de ocupar toda
Europa Occidental hasta el canal de la Mancha. Según Ajromeyev, Stalin creía que
una amenaza armada habría permitido contrarrestar la amenaza nuclear
norteamericana. Además, en enero de 1951 Stalin dio a todos los países satélites de
Europa Central la orden de «crear unas fuerzas armadas modernas y fuertes» en el
plazo de dos o tres años.[77] Esta fuerza auxiliar contribuiría a la credibilidad de la
superioridad de los soviéticos por tierra.
Estos planes militares soviéticos convertían Alemania en el principal escenario de
una posible guerra futura e incrementaban enormemente la importancia estratégica de
la RDA. Junto con el colapso del orden internacional de Yalta y el radicalismo
revolucionario de Stalin y Mao en el Extremo Oriente, esta novedad anunciaba la
necesidad de cambio en la política soviética respecto a Alemania. Al principio, la
RDA quedó fuera de esta campaña de choque de movilización y producción militar.
Stalin seguía queriendo utilizar la posibilidad de una reunificación pacífica de
Alemania para diversos objetivos políticos: para agravar la discordia en el seno de la
OTAN, para retrasar y hacer fracasar el proceso de rearme de Alemania Occidental, y
para encubrir los preparativos militares en el este. Los propagandistas soviéticos
explotaron al máximo el hecho de que varios generales de la época nazi participaran
en las labores de creación de un ejército germanooccidental. En septiembre de 1951,
Stalin y el Politburó ordenaron a los dirigentes del SED que contestaran a las
potencias occidentales presentando una propuesta de «elecciones pangermánicas
destinadas a crear una Alemania unificada, democrática y pacífica».[78] Se trataba de
un mero tanteo de carácter propagandístico. El Kremlin no tuvo nunca intención de
celebrar tales elecciones, pues los comunistas las habrían perdido con toda seguridad.
Las autoridades germanoorientales llevaron a cabo esta campaña con su habitual
torpeza. Como sostienen Norman Naimark y Hope Harrison, los líderes de la RDA no
eran meros peones y transmisores de la voluntad de Moscú. Su objetivo tácito era
crear la RDA como un país «socialista», esto es, llevar a cabo las mismas purgas y
transformaciones que habían tenido lugar en otros países de Europa Central. El papel
dirigentes de la RDA. Parece que se tragó sus dudas y no quiso causar una escisión de
la dirección colegiada.[110] Daba la impresión de que Ulbricht tenía los días contados.
Actualmente los especialistas coinciden en afirmar que el período mayo-junio de
1953 fue el único momento en el que los dirigentes soviéticos consideraron la
posibilidad de un cambio radical de la política alemana.
De repente se desencadenó un debate en el seno de la dirección colegiada. En el
meollo de todo aquel revuelo estaba la siguiente pregunta: ¿qué tipo de Alemania
necesita la Unión Soviética? El 27 de mayo, en la reunión del Presidium, Molotov
recomendó que el SED «no llevara a cabo una construcción acelerada del
socialismo». No tenemos acceso a las actas de la reunión, pero tras la detención de
Beria, Molotov dijo al pleno del partido que Beria lo interrumpió para hacer el
siguiente comentario: «¿Para qué necesitamos ese socialismo en Alemania? ¿Qué
clase de socialismo es ése? Todo lo que necesitamos es una Alemania burguesa,
siempre que sea pacífica». Según Molotov, otros miembros de la dirección mostraron
su asombro: no creían que una Alemania burguesa, el mismo país que había
desencadenado dos guerras mundiales, pudiera ser pacífica. Molotov concluía:
«¿Cómo podría un marxista en sus cabales, un hombre que tiene una posición
próxima al socialismo o al poder soviético, creer en una especie de Alemania
burguesa que fuera supuestamente pacífica y estuviera bajo el control de cuatro
potencias?».[111] Jrushchov y Bulganin se pusieron del lado de Molotov.
En sus memorias, Mikoyan recordaba que Beria y Malenkov parecían estar de
acuerdo sobre este asunto. «Pretendían hacerse con el protagonismo en el Presidium,
y de repente sufrieron semejante derrota». Beria llamó supuestamente por teléfono a
Bulganin después de la reunión y le dijo que perdería su cargo de ministro de Defensa
si se alineaba con Jrushchov. Beria admitía en una carta enviada desde la cárcel que
en la reunión del 27 de mayo trató a Jrushchov y a Bulganin con una «grosería y una
insolencia inaceptables».[112]
Una reconstrucción atenta de los testimonios dispersos y la lógica de los
acontecimientos indica que el 27 de mayo no sólo Beria y Malenkov, sino también
A la muerte de Stalin, apareció una «nueva» política exterior soviética que pretendía
reabrir el espacio diplomático del que Moscú había disfrutado antes del comienzo de
la Guerra Fría. En febrero de 1956, durante el XX Congreso del Partido, los
dirigentes soviéticos renunciaron a las expectativas de una guerra inminente. La
teoría estalinista que hablaba de que era inevitable la llegada de una época de guerras
y revoluciones dio paso a una nueva tesis: la de la coexistencia «pacífica» a largo
plazo y la rivalidad no militar entre los sistemas capitalista y comunista.
Sin embargo, no se produjo la esperada distensión en las relaciones entre el este y
el oeste. Y de hecho, la Guerra Fría cobró de nuevo aliento. El sentimiento de temor y
desconfianza siguió imperando en los dos bloques antagónicos. En algunos libros de
memorias soviéticos se dice que la ausencia de una respuesta flexible y positiva de
los occidentales a la nueva política exterior de la URSS supuso perder la oportunidad
de reducir las tensiones propias de la Guerra Fría.[1] En efecto, el presidente Dwight
Los oligarcas del Kremlin que asumieron el poder a la muerte de Stalin en marzo de
1953 y proclamaron la dirección colegiada eran los últimos supervivientes del
régimen del dictador difunto.[4] Para mantenerse en sus cargos, habían aprendido a
librar constantes batallas con el desconfiado tirano y un ejército de militantes del
partido y burócratas de rango inferior, la nomenklatura política que los miraba desde
abajo con respeto y envidia a la vez. A lo largo de su gobierno, Stalin se aseguro de
que ningún oligarca pudiera sentirse nunca seguro. En el pleno del partido de octubre
de 1952 acusó a Molotov y a Mikoyan de traidores y de probables espías de
Occidente. Simultáneamente, había aumentado exageradamente el número de
miembros del Politburó (llamado ahora Presidium), incluyendo en él un nutrido
grupo formado por jóvenes burócratas del partido, tal vez una amenaza de que
La crisis con Yugoslavia, dijo Jrushchov a los delegados, era sólo uno de los
numerosos y caros errores que cometieron Stalin y Molotov después de 1945. En una
afirmación sorprendente, el primer secretario sugirió que esos errores probablemente
habían contribuido al desencadenamiento de la Guerra Fría. «Nosotros empezamos la
guerra de Corea, y todavía ahora seguimos pagando las consecuencias». «¿Quién
necesitaba esa guerra?», preguntó Jrushchov en un alarde de retorica. La improvisada
Los oligarcas del Kremlin observaban el mundo bajo el prisma heredado de Stalin. Al
igual que el dictador, se sentían inferiores e inseguros en relación a Estados Unidos.
Desde su situación de ventaja, los norteamericanos se dedicaban a rodear la URSS
con bases militares y a instalar gobiernos proamericanos alrededor de la potencia
comunista (el golpe de estado en Irán en agosto de 1953 que acabó con el régimen de
Mohammad Mossadeq es sólo un ejemplo de esa política). Los soviéticos también
eran conscientes de que John Foster Dulles confiaba en que las constantes presiones a
la URSS tras la muerte de Stalin provocarían la «desintegración» de la dominación
rusa en los países de Europa Central.[29] Troyanovski comentaría que «Jrushchov
temía siempre que Estados Unidos obligara a la Unión Soviética y a sus aliados a
replegarse en una parte del mundo».[30]
Por su lado, los nuevos líderes sacaban conclusiones distintas de sus
observaciones. Jrushchov, Molotov, Malenkov y otros oligarcas se daban cuenta de lo
que Stalin, con su orgullo desmesurado, no había sabido ver. Desde la erección del
muro de Berlín hasta el estallido de la guerra de Corea, la política soviética se había
dedicado a difundir entre los europeos de Occidente el temor de que la URSS
emprendiera una guerra relámpago, provocando así la creación de un organismo
como la OTAN. Ahora las autoridades soviéticas querían desmantelar esa teoría,
mitigar el temor a los soviéticos de las clases medias de Europa Occidental y
promover elementos pacifistas en los países miembros de la OTAN.
El fracaso de la diplomacia de Molotov en 1954 hizo que el Kremlin se
replanteara la actitud soviética en el ámbito internacional. Después de que una
mayoría de comunistas y gaullistas de la Asamblea francesa abortara los planes para
la creación de un «ejército europeo» (Comunidad de Defensa de Europa), los
miembros de la OTAN acordaron en París el 23 de noviembre de 1954 aceptar que
EL EXAMEN DE GINEBRA
el Congreso ya había sido inaugurado, optó por seguir con su objetivo a través de su
discurso sobre Stalin. Tras pronunciar el discurso, se puso a improvisar; y sus
improvisaciones, según han contado varios testigos, fueron mucho más emotivas y
categóricas que el texto preparado. A Jrushchov no le iban las medias tintas: una vez
estuvo decidido a acabar con el culto a Stalin, empezó a hacerlo añicos. Cuando
encontrara resistencia, la arrollaría sin piedad.[79]
Durante un tiempo dio la impresión de que la política de desestalinización y la
nueva política exterior se reforzaban una a otra. Buen ejemplo de ello es el rápido
ascenso de Dmitri Shepilov, que en junio de 1956 sustituyó a Molotov en la cartera
de Exteriores. En poco tiempo, Shepilov pasó, de editor de Pravda, a ocupar el
puesto de secretario del Comité Central. Ayudó a Jrushchov a corregir su discurso
secreto. Tenía aquello de lo que Jrushchov carecía: cultura, erudición, una buena
pluma y sólidos conocimientos de la literatura marxista. El primer secretario esperaba
de él que representara en el extranjero el nuevo rostro de la diplomacia soviética con
un espíritu de diálogo, compromiso y distensión.
La débil posición de Jrushchov animó a sus rivales del Presidium a unir fuerzas
contra él. En junio de 1957 Molotov y Kaganovich pensaron que era el momento
oportuno para echarlo y decidieron tenderle una trampa durante una reunión del
Presidium. Jrushchov era uno de los pocos que no sabía ver el peligro que corría su
autoridad. «Parecía que se creaba enemigos adrede», reflexionaría más tarde
Mikoyan, «pero no se daba cuenta de ello». Malenkov, Bulganin, Voroshilov,
Saburov y Pervujin, antiguos aliados de Jrushchov con los que éste también había
conseguido indisponerse, se unieron a la trama urdida contra él. Incluso Dmitri
Shepilov decidió que Jrushchov debía abandonar el poder.[105]
Pero la falta de unidad política entre los conspiradores constituía un verdadero
problema: Molotov y Shepilov criticaban a Jrushchov desde posturas bien distintas y
por razones bien diversas. Los conspiradores también se olvidaban de que Jrushchov
tenía en sus manos toda la fuerza del poder del estado. La mayor parte de los
miembros de la Secretaría, todos ellos protegidos de Jrushchov, lo apoyaban frente a
LA BOMBA Y EL DOGMA
EL EXTREMISMO SE TAMBALEA
EL HURACÁN CUBANO
En sus memorias, Mikoyan observaba que la crisis empezó como un simple juego,
pero acabó «sorprendentemente bien».[100] ¿Qué quería decir? Tanto Kennedy como
Jrushchov se atribuyeron la victoria. Pero la experiencia de la crisis sirvió de
EL DESHIELO
BREZHNEV a Kissinger,
21 de abril de 1972
EL SERMÓN DE BREZHNEV
Brezhnev participó en las discusiones del Politburó sobre política exterior durante
todas estas crisis, pero evitó tomar una postura clara en las cuestiones más
controvertidas. El nuevo líder del Partido Comunista de la Unión Soviética sabía que
no estaba ni a la altura de Stalin ni a la de Jrushchov en términos de experiencia,
conocimientos, energía, o carácter. Como cientos de apparatchiks a los que la
Segunda Guerra Mundial y las purgas de viejos bolcheviques llevadas a cabo por
Stalin habían catapultado a los privilegios y el poder, Brezhnev poseía una enorme
El acontecimiento importante de finales de los años sesenta que más influyó en los
planteamientos de Brezhnev sobre cuestiones internacionales fue la crisis de
Checoslovaquia de 1968. El rápido florecimiento de la Primavera de Praga supuso
una grave amenaza a la carrera de Brezhnev. Como líder del PCUS, tenía una
responsabilidad directa en el mantenimiento de la esfera de influencia militar de la
URSS en Europa Central. La situación estratégica de Checoslovaquia, su avanzada
industria armamentística y sus minas de Uranio hacían del país un elemento
indispensable del Pacto de Varsovia.[57] Los dirigentes soviéticos temían que se
produjera un «efecto dominó» en Europa Central tanto como la administración
Johnson temía que se produjera algo parecido en el Sudeste Asiático. Y los temores
rusos estaban todavía más justificados si se tienen en cuenta las revoluciones de
Polonia y Hungría de 1956, la tenaz neutralidad de Yugoslavia, el paulatino
distanciamiento de Rumanía del Pacto de Varsovia a partir de 1962, y la constante
inestabilidad de la RDA.[58] Lo peor era que entre los dirigentes soviéticos había
muchos que quizá echaran la culpa de semejante catástrofe personalmente a
Brezhnev. Al fin y al cabo, Alexander Dubcek, jefe del Partido Comunista de
Checoslovaquia desde enero de 1968, era un protegido suyo. El líder soviético había
retirado su apoyo a Antonin Novotny, el viejo dirigente estalinista de Checoslovaquia
y había respaldado el Programa de Acción Checoslovaco, favorable a las reformas. El
primer secretario de Ucrania, Petro Shelest, creía que el «liberalismo putrefacto» de
Brezhnev había hecho posible la Primavera de Praga. Cuando se produjo la crisis,
Durante varios años, Brezhnev y los amigos con los que contaba en los altos mandos
del ejército ruso y en el complejo de la industria militar habían visto en Estados
Unidos su principal adversario. Las ideas de control de armamento y de solución de
compromiso negociadas con Estados Unidos no encajaban demasiado bien con su
mentalidad, empapada de antiamericanismo. Para empeorar las cosas estaba la
doctrina militar de la era Jrushchov, cuya finalidad era ganar la guerra nuclear. El
ministro de Defensa insistía en conseguir no sólo la paridad estratégica, sino también
en lograr una especie de fuerza equivalente a los misiles nucleares de alcance corto y
medio norteamericanos, británicos y franceses, desplegados en Europa Occidental y
en los mares que rodeaban la Unión Soviética.[93] En último término, el alto mando
del ejército soviético (más o menos lo mismo que sus homólogos norteamericanos)
deseaba conservar la libertad total de proseguir con la carrera armamentística. Los
militares rusos veían con recelo a varios diplomáticos que habían empezado a
comprender que la victoria en una guerra nuclear era imposible, y que el objetivo que
se debía perseguir era una paridad negociada basada en la confianza mutua. El
ministro de Defensa Grechko afirmó en una sesión del Politburó que el jefe de la
delegación enviado a negociar el Tratado de Limitación de Armas Estratégicas
(SALT), Vladimir Semenov, «estaba cediendo a las presiones de los americanos». Al
principio, Brezhnev tampoco prestó demasiado apoyo a los diplomáticos. Cuando dio
elevó a Brezhnev, muy por encima de sus colegas y rivales, hasta el lugar histórico
que sólo Stalin había llegado a ocupar anteriormente. La distensión se convirtió en un
proyecto personal de Brezhnev y él tenía la intención de que siguiera adelante.
Esta mirada atenta a los orígenes de la distensión demuestra que el rápido declive de
las tensiones de la Guerra Fría durante el período comprendido entre 1970 y 1972 no
fue algo inevitable ni previsible. A decir verdad, la sombra de la carrera
armamentística y la rápida proliferación de misiles nucleares contribuyeron a
generalizar la sensación de peligroso empate y a racionalizar la distensión en
términos de intereses de estado, presentando el control de las armas como la mejor
política para uno y otro bando. Esta racionalización ha sido santificada desde
entonces en montañas y montañas de libros, particularmente en los escritos durante
los años setenta y ochenta, pues seguía siendo incierto el resultado de la
confrontación global bilateral. Pero suponer que los costes psicológicos y económicos
de la carrera armamentística y el peligro de guerra nuclear bastaron para obligar a los
políticos a buscar un acomodo a finales de los años sesenta y primeros setenta sería lo
mismo que decir que la perspectiva de una muerte por accidente sería motivo
suficiente para prohibir las carreras de Fórmula Uno o los ralbes automovilísticos. En
otras palabras significaría atribuir excesiva racionalidad y cordura a las grandes
potencias y a sus líderes.
Bien es verdad que los dirigentes políticos de la URSS recibieron enormes
presiones para que revitalizaran la economía y produjeran no sólo cañones, sino
también alimentos. La distensión habría supuesto una salida cómoda a este doble
MOLOTOV,
mayo de 1972
La historia inició una nueva página la Nochebuena de 1979, cuando unas columnas
motorizadas soviéticas cruzaron los puentes construidos deprisa y corriendo sobre el
río Amu Daria, cerca de la ciudad de Termez, y empezaron a adentrarse en los
oscuros desfiladeros abiertos entre los picos nevados de Afganistán. Los ciudadanos
soviéticos se enteraron de la noticia por las emisoras occidentales de onda corta. Más
o menos por esa misma época, los comandos de élite «Alfa» y «Berkut» asaltaban el
palacio del secretario general del Partido Democrático del Pueblo de Afganistán,
Hafizullah Amin, matándolo junto a toda su familia y su guardia. El KGB estableció
un gobierno títere encabezado por Babrak Karmal, un comunista afgano exiliado.
Pocos días después, la agencia soviética de noticias TASS anunciaba que la invasión
había sido causada por «unas condiciones extremadamente complicadas que ponían
en peligro las conquistas de la revolución afgana y los intereses de seguridad de
nuestro país». La noticia constituyó incluso una sorpresa para la mayoría de los
miembros de la élite familiarizados con la política exterior. Los expertos en la región
no fueron informados previamente de la invasión. Los especialistas destacados del
Instituto de Estudios Orientales de la Academia Soviética de las Ciencias se dieron
cuenta inmediatamente de que los viejos del Kremlin habían cometido un error
político fatal. Afganistán era un territorio históricamente inconquistable, habitado por
una población de montañeses musulmanes ferozmente xenófobos. No obstante, sólo
un ciudadano particular, el académico disidente Andrei Sajarov, padre de la bomba
nuclear soviética, expresó públicamente su protesta por la invasión. El Politburó lo
desterró inmediatamente de Moscú y lo envió a Gorka, lejos del alcance de los
corresponsales extranjeros.[1]
ASOCIACIÓN ATORMENTADA
había entrado en una nueva fase después del Watergate; les pasó lo mismo a
Andropov, Gromiko y todos sus demás consejeros. Los dirigentes del Kremlin veían
a Nixon «como una especie de secretario general a la americana». No podían
entender por qué Ford no podía reafirmar su poder sobre el Congreso y por qué se
plegaba ante los diversos lobbies y grupos de presión. Es más, los dirigentes
soviéticos no entendían que la singular combinación de factores políticos y
personales que había hecho llegar la distensión hasta 1974 hubiera desaparecido.
El éxito de la distensión de 1969 a 1973 reflejaba las tendencias a largo plazo que
caracterizaron la política de Occidente durante los años sesenta, empezando por los
grandes alborotos sociales y culturales y el aumento del aislacionismo
norteamericano y del antimilitarismo europeo. La fragmentación del frente interno y
del impacto en la esfera doméstica de la construcción del Muro de Berlín y de la
guerra de Vietnam hizo que una nueva generación de políticos de Alemania
Occidental y de Estados Unidos se mostrara dispuesta a negociar con los soviéticos
desde una posición de igualdad. En cambio, los dirigentes del Kremlin se imaginaban
A pesar del revuelto que se desató por lo de Angola, Brezhnev y otros miembros del
Politburó esperaban que Ford ganara las elecciones y reanudara la asociación en aras
de la distensión. Una vez más, la volatilidad de la política norteamericana hizo que se
esfumaran las esperanzas del Kremlin. En noviembre de 1976, el exgobernador de
Georgia, Jimmy Cárter, un hombre poco conocido que se dedicaba al cultivo de
cacahuetes, derrotó a Ford. Cárter se caracterizaba por una curiosa mezcla de buenas
intenciones, ideas vigorosas, vaguedad en sus prioridades, y un estilo de gestión
minucioso y entrometido. Tenía afán de ir más allá de la «vieja agenda» de la Guerra
Fría y estaba seriamente comprometido con la idea del desarme nuclear. El nuevo
presidente había prometido una «nueva política exterior» que fuera menos opaca y
estuviera menos envuelta en el secretismo y tuviera más en cuenta los derechos
humanos.
¡BIENVENIDOS A AFGANISTÁN!
ANDROPOV,
otoño de 1980
obligada a doblar el precio del petróleo soviético que suministraba a sus aliados del
Pacto de Varsovia, compensando a esos países con préstamos a diez años a bajo
interés. Para el bien de la economía soviética era necesario reducir esas ayudas tan
generosas a los regímenes de Europa Central, pero para el bien del «imperio
socialista» y el compromiso del bloque era imprescindible, en cambio, que esas
ayudas no sólo continuaran, sino que aumentaran.[18]
Las sanciones económicas impuestas a la URSS por el presidente norteamericano
Jimmy Cárter a raíz de la invasión de Afganistán exacerbaron las tensiones
económicas que se vivían en el bloque soviético. Las autoridades soviéticas ya no
podían obligar a sus regímenes clientes centroeuropeos a compartir las cargas
económicas de la nueva Guerra Fría. En una reunión celebrada en Moscú en febrero
de 1980, los secretarios del partido de esos países comunicaron a sus camaradas del
Kremlin que no podían hacer frente a una reducción de las relaciones económicas y
comerciales con Occidente. La dependencia económica de los estados miembros del
Pacto de Varsovia respecto de los integrados en la OTAN, problema que hasta
entonces sólo había tenido la RDA, afectaba ahora también a Checoslovaquia,
Hungría, Rumanía y Bulgaria.[19] En esencia, los aliados comunistas dijeron a Moscú
que tendría que ser tarea exclusiva de la URSS tapar los agujeros de la «comunidad
socialista».
La crisis de Polonia puso tristemente de manifiesto la precaria posición de la
Unión Soviética como única fuente económica y financiera al servicio del bloque
oriental. A partir de agosto de 1980, y durante todo un año, los soviéticos inyectaron
cuatro mil millones de dólares a Polonia, sin conseguir resultados visibles. La
economía del país siguió decayendo, y el sentimiento antisoviético de su población
siguió creciendo. Mientras tanto, continuaba la escasez de alimentos en la URSS, e
incluso empeoraba. La agricultura soviética, pese a las colosales inversiones del
estado, atravesaba momentos difíciles, y el sistema centralizado de distribución de
alimentos se había convertido en un cuello de botella. Productos que eran objeto de
importantes subvenciones, como el pan, la mantequilla, el aceite y la carne,
comenzaron a desaparecer de las tiendas para ir a parar a los florecientes «mercados
negros» donde eran vendidos a precios hinchados. Las colas para comprar comida
eran cada vez más largas, incluso en la privilegiada capital soviética. Ante semejante
situación, el Kremlin al final tuvo que pasar la vergüenza de permitir la entrada de
ayudas a gran escala procedentes de Occidente para que los polacos no murieran de
hambre. En noviembre de 1980 Brezhnev informaba a los líderes de la RDA,
Checoslovaquia, Hungría y Bulgaria que la URSS iba a tener que cortar los
suministros de petróleo a esos países, «con el fin de proceder a su venta en el
mercado capitalista y utilizar las divisas fuertes obtenidas con las transacciones» para
ayudar al régimen polaco.[20] Resultaba evidente que en el caso de que las fuerzas del
EL POLITBURÓ Y REAGAN
Los ancianos del Politburó pretendían seguir adelante esquivando sus obligaciones,
pero la Parca no quiso esperar. Ustinov moriría el 20 de diciembre de 1984, y el 10 de
marzo del año siguiente sería el turno de Chernenko. Mientras se ultimaban los
preparativos para el funeral de este último, se acordaron un sinfín de pactos entre
bastidores. En consecuencia, el último superviviente de la troika dirigente, Andrei
Gromiko, dio su voto decisivo a Mijail Gorbachov, el miembro más joven del
Politburó. A cambio de este apoyo, Gromiko no tardaría en convertirse en el
presidente del Soviet Supremo de la Unión Soviética, un alto cargo cuya naturaleza
era en gran medida de tipo ceremonial.[51] Por fin caería un poder enorme al que
hasta entonces se había aferrado un grupo elegido de estalinistas en manos de un
nuevo líder relativamente falto de experiencia. Por desgracia para Gorbachov, el peso
de los gravísimos problemas y complejas responsabilidades que se le vinieron encima
sería mayor que el de los activos heredados.
CHERNOBIL Y REIKIAVIK
Gorbachov utilizó sus dotes retóricas para derribar la oposición de los militares, y
obtuvo lo que quería. El 31 de diciembre, en su calidad de comandante en jefe y
presidente del Consejo de Defensa, aprobó la nueva doctrina militar. Ese día se
produjo un cambio trascendental, aunque también marcaría el fin del entusiasmo
inicial que habían sentido los militares por Gorbachov y su camino reformista.
El «nuevo pensamiento» de Gorbachov siguió evolucionando, incluso con la
ausencia de indicios de distensión con Estados Unidos, en claro contraste con la
política de distensión seguida por Brezhnev. Pero un sorprendente consenso, al menos
en apariencia, prevalecía en el Politburó. Ni ningún conservador ni ningún militar
deseaba desafiar al secretario general. Ni el alto estado mayor, pese a su gran
consternación por las nuevas propuestas de desarme y la nueva doctrina militar, se
atrevió nunca a oponerse a la política seguida por Gorbachov en el Politburó.
Además, al contrario de lo que tal vez pueda desprenderse de la lectura de las
memorias de Gorbachov, los conservadores partidarios de la modernización y los
seguidores del «nuevo pensamiento» existentes en el partido y las élites estatales
seguían sin tener demasiado claro el rumbo que seguiría la evolución del líder
soviético. El secretario general era desconcertantemente incoherente en su retórica y,
en particular, en sus acciones. Parecía triunfar en la ambigüedad y le gustaba el papel
de moderador, escuchando con la misma atención a las opiniones opuestas, mediando
en los debates, disimulando las discrepancias y cortando de raíz las confrontaciones.
El feudo conservador por antonomasia, el KGB, seguía pensando a comienzos de
1987 que Gorbachov estaba desarrollando el programa de modernización controlada
y conservadora y de atrincheramiento imperial puesto en marcha por Andropov. A la
dirección del KGB no se le ocurrió que Gorbachov fuera a desmantelar todo el
régimen de política represiva que había sobrevivido a la desestalinización y había
quedado atrincherado durante los años de gobierno de Brezhnev y Andropov.
CHERNIAEV, en su diario,
5 de octubre de 1989
Conviene, y además es necesario, describir las explicaciones al uso que se dan sobre
el fin de la Guerra Fría, pues centran nuestra atención en los distintos marcos —
material, político e intelectual—, a cual más decisivo, en los que la singular
personalidad y el peculiar estilo de liderazgo de Gorbachov provocaron su poderoso
efecto. Según la primera explicación al uso, ofrecida por especialistas en relaciones
internacionales, a mediados de los años ochenta el equilibrio de poder se había
decantado claramente a favor de Estados Unidos y Occidente. Su decadencia relativa
no ofrecía a los soviéticos alternativa alguna a la política de retraimiento imperial y
de compromiso con el poderoso Occidente. En cuanto los dirigentes del Kremlin
PERSONALIDAD FATÍDICA
EL OCCIDENTALISMO DE GORBACHOV
En su determinación de poner fin a la Guerra Fría, Gorbachov tuvo que llevar a cabo
dos campañas distintas: una dirigida a Occidente y otra dirigida a su propio pueblo.
Las principales características de su personalidad —tolerancia de las opiniones de los
otros, idealismo, optimismo moralista, indecisión y procrastinación, y una profunda
fe en el sentido común y en la interpretación universalista de «todos los valores
humanos»— lo convirtieron en el niño bonito de Occidente, pero casi provocaron su
ostracismo en su propio país. Por este motivo, la relación entre sus prioridades en el
exterior y en el interior poco a poco se invirtió. Al principio, la política exterior
pretendía superar el aislamiento internacional de la URSS, mejorar las relaciones
económicas y comerciales con Occidente, y acabar con la carrera armamentística.
Pero en 1987 y 1988, cada vez más enemistado con la nomenklatura del partido y
carente de verdaderos apoyos en la sociedad soviética, dio prioridad a la integración
de la URSS en la comunidad internacional. En consecuencia, la política exterior pasó
a ser un factor determinante de la política interna. Su «nuevo pensamiento» se
convirtió en un objetivo en sí mismo, un sustitutivo de una estrategia de gobierno
«normal». Gorbachov creía que sus románticos proyectos de intereses comunes, no
utilización de la fuerza, y de «la casa común europea», significaban para él y para la
URSS una entrada que les permitía unirse a la comunidad de «naciones civilizadas».
Otro emigrante ruso, Mijail Geller, hace una valoración parecida de Gorbachov
en un libro sobre la historia de la sociedad soviética (editado por un ex «demócrata»
radical, Yuri Afanasiev): «Gorbachov siguió viviendo en un mundo de ilusiones. Se
contentó con proyectos quiméricos, en la creencia de que los regates políticos le
permitirían mantener el poder, e incluso de hecho aumentarlo». En cuanto a la
decisión de acceder a la reunificación de Alemania en las condiciones impuestas por
Occidente, dice: «La decisión de Gorbachov no fue el acto de [un] gobernante que
meditara a fondo las consecuencias del paso que iba a dar. Más bien fue el acto de un
jugador que creía que, sacrificando la RDA, obtendría a cambio unos cuantos ases
Durante los cuarenta años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, las élites y los
líderes soviéticos se esforzaron denodadamente por conservar y expandir el gran
imperio socialista que nació de todas aquellas ordalías. Tras la histórica victoria sobre
la Alemania nazi, la mayoría de los líderes del Kremlin, de las élites del partido, de
los militares, de los agentes de la policía de seguridad y de los integrantes del
complejo de la industria militar llegarían a identificarse con la idea de la gran
potencia con un papel trascendental en el mundo. Las ideas rusocéntricas entre los
rusos de las élites comunistas y los sentimientos nacionales de los no rusos (por
ejemplo, en Georgia, Armenia y Azerbaiyán) se integraron en esa nueva identidad
colectiva. Aunque las terribles pérdidas y la destrucción material sufridas durante la
guerra dejaron exhausta a la sociedad soviética y generaron un fuerte anhelo de paz
duradera y de una vida futura mejor, esos mismos factores reforzaron entre las élites
soviéticas la idea —cada vez más arraigada— de que la URSS debía y podía
convertirse en un imperio global.
Los testimonios documentales relacionados con las actividades del Politburó, del
cuerpo diplomático y de los servicios de inteligencia ponen de manifiesto que el
Kremlin entendía perfectamente las realidades globales del poder e intentaba, ante
todo, construir una fuerza soviética. Al mismo tiempo, se erigía y se defendía el
imperio socialista soviético en nombre de la ideología revolucionaria y
antiimperialista. Las promesas de la ideología leninista —la lucha global contra la
desigualdad, la explotación y la opresión; la solidaridad internacional con las
víctimas del racismo y el colonialismo; el mejoramiento radical de la vida de las
masas trabajadoras— seguían apareciendo escritas en las enseñas soviéticas y en las
plataformas del partido. La unión de las ambiciones geopolíticas y las promesas
ideológicas del comunismo —el paradigma revolucionario-imperial— guiarían la
postura soviética en el mundo durante toda la Guerra Fría. Los líderes de la URSS,
desde Stalin hasta Andropov, así como la mayoría de las élites del partido, de los
oficiales de política exterior y de los agentes de la policía de seguridad —incluso los
más pragmáticos y cínicos— se vieron obligados siempre a justificar sus acciones
mediante la utilización de fórmulas generales ideológicas, adaptándolas al lenguaje
marxista-leninista.
Iosif Stalin fue el más sanguinario, aunque probablemente también el más cínico
y pragmático, de los líderes soviéticos. Tenía la firme determinación de consolidar las
DOCUMENTOS PUBLICADOS
Adibekov, Grant M., et al., eds., Soveschaniia Kominforma, 1947, 1948, 1949.
Dokumenti i materiali, ROSSPEN, Moscú, 1998.
FUENTES SECUNDARIAS
Suri, Power and Protest, y Wittner, Resisting the Bomb y Toward Nuclear Abolition.
<<
sentido de que «el estado de la economía soviética actúa en estos momentos como un
freno para la ejecución de los planes de agresión de la URSS». Kuhns, Assessing the
Soviet Threat, pp. 82, 264. <<
AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 183, 1. 9-10; N. Voznesenski a Stahn y Molotov,
AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 181, 1.51; Zubkova, Obshchestvo i reformi y una
versión revisada trad, al ing. en Ragsdale, Russia after the War, p. 20; Simonov,
Voienno-promishlennii kompleks, p. 192. <<
Zubkova, Russia after the War, pp. 14-19; y Thurston a Bonwetsch, People’s War, pp.
137-184. <<
97; Barbery Harrison, Soviet Home Front, p. 209; English, Russia and the Idea of the
West, pp. 44-46. <<
<<
debe que surgiera [un pueblo soviético] de una cultura de brutalidad prácticamente
sin parangón en la historia moderna. Como habían sido víctimas de la brutalidad,
fueron pocos los que consideraban que había algo de malo en actuar con brutalidad
con los demás». We Now Know, p. 287. <<
históricos; véanse Naimark, Russians in Germany, Beevor, Fall of Berlin, pp. 28-31,
108-110; Anatoli S. Cherniaev, Moia zhizn i moie vremia, pp. 132-133, 191-192;
Slutsky, «Iz “zapisok o voine”»; correspondencia de guerra de Viktor Olenev,
publicada en Zavtra, p. 19 (1997); Moskva Voennaia 1941-1945. Memuari i
arkhivniie dokumenti (Mosgorarkhiv, Moscú, 1995), p. 707. <<
pismakh krasnoarmeitsev vesnoi 1945 g.», pp. 137-151; Slutski, «Iz “zapisok o
voine”», pp. 48-51. <<
12,5 a los 4,5 millones. «Weekly Summary Excerpt, September 20, 1946, Effect of
Demobilization on Soviet Military Potential», en Kuhns, Assessing the Soviet Treta,
p. 83; memorándum del secretario del Komsomol del CC, N. M. Mijailov, para A. A.
Kuznetsov, 19 de septiembre de 1946, «O nekotorikh nedostatkakh politico-
vospitatelnoi rabote v voiskakh, nakhodiaschikhsia za rubezhom SSSR», en Zubkova
et al., Sovetskaia zhizn, pp. 356-360; «Svergnut vlast nespravedlivosti», Neizvestnaia
Rossiia: XX vek (Mosgorarkhiv, Moscú, 1993), 4, pp. 468-475; Pomerants, Zapiski
gadkogo utenka, p. 210; Zinoviev, Russkaia sudba, p. 241. <<
véase también una versión rusa más extendida en Sudoplatov, Razvedka i Kreml, p.
206. <<
p. 20. <<
junio de 1945, AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 182, 1. 32-35. <<
ayuda a Estados Unidos equivalían al 10 por 100 del PIB de la URSS, o lo que es lo
mismo, a 45 600 millones de rublos. La verdadera contribución de la ayuda
norteamericana fue mucho mayor en determinados sectores vitales. Por ejemplo,
sirvió para suministrar a la URSS el 55 por 100 de sus camiones y automóviles, el
20,6 por 100 de sus tractores, el 23 por 100 de sus aparatos mecánicos y el 42 por 100
de sus motores; también supuso el 41 por 100 de su aluminio, el 19 por 100 de su
zinc, el 25 por 100 de su níquel, el 37 por 100 de su mercurio, el 99 por 100 de su
latón, el 57 por 100 de su cobalto, el 68 por 100 de su molibdeno, el 24.3 por 100 de
su acero inoxidable, el 18 por 100 de su combustible para aparatos aéreos, el 100 por
100 de su caucho natural, el 23.3 por 100 de su etileno y el 38 por 100 de su
glicerina. Además, los suministros de alimentos, calzado y vehículos de tracción
norteamericanos ayudaron al ejército soviético a avanzar desde Stalingrado hasta
Berlín. Simonov, Voienno-promishlennii kompleks, p. 194. <<
714. <<
en Kynin y Laufer, USSR and the German Question, 1, p. 701; Protocolo n.º 6 de la
Comisión Litvinov, AVPRF, f. 06, op. 6, pap. 14, d. 141,1. 23-24. <<
AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 45, d. 702. El borrador de Mikoyan también llegó a Beria,
Malenkov, Voznesenski y Bulganin. Para el déficit, el coste de la guerra y el
presupuesto soviético, véase Simonov, Voiennopromishlennii kompleks, p. 187. <<
398. David Holloway afirma que «la política que seguía Stalin era de Realpolitik».
Stalin and the Bomb, p. 168. <<
años treinta, véanse Haslam, Soviet Union and the Struggle for Collective Security in
Europe; y Phillips, Between the Revolution and the West. <<
as Revolutionary. <<
16-17; Brandenberger y Dubrovski, «“People Need a Tsar”», pp. 879, 883-884. <<
«Notes of V. Kolarov from a Meeting with J. Stalin», CSA, f. 147 B, op. 2, d. 1025,
1.1-6, proporcionado por Jordan Baev a la Stalin Collection, CWIHP; véanse
asimismo otras declaraciones de Stalin más suaves, pero parecidas, en Volokitina et
al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 130. Para el escenario en el que se desarrollaron los
acontecimientos en Grecia, véase Iatrides, «Revolution or Self-Defense?», pp. 3-17.
<<
torno al futuro de Polonia, Beria comunicó a Stalin que el jefe del SMERSH, Viktor
Abakumov, iba a enviar a «cien oficiales del SMERSH para que reforzaran los
servicios de contrainteligencia del ejército polaco [prosoviético]». El propio Beria
envió a «quince camaradas a través de los canales del NKVD-NKGB para que
ayudaran a la seguridad del estado polaco». Además, fueron enviados a Polonia
cuatro mil quinientos agentes del NKVD. Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1,
pp. 83-84; NKVD i polskoie podpolye, pp. 41-42; Bordyugo et al., SSSR-Polsha;
Serov a Beria, 21 de marzo de 1945, GARF, f. 9401, op. 2, d. 94, 1122-126;
Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, p. 72. <<
1945, AVPRF, f. 07, op. 10, pap. 24, d. 335, 1. 32-33, en T. V. Volokitina et al., Tri
vizita Vishinskogo v Bukharest, pp. 86-92, 94-96, 98-100, 112-113, 107, 123. <<
con I. Stalin», CSA, f. 147 B, op. 2. d. 1025, 1.1-6, colección de CWIHP; Volokitina
et al., Vostochnaia Evropa, 1: Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1: Volokitina et
al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 128-129. <<
Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 27-28. <<
Gromiko, Anatoli, cuenta que su padre recordaba que Hiroshima «hizo que a los
militares soviéticos les diera vueltas la cabeza. Los ánimos en el Kremlin y el alto
estado mayor estaban crispadísimos, y la desconfianza que despertaban los Aliados
era cada vez mayor. Se oían opiniones en el sentido de que debía conservarse un gran
ejército de tierra, que había que poner controles en grandes territorios para reducir las
pérdidas provocadas por los bombardeos atómicos aéreos. En otras palabras, el
bombardeo atómico de Japón nos indujo a valorar una vez más el significado que
tenía para la URSS toda la cabeza de playa obtenida en Europa del Este». Gromiko,
Andrei Gromyko v labirintakh Kremlia, p. 65. <<
21-25 de enero de 1952; Mastny, «Cassandra in the Foreign Office». Para los
desacuerdos y las coincidencias entre Stalin y Litvinov, véase Zubok y Pleshakov,
Inside the Kremlin's Cold War, pp. 38-39. <<
agosto de 1945, Dimitrov, Diary, p. 380. Para la reacción de los británicos, véase
Hazard, Cold War Crucible, pp. 117, 123. <<
lucha de Stalin por el control de Japón en Pechatnov, «Averell Harriman», pp. 35-42.
<<
búlgara en Moscú el 30 de agosto de 1945, CSA, f. 146B, op. 4, ae. 639, 1. 20-28,
proporcionadas por Jordan Baev a Stalin Collection, CWIHP. <<
<<
diciembre de 1945, RGASPI, f. 558, op. 11, d. 99, 1. 127; Khlevniuk et al., Politburo
TsKVKP(b) i Sovet Ministrov SSSR, pp. 201-202. <<
1946, en Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 458-459, 461, 462-463. <<
diciembre de 1945, documento del APRF publicado en Ledovski, «Stalin i Chan Kai
Shi», p. 108. <<
fuerzas armadas para una futura confrontación con el gobierno del Guomindang;
véase Ledovski, «Stalin i Chan Kai Shi», p. 110; Chen Jian, Mao’s China and the
Cold War, p. 32. <<
Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, p. 34. <<
06, op. 6, pap. 14, d. 143, 1. 52; Miller a Dekanozov, 15 de enero de 1945, AVPRF, f.
06, op. 7, pap. 57, d. 946, 1. 6. <<
de Stalin sobre ciertas cuestiones, CSA, f. 147 B, op. 2, d. 1025, 1.12, suministradas
por Jordan Baev a Stalin Collection, CWIHP. <<
Chemomorskiie prolivi, 84-85, 86; AVPRF, f. 017, op. 3, pap. 2, d. 2, 1. 56, publicado
en Kynin, SSSR i Germanskii Vopros, 1, p. 608. <<
29, 51-57; Hasanli, SSSR-Turtsiia, pp. 216-221; entrevista del autor con Davy Sturua,
Tbilisi, 20 de agosto de 1999, en posesión del autor. <<
1945. <<
the Dawn of the Cold War: The Soviet-American Crisis over Iranian Azerbaijan,
1941-1946 (Rowan and Littlefield, Nueva York, 2006). Para Bagirov, véase Ismailov,
Vlast i Narod; Scheid, «Stalin and the Creation of the Azerbaijan Democratic Party»,
p. 3. <<
septiembre de 1945, GAPPOD AzR, copia proporcionada por Jamil Hasanli del
NSArch. <<
470; Skrine, World War in Iran, p. 227; Abrahamian, Iran between the Two
Revolutions, p. 210. <<
<<
copia proporcionada por Jamil Hasanli, del NSArch; véase asimismo Hasanli, Yuzhni
Azerbaijan, pp. 74-78. <<
Bretaña quizá se decidiera por esta opción. Abrahamian, Iran between Two
Revolutions, p. 222. <<
iraní: «No vamos a declarara la guerra a Rusia por eso». Kuniholm, Origins of the
Cold War in the Near East, p. 279; Ulam, Expansion and Coexistence, p. 426; Lytle,
Origins of the Iranian-American Alliance, pp. 149-151. <<
«congelar» a su red de agentes, por temor a que quedara al descubierto, pues muchos
agentes del GRU se pasaron a las redes del NKGB tras las purgas de 1938. Desde
finales de 1945, tanto el GRU como el NKGB fueron sometidos a una rigurosa
investigación por una comisión especial del Politburó (formada por Malenkov y
Beria), encargada de poner en claro los casos de Gouzenko y Bentley. Entrevista del
autor con el antiguo funcionario del GRU Mijail A. Milstein, Moscú, 20 de enero de
1990; Milstein, Skvoz godi voin i nidcheti: Vospominania voiennogo razvedchika, pp.
78-99. <<
<<
momento de preparar algunas decisiones que con toda probabilidad habrá que
tomar… sobre la iniciativa de los americanos. Habrá duras negociaciones e intentos
de llegar a alguna componenda». Citado en Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin‘s
Cold War, p. 97. <<
14 de noviembre de 1945, AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 184, 1. 38-75. Maiski
dirigía los memorándums exclusivamente a Molotov, pero le enviaba cinco copias de
cada documento. Presumiblemente, Molotov las repartía entre los «cuatro» miembros
principales del Politburo. A. Arutiunian a V. M. Molotov, «Sobre el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (spravka)», 2
de marzo de 1946, memorándum sin firma dirigido a V. Dekanozov, 9 de marzo de
1946, AVPRF, f. 06. op. 9, pap. 19, d. 225, 1. 3-4, 16-17; para la posición de
Voznesenski, véase Mikoyan, Tak bylo, pp.493-494. <<
del discurso se encuentra en los Papeles de Stalin, RGASPI, f. 558, op. 11, d. 1127.
Para el discurso véase Resis, Stalin, the Politburo, and the Onset of the Cold War. <<
(2001). <<
Stalin, entrevista en Pravda, 14 de marzo de 1946, reproducida en Works, 15, pp. 36-
37; Pechatnov, «Fultonskaia rech Cherchillia», pp. 91-92; Zubkova, «Mir mnenii
sovetskogo cheloveka», pp. 104-105; véase asimismo su artículo «Stalin i
obschestvennoie mneniie v SSSR, 1945-1953», en Stalin i kholodnaia voina (Moscú,
1998), p. 282. <<
de Stalin por aquel entonces, aunque debemos desechar el dato por tratarse de una
reflexión post facto. Véase Jrushchov, «Memuari Nikiti Sergeevicha Khrushcheva»,
p. 80. <<
toneladas; en 1952 habían aumentado a 17,3 millones, la mitad del escaso consumo
de alimentos de la URSS. Si no hubiera contado con la importación de productos
agrícolas o la distribución de alimentos de las reservas del estado, la Unión Soviética
se habría enfrentado a una catástrofe inmediata. G. S. Zolutujin a L. I. Brezhnev,
«Spravka o zagotovkakh i raskhode zerna gosresursov v 1940-1977
selkokhoziaistvennikh godakh», Volkogonov Collection, bobina 18, caja 28, LC;
Mikoyan, Tak bylo, p. 526. <<
que Stalin habría podido «deshacerse también de Zhukov», pero que la reputación de
éste a escala nacional lo frenó. <<
la sociedad de posguerra según criterios étnicos, véase Weiner, Making Sense of War.
<<
durante los años veinte, véase Slezkine, Jewish Century, pp. 179-180. <<
ataque contra el Sovinformburó, véase RGASPI, f. 17, op. 128, d. 870. 1. 118-134.
Para la actitud de Zhdanov hacia el predominio de los judíos en las instituciones
culturales y propagandísticas de la URSS, véase Kostirchenko, Tainaia politika, pp.
282, 290-291, 361-365; Slezkine, Jewish Century, pp. 275, 301-305. <<
in Russia. <<
Alemania desarrollados por las comisiones especiales sobre los tratados de paz
(Comisión Voroshilov), sobre las indemnizaciones (Comisión Maiski), y sobre la
planificación del mundo de posguerra (Comisión Litvinov), en Kinin y Läufer, SSSR
y Germanskii vopros, vol. I. <<
p. 116. Una fuente sería Djilas, Conversations with Stalin, pp. 153-154, acerca de las
entrevistas de los comunistas soviéticos con Stalin de 26-27 de mayo de 1946. Stalin
supuestamente dijo: «Toda Alemania debe ser nuestra, es decir, soviética,
comunista». Sin embargo, las notas de las entrevistas procedentes de los archivos
yugoslavos no hacen alusión alguna a semejante afirmación; véase Archiv Josipa
Broza Tita, Fond Kabinet Marsala Jugoslavije, I-1/7, 1. 6-11, manuscrito original,
traducido al ruso por L. Gibianski, CWIHP. Para la entrevista de 4 de junio de 1945,
véase Badstübner y Loth, Wilhelm Pieck, pp. 50-52; SAPMO-BArch, NL 36/629, 62-
66. <<
ejército durante la Segunda Guerra Mundial, Sokolovski era un hombre culto. Podía
citar de memoria fragmentos de la Biblia y recitar el «Erlkönig» de Goethe. Véase
Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow, p. 216. <<
bis Gorbatschow, pp. 207, 218. Las memorias de Semenov pasan por alto este
problema y exageran burdamente su autoridad y la facilidad de su contacto con
Stalin. <<
<<
between Wladyslaw Gomulka and Josef Stalin», p. 137; Koval, Poslednii svidetel, p.
333; Naimark, Russians in Germany, pp. 48-49, 189-190; información de S.
Agamirov, veterano del proyecto Wismut, Voronezh, 1 de julio de 2002. <<
Founding of the German Democratic republic», p. 1100; RGASPI, f. 17, op. 128, d.
1091, 1. 43-54; véase asimismo Bonwetsch y Bordjugov, «Stalin und die SBZ», pp.
279-303. <<
«Stalin und die SBZ», pp. 294-301; Volkov, «German Question as Stalin Saw It», p.
8. <<
and the Outside World, 1944-1953», en The Cambridge History of the Cold War, ed.
Melvin P. Leffler y Odd Arne Wested (Nueva York: Cambridge University Press, en
prensa); Telegrama del CC VKP(b) a Georgy Dimitrov y a la dirección de los
comunistas de Bulgaria, 8 de julio de 1947, CSA, f. 146, op. 4, d. 639, NSArch. <<
<<
xxi, pp. 3-20; Gibiansky, «Sovetskiie tseli v Vostochnoi Evrope v kontse vtoroi
mirovoi voiny i v perviie poslevoennie gody», pp. 197-215. <<
Blockade», pp. 5-8; Volkov, «German Question as Stalin Saw It», p. 10. <<
460-471. <<
del parlamento, de 14 de octubre de 1947, CSACH, f. 1206, op. 2, d. 326, 1. 14, 15,
16. <<
Vishinski, el traicionero secuaz de Stalin, que había actuado como fiscal durante los
Grandes Juicios de 1936-1938. Vaksberg, Stalin Prosecutor, Westad, Global Cold
War, p. 66; notas de la conversación de Stalin con Kim Il Sung en Moscú de abril de
1950, citadas en DPKK Report (Moscú), 23 (marzo-abril de 2000). <<
vietnamitas hasta 1949, véase Duiker, Ho Chi Minh, pp. 420-422; Olsen, «Changing
Alliances», pp. 26-28, 37-39. <<
or Not to Attack», y otro artículo suyo, «Should We Fear This?», p. 15; Bejanov,
«Assessing Politics of the Korean War», pp. 40-42; Ledovski, «Stalin, Mao Tsedun I
koreiskaia voina 1950-1953 godov», pp. 93-85. <<
134-147. <<
secretaría del ministro y del 3.er Departamento Europeo [Alemania]) indican con toda
claridad que los dirigentes y los diplomáticos soviéticos conocían con bastante
antelación el contenido de esos acuerdos a través de los servicios de inteligencia
(aunque algunos, como Andrei Gromiko, temieran que se tratara de un caso de
desinformación) y discutieron, a través de la correspondencia interna, la existencia de
«cláusulas militares secretas» en los tratados de Bonn. Memorándum de Gromiko a
Stalin, 21 de enero de 1952, en AVPRF, f. 07, op. 25, pap. 13, d. 144, 1. 27;
memorándum del 3.er Departamento a Stalin, 26 de febrero de 1953, sobre la posición
del gobierno soviético respecto a la «Comunidad Europea del Carbón y del Acero»,
en AVPRF, f. 084, op. 11, pap. 275, d. 51, 1. 3. Véase asimismo Ruggenthaler,
«Novyie svetskie dokumenti»; Ruggenthaler, Stalins grosser Bluff. <<
1950, en APRF, f. 45, op. 1, d. 347, 1. 65-67, localizado y traducido por Alexander
Mansourov; actas de la conversación entre Stalin y Zhou Enlai, 20 de agosto de 1952;
ambos documentos han sido publicados en CWIHP Bulletin, n.º 6-7 (invierno
1995/1996), pp. 13, 116. <<
de largo alcance. Eran mucho menos numerosos que los B-29 norteamericanos, de los
cuales eran una mera copia. La fuerza aérea soviética, concluye Zaloga, «era capaz de
poco más que de llevar a cabo ataques de acoso contra Estados Unidos». Zaloga,
Kremlin's Nuclear Sword, p. 15. <<
Wall, p. 4. <<
los soviéticos a la RDA como instrumento político pueden verse en Loth, «Origins of
Stalin’s Note», pp. 66-89. <<
pp. 261-273; Wettig, «Stalin-Note vom 10. März 1952: Antwort auf Elke
Scherstjanoi», pp. 862-865; véase asimismo su libro Bereitschaft zu Einheit in
Freiheit. Mi teoría sobre la política de Stalin en Austria se basa en la investigación
perfectamente documentada que han publicado Karner, Ruggenthaler y Stelzl-Marx
en Die Rote Armee in Österreich, véanse también Karner y Ruggenthaler, «Stalin und
Österreich: Sowjetische Österreich-politik 1938 bis 1953» (comunicado de
investigación, p. 206), y los comentarios expresados en las discusiones mantenidas en
el taller «Begann der Kalte Krieg in Österreich?», organizado por el Ludwig
Boltzmann Institut en Graz, Austria, 20 de mayo de 2006. <<
Collection, LC; y también las notas de Pieck sobre el debate final de 7 de abril de
1952, en Badstübner y Loth, Wilhelm Pieck, p. 396. <<
también en Narinski, «Stalin and the SED leadership», pp. 34-35, 48. <<
del general Fadeikin, preparado a petición de Lavrenti Beria para el Presidium del CC
de 18 de mayo de 1953, publicado en CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), pp.
74-78; véase asimismo «Sobre las medidas para mejorar la situación política en la
RDA», anexo a la decisión del consejo de ministros de 2 de junio de 1953, n.º 7576-
rs, publicado en Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria. <<
«Stalin, Beria, and Mingrelian Affair». Para la curiosa obsesión de Stalin por las
discusiones lingüísticas y otros temas científicos, véase Pollock, Stalin and the Soviet
Science Wars. <<
«un paquete» de tres documentos a los miembros del Colegio del Ministerio de
Asuntos Exteriores y a Semenov. El primero era el memorándum de Jakov Malik y
Grigori Pushkin, «Propuestas sobre la cuestión alemana»; el segundo, el
memorándum de Malik, «Propuestas sobre la cuestión austriaca»; y el tercero el
memorial de Pushkin, «Propuestas sobre la cuestión iraní». AVPRF, f. 082, op. 41,
pap. 271, d. 19, 1. 1. <<
a Molotov, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 15. <<
Archiv Sluzhbi vneshnei razvedki (SVRA), pap. 2589, vol. 7, d. 3581, citado en
Murphy, Kondrashevy Bailey, Battleground, pp. 156-158. <<
RGANI, f. 3, op. 10, d. 23, 1. 41, citado en Kramer, «Early Post-Stalin Sucesión
Struggle», pp. 24-25. <<
Alexei Filitov, Gerhard Wettig y Elke Scherstjanoi en la conferencia «The Crisis Year
1953 and the Cold War in Europe», Potsdam, noviembre de 1996; Kramer, «Early
Post-Stalin Sucesión Struggle», p. 28. <<
que era fundamentalmente distinto del que tenía yo en el bolsillo. Para engañar a
Beria, Jrushchov propuso aceptar su borrador. Molotov me hizo una seña para que
guardara silencio. “De acuerdo, de acuerdo”, gritó el público presente en la sala.
Regresé cabizbajo al Ministerio de Asuntos Exteriores». Semjonow, Von Stalin bis
Gorbatschow, p. 291. <<
GDR i nekoorie vivodi iz etikh sobitii», 24 de junio de 1953, AVPRF, f. 06, op. 121,
pap. 5, d. 301, 1. 1-51, publicado en extractos en Christian Ostermann, «New
Documents on the East-German Uprising of 1953», CWIHPBulletin, n.º 5 (primavera
de 1995), pp. 10-21. <<
de registrar a las personas y los productos que cruzaban la línea de demarcación entre
la zona rusa y la occidental. Además, pusieron fin a la censura de los medios de
comunicación en la zona soviética y devolvieron las emisoras de radio al estado
austriaco. Se tomó asimismo la decisión de que a partir de agosto de 1953 Austria
dejara de pagar los costes de las tropas soviéticas estacionadas en su territorio. El
último grupo de prisioneros de guerra austriacos regresó a su país. Tras la detención
de Beria, siguieron llevándose a cabo gestos de «buena voluntad» como esos, aunque
sólo a regañadientes. Michael Prozumenscikov, «Nach Stalins Tod. Sowjetische
Österreich-Politik 1953-1955», en Kramer et al., Die Rote Armee in Österreich, pp.
733-734. <<
Vishinski de 9 de julio de 1953, AVPRF, f. 82, op. 41, pap. 280, d. 93, 1. 63-68,
publicado en CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), p. 105. Para más información
sobre la «facción» Herrnstadt-Zeissner y los pasos dados por Ulbricht, véase
Harrison, Driving the Soviets Up the Wall, pp.42-43. <<
den’ Iks», pp. 22-26; Zubok, «Soviet Intelligence and the Cold War», p. 465. <<
mil millones de rublos en 1953 a los veinticinco mil millones en 1954. Informe
taquigrafiado de la asamblea de miembros del partido del Soviet Supremo de la
URSS, 8 de febrero de 1955, APRF, f. 52, op. 1, d. 285, 1. 1-34, publicado en
Istochnik, 6 (2003); Mikoyan, Tak Bylo, p. 518; Aksyutin, Khushchevskaia «ottepel» i
obschestvenniie nastroeniia v SSSR v 1953-1964 gg, pp. 53-57. <<
Elena Zubkova, «Rivalry with Malenkov», pp. 78-81; Mikoyan, Tak Bylo, pp. 599-
600; yTaubman, Khrushchev, pp. 262-263. <<
45; CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), pp. 34-35; Jrushchov, «Memuari Nikiti
Sergeevicha Khrushcheva», p. 70. <<
106, 7 de febrero de 1955, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 29-31, 40.
<<
<<
38. <<
5. <<
1955, RGANI, f. 5, op. 30, d. 116, 1.19; Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia
Sergeevicha Dmitrieva», Otechesvennaia historia 1 (2000), p. 161. <<
noviembre de 1958, Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 58-60, 900. <<
247. <<
66. <<
la exhibición aérea anual, los soviéticos hicieron todo lo posible por impresionar a los
delegados militares extranjeros. No dudaron en utilizar una estratagema consistente
en hacer volar tres veces sobre el mismo campo a los diez aviones que formaban la
única escuadrilla disponible de bombarderos M-4. Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword,
p. 24. <<
escritor Boris Polevoi, miembro de la delegación, RGALI, f. 631, op. 26, d. 3826, 1.
9-10. <<
octubre de 1956, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 149, 168, 173-175;
Granville, First Domino, pp. 121-123. El Presidium decidió convocar una reunión de
urgencia de los partidos comunistas de todos los demás países, miembros de la
Organización del Pacto de Varsovia. Hubo también frases ominosas en las notas de
Malin acerca de la «preparación de un documento» y la «creación de un comité» que
pueden dar lugar a diversas interpretaciones. Sergo Mikoyan afirma que oyó cómo su
padre, Jrushchov y otros líderes discutían acerca de una invasión militar en Polonia
(según cuenta en el informe presentado en una conferencia internacional celebrada en
Saratov, Rusia, el 3 de julio de 2001). Para el bando polaco, véase Gluchowski,
Soviet-Polish Confrontation of October, 1956. <<
basa en los documentos hechos públicos por Leo Gluchowski, que se encuentran en
el NSArch. <<
Para las fuentes húngaras, entre otras, relacionadas con la revolución de Hungría,
véase el libro del congreso «Hungary and the World, 1956: The New Archival
Evidence», que se celebró en Budapest los días 26-29 de septiembre de 1996 por
iniciativa del NSArch, el CHWIP y el Instituto para la Historia de la Revolución
Húngara de 1956. <<
1, pp. 178-179, 188-189; y Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 150-157.
<<
<<
dong and Stalin: Shi Zhe’s Memoirs», traducido por Chen Jian (citado con su
autorización); Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 158-162; y Zubok,
«“Look What Chaos in the Beautiful Socialist Camp!”», p. 153. <<
Holloway, Stalin and the Bomb, p. 337. Véase asimismo Weisgall, Operation
Crossroads, pp. 302-307; Cork, Advisors, pp. 85-86; Hewlett y Holl, Atoms for Peace
and War, pp. 168-182. <<
Weapons», pp. 14-15. Es posible que los físicos comunicaran oralmente sus
preocupaciones a los dirigentes del Kremlin, al menos a Malenkov, antes de ponerlas
por escrito. <<
a ver los misiles que estaban construyéndose en la fábrica de Korolev «en torno a
enero de 1956». Jrushchov preguntó a Dmitri Ustinov, a la sazón jefe de la comisión
de industrias militares del Consejo de Ministros, cuántas bombas harían falta «para
dejar fuera de combate a Inglaterra». Cuando Ustinov respondió que «cinco», parece
que Jrushchov respondió: «¡Qué potencia más terrible! La última guerra fue
sangrienta, pero con cargas como esta resulta sencillamente imposible». S. Jrushchov,
Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, 1, p. 103; Pravda, 18 de noviembre de 1955;
Holloway, Stalin and the Bomb, p. 343. <<
No Longer Has Any Logic Whatever», pp. 98-110. Dobrynin, In Confidence, p. 38;
«Conference of First Secretaries of Central Committees of Communist and Workers
Parties of Socialist Countries for the Exchange of Views on Questions Related to the
Preparation and Conclusion of a German Peace Treaty, August 3-5, 1961», CWHP
Bulletin, n.º 3 (otoño de 1993), p. 60. Para lo que aprendió Jrushchov de John Foster
Dulles y su «duelo» con los hermanos Dulles, véase Zubok y Pleshakov, Inside the
Kremlin's Cold War, pp. 190-191; y Zubok, «Inside the Covert Cold War», pp. 25-27.
<<
Comité Central del PCUS de junio de 1957, Istoricheskii arkhiv, 4 (1993), p. 36.
Immerman, John Foster Dulles and the Diplomacy of the Cold War. En efecto, a
partir de 1957, John Foster Dulles empezó a abrigar serias dudas sobre la factibilidad
de su doctrina de «represalias masivas», pues, como dijera en una ocasión, «un
tiroteo nuclear entre Estados Unidos y la URSS podría hacer que todo el hemisferio
norte resultara inhabitable o, en todo caso, que resultara muy arriesgado habitarlo».
Memorándum de conversación en la sesión del Consejo de Seguridad Nacional
(CSN) de 7 de abril de 1958, NSArch. Deseo expresar mi agradecimiento a William
Burr por llamar mi atención sobre este documento. <<
el 8,5 por 100 del gasto total en equipamientos del Ministerio de Defensa. En 1959
esa cuota se había casi triplicado, y ascendía al 21,5 por 100. En 1962 equivalía casi
al 44 por 100. Simonov, Voienno-promishlennii kompleks, p. 247; S. Jrushchov,
Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, 1, p. 384; P. L. Podvig, ed., Strategicheskoie
iademoie vooruzheniee Roíz (IzdAt, Moscú, 1998); Bystrova, «Sovetskii voennii
potentsial perioda “kholodnoi voini” v amerikanskikh otsenkakh», pp. 132-136;
véanse asimismo los datos del Centro de Estudios de Desarme, Energía y Ecología
del Instituto de Física y Tecnología de Moscú en http://www.armscontrol/ru. <<
Catudal, Kennedy and the Berlin Wall Crisis; Slusser, Berlin Crisis of 1962;
Beschloss, Crisis Years.; Harrison, Driving the Soviets Up the Wall, p. 114. Adenauer
y el ministro de Defensa Franz-Josef Strauss intentaron de hecho la nuclearización de
Alemania Occidental. Véase Kosthorst, Brentano und die deutsche Einheit, pp. 137-
143; para la cuestión de la nuclearización de Alemania Occidental, véanse Kelleher,
Germany and the Politics of Nuclear Weapons, pp. 43-49; y Trachtenberg, History
and Strategy, pp. 252-253. <<
1, p. 252. <<
the Kremlin's Cold War, pp. 210-235; Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp.
64-67; Taubman, Khrushchev, pp. 336-342, 389-395, 470-471. Para la cooperación
nuclear, véase Yuli Jariton y Yuri Smirnov, «Otkuda vzialos i bilo li nam
neobkhodimo iadernoie oruzhiie», Izvestia, 21 de julio de 1994, p. 5; Negin y
Smirnov, «Did the USSR Share Its Atomic Secrets with China?», pp. 303-317. <<
1960, véase Oleg Grinevski, Tysiacha i odin den Nikity Sergevicha, pp. 154-164;
Taubman, Khrushchev, pp. 454-455. <<
véase Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin’s Cold War, pp. 202-209; Taubman,
Khrushchev, pp. 442-479; Israelian, Na frontakh kholodnoi voini, 76. <<
Naftali, Khrushchev's Cold War, pp. 372-375; Harrison, Driving the Soviets Up the
Wall, pp. 178-186; notas de Jrushchov acerca de la cuestión alemana, 11 de diciembre
de 1961, Istochnik 6 (2003), pp. 123-127. <<
comentarios de Naftali en
http://www.cia.gow/csi/books/watchingthebear/article06.html. <<
p. 33. <<
sobre el equilibrio estratégico son ambiguas. Un autor afirma que en el otoño de 1962
48 MBIC podían llegar a Estados Unidos desde territorio soviético. Fursenko sitúa su
número en 20. El número de MBIC norteamericanos en esa época ascendía, como
mínimo, a 93, y eran cohetes y bombarderos de alcance medio desplegados en
distintas bases de Europa y Asia. A. P. Leutin, «V pogone za paritetom (Iz istorii
amerikano-sovetskoi gonki iadernikh vooruzhenii)», en Sovetskoie obshchestvo:
budín kholodnoi voini: Materialy «kruglogo stola», ed. V. S. Lelchuk (IRJ-RAN-
AGPI, Moscú-Arzamas, 2000), p. 91; Fursenko y Naftali, Khrushchev’s Cold War, pp.
429-431; Fursenko, Rossiia i mezhdunarodniie krizisi, p. 338. El grupo de expertos
independientes norteamericanos que forman el Consejo de Defensa de los Recursos
Nacionales, afirma que en 962 la Unión Soviética poseía 36 MBIC y 72 misiles
balísticos en submarinos nucleares. Estados Unidos contaba con 203 MBIC y 144
misiles en submarinos. El alto mando estratégico del aire norteamericano disponía de
1306 bombarderos de largo alcance; la Unión Soviética tenía sólo 138. Los datos
proceden de http://www.nrdc.org/nuclear/nudf/datainx.asp/. <<
Prezidium TsK KPSS, 1, p. 556; Garthoff, Reflections on the Cuban Missile Crisis,
pp. 12-17; Hansen, «Soviet Deception in the Cuban Missile Crisis». <<
Comité Central del Partido Comunista Cubano, en Bligh y Brenner, Sad and
Luminous Days, p. 43. <<
<<
al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 617; Fursenko, Rossiia i mezhdunarodniie krizisi, pp.
358-359; Fursenko y Naftali, Khrushchev's Cold War, pp. 467-474. <<
octubre de 1962, en Blanton et al., Primary Source Documents; protocolo n.º 61,
sesión del Presidium de 25 de octubre de 1962, en Fursenko et al., Prezidium TsK
KPSS, 1, pp. 621-622. <<
Blight y Brenner, Sad and Luminous Days, pp. 63-65; notas del autor en la
Conferencia de Cuba, 11-13 de octubre de 2002, en la que Castro confirmó su
impresión. <<
de las pruebas, véase Bunn, Arms Control by Comité, pp. 26-35. Adamsky, en
Lebedev, Andrei Sakharov, pp. 38-39; véase asimismo Sajarov, Vospominaniia, pp.
307-308. Para el importante papel de las comunidades científicas internacionales,
véase Evangelista, «Soviet Scientists and Nuclear Testing». <<
1963, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 705, 706; S. Jrushchov, Nikita
Khrushchev: Krizisi i raketi, 2, p. 458. <<
chinos es reconocida por los miembros del CC. Arbatov, System, p. 95; Burlatsky,
Khrushchev and the First Russian Spring, pp. 185-186. <<
the Cold War, Hixson, Parting the Curtain; Major y Mister, «East Is East and West Is
West?», pp. 1-22; May, Homeward Bound; Farber, Age of Great Dreams; y Dudziak,
Cold War Civil Rights. <<
State; Vaial y Ghenis, 1960-e; English, Russia and the Idea of the West. Para los
grupos no liberales, véanse Dunlop, New Russian Revolutionaries; Yanov, Russian
New Right, Laqueur, Black Hundred. <<
<<
Smirnov, «Stalin and the Atomic Bomb», pp. 128-129; Negin y Goleusova, Soviet
Atomic Project, Mijailov y Petrosiants, Creation of the First Soviet Nuclear Bomb.
<<
Vlast i antisemitizm. Kostirchenko niega que Stalin planeara deportar a los judíos;
otros autores, sin embargo, se basan en fuentes secundarias para afirmar que sí lo
hizo. Véase G. Kostirchenko, «Deportatsiia-Mistifikatsiia», Lechaim (septiembre de
2002). Para la opinión contraria, véase Taubkin y Lyass, «O statie Kostirchenko».
Para las consecuencias a largo plazo de la campaña de Stalin contra los judíos, véase
Slezkine, Jewish Century, pp. 310-311, 335-337. <<
ob optimizme: Sbornik statei i vistuplenii» (1998), pp. 98-99, AMS, San Petersburgo;
Mijail Trofimenkov, «“Malenkii Budapesht” na Ploschadi Isskustv: Ermitazh,
Picasso, 1956…», Smena, 26 de enero de 1990. <<
<<
f. 3, op. 15, d. 136. Véanse también los informes periódicos del Komsomol y el
Ministerio del Interior a propósito del Festival, TsAODM, f. 4, op. 104, d. 31 y
GARF, f. 9401, op. 2, d. 491. Me fue negado el acceso a los informes del KGB sobre
el Festival que se hallan en TsAODM. <<
de la RDA, 9 de junio de 1959, AVPRF, f. 0742, op. 4, pap. 31, d. 33, 1. 86-87,
traducido y publicado por Hope Harrison en CWIHP Bulletin, n.º 11 (invierno de
1998), p. 212. <<
303-304. <<
CC, sobre su viaje a Cuba, 25 de enero de 1961, TsKhDMO, f. 1, op. 5, d. 782, 1. 38-
39. <<
<<
299-301. <<
296-298. <<
1. 250. <<
pp. 150-157; Max Hayward, ed., On Trial: The Soviet State versus «Abram Terz» and
«Nikolai Arzhak» (Harper and Row, Nueva York, 1966). <<
octubre de 1964», Istochnik, 2 (1998), pp. 102-125, citado en la página xxx. <<
pp. 514-556; para las actividades en materia de política exterior de Kosygin, véanse
los recuerdos de Oleg Troyanovski (que entre 1964 y 1966 fue su asesor de política
exterior) en su libro Cherezgodi i rasstoyaniia, pp. 267, 269-274; Alexei Voronov,
«Na nive vneshnei politiki», en Premier izvestni i neizvestnii, pp. 57-63. <<
manual de economía política del socialismo en abril de 1950, véase RGASPI, f. 17,
op. 133, d. 41, 1. 20-25, citado en Pollock, Politics of Knowledge, p. 182. Para otras
opiniones similares, véase el diario de Vladimir Semenov, Novaia i noveishaia
istoriia, 4 (julio-agosto de 2004), pp. 96-97. <<
55, 58. Gaiduk cree que la destitución de Khrushchev no hizo más que intensificar el
proceso de revisión de la política soviética respecto a Vietnam, pero no fue «el punto
de arranque» de dicha revisión (p. 19). Yo atribuyo una significación mayor a la
expulsión de Jrushchov. Es cierto que fueron los norvietnamitas quienes llevaron la
iniciativa en la escalada del conflicto y obligaron y a Moscú a seguirlos. Pero cuesta
trabajo imaginar que Jrushchov se mantuviera al margen cuando los americanos
empezaron a bombardear Vietnam. Al mismo tiempo, a los norvietnamitas les habría
resultado más difícil arrastrar a la URSS a prestar apoyo a su causa en tiempos de
Jrushchov. <<
143; véase asimismo Gaiduk, Soviet Union and the Vietnam War, p. 48. <<
sudbi, p. 439; véase la misma opinión en Adzhubey, Krusheniie illiuzii, pp. 309-310;
Grigorenko, Vpodpol’e mozhno vstretit toldo krys, p. 268. <<
250; Burlatsky, Vozhdi Isovetniki, p. 149; Chazov, Zdorovie I Vlast, pp. 14-15. <<
Savelyev y Detinov, Big Five, p. 16; Kornienko, «On the ABM Treaty», conferencia
pronunciada en el Institute of US and Canada Studies, Moscú, 15 de noviembre de
1989, notas del archivo personal del autor. <<
Khrushchev: Krizisi i raketi, 2, pp. 417-429. Para Ustinov, véase Zalesski, Imperia
Stalina, p. 455; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 268; Kevorkov, Tainii kanal,
pp. 234-237. <<
de 1996. <<
Los documentos de los archivos checos sobre la materia vienen a corroborar esta
tesis, pero no permiten sacar ninguna conclusión. Véase Mastny, «“We Are in a
Blind”», pp. 230-250; Cherniaev, Moia zhizn, p. 265. <<
Sovetskii Soiuz, pp. 301-326; Navratil, Prague Spring, 1968, pp. 114-125, 132-143,
158-159, 212-233, 336-338. <<
soviéticos son apabullantes. Véase Bovin, XX vek kak zhizn, p. 193; Chernyaev, Moia
zhizn, p. 266; Alexeyeva y Goldberg, Thaw Generation, p. 216; Arbatov,
Zatianuvsheesia vyzdorovleniie, p. 143; English, Russia and the Idea of the West, pp.
110-115, especialmente, p. 114. <<
Aeroportu», pp. 42, 43; Kuisong, «Sino-Soviet Border Clash», pp.21-52. <<
328. <<
<<
<<
Brudni exagera el apoyo de los nacionalistas rusos con el que contaba Brezhnev y
afirma, basándose en testimonios muy poco concluyentes, que fomentó la política de
«inclusión» de los nacionalistas en el establishment cultural soviético. Por el
contrario, la política de Brezhnev provocó cada vez más críticas de los nacionalistas.
Brudni, Reinventing Russia, pp. 70-93; Laqueur, Black Hundred; Semanov, Brezhnev.
<<
Dobrinin, con Kissinger, asistente del presidente Nixon, 22 de julio de 1969, RGANI,
f. 5, op. 61, d. 558, 1. 92-105, traducido [al inglés] y publicado en CWIHP Bulletin,
n.º 3 (otoño de 1993), p. 64. <<
Ross, Negotiating Cooperation, pp. 17-54; Burr, Kissinger Transcripts, pp. 12-13;
Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 217. <<
214-215. <<
Kissinger, White House Years, pp. 842-918; Nixon, RN, pp. 525-531; Garthoff,
Détente and Confrontation, pp. 295-322; puede verse una relación de los hechos
mucho más breve desde la perspectiva soviética en Alexandrov-Agentov, Ot
Kollontai, pp. 218-220. <<
podemos hacer muchas cosas juntos entre los dos. Tal vez deberíamos simplemente
eliminar nuestros ministerios de Asuntos Exteriores». Kissinger respondió: «Por
nuestra parte, ya hemos dado pasos en esa dirección. Ahora necesitamos una
reducción [del papel] de Gromiko». Brezhnev replicó entonces: «Si veo una
expresión abatida en la cara del presidente Nixon, le contaré un par de chistes para
animarlo». Kissinger comentó que Gromiko «se parece un poco al presidente». Estos
comentarios jocosos no aparecen en la documentación soviética que recoge la
conversación. Memorándum de la conversación Brezhnev-Kissinger, 22 de abril de
1972, NARA; actas de la conversación de Brezhnev con el asesor especial del
presidente norteamericano, Henry Kissinger, 22 de abril de 1972, KDB. <<
p. 233. <<
White House Years, p. 1234. Para la prioridad dada por Brezhnev a las inversiones en
agricultura, especialmente en la Federación Rusa, véase Brudny, Reinventing Russia,
pp. 58-59; «Iz dnevnika Semenova», 18 de abril y 31 de mayo de 1972, Novaia i
noveishaia istoriia, 4 (julio-agosto de 204), pp. 104-105. <<
225-232. <<
344. <<
174. <<
de 1971, actas de una sesión del Politburó, 30 de marzo de 1972, actas de la sesión
del CC, 13 de abril de 1972, todo ello en Scammell, Solzhenitsyn Files, pp. 161-163,
164, 185-187, 194-197, 199-210, 221-222, 256-257. <<
1135-1137; Garthoff, Journey through the Cold War, pp. 282-285. <<
305-306. <<
<<
SPD, según Kevorkov, Tainii kanal, pp. 177-187; Bahr, Zu meiner Zeit, pp. 261-262;
Smyser, From Yalta to Berlin, pp. 267-270; Chazov, Zdorovie I Vlast, p. 87. <<
158. <<
322, 327; Hanson, Rise and Fall of the Soviet Economy, p. 123. <<
recogidas en Karen Brutents, Tridsat let, pp. 270-271; otras reproducciones del
mismo comentario en el diario de Cherniaev, 2 de enero de 1976, NSArch. <<
12. <<
acceso a los documentos del antiguo CC del PCUS. Dichos documentos fueron
posteriormente clasificados de nuevo. <<
www.sgu.ru/faculties/historical/sc.publication/historynewtime/cold_war/1.php. <<
p. 383. <<
pp. 596-599; entrevista del autor con él, Moscú, 23 de noviembre de 1989, y 15 de
marzo de 1990; citado también en Westad, Fall of Détente, p. 12; Dobrinin, Sugubo
doveritelno, p. 391; Brezhnev a Carter, 4 de febrero de 1977, publicado en CWIHP
Bulletin, n.º 5 (1995); Kornienko, Kholodnaia voina, p. 173; diario de Dobrinin,
informe de la conversación mantenida con el Secretario de Estado Vance, 21 de
marzo de 1977, NSArch; Viktor Starodubov en Musgrove I, manuscrito, p. 74; diario
de Brezhnev, 18 de marzo de 1977, Volkogonov Collection, LC. <<
L. I. Brezhnev en la sesión del Politburó del CC del PCUS acerca de varios temas de
relaciones internacionales, extraído del Protocolo n.º 107 de la sesión del Politburó
del CC del PCUS de 8 de junio de 1978, RGANI, f. 89, per. 34, dok. 1, 1. 7;
«Relaciones soviético-estdounidenses en la Era Contemporánea», RGANI, f. 89, per.
76, dok. 28, 1. 1-2. <<
Ponomarev con N. M. Taraki, 20 de marzo de 1979, RGANI, f. 89, per. 14, dok. 26;
informe de la conversación de L. I. Brezhnev con N. M. Taraki, 20 de marzo de 1979,
RGANI, f. 89, per. 14, dok. 25. <<
NSArch. Alexandrov hizo este comentario a Karen Brutents. En sus memorias, sin
embargo, Brutents no hace alusión alguna a este hecho. <<
Taken Hostage; para los temores de los soviéticos, véase Valentin Varennikov en
Lysebu II, p. 73; Brutents, Tridsat led, p. 477. <<
<<
«la gota que colma el vaso» aparece en Liajovski, Plamia Afgania, p. 123. <<
«Most Dangerous Decade», pp. 16, 18, 24, 25; Brzezinski, Grand Failure, pp. 99,
100, 254-255. <<
Rise and Fall of the Brezhnev Doctrine, capítulos 4-6; véase asimismo Musatov,
Predvestniki burv, Gribkov, «Doktrina Brezhneva i pol’skii krizis nachala 80-kh
godov»; Shajnazarov, Tsena Svobody. Leonid Zamiatin, por aquel entonces jefe del
Departamento de Información Internacional del Comité Central, me habló sobre la
«clandestinidad» en Polonia durante una entrevista celebrada en Moscú el 16 de
enero de 1995. Para el recelo que suscitaba la Iglesia católica de Polonia a los
soviéticos, véase Andrew y Mitrojin, Sword and Shield, pp. 513-514. <<
Kramer, «Soviet Deliberations during the Polish Crisis», pp. 24-34, 100-101. <<
«Soviet Deliberations during the Polish Crisis», p. 165; Volkogonov, Sem Vozhdei, 2,
pp. 99-101; Leonov, Likholetie, p. 212. <<
1982; Ustinov, Otvesti ugrozu iademoi voini, p. 7; Garthoff, Great Transition, pp. 56,
57. <<
Brown, notas del autor, FitzGerald, Way Out There in the Blue. <<
Soviet Scientist, pp. 261-262, 273; comentarios de Nikolai Detinov en Brown, notas
del autor; Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 32-33;
Evangelista, Unarmed Forces, pp. 238-242. <<
1983, Executive Secretariat NSC, Head of the State file: URSS: Andropov, caja 38,
RRPL; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 282-283; Dobrinin, In Confidence, pp.
523, 530-532. <<
007. Para los debates en el Kremlin, véanse las actas del Politburo de 2 de septiembre
de 1983, en Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp. 438-441; véase asimismo Ajromeyev y
Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 44-45, 49-50. <<
las defensas aéreas de Serpujov-15, creyó que se trataba de una falsa alarma y decidió
no pasar el aviso para no dar una alerta nuclear. De haber actuado de otra manera, «es
bastante probable que el Kremlin iniciara un ataque con misiles nucleares» basado en
una falsa alarma; véase Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword, p. 201. <<
Brown, notas del autor. También en Brown, Cherniaev dijo que el Departamento
Internacional del CC «no comprendió» el significado del discurso de Reagan de
enero de 1984. <<
incluyen los costes de la producción industrial militar, los programas científicos, los
servicios de inteligencia, etc. Lo del 40 por 100 aparece en Gorbachov, Zhizn i
reformi, 1, p. 334. <<
Perspectives», p. 286; Fischer, Cold War Conundrum, p. 27; Vorotnikov, A bylo eto
tal, pp. 59-62; Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, p. 17. <<
elegido por un estrecho margen y tuvo que ocultar su potencial reformista radical a
los conservadores. Para dicha tesis, véase Brown, Gorbachev Factor, pp. 69, 84, 122-
123; Ligachev, Incide Gorbachev's Kremlin, pp. 69, 72-78; Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp.
448-449; Pechenev, Gorbachev: K vershinam vlasti, p. 110. Las memorias de
Gorbachov describen el proceso suave; Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. pp. 265-
270. Véanse asimismo las actas del Politburó de 11 de marzo de 1985, Istochnik, 0
(1993), pp. 34-75. <<
<<
of the West, English, «Road(s) Not taken», pp. 256-257; y Yakovlev, Muki
prochteniia bytiia. Perestroika: nadezhdy i realnosti, pp. 18, 188. <<
la conferencia sobre el fin de la Guerra Fría organizada por el Mershon Center, Ohio
State University, 15-16 de octubre de 1999. <<
1994, Moscú, en Science and Society: History of the Soviet Atomic Project, p. 333.
<<
1985, Executive Secretariat of the NSC, Head of State File: USSR: Gorbachev, caja
40, RRPL. <<
450. <<
349-368; Bearden y Risen, Main Enemy. Más de diez años después Cherniaev
admitiría que todavía no entendía las razones de una reacción tan hostil y desconfiada
por parte de los dirigentes norteamericanos a las señales dadas por los soviéticos;
véanse sus comentarios, Brown; y también Tannenwald, Understanding the End of
the Cold War. <<
op. 1. <<
Executive Secretariat of the NSC, Head of State File: USSR: Gorbachev, caja 40,
RPL. <<
reunión del CC del Politburó de 3 de julio de 1986, copia archivada en NSArch. <<
NSC, Head of State File: USSR: Gorbachev, caja 40, RRPL. <<
26-27. <<
kontekste liderstva», pp. 50-51, 53; Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 653. <<
Medvedev sobre los debates del Politburo, 21-22 de enero, 28 de febrero, 7 de mayo,
21-22 de mayo de 1987. <<
con Fidel Castro, 2 de marzo de 1986, con Mengistu Haile Mariam el 17 de abril de
1987 y con Rajiv Ghandi el 2-3 de julio de 1987, AGF. <<
derechos humanos una concesión a las necesidades de la política exterior sólo cuando
decidió transformar el sistema político de la URSS en la primavera de 1988
(comentarios en el curso de una conversación con el autor, Providence, R. I., 8 de
mayo de 1998). Informes del KGB de 1985, 1986, 1987, NSArch; véase asimismo
Garthoff, «KGB Reports to Gorbachev», pp. 224-244. <<
<<
Odom, Collapse of the Soviet Military, pp. 112-114. Odom se equivoca al situar el
cambio en el otoño de 1987, cuando Gorbachov publicó su libro Perestroika. <<
Unidos y Canadá de Moscú, y recuerdo que mucha gente de este centro interpretó ese
discurso como una señal evidente de que iba a revisarse el pensamiento de la política
interior y exterior de la URSS. <<
Korchilov, que aparecen en su libro Translating History, pp. 35, 42-43. <<
Relations Theory», pp. 5-58; Wohlforth, «Realism and the End of the Cold War», pp.
91-129; Hopf, «Getting the End of the Cold War Wrong», pp. 202-208; Risse-
Kappen, «Did “Peace Through Strength” End the Cold War?», pp. 160-188;
Tannenwald y Wohlforth, «Role of Ideas», pp. 3-12; y English, «Sociology of New
Thinking», pp. 43-80. <<
eto tak, Rizhkov, Desiat let velikikh potrayseniv, Rizhkov, Perestroika; Kriuchkov,
Lichnoie delo; Leonov, Lokholetie; Medvedev, Chelovek za spinor, Shenin, Rodino ne
prodaval, Ajromeyev y Kornienko, Glazami marshala i diplomata, Kornienko,
Kholodnaiia voina; Falin, Politische Erinnerungen, Pechenev, Gorbachev; Pechenev,
Vzlet i padeniie Gorbacheva; Gromiko, Andrei Gromyko v labirintakh Kremlia;
Yeltsin, Ispoved na zadannuiu temu; Dobrinin, In Confidence, y la edición rusa de la
obra Sugubo doveitelno. Además he utilizado las transcripciones de las entrevistas
con los funcionarios rusos incluidas en OHPECW. <<
sobre armamento, sostiene que el Kremlin planeó incluso como segunda alternativa
repetir el «escenario cubano» de 1962 en respuesta al despliegue de los Pershing
norteamericanos en Alemania Occidental, haciendo despliegues igualmente
provocativos de su propio armamento en la proximidad inmediata de Estados Unidos.
Grinevski, «Understanding the End of the Cold War». Georgi M. Kornienko cree que
se trata de un delirio de la imaginación de Grinevski. Conversación telefónica entre el
autor y Kornienko, Moscú, 29 de junio de 2002. <<
<<
op. 1. <<
conclusión de que «la URSS murió, contra los deseos de su líder, a manos de la
política, no de la economía. La causa inmediata de la muerte, la disolución de la
Unión, fue fruto de la cadena de acontecimientos desencadenados por Gorbachov a
partir de 1985». Destruction of the Soviet Economic System, pp. 26, 22-23, 165-169.
Véase asimismo su artículo «Collapse of the Soviet System». Esta conclusión es
corroborada por Gaidar, Gibel imperii. <<
op. 1. <<
OHPECW. <<
OHPECW. <<
OHPECW. <<
Gorbachev Factor, 383-384; Yegorov, Out of a Dead End into the Unknown;
Shajnazarov, Tsena Svobody, p. 147. <<
Discusión del memorándum de seis miembros del Politburo sobre la situación en las
repúblicas bálticas, AGF, f. 4, op. 1; véase asimismo Veber, Soiuz mozhno bilo
sokhranit, pp. 52, 55. <<
OHPECW. <<
motivo del aniversario de la mesa redonda sobre Polonia de 1989, organizada por la
Universidad de Michigan, Ann Arbor. Rakowski dijo también a Lévesque que
Gorbachov se negó a verlo en Moscú para evacuar consultas con él. Véase Lévesque,
Enigma of 1989, p. 125. <<
ejemplo, el análisis elaborado por Fritz Ermarth, National Intelligence Council, CIA,
«The Russian Revolution and the Future Russian Threat to the West», 18 de mayo de
1990, desclasificado y colgado por Ermarth en la Johnson Russia List, Center for
Defense Information, 30 de junio de 1999, http://www.cdi.org/russia/johnson/.
Véanse asimismo los informes «Rising Political Instability under Gorbachev:
Understanding the Problem and Prospects for Resolution, an Intelligence
Assessment», Directorate of Intelligence, abril de 1989, y «Gorbachev’s Domestic
Gambles and Instability in the USSR, an Intelligence Assessment», septiembre de
1989, documentos ambos desclasificados por exigencia de la Ley de Libertad de
Información, NSArch. Bush y Scowcroft subrayan que las reuniones de Bush en
Polonia tuvieron un papel decisivo para salir del peligroso punto muerto en que se
encontraban las relaciones políticas entre Jaruzelski y Solidaridad. World
Transformed, pp. 117-123. La noticia cuenta con el respaldo pleno del propio
Jaruzelski; véase su libro de memorias, Les chaines et le refuge, p. 337; Lévesque,
Enigma of 1989, p. 123. <<
op. 2. <<
«New Evidence on the Soviet Factor in the Peaceful Revolution of 1989», CWIHP,
n.º 12/13 (otoño/invierno de 2001), p. 13; Cherniaev et al., V Politbiuro TsK KPSS, p.
524. <<
75-77. <<
los servicios de inteligencia soviéticos en las capitales de Europa Central, así como
algunos visitantes soviéticos bien informados (por ejemplo, Vadim Zagladin, que
visitó Checoslovaquia en 1989), advirtieron repetidamente a Moscú de la grave
situación reinante. Al mismo tiempo, nadie habría podido prever qué carácter o qué
dirección iban a tomar las revoluciones de Europa Central. <<
Fall of the Soviet Empire. Como mejor estudio en ruso, véase Pijoia, Sovetskii Soiuz.
<<
9. <<
78. <<