IMPERIO

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Basándose

en documentación hasta ahora desconocida —actas del Politburó, diarios,


telegramas cifrados y conversaciones grabadas— Vladislav M. Zubok nos ofrece un
panorama de la historia de la Guerra Fría vista desde la perspectiva del Kremlin, que
cambia por completo la visión que hasta ahora nos ofrecían los historiadores
occidentales. Zubok nos permite comprender las aspiraciones, los intereses y los
errores de percepción de los dirigentes soviéticos: las equivocaciones cometidas por
Stalin, los arriesgados intentos de Jrushchov por reforzar la paz, la apasionada
búsqueda de la distensión por Brezhnev y la forma en que Gorbachov, tratando de
reformar la Unión Soviética, acabó destruyéndola. Nos muestra cuáles eran las
preocupaciones reales de estos hombres y el error de las estrategias norteamericanas
de contención, que sólo consiguieron reforzar su beligerancia. Este impresionante
libro va a cambiar por completo la imagen que hasta hoy teníamos de la historia de la
Guerra Fría.

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Vladislav M. Zubok

Un imperio fallido
La Unión Soviética durante la Guerra Fría

ePub r1.0
Titivillus 24.09.2019

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Título original: A Failed Empire. The Soviet Union in the Cold War from Stalin to Gorbachev
Vladislav M. Zubok, 2007
Traducción: Teófilo de Lozoya & Juan Rabasseda

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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A mis padres, Martin y Liudmila Zubok

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Prólogo

El presente libro explora las razones que movieron y guiaron a la Unión Soviética
durante la Guerra Fría, una confrontación global con Estados Unidos y sus aliados.
La desclasificación de numerosos archivos en Rusia y otros países del otrora bloque
comunista ofrece fascinantes oportunidades para escribir sobre el pasado soviético.
La abundancia de fuentes sobre política nacional y sobre el desarrollo social y
cultural que se produjo tras el antiguo telón de acero es sorprendente. Actualmente
podemos examinar deliberaciones del Politburó, seguir hora a hora la
correspondencia telegráfica que mantuvieron los distintos líderes comunistas,
observar cómo los impulsos de los máximos responsables iban filtrándose en el
sistema burocrático, e incluso leer los diarios privados de los apparatchiks
comunistas. Una serie de proyectos de historia oral de carácter crítico ha reunido a los
veteranos del proceso de toma de decisiones y ofrece el trasfondo emocional que
echamos a faltar en la documentación burocrática.
Con todas esas fuentes se ha hecho posible el estudio de la Guerra Fría, entendida
no sólo como un choque de grandes potencias y una acumulación de armas letales.
Ante todo, cualquier historia no deja de ser el relato sobre unos individuos y sus
motivaciones, sus esperanzas, sus crímenes, sus ilusiones y sus errores. La Guerra
Fría soviética tuvo numerosos frentes y dimensiones: desde el «Puesto de Control
Charlie» en Berlín hasta las cocinas moscovitas, donde los disidentes hablaban de un
comunismo «con rostro humano», desde el Politburó en el Kremlin hasta las
residencias estudiantiles. Fue una guerra de nervios y recursos, pero principalmente
se trató de una lucha de ideas y valores.[1] Además se han podido llevar a cabo
verdaderos estudios comparativos internacionales, un avance intelectual que permite
situar la política y la actitud soviética en una perspectiva más amplia: el contexto de
imperio. Recientemente los especialistas han realizado numerosas investigaciones
que arrojan luz sobre la influencia que ejercieron los aliados y los países satélites del
Kremlin sobre la postura internacional soviética. Algunos de los descubrimientos más
asombrosos llevados a cabo en la «nueva» historiografía de la Guerra Fría ponen de
manifiesto hasta qué punto la República Popular de China, Corea del Norte,
Alemania Oriental, Cuba, Afganistán y otros países clientes afectaron las
motivaciones, los planes y los cálculos de Moscú.[2]
Esta expansión de los horizontes y los nuevos desafíos metodológicos han servido
para crear el presente libro. Aunque soy un especialista ruso por mi nacionalidad y

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por mi escuela, he vivido y trabajado en Estados Unidos desde comienzos de los años
noventa. Los meses dedicados a la investigación en los archivos rusos y americanos
entre otros, mi participación en numerosas conferencias académicas internacionales y
los intercambios realizados con colegas, amigos y críticos han ejercido una
notabilísima influencia en los últimos quince años de mi vida. Mi colaboración en el
proyecto televisivo de la CNN de veinticuatro capítulos dedicado a la historia de la
Guerra Fría supuso una experiencia totalmente nueva que sirvió para darme cuenta de
la importancia de las percepciones, las imágenes y la imaginación colectiva. Por
último, mi labor docente en la Temple University me recuerda en todo momento que
las enseñanzas y la experiencia del pasado no se transmiten de manera automática a
las nuevas generaciones. Sin una investigación, un debate y una revisión constantes,
las lecciones y la experiencia de la Guerra Fría se convierten en una serie de
estadísticas sumamente aburridas. Aunque suponga todo un desafío, es necesario
abordar esta confrontación del pasado entre las dos grandes superpotencias y explicar
cómo sirvió para condicionar el mundo moderno.
Este libro es una continuación de las investigaciones que empecé junto con
Constantine Pleshakov hace más de una década.[3] Mi marco conceptual para explicar
las motivaciones y el comportamiento de la URSS sigue siendo el mismo. Es un
paradigma revolucionario-imperial. La seguridad y el poder fueron los objetivos
principales de Stalin y sus sucesores. Estos líderes utilizaron todos los métodos
disponibles de la política del poder y la diplomacia para promover los intereses
estatales soviéticos en un mundo competitivo. Al mismo tiempo, las motivaciones de
la política exterior de Stalin y sus sucesores no pueden separarse de cómo pensaban y
quiénes eran. Los líderes de la Unión Soviética, al igual que las élites soviéticas y
que millones de ciudadanos soviéticos, fueron los herederos de aquella gran
revolución trágica y estuvieron motivados por una ideología mesiánica. Resulta
imposible explicar las motivaciones de la URSS durante la Guerra Fría sin intentar
comprender al menos cómo los líderes, las élites y el pueblo de la Unión Soviética
entendían el mundo y se veían a sí mismos. Una manera de abordar esta cuestión es
observando la ideología soviética. Otra manera de comprender las razones de la
URSS es observando la experiencia soviética, especialmente el impacto que tuvo la
Segunda Guerra Mundial en el país. Una tercera manera es estudiar las vidas de los
líderes y las élites de la Unión Soviética, así como los factores culturales que los
condicionaron.
El presente libro consta de diez capítulos, organizados alrededor de los grandes
desarrollos, las principales políticas y los máximos líderes del bando soviético
durante la Guerra Fría. El capítulo 1 analiza el enorme impacto que tuvo la Segunda
Guerra Mundial en la clase política soviética y el pueblo en general y explica cómo la
experiencia durante el conflicto bélico se tradujo en una búsqueda no sólo de
seguridad, sino también de predominio geopolítico y de imperio externo. El capítulo
2 explica por qué la política de Stalin, que tan notables resultados tuvo en la

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construcción del imperio soviético, rompió la frágil cooperación de posguerra entre
las grandes potencias y contribuyó al nacimiento de la Guerra Fría. El capítulo 3
utiliza el estudio específico de la política soviética en Alemania para poner de relieve
la confrontación entre los planes geopolíticos del Kremlin y la realidad y la dinámica
del imperio soviético en Europa Central. El capítulo 4 analiza los cambios en la
política exterior soviética tras la muerte de Stalin, fruto no sólo de los nuevos
objetivos ideológicos y geopolíticos que tenían los nuevos dirigentes, sino también de
la política nacional soviética. El capítulo 5 estudia las repercusiones de la revolución
termonuclear y de las nuevas tecnologías de misiles balísticos en el modo en que los
soviéticos contemplaban su seguridad nacional, centrándome especialmente en la
singular contribución de Jrushchov a la crisis más peligrosa de la Guerra Fría.
El capítulo 6 tiene una importancia capital, pues introduce el tema de la
transformación social y cultural que experimentaron la sociedad y las élites soviéticas
ya lejos del estalinismo. Analiza el romanticismo y el optimismo del período de
desestalinización, así como las primeras fisuras que se produjeron en el frente
nacional de la Guerra Fría y la aparición de una nueva generación, los «hombres y
mujeres de los sesenta», fenómeno que se repetiría vigorosamente veinticinco años
más tarde bajo el liderazgo de Mijail Gorbachov. El capítulo 7 fija su atención en las
razones que impulsaron a los soviéticos hacia la distensión, con especial énfasis en la
actuación y las motivaciones personales de Leonid Brezhnev. El capítulo 8 describe
las percepciones soviéticas del declive de la distensión y el camino que llevó a los
soldados soviéticos hasta Afganistán. El capítulo 9 aborda la transición de poder
desde la vieja guardia del Kremlin hasta Mijail Gorbachov y la cohorte de «hombres
y mujeres de los sesenta». En el último capítulo, que trata de las distintas
interpretaciones que se han hecho del fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión
Soviética, presento mi propia explicación, haciendo hincapié en el extraordinario
papel de la personalidad de Gorbachov y su ideología romántica del «nuevo
pensamiento».
Es evidente que el estudio de un período de la historia tan lleno de
acontecimientos y sucesos no puede quedar completo en un solo volumen. Para
enmendar cualquier descuido por mi parte en el estudio del tema que se trata en estas
páginas, indico a los lectores un buen número de magníficos libros y artículos que
analizan en profundidad la historia de la Guerra Fría desde una perspectiva realmente
internacional. Espero que esta obra, con su focalización y su dedicación a las
cuestiones más importantes, sirva para compensar la omisión de determinados
acontecimientos y el enfoque superficial en los que otras hayan incurrido. La omisión
que más me preocupa, sin embargo, es la falta de un análisis sistemático de la historia
económica y financiera de la URSS. Los últimos capítulos de este libro ponen
claramente de manifiesto que la naturaleza del malestar económico de los años
setenta y ochenta que caracterizó el mandato de Brezhnev y los años siguientes, así
como la incapacidad de la clase política a la hora de afrontarlo, contribuyeron en gran

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medida al declive de la influencia global de la Unión Soviética, y acabó siendo en
último término una de las principales razones de la caída de la URSS. Asimismo, no
cabe duda de que un profundo estudio del pensamiento militar soviético y de su
complejo industrial me habría permitido convertir numerosas hipótesis inciertas, pero
probables, sobre el comportamiento internacional de la Unión Soviética en
conclusiones sólidas. Así pues, el mejor libro en la materia sigue siendo el que
todavía está por escribir.

Las presentes páginas no habrían sido posibles sin los constantes ánimos, el firme
apoyo y la vital inspiración de numerosos amigos y colegas. Mi gran suerte es haber
pertenecido durante muchos años al círculo internacional de especialistas en la
Guerra Fría. El Cold War International History Project at the Woodrow Wilson
Center for International Scholars ha figurado en todo momento en el centro de dicho
círculo. Mi camiseta de «veterano» del CWIHP trae a la memoria numerosas
conferencias en las que presenté mis investigaciones y las enriquecí con nuevas
perspectivas y aportaciones procedentes de ese círculo académico internacional.
James G. Hershberg, David Wolf y Christian Ostermann, grandes exponentes los tres
del CWIHP, me han ofrecido sus comentarios y consejos, su colaboración en el
ámbito editorial y un rápido acceso a las fuentes de los archivos recientemente
desclasificados. También quiero expresar mi más sentida gratitud a Melvyn Leffler,
Jeffrey Brooks, William C. Wohlforth, James Blight, Philip Brenner, Archie Brown,
Jack Madock, Robert English, Raymond Garthoff, Leo Gluchowsky, Mark Kxamer,
Jacques Lévesque, Odd Arne Westad, Norman Naimark, Víctor Zaslavski y Eric
Shiraev por compartir conmigo sus ideas, sus documentos y sus comentarios críticos.
Mel Leffler puso a mi alcance los resultados de su investigación más reciente acerca
de la política exterior americana. Chen Jian, uno de los mejores especialistas en
historia de China y Estados Unidos con el que comparto un cumpleaños, me ayudó a
entender numerosos matices de las relaciones entre el «gran hermano» (la URSS) y la
República Popular China.
Comencé las investigaciones para este libro cuando estuve trabajando en el
Archivo de la Seguridad Nacional, una biblioteca y un centro especializado no
gubernamental absolutamente único, establecido en la actualidad en la George
Washington University. Thomas S. Blanton, Malcolm Byrne, William Burr, Will
Ferrogiaro, Peter Kornbluh, Sue Bechtel y Svetlana Savranskaya me ayudaron a
combinar la investigación con la gran aventura de descubrir nuevos testimonios sobre
la Guerra Fría en distintos archivos del mundo. Desde 2001, el departamento de
historia de la Universidad de Temple ha sido para mí un nuevo hogar académico y el
lugar en el que los profesores se relacionan con sus «clientes» más naturales, los
estudiantes. Richard Immerman me convenció de que ciertos paralelismos entre la
toma de decisiones y las acciones de americanos y soviéticos, especialmente en el
Tercer Mundo, no eran meros retazos de mi imaginación. Otros colegas míos,

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especialmente James Hilty, Howard Spodek, Jay B. Lockenour, David Farber, Petra
Goedde y Hill Hitchcock, me dieron ánimos en el terreno tanto profesional como
humano. Ralph Young ensanchó mis horizontes con sus relatos sobre el modo en que
los americanos percibían la amenaza soviética en los años cincuenta y sesenta.
Este libro sería impensable sin el apoyo y los consejos de numerosos especialistas
y archiveros de Rusia, entre ellos Vladimir Pechatnov, Sergei Mironenko, Oleg
Naumov, Alexander Chubaryan, Natalia Yegorova, Nataha G. Tomilina, Tatiana
Goriaeva, Zoia Vodopianova, Oleg Skvortsov, Yuri Smirnov, Leonid Gibianski, Elena
Zubkova y Rudolf Pijoia. Sergei Kudriashov, editor de Istocbnik, expresó en todo
momento su interés por mis investigaciones. El presidente de Georgia, Eduard
Shevardnadze, encontró tiempo para concederme una entrevista y autorizó mi acceso
al Archivo Presidencia de Georgia. Me siento profundamente agradecido al personal
de la Fundación Gorbachov, el Archivo Estatal Ruso de Historia Social y Política, el
Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa, el Archivo Estatal Ruso de
Historia Contemporánea, el Archivo Central de los Movimientos Públicos de Moscú,
el Archivo Presidencial de Georgia y los Archivos Estatales de Armenia por la
paciencia demostrada con mis interminables peticiones. Los veteranos de la Guerra
Fría en Rusia me enseñaron, entre otras cosas, a evaluar los documentos en un
contexto personal e histórico. Deseo dar las gracias especialmente a Anatoli
Cherniaev, Anatoli Dobrinin, Georgi Shajnazarov, Karen Brutents, Georgi Arbatov,
Georgi Kornienko, Nikolai Detinov, Victor Starodubov, Rostislav Sergeev, Yegor
Ligachev, Sergo Mikoyan, David Sturua, Oleg Troyanovski y Alexander N.
Yakovlev. Oleg Skvortsov me proporcionó las transcripciones de sus entrevistas con
algunos veteranos de la administración Gorbachov, realizadas en el marco del
Proyecto de Historia Oral sobre el Fin de la Guerra Fría, con asistencia del Archivo
de Seguridad Nacional y del Instituto de Historia General, de la Academia Rusa de
las Ciencias.
Las subvenciones de la Carnegie Corporation de Nueva York financiaron mis
trabajos de investigación en Rusia, Georgia y Armenia. En varias etapas de mi
trabajo, Jochen Laufer, Michael Lemke, Michael Thumann, Geir Lundestad, Olav
Njolstad, Csaba Bekes, Alfred Rieber, Istvan Rev, Leopoldo Nuti, Victor Zaslavski,
Elena Aga-Rossi y Silvio Pons me proporcionaron medios de investigación y
financiación en Alemania, Noruega, Hungría e Italia. Recientemente el Collegium
Budapest, la Scuola di Alti Studi IMT de Lucca, y la Libera Universitá Internazionale
degli Studi Sociali (LUISS) Guido Carli me ofrecieron un ambiente magnífico y su
generoso apoyo para la labor final de montaje del libro.
Mi gratitud más profunda la reservo a los que leyeron el manuscrito en su
totalidad o por partes. John Lewis Gaddis y William Taubman leyeron varios
borradores del manuscrito, incitándome en todo momento a hacerlo más claro y más
breve. Ralph Young, Bob Wintermute y Uta Kresse-Raina realizaron una labor
inestimable siendo mis primeros lectores. Jeffrey Brooks, William C. Wohlforth,

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David Farber, Richard Immerman, Petra Goedde, Victor Zaslavski, Howard Spodek y
David Zierler me ofrecieron sus comentarios sobre distintas partes y capítulos de la
obra. Y en la University of North Carolina Press, Chuck Grench y Paula Wald
hicieron gala de su paciencia y me suministraron su ayuda en todo momento.
La redacción de un libro y la investigación exigen soledad, pero también el apoyo
incansable de los seres queridos. Mi esposa, Elena, mis hijos, Andrei y Misha, y mis
padres, Liudmila y Martin Zubok, constituyeron mi grupo de apoyo más importante.
Mis padres fueron en todo momento fuente de inspiración de este libro. Tardé mucho
tiempo en escribir algo sobre la Guerra Fría soviética. En cambio mis padres tuvieron
que vivirla desde el principio hasta el final. A ellos va dedicado mi libro.

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1

El pueblo soviético y Stalin entre la guerra y


la paz, 1945

Roosevelt pensaba que los rusos iban a llegar y a inclinarse


ante América pidiendo limosna, pues Rusia es un país pobre, sin
industria, sin pan. Pero nosotros veíamos las cosas de manera
distinta, pues el pueblo estaba dispuesto a sacrificarse y a
luchar.

MOLOTOV,
junio de 1976

No nos guían las emociones, sino la razón, el análisis y el


cálculo.

STALIN,
9 de enero de 1945

La mañana del 24 de junio de 1945 la lluvia caía a raudales en la Plaza Roja de


Moscú, pero apenas era percibida por las decenas de miles de soldados de élite
soviéticos que allí se hallaban congregados. Estaban en posición de firme, dispuestos
a desfilar por la plaza para celebrar su victoria sobre el Tercer Reich. A las diez en
punto el mariscal Georgi Zhukov apareció por las puertas del Kremlin a lomos de un
caballo blanco y dio la señal para que comenzara el Desfile de la Victoria. En el
momento cumbre de la celebración, los oficiales, engalanados con sus
condecoraciones, arrojaron doscientos estandartes capturados a los alemanes ante el
pedestal del mausoleo de Lenin. El boato y la pompa del desfile eran impresionantes,
pero inducían a engaño. Pese a su victoria, la Unión Soviética era una especie de
gigante exhausto. «La construcción del imperio de Stalin se consiguió a costa de ríos
de sangre soviética», afirma el historiador británico Richard Overy.[1] Cuánta sangre
se necesitó exactamente sigue siendo objeto de debate entre los especialistas en
historia militar y los expertos en demografía. Al contrario de la percepción habitual

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en Occidente, las reservas humanas soviéticas no eran ilimitadas; al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético necesitaba desesperadamente tanto
material humano como pudiera necesitarlo el ejército alemán. No es de extrañar que
los expertos y los dirigentes soviéticos evaluaran con precisión los daños sufridos por
su país durante la invasión nazi, pero temieran revelar el verdadero número de bajas
humanas. En febrero de 1946 Stalin comunicó que la URSS había perdido siete
millones de almas. En 1961, Nikita Jrushchov «elevó» ese número a veinte millones.
Desde 1990, tras una investigación oficial, el número de pérdidas humanas ha sido
elevado a 26,6 millones, incluidos 8 668 400 individuos de personal uniformado.
Pero hasta este número sigue siendo objeto de debate, pues algunos especialistas
rusos afirman que no refleja la cifra real de muertos.[2] Vistas las cosas
retrospectivamente, la Unión Soviética consiguió una victoria pírrica sobre la
Alemania nazi.
Las innumerables pérdidas sufridas en el curso de los combates y entre la
población civil fueron consecuencia tanto de la invasión y las atrocidades de los nazis
como de los métodos de guerra total practicados por las autoridades militares y
políticas de la URSS. La sorprendente indiferencia por la vida humana fue una
característica de la conducta soviética durante la guerra desde su estallido hasta su
finalización. En cambio, el número total de pérdidas humanas que tuvo Estados
Unidos en los dos principales escenarios del conflicto, Europa y el Pacífico, no pasó
de 293 000.
Las pruebas que han salido a la luz tras la caída de la Unión Soviética corroboran
los antiguos informes de los servicios de inteligencia norteamericanos que indicaban
una debilidad económica de los soviéticos.[3] Las estimaciones oficiales valoraban la
totalidad de los daños en seiscientos setenta y nueve mil millones de rublos. Esta
cifra, según dichas estimaciones, «supera la riqueza nacional de Inglaterra o
Alemania y constituye un tercio de toda la riqueza nacional de Estados Unidos». Al
igual que con el número de pérdidas humanas, se calcula que los daños materiales
fueron ingentes. Más tarde la Unión Soviética cifraría el coste de la guerra en 2,6
billones de rublos.[4]
Los nuevos testimonios ponen de manifiesto que la inmensa mayoría de los
funcionarios y del pueblo soviético no querían que se desencadenaran conflictos con
Occidente y que preferían concentrarse en una reconstrucción pacífica. Pero, como
bien sabemos, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial el comportamiento de
los soviéticos en Europa del Este se caracterizó por la brutalidad y la intransigencia.
En Oriente Medio y en Extremo Oriente la Unión Soviética ejerció una gran presión
para instalar sus bases, obtener concesiones petrolíferas y ganarse una esfera de
influencia. Todo ello, junto con una retórica ideológica, llevó gradualmente a Moscú
a una clara confrontación con Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Cómo pudo un país
tan exhausto y arruinado levantarse contra Occidente? ¿Qué factores internos y

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externos explican el comportamiento internacional que adoptó la Unión Soviética?
¿Cuáles eran los objetivos y las estrategias de Stalin?

TRIUNFO Y RESACA

La guerra contra los nazis tuvo un efecto liberador en la ciudadanía soviética.[5]


Durante los años treinta el terror indiscriminado impuesto por el estado había borrado
una y otra vez las fronteras entre el bien y el mal: un individuo podía ser «un
soviético como es debido» hoy y, al día siguiente, un «enemigo del pueblo». La
parálisis social, fruto del gran terror de los años treinta, había desaparecido en el
crisol de la guerra, y mucha gente volvía a pensar y a actuar de manera
independiente. En las trincheras se forjaron lazos de camaradería, y se confió de
nuevo en el prójimo. Al igual que ocurriera en los países europeos durante la Primera
Guerra Mundial, en la URSS de la Gran Guerra Patriótica apareció una «generación
del frente» o «generación de la victoria». Los que pertenecieron a ese grupo
satisficieron su necesidad de amistad, solidaridad y cooperación, elementos que a
menudo les faltaban en casa. Para algunos esa etapa constituyó la experiencia más
importante de su vida.[6]
La guerra tuvo otros efectos muy profundos. La ineptitud, las meteduras de pata,
el egoísmo y las mentiras de las instancias oficiales durante la gran retirada soviética
de 1941-1943 socavaron la autoridad del estado, de las instituciones del partido y de
numerosos dignatarios. La liberación de Europa Oriental permitió que millones de
personas escaparan del ambiente xenófobo soviético y conocieran otros países por
primera vez en su vida. Los sacrificios de la guerra convalidaron el idealismo y el
romanticismo entre los mejores representantes de la joven intelligentsia soviética, que
se unieron al ejército como voluntarios. El espíritu de una guerra justa contra el
nazismo y sus experiencias en el extranjero llevaron a esos individuos a soñar una
liberalización política y cultural. La alianza entre la Unión Soviética y las
democracias occidentales pareció crear un marco idóneo que posibilitaba la
introducción de las libertades civiles y los derechos humanos.[7] Incluso algunos
personajes destacados que se hacían muy pocas ilusiones compartieron ese sueño. En
una conversación con el periodista Ilya Ehrenburg, el escritor Alexei Tolstoi se
preguntaba: «¿Qué ocurrirá después de la guerra? La gente ya no es la misma». En
los años sesenta, Anastas Mikoyan, miembro del círculo más íntimo de Stalin,
recordaría que millones de soviéticos que regresaron de Occidente «habían
experimentado un cambio radical; sus horizontes se habían ampliado, y sus
exigencias eran distintas». Había una nueva idea omnipresente: todo el mundo
merecía un trato mejor del régimen.[8]
En 1945, algunos oficiales del ejército soviético, cultos y de alto nivel intelectual,
se sintieron como los decembristas. (Los mejores oficiales jóvenes del ejército ruso,
que habían regresado de la guerra contra Napoleón empapados del liberalismo

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político, serían más tarde los organizadores de la insurrección militar contra la
autocracia, los llamados «decembristas»). Uno de ellos, recordando esos tiempos,
haría la siguiente observación: «Me parecía que a la Gran Guerra Patriótica le
seguiría inevitablemente un vigoroso resurgimiento social y literario, como sucedió
tras la guerra de 1812, y yo tenía prisa por participar en ese resurgimiento». Los
jóvenes veteranos de guerra esperaban que el estado les recompensara por su
sufrimiento y sus sacrificios «con una mayor confianza y más derechos de
participación, y no sólo con abonos de autobús gratuitos». Entre ellos había futuros
librepensadores que, tras la muerte de Stalin, participarían en el deshielo social y
cultural y que al final apoyarían las reformas de Mijail Gorbachov.[9]
Ningún otro acontecimiento desde la Revolución rusa configuró las identidades
nacionales del pueblo soviético como la experiencia de la guerra. Este fenómeno
afectó especialmente a la etnia rusa, cuya conciencia nacional había sido bastante
débil en comparación con otros grupos étnicos de la URSS.[10] A partir de mediados
de los años treinta, el partido y las burocracias del estado se nutrieron principalmente
de rusos, y la historia de Rusia se convirtió en la espina dorsal de una nueva doctrina
oficial del patriotismo. Las películas, las obras de ficción y los libros de historia
presentaban a la URSS como la sucesora de la Rusia imperial. Príncipes y zares, los
«forjadores» del gran imperio, pasaron a ocupar el lugar del «proletariado
internacional» en el panteón de los héroes. Pero fue la invasión alemana lo que
proporcionó a los rusos un nuevo sentimiento de unidad nacional.[11] Nikolai
Inozemtsev, sargento de los servicios de inteligencia de artillería y futuro director del
Instituto para la Economía Mundial y las Relaciones Internacionales, escribía en su
diario la siguiente observación en julio de 1944: «La rusa es la nación con más
talento y mejor dotada del mundo, con capacidades ilimitadas. Rusia es el mejor país
del mundo, pese a todas nuestras deficiencias y desviaciones». Y el Día de la Victoria
añadió: «Los corazones de todos nosotros rebosan orgullo y alegría: “¡Nosotros, los
rusos, podemos hacer lo que nos propongamos!”. Ahora, todo el mundo es consciente
de ello. Y esta es la mejor garantía para nuestra seguridad en el futuro».[12]
La guerra también puso de manifiesto las facetas más desagradables y reprimidas
del ejército soviético. El estalinismo convirtió en víctima al pueblo soviético, pero
también agotó sus reservas de decencia. Muchos reclutas del ejército soviético habían
crecido como chusma callejera, como niños de los suburbios, y nunca habían
adquirido las costumbres propias de una vida urbana civilizada.[13] Cuando millones
de oficiales y soldados soviéticos cruzaron las fronteras de Hungría, Rumanía y el
Tercer Reich, algunos de ellos perdieron su conciencia moral en medio del frenesí del
saqueo, del alcohol, de la destrucción del bien ajeno, del asesinato de civiles y de la
violación sexual. La población civil y la propiedad privada de lo que quedó de
Alemania y Austria sufrieron repetidas y feroces oleadas de violencia por parte de los
soldados rusos.[14] Un periodista militar soviético, Gregori Pomerants, quedó
impactado al finalizar la guerra por «las atrocidades cometidas por héroes que habían

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avanzado cruzando las líneas de fuego desde Stalingrado hasta Berlín». ¡Qué lástima
que el pueblo ruso no hubiera mostrado esa misma energía para reclamar sus
derechos civiles![15]
Un nuevo patriotismo centrado en la identidad rusa generó un sentido de
superioridad que justificaba cualquier acto de brutalidad. La batalla de Berlín se
convertiría en la piedra angular de ese nuevo sentimiento de grandeza y poder ruso.
[16] La nueva mitología de la victoria reprimió cualquier recuerdo de la reciente

carnicería (innecesaria desde el punto de vista militar) y la brutalidad empleada


contra los civiles. Y el culto a Stalin pasó a ser un fenómeno de masas, admitido
ampliamente por millones de rusos y no rusos. Un veterano de guerra y escritor,
Victor Nekrasov, recordaría: «Los vencedores están por encima de cualquier juicio.
¡Habíamos perdonado a Stalin todos sus crímenes!».[17] Durante décadas, millones y
millones de veteranos de guerra han celebrado el Día de la Victoria como una fiesta
nacional, y muchos de ellos brindan por Stalin como su caudillo de la victoria.
En la vida real, las consecuencias positivas y negativas de la guerra se
entremezclaron y se difuminaron. Las chucherías, la ropa, los relojes y otros trofeos
europeos traídos a Rusia como botín tuvieron el mismo efecto que los productos
norteamericanos con los que Estados Unidos ayudó a los aliados al término de la
guerra: hicieron que los soldados y los obreros rusos, y sus familiares, fueran más
conscientes de que no vivían en el mejor mundo posible, a diferencia de lo que
proclamaba la propaganda del estado.[18] Los mismos veteranos de guerra que
saquearon y hostigaron a la población civil europea empezaron a desairar
abiertamente a los oficiales del NKVD y el SMERSH, los temibles departamentos de
la policía secreta. Algunos llegaron a desafiar públicamente a los propagandistas
oficiales, y no se les haría callar en las reuniones de partido. Según numerosos
informes, oficiales y soldados se enfrentaron a las autoridades locales, e incluso
distribuyeron panfletos instando al «derrocamiento del poder de la injusticia». El
SMERSH informó de que varios oficiales murmuraban que «hay que volar por los
aires este burdel socialista y mandarlo al infierno». Esta actitud se daba
especialmente entre los soldados soviéticos destacados en Austria, Alemania Oriental
y Checoslovaquia.[19]
Pero la actitud rebelde nunca desembocó en una rebelión. Cuando pasó el
momento de los grandes esfuerzos extremos de la guerra, la mayor parte de los
veteranos cayó en un estupor social e intentó adaptarse a la vida cotidiana. Pomerants
recuerda que «en el otoño de 1946 muchos soldados y oficiales desmovilizados
perdieron toda su fuerza de voluntad y se volvieron unos blandos». En la vida de
posguerra, añade, «todos nosotros, con nuestras condecoraciones, medallas y
menciones, nos convertimos en nada». En las zonas rurales, en los pueblos y en los
suburbios de las ciudades, muchos acabaron alcoholizados, convertidos en
vagabundos o ladrones. En Moscú, Leningrado y otros grandes centros urbanos, los
jóvenes líderes en potencia que había entre los veteranos fueron descubriendo que el

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único camino para culminar sus aspiraciones sociales y políticas era emprender una
carrera en el partido. Algunos tomaron ese camino. Muchos más fueron los que
encontraron su vía de escape a través de un intenso aprendizaje, aunque también en lo
que más gusta a los jóvenes: las aventuras amorosas y la diversión.[20]
En gran medida, aquella pasividad fue fruto del estado de convulsión y del
agotamiento que sufrieron muchos veteranos cuando regresaron a casa. Poco después
de su desmovilización, Alexander Yakovlev, futuro apparatchik del partido y
seguidor de Gorbachov, mientras se encontraba en la estación de tren de su ciudad
observando los vagones que trasladaban a los prisioneros de guerra soviéticos desde
los campos de concentración alemanes hasta los campos de trabajo soviéticos en
Siberia, se dio cuenta repentinamente de otras duras realidades de la vida de su país:
niños hambrientos, la confiscación de grano a los campesinos y las condenas de
reclusión por delitos menores. «Cada vez resultaba más evidente que todo el mundo
mentía», comenta a propósito del triunfalismo público que se desató al finalizar la
guerra.[21] Otro veterano, el futuro filósofo Alexander Zinoviev, recordaría: «la
situación del país resultó mucho peor de lo que imaginábamos por los rumores que
corrían, viviendo [con el ejército de ocupación soviético en el extranjero] en medio
de un fabuloso bienestar. La guerra agotó los recursos del país».[22] La guerra hizo
estragos principalmente en las zonas rurales de Rusia, Ucrania y Bielorrusia: algunas
regiones perdieron a más de la mitad de los «trabajadores de sus granjas colectivas»,
en su mayoría varones.[23]
A diferencia de los soldados norteamericanos, que por lo general encontraron una
situación próspera cuando volvieron a su país y se reincorporaron con facilidad a la
vida familiar como civiles, a los veteranos de guerra soviéticos les aguardaría a su
regreso un sinfín de tragedias de vidas arruinadas, el sufrimiento de los que habían
acabado mutilados o lisiados y las vidas rotas de millones de viudas y huérfanos.
Había unos dos millones de personas reconocidas oficialmente como «inválidas» con
minusvalías físicas o problemas mentales. Incluso cayeron algunos veteranos
aparentemente sanos, víctimas de enfermedades inexplicables; los hospitales estaban
abarrotados de pacientes jóvenes.[24]
El pueblo soviético ansiaba paz y estabilidad después de la guerra. Una sensación
de cansancio de los conflictos bélicos y de los valores militares se adueñó de la
sociedad urbana y rural de la URSS. Ya no quedaba nada de aquel patrioterismo y
aquel nacionalismo romántico que a finales de los años treinta habían inspirado a la
juventud, especialmente a la más culta, tanto a hombres como a mujeres.[25] Por otro
lado, la cultura de xenofobia y el mito estalinista del asedio hostil permanecían
arraigados en las masas. El ciudadano medio solía creer la propaganda oficial que
culpaba a los aliados occidentales de la falta de mejoras inmediatas y de los
resultados tan poco satisfactorios de la guerra. Y lo que es más importante, el pueblo
soviético carecía del vigor y las instituciones necesarias para seguir con la
«progresiva desestalinización» comenzada durante la Gran Guerra Patriótica. Muchos

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veneraban más que nunca a Stalin como gran líder.[26] El pueblo ruso en concreto no
supo transformar su sorprendente despertar nacional durante la guerra en una cultura
de autoestima del individuo ni en una acción civil autónoma. Para grandes sectores de
la sociedad rusa, el triunfo en la Segunda Guerra Mundial quedaría vinculado para
siempre a la idea de gran potencia, de gloria colectiva y de luto ritual por los caídos.
[27] Cuando empezara la Guerra Fría, esos sentimientos de las masas serían de gran

utilidad para Stalin. Lo ayudarían a llevar a cabo su política exterior y a acabar con
cualquier forma de descontento y disensión que pudiera surgir en el interior.

TENTACIONES DEL «IMPERIALISMO SOCIALISTA»

Las élites soviéticas opinaban que la victoria era fruto de su esfuerzo colectivo, y no
del liderazgo de Stalin exclusivamente. El 24 de mayo de 1945, en el curso de un
suntuoso banquete celebrado en el Kremlin en honor de los mandos del Ejército Rojo,
ese sentimiento se hizo prácticamente palpable, y dio la impresión de que Stalin cedía
ante él. Pavel Sudoplatov, agente del NKVD y organizador del movimiento de
guerrillas durante la guerra, recordaría: «nos miró a todos, jóvenes generales y
almirantes, como si fuéramos la generación que él había criado, sus hijos y
herederos». ¿Estaba dispuesto Stalin a llevar las riendas del país junto con la nueva
clase dirigente (la nomenklatura) del mismo modo que había aprendido a confiar en
ella durante la guerra?[28]
Por otro lado, la victoria y el avance sin precedentes del poder soviético hasta el
corazón de Europa venían a estrechar los lazos existentes entre las élites y Stalin.
Mikoyan recordaría su sentimiento de júbilo por la asociación de camaradería que
volvió a surgir alrededor de la persona de Stalin durante la guerra. Estaba firmemente
convencido de que las sangrientas purgas de los años treinta no iban a repetirse. «Una
vez más», comentaría, «los que colaboraban con Stalin sentían afecto por él y
confiaban en su criterio». Ese mismo sentimiento de afecto y esa misma confianza
eran compartidos por miles de funcionarios y oficiales del ejército, la política y la
economía.[29] La mayoría rusa y rusificada que servía en la burocracia civil y militar
veneraba a Stalin no sólo como líder de la guerra, sino también como líder nacional.
Durante la guerra, el término derzhava («gran potencia») pasó a formar parte del
léxico oficial. Las películas y las novelas glorificaban a los príncipes y zares rusos
que habían construido un estado ruso fuerte frente a la amenaza que suponían los
enemigos externos e internos. En el mismo banquete del que habla Sudoplatov, Stalin
alzó su copa para brindar «por la salud del pueblo soviético». El dictador colmó de
elogios al pueblo ruso por su singular paciencia y su lealtad al régimen: haciendo gala
de «una mente clara, un carácter firme y un gran tesón», había realizado heroicos
sacrificios, convirtiéndose así en «la fuerza decisiva que garantizó la histórica

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victoria».[30] De ese modo, en vez de ensalzar a todos los oficiales soviéticos por
igual, Stalin puso por delante a los rusos.
Se emprendieron campañas de rusificación en las nuevas regiones fronterizas de
la URSS, principalmente en el Báltico y en Ucrania. Ello supuso algo más que una
simple presión cultural; en la práctica comportó la deportación forzosa a Siberia y
Kazajstán de cientos de miles de letones, lituanos, estonios y ciudadanos de Ucrania
Occidental. En sus hogares se instalaron decenas de millares de emigrantes
procedentes de Rusia, la Rusia Blanca y del sector oriental de Ucrania (de lengua
rusa). La policía secreta y la Iglesia ortodoxa restaurada, cuyo patriarcado se hallaba
bajo control estatal, tomaron las medidas pertinentes para apartar del control del
Vaticano a las iglesias católicas fronterizas, y también a las parroquias de la Iglesia
greco-católica ucraniana, que se sometían a la autoridad papal.[31]
Los rusos fueron ascendidos a los sectores más importantes y delicados del
aparato estatal, sustituyendo a los no rusos, especialmente a los judíos. El sistema
burocrático de Stalin descubrió durante la Segunda Guerra Mundial, en palabras de
Yuri Slezkine, que «los judíos, como nacionalidad soviética, eran en esos momentos
una diáspora étnica» con demasiados contactos en el extranjero. Esto significaba
también que la intelligentsia soviética, en la que los judíos eran el grupo más
numeroso, «no era verdaderamente rusa, y por lo tanto tampoco era plenamente
soviética». Antes incluso de que las tropas soviéticas descubrieran los campos de
exterminio nazis de Polonia, el jefe de la propaganda soviética, Alexander
Scherbakov, siguiendo órdenes de Stalin, lanzó una campaña secreta para «purificar»
de judíos el partido y el estado. Se decidió ocultar toda información relativa al
heroísmo de esa comunidad durante la guerra, así como los horribles testimonios del
holocausto. Muchos ciudadanos soviéticos empezaron a contemplar a los judíos como
los primeros en huir del enemigo, buscando refugio en la retaguardia, y los últimos en
marchar al frente. Un sentimiento popular de antisemitismo se propagó como el
fuego, apoyado e incitado ahora por las autoridades. Cuando acabó la guerra, la purga
de judíos planificada en el aparato estatal se extendió rápidamente a todas las
instituciones soviéticas.[32]
La manipulación de los símbolos tradicionales y las instituciones y la aparición
del antisemitismo oficial conllevarían importantes riesgos a largo plazo para el estado
estalinista. Los rusos elogiaban al gran líder, pero los ucranianos y otras
nacionalidades se sentían insultados e incluso ofendidos. Muchos oficiales y
numerosos personajes públicos, judíos y no judíos, vieron en el antisemitismo estatal
un duro golpe contra su fe en el «internacionalismo» comunista. En el corazón de las
burocracias soviéticas se abrieron grietas y fisuras como consecuencia de la
manipulación de los sentimientos nacionalistas por parte de Stalin, pero esto sólo se
descubriría mucho más tarde.[33]
Otro lazo que unía al líder del Kremlin con las élites soviéticas era su chovinismo
de gran potencia y su afán expansionista. Tras la victoria de Stalingrado, la Unión

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Soviética asumió un papel principal en la coalición de las grandes potencias, y este
hecho tendría un efecto intoxicador en muchos miembros de la nomenklatura
soviética. Incluso algunos «viejos bolcheviques» como Ivan Maiski o Maxim
Litvinov comenzaron a hablar utilizando el lenguaje de la expansión imperialista,
planeando crear esferas soviéticas de influencia y tener acceso a rutas marítimas
estratégicas. En enero de 1944 Maiski escribía a Stalin y a Viacheslav Molotov,
comisario de asuntos exteriores, diciéndoles que, después de la guerra, la URSS debía
posicionarse de manera que resultara «impensable» para cualquier combinación de
estados europeos o asiáticos suponer una amenaza a la seguridad soviética. Sugería la
anexión del sur de Sajalín y el archipiélago de las Kuriles que se encontraban bajo el
dominio nipón. También proponía que la URSS debía disponer de «un número
suficiente de bases militares, aéreas y navales» en Finlandia y Rumanía, así como de
rutas estratégicas de acceso al golfo Pérsico a través de Irán.[34] En noviembre de
1944 Litvinov remitió un memorándum a Stalin y a Molotov en el que se
especificaba que, una vez acabada la guerra, la esfera de influencia soviética en
Europa (sin concretar la naturaleza de dicha «influencia») debía extenderse a
Finlandia, Suecia, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Rumanía, «los países eslavos
de la península balcánica e incluso Turquía». En los meses de junio y julio del año
siguiente afirmó que la URSS debía penetrar en zonas de influencia británica tan
tradicionales como el canal de Suez, Siria, Libia y Palestina.[35]
El antiguo secretario general de la Komintern, por entonces jefe del nuevo
departamento del partido para información internacional, Georgi Dimitrov,
consideraba que el Ejército Rojo era un instrumento de la historia más importante que
los propios movimientos revolucionarios. A finales de julio de 1945, mientras Stalin
y Molotov mantenían las negociaciones en Potsdam con los líderes occidentales,
Dimitrov y su lugarteniente, Alexander Paniushkin, les escribieron en los siguientes
términos: «En la situación internacional actual, los países de Oriente Medio están
adquiriendo cada vez más relevancia, y es preciso que les prestemos nuestra mayor
atención. Debemos analizar activamente la situación de dichos países y tomar ciertas
medidas en interés de nuestro estado».[36]
Ese espíritu de «imperialismo socialista» reinante entre los oficiales soviéticos se
solapaba con los objetivos y las ambiciones de Stalin. El líder del Kremlin sabría
aprovecharse de ello pues, una vez concluida la guerra, seguiría construyendo la
Unión Soviética como una superpotencia militar.
La retórica de Stalin en el sentido de que todos los eslavos debían unirse frente al
resurgimiento de una futura amenaza alemana tendría una gran resonancia entre la
mayor parte de los oficiales soviéticos. Cuando en marzo de 1945 el ministro de la
producción de carros armados, Viacheslav Malishev, escuchó a Stalin hablar de los
«nuevos leninistas eslavófilos», escribió lleno de entusiasmo en su diario acerca de
«todo un programa a desarrollar en los años venideros». No tardó en difundirse una
nueva versión del paneslavismo entre los burócratas de Moscú. El general ruso

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Alexander Gundorov, jefe del Comité Paneslavo patrocinado por el estado, programó
la convocatoria de un primer Congreso Eslavo a comienzos de 1946, tras asegurar al
Politburó que ya había un «nuevo movimiento de masas de países eslavos».
Leonid Baranov, supervisor de dicho comité en el aparato del partido central,
comenzó a definir al pueblo ruso como el hermano mayor del polaco. Molotov, al
final de sus días, consideraba al ruso el único pueblo en posesión de una «aptitud
interna» para llevar a cabo empresas «de gran envergadura». Para muchos
funcionarios y oficiales rusos, la distinción entre la expansión de la influencia y las
fronteras soviéticas por razones ideológicas y de seguridad y el tradicional
chovinismo ruso de gran potencia se haría cada vez más borrosa.[37]
Para muchos altos oficiales y jefes militares de la Unión Soviética en la Europa
ocupada, el imperialismo se convirtió en una cuestión de interés personal. Dejaron a
un lado el código bolchevique de modestia y aversión a las propiedades y actuaron
como conquistadores españoles, dedicándose a acumular botín de guerra. El mariscal
Georgi Zhukov transformaría sus casas de Rusia en verdaderos museos llenándolos
de costosas piezas de porcelana y pieles, cuadros, terciopelo, oro y seda. Alexander
Govolanov, mariscal de las fuerzas aéreas soviéticas, desmanteló la casa de campo de
Goebbels para trasladarla a Rusia. El general del SMERSH Ivan Serov se apropió de
los tesoros hallados en un escondite, entre los cuales supuestamente figuraba la
corona del rey de los belgas.[38] Otros mariscales, generales y jefes de la policía
secreta soviéticos tampoco tuvieron reparos en llenar las bodegas de los aviones con
cargamentos de lencería, cuberterías y muebles, así como de oro, antigüedades y
cuadros que volaron hasta la URSS. Durante los primeros meses de caos en
Alemania, los soviéticos, en su mayoría jefes militares y altos funcionarios, enviaron
a su país unos cien mil vagones de tren repletos de «materiales de construcción»
diversos y «artículos para el hogar». Entre los objetos incautados había sesenta mil
pianos, cuatrocientos cincuenta y nueve mil aparatos de radio, ciento ochenta y ocho
mil alfombras, casi un millón de «piezas de mobiliario», doscientos sesenta y cuatro
mil relojes de pared y de pie tipo carillón, seis mil vagones llenos de papel,
quinientos ochenta y ocho llenos de vajillas y artículos de porcelana, tres millones
trescientos mil pares de zapatos, un millón doscientos mil abrigos, un millón de
sombreros y siete millones cien mil prendas de confección entre abrigos, vestidos,
camisas y ropa interior. Alemania se convertiría para los soviéticos en un gran centro
comercial en el que todo les salía gratis.[39]
Incluso a juicio de algunos oficiales menos rapaces, el gran sufrimiento de la
Unión Soviética durante la guerra y el ingente número de caídos justificaban esas
indemnizaciones de guerra en Alemania y sus países satélites. En febrero de 1945
Ivan Maiski, jefe del destacamento especial para indemnizaciones de guerra, escribía
las siguientes líneas en su diario mientras atravesaba Rusia y Ucrania para dirigirse a
la Conferencia de Yalta: «Las marcas de la guerra salpican todo el camino: edificios
destruidos a uno y otro lado de la carretera, vías férreas cortadas, aldeas incendiadas,

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tuberías rotas, escombros, puentes bombardeados». Maiski hacía referencia al
sufrimiento del pueblo soviético para defender el derecho a recibir indemnizaciones
más elevadas y para apoyar el envío a la Unión Soviética de material industrial
alemán.[40] También se podía oír el argumento de que las pérdidas soviéticas
justificaban el imperialismo y el expansionismo de posguerra. En Leningrado los
confidentes de la policía secreta informaron de que un catedrático de filosofía se
había pronunciado en los siguientes términos: «No soy chovinista, pero la cuestión
del territorio polaco y la de nuestras relaciones con países vecinos me preocupan
muchísimo después del gran número de bajas que hemos sufrido». Más tarde este
razonamiento se convertiría en una idea popular para justificar el predominio de la
URSS en Europa Oriental y sus pretensiones territoriales en países vecinos.[41]
El historiador Yuri Slezkine comparaba la Unión Soviética de Stalin con un «piso
comunal» en el que todas las grandes nacionalidades («con título») poseían
«habitaciones» independientes, pero «compartían servicios» comunes, como, por
ejemplo, el ejército, la seguridad y la política exterior.[42] No obstante, los líderes de
las repúblicas, como hacían los que vivían en los verdaderos pisos comunales
soviéticos, abrigaban intereses particularistas tras la lealtad que expresaban al ethos
colectivista. En la práctica, vieron en la victoria obtenida en la Segunda Guerra
Mundial el momento idóneo para expandir sus fronteras a costa de los vecinos. Los
oficiales soviéticos de Ucrania, la Rusia Blanca, Georgia, Armenia o Azerbaiyán
también desarrollaron un afán imperialista mezclado con aspiraciones nacionalistas.
Los oficiales del partido ucraniano formaban, después de los rusos, el grupo más
numeroso e importante de la nomenklatura. Se regocijaban de que en 1939, tras la
firma del pacto nazi-soviético, Ucrania Occidental había pasado a formar parte de la
URSS. En 1945 Stalin anexionó los territorios de Rutenia y Bukovina pertenecientes
a Hungría y Eslovaquia, añadiéndolos a la Ucrania soviética. Pese a los numerosos
crímenes perpetrados por el régimen contra su pueblo, los dirigentes comunistas
ucranianos ahora adoraban a Stalin como el unificador de los territorios de Ucrania.
Stalin se dedicó a cultivar ese sentimiento de manera deliberada. En una ocasión,
mientras observaba en presencia de oficiales rusos y no rusos cómo había quedado el
mapa soviético después de la guerra, el dictador dijo con satisfacción que había
«devuelto unos territorios históricos», otrora bajo dominio extranjero, a Ucrania y
Bielorrusia.[43]
Los líderes armenios, azeríes y georgianos no podían actuar como lobbies
nacionalistas. Pero lograrían desarrollar sus proyectos como parte de la construcción
de la gran potencia soviética. Cuando las tropas soviéticas llegaron a las fronteras
occidentales de la URSS y llevaron a cabo la «reunificación» de Ucrania y
Bielorrusia, los líderes de Georgia, Armenia y Azerbaiyán empezaron a pensar en voz
alta acerca de la posibilidad de recuperar una serie de «territorios ancestrales» que
pertenecían a Turquía y a Irán y de reincorporar a la URSS a sus hermanos de etnia
residentes en esos lugares. Molotov recordaría en los años setenta que en 1945 los

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líderes del Azerbaiyán soviético «quisieron duplicar la extensión de su república a
expensas de Irán. También intentamos reclamar una región situada al sur de Batum,
pues otrora ese territorio turco estuvo habitado por georgianos. Los azeríes quisieron
anexionarse la parte azerí, y los georgianos la georgiana. Y quisimos devolver el
Ararat a los armenios».[44] Los documentos de los archivos ponen de manifiesto que
hubo una sinergia entre los objetivos estratégicos de Stalin y las aspiraciones
nacionalistas de los apparatchiks comunistas del sur del Cáucaso (véase el capítulo
2).
El hecho de que la adquisición de nuevos territorios y de nuevas esferas de
influencia evocara a los líderes soviéticos, fueran rusos o no, los demonios del
expansionismo y el nacionalismo proporcionó la energía necesaria al proyecto de Pax
Soviética de posguerra concebido por Stalin. Mientras las élites del partido y del
estado ambicionaran la anexión de territorios pertenecientes a países vecinos y
participaran en el saqueo de Alemania, más fácil le resultaría a Stalin controlarlas. El
proyecto imperial empezó, pues, a absorber unas fuerzas que, de lo contrario, habrían
podido trabajar contra el régimen estalinista.

LOS SOVIÉTICOS Y ESTADOS UNIDOS

El ataque de Hitler a la URSS el 22 de junio de 1941, y el ataque japonés a Estados


Unidos el 7 de diciembre de ese mismo año, llevó a la unión de las dos naciones por
primera vez en la historia. Los soviéticos se hicieron con un aliado poderoso y lleno
de recursos. Franklin Delano Roosevelt y los partidarios del New Deal se
convirtieron en socios estratégicos de Stalin en la Gran Alianza contra las potencias
del Eje, probablemente en los más generosos que tendría nunca. Incluso cuando los
nazis avanzaban hacia el Volga, Roosevelt invitaría a los soviéticos a convertirse en
coorganizadores de la comunidad de seguridad de posguerra. A finales de mayo de
1942, en el curso de unas negociaciones celebradas en Washington, el presidente
estadounidense advirtió a Molotov de la «necesidad de crear una fuerza policial
internacional» con el fin de prevenir cualquier tipo de conflicto bélico «en los
siguientes veinticinco o treinta años». Después de la guerra, añadió Roosevelt, «los
ganadores, esto es, Estados Unidos, Inglaterra y la URSS, deben conservar todo su
armamento». Alemania y sus satélites, esto es, Japón, Francia, Italia, Rumanía,
Polonia y Checoslovaquia, «deben ser desarmados». Los cuatro «policías de
Roosevelt» —Estados Unidos, Reino Unido, la URSS y China— «se encargarán de
mantener la paz incluso por la fuerza». Esta insólita propuesta pilló a Molotov por
sorpresa, pero al cabo de dos días Stalin le ordenó «comunicar a Roosevelt sin
demora» que tenía toda la razón. En su resumen de las conversaciones americano-
soviéticas de 1942, Stalin hacía hincapié en «un acuerdo con Roosevelt para la
creación después de la guerra de una fuerza militar internacional con la finalidad de
prevenir agresiones».[45]

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Para evitar que el sector conservador antisoviético se hiciera eco de ese plan y
mostrara su oposición, Roosevelt, su mano derecha Harry Hopkins y otros partidarios
del New Deal mantuvieron con el Kremlin una serie de canales de información tanto
formales como extraoficiales. Más tarde, su insólita y franca actitud dio lugar a que
varios partidarios del New Deal (probablemente incluso Hopkins) fueran acusados de
ser, de facto, agentes de influencia de los soviéticos.[46] Esa «transparencia» de la
administración norteamericana y la evidente simpatía que demostró Roosevelt hacia
los soviéticos durante la Conferencia de Teherán (28 de noviembre-1 de diciembre de
1943), y más aún en el curso de la Conferencia de Yalta (4-12 de febrero de 1945),
parecían poner de manifiesto los deseos del presidente de asegurar una colaboración
duradera con la URSS después de la guerra.
Los mandatarios soviéticos, representantes de diversas élites burocráticas,
desarrollaron posturas poco claras, y a menudo contradictorias, hacia su aliado
norteamericano. Desde hacía mucho tiempo Estados Unidos había suscitado un
sentimiento de respeto y admiración entre las élites soviéticas partidarias del
desarrollo tecnológico, que a partir de los años veinte se habían comprometido a
convertir Rusia en «una nueva América más esplendorosa». «Taylorismo» y
«fordismo» (palabras derivadas de los nombres de Frederick Taylor y Henry Ford, los
mayores exponentes de la teoría y la práctica de las tecnologías de producción
organizada) eran términos habituales entre los directivos y los ingenieros de la
industria soviética.[47] A mediados de los años veinte el mismísimo Stalin instó a los
cuadros soviéticos a combinar «el modelo revolucionario ruso» con «el enfoque
comercial americano». Durante la campaña de industrialización de 1928-1936,
centenares de directivos y de ingenieros rojos, incluido el miembro del Politburó
Anastas Mikoyan, viajaron a Estados Unidos para adquirir conocimientos de
producción en serie y de administración de industrias modernas, como, por ejemplo,
fabricación de maquinaria, metalurgia, tratamientos de productos o industria láctea,
entre otras. Los soviéticos importaron todo tipo de conocimientos norteamericanos,
incluida toda la tecnología relativa a la producción y preparación de helados, perritos
calientes y sodas, así como a la organización de grandes almacenes (siguiendo el
patrón de Macy’s).[48]
Los contactos durante la guerra y especialmente los envíos de ayuda
norteamericanos vendrían a confirmar una percepción generalizada de Estados
Unidos como el país en posesión de un poder económico-tecnológico excepcional.[49]
En su círculo más íntimo el propio Stalin reconocería que si los norteamericanos y los
británicos «no nos hubieran apoyado con sus ayudas, habríamos sido incapaces de
hacer frente a Alemania debido a las cuantiosas pérdidas que habíamos sufrido» entre
1941 y 1942.[50] Buena parte de la ropa y otros artículos de consumo destinados a la
población civil fueron incautados por los burócratas. Lo poco que quedó fue repartido
entre unos cuantos beneficiados que se sintieron sumamente agradecidos. Los
programas de propaganda de guerra y los envíos de ayuda estadounidenses también

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permitieron que penetraran influencias culturales norteamericanas en la sociedad
soviética. Diversas películas de Hollywood, como, por ejemplo, Casablanca,
estuvieron al alcance de las altas jerarquías y sus familias. En la embajada de Estados
Unidos, George Kennan, escéptico respecto a la capacidad de Occidente de influir en
Rusia, manifestaría que la buena voluntad generada por las proyecciones fílmicas «no
debe ser valorada en exceso».[51] Entre 1941 y 1945 miles de oficiales del ejército
soviético, de representantes comerciales y de agentes de los servicios de inteligencia
recorrieron Estados Unidos de este a oeste y de norte a sur. El dinamismo y el nivel
del sistema de vida norteamericano provocó entre esos visitantes una diversidad de
sentimientos contradictorios: hostilidad ideológica, fascinación, perplejidad y
envidia. Estos soviéticos recordarían posteriormente durante décadas sus viajes a lo
largo y ancho de Estados Unidos y compartirían sus impresiones con hijos y
parientes.[52]
Al mismo tiempo, la visión cultural e ideológica de las élites soviéticas empezaba
a modelar su percepción de Norteamérica y los norteamericanos. Muy pocos
funcionarios soviéticos, ni siquiera los de mayor rango, eran capaces de comprender
el funcionamiento de Estados Unidos y su sociedad. El embajador de la URSS en
Washington, Alexander Troyanovski, que había desempeñado ese mismo cargo en
Tokio, llegaría a expresar su perplejidad ante el hecho de que «mientras Japón podría
compararse con un piano, Estados Unidos constituía toda una orquesta sinfónica».[53]
La inmensa mayoría de los burócratas soviéticos crecieron en un ambiente
aislacionista y xenófobo. Hablaban una «neolengua» soviética, por lo demás
intraducible a cualquier otro idioma.[54] Algunos funcionarios soviéticos
consideraban que los norteamericanos de clase alta los trataban, en el mejor de los
casos, con condescendencia, esto es, siempre desde una posición de superioridad
material y cultural. El mariscal Fedor Golikov, jefe del servicio de inteligencia del
ejército soviético (GRU), que presidió la delegación militar enviada a Estados
Unidos, se enfureció por la actitud de Harry Hopkins, el ayudante de Roosevelt y uno
de los más firmes partidarios de la colaboración entre las dos potencias. Golikov
describiría a Hopkins en su diario como «un fariseo sin reservas», «el lacayo del gran
jefe», que decidió que «nosotros, el pueblo del estado soviético, debemos
comportarnos en su presencia como mendigos, debemos aguardar pacientemente y
expresar gratitud por recibir las migajas de la mesa del gran señor». Mucho tiempo
después, Molotov expresaría unos sentimientos parecidos hacia el propio Franklin
Delano Roosevelt: «Roosevelt creía que los rusos llegarían y se inclinarían ante
América, que pedirían limosna humildemente, porque [Rusia] es un país pobre, sin
industria, sin pan, y no les queda otro remedio. Pero nuestra percepción era bien
distinta. Nuestro pueblo estaba dispuesto a sacrificarse y a luchar».[55]
Muchos militares y burócratas soviéticos seguían convencidos, a pesar de la
ayuda enviada a la URSS cruzando todo el Atlántico Norte, de que Estados Unidos
estaba retrasando deliberadamente su ofensiva en Europa a la espera de que los rusos

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acabaran con buena parte del ejército alemán, o quizá lo contrario.[56] Las élites
soviéticas consideraban que la ayuda norteamericana no era más que un modo de
compensar la enorme contribución de la URSS durante la guerra; por esa razón nunca
se molestaron en expresar agradecimiento ni en mostrar una postura de reciprocidad a
sus aliados norteamericanos, provocando una enorme irritación entre los
estadounidenses que trataron con ellas. En enero de 1945 Molotov sorprendió a
algunos norteamericanos, y ofendió a otros, cuando presentó a Estados Unidos una
solicitud oficial de préstamos que sonaba más a una exigencia que a la petición de un
favor. Se trató, por lo visto, de otro caso en el que Molotov se negaba a «mendigar las
migajas de la mesa del gran señor». En los altos círculos soviéticos existía también la
convicción de que a los norteamericanos les interesaba la concesión de préstamos a
Rusia como medida paliativa ante la inevitable crisis económica de posguerra. Los
agentes de los servicios de inteligencia soviéticos intentaron averiguar los secretos de
la industria y la tecnología de Estados Unidos, con la colaboración de un sinfín de
simpatizantes movidos por el idealismo. Los soviéticos actuaban como esos
huéspedes que, pese a recibir generosas muestras de ayuda y hospitalidad, se
apropian sin miramientos de los tesoros más preciados de su anfitrión.[57]
La política de Roosevelt de tratar a la URSS como socio paritario y gran potencia
sólo sirvió para avivar los caprichos de las autoridades soviéticas. A finales de 1944
Stalin solicitó a Roosevelt que accediera al restablecimiento de los «antiguos
derechos de Rusia violados por el ataque traicionero de Japón en 1904».[58] Roosevelt
se mostró de acuerdo y ni siquiera insistió en la necesidad de conocer mejor los
detalles de esa petición. Stalin, satisfecho, hizo la siguiente observación a Andrei
Gromiko, su embajador en Washington: «América ha adoptado la postura correcta.
Esto es sumamente importante para nuestras futuras relaciones con Estados Unidos».
[59] En Moscú eran muchos los que esperaban una indulgencia similar con los planes

soviéticos para Europa Oriental. A finales de 1944 los jefes de los servicios secretos
soviéticos llegaban a la conclusión de que «ni los americanos ni los británicos tienen
una política clara y definida en lo referente al futuro de los países [de Europa
Oriental] después de la guerra».[60]
La mayor parte de las autoridades soviéticas creían que la cooperación soviético-
estadounidense, pese a los posibles problemas, iba a seguir después de la guerra.
Gromiko llegó en julio de 1944 a la conclusión de que, «pese a todas las dificultades
que puedan surgir de vez en cuando en nuestra relación con Estados Unidos, es
evidente que se dan las condiciones necesarias para que siga produciéndose una
cooperación continuada entre nuestros dos países después de la guerra».[61] Litvinov
consideraba que «prevenir la aparición de un bloque formado por Reino Unido y
Estados Unidos contra la Unión Soviética» constituía uno de los principales objetivos
de la política exterior soviética de posguerra. Contemplaba la posibilidad de
establecer un «pacto de amistad» entre Londres y Moscú cuando Estados Unidos se
retirara de Europa. Y el mismísimo Molotov pensaba lo mismo por aquel entonces:

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«Para nosotros resultaba beneficioso conservar nuestra alianza con América. Era
importante».[62]
Los datos sobre lo que pensaban y opinaban por aquel entonces la minoría
dirigente y los millones de ciudadanos soviéticos son muy escasos. En 1945, sin
embargo, los periódicos y las autoridades del gobierno central de la URSS recibían
mucha correspondencia con una misma pregunta: «¿Nos ayudará Estados Unidos
también después de la guerra?».[63]
La Conferencia de Yalta se convirtió, con la colaboración de Roosevelt, en una
victoria suprema de la habilidad de Stalin como estadista. Del primero al último, los
despachos de los burócratas soviéticos se inundaron de optimismo. En un
memorándum sobre los acuerdos de Yalta que hizo circular la Comisaría de Asuntos
Exteriores entre el cuerpo diplomático soviético destacado en el extranjero se
informaba de lo siguiente: «Hubo una voluntad palpable de llegar a una solución de
compromiso en los asuntos espinosos. Valoramos la conferencia como un hecho
sumamente positivo, sobre todo en lo referente a las cuestiones de Polonia y
Yugoslavia, y a la cuestión de las indemnizaciones por daños de guerra». Los
norteamericanos se abstuvieron incluso de competir con los soviéticos en abril de
1945 por Berlín. En privado, Stalin elogió la «caballerosidad» del general Dwight
Eisenhower, comandante en jefe de los aliados en Europa, en ese sentido.[64]
De hecho, Roosevelt murió precisamente cuando sus sospechas acerca de las
verdaderas intenciones de los soviéticos empezaron a confirmarse y a chocar con sus
deseos de cooperación después de la guerra. El presidente norteamericano montó en
cólera cuando tuvo noticia de los métodos de ocupación soviéticos en Europa
Oriental, y tuvo un agrio intercambio de palabras con Stalin por el que se conoce
como incidente de Berna.[65] El fallecimiento repentino de Roosevelt el 12 de abril de
1945 pilló al Kremlin completamente por sorpresa. Cuando acudió a la embajada
norteamericana, la Casa Spaso de Moscú, para firmar en el libro de condolencias,
Molotov «parecía sinceramente conmovido y disgustado». Incluso Stalin, según
indica uno de sus biógrafos, se sintió turbado por la muerte de Roosevelt.[66] Aquel
importante socio en la guerra, y probablemente en la paz, con el que había alcanzado
un alto grado de familiaridad, había abandonado este mundo. El nuevo presidente de
Estados Unidos, Harry S. Truman, era un desconocido, y algunas palabras del político
de Missouri herían los oídos soviéticos. Esta preocupación explica la reacción que
tuvo Molotov en su primer encuentro tormentoso con Truman el 23 de abril de 1945.
El presidente norteamericano culpó a los soviéticos de violar los acuerdos de Yalta en
lo referente a Polonia, y dio por terminada la reunión sin esperar siquiera a que
Molotov pudiera refutar aquella acusación. El ministro de Asuntos Exteriores,
aturdido y perplejo, pasó largas horas en la embajada soviética en Washington
redactando un cablegrama para Stalin con un informe del encuentro. Gromiko, que
también estuvo presente, llegaría a la conclusión de que Molotov «temía que Stalin lo
convirtiera en chivo expiatorio en ese asunto». Al final, Molotov decidió obviar ese

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episodio: su informe de las conversaciones con Truman no hace mención alguna a la
agresividad mostrada por el presidente norteamericano, ni a la forma ignominiosa con
la que Molotov se vio obligado a abandonar la reunión.[67]
Los agentes secretos soviéticos que operaban en Estados Unidos empezaron a
remitir informes en los que se advertía del peligroso cambio de postura de
Washington respecto a la URSS. Sabían perfectamente que muchos grupos, sobre
todo organizaciones católicas y sindicales, por no hablar del gran número de
organizaciones contrarias al New Deal existentes tanto en el partido republicano
como en el demócrata, habían seguido manteniendo durante la Gran Alianza una
postura visceralmente anticomunista y antisoviética. Dichos grupos deseaban romper
todo tipo de lazos con la URSS. Algunos altos cargos del ejército (el general de
brigada Curtis Le May o el general George Patton, entre otros) hablaban abiertamente
de «acabar con los rojos» después de derrotar a «los teutones» y a «los japos».[68]
La primera alarma sonó con fuerza en Moscú a finales de abril de 1945, cuando la
administración Truman cortó repentinamente, y sin avisar, todos los envíos de ayuda
a la URSS. La consecuente pérdida de abastecimientos por un valor de trescientos
ochenta y un millones de dólares supuso un duro golpe para la maltrecha economía
soviética. El Comité de Defensa de Estado (GKO), el órgano nacional que sustituyó
al Politburó del partido durante la guerra, decidió utilizar ciento trece millones de
dólares de las reservas de oro para cubrir el déficit de materiales y productos.[69]
Después de las protestas de Moscú, Estados Unidos reanudó los envíos de ayuda,
achacando aquella interrupción a un error burocrático, pero esa explicación no disipó
las sospechas de la URSS. Los representantes soviéticos en Estados Unidos y muchos
altos cargos de Moscú reaccionaron con indignación reprimida; consideraron
unánimemente el episodio un intento de presionar políticamente a la URSS. Las
órdenes estrictas dadas por Molotov al embajador soviético no ocultaban la cólera del
ministro. «No te metas a hacer peticiones lastimeras. Si Estados Unidos quiere cortar
los envíos, peor para ellos». En este caso, los sentimientos venían a alimentar
políticas unilaterales: la inclinación del Kremlin a confiar exclusivamente en sus
propias fuerzas.[70]
A finales de mayo, el jefe del centro de inteligencia de la Comisaría del Pueblo
para la Seguridad Nacional (el NKGB, sucesor del NKVD) en Nueva York envió un
telegrama a Moscú informando de que ciertos «círculos económicos» que no habían
tenido ninguna influencia en la política exterior de Roosevelt estaban «intentando de
manera organizada producir un cambio en la política de [Estados Unidos] hacia la
URSS». A través de «amigos», comunistas y simpatizantes norteamericanos, el
NKGB tuvo conocimiento de que Truman mantenía relaciones cordiales con
«reaccionarios extremistas» del Senado de Estados Unidos, entre otros con los
senadores Robert Taft, Burton K. Wheeler y Alben Barkley. El telegrama revelaba
que «los reaccionarios abrigan grandes esperanzas de conseguir al final hacerse
totalmente con las riendas de la política exterior [de Estados Unidos], debido en parte

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al hecho de que [Truman] carece claramente de experiencia y conocimientos en esos
asuntos». El mensaje terminaba diciendo: «Como consecuencia de la ascensión al
poder [de Truman], cabe esperar un cambio realmente significativo en la política
exterior de [Estados Unidos]… sobre todo, y ante todo, en lo concerniente a la
URSS».[71]
Los agentes secretos y los diplomáticos soviéticos destacados en Gran Bretaña
advirtieron a Moscú de la nueva postura beligerante de Winston Churchill en
respuesta a las acciones llevadas a cabo por los soviéticos en Europa Oriental,
especialmente en Polonia. El embajador de la URSS en Londres, Fedor Gusev,
informaba a Stalin en los siguientes términos: «Churchill habló sobre Trieste y
Polonia, con gran irritación y abierta inquina. Nos encontramos ahora tratando con un
aventurero sin principios: se siente más cómodo en tiempos de guerra que en tiempos
de paz». Simultáneamente el GRU interceptaría la orden de Churchill al mariscal de
campo Bernard Montgomery de recoger y almacenar el armamento capturado a los
alemanes para un posible rearme de los soldados de ese ejército que se rindieran a los
aliados occidentales. Según un alto cargo del GRU, Mijail Milstein, esta noticia vino
a envenenar con nuevas sospechas la postura del Kremlin.[72]
En julio de 1945 parecía que las nubes amenazadoras estaban a punto de
descargar. Truman pretendía que la Unión Soviética garantizara su participación en
una guerra contra Japón, e intentó que todos creyeran que seguía la política exterior
de Roosevelt con la URSS. Harry Hopkins realizó su último viaje a Moscú en calidad
de embajador itinerante de Truman, mantuvo con Stalin una larga reunión y regresó a
Washington con lo que suponía que era un compromiso en lo referente a Polonia y
otras cuestiones espinosas que habían empezado a provocar una honda división entre
las potencias aliadas. De ese modo consiguió apagarse la alarma que había saltado en
el Kremlin, en los círculos diplomáticos y en los servicios de inteligencia. Pero los
primeros días de la Conferencia de Potsdam (17 de julio-2 de agosto de 1945) se
convertirían en los últimos de esa breve etapa de satisfacción por parte de unos y
otros. La colaboración soviético-americana estaba a punto de llegar a su fin: la
tensión de posguerra entre las dos potencias aliadas cada vez iba a más.

EL FACTOR STALIN

En cierta ocasión, el diplomático soviético Anatoli Dobrinin recordaba con


admiración que en 1943 Stalin, en el tren que lo conducía de Moscú a Bakú (donde
debía tomar el avión que habría de trasladarlo a Teherán para celebrar la conferencia
de los Tres Grandes), ordenó que se le dejara solo en su compartimento. «No se le
mostró documento alguno y, por lo que se sabe, permaneció allí sentado durante tres
días, limitándose a mirar por la ventana, caviloso y concentrado en sus
pensamientos».[73] ¿En qué pensaría mientras observaba aquel paisaje devastado
desde el interior de su vagón? Probablemente nunca lleguemos a saberlo. Los

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testimonios que hablan de las opiniones de Stalin allá por 1945 son más bien como
piezas y pequeños fragmentos de un rompecabezas. Stalin prefería discutir de palabra
todos los asuntos con sus más estrechos colaboradores. Unicamente reproducía lo que
pensaba por escrito cuando no le quedaba más remedio; por ejemplo, cuando dirigía
negociaciones diplomáticas desde la distancia. En consecuencia, incluso sus
lugartenientes desconocían o no entendían plenamente sus objetivos y sus planes.
Stalin impresionaba, pero también confundía e inducía a error, hasta a los
observadores y analistas más experimentados.
Stalin era un hombre con muchas personalidades. El hecho de haberse criado en
una región multiétnica, inestable y vengativa como el Cáucaso, le había
proporcionado la soltura necesaria para mostrar un sinfín de caras e interpretar
muchos papeles.[74] Entre las múltiples identidades de Stalin estaban la del «Kinto»
georgiano (un bandido honrado del estilo de Robin Hood), la del atracador de bancos
revolucionario, la del discípulo modesto y devoto de Lenin, la del «hombre de acero»
del partido bolchevique, la del gran señor de la guerra y la de «corifeo de la ciencia».
Tenía incluso una identidad rusa que él mismo había elegido. Se consideraba,
además, un político «realista» en materia de asuntos exteriores, y consiguió
convencer a muchos observadores de su «realismo». Averell Harriman, embajador de
Estados Unidos en Moscú entre 1943 y 1945, recordaría que vio a Stalin «mejor
informado que Roosevelt, más realista que Churchill; en cierto sentido el líder de los
aliados más efectivo». Mucho tiempo después, Henry Kissinger escribiría que las
ideas que tenía Stalin sobre cómo debía llevarse la política exterior eran
«estrictamente las mismas de la Realpolitik del Viejo Mundo», esto es, muy similares
a la fórmula seguida por los estadistas rusos durante siglos.[75]
¿Era Stalin verdaderamente «realista»? Encontramos una curiosa manifestación
del modo de pensar de Stalin en materia de relaciones internacionales en un
telegrama enviado a Moscú el mes de septiembre de 1935 desde el mar Negro, donde
pasaba unos días de vacaciones. Hitler llevaba ya por aquel entonces dos años en el
poder en Alemania, y la Italia fascista había desafiado a la Liga de las Naciones
lanzando en África un ataque despiadado y bárbaro contra Abisinia. Maxim Litvinov,
comisario de asuntos exteriores, creía que la seguridad soviética pasaba por el
establecimiento de una alianza con las democracias occidentales, esto es, con Gran
Bretaña y Francia, frente al tándem, cada vez más peligroso, formado por la Italia
fascista y la Alemania nazi. Viejo bolchevique cosmopolita de ascendencia judía,
Litvinov presentía que las futuras potencias del Eje representarían una amenaza
mortal para la Unión Soviética y la paz en Europa. Durantes los peores años de las
purgas de Stalin, Litvinov consiguió muchos apoyos para la URSS en la Liga de las
Naciones por la postura de oposición soviética en defensa de la seguridad colectiva
de Europa frente a las agresiones del fascismo y el nazismo.[76] A Stalin, como venían
sospechando desde hace tiempo numerosos especialistas,[77] le parecía útil la labor
llevada a cabo por Litvinov, aunque no coincidía con él en su interpretación de las

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tendencias mundiales. Su carta a Molotov y a Lazar Kaganovich, otro miembro del
Politburó, revela un concepto de seguridad radicalmente opuesto: «Se están creando
dos alianzas: el bloque formado por Italia y Francia, y el bloque formado por
Inglaterra y Alemania. Cuanta más pugna haya entre ellos, mejor irán las cosas para
la URSS. Podemos vender pan a los dos bandos, para que puedan seguir peleándose.
No nos conviene que ahora un bando se imponga sobre el otro. Lo que más nos
conviene es que esas pugnas se extiendan durante el mayor tiempo posible, pero sin
que se produzca una rápida victoria de un bando sobre el otro».[78]
Stalin esperaba que el conflicto entre los dos bloques imperialistas se alargara en
el tiempo, como una especie de repetición de la Primera Guerra Mundial. El Tratado
de Múnich de 1938 entre Gran Bretaña y Alemania vendría a confirmar las
percepciones de Stalin.[79] El pacto firmado por nazis y soviéticos en 1939 no fue
más que un intento por su parte de prolongar la «pugna» en Europa entre los dos
bloques imperialistas, aunque la composición de dichos bloques acabara siendo
diametralmente opuesta a la de sus predicciones. El estratega del Kremlin nunca
admitiría haber cometido un tremendo error en su valoración de las intenciones de
Hitler y que Litvinov se hallaba en lo cierto.
La ideología revolucionaria bolchevique había marcado las primeras posturas de
Stalin en materia de política internacional. A diferencia de los estadistas europeos de
la Realpolitik, los bolcheviques contemplaban el equilibrio de poderes y el empleo de
la fuerza a través de un prisma de radicalismo ideológico. Utilizaban el juego
diplomático para preservar la Unión Soviética como base de una revolución mundial.
[80] Eran sumamente optimistas, pues creían en la caída inminente del orden

capitalista liberal. También creían estar armados con la teoría científica de Marx,
cuyo conocimiento los hacía superiores a los estadistas y diplomáticos del
capitalismo liberal. Se reían de los intentos de Woodrow Wilson de ofrecer una
alternativa multilateral a la práctica tradicional de los juegos de poder y la lucha por
la obtención de esferas de influencia. Para ellos el wilsonianismo era o bien
hipocresía, o bien un idealismo estúpido. Al Politburó le gustó siempre dar gato por
liebre a los representantes liberales de las democracias occidentales cada vez que
tuvo trato con ellos.[81] En 1925-1927, durante su lucha por el poder contra la
oposición, Stalin manifestó su propia postura optimista-revolucionaria respecto a la
perspectiva de convertir el gobierno nacionalista de China, el Guomindang, en un
régimen comunista. Entre 1927 y 1933 Stalin y sus partidarios impusieron en el
movimiento comunista internacional la doctrina del «tercer período»: la profecía de
una nueva serie de revoluciones y guerras que «sin duda sacudirán al mundo con
mucha más virulencia que la oleada de 1918-1919», con el resultado «de la victoria
del proletariado en numerosos países capitalistas».[82]
Sin embargo, la cosmovisión que tenía Stalin no era una simple réplica de la
bolchevique. Era una amalgama en continua evolución que iba inspirándose en
fuentes distintas. Una de esas fuentes era la experiencia del propio Stalin en política

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interior. Después de aquellos años de lucha por el poder en el Kremlin, tras la
destrucción de sus opositores y sus esfuerzos por construir un estado, Stalin había
aprendido a ser paciente, a reaccionar con flexibilidad ante las oportunidades y a
evitar unir su nombre a cualquier postura en concreto. Según indica James Goldgeier,
«intentaba guardarse sus opciones a no ser que estuviera seguro de ganar». Eterno
oportunista del poder, supo salirse con la suya en su país, aliándose con algunos
rivales para ir contra otros, y en último término eliminándolos a todos. Es presumible
que tendiera a seguir ese mismo guión en las cuestiones internacionales.[83]
La mentalidad oscura y desconfiada de Stalin, así como su personalidad cruel y
vengativa, dejaron una poderosa impronta en su visión de los asuntos internacionales.
A diferencia de muchos bolcheviques optimistas y de mentalidad cosmopolita, el
dictador era un individuo movido por el poder y xenófobo, que fue volviéndose cada
vez más cínico.[84] Para él, el mundo, al igual que la política del Partido Comunista,
era un lugar hostil y peligroso. En el mundo de Stalin no se podía confiar plenamente
en nadie. Tarde o temprano cualquier colaboración podía convertirse en un juego de
suma cero. La unilateralidad y la fuerza constituyeron siempre un modo de enfocar la
política exterior más fiable que los acuerdos y la diplomacia. Molotov reconocería
más tarde que Stalin y él no habían «confiado en nadie; sólo en nuestras propias
fuerzas».[85] En octubre de 1947 Stalin expuso con crudeza su forma de ver las cosas
ante un grupo de diputados prosoviéticos del partido laborista británico que le
hicieron una visita en su residencia veraniega a orillas del mar Negro. La situación
internacional actual, dijo, no se rige por «sentimientos de compasión», sino por un
«sentimiento de beneficio propio». Si un país se da cuenta de que puede apoderarse
de otro país y conquistarlo, lo hará. Si Estados Unidos, u otro país, se dan cuenta de
que Inglaterra depende totalmente de ellos, de que no tiene otra salida, no dudarán en
engullirla. «Nadie se apiada del débil ni lo respeta. El respeto está reservado
exclusivamente para los fuertes».[86]
Durante los años treinta, el legado geopolítico de la Rusia zarista, predecesora
histórica de la URSS, se convirtió en otra fuente primordial del modo que tenía Stalin
de entender la política exterior.[87] Lector voraz de literatura histórica, Stalin llegó a
creer que había heredado los problemas geopolíticos que tuvieron que afrontar los
zares. Le gustaba especialmente la lectura de obras sobre la diplomacia y la política
exterior de Rusia en los años previos a la Primera Guerra Mundial y durante ella;
también le interesaban mucho los análisis de Evgeni Tarle, Arkadi Yerusalimski y
otros historiadores soviéticos, que abordaron la Realpolitik europea, las alianzas entre
las grandes potencias y las conquistas territoriales y coloniales. Cuando la revista
teórica del partido quiso publicar el artículo en que Friedrich Engels calificaba la
política exterior de la Rusia zarista de expansionista y peligrosa, Stalin se puso de
parte de la política zarista, no de las opiniones del cofundador del marxismo.[88] En
1937, con motivo de la celebración del aniversario de la Revolución bolchevique,
Stalin dijo que los zares de Rusia «sí hicieron una cosa bien: unificaron un enorme

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Estado que se extendía hasta Kamchatka. Nosotros hemos heredado ese Estado». La
cuestión de la Unión Soviética como sucesora del gran imperio ruso se convirtió en
uno de los principales fundamentos de la política exterior y la propaganda nacional de
Stalin. El dictador incluso encontró tiempo para analizar y publicar borradores de
manuales escolares de historia de Rusia, haciendo que siguieran la línea de su nueva
forma de ver las cosas. En 1945, Jrushchov recordaría este hecho en los siguientes
términos: «Stalin creía que se encontraba en la misma posición que Alejandro I tras
derrotar a Napoleón, y que podía dictar las reglas para toda Europa».[89]
Desde los primeros meses después de la toma del poder en Rusia, Lenin y los
bolcheviques habían tenido que aprender a guardar un equilibrio entre sus ambiciones
revolucionarias y los intereses del estado. Así nació el «paradigma revolucionario-
imperial» soviético. Stalin ofrecería una nueva interpretación, probablemente más
estable y efectiva, de ese paradigma. Durante los años veinte los bolcheviques habían
contemplado a la Unión Soviética como una plataforma para la revolución mundial.
Stalin empezó a contemplarla como un «imperio socialista». Su visión del mundo se
centraba en la seguridad y engrandecimiento de la URSS. Simultáneamente, según
Stalin, esos objetivos fundamentales exigían los cambios consiguientes de régimen y
de orden socioeconómico en las naciones que limitaban con la Unión Soviética.[90]
Stalin estaba convencido de que los asuntos internacionales se caracterizaban por
una rivalidad capitalista y el desarrollo de crisis, así como por la transición inevitable
a un socialismo global. De esta idea general surgían otras dos convicciones. La
primera era que, a juicio de Stalin, las potencias occidentales probablemente se
pusieran a conspirar a corto plazo contra la URSS. Y la segunda, que estaba seguro
de que la Unión Soviética, guiada por su habilidad, cautela y paciencia como
estadista, sería más astuta y duradera que cualquier combinación de grandes
potencias capitalistas. Durante los años más difíciles de la invasión nazi, Stalin supo
dominar la diplomacia y sacar provecho de ella con los países de la Gran Alianza.
Como la Unión Soviética había pasado en poco tiempo de una posición de atraso e
inferioridad a ocupar un lugar de fuerza y de reconocimiento mundial, Stalin prefirió
no comprometerse a poner límites a las ambiciones y fronteras soviéticas en aras de
la seguridad de la URSS. Mantuvo esas ambiciones y esas fronteras abiertas, tal como
habían estado tradicionalmente cuando Rusia se había expandido en tiempos de los
zares. El «acuerdo del porcentaje», al que llegaron británicos y soviéticos en octubre
de 1944, constituye un ejemplo clásico del conflicto existente entre el paradigma
revolucionario-imperial de Stalin y la Realpolitik de Churchill. El líder británico
buscaba un equilibrio de poder en Europa Oriental, y ofreció a Stalin un pacto
diplomático sobre la distribución de esferas de influencia en los Balcanes. Stalin
firmó el «acuerdo del porcentaje» de Churchill, pero en el futuro su política pondría
de manifiesto el deseo del dictador de expulsar por completo a los británicos de
Europa Oriental, confiando en el poder del Ejército Rojo para establecer en la región
gobiernos comunistas amigos.[91]

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En las conversaciones que mantenía con los comunistas de Yugoslavia, Bulgaria y
otros países, a Stalin le gustaba ponerse su manto de «realista» y dar una o dos
lecciones a sus inexpertos socios novatos. En enero de 1945 el líder del Kremlin
instruyó a un grupo de comunistas yugoslavos en los siguientes términos: «En su
época Lenin no habría podido imaginar nunca una correlación de fuerzas como la que
hemos alcanzado en esta guerra. Lenin pensaba siempre que cualquiera podía salir en
contra de nosotros, y que era positivo que algún país lejano, como, por ejemplo,
Estados Unidos, se mantuviera neutral. Y ahora nos encontramos con que un grupo
de burgueses ha salido en contra de nosotros, y que otro está de nuestra parte».[92] Al
cabo de unos días Stalin repitió esos mismos pensamientos en presencia de los
yugoslavos y del antiguo líder de la Komintern, Georgi Dimitrov. En esta ocasión, sin
embargo, añadió una predicción: «Hoy combatimos en alianza con una facción contra
la otra, y en un futuro también combatiremos a esa facción capitalista».[93]
Stalin, que representaba el papel de «realista» prudente en sus relaciones con los
países satélites de la URSS, pensaba que el ejército soviético podía ayudar a los
comunistas a hacerse con el poder en cualquier región de Europa Central y en los
Balcanes. Cuando Vasil Kolarov, un comunista búlgaro que colaboró con Dimitrov en
la creación de una Bulgaria prosoviética, propuso la anexión a Bulgaria de una franja
del litoral griego, los soviéticos se negaron. «Era impensable», comentaría más tarde
Molotov. «Pedí consejo [a Stalin], y se me dijo que no debía llevarse a cabo, que el
momento no lo aconsejaba. De modo que guardamos silencio, aunque Kolarov no
dejaba de presionarnos».[94] En una ocasión Stalin hizo el siguiente comentario a
propósito de los comunistas griegos: «Creían, erróneamente, que el Ejército Rojo se
presentaría en el Egeo. Pero no podemos hacerlo. No podemos mandar nuestras
tropas a Grecia. Los griegos cometieron un error estúpido».[95] En lo referente a
Grecia, Stalin se adheriría al «acuerdo del porcentaje» firmado con Churchill y
cedería ese país a los británicos. El líder del Kremlin pensó que sería un «error
estúpido» volverse contra los británicos en los Balcanes antes de asegurar las
ganancias obtenidas por los soviéticos en la guerra. Había objetivos de carácter
prioritario, que requerían la cooperación de Gran Bretaña o, al menos, su neutralidad.
No quería tener un choque prematuro con una potencia de la «facción capitalista»
aliada. Su táctica dio los frutos esperados: Churchill correspondió y durante varios
meses se abstuvo de criticar públicamente las violaciones de los compromisos de
Yalta cometidas por los soviéticos en Rumanía, Hungría y Bulgaria.
En la primavera de 1945 parecía que la capacidad de Stalin como estadista era
claramente superior a la de sus socios occidentales. La Realpolitik de Churchill
acabaría en fracaso, mientras el ejército soviético, junto con los comunistas
yugoslavos, búlgaros y albaneses, se hacía con los Balcanes. Molotov recordaría con
satisfacción que los británicos sólo despertaron cuando «media Europa» se había
alejado de su esfera de influencia: «Se equivocaron en sus cálculos. No eran
marxistas como nosotros».[96] Fue el momento en que probablemente Stalin se sintió

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más orgulloso de sí mismo. Incluso antes de que el pueblo y las élites de la Unión
Soviética celebraran el fin de la Segunda Guerra Mundial, Stalin estaba ya ocupado
en la construcción de un «imperio socialista».

LA CONSTRUCCIÓN DEL IMPERIO

Actualmente podemos asegurar sin temor a equivocarnos que Stalin tenía la firme
determinación de mantener Europa Oriental bajo las garras de la Unión Soviética a
cualquier precio. Para el líder del Kremlin esa región, al igual que los Balcanes, era
de vital estrategia, pues la consideraba un potencial colchón de seguridad para la
URSS frente a Occidente. La geografía y la historia de Europa, incluida la historia
reciente de las dos guerras mundiales, determinarían los dos caminos principales de la
expansión soviética: uno a través de Polonia hasta Alemania y el corazón de Europa,
y otro a través de Rumanía, Hungría y Bulgaria hasta los Balcanes y Austria.[97] Al
mismo tiempo, como revelan sus conversaciones con comunistas de diversas
nacionalidades, Stalin definía la seguridad soviética en términos ideológicos.
También daba por hecho que la esfera de influencia de la URSS debía e iba a quedar
garantizada en Europa Oriental mediante la imposición en los países de la zona de un
nuevo orden político y social a imitación del de la Unión Soviética.[98]
A juicio de Stalin, los dos aspectos de los objetivos soviéticos en Europa Oriental,
a saber, seguridad y construcción de un régimen socialista, eran dos caras de la
misma moneda. Lo realmente importante, sin embargo, era cómo alcanzar ambos
objetivos. Algunos líderes soviéticos, como Nikita Jrushchov entre otros, esperaban
que toda Europa decidiera abrazar el comunismo después de la guerra.[99] Stalin
anhelaba lo mismo, pero sabía perfectamente que el equilibrio de poder le impediría
alcanzar ese objetivo. Pensaba que los comunistas franceses o italianos no tenían
ninguna posibilidad de hacerse con el poder mientras las tropas aliadas ocuparan
Europa Occidental. Así pues, el «realista» del Kremlin optó por operar en el marco de
la Gran Alianza y exprimir al máximo a sus transitorios socios capitalistas.
Molotov recordaría que durante la Conferencia de Yalta en febrero de 1945,
Stalin dio una gran importancia a la Declaración de la Europa Liberada. Lo que
pretendía principalmente Roosevelt con la firma de este documento era callar a las
posibles voces críticas de su país que estaban dispuestas a arremeter contra él por
colaborar con los soviéticos. Roosevelt seguía creyendo que mantener a Stalin como
miembro del grupo era más importante que romper relaciones con el dictador ruso
por la represión llevada a cabo por la URSS en Europa Oriental. Simultáneamente, el
presidente norteamericano esperaba que la firma del documento por parte de Stalin
sirviera para poner freno a las descaradas agresiones soviéticas, especialmente en
Polonia.[100] Sin embargo, Stalin interpretaría la Declaración como un
reconocimiento por parte de Roosevelt al derecho de la Unión Soviética a poseer una
zona de influencia en Europa Oriental. Con anterioridad, el presidente

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norteamericano había reconocido los intereses estratégicos soviéticos en Extremo
Oriente. A Molotov le preocupó el lenguaje del boceto que le presentaron los
estadounidenses, pero Stalin le dijo: «No te preocupes. Más tarde lo ejecutaremos a
nuestra manera. La esencia está en la correlación de fuerzas».[101]
Los soviéticos y sus colaboradores comunistas llevaron a cabo dos tipos de
política en Europa Oriental. En primer lugar se realizaron reformas sociales y
políticas visibles: el desmantelamiento de la antigua clase de propietarios (algunos de
los cuales ya habían quedado comprometidos por su colaboración con los alemanes y
habían huido de sus países), la distribución de la tierra entre los campesinos, la
nacionalización de la industria y la creación de un sistema parlamentario
multipartidista o «democracia popular». En segundo lugar, se produjo la supresión
despiadada de cualquier forma de oposición nacionalista armada y la creación de
estructuras capaces de reemplazar posteriormente la «democracia popular»
multipartidista y ofrecer una base sólida para el régimen comunista. Normalmente
esta última comportaba la introducción de agentes soviéticos en el control de los
departamentos de seguridad, de la policía y del ejército, la infiltración de camaradas
soviéticos itinerantes en otros ministerios y partidos políticos, y el desprestigio, la
incriminación y al final la eliminación de los activistas políticos y los periodistas que
no fueran comunistas.[102]
Stalin dio las directrices generales para esas dos políticas en las reuniones
personales y la correspondencia que mantuvo con los comunistas de Europa del Este
y a través de sus más estrechos colaboradores. Confió a Andrei Zhdanov, Klement
Voroshilov y Andrei Vishinski la ejecución cotidiana de esas políticas en Finlandia,
Hungría y Rumanía respectivamente. En lo que cabe considerar un reflejo del aspecto
cuasi imperial de sus papeles, estos tres lugartenientes de Stalin eran conocidos en los
círculos de poder de Moscú con el sobrenombre de «los procónsules».[103] En los
países de Europa del Este, el Kremlin confiaría en las autoridades militares
soviéticas, la policía secreta y los comunistas expatriados oriundos de la región,
muchos de ellos judíos, que habían regresado a su patria desde Moscú con la
retaguardia del ejército soviético.[104]
El caos, la devastación producida por la guerra y las pasiones nacionalistas del
este de Europa ayudaron a Stalin y a los soviéticos a ver cumplidos sus objetivos en
la zona. En Hungría, Rumanía y Bulgaria, antiguas aliadas a regañadientes de la
Alemania nazi, la llegada del ejército soviético abrió profundas divisiones sociales e
ideológicas. En todos los países se daba un virulento sentimiento nacionalista y una
acumulación de grandes rivalidades étnicas y agravios históricos. Polonia y
Checoslovaquia ardían en deseos de librarse de minorías potencialmente subversivas,
sobre todo de la alemana.[105] Stalin solía invocar el espectro de Alemania como
«enemiga mortal del mundo eslavo» en sus conversaciones con los líderes polacos,
checoslovacos, búlgaros y yugoslavos. Tanto a estos últimos como a los rumanos no
dudó en hacerles creer que apoyaba sus aspiraciones territoriales. Tampoco tuvo el

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menor reparo en apoyar la política de limpieza étnica que se instauró en Europa
Oriental. Hasta diciembre de 1945, jugó con la idea de utilizar esquemas paneslavos y
organizar Europa Oriental y los Balcanes en confederaciones multiétnicas. Más tarde,
sin embargo, el líder soviético abandonó semejante plan por razones que todavía no
tenemos claras. Tal vez creyera que era más fácil dividir y gobernar naciones-estado
de extensión más reducida que confederaciones multinacionales de mayor
envergadura.[106]
El ejército soviético y las actividades de la policía secreta siguieron siendo un
factor crucial para el establecimiento del control soviético inicial en Europa del Este.
En Polonia, el Ejército Nacional (AK) se opuso tenazmente a los planes de Stalin
para su país.[107] Después de celebrarse la Conferencia de Yalta, e incluso en el curso
de ella, la controversia por el futuro de Polonia hizo que saltaran las primeras chispas
entre la URSS y los Aliados occidentales. Churchill se quejó de que el poder del
gobierno prosoviético de Polonia «se basa en las bayonetas soviéticas». Tenía toda la
razón. En cuanto concluyó la Conferencia de Yalta, el enviado del SMERSH en
Polonia, Ivan Serov, comunicó a Stalin y a Molotov que los comunistas polacos
querían deshacerse de Stanislaw Mikolajczyk, líder del gobierno polaco en el exilio.
Stalin autorizó la detención de dieciséis líderes del Ejército Nacional, pero ordenó a
Serov que no se tocara a Mikolajczyk. A pesar de esta precaución, la mano dura
empleada por los soviéticos terminó por perjudicarlos. Churchill y Anthony Eden
protestaron por las acciones «abominables» que cometían los soviéticos. Stalin se
disgustó especialmente cuando Truman se unió a Churchill en la protesta por las
detenciones de los líderes del AK. En su respuesta pública, habló de la necesidad de
las detenciones «con el fin de proteger la retaguardia del frente del Ejército Rojo».
Las detenciones continuaron. A finales de 1945, unos veinte mil individuos
pertenecientes a la clandestinidad polaca, restos de las élites de la Polonia anterior a
la guerra y su funcionariado, estaban presos en campos de concentración soviéticos.
[108]
Rumanía también causó quebraderos de cabeza a Moscú. Las élites políticas de
este país pidieron abiertamente ayuda a británicos y norteamericanos. El primer
ministro, Nicolae Radescu, y los líderes de los «históricos» Partido Nacional de los
Campesinos y Partido Liberal Nacional no ocultaban el temor que sentían por la
amenaza soviética. Los comunistas rumanos, repatriados a Bucarest desde Moscú,
habían organizado el Frente Democrático Nacional. Instigaron, con la colaboración
clandestina de los soviéticos, un golpe de estado contra el régimen de Radescu,
llevando al país al borde de una guerra civil a finales de febrero de 1945. Stalin envió
a Andrei Vishinski, uno de sus sicarios más aborrecibles y fiscal infame en los
procesos de los años treinta, a Bucarest con un ultimátum para el rey Miguel:
Radescu debía ser sustituido por Petru Grozu, político prosoviético. Para dar más
fuerza a su ultimátum, Stalin ordenó que dos divisiones del ejército se situaran en las
inmediaciones de Bucarest. Las potencias occidentales no intervinieron, pero los

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delegados norteamericanos, incluido el emisario del Departamento de Estado, Burton
Berry, y el jefe de la Misión Militar de Estados Unidos, Courtlandt van Rensselaer
Schuyler, se quedaron pasmados ante esa acción y empezaron a compartir los mismos
temores que tenían las élites rumanas ante una posible dominación soviética. En vista
del descontento cada vez mayor que reinaba en Occidente, Stalin decidió no tocar al
rey Miguel ni a los líderes de los dos partidos «históricos».[109]
Más al sur, en los Balcanes, Stalin construía una esfera de influencia soviética con
la colaboración de Yugoslavia, uno de sus grandes aliados. En 1944-1945, pensó que
la idea de una confederación de pueblos eslavos, dirigida con la ayuda de los
comunistas yugoslavos, podía ser un buen movimiento táctico para la construcción de
una Europa Central socialista y podía servir para apartar la atención de las potencias
occidentales de los planes que tenía la Unión Soviética de transformar los regímenes
políticos y socioeconómicos de la región. Pero el victorioso líder de las guerrillas
comunistas yugoslavas, Josip Broz Tito, era demasiado ambicioso. En efecto, él y
otros comunistas yugoslavos querían concretamente que Stalin apoyara sus
pretensiones territoriales frente a Italia, Austria, Hungría y Rumanía. También
pretendían la ayuda de Moscú para su proyecto de una «Yugoslavia más grande» que
incluyera a Albania y Bulgaria. Durante un tiempo Stalin no demostró sentirse
contrariado por la idea, y en enero de 1945 propuso a los comunistas yugoslavos la
creación de un estado dual con los búlgaros, «como Austria-Hungría».[110]
En mayo de 1945, Trieste, la ciudad y su comarca, objeto de disputa entre
Yugoslavia e Italia desde 1919, amenazó con convertirse en otro punto de fricción de
las relaciones entre la Unión Soviética y los Aliados occidentales. Stalin exhortó a los
yugoslavos a que rebajaran sus exigencias para llegar a un acuerdo con los británicos
y los norteamericanos. Los líderes yugoslavos obedecieron a regañadientes, pero Tito
no pudo contener su frustración. En un discurso público dijo que los yugoslavos no
querían ser «calderilla» en «la política de las esferas de interés». Para Stalin aquello
fue un grave ultraje. Probablemente fuera a partir de entonces cuando empezó a
contemplar a Tito con recelo.[111] No obstante, a lo largo de las difíciles
negociaciones con las potencias occidentales por los tratados de paz con los países
satélites de Alemania durante 1946, las autoridades del Kremlin defenderían las
pretensiones territoriales de Yugoslavia en Trieste.[112] Este comportamiento puede
explicarse por la pasión momentánea que suscitaron las ideas paneslavas entre las
autoridades rusas, así como por la posición vital que ocupaba Yugoslavia en el flanco
sur del perímetro de seguridad soviético.
Así pues, vemos que en Europa Oriental y en los Balcanes Stalin actuó de manera
unilateral y con absoluta implacabilidad. Sin embargo, también midió cautelosamente
sus pasos, avanzando o dando marcha atrás para evitar un choque prematuro con las
potencias occidentales que pudiera poner en peligro la consecución de otras metas
importantes de su política exterior. En particular, Stalin tenía que equilibrar sus
objetivos para el este de Europa y los Balcanes con el de la creación de una Alemania

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prosoviética (véase el capítulo 3). Otro de sus objetivos era una guerra con Japón en
el futuro.
Los meses que siguieron a la Conferencia de Yalta brindaron al dictador una gran
oportunidad para asegurarse un buen botín de guerra en Extremo Oriente. En 1945
Stalin y los diplomáticos soviéticos consideraban que China era un país cliente de
Estados Unidos, por lo que decidieron que los intereses de la URSS en el Pacífico
exigían una expansión territorial para impedir la sustitución de la dominación
japonesa en la zona por la norteamericana. Su objetivo consistía en convertir
Manchuria en parte del cinturón de seguridad soviético en Extremo Oriente.[113]
Durante el banquete de la victoria celebrado con las autoridades militares el 24 de
mayo, Stalin dijo que a veces una «buena diplomacia» podía «tener más peso que dos
o tres ejércitos». Demostraría lo que quería decir con esto durante sus conversaciones
con el gobierno chino del Guomindang en Moscú en julio y agosto de 1945.[114] Los
acuerdos de Yalta, reconocidos por Truman, otorgaban al líder del Kremlin una
posición de extraordinaria superioridad en lo referente al Guomindang. Stalin ejerció
una presión tremenda sobre los nacionalistas, instándolos a aceptar a la Unión
Soviética como la protectora de China frente a Japón. Con ese fin, dijo al ministro de
Asuntos Exteriores chino, T. V. Soong, que las demandas soviéticas referentes a Port
Arthur, el Ferrocarril Oriental de China, el sur de la isla de Sajalín y Mongolia
Exterior estaban impulsadas «por consideraciones relacionadas con el reforzamiento
de nuestra posición estratégica frente a Japón».[115]
Para sus negociaciones, Stalin contaba con algunos medios de presión que podía
utilizar en la propia China. Moscú era la única intermediaria existente entre los
nacionalistas y el Partido Comunista Chino (PCCh) que controlaba las regiones
septentrionales de China próximas a Mongolia Exterior. Pero, además, los soviéticos
podían jugar todavía otra carta menos conocida: financiaban y armaban en secreto un
movimiento separatista uigur en la región de Xinjiang que limitaba con la URSS.
Durante las conversaciones celebradas en Moscú, Stalin se ofreció a garantizar la
integridad de China a cambio de importantes concesiones. «En cuanto a los
comunistas de China», Stalin comunicó al Dr. Soong, «no los apoyamos ni tenemos
la intención de hacerlo. Consideramos que China tiene un solo gobierno. Deseamos
ser honestos en nuestras relaciones con China y las naciones aliadas».[116]
Las autoridades nacionalistas se mostraron muy reacias a aceptar las demandas de
los soviéticos, especialmente la relacionada con Mongolia Exterior. Pero Jiang Jieshi,
el líder chino, y el Dr. Soong no tuvieron más remedio que doblegarse. Sabían que
tres meses después de que concluyera la guerra en Europa estaba prevista la invasión
de Manchuria por el Ejército Rojo. Temían que los soviéticos pudieran entregar luego
esa provincia al PCCh. De modo que el 14 de agosto aceptaron firmar el Tratado de
Alianza y Amistad entre la China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En
un primer momento dio la impresión de que Stalin iba a mantener sus promesas: el
PCCh fue obligado a negociar una tregua con el gobierno nacionalista. Los

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comunistas chinos asegurarían posteriormente que Stalin los traicionó y que socavó
su estrategia revolucionaria. Por aquel entonces, sin embargo, Mao Zedong tuvo que
admitir la lógica de Stalin: Estados Unidos estaba dando su apoyo al Guomindang, y
una intervención soviética a favor del PCCh habría puesto fin inmediatamente a la
cooperación ruso-americana.[117]
Al margen de la inminencia de la invasión de Manchuria por parte de la URSS, la
colaboración ruso-americana proporcionó a los soviéticos fundamentos para esgrimir
derechos especiales en esa región china. Truman no podía oponerse públicamente al
control soviético de Mongolia Exterior, y se limitó a exigir que se respetara la política
de puertas abiertas. En privado, Harriman empujó a Soong a no ceder a las presiones
de Stalin, pero tuvo que admitir que los chinos «nunca más tendrán la oportunidad de
alcanzar un compromiso con Stalin en unos términos tan favorables». En
consecuencia, Stalin obtuvo del Guomindang unas concesiones que iban más allá de
lo estipulado en Yalta.[118]
Stalin tenía unos planes igualmente ambiciosos en lo concerniente a Japón. La
noche del 26-27 de junio de 1945 mandó llamar a los miembros del Politburó y al
alto mando militar para discutir un plan de guerra contra Japón. El mariscal Kirill
Meretskov y Nikita Jrushchov querían desembarcar tropas soviéticas en el norte de
Hokkaido. Molotov se manifestó contrario a esa idea, haciendo hincapié en que
semejante operación supondría el incumplimiento de lo acordado con Roosevelt en
Yalta. El mariscal Georgi Zhukov la puso en entredicho, pues la consideraba una
aventura muy arriesgada desde el punto de vista militar. Stalin, sin embargo, apoyó el
plan. Creía que la acción podía ofrecer a la Unión Soviética algún papel en la
ocupación de Japón. Para Stalin el control del Imperio del Sol Naciente y su posible
resurgimiento militar era tan importante como el control de Alemania.[119]
El 27 de junio de 1945, Pravda anunció que Stalin había asumido el título de
«Generalísimo». Fue la culminación del vozhd (caudillo) del Kremlin como estadista.
Tres semanas después, la Conferencia de Potsdam confirmaba el marco de
cooperación de las tres grandes potencias que se había acordado en Yalta. Era un
marco extraordinariamente favorable para la diplomacia y la política imperialista de
Stalin. Al principio, la delegación británica, presidida por Churchill y más tarde, tras
su derrota en las elecciones, por el nuevo primer ministro laborista, Clement Attlee, y
el secretario del Foreign Office, Ernest Bevin, puso reparos a la actuación de los
soviéticos fuera de sus fronteras. En particular, criticaron ásperamente las acciones de
la URSS en Polonia, y se opusieron a sus intentos de obtener alguna indemnización
de tipo industrial en la cuenca del Rhur. Varios asesores de Truman, entre otros el
embajador norteamericano en Moscú, Averell Harriman, animaron al presidente y a
su nuevo secretario de estado, James Byrnes, a apoyar la línea dura adoptada por los
británicos. Truman, sin embargo, necesitaba todavía la colaboración soviética en la
guerra contra Japón, e hizo oídos sordos a su consejo. El presidente y el secretario de
Estado norteamericanos también se mostraron receptivos a la exigencia planteada por

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Stalin de obtener una participación en las indemnizaciones de guerra de la zona
occidental alemana y acordaron la creación de una administración central en el país
ocupado. En respuesta a las voces críticas, Truman propuso el nombramiento de una
comisión aliada encargada de supervisar las elecciones de Rumanía, Bulgaria,
Hungría, Grecia y otras naciones. Sin embargo, cuando Stalin se opuso a esta medida
tras darse cuenta de que los norteamericanos no invitaban a la Unión Soviética a
supervisar las elecciones en Italia, el presidente aparcó inmediatamente su plan. Una
vez concluida la Conferencia de Potsdam, Molotov comunicó a Dimitrov que «los
acuerdos principales a los que se ha llegado nos benefician», añadiendo que las
potencias occidentales habían confirmado la integración de los Balcanes en la esfera
de influencia de la URSS.[120]

EL RAYO

El 6 de agosto de 1945 la primera bomba atómica destruía Hiroshima; tres días


después, el 9 de agosto, una segunda bomba arrasaba la ciudad de Nagasaki. Uno de
los principales físicos nucleares de la época, el ruso Yuli Jariton, recordaría que en
Moscú los líderes soviéticos consideraron aquellos ataques «un chantaje atómico a la
URSS, la amenaza de desencadenar una nueva guerra todavía más devastadora y
terrible».[121] Entre las élites soviéticas, la sensación de omnipotencia dio paso a un
nuevo sentimiento de inseguridad. Algunos oficiales rusos dijeron al periodista
británico Alexander Werth que la victoria, que tanto trabajo y esfuerzos les había
costado obtener sobre Alemania, ahora había sido «prácticamente despilfarrada».[122]
El 20 de agosto de 1945, el Generalísimo del Kremlin creó un comité especial
para la construcción de armas atómicas y decidió que el proyecto era cosa de «todo el
partido», dando a entender que debía ser considerado una prioridad por toda la
nomenklatura del partido del estado, como ocurriera con los planes de colectivización
e industrialización de los años treinta. El proyecto se convirtió en la primera campaña
de movilización de posguerra; un plan de alto secreto y con un presupuesto altísimo.
Los cabecillas de la industria durante la guerra, incluidos Dmitri Ustinov, Viacheslav
Malishev, Boris Vannikov y centenares de individuos más, reanudaron aquella vida
de febril actividad e insomne que habían llevado durante la guerra contra Alemania.
Muchos de los que participaron en el proyecto compararían la experiencia con la
Gran Guerra Patriótica; según un testigo, «los trabajos se desarrollaban a una escala
grandiosa, ¡todo era alucinante!» No tardarían en ponerse en marcha otros dos
proyectos colosales de rearme: el primero de misiles, y el segundo de defensa
antiaérea.[123]
Los historiadores norteamericanos todavía discuten sobre una posible motivación
soviética en la decisión de Truman de utilizar la bomba atómica.[124] Sean fundadas o
no esas sospechas, lo cierto es que la bomba tuvo un gran impacto en los soviéticos.
Todas las señales de alarma que habían saltado hasta entonces encajaban de repente

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con un modelo nuevo y peligroso. Estados Unidos seguía siendo un país aliado, ¿pero
podía convertirse de nuevo en enemigo? El brusco amanecer de la era atómica en
medio del triunfalismo soviético vino a agudizar la incertidumbre que reinaba en la
Unión Soviética. Esa incertidumbre provocaría que las élites del país se vieran
obligadas a cooperar estrechamente con su líder. El poder sin par de Stalin se basaba
en la mitología y el miedo, pero también en las élites, así como en el pueblo
soviético, que miraba hacia él en busca de una respuesta a las amenazas externas.
Después de lo de Hiroshima, las élites soviéticas se unieron para intentar ocultar una
vez más su sensación de debilidad tras una fachada de bravuconería.[125]
Además, las élites esperaban que, bajo el liderazgo de Stalin, a la URSS no le
fueran negados los frutos de su gran victoria, incluido el nuevo «imperio socialista».
Y millones de soviéticos, traumatizados todavía por el reciente baño de sangre que
había supuesto la Segunda Guerra Mundial, y desconcertados por las penalidades de
los tiempos de paz, esperaban fervientemente que no estallara otra guerra, pero
también confiaban en la sabiduría del vozhd del Kremlin.

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2

El camino de Stalin hacia la Guerra Fría,


1945-1948

Es el colmo de la desfachatez de los angloamericanos. No


tienen ni el más mínimo sentimiento de respeto hacia sus
aliados.

STALIN A MOLOTOV,
septiembre de 1945

Creo que antes de diez años [las potencias occidentales] nos


zurrarán la badana. ¡Nuestro prestigio ha ido decayendo de
forma inexorable!
¡Nadie apoyará a la Unión Soviética!

Conversación entre unos generales soviéticos,


diciembre de 1946

El 18 de junio de 1946 el corresponsal de la CBS Richard C. Hottelet se hallaba en el


piso del excomisario de asuntos exteriores de la Unión Soviética, Maxim Litvinov, en
Moscú. No podía dar crédito a lo que oía. De nuevo en la seguridad de su despacho,
el periodista apuntó lo que había oído decir a aquel viejo bolchevique. El Kremlin,
había dicho Litvinov, había escogido para la Unión Soviética un concepto de
seguridad pasado de moda: «Cuanto más territorio tengas, más seguro estarás».
Semejante principio conducía inexorablemente a una confrontación con las potencias
occidentales, y lo mejor que cabía esperar era «una tregua armada prolongada».[1]
Las decisiones tomadas en Yalta y Potsdam legitimaban no sólo la esfera de
influencia de la Unión Soviética en Europa Central, sino también la continuación de
su presencia militar en Alemania y su expansión territorial y política en el Extremo
Oriente. En el otoño de 1945, el marco de las conversaciones entre las tres grandes
potencias, a pesar de la tensión creciente, ofrecía aún cierta esperanza para los
soviéticos, incluida la posibilidad de recibir indemnizaciones de la parte occidental de

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Alemania. Tras los primeros meses de paz, sin embargo, Stalin empezó a tomar una
serie de medidas que, una tras otra, ponían de manifiesto los límites de la cooperación
de los Aliados. Los temores y la desesperación de Litvinov estaban justificados: el
comportamiento del Kremlin fue uno de los principales factores que provocaron la
Guerra Fría. ¿Pero cómo se llegó a la elección de ese «concepto de seguridad pasado
de moda» por parte de Stalin? ¿Qué cálculos, que motivaciones y qué fuerzas internas
impulsaron a la Unión Soviética hacia una guerra fría con Estados Unidos?

CONTRA LA «DIPLOMACIA ATÓMICA»

El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki, seguido del inmediato e inesperado


hundimiento de Japón, hizo añicos los cálculos de Stalin, que contaba con que la
guerra en el Pacífico se prolongara aún algunos meses.[2] El 19 de agosto de 1945,
Stalin todavía planeaba desembarcar tropas soviéticas en Hokkaido. Envió una carta a
Truman exigiendo la ocupación soviética de todo el archipiélago de las Kuriles.
Sostenía además que la opinión pública soviética «se sentiría gravemente ofendida si
las tropas rusas no disponían de una región ocupada en algún sector del territorio
japonés propiamente dicho». Truman transigió con lo de las Kuriles, pero rechazó de
plano la exigencia de Stalin de participar en la ocupación de Japón. El 22 de agosto,
el señor de la guerra del Kremlin tuvo que cancelar el desembarco en Hokkaido que
tenía previsto. Estados Unidos ocupó Japón y el general Douglas McArthur empezó a
gobernar el país de forma unilateral, sin ni siquiera tomarse la molestia de pedir su
parecer a los soviéticos.[3]
De repente salieron a la superficie todas las cuestiones diplomáticas más o menos
vagas y aún sin resolver que permanecían ocultas en los planes que tenían
norteamericanos y soviéticos respecto al Extremo Oriente y a Europa Central. El 20-
21 de agosto, los representantes de Estados Unidos y Gran Bretaña en Rumanía y
Bulgaria informaron al monarca rumano, al regente búlgaro y a los comisarios
soviéticos aliados en ambos países que no estaban dispuestos a reconocer a los
nuevos gobiernos de Bucarest y Sofía mientras no incluyeran candidatos
prooccidentales. Los representantes estadounidenses en la zona fueron provistos de
instrucciones enviadas por el secretario de Estado norteamericano James Byrnes en el
sentido de que animaran a la oposición a combatir las violaciones de la Declaración
de la Europa Liberada, «si fuera necesario, con la ayuda de los tres [gobiernos]
aliados». Este nuevo giro de los acontecimientos venía a demostrar que las potencias
occidentales no concedían a los soviéticos mano libre en los Balcanes, y la noticia
galvanizó las fuerzas anticomunistas de la región y complicó seriamente los planes de
los soviéticos en toda Europa Central. Desde Letonia hasta Bulgaria, corrieron
rumores de que pronto iba a estallar una guerra entre Estados Unidos y la URSS, y de
que los norteamericanos iban a arrojar la bomba atómica sobre Stalin e iban a
obligarlo a retirarse. Poco después, el ministro de Asuntos Exteriores búlgaro

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anunció, para desesperación de los soviéticos, que las elecciones de su país iban a
posponerse hasta que pudieran ser verificadas por una Comisión de Control Aliada,
integrada por representantes de las tres grandes potencias. «Una capitulación
vergonzosa», escribía Georgi Dimitrov en su diario. Fuentes soviéticas de Sofía
informaban a Moscú de la «brutal presión de los angloamericanos».[4]
Para intensificar la preocupación de los soviéticos, Byrnes y el secretario de
Estado de asuntos exteriores británico Ernest Bevin actuaban ahora de manera
conjunta, como habían hecho anteriormente Truman y Churchill durante la crisis de
Polonia. Stalin envió instrucciones inmediatamente al general Sergei Biryuzov,
comandante en jefe de las fuerzas soviéticas en Bulgaria: «No deben hacerse
concesiones de ningún tipo. Ningún cambio en la composición del gobierno».[5] A
juicio de Stalin, los acontecimientos de los Balcanes, lo mismo que los de Japón,
formaban parte de una ofensiva política occidental, constituían una consecuencia
directa del cambio del equilibrio de poderes que había acarreado el bombardeo de
Hiroshima. Muchos miembros del entorno de Stalin, del ejército y de la comunidad
científica eran más o menos de la misma opinión. Esta idea era curiosamente similar
a las conclusiones a las que llegarían varias décadas más tarde Gar Alperovitz y otros
historiadores norteamericanos, quienes sostenían que la diplomacia estadounidense
después del bombardeo de Hiroshima se convirtió en una «diplomacia atómica».[6]
El 11 de septiembre, Byrnes, Bevin y Molotov se reunieron en la Conferencia de
Ministros de Asuntos Exteriores de Londres. La reunión se convirtió, como concluye
el historiador Vladimir Pechatnov, en «una demostración recíproca de dureza» entre
Estados Unidos y la Unión Soviética. Stalin ordenó a Molotov que insistiera en la
lógica de Yalta, que, en su opinión, confirmaba el principio de no interferencia por
parte de las grandes potencias en sus respectivas esferas de influencia. El 12 de
septiembre le telegrafió diciendo: «Podría suceder que los Aliados firmaran un
tratado de paz con Italia sin nosotros. ¿Y qué? Ya tenemos un precedente. Tendríamos
a nuestra vez la posibilidad de alcanzar un tratado de paz con [los países de Europa
Central] sin los aliados». Continuaba diciendo que si bien semejante conducta podía
llevar la conferencia a un callejón sin salida, «tampoco debe asustarnos que eso
suceda».[7]
Durante los primeros días de la reunión, Byrnes sugirió que deberían invitar a
Francia y a China a discutir los tratados de paz con los países satélites de Alemania.
Molotov se mostró de acuerdo sin sondear primero a Stalin; en su opinión, los
norteamericanos sólo querían dar mayor importancia al papel de las Naciones Unidas,
el resto de cuyos miembros, insistía, asistirían a las conferencias de paz sobre
Finlandia, Hungría, y Rumanía. Pero Stalin veía en todas las iniciativas de los
políticos occidentales un elemento de un proyecto más amplio destinado a minar el
concepto de exclusividad de las esferas de influencia acordado en Yalta y Potsdam.
Estaba furioso con Molotov y ordenó a su infortunado lugarteniente que se retractara
del acuerdo expresado en torno a la participación de China y de Francia, jugada que

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hizo que la conferencia quedara en punto muerto. Stalin escribía: «Los Aliados te
están presionando para que cedas. Pero debes aguantar hasta el final». Molotov
reconocía que había «tenido un grave despiste». A partir de ese momento, a juicio de
Stalin, Molotov se hizo sospechoso de ser el «pacificador» de Occidente.[8]
Al margen de las intenciones que pudiera tener Byrnes de desarrollar una
«diplomacia atómica», el secretario de Estado no quería ser visto como el causante de
la ruina de las esperanzas populares de cooperación durante la posguerra. El 20 de
septiembre, Byrnes intentó salvar la conferencia proponiendo a Molotov un tratado
de desmilitarización de Alemania de veinte o veinticinco años de duración. En su
comunicado a Stalin, Molotov recomendaba aceptar la propuesta de Byrnes, «si los
norteamericanos se mueven más o menos en nuestra dirección en lo tocante a los
países de los Balcanes». Pero Stalin no estaba dispuesto a sacar de Alemania a las
tropas soviéticas a cambio de un pedazo de papel que garantizaba la desmilitarización
del país.[9] El líder supremo del Kremlin ordenó a Molotov rechazar la idea de
Byrnes. Explicó a su ministro que la propuesta de Byrnes perseguía cuatro objetivos
distintos: «En primer lugar, distraer nuestra atención del Extremo Oriente, donde los
norteamericanos asumen el papel de amigo de Japón para el día de mañana, y dar así
la sensación de que todo está bien por ahí; en segundo lugar, recibir de la URSS una
ratificación formal de que Estados Unidos desempeñe en los asuntos europeos el
mismo papel que la URSS, de modo que a continuación puedan tomar en sus manos
el futuro de Europa, en alianza con Inglaterra; en tercer lugar, devaluar los tratados de
alianza que la URSS ha alcanzado ya con los estados europeos; y en cuarto lugar,
retirar el apoyo a cualquier otro tratado de alianza que pudieran firmar en el futuro la
URSS y Rumanía, Finlandia, etc.».[10]
Estas palabras revelan que las ideas de Stalin eran una combinación de
inseguridad y de aspiraciones de largo alcance. En respuesta a la nueva propuesta de
Byrnes, el mandatario soviético ordenó a Molotov proponer la creación de una
Comisión de Control Aliada sobre Japón, semejante a la establecida para Alemania.
El control exclusivo de Japón por los norteamericanos suponía una amenaza para la
visión del mundo de posguerra que tenía Stalin, lo mismo que el monopolio
norteamericano de la bomba atómica. Byrnes, apoyado por los británicos, se negó a
discutir la contrapropuesta soviética. Stalin estaba furioso: «Es el colmo de la
desfachatez angloamericana», decía en un telegrama enviado a Molotov. «No tienen
el más mínimo sentimiento de respeto hacia sus aliados».[11]
No obstante, Stalin seguía deseoso de hacer negocios con los norteamericanos e
intentó por todos los medios no dar muestras de falta de respeto hacia Truman.[12] Al
mismo tiempo, decidió mostrar su repulsa hacia Byrnes, el supuesto arquitecto de la
«diplomacia atómica». El 27 de septiembre, Stalin ordenó a Molotov hacer
ostentación de «una inflexibilidad absoluta» y olvidar cualquier tipo de componenda
con Estados Unidos. «El fracaso de la conferencia significaría el fracaso de Byrnes, y
eso no debe preocuparnos».[13] Molotov seguía abrigando esperanzas de que tras

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varios días de duras negociaciones, los Aliados ofrecieran una solución de
compromiso aceptable.[14] Stalin, sin embargo, se mostró inflexible, y la Conferencia
de Londres concluyó el 2 de octubre sin llegar a ningún resultado.
A corto plazo, la táctica de Stalin de oponerse a la Conferencia de Londres
produjo el efecto deseado. Byrnes se enfadó muchísimo por no haber podido alcanzar
ningún acuerdo con los soviéticos y decidió abandonar su anterior política de
intransigencia. La determinación estadounidense de oponerse a la conducta seguida
por los soviéticos en Europa Central flaqueó notablemente. Byrnes ordenó a Averell
Harriman salir de aquel punto muerto celebrando una entrevista personal con Stalin.
El 24-25 de octubre, Stalin representó el papel de encantador anfitrión de Harriman
en la dacha secreta que poseía en Gagri, a orillas del mar Negro. Durante la reunión,
Harriman se dio cuenta de que Stalin seguía «muy irritado por nuestra negativa a
permitir el desembarco de tropas soviéticas en Hokkaido». El mandatario soviético se
quejaba de que Douglas McArthur tomaba decisiones sin molestarse ni siquiera en
comunicárselas a los rusos. Afirmaba que la Unión Soviética no iba a aceptar el papel
de «satélite de los americanos en el Pacífico». Quizá, dijo Stalin, a la Unión Soviética
le conviniera ceder en Japón y dejar que los norteamericanos actuaran como les
pareciera en ese país. Él no había sido nunca partidario del aislacionismo, pero
«ahora la Unión Soviética tal vez deba adoptar esa actitud».[15]
Harriman encontró a Stalin «extraordinariamente suspicaz ante cualquier
movimiento nuestro», pero abandonó la reunión convencido de que los intereses de
seguridad de los soviéticos en Europa Central podrían verse satisfechos sin cerrar la
región al comercio norteamericano ni a la influencia económica y cultural de Estados
Unidos.[16] No supo darse cuenta de que para el dictador soviético los anglosajones
no tenían cabida ni en Europa Central ni en los Balcanes. El 14 de noviembre, en la
misma dacha de Gagri, Stalin dijo simple y llanamente a Ladislaw Gomulka y a otros
comunistas polacos que «rechazaran la política de puertas abiertas» de los
norteamericanos. Advirtió a sus huéspedes que los angloamericanos pretendían
«arrebatarnos a nuestros aliados: Polonia, Rumanía, Yugoslavia y Bulgaria».[17]
La decisión de Stalin de cerrar la Europa Central a la influencia de Occidente no
significaba que abandonara los juegos diplomáticos. De repente, Byrnes se convirtió
en su socio preferido. El factor decisivo fue la aceptación por parte de este último de
la exigencia soviética de excluir a Francia y a China del programa de negociación de
los tratados de paz. El 9 de diciembre, en el telegrama que envió desde el mar Negro
al «cuarteto» de política exterior del Politburó en el Kremlin (Molotov, Lavrenti
Beria, Georgi Malenkov y Mikoyan), Stalin decía que «hemos ganado la pelea», y
que habían obligado a Estados Unidos y a Gran Bretaña a retirarse de los Balcanes.
Reprochaba de nuevo a Molotov haber cedido a las presiones y la intimidación de
Estados Unidos. «Es evidente», concluía, «que en nuestros tratos con socios como
Estados Unidos y Gran Bretaña no podemos conseguir nada serio si empezamos
cediendo a la intimidación y damos muestras de incertidumbre. Para conseguir algo

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de este tipo de interlocutores, debemos armarnos con la política de la tenacidad y la
firmeza».[18] El máximo mandatario demostraba a sus subordinados que necesitaban
su guía en los asuntos de posguerra tanto como la habían necesitado durante la
contienda.
Cuando en el mes de diciembre se reunió con Byrnes en Moscú, Stalin lo trató
como a un huésped de honor. Pero las concesiones norteamericanas (la creación de la
Comisión de Control Aliada en Japón) no satisficieron sus demandas. No obstante,
seguía necesitando la cooperación de Byrnes para obtener resultados favorables en lo
tocante a las indemnizaciones de Alemania, así como en lo relativo a la firma de
tratados de paz con Alemania y sus antiguos países satélites. Byrnes no intentó jugar
la baza del poderío atómico, no actuó en tándem con los británicos, y no presionó a
los soviéticos en lo tocante a sus aventuras separatistas en el norte de Irán. En
general, ambas partes negociaron con el estilo de toma y daca que Stalin consideraba
que era su fuerte, empezando por la consolidación de sus respectivas áreas de
influencia y las concesiones mutuas.[19]
Byrnes dio además validez a las elecciones amañadas en Bulgaria y Rumanía, a
cambio de pequeñas modificaciones en sus gobiernos y garantías públicas de que el
Kremlin iba a respetar las «libertades» políticas y los derechos de la oposición. Stalin
llamó inmediatamente a Sofía al líder comunista búlgaro, Georgi Dimitrov, y le dijo
que cogiera a «unos cuantos representantes de la oposición» y les diera algunos
«ministerios insignificantes». Después de aquello, según Harriman, «la actitud de los
rusos cambió por completo y en adelante, la colaboración en muchos otros problemas
mundiales se consiguió con facilidad».[20]
La diplomacia de concatenación favorecida por Stalin triunfó en los Balcanes. El
7 de enero de 1946, el dictador soviético hizo gala de su euforia victoriosa ante los
líderes comunistas búlgaros. Exclamó alegremente: «¡Podéis mandar al diablo a
vuestra oposición! Aunque boicoteó las elecciones, éstas han sido ratificadas ahora
por tres grandes potencias». Por mucho que se irritaran las potencias occidentales con
el gobierno comunista búlgaro por detener a los líderes de la oposición, concluía, «no
se atreverán» a echar la culpa a la Unión Soviética.[21] La táctica de Stalin en los
Balcanes no cambió después de que Churchill pronunciara su famoso discurso en
Fulton, Missouri, el 5 de marzo de 1946, advirtiendo a Estados Unidos que toda
Europa Oriental se hallaba en esos momentos detrás de un «telón de acero» y bajo el
control cada vez más férreo de Moscú. El llamamiento de Churchill en pro de la
alianza angloamericana para equilibrar el poderío soviético dio qué pensar a algunos
líderes comunistas de la Europa del Este, pero Stalin, consciente de sus vacilaciones,
siguió presionándolos. Criticó a Dimitrov por su cautela y le ordenó acabar con la
oposición inmediatamente.[22]
Stalin se mostró más prudente con otros países europeos próximos a la Unión
Soviética. Pese a su cercanía a la frontera rusa, Finlandia logró salvarse de la
sovietización por los pelos. En una reunión con una delegación finlandesa en octubre

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de 1945, Stalin calificó la política soviética hacia Finlandia de «generosidad
calculada». Dijo: «Cuando tratamos bien a los países vecinos, éstos responden en
consonancia». Esa «generosidad» tenía unos límites estrictos: el lugarteniente de
Stalin, Andrei Zhdanov, trabajó denodadamente para arrancar a Finlandia hasta el
último céntimo en concepto de indemnizaciones de guerra (en materias primas).[23]
Con la misma actitud calculadora, Stalin prefirió fingir que la Unión Soviética seguía
teniendo en cuenta las sensibilidades angloamericanas respecto a Polonia. Aconsejó
repetidamente a sus clientes comunistas polacos que «no rompieran» los acuerdos de
Yalta y Potsdam. Les dijo que toleraran a Stanislaw Mikolajczyk, aunque no dudara
en calificarlo de simple «títere de los británicos». No obstante, cuando los polacos
comentaron que el discurso de Churchill en Fulton daba alas a la oposición y la
incitaba a esperar la «liberación» a manos de las potencias occidentales, Stalin replicó
con absoluto aplomo que ni Estados Unidos ni Gran Bretaña estaban dispuestos a
romper con la URSS. «Intentarán intimidarnos, pero si no nos damos por aludidos,
dejarán poco a poco de hacer ruido».[24]
La lucha de Stalin contra la «diplomacia atómica» norteamericana no se limitó a
Europa Central, sino que se extendió también al Extremo Oriente. En octubre, el
Kremlin adoptó una línea de inflexibilidad hacia el Guomindang y empezó a dar alas
a las fuerzas del PCCh en Manchuria. Los historiadores chinos relacionan este
cambio de actitud con la negativa manifestada por los norteamericanos en la
Conferencia de Londres a reconocer a los soviéticos cualquier tipo de papel en los
asuntos de Japón.[25] Pero semejante actitud era sólo un elemento más de la reacción
de Stalin ante la «diplomacia atómica» practicada por Byrnes. Cuando Stalin recibió
a finales de septiembre los informes en los que se comunicaba que los marines
norteamericanos estaban desembarcando en Manchuria para ayudar al Guomindang,
montó en cólera.[26] En su opinión, aquello suponía un cambio en el equilibrio de
fuerzas y una amenaza para la influencia a largo plazo de la URSS en el nordeste de
Asia. El Kremlin intentó una vez más aprovechar la presencia de comunistas chinos
en Manchuria para contrarrestar el peso del gobierno nacionalista.
A finales de noviembre, Truman envió a un famoso líder militar, George
Marshall, en misión diplomática a China, con el fin de reforzar a los nacionalistas
contra los soviéticos y el PCCh. Cuando Marshall llegó a China, sin embargo, Stalin
ya había cambiado la «política de firmeza» por la táctica de las componendas. Los
representantes soviéticos en Manchuria empezaron a cooperar con los funcionarios
del Guomindang. Lo mismo que en Europa, también en el Extremo Oriente Stalin
quería dejar claro a los norteamericanos que estaba dispuesto a volver al marco de
Yalta. El dictador soviético sabía que sus tropas iban a tener que salir pronto de
Manchuria. Pero mientras tanto, continuó luchando por aquella zona de vital
importancia. Desde diciembre de 1945 hasta enero de 1946, Jiang Jieshi, líder de la
República de China, intentó revisar el acuerdo sobre Manchuria. En esta ocasión, en
vez de recurrir a un proamericano como el Dr. Soong, envió a Moscú a su propio hijo,

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Jian Jingguo. Jian se había criado en la Unión Soviética y había pertenecido al
Partido Comunista soviético.[27]
Moscú recibió al enviado chino con escepticismo. Solomon Lozovski,
vicecomisario de Asuntos Exteriores, decía en su memorándum a la presidencia que
Jiang Jieshi intentaba «mantener el equilibrio entre Estados Unidos y la URSS».
Aquello iba en contra del objetivo soviético de mantener a los norteamericanos fuera
de Manchuria. «Nos hemos quitado de encima a los japoneses como vecinos en
nuestras fronteras y no vamos a permitir que Manchuria se convierta en un campo de
influencia política y económica de otra gran potencia». Lozovski sugería que debían
tomarse fuertes medidas para impedir la penetración económica de los
norteamericanos en el norte de China.[28] El propio Stalin no habría podido
expresarlo mejor.
Truman vino en ayuda de los soviéticos el 15 de diciembre cuando anunció que
Estados Unidos no pensaba intervenir militarmente en la guerra civil china
poniéndose del lado del Guomindang. Esta noticia debilitó la posición de Jiang Jieshi
poco antes de que dieran comienzo las conversaciones de Moscú. Su hijo informó
confidencialmente a Stalin de que, a cambio de su ayuda en la restauración del
control de Manchuria y Xinjiang, el gobierno nacionalista del Guomindang estaba
dispuesto a desarrollar una alianza «muy estrecha» con la URSS. Jiang prometió
asimismo desmilitarizar la frontera chino-soviética y conceder a la URSS «un papel
hegemónico en la economía manchú». Sin embargo, Jiang Jieshi insistió en mantener
la política de puertas abiertas en el norte de China e hizo saber a Stalin que no estaba
dispuesto a ponerse exclusivamente del lado de la URSS.[29]
Stalin propuso un acuerdo sobre cooperación económica en el nordeste de China
que excluyera a los americanos. Su objetivo era conseguir un control completo de
Manchuria, y la forma más cómoda de lograrlo era mediante una ocupación militar
soviética y, tras la retirada de las tropas, utilizando las fuerzas del PCCh como
contrapeso frente al gobierno nacionalista del Guomindang y los norteamericanos.
Por consiguiente, Stalin rechazó rotundamente la pretensión de Jiang Jieshi de
presionar a Mao Zedong; se limitó a recomendar a los comunistas chinos que
mantuvieran un perfil bajo y se concentraran en ocupar ciudades pequeñas y las zonas
rurales.[30]
Estados Unidos respondió enérgicamente ante aquel aparente acercamiento chino-
soviético. En febrero de 1946, los norteamericanos indujeron a Jiang Jieshi a poner
fin a las conversaciones económicas bilaterales con Moscú. Intentaron asimismo
complicar la firma del Tratado Chino-Soviético publicando los acuerdos secretos
sobre China alcanzados por Roosevelt y Stalin. Como reacción, los representantes
soviéticos rechazaron rotundamente la política de puertas abiertas en el nordeste de
China. Aunque Moscú anunció la retirada de sus tropas de Manchuria, el Kremlin
permitió finalmente a las fuerzas del PCCh ocupar las grandes ciudades del nordeste
de China.[31]

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Sin embargo, lo que empezó de forma tan halagüeña para Moscú, dio lugar a
grandes desajustes en el delicado equilibrio del sistema de Yalta-Potsdam. Aunque
Stalin intentó manipular el calendario de la retirada militar de Manchuria para
presionar al Guomindang, obligándolo a hacer concesiones económicas a la Unión
Soviética y a no imponer la política de puertas abiertas en la zona, no logró su
propósito.[32] Y, pese a todas sus maquinaciones, tampoco consiguió convertir
Manchuria en un área de influencia exclusiva de la Unión Soviética. Al final, tuvo
que ceder la zona a los flamantes comunistas chinos, a cambio de la promesa de Mao
Zedong de establecer una alianza estratégica con la URSS.

TANTEOS EN LA PERIFERIA

Durante varios meses, hasta agosto de 1945, el Kremlin respiró los aires
embriagadores de unos horizontes y unas aspiraciones sin límites, y ni siquiera el
bombardeo de Hiroshima consiguió disiparlos de inmediato. Stalin estaba
construyéndose un colchón de seguridad en Europa Central y en el Extremo Oriente,
y empezó también a prestar especial atención a Turquía y a Irán.
Durante siglos, los gobernantes de Rusia habían ambicionado los estrechos turcos
del Bósforo y los Dardanelos, que unen el mar Negro con el Mediterráneo. En 1915,
en el momento culminante de la Gran Guerra, durante la cual Turquía se puso del
lado de Alemania y el Imperio austrohúngaro, Gran Bretaña prometió incluso apoyar
las aspiraciones de Rusia a reclamar los estrechos y el litoral de Turquía como su
esfera de influencia particular. La victoria de los bolcheviques, sin embargo, anuló y
vació de contenido este acuerdo secreto. Durante las conversaciones germano-
soviéticas de Berlín de noviembre de 1940, Molotov, siguiendo instrucciones de
Stalin, insistió en que Bulgaria, los estrechos de Turquía y la zona del mar Negro
debían convertirse en área de influencia soviética. Stalin volvió a insistir con
vehemencia sobre esta cuestión en las conversaciones con sus socios occidentales de
la Gran Alianza. Pretendía «revisar» la Convención de Montreux de 1936, que
permitía a Turquía construir defensas militares en los estrechos y cortar el paso a los
buques de guerra de otros países que cruzaran por ellos en tiempos de guerra.[33]
Stalin quería que la marina soviética tuviera acceso al Mediterráneo en cualquier
momento. En la Conferencia de Teherán de 1943, Churchill y Roosevelt acordaron
realizar algunas revisiones, y durante las conversaciones secretas con Stalin en
Moscú de octubre de 1944, dio la impresión de que Churchill accedía a las demandas
soviéticas.[34]
En 1944-1945, los diplomáticos, historiadores y expertos en derecho internacional
de la URSS afirmaron unánimemente que aquella era una ocasión única para zanjar
de una vez por todas «la cuestión de los estrechos». Litvinov escribió a Stalin y a
Molotov en noviembre de 1944 diciendo que había que convencer a los británicos de
que cedieran a la Unión Soviética «la responsabilidad» de la zona de los estrechos.

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Otro experto de la Comisaría de Asuntos Exteriores indicaba que la mejor forma de
garantizar los intereses de seguridad soviéticos habría sido «un acuerdo bilateral
turco-soviético sobre la defensa conjunta de los estrechos».[35] Todas estas
propuestas, reflejo de las grandes expectativas del Kremlin después de apoderarse de
media Europa, se basaban en el supuesto de que Gran Bretaña y Estados Unidos iban
a reconocer el predominio geopolítico («proximidad geográfica») de la Unión
Soviética sobre Turquía.[36]
La entrada del ejército soviético en Bulgaria fue un paseo militar y algunos
oficiales, animados por las victorias obtenidas, exhortaron a Stalin a invadir Turquía.
[37] El problema fundamental para los soviéticos, sin embargo, seguía siendo el hecho

de que Turquía, a diferencia de lo que había hecho durante la Primera Guerra


Mundial, había mantenido una postura de estricta neutralidad. Por consiguiente, el
ejército soviético no podía respaldar con su fuerza a la diplomacia de Moscú. No
obstante, el gobierno del Kremlin decidió actuar con energía y de forma unilateral,
sin pactos preliminares con sus aliados occidentales. El 7 de junio de 1945, siguiendo
instrucciones de Stalin, Molotov se reunió con el embajador turco en Moscú, Selim
Sarper, y rechazó la propuesta de Turquía de firmar un nuevo tratado de alianza con
la Unión Soviética. Por el contrario, Moscú exigió a Turquía la derogación de la
Convención de Montreux y el establecimiento de una protección conjunta de los
estrechos en tiempos de paz. Los soviéticos exigieron además el derecho a construir
bases militares conjuntas en los estrechos turcos. Molotov intentó asimismo
amedrentar a los turcos insistiendo en la devolución de todos los territorios del sur del
Cáucaso «en disputa», que la Rusia soviética había cedido a Turquía en virtud del
tratado de 1921.[38]
Los nuevos testimonios disponibles demuestran que, en su locura, Stalin
pretendía acabar con la capacidad de Turquía de actuar como un interlocutor
independiente entre el Imperio británico y la Unión Soviética. El control de los
estrechos constituía una prioridad geopolítica, pues habría supuesto la conversión de
la Unión Soviética en una potencia mediterránea. Las exigencias territoriales se
convirtieron en un segundo objetivo sumamente importante que, en opinión de Stalin,
habría contribuido a conseguir el primero.
Stalin planeaba utilizar la «carta armenia» para anexionarse las provincias
orientales de Turquía, Ardvin y Kars, próximas al lago Van. En 1915, más de un
millón de armenios que por aquel entonces habitaban en aquellas provincias, a la
sazón integradas en el Imperio otomano, fueron víctimas de brutales matanzas y
deportaciones forzosas. En agosto de 1920, según el Tratado de Sévres, por el que
quedó dividido el Imperio otomano, estas provincias fueron asignadas a un «estado
armenio». Sin embargo, los armenios perdieron la guerra contra el ejército turco,
acaudillado por Mustafá Kemal (Ataturk). Lenin y el gobierno bolchevique, del que
formaba parte Stalin, se aliaron con la Turquía kemalista, y en el Tratado Turco-
Soviético de 1921 le cedieron las provincias «armenias». En la primavera de 1945,

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los armenios de la diáspora cifraron todas sus esperanzas en la política preconizada
por el Kremlin. Las organizaciones armenias, entre ellas las ricas asociaciones de
Estados Unidos, apelaron a Stalin para llevar a cabo repatriaciones masivas de
armenios de nacimiento a la Armenia soviética, con la esperanza de que la URSS les
entregara las tierras reclamadas a Turquía. En el mes de mayo, Stalin autorizó a las
autoridades de la Armenia soviética a explorar la posibilidad de realizar
repatriaciones masivas de los armenios de la diáspora. Según sus cálculos, aquella
medida habría contribuido a socavar el posible apoyo de Occidente a Turquía y
habría supuesto una tapadera «humanitaria» a las exigencias planteadas por la URSS.
[39]
El gobierno turco respondió diciendo que estaba dispuesto a llegar a un acuerdo
bilateral, pero rechazó las reclamaciones territoriales de la Unión Soviética y su
exigencia de una defensa «conjunta» de los estrechos. Sin embargo, como recordaría
más tarde Molotov, Stalin le ordenó que siguiera insistiendo en ellas.[40] Poco antes
de la Conferencia de Yalta, Stalin comentó al líder comunista búlgaro Vasil Kolarov
que «Turquía no tiene cabida en los Balcanes».[41] Al mismo tiempo, el líder del
Kremlin probablemente esperara que los norteamericanos, interesados aún en que la
URSS se uniera a ellos en la guerra del Pacífico, permanecieran neutrales ante la
cuestión turca. En Potsdam, los británicos y los estadounidenses confirmaron su
predisposición general a introducir modificaciones en el control de los estrechos. Sin
embargo, Truman presentó una propuesta que defendía la navegación libre y sin
restricciones de las vías marítimas internacionales y se oponía al establecimiento de
fortificaciones en los estrechos turcos. A pesar de semejante propuesta, las
evaluaciones internas de la Conferencia de Potsdam llevadas a cabo por los soviéticos
eran optimistas. El 30 de agosto, poco antes de la reunión de ministros de Asuntos
Exteriores de Londres, Stalin dijo a los comunistas búlgaros que el problema de las
bases turcas en los Dardanelos «quedaría resuelto en la conferencia». De lo contrario,
añadió, la Unión Soviética suscitaría la cuestión de una salida al Mediterráneo.[42]
En Londres, Molotov presentó a los Aliados una propuesta para conceder a la
Unión Soviética un mandato sobre Tripolitania (Libia), antigua colonia italiana.
Aquel planteamiento era no sólo un recurso táctico, sino también una expresión de
los afanes expansionistas de posguerra de la URSS. La correspondencia secreta
Stalin-Molotov revela que los mandatarios soviéticos confiaban en una vaga promesa
que les había hecho el secretario de Estado de Roosevelt, Edward Stettinius, durante
la Conferencia de San Francisco de abril de 1945. Cuando Stalin se enteró de que los
norteamericanos se habían puesto del lado de los británicos para oponerse al
establecimiento de una base naval en aquel lugar, ordenó a Molotov que exigiera por
lo menos bases para la flota mercante. Al final, la resistencia angloamericana impidió
la ansiada presencia de los soviéticos en el Mediterráneo.[43]
Turquía opuso también una feroz resistencia a las exigencias soviéticas. Si en
junio de 1945 Stalin hubiera propuesto al gobierno turco una alianza de seguridad

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bilateral y derechos especiales sobre los estrechos sin el establecimiento de bases,
Turquía probablemente habría accedido.[44] Sin embargo, el ultimátum de los rusos
dio lugar a una reacción nacionalista, y las autoridades turcas se negaron a mantener
cerrados los estrechos a todas las potencias navales menos a la URSS. A la muerte de
Stalin, Jrushchov hizo públicas estas opiniones en un pleno del Comité Central: «Los
turcos no son tontos. Los Dardanelos no son sólo asunto de los turcos. Son el punto
en el que confluyen los intereses de muchos estados».[45] El ultimátum presentado a
Turquía ponía de manifiesto los límites del poder de Stalin: su soberbia napoleónica
prevaleció sobre la cautela. Stalin, sin embargo, no estaba dispuesto a darse por
vencido. Fiel a su estilo de hacer política, continuó la «guerra de nervios» contra
Turquía, intensificando las presiones y luego fingiendo dar marcha atrás.
A finales de 1945 y comienzos de 1946, el Kremlin prefirió, como concluye el
historiador Jamil Hasanli, hacer realidad los objetivos soviéticos en Turquía a través
de las autoridades de Georgia y Armenia.[46] Stalin recurrió a las aspiraciones
nacionalistas de estas dos repúblicas soviéticas. A decir verdad, dichas aspiraciones
desencadenaron inesperadamente una considerable tensión entre los comunistas
armenios y georgianos. La repentina preeminencia de Armenia en los planes de Stalin
ofendió a las autoridades de Georgia. Estas acariciaban su propio «proyecto
nacional», según el cual las provincias turcas en disputa formaban supuestamente
parte del territorio ancestral de Georgia. Jrushchov afirmó en 1955 que Lavrenti
Beria, jefe de la policía secreta soviética de Stalin y líder del proyecto atómico de la
URSS, junto con las autoridades georgianas, persuadió a Stalin de que intentara
anexionarse la zona sudoriental de la costa del mar Negro, arrebatándosela a Turquía.
En las memorias que escribió acerca de su padre, el hijo de Beria confirma este dato.
[47] En mayo o junio de 1945, varios diplomáticos y eruditos georgianos recibieron

autorización de Moscú para llevar a cabo una serie de investigaciones acerca de los
«derechos» de Georgia a reclamar los territorios turcos de la zona de Trebisonda,
poblados por los lazes, grupo étnico que supuestamente formaba parte del antiguo
pueblo georgiano. Davy Sturua, cuyo padre era el presidente del Soviet Supremo de
Georgia, recordaba que muchos georgianos ansiaban la «liberación» de este territorio.
Si Stalin se hubiera apoderado de aquellas tierras, concluye Sturua, «se habría
convertido en Dios para Georgia». En septiembre de 1945, las autoridades de Georgia
y Armenia sometieron al arbitraje del Kremlin sus contradictorias pretensiones sobre
aquellas provincias turcas: su lenguaje y sus argumentos no tenían nada que ver con
el «internacionalismo» comunista, sino con el nacionalismo más puro.[48]
El 2 de diciembre de 1945, la prensa soviética publicó un decreto del gobierno
por el que se autorizaba la repatriación a la Armenia soviética de numerosos armenios
residentes en el extranjero. El 20 de ese mismo mes, los periódicos soviéticos
publicaron un artículo de dos autoridades académicas georgianas, «Sobre nuestras
legítimas reclamaciones a Turquía». Este artículo (basado en los memorándums
escritos previamente por ellos mismos y enviados a Molotov y Beria) apelaba a la

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«opinión pública mundial» para que ayudara a Georgia a recuperar las «tierras de sus
antepasados» que los turcos habían conquistado hacía varios siglos. Por aquel
entonces, corrían rumores por el sur del Cáucaso en torno a los preparativos que
estaba haciendo la Unión Soviética para emprender una guerra contra Turquía. Había
indicios de que los rusos estaban tomando posiciones militares en Bulgaria y Georgia.
[49]
A comienzos de diciembre de 1945, los rumores de guerra con la Unión Soviética
dieron lugar a grandes manifestaciones nacionalistas antisoviéticas en Estambul. En
sus informes a Moscú acerca de estos sucesos, el embajador ruso, S. A. Vinogradov,
proponía presentarlos ante Londres y Washington como prueba de una «amenaza
fascista». Sugería también que podía ser un buen pretexto para cortar las relaciones
diplomáticas con Turquía y para «tomar medidas que garanticen nuestra seguridad»,
eufemismo mediante el cual aludía a los preparativos militares. Para sorpresa del
embajador, el 7 de diciembre Stalin rechazó sus propuestas. «El tableteo de las armas
puede tener carácter de provocación», decía en un telegrama, aludiendo a la idea
planteada por Vinogradov de utilizar la realización de maniobras militares para
chantajear a Turquía. Stalin instaba luego al embajador a «no perder la cabeza y no
hacer propuestas alocadas que pueden provocar un agravamiento político perjudicial
para nuestro estado».[50]
El vozhd del Kremlin esperaba aún poder neutralizar la resistencia cada vez
mayor de las potencias occidentales ante las exigencias planteadas a Turquía por los
soviéticos. La «carta armenia» y la misiva de los académicos georgianos aparecieron
oportunamente con el fin de influir en las discusiones de la conferencia de ministros
de Asuntos Exteriores de las grandes potencias celebrada en Moscú entre el 16 y el
26 de diciembre de 1945. En ella, el mandatario del Kremlin pretendía seducir a
Byrnes, no asustarlo. Por otra parte, el concepto de prioridad y de urgencia que tenía
Stalin lo llevó a retirar las energías que había dedicado a Turquía para volcarlas sobre
Irán, donde las posibilidades de éxito de la expansión soviética parecían muy
elevadas en aquellos momentos.

La política de Stalin respecto a Irán fue otro intento de combinar importantes


objetivos estratégicos con la movilización del nacionalismo regional e interno.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Irán empezó a gravitar en la órbita de Alemania.
En 1941, tras el ataque de Hitler contra la Unión Soviética, las tropas rusas y
británicas ocuparon el país, dividiendo sus respectivas zonas de ocupación más o
menos a lo largo de la vieja línea de demarcación que desde comienzos de siglo
separaba los intereses imperiales británicos y rusos. Según los acuerdos de Yalta y de
Potsdam, esas tropas debían retirarse de Irán a los seis meses del término de la guerra.
Sin embrago, el Politburó, mientras tanto, decidió acceder al petróleo iraní y, cuando
el gobierno de Teherán opuso resistencia, no tuvo reparo en utilizar a la población del
Azerbaiyán meridional (región perteneciente a Irán) para presionar tanto a este país

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como a Occidente. El presidente de la república soviética de Azerbaiyán, Mir Jafar
Bagirov, solicitó repetidamente a Stalin que aprovechara la favorable ocasión que
suponía la ocupación del norte de Irán por parte de los soviéticos para lograr la
«reunificación» del Azerbaiyán soviético y el iraní. La historiadora Fernande Scheid
llega a la conclusión de que Stalin decidió utilizar el nacionalismo azerí, al tiempo
que intentaba jugar «un juego de política de poder bastante anticuado, consistente en
adueñarse de todos los territorios que pudiera sin poner en peligro las relaciones con
sus aliados».[51]
El petróleo era la consideración más importante para el Kremlin. La precipitada
marcha de los ejércitos mecanizados de Hitler hacia las refinerías de petróleo de
Grozny y Bakú en 1942 permitió a los soviéticos concentrar su atención sobre la
cuestión general de la «lucha por el petróleo». El antiguo ministro soviético del
petróleo Nikolai Baibakov recordaba que en 1944 Stalin le preguntó de repente si los
aliados occidentales «nos aplastarían si tuvieran la ocasión de hacerlo». Si las
potencias occidentales hubieran sido capaces de negar a la URSS el acceso a las
reservas de petróleo, comentó Stalin, todos los arsenales de guerra soviéticos habrían
resultado inútiles. Baibakov salió del despacho del dictador pensando que la URSS
necesitaba «mucho, muchísimo petróleo».[52]
Durante toda la guerra y mientras se prolongó la ocupación de Irán, los soviéticos
intentaron legalizar su derecho a extraer petróleo en el norte de este país. El gobierno
anticomunista iraní y la mayoría del Majüs (parlamento), que contaban con el
respaldo de los intereses británicos, lograron rechazar dichos intentos. El 16 de
agosto de 1944, Beria informó a Stalin y a Molotov de que «los británicos y
posiblemente los norteamericanos trabajan en secreto contra el traslado de los campos
de petróleo del norte de Irán a la Unión Soviética». El informe subrayaba que
«Estados Unidos han empezado a buscar activamente contratos para las compañías
norteamericanas en el Beluchistán iraní», y concluía diciendo que «los éxitos de la
política petrolera estadounidense en Oriente Medio han empezado a chocar con los
intereses británicos y han provocado el agravamiento de las contradicciones de los
angloamericanos». Beria recomendaba presionar para llegar a un pacto soviético-iraní
sobre las concesiones petrolíferas en el norte de Irán y tomar «una decisión sobre la
participación soviética en las conversaciones angloamericanas sobre el petróleo».
Esta última sugerencia implicaba que la Unión Soviética debía unirse al club
petrolero de las tres grandes potencias en Irán.[53]
Stalin hizo caso omiso de este último punto, pero puso en práctica el primero. El
desarrollo de campos de petróleo en Irán se convirtió en una prioridad para él, junto
con el desarrollo de las reservas de petróleo soviéticas más allá de los Urales, como
parte de los planes económicos de posguerra de la URSS. En septiembre de 1944, el
lugarteniente de Molotov y protegido de Stalin, Sergei Kavtaradze, viajó a Teherán
con la misión de solicitar concesiones petrolíferas. A pesar de las enormes presiones
recibidas, el primer ministro Muhammad Sa’id se negó a negociar hasta que

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terminara la guerra y se produjera la retirada completa de las tropas extranjeras
instaladas en territorio iraní. En junio de 1945, la política soviética respecto a Irán
inició una nueva fase más agresiva. Tras consultar a la troika formada por Molotov,
Kavtaradze y Bagirov, Stalin ordenó la exploración de nuevos campos de petróleo en
el norte de Irán (en Bender-Shah y Shahi), con el fin de comenzar las perforaciones a
finales de septiembre.[54]
Al margen de la importancia del petróleo, los objetivos estratégicos de Stalin en
Irán eran mantener a las potencias occidentales, y en particular a Estados Unidos,
lejos de la frontera soviética. George Kennan, el encargado de negocios de la
embajada norteamericana en Moscú, supo reconocer esta motivación, lo mismo que
el cónsul británico en Mashhad, quien escribiría en sus memorias que fueron «sobre
todo los esfuerzos de la Standard y la Shell por asegurarse los derechos de
prospección de explotaciones petrolíferas los que hicieron que los rusos dejaran de
ser en Persia aliados en una guerra caliente para convertirse en rivales en una guerra
fría».[55] Los criterios de seguridad para el norte de Irán que tenía Stalin eran los
mismos que los que tenía para Xinjiang y Manchuria: el control soviético de las
comunicaciones estratégicas y una prohibición total de cualquier relación comercial
con Occidente e incluso de la presencia de extranjeros.
Podemos ver otros paralelismos entre la conducta de los soviéticos en Manchuria
y en Irán. El ejército soviético seguía siendo el valor más importante con el que
contaba Stalin mientras continuara ocupando el norte de Irán. Tenía también aliados
dentro del país, a los que utilizó para manipular al gobierno iraní. El Partido del
Pueblo de Irán (Tudeh), organización marxista-leninista de los tiempos de la
Komintern, gozaba de cierto apoyo entre los intelectuales iraníes de izquierdas y los
nacionalistas. Sin embargo, los acontecimientos de 1944-1945 demostraron que la
utilidad del Tudeh era muy limitada. Stalin decidió echar mano a la carta del
nacionalismo azerí para crear un movimiento separatista en el norte de Irán. Entonces
los soviéticos podrían chantajear al gobierno iraní, lo mismo que habían hecho con el
Guomindang utilizando a los comunistas chinos.[56]
El 6 de julio de 1945, Stalin ratificó una serie de «medidas para organizar un
movimiento separatista en el Azerbaiyán meridional» y otras provincias del norte de
Irán. El objetivo de dicha decisión era «crear dentro del estado iraní una región
nacional azerbaiyana autónoma con una amplia jurisdicción», instigar los
movimientos separatistas en Gilán, Mazenderán, Gorgán y Khorasán, y «animar» a
los kurdos iraníes a reafirmar su autonomía. La Unión Soviética suministraría a los
separatistas armamento, imprentas y dinero. El ministro de Defensa, Nikolai
Bulganin, y el líder azerbaiyano Bagirov eran los encargados de llevar a cabo estas
políticas. La ejecución práctica del plan en el día a día era responsabilidad de Bagirov
y del grupo de consejeros soviéticos establecidos en Tabriz y Teherán, en su mayoría
de etnia azerí.[57] Stalin dijo a Bagirov que había llegado la hora de reunificar
Azerbaiyán y el norte de Irán. Durante los meses sucesivos, Bagirov y toda la

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maquinaria del partido azerí pusieron entusiásticamente en práctica las instrucciones
de Stalin.[58]
Incluso las autoridades británicas y estadounidenses se dieron cuenta de que los
ánimos estaban lo suficientemente caldeados sobre el terreno como para que pudiera
desencadenarse una insurrección nacionalista en el norte de Irán: los soviéticos no
habrían tenido nada más que encender una cerilla para que estallara el polvorín.[59] El
único problema que tenía Stalin era la falta de tiempo tras el repentino final de la
guerra con Japón. Louise L’Estrange Fawcett señalaba acertadamente: «No puede ser
una casualidad que la reacción del PDA [Partido Democrático de Azerbaiyán]
coincidiera casi exactamente con el fin de la guerra contra Japón, momento que
marcó el comienzo del período de seis meses» tras el cual Moscú, Londres y
Washington habían acordado retirar sus tropas de Irán. En septiembre, el reloj
empezó a correr a toda velocidad y estaba a punto de avisar que había llegado la hora
de la retirada.[60]
Desde finales de septiembre hasta diciembre, el nuevo movimiento autonomista,
apoyado por Bagirov y el NKVD, creó nuevas estructuras de poder en Azerbaiyán y
desmanteló casi por completo la administración de Teherán en la región. Las
autoridades de ocupación soviéticas proyectaron una fusión forzosa de las ramas
septentrionales del Tudeh con el nuevo PDA prosoviético. Los líderes del Tudeh, en
su mayoría revolucionarios veteranos de los primeros años veinte, querían convertir
Irán en el abanderado de la lucha anticolonialista en Oriente Medio y en el sur de
Asia. Pero aquellos sueños fueron borrados de un plumazo por los soviéticos porque
no encajaban con los planes de Stalin. La embajada rusa en Teherán ordenó al Tudeh
que detuviera las actividades revolucionarias en las principales ciudades del país.
Mientras tanto, la creación del movimiento autonomista azerí provocó una respuesta
entusiasta entre la población de esta etnia. Parecía que la carta nacionalista había
dado una victoria política inmediata a Moscú.[61]
En diciembre de 1945, poco antes de la reunión de Stalin con Byrnes y Bevin en
Moscú, los soviéticos sacaron a la palestra dos regímenes secesionistas: uno en el
Azerbaiyán iraní y otro en la República del Kurdistán. Durante toda la crisis iraní, las
consideraciones primarias de todos los bandos, empezando por la URSS, Gran
Bretaña y Estados Unidos, fueron el petróleo y la influencia que cada uno pudiera
ejercer sobre Irán. De momento, sin embargo, daba la impresión de que Stalin tenía
todos los ases en la mano, pero prefirió evitar poner las cartas boca arriba y no
mostrárselas directamente a Occidente. Quizá esperara que al final los
angloamericanos prefirieran resolver el futuro de Irán en una conferencia trilateral
(como habían hecho Rusia y Gran Bretaña en 1907).[62] De hecho, Byrnes se negó a
sumarse a los británicos en la protesta que éstos presentaron contra la instigación del
separatismo iraní por parte de los soviéticos. El secretario de Estado estaba ansioso
por alcanzar un acuerdo general con Stalin.[63]

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Los métodos de Stalin revelan un modelo fácilmente reconocible. En todo
momento el líder soviético se puso de parte de aquellos de sus subordinados que
tenían una mentalidad expansionista y movilizó eficazmente los sentimientos
patrioteros en la burocracia soviética. Los rusos actuaron de forma unilateral, bajo el
disfraz del secretismo y la negación de cualquier iniciativa. Explotaron la presencia
de los movimientos revolucionarios y nacionalistas indígenas, pero prefirieron crear
movimientos controlados por ellos con el fin de alcanzar cuanto antes sus objetivos.
Aunque Stalin fingiera mantenerse dentro del marco de la diplomacia de una gran
potencia, intentaría constantemente tantear sus límites. Este sistema le permitió
obtener importantes victorias tácticas en Europa Central y en el Extremo Oriente. El
dictador del Kremlin, sin embargo, no se daba cuenta de que cada victoria de ese tipo
suponía un despilfarro del capital político de posguerra del que gozaba la URSS en
Estados Unidos. En último término, semejante actitud agotó el potencial diplomático
de Stalin.

DE IRÁN A UNA GUERRA FRÍA

El gobierno iraní empezó a darse cuenta que iba a tener que negociar un tratado
directamente con Moscú. El 19 de febrero de 1946, el nuevo primer ministro iraní,
Ahmad Qavam al-Saltana, llegó a Moscú para entrevistarse con Stalin. Las
conversaciones duraron tres semanas. Durante la guerra, Qavam se había inclinado
del lado de los soviéticos y este factor probablemente influyera en la táctica de los
rusos. Stalin y Molotov jugaron la baza del «policía bueno-policía malo»: por un
lado, blandieron ante Qavam la promesa de actuar como mediadores entre Teherán y
los regímenes separatistas; por otro, presionaron al primer ministro para que hiciera
concesiones petrolíferas a la Unión Soviética. Qavam aludió a la prohibición explícita
del Majlis de hacer concesiones petrolíferas mientras siguiera habiendo tropas
extranjeras en territorio iraní. Stalin animó a Qavam a cambiar la constitución iraní y
a gobernar sin el Majlis. Las tropas soviéticas, le prometió, «garantizarían» su
gobierno. Para subrayar este último punto, varias formaciones de tanques soviéticos
iniciaron un movimiento hacia Teherán. El líder iraní pasó por alto esta oferta, que
era un verdadero regalo envenenado; sin embargo, prometió a Stalin que conseguiría
una concesión petrolífera para la Unión Soviética después de las elecciones del
Majlis.[64]
Enseguida quedó patente que Qavam había sido más zorro que Stalin. Jamil
Hasanli llega a la conclusión de que el primer ministro iraní «valoró correctamente el
potencial de Estados Unidos en el mundo de posguerra», y cambió su orientación,
abandonando a la Unión Soviética y poniéndose a favor de Estados Unidos. Mientras
las conversaciones se prolongaban en Moscú, el plazo internacional de la retirada de
las tropas extranjeras de Irán expiró el 2 de marzo de 1946. La Unión Soviética se vio
de pronto quebrantando a todas luces el acuerdo. El gobierno iraní y el Majlis,

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respaldados por los diplomáticos norteamericanos, decidieron llevar el caso a las
Naciones Unidas, jugada maestra que cambió por completo la marcha del juego que
estaba llevándose a cabo en Irán. De repente, la opinión pública norteamericana se
vio galvanizada por «la crisis iraní»: lo que estaba en juego en aquellos momentos era
no sólo el futuro del petróleo de Irán, sino también la capacidad de las nuevas
Naciones Unidas de defender a sus miembros frente a los abusos de las grandes
potencias.[65]
El conflicto soviético-iraní se produjo en el momento del giro antisoviético que
dieron la política exterior y los círculos militares estadounidenses: en el mes de
marzo estos grupos empezaron a ver cada movimiento que hacía el Kremlin como un
elemento más del sistema agresivo seguido por los comunistas. Truman decidió
enviar el buque de guerra Missouri a los estrechos de Turquía para apoyar a este país
frente al ultimátum de la URSS. El 28 de febrero, Byrnes anunció públicamente una
nueva política de «paciencia con firmeza» frente a la Unión Soviética. George
Kennan envió su «telegrama largo» desde Moscú un día después de que se produjera
la primera entrevista de Stalin con Qavam. Explicaba en él que Estados Unidos no
podía convertir a la Unión Soviética en un socio internacional fiable y aconsejaba
poner freno al expansionismo ruso. Al día siguiente del discurso de Churchill en
Fulton, Missouri, Estados Unidos hizo pública una nota de protesta, diciendo que no
podían «seguir indiferentes» ante el retraso de la retirada militar soviética de Irán. El
primer ministro iraní abandonó Moscú el día en que Pravda publicó la airada
respuesta de Stalin a Churchill. El apoyo a Irán en la primavera de 1946, como señala
un historiador, «marcó el paso de una política de pasividad, a otra claramente activa»
para la Norteamérica de posguerra.[66]
La vista del caso iraní en las Naciones Unidas estaba previsto que tuviera lugar el
25 de marzo. Cuando empezó a prepararse para el acontecimiento, Molotov se dio
cuenta de que la Unión Soviética se enfrentaba a una situación de aislamiento
diplomático. «Empezamos a tantear [opiniones sobre lo de Irán]», recordaría más
tarde, «pero nadie nos apoyaba».[67] Stalin no supo prever el gran impacto que iba a
tener la crisis iraní. Consideraba el lío provocado por lo de Irán un ejercicio más de
guerra de nervios, un episodio más de la rivalidad existente entre unos cuantos
políticos. La repentina intensidad de la implicación de los norteamericanos lo dejó
estupefacto. Un día antes de la vista del caso en la ONU, el dictador del Kremlin
ordenó la retirada inmediata de las tropas y dio instrucciones al embajador soviético
en Teherán para que llegara a un trato con Qavam. Este modelo de conducta,
presionar hasta el último minuto antes de la colisión y luego dar marcha atrás,
reflejaba la concepción que tenía Stalin del modo en que funcionaban los asuntos
internacionales. El daño, sin embargo, ya estaba hecho: la presión de Stalin sobre
Irán, unida a su beligerancia respecto a Turquía, puso a la Unión Soviética camino de
la colisión no sólo con la administración Truman, sino también con amplios sectores
de la opinión pública norteamericana.

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En respuesta a los desesperados gritos de traición del líder del PDA, Jafar
Pishevari, Stalin le envió una carta de una hipocresía asombrosa. Afirmaba que
motivos «revolucionarios» de mayor envergadura, que Pishevari era incapaz de
discernir, obligaban a la Unión Soviética a retirarse. Si las tropas soviéticas se
hubieran quedado en Irán, escribía Stalin, semejante situación «habría minado la base
de nuestra política de liberación en Europa y Asia». La retirada de los soviéticos,
seguía diciendo, iba a deslegitimar la presencia militar angloamericana en otros
países y a facilitar un movimiento de liberación en ellos, haciendo que «nuestra
política de liberación esté más justificada y sea más eficaz».[68]
La derrota diplomática soviética no quedó patente en un principio. Stalin se sintió
resarcido durante algún tiempo en abril de 1946 cuando Qavam accedió a hacer
ciertas concesiones petrolíferas a los soviéticos, supeditadas a la aprobación del
parlamento iraní recién elegido. Hasta el mes de septiembre Stalin no reconoció que
el Majlis nunca iba a ratificar la concesión efectuada por Qavam. Como de
costumbre, culpó a sus subordinados de «desatención», pero no castigó a nadie.[69]
En octubre, el primer ministro iraní organizó una represión derechista de los
separatistas. Los regímenes kurdo y azerí establecidos en el norte de Irán, carentes de
apoyo militar soviético, estaban condenados. Cuando las tropas iraníes entraron en las
provincias del norte, Stalin abandonó a los rebeldes a su suerte. En respuesta a los
desesperados llamamientos de Bakú, abrió las fronteras soviéticas a las élites del
PDA y a unos cuantos refugiados, pero no hizo nada más. A pesar de la catástrofe,
Bagirov y muchos otros como él en el Azerbaiyán soviético, siguieron abrigando la
esperanza de que «en caso de un conflicto militar» entre la Unión Soviética e Irán,
tendrían ocasión de anexionarse los territorios iraníes y reunificar Azerbaiyán.[70] Sin
embargo, las autoridades del Kremlin nunca habían tenido intención de provocar una
guerra por Azerbaiyán.

Casi al mismo tiempo, Stalin sufrió otra derrota regional. El 7 de agosto de 1946, los
soviéticos enviaron una nota a los turcos reiterando su «propuesta» de control
«conjunto» de los estrechos. En la nota no se hablaba para nada de exigencias
territoriales y los diplomáticos soviéticos indicaron que, si se quería alcanzar un
acuerdo sobre los estrechos, era preciso quitar de en medio este tipo de demandas.
Los turcos, respaldados ahora por Washington y Londres, respondieron con una
rotunda negativa. Una vez más, la nueva jugada de Stalin en su guerra de nervios
contra Turquía tuvo unas repercusiones inesperadas al producir una verdadera
«alarma de guerra» entre los políticos y los militares estadounidenses. Debido a
ciertas señales poco claras de los servicios de inteligencia y a los cálculos exagerados
acerca de la concentración de tropas soviéticas en las proximidades de la frontera
turca, algunos miembros de esos círculos empezaron a contemplar por primera vez la
conveniencia de un ataque nuclear contra la URSS, empezando por las fábricas de los
Urales y la industria petrolera del Cáucaso. En esta ocasión, como dan a entender los

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testimonios disponibles, Stalin probablemente se diera cuenta de lo cerca que estaba
del abismo y canceló la campaña. Públicamente, sin embargo, rechazó el monopolio
nuclear de los norteamericanos con sus habituales bravatas.[71]
Una vez más, Stalin decidiría que no estaba dispuesto a enfrentarse a Estados
Unidos por Turquía (para desesperación de las autoridades georgianas). Más o menos
por esa misma época, Akaki Mgeladze, máximo dirigente de Georgia, expresó su
frustración en una conversación privada con el mariscal Fedor Tolbujin, capitán
general del distrito militar del Transcáucaso. Los ucranianos, dijo en tono
quejumbroso Mgeladze, habían «recuperado» todo su territorio, pero los georgianos
seguían esperando. Tolbujin expresó su más absoluta simpatía por las aspiraciones
del pueblo georgiano.[72]
El comportamiento de Estados Unidos fue otro factor crucial para que Stalin se
confundiera en sus cálculos. Desde febrero de 1946, Estados Unidos adoptó una
nueva estrategia consistente en defender activamente Europa Occidental, así como
Turquía e Irán, al considerar a todas estas regiones y países víctimas potenciales de la
«expansión comunista». Desde el otoño de 1945, fue Estados Unidos, y no la Unión
Soviética, el que actuó como factor definitorio de las relaciones internacionales a
escala global. Y en 1946, la administración Truman decidió frenar a la Unión
Soviética cambiando drásticamente las líneas maestras de las relaciones
internacionales. Los norteamericanos se dirigían ya hacia la confrontación, y no hacia
la cooperación, con la Unión Soviética. Las posibilidades de éxito de los grandes
juegos de poder de Stalin empezaron a disminuir.
La Unión Soviética gozaba todavía de una autoridad enorme y tenía millones de
simpatizantes en Occidente.[73] Pero sus amigos más influyentes habían desaparecido.
La muerte de Roosevelt y la consiguiente marcha de Harry Hopkins, Henry
Morgenthau, Harold Ickes, y los otros adalides del New Deal acabaron para siempre
con las «relaciones especiales» de la Unión Soviética con Estados Unidos. El último
aliado con el que contaba Stalin en el gobierno norteamericano era el secretario de
comercio Henry Wallace, que seguía defendiendo audazmente la cooperación con
Moscú mantenida durante la guerra. A decir verdad, existía una comunicación entre
Wallace y el dictador del Kremlin. A finales de octubre de 1945, Wallace utilizó al
jefe de la oficina del NKGB en Washington para transmitir el siguiente mensaje a
Stalin: «Truman era un político sin importancia que ha alcanzado el puesto que ahora
ocupa por casualidad. A menudo tiene “buenas” intenciones, pero cae con demasiada
facilidad bajo la influencia de las personas que lo rodean». Wallace decía de sí mismo
que «luchaba por el alma de Truman» contra un poderoso grupo de personas entre las
cuales estaba Byrnes. Ese grupo, afirmaba, tenía una marcada actitud antisoviética;
«sostienen la idea de un bloque dominante anglosajón formado principalmente por
Estados Unidos e Inglaterra», frente al «mundo eslavo, extremadamente hostil», que
encabezaba la Unión Soviética. Wallace se ofrecía a desempeñar el papel de «agente

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de la influencia» soviética en Estados Unidos. Rogaba a Stalin que lo ayudara a él y a
sus partidarios.[74]
El NKGB se encargó de transmitir este extraordinario llamamiento a Stalin. No se
sabe cuál fue la reacción de éste. En cualquier caso, el dictador no estaba dispuesto a
modificar su conducta en el plano internacional para ayudar a Wallace y los
izquierdistas norteamericanos. No obstante, esperaba utilizar a Wallace y a sus
amigos en su lucha por ganarse a la opinión pública norteamericana frente a Byrnes y
otros adversarios.
Tampoco sabemos cómo le sentó a Stalin la reacción de los analistas y de los
servicios de inteligencia ante las actitudes norteamericanas hacia la Unión Soviética.
En el otoño de 1945, Igor Gouzenko, empleado de los servicios soviéticos de
encriptación en Ottawa, y Elizabeth Bentley, ciudadana estadounidense que dirigía
una red de espías soviéticos en su propio país, hicieron defección y revelaron a la
inteligencia canadiense y al FBI las actividades del espionaje soviético en
Norteamérica. Estas defecciones tuvieron un efecto bola de nieve durante los meses
sucesivos. Dieron lugar no sólo a un rápido incremento de las actitudes antisoviéticas
en Canadá y en Estados Unidos, sino también al estancamiento de la labor de los
servicios de inteligencia rusos en estos dos países. Los jerarcas del NKGB y del GRU
tardaron lo más posible en informar a Stalin, Molotov y Beria de estos fracasos de los
servicios de inteligencia, y no los pusieron en su conocimiento hasta finales de
noviembre. Mientras tanto, como han descubierto el historiador Alien Weinstein y el
periodista Alexander Vassiliev, la defección de Bentley «supuso la congelación casi
de la noche a la mañana de todas las labores y actividades de inteligencia del NKGB
en Estados Unidos». Temeroso de lo que pudiera pasar con el resto de sus servicios
de información, el NKGB congeló todos sus contactos con un valiosísimo agente
británico establecido en Washington llamado «Homer» (Donald Maclean). El GRU
probablemente hizo lo mismo con sus redes de agentes.[75] Así pues, los círculos
encargados de elaborar la política norteamericana se volvieron más impenetrables
para Stalin, justo en el momento en que se produjo el rápido giro hacia la nueva
política de contención.
A pesar de los efectos del caso Gouzenko, Stalin tuvo conocimiento del rápido
endurecimiento de la postura estadounidense hacia la Unión Soviética. Según el
historiador ruso Vladimir Pechatnov, los servicios secretos soviéticos lograron
finalmente hacerse con una copia del «telegrama largo» de Kennan a Washington.
Stalin y Molotov se dieron cuenta también de las implicaciones geoestratégicas de la
afianza angloamericana: la conjunción del potencial económico y del poder atómico
estadounidense y de las bases militares del Imperio británico establecidas por todo el
mundo habría dado lugar a un peligroso cerco de la Unión Soviética. Sin embargo, el
conocimiento de este hecho no condujo en último término a modificar en absoluto las
decisiones de Stalin. Pechatnov se pregunta si Stalin era consciente «de la relación

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existente entre sus propias acciones y la resistencia cada vez mayor a ellas». La
respuesta es que probablemente no lo fuera.[76]
Stalin daba por supuesto que las demás potencias mantendrían su actitud egoísta,
calculadora y belicosa, según el concepto leninista de imperialismo. Cuando valoraba
a sus oponentes occidentales, el dictador soviético lo hacía basándose en la idea que
tenía de su carácter y su lógica «imperialista». Cuando el gobierno laborista de
Londres no mostró coherencia alguna en este sentido, Stalin lo colmó de injurias.
Ernest Bevin y Clement Attlee, dijo en 1945, «son unos auténticos idiotas; tienen el
poder en un gran país y no saben qué hacer con él. Tienen una orientación empírica».
[77] El desprecio de Stalin por Bevin contrastaba con su actitud hacia Churchill, que

iba del respeto a una furia sorda.


Las influencias ideológicas, como ha señalado John Lewis Gaddis, explican el
expansionismo de Stalin y su convencimiento de que la Unión Soviética iba a poder
salir de rositas de todo aquello. En particular, la esperanza que tenía de una inevitable
crisis económica de posguerra y su creencia en las «contradicciones imperialistas» de
los estados capitalistas lo llevaron a descartar la posibilidad de la cooperación con
Occidente.[78] Además, el expansionismo de Stalin estaba relacionado con su política
de movilización en el interior, que incluía las actividades de propaganda rusocéntricas
y su llamamiento a otras formas de nacionalismo. Los sentimientos y aspiraciones
nacionalistas de las élites soviéticas y de la opinión pública en general se tradujeron
en un gran apoyo de todo el país a la política de «imperialismo socialista»
emprendida por el Kremlin en 1945-1946.
No podemos determinar si Stalin esperaba o no que su rigidez en los Balcanes y
sus tanteos en Turquía e Irán provocaran la ruptura con sus aliados de Occidente. Es
evidente, sin embargo, que las acciones del mandatario soviético contribuyeron a
allanar el camino hacia la Guerra Fría. Su táctica en Oriente Medio ayudó a que se
hiciera realidad la cooperación de posguerra entre Gran Bretaña y Estados Unidos e
hizo que las sucesivas administraciones norteamericanas reaccionaran con dureza
ante el «expansionismo soviético». Las ideas preconcebidas de Stalin le jugaron una
mala pasada. Stalin fue de una eficacia brutal en la medida en que sus objetivos
territoriales y políticos contaron con el apoyo y la fuerza del ejército soviético. Sin
embargo, como ejercicio diplomático y de relaciones públicas, esta actitud resultó
desastrosa, tal como se había temido Litvinov. Sin extraer lección alguna de sus
fracasos, perseveró en mantener el rumbo que había llevado a que las tensiones entre
la URSS y Estados Unidos desembocaran en una confrontación en toda regla. Y más
tarde, su visión del mundo en blanco y negro, su fe en la fuerza bruta, y el bagaje
ideológico marxista-leninista lo dejarían sin alternativa a la Guerra Fría y a la
movilización unilateral del poder económico y militar de la URSS.
El nuevo poder global de los norteamericanos y la decisión de utilizarlo mostrada
por la administración Truman habrían sido un factor distinto. Numerosos
historiadores concuerdan en que Estados Unidos empezó a actuar como potencia

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global no sólo en respuesta al desafío soviético, sino también como consecuencia de
su propia concepción del mundo. El programa poswilsoniano de construir una Europa
«libre y democrática» y de poner coto al comunismo en el resto del mundo supuso un
nuevo factor revolucionario que cambiaría de manera trascendental la política
exterior. Y en los círculos políticos y en la sociedad norteamericana había fuerzas
muy poderosas que siempre habían creído, como concluye W. R. Smyser, que «sólo
[Estados Unidos] podía tener intereses y fuerzas en todo el mundo». A juicio de esos
pensadores, la Unión Soviética podía desempeñar un papel regional para la paz
durante la posguerra, pero no el de una verdadera gran potencia.[79] Al mismo tiempo,
cabe preguntarse si esas fuerzas habrían logrado imponerse y si Estados Unidos
habría alcanzado tan rápidamente el protagonismo en la política mundial sin la
«ayuda» de la amenaza soviética y de las acciones de Stalin.
La extrapolación que hizo Stalin de las enseñanzas extraídas de las relaciones
internacionales europeas durante el siglo anterior hizo que su mente permaneciera
cerrada a los motivos que se ocultaban tras el intervencionismo global
norteamericano. Stalin habría podido prever el fin del aislacionismo estadounidense,
pero no supo dar crédito al enorme impulso que se ocultaba tras las ideas del «siglo
de América», que, basadas en un lenguaje multilateral, llevaron a Estados Unidos a
quedarse en Europa. Hasta el otoño de 1945, Stalin obtuvo muchos beneficios de su
asociación con Washington. Su experiencia del trato con los norteamericanos lo llevó
a creer que iba a poder sacar otras ganancias marginales sin encontrar resistencia en
los estadounidenses, siempre y cuando las acciones soviéticas tuvieran por objetivo
únicamente las esferas de influencia británica. Pero para sorpresa de Stalin, la
administración Truman decidió que no había alternativa a la contención del
expansionismo soviético en todo el mundo, empezando por Europa Central. Esta
decisión marcaría la pauta de las sucesivas décadas de Guerra Fría.
Hubo, en cambio, un error que Stalin no cometió. Nunca se presentó abiertamente
como agresor y conservó cuidadosamente el barniz de legitimidad internacional dado
a su expansionismo. El líder soviético dejó a Occidente el papel de responsable de la
ruptura de los acuerdos de Yalta y Potsdam y de iniciador de la confrontación. Más
tarde, Molotov afirmaría: «¿Qué significa eso de “Guerra Fría”? Nosotros estábamos
simplemente a la ofensiva. Se enfadaron con nosotros, por supuesto, pero estábamos
obligados a consolidar lo que habíamos conquistado».[80] La mayoría de los
ciudadanos soviéticos compartían esa idea. Durante las décadas por venir, seguirían
creyendo que quien había desencadenado la Guerra Fría había sido Estados Unidos,
no Stalin.

EMPIEZA LA «GUERRA FRÍA» INTERNA

Stalin temía que el efecto del bombardeo de Hiroshima, unido a la sensación general
de laxitud y cansancio reinante al término de la guerra, hiciera que las élites

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soviéticas buscaran un acomodo con Estados Unidos, o quizá incluso que se
impusiera entre ellas una aceptación de la superioridad norteamericana. La actitud
«blanda» de Molotov durante la Conferencia de Londres lo convirtió en blanco de las
iras y las sospechas de Stalin.[81] De regreso en Moscú a primeros de octubre de
1945, Molotov tuvo que reconocer sus errores ante sus propios subordinados de la
Comisaría de Asuntos Exteriores. Calificó la conferencia de campo de batalla en el
que «ciertos sectores norteamericanos y británicos» lanzaron el «primer ataque
diplomático contra las ganancias obtenidas por la Unión Soviética en materia de
política exterior».[82]
Aquél fue precisamente el comienzo de los problemas de Molotov. A primeros de
octubre, Stalin se marchó de vacaciones al mar Negro, por primera vez en muchos
años. La guerra había envejecido mucho al líder del Kremlin, y los periodistas
extranjeros empezaron a especular acerca de su mala salud y de un posible retiro.
Hablaron incluso de Molotov y Zhukov como candidatos a la sucesión. Al leer los
informes de prensa, Stalin empezó a sospechar que sus lugartenientes más próximos
(Beria, Malenkov, Molotov y Mikoyan) podían haber dejado de necesitar su liderazgo
y que tal vez no fueran contrarios a llegar a un arreglo con Estados Unidos y Gran
Bretaña a sus espaldas. Se puso hecho una furia cuando leyó que Molotov, en una
recepción a la prensa extranjera, había apuntado a una próxima relajación de la
censura estatal de los medios de comunicación internacionales. En un telegrama
cifrado, Stalin arremetió contra el «liberalismo y los disparates» de Molotov. Acusó a
su lugarteniente de intentar llevar a cabo una política de «concesiones a los
angloamericanos», de «dar a los extranjeros una impresión de que tenía una política
distinta de la del gobierno y de la de Stalin, la impresión de que con él [Molotov]
[Occidente] podía hacer negocios». De un plumazo excluyó a Molotov del estrecho
círculo de líderes del país y propuso a Beria, Malenkov y Mikoyan la destitución de
Molotov de su puesto de primer vicesecretario y ministro de Asuntos Exteriores. Los
intentos de defenderlo llevados a cabo por otros lugartenientes enfurecieron a Stalin
todavía más. Poco tiempo después y tras diversas peticiones de clemencia por parte
del propio Molotov, el dictador accedió a poner a prueba a su viejo amigo Viacheslav
y lo autorizó a continuar las negociaciones con Byrnes.[83]
Mientras Stalin se dedicaba a sembrar minas bajo los pies de Molotov, hizo
restallar el látigo sobre todos sus lugartenientes. Les escribió diciendo: «Ahora hay
muchos individuos ocupando puestos de autoridad que se extasían al oír las alabanzas
de gentes como Churchill, Truman y Byrnes, y que, por el contrario, se molestan
cuando oyen comentarios desfavorables sobre estos señores. A mi juicio, son
actitudes muy peligrosas, pues siembran entre nosotros el servilismo ante las
personalidades extranjeras. Contra ese servilismo hacia los extranjeros debemos
luchar con uñas y dientes».[84] Este telegrama contenía la esencia de la campaña
ideológica de aislacionismo xenófobo que se desencadenaría pocos meses después.
Dicha campaña obligaría a todos los subordinados de Stalin a reafirmar su lealtad y

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su celo en el nuevo frente, erradicando la actitud de «sumisión y reverencia ante
Occidente» que supuestamente existía en el aparato de gobierno y en la sociedad
soviética.
Si Stalin hubiera muerto en ese momento, es posible que sus colegas hubieran
optado por una postura más acomodaticia frente a Estados Unidos. No tenían el
singular talento que poseía él para adaptarse a las situaciones trágicas; compartían
además la preferencia de la nomenklatura por la idea de que la vida después de la
guerra iba a ser menos dura. Como demostrarían sus acciones después de 1953, no
ignorarían, como había hecho Stalin, el agotamiento y la miseria de su país. No
obstante, los subordinados de Stalin eran prisioneros del paradigma imperial-
revolucionario. Xenófobos y aislacionistas, se hallaban divididos entre el deseo de
reconstrucción pacífica y las tentaciones del «imperialismo socialista». Deseaban la
cooperación con las potencias occidentales, pero en los términos planteados por la
Unión Soviética, con el mantenimiento de la autarquía económica y la libertad de
acción de la URSS.
En otoño de 1945, las autoridades rusas debatieron si la Unión Soviética debía
unirse a las instituciones económicas y financieras internacionales de posguerra (el
Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial) creadas en Bretton Woods.
Algunos altos funcionarios responsables de los presupuestos, las finanzas, las
industrias y el comercio del estado se mostraron a favor de la participación soviética
en dichas instituciones por motivos pragmáticos y económicos. El comisario de
finanzas, Arseny Zverev, insistió en que la presencia de la URSS en esas
instituciones, aunque sólo fuera en calidad de observadora, habría sido útil en las
futuras negociaciones comerciales y crediticias con Occidente. Esta postura recibió el
apoyo de Mikoyan y Lozovski. Todos ellos consideraban que los préstamos y la
tecnología de los norteamericanos eran imprescindibles para la recuperación
económica de la URSS. Otros dirigentes, entre ellos Nikolai Voznesenski, director del
Gosplan, el Comité Estatal de Planificación, sostenían que la deuda externa habría
socavado la independencia económica soviética. En un memorándum a Molotov de
octubre de 1945, Ivan Maiski alertaba de la eventualidad de que los norteamericanos
utilizaran sus préstamos a los británicos para que éstos abrieran su imperio a los
intereses económicos y financieros estadounidenses. Particularmente belicosa, decía,
era la insistencia de los norteamericanos en que debía ponerse en sus manos un
dinero que ellos se encargarían de controlar y en que Gran Bretaña desmantelara los
mecanismos estatales que protegían su monopolio comercial.[85]
En febrero de 1946, según Vladimir Pechatnov, las actitudes aislacionistas se
impusieron en el seno de la burocracia soviética. Algunos políticos apelaron a «la
renuencia de Stalin a hacer más transparente la economía de la URSS y a depositar
parte de las reservas de oro soviéticas» en el Fondo Monetario Internacional. Stalin
decidió no unirse al sistema de Bretton Woods. En el mes de marzo, la
correspondencia oficial del Ministerio de Finanzas hacía ya hincapié en esta nueva

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postura, según la cual las potencias occidentales habrían interpretado la presencia
soviética en las instituciones internacionales como un signo de la debilidad y la
predisposición de la URSS a hacer concesiones unilaterales «bajo la presión de
Estados Unidos». Cuando le preguntaron por ello en los años setenta, Molotov dijo
que los norteamericanos «intentaron arrastrarnos tras ellos, pero asignándonos un
papel secundario. Nos habríamos visto en una situación de dependencia y al final no
habríamos obtenido nada de ellos».[86]
El generalísimo aprovechó la ocasión de las primeras «elecciones» de posguerra
al Soviet Supremo para imponer una serie de nuevas directrices al Partido Comunista
y a los cuadros de la política estatal en un acto celebrado el 9 de febrero de 1946 en el
Teatro Bolshoi. El discurso de Stalin, caracterizado por un lenguaje marcadamente
ideológico, anunciaba el rumbo de posguerra decididamente unilateral que en
adelante iba a seguir el país. Para muchos observadores, aquello significaba la ruptura
definitiva con el espíritu de la Gran Alianza; el discurso no contenía ni una sola
palabra amistosa hacia las potencias occidentales. Exigía a las autoridades presentes
en el acto convertir a la Unión Soviética en una superpotencia en el plazo de una
década, «con el fin de superar en un futuro próximo los logros alcanzados por la
ciencia más allá de las fronteras de nuestro país» (alusión a la futura carrera por la
hegemonía de los misiles atómicos), y de «incrementar los niveles de nuestra
industria, por ejemplo, triplicándolos en comparación con los existentes antes de la
guerra». Aquella, concluía el discurso, sería la única condición que garantizaría a la
Unión Soviética la seguridad «frente a cualquier eventualidad». Stalin escribió
personalmente el discurso, lo corrigió en varias ocasiones, e incluso indicó cuál debía
ser la reacción del público intercalando en el borrador las palabras: «Furiosos
aplausos», «Aplausos y ovación constante», etcétera, detrás de los pasajes más
relevantes.[87] El discurso fue retransmitido por radio y publicado en decenas de
millones de copias. Los lectores y oyentes más avispados se dieron cuenta
inmediatamente de que con él se daba por muerta toda esperanza de mejora de las
condiciones de vida y de cooperación de posguerra con los aliados occidentales.
Stalin ordenó a la nomenklatura dar otro gran salto hacia delante.[88]
Ese nuevo rumbo convirtió, en efecto, el período de posguerra en una época de
movilización y preparación para futuras «eventualidades» fatales. Las estadísticas
oficiales muestran el descenso experimentado por los gastos militares, que pasaron de
los 128 700 millones de rublos en 1945 a los 73 700 millones de 1946. Siguieron en
ese nivel, superior en cualquier caso al existente antes de la guerra, en 1947. En dicha
cifra no se incluían los costes del proyecto atómico, correspondientes a los fondos
«especiales» del estado. Los planes para 1946 incluían también la creación de
cuarenta nuevas bases navales. Los sectores de la economía orientados a los
consumidores, sobre todo la agricultura, continuaron en unas condiciones desastrosas,
como indican los cálculos oficiales presentados por el ministro de Finanzas Zverev a
Stalin en octubre de 1946.[89]

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Los niveles de vida del pueblo soviético, los vencedores, cayeron en picado a
unos niveles inferiores a los de los vencidos, el pueblo alemán. Durante la guerra, el
estado había requisado una gran parte de la renta de la población a través de la
compra obligatoria de bonos de guerra, donaciones semivoluntarias, e impuestos
indirectos. La inflación causó daños adicionales.[90] Los niveles de vida de antes de la
guerra, ya bajísimos, parecían en 1946 un sueño imposible de alcanzar.
El discurso de Churchill sobre el telón de acero proporcionó a Stalin otra
oportunidad excelente para preparar a los ciudadanos soviéticos para la vida de
miseria y hambre que los aguardaba. En su respuesta publicada en Pravda el 14 de
marzo de 1946, redactada personalmente por el dictador y corregida con sumo
cuidado, Stalin calificaba a su antiguo aliado británico de «belicista», lo comparaba
con Hitler, y contrastaba el «internacionalismo» soviético con el afán de dominación
«racista» del mundo anglosajón que tenía Churchill. La dureza de esa respuesta
estaba perfectamente calculada: de ese modo, Stalin mostraba su actitud
absolutamente inflexible ante cualquier intento de desafiar la esfera de influencia
soviética en Europa Central por parte de los occidentales. En adelante el deseo común
de la opinión pública no sería ya la cooperación con las potencias occidentales, sino
la evitación de la guerra con ellas. Este temor era exactamente lo que Stalin
necesitaba para promover su campaña de movilización.[91]
Stalin puso a Andrei Zhdanov al frente de la campaña de movilización (llamada
Zhdanovshchina). Zhdanov no se había distinguido durante la guerra como jefe del
partido en Leningrado, pero sus antecedentes hacían de él un elemento lo
suficientemente bueno para encargarse de las labores de propaganda. Procedía de una
familia culta (su padre, como el de Lenin, era inspector de enseñanza, y su madre
pertenecía a la nobleza y se había graduado en el conservatorio de Moscú). Era un
hombre instruido y un buen orador. En abril de 1946, Zhdanov transmitió «la orden
del camarada Stalin» al aparato central del partido y a sus propagandistas: refutar
resueltamente la idea de que «el pueblo debía tomarse un tiempo para recuperarse
después de la guerra, etc., etc., etc.».[92]
Otro objetivo de la campaña de Stalin eran los altos mandos del ejército. El líder
del Kremlin sospechaba que los conquistadores de Europa tenían tendencias
bonapartistas ocultas. Stalin deseaba meterlos en cintura mientras continuaba la

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desmovilización de las masas. En septiembre de 1946, las fuerzas del ejército
soviético se habían reducido, según los cálculos de los servicios de inteligencia
norteamericanos, de los 12,5 millones de hombres a los 4,5 millones.[93] Mientras
tanto, la élite militar se dormía en sus laureles, y su espíritu de combate se evaporaba
en una verdadera orgía de alcohol, líos de faldas e incautaciones. En marzo de 1946,
se llevó a cabo un primer intento de purga de los niveles más altos de «la generación
de los vencedores». Numerosos líderes militares, directivos de empresas estatales e
ingenieros se vieron envueltos en el «asunto de la industria aeronáutica». El general
Alexei Shajurin, comisario de la industria aeronáutica, y el mariscal de aviación
Alexander Novikov, general en jefe de la fuerza aerea soviética, fueron destituidos
bruscamente y poco después detenidos bajo la falsa acusación de suministrar al
Ejército Rojo aviones «defectuosos».[94]
Al mismo tiempo, los servicios de contrainteligencia de Stalin «descubrieron»
que el mariscal Georgi Zhukov se había traído de Alemania cargamentos enteros de
artículos valiosos y tesoros para su uso personal y el de su familia. El héroe nacional
soviético, que había Presidido el Desfile de la Victoria montado en un caballo blanco,
tuvo que marchar a una especie de semidestierro como capitán general de la región
militar de Odesa.[95] Al mismo tiempo, Georgi Malenkov, el fiel lugarteniente de
Stalin, que había estado al frente de la industria aeronáutica durante la guerra, perdió
su puesto en la secretaría del partido y en el Buró de Organización (aunque Stalin no
tardaría en perdonarlo). Lo que el dictador quería era demostrar que los actos
heroicos de guerra no suponían ninguna protección frente a las purgas. Para mayor
escarnio de los veteranos de guerra y de millones y millones de personas, a finales de
1946, Stalin abolió la celebración pública y el carácter de fiesta nacional del Día de la
Victoria; a cambio, se concedió como festivo el día de Año Nuevo.
Algunos veteranos degradados despertaron a la horrible realidad de la dictadura
de Stalin. Fue entonces cuando el NKGB empezó a vigilar a todos los mandos de las
fuerzas armadas, y algunas de sus conversaciones registradas han llegado
recientemente a manos de los historiadores. Entre esos expedientes se incluyen las
conversaciones privadas que mantuvieron el general del ejército Vasili Gordov y su
antiguo jefe de estado mayor, el general Fedor Ribalchenko, el día de Fin de Año de
1946. Gordov, alto mando del ejército que mostró una actitud despiadada en
Stalingrado, Berlín y Praga, era simpatizante de Zhukov y perdió su elevada posición.
La cólera y el alcohol hicieron que los dos generales se fueran de la lengua.
Reconocían que en Occidente la gente vivía incomparablemente mejor que el pueblo
soviético, y que la vida en las zonas rurales era totalmente miserable. Ribalchenko
dijo que «la gente está harta de su vida y se queja abiertamente, en los trenes y en
todas partes. La hambruna está increíblemente extendida, pero los periódicos se
limitan a mentir. Sólo el gobierno vive bien, mientras que el pueblo se muere de
hambre». Gordov se preguntaba en voz alta si había algún modo de irse a trabajar y a
vivir al extranjero («a Finlandia o a los países escandinavos»). Los dos generales

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lamentaban la falta de ayuda de Occidente y temían que la política de confrontación
con el bloque angloamericano propugnada por Stalin acabara en una guerra y en la
derrota de la Unión Soviética. Ribalchenko concluía: «Me parece que antes de que
pasen diez años nos habrán zurrado bien la badana. Todo el mundo dice que va a
haber guerra. ¡Nuestro prestigio ha ido disminuyendo de un modo abominable!
¡Nadie apoyará a la Unión Soviética!».[96]
Los militares descontentos conocían perfectamente el papel de Stalin como
instigador de nuevas purgas. Cuando Ribalchenko propuso que Gordov pidiera
perdón a Stalin, el aludido no pudo menos que reírse de la ocurrencia. Exclamó con el
orgullo característico de las élites de posguerra: «¿Por qué iba a tener que
rebajarme?». Tres días después, a solas con su esposa, Gordov confesaba que su viaje
al campo (antes de su «elección» como diputado del Soviet Supremo) lo había hecho
«renacer por completo». «Estoy convencido de que si hoy abolimos las granjas
colectivas, mañana mismo habrá orden, mercado y abundancia de todo. Habría que
dejar a la gente tranquila; tiene derecho a llevar una vida mejor. ¡Se ha ganado esos
derechos en el campo de batalla!» Había llegado a la conclusión de que Stalin estaba
«arruinando Rusia».[97]
Críticas a Stalin como éstas seguían siendo raras entre las élites soviéticas.[98]
Pero el descontento había aumentado a finales de 1946, cuando una tremenda sequía
se abatió sobre las tierras más fértiles de Ucrania, Crimea, Moldavia, la región del
Volga y la parte central de Rusia, el Extremo Oriente, Siberia y Kazajstán. Aquella
catástrofe natural, unida a la falta de mano de obra y de recursos existente después de
la guerra, amenazó con producir una hambruna generalizada.[99] Pero fueron Stalin y
su política los que, en vez de evitar el hambre, provocaron aquella calamidad causada
por la mano del hombre, semejante a la carestía de 1932-1933.
Como en los años treinta, Stalin se negó a admitir que estaba produciéndose un
desastre y prefirió denunciar a los «causantes de la ruina» y a los «especuladores»,
supuestamente responsables de la escasez de pan. El dictador del Kremlin poseía unas
enormes reservas «estratégicas» de grano que había acumulado para el caso de
emergencia de guerra. Pero se negó despiadadamente a poner ese grano a disposición
de los consumidores. Stalin tenía además en las arcas del estado mil quinientas
toneladas de oro con las cuales habría podido comprar alimentos en el extranjero.
Molotov y Mikoyan recordarían más tarde que Stalin prohibió la venta del oro.
Rechazó incluso la ayuda alimentaria que pudiera prestar a Rusia la Administración
de Socorro y Rehabilitación de las Naciones Unidas (aunque permitió la llegada de
alguna ayuda a Ucrania y Bielorrusia). Al mismo tiempo propuso enviar productos
alimenticios soviéticos a Polonia y Checoslovaquia, así como a los comunistas
franceses e italianos.[100]
Stalin volvió a la política de preguerra consistente en empobrecer al pueblo ruso,
especialmente a los campesinos y a los trabajadores agrícolas, con el fin de obtener
dinero para la reconstrucción industrial y el rearme. Entre 1946 y 1948, los impuestos

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de los campesinos aumentaron un 30 por 100, y en 1950 ese aumento alcanzaba ya el
150 por 100. El estado se negó además a pagar los bonos de guerra, es decir, los miles
de millones de rublos que había «tomado prestados», o mejor dicho que había
confiscado al pueblo soviético. Por el contrario, se impuso a la ciudadanía
empobrecida la compra de los nuevos bonos de reconstrucción.[101]
Stalin sabía indudablemente que mucha gente estaba resentida contra las
autoridades y contra él en particular. Pero también sabía que sólo las élites
representaban un verdadero peligro. Mikoyan recordaría más tarde que el dictador
«sabía que el rasgo más destacado del muzhik ruso era su paciencia y su capacidad de
aguante».[102] Las purgas, cuya finalidad era socavar el orgullo y la autonomía de las
élites, se convirtieron paulatinamente en una nueva ronda de terror contra sus
integrantes. En 1945 y 1946 se produjo un descenso del número de acusaciones de la
Comisión Especial del NKVD, que pasaron de 26 600 a 8000, pero en 1949 el nivel
de las denuncias se situaba en las 38 500.[103] En enero de 1947, el general Gordov,
su mujer, y el general Ribalchenko fueron detenidos y encarcelados, junto con otros
militares y sus familias.[104] Las purgas siguieron siendo limitadas y se llevaron a
cabo de manera sigilosa, sin denuncias públicas. Pero al cabo de unos años, cuando la
Guerra Fría había polarizado el mundo y la posición de Stalin se hizo inconmovible,
el dictador del Kremlin empezó a derramar la sangre de los miembros de la élite a
una escala cada vez mayor.

STALIN «CONSOLIDA» LA SOCIEDAD SOVIÉTICA

Norman Naimark comenta que «la guerra proporciona a los gobernantes una tapadera
para llevar a cabo proyectos de limpieza étnica» y les «brinda la oportunidad de hacer
frente a las minorías revoltosas suspendiendo los derechos civiles». A Stalin el
agravamiento de la confrontación con Occidente le dio la oportunidad de restaurar el
control absoluto de las élites. También le proporcionó una justificación para la
rusificación de las élites y de la burocracia de la URSS y para la consolidación de la
sociedad soviética por medio de contundentes argumentos nacionalistas y una rígida
jerarquía étnica.[105]
La campaña contra el «cosmopolitismo», pretexto oficial de las medidas
antisemitas, constituyó un capítulo fundamental de esa consolidación. Las sospechas
de Stalin respecto a los judíos se incrementaron cuando dio comienzo la Guerra Fría.
El dictador empezó imaginándose una conspiración de las élites judías soviéticas, de
las organizaciones hebreas de Estados Unidos, y de los judíos de su entorno más
inmediato. Desde los años veinte, numerosos miembros del Politburó, entre otros
Molotov, Voroshilov, Mijail Kalinin, y Andrei Andreev, habían contraído matrimonio
con judías, y este hecho comenzó entonces a alimentar las sospechas de Stalin.[106]
En 1946, Zhdanov hizo correr entre sus subordinados la orden de Stalin: había que

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acelerar la eliminación de los cuadros «cosmopolitas», fundamentalmente de los de
etnia judía, existentes en la burocracia soviética, empezando por los cargos más
destacados de los sectores relacionados con la propaganda, la ideología y la cultura.
El primer golpe, reflejo de las nuevas prioridades del régimen, se dirigió contra la
Oficina Soviética de Información (Sovinformburó), la voz, conocida en todo el
mundo, de la propaganda del Kremlin durante la guerra. Zhdanov tuvo la audacia de
decir a un funcionario, que no acababa de entender exactamente quién era el enemigo
cosmopolita en su departamento, que «quitara de en medio a la sinagoga existente en
él». Los judíos soviéticos habían prestado grandes servicios al régimen comunista,
engrosando el número de la élite profesional y cultural durante dos décadas. Había
llegado el momento de depurarlos.[107]
En la primavera de 1948, algunos destacados sionistas apelaron a las autoridades
de Moscú para que enviaran a Palestina a «cincuenta mil» judíos soviéticos, que
debían ayudarles contra los árabes, prometiendo a cambio una postura de simpatía
hacia los intereses soviéticos. Los dirigentes del partido y los expertos en cuestiones
relacionadas con Oriente Medio reaccionaron ante semejante petición con gran
escepticismo; la opinión predominante era que el carácter clasista del sionismo habría
acabado poniendo definitivamente a los sionistas del lado de Estados Unidos, y no de
la URSS. Sorprendentemente, a pesar de su creciente antisemitismo, Stalin
desautorizó a los escépticos y permitió la ayuda militar masiva a los sionistas a través
de Checoslovaquia. En mayo de 1948, antes incluso de que terminara la guerra en
Palestina, la Unión Soviética reconoció al estado de Israel de iure, antes incluso de
que lo hiciera Estados Unidos. Molotov afirmaba en los años setenta que «todo el
mundo, excepto Stalin y yo», se había mostrado en contra de semejante decisión.
Explicaba que no reconocer a Israel habría permitido a los enemigos de la URSS
decir que este país era contrario a la autodeterminación nacional de los judíos.[108]
Pero lo más probable es que Stalin llegara a la conclusión de que apoyar al
movimiento sionista probablemente fuera el único medio que tenía de debilitar la
influencia de Gran Bretaña en Oriente Medio. Además, puede que también esperara
exacerbar las tensiones existentes entre ingleses y norteamericanos sobre la cuestión
del sionismo, e incluso conseguir un acceso al Mediterráneo.[109]
Sin embargo, como predecían los expertos, Israel empezó enseguida a inclinarse
del lado de Estados Unidos. Además, las extraordinarias muestras de apoyo a Israel
que se produjeron entre los judíos de todo el mundo, empezando por los de la Unión
Soviética, alarmaron al líder del Kremlin. Incluso la mujer de Voroshilov, Ekaterina
(Golda Gorbman), dijo a sus parientes el día de la proclamación del estado de Israel:
«Ahora nosotros también tenemos nuestro propio país». El Comité Judío Antifascista
(CJAF) se había convertido ya a ojos de Stalin en el vivero del nacionalismo judío
relacionado con los círculos sionistas de Estados Unidos e Israel. El dictador sabía
que muchos judíos soviéticos consideraban oficiosamente al presidente del CJAF, el
famoso actor Solomon Mijoels, su líder nacional. Y al término de la guerra, apelaron

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a Molotov, a su esposa, Polina Zhemchuzhina, a Voroshilov y a Kaganovich para que
les ayudaran a crear una república judía en Crimea. Antes incluso del reconocimiento
del estado de Israel, el dictador empezó a tomar medidas para eliminar lo que él
consideraba una potencial conspiración sionista dentro de la Unión Soviética. En
enero de 1948, el MGB (el organismo sucesor del NKGB) asesinó por orden de Stalin
a Mijoels, presentando el caso como un accidente de tráfico. A finales de 1948,
fueron detenidos e interrogados otros líderes del CJAF. Entre otras cosas, fueron
acusados de un supuesto complot para hacer de Crimea una cabeza de playa
americano-sionista dentro de la Unión Soviética. En enero de 1949, fue detenido el
lugarteniente de Molotov, Lozovski, antiguo director del Sovinformburó y supervisor
político del CJAF. También fue detenida la mujer de Molotov. Este recordaría más
tarde que «empezaron a temblarme las rodillas» cuando Stalin leyó al Politburó los
cargos acumulados contra Polina Zhemchuzhina. La misma suerte corrieron las
esposas del «presidente» de la Unión Soviética, Mijail Kalinin, y de Alexander
Poskrebyshev, secretario personal de Stalin.[110] Resultó que aquellos fueron sólo los
primeros pasos de una colosal campaña contra la «conspiración sionista», que
culminaría poco antes de la muerte de Stalin con las detenciones del «caso de los
médicos del Kremlin» y el anuncio de que dichos médicos estaban preparando,
supuestamente por orden de un centro sionista norteamericano, el asesinato de los
líderes políticos y militares de la URSS. Los judíos soviéticos, entre ellos numerosos
miembros de las élites burocráticas y culturales del país, esperaban su detención
inminente y su deportación a Siberia.[111]
El destacado papel de Crimea en el caso del CJAF es un indicio de la continua
obsesión de Stalin con el flanco sur de la Unión Soviética y las infructuosas presiones
ejercidas sobre Turquía e Irán. En 1947-1948, Turquía se hizo beneficiaria de la
ayuda financiera y militar de Estados Unidos y se convirtió en un aliado regional
clave de los norteamericanos. Irán se movía en la misma dirección. Mientras tanto,
las promesas incumplidas de Stalin a los pueblos del sur del Cáucaso empezaron
también a producir efectos no deseados. Los dirigentes comunistas de Georgia,
Armenia y Azerbaiyán, nombrados todos por Stalin, empezaron a actuar como
comadres peleonas en una cocina colectiva. Al ver que no se materializaba el sueño
de la recuperación de las «tierras ancestrales» de Turquía, los líderes de Georgia y
Armenia empezaron a confabularse contra Azerbaiyán. El secretario del partido de
Armenia, Grigory Arutynov, se lamentaba de que no tenía sitio en el que establecer a
los repatriados ni recursos para darles de comer (aunque, en vez de los cuatrocientos
mil armenios previstos, sólo llegaron a la Armenia soviética noventa mil). Propuso
entonces desplazar a Azerbaiyán a los campesinos azeríes que residían en territorio
armenio. Propuso además transferir Nagorno Karabaj, zona montañosa disputada
históricamente por azeríes y armenios, de la República Soviética de Azerbaiyán a la
República Soviética de Armenia. Bagirov respondió con argumentos y reclamaciones

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en sentido contrario. Georgianos y armenios advertían a Moscú del incremento del
«nacionalismo armenio» en la región.[112]
En diciembre de 1947 Stalin aceptó la propuesta de Arutynov de desplazar de
Armenia a los campesinos azeríes. Sin embargo, no apoyó la redefinición de las
fronteras de la república. Y en un momento determinado, decidió reanudar la
«limpieza étnica» del sur del Cáucaso, eliminando de la zona todos los elementos
sospechosos y potencialmente desleales. En septiembre de 1948, el incendio
declarado en el vapor Pobeda («Victoria»), que trasladaba repatriados armenios,
desencadenó las sospechas de Stalin. Desde su dacha del mar Negro envió el
siguiente telegrama a Malenkov: «Entre los repatriados hay agentes norteamericanos.
Preparaban un acto terrorista en el vapor “Pobeda”». Al día siguiente, Malenkov
contestó con otro telegrama: «Tienes razón, desde luego. Tomaremos todas las
medidas necesarias». El Politburó aprobó inmediatamente la orden de detener las
repatriaciones.[113] En abril y mayo de 1949, el Politburó decretó que todos los
«nacionalistas armenios» (incluidos algunos repatriados de la diáspora), así como
todos los «antiguos ciudadanos turcos» de Armenia, Georgia y Azerbaiyán fueran
deportados a Kazajstán y Siberia. También fueron deportados los griegos. Las
deportaciones del sur del Cáucaso de 1944-1949 afectaron a 157 000 personas.[114]
Esta «limpieza» no acabó con las tensiones nacionalistas. No obstante, Stalin logró
controlar de nuevo la política regional, desestabilizada por su actitud aventurera en
materia de política exterior.
Al mismo tiempo, Stalin asestó un golpe mortal a los «leningradenses», término
con el que se designaba a los dirigentes del partido y del estado pertenecientes a la
Federación Rusa, especialmente a los de Leningrado, de etnia rusa y que se habían
hecho populares entre el pueblo ruso durante la guerra. Estos individuos esperaban
que Stalin siguiera apoyándose en ellos para la reconstrucción de posguerra. Dentro
de este grupo estaban Nikolai Voznesenski, director del Gosplan; el presidente del
Consejo de Ministros de la Federación Rusa y miembro del Orgburó del partido,
Mijail Rodionov; el secretario del Comité Central y miembro del Orgburó, Alexei
Kuznetsov; y el primer secretario de organización del Partido Comunista de
Leningrado, Petr Popkov. Todos ellos eran protegidos de Andrei Zhdanov y habían
estado al frente de la heroica defensa de Leningrado durante los novecientos días de
asedio alemán. Beria y Malenkov, amenazados por la influencia de este grupo,
hicieron todo lo posible por comprometer a los «leningradenses» a ojos de Stalin y no
pararon hasta que lo consiguieron. El Kremlin emprendió una investigación del «caso
de Leningrado» y del «caso del Gosplan» contra Voznesenski. En febrero y marzo de
1949. Stalin destituyó de sus puestos a Voznesenski, Rodionov, Kuznetsov y Popkov.
Al cabo de varios meses, el MGB los detuvo, junto con otros sesenta y cinco altos
cargos y ciento cuarenta y cinco parientes y familiares. La «investigación» utilizó
unos métodos de tortura espantosos. Stalin hizo que los miembros del Politburó,
empezando por Malenkov y el ministro de Defensa Nikolai Bulganin, asistieran

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personalmente a los interrogatorios. El 1 de octubre de 1950 fueron ejecutados
veintitrés altos cargos, entre ellos Voznesenski, Rodionov, Kuznetsov y Popkov. Más
o menos por esa misma época, también fueron fusilados los generales detenidos,
entre otros Gordov, Ribalchenko y Grigori Kulik.[115]
Al cabo de pocos años, Stalin había logrado arrebatar la gloria de la victoria y los
frutos de la paz al pueblo soviético, verdadero vencedor de la Segunda Guerra
Mundial. Naturalmente, no habría podido hacerlo sin el apoyo de millones y millones
de colaboradores voluntarios, empezando por las élites militares y civiles. Muchos
veteranos de guerra abandonaron su papel de héroes y recuperaron su posición de
«dientes» del engranaje de la maquinaria del estado. Acogieron de buen grado y
apoyaron la transformación de la URSS en un imperio y una superpotencia mundial.
La revitalización del chauvinismo y el nacionalismo y la creencia ideológica en la
hostilidad agresiva del «imperialismo occidental» hacia la Unión Soviética fueron
factores que contribuyeron a crear la poderosa amalgama que hizo que millones de
ciudadanos soviéticos suscribieran de buena fe los planes de posguerra de Stalin.[116]
Muchos veteranos llegaron a considerar el Imperio soviético y su colchón de
seguridad en Europa Central el sustitutivo necesario del pan, la felicidad y la vida
confortable después de la victoria. Compensaron además la falta permanente de
seguridad en el interior proyectando sus temores hacia el exterior, resucitando el culto
al poderío militar soviético, mostrando una abierta hostilidad hacia Occidente, y
adoptando el nuevo antiamericanismo. Esta actitud constituiría la esencia de la
identidad colectiva soviética durante las décadas por venir.[117]
Al tiempo que apelaban a los impulsos del chauvinismo ruso, la propaganda y los
medios de comunicación estatales arremetieron de mala manera contra los
«cosmopolitas» judíos. Durante la purga de judíos que sufrió la Universidad Estatal
de Moscú, Anatoli Cherniaev llegó a oír a un amigo suyo, veterano de guerra, decirle
lo siguiente: «El partido ha venido luchando varios años contra la dominación judía.
Se está limpiando de judíos». Por esa misma época, otro valiente joven veterano se
manifestó en contra del antisemitismo. Fue expulsado inmediatamente del partido y
desapareció de la universidad.[118] La purga de los judíos dio a los que apoyaban la
política antisemita una falsa sensación de solidaridad y poder semejante a la que
habían tenido muchos alemanes en tiempos de Hitler. Otro testigo describe a esos
individuos en los siguientes términos: «La guerra les había dejado probar a qué sabía
el poder. Eran incapaces de tener un pensamiento crítico. Estudiaban para convertirse
en maestros de vida».[119]
En una asamblea anticosmopolita en la Universidad Estatal de Moscú, el profesor
Sergei Dmitriev preguntó a un colega suyo cuál podía ser el motivo de esa campaña.
La respuesta que éste le dio fue la siguiente: «La guerra. El pueblo debe estar
preparado para una nueva guerra. Y está a punto de sobrevenir».[120] La
intensificación de la Guerra Fría ayudó indudablemente a Stalin a justificar su
campaña antisemita, así como las deportaciones de armenios y griegos, y también de

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ucranianos, letones y lituanos. Le ayudó a consolidar el núcleo ruso de su «imperio
socialista». Los vientos de la nueva guerra ayudaron también a Stalin a erradicar
cualquier posible rastro de descontento o disidencia entre las élites. La mayoría de las
autoridades del estado y de los oficiales del ejército de la Unión Soviética estaba
convencida de que Occidente se había puesto a la ofensiva y debía ser frenado.
Esta idea se intensificó cuando Estados Unidos realizó dos ensayos de bomba
atómica en el atolón de Bikini, en el océano Pacífico, en julio de 1946. Dichas
pruebas tuvieron lugar apenas dos semanas después de que los norteamericanos
presentaran su plan de «control internacional» de la energía atómica y poco antes de
la Conferencia de Paz de París (29 de julio-15 de octubre de 1946), convocada para
negociar los tratados de paz con Alemania y sus satélites. Dos observadores
soviéticos asistieron a las pruebas y comunicaron sus resultados a las autoridades del
Kremlin. Uno de ellos, el general de división Semen Alexandrov, geólogo e ingeniero
jefe de las investigaciones con uranio para el proyecto atómico ruso, llevó a Moscú la
filmación de las pruebas y la mostró en el Kremlin, así como a sus amigos y colegas.
[121]
Eran pocos los miembros de la clase política soviética que dudaban de que el
monopolio atómico de los norteamericanos se había convertido en el instrumento de
la diplomacia estadounidense de posguerra y suponía una amenaza para la seguridad
soviética. Ni siquiera los militantes más inteligentes y refinados del partido lograron
sustraerse a la obligatoriedad de la visión niveladora que tenía Stalin de la nueva
situación de posguerra. El escritor Konstantin Simonov había experimentado en su
propia persona la saga bélica soviética desde las trágicas derrotas de los veranos de
1941 y 1942 hasta el triunfo en Berlín, y se identificaba con la «generación de los
vencedores». A comienzos de 1946, el Politburó lo envió a él y a un pequeño grupo
de periodistas y escritores a Estados Unidos en una misión propagandística. El
contraste entre la opulencia norteamericana y la ruina soviética le resultó casi
insoportable. Le molestaron también las primeras oleadas de resaca antisoviética que
se abatieron sobre el territorio norteamericano. A su regreso a la URSS, Simonov
escribió una obra de teatro, La cuestión rusa, en la que los imperialistas, los políticos
y los magnates de la prensa estadounidense intentaban desencadenar una guerra
preventiva contra la Unión Soviética. El principal personaje de la obra, un periodista
norteamericano progresista, se propone denunciar esta conspiración. Viaja a la Unión
Soviética y ve con sus propios ojos que los rusos no desean una nueva guerra. La
obra era una burda caricatura de la política y los medios de comunicación
norteamericanos, pero es indudable que Simonov creía profundamente en lo que
decía. ¿Cómo podía la Unión Soviética suponer una amenaza para nadie cuando
había sufrido tantas pérdidas? Pero, al mismo tiempo, Simonov estaba convencido de
que sin la movilización y la reconstrucción de posguerra la Unión Soviética podía ser
intimidada y acaso incluso aplastada por el temible poder de los norteamericanos. A
Stalin le gustó la obra de Simonov. La cuestión rusa fue publicada por entregas en los

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periódicos, fue leída en la radio y estrenada en innumerables teatros de toda la Unión
Soviética, siendo vista por millones de espectadores. Diez años más tarde, su autor
seguía suscribiendo la idea de que en 1946 la Unión Soviética estaba abocada a una
durísima elección: o fortalecerse rápidamente o perecer.[122]
El objetivo de Stalin era conseguir un «imperio socialista», invencible y protegido
por todos sus flancos. Pero este proyecto tenía defectos inherentes a su propia
naturaleza. Los imperios que han salido adelante a lo largo de toda la historia de la
humanidad, entre ellos el romano, el chino o el británico, utilizaron otros factores,
aparte de la simple fuerza bruta, para hacerse con el control de enormes territorios
heterogéneos. Reclutaron a las élites indígenas, a menudo toleraron la diversidad
étnica, cultural y religiosa, y fomentaron el libre comercio y las comunicaciones.[123]
El imperio socialista de Stalin utilizó una ideología potente, el nacionalismo, y la
manipulación social para remodelar la sociedad y las élites. Introdujo la uniformidad
de la industrialización estatal y del sistema de partidos. Al mismo tiempo, eliminó las
libertades civiles, la riqueza, la cooperación y la dignidad humana, y ofreció en su
lugar una ilusión de justicia social.
El imperio socialista explotó la paciencia, las ilusiones y los sufrimientos de
millones de rusos y no rusos, el pueblo que habitaba en su núcleo principal. Explotó
también la fe de millones de individuos que creían sinceramente en el comunismo en
Europa y Asia, donde el marxismo-leninismo desempeñaría el papel de una religión
secular. Esta pirámide de fe e ilusiones se vería coronada por el culto al propio Stalin,
el caudillo infalible. Ese caudillo, sin embargo, era mortal: irremediablemente, la
muerte de Stalin provocaría una crisis de legitimidad y una lucha por la sucesión
entre sus herederos.
Lo más importante es que la Unión Soviética se enfrentó en Occidente a un rival
dinámico y seguro de sí mismo. Estados Unidos, con su poder financiero, económico
y militar, ayudó a la reconstrucción de los países de Europa Occidental y de Japón
como economías de libre mercado y sociedades de consumo masivo. La lucha contra
Occidente no brindó a Stalin ocasión alguna de prevalecer. Este hecho quedó patente
de forma particularmente dolorosa en Alemania, donde los soviéticos se enfrentarían
a problemas trascendentales cuando intentaran convertir su zona de ocupación en la
pieza clave de su imperio en Europa Central.

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3

Punto muerto en Alemania, 1945-1953

Todo lo que necesitamos es una Alemania burguesa,


siempre que sea pacífica.

BERIA,
mayo de 1953

¿Cómo iba a creer un marxista serio, un marxista situado en


posiciones próximas al socialismo o al poder soviético, en una
Alemania burguesa y pacífica… que estuviera bajo el control de
cuatro potencias?

MOLOTOV,
julio de 1953

La división de Alemania fue uno de los resultados más sorprendentes del choque
entre la Unión Soviética y las democracias occidentales. Pero hasta hace poco no ha
aparecido una reconsideración crítica de la participación de Occidente en el asunto.[1]
Y la verdadera dimensión del papel desempeñado en él por Stalin todavía no puede
documentarse ni siquiera hoy día. Los detalles de muchas decisiones de alcance
menor y su puesta en vigor continúan envueltos en brumas: los telegramas cifrados de
Stalin y las copias de numerosas conversaciones siguen siendo documentación
clasificada en los archivos rusos. No obstante, los testimonios a los que tenemos
acceso revelan que muchos de los acontecimientos ocurridos en la Alemania Oriental
llevaban el sello singular de Stalin y que algunos no habrían tenido lugar sin su
autorización explícita. El máximo comisario político soviético en Alemania Oriental,
Vladimir Semenov, recordaba en los años sesenta las «sutiles jugadas diplomáticas»
que realizó Stalin para desarrollar la política soviética en lo referente a la cuestión
alemana.[2]
Un examen de los archivos de la Alemania Oriental y de la Unión Soviética ha
convencido a algunos estudiosos de que Stalin habría preferido construir una
Alemania unida no comunista, en vez de crear un estado satélite aparte en la

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Alemania Oriental.[3] Algunos especialistas creen que los soviéticos no pretendieron
nunca la sovietización de la Alemania Oriental, sino que se vieron más bien abocados
a ella en un caótico proceso de improvisación.[4] Las conclusiones a las que yo llego
en este capítulo son justamente las contrarias. La documentación demuestra que
Stalin y las élites soviéticas nunca abrigaron la idea de una Alemania neutral. Como
poco, los rusos intentaron neutralizar la parte de Alemania que había quedado bajo el
control de Occidente y crear su propia Alemania socialista en la zona de ocupación
que les había correspondido. Desde el punto de vista ideológico, la construcción del
socialismo en la zona oriental combinaría los sueños internacionalistas de los
bolcheviques de los años veinte y la idea de adquisición de un imperio desarrollada a
lo largo de los años cuarenta.
Desde el punto de vista económico, la zona en cuestión se convirtió en fuente de
un flujo enorme de indemnizaciones de guerra, de enriquecimiento personal de las
élites soviéticas, de alta tecnología para los industriales y los científicos, y de casi
todo el suministro de uranio destinado al armamento, imprescindible para la
fabricación de armas nucleares en la Unión Soviética. La división de Alemania fue
también un pretexto excelente para la construcción de un imperio socialista en
Europa Central. La Segunda Guerra Mundial permitió que las élites y la ciudadanía
soviética se sintieran con derecho a decir la última palabra sobre el futuro de
Alemania. Este sentimiento, justificado por el elevadísimo número de caídos en la
guerra, perduró durante décadas.
Por último, aunque no por ello sea menos importante, Stalin no quiso nunca
retirar las tropas soviéticas de Alemania Oriental. A medida que fue agravándose la
confrontación con Occidente, Alemania Oriental se convirtió en el verdadero núcleo
—desde el punto de vista militar y geoestratégico— del poder soviético en Europa.
Cientos de miles de soldados soviéticos acabaron siendo desplegados en su territorio,
dispuestos a marchar precipitadamente, en cuanto se les ordenara, hasta el canal de la
Mancha.
A la hora de la verdad, Alemania Oriental se convirtió en el eslabón más
turbulento del imperio soviético. Como el «experto en nacionalidades» que era, Stalin
tuvo mucho cuidado en no reavivar las fuerzas del nacionalismo alemán, y pensó que
era imprescindible echar la culpa de la división de la nación alemana a las potencias
occidentales. De ese modo, los rusos disimularon la paulatina integración de
Alemania Oriental en el imperio soviético, dejando abierta la frontera entre las dos
Alemanias. Estas circunstancias hicieron de Alemania un lugar de competencia
relativamente abierta entre el sistema de mercado libre y el sistema comunista.
Durante los primeros años de la ocupación, dio la impresión de que las autoridades
soviéticas habían logrado consolidar «su Alemania». Al final de la vida de Stalin, sin
embargo, era evidente que la lucha por el país más trascendental de Europa no había
hecho más que empezar y que los soviéticos no iban a poder ganarla.

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ESTABLECIMIENTO DEL RÉGIMEN DE OCUPACIÓN

Las autoridades soviéticas planearon la ocupación, según indican los documentos


disponibles, a partir de 1943, mucho antes de que el primer soldado ruso entrara en
Prusia Oriental. Sin embargo, como cabe suponer, dichos planes eran muy vagos.
Iván Maiski escribía en su diario privado lo siguiente: «Nuestro objetivo es evitar que
se produzca una nueva agresión alemana». Si no podía alcanzarse por medio de la
«revolución proletaria» y la «creación de un régimen soviético fuerte en Alemania»,
semejante objetivo sólo se lograría a través de un «debilitamiento sustancial y
duradero de Alemania, que la haga físicamente incapaz de llevar a cabo cualquier
agresión».[5] Veinte años después, los mariscales Rodion Malinovski y Sergei
Biriuzov afirmaban que, a su juicio, la intención de Stalin era destruir la economía
alemana en 1945: «[Stalin] No creía que fuéramos a quedamos en Alemania, y temía
que todo se volviera una vez más contra nosotros».[6]
El dictador soviético, siempre receloso de las intenciones de los occidentales,
quiso evitar una alianza de última hora entre éstos y Alemania. En la Conferencia de
Yalta, ni siquiera quiso revelar el fortísimo interés de la Unión Soviética por las
indemnizaciones de guerra.[7] Según Maiski, Stalin «no quería asustar a los aliados
con nuestras exigencias y hacer que se interesaran por nuevas oportunidades». Restó
además importancia a los planes soviéticos de utilizar prisioneros de guerra alemanes
como mano de obra forzosa para reconstruir las ciudades y la economía de la URSS.
[8] En realidad, el interés de los soviéticos por la explotación económica de Alemania

era enorme. El 11 de mayo de 1945, Stalin ordenó a Malenkov, Molotov, al director


del Posplan, Nikolai Voznesenski, a Maiski, y a otros altos cargos que el traslado del
potencial de la industria militar alemana a la Unión Soviética se llevara a cabo con la
máxima celeridad para asegurar la recuperación económica de las zonas industriales,
«particularmente [las minas de carbón] de la Cuenca del Donets». Durante la
discusión, Molotov insistió en que los soviéticos debían llevarse de Berlín Oeste
todos sus recursos industriales antes de entregárselos a las potencias occidentales.
«Berlín nos ha costado demasiado».[9]
Al término de la guerra, los planes del Kremlin para el futuro de Alemania se
centraban sobre todo en dos cuestiones, la de las fronteras y la de la ocupación.[10]
Stalin y sus lugartenientes volvieron a dibujar el mapa de Alemania y borraron de él a
Prusia, «ese nido de víboras del militarismo alemán». Prusia Oriental, con la ciudad
de Königsberg, pasó a formar parte de la URSS. Prusia Occidental y la ciudad de
Danzig se integraron en la Polonia reconstituida. Stalin decidió también entregar a
Polonia los territorios alemanes de Silesia y Pomerania, en compensación por las
tierras del este de Polonia que la Unión Soviética se había anexionado en 1939 y que
retuvo al término de la contienda. Los rusos animaron a polacos y checos a expulsar
de su territorio a la población de etnia germánica. Los aliados occidentales no
pusieron ninguna objeción. Entre unas cosas y otras, a finales de 1945, 3,6 millones

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de refugiados alemanes se habían trasladado de Europa Oriental a la zona de
ocupación soviética; cientos de miles huyeron a las zonas occidentales. Fue un
terrible golpe geopolítico que cambió por completo el mapa de Europa Central.[11]
A pesar de la postura inicial de cooperación de las potencias occidentales, Stalin
se preparó para librar una dura lucha por Alemania. A finales de marzo de 1945, dijo
a un grupo de oficiales checoslovacos que habían ido a visitarlo que los aliados
occidentales iban a «conspirar» con los alemanes, iban a intentar librarlos del castigo
por sus crímenes, e iban a tratarlos «con mano blanda».[12] En mayo de 1945, afirmó
que «la batalla por el alma de Alemania» sería «larga y difícil».[13] El 4 de junio de
1945, en una entrevista con un grupo de comunistas alemanes, les advirtió que los
británicos y los norteamericanos proyectaban desmembrar Alemania, pero que él,
Stalin, estaba en contra. No obstante, añadió, «habrá dos Alemanias a pesar de la
unidad de los aliados». Para obtener una posición de fuerza en la política alemana,
Stalin invitó a los comunistas germanos a unirse a los socialdemócratas y convertirse
en un «partido de la unidad alemana» que llegara a las zonas ocupadas por los
occidentales. El Partido Socialista de la Unidad de Alemania (el SED) se creó en la
zona soviética en febrero de 1946.[14]
No serían los comunistas autóctonos, sino la Administración Militar Soviética de
Alemania (AMSA), la que se convertiría en el principal organismo encargado de la
consecución de los objetivos soviéticos en Alemania. A comienzos de 1946, la
AMSA ya constituía una extensísima burocracia que rivalizaba cada vez más con las
autoridades de ocupación occidentales. El aparato de la AMSA ascendía a cuatro mil
funcionarios, que disfrutaban de unos privilegios propios de la «administración
imperial» de una colonia: doble salario en rublos soviéticos y marcos alemanes;
mejor nivel de vida que los burócratas de rango más alto de la Unión Soviética; una
posición desde la cual podían dominar a la antigua «raza dominante» de Europa; y
acceso a las diversas influencias provenientes de las zonas occidentales. El dictador
del Kremlin hizo que los dos cuerpos de policía rivales, el MVD y el MGB, ayudaran
a la AMSA y lo mantuvieran a él al corriente de sus actividades.[15]
El mariscal Georgi Zhukov, primer jefe de la AMSA, perdió rápidamente el
puesto: su inmensa popularidad y su terquedad molestaban a Stalin. Su sucesor, el
mariscal Vasili Sokolovski, era el personaje más refinado, culto y al mismo tiempo
modesto y comedido del alto mando militar soviético.[16] Stalin instituyó también el
cargo de comisario político en Alemania. En febrero de 1946, dicho puesto fue a
parar a Vladimir Semenov, doctor en filosofía de treinta y cuatro años y diplomático
de rango intermedio; ningún mérito en su vida pasada lo acreditaba para desempeñar
una tarea de tanta envergadura. Su primera reacción fue estudiar la documentación
conservada en los archivos acerca de la historia de la ocupación de los estados
alemanes por Napoleón a comienzos del siglo XIX. Por desgracia para el joven
funcionario, la historia no le instruyó para el desarrollo de sus futuras actividades.[17]

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La inseguridad de la situación política en Alemania y en las relaciones con las
potencias occidentales hizo que Stalin se mostrara deliberadamente cauto y vago en
las instrucciones dadas a la AMSA y a Semenov. Aunque el dictador soviético no
tenía duda alguna de que iba a desencadenarse una lucha por Alemania, no estaba
seguro de hasta qué punto iban a intervenir en ella los norteamericanos. En octubre de
1944, en conversación con Stalin, Churchill dijo que «los norteamericanos
probablemente no tengan intención de participar en una ocupación [de Alemania] a
largo plazo».[18] Pero desde el otoño de 1945 numerosos acontecimientos indicarían
que, en efecto, tenían intención de quedarse en Alemania. La nueva postura de
firmeza de Estados Unidos tras el bombardeo de Hiroshima dio a entender a Moscú
que los norteamericanos pretendían desafiar el control que ejercían los soviéticos
sobre Europa Central y los Balcanes. A partir de ese momento, la cuestión para Stalin
no sería tanto la presencia de una fuerza militar norteamericana en Alemania, sino el
mantenimiento de la presencia militar soviética en Europa Central, sobre todo en la
zona oriental de Alemania.
En septiembre de 1945, Stalin rechazó la propuesta del secretario de Estado
norteamericano James Byrnes de firmar un tratado de desmilitarización de Alemania
de veinticinco años de duración. Durante sus conversaciones con Byrnes en Moscú en
diciembre de 1945, Stalin, satisfecho con la decisión estadounidense de mantener la
fórmula de cooperación de Yalta-Potsdam, decidió acceder «en principio» a discutir
la idea de la desmilitarización de Alemania. Se trataba de una jugada meramente
táctica. La fuerte oposición de Stalin a la idea de Byrnes seguía en pie. Es más, llegó
a ser compartida por la mayoría de los altos dignatarios soviéticos. Y quedó patente
en febrero de 1946, cuando Byrnes presentó a los rusos un anteproyecto de acuerdo
sobre desmilitarización de Alemania. Stalin y los altos cargos soviéticos debatieron la
propuesta durante meses. En mayo de 1946, treinta y ocho jerarcas, entre ellos
algunos miembros del Politburó, militares y diplomáticos, presentaron sus
conclusiones al dictador.[19] Zhukov escribía: «A los americanos les gustaría acabar
con la ocupación de Alemania lo antes posible y quitar de en medio las fuerzas
armadas de la URSS, y después exigir una retirada de nuestras tropas de Polonia, y
luego de los Balcanes». Querían además impedir la labor de desmantelamiento de las
industrias alemanas por parte de los soviéticos y el cobro de indemnizaciones de
guerra, así como «mantener en Alemania un potencial militar como base
imprescindible para llevar a cabo sus fines agresivos en el futuro».[20] El viceministro
de Asuntos Exteriores Solomon Lozovski se mostraba incluso más categórico en su
memorándum. La aceptación del proyecto norteamericano, decía, conduciría a la
liquidación de las zonas de ocupación, a la retirada de las tropas soviéticas, y a la
reunificación económica y política de Alemania bajo el dominio de Estados Unidos.
Esto, a su vez, daría lugar «en unos cuantos años a una guerra germano-anglo-
americana contra la URSS». Un resumen elaborado por el Ministerio de Asuntos
Exteriores concluía que con la presentación de la propuesta de desmilitarización de

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Alemania, el gobierno norteamericano perseguía los siguientes objetivos: poner fin a
la ocupación de Alemania; acabar con las indemnizaciones soviéticas en Alemania;
desmantelar la fórmula de Yalta-Potsdam y reducir el control de la URSS sobre
Alemania y la influencia soviética en los asuntos europeos; acelerar la restauración de
la potencia económica alemana; y volver a Alemania contra la Unión Soviética. Estas
conclusiones se convirtieron en los principios habituales de la correspondencia
diplomática en la que se evaluaba la política exterior norteamericana.[21]
En ningún documento soviético sobre Alemania podemos ver rastro alguno de
replanteamiento fundamental de las consideraciones de seguridad de la URSS en
vista del potencial atómico de Estados Unidos. Pero indudablemente, la sombra del
hongo atómico de Hiroshima estaba presente en la forma que tenían los soviéticos de
plantearse la cuestión alemana. En una conversación con Byrnes el 5 de mayo de
1946, Molotov se preguntaba por qué Estados Unidos «no deja ni un solo rincón del
mundo desatendido» y «construye sus bases aéreas en todas partes», incluso en
Islandia, Grecia, Italia, Turquía y China.[22] Desde esas bases, en opinión de Stalin,
Molotov y los militares soviéticos, los aviones norteamericanos cargados con bombas
atómicas podían atacar fácilmente cualquier punto de la Unión Soviética. Más tarde,
a comienzos de los años cincuenta, este factor provocaría un enorme aumento de la
presencia militar soviética en Europa Central con el fin de contrarrestar un posible
ataque nuclear estadounidense.
Stalin y las autoridades soviéticas de mayor rango estaban de acuerdo en que una
retirada militar de Alemania en fecha temprana habría supuesto una negación del
derecho de la Unión Soviética a mantener sus tropas en Europa Central y los
Balcanes. Después, la Alemania devastada y otros países igualmente arruinados de
Europa Central habrían pasado inmediatamente a depender de la ayuda económica y
financiera norteamericana y habrían quedado ligados a Estados Unidos por lazos
políticos. La mejor opción que les quedaba a los soviéticos era la continuación del
régimen de ocupación conjunta durante un plazo indefinido. Zhukov, Sokolovski y
Semenov pretendían «utilizar la iniciativa norteamericana de cualquier forma para
atar sus manos (y las de los británicos) en lo tocante a la cuestión alemana en el
futuro».[23] Por fin entonces podrían esperar que se produjera la inevitable crisis
económica de posguerra y que Estados Unidos cejara en sus planes de hegemonía
europea y se retirara al aislacionismo.
Los norteamericanos, mientras tanto, pasaron al modo de «contención» y
desecharon la idea de cooperar con los soviéticos en Alemania. Byrnes alcanzó un
acuerdo con Bevin para unir las zonas norteamericana y británica en un solo sector, la
Bizona. En su discurso del día 6 de septiembre en Stuttgart, el secretario de Estado,
acompañado del senador republicano Arthur H. Vandenberg y del senador demócrata
Tom Connally, dijo: «No nos retiramos. Nos quedamos aquí». En resumen, Byrnes
propuso que fuera Estados Unidos, y no los soviéticos, el que se convirtiera en el
principal patrocinador de la soberanía y el futuro democrático de Alemania. Además

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de asegurar la soberanía alemana en el Ruhr y Renania, Byrnes indicó que Estados
Unidos no consideraba irrevocable la nueva frontera de Alemania con Polonia (la
línea Oder-Neisse).[24]
El discurso de Byrnes contribuyó a reforzar el consenso oficial soviético en torno
a la idea de que la administración estadounidense deseaba librarse de la presencia
rusa en Alemania y negar a la Unión Soviética una esfera de influencia en Europa
Central. No obstante, aún quedaba espacio para interpretaciones «duras» y «blandas».
En el bando correspondiente a la «línea dura», el lugarteniente de Molotov, Sergei
Kavtaradze, decía que Estados Unidos era «potencialmente el estado más agresivo»
del mundo y que deseaba convertir Alemania en la base de su «posición dictatorial en
Europa». Según la valoración de la situación que hacía Kavtaradze, el discurso de
Byrnes formaba parte del plan estratégico elaborado en contra de la Unión Soviética.
Otros altos cargos del Ministerio de Asuntos Exteriores decían que Byrnes deseaba
movilizar al nacionalismo «reaccionario» alemán contra la Unión Soviética, pero no
calificaban las acciones de los norteamericanos de plan agresivo. Algunos iban aún
más lejos y sostenían que el compromiso político y diplomático sobre la cuestión
alemana era posible.[25] El discurso oficial, sin embargo, no daba ninguna pista
acerca del carácter de tal compromiso.
Sólo la guía de Stalin podía atenuar el problema. El potentado del Kremlin
discutió los asuntos de Alemania con Molotov, Vishinski, Vladimir Dekanozov,
Zhukov, Sokolovski, y otros altos dignatarios. En sus instrucciones a los líderes
comunistas alemanes Walter Ulbricht y Wilhelm Pieck de febrero de 1946, Stalin
utilizaba el mismo lenguaje que habían empleado los bolcheviques para planificar sus
estrategias políticas durante las revoluciones rusas: el «programa de mínimos»
consistía en mantener una unidad alemana; el «programa de máximos» estipulaba la
construcción del socialismo en Alemania por la «vía democrática».[26] Si se toma en
serio, esta jerga quería decir que Stalin estaba dispuesto a contemporizar con la
sovietización de la zona soviética con la esperanza de que la influencia comunista se
extendiera por el resto de Alemania. El planteamiento en dos etapas de Stalin habría
tenido sentido si efectivamente se hubiera producido una crisis económica de
posguerra y Estados Unidos hubiera retirado sus tropas de Alemania Occidental.
Cosa que no sucedió ni en 1946 ni después.
Semenov recordaba en su diario que Stalin se había reunido con él y con los
comunistas alemanes al menos «una vez cada dos o tres meses». Afirmaba asimismo
que había recibido instrucciones directamente de Stalin para que se centrara
exclusivamente en las cuestiones estratégicas de mayor importancia y construyera,
paso a paso, una nueva Alemania en la zona soviética. Según él, existen actas de
«más de cien» conversaciones con Stalin sobre las cuestiones de estrategia política en
la Alemania de posguerra. Pero el diario de visitas de Stalin recoge sólo ocho
entrevistas entre el dictador soviético y dirigentes germanoorientales en el Kremlin, y
las investigaciones en los archivos no han logrado localizar las demás.[27] Desde

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1946, los problemas de salud de Stalin lo obligaron cada vez con más frecuencia a
delegar los asuntos de Alemania en sus lugartenientes y en la burocracia.
La vaguedad de las instrucciones de Stalin o incluso la total ausencia de ellas
resultan difíciles de interpretar. Pueden explicarse apelando a la constante
incertidumbre de la cuestión alemana, pero también por otros factores. Como hiciera
a menudo con anterioridad en otros momentos de su carrera, el líder del Kremlin
fomentó las peleas políticas entre sus subordinados y desempeñó un papel de
mediador en los conflictos burocráticos. Toleró e incluso fomentó versiones distintas,
a veces contradictorias, de la política soviética respecto a Alemania. Como
consecuencia de todo ello, la política de la burocracia soviética complicaría a veces
las actividades de la AMSA. Las autoridades soviéticas de Alemania estaban
subordinadas a varios organismos de Moscú, entre otros al Ministerio de Defensa y al
Ministerio de Asuntos Exteriores; al mismo tiempo, algunas disfrutaban de contacto
directo con Stalin y sus lugartenientes, y también con los jefes de los diversos
departamentos del Comité Central del partido. Los funcionarios de la AMSA estaban
adscritos a distintos sectores, según su cometido y sus respectivas tareas, con
responsabilidades cruzadas y a veces en conflicto unas con otras. Sus relaciones de
trabajo con distintos grupos de alemanes y los lazos de patrocinio que los unían con
los distintos capitostes de Moscú, así como las luchas políticas internas cada vez más
enconadas en el entorno de Stalin, contribuirían a que la imagen resultara aún más
confusa.[28]
Los testimonios disponibles no indican que Semenov desempeñara un papel
exclusivo en la elaboración de la política soviética en Alemania.[29] Hubo en la zona
otros arquitectos de la política soviética. Uno de ellos fue el director del
departamento de información política y propaganda de la AMSA, el coronel Sergei
Tiulpanov, intelectual adscrito al ejército con experiencia en economía internacional y
propaganda. Tiulpanov tenía, según parece, poderosos patronos en Moscú, entre ellos
los influyentes lugartenientes de Stalin Lev Mejlis y Alexei Kuznetsov. Este último
era uno de los «leningradenses», los jerarcas del partido que habían trabajado a las
órdenes de Andrei Zhdanov. En consecuencia, Tiulpanov trabajó con independencia
de Semenov y de sus superiores de la AMSA hasta 1948, manejando los medios de
comunicación y la censura, el cine, los partidos políticos y los sindicatos, así como la
ciencia y la cultura de la zona. Sobrevivió incluso a las repetidas y severas críticas de
diversos altos cargos soviéticos, que lo culparon de los fracasos del SED y de la
propaganda comunista en la Alemania Occidental.[30]
Los intereses soviéticos en Alemania eran tan heterogéneos y contradictorios que
Sokolovski, Tiulpanov y otros funcionarios de la AMSA constantemente se verían
obligados a andar por la cuerda floja. Por un lado, intentaron organizar Alemania
Oriental de la única forma que conocían, esto es, a la soviética. Por otro, tanto ellos
como sus protectores en la dirección del partido se daban cuenta de que abusar de la
población civil y desmantelar los recursos industriales existentes en la zona soviética

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no serviría más que para complicar la lucha por Alemania.[31] Como compensación
parcial por el desmantelamiento de su industria, Alemania Oriental recibió más
alimentos, en el momento culminante de la severa hambruna de posguerra que se
abatió sobre la URSS, Stalin no se cobró de los alemanes indemnizaciones agrícolas,
aunque de ese modo habría salvado a muchos rusos y ucranianos de morir de hambre.
[32] En octubre de 1945, Stalin decidió poner coto al saqueo industrial de Alemania

del Este. En el mes de noviembre, dijo a una delegación de comunistas polacos que
fueron a visitarlo que los soviéticos planeaban dejar algunas industrias en Alemania y
que sólo se quedarían con la producción final. Los rusos organizaron treinta y una
sociedades anónimas estatales (SAG), que operaban sobre la base de ciento
diecinueve fábricas y factorías alemanas cuya eliminación estaba prevista en un
principio. «A finales de 1946», escribe Norman Naimark, «los soviéticos poseían
cerca del 30 por 100 del total de la producción de Alemania Oriental». Una sociedad
anónima de altísimo valor estratégico era el proyecto de uranio Wismut, en Baja
Sajonia, que produjo el combustible para las primeras bombas atómicas soviéticas.[33]
Las contradicciones entre las distintas prioridades, el desmantelamiento de la
industria, la creación de una nueva Alemania en la zona oriental, y la lucha por la
conquista de toda Alemania, siguieron sin resolverse. El traslado de los recursos
industriales a la Unión Soviética continuó, dictado por las necesidades de la industria
y por los gigantescos proyectos armamentísticos de la URSS. Los aliados
occidentales rechazaron todas las peticiones de recursos y equipamientos procedentes
de sus zonas de ocupación en el oeste, lo que provocó más desmantelamientos en la
zona soviética.[34] Mientras tanto, la intensificación de la Guerra Fría y la
consolidación de las zonas occidentales bajo la tutela de Estados Unidos y Gran
Bretaña permitieron a Stalin, a la AMSA y a los comunistas de Alemania Oriental
seguir adelante con su labor de transformación y consolidación de Alemania del Este.
Dicha tarea se convirtió en una prioridad para los soviéticos.

INTEGRACIÓN DE ALEMANIA ORIENTAL EN EL BLOQUE SOVIÉTICO

Las medidas unilaterales destinadas a transformar la zona soviética de Alemania


empezaron desde el primer día de la ocupación rusa. A partir de 1945, los soviéticos y
los comunistas alemanes llevaron a cabo una reforma radical de las tierras, una
parcelación de las grandes fincas, y el reparto de la riqueza entre los pequeños y
medianos agricultores. Semenov recordaba que Stalin dedicó mucha atención a la
planificación y ejecución de las reformas agrarias. Los bolcheviques creían que
habían conservado el poder y habían vencido en la guerra civil porque habían
ratificado la confiscación de las posesiones y los bienes de los terratenientes por parte
de los campesinos. Lo mismo habría sucedido con los comunistas alemanes. A los
Bauem, los agricultores alemanes, no les importaba quedarse con las tierras de los
Junker, los terratenientes, mientras la cosa se hiciera legalmente. Las reformas

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agrarias en Alemania del Este y en otros países de Europa Central fueron un éxito
político definitivo para los soviéticos y los funcionarios comunistas que ellos mismos
nombraron.[35]
En su reunión con Ulbricht y Pieck de febrero de 1946, Stalin aprobó el concepto
de «vía alemana hacia el socialismo». Esperaba que el establecimiento del SED
«creara un gran precedente para las zonas de la Alemania Occidental».[36] Pero el
«Partido Socialista de Unidad» siguió vinculado, a ojos de muchos alemanes,
especialmente las mujeres, al desmantelamiento llevado a cabo por los soviéticos, a la
violencia y las violaciones que habían tenido lugar en la zona. El partido sufrió una
humillante derrota en las primeras elecciones municipales de posguerra celebradas en
la zona, particularmente en el Gran Berlín, en octubre de 1946, cuando el 49 por 100
de los electores votó por los partidos de centro y de derechas. A partir de ese
momento, los soviéticos simplemente no dejaron las cosas al azar, y los especialistas
de la AMSA ayudarían al SED a falsificar los resultados de las futuras elecciones. El
nuevo partido se convirtió en el vehículo esencial para el establecimiento de un
régimen político basado en el sistema soviético en la zona oriental. Cuando Stalin se
reunió con la delegación del SED a finales de enero de 1947, ordenó a los comunistas
de la Alemania del Este que crearan una policía secreta y una fuerza paramilitar en la
zona «sin hacer demasiado ruido». En junio de 1946, los soviéticos crearon un
organismo de coordinación de los cuerpos de seguridad llamado Dirección Alemana
del Interior.[37]
Otra carta que Stalin pretendía jugar en Alemania era la del nacionalismo. Varias
décadas de experiencia le habían enseñado que el nacionalismo podía ser una fuerza
más poderosa que el romanticismo revolucionario y que el internacionalismo
comunista. Molotov recordaba: «Se dio cuenta de cómo Hitler había logrado
organizar al pueblo alemán. Hitler dirigía a su pueblo, y pudimos darnos cuenta de
ello por la forma en que los alemanes combatieron durante la guerra».[38] En enero de
1947, Stalin preguntó a los delegados del SED: «¿Hay muchos elementos nazis en
Alemania? ¿Qué tipo de fuerza representan? En particular en las zonas del Oeste».
Los líderes del SED reconocieron su ignorancia al respecto. Entonces Stalin les
aconsejó que cambiaran la política de eliminación de los colaboradores nazis «por
otra distinta, destinada a atraerlos, con el fin de evitar que todos los antiguos nazis se
vieran empujados al campo enemigo». Debía permitirse que los antiguos activistas
nazis, añadió, organizaran su propio partido, que debía «operar en el mismo bloque
que el SED». Wilhelm Pieck manifestó sus dudas respecto a que la AMSA permitiera
la formación de semejante partido. Stalin se echó a reír y dijo que él se encargaría de
facilitarlo tanto como pudiera.[39]
Semenov redactó las actas de la reunión y recordaba que Stalin dijo: «En total
había diez millones de miembros del partido nazi, y todos tenían familia, amigos y
conocidos. Es un número muy grande. ¿Durante cuánto tiempo vamos a ignorar sus
intereses?». El líder del Kremlin sugirió el nombre que había de darse a la nueva

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organización: Partido Nacional Democrático de Alemania. Preguntó a Semenov si la
AMSA podría localizar en alguna cárcel a cualquier exlíder regional nazi y ponerlo al
frente de su partido. Cuando Semenov respondió que probablemente hubieran sido
ejecutados todos, Stalin expresó su disgusto. Sugirió entonces que se permitiera a los
antiguos nazis disponer de su propio periódico, «quizá incluso con el título de
Völkischer Beobachter», el famoso diario oficial del Tercer Reich.[40]
Esta nueva táctica del arsenal de Stalin estaba evidentemente en conflicto con la
manipulación que anteriormente había hecho de la «amenaza alemana» en los países
eslavos de Europa Central, pero también con las creencias fundamentales de las élites
comunistas y con los sentimientos antigermanos de los rusos. La propuesta de
colaborar con los antiguos nazis desanimó a los comunistas alemanes y a los
funcionarios de la AMSA, que esperaron un año para ponerla en práctica. Hasta mayo
de 1948, tras la debida campaña de preparación propagandística, la AMSA no
disolvió las comisiones de desnazificación. En el mes de junio, se inauguró en Berlín
el primer congreso del Partido Nacional Democrático de Alemania (NDPD), acto al
que asistió en secreto Semenov, ocultando su rostro tras un periódico. Aquel fue,
según recuerda Semenov, «sólo el primer eslabón de la cadena de importantes actos»
que condujeron a la creación del nuevo equilibrio prosoviético y antioccidental de la
política alemana. La rehabilitación completa de los antiguos nazis y de los oficiales
de la Wehrmacht coincidió con la formación de la RDA en 1949.[41]
Stalin debía de esperar que la idea de una Alemania centralizada, reunificada y
neutral resultara tan irresistible para los nacionalistas alemanes que fuera superior a
su animadversión hacia los soviéticos y los comunistas. Y desde luego intentó dirigir
el nacionalismo alemán contra Occidente, al tiempo que Byrnes y los
norteamericanos empezaban a explotar los sentimientos nacionales de los alemanes
contra la URSS. Siguiendo órdenes de Stalin, la diplomacia y la propaganda soviética
insistieron incansablemente en la idea de un estado alemán centralizado, contrastando
la actitud de los rusos con las propuestas occidentales de federación y
descentralización. Las potencias occidentales «en realidad desean que haya cuatro
Alemanias, pero lo disimulan por todos los medios», dijo Stalin en enero de 1947, y
reafirmó la línea adoptada por la URSS: «Debe crearse un gobierno central, y podrá
firmar el tratado de paz». Como señala un especialista ruso, Stalin era reacio «a
respaldar la responsabilidad de la división de Alemania. Deseaba que ese papel lo
desempeñaran las potencias occidentales». Por consiguiente, de manera deliberada
«se mantuvo un paso por detrás de las acciones de las potencias occidentales».[42] En
efecto, todos los pasos que dieron los soviéticos hacia la creación de unidades de
policía militar y de policía secreta dentro de su zona los dieron después de que las
potencias occidentales tomaran sus propias medidas tendentes a la segregación de
Alemania Occidental: el establecimiento de la Bizona, la creación del Plan Marshall y
la formación de Alemania Occidental.

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Hasta 1947, Stalin desempeñó un papel trascendental en el frenazo dado a los
comunistas germanoorientales y a ciertos entusiastas de la AMSA que deseaban una
rápida «construcción del socialismo» en la zona. Quizá esperara que se produjeran
cambios drásticos en el entorno económico y político de Europa en concomitancia
con la crisis económica, las elecciones norteamericanas, u otros hechos. Mientras
tanto, la cuestión alemana empezó a convertirse en un elemento acelerador de la
confrontación de las grandes potencias. La administración Truman continuó
abandonando la política de retirada de Alemania y deslizándose hacia otra basada en
la reconstrucción económica a largo plazo de las zonas occidentales. Tras el fracaso
de la segunda conferencia de ministros de Asuntos Exteriores de Moscú (marzo-abril
de 1947), destinada a alcanzar un acuerdo sobre Alemania, el secretario de Estado
norteamericano, George Marshall, llegó a la conclusión de que «el paciente estaba
muriéndose mientras los médicos deliberaban», y la administración Truman lanzó el
Plan Marshall para poner en marcha la recuperación económica europea.[43]
Al principio, el Kremlin no tenía ninguna pista sobre qué era lo que motivaba la
iniciativa norteamericana. Quizá, sugirieron los economistas soviéticos, Estados
Unidos preveía una gran crisis económica y deseaba dar paso a un nuevo Programa
de Préstamo y Arriendo (Lend-Lease) con el fin de crear nuevos mercados para sus
productos. Entre los gestores de la economía soviética renacieron las esperanzas de
que esta vez la URSS obtuviera de los norteamericanos los préstamos que no se
habían materializado en 1945-1946. Al principio, los soviéticos no relacionaron el
Plan Marshall con la cuestión alemana: Molotov sólo recibió la orden de bloquear los
intentos de reducir las indemnizaciones de guerra alemanas a cambio de préstamos de
los norteamericanos. Tras consultar con los líderes comunistas yugoslavos, Stalin y
Molotov decidieron que las delegaciones de otros países centroeuropeos fueran a
París, donde iba a tener lugar una conferencia sobre ayuda económica a Europa. Los
gobiernos de Checoslovaquia, Polonia y Rumanía anunciaron que participarían en la
conferencia justo cuando Stalin cambió de opinión.[44]
El 29 de junio de 1948, Molotov envió a Stalin desde París, donde había podido
consultar a los líderes británicos y franceses, el siguiente comunicado: los
norteamericanos «están deseando utilizar esta oportunidad para irrumpir en las
economías internas de los países europeos y especialmente para reorientar el flujo del
comercio europeo según sus propios intereses». A primeros de julio, los nuevos
informes de inteligencia llegados de París y Londres, especialmente sobre las
conversaciones secretas angloamericanas a espaldas de los soviéticos, revelaron al
Kremlin que la administración Truman tenía in mente un vasto plan de integración
económica y política de Europa: el Plan Marshall tenía por objeto frenar la influencia
soviética y reavivar la economía europea, y en especial la alemana, según los criterios
de los norteamericanos. El 7 de julio de 1947, Molotov envió una nueva directiva a
los gobiernos de la Europa Central: «aconsejándoles» cancelar su participación en la
Conferencia de París, porque «bajo el disfraz del plan de recuperación europea», los

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organizadores del Plan Marshall «en realidad quieren crear un bloque occidental que
incluya a la Alemania del Oeste».[45] Cuando el gobierno checoslovaco se negó a
obedecer, citando su dependencia económica de los mercados y los préstamos
occidentales, Stalin convocó a sus representantes a Moscú y les planteó un
ultimátum: su sola asistencia a la Conferencia de París sería considerada un acto de
hostilidad por los soviéticos. La delegación checoslovaca se sintió amedrentada y no
tuvo más remedio que obedecer. En compensación, Stalin prometió que ordenaría a
los ministerios de Industria soviéticos comprar productos checoslovacos y aseguró
que les prestaría una ayuda inmediata consistente en 200 000 toneladas de trigo,
cebada y avena.[46]
El cambio de actitud soviético respecto al Plan Marshall puso de manifiesto un
patrón en las reacciones de Stalin ante la intervención cada vez mayor de los
norteamericanos en Europa: el paso de la sospecha y la contemporización al
contraataque feroz. La lectura que hacía Stalin del Plan Marshall no dejaba espacio
para la neutralidad alemana. Un informe del embajador soviético en Washington, que
reflejaba el nuevo modo de pensar del Kremlin, presentaba los planes de Estados
Unidos como la construcción de un bloque destinado a rodear a la URSS, «y que
cruzaba Occidente pasando por Alemania del Oeste y más allá».[47] Las instrucciones
de Stalin a los comunistas extranjeros los obligaron a cambiar las actividades
parlamentarias por la violencia política y los preparativos para la guerra. Durante el
otoño de 1947, el Kremlin intentó desestabilizar Europa Occidental por medio de las
huelgas y las manifestaciones organizadas por los partidos comunistas y los
sindicatos de Francia e Italia. El rapapolvo dado a los checos ponía de manifiesto que
Stalin se había percatado al fin de que debía descartar su plan para Alemania y
Europa Central consistente en esperar y ver. Los partidos comunistas de Europa
Central recibieron la orden de marchar al son que tocara el Kremlin y de adherirse a
la Oficina de Información de los Partidos Comunistas (Cominform), cuyo cuartel
general se encontraba en Belgrado, Yugoslavia. No obstante, las órdenes de Stalin a
los comunistas centroeuropeos tendrían que combinar la intrepidez con la prudencia.
El dictador esperaba presentar la aceleración de la «sovietización» como un proceso
paulatino y natural manteniendo oculta la mano de Moscú en la medida de lo posible.
[48]
Stalin había venido considerando la idea de reforzar su control sobre los partidos
comunistas europeos desde 1946, pero el establecimiento de la Cominform se vio
acelerado por el Plan Marshall. Esta institución reflejaba la convicción que tenía
Stalin de que, en adelante, los soviéticos no podrían manejar Europa Central si no era
con una disciplina férrea tanto ideológica como de partido. Los partidos comunistas
debían renunciar a las «vías nacionales al socialismo»; en efecto, no tardaron en
estalinizarse y verse rígidamente subordinados a la política del Kremlin. La
imposición de controles estalinistas dio lugar a la purga de la Yugoslavia de Tito. Esta
medida llevaría la profunda impronta de la personalidad de Stalin. El estallido de

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odio del dictador soviético hacia Tito y los dirigentes comunistas yugoslavos fue una
sorpresa, incluso para sus subordinados. No obstante, era un rasgo típico de la
conducta de Stalin mostrado ya en el terreno de la política soviética durante el
período de consolidación de su poder, cuando dio muestras sucesivamente de afecto y
odio hacia sus amigos y partidarios políticos. El trato dispensado por Stalin a los
líderes comunistas de Europa Central no fue marcadamente distinto de la forma que
tuvo de tratar a sus lugartenientes más estrechos, Molotov y Zhdanov: una mezcla de
encanto falaz, sadismo gratuito, recelo y desprecio. En el caso de los yugoslavos, a
Stalin le salió el tiro por la culata y su actitud provocó la rebelión del socio más
valioso de la URSS en Europa Central.[49]
De ese modo la consolidación de una Europa Central al estilo de Stalin produjo
un enemigo interno, además de otro externo. La feroz campaña contra el «titismo»
desempeñó en 1948-1949 la misma función que tuviera la falsa campaña contra el
«trotskismo» en 1935-1938. Contribuyó a consolidar el control absoluto de Stalin y a
impedir cualquier posibilidad, por remota que fuere, de oposición y resistencia a su
voluntad. Al mismo tiempo, Stalin se obsesionó con la idea de asesinar a Tito, del
mismo modo que se había obsesionado unos años antes con el asesinato de Trotski.
[50]
La rápida consolidación del bloque soviético en Europa Central provocó grandes
cambios en la política soviética sobre Alemania, que dio un giro decisivo hacia la
creación de una Alemania del Este sovietizada a expensas de la campaña en pro de la
unidad alemana. Stalin no permitió que el SED se convirtiera en miembro de la
Cominform. Sin embargo, los dirigentes del SED, incluidos los antiguos
socialdemócratas, expresaron su inequívoca lealtad a la Unión Soviética y se
pronunciaron en contra del Plan Marshall. En otoño de 1947, Stalin indujo a los
dirigentes comunistas de Alemania Oriental a organizar formaciones militares bajo
los auspicios de la Dirección Alemana de Interior, el aparato policial de la zona
soviética. En noviembre de 1947, se creó dentro de la Dirección de Interior un
Departamento de Inteligencia e Información, con la misión de detectar y erradicar por
medios ilegales cualquier oposición al régimen germanooriental. En julio de 1948,
cuando se intensificó la crisis de Berlín, el líder soviético ratificó un plan destinado a
equipar y entrenar a diez mil soldados de Alemania del Este, para hacer de ellos una
«policía de emergencia» acuartelada.[51] Todas estas medidas fueron formuladas y
puestas en práctica con el mayor secreto. Stalin era plenamente consciente de que
constituían una flagrante violación de las decisiones tomadas en Yalta y Potsdam, y
que su política estaba en abierta contradicción con la propaganda y la diplomacia
soviética, que fomentaban la opción de una Alemania reunificada, neutral y
desmilitarizada.
En septiembre de 1948, el SED proclamó que el concepto de vía al socialismo
especial para Alemania, concepto al que había permanecido fiel desde su creación en
1946, era una idea «corrupta y peligrosa», una senda que conducía a «desviaciones»

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nacionalistas. En el ambiente de histeria antiyugoslava, los comunistas
germanoorientales prefirieron ponerse en el lado seguro, intentando engrosar las filas
de los estalinistas leales sin haber ni siquiera recibido del Kremlin una invitación para
hacerlo.[52]
Desde diciembre de 1947 a febrero de 1948, los dirigentes occidentales, tras
reunirse por separado en Londres sin la Unión Soviética, empezaron a organizar un
estado federal germanooccidental. Dicho estado recibiría la ayuda de Norteamérica a
través del Plan Marshall, y se revisarían los planes de producción del Ruhr para
asegurar un rápido resurgimiento económico de las zonas occidentales. Puede que
Stalin siguiera esperando que se produjera una crisis económica capitalista que
arruinara los planes de Occidente, pero ya no podría posponer su reacción ante la
aparición de una Alemania del Oeste. Su respuesta consistiría en intentar alcanzar en
Berlín la máxima superioridad de los soviéticos sobre Occidente. En marzo de 1948,
en respuesta a las quejas de los dirigentes del SED por la presencia occidental en
Berlín, Stalin comentó: «Quizá logremos echarlos a patadas».[53] Decidió bloquear
Berlín Occidental en un intento de expulsar de la ciudad a los aliados o, mejor aún,
obligarlos a renegociar los acuerdos de Londres.
Además de los acuerdos de Londres, la introducción de la nueva moneda en
Alemania y Berlín Occidental se convirtió en una espoleta para la actuación de la
URSS. La introducción de una nueva moneda incrementaría notablemente los costes
de la ocupación soviética de Alemania (que ascendían a quince mil millones de
rublos en 1947). Hasta entonces, la AMSA había podido imprimir los viejos marcos
de ocupación que seguían circulando en las zonas del oeste. La separación monetaria
de la zona soviética de Alemania Occidental amenazaba con poner fin a aquella
bonanza económica.[54]
Al convertir a Berlín Occidental en rehén de los planes separatistas de Occidente,
Stalin creyó tener unas posibilidades razonables de matar dos pájaros de un tiro. Si
las potencias occidentales optaban por negociar, verían complicados sus planes de
crear un estado alemán en el oeste. Esas conversaciones darían asimismo a la AMSA
más tiempo para llevar a cabo sus propios preparativos en la zona. Si las autoridades
occidentales se negaban a negociar, corrían el riesgo de perder su base en Berlín. El
líder soviético se sentía seguro de su capacidad de ajustar el uso de la fuerza en torno
a Berlín Occidental para no tener que provocar una guerra y hacer que las potencias
occidentales parecieran las responsables de la crisis. Curiosamente, ordenó una
demora en la emisión de nuevos billetes para la zona soviética hasta que las potencias
occidentales introdujeran su marco alemán en Berlín.[55]
El bloqueo de Berlín fue un ejemplo más de la táctica de tanteo de Stalin, en la
que la cautela iba de la mano de una brutal determinación de ir hasta el fondo siempre
y cuando el equilibrio de fuerzas fuera el que le conviniera. Otros acontecimientos
ocurridos en Europa nos ofrecen un contexto revelador de aquel acto de los soviéticos
contra Berlín Occidental. Al Kremlin le salió bien la táctica en febrero de 1948,

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cuando los comunistas se hicieron con el poder en Checoslovaquia y el gobierno
liberal-democrático se rindió sin luchar. Al mismo tiempo, Stalin llegó a la
conclusión de que Estados Unidos y Gran Bretaña nunca permitirían que las fuerzas
comunistas se alzaran con la victoria en Grecia. En su reunión con los líderes
yugoslavos y búlgaros del 10 de febrero, Stalin dijo que «si no se dan las condiciones
necesarias para la victoria» en Grecia, «no hay por qué tener miedo de admitirlo».
Sugirió que el «movimiento guerrillero», apoyado en 1947 por el Kremlin y por los
yugoslavos, debía «acabarse». Fue el desacuerdo de Yugoslavia con los cálculos de
Stalin lo que precipitó, junto con otros factores, la ruptura entre el dictador soviético
y Tito.[56]
Mientras iba fermentando la crisis de Berlín, la inminente victoria del Partido
Comunista Italiano (PCI) en abril de 1948 amenazaba el equilibrio de poder en
Europa. El historiador Victor Zaslavski ha encontrado numerosas pruebas de que los
militantes del PCI estaban dispuestos, si era necesario, a hacerse con el poder por
medio de una insurrección militar. El líder del PCI, Palmiro Togliatti, educado en el
«realismo» estalinista, tenía, sin embargo, serias dudas respecto al resultado de
semejante aventura. El 23 de marzo, Togliatti utilizó ciertos canales secretos para
enviar una carta a Stalin pidiéndole consejo. Advertía al líder del Kremlin que la
confrontación militar del PCI con el bando político opuesto podía «desembocar en
una gran guerra». Togliatti informaba a Stalin de que, en caso de guerra civil en
Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia apoyarían al bando anticomunista;
entonces el PCI habría necesitado la ayuda del ejército yugoslavo y de las fuerzas de
otros países del este de Europa para mantener su control del norte de Italia. La carta
de Togliatti reclamaba una respuesta inmediata de Stalin. El dictador soviético ordenó
al PCI no utilizar «de ninguna manera la insurrección armada» para hacerse con el
poder en Italia.[57] Fiel a sus prudentes cálculos de equilibrio de fuerzas, decidió que
Italia, situada dentro de la esfera de influencia angloamericana, quedaba demasiado
lejos. Berlín Occidental, en cambio, estaba dentro de la zona de ocupación soviética,
y la cuestión alemana era lo bastante trascendental para justificar un riesgo calculado.
En mayo de 1948, como ha descubierto el historiador Vladimir Pechatnov, Stalin
planeó una «ofensiva de paz» indirecta contra la administración Truman. Su objetivo
era minar la política estadounidense en Europa, presentándola como la única causa de
la incipiente división de Europa y de Alemania. Utilizó canales secretos para
comunicarse con Henry Wallace (que se presentaba a las elecciones presidenciales
contra Truman) para hacerle saber, y a través de él a toda la opinión pública
norteamericana, que los soviéticos «no estamos haciendo ninguna Guerra Fría. El que
está haciéndola es Estados Unidos». Stalin quería dar la impresión de que las
contradicciones ruso-norteamericanas podían superarse por medio de la negociación.
El líder soviético siguió aludiendo a esta perspectiva ilusoria en una «carta abierta»
dirigida a Wallace, en la que respaldaba por completo sus propuestas de paz.[58]

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Inesperadamente, el bloqueo soviético de Berlín Occidental resultó un fiasco
propagandístico y todo un fracaso estratégico. El invierno benigno, el genio de los
angloamericanos a la hora de organizar un puente aéreo, y el estoicismo de la
población de la ciudad derrotaron las pretensiones de los rusos. Occidente dio a Stalin
una costosa lección estableciendo duras sanciones económicas contra la zona
soviética y haciendo pagar a los rusos los daños sufridos. Por último, la reforma
monetaria de los occidentales en Alemania y Berlín Oeste resultó un gran éxito,
gracias en buena parte al boicot soviético.[59] Los efectos psicológicos y políticos del
bloqueo de Berlín resultaron fatales para la influencia rusa sobre Berlín y la Alemania
Occidental. El bloqueo contribuyó a forjar una nueva amistad y una alianza
anticomunista entre los alemanes occidentales y los aliados, particularmente los
norteamericanos. La presencia norteamericana y británica en Alemania y Berlín
Oeste consiguió una legitimidad popular de la que había carecido hasta ese momento.
La crisis de Berlín facilitó la formación de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) por Estados Unidos, Canadá y diez naciones de Europa Occidental,
proclamada el 9 de abril de 1949. La OTAN legitimó formalmente y con carácter
permanente la presencia militar estadounidense en Europa y en Alemania Occidental.
El 11 de mayo de 1949, después de unas breves conversaciones, la Unión Soviética
levantó el bloqueo y firmó un acuerdo con las tres potencias occidentales. Este
acuerdo reconocía de facto unos derechos políticos permanentes a los occidentales en
Berlín y, en un protocolo aparte, se accedía a la división de la ciudad en dos sectores,
el oriental y el occidental. El 23 de mayo de 1949, unos días después de que se
levantara el bloqueo, las zonas occidentales se convirtieron en la República Federal
Alemana (RFA).
Algunas de las ideas fundamentales de Stalin sobre Alemania, basadas en la
experiencia del período de entreguerras, resultaron equivocadas. En primer lugar, la
táctica de la alianza con los nacionalistas pangermánicos no produjo los beneficios
esperados. Stalin no supo darse cuenta de que la caída del régimen nazi en la
primavera de 1945 hizo que casi toda Alemania quedara harta de cualquier forma de
nacionalismo. Como demostró el desarrollo político de Alemania Occidental a partir
de 1948, los factores más poderosos no fueron el nacionalismo, sino el deseo de
normalización económica, el regionalismo tradicional, y la alienación de los
territorios de Alemania del Este, factores todos que se remontaban a la reacción
contra la dominación de Prusia durante el Primer Reich. Dicha situación quedaría
plasmada en el apoyo que recibió Konrad Adenauer entre la clase media y alta de
Renania, un apoyo que le permitió convertirse en el primer canciller de la República
Federal de Alemania.[60]
En vez de tensiones nacionalistas en Alemania Occidental, lo que se produjo fue
una inesperada simbiosis entre las tropas norteamericanas destacadas en su territorio
y la población civil alemana, especialmente las mujeres. Muchas alemanas veían con
buenos ojos a los soldados norteamericanos, que se convirtieron en proveedores de

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los alimentos y otros productos de primera necesidad que tanto escaseaban. Mientras
que, según la opinión pública, los soviéticos se dedicaban a «llevárselo todo», a
saquear y desmantelar el país, los norteamericanos lo «daban todo». Durante el
bloqueo de Berlín, la opinión alemana cambió de manera más drástica aún a favor de
Estados Unidos y en contra de los soviéticos.[61]
En segundo lugar, los años cuarenta no terminaron con una crisis del mundo
capitalista. Stalin se había fiado demasiado de esta idea. Había imaginado grandes
rivalidades entre los países de Europa Occidental y Estados Unidos, reflejo de la
teoría leninista de las contradicciones intrínsecas de la economía de mercado.[62] En
realidad, la recesión económica de posguerra que dio comienzo en 1948 no fue ni
mucho menos tan grave como se esperaba. Los sueños soviéticos de una nueva Gran
Depresión que intensificara el aislacionismo de Estados Unidos y que lo llevara a
adoptar una postura más conciliatoria hacia los deseos de Moscú no se hicieron
realidad.
Una vez más, Stalin se negó a admitir su error de cálculo. En marzo de 1948, dijo
a los dirigentes del SED que la unificación de Alemania iba a ser un «proceso largo»
y que llevaría «varios años». Ese retraso, añadió, redundaría en beneficio del SED,
pues los comunistas podrían intensificar su labor propagandística y «preparar a las
masas para la reunificación de Alemania». Una vez «esté preparada» la mentalidad de
la gente, los norteamericanos «tendrán que capitular».[63] En diciembre de 1948, en
otra reunión con los comunistas germanoorientales, Stalin mostró un falso
optimismo. Los dirigentes del SED reconocieron que tanto ellos como sus aliados
habían arruinado su reputación política en Alemania Occidental; todo el mundo los
consideraba «agentes soviéticos». El dueño y señor del Kremlin respondió
reprochando cínicamente a Ulbricht y a sus camaradas haber renunciado a una vía al
socialismo especial para Alemania: ¿Por qué intentaron luchar «desnudos», como los
antiguos germanos que habían combatido a las legiones romanas? «Hay que utilizar
un disfraz», dijo. Stalin sugirió que «algunos buenos comunistas» de Alemania
Occidental abandonaran el partido y se infiltraran en el SPD, con el fin de subvertir a
los socialdemócratas desde dentro, como habían hecho los comunistas polacos y
húngaros con los partidos de la oposición en sus respectivos países.[64]
Los líderes del SED aprovecharon el patinazo de los soviéticos y la proclamación
del estado germanooccidental para pedir más autonomía respecto a las autoridades
rusas de ocupación. Presionado por los acontecimientos, Stalin permitió al SED
prepararse para el establecimiento formal de un nuevo estado, la República
Democrática Alemana. La RDA nació oficialmente el 7 de octubre de 1949. Ese
mismo año Stalin creó el Consejo de Ayuda Económica Mutua (el COMECON o
CMEA), respuesta soviética al Plan Marshall y al bloque económico de los países
occidentales. Su tarea primordial era desarrollar los «tipos básicos de producción que
nos permitan [al bloque soviético] acabar con la importación de equipos esenciales y

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materias primas de los países capitalistas». La RDA no tardaría en recibir
autorización para ingresar en dicho Consejo.[65]
Algunos testimonios indican que el dictador del Kremlin se sintió humillado por
tener que dar marcha atrás en Alemania. Cuando el bloqueo de Berlín se acercaba ya
a su ignominioso final, Stalin reanudó sus ataques contra Molotov y mandó detener a
su mujer. La semicaída del ministro de Asuntos Exteriores, como dicen los
historiadores Gorlizki y Jlevniuk, «fue en parte el precio que tuvo que pagar Molotov
por el fracaso de la política soviética en Alemania». En marzo de 1949, Molotov
perdió la cartera ministerial de la que había sido titular durante tanto tiempo. Un año
después, Stalin todavía echaba sapos y culebras al hablar del «comportamiento
deshonesto, pérfido y arrogante de Estados Unidos en Europa, los Balcanes, Oriente
Medio, y especialmente por su decisión de crear la OTAN». Su manera de vengarse
de la arrogancia de los norteamericanos fue apoyar los planes de Kim Il Sung de
anexionarse Corea del Sur.[66]

LA GUERRA DE COREA Y ALEMANIA ORIENTAL

El estallido de la guerra de Corea en junio de 1950 militarizó radicalmente la Guerra


Fría y redujo prácticamente a cero el espacio para las conversaciones de paz y los
acuerdos en Europa. Según Molotov, la guerra «nos la impusieron los propios
coreanos. Stalin dijo que era imposible evitar la cuestión nacional de una Corea
unida».[67] No obstante, la decisión de meterse en la guerra fue de Stalin; una vez
tomada dicha decisión, se acabó con cualquier posibilidad de reunificación pacifica
de Alemania.
La nueva alianza entre Stalin y Mao Zedong allanó el camino para la guerra de
Corea y fue un factor trascendental en el cambio de estrategia de Stalin, que pasó de
centrar su interés en Europa y Alemania a hacerlo en el Extremo Oriente. Hasta 1949,
el Kremlin prestó una ayuda mínima a los comunistas y revolucionarios asiáticos,
incluido Mao Zedong en China y Ho Chi Min en Vietnam.[68] La victoria de los
comunistas chinos obligó a Stalin a reconsiderar sus prioridades. El triunfo del
partido comunista en el país más populoso del mundo contrastaba con la situación de
punto muerto existente en Alemania y con los fracasos de los comunistas en Francia
y en Italia. En julio de 1949, en la entrevista con la delegación del PCCh en el
Kremlin, Stalin reconoció sus pasados errores al dudar de la victoria de los
comunistas en China. No obstante, en diciembre de 1949 el dictador soviético se
mostró reacio a hacer lo mismo cuando Mao Zedong acudió a Moscú para participar
en la celebración de su cumpleaños. Stalin sólo accedió a dar su beneplácito a la
nueva afianza entre China y la URSS y a una nueva serie de pactos entre los dos
países cuando Mao se negó a abandonar Rusia sin haber alcanzado un acuerdo
definitivo chino-soviético. Mikoyan y Molotov contribuyeron a que el dictador
cambiara de opinión. Durante las conversaciones entre Stalin y Mao que se

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desarrollaron después, el dictador del Kremlin prometió olvidarse de todo lo
relacionado con el «sistema de Yalta», los acuerdos de Realpolitik entre las grandes
potencias que habían dado a la URSS legitimidad internacional y ventajas
diplomáticas en Europa y Asia. «¡Al diablo con Yalta!», dijo el caudillo del Kremlin
a Mao, accediendo a que los chinos llevaran la iniciativa en el desarrollo del proceso
revolucionario en Asia.[69] Sin embargo, las negociaciones se caracterizaron hasta el
final por un durísimo tira y afloja y por una aspereza mutua. Inesperadamente, los
chinos pidieron que todas las posesiones soviéticas en Manchuria, incluido el
ferrocarril y la base de Port Arthur, fueran devueltas a China. Semejante pretensión
encolerizó a Stalin, que finalmente decidió que la alianza con China era más
importante que los intereses soviéticos en Manchuria. El nuevo Tratado Chino-
Soviético, firmado en febrero de 1950, supuso durante muchos años el mayor éxito de
la política exterior rusa. Al mismo tiempo, sentó las bases de una futura rivalidad
entre China y la URSS, pues Mao se sintió humillado por la actitud condescendiente
de Stalin y su negativa a tratar a China de igual a igual.[70]
Por primera vez desde los años veinte, Stalin tuvo que tratar a unos comunistas
extranjeros no simplemente como instrumentos para conseguir los objetivos
soviéticos en materia de política exterior, sino como fuerzas independientes o incluso
como socios. Esta circunstancia condujo a una notable reaparición, aunque no del
todo sincera, del elemento revolucionario «romántico» en el discurso y en la política
internacional estalinista. En Indochina, chinos y soviéticos acordaron suministrar
ayuda al ejército del Viet Min. En Corea, Stalin abandonó su anterior contención
frente a los comunistas coreanos, que suplicaron la ayuda de la URSS para liberar la
península de Corea del régimen proamericano de Syngman Rhee. En enero de 1950,
Stalin autorizó al líder norcoreano, Kim Il Sung, a que se preparara para una guerra
de reunificación nacional y le prometió asistencia militar plena. El historiador Evgeni
Bajanov ha resumido atinadamente los nuevos testimonios existentes sobre esta
decisión. Stalin cambió de opinión respecto a la guerra de Corea debido (1) a la
victoria de los comunistas en China; (2) a la obtención de la bomba atómica por la
URSS (las primeras pruebas se llevaron a cabo en agosto de 1949); (3) al
establecimiento de la OTAN y al empeoramiento general de las relaciones de la
URSS con Occidente; y (4) debido a la sensación de debilitamiento de la posición de
Washington y de su voluntad de intervenir militarmente en Asia. Al mismo tiempo,
cuando Kim Il Sung y otro líder norcoreano, Pak Hong-young, visitaron Moscú entre
el 30 de marzo y el 25 de abril de 1950 con el fin de preparar la guerra, Stam les dijo
que la URSS no intervendría directamente, sobre todo si los norteamericanos
enviaban tropas en ayuda de Corea del Sur.[71]
El estallido de la guerra de Corea provocó una nueva alarma de guerra en Europa
Occidental; muchos esperaban que los tanques soviéticos entraran en cualquier
momento en Alemania del Oeste. Los responsables de la política norteamericana, sin
embargo, daban por supuesto que la guerra en Europa era muy improbable. Llegaron

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a la conclusión de que la URSS seguiría tanteando las posibles debilidades de los
occidentales en el Viejo Continente y también en Asia. Para desanimar ese tipo de
tanteos, los norteamericanos cuadruplicaron su presupuesto militar, incrementaron a
toda prisa sus reservas de bombas atómicas, y presionaron a Francia, que se mostraba
reacia, y a otros miembros de la OTAN a ratificar la creación de unas fuerzas armadas
germanooccidentales.[72] Los observadores y los servicios de inteligencia soviéticos
no tuvieron ningún problema en seguir la pista a los constantes cambios sufridos por
el paisaje geopolítico de Europa Occidental: concretamente, la integración de las
industrias francesas y alemanas del carbón y el acero, los preparativos para el
reconocimiento de la soberanía de la República Federal de Alemania, y los planes
para la creación de un «ejército europeo» con divisiones germanooccidentales como
elemento fundamental.[73] Las valoraciones que hicieron los norteamericanos de las
intenciones de los soviéticos fueron en general correctas. Los tanteos cautelosos
seguían siendo la política típica de Stalin, a pesar de su emulación retórica del
romanticismo revolucionario de Mao.
La intervención de Estados Unidos impidió que se hicieran realidad los planes de
los norcoreanos de una rápida victoria «revolucionaria». No obstante, como
demuestran los documentos de los archivos soviéticos, Stalin había aprendido del
pasado y estaba preparado para dar una desagradable sorpresa. El 27 de agosto de
1950, en un telegrama al presidente de la Checoslovaquia comunista, Klement
Gottwald, el líder soviético explicaba su visión de la guerra de Asia. La Unión
Soviética, afirmaba, se abstendría deliberadamente en la trascendental votación
celebrada en las Naciones Unidas para declarar a Corea del Norte estado agresor. Se
trataba de una acción calculada para que los norteamericanos se vieran «enredados en
una intervención militar en Corea», en la cual «dilapidarían su prestigio militar y su
autoridad moral». Si Corea del Norte empezaba a perder la guerra, China acudiría en
su ayuda. Y «América, como cualquier otro estado, no puede enfrentarse a China, que
tiene a su disposición unas fuerzas armadas de grandes proporciones». Una guerra
larga y prolongada entre China y Estados Unidos sería una buena cosa, en opinión de
Stalin. Daría a la Unión Soviética más tiempo para reforzarse y además, «distraería la
atención de Estados Unidos de Europa hacia el Extremo Oriente». Y «la guerra del
Tercer Mundo se pospondrá por un plazo indeterminado, cosa que dará el tiempo
necesario para consolidar el socialismo en Europa».[74]
Durante los dos años siguientes, el dictador soviético llevó a la práctica su
programa. Logró convencer a Mao y a los comunistas chinos de que combatieran
contra Estados Unidos en Corea. Les dijo que los norteamericanos no se atreverían a
enzarzarse en la guerra. Llegó a jactarse incluso de que la URSS no tenía miedo de
enfrentarse a los norteamericanos, pues «juntos seremos más fuertes que Estados
Unidos e Inglaterra, mientras que los otros estados capitalistas de Europa (con la
excepción de Alemania, que de momento es incapaz de ofrecer ningún tipo de ayuda
a Estados Unidos) no suponen una amenaza militar seria».[75]

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En realidad, el cauteloso intrigante estaba dispuesto a evitar cualquier choque
prematuro con Estados Unidos en Asia y en Europa. Stalin había quedado
fuertemente impresionado por la potencia aérea estadounidense, lo mismo que cientos
de pilotos soviéticos que lucharon contra los norteamericanos en los cielos de Corea.
La industria aeronáutica soviética y el desarrollo del radar y de las defensas aéreas
recibieron un impulso enorme en 1951-1953, pero seguían estando muy por detrás de
la aviación norteamericana.[76] El arsenal atómico soviético estaba formado sólo por
unas cuantas bombas, y no había forma de transportarlas hasta Estados Unidos. Como
el mariscal Sergei Ajromeyev dijo al diplomático Anatoli Dobrinin veintitrés años
después, Stalin tenía que basarse todavía en una respuesta no nuclear de la URSS a
cualquier ataque nuclear norteamericano. En la práctica, ello significaba que el
ejército soviético tenía que mantener en Alemania Oriental unas fuerzas armadas
capaces de asestar un golpe fulminante a los ejércitos de la OTAN y de ocupar toda
Europa Occidental hasta el canal de la Mancha. Según Ajromeyev, Stalin creía que
una amenaza armada habría permitido contrarrestar la amenaza nuclear
norteamericana. Además, en enero de 1951 Stalin dio a todos los países satélites de
Europa Central la orden de «crear unas fuerzas armadas modernas y fuertes» en el
plazo de dos o tres años.[77] Esta fuerza auxiliar contribuiría a la credibilidad de la
superioridad de los soviéticos por tierra.
Estos planes militares soviéticos convertían Alemania en el principal escenario de
una posible guerra futura e incrementaban enormemente la importancia estratégica de
la RDA. Junto con el colapso del orden internacional de Yalta y el radicalismo
revolucionario de Stalin y Mao en el Extremo Oriente, esta novedad anunciaba la
necesidad de cambio en la política soviética respecto a Alemania. Al principio, la
RDA quedó fuera de esta campaña de choque de movilización y producción militar.
Stalin seguía queriendo utilizar la posibilidad de una reunificación pacífica de
Alemania para diversos objetivos políticos: para agravar la discordia en el seno de la
OTAN, para retrasar y hacer fracasar el proceso de rearme de Alemania Occidental, y
para encubrir los preparativos militares en el este. Los propagandistas soviéticos
explotaron al máximo el hecho de que varios generales de la época nazi participaran
en las labores de creación de un ejército germanooccidental. En septiembre de 1951,
Stalin y el Politburó ordenaron a los dirigentes del SED que contestaran a las
potencias occidentales presentando una propuesta de «elecciones pangermánicas
destinadas a crear una Alemania unificada, democrática y pacífica».[78] Se trataba de
un mero tanteo de carácter propagandístico. El Kremlin no tuvo nunca intención de
celebrar tales elecciones, pues los comunistas las habrían perdido con toda seguridad.
Las autoridades germanoorientales llevaron a cabo esta campaña con su habitual
torpeza. Como sostienen Norman Naimark y Hope Harrison, los líderes de la RDA no
eran meros peones y transmisores de la voluntad de Moscú. Su objetivo tácito era
crear la RDA como un país «socialista», esto es, llevar a cabo las mismas purgas y
transformaciones que habían tenido lugar en otros países de Europa Central. El papel

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de gobierno provisional a la espera de las negociaciones con Occidente no tenía el
menor atractivo para ellos. Y los planes de la Comunidad Europea de Defensa (CED),
en la que participaban las fuerzas armadas germanooccidentales, dieron a Ulbricht y
sus colegas nuevos argumentos para exigir la plena integración de la RDA en el
bloque político-militar comunista. En particular, a comienzos de 1952 los dirigentes
de la Alemania del Este intentaron aprovechar la inminente firma del acuerdo de las
potencias occidentales que incrementaba la soberanía de Alemania Occidental (el
«Tratado General») y el acuerdo de la CED como pretexto para que Moscú entrara en
acción.[79]
Las autoridades soviéticas de ocupación establecidas en Alemania Oriental (en
octubre de 1949 la AMSA fue rebautizada Comisión de Control Soviética [CCS]), el
general Vasili Chuikov y Vladimir Semenov, consideraron que era importantísimo
responder a las innovaciones introducidas por los occidentales dando legitimidad a la
RDA y haciendo aparentar que sus dirigentes eran independientes de la URSS. El
ministro de Asuntos Exteriores, Andrei Vishinski, que había sustituido a Molotov, no
quería, sin embargo, emprender ninguna acción demasiado drástica. Expresó incluso
sus dudas respecto a la autenticidad de una copia del Tratado General obtenida por
los alemanes del Este. Los memorándums del ministerio al Politburó seguían tratando
a la RDA como una parte del «estado vencido» y se oponían a reconocerla como
agente del acuerdo de paz alcanzado en Alemania, y no como objeto de él. Este
último punto indica, curiosamente, que incluso durante la guerra de Corea había entre
los dirigentes soviéticos quienes seguían pensando que el marco internacional de
Yalta era el que daba validez a la presencia soviética en Alemania. Ni la comunidad
diplomática ni los círculos militares de Moscú tenían demasiados deseos de reconocer
la soberanía de la RDA.[80]
Stalin continuó negando, incluso tal vez a sí mismo, que la Unión Soviética había
perdido la iniciativa estratégica en la cuestión alemana. Animado por los informes de
la CCS, decidió escenificar un nuevo acto dramático en su campaña en pro de la
reunificación de Alemania. El 10 de marzo de 1952 envió una nota a las tres
potencias occidentales proponiéndoles nuevos términos para la firma de un tratado de
paz. La futura Alemania sería creada a través de unas elecciones libres y sería un país
neutral, pero tendría sus propias fuerzas armadas. Por desgracia, no existen fuentes
que nos demuestren cuáles eran las ideas de Stalin en esos momentos. Su anterior
política, sin embargo, nos induce a pensar que todo aquello no era más que un intentó
de dar nueva vida a la ruidosa propaganda soviética de la unidad de Alemania,
socavar la alianza de las potencias occidentales, y sembrar la discordia entre los
alemanes del Oeste. El análisis detallado de los planes soviéticos para Austria, que
durante largo tiempo había sido rehén de la cuestión alemana y de los planes militares
soviéticos, demuestra también que por aquel entonces la diplomacia del Kremlin era
simplemente un camuflaje de los preparativos de guerra. Pero la nueva estrategia no
logró hacer fracasar el proyecto de creación de un ejército europeo. Los gobiernos

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occidentales y la República Federal de Alemania rechazaron rápidamente la nota
calificándola de mera jugada propagandística.[81]
Pocos días después de ese rechazo, el 7 de abril de 1952, Stalin reveló sus
verdaderos planes a los dirigentes comunistas de la Alemania del Este. La RDA,
respondió, podía ya unirse a las otras «democracias populares» y empezar a hacer
preparativos para la guerra. Ahora era preciso enseñar a la juventud germanooriental,
sometida a la propaganda antibelicista, a disponerse a «defender» su país frente a
Occidente. «En cuanto tengáis cualquier tipo de ejército», dijo a los alemanes del
Este, las potencias occidentales «hablarán con vosotros de un modo distinto.
Obtendréis reconocimiento y afecto, pues a todo el mundo le gusta la fuerza». Stalin
propuso crear un gran ejército germanooriental: treinta divisiones de infantería e
infantería de marina, una fuerza aérea y una flota submarina, con centenares de
tanques y millares de piezas de artillería. Este ejército debía ser desplegado a lo largo
de las fronteras con Occidente. Por detrás de esas fuerzas, Stalin planeaba desplegar
el ejército soviético.[82]
Durante su segunda entrevista con los líderes de la RDA, Stalin hizo algo más que
dar la vuelta a su anterior política. Reveló que nunca había dejado de pensar en el
asunto desde el comienzo de la ocupación. «Los norteamericanos», dijo, «necesitan
su ejército en Alemania del Oeste para que Europa Occidental siga en sus manos.
Dicen que tienen allí a su ejército para defenderse de nosotros. Pero el verdadero
objetivo de ese ejército es controlar Europa». Las palabras de Stalin sonaron lúgubres
y resignadas. «Los norteamericanos arrastrarán a Alemania Occidental al Pacto
Atlántico. Crearán tropas germanooccidentales. Tienen a Adenauer en el bolsillo. Lo
mismo que a todos los antiguos fascistas y generales». Por último el vozhd del
Kremlin reconoció que se había llegado a un punto muerto en Alemania. Dijo a los
comunistas germanoorientales lo que estaban deseando oír: «Debéis organizar
vuestro propio estado. La línea de demarcación entre la Alemania Occidental y
Oriental debe ser considerada una frontera, y no una frontera sin más, sino una
frontera peligrosa». En otras palabras, Stalin empezó a ver la RDA no como una
solución provisional, sino como un valor estratégico permanente. Sin embargo, Stalin
no dio el último paso, cerrando la frontera de su sector de Berlín el sector occidental.
Decepcionado por el fracaso de su bloqueo de Berlín, se limitó a «recomendar» que
se restringiera el movimiento de las personas por esa frontera. Los agentes
occidentales, dijo, «se mueven con demasiada libertad por la República Democrática
Alemana. Pueden llegar al extremo de asesinar a Ulbricht y al jefe de la CCS, el
general Vasili Chuikov».[83]
La avanzada edad de Stalin redujo su capacidad de trabajo, pero su agilísima
mente seguía funcionando con una energía atroz. Durante años había venido
planeando convertir Alemania Oriental en el frente de una futura guerra con
Occidente. Al mismo tiempo, fiel a su visión del nacionalismo alemán, siguió
insistiendo en apelar a los socialdemócratas y a los sectores nacionalistas de la

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población germanooccidental en su afán de impedir el apoyo a la presencia militar
norteamericana en la República Federal. «La campaña de propaganda en pro de la
unidad de Alemania debería continuar en todo momento. Ahora tenéis en vuestras
manos esta arma y no deberíais soltarla nunca. Nosotros continuaremos presentando
propuestas sobre diversos aspectos de la unidad de Alemania con el fin de poner en
evidencia a los norteamericanos».[84]
Las decisiones de Stalin de abril de 1952, concluye el historiador Ruud van Dijk,
«resolvían la contradicción básica de su política alemana» entre las realidades
existentes en la zona y las políticas sobre Alemania que habían venido
proclamándose.[85] Al mismo tiempo, crearon otro problema. Durante los meses
siguientes, debido a su acuerdo con Stalin, Ulbricht pasó de un método moderado de
sovietización de la RDA a una proclamación a gran escala de «la dictadura del
proletariado» y puso en marcha un curso acelerado de construcción del socialismo. El
9 de julio de 1952, el Kremlin aprobó la decisión del Politburó que ratificaba
formalmente el programa de «construcción del socialismo» en la RDA. Más tarde
Molotov afirmaría que Ulbricht interpretó erróneamente esta decisión y que la tomó
por una autorización para poner en marcha el curso acelerado de construcción del
socialismo. Stalin, sin embargo, no puso nunca objeción alguna a las acciones de
Ulbricht. En cualquier caso, el líder del SED pensó que actuaba con el
consentimiento de Moscú y mostró un gran celo en sus acciones. La militarización
total de la RDA supuso confiscaciones y detenciones de saboteadores, así como la
denuncia de «defensores de la guerra» y de «enemigos internos» occidentales. El
régimen aplastó el comercio y la producción del sector privado y se lanzó a una
campaña de colectivización en las zonas rurales.
Incluso una economía más saneada, que no hubiera sido destruida por la guerra y
el pillaje de los soviéticos, habría sido incapaz de cumplir con los astronómicos
planes de producción dictados por Moscú. Los resultados de la nueva política Stalin-
Ulbricht fueron desastrosos: una inflación por las nubes, crisis agrícola, y un
desarrollo económico en gran medida distorsionado. Para empeorar todavía más las
cosas, Stalin no hizo nada para reducir la carga que suponían las indemnizaciones de
guerra y otros pagos.
En 1953, la RDA había pagado más de cuatro mil millones de dólares
norteamericanos en concepto de indemnizaciones, pero todavía debía a la URSS y a
Polonia 2700 millones de dólares, o el equivalente a unos gastos presupuestarios
anuales de 211 millones de dólares. Además, la RDA seguía pagando alrededor de
229 millones de dólares al año para sufragar los gastos de la ocupación soviética de
su territorio. Por último, Stalin, con la misma economía despiadada mostrada en sus
relaciones con los comunistas chinos y coreanos (que pagaban en dólares
norteamericanos el material de guerra soviético que utilizaban para combatir contra
los estadounidenses en Corea), vendió al estado comunista germanooriental sesenta y
seis factorías y fábricas que previamente habían sido confiscadas por los soviéticos.

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Estos las tasaron en ciento ochenta millones de dólares, que deberían ser pagados en
metálico o en cargamentos de distintos productos.[86]
En realidad, la población de la RDA vivía mucho mejor que los habitantes de la
URSS. Dentro de la Unión Soviética, los costes de los preparativos de guerra hicieron
que los niveles de vida se estancaran y se sumieran en unas cotas bajísimas.[87] Pero
los ciudadanos germanoorientales no sabían lo «afortunados» que eran en
comparación con sus camaradas soviéticos. Con quienes ellos comparaban su nivel
de vida era con sus paisanos de Alemania Occidental. Antes del curso acelerado de
militarización, los niveles de vida de Alemania Oriental habían sido similares a los de
la Occidental. Tras el despegue del «milagro económico» en la República Federal en
1950 y 1951, las condiciones de vida de los germanooccidentales empezaron a
mejorar, dejando muy atrás a los ciudadanos de la RDA. Estados Unidos prestó una
generosa ayuda económica y financiera a Alemania Occidental a través del Plan
Marshall y otros programas. Pero lo más importante es que el mercado
norteamericano se abrió a los productos alemanes. La existencia de unas
oportunidades económicas mejores en Occidente y el endurecimiento de la opresión y
la rigidez en el sector oriental empezaron a inducir a muchos jóvenes, a muchos
profesionales y a mucha gente culta a abandonar la RDA. Desde enero de 1951 a
abril de 1953, casi medio millón de personas salió de la RDA para instalarse en
Berlín Occidental y la República Federal. Entre ellos había trabajadores
especializados, agricultores, reclutas, e incluso numerosos militantes del SED y del
sindicato Juventudes Alemanas Libres. Entre los que se quedaron, el descontento
crecía. Walter Ulbricht se hizo objeto del resentimiento, cuando no del odio del
pueblo.[88]
La política de Stalin en Alemania en 1952 sólo tenía sentido en un único caso: el
de la movilización para la guerra total. Los actos de Stalin al final de su vida, así
como las actividades documentadas de su régimen, sugieren que el dictador creía en
la inevitabilidad de la guerra. En la primavera de 1952, junto con la modificación de
la política alemana, el dictador del Kremlin ordenó la creación de cien divisiones
aéreas de diez mil bombarderos a reacción de medio alcance. Esta cantidad era casi el
doble de la que los altos mandos de las fuerzas aéreas soviéticas consideraban
apropiada para sus necesidades. Se llevaron a cabo preparativos militares a gran
escala en las zonas situadas más al este y más al norte de Siberia, incluido el estudio
de las posibilidades de una invasión a gran escala de Alaska. Cabe preguntarse qué
habría sucedido si Stalin hubiera vivido más y hubiera intentado llevar a cabo esos
planes fantásticos.[89]
A Stalin estaban escapándosele de las manos los asuntos de Alemania.
Sencillamente se traía demasiadas cosas entre manos. Aparte de los preparativos
militares, estaba ocupado en una nueva ronda de sangrientas intrigas políticas, entre
otras una purga de los servicios secretos, con la investigación del «caso de los
médicos del Kremlin», en la orquestación de una campaña pública contra los judíos, y

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en una trama que condujo a la purga de la burocracia de los cuerpos de seguridad del
estado y quizá a la eliminación de Beria. Stalin dedicó además algún tiempo a sus
escritos teóricos acerca de los «problemas económicos del socialismo» y a temas
lingüísticos.[90] Mientras tanto, los dirigentes de la RDA seguían avanzando hacia una
crisis política y económica.

ANGUSTIA POR LA RDA

La muerte de Stalin el 5 de marzo de 1953 hizo que la crisis de la política alemana


saliera a la superficie. Posibilitó también una revisión de muchas políticas
equivocadas y fracasadas del dictador.[91] Los sucesores de Stalin en el Politburó
(rebautizado Presidium en octubre de 1952), en particular Molotov, Malenkov y
Beria, propusieron inmediatamente una nueva iniciativa de paz que redujera el
peligro de guerra. Junto con los dirigentes chinos, abrieron unas conversaciones para
un armisticio con Estados Unidos respecto a Corea. Revocaron además la política de
presión sobre Turquía y permitieron abandonar la URSS a las rusas que habían
contraído matrimonio con extranjeros. Hubo también otras cuestiones internacionales
que la troika empezó a discutir, entre ellas la opción de la neutralidad de Austria, la
mejora de las relaciones con Irán y el futuro de la RDA. En conjunto, estos cambios
eran mucho más que meros actos de propaganda.[92]
La nueva «iniciativa de paz» soviética fue fruto de la inseguridad de los dirigentes
del Kremlin. Jrushchov recordaría más tarde: «En los días que precedieron a la
muerte de Stalin creíamos que América iba a invadir la Unión Soviética y que íbamos
derechos a la guerra».[93] El gigantesco incremento militar de Estados Unidos,
incluidas las primeras pruebas termonucleares de noviembre de 1952, hizo que la
atención del Kremlin se centrara en la amenaza de choque inminente con los
norteamericanos. Los sucesores de Stalin querían evitar ese choque y tener un respiro
para levantar las defensas soviéticas.
Otro gran impulso del cambio de la política exterior del Kremlin vino de la RDA,
en la que el establecimiento de las nuevas políticas había producido una crisis social
y económica. En marzo de 1953, los dirigentes del SED pidieron permiso a los
soviéticos para cerrar las fronteras de su sector con el oeste, a fin de detener la huida
de sus ciudadanos hacia Occidente. Al mismo tiempo, apelaron a Moscú pidiéndole
una cuantiosa ayuda económica.[94] Más tarde, en el pleno del partido de julio,
Molotov resumiría las razones de la crisis de Alemania Oriental en los siguientes
términos: «Tomaron el curso acelerado de industrialización y tenían un plan de
construcción excesivamente ambicioso. Además, están pagando los costes de la
ocupación de nuestro ejército, y tienen que pagar también las indemnizaciones de
guerra».[95] Por si fuera poco, seguían llegando malos indicios de Alemania
Occidental. El 18 de abril, el Comité de Información del Ministerio de Asuntos

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Exteriores soviético informaba que el gobierno Adenauer había «incrementado
significativamente la propaganda revanchista y amedrentaba a la población
germanooccidental con la amenaza del este». Los expertos señalaban al Presidium
que no existía ninguna política específica destinada a impedir la ratificación de los
tratados de Bonn y París por el Bundestag y el Bundesrat, las dos cámaras del
parlamento de Alemania Occidental.[96]
Los dirigentes del Kremlin esperaron casi tres meses a actuar en Alemania. Este
retraso quizá se debiera a que los nuevos líderes tuvieron que enfrentarse a otros
problemas urgentes. La guerra de Corea seguía causando la muerte de miles de
norcoreanos y chinos y representaba un peligro continuo de que las hostilidades
fueran a más. Nadie podía garantizar que el descontento generalizado de la población
soviética no diera lugar a protestas y tumultos tras la muerte de Stalin. Según el
nuevo jefe del gobierno soviético, Georgi Malenkov, la principal tarea de las
autoridades del Kremlin era «evitar cualquier confusión entre la militancia de nuestro
partido, entre la clase trabajadora y en todo el país».[97]
Molotov, de nuevo en posesión de la cartera de Exteriores, tomó la iniciativa y se
puso a evaluar la cuestión alemana. Hizo regresar a Vladimir Semenov, que se
trasladó desde la RDA hasta Moscú para intervenir en el análisis de la política
alemana emprendido por el Ministerio de Exteriores soviético. Semenov, Yakov
Malik, Grigori Pushkin y Mijail Gribanov elaboraron un borrador tras otro con
diversas propuestas. En un discurso de julio de 1953 Molotov decía que «los hechos,
de los que hemos tenido conocimiento recientemente, hacen que resulte de todo punto
indiscutible que la situación política y económica de la República Democrática
Alemana es ahora desfavorable». Los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores,
sin embargo, revelan que tanto él como sus expertos se enzarzaron en discusiones
inútiles sobre cuestiones totalmente secundarias.[98] Semenov, el experto mejor
informado, se atrevió a sugerir que los soviéticos pusieran fin a la ocupación de la
RDA y firmaran «un tratado de amistad, cooperación y ayuda mutua» con Ulbricht.
[99] Ninguno de los expertos se atrevió a mencionar la política de «construcción

acelerada del socialismo» en Alemania Oriental emprendida por Ulbricht.


No existen testimonios de discusiones internas, pero según todos los indicios,
Molotov nunca se apeó de su idea de que las conversaciones de paz sobre Alemania
eran un «juego de suma cero» entre el este y el oeste. Se mostraba de acuerdo con
Semenov, quien proponía crear «unas condiciones más favorables para la
construcción del socialismo» en la RDA reduciendo las indemnizaciones de guerra y
otras obligaciones económicas con la URSS.[100] El 5 de mayo, Molotov propuso al
Presidium que la RDA dejara de pagar indemnizaciones a partir de 1954. Al mismo
tiempo, se mostraba categóricamente en contra de cerrar la frontera del sector
soviético de Berlín, como habían sugerido los líderes de la RDA.[101]
Aparentemente, Molotov, Malenkov y Beria, la troika de dirigentes que estaba al
frente de las relaciones con el exterior, tenían pocas discrepancias. En realidad, bajo

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ese barniz de unidad, dentro del Kremlin estaba labrándose una gran rivalidad. A la
muerte de Stalin, Beria asumió la dirección del Ministerio de Interior, como
consecuencia de la fusión de los servicios de policía secreta y de inteligencia.
Organizó entre sus lugartenientes un grupo de expertos, que lo ayudó a aparecer con
una sorprendente cantidad de iniciativas acerca de muchas cuestiones de política
interior y exterior. Desde el primer momento, Beria se distanció del sangriento legado
de Stalin y empezó a revelar los crímenes del difunto dictador ante los incrédulos
miembros del Comité Central. Dentro del Presidium, buscó apoyos en Malenkov y
Jrushchov, con la esperanza de adelantarse a sus maniobras. En cambio, consideraba
una amenaza a Molotov, el hombre que mayor autoridad tenía entre la élite del
partido, e intentó socavar su prestigio y su política.[102]
Los testimonios acerca de las opiniones de Beria sobre Alemania por aquella
época son vagos. En su diario, escrito más de diez años después, Semenov llega a la
conclusión de que Beria y Stalin trataron a la RDA como un instrumento en la lucha
por Alemania. Beria quiso únicamente «acelerar esta lucha durante el verano de
1953».[103] Anatoli Sudoplatov, un alto oficial de los servicios de inteligencia
soviéticos, recuerda que la víspera del 1.º de Mayo de 1953, Beria le ordenó
comprobar hasta qué punto era factible la unificación de Alemania. Le dijo que «la
mejor manera de fortalecer nuestra posición en el mundo sería crear una Alemania
unificada neutral con un gobierno de coalición. Alemania sería el factor de equilibrio
entre los intereses norteamericanos y soviéticos en Europa Occidental». Según este
proyecto, la RDA se convertiría en una provincia autónoma de la nueva Alemania
unificada. «Como pasos inmediatos, Beria pretendía, sin informar al Ministerio de
Asuntos Exteriores de Molotov, utilizar sus contactos en los servicios de inteligencia
para hacer proposiciones de carácter no oficial a destacados políticos de Europa
Occidental».[104] No está claro si Beria tenía también in mente establecer canales
secretos de comunicación con Estados Unidos.
El 6 de mayo, Beria envió un informe a Malenkov, Molotov, Jrushchov, Bulganin,
Kaganovich y Voroshilov acerca de la catastrófica fuga de refugiados de la RDA:
220 000 personas habían abandonado el país desde 1952, entre ellas más de 3000
militantes del SED y del sindicato Juventudes Libres de Alemania. A diferencia de
otros informes, éste echaba la culpa del éxodo a la política de los dirigentes de la
RDA. Beria proponía pedir a la Comisión de Control Soviética de la RDA que
presentara una recomendación sobre cómo reducir el éxodo «con el fin de hacer las
recomendaciones necesarias a nuestros amigos alemanes».[105]
En ese momento, Ulbricht cometió un tremendo error que supuso el fin de sus
apoyos en Moscú. El 5 de mayo, declaró que la RDA había «entrado en un nuevo
estadio de dictadura del proletariado». Esta retórica socialista procedente de Berlín
Oriental se produjo en el momento en el que Winston Churchill proponía en la
Cámara de los Comunes celebrar una conferencia con los nuevos dirigentes
soviéticos. A juicio de Beria, Malenkov, Molotov y algunos otros miembros del grupo

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dirigente del Kremlin, las nuevas oportunidades de resquebrajar la unidad de la
OTAN estaban en abierto conflicto con el programa de Ulbricht.[106] Esta postura
galvanizó las discusiones del Presidium en torno a la RDA. El 14 de mayo, a
propuesta de Molotov, el Presidium ordenó a Ulbricht que abandonara esa retórica
provocativa.[107] Al mismo tiempo, Molotov y los expertos del Ministerio de Asuntos
Exteriores reconocían los hechos expuestos en el informe de Beria.[108] En un
memorándum interno, Semenov admitía que había que poner fin a la colectivización
de la agricultura germanooriental y a la práctica de las detenciones en masa y de la
represión de grandes cantidades de ciudadanos. Sugería incluso la concesión de una
amnistía parcial. Al mismo tiempo, el principal interés de los soviéticos era, en su
opinión, fortalecer y no socavar el poder de las autoridades comunistas de la RDA.
[109] En la reunión del Presidium de 20 de mayo, Molotov se sumó a las críticas de los

dirigentes de la RDA. Parece que se tragó sus dudas y no quiso causar una escisión de
la dirección colegiada.[110] Daba la impresión de que Ulbricht tenía los días contados.
Actualmente los especialistas coinciden en afirmar que el período mayo-junio de
1953 fue el único momento en el que los dirigentes soviéticos consideraron la
posibilidad de un cambio radical de la política alemana.
De repente se desencadenó un debate en el seno de la dirección colegiada. En el
meollo de todo aquel revuelo estaba la siguiente pregunta: ¿qué tipo de Alemania
necesita la Unión Soviética? El 27 de mayo, en la reunión del Presidium, Molotov
recomendó que el SED «no llevara a cabo una construcción acelerada del
socialismo». No tenemos acceso a las actas de la reunión, pero tras la detención de
Beria, Molotov dijo al pleno del partido que Beria lo interrumpió para hacer el
siguiente comentario: «¿Para qué necesitamos ese socialismo en Alemania? ¿Qué
clase de socialismo es ése? Todo lo que necesitamos es una Alemania burguesa,
siempre que sea pacífica». Según Molotov, otros miembros de la dirección mostraron
su asombro: no creían que una Alemania burguesa, el mismo país que había
desencadenado dos guerras mundiales, pudiera ser pacífica. Molotov concluía:
«¿Cómo podría un marxista en sus cabales, un hombre que tiene una posición
próxima al socialismo o al poder soviético, creer en una especie de Alemania
burguesa que fuera supuestamente pacífica y estuviera bajo el control de cuatro
potencias?».[111] Jrushchov y Bulganin se pusieron del lado de Molotov.
En sus memorias, Mikoyan recordaba que Beria y Malenkov parecían estar de
acuerdo sobre este asunto. «Pretendían hacerse con el protagonismo en el Presidium,
y de repente sufrieron semejante derrota». Beria llamó supuestamente por teléfono a
Bulganin después de la reunión y le dijo que perdería su cargo de ministro de Defensa
si se alineaba con Jrushchov. Beria admitía en una carta enviada desde la cárcel que
en la reunión del 27 de mayo trató a Jrushchov y a Bulganin con una «grosería y una
insolencia inaceptables».[112]
Una reconstrucción atenta de los testimonios dispersos y la lógica de los
acontecimientos indica que el 27 de mayo no sólo Beria y Malenkov, sino también

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Molotov, Jrushchov y el resto de los dirigentes del Kremlin, votaron a favor de una
serie de cambios radicales en la RDA. Más tarde, cuando la dirección colegiada se
deshizo de Beria, decidieron que a la lista de sus crímenes debía sumarse también la
traición a la «cuestión alemana».[113]
El resultado de las discusiones en el seno de la dirección colegiada fue el decreto
estatal de 2 de junio, «Sobre las medidas para mejorar la salud de la situación política
en la RDA». Este documento se diferenciaba por su tono y por su contenido de todos
los anteproyectos presentados por el Ministerio de Asuntos Exteriores, iba mucho
más allá de las recomendaciones de la CCS de 18 de mayo, e incorporaba casi
literalmente la mayor parte del memorándum de Beria.[114] Afirmaba que el principal
motivo de la crisis de la RDA era «el programa equivocado de construcción del
socialismo en Alemania Oriental sin que se den unas condiciones internas y externas
reales». El documento reconocía implícitamente la responsabilidad de Stalin en dicha
política y proponía un «nuevo curso», que abogaba por el fin de la colectivización, la
ralentización del «ritmo extraordinariamente intenso del desarrollo de la industria
pesada», y un «claro incremento de la producción de artículos de consumo».
Decretaba asimismo un recorte de los «gastos administrativos y especiales», la
estabilización de la moneda de la RDA, el cese de las detenciones y la liberación de
los detenidos, y el fin de la persecución de las comunidades religiosas y la devolución
de los bienes confiscados a la Iglesia.[115]
El nuevo curso supuso una inversión de la política de Stalin, cuya finalidad era
convertir Alemania Oriental en un baluarte para la inminente guerra con Occidente.
El futuro de la RDA se vinculaba ahora a «la solución pacífica de problemas
internacionales básicos». Los dirigentes del Kremlin ordenaron a los líderes de la
RDA «situar las tareas de la lucha política por la restauración de la unidad nacional
de Alemania y por la conclusión de un tratado de paz en el centro de mira de las
grandes masas del pueblo alemán, tanto en la RDA como en Alemania Occidental».
[116]
El 24 de junio, llegó en secreto a Moscú una delegación del SED para recibir
instrucciones sobre el cambio de política. Dándose cuenta de que estaba en peligro,
Ulbricht intentó proponer una serie de reformas cosméticas. Para entonces, sin
embargo, ya habían llegado al Presidium noticias de los tumultos en Bulgaria y del
descontento reinante en Checoslovaquia; parece que dichas noticias hicieron que los
dirigentes del Kremlin se inclinaran aún más a favor de una inmediata revocación de
la política de Stalin respecto a los países satélites de Europa.[117] Según las
anotaciones de Otto Grotewohl, Beria dijo que «todos cometimos el error [en 1952];
no hay acusaciones». Otro testigo de la delegación alemana, sin embargo, señalaba el
desprecio y la cólera de Beria hacia Ulbricht. También está atestiguado que Malenkov
dijo: «Si no corregimos la situación ahora, sucederá una catástrofe». Los dirigentes
del Kremlin redujeron drásticamente los planes de rearme de la RDA que había hecho

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Stalin. «Ni aviones ni tanques», garabateó Grotewohl en las notas que tomó durante
la reunión.[118]
Lo peor de todo fue que Moscú ordenó a los dirigentes del SED que pusieran en
marcha el nuevo curso inmediatamente. Los líderes de la RDA enviaron un telegrama
desde Moscú con la orden de retirar de las bibliotecas y las librerías toda la literatura
sobre la «construcción del socialismo» en Alemania Oriental. El Presidium nombró a
Vladimir Semenov alto comisario para Alemania Oriental y lo envió a la zona en el
mismo avión que a la delegación del SED para que hiciera efectivas las órdenes del
Kremlin. Las nuevas instrucciones colocaron a los líderes de la RDA en una situación
política insostenible. Después de un año de movilización total y de propaganda
estalinista extrema, tuvieron que batirse en retirada de inmediato, sin tiempo ni
siquiera de salvar la cara. Molotov recomendó incluso que la prensa publicara una
«crítica sin paliativos» de la política seguida por el SED desde julio de 1952.[119]
Resulta sorprendente lo ciegos que estaban los líderes soviéticos respecto al carácter
provocativo de estas medidas.
Tras la detención de Beria, Jrushchov le echó a él la culpa del intento de
«liquidar» la RDA. Luego afirmaría incluso que Malenkov se había confabulado con
Beria. En su defensa, Malenkov hizo un comentario muy significativo aclarando su
posición: «Durante la discusión de la cuestión alemana creí que, vista la situación
internacional existente cuando empezamos la gran campaña política, en atención al
tema de la reunificación de Alemania, no debíamos proponer la labor de construcción
del socialismo en la Alemania Democrática».[120] El contexto histórico general ilustra
cuál era el potencial radical del nuevo curso. Los primeros meses que siguieron a la
muerte de Stalin fueron una época de gran incertidumbre, pero también de nuevas
oportunidades. El 3 de junio, el primer ministro británico Winston Churchill indicó al
embajador soviético Yakov Malik que estaba dispuesto a emprender unas
conversaciones confidenciales con los nuevos dirigentes soviéticos como las que
había mantenido con Stalin. Comunicó a Malik que estaba a punto de entrevistarse
con Eisenhower para proponerle la idea de una cumbre inmediata de las grandes
Potencias destinada a mejorar la situación internacional. Churchill dijo que creía que
«lograría mejorar las relaciones internacionales y crear un clima de mayor confianza
durante tres o cinco años por lo menos».[121]
Parece que Beria y Malenkov estaban intentando explorar las posibilidades de
relajación de la Guerra Fría. Beria en particular se inclinaba por utilizar los canales de
la policía secreta para alcanzar objetivos de política exterior. Intentó establecer un
canal secreto informal para acceder al máximo dirigente yugoslavo, el mariscal Tito,
que seguía siendo denigrado por la propaganda soviética como líder de la «pandilla
fascista». En una nota desesperada desde la cárcel, Beria recordaba a Malenkov que
había «preparado la misión de Yugoslavia» con su beneplácito y su asesoramiento. La
nota mencionaba también otra «misión» en Francia, dando a entender el envío de una
petición a Pierre Cot, agente soviético de gran influencia, para que tanteara al primer

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ministro francés, Pierre Mendès France, con la propuesta de iniciar unas
conversaciones secretas sobre la cuestión alemana. Por aquel entonces, la opinión
pública y las élites francesas estaban divididas respecto a la cuestión del «ejército
europeo» y al problema del rearme de Alemania Occidental.[122]
Mientras tanto, explotó la crisis en la RDA y toda la situación cambió. El 16 de
junio, los trabajadores de Berlín Oriental se manifestaron contra el régimen de la
RDA. Las manifestaciones masivas se convirtieron rápidamente en una sublevación
política de toda la RDA; una gran cantidad de personas del Berlín Oeste cruzaron al
sector oriental y se unieron a los manifestantes. El régimen perdió el control de la
situación. El empleo de las tropas soviéticas el 17 de junio hizo que la multitud se
dispersara rápidamente y que se restaurara el orden en la capital; poco a poco la
situación de la RDA se estabilizó. Aquellos fueron los primeros disturbios serios que
hicieron tambalearse al bloque soviético tras la muerte de Stalin.[123]
Al principio, no quedó claro cómo iban a afectar aquellos acontecimientos a los
dirigentes soviéticos y a su consenso en torno al nuevo curso de la RDA. En sus
memorias, Sudoplatov afirma que incluso tras la rebelión de la RDA, Beria «no cejó
en su idea de reunificación de Alemania». La demostración del poderío soviético
«quizá no hiciera más que aumentar las oportunidades de la URSS de alcanzar una
solución de compromiso con las potencias occidentales». Beria envió a sus agentes a
Alemania Occidental para establecer contactos confidenciales con políticos de la
RFA.[124] Al mismo tiempo, el mariscal Sokolovski, su vicecomisario jefe Semenov y
Pavel Yudin enviaron a los dirigentes soviéticos un detallado informe sobre la
sublevación con críticas demoledoras contra Ulbricht. Los dirigentes de la CCS
recomendaban relevarlo de sus responsabilidades como viceprimer ministro de la
RDA y «permitir[le] concentrar su atención en las labores de partido». El cargo de
secretario general debía ser abolido y la secretaría del partido debía reducir su
volumen.[125]
La última propuesta casualmente tocaba la verdadera esencia de la lucha por el
poder que estaba a punto de estallar en el Kremlin. A finales de mayo de 1953, Nikita
Jrushchov, por entonces jefe de la Secretaría del Comité Central, decidió que Beria
era demasiado peligroso. Empezó a sospechar que el director de la policía secreta
estaba dispuesto a darle una puñalada por la espalda y a socavar la secretaría del
partido, base del poder de Jrushchov. Había además indicios de que Beria actuaba a
espaldas de Jrushchov en materia de política interior y de partido. Jrushchov se dio
cuenta de que debía actuar contra Beria. Esta convicción quizá se impusiera en él tras
la discusión del Presidium sobre la RDA celebrada el 27 de mayo. Finalmente, el
propio Malenkov reveló sus recelos sobre Beria y se unió a la conjura contra él.[126]
La detención de Beria el 26 de junio durante la reunión del Presidium del Consejo
de Ministros cambió profundamente el equilibrio de poder existente en el Kremlin.
Jrushchov afirmaría que él había sido el heroico organizador de la eliminación de
Beria. Las élites soviéticas, empezando por los militares, lo aclamaron como salvador

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de los años de terror. En el pleno del partido del mes de julio, reunido para denunciar
a Beria, Jrushchov proclamó en tono triunfal la primacía del aparato del partido sobre
las burocracias del estado, y especialmente sobre la policía secreta. Malenkov, que
continuó como jefe del estado, declaró solemnemente que nunca había tenido la
intención de ser el número uno y que siempre habría una «dirección colegiada».[127]
Las autoridades soviéticas establecidas en Alemania siguieron enviando informes
en los que criticaban a Ulbricht y su aparato por falta de coraje político y de iniciativa
durante la sublevación.[128] Estas críticas, sin embargo, ya no encontraron un público
favorable ni apoyo entre los dirigentes del Kremlin. Jrushchov respetaba a Ulbricht y
creía que era un buen camarada. Y lo que es más, Jrushchov y Molotov denunciaron
públicamente que la idea de una «Alemania unificada y neutral» respondía a la
conspiración de Beria. Jrushchov declaró que Beria «demostró ser en lo tocante a la
cuestión alemana un agente provocador, no un comunista, cuando propuso que debía
renunciarse a la construcción del socialismo, para hacer concesiones a Occidente.
Entonces le preguntamos: “¿Eso qué quiere decir?” Pues quiere decir que dieciocho
millones de alemanes pasarían a estar bajo la tutela de los norteamericanos. ¿Y cómo
iba a haber una Alemania burguesa democrática y neutral entre los norteamericanos y
nosotros? Si un tratado no está garantizado por la fuerza, no vale nada, y todo el
mundo se reiría de nosotros y de nuestra ingenuidad». La mayoría del partido
soviético y de las élites del estado presente en el pleno aplaudió a Jrushchov. Casi
todos ellos habían vivido la guerra y compartían la fuerte convicción que tenía
Jrushchov de que la reunificación de Alemania sobre unas bases «burguesas» habría
supuesto la anulación de la victoria de 1945. Otros consideraban a Alemania Oriental
la joya del bloque soviético debido a su papel en el complejo de la industria militar
soviética. En defensa del proyecto atómico ruso, su director, Avraami Zaveniagin,
dijo al pleno que «se ha extraído mucho uranio en la RDA, quizá tanto como el que
los norteamericanos tienen a su disposición». Habló de la dependencia soviética del
uranio del proyecto Wismut, en Baja Sajonia.[129]
Los nuevos vientos afectaron rápidamente a la política soviética en la RDA. La
influencia de Molotov sobre la política exterior soviética fue en ascenso, y las
iniciativas de Beria, no sólo en Alemania, sino también en Yugoslavia y Austria,
fueron automáticamente desautorizadas y rebatidas.[130] El Politburó rechazó
formalmente la propuesta de las autoridades de la CCS de sustituir a Ulbricht y
separar la secretaría del partido de los asuntos políticos, calificándola de
«inoportuna». A juicio de Molotov, «Semenov estaba derivando hacia la derecha».
Dándose cuenta del cambio, Ulbricht tomó severas medidas contra sus rivales en el
interior. Rudolf Herrnstadt y Wilhelm Zeissner, miembros del Politburó del SED,
habían cosechado los mayores elogios de la Comisión de Control soviética durante la
sublevación y, en opinión de Hope Harrison, «de no haberse metido por medio el
episodio de Beria, tal vez habrían triunfado sus esfuerzos de echar del poder a
Ulbricht». En el nuevo clima reinante, sin embargo, los dirigentes soviéticos

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apoyaron la decisión de Ulbricht de expulsarlos, alegando que eran protegidos de
Beria, especialmente Zeissner.[131]
El comportamiento de los norteamericanos durante la sublevación de Alemania
Oriental contribuyó al cambio experimentado por la política del Kremlin. Por un
lado, Estados Unidos hizo un grandísimo uso propagandístico de la revuelta,
suministraron alimentos a los habitantes de Berlín Este, y empezaron a reclamar unas
«elecciones libres» como condición previa para la reunificación de Alemania. Por
otra parte, Estados Unidos y las demás potencias occidentales no acudieron en ayuda
de los alemanes del Este con su fuerza militar. Aunque Occidente hubiera preparado
efectivamente el «Día X» de la RDA, como no tardarían en sugerir algunos analistas
soviéticos, los líderes occidentales no se atrevieron a ir a por todas en su apoyo a los
rebeldes.[132]
La «iniciativa pacífica» que había justificado el nuevo curso de la RDA se frenó
totalmente tras la detención de Beria y la sublevación de Alemania Oriental. De
hecho, era imposible reducir las fuerzas militares destacadas en Europa sin una
solución negociada de la cuestión alemana, el gran problema que los líderes
soviéticos no serían capaces de resolver durante los treinta y cinco años siguientes.
La ascensión de Jrushchov, la supervivencia de Ulbricht y el abandono del nuevo
curso acabaron con cualquier posibilidad de modificación de la política soviética en
Alemania Oriental. Millones de alemanes tendrían que vivir varias décadas más de
Guerra Fría, esperando que se produjera otro milagro que les permitiera obtener la
soberanía, la libertad y la reunificación.

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4

La política del Kremlin y la «coexistencia


pacífica», 1953-1957

A finales de 1955 aproximadamente, Molotov ordenó a uno


de sus ayudantes que buscara en los escritos de Lenin alguna
referencia a la idea de que la ingenuidad en política exterior era
equivalente a un crimen. Evidentemente la intención era utilizar
esa cita contra Jrushchov.

Recuerdos de Oleg Troyanovski,


diplomático soviético

La postura de Molotov es errónea, está profundamente


equivocada, y no se corresponde con los intereses de nuestro
estado.

GROMIKO, a propósito de la diplomacia de Molotov,


en el pleno del partido celebrado en julio de 1955

A la muerte de Stalin, apareció una «nueva» política exterior soviética que pretendía
reabrir el espacio diplomático del que Moscú había disfrutado antes del comienzo de
la Guerra Fría. En febrero de 1956, durante el XX Congreso del Partido, los
dirigentes soviéticos renunciaron a las expectativas de una guerra inminente. La
teoría estalinista que hablaba de que era inevitable la llegada de una época de guerras
y revoluciones dio paso a una nueva tesis: la de la coexistencia «pacífica» a largo
plazo y la rivalidad no militar entre los sistemas capitalista y comunista.
Sin embargo, no se produjo la esperada distensión en las relaciones entre el este y
el oeste. Y de hecho, la Guerra Fría cobró de nuevo aliento. El sentimiento de temor y
desconfianza siguió imperando en los dos bloques antagónicos. En algunos libros de
memorias soviéticos se dice que la ausencia de una respuesta flexible y positiva de
los occidentales a la nueva política exterior de la URSS supuso perder la oportunidad
de reducir las tensiones propias de la Guerra Fría.[1] En efecto, el presidente Dwight

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D. Eisenhower, el secretario de Estado John Foster Dulles y la mayoría de los
observadores estadounidenses del Kremlin no vieron en el cambio de actitud
soviético y su nueva flexibilidad diplomática una oportunidad, sino una amenaza. A
los ideólogos políticos norteamericanos les preocupaba que la retórica de la
«coexistencia pacífica» pudiera desbaratar sus planes de construir un centro de poder
en Europa, que, junto con Gran Bretaña, se encargara de «contener» al bloque
soviético. La política nacional y la cultura del anticomunismo contribuyeron también
a la reticencia de la administración Eisenhower a negociar con la Unión Soviética.[2]
Un atento estudio del bando soviético revela, sin embargo, que éste tampoco
estaba preparado para entablar negociaciones y llegar a soluciones de compromiso.
Los documentos a los que tenemos acceso actualmente ponen de manifiesto que
muchos dirigentes del Kremlin, pese al giro a favor de una coexistencia pacífica,
seguían inspirándose en elementos básicos del paradigma revolucionario-imperial y
en la continuidad de la política exterior impulsada por Stalin. Las nuevas autoridades
del Kremlin anhelaban reafirmar la posición de su país como líder revolucionario
global y deseaban comenzar a construir alianzas con otros líderes y grupos
revolucionario-nacionalistas de Oriente Medio, el sur y el Sudeste Asiático, África y
Latinoamérica. Estos mismos documentos también demuestran que las relaciones
entre los sucesores de Stalin en 1953-1957 tuvieron un impacto significativo en la
toma de decisiones del Kremlin en lo referente a la política soviética dentro de su
propio bloque y en relación a Estados Unidos y sus aliados. Tras la muerte de Stalin,
la política soviética favoreció el discurso revolucionario-imperialista: desde el punto
de vista político era un suicidio ser considerado tan blando con el imperialismo de
Occidente. Los miembros de la dirección colegiada compitieron unos con otros para
obtener el apoyo del partido y las élites del estado, ofreciendo estrategias
encaminadas a reforzar y expandir el poder soviético y su influencia en el mundo.[3]

¿QUIÉN HABLARÁ CON OCCIDENTE?

Los oligarcas del Kremlin que asumieron el poder a la muerte de Stalin en marzo de
1953 y proclamaron la dirección colegiada eran los últimos supervivientes del
régimen del dictador difunto.[4] Para mantenerse en sus cargos, habían aprendido a
librar constantes batallas con el desconfiado tirano y un ejército de militantes del
partido y burócratas de rango inferior, la nomenklatura política que los miraba desde
abajo con respeto y envidia a la vez. A lo largo de su gobierno, Stalin se aseguro de
que ningún oligarca pudiera sentirse nunca seguro. En el pleno del partido de octubre
de 1952 acusó a Molotov y a Mikoyan de traidores y de probables espías de
Occidente. Simultáneamente, había aumentado exageradamente el número de
miembros del Politburó (llamado ahora Presidium), incluyendo en él un nutrido
grupo formado por jóvenes burócratas del partido, tal vez una amenaza de que

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siempre podía sustituir a sus viejos lugartenientes por otros más jóvenes cuando lo
creyera oportuno.[5]
Los oligarcas habían aprendido también a reaccionar a las maquinaciones de
Stalin y a gobernar en su ausencia. Tras el sangriento «caso de Leningrado», su pacto
de tolerancia mutua se fortaleció.[6] Antes incluso de la muerte del dictador, los
oligarcas habían cortado todos los dogales que Stalin les había puesto alrededor del
cuello. Molotov y Mikoyan recuperaron su poder en política exterior y comercio; el
«caso de los mingrelianos», una investigación por corrupción en Georgia puesta en
marcha para acabar con Beria, se dio por cerrado; y los miembros más jóvenes de la
nomenklatura fueron alejados del Presidium. En el momento decisivo de
transferencia de poderes, su interés común por la supervivencia venció las rivalidades
personales y las diferencias políticas. Algunos oligarcas llegaron a temer realmente
que cualquier desunión habría provocado la pérdida del control y la rendición a
presiones externas.[7]
Los gobiernos oligárquicos, debido a su naturaleza consensual, rara vez favorecen
las innovaciones y los cambios. Pero, como hemos visto en el capítulo anterior, la
dirección colegiada actuó con diligencia y adoptó una nueva política nacional e
internacional. Los oligarcas carecían de legitimidad y necesitaban demostrar su
iniciativa y determinación tanto en el interior como en el extranjero. Al lado de las
gigantescas imágenes y estatuas de Stalin, la dirección colegiada no resultaba
terriblemente impresionante. Un catedrático moscovita, Sergei Dmitriev, escribiría en
su diario sus impresiones tras ver a los miembros de la dirección colegiada en un
programa televisivo en noviembre de 1955: «Todo el Presidium está formado por
personajes aburridos y grises. Al verlos, me viene a la cabeza que la revolución
ocurrió hace mucho, muchísimo tiempo, que todos los cuadros revolucionarios fueron
exterminados y que las nulidades burocráticas triunfaron. No hay nada de vida, de
espontaneidad o de humanidad en lo que dicen, ni una sola palabra, ni un solo gesto
memorable. Todos parecen estereotipos, sin rostro, sin facciones. Unicamente falta la
inscripción de la entrada al Infierno de Dante».[8]
Los sucesores de Stalin no podían gobernar por medio del terror, y se vieron
obligados a ganarse el apoyo de los burócratas del partido, el ejército, la policía
secreta y otros organismos estatales. En la burocracia y en el partido todo el mundo
sabía que la dirección colegiada era una fase de transición en la política del Kremlin;
al final uno de los oligarcas se haría con la victoria en la futura lucha por la sucesión.
En su diario, el editor de la principal revista literaria del país expresaría la situación
que se vivía en aquellos momentos en los siguientes términos: «¿Dirección
colegiada? ¿Y quién dirigirá la comparsa?».[9]
Cuando Beria fue detenido, Jrushchov pasó rápidamente a ocupar el puesto de
director. Malenkov, sin embargo, continuó siendo presidente del consejo de ministros,
cargo de gran vistosidad y apariencia. Muchos seguían considerándolo el sucesor de
Stalin. El 8 de agosto de 1953, en un discurso ante el Soviet Supremo, Malenkov

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anunció varias medidas sensacionalistas encaminadas a mejorar radicalmente el nivel
de vida del pueblo soviético en el plazo de «dos o tres años». Por primera vez desde
1928, el estado se comprometió a aumentar las inversiones en la agricultura y en la
economía de consumo a expensas del complejo de la industria militar y la fabricación
de maquinaria. Malenkov anunció también la reducción a la mitad de los sofocantes
impuestos agrícolas, así como el incremento de las dimensiones de las explotaciones
rurales y las parcelas privadas. Estas medidas doblaron prácticamente la renta
disponible de los campesinos en menos de un año. Los problemas con los productos
alimenticios siguieron siendo graves en la URSS, pero al menos los campesinos
pudieron dejar de reducir sus huertos y sacrificar sus reses para evitar el pago de unos
impuestos exorbitantes sobre la propiedad. Por el contrario, empezaron de nuevo a
vender carne y leche en los mercados. Malenkov se convirtió en su líder favorito
después de Lenin, mientras los muzhiks de toda Rusia brindaban a su salud con vasos
llenos a rebosar de licor destilado ilegalmente en las aldeas.[10]
En su discurso, Malenkov también anunció pomposamente que la URSS poseía
su propia bomba de hidrógeno. Los físicos nucleares soviéticos, incluido uno de los
inventores de la bomba, Andrei Sajarov, escucharon las palabras de Malenkov desde
la base de pruebas en Kazajstán con un sentimiento mixto de orgullo y angustia. De
hecho, la bomba sería probada con éxito una semana después. Aquel anuncio tuvo el
efecto deseado en la opinión pública; Malenkov apareció como el líder de una
superpotencia nuclear, tanto a los ojos de los líderes extranjeros como del pueblo
soviético.[11] Jrushchov interpretó el discurso como un intento de ganar popularidad
personal a su costa. Sobre todo nunca podría olvidar ni perdonar a Malenkov por
usurpar su papel de portavoz principal de los campesinos y el mundo de la
agricultura. En septiembre de 1953, recuperó su protagonismo en estas cuestiones en
el pleno del partido convocado para aprobar nuevas políticas agrarias. Al cabo de
cinco meses, convocó otro pleno y presentó su plan para el cultivo de tierras vírgenes
en Kazajstán, un gran proyecto que prometía poner fin en poco tiempo a la crisis
alimentaria crónica. Al final, su programa resultó un desastre ecológico sumamente
costoso, pero, como observa William Taubman, «mientras tanto pudo dedicarse a
hacer alarde de unas dotes de liderazgo de las que Malenkov carecía».[12]
En septiembre de 1953 Jrushchov se convertía en primer secretario del Partido
Comunista. Hombre con una escasa instrucción, tosco, austero y volátil, y a la vez
mundano, accesible, ingenioso y enormemente enérgico, Jrushchov gustaba a la
burocracia soviética de origen campesino, que lo consideraba «uno de los suyos».
Mientras Malenkov criticaba el control que ejercía el partido en cuestiones
económicas y culturales e intentaba ampliar sus bases con directivos del sector de la
industria y miembros de la élite científica y cultural, Jrushchov se hizo en poco
tiempo con el control absoluto de las estructuras del partido y la policía secreta, que
ahora recibía el nombre de Comité para la Seguridad del Estado (KGB). Su
compinche, Ivan Serov, antiguo emisario de la policía secreta de Stalin en Polonia y

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Alemania Oriental, se convirtió en el primer director del KGB. Jrushchov se
dedicaría a utilizar esos fundamentos del poder para hacer sombra a Malenkov, cortar
su acceso a la información e incluso chantajearlo con sacar a la luz su papel en la
puesta en escena del funesto «caso de Leningrado». Hasta los secretarios personales
de Malenkov entraron a formar parte del aparato central del partido controlado por
Jrushchov, que pasó a presidir el Presidium y a protagonizar las apariciones públicas
de la dirección colegiada.[13]
La lucha por la sucesión en plena Guerra Fría comportaba la cuestión del
liderazgo internacional. La clase política soviética y un amplio sector de la
ciudadanía de la URSS consideraban que tener dotes de estadista era una cualidad
casi sobrenatural. ¿Qué miembro de la dirección colegiada intentaría ponerse el
manto de estadista mundial de Stalin y hablar con los dirigentes de otras
superpotencias? ¿Cuál de ellos combinaría perspicacia, inteligencia y comprensión de
las tendencias mundiales a largo plazo para defender satisfactoriamente los intereses
soviéticos en el ruedo político internacional? El vencedor de la partida en el Kremlin
no sólo se haría con el control absoluto del ingente partido y la burocracia estatal,
sino que también dirigiría el mundo comunista y a la «humanidad progresista» en la
feroz lucha contra el mundo capitalista.
Una cumbre anterior, como la propuesta por Winston Churchill en mayo de 1953,
habría socavado la primacía de Molotov en política exterior, y había puesto en
candelero a Malenkov a nivel internacional como jefe del estado. Sin embargo, a
finales de 1954 se cerraron de golpe las oportunidades para este último. Jrushchov
comenzó a sostener ante otros miembros del Presidium que Malenkov carecía de la
dureza necesaria para triunfar en futuras negociaciones con Occidente. Con este
argumento se justificaría el 22 de enero de 1955 la destitución de Malenkov como
presidente del consejo de ministros. El pleno del partido se encargó de aprobar esta
decisión nueve días después.[14]
Durante el pleno, Jrushchov y Molotov revelaron por primera vez ante la élite del
partido que Malenkov había ayudado a Beria a «vender» la RDA en mayo de 1953.
Jrushchov informó al pleno de que en la primavera de dicho año «solía decir a otros
camaradas, en particular al camarada Molotov, lo siguiente: ahora Churchill desea
vehementemente celebrar una reunión, y yo, para ser sincero, temo que si se
encuentra cara a cara con Malenkov, éste empiece a tener dudas y se rinda». El
mensaje era evidente: al premier le faltaban agallas, y por lo tanto no podía
representar a la Unión Soviética en una cumbre con los líderes capitalistas. En sus
memorias, Jrushchov es rotundo: «Tuvimos que sustituir a Malenkov. Las
negociaciones de Ginebra requerían otro tipo de persona».[15] Y resultaría que sólo el
propio Jrushchov encajaba con ese otro tipo de persona.
Asegurando que era leal al principio de dirección colegiada, Jrushchov se negó a
combinar los cargos de primer secretario y presidente del consejo de ministros. En su
lugar, propuso a un amigo, el ministro de Defensa Nikolai Bulganin para la

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presidencia.[16] Semejante elección ponía de manifiesto la hipocresía de las anteriores
críticas de Jrushchov a Malenkov: la debilidad era un rasgo notorio del nuevo jefe del
gobierno. Stalin lo había considerado un individuo suficientemente inocuo como para
confiarle las fuerzas armadas (el vozhd prefería poner un poder tan crucial en manos
de un personaje débil por temor a un potencial Bonaparte). Con semejante socio, el
liderazgo de Jrushchov no correría peligro. Al mismo tiempo, en febrero de 1955
Jrushchov asumió otro cargo de gran relevancia al convertirse en jefe del Consejo
Supremo de Defensa, un organismo permanente encargado de las cuestiones de
defensa y de las fuerzas armadas. Entre los miembros de dicho consejo figuraba el
nuevo ministro de Defensa, el mariscal Georgi Zhukov, firme aliado de Jrushchov, y
Viacheslav Malishev, por entonces al frente del ministerio para «la industria de la
construcción de máquinas de tamaño medio», un nombre inventado con la finalidad
de camuflar su verdadero objetivo y con el que se designaba el complejo nuclear. En
efecto, Jrushchov pasó a ser el comandante en jefe de la Unión Soviética.[17] A partir
de ese momento, esta posición de poder sería heredada por los posteriores secretarios
generales del partido, desde Leonid Brezhnev hasta Mijail Gorbachov.
Su nueva base de poder permitía a Jrushchov intervenir en las cuestiones
internacionales y en la política de seguridad, campos con los que no estaba
familiarizado. Con anterioridad se había opuesto a algunos elementos de la «ofensiva
de paz» porque llevaban la firma de sus adversarios. Pero en política exterior ahora
retomaría determinadas iniciativas de Beria y Malenkov que hasta entonces había
calificado de traición. Ello supondría para la Unión Soviética la inauguración de una
de las etapas más reformistas, productivas y moderadas de su política exterior. No
obstante, durante algún tiempo, los oligarcas del Kremlin siguieron actuando en el
marco del liderazgo compartido. Anastas Mikoyan, cuyas ambiciones como líder eran
más bien escasas, desempeñó un papel sumamente útil como mentor leal y de
confianza del primer secretario en las cuestiones de política exterior. Además, como
observa acertadamente la historiadora Elena Zubkova, «Malenkov, un hombre de
compromiso, supo equilibrar la impulsividad y la brusquedad de Jrushchov». Los
nuevos miembros del Presidium, a saber, Zhukov, Matvei Saburov y Mijail
Pervukhin, participaron activamente en el proceso de toma de decisiones en materia
de política exterior.[18]
Molotov, sin embargo, nunca dejaría de oponerse con sus críticas conservadoras a
las iniciativas en política exterior impulsadas ahora por Jrushchov. Desde el otoño de
1954 los dos dirigentes habían permanecido enfrentados prácticamente en todos los
temas, empezando por el de la agricultura y las tierras vírgenes, y acabando por el
relacionado con el control de la defensa nacional.[19] La lucha de ambos por la
supremacía empezó de forma evidente en el curso de las conversaciones sobre la
neutralidad de Austria durante los meses de febrero-abril de 1955. El gobierno
austríaco temía correr la misma suerte de la Alemania dividida, y propuso al Kremlin
negociar un acuerdo separado para finalizar la ocupación soviética.[20] Molotov se

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mostró contrario a esta propuesta. «No podemos permitirnos la retirada de las tropas
soviéticas de Austria», comunicaba un memorándum secreto redactado por altos
cargos diplomáticos en noviembre de 1953, «pues supondría literalmente dejar a
Austria en manos de los norteamericanos, así como el debilitamiento de nuestras
posiciones en Europa Central y el sur centroeuropeo». Jrushchov, en cambio, sostenía
que la neutralidad de Austria serviría para debilitar a la OTAN, y la mayoría del
Presidium estuvo de acuerdo con él. Una vez alcanzado el acuerdo entre soviéticos y
austríacos, el primer secretario, victorioso, aprovechó un momento de informalidad
durante una recepción para hacer con su dedo índice la señal de «no» a los asistentes
de Molotov en el Ministerio de Asuntos Exteriores. A partir de ahora, dijo, las
directrices las recibirían de «la jefatura del partido» y no de su jefe.[21]
La visita de la delegación oficial soviética a Yugoslavia (26 de mayo-2 de junio
de 1955) supuso el golpe final al papel desempeñado por Molotov en política
internacional. Jrushchov, Bulganin y Georgi Zhukov, por entonces ministro de
defensa, querían poner remedio a la crisis soviético-yugoslava y estaban dispuestos a
pedir disculpas por la campaña emprendida por Stalin contra Tito entre 1948 y 1953.
Creían que un acercamiento a Yugoslavia conseguiría que este país volviera a la
esfera de influencia soviética y pondría de relieve la posición geopolítica de Moscú
en el sur de Europa y los Balcanes. En opinión de Molotov, sin embargo, el régimen
de Tito no iba a ser nunca un socio de la URSS consecuente. Armado con citas de
Lenin, Molotov afirmó que todo aquel que elogiara al gobierno yugoslavo «no podía
ser un verdadero leninista». Se opuso tenazmente a la visita, y al final no fue ni
siquiera incluido en la legación.[22] Pero lo que se convirtió en el meollo de la
cuestión fue quién, entre Molotov y Jrushchov, debía establecer el significado de
«leninista» en política exterior. La escisión que se abrió en el Presidium obligó a
Jrushchov a buscar en el pleno del Comité Central el apoyo necesario contra el
obstinado ministro de Asuntos Exteriores.
El pleno del partido tuvo lugar entre los días 4 y 12 de julio de 1955, poco antes
de celebrarse la Conferencia de Ginebra con los líderes de Estados Unidos, Gran
Bretaña y Francia (la primera cumbre de las grandes potencias en diez años). La
reunión se convirtió en una discusión curiosamente franca y honesta acerca de la
política exterior de la URSS y las razones que debían impulsarla. Por primera vez los
oligarcas del Presidium compartieron con todo el partido y las élites del estado los
detalles más íntimos de la política del Kremlin. Jrushchov, consciente de que a los
ojos de esas élites Molotov era el hombre que había colaborado con Lenin y Stalin,
decidió, junto con sus seguidores, atacar la autoridad como profesional y como
bolchevique del ministro.
Jrushchov citó con sumo detalle lo debatido en el Presidium sobre la cuestión de
Austria. Dijo que Molotov afirmaba absurdamente que podía producirse otro
Anschluss de Austria por parte de Alemania Occidental, y que insistía en que la
Unión Soviética debía reservarse el derecho de volver a mandar tropas a Austria.[23]

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La cuestión de Yugoslavia tocaba de pleno en las bases ideológicas que determinaban
el punto de vista soviético en lo referente a la Guerra Fría. La decisión del Kremlin de
reconocer a Yugoslavia como un país «verdaderamente socialista» significaba que la
política de Stalin había sido una equivocación y que era discutible que Moscú tuviera
plena autoridad para mandar sobre una facción comunista. Por su parte, Molotov
consideraba que, para el comunismo mundial y la supremacía soviética, esas nuevas
posturas suponían adentrarse en un peligroso terreno resbaladizo. Esgrimía
principalmente que la versión yugoslava de «socialismo de orientación nacional»
podía extenderse a otros partidos comunistas, y advertía de que ello podía conllevar
la pérdida del control de Moscú sobre Polonia y demás países de Europa Central.[24]
La oposición de Molotov a un acercamiento a Yugoslavia, según afirmaban
Jrushchov y sus aliados, ponía de manifiesto que el ministro se había vuelto
dogmático y no comprendía los intereses de la seguridad soviética. Bulganin dijo a la
asamblea que el regreso de Yugoslavia al bloque soviético permitiría al ejército y a la
armada de la URSS ocupar unas posiciones excelentes en el mar Adriático. Con ello
las fuerzas soviéticas conseguirían suponer una amenaza para «las líneas de
comunicación más vitales de las fuerzas militares angloamericanas», incluido el canal
de Suez. Jrushchov respaldó estos argumentos.[25]
Antes de celebrar este pleno los líderes soviéticos habían culpado de la escisión
entre la URSS y Yugoslavia de 1948 a «la banda formada por Beria y Abakumov»
(Victor Abakumov era el jefe de la SMERSH y el MGB).[26] Pero de repente, durante
el pleno, Jrushchov puntualizó que los verdaderos responsables de la crisis soviético-
yugoslava no eran otros que «Stalin y Molotov». Acto seguido se produjo un
intercambio de reproches en el que, curiosamente, ninguno de los dos dirigentes se
mordió la lengua:

MOLOTOV: Esto sí que es nuevo. Firmamos la carta [dirigida a los yugoslavos] en


nombre del Comité Central.
JRUSHCHOV: Sin consultarlo con el Comité Central.
MOLOTOV: Eso no es cierto.
JRUSHCHOV: Es precisamente cierto.
MOLOTOV: Ahora puedes decir todo lo que se te ocurra.
JRUSHCHOV: Yo soy miembro del Presidium, y nadie pidió mi opinión.[27]

La crisis con Yugoslavia, dijo Jrushchov a los delegados, era sólo uno de los
numerosos y caros errores que cometieron Stalin y Molotov después de 1945. En una
afirmación sorprendente, el primer secretario sugirió que esos errores probablemente
habían contribuido al desencadenamiento de la Guerra Fría. «Nosotros empezamos la
guerra de Corea, y todavía ahora seguimos pagando las consecuencias». «¿Quién
necesitaba esa guerra?», preguntó Jrushchov en un alarde de retorica. La improvisada

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y mordaz observación fue tan provocadora que fue suprimida de la versión impresa
de la transcripción del pleno.[28]
En el pleno, Molotov perdió su autoridad en política internacional, aunque siguió
siendo el titular del Ministerio de Asuntos Exteriores hasta junio de 1956. A partir de
aquel momento la capa de gran estadista pasaría a cubrir las espaldas de Jrushchov.
Durante un tiempo el nuevo líder seguiría sintiéndose inseguro en su nuevo papel e
intentaría compartir responsabilidades con otros. La delegación enviada en julio de
1955 a la cumbre de Ginebra de las cuatro grandes potencias estaba formada por
Bulganin, como jefe oficial, Jrushchov, Molotov y Zhukov. En público actuaron
como un grupo de iguales.
Sin embargo, tanto Eisenhower como otros políticos occidentales enseguida
supieron ver que Jrushchov era el que en realidad mandaba. A partir de ese momento
supieron perfectamente quién iba a ser el interlocutor de Occidente en el Kremlin.

LA «NUEVA POLÍTICA EXTERIOR»

Los oligarcas del Kremlin observaban el mundo bajo el prisma heredado de Stalin. Al
igual que el dictador, se sentían inferiores e inseguros en relación a Estados Unidos.
Desde su situación de ventaja, los norteamericanos se dedicaban a rodear la URSS
con bases militares y a instalar gobiernos proamericanos alrededor de la potencia
comunista (el golpe de estado en Irán en agosto de 1953 que acabó con el régimen de
Mohammad Mossadeq es sólo un ejemplo de esa política). Los soviéticos también
eran conscientes de que John Foster Dulles confiaba en que las constantes presiones a
la URSS tras la muerte de Stalin provocarían la «desintegración» de la dominación
rusa en los países de Europa Central.[29] Troyanovski comentaría que «Jrushchov
temía siempre que Estados Unidos obligara a la Unión Soviética y a sus aliados a
replegarse en una parte del mundo».[30]
Por su lado, los nuevos líderes sacaban conclusiones distintas de sus
observaciones. Jrushchov, Molotov, Malenkov y otros oligarcas se daban cuenta de lo
que Stalin, con su orgullo desmesurado, no había sabido ver. Desde la erección del
muro de Berlín hasta el estallido de la guerra de Corea, la política soviética se había
dedicado a difundir entre los europeos de Occidente el temor de que la URSS
emprendiera una guerra relámpago, provocando así la creación de un organismo
como la OTAN. Ahora las autoridades soviéticas querían desmantelar esa teoría,
mitigar el temor a los soviéticos de las clases medias de Europa Occidental y
promover elementos pacifistas en los países miembros de la OTAN.
El fracaso de la diplomacia de Molotov en 1954 hizo que el Kremlin se
replanteara la actitud soviética en el ámbito internacional. Después de que una
mayoría de comunistas y gaullistas de la Asamblea francesa abortara los planes para
la creación de un «ejército europeo» (Comunidad de Defensa de Europa), los
miembros de la OTAN acordaron en París el 23 de noviembre de 1954 aceptar que

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Alemania Occidental formara parte de su organización. Con esta decisión Alemania
Occidental quedaba firmemente anclada en la alianza de Occidente. Para las
autoridades del Kremlin se hacía cada vez más necesario emprender una nueva
política internacional en Europa.[31] El hecho de que falte parte de la documentación
relativa a las deliberaciones del Kremlin, recopilada por Vladimir Malin, jefe del
Departamento General del Comité Central, pone de manifiesto que la nueva política
exterior empezó como un esfuerzo ad hoc del colectivo de líderes por corregir los
errores cometidos por Stalin. Posteriormente, sin embargo, esa política desarrollaría
su propio impulso y sus bases conceptuales. Andrei Alexandrov-Agentov, un
veterano de la diplomacia, recordaría que Jrushchov, Mikoyan y Malenkov fueron
«los iniciadores de la revisión de las tradiciones estalinistas en política exterior y los
primeros en dar un enfoque, hasta cierto punto innovador, de los nuevos problemas
del mundo».[32]
Según Alexandrov-Agentov, ese nuevo enfoque «se basaba principalmente en tres
pautas: impulsar al máximo las “democracias populares” del este y el centro de
Europa, y vincularlas a la Unión Soviética; crear, donde fuera posible, una zona
central de amortiguación entre los dos bloques políticos y militares opuestos; y
establecer gradualmente sistemas económicos y otras medidas más o menos normales
de cooperación pacífica con los países de la OTAN».[33] Jrushchov, como temían
muchos líderes occidentales, tenía por objetivo socavar el poder de la OTAN y en
último término forzar a Estados Unidos a retirarse de Europa. Posteriormente, en
febrero de 1960, durante una reunión del Presidium, reconocería que ese era «su
sueño más ansiado».[34] Para cumplir el primer objetivo de su «nueva política
exterior», en mayo de 1955 el Kremlin creó la Organización del Pacto de Varsovia.
Del mismo modo que la OTAN daba legitimidad a la presencia de soldados
norteamericanos en Europa Occidental, la recién creada organización proporcionaba a
la URSS una razón más para estacionar tropas soviéticas en Europa Oriental.[35]
Como no tardaría en demostrar el desarrollo de los acontecimientos en Hungría, el
nuevo bloque representaba un marco útil para justificar la invasión militar soviética
de un país «aliado» con el fin de «salvar» a cualquier régimen comunista que se
hallara en su radio de acción. Así pues, daba la impresión de que los soviéticos
actuaban no sólo en aras de su propio interés, sino también en el de toda la alianza.
Sin demora, en vista de la inminente retirada de Austria de los soldados rusos, el
tratado aprobaba el despliegue de tropas soviéticas en Hungría y Rumanía.
El concepto de neutralidad apareció en marzo-abril de 1955 durante las
conversaciones del Presidium sobre el tratado con Austria, la primera empresa
arriesgada de la nueva política exterior del Kremlin que se coronó con éxito.[36] La
reconciliación con Yugoslavia, mientras se intentaba que este país volviera al bloque
soviético, también tenía como objetivo inmediato «prevenir una mayor expansión
territorial de la OTAN en Europa».[37] Concretamente, esto significaba fomentar la
condición de país neutral de Suecia y Finlandia, así como desequilibrar los planes

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norteamericanos de establecer el llamado «pacto de los Balcanes» con Yugoslavia,
Grecia y Turquía. De ahí, el Kremlin pasó a querer fomentar una neutralidad
generalizada, ofreciendo a Europa Occidental un sustituto de la protección
estadounidense y la idea de un sistema paneuropeo de seguridad y cooperación.
Los objetivos de la nueva política exterior eran fruto del paradigma
revolucionario-imperial, pero se caracterizaban por una mayor flexibilidad que los de
la política estalinista. Aparte de la nueva tolerancia a la neutralidad, apostaba por la
cooperación económica y el comercio. Stalin estaba obsesionado con mantener
aislada a la Unión Soviética de cualquier influencia de Occidente, y prefería no
estrechar ningún lazo comercial ni económico con países occidentales.[38] El conjunto
de líderes, principalmente Mikoyan, responsable de comercio internacional, creía que
Stalin había cometido un error. Así pues, volvió a la idea inspirada por el arsenal de
la diplomacia bolchevique de los años veinte, época en la que los líderes soviéticos
habían considerado las operaciones comerciales con países capitalistas la mejor
manera tanto de obtener unas inversiones y unas tecnologías fundamentales, como de
adquirir el apoyo de los grandes negocios para mejorar las relaciones políticas.
Muchos miembros del Presidium pensaron que los capitalistas formarían colas a las
puertas de las embajadas soviéticas en Washington, París, Londres, Bonn y Tokio.[39]
Otros instrumentos predilectos de la nueva política exterior eran la «diplomacia
pública» y la propaganda de desarme. La diplomacia pública comportaba los viajes
autorizados de artistas, científicos, escritores, músicos y periodistas soviéticos a
países de Occidente, con el objetivo de acabar con la idea anticomunista de que la
Unión Soviética era una sociedad totalitaria. Empezando por el viaje a Yugoslavia en
mayo de 1955, cuando Jrushchov y otros líderes rusos comenzaron a salir al
extranjero, lo hicieron —utilizando el atinado comentario de David Caute— «como
príncipes renacentistas, acompañados de un séquito de artistas: con ellos iban
bailarinas, cantantes y pianistas». El Presidium decidió invitar a la juventud del
mundo a un festival en Moscú para que comprobara cuán amistosa, pacífica y abierta
era la sociedad rusa.[40]
El colectivo de líderes también fue mucho más lejos que las medidas
propagandísticas de Stalin en materia de desarme, y, a diferencia del dictador,
esperaba mucho más de sus nuevas iniciativas. En mayo de 1955, para sorpresa de
muchos, la Unión Soviética accedió a reducir el número de fuerzas convencionales en
Europa y a establecer un sistema de inspección en los puntos de control militares
(líneas ferroviarias, aeropuertos, etc.) con el fin de aplacar el miedo a un ataque
sorpresa convencional.[41] A corto plazo, estas iniciativas obligaban a Estados Unidos
a revisar su propia posición y a entrar en negociaciones con los soviéticos. A largo
plazo, el Presidium se fijaba un objetivo trascendental: cambiar la imagen de la
amenaza soviética en Occidente.
La transformación de la política exterior soviética en 1955 fue parte del proceso
de desestalinización. Pero sería caer en el simplismo atribuir sus orígenes a una mera

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lucha entre partidarios y enemigos del legado de Stalin. Los cambios de la política
nacional e internacional vinieron provocados, ante todo, por la nueva situación
nacional e internacional reinante a la muerte de Stalin.[42] Poco antes del XX
Congreso del Partido, el Presidium intentó coordinar todos los elementos necesarios
para fijar una nueva política exterior. En lugar de la doctrina estalinista de la guerra
inevitable, sus miembros optaron por promover una nueva visión del mundo en la que
el capitalismo coexistiría y competiría pacíficamente con la Unión Soviética y sus
aliados. Su tesis principal consistía en que la nueva política exterior ayudaría a
convencer a los «pequeños burgueses» de Occidente y demás «elementos vacilantes»
de las buenas intenciones de la Unión Soviética. Malenkov, uno de los coautores de
esa política, diría con satisfacción que «el sistema de las fuerzas de paz se ha visto
reforzado». El jefe del Comité de Control del Partido, Nikolai Shvernik, resumiría ese
período en los siguientes términos: «Durante un año hicimos un gran trabajo.
Convencimos a las masas de que no queríamos la guerra».[43]
Las élites y los principales burócratas del partido aplaudieron la nueva política
exterior. Sin embargo, el colectivo de líderes no podía contar con su apoyo
automático. Como demostraría el pleno de julio de 1955, los asuntos de política
exterior se vieron una vez más, al igual que ocurriera en las luchas políticas de los
años veinte, vinculados a cuestiones más amplias de legitimidad ideológica.
Jrushchov, Molotov, Malenkov y otros potentados se vieron obligados a explicar y
defender sus decisiones en materia de política exterior en reuniones que mantuvieron
con las élites del partido.
El tema de un «gran estado ruso» seguía siendo uno de los mayores atractivos
para los rusos étnicos del partido y el funcionariado estatal. En cambio, los
arquitectos de la nueva política exterior empezaron a hacer hincapié de nuevo en los
temas internacionalistas de la «unidad de la clase obrera» y la «solidaridad entre
hermanos», tan populares en los tiempos de la Komintern, y tan eclipsados durante el
reinado de Stalin. El criterio de Jrushchov, al igual que su personalidad, tenía mucho
que ver con el debilitamiento del exacerbado patriotismo rusocéntrico y la
reintroducción del romanticismo ideológico en la política exterior soviética. A
diferencia de la mente de Stalin, la de Jrushchov no era negativa ni pérfida, ni estaba
obsesionada con pronósticos del peor de los casos. Jrushchov creía que el objetivo de
la Revolución rusa había sido llevar la felicidad y la igualdad a las masas
trabajadoras, y no la recreación de un imperio ruso-céntrico bajo un disfraz distinto.
Stalin había evocado las imágenes de los zares, los grandes estadistas y los guerreros
de Rusia como sus iguales. En cambio, Jrushchov solía compararse con un niño
judío, Pinia, protagonista de su cuento favorito, un muchacho desvalido que logró
zafarse de los escollos y peligros de la vida para convertirse en un gran líder.[44]
Jrushchov no había recibido una instrucción suficiente para ser, como Molotov,
un dogmático desde el punto de vista ideológico. Es poco probable que llegara a leer
las obras de Lenin sobre imperialismo que tanto habían marcado las percepciones de

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su adversario. Los argumentos que utilizaba en las discusiones sobre política exterior
carecían de estructura y de lógica: normalmente los que redactaban los discursos de
Jrushchov tenían que reescribir por completo sus discursos y eliminar de ellos
expresiones mundanas y opiniones excéntricas. Por otro lado, Jrushchov confiaba
apasionada y verdaderamente en la victoria global del comunismo. Esperaba que la
combinación de poder estatal soviético y medios revolucionarios contribuyeran a
enterrar el capitalismo en el mundo. Como buen romántico revolucionario, rechazaba
el imperialismo eurasiático de prevención impulsado por Stalin. A su juicio, todo el
mundo estaba maduro para el comunismo.
La diplomacia de Stalin se había aprovechado cínicamente de la fe comunista y
de los que la compartían para cumplir el objetivo de expandir el poder y el imperio
del dictador. Stalin había colmado de elogios a la «solidaridad proletaria» y la
«fraternidad comunista», pero sólo de boquilla. Jrushchov, en cambio, creía en la
justicia social y en un paraíso comunista en la tierra, en la solidaridad de los
trabajadores y campesinos de todo el mundo y en la obligación de la URSS de apoyar
a los pueblos colonizados en su lucha por la independencia. Para él, el capital moral e
ideológico que había ganado la Unión Soviética en su lucha contra el nazismo era
algo muy serio. Y estaba consternado por la cruda política imperialista adoptada por
Stalin a partir de 1945, especialmente en lo referente a Turquía, Irán y China. Aunque
creía firmemente que la Unión Soviética tenía derecho a mantener una presencia
militar en Europa Central, Jrushchov era de la opinión de que la brutal presión
ejercida por Stalin en Polonia, Hungría y otros países de la zona había ido en
detrimento de la causa comunista en esos países y había puesto en entredicho a los
partidos comunistas locales.[45]
Jrushchov ofrecía soluciones simples a complejas cuestiones de política exterior,
y las sabía expresar en el lenguaje del trabajador bolchevizado, la sal del partido, que
se elevó a su posición más encumbrada. En un primer momento, todo esto hizo que
su atractivo aumentara a ojos de muchos miembros de la nomenklatura, aquellos
hijos de campesinos y trabajadores convertidos en khoziaistvenniki (gestores
económicos) del ingente aparato estatal. No obstante, aquellas soluciones simples
crearían un gran número de problemas a la Unión Soviética cuando el nuevo y
ampuloso líder hiciera su aparición en el escenario internacional. Cuando llegara este
momento, a Jrushchov le costaría cada vez más vender al escéptico y precavido
partido y a las élites del estado su versión global y romántica del paradigma
revolucionario-imperial.

EL EXAMEN DE GINEBRA

Jrushchov había retomado siempre el discurso de Eisenhower de abril de 1953 en el


que el presidente norteamericano se dirigió a los sucesores de Stalin pidiéndoles que
se alejaran de los métodos estalinistas. El Presidium presentaba el discurso como un

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ultimátum, pero Jrushchov recordaba «cuatro condiciones» avanzadas por el
presidente Eisenhower: una tregua en Corea, solucionar el problema austríaco, el
regreso a sus hogares de los prisioneros de guerra alemanes y japoneses encerrados
en campos de concentración soviéticos y empezar a dar pasos para desacelerar la
carrera armamentística.[46] Bajo su punto de vista, en verano de 1955 los líderes
soviéticos habían cumplido con esas condiciones en lo referente a Corea y Austria y
habían puesto en marcha una serie de iniciativas para el desarme que iban mucho más
allá que las de Washington.
Curiosamente la solución de la cuestión alemana no figuraba entre las
condiciones norteamericanas. Las potencias occidentales no esperaban llegar a
ningún acuerdo en lo referente a la reunificación de Alemania; su intención, sin
embargo, era aprovecharse de la cuestión alemana de una manera mucho más
efectiva. Desde comienzos de 1954 los británicos habían hablado ya del Plan Eden.
En el fondo, con dicho plan se pretendía que unas elecciones libres decidieran qué
gobierno debía regir en una Alemania unificada.[47] Los políticos del Kremlin
rechazaron el Plan Eden, aunque esto perjudicara sus objetivos propagandísticos en
Alemania y los países de la OTAN. Desde la detención de Beria, la idea de una
Alemania reunificada, especialmente de acuerdo con la línea propuesta por
Occidente, era impensable para Moscú. Los líderes soviéticos, informados por los
analistas de los servicios de inteligencia, sabían que la administración norteamericana
no estaba preparada para entablar unas negociaciones rigurosas.[48] Confiaban, sin
embargo, en poder provocar divisiones en la OTAN tendiendo la mano a Gran
Bretaña y Francia. El gobierno francés en particular, ocupado en su guerra colonial en
Argelia, se mostró seriamente interesado en mejorar las relaciones con la Unión
Soviética.[49]
El principal objetivo de Jrushchov y sus camaradas en la cumbre de Ginebra era
averiguar si la administración Eisenhower pensaba entrar en guerra con la URSS.
Para los miembros del Presidium, el ataque por sorpresa de los nazis el 22 de junio de
1941 era el peor trauma de sus vidas. No podían permitirse por segunda vez
interpretar erróneamente las intenciones del enemigo. Otro objetivo consistía en
demostrar a las autoridades norteamericanas que no iban a dejarse intimidar por el
chantaje nuclear u otras formas de presión. A propuesta de Jrushchov, el mariscal
Georgi Zhukov se unió a la delegación pensando que el militar soviético y
Eisenhower, ambos hombres de ejército, que, además, se profesaban respeto y
admiración (el norteamericano invitó incluso a Zhukov a su país en 1945, pero Stalin
impidió el viaje), podrían hablar de manera distendida y con claridad. Una vez en
Ginebra, Jrushchov y Zhukov hicieron todo lo posible por ganarse a Eisenhower: la
opinión de Occidente de que el gobierno postestalinista había fracasado estaba
equivocada; el nuevo gobierno lo tenía todo bajo control, estaba más unido que nadie
y contaba con más apoyos que nunca.[50]

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La administración Eisenhower tenía una serie de prioridades que entraban en
conflicto unas con otras. Como indica el historiador Richard Immerman, en la
cumbre de Ginebra, John Foster Dulles «no tenía incluido en su agenda solucionar
problemas pendientes de la guerra y la paz, sino sentar las bases de una progresión
futura hacia la merma o reducción de poder de la URSS». El secretario de Estado
explicó su gran idea, que no era otra que «echar a los rusos de los países satélites…
Ahora, por primera vez, esto no es una quimera». Eisenhower, como demuestra la
documentación recientemente investigada, tenía una prioridad bien distinta: el control
del armamento nuclear.[51] La administración Eisenhower se enfrentó a la necesidad
de reconsiderar su política de oposición a cualquier tipo de contacto de alto nivel con
líderes comunistas a largo plazo. Como comentaría tristemente John Foster Dulles
tras la cumbre de Ginebra, «nunca quisimos ir a Ginebra, pero la presión mundial nos
obligó».[52]
La delegación del Kremlin llegó a Ginebra en julio de 1955 en estado de
excitación y ansiedad. Jrushchov y sus camaradas temían que Occidente les tendiera
una «emboscada» con iniciativas sorpresa. Según Georgi Kornienko, veterano del
Comité de Información —una división de análisis del Ministerio de Asuntos
Exteriores—, un grupo de expertos de su comité voló a Ginebra con la delegación
soviética, y durante la cumbre estuvo trabajando en estrecha colaboración con todos
los departamentos de los servicios de inteligencia rusos, proporcionando a la
delegación soviética los comunicados del otro bando que se iban interceptando,
además de colaborar en su interpretación.[53]
No obstante, el impactante anuncio del «Plan de Cielo Abierto» de Eisenhower, la
propuesta de permitir vuelos de reconocimiento para reducir las sospechas de guerra
nuclear de uno y otro bando, cogió por sorpresa a la delegación soviética. El
presidente norteamericano, preocupado por la dinámica que estaba adquiriendo la
carrera armamentística nuclear, consideraba que su propuesta era una oportunidad
«para abrir una pequeña puerta en el cercado del desarme». Sin embargo, en 1955 ni
las autoridades estadounidenses ni las soviéticas estaban dispuestas a poner en
práctica esa idea. Bulganin, como señalarían los norteamericanos, reaccionó con
interés, pero Jrushchov enseguida descartó el plan, calificándolo de «descarada
estratagema de espionaje».[54]
La troika formada por Jrushchov, Bulganin y Zhukov abandonó la cumbre sin
llegar a acuerdo alguno, pero dando grandes suspiros de alivio. Marcharon con la
convicción de que eran capaces de relacionarse con las grandes potencias capitalistas
como había hecho Stalin, incluso tal vez mejor. Los líderes de Occidente asistentes a
la cumbre no habían conseguido intimidarlos ni desorientarlos. Otro dato importante
es que Eisenhower se había dirigido a ellos prácticamente de igual a igual, sin utilizar
un tono de condescendencia. Fuentes norteamericanas demuestran la exactitud de esta
última afirmación.[55] Jrushchov llegó a la conclusión de que Eisenhower era un tipo
tranquilo, bonachón y no especialmente portentoso, que delegaba los temas de

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política exterior en su secretario de Estado, John Foster Dulles. Otros observadores
soviéticos compartieron esa misma opinión.[56] Las conversaciones informales que
mantuvieron Eisenhower y Zhukov vinieron a confirmar la impresión de los líderes
soviéticos de que el presidente estadounidense temía que estallara una guerra nuclear.
[57]
El «espíritu de Ginebra» después de la cumbre trajo esperanzas para la distensión
en Europa. Pero el compromiso de la oligarquía del Kremlin con el paradigma
revolucionario-imperial no ofreció base alguna para que la URSS y Estados Unidos
llegaran a un acuerdo. Aunque demostraran al mundo su disposición a tomar medidas
constructivas para asegurar el desarme, tanto el Kremlin como los jefazos de su
ejército nunca tuvieron la intención de ponerlas en marcha. Antes de proponer esas
iniciativas para el desarme, el Presidium informó confidencialmente a las autoridades
comunistas chinas de que no se corría el peligro de que las instalaciones secretas de la
URSS quedaran invadidas de inspectores occidentales, pues el «bloque
angloamericano no querrá eliminar el armamento atómico ni prohibir su producción».
En noviembre de 1955 el «espíritu de Ginebra» ya estaba desvaneciéndose. Molotov,
que seguía teniendo la cartera de Exteriores, rechazó todas las propuestas de ampliar
los contactos soviéticos con el resto del mundo por considerarlo una «injerencia en
los asuntos nacionales».[58]
El fracaso de la cumbre de Ginebra para alcanzar un acuerdo sobre la unidad de
Alemania supuso que la división de este país siguiera siendo causa de inestabilidad e
inseguridad en Europa. Incluso con anterioridad a la cumbre, el canciller Konrad
Adenauer, en respuesta a la presión púbica tras la adhesión de Alemania Occidental a
la OTAN y la firma del Tratado del Estado de Austria, propuso desplazarse a Moscú
una vez concluidas las conversaciones de Ginebra para iniciar unas negociaciones por
separado. En septiembre de 1955 Adenauer, junto con una nutrida delegación, llegó a
Moscú para entablar unas agotadoras y emotivas conversaciones con las autoridades
del Kremlin. Fruto de ellas sería el establecimiento de relaciones diplomáticas entre
los dos países y la liberación de los últimos prisioneros de guerra alemanes que
quedaban en los campos de concentración de la URSS. Inmediatamente después, las
autoridades soviéticas invitaron al primer ministro de la RDA, Otto Grotewohl, a
Moscú para firmar un acuerdo bilateral que reforzó todavía más la soberanía del
régimen de Alemania Oriental.[59]
Esta jugada diplomática parecía inteligente. Pero lo cierto es que las autoridades
soviéticas se estaban arrinconando en una esquina de la que no podrían salir sin
desprestigiarse. La insistencia soviética en mantener permanentemente dividida
Alemania concedió a Ulbricht, que estaba revelándose como el líder indiscutible de la
RDA, una influencia todavía mayor en la política de la URSS.[60] Además, el
Kremlin corría el peligro de parecer el enemigo de la reunificación alemana.
Comprendiendo ese riesgo, Molotov propuso en noviembre de 1955 que la línea
soviética en las conversaciones sobre Alemania debía seguir los principios del Plan

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Eden. A cambio del beneplácito soviético a la celebración de unas elecciones
universales y libres en toda Alemania, Molotov dijo al Presidium que las potencias
occidentales deberían rechazar la entrada de Alemania Occidental en la OTAN y
establecer un Consejo Pangermánico, que integrara a las dos Alemanias, para la
puesta en marcha de la reunificación. También tendrían que acordar, junto con la
Unión Soviética, la retirada de todas las tropas extranjeras en territorio alemán en un
plazo máximo de tres meses. Molotov sostenía que las potencias occidentales nunca
aceptarían semejante propuesta, pues suponía un gran desafío a la unidad de la
OTAN. Pero que, por otro lado, esto serviría para mejorar la imagen de la URSS entre
los alemanes.[61]
Los argumentos de Molotov tenían sentido, pero Jrushchov derrumbó su
proposición. En su opinión, la administración Eisenhower podía tomar la palabra a la
URSS y «acceder a la retirada de tropas». Además, las potencias occidentales podían
interpretar el cambio de actitud soviético como una victoria por su «postura de
tuerza». Y, lo más importante, los comunistas de la RDA exclamarían: «Nos estáis
traicionando». Seguro de sus palabras, Jrushchov, apoyado por el resto del Presidium,
auguró que los soviéticos podían cumplir dos objetivos simultáneamente: la
preservación de una Alemania Oriental socialista y la desestabilización de la OTAN.
Este episodio viene a demostrar una vez más que la RDA, otrora instrumento de los
objetivos soviéticos en Europa, se había convertido en uno de los principales activos
de la URSS con el que no era posible negociar.[62]
La cumbre de Ginebra, comentaría Jrushchov tiempo más tarde, «volvió a
convencemos de que no se daba ninguna situación de preguerra en aquellos
momentos, y que nuestros enemigos tenían miedo de nosotros del mismo modo que
nosotros lo teníamos de ellos». Las autoridades del Kremlin llegaron a la conclusión
de que la diplomacia soviética había hecho tambalear la cómoda posición de
superioridad de los norteamericanos, obligando a Estados Unidos a sentarse a la mesa
de las negociaciones. Al contrario de sus pretensiones iniciales, esa conclusión animó
a Jrushchov y a sus colegas a seguir una cautelosa política defensiva y a llevar su
ofensiva fuera de los teatros principales de la Guerra Fría. En otoño de 1955 esta
actitud desembocaría en una gran jugada estratégica de la URSS en el Medio Oriente
árabe.

EL APOYO A ALIADOS RADICALES

Stalin había fracasado en la formulación de una política coherente en Oriente Medio.


En enero de 1953, en plena crisis por el «caso de los médicos del Kremlin», el
dictador decidió romper las relaciones diplomáticas con Israel; por aquel entonces tal
vez planeara utilizar la falaz cuestión de la «conspiración sionista» como pretexto de
una gran purga.[63] Entre 1949 y 1954 la postura oficial soviética fue que los países
árabes de Oriente Medio, así como Turquía e Irán, estaban gobernados por regímenes

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reaccionarios al servicio de los angloamericanos en la lucha por la región. Varios
expertos y diplomáticos soviéticos querían que el Kremlin apoyara la oposición árabe
a los intentos de Estados Unidos de crear un bloque antisoviético en la zona, pero no
se atrevían a manifestarse contra la línea seguida por el gobierno. A la muerte de
Stalin, la postura oficial soviética ante los regímenes nacionalistas árabes siguió
inmutable; en la correspondencia diplomática y los memorándums secretos
redactados para el Presidium se calificaba al líder egipcio, el general Muhammad
Naguib, y a su sucesor, el también general Gamal Abdel Nasser, de «enemigos», e
incluso de «fascistas», pese a sus posturas de no alineación en la Guerra Fría. Según
el análisis del Comité de Información de marzo de 1954, Nasser chantajeaba a los
británicos con la amenaza de un posible acercamiento a la URSS para conseguir
concesiones en el control del canal de Suez.[64] Opiniones similares hicieron que
Moscú rechazara los intentos de acercamiento del primer ministro de Irán,
Mohammad Mossadeq, en 1952 y 1953, lo que probablemente supuso que la Unión
Soviética perdiera una oportunidad de mejorar sus relaciones con ese país.[65]
El enfrentamiento con Molotov y la necesidad de obtener logros espectaculares
impulsaron a Jrushchov y a sus partidarios a redescubrir el potencial que tenía la
cuestión del nacionalismo árabe en Oriente Medio. En julio de 1955, inmediatamente
después de las devastadoras críticas de Molotov ante el pleno del partido, el
Presidium envió al nuevo secretario favorito de Jrushchov en el Comité Central,
Dmitri Shepilov, a Oriente Medio en una misión de reconocimiento. Shepilov se
entrevistó con Nasser y lo invitó a visitar Moscú; también empezó a establecer
relaciones amistosas con otros líderes árabes que se negaban a unirse a los bloques
occidentales. Tras su viaje por Oriente Medio, Shepilov regresó a Moscú convencido
de que la región tenía un gran potencial para lanzar otra «ofensiva pacífica» contra
las potencias de Occidente. Andrei Sajarov y otros ingenieros nucleares fueron
invitados casualmente a asistir a la reunión del Presidium el mismo día en que éste
debatía el informe de Shepilov. Un oficial se encargó de explicarles que los líderes
estaban discutiendo un cambio decisivo de los principios de la política soviética en
Oriente Medio: «A partir de ahora daremos nuestro apoyo a los nacionalistas árabes.
El objetivo a largo plazo es la destrucción de las relaciones existentes entre los árabes
y Europa y Estados Unidos, esto es, provocar una “crisis del petróleo”, lo que
generará numerosos problemas para Europa y hará que ésta dependa más de
nosotros».[66] En medio de aquella situación de estancamiento estratégico por la que
pasaban las relaciones con Europa y Extremo Oriente, esa región supuso una nueva
salida para el renovado optimismo y romanticismo ideológico del Kremlin.
Las consecuencias de ese giro político fueron inmediatas. Las adormecidas
conversaciones entre Egipto y Checoslovaquia para la venta de armamento llegaron
rápidamente a un final feliz: de Checoslovaquia empezó a salir una marea de armas
de diseño soviético con destino a Egipto y Siria. Moscú suministró a Egipto medio
millón de toneladas de petróleo y acordó proporcionarle tecnología atómica. En vano

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las autoridades de Occidente e Israel, preocupadas por aquella situación, intentaron
protestar pública y privadamente contra la nueva política soviética.[67] La lucha entre
Moscú y Occidente por el Oriente Medio árabe acababa de empezar: durante los
siguientes veinte años, generaría una carrera armamentística sin precedentes y sería el
desencadenante de tres guerras. En el futuro inmediato, Moscú saldría vencedora y
acabaría con el plan de Occidente de contener a la Unión Soviética por su flanco sur.
Contemporáneamente, como ocurría en la RDA, las sustanciosas inversiones
soviéticas en sus países clientes árabes convertirían Egipto y Siria en importantes
activos, similares a Alemania Oriental, que el Kremlin no podría permitirse perder.
Esta aventura en Oriente Medio empezaría como una jugada geopolítica, pero
acabaría por convertirse en un elemento sumamente decisivo en la expansión imperial
soviética de los años setenta.

Mientras intentaban ejercer su influencia en Oriente Medio, los soviéticos trataban de


reforzar su alianza con China. Las relaciones entre ambos países seguían siendo un
factor crucial de la política exterior de la URSS. La alianza chino-soviética de febrero
de 1950 hacía que la política exterior rusa se pareciera a la del águila imperial de los
zares, pues miraba tanto hacia Occidente como hacia Oriente. A la muerte de Stalin,
el Kremlin ya no pudo, o no quiso, tratar a las autoridades chinas como socios
inferiores. Los líderes del Presidium rivalizaban unos con otros por viajar hasta
Beijing. Su primer triunfo fue conseguir una invitación para una delegación de la
República Popular China (RPCh) a la Conferencia de Ginebra sobre la cuestión de
Indochina que se celebró en mayo-julio de 1954. Durante la misma, Zhou Enlai se
sentaría en la misma mesa que los representantes de Estados Unidos, Francia, Gran
Bretaña y la Unión Soviética. Molotov trató a los chinos con el respeto debido; tanto
él como otros líderes soviéticos creían que el regreso de China al club de las grandes
potencias constituía uno de los principales objetivos de la diplomacia soviética.[68] En
septiembre-octubre de 1954, Jrushchov se convertiría en el primer líder del Partido
Comunista de la Unión Soviética (PCUS) que viajaba a la RPCh. Fue un encuentro
ventajoso para ambas partes: Jrushchov se procuró la munición necesaria para
arrebatar el aura de estadista a Malenkov y Molotov; los líderes chinos obtuvieron de
Moscú el apoyo político y económico tan imprescindible en un momento en el que
Beijing entraba en confrontación con los nacionalistas de Taiwán por el archipiélago
costero.[69]
Jrushchov pensaba que había hecho todo lo necesario para encauzar las relaciones
chino-soviéticas. Cumplió finalmente la promesa de Stalin de devolver a China todos
los activos soviéticos en Manchuria (esto es, las empresas conjuntas, la base soviética
de Port Arthur y la línea ferroviaria). Se opuso a las objeciones que pusieron los
burócratas a la generosidad de los términos de la ayuda soviética a la RPCh. El
historiador Odd Ame Westad definiría la asistencia soviética a China entre 1954 y
1959 como el «Plan Marshall de la URSS». La asistencia equivalió al 7 por 100 de la

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renta nacional soviética correspondiente a dicho período. Miles de expertos soviéticos
trabajaron en China, contribuyendo a la modernización de la industria del país, a la
creación de una base científica y tecnológica moderna y a la construcción de un
sistema educativo y sanitario. En agosto de 1956, y a expensas de su propio plan
económico, los soviéticos ya estaban enviando a China la mayor parte del nuevo
equipamiento industrial que producían. Entre las élites de la URSS comenzó a
difundirse la romántica visión de que las relaciones chino-soviéticas eran
«verdaderamente fraternales» y se basaban en unos intereses comunes más que
nacionales. El Presidium decidió incluso ayudar a China en la elaboración de un
programa atómico propio. En consecuencia, los laboratorios nucleares soviéticos
recibieron la orden de colaborar con los chinos en la fabricación de una bomba de
uranio y de proporcionarles un prototipo funcional.[70]
Durante la crisis de Taiwán (agosto de 1954-abril de 1955), el Kremlin reaccionó
con preocupación ante las intenciones de Beijing de «liberar» la isla. Los potentados
de Moscú habían aprendido la lección de la guerra de Corea. Otro enfrentamiento
armado en Extremo Oriente habría hecho descarrilar los planes soviéticos en Europa
y, lo peor, habría arrastrado a la Unión Soviética a un enfrentamiento con Estados
Unidos en un momento en que las estratégicas armas nucleares norteamericanas
podían alcanzar y destruir cualquier objetivo en territorio ruso (y las fuerzas
soviéticas seguían sin tener nada con que responder).[71] No obstante, el deseo de
afianzar la alianza chino-soviética era tan fuerte en Moscú, que los líderes del
Kremlin decidieron ofrecer apoyo político, económico y militar a la RPCh durante la
crisis de Taiwán. En la cumbre de Ginebra la delegación soviética apeló a
Eisenhower para que se llegara a una solución pacífica con la RPCh.[72]
Aparentemente, las relaciones chino-soviéticas mejoraban. Pero en la realidad ya
contenían las semillas de una futura escisión. Los chinos apoyaban la idea del Pacto
de Varsovia, pero su silencio respecto a otros aspectos de la diplomacia rusa,
especialmente en lo tocante a la reconciliación con Tito, era muy significativo.[73] A
ojos de las autoridades chinas, el Kremlin seguía desempeñando un papel de
superioridad en las relaciones con su país, y ellas querían que éstas fueran «de igual a
igual». El historiador Chen Jian considera que ese deseo de Beijing de una
«igualdad» poco definida era en realidad el reflejo de una mentalidad china de
superioridad.[74] Lo que significa que, hicieran lo que hicieran las nuevas autoridades
soviéticas, nada resultaría suficientemente satisfactorio para sus aliados chinos. Mao
Zedong, en particular, quería desafiar la supremacía soviética en el mundo comunista
y abogar por la confrontación con el «imperialismo norteamericano» como verdadera
alternativa revolucionaria a la diplomacia de distensión.[75] Por otro lado, a finales del
mes de abril de 1955, Zhou Enlai asistió a la conferencia de países asiáticos celebrada
en Bandung, Indonesia, en la que la RPCh reconfirmó su adhesión a la declaración
sobre Pancha Shila, los cinco principios de coexistencia pacífica inspirados por el
código moral budista (el primer ministro hindú, Jawaharlal Nehru, empezó a referirse

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a ellos en 1952, y se convirtieron en la base de las conversaciones entre India y China
de junio de 1954). Visto con retrospectiva, resulta evidente que la nueva política
china no era más que una respuesta contraria a la nueva política exterior de los
soviéticos.

UN AÑO DE GRANDES CRISIS

El ataque de Jrushchov contra Stalin en un discurso secreto pronunciado el 25 de


febrero de 1956 durante el XX Congreso del PCUS inauguraría la fase final, y la más
dramática, de la lucha por la sucesión. La reciente desclasificación de los archivos ha
permitido a los historiadores el estudio de la situación política interna en la que se
produjo ese extraordinario acontecimiento.[76] A instancia del primer secretario, la
comisión del Presidium para la rehabilitación de las víctimas de Stalin preparó los
memorándums sobre las represiones llevadas a cabo por el dictador. Los hechos
recogidos por la comisión que aparecen en los archivos ofrecen una imagen gráfica
del asesinato de la Vieja Guardia bolchevique por orden de Stalin; no resulta
sorprendente que incluso algunos estalinistas convencidos del Presidium y de la
secretaría del partido quedaran realmente impactados, entre otros, Pyotr Pospelov,
jefe de la citada comisión.[77] Sin embargo, Molotov, Kaganovich y Voroshilov se
mostraron contrarios a la presentación de esos descubrimientos ante el Congreso.
Jrushchov desarmó a sus oponentes amenazando con recurrir a los delegados del
Congreso. Y volvió a utilizar la misma arma que en el pasado lo había ayudado en su
enfrentamiento con Malenkov y Molotov, convocó el pleno y consiguió que los
desprevenidos delegados autorizaran formalmente el informe especial sobre Stalin.
[78] El memorándum preparado por la comisión no satisfizo a Jrushchov, quien, como

el Congreso ya había sido inaugurado, optó por seguir con su objetivo a través de su
discurso sobre Stalin. Tras pronunciar el discurso, se puso a improvisar; y sus
improvisaciones, según han contado varios testigos, fueron mucho más emotivas y
categóricas que el texto preparado. A Jrushchov no le iban las medias tintas: una vez
estuvo decidido a acabar con el culto a Stalin, empezó a hacerlo añicos. Cuando
encontrara resistencia, la arrollaría sin piedad.[79]
Durante un tiempo dio la impresión de que la política de desestalinización y la
nueva política exterior se reforzaban una a otra. Buen ejemplo de ello es el rápido
ascenso de Dmitri Shepilov, que en junio de 1956 sustituyó a Molotov en la cartera
de Exteriores. En poco tiempo, Shepilov pasó, de editor de Pravda, a ocupar el
puesto de secretario del Comité Central. Ayudó a Jrushchov a corregir su discurso
secreto. Tenía aquello de lo que Jrushchov carecía: cultura, erudición, una buena
pluma y sólidos conocimientos de la literatura marxista. El primer secretario esperaba
de él que representara en el extranjero el nuevo rostro de la diplomacia soviética con
un espíritu de diálogo, compromiso y distensión.

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Hasta entonces, la lucha entre Jrushchov y Molotov había complicado el
funcionamiento cotidiano de la política exterior soviética. Incluso después del pleno
de julio de 1955, los funcionarios del Ministerio de Exteriores seguirían atrapados
entre el martillo de Molotov y el yunque de Jrushchov. Sus ideas y propuestas
sirvieron de armas en la guerra que libraban el ministro de Exteriores y el primer
secretario, lo que provocó que esas propuestas acabaran siendo sacrificadas,
recortadas o pospuestas.[80] Dio la impresión de que, cuando Molotov fue sustituido,
dejó de producirse esta mezcla desastrosa de política y rivalidad personal con el
proceso de toma de decisiones en materia de política exterior. Según el propio
Shepilov, Jrushchov lo trataba con respeto y confiaba plenamente en él.[81]
La llegada de Shepilov al Ministerio de Asuntos Exteriores comportó una mayor
receptividad de la política exterior soviética al asesoramiento de expertos y la
oportunidad de emprender una reforma de la osificada estructura de dicho organismo.
Stalin y Molotov habían apartado a la burocracia diplomática del verdadero objetivo
de la política exterior. Tanto los miembros del cuerpo diplomático como los
burócratas del ministerio vivían permanentemente en el terror de verse
«contaminados» por mantener contactos sospechosos con extranjeros. Los periodistas
y escritores rusos que en 1955 visitaron en Nueva York la misión soviética enviada
ante la ONU comentarían que los diplomáticos de su país les recordaron los
«cangrejos ermitaños», debido a que evitaban cualquier contacto con los
representantes de la nación sobre la que se suponía que debían emitir un informe.
Shepilov, partidario de un estilo de autoridad más democrático e interactivo, empezó
a fomentar los cambios.[82]
Pero esos cambios duraron poco. Jrushchov no quería un titular de exteriores
fuerte e independiente. Ello se hizo patente en el curso de la crisis de Oriente Medio
provocada por la decisión del líder egipcio, Nasser, de nacionalizar el canal de Suez.
A comienzos de agosto de 1956 el Presidium envió a Shepilov a una conferencia
internacional que se celebraba en Londres para discutir ese asunto. En un principio,
Jrushchov abogó por la cautela en un discurso que pronunció ante el Presidium. En
lugar de una postura agresiva y rígida contra Gran Bretaña y Francia, propietarias del
canal, el primer secretario defendió una posición «flexible, objetiva y profundamente
analítica». Con el apoyo de Zhukov, Malenkov, Bulganin y otros, Jrushchov sugirió
que la Unión Soviética debía tranquilizar a las potencias occidentales aclarando sus
intenciones: no había ningún plan de «comerse a Egipto y capturar el canal de Suez».
La URSS, indicó Jrushchov, debía poner de relieve que su interés radicaba «sólo en el
libre tránsito de barcos [por el canal]».[83]
Durante la conferencia, Shepilov mantuvo una posición moderada siguiendo las
instrucciones recibidas e hizo todo lo posible por promover una mediación conjunta
de norteamericanos y soviéticos en la crisis y por evitar una fricción excesiva entre la
URSS, por un lado, y Gran Bretaña y Francia por otro. Sin embargo, todo cambió y
se hizo más difícil posteriormente, cuando las potencias occidentales rechazaron las

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iniciativas soviéticas. De la noche a la mañana, Jrushchov pasaría de una postura de
moderación a seguir una línea dura. El primer secretario probablemente se sintiera
tentado por la oportunidad de dar una lección a Londres y a París y demostrar su
solidaridad con Nasser.[84] Pero Shepilov hizo caso omiso de la orden del Kremlin de
denunciar las «descaradas acciones de pillaje y de asalto a mano armada» cometidas
por los países de Occidente. Y Jrushchov montó en cólera por el alarde de
independencia que había hecho su protegido. El 27 de agosto de 1956, en una
alocución ante el Presidium, el primer secretario calificaría la iniciativa de Shepilov
de «peligrosa».[85] Cuando a finales de octubre estallara la guerra entre Egipto, por un
lado, y Gran Bretaña, Francia e Israel por otro, la belicosidad y las tentaciones
ideológicas de Jrushchov primarían por encima de la moderación: el primer secretario
no dudaría en utilizar por primera vez la amenaza nuclear para recalcar la presencia
política de la URSS en Oriente Medio.[86]

A finales del verano de 1956, Polonia se había convertido en un semillero de


disturbios y conflictos dentro del bloque soviético. Los integrantes del gobierno
conjunto de la URSS, pese a la reciente reconciliación con la Yugoslavia de Tito,
consideraban que el eslogan, «el camino polaco al socialismo», era el comienzo del
final del Pacto de Varsovia. En sus debates internos, los miembros del Presidium
utilizaban el mismo lenguaje que Pravda: «Los imperialistas [de Occidente]»
pretenden «separarnos», empleando el lenguaje de los caminos nacionales, «y acabar
con todos nosotros uno a uno». Con el objetivo de dar impulso a los comunistas
polacos leales, acordaron retirar a los asesores del KGB soviético de los órganos de
seguridad de Polonia y la concesión de ayuda económica a este país.[87] Pero en sus
mentes todavía se mantenía fresca la experiencia vivida en 1953 en la RDA.
La preocupación del Kremlin se transformó en verdadero pánico el 19 de octubre
de 1956, cuando tuvo conocimiento de que los comunistas polacos habían convocado
un pleno, sin consultar con Moscú, con el fin de sustituir a su líder, Edward Ochab,
por Wladyslaw Gomulka, quien había sido expulsado del Partido Unificado de los
Trabajadores de Polonia (PUTP) —el partido comunista polaco— y había
permanecido en prisión desde 1951 hasta 1954 acusado de «desviacionismo
nacionalista». Al mismo tiempo, los dirigentes polacos exigieron también la marcha
de los asesores militares soviéticos, así como la del mariscal Konstantin Rokossovski,
ciudadano ruso de ascendencia polaca que había sido nombrado ministro de Defensa
de Polonia por Stalin. Jrushchov y otros potentados del Kremlin se trasladaron
inmediatamente a Varsovia y trataron de intimidar a Gomulka y a sus colegas con
duras palabras y la fuerza bruta, utilizando la presencia de tropas soviéticas en suelo
polaco. La delegación rusa regresó a Moscú el 20 de octubre en un estado de gran
tensión y agitación. Ese mismo día el Presidium llegó a una conclusión: «no nos
queda más remedio que poner fin a lo que está sucediendo en Polonia». Llegado este
punto, las notas de Vladimir Malin se vuelven especialmente crípticas, pero es

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probable que las autoridades del Kremlin decidieran dar los pasos preliminares para
el envío de tropas soviéticas con el objetivo de reemplazar a los dirigentes polacos.
Sin embargo, cuando Rokossovski fue destituido del Politburó del PUTP, la dirección
colegiada de la URSS empezó a contemporizar. Inesperadamente, Jrushchov sugirió
que se adoptara una actitud de «tolerancia» y reconoció que «cualquier intervención
militar, bajo las actuales circunstancias, debe abortarse de inmediato». El Presidium
se mostró unánimemente de acuerdo.[88]
La razón principal de este sorprendente cambio de opinión tal vez debamos
buscarla en el discurso pronunciado por Gomulka ante el pleno de su partido después
de que la delegación del Kremlin abandonara Polonia. Prometió construir el
«socialismo» y cumplir con las obligaciones que implicaba el Pacto de Varsovia. Otro
factor que contribuyó al cambio de actitud del Kremlin fue la reacción que tuvieron
los chinos. Los polacos apelaron a otros dirigentes comunistas del mundo,
especialmente a los de China, rogándoles que intercedieran para evitar la inminente
invasión soviética. Más tarde, cuando las aguas se calmaron, Mao Zedong
reconocería que «el PCCh rechazó categóricamente la propuesta soviética [de
intervención] e intentó exponer directamente la posición de China enviando de
inmediato una delegación a Moscú encabezada por Liu Shaoqi». En una asamblea
convocada con carácter de urgencia por el Politburó del PCCh, Mao Zedong culpó de
la crisis de Polonia a la tendencia al «chovinismo de gran potencia» imperante en
Moscú. Inmediatamente después de la reunión, el líder chino pidió al embajador
soviético, Pavel Yudin, que transmitiera a Jrushchov el rechazo de China a una
intervención militar.[89]

El 23 de octubre Budapest y el resto de Hungría se alzaron contra el régimen


comunista. En vista del peligro evidente que se corría, la dirección colegiada del
Kremlin cerró filas y actuó con unanimidad. Sin embargo, las viejas desavenencias
políticas y personales aún no habían acabado. Los defensores de la desestalinización
y de la nueva política exterior tenían buenas razones para oponerse a una intervención
militar directa de la URSS en Hungría, pues semejante acto podía socavar los
esfuerzos iniciados en 1955 por vender a Occidente una nueva imagen pacífica de la
Unión Soviética. De manera rotunda, Molotov, Kaganovich y Voroshilov echaron la
culpa de todo lo que estaba sucediendo a esa línea política y a Jrushchov
personalmente. Como el Presidium seguía actuando por consenso, las desavenencias
existentes en su seno no podían desembocar en una ruptura declarada. Los partidarios
de Jrushchov, e incluso él mismo, cambiaban de postura dependiendo de la dirección
que tomaran los debates y el marco en que se inscribieran. Como ocurriera con las
discusiones de la cuestión alemana durante la primavera y el verano de 1953, el
proceso de toma de decisiones sobre Hungría fue tumultuoso y difícil, lo que viene a
reflejar la complejidad de la situación, así como los cálculos personales y políticos de
los dirigentes del Kremlin. El 26 de octubre, tanto los partidarios como los enemigos

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secretos de Jrushchov en el Presidium aprobaron que las tropas soviéticas entraran en
Budapest. El 30 de octubre, sin embargo, el Presidium cambió de opinión y optó por
la política de la negociación, dando además su visto bueno a una declaración de los
nuevos principios que en adelante guiarían las relaciones de la Unión Soviética «con
otros países socialistas».[90]
Durante largo tiempo los observadores extranjeros consideraron que esa
declaración no era más que una pérfida trampa tendida por Moscú, pero los
historiadores han podido constatar recientemente que fue fruto de los complejos
debates del Presidium, los cuales concluyeron con la decisión de renunciar al uso de
la fuerza militar en Hungría. El fracaso del empleo sin demasiada convicción de
tropas soviéticas para sofocar la sublevación de Budapest, y el número de bajas
resultantes de la acción militar, fue lo que hizo inclinar la balanza. Desde la capital
húngara, Mikoyan, el enviado especial del Presidium, defendió con consistencia y
coraje la política de la negociación y las soluciones de compromiso. Mijail Suslov,
otro emisario, se vio obligado a adoptar la misma postura. Zhukov y Malenkov
apoyaron la retirada de las tropas.[91]
Un factor inesperado que influyó en los debates del Presidium fue la presión
ejercida por una delegación china encabezada por Liu Shaoqi. Los chinos habían
llegado a Moscú el 23 de octubre para discutir la cuestión polaca, pero en lugar de
ello se convirtieron en espectadores de los debates del Kremlin en torno a la
revolución de Hungría. En un primer momento, Mao Zedong, desconocedor de lo que
sucedía en las calles de Budapest, ordenó a la delegación enviada a Moscú oponerse a
la injerencia soviética en los asuntos de Hungría y de Polonia. Sorprendentemente,
los chinos indicaron que las autoridades soviéticas debían suscribir los principios de
«coexistencia pacífica» derivados de la Conferencia de Bandung en lo concerniente a
las relaciones entre los países adscritos al Pacto de Varsovia. Al parecer, Mao pensó
que se trataba de un momento muy oportuno para dar a los soviéticos una lección por
su arrogancia imperialista y de resaltar la importancia del PCCh en el movimiento
comunista mediando entre los soviéticos y sus satélites del este de Europa. Inducido
por los argumentos de sus propios partidarios y los de los comunistas chinos,
Jrushchov propuso una política de negociaciones y una declaración basada en la
alternativa presentada por los chinos.[92]
La propuesta de dejar en paz a Hungría dividió a los miembros del Presidium.
Bulganin, Molotov, Voroshilov y Kaganovich defendían el derecho de la URSS a
intervenir en los asuntos de «partidos hermanos». Por supuesto, esto significaba que
la fuerza militar soviética podía ser utilizada para reinstaurar regímenes comunistas.
Luego el ministro de Exteriores, Shepilov, pronunció un discurso elocuente a favor de
la retirada. Dijo que el curso de los acontecimientos ponía de relieve «la crisis en
nuestras relaciones con los países de democracias populares. Los elementos
antisoviéticos se están propagando» por Europa Central, y, por lo tanto, la declaración
debería ser sólo un primer paso hacia la «eliminación de los elementos de

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despotismo» existentes en las relaciones entre la Unión Soviética y otros miembros
del Pacto de Varsovia. Zhukov, Ekaterina Furtseva y Matvei Saburov hablaron, uno
tras otro, a favor de la retirada.[93]
El ímpetu no intervencionista dio un vuelco al día siguiente, 31 de octubre,
cuando el Presidium votó con la misma unanimidad encargar al mariscal Ivan Konev
los preparativos para una intervención militar decisiva en Hungría. Matvei Saburov
recordó al Presidium que el día antes había llegado a la conclusión de que una
intervención militar en Hungría habría servido de «justificación para la OTAN».
Molotov replicó secamente que «la decisión de ayer fue sólo una componenda», y los
demás miembros del Presidium se pronunciaron unánimemente en contra de lo que
habían dicho apenas veinticuatro horas antes.[94]
Algunos especialistas han atribuido este sorprendente cambio de opinión a
acontecimientos externos, sobre todo a los informes del horrible linchamiento de
comunistas en Hungría, a los temores de Gomulka de que la caída del comunismo en
Hungría hiciera que Polonia siguiera sus pasos y a la agresión franco-británica-israelí
contra Egipto. También se había producido un gran efecto «indirecto» dentro de la
propia Unión Soviética: revueltas en las regiones del Báltico y Ucrania Occidental y
manifestaciones y huelgas de hambre protagonizadas por estudiantes en Moscú,
Leningrado y otras ciudades. La confianza en las autoridades había caído entre los
intelectuales y otros grupos sociales.[95] Todos estos acontecimientos y todos estos
factores, sin embargo, también eran una realidad el día anterior. La declaración de
guerra franco-británica en Egipto difícilmente influiría en el cambio de opinión de
Jrushchov. El 28 de octubre, por poner un ejemplo, el líder soviético se manifestó en
los siguientes términos a propósito de la crisis del canal de Suez: «Los ingleses y los
franceses están armando jaleo en Egipto. No debemos dejarnos ver con semejante
compañía». En otras palabras, no quería que la Unión Soviética fuera vista como una
potencia agresiva, preparando la invasión de otro país. El 31 de octubre, no obstante,
Jrushchov vio esa misma situación con ojos bien distintos: «Si nos vamos de Hungría
no haríamos más que alentar las aspiraciones de norteamericanos, británicos y
franceses: los imperialistas. A Egipto podrían añadir entonces Hungría».[96] La
noticia decisiva que hizo inclinar la balanza fue la declaración del líder húngaro Imre
Nagy en el sentido de que su gobierno había decidido retirar a Hungría del Pacto de
Varsovia.
Jrushchov se encontró ante una situación terriblemente apurada. No quería
socavar su propia política exterior y la nueva imagen de la Unión Soviética. Al
mismo tiempo, hacía mucho que temía que la URSS acabara retirándose de Europa
Central y que de ese modo sus rivales en la dirección colegiada acabaran
imponiéndose. Probablemente tuviera razón, pues la mayoría de los miembros del
aparato del partido y las altas jerarquías militares creían que la desestalinización
radical era el peor error político de Jrushchov.[97] El 31 de octubre éste se adelantó a
las críticas de los partidarios de la línea más dura que habrían arremetido contra él si

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hubiera «perdido» Hungría. Al mismo tiempo, en respuesta a los reproches de
Molotov, que lo acusaba de actuar de manera unilateral, decidió que únicamente se
llevarían a cabo intervenciones militares si los líderes de las otras «democracias
populares», esto es, la China comunista y la Yugoslavia de Tito, daban su
consentimiento. Tras unos cuantos días de viajes y consultas, la opción militar recibió
un apoyo unánime. La mañana del día 4 de noviembre de 1956 las tropas del mariscal
Konev invadían Hungría.[98]
Mikoyan escribió en sus memorias que la intervención soviética en Hungría
«enterró» cualquier esperanza de distensión. En la propia Unión Soviética, el proceso
de liberalización se vio sustituido por una oleada de arrestos y expulsiones de
estudiantes, trabajadores e intelectuales. El primer secretario salió de la crisis casi
como un incapaz. Durante las discusiones que mantuvo el Presidium en torno a la
cuestión húngara a comienzos de noviembre, Jrushchov permaneció insólitamente
silencioso. Cuando intentaba, como hizo repetidas veces, arremeter contra Molotov,
éste le contestaba, dejándolo como un trapo: «Deberías parar de darnos órdenes».[99]
Los líderes chinos comenzaron también a dirigirse a los soviéticos con mucha más
autoridad. Según la versión china de los hechos, la intervención de la República
Popular China salvó a Polonia de la invasión rusa, pero luego hizo que Jrushchov
dejara sus dudas de lado y siguiera con su determinación de reinstaurar el
«socialismo» en Hungría.[100] Tras la invasión soviética de Hungría, Zhou Enlai
realizó una gira por Europa Central y a continuación se trasladó a Moscú el 18 de
enero de 1957. Le hizo ver a Jrushchov tres errores: la falta de un análisis general, la
falta de autocrítica y la falta de consultas con los países hermanos. Abandonó la
URSS con la opinión de que las autoridades del Kremlin carecían de refinamiento y
madurez política.[101]
Desde su posición de debilidad, Jrushchov necesitaba la amistad de Mao, y toleró
el nuevo papel de China. En su entrevista con Zhou Enlai, cedió a las críticas de
China. Durante una recepción en la embajada del gigante asiático, invitó a todos los
comunistas «a aprender de Stalin cómo debe combatirse». Más tarde Molotov
recordaría con sarcasmo que «cuando vino el camarada Zhou Enlai, empezamos a
decir llenos de entusiasmo que todo el mundo debería ser un comunista como Stalin;
pero cuando Zhou Enlai se marchó, dejamos de decirlo».[102]
Molotov, que estaba convencido de que los «titoístas» nunca iban a ser amigos o
aliados de fiar, seguramente tuviera una sensación agridulce cuando las relaciones
soviético-yugoslavas volvieron a deteriorarse tras el acercamiento de 1955. Aunque
había apoyado la decisión soviética de intervenir en Hungría y de eliminar de la vida
política al líder húngaro Imre Nagy, Tito se vio en un gran apuro cuando —casi por
casualidad— Nagy y sus camaradas acabaron buscando refugio en la embajada
yugoslava de Budapest. Tras valorar la reputación de independencia que tenía
Yugoslavia en el ámbito internacional, se negó a entregar a Nagy a los soviéticos. Se
desencadenó un fuerte altercado entre Tito y las autoridades del Kremlin. Un poco

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más tarde, durante su discurso en Pula el 11 de noviembre de 1956, Tito habló acerca
de los «problemas sistémicos» del estalinismo, culpando en parte a las fuerzas
conservadoras del PCUS de la tragedia que se vivía en Hungría. También dijo que los
partidos comunistas podían verse catalogados a partir de entonces como estalinistas o
no estalinistas. Estas palabras enfurecieron a Jrushchov, que durante años se referiría
a ellas tachándolas de «traicioneras y despreciables». El Presidium votó que se
permitiera que la polémica ideológica con Tito se hiciera pública en las páginas de
Pravda. La situación no mejoró cuando el KGB consiguió persuadir a Nagy y a sus
partidarios de que abandonaran la embajada yugoslava, y luego los detuvo para
ponerlos bajo la custodia de Rumanía. Poco tiempo después, los rumanos los
entregaron al gobierno colaboracionista húngaro de Janos Kadar. Nagy y algunos de
sus seguidores fueron ejecutados tras un juicio que se celebró en secreto, con el
beneplácito del Kremlin y diversos líderes comunistas europeos. En privado, Tito
seguramente respirara con alivio. En público, sin embargo, el gobierno yugoslavo
protestó por la ejecución.[103]
Las veleidades de Jrushchov socavaron su autoridad como hombre de estado entre
los estalinistas y los antiestalinistas indistintamente. El Comité Central empezó a
recibir una marea de cartas de miembros del partido que sentían una gran
preocupación, e incluso desprecio, por la forma de gobernar de Jrushchov. Algunos
exigían que se rehabilitara la figura de Stalin como gran hombre de estado y
advertían que el enemigo daría caza a una Unión Soviética «desmovilizada» y
despreocupada si Jrushchov seguía haciendo de las suyas. Otros se preguntaban si
había «dos Jrushchov» en el Comité Central del partido: el que por un lado
denunciaba a Stalin y el que por otro instaba al pueblo soviético a aprender de él.[104]

DEFUNCIÓN DE LA DIRECCIÓN COLEGIADA

La débil posición de Jrushchov animó a sus rivales del Presidium a unir fuerzas
contra él. En junio de 1957 Molotov y Kaganovich pensaron que era el momento
oportuno para echarlo y decidieron tenderle una trampa durante una reunión del
Presidium. Jrushchov era uno de los pocos que no sabía ver el peligro que corría su
autoridad. «Parecía que se creaba enemigos adrede», reflexionaría más tarde
Mikoyan, «pero no se daba cuenta de ello». Malenkov, Bulganin, Voroshilov,
Saburov y Pervujin, antiguos aliados de Jrushchov con los que éste también había
conseguido indisponerse, se unieron a la trama urdida contra él. Incluso Dmitri
Shepilov decidió que Jrushchov debía abandonar el poder.[105]
Pero la falta de unidad política entre los conspiradores constituía un verdadero
problema: Molotov y Shepilov criticaban a Jrushchov desde posturas bien distintas y
por razones bien diversas. Los conspiradores también se olvidaban de que Jrushchov
tenía en sus manos toda la fuerza del poder del estado. La mayor parte de los
miembros de la Secretaría, todos ellos protegidos de Jrushchov, lo apoyaban frente a

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los potentados del Presidium. El ministro de Defensa, el mariscal Zhukov, y el
director del KGB, Iván Serov, se convirtieron unos aliados decisivos durante toda la
crisis. Con la colaboración de los miembros de la Secretaría, de Zhukov y de Serov,
Jrushchov convocó con carácter de urgencia un pleno del Comité Central que
restauró su supremacía y en el que se denunció a los conspiradores, acusándolos de
constituir un «grupo antipartido». La documentación relativa al pleno de junio de
1957, aunque obviamente sesgada a favor del victorioso Jrushchov y en contra del
«grupo antipartido» formado por sus adversarios, ofrece una curiosa perspectiva del
carácter inextricablemente unido de la política interior y exterior de la URSS.[106]
La oposición acusó a Jrushchov de destruir la dirección colegiada y de crear un
nuevo monopolio en la toma de decisiones en materia de política exterior y otras
cuestiones. Molotov denunció la nueva doctrina de Jrushchov, según la cual el
acuerdo entre las dos potencias nucleares, esto es, la Unión Soviética y Estados
Unidos, podía convertirse en una base sólida para la distensión internacional. Puso de
relieve su convicción de que, mientras existiera el imperialismo, tal vez pudiera
posponerse, pero no evitarse, una tercera guerra mundial. También dijo que la
doctrina de Jrushchov ignoraba el papel que desempeñaban «todos los demás países
socialistas, con la excepción de la URSS», especialmente la República Popular
China. Además de estas cuestiones doctrinales, a Molotov le repugnaba el estilo
campechano, grosero e informal de Jrushchov y su diplomacia personalizada.[107]
Mikoyan fue el que replicó más enérgicamente al grupo de opositores. Recordó
las recientes crisis de Polonia, Hungría y Suez, y terminó diciendo que tanto la
unidad de los dirigentes soviéticos como las audaces iniciativas puestas en marcha
por Jrushchov habían contribuido por igual a la resolución de esos problemas.
También acusó a Molotov, Malenkov y Kaganovich de estrechez de miras en su
enfoque, puramente presupuestario, de las relaciones comerciales y económicas con
los países comunistas de Europa Central y con estados neutrales como Austria y
Finlandia. Añadió que Jrushchov, por el contrario, consideraba que los subsidios a
esos países constituían una necesidad vital que venía dictada por los intereses de la
seguridad nacional de la URSS. «Creemos que debemos crear una base económica
para nuestra influencia sobre Austria, para reforzar su estatus de neutralidad, de modo
que Alemania Occidental no pueda convertirse en el único catalizador [económico y
comercial] de Austria». Y en cuanto al bloque soviético, dijo: «Si dejamos a
Alemania Oriental y a Checoslovaquia sin órdenes [de compra], todo el bando
socialista empezará a derrumbarse».[108]
Muchos delegados del pleno simpatizaban más con la visión conservadora de
Molotov que con subsidios de Jrushchov y su facilidad para provocar crisis. Ni el
partido ni las élites del estado eran favorables a la distensión (muchos de sus
integrantes eran más partidarios de la línea dura, más militaristas y más rígidos que la
mayoría «ilustrada» del Presidium). Al tiempo que rechazaban el dogmatismo de
Molotov y denunciaban los errores de la política exterior de Stalin, la mayoría de los

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asistentes a los plenos utilizaba un lenguaje de marcados tintes ideológicos en sus
debates sobre asuntos internacionales y seguridad militar. Sin embargo, no era la
política exterior lo que determinaba su postura. Bien al contrario, algunos delegados
temían que, si Molotov y Kaganovich lograban imponerse, «volviera a correr la
sangre». Por otro lado, la desaparición del viejo grupo oligárquico significaba la
promoción de los individuos cuyo nombramiento había sido dictado por Jrushchov.
Uno de los que tomó la palabra se quejó de que Molotov «sigue pensando que aún
llevamos pantalones cortos».[109] Leonid Brezhnev se encontraba en el grupo que
sustituyó a los oligarcas purgados en la dirección política. Como quedaría
demostrado con el paso del tiempo, el nuevo Presidium que asumió el poder a partir
de 1957 estaba lleno de mediocridades muy por debajo de la vieja oligarquía en
cuanto a energía, talento, conocimientos y horizontes.[110] Tenían, sin embargo, una
ventaja desde el punto de vista de Jrushchov: creía que dependían totalmente de él.
En octubre Jrushchov culminó su supremacía cuando se deshizo de su mayor
aliado, pero también a veces personaje crítico e independiente: el ministro de
Defensa, el mariscal Georgi Zhukov. Como en ocasiones anteriores, y con el fin de
dar legitimidad a su acción, convocó un pleno especial para los días 28-29 de octubre
de 1957. Las actas del pleno no arrojan demasiada luz sobre los turbios detalles de
este asunto, pero ponen de manifiesto que había razones (al menos en el ambiente de
las luchas por el poder que siguió a la muerte de Stalin) para que Jrushchov
sospechara que Zhukov, junto con el jefe del GRU, Sergei Shtemenko, se había
dedicado a conspirar contra él. Pero es mucho más probable que fuera el KGB quien
comunicara a Jrushchov lo que éste quería oír a propósito de Zhukov. Poco antes de
que este hecho ocurriera, Zhukov, junto con Andrei Gromiko, había dicho ante el
Presidium que Moscú debía aceptar la idea de «cielos abiertos» promovida por los
norteamericanos. Estaba convencido de que Estados Unidos se echaría atrás, lo que
daría a la propaganda soviética más puntos a su favor. Jrushchov era escéptico, y en
el pleno de octubre se aferró a este episodio para criticar a Zhukov, tanto por su falta
de dureza ante la propuesta de Eisenhower, como por su actitud belicista, afirmando
que lo que el mariscal quería era utilizar los reconocimientos aéreos para preparar un
primer ataque.[111] No iba a ser la última vez que las luchas políticas en el seno del
Kremlin acabaran con una apertura diplomática potencialmente prometedora.
Al margen de todas esas falsas acusaciones, los debates del pleno nos ofrecen una
valiosa perspectiva de lo que pensaban y discutían al más alto nivel las autoridades
políticas y militares de la Unión Soviética. Jrushchov intentó demostrar ante los
delegados, especialmente a los militares, que él, y no Zhukov, era quien sabía
combinar mejor unas ofensivas diplomáticas de paz con el incremento de poder
militar.[112] Fueran cuales fuesen las dudas de los militares soviéticos acerca de todo
ese asunto, lo cierto es que apoyaron unánimemente al líder del partido y pusieron en
la picota a Zhukov.

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Sería el último pleno del mandato de Jrushchov en el que un debate trascendental
de política exterior se convertiría en materia de las luchas de poder en la cumbre. La
dirección colegiada y las series periódicas de enfrentamientos en el seno del Kremlin
habían pasado a la historia. Jrushchov, cada vez más rodeado de individuos
dispuestos a acatar sus órdenes ciegamente, no tardaría en convertirse en el único
responsable de la toma de decisiones en medio del más absoluto vacío. Tras la
eliminación del «grupo antipartido» y de Zhukov, los debates políticos del Presidium
pasaron rápidamente a ser ejercicios de ritualismo estéril. Jrushchov, autodidacta de
una astucia y un instinto extraordinario, nunca sintió demasiado la necesidad de
recurrir a la experiencia y el consejo de los demás. Todos los departamentos de
investigación y análisis que pudiera seguir habiendo en el KGB, el Ministerio de
Asuntos Exteriores y el Comité Central se extinguieron bajo el gobierno de
Jrushchov.[113]
La elección del sucesor de Shepilov que hizo Jrushchov fue un claro indicio de
sus verdaderas intenciones. Hombre austero y poco carismático, Andrei Gromiko era
incapaz de brillar en la escena internacional y desde luego no brilló. Jrushchov
decidió convertirse en su propio ministro de Asuntos Exteriores, del mismo modo que
sería su propio jefe de los servicios de inteligencia o su propio ministro de
Agricultura entre los muchos papeles que desempeñó. El joven y refinado
diplomático Oleg Troyanovski, que en abril de 1958 pasaría a ser ayudante de
Jrushchov en materia de política internacional, recuerda que se dio cuenta
inmediatamente de que la política exterior de la URSS iba a experimentar una
transformación notable.[114] El líder soviético, tras su triunfo en el ámbito nacional,
decidió que estaba preparado para introducir cambios importantes en la política
exterior del país. Anhelaba demostrar a las élites políticas y a los militares que era
capaz de superar a Stalin en la expansión del poder soviético y su esfera de
influencia.

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5

La cultura nuclear de Jrushchov,1953-1963

Que ese invento [la bomba atómica] penda sobre los


capitalistas como la espada de Damocles.

JRUSHCHOV a los ingenieros nucleares soviéticos,


julio de 1961

El 4 de octubre de 1957, un misil balístico intercontinental (ICBM) soviético lanzó


un satélite cuya órbita lo condujo hasta Norteamérica.[1] El Sputnik era un satélite
inofensivo y pacífico, pero los analistas norteamericanos se dieron cuenta también de
que un misil como ése podía transportar una carga nuclear de varios megatones. Casi
inmediatamente, esos mismos expertos advirtieron de la existencia de una
«desventaja misilística» que eventualmente podía dar a la URSS la capacidad de
destruir las fuerzas estratégicas estadounidenses en un ataque sorpresa. A los
norteamericanos, semejante situación les hacía recordar Pearl Harbor, lo que
incrementaba su sensación de repentina pérdida de seguridad. A lo largo y ancho de
Estados Unidos, las familias de clase media se pusieron a ahorrar para construir
refugios nucleares. Los niños participaban en terribles ejercicios de «al suelo y a
cubrirse», en los cuales aprendían a protegerse de una eventual explosión atómica
refugiándose debajo del pupitre. Un amigo mío que pasó su niñez en Nueva York allá
por los años cincuenta recuerda haberse puesto a mirar durante uno de esos ejercicios
la silueta de los rascacielos de Manhattan para comprobar si el Empire State seguía
en pie.[2]
En realidad, era a los soviéticos a los que les tocaba sentir el miedo nuclear. El
equilibrio militar estratégico se decantaba de manera abrumadora a favor de Estados
Unidos. La defensa estratégica soviética, dice Steven Zaloga, era «horriblemente
cara, técnicamente frágil, y estaba condenada a una obsolescencia prematura». Y los
soviéticos carecían además de fuerzas estratégicas nucleares capaces de tomar
represalias en caso de un primer ataque norteamericano. Al mismo tiempo, Estados
Unidos se basaba en la estrategia de «primer uso» del armamento atómico. Los
norteamericanos planeaban utilizar las armas nucleares contra la Unión Soviética
para evitar que los rusos se adueñaran de Europa Occidental. El Pentágono creó bases

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para establecer bombarderos y misiles estratégicos no sólo en territorio
norteamericano, sino también en los territorios de sus aliados, concretamente en Gran
Bretaña, Alemania Occidental, Italia y Turquía.[3]
Hasta hace poco no se sabía casi nada acerca de las reacciones de la URSS ante la
revolución termonuclear y la carrera armamentística con Estados Unidos en la que se
enzarzó. Algunos especialistas postulaban que el factor nuclear obligó a Moscú a
comportarse de una manera más responsable y moderada durante la Guerra Fría.[4] En
realidad, lo que ocurrió fue todo lo contrario. La estrategia de contención y la
superioridad estratégica de los norteamericanos hicieron creer a los soviéticos que no
tenían más opción que la resistencia o la rendición incondicional.[5] Enfrentado a
semejante alternativa, el veleidoso líder soviético Nikita Jrushchov optó por resistir.
Decidió soslayar la superioridad nuclear norteamericana mediante la política
soviética de extremismo nuclear, utilizando los misiles atómicos como argumento
definitivo durante las crisis internacionales. Semejante decisión provocó los riesgos
más peligrosos protagonizados por los soviéticos durante toda la Guerra Fría.

LA BOMBA Y EL DOGMA

Stalin murió justo al comienzo de la revolución termonuclear. En 1953, los


programas militares soviéticos ya habían producido varios tipos de armas atómicas,
misiles de medio alcance, sistemas de defensa antimisiles, misiles de crucero y
submarinos nucleares. Pero resulta que aquello no fue más que la primera fase del
gran salto dado por las fuerzas estratégicas nucleares de la URSS. Viktor Adamski,
veterano del proyecto nuclear soviético, recuerda que «los años 1953-1962 fueron los
más productivos en el desarrollo de armamento termonuclear».[6]
Mientras vivió Stalin, el programa atómico raramente se discutió, si es que alguna
vez llegó a discutirse, en el Politburó, y la información en torno a las pruebas
atómicas norteamericanas y soviéticas nunca se extendió más allá de un círculo
restringido de altos cargos, entre ellos Lavrenti Beria, el ministro de Defensa
Bulganin y los grados más altos de la cúpula militar.[7] Llegó entonces la noticia de la
inminente gran prueba de la bomba de fisión diseñada por Andrei Sajarov y Vitali
Ginzburg en el laboratorio secreto «Arzamas-16». En julio de 1953, un vicedirector
del proyecto nuclear, Avraami Zaveniagin, comunicaba a los delegados del pleno del
partido lo siguiente: «Los norteamericanos, por orden de Truman, han empezado a
trabajar en la bomba de hidrógeno. Nuestro pueblo y nuestro país no son unas
nulidades. La bomba de hidrógeno es cientos de veces más poderosa que una simple
bomba atómica, y su explosión, en proceso de preparación en estos momentos,
supondrá la liquidación del segundo monopolio de los americanos. Será un
acontecimiento de capital importancia en la política mundial».[8]

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La primera prueba soviética con la bomba de hidrógeno, que tuvo lugar el 12 de
agosto de 1953, suministró a los dirigentes soviéticos una enorme carga de
optimismo. Durante cierto tiempo, los líderes del Kremlin creyeron, erróneamente,
que la Unión Soviética se había puesto a la cabeza en la carrera nuclear. Jrushchov
recuerda su entusiasmo: «Nadie más tenía una bomba como esa, ni los americanos ni
los británicos. La idea me superaba. Hicimos cuanto estaba en nuestro poder para
asegurarnos la pronta realización de los planes de Sajarov». Andrei Sajarov se
convirtió inmediatamente en el niño bonito del Kremlin. Según cierto proyecto,
aprobado el 20 de noviembre de 1953 por el Presidium del Consejo de Ministros, la
bomba de Sajarov, cuya potencia fue aumentada de uno a dos megatones, debía ser
montada en un enorme misil intercontinental. Dicho misil sería diseñado por otro
colosal complejo creado por Stalin. El principal diseñador del misil intercontinental,
Sergei Korolev, prometió llevar a cabo las últimas pruebas a finales de 1957.[9]
El poder termonuclear se convirtió de inmediato en objeto de la política del
Kremlin. Tras la detención de Beria, el «zar atómico» en tiempos de Stalin, otros
miembros de la dirección colegiada afirmaron que había pretendido utilizar el éxito
de la prueba para hacerse con el poder. Fuera cierto o no, era evidente que el
programa nuclear era demasiado importante para constituir el feudo exclusivo de un
solo político. Inmediatamente después de la detención de Beria, el Comité Atómico
Especial y la Primera Dirección General, los principales organismos al frente de los
programas nucleares soviéticos, se fusionaron en el Ministerio de Industria de
Construcción de Máquinas de Tamaño Medio. Viacheslav Malishev, director de la
producción de tanques durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el
ministro atómico. Aunque estaba estrechamente relacionado con Malenkov, no era
miembro del Presidium.[10] Pero esta innovación no puso fin a las disputas políticas
que rodeaban todo lo relacionado con la bomba atómica.
Mientras tanto, Estados Unidos desmintió las pretensiones de superioridad de
Moscú en materia de desarrollo termonuclear. En enero y febrero de 1954, el
secretario de Estado Dulles puso a todo volumen su retórica de «represalias masivas».
Y el 1 de marzo, los norteamericanos comenzaron una nueva serie de pruebas
nucleares con la explosión de una bomba de hidrógeno de quince megatones, cuya
fuerza explosiva era tres veces superior a la prevista por los científicos. Cuando la
enorme nube atómica que cubrió el Pacífico en una extensión de más de diez mil
kilómetros cuadrados contaminó a un pesquero japonés, se levantó un clamor
mundial exigiendo el cese de este tipo de pruebas. En una conferencia de prensa
celebrada el 10 de marzo, Eisenhower y Lewis Strauss, director de la Comisión de
Energía Atómica, reconocieron que una superbomba podía destruir toda un área
metropolitana y que una guerra termonuclear podía poner en peligro la civilización.
Tres meses antes, el 8 de diciembre de 1953, el presidente Eisenhower había
presentado en las Naciones Unidas su propuesta de «Atomos para la Paz», en un
intento de borrar la imagen de Estados Unidos como país que estaba preparándose

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para la guerra termonuclear. La propuesta de Eisenhower sugería la realización de
esfuerzos conjuntos en la exploración de una energía nuclear pacífica con el fin de
ayudar a las zonas subdesarrolladas del planeta. Sin embargo, a la luz de las
posteriores pruebas realizadas por los norteamericanos, la propuesta empezó a ser
vista como una hipocresía, una simple hoja de parra que pretendía disimular la
demostración de superioridad nuclear estadounidense.[11]
Los ingenieros nucleares soviéticos se dieron cuenta de que los norteamericanos
habían dado un paso de gigante en la construcción de armas de varios megatones. La
bomba de Sajarov no podía alcanzar tanta potencia. En consecuencia, Igor Kurchatov
y otros físicos nucleares perdieron interés por el diseño de Sajarov y no tardaron en
centrar su atención en el principio de compresión de la radiación, que Edgard Teller y
Stanislaus Ulam habían descubierto en enero de 1951 en Estados Unidos.[12] Más o
menos por esa misma época, el ministro atómico, Malishev, pidió a Kurchatov que
elaborara una contrapropuesta a la tesis de los «Atomos para la Paz» de Eisenhower.
Los científicos soviéticos aprovecharon esta oportunidad para llamar la atención de
los líderes del Kremlin sobre las turbadoras realidades de la revolución termonuclear.
El artículo resultante, titulado «El peligro de la guerra atómica y la propuesta del
presidente Eisenhower», llegó a los despachos de Malenkov, Jrushchov y Molotov el
1 de abril de 1954.[13] «La práctica atómica actual, basada en el empleo de la reacción
termonuclear», decían en su escrito los físicos, «permite aumentar la energía
explosiva contenida en una bomba prácticamente hasta el infinito. La defensa frente a
un arma semejante es prácticamente imposible, de modo que es evidente que el uso
de armas atómicas a escala masiva dará lugar a la devastación de los países
contendientes. No podemos dejar de reconocer que se cierne sobre la humanidad una
tremenda amenaza que podría borrar por completo la vida de la superficie de la
Tierra». Los autores del escrito sugerían hacer pública la doblez de la propuesta de
Eisenhower y dar a conocer los peligros de la guerra termonuclear.[14]
Es probable que esas ideas llegaran en primer lugar a oídos de Georgi Malenkov
y que éste decidiera de nuevo anticiparse a otros miembros de la dirección colegiada
con un pronunciamiento autorizado. El 12 de marzo de 1954, el presidente del
Consejo de Ministros dijo en un discurso público que la continuación de la Guerra
Fría entre la URSS y Estados Unidos desembocaría en la ruptura de las hostilidades,
«cosa que con las armas modernas supone el fin de la civilización mundial». Se
trataba de una sorprendente manera de apartarse del discurso político soviético en
materia de armamento nuclear. Por ejemplo, el discurso pronunciado por Mikoyan
ese mismo día contenía el estribillo tradicional que afirmaba que «las armas de
hidrógeno en manos de la Unión Soviética constituyen un medio de disuadir a los
agresores y de instaurar la paz».[15]
El discurso de Malenkov reflejaba la agudización de los temores nucleares que
asediaban al Kremlin. El 4 de febrero de 1954, la secretaría del partido ratificó el
reforzamiento de los búnkeres subterráneos y de los refugios antibomba para el

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ejército y el gobierno en caso de guerra nuclear. Molotov y Jrushchov, sin embargo,
aprovecharon ese distanciamiento de Malenkov de la línea oficial del partido para
acusarlo de herejía ideológica. Afirmaron que sus conclusiones pesimistas iban a
desmoralizar al pueblo soviético y a sus aliados en todo el mundo, pues ponían en
tela de juicio la inevitabilidad del triunfo del comunismo sobre el capitalismo.
Atacaron también su discurso desde la posición del «realismo»: cualquier
preocupación por las armas nucleares, afirmaban, podía ser interpretada por el
enemigo como un signo de debilidad. En su siguiente discurso público, Malenkov
admitía que una guerra nuclear conduciría en realidad «a la caída de todo el sistema
capitalista».[16]
Según Molotov, una nueva guerra habría traído la «victoria final» sobre «las
fuerzas agresivas del imperialismo». El ministro de Defensa Nikolai Bulganin y las
personalidades de mayor rango dentro del ejército soviético le dieron la razón.
Seguían negándose a reconocer las revolucionarias repercusiones que tenían las
armas termonucleares. En septiembre de 1954, el Presidium autorizó la realización de
unas maniobras militares en Totskoye, cerca de los Urales. Se hizo estallar en aquel
lugar una bomba atómica del tipo de la de Hiroshima con el fin de adiestrar a las
tropas. Bulganin y un grupo de mariscales y generales asistieron a las maniobras y se
mostraron optimistas: tomando ciertas precauciones, el ejército soviético estaría en
condiciones de hacer la guerra atómica.[17]
A pesar de la postura adoptada en público, Jrushchov se mostró al principio muy
inquieto por las demostraciones del poder de la energía termonuclear. Tras las
pruebas soviéticas llevadas a cabo en agosto de 1953, Jrushchov vio, según las
memorias de su hijo, una película secreta sobre la explosión nuclear y regresó a casa
deprimido, sin poder recobrar la calma durante varios días. En la película se veían
casas hechas añicos y personas con los pies arrancados a varias decenas de kilómetros
de distancia de la zona cero. Un testigo de la prueba recordaba que el impacto de
aquella explosión «parece que sobrepasó una especie de barrera psicológica. El efecto
de la explosión de la primera bomba atómica no había suscitado un terror tan
horripilante, aunque había sido incomparablemente más horrible que cualquier cosa
de las que se vieron en la guerra todavía reciente». Jrushchov, que había tenido que
enfrentarse a los horrores de la guerra en 1941-1944, debió de sentir un
estremecimiento parecido. Más tarde confirmaría su espanto en una conversación con
un periodista egipcio: «Cuando fui nombrado primer secretario del Comité Central y
tuve conocimiento de todos los hechos relacionados con la energía nuclear, me pasé
varios días sin poder dormir».[18]
Tras el susto inicial, Jrushchov se dio cuenta de que si el miedo de la energía
termonuclear era mutuo, podría evitar una futura guerra entre la Unión Soviética y
Estados Unidos. Sospechó que la administración Eisenhower, a pesar de sus
preparativos y su retórica, no utilizaría unas armas tan terribles, sobre todo si los
norteamericanos temían posibles represalias. Optimista por naturaleza, Jrushchov

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transformó su angustia en determinación de sobrepasar la superioridad de Estados
Unidos. Una vez consolidado su poder, introdujo cambios radicales en la estructura
de las fuerzas armadas soviéticas. A comienzos de 1955, cesó el programa de
construcción de una gran flota iniciado por Stalin, afirmando que no habría podido
resistir un ataque con las nuevas armas, tanto convencionales como atómicas. Llegó a
creer, como le ocurriera anteriormente a Eisenhower, que los misiles dominarían la
guerra del futuro.[19]
El miedo a la guerra nuclear no cambió la fe que tenía Jrushchov en el paradigma
revolucionario-imperial. Bien es cierto que ya no pensaba, como habían creído Stalin
y Molotov, que una guerra futura habría supuesto la conversión del mundo al
comunismo. Pero pensaba que el equilibrio de temor mutuo perjudicaba más a
Estados Unidos que a la Unión Soviética. Semejante situación habría supuesto que el
«imperialismo americano», a pesar de su superioridad económica, financiera,
tecnológica y militar, no se habría atrevido a desafiar el control que ejercía el
comunismo sobre Europa Central. Además, escudándose en el temor nuclear la Unión
Soviética y sus aliados habrían tenido más oportunidades de promocionar mucho más
allá de las fronteras soviéticas las causas de la descolonización, la lucha
antiimperialista y el comunismo. Los dirigentes rusos, a juicio de Jrushchov, tenían
además otra ventaja sobre el gobierno estadounidense; estaban libres de «elementos
disuasorios internos», es decir, de un temor de la opinión pública a la guerra nuclear
que pudiera chocar con los objetivos globales. La maquinaria propagandística
soviética había desarrollado la costumbre de eliminar cualquier signo de pacifismo, y
utilizaba unos recursos enormes para combatir la erosión de la militancia ideológica
en la sociedad. Con la excepción del discurso de Malenkov, los líderes del Kremlin
evitaron asustar al pueblo soviético con las consecuencias de una guerra nuclear. En
las escuelas soviéticas de los años cincuenta no se hicieron nunca ejercicios de «al
suelo y a cubrirse» (aunque los niños rusos recibían muchísima instrucción
paramilitar), y la prensa y la radio sometieron al público a una escasísima dieta de
información en torno a las pruebas nucleares, tanto soviéticas como norteamericanas.
La curiosa carta de los físicos de abril de 1954 no llegó a publicarse nunca.[20]
Sin embargo, el público soviético conocía las bombas atómicas y leía cosas
acerca de la destrucción de Hiroshima. No sólo los soldados de servicio, sino también
muchos civiles miraban con ansiedad los aviones que surcaban los cielos temiendo
que alguno de ellos fuera otro Enola Gay. Había un abismo evidente entre las
realidades de la era nuclear y el dogma ideológico del partido anterior a ellas. Ese
abismo suscitaba preguntas y dudas. Durante el verano de 1954, un miembro de la
secretaría del partido, Piotr Pospelov, informó a Jrushchov de los «errores» cometidos
por el campeón mundial de ajedrez Mijail Botvinnik en la carta que había enviado a
la dirección del partido. Botvinnik preguntaba cómo se suponía que iba uno a
conciliar el peligro de aniquilación nuclear con la tesis ideológica oficial, según la
cual las guerras las empezaban los imperialistas «belicosos» sedientos de beneficios.

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¿Debía alcanzar la Unión Soviética algún tipo de acomodo con esos imperialistas?
¿Debía suponer ese acomodo una traición a los «ideales» socialistas? Esas preguntas
iban directas al corazón de la ideología soviética y de la propaganda de la Guerra
Fría.[21]
El 22 de noviembre de 1955, los ingenieros nucleares soviéticos llevaron a cabo
con éxito las pruebas de una bomba de 1,6 megatones. A diferencia de la
experimentada en agosto de 1953, esta era una auténtica «superbomba», que utilizaba
el principio de compresión de la radiación y de fusión nuclear. Igor Kurchatov y sus
ingenieros sabían que, como los norteamericanos, ya podían fabricar armas de varios
megatones, o incluso más poderosas. Al término de esas pruebas, Andrei Sajarov
sugirió al mariscal Mitrofan Nedelin, jefe militar de las operaciones, que el uso de las
armas termonucleares habría supuesto una auténtica catástrofe. Sajarov no era el
único que abrigaba este tipo de dudas. Incluso Kurchatov, el director científico del
proyecto nuclear soviético, desarrollaría ideas pacifistas, para mayor disgusto de
Jrushchov.[22]
El optimismo ideológico y las bravatas militaristas acabaron con el miedo a la
guerra nuclear en los círculos militares más altos. Una excepción sería el mariscal
Georgi Zhukov, que sustituyó a Bulganin como ministro de Defensa. En julio de 1955
se mostró de acuerdo con el presidente Eisenhower en que con la aparición de las
armas atómicas y la bomba de hidrógeno muchas nociones que habían sido válidas en
el pasado habían dejado de serlo. Zhukov señalaba que «personalmente él veía lo
letal que era este tipo de armas». El presidente norteamericano y el mariscal ruso
reconocían también que sólo unas medidas de control de las armas que fueran
generando paulatinamente confianza en unos y otros podrían sacar a ambos bandos
de la situación reinante en aquellos momentos y hacer que superaran mutuos temores.
[23]

EL NUEVO ESTILO DE JRUSHCHOV

En febrero de 1956, Jrushchov y sus compañeros de la dirección colegiada estaban


dispuestos a imponer el dogma ideológico en la era atómica. En el XX Congreso del
Partido, Jrushchov renunció a la doctrina estalinista de la inevitabilidad de la guerra
mundial y estableció los principios de «coexistencia pacífica» entre capitalismo y
socialismo. Pero revisó sólo a medias la interpretación del marxismo-leninismo que
había hecho Stalin. Por un lado, dijo que el imperialismo alimentaba las guerras y
repitió que el capitalismo encontraría su tumba en otra guerra mundial, si se atrevía a
desencadenarla. Por otro lado, añadía, «la situación ha cambiado radicalmente, pues
hoy existen poderosas fuerzas sociales y políticas que poseen formidables medios de
evitar que el imperialismo desencadene la guerra». Algunos círculos influyentes de
Occidente, concluía Jrushchov, habían empezado a darse cuenta de que una guerra
atómica no produciría ningún vencedor.[24]

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Jrushchov sostenía que la teoría soviética del imperialismo occidental seguía
siendo la misma, pero que el poderío termonuclear soviético podía obligar a los
imperialistas a ser razonables. Tras la prueba de la superbomba realizada en
noviembre de 1955, el líder soviético podría basar sus planteamientos en aquella
reciente demostración de poder. El 20 de febrero de 1956, tuvo lugar el lanzamiento:
con éxito del primer misil balístico de alcance medio cargado con una cabeza nuclear.
Jrushchov se sintió impresionado por el enorme potencial destructivo de los ataques
con misiles nucleares. Pero de nuevo, como en 1953, logró dominar sus emociones y
empezó a buscar los medios de utilizar el poder recién adquirido. Su conclusión cara
al público fue la siguiente: «Que estas bombas pongan nerviosos a aquellos que
desean desencadenar la guerra».[25]
El objetivo más inmediato de Jrushchov era crear la apariencia de un empate
nuclear con el fin de socavar la pervivencia de la OTAN y de las demás alianzas
anticomunistas organizadas o patrocinadas por Eisenhower y John Foster Dulles en
1954 y 1955, concretamente la Organización del Tratado Central (la CENTO o Pacto
de Bagdad), y la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (SEATO). Los
misiles norteamericanos fueron desplegados en Turquía, miembro de la CENTO.
Jrushchov deseaba deshacerse de esos misiles. Quería también que Estados Unidos
reconociera que la URSS era una potencia igual. A juicio de Jrushchov, los
norteamericanos sólo se avendrían a hacerlo si se les planteaba una elección tajante
entre la guerra y la paz. «Sólo hay dos vías», dijo el primer secretario en el XX
Congreso. «O la coexistencia pacífica o la guerra más destructiva de la historia. No
hay una tercera vía».[26] Para imponer su criterio a los norteamericanos, Jrushchov
necesitaba convencerles de que estaba dispuesto a utilizar las terribles nuevas armas
de las que disponía. Así pues, la puesta en práctica de sus nuevos planteamientos no
condujo lógicamente a una versión moderada de la disuasión nuclear, sino a una
postura extremista en materia nuclear y a un peligroso juego de farol.
En cierto modo, Jrushchov emuló la política y la retórica del presidente
Eisenhower y del secretario de Estado Dulles, que en privado manifestaban su horror
ante la perspectiva de un holocausto nuclear, aunque dirigieran todas sus energías a
mantener la superioridad atómica norteamericana con el fin de alcanzar determinados
objetivos en materia de política exterior. Dulles, como concluye un estudio
recientemente publicado, intentaba que «las armas nucleares resultaran útiles, pero no
como una espada de Damocles suspendida sobre el mundo entero». Durante la
cumbre de Ginebra de 1955, Jrushchov se dio cuenta de que tanto Eisenhower como
Dulles tenían serias dudas respecto a las armas nucleares. Jrushchov comprendió que
su juego (se equivocaba al pensar que Dulles, y no Eisenhower, era el principal
estratega) consistía en intimidar a la Unión Soviética sin resultar demasiado
provocativo. Y decidió pagarle con la misma moneda. Pensó que, «como veterano de
guerra», Eisenhower no permitiría que la confrontación entre la URSS y Estados
Unidos se le fuera de las manos. Con aquellos contrincantes en Washington,

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Jrushchov creyó que disponía de cierto margen de seguridad para adoptar posturas
extremistas.[27]
Como la Unión Soviética carecía aún de ICBM y de bombarderos estratégicos
fiables capaces de efectuar un ataque contra Estados Unidos, el primer objetivo de las
amenazas nucleares soviéticas fueron los países de Europa Occidental pertenecientes
a la OTAN. El primer éxito aparente desde el punto de vista soviético se produjo en
noviembre de 1956, durante la crisis de Suez provocada por la agresión anglo-franco-
israelí contra Egipto. Por sugerencia de Jrushchov, el Kremlin amenazó a los
agresores con un ataque nuclear, al tiempo que intentaba neutralizar a Estados Unidos
proponiendo el envío a Oriente Medio de una misión «pacificadora» soviético-
norteamericana. En realidad, fue la presión estadounidense sobre Londres y París la
que puso fin a la guerra, pero Jrushchov siguió creyendo firmemente que las
amenazas soviéticas habían surtido efecto y que fue «Dulles el único que se puso
nervioso». En junio de 1957, Mikoyan dijo a los delegados del pleno del partido que
«todo el mundo reconocía que con eso decidimos la suerte de Egipto».[28]
El resultado del caso egipcio envalentonó a Jrushchov y le hizo creer que el
poderío nuclear era superior a cualquier otro factor en las relaciones internacionales.
A partir de ese momento, empezó a pensar que el desarrollo nuclear no sólo era un
medio disuasorio, sino también, según el decimonónico teórico de la guerra Carl von
Clausewitz, la continuación de la política de estado por otros medios.[29] En mayo de
1957, Jrushchov dijo en una entrevista que la confrontación derivada de la Guerra
Fría aparentemente había suavizado las relaciones entre los dos países, la Unión
Soviética y Estados Unidos.[30]
En agosto de 1957, se produjo al fin el ansiado adelanto tecnológico en el campo
de los misiles. La empresa aeroespacial soviética dirigida por Sergei Korolev realizó
con éxito las pruebas del misil R-7 («Semiorka»), el primer ICBM del mundo. El 7 de
septiembre, Jrushchov asistió personalmente a una de las pruebas del misil. Autorizó
a Korolev a continuar sus innovadores planes de exploración del espacio, y el 4 de
octubre, el Sputnik dejó boquiabiertos a los norteamericanos y al resto del mundo. A
largo plazo, el efecto del Sputnik galvanizó a Estados Unidos, que inmediatamente se
lanzó a otra etapa en la carrera armamentística con el fin de restaurar la confianza de
la opinión pública en la superioridad norteamericana. Jrushchov, sin embargo,
consiguió lo que quería: ahora los norteamericanos temían la guerra nuclear más que
los soviéticos. En febrero de 1960, dijo al Presidium que los misiles
intercontinentales habían hecho posible la firma de un acuerdo con Estados Unidos,
pues «los americanos de a pie se han puesto a temblar de miedo por primera vez en su
vida».[31]
Durante los años sucesivos, el complejo industrial-militar soviético se centró
todavía más si cabe en la producción de armas y misiles nucleares más grandes y más
numerosos. No obstante, durante muchos años, la Unión Soviética tuvo sólo una
capacidad estratégica hipotética contra Estados Unidos. El R-7 era un arma ineficaz y

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enormemente costosa. Verdadero armatoste de trescientas toneladas, funcionaba con
oxígeno líquido, lo que convertía cada lanzamiento en una verdadera pesadilla. La
estación de lanzamiento costaba quinientos millones de rublos. En 1959, los
diseñadores de misiles soviéticos empezaron a desarrollar otros dos modelos, el R-9 y
el R-16, pero ninguno de los dos resultó apto para un despliegue en serie:
funcionaban con combustible líquido y eran extremadamente vulnerables a los
ataques aéreos. El despliegue de la primera generación de misiles intercontinentales
fiables no empezó hasta abril de 1962. Mientras tanto, el armatoste de Korolev tenía
que ser transportado por ferrocarril hasta la rampa de lanzamiento en Plesentsk, en el
norte de Rusia. A finales de 1959, sólo estaban operativos cuatro de aquellos
armatostes y dos rampas de lanzamiento. En caso de un primer ataque por parte de
los norteamericanos, los soviéticos sólo habrían tenido tiempo para realizar un
lanzamiento, y, según Sergei Jrushchov, apuntaban a cuatro «ciudades rehén»
estadounidenses como represalia: Nueva York, Washington, Chicago y Los Ángeles.
[32]
En estas circunstancias, un líder más prudente habría esperado años antes de
ponerse a alardear de sus nuevas capacidades estratégicas, pero no Jrushchov. El 15
de diciembre de 1959, el Kremlin anunció la creación de las Fuerzas de Cohetes
Estratégicos (RVSN), nuevo departamento de las fuerzas armadas soviéticas. Ciertos
factores económicos contribuyeron a la impaciencia de Jrushchov. Había prometido
repetidas veces superar a Estados Unidos en la rivalidad económica entre los dos
países y elevar de manera notable el nivel de vida de los soviéticos. El atractivo
mundial que suscitaba la economía planificada soviética, especialmente en la India,
Indonesia, Egipto, y otros países del mundo en pleno proceso de descolonización, era
enorme por aquel entonces. Pero la visión romántica de la economía planificada
producía unos resultados prácticos cada vez menores. Justo por la época en que se
crearon, la economía soviética empezó a decaer. El rápido ascenso de los niveles de
vida iniciado en 1953 se detuvo. Jrushchov se jactaba de que el consumismo
soviético adelantaría al de los norteamericanos, pero los hechos desmentían sus
bravatas. Los sectores no militares de la economía soviética languidecían; tras los
éxitos iniciales, el programa agrícola de «tierras vírgenes» se convirtió en una
decepción enorme; y las precipitadas medidas que adoptó Jrushchov para frenar el
desarrollo de explotaciones agrícolas privadas provocaron la escasez de carne, leche
y mantequilla. La ayuda masiva a China, la generosidad cada vez mayor mostrada
hacia Egipto, y los subsidios en constante y rápido ascenso a Polonia y Hungría a
partir de 1956 sometieron a nuevas tensiones a la economía y los presupuestos de la
URSS. Para «corregir las profundas irregularidades en la economía de la población»,
el gobierno soviético tuvo que anular los tres últimos años del plan quinquenal y
anunciar un nuevo plan «de siete años». La promesa de producir cañones y
mantequilla resultó más difícil de cumplir de lo que Jrushchov había esperado.[33]

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Mientras tanto, las exigencias del nuevo armamento y de los programas de
investigación y desarrollo crecían de manera espectacular y superaban con creces los
recursos que les habían sido asignados. De 1958 a 1961, la producción militar de la
URSS creció más del doble, aumentando del 2,9 al 5,6 por 100 de la renta nacional
soviética. Los misiles estratégicos resultaron más caros de lo que había pensado
Jrushchov. La construcción de rampas de lanzamiento y silos, incluido un nuevo
complejo colosal en Tiuratam, Kazajstán, y de gigantescas fábricas para la
producción en serie de armas estratégicas, exigió enormes inversiones de capital. Los
proyectos nucleares y de misiles requerían la construcción de «ciudades secretas» que
debían atraer a la mejor mano de obra y para ello debían mantener unos niveles de
vida altos. Una «ciudad secreta», Snezhinsk, cerca de Cheliabinsk, en los Urales,
alojaba el segundo laboratorio nuclear soviético. En 1960, su población ascendía ya a
los 20 000 habitantes. Otra «ciudad secreta» cerca de Krasnoiarsk, en Siberia,
empezó a producir plutonio para armamento en 1958. Los reactores y los veintidós
talleres fueron alojados en una enorme gruta artificial, a una profundidad de 200 o
250 metros bajo tierra; el complejo tenía su propio sistema de metro y una
infraestructura urbana de alta calidad, que servía y acogía a varios miles de
científicos, ingenieros y obreros.[34]
Al tener que hacer frente a la discrepancia cada vez mayor existente entre las
promesas y las realizaciones, Jrushchov estaba impaciente por poner a prueba su
«nuevo estilo». Esperaba lograr grandes avances en la cuestión alemana y utilizar los
programas nucleares y de misiles soviéticos como un «gran factor de ahorro» en los
gastos de defensa.

EL NUEVO ESTILO PUESTO A PRUEBA EN BERLÍN

En noviembre de 1958, Jrushchov planteó a Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia


un ultimátum: o convertían Berlín Occidental en una «ciudad libre» en el plazo de
seis meses, o él actuaría de forma unilateral y cedería el control del acceso de los
occidentales a Berlín al gobierno de la RDA. Al principio, el impulsivo dirigente ruso
se mostró dispuesto a declarar extintos los acuerdos de Potsdam —base de la
presencia de las potencias occidentales en Berlín—, debido a las violaciones de ello
llevadas a cabo por los occidentales. Sin embargo, se dio cuenta de que aquel paso
tan radical podía redundar a la larga en perjuicio de la diplomacia soviética. Así pues,
se centró sólo en la idea de la «ciudad libre», y en un pacto para el tratado de paz
independiente que Moscú pudiera alcanzar con la RDA. A la hora de la verdad, el
plazo final fue posponiéndose una y otra vez a lo largo de casi cuatro años.[35] Como
Estados Unidos y las demás potencias occidentales se negaron a aceptar el ultimátum,
la jugada de Jrushchov dio lugar a la situación de estancamiento entre el Este y el
Oeste que se denominaría Segunda Crisis de Berlín. Al principio, el planteamiento
del líder soviético dio la impresión de conseguir los resultados esperados. La OTAN

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sufrió una evidente fractura como consecuencia de la nueva presión ejercida por la
URSS. El primer ministro británico Harold Macmillan visitó precipitadamente a
Jrushchov en febrero de 1959 en un claro intento de mediar entre el mandatario ruso
y Eisenhower. Entre mayo y agosto de ese mismo año se celebró en Ginebra una
conferencia de ministros de Asuntos Exteriores pospuesta durante largo tiempo
acerca de la cuestión alemana. Por fin, en el mes de julio, Eisenhower envió al líder
soviético una invitación para que visitara Estados Unidos. Los resultados de las
conversaciones Jrushchov-Eisenhower en Camp David, desde el punto de vista del
mandatario ruso, fueron prometedores. Eisenhower reconoció que la situación, con
Berlín convertida en una ciudad dividida en medio de Alemania Oriental, era
«anormal». Parecía admitir que debía reanudarse la búsqueda de una solución
diplomática de la cuestión alemana en el marco de una cumbre de las cuatro
potencias, prevista para la primavera de 1960.[36]
Existen opiniones divergentes acerca de los verdaderos orígenes de este
enfrentamiento. Hope Harrison llega a la siguiente conclusión: «El interés de
Jrushchov por la RDA, junto con su deseo de obtener prestigio con el éxito de las
negociaciones con Occidente, fueron los factores que tuvieron una influencia más
constante en él durante esta crisis». Otros estudiosos creen que la actitud del líder
soviético fue una reacción ante la creciente integración de Alemania Occidental en la
OTAN y ante los planes estadounidenses de «colaboración nuclear», fruto de la
doctrina del «primer ataque» con armas atómicas de la OTAN, que suponía una
amenaza para la seguridad de la URSS. Hay pruebas de que al Kremlin le preocupaba
seriamente la perspectiva de una Alemania Occidental que tuviera acceso a las armas
nucleares.[37]
Jrushchov tenía varios motivos de interés en la crisis de Berlín. En primer lugar,
se había comprometido a asegurar la existencia de la RDA socialista, compromiso
que había proclamado en público repetidamente durante las críticas vertidas sobre
Beria y Malenkov. En segundo lugar, estaba decidido a demostrar la eficacia de su
nuevo estilo obligando a las potencias occidentales a abandonar la estrategia de
contención y a emprender negociaciones con la Unión Soviética. Por último, como
sugiere la retórica que empleó, esperaba que una victoria en Berlín precipitara el fin
del imperialismo occidental a escala global y contribuyera a promover el proceso
revolucionario en los países de Asia y África.
Jrushchov se reía de los temores de su hijo, Sergei. «Nadie emprendería una
guerra por Berlín. Por otro lado, ya era hora de arreglar el equilibrio de fuerzas
existente en la posguerra». Jrushchov esperaba, según su hijo, poder asustar a las
potencias occidentales y obligarlas a «sentarse a la mesa de negociaciones».[38] El
líder del Kremlin creía que el poder nuclear de la Unión Soviética le brindaba una
oportunidad de salir airoso allí donde Stalin había fracasado diez años antes,
concretamente logrando situar las relaciones con Estados Unidos en un plano de
igualdad. Quería resucitar la fórmula de diplomacia de gran potencia exhibida en

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Yalta-Potsdam que había sido destruida por el bombardeo de Hiroshima y la
estrategia de contención norteamericana.
Los misiles nucleares se hallaban en el fondo de aquella jugada. El dirigente
soviético deseaba presentar a los gobiernos y a la ciudadanía de los países
occidentales una dura elección: o aceptar la responsabilidad de las consecuencias de
la guerra termonuclear o desmantelar las defensas antisoviéticas. A veces se ha
pasado por alto que el lado frívolo de la diplomacia de fomento de la crisis y el
extremismo nuclear practicada por Jrushchov en 1958-1961 fue precisamente su
campaña en pro del desarme. El líder del Kremlin quería mitigar la impresión de
belicosidad que pudieran dar los soviéticos. En abril de 1957, Jrushchov dijo al
Presidium que la Unión Soviética debía emprender una campaña propagandística
destinada a prohibir las armas nucleares. De lo contrario, señaló, «perderemos el
apoyo de las masas» en Occidente.[39] En noviembre de 1958, la Unión Soviética
proclamó una moratoria unilateral de las pruebas nucleares (a los pocos días Estados
Unidos y Gran Bretaña habían hecho lo mismo). En febrero de 1960, Jrushchov
propuso al Presidium ofrecer a los norteamericanos la destrucción de los ICBM y
otras armas nucleares soviéticas con la condición de que eliminaran sus bases
militares en la Periferia de la URSS y sus bombarderos estratégicos. «Entonces la
OTAN, la SEATO y la CENTO», es decir, todas las alianzas organizadas por los
norteamericanos en Europa y Asia, «se precipitarán al abismo». Erróneamente daba
por supuesto que aquella propuesta resultaría irresistible para las poblaciones
atemorizadas de Norteamérica y Europa Occidental.[40]
En septiembre de 1959, Jrushchov llegó a Estados Unidos por invitación del
presidente Eisenhower. Cuando habló por primera vez en la Asamblea General de las
Naciones Unidas, reveló, con fines propagandísticos, un plan de «desarme general y
completo». Por un lado, Jrushchov debió de creer que su jugada había funcionado.
Recorrió Norteamérica de costa a costa, disfrutando a todas luces de que el país
capitalista más poderoso del mundo tuviera que tragarse su arrogancia y agasajar al
«comunista número uno». Su yerno, Alexei Adzhubei, y una hueste de periodistas
soviéticos lanzaron un miniculto a la figura de Jrushchov en la Unión Soviética,
presentándolo como un infatigable luchador en defensa de la paz. Se trataba sólo de
un rédito más del nuevo estilo, pero quizá fuera el que más ambicionaba el líder
soviético. Por otra parte, su encuentro «cara a cara con América» puso de manifiesto
la falta de preparación para el juego diplomático que lo caracterizaba. Jrushchov
quedó impresionado al ver el poder y la opulencia de Norteamérica; en el fondo, se
sentía inseguro y buscó un pretexto para hacer un desaire. Y no logró sacar de
Eisenhower ninguna concesión específica sobre Berlín Occidental.[41]
Jrushchov estaba especialmente ansioso por demostrar a sus electores que su
planteamiento podía producir beneficios económicos inmediatos. Tras su cacareado
viaje a Estados Unidos y anticipándose a una nueva cumbre en París prevista para
1960, en la que esperaba sacar a Occidente algunas concesiones sobre Alemania, el

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presidente decidió hacer públicas las implicaciones económicas de sus
planteamientos. En diciembre de 1959, en un memorándum secreto presentado a los
miembros del Presidium, Jrushchov proponía un plan asombrosamente radical de
reducción de las fuerzas armadas. La Unión Soviética, sostenía, ya no necesitaba un
ejército enorme, pues las fuerzas de misiles nucleares supondrían un elemento
disuasorio suficiente para cualquier posible agresor. La reforma proporcionaría a la
URSS «grandes ventajas políticas, morales y económicas». El 12 de enero de 1960,
en su discurso ante el Soviet Supremo, Jrushchov anunció una reducción de las
fuerzas armadas de 1,2 millones de hombres en tres años. Un cuarto de millón de
oficiales fueron obligados a jubilarse, muchos de ellos sin recibir una compensación
material, pensiones y alojamientos adecuados, y sin que se les ofreciera posibilidad
alguna de reciclaje.[42] Esta reforma militar era, a juicio de Jrushchov, una
consecuencia lógica de la creación de las RVSN justo un mes antes.
Nadie se atrevió a criticar los precipitados pasos de Jrushchov, pero en privado
algunos oficiales del ejército de alto rango se sintieron aterrados. Las dudas en torno
al énfasis puesto en los misiles nucleares y los planes expansionistas sin el respaldo
de un poder real habían empezado a surgir poco después de la crisis de Suez.
Posteriormente los críticos de Jrushchov afirmarían: «Estábamos al borde mismo de
la gran guerra. Nuestro país todavía no se había recuperado de la guerra contra Hitler;
el pueblo no quería la guerra, no la esperaba. Por fortuna, todo salió bien, y el
camarada Jrushchov presentó inmediatamente las cosas como un fruto de su genio».
[43] Los altos mandos del ejército no podían oponerse públicamente a las reformas

militares de Jrushchov, pero empezaron a murmurar acerca de la «locura de Nikita»,


y se resistieron a ella por todos los medios a su alcance. El jefe del estado mayor del
ejército, el mariscal Vasili Sokolovski, dimitió de su cargo en protesta por los recortes
efectuados por Jrushchov en 1960. Algunos de los generales más inteligentes
aprovecharon el «debate teórico» publicado en la revista clasificada Pensamiento
militar para poner en tela de juicio la excesiva confianza de Jrushchov en las armas
nucleares. En 1960 y 1962, el general Petr Kurochkin, el coronel general Amazasp
Babadzhanian, y otros autores se mostraron de acuerdo con Maxwell Taylor en The
Uncertain Trumpet y con Henry Kissinger en Nuclear Weapons and Foreign Policy
(ambos libros habían sido traducidos al ruso y publicados en la Unión Soviética), en
que la insistencia exclusiva en las represalias nucleares no dejaba ni siquiera opción
entre rendición y suicidio.[44]
Jrushchov no logró convencer a sus mariscales y generales, pero los obligó a
aceptar su nuevo estilo. El ministro de Defensa, Rodion Malinovski, creó en la
Academia del Alto Estado Mayor un grupo especial encargado de preparar un libro
secreto sobre estrategia militar en la era nuclear y ordenó al mariscal Sokolovski
llevar a cabo el proyecto a regañadientes. El libro elaboraba la tesis de que la próxima
guerra iba a ser nuclear y describía la extraordinaria importancia de la fase inicial de
la contienda (el primer ataque). Establecía también que el principal motivo de la

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posesión de armas nucleares por parte de la Unión Soviética no era ya lanzarse a una
guerra nuclear, sino disuadir a los norteamericanos de una eventual agresión. Una
guerra nuclear habría sido demasiado devastadora y por lo tanto debía ser evitada. El
manuscrito tuvo que ser redactado varias veces, hasta que Jrushchov encontró de su
agrado la versión definitiva y aprobó su publicación no clasificada en 1962 bajo el
título de Estrategia militar. En opinión del líder soviético, era un recordatorio «de
prudencia» para esos norteamericanos «alocados».[45]
Jrushchov tuvo que enfrentarse a otra crítica inesperada a sus planteamientos, la
de los dirigentes de la República Popular de China. En noviembre de 1947, en la
conferencia mundial de partidos comunistas, Mao declaró que el nuevo poderío de los
misiles nucleares de la Unión Soviética era un motivo para que las fuerzas
comunistas se mostraran más agresivas frente al imperialismo occidental. Al mismo
tiempo, pidió a Jrushchov compartir con la RPCh la tecnología nuclear y misilística.
De 1957 a 1959 los chinos recibieron la tecnología necesaria para la fabricación de
misiles R-12 de alcance medio y de crucero y preparación completa para poder
construir armas atómicas. Los soviéticos prometieron incluso proporcionar a los
chinos una muestra operativa de la bomba atómica. Pero Mao no pudo perdonar
nunca a Jrushchov su «discurso secreto», en el que denunció a Stalin sin consultar a
los chinos. Creía que la desestalinización era un error grave, quizá incluso un desafío
a su propia autoridad. Y la visión de la bipolarización nuclear de Jrushchov se
convirtió en anatema para Mao, porque relegaba a China a una posición secundaria
en la jerarquía de las grandes potencias.[46]
La animosidad oculta de Mao se puso de manifiesto cuando el ejército soviético
pidió a Beijing construir bases conjuntas para la armada y la flota submarina soviética
en el Pacífico. Mao rechazó airadamente la propuesta. El 31 de julio de 1958,
Jrushchov, en el más absoluto secreto, voló a Beijing con el propósito de aplacar al
líder de la RPCh. Sin embargo, recibió un chaparrón de insultos y fue sometido a un
trato humillante por su anfitrión. Quedó asombrado además al descubrir el abismo
existente entre su visión de la era nuclear y las ambiciones de Mao. El mandatario
chino le hizo a él lo que Stalin había hecho a los norteamericanos tras el bombardeo
de Hiroshima: puso por completo en entredicho el factor nuclear calificándolo de
«tigre de papel». «Intenté explicarle», recordaría más tarde Jrushchov, «que uno o dos
misiles podían reducir a polvo todas las divisiones del ejército chino. Pero ni siquiera
quiso escuchar mis argumentos y evidentemente me consideró un cobarde».
Jrushchov no comunicó sus preocupaciones a sus colegas del Presidium, pero la
prolongada luna de miel chino-soviética había llegado a su fin.[47]
Los chinos siguieron alarmando a los soviéticos. El 23 de agosto de 1958, el
Ejército de Liberación del Pueblo de la RPCh, sin advertir ni a Moscú ni a
Washington, empezó a bombardear Quemoy, una de las islas situadas frente a sus
costas, todavía en manos del Guomindang. Mao hizo el siguiente comentario en su
círculo privado: «Las islas son dos batutas que hacen bailar al son a Jrushchov y a

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Eisenhower». Al escenificar aquella provocación, el líder chino obligó a las
autoridades norteamericanas y soviéticas a enzarzarse en el juego del extremismo
nuclear, pero esta vez contra su voluntad y según el guión marcado por él. En su
correspondencia oficial con el Kremlin, los líderes chinos sugerían que, en caso de
que Estados Unidos utilizara armas nucleares tácticas contra la RPCh, la Unión
Soviética no debía declarar la guerra a los norteamericanos, a pesar del Tratado
Chino-Soviético de 1950. Sorprendidos por esta sugerencia, Jrushchov y el resto de
los miembros del Presidium escribieron a Beijing diciendo que semejante situación
habría sido «un crimen ante la clase trabajadora mundial» y habría dado al enemigo
«esperanzas de poder separarnos».[48]
Jrushchov no habría tenido ningún inconveniente en ayudar a China en el asunto
de las islas, siempre y cuando las acciones de los chinos hubieran estado en
consonancia con la estrategia de Moscú. Pero las bravatas nucleares de Mao lo
dejaron perplejo, considerándolas una mera muestra de dogmatismo irresponsable o
de la proverbial «astucia asiática». A Jrushchov le irritaba la idea de compartir su
potencia nuclear con el aliado comunista de Oriente. El 20 de junio de 1959, el
Presidium canceló silenciosamente la cooperación atómica chino-soviética. Un
artefacto atómico con toda la documentaron, a punto de ser enviado a China, fue
destruido. El desafío de Mao a la autoridad de Jrushchov molestó profundamente al
líder soviético. Según Troyanovski, China estuvo siempre en la mente de Jrushchov.
[49] Al mismo tiempo, mientras el bombardeo de las islas por los chinos fracasaba sin

producir resultado alguno, Jrushchov esperaba que su farol nuclear resultara


provechoso en Alemania y en Berlín Occidental.

EL EXTREMISMO SE TAMBALEA

Justo en el momento en que Jrushchov proponía los recortes unilaterales de tropas


soviéticas, su nuevo estilo empezaba a tambalearse. El primer gran fiasco se produjo,
una vez más, en China, donde el líder soviético apareció en octubre de 1959,
inmediatamente después de su viaje triunfal a Estados Unidos. Evidentemente, el
líder soviético creía que iba a llegar a Beijing como triunfador. Había obtenido del
presidente Eisenhower el compromiso de celebrar en París una conferencia de las
grandes potencias para tratar las cuestiones de Alemania y Berlín. Mao Zedong, sin
embargo, se burló abiertamente de lo que parecía una segunda edición del «sistema»
Yalta-Potsdam. Los líderes chinos, que celebraban el aniversario de su victoria
revolucionaria, decidieron dar una lección al mandatario soviético y lo acusaron de
llegar a un acomodo con Estados Unidos a sus expensas. Para evidente satisfacción
de Mao, Jrushchov perdió inmediatamente la compostura y la entrevista degeneró en
un airado intercambio de exabruptos. Andrei Gromiko y Mijail Suslov, presentes en
la reunión, intentaron en vano reconducir las conversaciones hacia una senda
positiva. Jrushchov regresó de China de un humor de perros, lanzando maldiciones

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contra Mao.[50] En el siguiente pleno del partido, ordenó a Suslov informar del mal
comportamiento de los camaradas chinos, pero muchos de sus colegas del Presidium
y del aparato del estado le echaron la culpa del deterioro de las relaciones chino-
soviéticas por su conducta grosera y la torpeza de su comportamiento.
Las críticas de Mao agudizaron las propias dudas de Jrushchov. El líder soviético
estaba asumiendo un riesgo enorme. Las reducciones de armamento que había
ordenado chocaban con los deseos del ejército y auguraban un futuro incierto al
gigantesco complejo de la industria militar, que implicaba, en diversa proporción, al
80 por 100 de las empresas industriales de la Unión Soviética. Sus antiguos críticos,
Molotov, Kaganovich y Voroshilov, seguían siendo miembros del partido y esperaban
ansiosamente el fracaso de sus planes. Las esperanzas depositadas en el inminente
viaje de Jrushchov a París y en la visita de estado del presidente Eisenhower a la
URSS eran muy grandes en los círculos oficiales, y especialmente entre el pueblo
soviético. De verse frustradas, la autoridad política del presidente e incluso su control
de la élite del partido sufrirían un daño irreparable. El líder soviético, que no fue
nunca un negociador hábil, perdió repentinamente toda su euforia y empezaron a
acosarle las dudas. ¿Qué pasaría si los líderes occidentales lo dejaban con las manos
vacías?[51]
El 1 de mayo de 1960 las defensas aéreas rusas derribaron un avión espía U-2
norteamericano cuando éste realizaba un vuelo de reconocimiento sobre las bases de
misiles soviéticas, y Jrushchov aprovechó el episodio para poner de manifiesto su
rigor no sólo ante Occidente, sino también ante los chinos y ante sus propias fuerzas
armadas. Cuando Eisenhower se atribuyó inesperadamente la responsabilidad del
vuelo, Jrushchov se sintió traicionado y montó en cólera. En París, exigió una
disculpa personal del presidente norteamericano, arruinando definitivamente su
relación con él. A finales de 1960, todos los planes de distensión con Estados Unidos
habían quedado hechos trizas. El líder soviético destrozó los frutos de varios meses
de presión y negociaciones. Muchos diplomáticos soviéticos lo lamentaron. El
ministro de Defensa Malinovski y los militares, en cambio, estaban satisfechos
porque el nuevo estilo de Jrushchov parecía en aquellos momentos condenado al
fracaso.[52]
Este episodio puso de manifiesto la falta de habilidad diplomática de Jrushchov.
El líder soviético pretendía algún tipo de acomodo con los norteamericanos, pero
ideológica y psicológicamente no estaba preparado para negociar con Eisenhower ni
cualquier otro líder occidental. El fracaso de la cumbre de París dejó sólo una parte
de la política exterior de Jrushchov en pie, la presión agresiva sobre Occidente. Las
autoridades soviéticas decidieron aguardar los resultados de las elecciones
presidenciales norteamericanas para ver quién iba a ser su próximo interlocutor en las
negociaciones.
Aquel fiasco demostraba también la terquedad de Jrushchov y su visión del
mundo mediatizada por la ideología. No pudo soportar que Mao y que sus colegas en

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la propia Unión Soviética empezaran a sospechar que era «blando» con el
imperialismo occidental. Incluso antes del incidente del U-2, en enero de 1960,
Jrushchov aseguró a los delegados del Partido Comunista en Moscú que su política de
disuasión de la guerra y de coexistencia pacífica no significaba menos, sino más
apoyo a las «guerras de liberación nacional» en el Tercer Mundo. Tras el fracaso de la
diplomacia de gran potencia en París, dio rienda suelta a todos sus instintos
revolucionarios. La convicción que siempre había tenido de que el poder nuclear
soviético aceleraría el proceso revolucionario global se tradujo entonces en una
actividad febril para promover la descolonización. Dirigió personalmente la campaña
soviética de apoyo a los movimientos de liberación nacional en África, desde Argelia
hasta el Congo. Un experto soviético en el Tercer Mundo, Georgi Mirski, diría más
tarde que en un momento «en el que el proceso revolucionario en los países
occidentales se había congelado», el gobierno de Jrushchov esperaba «utilizar el
ímpetu poscolonialista, arremeter contra “el vientre blando del imperialismo” y
ganarse las simpatías de los millones de personas que despertaban a la nueva vida».
[53]
Este peculiar resurgimiento de la diplomacia «revolucionaria», casi al estilo de la
Komintern, culminó en la memorable visita de Jrushchov a Nueva York para asistir a
la Asamblea General de la ONU en septiembre y octubre de 1960. Confinado por el
gobierno estadounidense en Manhattan «por motivos de seguridad», el líder soviético
pasó casi un mes recorriendo la isla de una punta a otra. Era un torbellino de energía.
Propuso reforzar radicalmente las Naciones Unidas, fustigó el colonialismo
occidental desde la tribuna de los oradores de la ONU utilizando un zapato para
recalcar sus argumentos, corrió a Harlem para entrevistarse con el líder
revolucionario cubano Fidel Castro, y denunció el imperialismo norteamericano ante
todo el que quiso escucharlo. En su mensaje a los miembros del Presidium, decía que
le encantaba «maldecir a los capitalistas y a los imperialistas», pero que contaba cada
hora que se veía obligado a permanecer en aquel «maldito país capitalista» y en
Nueva York, auténtica «madriguera del Demonio Dorado». Su comportamiento en
Nueva York, especialmente el episodio del zapato, escandalizó a su propia
delegación.[54]
La victoria de John F. Kennedy animó al mandatario ruso, porque su bestia negra,
Richard Nixon, había perdido las elecciones. Pero Jrushchov además estaba
convencido de que Kennedy era un peso pluma, un niño rico mimado, que no estaba
preparado para un enfrentamiento serio. Según todos los indicios, Kennedy no era
«otro Franklin Roosevelt», es decir, el tipo de socio que los soviéticos llevaban
echando de menos desde 1945. Jrushchov pensó que podría intimidar al nuevo
presidente con sus tácticas extremistas. Su confianza aumentó tras el éxito del primer
vuelo espacial de Yuri Gagarin en abril de 1961. En cambio, la reputación de
Kennedy cayó por los suelos cuando fracasó la invasión de Cuba en la Bahía de
Cochinos por unos guerrilleros entrenados por la CIA.[55] Era un momento que no

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podía perder Jrushchov, una ocasión de ejercer la presión nuclear sobre la Casa
Blanca.
El 26 de mayo de 1961, Jrushchov dijo al Presidium que la Unión Soviética debía
firmar un tratado independiente con la RDA. Las potencias occidentales tendrían que
elegir entre la retirada o la guerra nuclear. Confesó, sin embargo, que no podía
garantizar cuál iba a ser la respuesta de los norteamericanos. La invasión de la Bahía
de Cochinos, dijo, era la prueba de que el gobierno de Estados Unidos no estaba en
las manos firmes de un líder, sino más bien «bajo la influencia de grupos diversos y
de situaciones ad hoc». No obstante, Jrushchov concluía que valía la pena jugar la
baza. «Yo diría que las probabilidades son de un 95 por 100 a favor de que no haya
guerra». Los miembros del Presidium, en aquellos momentos todos partidarios
obedientes de Jrushchov, no pusieron ninguna objeción. Brezhnev, Suslov y Gromiko
apoyaron la posición del máximo dirigente. Mikoyan, siempre cauto, dijo que
Estados Unidos «quizá rompiera las hostilidades sin utilizar armas atómicas», pero
consideraba este riesgo mínimo.[56] Animado por esta falsa unanimidad, el primer
secretario se comportó con Kennedy en la cumbre celebrada en Viena, la capital
austríaca, el 3-4 de junio de 1961, con una sorprendente tosquedad. El diplomático
ruso Georgi Kornienko se quedó de piedra al enterarse de que Jrushchov había dicho
a Kennedy que más valía que la guerra empezara ahora, antes de que apareciera algún
nuevo medio bélico más terrible. Este comentario fue tan provocativo que las
transcripciones oficiales, tanto norteamericanas como soviéticas, lo omitieron.[57]
Muchos especialistas en la crisis de Berlín han dado por supuesto que las fuertes
contramedidas adoptadas por Kennedy disuadieron a Jrushchov de llevar a cabo
cualquier acción unilateral sobre Berlín Oeste. Como prueba, citan el discurso de
Kennedy de 25 de julio de 1961, en el que el presidente norteamericano dio ciertos
pasos para movilizar a las fuerzas armadas y anunció que los aliados occidentales
utilizarían todas las opciones militares a su alcance para defender sus derechos en
Berlín Oeste. Citan también el discurso del vicesecretario de Defensa Roswell
Gilpatric de 21 de octubre de 1961, en el que desveló que Estados Unidos tenía una
gran superioridad numérica en misiles nucleares sobre la Unión Soviética. «Tenemos
capacidad para responder a cualquier ataque», dijo Gilpatric, «asestando un golpe que
sería por lo menos tan fuerte como el que pudieran dar los soviéticos al atacar los
primeros. Por consiguiente, estamos seguros de que los soviéticos no provocarán un
conflicto nuclear importante».[58]
A decir verdad, Jrushchov nunca cumplió su amenaza de firmar un tratado de paz
unilateral con la RDA, a pesar de su deseo de promover al régimen germanooriental y
su soberanía. Al mismo tiempo, la manera de entender el comportamiento de los
norteamericanos que tenía Jrushchov era distinta de la que pretendía proyectar la
Casa Blanca. Los servicios de inteligencia soviéticos informaron repetidamente al
líder del Kremlin de los planes de ataque nuclear preventivo contra la URSS que,
utilizando la superioridad estratégica de los norteamericanos, tenía el Pentágono.

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Aparentemente, esta circunstancia no hizo más que reforzar su instinto de llevar las
cosas al extremo. Al líder soviético no le impresionó la idea que tenía de la firmeza
de Kennedy, sino más bien la debilidad de éste en el interior. En agosto de 1961, en la
reunión secreta de los líderes de los países del Pacto de Varsovia celebrada en Moscú,
Jrushchov siguió quejándose de que Kennedy, a diferencia de Eisenhower y Dulles,
no podía ser un interlocutor previsible en su juego de tensar la cuerda hasta el
extremo. Si Kennedy aflojaba, como había hecho tantas veces Dulles, «lo llamarán
cobarde» en su país.[59]
En tal caso, ¿qué se ganaba con provocar a Kennedy? La incoherencia de
Jrushchov empezaba a molestar incluso a sus amigos y aliados. Varios líderes de los
países del Pacto de Varsovia, empezando por Walter Ulbricht, de la RDA, y Georgi
Georgiu-Dej, de Rumanía, muy críticos ya con la desestalinización emprendida por el
dirigente soviético, empezaron a manifestar dudas acerca de su política exterior. El
descontento entre los militares soviéticos iba en aumento. Oleg Penkovski, un
funcionario de alto rango del GRU que en 1960 empezó a trabajar como espía para
los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses, comunicó a la CIA que un
integrante de las fuerzas armadas soviéticas había murmurado que «si Stalin estuviera
vivo, habría hecho todas las cosas en silencio, pero este loco suelta sin ton ni son sus
amenazas e intenciones y obliga a nuestros posibles enemigos a reforzar sus efectivos
militares».[60]
Había otros signos de que la estrategia de las jugadas de farol en materia nuclear
estaba llegando a sus límites. El equilibrio del miedo tenía que mantenerse poniendo
de manifiesto el horrible potencial de las armas nucleares cada vez más poderosas.
Pero la construcción de silos protegidos y las pruebas de misiles balísticos fiables
distaban mucho de estar completas, a pesar de las precipitadas y costosas medidas
adoptadas. En octubre de 1960, un nuevo misil R-16 se incendió accidentalmente en
la rampa de lanzamiento en Tiuratam, Kazajstán, matando al mariscal Nedelin, jefe
de las RVSN, y a otros setenta y tres ingenieros, técnicos y oficiales importantes. A
falta de medidas disuasorias creíbles, cualquier solución provisional que quisiera
plantearse atraería la atención del Kremlin. El estado mayor del ejercito soviético y el
KGB rivalizaban proponiendo medidas tendentes a disuadir a Estados Unidos de
plantearse el uso de la fuerza.[61] El 10 de julio de 1961, Jrushchov comunicó a los
directivos y a los ingenieros del complejo atómico la decisión de renunciar a la
moratoria de las pruebas nucleares que había sido decretada en noviembre de 1958.
Apoyó entusiásticamente la idea de los ingenieros nucleares Andrei Sajarov y Yakov
Zeldovich, que proponían probar un nuevo artefacto de 100 megatones. Según
Sajarov, Jrushchov dijo: «Que este artefacto penda sobre los capitalistas como la
espada de Damocles».[62]

El fracaso de la cumbre americano-soviética generó serios temores de cierre


permanente de las fronteras entre las dos Alemanias. El número de los refugiados que

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se pasaban de la Alemania Oriental a la Occidental era cada vez mayor. El rápido
deterioro de la situación en la RDA brindó a Ulbricht la oportunidad de presentar al
líder soviético un ultimátum. O el Kremlin firmaba un tratado de paz independiente
con la RDA y ponía fin a las incertidumbres, o él «perdería» la RDA. Jrushchov se
enfrentaba a una confrontación prolongada con Estados Unidos: podía comprobar que
Kennedy no estaba dispuesto a ceder Berlín Occidental. Y firmar un tratado
independiente con la RDA podía dar lugar a serias contramedidas por parte de los
occidentales. Jrushchov no temía el estallido de un artefacto nuclear. Pero temía la
imposición de medidas económicas contra la RDA. El líder del Kremlin sabía que en
ese caso la economía germanooriental, dependiente en gran medida de los
suministros procedentes de Alemania Occidental, se habría venido abajo; y la URSS
habría tenido que salvar a su satélite a un precio elevadísimo. Los cálculos hablaban
incluso de cuatrocientas toneladas de oro y al menos dos mil millones de rublos en
créditos. Para Jrushchov aquello era inaceptable. Decidido a encontrar otra solución,
optó por construir el muro alrededor de Berlín Occidental. El 13 de agosto de 1961,
Berlín se convirtió en una ciudad dividida, y empezaron los preparativos para erigir
una estructura permanente. El Muro de Berlín suponía, a juicio de Jrushchov, un
sucedáneo del provocativo tratado unilateral con el régimen de Ulbricht. El dirigente
soviético creía que Berlín Occidental se esfumaría económicamente. Suponía también
que Alemania Occidental, sin su importante baluarte del Este, pasaría gradualmente
de la confrontación a la negociación y a la asociación económica con el bloque
soviético.[63] Al mismo tiempo, el líder del Kremlin continuó ejerciendo su presión
nuclear. En respuesta a un discurso de Gilpatric, el 30 de octubre la Unión Soviética
hizo estallar sólo a media potencia la monstruosa bomba de cien megatones sobre el
Círculo Polar Ártico, en Novaya Zemlia. Un Jrushchov jubiloso dijo en el congreso
del partido: «Cuando los enemigos de la paz nos amenazan con la fuerza, deben ser
contestados con la fuerza; y lo serán».[64]
Pocos días antes, el 25 de septiembre, un altercado entre los soldados
norteamericanos y la guardia de frontera germanooriental en el punto de control
Charlie, en Berlín, provocó una demostración de fuerza militar por parte de los
estadounidenses. Jrushchov ordenó inmediatamente a los tanques soviéticos avanzar
hasta el punto de control. Allí permanecieron, con los motores encendidos, enfrente
de los tanques norteamericanos.
Lo más importante es que, pese a la evidente crudeza del comportamiento de los
soviéticos en Berlín y de la violación de la moratoria de las pruebas nucleares,
Jrushchov demostró que él, y no Ulbricht, era el que controlaba Alemania Oriental.
Durante la confrontación en el punto de control Charlie, el líder soviético permaneció
perfectamente tranquilo. El 26 de octubre, el coronel del GRU Georgi Bolshakov,
enlace especial del Kremlin con los Kennedy, comunicó que el presidente
norteamericano deseaba reanudar las conversaciones sobre la cuestión alemana y
lograr una solución de compromiso sobre Berlín Occidental. Jrushchov retiró los

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tanques del punto de control Charlie, y los estadounidenses no tardaron en imitarlo.
La conducta de Kennedy confirmaba, en opinión de Jrushchov, su convicción de que
los norteamericanos no iban a empezar una guerra por Berlín Occidental.[65] La fe del
líder soviético en la presión nuclear siguió inquebrantable. A comienzos de 1962,
Jrushchov hizo la siguiente declaración ante los miembros del Presidium: «Debemos
intensificar la presión y hacer que nuestro adversario crea que nuestra fuerza
aumenta». Aseguró a sus colegas que ya sabría él cuándo había que parar: «Todavía
vale la pena seguir adelante con el juego».[66]
El gran problema que tenía la propensión de Jrushchov a tensar la cuerda hasta el
extremo en materia nuclear era la falta de objetivos estratégicos claros. Su fidelidad
al paradigma imperial-revolucionario dejaba la política exterior soviética, como había
ocurrido durante los años veinte, a caballo entre el apoyo a los radicales y
revolucionarios África, Asia y Latinoamérica, y la búsqueda de un acomodo
geopolítico con Occidente. Jrushchov quería que el «imperialismo» occidental se
retirara de todos los frentes, empezando por Berlín Oeste, pero se trataba de un deseo
a todas luces falto de realismo. Las amenazas nucleares de Jrushchov no podían
sustituir las carencias de los soviéticos. La impulsividad cada vez mayor del máximo
dirigente venía a agravar la situación. Tomaba decisiones basándose sólo en su propio
juicio, prácticamente sin aportación analítica alguna de sus colegas, del Ministerio de
Asuntos Exteriores, del KGB, o del Ministerio de Defensa.[67] Y seguía sintiendo una
mezcla de desprecio y de impaciencia hacia Kennedy. Dijo en el Presidium que
Eisenhower y Kennedy probablemente fueran «la misma mierda» en lo concerniente
a la cuestión alemana. Sajarov recuerda que Jrushchov dijo: «En 1960 ayudamos a
que eligieran a Kennedy con nuestra política. Pero no damos ni un céntimo por él, si
sigue atado de pies y manos».[68] Parece que su propensión a tirar de la cuerda hasta
el extremo libraba a Jrushchov de la necesidad de buscar unos planteamientos más
complejos y matizados de las relaciones exteriores. Mientras tanto, los
acontecimientos que se desarrollaban en el Caribe hicieron que Jrushchov diera el
paso más peligroso de su carrera. El 21 de mayo de 1962, decidió enviar misiles
nucleares a Cuba.

EL HURACÁN CUBANO

La crisis de los misiles cubanos de octubre-noviembre de 1962 constituyó el ejercicio


definitivo de extremismo nuclear, siendo el único caso que habría podido causar
perfectamente una guerra mundial.[69] Ha habido además un debate constante acerca
de los motivos que impulsaron a Jrushchov a enviar sus misiles a miles de kilómetros
de la Unión Soviética. Los especialistas han relacionado la jugada de Jrushchov en
Cuba con su deseo de romper la resistencia de Occidente en Berlín Oeste.[70] Otros
han afirmado que los misiles de Cuba tenían por objeto ayudar al líder soviético a

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recuperar el equilibrio.[71] Recientes estudios atribuyen la crisis a la personalidad
impulsiva del líder soviético y a su búsqueda cada vez más desesperada de una
panacea, un gesto dramático que salvara el fracaso tanto de su política exterior como
de su política interna. William Taubman llega a la conclusión de que los misiles
cubanos fueron la «panacea [de Jrushchov] que no curó nada».[72] Sólo últimamente
los especialistas han empezado a reconocer lo importante que era para Jrushchov
proteger Cuba de una agresión norteamericana posible y creíble. La fe en la victoria
final del comunismo y el deseo de acelerar dicha victoria fueron unos factores
presentes siempre en las motivaciones y en la conducta de Jrushchov. Su extremismo
nuclear fue no sólo una estrategia para obtener ventajas geopolíticas para la Unión
Soviética, sino también un instrumento para frenar el imperialismo de Occidente,
para facilitar la descolonización y, en último término, para promover la difusión
global del comunismo.[73]
El tema de la seguridad cubana estaba relacionado con el problema cada vez más
grave de la autoridad de Jrushchov en el mundo comunista y en su propio país. La
revolución cubana se había convertido en un factor importante de la política interior
soviética, pues sectores cada vez más numerosos de los dirigentes, de las élites y del
pueblo soviético en general, especialmente la juventud cultivada, simpatizaban con
Fidel Castro y sus «barbudos».[74] Cuanto más aumentaban en el interior las
expectativas de revoluciones «antiimperialistas» en el Tercer Mundo, más sentía
Jrushchov la responsabilidad personal de promover su realización. Troyanovski
escribe en sus memorias que «Jrushchov temía constantemente que Estados Unidos
pudiera obligar a la Unión Soviética y a sus aliados a retirarse de alguna región del
mundo. Tenía motivos para creer que habría sido considerado responsable de ello».
Esa sensación iría intensificándose a medida que escuchaba las acusaciones cada vez
más estridentes de Beijing de que lo único que hacía era tranquilizar a los
imperialistas. Los historiadores Aleksandr Fursenko y Timothy Naftali han
demostrado el papel trascendental que tuvo este factor en la decisión de Jrushchov de
desplegar los misiles en Cuba.[75]
Jrushchov no era el único que creía que tarde o temprano Estados Unidos
invadiría Cuba, sobre todo en tiempos de la administración Kennedy. Muchos
cálculos de los servicios de inteligencia, tanto soviéticos como cubanos, apuntaban en
esa dirección.[76] Fuentes norteamericanas desclasificadas acerca de la operación
Mangosta, el conjunto de acciones encubiertas contra la Cuba de Castro, demuestran
que los temores de Jrushchov no estaban totalmente infundados: poderosas
personalidades de la administración Kennedy querían realmente «desarrollar
planteamientos nuevos e imaginativos de la posibilidad de quitar de en medio el
régimen castrista».[77]
Al mismo tiempo, también era muy grande la tentación de mejorar la posición de
la URSS en el equilibrio estratégico de las superpotencias. Troyanovski cree que
Jrushchov deseaba enderezar, «al menos parcialmente», el desequilibrio nuclear

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existente entre la Unión Soviética y Estados Unidos. En 1962, los norteamericanos
empezaron a desplegar misiles Minuteman y Titán, muy superiores en calidad y
cantidad a los que tenían los soviéticos en su arsenal. La disparidad estratégica
aumentaba a pasos agigantados, minando la credibilidad de la política de presión
nuclear de Jrushchov.[78] «Además de proteger a Cuba», sostuvo Jrushchov en el
Presidium, «nuestros misiles igualarían lo que a Occidente le gusta llamar “el
equilibrio de poder”». Los norteamericanos habían rodeado a la Unión Soviética con
sus misiles y sus bases aéreas. Ahora iban a «enterarse de lo que se siente al tener los
misiles del enemigo apuntándote».[79] Naturalmente Cuba se encontraba en medio de
lo que los estadounidenses consideraban su esfera de influencia exclusiva. El ejército
norteamericano tenía un predominio absoluto en el Caribe. Eso significaba que el
envío y el despliegue de misiles y la enorme cantidad de equipos y tropas de apoyo
tendrían que llevarse a cabo ante las propias narices de los norteamericanos.
Jrushchov propuso al Presidium que la Unión Soviética enviara misiles nucleares en
secreto y anunciara su llegada a la isla con posterioridad. Al margen de las dudas que
pudieran abrigar los miembros del Presidium y de la secretaría del partido, lo cierto
es que no las manifestaron y votaron unánimemente a favor del plan de Jrushchov.
Los militares llamaron a esta empresa «Anadyr», nombre de un río de Siberia, para
despistar a los servicios de inteligencia occidentales.[80]
La administración Kennedy pasó por alto un elemento clave de las motivaciones
soviéticas, a saber, el carácter provocador de las acciones norteamericanas contra
Cuba. En Washington todos estaban de acuerdo en que los soviéticos no desplegarían
nunca sus misiles nucleares fuera de la URSS. Los norteamericanos no tenían ni la
menor idea de la existencia de un precedente importante: en la primavera de 1959, en
el momento culminante de la crisis de Berlín, llegaron a la RDA misiles soviéticos de
alcance medio provistos de cabezas nucleares. Los soviéticos los retiraron en agosto,
mientras se llevaban a cabo los preparativos para el viaje de Jrushchov a Estados
Unidos.[81] Este episodio parece confirmar la idea de que Jrushchov pretendía no ya
provocar una guerra, sino crear una fuerza de misiles nucleares y reforzar su posición
en el curso de las negociaciones, en caso de que fuera necesario.
En julio de 1962, cuando la delegación cubana, con Raúl Castro a la cabeza, llegó
a Moscú para firmar un acuerdo secreto cubano-soviético sobre despliegue de misiles
y otros asuntos de defensa de la isla, Jrushchov irradiaba seguridad. Pero los cubanos
encontraron al mandatario soviético demasiado seguro de sí mismo y jactancioso. Si
los yanquis se enteraban de lo de los misiles antes de que se hiciera público el
acuerdo, les dijo, no había nada de qué preocuparse. «Voy a agarrar a Kennedy por
los huevos. Si se plantea el problema, os enviaré un mensaje; y esa será para vosotros
la señal para invitar a la flota del Báltico a visitar Cuba».[82] Los militares soviéticos,
a pesar de sus anteriores críticas silenciosas a la arrogancia y la despreocupación de
Jrushchov, actuaron de la misma manera. El mariscal Sergei Biryuzov, general en jefe
de las RVSN, que viajó a Cuba con el fin de reconocer el terreno, llegó a la

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conclusión de que resultaría fácil esconder los misiles soviéticos entre las palmeras
de la isla. A decir verdad, los grandes gerifaltes del ejército indujeron a su máximo
mandatario a equivocarse, pues querían a toda costa tener una base cerca de su
enemigo primordial.[83] Desde el comienzo, el proyecto Anadyr preveía desplegar en
Cuba «un grupo de fuerzas soviéticas compuesto por todos los cuerpos de las fuerzas
armadas», empezando por el envío de un escuadrón de naves de superficie de la flota
del Báltico y un escuadrón de submarinos. Si la operación hubiera tenido éxito, la
Unión Soviética habría dispuesto de 51 000 soldados, varias bases de misiles y una
base naval en la isla.[84] La combinación de la política nuclear de Jrushchov y los
planes de los militares convirtieron el proyecto Anadyr en un monstruo al que ya no
había quien parara.
Por arriesgada que fuera, la operación Anadyr quedaba en nada comparada con
otros macabros proyectos discutidos por los militares. En 1960-1962, los dirigentes
del programa espacial soviético, animados por el filón propagandístico que supuso el
vuelo de Gagarin, empezaron a defender la construcción de estaciones espaciales
militares, capaces presumiblemente de lanzar misiles nucleares contra cualquier
punto del territorio norteamericano. El general Nikolai Kamanin, delegado de asuntos
espaciales del general en jefe de la fuerza aérea soviética, se sentía frustrado porque
el alto mando militar y Jrushchov no veían el potencial que escondía la militarización
del espacio. El 13 de septiembre de 1962 escribía en su diario: «Malinovski, [Andrei]
Grechko, y [el jefe del alto estado mayor del ejército Matvei] Zajarov han perdido
varias oportunidades de ser los primeros en crear una fuerza espacial; yo diría,
incluso, una fuerza militar absoluta capaz de facilitar el dominio del comunismo en el
planeta».[85]
En mayo de 1959, un grupo de investigación militar encabezado por el
comandante de ingenieros A. Iroshnikov envió a Jrushchov una propuesta de creación
de unas veinte o veinticinco islas artificiales alrededor de Estados Unidos, que
pudieran ser utilizadas como bases soviéticas «para el lanzamiento de cohetes
atómicos de alcance medio». Los autores del proyecto esperaban que «la
construcción de nuestras islas en las inmediaciones de centros estadounidenses de
vital importancia» obligaría al gobierno norteamericano «a acceder en el curso de
ulteriores negociaciones a liquidar sus aeropuertos y rampas de lanzamiento en los
países que rodean la URSS». Este plan llegó al despacho del mariscal Sokolovski,
que consideró el proyecto técnicamente factible en su totalidad, aunque
«desacertado».[86] El éxito de la prueba de la superbomba de octubre de 1961 dio
lugar a otros proyectos impracticables. Andrei Sajarov, posteriormente galardonado
con el premio Nobel de la Paz, sugirió que un artefacto similar podía lanzarse en un
gran torpedo desde cualquier submarino. Más tarde, en 1962, el académico Mijail
Lavrentiev escribió un memorándum para Jrushchov proponiendo el uso de un
artefacto de cien megatones capaz de generar una ola artificial gigantesca, semejante
al tsunami provocado por un terremoto, a lo largo de la costa norteamericana. En caso

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de guerra con Estados Unidos, concluía Lavrentiev, podría causar un daño irreparable
al enemigo. Después de varias pruebas, los científicos soviéticos consideraron que la
plataforma continental habría protegido a Nueva York y otras ciudades
norteamericanas de una superóla como aquella. El singularísimo proyecto fue
abandonado.[87]
El 22 de octubre de 1962, Kennedy, espoleado por las fotos de los misiles
soviéticos de Cuba tomadas por los vuelos de reconocimiento de los U-2, denunció
públicamente el despliegue de las armas soviéticas en la isla. Desde el primer
momento, el líder ruso se equivocó en sus cálculos sobre cuál iba ser la primera
reacción de los norteamericanos ante el despliegue de los misiles en Cuba. Es
probable que los soviéticos esperaran que si los norteamericanos descubrían sus
misiles, intentaran en primer lugar ponerse en contacto con el Kremlin a través de
canales secretos y ofrecerles tal vez un trato consistente en eliminar esas armas a
cambio de la retirada de los misiles Júpiter desplegados en Turquía. Varios indicios
alimentaban esa ilusión, hasta que Kennedy salió a la palestra con su declaración
acerca de la «perfidia» de los soviéticos. De repente la crisis se convirtió en un
acontecimiento público, y eso, como bien sabían ambos bandos, iba a incrementar
notablemente las presiones sobre los dirigentes. Kennedy tuvo al menos una semana
de deliberaciones secretas con su círculo más íntimo antes de hacer pública la crisis.
Jrushchov se enteró de la declaración de Kennedy sólo un día antes de que se
produjera.[88]
Apenas unas horas antes del discurso del presidente estadounidense, Jrushchov
convocó una reunión de emergencia del Presidium para discutir las posibles
respuestas soviéticas a las acciones de los norteamericanos. Calificó la nueva
situación de «trágica». Los misiles soviéticos de largo alcance y sus cabezas
nucleares todavía no habían llegado a Cuba. Y el Kremlin había perdido la
oportunidad de hacer publico el tratado de defensa ruso-cubano y por lo tanto carecía
de fundamentos legales internacionales para el despliegue de sus misiles. Los
norteamericanos podían intentar invadir Cuba o lanzar un ataque aéreo contra la isla.
«Si no utilizamos las armas nucleares», dijo Jrushchov, «tomarán Cuba». «En
realidad no deseamos desencadenar una guerra», explicó el líder soviético. «Nuestra
intención era intimidar, frenar a Estados Unidos frente a Cuba». Y concluyó diciendo:
«Ahora pueden atacarnos y tendremos que responder». «Esto puede acabar en una
gran guerra». Jrushchov, como ponen de manifiesto los debates del Presidium, no
quería excluir la posibilidad de utilizar armas atómicas, que era la esencia de su
política de extremismo nuclear. Los militares lo apoyaban; a los mariscales
Malinovski, Andrei Grechko y a otros no les gustaba la idea de un desarme unilateral.
Creían que sus homólogos norteamericanos no habrían vacilado en ser los primeros
en utilizar armas nucleares. El ministro de Defensa Malinovski leyó a los miembros
del Presidium el borrador de la orden enviada al general Issa Pliyev, general en jefe
de las fuerzas soviéticas en Cuba: «Si se produce un desembarco [norteamericano],

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[utilice] las armas tácticas atómicas». Los misiles estratégicos nucleares no podían
utilizarse sin una orden expresa de Moscú. En la discusión que se desató, Anastas
Mikoyan puso la siguiente objeción: «¿Utilizar esos misiles [tácticos] no significa el
comienzo de una guerra termonuclear?». Jrushchov vaciló. No obstante, al cabo de un
prolongado debate, accedió a introducir cambios en las instrucciones enviadas a
Pliyev. No había que utilizar armas nucleares de ningún tipo, ni siquiera en caso de
un ataque contra Cuba.[89] En consecuencia, los misiles estratégicos desplegados en
la isla caribeña nunca estuvieron listos para la guerra. Sus cabezas nucleares
permanecieron a muchos kilómetros de distancia en puntos de almacenamiento
especiales y allí siguieron durante toda la crisis.[90] Ante la insistencia de Mahnovski,
Jrushchov ordenó a los capitanes de cuatro submarinos soviéticos, armados todos
ellos con un torpedo provisto de cabeza nuclear, acercarse a las costas cubanas, con el
fin de incrementar el poder disuasorio nuclear de la URSS. Los militares afirmaban,
de nuevo erróneamente, que esta maniobra podía llevarse a cabo sin que la detectaran
los norteamericanos. Los capitanes y los comisarios políticos de los cuatro
submarinos soviéticos, que pretendían atravesar todas las defensas antisubmarinas
norteamericanas, no tenían una idea muy clara de lo que debían hacer con sus armas
nucleares si eran atacados por la marina o la aviación estadounidense. Algunos de sus
superiores tenían la impresión de que podrían utilizarlas. Por fortuna, no lo hicieron
cuando los destructores de la marina norteamericana detectaron sus naves y las
obligaron a salir a la superficie.[91]
El 23 de octubre, Jrushchov ya se había recuperado del susto inicial y se había
enterado de que el presidente Kennedy y su hermano, el fiscal general Robert
Kennedy, también estaban vacilantes y temerosos. En la sesión del Presidium de 25
de octubre, dijo: «Sin duda, los americanos se han asustado». Reconoció que los
misiles estratégicos debían abandonar Cuba antes de que la situación llegara «al
punto de ebullición», pero ese momento aún no había llegado.[92]
El 27 de octubre, en ausencia de una información clara en torno a las intenciones
de Kennedy, Jrushchov decidió ofrecerle un pacto. En su mensaje al presidente
norteamericano, dijo que la Unión Soviética retiraría sus misiles de Cuba si Estados
Unidos retiraba «las armas del mismo tipo que tenía en Turquía». En consecuencia,
Estados Unidos y la Unión Soviética, continuaba diciendo, «prometerían al Consejo
de Seguridad de la ONU respetar la integridad de las fronteras y la soberanía» de
Turquía y Cuba. Jrushchov dio marcha atrás en su actitud de extremismo nuclear,
para alivio de muchos prebostes de la política exterior soviética. Como cuenta en sus
memorias recientemente publicadas Viktor Israelian, un alto cargo del Ministerio de
Asuntos Exteriores, el mensaje de Jrushchov provocó un gran suspiro de alivio en
todos ellos, y también en «el público en general de Moscú». Israelian y sus colegas
acogieron bien los términos de la negociación planteada por Jrushchov, juzgando que
constituían unos términos de compromiso equitativos, correctos y aceptables para las
dos partes.[93]

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En una segunda reunión celebrada durante la noche del 27 de octubre, Robert
Kennedy y Anatoli Dobrinin acordaron que los soviéticos retirarían los misiles de
Cuba a cambio de dos concesiones de los norteamericanos, a saber, una promesa
pública de no invadir Cuba y otra secreta de llevarse los misiles de Turquía. Kennedy
explicó que cualquier publicidad acerca del trato alcanzado sobre los misiles crearía
un gran escándalo en su país y entre los aliados de la OTAN, y en consecuencia
minaría la posición política de su hermano.[94] El trato parecía una opción aceptable y
justa para los soviéticos. Pero ciertos acontecimientos ocurridos simultáneamente
disiparon las esperanzas soviéticas de encontrar una salida digna a la crisis. Ciertos
signos procedentes de los servicios de inteligencia soviéticos y cubanos, de la
embajada rusa en Washington, y de los militares soviéticos destacados en Cuba
reforzaron la idea de que la situación estaba yéndoseles de las manos. En un
telegrama escrito la noche del 26-27 de octubre, Fidel Castro aconsejaba al dirigente
soviético lanzar un ataque nuclear preventivo en caso de inminencia de una invasión
de la isla por los norteamericanos o de un ataque contra los misiles soviéticos. En una
conferencia celebrada en La Habana en 1992, Castro explicaría dicho telegrama
como un intento de evitar «una repetición de los sucesos de la Segunda Guerra
Mundial», cuando los nazis cogieron a los rusos por sorpresa. Jrushchov, sin
embargo, estaba aterrorizado. Castro no había entendido la lógica de su política de
extremismo nuclear.[95]
Jrushchov se dio cuenta por fin de lo peligroso que era el juego que él mismo
había empezado. Las opiniones del primer secretario en torno a la guerra nuclear eran
muy simples: una vez empezada, no cabía ponerle límites. En julio, Jrushchov había
desechado airadamente la nueva doctrina norteamericana de que los misiles
apuntaran a las instalaciones militares, y no a los centros urbanos. «¿Qué es lo que
persiguen?», preguntó en el Presidium. Y respondió: «Hacer que la población se
acostumbre a la idea de que va a haber una guerra nuclear». Armados con esa
doctrina, los militares norteamericanos podrían entonces convencer a Kennedy de
iniciar una guerra de ese estilo. Envió un telegrama urgente al comandante en jefe de
las fuerzas soviéticas en Cuba, el general Pliyev, confirmando «categóricamente» la
prohibición de utilizar armas nucleares desde aviones o montadas en armas tácticas y
misiles estratégicos.[96] Ese mismo día, el operador de un misil tierra-aire soviético
abatió un avión U-2 en Cuba, matando a su piloto. Jrushchov se enteró de lo ocurrido
el domingo 28 de octubre, y tuvo la impresión de que había sido Castro el que había
ordenado la operación. Más o menos por esa misma fecha, el GRU informó al
Presidium de que Kennedy estaba a punto de hacer otra alocución televisada. Resultó
ser una repetición del «discurso de la cuarentena», pero Jrushchov lo tomó por un
anuncio de inicio de la guerra. Inmediatamente aceptó los términos planteados por los
norteamericanos: a las seis de la mañana, hora de Moscú, sólo dos horas antes del
discurso de Kennedy, la radio soviética comunicó al mundo la retirada unilateral de

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Cuba de «todas las armas ofensivas soviéticas». El comunicado no mencionaba la
retirada de los misiles norteamericanos de Turquía.[97]
Más tarde, Jrushchov volvió con sus bravatas, sosteniendo que la retirada
soviética de Cuba no suponía la derrota que Castro y los comunistas chinos pensaban
que había sido. E intentó mantener en Cuba los misiles tácticos, los misiles de
crucero y los bombarderos tras devolver sus cabezas nucleares a la URSS.[98] El 30
de octubre, dio su versión de lo sucedido a la delegación del Partido Comunista de
Checoslovaquia que casualmente se hallaba en Moscú por esas fechas. «Sabíamos
que los americanos querían atacar Cuba», dijo. «Tanto los americanos como nosotros
hablamos de Berlín, ambas partes con el mismo objetivo, a saber, apartar de Cuba la
atención de los otros; los americanos con el fin de atacar la isla; y nosotros, con el fin
de que ellos se sintieran incómodos y pospusieran el ataque». El líder soviético dijo
entonces que los norteamericanos habían estado a punto de empezar una maniobra
gigantesca por mar, a cargo de 20 000 marines, cuyo nombre clave era Ortsac (esto
es, «Castro» escrito al revés), jugada cuyo verdadero objetivo era invadir Cuba.
«Creemos que poco antes de que dieran comienzo las maniobras, sus servicios de
inteligencia descubrieron que nuestros misiles estaban en Cuba, y los americanos se
pusieron hechos una furia». El telegrama de Castro proponiendo la realización de un
ataque nuclear preventivo de los soviéticos permitió a Jrushchov manifestar sus
opiniones acerca de la guerra nuclear. «Es evidente que hoy día con un primer ataque
no se puede tumbar al enemigo y obligarlo a abandonar el combate. Siempre puede
producirse un contraataque que podría resultar devastador. Al fin y al cabo hay en la
tierra misiles cuya existencia no conocen los servicios secretos. Hay misiles en
submarinos, que no pueden ser eliminados sin más, etcétera. ¿Qué ganaríamos con
empezar una guerra? Al fin y al cabo, morirían millones de personas, también en
nuestro país. Sólo un individuo que no tenga ni idea de lo que significa la guerra
nuclear o al que la pasión revolucionaria ciegue tanto como a Castro, puede hablar de
ese modo». El líder soviético se dio prisa en añadir que no había sido él el que había
perdido el juego de las posturas extremistas. «Por los informes de nuestros servicios
de inteligencia sabíamos que los americanos tenían miedo de que estallara la guerra.
A través de ciertas personas habían dejado claro que nos agradecerían que los
ayudáramos a salir de este conflicto». Jrushchov concluyó exponiendo la siguiente
tesis, con la que sólo pretendía salvar la cara: los misiles de Cuba eran
«esencialmente de una importancia menor desde el punto de vista militar» para la
URSS y habían «cumplido con su principal objetivo».[99]

ABANDONO DE LAS POSTURAS EXTREMISTAS

En sus memorias, Mikoyan observaba que la crisis empezó como un simple juego,
pero acabó «sorprendentemente bien».[100] ¿Qué quería decir? Tanto Kennedy como
Jrushchov se atribuyeron la victoria. Pero la experiencia de la crisis sirvió de

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escarmiento a uno y a otro. Ambos vislumbraron el abismo nuclear y descubrieron
que incluso unos planes cuidadosamente calculados de extremismo atómico podían
acabar en catástrofe. Se dieron cuenta también de cuántas cosas podían salir
malparadas en una crisis de ese estilo.[101] Troyanovski observó de cerca a Jrushchov
durante todos los sucesos de octubre y, en su opinión, aquellos acontecimientos
«tuvieron un valor pedagógico tremendo para ambos bandos y para ambos lideres».
La crisis «los obligó a darse cuenta, no en teoría, sino en términos prácticos, de que la
aniquilación nuclear era una posibilidad real y de que, por consiguiente, era preciso
evitar las posturas extremistas». Ante todo, Jrushchov revisó a fondo la opinión que
tenía acerca del presidente norteamericano. A partir de ese momento, empezó a
considerar a Kennedy un compañero de negociación valioso, y a no pensar en él
como un objetivo fácil de quitar de en medio tirando de la cuerda hasta el extremo en
materia de armas nucleares.[102] Aquel fue el comienzo de los movimientos de ambas
partes hacia una distensión que florecería, a pesar de los constantes obstáculos, diez
años después.
El resultado de la crisis de los misiles cubanos acabó con el «nuevo estilo» de
Jrushchov, aunque él nunca lo reconociera. Las repercusiones públicas de la crisis
dentro de la Unión Soviética fueron mínimas, y muchos ciudadanos de la URSS,
acostumbrados a las constantes noticias acerca de las «provocaciones del militarismo
americano contra la isla caribeña de la libertad», no perdieron ni un minuto de sueño
por la crisis hasta que su peor fase hubo pasado. Las élites políticas, en cambio, se
tomaron la crisis de Cuba sumamente en serio. Los funcionarios del partido
residentes en Moscú decidieron enviar a sus familias al campo. Cuando las
autoridades provinciales conocieron más detalles de lo ocurrido, quedaron pasmadas.
Un líder del partido de Ucrania, Petro Shelest, escribió en su diario en noviembre de
1962: «Estuvimos al borde de la guerra. En una palabra, creamos una situación de
tensión militar insostenible y luego intentamos salir de ella de cualquier manera».
Shelest y muchos colegas suyos pensaban que «ese loco de Nikita» los había metido
en un buen lío.[103]
La crisis de los misiles cubanos puso fin también a la afición de Jrushchov a
tensar la cuerda hasta el extremo y a plantear ultimátums en lo concerniente a Berlín
Occidental. En julio de 1962, el líder soviético parecía dispuesto a ejercer más
presión sobre las potencias occidentales presentes en la ciudad. Si la jugada de Cuba
le hubiera salido bien, Jrushchov habría conseguido una enorme influencia
psicológica y política sobre Kennedy. Pero a partir del 22 de octubre, Jrushchov
rechazó todas las sugerencias que le hicieron sus subordinados en el sentido de
responder a las acciones de los norteamericanos contra Cuba con un bloqueo de
Berlín Occidental.[104]
Por desgracia para Jrushchov, no podía revelar su acuerdo secreto con Kennedy
acerca de la retirada de los misiles norteamericanos de Turquía. Los medios de
comunicación estadounidenses celebraron la victoria de Kennedy, pero la reputación

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de Jrushchov en su propio país sufrió un daño desastroso. Muchos militares y
diplomáticos de alto rango estaban convencidos de que el primer secretario había
perdido los nervios y había aceptado precipitadamente el ultimátum sin concesiones
de los norteamericanos. Las negociaciones entre el viceministro de Asuntos
Exteriores soviético, Nikolai Kuznetsov, el embajador de Estados Unidos en la ONU,
Adlai Stevenson, y el representante personal de Kennedy, John McCloy, vinieron a
corroborar esta impresión. Los norteamericanos aprovecharon hábilmente la situación
de Jrushchov y rechazaron cualquier intento de salvar la cara por parte de los
soviéticos. Además, utilizaron la vaga promesa de Jrushchov acerca de la retirada de
«armas ofensivas» (en los discursos públicos, el Kremlin se negaba obstinadamente a
mencionar la presencia de misiles rusos en Cuba) y obligaron a los soviéticos a
llevarse todos los sistemas armamentísticos, empezando por los bombarderos
Ilyushin, que Moscú había prometido entregar a los cubanos.[105] En los salones del
poder de Moscú muchos creían que, en primer lugar, Jrushchov no habría debido
desplegar los misiles en Cuba, pero que, una vez hecho, habría debido seguir en sus
trece. El resultado de la crisis, con la salida de Cuba de las armas soviéticas bajo la
atenta supervisión de Estados Unidos, dejó muy mal sabor de boca en los altos
mandos del ejército ruso.[106]
A los dirigentes cubanos y a los enemigos de Jrushchov en Beijing, el final de la
crisis les pareció una capitulación abyecta. Jrushchov se olvidó de consultar con
Castro antes de efectuar el anuncio público de la retirada soviética. Tampoco le
reveló la naturaleza de su tratado secreto con Kennedy, temiendo justificadamente
que el quisquilloso líder caribeño lo considerara un insulto a la soberanía cubana y
que divulgara su secreto a todo el mundo. Castro, a su vez, se sintió traicionado
personalmente y creyó que Jrushchov había traicionado también la causa comunista.
Cuando el mandatario soviético soltó accidentalmente la noticia del cambalache de
misiles que había acordado con Kennedy durante la visita que Castro realizó a Moscú
en la primavera de 1963, el líder cubano se puso lívido de cólera y se sintió
humillado.[107]
La crisis proyectaría una sombra larguísima; los dirigentes soviéticos no se
arriesgarían nunca más a un choque frontal «entre los dos sistemas» a la manera en
que lo había hecho Jrushchov. Tras la dura lección que supusieron los sucesos de
Cuba, los dirigentes del Kremlin empezaron a tomarse más en serio la idea del
control de armas. El ejército y los líderes del enorme complejo de industrias militares,
especialmente el titular del Ministerio de Instalaciones Nucleares, Efim Slavski, y el
presidente de la comisión de industria militar, Dmitri Ustinov, siguieron oponiéndose
a cualquier limitación del desarrollo armamentístico. Pero un influyente lobby
científico preparó el terreno para que se efectuara el cambio en este sentido. Muchos
científicos nucleares soviéticos simpatizaban con la campaña antinuclear desarrollada
en todo el mundo. Desde finales de los años cincuenta y hasta su muerte en febrero de
1960, Igor Kurchatov había presionado a favor de una moratoria de las pruebas

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nucleares.[108] A comienzos de 1963, cuando Jrushchov y la administración Kennedy
empezaron a dar pasos hacia la firma de un acuerdo sobre la prohibición parcial de
las pruebas, recibieron un gran impulso de los científicos nucleares. Viktor Adamski,
miembro del grupo de teóricos que formaban el departamento de diseños nucleares de
Sajarov, el Arzamas-16, envió a Jrushchov una nota instándole a aceptar los términos
de la propuesta ofrecida anteriormente por los norteamericanos, pero rechazada por
los soviéticos. Sajarov aprobó la carta y al día siguiente voló a Moscú para
enseñársela al ministro encargado de las armas atómicas, Efim Slavski. Este accedió a
hacer llegar la carta a Jrushchov. Los científicos supieron tocar las teclas oportunas
para agradar al primer secretario. Pocos días después, Slavski comunicó a Sajarov
que Jrushchov había aceptado la propuesta.[109]
Por entonces, los soviéticos no eran capaces de superar la desconfianza que les
inspiraba la realización de unas inspecciones indiscretas y la presencia de unos
inspectores de la OTAN en su propio territorio. Hasta Jrushchov, que en sus
memorias hablaría elocuentemente acerca del «fastidio» de la xenofobia estalinista,
se mostraría inflexible en este punto. Dijo a sus colegas del Presidium que incluso la
realización de dos o tres inspecciones, que había sido su postura negociadora inicial
en las conversaciones con Estados Unidos, habría supuesto «dejar entrar a unos
espías» en la Unión Soviética. Aunque las potencias occidentales se mostraran de
acuerdo, «nosotros no tenemos ninguna necesidad» de permitirlo. En 1963, el
programa atómico soviético ya no requería la realización de pruebas al aire libre a
gran escala para fabricar un arsenal estratégico y lograr una paridad estratégica con
los norteamericanos. Pero lo más importante era que la prohibición parcial de las
pruebas no exigía inspecciones in situ. Cuando se abandonó la cuestión de las
inspecciones, cayó el último obstáculo para la firma del acuerdo. El 5 de agosto de
1963, las negociaciones soviético-angloamericanas terminaron con la firma en el
Kremlin del Tratado de Prohibición Limitada de Pruebas. El hijo de Jrushchov
recuerda que el líder soviético se sintió «extraordinariamente contento, incluso feliz»
con este gran logro.[110]
Mientras tanto, Jrushchov atacaba abiertamente la retórica «revolucionaria» china
acerca de la guerra y la paz.[111] En su discurso ante el Soviet Supremo de diciembre
de 1962, ridiculizó el concepto chino del imperialismo como «tigre de papel». «Ese
tigre de papel», dijo, «tiene dientes atómicos y eso es algo que no puede tomarse
frívolamente». En julio de 1963, los dirigentes soviéticos se mostraron dispuestos a
«cruzar nuestras espadas públicamente con los chinos»; su principal objetivo en la
reunión del Pacto de Varsovia de ese mismo mes fue conseguir el apoyo de sus
aliados contra Beijing. Como concluía acertadamente por esas mismas fechas la
embajada norteamericana, el «estallido de una guerra virtualmente no declarada»
entre Moscú y Beijing en la primavera de 1963 «explicaba la aceptación por parte de
los soviéticos de un acuerdo de prohibición parcial de las pruebas que bien habrían
podido alcanzaren cualquier momento del año pasado».[112]

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Estas interpretaciones dieron lugar a un curioso episodio de las relaciones
americano-soviéticas. En el marco de las conversaciones y consultas con Jrushchov
acerca de la prohibición de las pruebas, la administración Kennedy propuso
implícitamente y a veces de manera explícita que se combinaran esfuerzos para
conseguir la reducción del programa nuclear chino. El 15 de julio, Kennedy ordenó a
su negociador, Averell Harriman, «sondear la opinión de K sobre los medios de
limitar o impedir el desarrollo nuclear de China y su disposición a tomar medidas en
nombre de la URSS o a aceptar las acciones que puedan tomar los americanos en esa
dirección». Se trataba de un sondeo mal disimulado de la posibilidad de llevar a cabo
un ataque preventivo contra las instalaciones nucleares chinas. Harriman y otros
representantes norteamericanos se reunieron con Jrushchov en varias ocasiones
durante el período comprendido entre el 15 y el 27 de julio, y discutieron este asunto
con él, pero para mayor decepción suya, «Jrushchov y Gromiko no han mostrado el
menor interés y de hecho han desechado el tema en varias ocasiones».[113] A decir
verdad, la propuesta norteamericana llegó en el peor momento posible, justo cuando
estaban teniendo lugar en Moscú la reunión de la Organización del Pacto de Varsovia
y las discusiones ideológicas secretas chino-soviéticas. Por motivos ideológicos,
Jrushchov no podía arriesgarse a concluir una alianza secreta con Washington.[114]
Vistas las cosas retrospectivamente, Jrushchov destaca como un caso raro de
optimismo nuclear. Su propensión a llevar las cosas al extremo en ese terreno era
excepcionalmente tosca, agresiva e imprudente, y además estaba guiada por
consideraciones ideológicas. El arquitecto del nuevo estilo iba a por todas. Pero se
fiaba más de su instinto que del cálculo estratégico. Y desde luego nunca fue un
maestro de las componendas diplomáticas. Su improvisación, su falta de tacto, su
grosería y su espontaneidad precipitaron su caída, después de varios golpes de suerte.
Sus creencias ideológicas, junto con sus vacilaciones emocionales entre la
inseguridad y el exceso de confianza, hicieron que fuera todo un fracaso como
negociador. Además, el dirigente soviético nunca fue capaz de llegar a ninguna
conclusión sistemática o coherente respecto a la estrategia nuclear. En el pensamiento
político y militar soviético siguió habiendo un abismo enorme entre la insistencia en
las armas nucleares concebidas como medio de prevención de la guerra y la doctrina
militar oficial con su búsqueda de la «victoria» a toda costa en una guerra futura. En
sus reuniones internas después de la crisis de los misiles cubanos, el jefe del alto
estado mayor, Zajarov, el ministro de Defensa, Malinovski, y el jefe de las RVSN,
Biriuzov, reconocerían que el resultado de una guerra entre las superpotencias tendría
que decidirse mediante una oleada masiva de ataques nucleares.
Al mismo tiempo, deseaban claramente anular los planes que tenía Jrushchov de
llevar a cabo recortes drásticos del armamento convencional. El 7 de febrero de 1963,
en una conferencia interna de militares Malinovski dijo que todos los sectores y tipos
de las fuerzas armadas soviéticas debían ser mantenidos y desarrollados, porque
podrían producirse «conflictos no nucleares locales», por ejemplo en Vietnam del

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Sur, y porque incluso «en una guerra termonuclear» sería necesario «eliminar lo que
quedara de las fuerzas enemigas y mantener bajo control los territorios
conquistados». No es de extrañar que, tras la caída de Jrushchov en octubre de 1964,
sus sucesores empezaran a plantearse alcanzar la paridad numérica con la OTAN,
opción que exigiría unos gastos enormes y que, en último término, daría lugar a una
expansión excesiva de la economía soviética.[115]
Las amenazas lanzadas por Jrushchov contra Occidente y la doctrina militar de la
victoria en la guerra nuclear que impuso a las fuerzas armadas soviéticas proyectarían
una sombra siniestra sobre las relaciones entre Estados Unidos y la URSS. El
escándalo de los misiles de Jrushchov dejó una profunda impresión en los dirigentes
políticos norteamericanos y en los colectivos de analistas estratégicos. Los sucesores
de Jrushchov necesitarían doce años de minuciosa labor diplomática y una
acumulación de armamento extraordinariamente costosa para alcanzar el mismo
estadio en las negociaciones con las potencias occidentales que Jrushchov echó a
perder en mayo de 1960. Pero ni siquiera los años de la distensión lograron reparar el
daño hecho por Jrushchov. Su intento de intimidar a Kennedy en Viena obsesionaría a
varios presidentes norteamericanos. Análogamente, durante mucho tiempo, los
estadounidenses siguieron mostrando una alergia especial ante cualquier actividad
desarrollada por los soviéticos cerca de Cuba, lo que daría lugar a las minicrisis de
1970 y 1979. Los teóricos neoconservadores de mediados de los setenta utilizaron las
publicaciones de la era Jrushchov, empezando por la Estrategia militar, para afirmar
que los soviéticos pretendían realmente llevar a cabo una guerra nuclear y ganarla.

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6

El frente nacional soviético: las primeras


fisuras, 1953-1968

El sistema de vida soviético puede generar sus propios


enemigos. Crea e instruye a sus adversarios.

Diario de SERGEI DMITRIEV,


historiador, octubre de 1958

La intelligentsia de Moscú y Leningrado apenas se enteró de que estaba


desencadenándose el drama de la crisis de los misiles de Cuba. A comienzos de
noviembre de 1962, sus integrantes, así como millones de lectores soviéticos, se
dedicaban a la búsqueda frenética de alguna copia de una voluminosa revista literaria
que acababa de publicar la obra de Alexander Solzhenitsin, Un día en la vida de Iván
Denisovich, acerca de las vicisitudes de un campesino ruso en un campo de
concentración estalinista.[1] Durante la segunda década de la Guerra Fría empezaron a
producirse una serie de cambios decisivos en el frente nacional soviético, en la
sociedad y la cultura, en la opinión pública y en las identidades colectivas.
La Guerra Fría no representó únicamente una confrontación más entre grandes
potencias. Fue también el choque entre unos proyectos sociales y económicos
opuestos, el escenario para una guerra cultural e ideológica. Como tal, a juicio de
David Caute, se vio fuertemente influida «por el legado común, que tantos ataques
enérgicos había sufrido, de la Ilustración europea; y, de igual manera, por el
sorprendente peso global que ejercían el mundo de la imprenta, el cine, la radio y la
televisión, sin olvidar la proliferación de salas de teatro y de conciertos que se
abrieron al gran público, particularmente en la URSS».[2]
Diversos estudios recientes han llegado a la conclusión de que la confrontación
global y esa competición ideológica influyeron profundamente en la sociedad de
Estados Unidos del mismo modo que la modernización de la cultura norteamericana
y su sociedad empezó a influir en la política exterior y la conducta del país en el
ámbito internacional.[3] Y una interacción parecida tuvo lugar en el bando soviético.
El giro hacia la «nueva» política exterior y la denuncia de la figura de Stalin lanzada

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por Jrushchov en el congreso del partido de febrero de 1956 se produjeron en el
momento en que la sociedad soviética experimentaba una rápida modernización. Esta
modernización, que en tiempos de Stalin estuvo restringida a pequeños grupos
elitistas y a las industrias militarizadas, pasó a ser un fenómeno mucho más
generalizado a la muerte del dictador. La exigencia de competir con Estados Unidos
obligó a las autoridades soviéticas no sólo a promover la ciencia y la tecnología, sino
también a expandir la formación universitaria y a conceder una mayor libertad y más
poder a las élites científicas y técnicas. Entre 1928 y 1960 el número de universitarios
se multiplicó por doce y alcanzó los 2,4 millones. El número de profesionales con
titulo universitario pasó de 233 000 a 3,5 millones.[4] Los dirigentes que siguieron a
Stalin quisieron demostrar que el modelo soviético era capaz de generar una sociedad
feliz de individuos creativos sumamente cultos e instruidos. Jrushchov y otros
miembros del Presidium acordaron una importante reducción de la jornada laboral y
los impuestos; aumentaron las inversiones en la construcción de viviendas, la
educación, la cultura de las masas y el sistema sanitario. También emprendieron la
creación de infraestructuras urbanas modernas y de industrias orientadas al consumo,
olvidadas o desmanteladas durante la era estalinista. Según la historiadora rusa Elena
Zubkova, «dio la impresión de que la política gubernamental tenía realmente al
pueblo como punto de mira».[5] A comienzos de los años sesenta, las políticas
sociales del gobierno y el crecimiento económico elevaron el optimismo de la
población soviética, especialmente entre el sector de los profesionales y los
estudiantes, la cada vez mayor «clase media» instruida.[6]
El deshielo cultural y la desestalinización emprendidos por Jrushchov fueron
también factores trascendentales, aunque de ningún modo inevitables, de la
modernización de la URSS. La gris uniformidad de la cultura estalinista empezó
asimismo a tomar otros matices. Los ciudadanos soviéticos, pese a seguir temiendo la
represión política, empezaron a hablar manifestando opiniones cada vez más
diversas. Creció la resistencia pasiva a las prácticas estatales impopulares, y
empezaron a surgir diversos «oasis» de pensamiento, relativamente libres de
propaganda estatal.[7] Estas formas de evolución atraerían la atención de los
especialistas occidentales.[8] Recientemente Jeremi Suri ha afirmado que la
desestalinización durante los años sesenta condujo al movimiento de disidencia que, a
su vez, junto con los movimientos que aparecieron en Europa Central, empezó a
desafiar los fundamentos del régimen soviético. Y que esta circunstancia llevó a las
autoridades del Kremlin a desarrollar una diplomacia más conservadora, orientada a
la distensión.[9] La visión que tiene Suri exagera el impacto del movimiento disidente
y minimiza la importancia de otras razones significativas que se escondían tras la
política de distensión de la URSS. Sin embargo, constituye un prometedor primer
intento de conectar historias que durante demasiado tiempo han permanecido
desconectadas.

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En el presente capítulo, yo sostengo que el deshielo y el proyecto de
desestalinización de Jrushchov no tuvieron un efecto visible inmediato en la política
exterior soviética. Y que ésta estuvo, sin embargo, estrechamente relacionada con el
resultado de la Guerra Fría. Produjo hondas divisiones en los estratos cultos de la
sociedad soviética y marcó el fin de su aislamiento absoluto de Occidente. La
destrucción del culto a Stalin hirió el consenso ideológico de la URSS. El análisis de
los cambios que se produjeron en ramas específicas de la burocracia soviética (el
ejército, la policía secreta, las élites del partido), y entre los trabajadores, las diversas
nacionalidades, los veteranos de guerra, etc., quedan lejos del objetivo del presente
estudio. Nuestro interés aquí se centra en los grupos y las redes elitistas que hicieron
aparición a finales de los años cincuenta, y que treinta años más tarde, durante la
ultima etapa del drama de la Guerra Fría, pasarían a ocupar el centro de la vida
política y cultural del país. Esas élites estaban formadas por apparatchiks ilustrados
del partido, intelectuales, artistas y escritores de Moscú y otros grandes centros
urbanos que se autodenominaban shestidesiatniki, esto es, «hombres y mujeres de los
sesenta», y que tenían la firme determinación de reformar y liberalizar su país. Su
esfuerzo conjunto ofrecería el marco fundamental para el sorprendente giro que
experimentó la conducta internacional soviética bajo la presidencia de Mijail
Gorbachov entre 1985 y 1989.

EL DESHIELO

El régimen de Stalin modeló y conformó la vida intelectual y la cultura de masas de


la Unión Soviética durante décadas. Numerosos elementos de la propaganda y la
cultura de masas estalinistas sobrevivieron al terror e incluso al propio comunismo
para seguir afectando incluso en la actualidad al pueblo ruso. A comienzos de los
años treinta el objetivo de Stalin había consistido en inculcar a los intelectuales, a las
élites culturales y a las masas las ideas de servicio a los intereses propios de una gran
potencia, de vigilancia a los posibles enemigos internos y disposición a ir a la guerra
frente a cualquier amenaza externa. A su vez, los preparativos de Stalin para una
confrontación definitiva con Estados Unidos determinaron la dirección y el objetivo
de la propaganda y la política cultural de la Unión Soviética. En el espíritu del
paradigma revolucionario-imperial, la propaganda oficial promovió el chovinismo
ruso de gran potencia y la idea del papel central de la URSS en cuestiones
internacionales.[10]
Las recientes investigaciones históricas ponen de manifiesto que Stalin actuó
como el editor supremo de la cultura soviética, esto es, la redacción del discurso
oficial que definía las identidades, los valores y las creencias colectivas.[11] En
ningún otro régimen de la historia moderna, aparte del de la Alemania nazi, la
promoción de la cultura (kultura) llegó a preocupar tanto a las autoridades políticas y
supuso un gasto tan considerable. Diversas instituciones culturales, entre ellas el

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Teatro Bolshoi y los principales museos de Moscú y Leningrado, se beneficiaron
enormemente de la munificencia estatal. Stalin mimó y fomentó las élites creativas,
especialmente a los escritores, a los que llamaba «los ingenieros de almas humanas».
A partir de 1934, los miembros del Sindicato de Escritores Sovéticos, integrantes de
facto de la maquinaria de la propaganda estatal, se convertirían en una clase
privilegiada. Autores reconocidos vieron que se editaban millones de copias de sus
libros, y los artistas y escultores más privilegiados se hicieron ricos gracias a los
encargos del estado. Una especialista rusa en historia de la cultura, María Zezina, ha
observado que a la muerte de Stalin «la inmensa mayoría de la intelligentsia creativa
sentía verdadera devoción por el poder soviético y no se planteaba ejercer ni siquiera
la más mínima forma de oposición a él».[12]
Al mismo tiempo, un sinfín de escritores, músicos, artistas y otras figuras
culturales, que cayó en desgracia, víctima de las purgas, pasó años y años en los
gulags. La decadencia de las artes fue especialmente impactante, pues el esplendor, la
diversidad y los experimentos vanguardistas de los años veinte dieron paso al
conformismo triunfante, a la cursilería y a la mediocridad. Fue prohibido el
vanguardismo cultural por considerarse «formalista» y «antinacional». Todo debía
atenerse a la doctrina del «realismo social», impuesta oficialmente en 1946. Dicha
doctrina promovía la creación de un mundo falso con arreglo a la prescripción
ideológica de Stalin: el mundo de la Gran Mentira, en claro contraste con las
realidades soviéticas. La doctrina del «realismo social» no era exclusivamente una
parte de la ideología imperante. Estaba incrustada en todos los mecanismos de
«producción cultural», incluso en las jerarquías de los «sindicatos creativos» y en la
autocensura colectiva.[13] Las fuerzas culturales estaban divididas tácitamente en
facciones, en una lucha perversa por la consecución de mayores recursos y
privilegios. Todo ello dio lugar a un rápido declive no sólo de la cantidad, sino
también de la calidad de la «producción cultural» de la Unión Soviética.
Las intromisiones de Stalin en el reino de las ciencias tuvieron unos resultados
todavía más contradictorios. Por un lado, en los programas nucleares, de misiles y
armamentísticos, promocionó a los cuadros jóvenes, confiándoles tareas cruciales y
concediéndoles numerosos privilegios y prebendas. Igor Kurchatov, nombrado
director científico del proyecto atómico, escribió el siguiente comentario tras
mantener una conservación con el líder soviético: «El camarada Stalin ama Rusia y la
ciencia rusa». A partir de 1945, los científicos y los catedráticos universitarios de la
URSS se convertirían en una casta de privilegiados; y sus salarios se situarían muy
por encima de la media. Al mismo tiempo, las interferencias directas, y a menudo
obsesivas, del líder del Kremlin supusieron la promoción del monopolio
pseudocientífico de Trofim Lisenko en materia de biología que dio lugar a la
proscripción de la genética y la cibernética.[14]
El antisemitismo pasó a formar parte de una política estatal cuyas repercusiones
serían claramente evidentes en todas las esferas intelectuales y culturales de la vida

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soviética. La campaña antisemita llegó a su momento culminante en enero de 1953,
después de que Stalin desencadenara «el caso de los médicos del Kremlin». Las
noticias difundidas por la propaganda soviética afirmaban que prominentes médicos
rusos («los médicos del Kremlin») habían urdido —con la ayuda de organizaciones
sionistas de Estados Unidos— una conspiración para acabar con la vida de
autoridades políticas y militares de la URSS. Stalin podía ordenar en cualquier
momento la deportación de judíos soviéticos a las regiones más orientales del país. El
antisemitismo tuvo una influencia tremendamente divisionista y corrosiva en las
élites soviéticas y en los sectores más cultos de la sociedad. Pero por encima de todo,
dio lugar a la aparición de un sentimiento antiestalinista, y al final antisoviético, en
círculos cultos —médicos, catedráticos, profesores, escritores, periodistas,
profesionales y la intelligentsia creativa en general— que desde los años veinte
habían estado fuertemente representados por individuos de ascendencia judía.[15]
Las esperanzas de liberalización y de una vida mejor que habían abrigado los
intelectuales y las élites culturales tras la guerra de 1941-1945 empezaron a crecer
entre los miembros de los círculos cultos de la sociedad soviética. Los observadores
más perspicaces se dieron cuenta de que la política estalinista en la esfera cultural,
intelectual y científica, al igual que en cualquier otro ámbito, había llegado a un
callejón sin salida.[16] A la muerte del dictador, el marco y los mecanismos básicos de
control estatal en el campo de la educación, de la cultura y de las ciencias siguieron
siendo en esencia los mismos. Pero la caza de brujas antisemita, y la histeria de masas
y la preparación de pogromos, acabaron tras la muerte de Stalin. La agresiva
propaganda del militarismo y el nacionalismo ruso disminuyó su intensidad; los
nuevos líderes soviéticos exigieron la restauración de la «legalidad socialista». De
manera gradual, los sorprendentes cambios de 1953, incluida la rehabilitación de los
primeros grupos de prisioneros políticos confinados en gulags y la drástica reducción
del poder de la policía secreta y su red de informadores, dieron paso al deshielo
cultural.
El nuevo líder, Nikita Jrushchov, no era otro Gran Maestro que guiara la forma de
pensar de cada persona y capturara su imaginación. Era un hombre errático que
poseía una cultura increíblemente pobre. Ni pretendía ni podía dirigir la cultura de su
país. Es evidente que en la primavera de 1957 acudió bebido a su primera reunión
con escritores soviéticos. Como carecía de medios para cautivar a sus invitados,
intentó reconvenirlos e intimidarlos. El resultado fue desastroso. A diferencia de
Stalin, Jrushchov parecía un pobre hombre; su comportamiento resultaba divertido,
horripilante y humillante a la vez para cualquier intelectual. No tardaría en correr un
nuevo dicho popular, un juego de palabras a propósito de la denuncia de Jrushchov
del «culto a la personalidad» de Stalin: «Había un culto, pero al menos también había
una personalidad».[17]
En otoño de 1953 Novi Mir publicó diversos ensayos literarios de Vladimir
Pomerantsev que contenían una sencilla tesis: los escritores deben escribir con candor

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acerca de lo que piensan y observan. Se trataba de la primera alusión irónica al
realismo socialista y a la mendacidad de la cultura estalinista. Pomerantsev había
pasado varios años fuera de la URSS, trabajando para la Administración Militar
Soviética en Alemania. Tal vez esta circunstancia le librara de la parálisis del miedo y
la autocensura que atrapaba a muchos de sus colegas.[18] Durante los años 1954 y
1955 en las residencias universitarias de Moscú, Leningrado y otras ciudades se
llevaron a cabo numerosos debates sobre el «candor» en la literatura y la vida que no
tardaron en convertirse en discusiones profundas acerca del abismo existente entre la
esperanza ideológica y la realidad soviética. En esos debates participaron futuros
disidentes soviéticos, estudiantes de Europa Central que estaban de visita y los que
más tarde desarrollarían con éxito una carrera en la Liga de las Juventudes
Comunistas (Komsomol) y en el partido. Entre ellos había dos compañeros de
habitación: un estudiante checo, Zdenek Mlynar, que sería una de las figuras más
prominentes de la «Primavera de Praga» de 1968, y Mijail Gorbachov, que tres
décadas después se convertiría en el último secretario general del Partido Comunista
de la URSS.
Una minoría creativa, compuesta por directores teatrales y cinematográficos,
editores de revistas, abogados, historiadores y filósofos, empezó a poner a prueba los
límites de la censura estatal, aventurándose a saltar las fronteras de la disciplina de
partido en su búsqueda de la innovación y la originalidad.[19] El escritor Iliá
Ehrenburg, el que fuera emisario de Stalin al mundo de la intelectualidad occidental
prosoviética, produjo una novela, El deshielo, que dio el nombre a la nueva era.
Alexander Tvardovski y Konstantin Simonov comenzaron la transformación de la
revista Novi Mir, convirtiéndola en una salida para obras literarias de talento poco
ortodoxas. Los directores cinematográficos Mijail Kalatozov, Mijail Romm y otras
estrellas de la «fábrica de sueños» soviética realizaron películas en las que se
ensalzaban virtudes y valores humanísticos. Todos estos individuos, ayudados por
funcionarios más comprensivos que se encargaban de cuestiones culturales, crearon
el ambiente en el que crecería y aspiraría a mayores libertades una nueva generación
de hombres y mujeres de gran talento.[20]
El deshielo cultural evolucionó para convertirse en un fenómeno mucho más
radical después de que Jrushchov pronunciara su discurso secreto. El líder del
Kremlin no tenía la capacidad de perspectiva ni la solidez intelectual para prever las
consecuencias de ese discurso. Su texto fue filtrado a Occidente. El Departamento de
Estado norteamericano publicó el informe, y al poco tiempo Radio Liberty y Radio
Europa Libre, las dos emisoras financiadas por la CIA, procedieron a retransmitirlo
para consternación de los comunistas tanto del este como del oeste.[21] En la propia
Unión Soviética, Jrushchov hizo llegar el discurso secreto a las organizaciones
locales del partido con la orden de leerlo a todos los militantes de base e incluso a
audiencias mucho más numerosas como los «colectivos de trabajadores»;
probablemente lo oyeran entre veinte y veinticinco millones de personas. El informe

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puso todo el aparato ideológico y de propaganda en un estado de parálisis. En las
universidades, en los centros de trabajo e incluso en las calles, la gente opinaba al
respecto, y los oficiales, el KGB y los informadores secretos enmudecieron.[22]
Millones de ciudadanos soviéticos querían saber más que lo que revelaba el
discurso. Sergei Dmitriev escribiría en su diario: «El discurso carece de una
interpretación seria de los hechos. Sus implicaciones en materia de política exterior
apenas pueden deducirse. ¿Y qué significado tiene a nivel nacional? En las escuelas
los estudiantes empiezan a arrancar de las paredes los retratos de Stalin y los rompen
saltando encima. Preguntan: ¿Quién creo el culto a la personalidad? Si únicamente
había una sola personalidad, ¿qué hizo el resto del partido? Los comités del partido
de todas las regiones, distritos y zonas cuentan con un vozhd y unos héroes propios».
[23]
Algunos estudiantes soviéticos, según un observador norteamericano, sentían que
«sus creencias habían sido destruidas, y que, por lo tanto, ya no podían creer en
nada» de lo que el régimen soviético les había dicho que creyeran.[24] A finales de
mayo de 1956 unos estudiantes de la Universidad Estatal de Moscú boicotearon la
cafetería del centro, famosa por la mala comida que servía. Fue como una evocación,
en parte intencionada, de la revuelta que se produjo en el acorazado Potemkin durante
la revolución de 1905 (el pueblo soviético conocía muy bien ese episodio de su
historia gracias a la célebre película rodada por Sergei Eisenstein). En vez de tomar
medidas enérgicas al respecto, las autoridades, desconcertadas, optaron por negociar
con los estudiantes. Sólo más tarde algunos de ellos fueron expulsados de la
universidad y enviados a vivir a las provincias.[25]
Durante el semestre que siguió al verano, los universitarios de numerosas
facultades de Moscú, Leningrado y otras ciudades se dedicaron a producir pósteres,
boletines y periódicos no autorizados por las autoridades. Las revoluciones que en
otoño estallaron primero en Polonia y más tarde en Hungría tuvieron un impacto
considerable no sólo en las regiones vecinas de Ucrania Occidental y el Báltico, sino
también en grupos estudiantiles de Moscú, Leningrado y otros grandes centros
urbanos. Cuando el ejército soviético consiguió aplastar la revuelta de Hungría en
noviembre de 1956, los universitarios de Moscú y Leningrado se unieron para
celebrar asambleas y manifestar su solidaridad con Hungría.[26] Algunos de los más
extremistas tuvieron la necesidad de pasar a la acción. En la región de Arcángel un
joven distribuyó un panfleto en el que se comparaba el poder soviético con el
régimen nazi. El panfleto decía: «El Partido de Stalin es [una organización] criminal
y antinacional. Ha degenerado hasta convertirse en un grupo cerrado de degenerados,
cobardes y traidores». El futuro disidente Vladimir Bukovski, que por aquel entonces
cursaba sus estudios de secundaria, soñaba con conseguir armas para asaltar el
Kremlin.[27]
Al igual que hicieran un siglo antes sus predecesores de la Rusia zarista, los
estudiantes más radicales buscaron su guía en la literatura. El centro de su atención

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fue la nueva novela de Vladimir Dudintsev, No sólo de pan vive el hombre, publicada
en Novi Mir. Esta obra describe el conflicto que surge entre un hombre honesto e
innovador y los burócratas que se dedican a atormentarlo y a frenar su actividad
creativa. Las reuniones que celebraban los escritores con los estudiantes fomentaron
aún más el radicalismo. Konstantin Simonov, editor de Novi Mir, manifestó
públicamente que era necesario revocar las resoluciones del partido de 1946 en
materia de censura de las artes y la literatura. El aclamado escritor Konstantin
Paustovski habló de la existencia de una nueva clase de arribistas conservadores y
obtusos en el mundo de las ciencias y la cultura, entre otros. Expresó su convicción
de que el pueblo soviético «conseguirá librarse de esa gente». Sus palabras
encendieron a los estudiantes, y fueron copiadas a mano en unos panfletos para poder
difundirlas por toda Rusia. Otros tomaron la novela de Dudintsev como un proceso a
toda la clase dirigente comunista. En una carta anónima al Sindicato de Escritores de
Ucrania se decía: «Dudintsev tiene mil veces razón. El poder lo detenta todo un
grupo, fruto de nuestro terrible pasado». El autor de la misiva se definía como «el
representante de un nutrido grupo de la intelectualidad soviética media». «Hemos
abierto los ojos», concluía la carta. «Hemos aprendido a distinguir la verdad de la
mentira. Ya no hay vuelta atrás. Se está desmoronando el edificio de mentiras que
individuos como vosotros han contribuido a erigir. Y nada evitará que se derrumbe».
[28]
La ruptura con la Gran Mentira de Stalin no significaba automáticamente una
ruptura con la ideología comunista y el legado revolucionario. En la mentalidad que
por entonces prevalecía, la sed de libertad personal entraba en fuerte contradicción
con una sincera creencia en la validez del colectivismo socialista.[29] Varias fuentes
han demostrado también que el año 1956 fue sólo el principio de una gran
«emancipación del pensamiento», atado hasta entonces a una utopía comunista.[30]
Hubo muchos que consideraron la desestalinización como la vía para restablecer los
valores y las normas de los primeros años posrevolucionarios del «verdadero
leninismo». Al finalizar una asamblea de tres días del Sindicato de Escritores de
Moscú, tras discutir sobre el discurso secreto, los congregados se pusieron a cantar de
manera espontánea La Internacional. Una futura disidente, Raisa Orlova, se sintió
abrumada por la emoción: «Por fin ha vuelto el ideal revolucionario puro y
verdadero, ese al que cualquiera puede entregarse sin reservas».[31] Marat Cheshkov,
por entonces miembro de un grupo clandestino de intelectuales moscovitas,
recordaría lo siguiente: «Para mí, y para la mayoría de los jóvenes que nos sentíamos
políticamente comprometidos, el marxismo-leninismo seguía siendo el pilar
inamovible». También reconocería que «no era capaz de concebir una sociedad que
careciera, en primer lugar, del orden socialista, y en segundo lugar, de una
organización políticamente centralizada, por ejemplo, el Partido».[32]
El radicalismo socialista antiestalinista se concentraba en Moscú y en Leningrado,
en las universidades y en círculos cultos. Las provincias, donde la intelligentsia era

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intrascendente y dispersa, mantuvieron un silencio conformista. A su llegada a la
Universidad Estatal de Moscú procedente del centro universitario provincial de
Rostov, Alexander Bovin, futuro consejero «ilustrado» de Leonid Brezhnev, quedó
sorprendido al comprobar que era demasiado moderado para sus compañeros de
curso. «No estaba preparado para un ambiente tan acusadamente democrático y
antiestalinista». Bovin mostró su absoluto desacuerdo con las críticas «descaradas»
que se lanzaban contra el partido y contra todo el sistema soviético en general;
también defendió las políticas de la URSS en Polonia y Hungría. Varios estudiantes
lo interrumpieron y lo hicieron callar.[33] Casualmente, esos enfrentamientos verbales
tuvieron lugar en el departamento de filosofía en el que otra estudiante, Raisa
Maximova, la esposa de Mijail Gorbachov, se había licenciado un año antes. Bovin se
convirtió más tarde en un apparatchik «ilustrado» que abogaría por una liberalización
prudente desde arriba.
El grueso del partido y de la burocracia estatal, el ejército y la policía secreta se
vieron obligados a apoyar el camino de la desestalinización emprendido por
Jrushchov, pero en privado toda esa gente se mostraba resentida por su radicalismo y
sus implicaciones ideológicas. Veinte años después de la caída de Jrushchov, Dmitri
Ustinov, encargado del complejo industrial militar y secretario del Comité Central a
partir de 1965, seguiría echando pestes del líder, del que decía que «ningún enemigo
hizo tanto daño como Jrushchov y su política contra el pasado de nuestro partido y
nuestro estado, y contra Stalin».[34] Miles de personas pertenecientes al ejército, al
cuerpo diplomático y a los círculos de los gestores financieros consideraron que su
vida y sus logros, especialmente durante la Gran Guerra Patriótica, quedaban en
entredicho por las acusaciones vertidas contra Stalin. Otros pensaron que Jrushchov y
los oligarcas políticos pretendían simplemente convertir a Stalin en chivo expiatorio
de todos los males. El general Petr Grigorenko se sintió sumamente ofendido porque
Jrushchov «bailó el cancán sobre la tumba del gran hombre».[35]
Al principio, la confusión reinante en las burocracias del estado y el KGB
permitió una desestalinización espontánea desde abajo. Los funcionarios responsables
de la censura, la propaganda y los medios de comunicación no sabían cómo
reaccionar. Por un lado, el nuevo radicalismo de los estudiantes y los intelectuales los
asustaba. Por otro, sólo un número reducido de ellos estaba dispuesto a recurrir a
medidas de represión, pues sólo habían pasado unos pocos meses desde la denuncia
de la política de Stalin sin que se produjera ninguna señal clara desde las altas esferas
por la que guiarse.[36] En noviembre de 1956 la invasión soviética de Hungría
devolvió la confianza a la mayoría conservadora. Fue como un jarro de agua fría para
los antiestalinistas radicales, especialmente para los universitarios, que se dieron
cuenta, como recordaría más tarde uno de ellos, «de que en este país nos
encontrábamos totalmente solos. Las masas estaban poseídas por un chovinismo
absoluto. El 99 por 100 de la población compartía las mismas aspiraciones imperiales
que tenían las autoridades».[37] Numerosos intelectuales, incluso los que abogaban

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por la desestalinización, se unieron precipitadamente bajo los estandartes soviéticos.
Deseaban demostrar que nunca habían dudado de la legitimidad de la causa soviética
en la Guerra Fría. Unos setenta escritores de la URSS firmaron una «carta abierta»
dirigida a sus homólogos occidentales en la que justificaban la acción militar. Entre
ellos figuraban los cabecillas del deshielo cultural: Ehrenburg, Tvardovski y
Paustovski.[38]
En diciembre de 1956, Jrushchov y el Politburó llegaron a la conclusión de que la
agitación existente en el mundo estudiantil e intelectual ponía en peligro el control
político de la sociedad.[39] Centenares de individuos, si no miles, fueron expulsados
de sus centros de investigación y las universidades. El KGB llevó a cabo detenciones
por todo el país para acabar con la disidencia. Las autoridades reinstauraron las
cuotas que limitaban el número de hijos de intelectuales que podía acudir a la
universidad; también tomaron las medidas pertinentes para aumentar el número de
«los hijos de obreros y campesinos» en el cuerpo estudiantil.[40]
Los acontecimientos de 1956 pusieron de manifiesto el temor de los líderes
soviéticos al potencial subversivo de los intelectuales y las élites culturales. La
reunión de tres días con un grupo de escritores, celebrada en el cuartel general del
partido, se asemejó, más que a un encuentro, a un acto de la Inquisición española.
Dmitri Shepilov, el más culto de los miembros del nuevo gobierno, comunicó a los
escritores que las medidas políticas iniciadas en 1946 en el ámbito cultural seguirían
vigentes mientras durara la Guerra Fría. Cuando Konstantin Simonov, editor de Novi
Mir, solicitó a los jefes del partido autorización para escribir unas pocas «verdades
sobre las realidades» del país, Shepilov se negó a su petición. Ahora como antes, dijo,
Estados Unidos pretende socavar a la sociedad soviética utilizando medios
ideológicos y culturales. Por lo tanto, la literatura debe permanecer enteramente al
servicio del partido y estar al servicio de su política de seguridad nacional.[41]
Esta razón fundamental de la Guerra Fría ralentizaría la liberalización de la
política cultural y educativa soviética durante las décadas venideras. Las élites
culturales de la URSS temían ser etiquetadas de antisoviéticas y, por lo tanto, de
antipatrióticas. La reacción llegó a su momento álgido con el llamado caso Pasternak.
En la primavera de 1956, el poeta Boris Pasternak acabó su novela Doctor Zhivago,
que trataba sobre el trágico destino de la intelligentsia rusa después de la revolución.
El autor presentó el manuscrito de su obra a Novi Mir. Al mismo tiempo, rompiendo
el viejo tabú soviético, lo envió a Italia, al editor comunista disidente Giacomo
Feltrinelli. La revista literaria rusa rechazó el manuscrito, y en noviembre de 1957
apareció la primera edición de Doctor Zhivago en Occidente, convirtiéndose de
inmediato en una bomba literaria a escala mundial. En octubre de 1958 le fue
concedido a Pasternak el premio Nobel de Literatura. Jrushchov comenzó una gran
campaña de denuncia contra Pasternak que se convirtió en una prueba de lealtad para
el mundo de la cultura soviética. En diciembre de 1956 las autoridades de la URSS
recurrieron a la lógica bipolar característica de la Guerra Fría: los que no están

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totalmente con nosotros, están contra nosotros. Parecía el regreso del estalinismo,
pues todo el aparato estatal se dedicó a utilizar su poder para aplastar a un solo
hombre. En medio de un delirio de patriotismo ostentoso, mezclado con el miedo a
perder el favor del estado, la inmensa mayoría de los escritores rusos votó a favor de
la expulsión de Pasternak del Sindicato de Autores, acusándolo de traidor, e incluso
solicitó su expulsión de suelo soviético. Pasternak fue obligado a renunciar al premio
Nobel, y la tensión vivida hizo mella en su salud. Murió de cáncer el 30 de mayo de
1960.[42]
La veloz restauración del «orden» en 1956 y el caso Pasternak constituyeron dos
severos recordatorios de la realidad para los que esperaban que se produjeran
cambios inmediatos. No obstante, la desestalinización seguiría cobrando impulso en
la vida cotidiana de la gente. Y el control ejercido por las instituciones ideológicas y
culturales del estado sobre las generaciones más jóvenes y las élites culturales iría
mitigándose.

LA IMAGEN DEL ENEMIGO SE DESDIBUJA

A la muerte de Stalin, la Unión Soviética empezó un lento proceso de apertura al


mundo exterior. En 1955 el gobierno de la URSS autorizó el turismo extranjero,
prohibido bajo el régimen dictatorial de Stalin. También suavizaron la prohibición
casi absoluta a los ciudadanos soviéticos de viajar al extranjero. En 1957 dos mil
setecientos estadounidenses pudieron desplazarse a la Unión Soviética, y más de
setecientos mil rusos viajaron al extranjero, pero sólo setecientos ochenta y nueve de
ellos visitaron Estados Unidos.[43] El carácter más cerrado de la sociedad soviética y
el control que ejercía el estado sobre los posibles intercambios de información
generaron entre el pueblo ruso una gran curiosidad por saber más del mundo exterior
y especialmente de Estados Unidos y los estadounidenses. Los pocos turistas
norteamericanos que llegaron a la URSS y los visitantes que visitaron el país por
intercambios culturales o educativos suscitaron un enorme interés entre la población
soviética. Durante el verano de 1957, un joven licenciado de Yale (futuro analista de
la CIA y especialista en historia de la diplomacia), Raymond Garthoff, viajó por la
Unión Soviética y tuvo la oportunidad de conocer a centenares de estudiantes. En
cierta ocasión, a las afueras de Leningrado, él y su colega se vieron rodeados por
ciento cincuenta estudiantes en una facultad de ingenieros agrónomos. Los
universitarios estaban tan entusiasmados y agradecidos por la oportunidad que se les
brindaba, que escoltaron a los dos norteamericanos en procesión hasta la estación del
ferrocarril.[44]
Muchos ciudadanos soviéticos, ávidos lectores, encontraron su ventana a
Occidente en la literatura traducida, A la muerte de Stalin se publicaron cientos de
miles de copias de un gran número de obras de autores norteamericanos traducidas al
ruso, entre otras de Ernest Hemingway, John Steinbeck y J. D. Salinger; estaban

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disponibles en millares de bibliotecas públicas de toda la URSS. La cinematografía
norteamericana se convirtió para el público más curioso en otra ventana al Nuevo
Mundo. Al término de la Segunda Guerra Mundial las autoridades estatales
autorizaron la proyección controlada de películas alemanas y norteamericanas
capturadas como trofeo en Europa. Eran su mayoría musicales y comedias divertidas
y sentimentales. La respuesta del público soviético, desde los niños hasta los
ancianos, fue de absoluto entusiasmo. La música de las películas norteamericanas,
sobre todo la música swing de Glenn Miller y su orquesta, competía con éxito con el
repertorio clásico de la URSS. La serie de Tarzán Protagonizada por Johnny
Weismuller y La hermanita del mayordomo con Deanna Durban se convirtieron en
toda una experiencia generacional como la comida enlatada norteamericana que llegó
con los programas de ayuda, las cartillas de racionamiento y una infancia marcada
por la ausencia de la figura paterna, víctima de la guerra.[45]
Durante el deshielo, el goteo de películas norteamericanas fue cada vez más
constante: a los distribuidores cinematográficos estatales de Moscú y de las
provincias les gustaban los grandes éxitos comerciales estadounidenses por razones
claramente crematísticas, y ganaron importantes batallas contra los propagandistas
del partido, a los que les preocupaba la enorme popularidad de la que gozaban las
producciones hollywoodenses entre los espectadores de las ciudades y las zonas
rurales. Muchos de los dramas norteamericanos más famosos (de Elia Kazan, Cecil
B. DeMille y otros directores) no llegaron al gran público soviético debido a su
contenido cultural y religioso. No obstante, millones de personas pudieron ver, entre
otras películas, Los siete magníficos, con Yul Brinner, y Con faldas y a lo loco, con
Marilyn Monroe y Jack Lemmon. No podemos subestimar el impacto que tuvieron
estas producciones en el espectador soviético. Como recordaría el poeta Joseph
Brodski, ganador del premio Nobel de la Paz, que por entonces residía en
Leningrado, estas películas «nos cautivaron mucho más que toda la posterior
producción de los neorrealistas o de la nouvelle vague. Me atrevería a afirmar que la
colección de películas de Tarzán sola hizo más por la desestalinización que todos los
discursos de Jrushchov juntos, empezando por los que pronunció en el XX Congreso
del Partido».[46] El escritor Vasili Aksenov recordaría que «hubo un tiempo en el que
mis colegas y yo nos dedicábamos a charlar utilizando casi siempre citas de esas
películas. Para nosotros representaban una ventana al mundo exterior a la que
podíamos asomarnos desde el hediondo cubil estalinista».[47]
El fermento que erosionaba las imágenes de la propaganda antiamericana cuajó
principalmente entre la juventud soviética más culta y privilegiada. Bajo el impacto
de la desestalinización y el deshielo cultural, muchos jóvenes instruidos quisieron
distanciarse del pasado soviético. Desconfiaban de la propaganda soviética y la
ignoraban, y trataban de vestir y de comportarse de manera diferente, a la occidental.
Los medios de comunicación estatales querían condenarlos al ostracismo,
calificándolos de «haraganes», «parásitos» y stiliagi («pisaverdes»). Garthoff

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recordaría que los jóvenes a los que conoció y con los que habló en 1957 podían ser
encuadrados en distintas categorías. Unos eran «ingenuos», sobre todo los que
acababan de terminar el bachillerato. Aún no habían descubierto las contradicciones
existentes entre lo que les habían enseñado y la realidad; seguían creyendo en la
propaganda que se hacía de Estados Unidos. Los más mayores podían dividirse en
«creyentes», los cínicos precoces, y en la «juventud dorada», que intentaba huir del
oscurantismo de la vida cultural soviética buscando refugio en un occidentalismo y
americanismo descarado.[48] Para aquellos de este último grupo que eran escépticos o
se sentían desilusionados, todo lo norteamericano se convirtió en un poderoso
antídoto contra la propaganda estatal. Jóvenes artistas, escritores, poetas y músicos
mostraban la misma actitud. Iosif Brodski comentaría que él y sus amigos intentaban
ser «más americanos que los propios americanos».[49]
La música y los programas radiofónicos norteamericanos ejercieron
«suavemente» una enorme influencia en muchos jóvenes soviéticos. Antes de que
estallara la Segunda Guerra Mundial, el jazz y el swing norteamericanos habían sido
objeto de repetidas prohibiciones en la Unión Soviética, prohibiciones que se
repitieron de nuevo cuando empezó la Guerra Fría. Muchos jóvenes se
acostumbraron a escuchar las transmisiones radiofónicas de la Voz de América de
manera prácticamente exclusiva, debido a su programación musical. El número de
aparatos de radio de onda corta presentes en los hogares soviéticos pasó de los
quinientos mil en 1949 a los veinte millones en 1958. Al final de su vida Stalin
ordenó que en 1954 quedara interrumpida la producción de aparatos radiofónicos de
onda corta. Sin embargo, la industria soviética empezó a fabricar cuatro millones
anuales de ese tipo de radios, principalmente por razones comerciales.[50] Entre los
programas más populares de la VOA destacaba Time for jazz. Su pinchadiscos, Willis
Conover, dueño de una fabulosa y profunda voz de barítono, se convirtió en el héroe
secreto de muchos jóvenes de Moscú y Leningrado. Jóvenes que cantaban, sin
entender buena parte de lo que decían, las canciones de Benny Goodman y Glenn
Miller, y que escuchaban entusiasmados a Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Duke
Ellington y las improvisaciones de Charlie Parker. Más tarde llegó Elvis Presley.
Según distintas versiones, la VOA contaba con millones de radioyentes. En las
tiendas no había discos de la estrellas de la música norteamericana, y conseguir uno
se consideraba un verdadero milagro. A finales de los años cincuenta, las grabadoras
de casetes empezaron a cambiar este panorama y permitieron un mayor acceso de la
juventud soviética a la música occidental.[51]
Curiosamente, Jrushchov y sus políticas erráticas contribuyeron más que
cualquier otro fenómeno a abrir agujeros en el telón de acero. Pese al regreso de los
partidarios de la línea dura a finales de 1956, Jrushchov siguió empecinado en
continuar con la desestalinización. La Guerra Fría sirvió paradójicamente como
justificación para reafirmar la «unidad moral y política» del pueblo soviético e
introducir las modestas reformas necesarias para proyectar una imagen benevolente

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de la URSS en Occidente. Tras las agitaciones ocurridas en Hungría, Jrushchov,
Mikoyan y Shepilov abogaron por una vuelta a la «ofensiva de paz». Consecuencia
de ello fue un acontecimiento que tendría unas consecuencias de largo alcance en el
ámbito doméstico: el Festival Mundial de la Juventud, celebrado en Moscú en julio y
agosto de 1957. Durante un cuarto de siglo la Unión Soviética había permanecido
prácticamente cerrada al mundo exterior, de modo que carecía de unas estructuras
turísticas apropiadas. Los organizadores del festival tuvieron que afrontar numerosas
tareas realmente desalentadoras, como, por ejemplo, qué hacer con el aspecto
escuálido de la mayoría de las zonas urbanas, la falta de idoneidad de los hoteles y su
escaso número, la ausencia de una vida nocturna, de publicidad, de ropa atractiva de
calidad, de disfraces carnavalescos y de otras parafernalias, así como la falta de
restaurantes normales y de comida rápida y de tiendas comerciales en las que poder
efectuar compras. Todo ello puso de manifiesto el retraso relativo de la sociedad y la
economía de la URSS en comparación con el Occidente capitalista.[52]
Jrushchov permitió que los líderes de la Komsomol organizaran el espectáculo,
con la orden de «sofocar a los huéspedes extranjeros con nuestro abrazo». En
consecuencia, el festival se convirtió en el primer «carnaval socialista» que se había
celebrado por las calles de Moscú desde el año 1918. Incluso el Kremlin abrió sus
puertas a aquella multitud de jóvenes.[53] Pero las autoridades soviéticas no estaban
preparadas para un evento de tanta magnitud, y no consiguieron mantener
centralizado su control. El festival se convirtió en un gigantesco acontecimiento de
las bases populares que paralizó cualquier intento de control de movimientos y de la
multitud. Tres millones de moscovitas ofrecieron llenos de entusiasmo su
hospitalidad a más de treinta mil jóvenes extranjeros. La curiosidad y la exaltación de
los anfitriones fueron inconmensurables. Numerosas esquinas de la capital se
convirtieron en centros improvisados de debate, una experiencia absolutamente nueva
para los ciudadanos soviéticos.[54]
El festival hizo en tiempos de paz lo que la última fase de la Segunda Guerra
Mundial había hecho en tiempos de conflicto bélico. En 1945, la guerra había llevado
a Iván a Europa. En 1957, el propio régimen soviético había traído el mundo a
Moscú. La aparición de jóvenes norteamericanos, europeos, africanos, latinos y
asiáticos en las calles de la capital soviética sacudió los estereotipos propagandistas.
En los medios de comunicación soviéticos, se recuerda en unas memorias, «se
describía a los norteamericanos de dos maneras: bien como pobres hombres sin
trabajo, flacos, desaseados, viviendo en medio de heces, bien como burgueses
barrigudos, vestidos de smoking con sombrero de copa, fumando un puro. Y había
una tercera categoría: la de los negros desesperados, todos ellos víctima del Ku-Klux-
Klan».[55] Cuando los rusos vieron en aquellos jóvenes a unos extranjeros de
pensamiento liberal perfectamente vestidos, su xenofobia y su temor a los
informadores de la policía secreta se evaporaron prácticamente de la noche a la
mañana. Muchos de los que vivieron esos días del festival coincidirían

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posteriormente en afirmar que se trató de un hecho histórico tan importante como el
discurso secreto de Jrushchov. El músico de jazz Alexei Kozlov considera que «el
festival de 1957 marcó el comienzo de la caída del sistema soviético. Después de su
celebración, el proceso de fragmentación de la sociedad estalinista fue irreversible.
Del festival se nutrió toda una generación de disidentes e intelectuales que vivieron
una doble vida. Al mismo tiempo, coincidió con el nacimiento de una nueva
generación de funcionarios del partido y la Komsomol, unos traidores que lo
comprendían todo perfectamente bien, pero que exteriormente profesaban lealtad al
sistema».[56] Vladimir Bukovski recuerda que, tras el festival, «todos aquellos
rumores acerca de la “putrefacción capitalista” pasaron a considerarse una verdadera
ridiculez». La crítica cinematográfica Maya Turovskaya opina que durante el festival
los ciudadanos soviéticos entraron en contacto con el mundo por primera vez en tres
décadas: «La generación de los sesenta tal vez habría sido distinta sin la celebración
del festival».[57]
Nikita Jrushchov creía realmente que la Unión Soviética podía dar alcance y
rebasar a Estados Unidos en el campo de las ciencias, de la tecnología, de los bienes
de consumo y en lo tocante al nivel de vida en general. En 1957 acuñó su eslogan,
«Dar alcance y rebasar a Estados Unidos», piedra angular de su promesa de construir
la sociedad comunista durante los veinte años siguientes. Jrushchov, animado por la
boyante economía y el gran éxito del Sputnik, no temía mostrar a los ciudadanos de
la URSS los avances norteamericanos. Cuando en julio de 1959 se inauguró la
primera exposición nacional norteamericana en el parque Sokolniki de la capital
soviética, varios millones de moscovitas acudieron a la cita para contemplar los
artefactos norteamericanos y para probar la Pepsi-Cola. Jrushchov expuso sus
intenciones al líder de la RDA, Walter Ulbricht: «Los estadounidenses creen que el
pueblo ruso, al contemplar sus avances, se apartará del régimen soviético. Pero los
norteamericanos no entienden a nuestras gentes. Queremos que la exposición se
vuelva contra ellos. Diremos a nuestro pueblo: Mirad, esto es lo que ha conseguido el
país más rico del capitalismo en cien años. El socialismo nos permitirá conseguir lo
mismo con mucha más celeridad».[58]
Independientemente de cuáles fueran las verdaderas intenciones de Jrushchov, lo
cierto es que las consecuencias a largo plazo de su fanfarronada no ayudaron a la
propaganda soviética antiamericana. Sus promesas de alcanzar el nivel de
prosperidad de Estados Unidos (esto es, los símbolos materiales de esa prosperidad)
impresionaron a millones de soviéticos. Zdenek Mlynar comentaría acertadamente:
«Stalin nunca permitió que se comparara el socialismo con las realidades capitalistas,
pues insistía en que aquí se construye un mundo absolutamente nuevo e incomparable
con nada». Jrushchov llegó con un nuevo eslogan y, fundamentalmente, cambió la
percepción del mundo que tenía el ciudadano soviético medio. Con el paso de los
años, la gente se fue acostumbrando a establecer comparaciones entre su nivel de
vida y el norteamericano, y desarrolló un complejo de inferioridad. Una generación

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tras otra fue reconociendo que, en realidad, el nivel de vida de Estados Unidos seguía
siendo muy superior al de la Unión Soviética. Y los que buscaron una explicación,
continúa diciendo Milnar, pudieron llegar fácilmente a la conclusión de que el
principal obstáculo que les impedía alcanzar el nivel de vida norteamericano era el
sistema económico y político existente.[59]
A medida que fue avanzando la era de Jrushchov, dos mensajes igualmente
confusos comenzaron a coexistir en la propaganda soviética relacionada con Estados
Unidos. Uno era la versión modificada de la tradicional imagen estalinista del
enemigo en la que Estados Unidos siguió siendo el «otro» grande que se oponía a la
Unión Soviética; el capitalismo y el sistema de vida norteamericanos eran
presentados como la antítesis del «socialismo» soviético y su sistema de vida. El
segundo consistía en un retrato, más bien positivo, de la sociedad norteamericana
como paraguas bajo el que se refugiaban tanto los enemigos como los amigos de la
URSS, y en presentar los avances tecnológicos norteamericanos como el
anteproyecto ideal para el progreso técnico de los soviéticos. Jrushchov permitió que
los norteamericanos mostraran sus avances en la exposición celebrada en el parque
Sokolniki, pero la prensa soviética de dedicó a llenar páginas y páginas con artículos
sobre el hambre, el crimen, el desempleo y la persecución de los negros en Estados
Unidos.[60]
La imagen de dualidad de Estados Unidos dejaba muchas preguntas sin respuesta.
Muy pocos ciudadanos soviéticos podían hablar con autoridad sobre la sociedad y la
cultura norteamericanas. En 1957, el semanario oficial del Sindicato de Escritores
Soviéticos, Literaturnaia Gazeta (Gaceta Literaria), publicó una serie de artículos
firmados por Alexander Kazem-Bek, un nacionalista ruso que había residido en
Estados Unidos y que luego había regresado voluntariamente a la URSS. Esos
artículos acusaban a Estados Unidos de ser «un país sin cultura», a diferencia de la
Unión Soviética y Europa. Inmediatamente Iliá Ehrenburg, contrario a la xenofobia
cultural, publicó una réplica. En ella decía que Estados Unidos era un país en el que
vivían muchos escritores y artistas «progresistas».[61] Insólitamente, toda esta
polémica permitiría atisbar la creciente tensión existente entre el grupo xenófobo y el
«cosmopolita» que había en el seno de la burocracia estatal y el mundo de la cultura
de la URSS.[62]
Más tarde, durante los años sesenta, la difusión de material y de símbolos
culturales norteamericanos se convirtió en un fenómeno pandémico. La música y la
moda, la necesidad de idolatrar a las estrellas de la cultura de masas y la actitud
propia del estereotipo beatnik fueron fenómenos que arraigaron, en primer lugar,
entre los hijos de la nomenklatura soviética. Dentro de los ambientes de la juventud
inconformista, las retransmisiones radiofónicas y las exposiciones culturales
norteamericanas se convirtieron en unos instrumentos increíblemente eficaces para
combatir el antiamericanismo oficial. John F. Kennedy, Ernest Hemingway y Marilyn
Monroe sustituyeron los trillados iconos de héroes tradicionales soviéticos. Es

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imposible establecer cuál fue el número de seguidores del norteamericanismo
cultural; pero sin duda fue significativamente elevado durante la década de los setenta
y la de los ochenta, cuando la Unión Soviética entró en un período de vacío
ideológico y de estancamiento económico.[63]

LOS OPTIMISTAS AÑOS SESENTA

El deshielo y la apertura cada vez mayor a influencias occidentales afectaron a


millones de personas. Sin embargo, no deben exagerarse sus consecuencias. Tras
aplastar el movimiento de disidencia estudiantil en diciembre de 1956, el partido y el
estado invirtieron numerosos recursos en el control ideológico de la población,
especialmente los jóvenes. Por cada publicación que abogaba por la libertad de
pensamiento y por cada película occidental, había millares de artículos en periódicos
y revistas, millares de libros y millares de filmaciones que difundían la ortodoxia y el
patriotismo soviéticos. La rápida expansión de la educación de secundaria en la
primera década posestalinista no generó automáticamente valores liberales; durante
un tiempo sirvió de vehículo principal para el adoctrinamiento y la mentalidad
conformista. Aunque limpios de imágenes de Stalin y libres de la glorificación del
dictador, los manuales escolares de historia y literatura seguían imponiendo en la
mente de los jóvenes un único relato que integraba la historia, la cultura y la
ideología soviéticas, construido dentro de un marco estricto y perfectamente
censurado. Se graduaron nuevas cohortes de estudiantes que todavía creían vivir en el
país más perfecto, feliz y poderoso del mundo. A finales de los años cincuenta, la
sociedad soviética seguía conservando no sólo un fuerte consenso en lo referente a la
Guerra Fría, sino también un gran cúmulo de románticas ilusiones comunistas. A
comienzos de 1959 Jrushchov decidió utilizar esas ilusiones cuando proclamó en el
congreso del partido que la URSS había completado «la construcción total y
definitiva del socialismo».
Durante los dos años siguientes, con la ayuda de los autores de sus discursos, sacó
un ampuloso programa en el que el único límite lo ponían los cielos con el fin de
alcanzar y superar a Estados Unidos y «terminar la construcción de la sociedad
comunista» en la Unión Soviética en apenas dos décadas. En julio de 1961, en un
discurso al Comité Central, prometió que la siguiente generación de ciudadanos
soviéticos viviría en la prosperidad de un paraíso comunista. La URSS, dijo en tono
jactancioso, «se elevará tanto que, cuando se comparen con ella, los principales
países capitalistas quedarán muy por debajo y muy alejados de nosotros». Tras un
«debate» nacional en el que participaron cuatro millones seiscientas mil personas, en
octubre de 1961 el XXII Congreso del Partido adoptó por unanimidad el nuevo
programa.[64]
Entre los buques insignia del romanticismo y el idealismo oficiales figuraban dos
periódicos de gran tirada: Izvestia, dirigido por el yerno de Jrushchov, Alexei

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Adzhubei, y Komsomolskaia Pravda, la voz del Komsomol. Como recordaría más
tarde Adzhubei, «solíamos acabar nuestras reuniones con eslóganes indispensables
para la victoria del comunismo. No teníamos sensación alguna de fracaso, de punto
muerto ni de estancamiento. Y quiero subrayar: seguía habiendo reservas de energía,
muchos continuaban siendo optimistas».[65] En 1960 un grupo de periodistas jóvenes
organizó el primer instituto soviético para el estudio de la opinión pública. El tema
del primer sondeo fue: «¿Conseguirá la humanidad evitar una guerra mundial?».[66]
El cine constituía también un medio poderoso con el que los directores de edad
avanzada de los años veinte y treinta y sus jóvenes discípulos intentaban recrear el
espíritu de optimismo revolucionario y el romanticismo socialista. Con la
autorización de las altas esferas, intentaban volver a colocar a los héroes y
bolcheviques revolucionarios en una primera línea de la que prácticamente habían
desaparecido bajo el régimen estalinista. Las nuevas producciones cinematográficas
(por ejemplo, Comunista, con Gennadi Gubanov) pretendían poner un toque humano
en los hombres de hierro del partido.[67]
Bajo el gobierno de Jrushchov ascendieron en el partido y la burocracia estatal
cuadros formados por individuos más jóvenes que combinaban experiencia en la
guerra y una buena educación superior. Entre los líderes del partido se puso de moda
la contratación de intelectuales en calidad de «asesores». Esto dio lugar al fenómeno
de los apparatchiks «ilustrados», que normalmente trabajaban en Moscú en las
estructuras burocráticas centrales. Entre esos individuos había futuros «nuevos
pensadores» de la era Gorbachov: Georgi Arbatov, Anatoli Cherniaev, Fedor
Burlatski, Nikolai Inozemtsev, Georgi Shajnazarov y otros muchos. El propio
Gorbachov se benefició de esa nueva tendencia al alza; siendo un joven, culto y
enérgico miembro del partido, su ascenso en las filas de la nomenklatura de la región
meridional de Stavropol no se hizo esperar. Los últimos años de la década de los
cincuenta, y los primeros de la de los sesenta, fueron un período relativamente
positivo para los jóvenes intelectuales comunistas. Uno de ellos recordaría que «con
Jrushchov empezó una vida feliz, dichosa e incluso fácil para nosotros. Eramos
jóvenes. Logramos nuestros primeros éxitos, defendimos nuestras primeras
disertaciones y publicamos nuestros primeros artículos y libros». Todo esto generó un
«tono general de optimismo ante la vida». Las diferencias sociales, culturales e
ideológicas no contaminaron el ambiente de esa camaradería.[68] Aquellos jóvenes
apoyaban a Jrushchov, pese a sus payasadas y a su escasa cultura y lo veían como un
vehículo de cambios, la fuerza capaz de barrer a los viejos cuadros ya desacreditados.
En su opinión, iba a allanar el camino para desarrollar apropiadamente sus carreras.
Los nuevos fichajes se caracterizaban por su capacidad de crítica y sus
intenciones reformistas. Los jóvenes apparatchiks e intelectuales creían que podían
contribuir a la liberalización del régimen si daban su apoyo a la desestalinización
emprendida por Jrushchov. Los llenaba de orgullo calificarse de «hijos del XX
Congreso del Partido», y, junto con figuras reconocidas de mayor edad del mundo de

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la cultura y la educación de la Unión Soviética, se esforzaron por revivir entre las
masas el sentimiento de patriotismo y entusiasmo que creían que había existido tres
décadas atrás, antes de que Stalin acabara con él.
Los apparatchiks «ilustrados» se movían hábilmente por la sutil línea que
separaba su predisposición a los valores humanistas por un lado, y el arribismo, el
conformismo y el patriotismo por otro. Por desgracia, la Guerra Fría apenas dejaba
espacio para los términos medios. Ante cualquier apuro, la mayoría de ellos apoyaba
la causa y el imperio de la Unión Soviética: la Realpolitik triunfaba invariablemente
sobre sus anhelos humanistas y su idealismo reformista. En 1956 casi ninguno de
ellos mostró su disposición a apoyar las revoluciones anticomunistas de Polonia y
Hungría. Durante el festival, en agosto de 1957, Adzhubei, líder informal de los
nuevos fichajes, reprendió al periodista polaco Eligiusz Liasota, editor de Po Prostu,
una revista literaria polaca de tendencia liberal, en los siguientes términos: «Oiga,
usted puede hacer en Polonia lo que le apetezca, pero no se olvide de que lo que allí
ocurra también influye en nosotros. Usted se ha dedicado a extender la plaga, [quiere]
subvertirnos. Y nosotros no lo vamos a permitir».[69] Los «hijos del XX Congreso del
Partido» querían reformar el régimen soviético, no destruirlo.
A su juicio, el principal obstáculo era la rigidez del aparato burocrático, que
anquilosaba al país e impedía las innovaciones y los cambios. No obstante, los
comunistas de mentalidad reformista tenían la esperanza de que ese aparato se
nutriera de cuadros «ilustrados» capaces de transformarlo desde dentro. Uno de ellos
recordaría más tarde: «Contaba con la evolución de las estructuras del partido y del
estado, contaba con su diferenciación, pues dirigir la sociedad y la economía estaba
convirtiéndose en una tarea cada vez más difícil y compleja. De modo que iba a haber
una mayor autonomía, con menor dependencia del aparato del partido».[70] El lema
no oficial que corría entre algunas familias patrióticas y cultas de la época era:
ingresa en el partido y «purifícalo» desde dentro.[71]
Después del discurso secreto de Jrushchov, durante unos años siguió habiendo
razones para defender el patriotismo soviético y creer en el potencial del comunismo
reformado. La Unión Soviética aún mostraba un crecimiento económico
impresionante, restaurando y expandiendo su poder industrial. En los países de Asia,
África y América Latina el atractivo que suscitaba el sistema soviético de
modernización alcanzó sus máximos. El liderazgo de la URSS en la carrera espacial
confirmaba la vitalidad y el interés global por el modelo económico soviético. El 12
de abril de 1961, Yuri Gagarin, segundo teniente de las fuerzas aéreas soviéticas, se
convirtió en el primer hombre en viajar al espacio. Una oleada de orgullo y de
esperanza sacudió a millones de ciudadanos soviéticos, y se produjeron
manifestaciones espontáneas de patriotismo tanto en Moscú como en Leningrado.
Muchos apparatchiks «ilustrados» comprendían que las promesas de Jrushchov de
una inminente prosperidad y de un paraíso del colectivismo no eran más que una
utopía. Sin embargo, como recordaría Cherniaev, futuro ayudante de Gorbachov,

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querían creer en ellas.[72] La idea de una nueva frontera comunista, el ambiente
caldeado de la carrera con Estados Unidos y la intensificación de las actividades
propagandísticas destinadas a la construcción de mitos propagaron un estado de
ánimo singular entre los círculos cultos más leales de la sociedad de la URSS. Los
primeros años de la década de los sesenta fueron el momento de máximo apogeo del
patriotismo soviético, la época en que la «civilización soviética» alcanzó su madurez.
[73]
En los centros de trabajo agradables, en la privacidad de los hogares o en las
cocinas, la gente se entretenía tocando la guitarra, bebía y se enamoraba. Pero en sus
ratos de ocio también se dedicaba ávidamente a la lectura, tanto de libros publicados
bajo la legalidad, como de los que editaban de manera ilegal los entusiastas del
samizdat («publícatelo tú mismo»). Se entablaban serios debates sobre cómo mejorar
y cambiar el sistema sin repudiar el legado comunista. Entre los temas de la época
estaba el del «fin de la ideología», la aparición de élites tecnocráticas, la
convergencia de los sistemas capitalista y socialista y el papel de la cibernética en la
gestión de los asuntos públicos. Mijail y Raisa Gorbachov, que tras licenciarse en
1955 en la Universidad Estatal de Moscú marcharon a vivir a Stavropol, lejos de la
capital, consiguieron formar parte de esa nueva subcultura intelectual. Raisa empezó
a realizar estudios sociológicos en el campo. La pareja pasaba horas y horas
discutiendo nociones filosóficas y políticas. Los Gorbachov leían y comentaban las
ideas de filósofos occidentales de la nueva izquierda, como Jean-Paul Sartre, Martin
Heidegger y Herbert Marcuse.[74]
Muchos futuros «nuevos pensadores» pudieron hacer lo mismo gracias a su
posición en instituciones académicas en calidad de asesores del Comité Central del
Partido Comunista. Además, tenían la oportunidad de entrar en contacto diariamente
con extranjeros y de realizar viajes al exterior. En 1958 Alexander Yakovlev, joven
veterano de guerra, funcionario del partido y futuro arquitecto de la glasnost durante
el gobierno de Gorbachov, viajó a Estados Unidos en el primer programa de
intercambios con este país, donde permaneció un año estudiando en la Universidad de
Columbia. Varios intelectuales del partido vivían y trabajaban en Praga, como
periodistas y editores de la publicación Revista Internacional Paz y Socialismo. Se
trataba de un espacio único, en el que funcionarios soviéticos al frente de la
propaganda internacional y expertos en asuntos internacionales y economía mundial
convivían en plena libertad con izquierdistas occidentales. Según Cherniaev, la Praga
de comienzos de los años sesenta era un «paraíso cosmopolita en comparación con
Moscú». Entre ese grupo de Praga figuraban, entre otros, Georgi Arbatov, Gennadi
Gerasimov, Oleg Bogomolov, Vadim Zagladin y Georgi Shajnazarov, que cuando
Gorbachov ascendiera al poder se convertirían en los principales asesores
intelectuales en el desarrollo de la perestroika.[75]
En el pensamiento colectivo de los progresistas y la juventud soviética de
comienzos de los sesenta, el culto de las ciencias pasaría a ser un sustituto de la

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religión. Como han comentado diversos observadores perspicaces, el ateísmo de esa
época «no fue fruto del despotismo gubernamental. Hay que buscar sus fundamentos
en la ideología de la intelligentsia soviética. La intelligentsia soviética miraba al
futuro y luego al pasado, pero nunca al presente». El espíritu de optimismo de la
época radicaba en una profunda creencia en la razón humana, en la habilidad del
colectivo para superar cualquier dificultad, siempre y cuando contara con
conocimientos científicos y no padeciera limitaciones impuestas por la burocracia.[76]
La comunidad científica era el principal foro de la cultura intelectual de la
izquierda optimista de la Unión Soviética. Impulsados por el crecimiento del
complejo industrial militar y la competición con Estados Unidos, los científicos de la
URSS parecían constituir uno de los grupos elitistas más influyentes, el prototipo de
una sociedad civil. La industria militar les ofrecía cientos de miles de nuevas
posibilidades laborales. En 1962 contaba con novecientas sesenta y seis plantas
industriales, laboratorios de investigación y desarrollo, centros de diseño e institutos,
con un número total de empleados que ascendía a tres millones setecientos mil
individuos. Muchos científicos jóvenes encontraron ocupación en centros académicos
de investigación de Siberia y en el Lejano Oriente, así como en unas cuantas ciudades
secretas y en ciudades académicas especiales, prototipos de proyectos urbanos
construidos por el ministerio atómico, la Academia de las Ciencias y otras
instituciones relacionadas con la red militar-industrial-académica. Los que vivían allí
tenían un empleo estable, salarios relativamente altos e increíbles beneficios sociales,
como, por ejemplo, guarderías y alojamiento gratuitos. El cerrado gueto que
formaban las ciudades secretas constituía un oasis surrealista de libertad dentro de la
Unión Soviética. Un periodista que en 1963 tuvo la oportunidad de visitar una de esas
ciudades secretas pudo reunirse con científicos que hablaban de cuestiones políticas y
culturales sin temor alguno. Charlaron sobre la introducción de una «democracia» de
científicos e intelectuales que estuviera a medio camino del comunismo estalinista y
el capitalismo occidental. Algunos eran de la opinión de que el sistema soviético
podía ser trasformado «científicamente» por una alianza de hombres de ciencia y
apparatchiks «ilustrados» del partido.[77]
Dentro de la comunidad científica, el deseo de liberarse más de la ideología
dominante y las burocracias no científicas coexistía con una feroz competencia por
las subvenciones y los recursos del estado y con la total dependencia de ellos. Un
especialista soviético en historia de las ciencias, Nikolai Krementsov, describe cómo
se produjo una «fusión de la comunidad científica y el aparato de control del partido-
estado, tanto en el ámbito de sus instituciones, como en el de sus miembros». Los
científicos, como demuestran los consejos que dieron a Jrushchov a propósito del
tratado parcial de 1963 de prohibición de pruebas nucleares, aprendieron a tocar las
teclas apropiadas y a manipular las aspiraciones ideológicas del régimen y sus
objetivos en el campo de la industria militar.[78]

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Al principio, la mayoría de los miembros de esas comunidades de mentalidad
reformista apoyaron los planes de Jrushchov de expandir la influencia global
soviética y, sobre todo, los relacionados con las ayudas para la liberación nacional de
los países de Asia, África y América Latina y sus movimientos anticolonialistas.
Decenas de millares de especialistas, ingenieros, científicos y técnicos soviéticos
trabajaron en China a finales de la década de los cincuenta, ofreciendo «ayuda
fraternal» para la rápida modernización del gigante asiático. Los que lo vivieron
recuerdan cuánta sinceridad y entusiasmo había en su actitud. El físico soviético
Evgeni Negin comentaría que en 1959 «las relaciones entre la Unión Soviética y
China podían describirse con el estribillo de una canción, “Moscú-Beijing”, que se
hiciera popular ya en tiempos de Stalin: “Rusos y chinos hermanados para siempre”.
Parecía que la amistad bendecida por una misma elección ideológica no iba a
romperse jamás. Que era mucho más sólida que cualquier lazo de unión basado en la
sensatez de intereses pragmáticos».[79]
La ruptura entre los dos países a comienzos de los años sesenta supuso una
verdadera conmoción para la opinión pública soviética y contribuyó a generar una
visión más crítica de la política exterior emprendida por Jrushchov. No obstante, el
apoyo general del activismo internacional continuó durante un tiempo. Había, por
supuesto, otras muchas «amistades», esto es, posibilidades de solidaridad proletaria.
Los regímenes radicales de Egipto, Siria, Irak y Argelia, y las lejanas y exóticas
India, Birmania e Indonesia suponían en su conjunto nuevos objetos de fascinación.
También estaba el África poscolonial: Ghana, Etiopía, Guinea, Mali y Congo. La
euforia de las autoridades políticas soviéticas ante la perspectiva de promover el
socialismo de estilo soviético en esos países estaba relacionada con las estratagemas
de la Guerra Fría: la lucha por el Tercer Mundo llegaría a su momento de mayor
intensificación en los años setenta. Al mismo tiempo, ese sentimiento tuvo en un
principio ecos de optimismo y romanticismo entre las élites cultas de la URSS.[80]
La revolución cubana de 1959 dio nuevas esperanzas a Moscú en el sentido de
que el comunismo todavía representaba el motor del futuro. La victoria de Fidel
Castro, Che Guevara y otros «barbudos» conquistó la imaginación de muchos
ciudadanos soviéticos, incluidos algunos miembros de la nomenklatura que visitaron
Cuba para explorar una nueva «frontera socialista».[81] Un joven poeta, Yevgeni
Yevtushenko, portavoz literario extraoficial de los comunistas reformadores, se
desplazó rápidamente a Cuba para glorificar «la Isla de la Libertad», como la califica
en sus fervientes poemas. Todo el mundo cantaba una misma canción: «Cuba, amor
mío». Ernest Hemingway, cuyas novelas Adiós a las armas y ¿Por quién doblan las
campanas? habían sido prohibidas en la Unión Soviética, pasó a formar parte del
culto cubano. Cuando Anastas Mikoyan, segundo al mando en la URSS, voló a Cuba
en febrero de 1960, se pasó todo el viaje leyendo novelas de Hemingway, con la
esperanza de poder reunirse con el célebre escritor que por aquel entonces residía en
la isla.[82]

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Para los jóvenes de los años sesenta, la revolución cubana supuso una
revalidación de la bolchevique de octubre de 1917. También ofreció la esperanza
ilusoria de que podía producirse una revolución verdadera sin llegar a
derramamientos de sangre y tiranías. Cuba volvió a conectar la política exterior
soviética, corrompida por el cínico imperialismo de Stalin, con unos horizontes
revolucionarios mesiánicos. «La Isla de la Libertad» se encontraba en medio de la
esfera de influencia norteamericana, pero consiguió escapar de la fuerza de gravedad
de la superpotencia. América Latina ya no parecía un objetivo lejano. «Deberíamos
ver más allá de Cuba», predijo el líder de la Komsomol, Pavlov, en una reunión con
propagandistas celebrada en enero de 1961. «En cualquier momento otros países
latinoamericanos pueden seguir los pasos de Cuba. Los estadounidenses están
sentados literalmente en un barril de pólvora en América Latina. Venezuela puede
hacer que vuele por los aires en cualquier momento. Hay huelgas masivas en Chile.
Lo mismo cabe decir de Brasil y Guatemala».[83] La locura en torno a la isla caribeña
no se moderó ni siquiera tras la crisis de los misiles cubanos; cuando Castro viajó por
la Unión Soviética en la primavera de 1963 por invitación de Jrushchov, fue recibido
entre vítores por una multitud entusiasmada de ciudadanos soviéticos en todos los
lugares que visitó.

EL DESGASTE DE LA IDENTIDAD SOVIÉTICA

El romanticismo revolucionario competía con las influencias occidentales por


conseguir las almas de los intelectuales soviéticos. Pero cuando se observaba con
mirada furtiva a Occidente desde el otro lado del telón de acero, el resultado era
habitualmente un choque cultural ante la visión de una vida libre, diversa y próspera,
sin uniformidad ideológica, sin temores a una policía secreta y sin reglamentos que la
organizaran. El director cinematográfico Andrei Konchalovski, perteneciente a la
privilegiada familia del autor del himno nacional de la URSS, describió vivamente
sus impresiones tras el primer viaje que realizó al extranjero con motivo del Festival
de Cine de Venecia de 1962. La espectacularidad de las históricas ciudades de
Venecia, Roma y París, cuya visión había resultado durante largo tiempo imposible
para cualquier ruso culto, dejó pasmado a Konchalovski. Venecia, con su espléndido
Gran Canal, sus palacios fabulosos, su alegre gentío y sus innumerables luces, y los
hoteles parisinos, en los que las camareras con delantal blanco sacaban el polvo de
los brillantes pomos dorados de las puertas, hicieron aún más profunda la
consternación que sentía al comparar todo aquello con la triste existencia de los
soviéticos. Años después, Konchalovski recordaría que «todas mis dudas ideológicas
y el camino antipatriótico que tomé a raíz de ellas se remontan a ese episodio».[84] El
director cinematográfico decidió finalmente emigrar a Occidente y trabajar en
Hollywood.

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Poco a poco, los viajes al extranjero dejaron de tener por objetivo la búsqueda de
una «frontera socialista», y se convirtieron en un ambicionado premio para los
funcionarios del partido y el estado y para los que integraban el mundo de la cultura
nacional. En 1961 incluso se permitieron oficialmente con cuentagotas los «viajes
turísticos de Jóvenes»: ocho mil funcionarios de la Komsomol visitaron Estados
Unidos, Gran Bretaña, Suiza, Alemania Occidental y otros países.[85] Muchos de esos
jóvenes vieron que el paraíso consumista que Jrushchov prometía en un futuro ya
existía en Occidente. A mediados de los sesenta. Mijail Gorbachov, por entonces
funcionario del partido en Stavropol, hizo su primera salida al extranjero para visitar
Alemania Oriental. En 1971, tras ser ascendido a primer secretario de la región de
Stavropol y convertirse en miembro de la nomenklatura de ámbito nacional, viajó a
Italia, alquiló un automóvil y pudo conocer Roma, Palermo, Florencia y Turín. Raisa
Gorbachov continuó sus estudios sociológicos en el extranjero, llenando de notas
muchos cuadernos. Llegado un punto, sus observaciones quedaron reducidas a una
pregunta que formuló a su esposo: «Misha, ¿por qué vivimos peor que ellos?».[86]
Otra consecuencia a largo plazo de los cambios culturales que se produjeron fue
el declive del militarismo y el patriotismo. El entusiasmo de Jrushchov por las armas
nucleares lo empujó en 1959 a proponer un distanciamiento drástico de la práctica del
servicio militar universal de larga duración, uno de los pilares de la sociedad
estalinista.[87] Muchísimos jóvenes, principalmente estudiantes, se beneficiaron de
una serie de prórrogas seguidas que al final los libró del servició militar. En 1960 y
1961 los efectivos humanos del ejército soviético se vieron reducidos en un tercio, y
cientos de miles de adolescentes pudieron obtener una prórroga aplazando su llamada
a filas, y cientos de miles de jóvenes oficiales se reincorporaron a la vida civil, unos
con entusiasmo y otros a regañadientes. En enero de 1961 la versión soviética del
ROTC estadounidense («Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales en la Reserva») fue
abolida de las academias, las universidades y los institutos de secundaria.[88] (Fue
reinstaurada en 1965, después de que Jrushchov perdiera el poder).
Las ofensivas de paz del posestalinismo y las nuevas limitaciones aplicadas al
militarismo y a la propaganda militar de la Unión Soviética hicieron posible el
resurgimiento del antimilitarismo, e incluso del pacifismo, en la sociedad soviética.
La guerra civil entre rojos y blancos y la Segunda Guerra Mundial siguieron siendo el
tema principal de la cinematografía, la literatura, las memorias y el teatro soviéticos.
Pero la descripción de esos conflictos se haría menos pomposa y adquiriría cada vez
mayor realismo. Los autores soviéticos que habían vivido la guerra como jóvenes
oficiales, soldados o periodistas empezaron a producir obras en las que por primera
vez contaban sus experiencias con verdadera honestidad y a llevar a cabo los
primeros intentos de un análisis serio. Entre las novelas de guerra más realistas
figuraban En las trincheras de Leningrado, de Viktor Nekrasov, y De los vivos y los
muertos, de Konstantin Simonov, así como los relatos de Bulat Okudzhava, Oleg
Bikov, Alex Adamovich, Yuri Bondarev y otros. La novela de Simonov culpaba a

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Stalin y a las purgas que llevó a cabo en el ejército de las desastrosas derrotas y las
horribles pérdidas de los primeros años de la Gran Guerra Patriótica. Literaturnaia
Gazeta, revista que se caracterizaba por su ortodoxia, criticaba la «desheroización»
de la guerra, y uno de los máximos propagandistas del Kremlin, Yuri Zhukov,
escribiría en Izvestia que «poquísimas palabras» habían descrito la guerra de «una
manera tan deprimente, como una matanza humana continuada».[89]
El público culto, especialmente el de Moscú, Leningrado y otras grandes
ciudades, se familiarizó con la literatura de la «generación perdida» que había hecho
su aparición en Francia, Gran Bretaña y, sobre todo, en Alemania tras la Gran Guerra
de 1914-1918. Autores occidentales contrarios a las guerras, como, por ejemplo,
Erich Maria Remarque, alcanzaron una gran popularidad entre la juventud soviética.
El cine fue el factor que más contribuyó a cambiar entre las masas la percepción de la
guerra y el militarismo. Películas como El cuarenta y uno, Balada de un soldado y
Cielos despejados, de Gregori Chujrai, veterano de guerra, y Cuando vuelan las
cigüeñas, del viejo cineasta Mijail Kalatozov, presentaban la guerra como escenario
de dramas personales, en los que el patriotismo, el heroísmo y el deber, pero también
la traición, la cobardía y el arribismo, no eran categorías rígidas, sino una cuestión de
elección o de suerte. A diferencia de los pastiches militaristas de la época estalinista,
La infancia de Iván, película de Andrei Tarkovski, se centra en el relato de una
infancia arruinada. Todas esas producciones tenían un mensaje patriótico, pero
antimilitarista. Recordaban a millones de rusos su experiencia colectiva más dolorosa
y heroica, pero también la frustración de su esperanza de llevar una vida mejor tras la
guerra.[90]
En el seno de la sociedad soviética no se escucharon protestas «contra la bomba»,
y apenas hubo reacciones por la crisis de Berlín o la de los misiles de Cuba. No
obstante, algunas personas cultas desarrollaron sentimientos y reacciones similares a
los de los beatniks norteamericanos Allen Ginsberg y Jack Kerouac, cuya
disconformidad con la cultura dominante tenía su origen en el miedo a una guerra
nuclear. El escritor Alex Adamovich y el poeta Bulat Okudzhava no sólo deploraban
la matanza que había sufrido su generación en la Segunda Guerra Mundial, sino que
también instaban a la introducción de cambios en la opinión pública para evitar una
nueva catástrofe infinitamente más horrible. Andrei Siniavski publicó en 1961 «El
carámbano», un relato breve cuyo tema era las pruebas nucleares y sus
consecuencias. En otoño de 1962, el poeta Andrei Voznesenski dijo lo siguiente
durante una entrevista en el extranjero: «Admiro a los beatniks: son poetas de la era
atómica». Un escritor, que colaboraba habitualmente en Novi Mir, confesaría en su
diario que «cualquier preparativo para la guerra resulta nauseabundo. No tengo miedo
por mí, sino por mi hijo y los millones de jóvenes como él. Si a esto se le llama
pacifismo, entonces soy un pacifista». Más tarde Adamovich recordaría que para él y
para algunos idealistas de los sesenta, «nuestro pacifismo iba unido al deseo de

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alcanzar un objetivo más ambicioso». Ese objetivo era la transformación de la
sociedad estalinista y su mentalidad.[91]
Los ingenieros nucleares soviéticos, los científicos más privilegiados, que tenían
excelentes contactos en las altas esferas del gobierno y las burocracias, intentaron
influir en la política soviética de seguridad. Tras la prueba termonuclear de 1955,
Sajarov dio a entender al mariscal Mitrofan Nedelin, jefe militar de la prueba, que, si
las armas nucleares llegaban a utilizarse, sería una verdadera catástrofe. Nedelin
contestó al científico contándole un chiste verde que venía a decir que se metiera en
sus asuntos y se limitara a proporcionar armamento nuclear, que ellos ya sabrían muy
bien qué uso darle. Sajarov quedó boquiabierto. Como recordaría más tarde, «las
ideas y las emociones que se encendieron en ese momento no han perdido hasta la
fecha su fuerza y su intensidad, y alteraron completamente mi forma de pensar».
Empezaba a abrirse una brecha entre los científicos que trabajaban para crear la
espada militar soviética y los burócratas del partido y del ejército que empuñaban esa
espada. «A finales de los años cincuenta», comentaría Sajarov, «empezó a perfilarse
una imagen más nítida del poder colectivo del complejo industrial militar y de sus
enérgicos líderes, unos hombres sin principios que sólo veían el objetivo de su
“misión”». La creciente concienciación de la existencia fuera de la URSS de
movimientos a favor del desarme nuclear hizo que los científicos soviéticos fueran
cada vez más críticos con la política de su gobierno, especialmente con el uso de la
fuerza —directo o indirecto— en el escenario internacional.[92]
Los cambios demográficos también contribuyeron a restar fuerzas al militarismo.
Setenta millones de ciudadanos soviéticos habían nacido entre 1945 y 1966, en el
período de paz. Su número era ingente en las grandes ciudades, debido a la continua y
rápida urbanización. Esas legiones de jóvenes, a diferencia de las de los años treinta y
cuarenta, no estaban imbuidas del espíritu de sacrificio. En ellas había cada vez
menos rusos de pura cepa que miraban con recelo los temas rusocéntricos de
patriotismo soviético.[93] La juventud de comienzos de los sesenta había oído a sus
padres y hermanos mayores hablar del terrible precio de la victoria. A Vladimir
Visotski, el Bob Dylan soviético, le gustaba conversar con los veteranos de guerra, y
supo expresar sus memorias con gran patetismo e intensidad: la Gran Guerra
Patriótica fue la mayor tragedia del pueblo. «Los batallones marchaban uno tras otro
hacia el oeste. Y las mujeres en casa lloraban lágrimas de muerte y de dolor».[94] Los
que prestaron sus servicios en el ejército encontraron no sólo camaradería, sino
también novatadas, rudos suboficiales y prácticas de una instrucción militar a la
antigua que no eran más que una parodia de entrenamiento, especialmente si se tiene
en cuenta que como telón de fondo estaba la era nuclear. Un joven escritor, Vladimir
Voinovich, introdujo un nuevo giro satírico a los sentimientos de antimilitarismo,
cada vez más intensos entre la opinión pública, en su obra Vida e insólitas aventuras
del soldado Iván Chonkin, una brillante parodia de la abundantísima literatura
«patriótica» que hablaba de la Gran Guerra Patriótica. Publicó su novela en el

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extranjero en 1969, hecho que posteriormente contribuyó a su expulsión del Sindicato
de Escritores.[95]
Los jóvenes más instruidos empezaron a aprovechar cualquier oportunidad que
pudiera librarlos del servicio militar. Sin embargo, como en el caso de las
movilizaciones estudiantiles de 1956, sería todo un error exagerar la envergadura y el
ritmo de los cambios que fueron produciéndose. Dichos cambios afectaron
principalmente a una minoría privilegiada de Moscú, Leningrado y otras grandes
ciudades. Y mientras se siguiera adelante con la Guerra Fría, las nuevas tendencias de
pensamiento antimilitarista no saldrían a la superficie.
La era de Jrushchov vio también la aparición de potentes identidades nacionales
que entraban en contradicción con el concepto oficial de «Amistad de los Pueblos».
Algunas de ellas, como los movimientos nacionalistas del Báltico, Ucrania y el
Cáucaso, habían surgido mucho antes del deshielo. Unas se habían originado en los
años veinte, como consecuencia de la política bolchevique de nacionalidades.[96]
Otras, incluidas las nacidas en el núcleo ruso de la Unión Soviética, eran reflejo de
las nuevas tensiones derivadas del legado estalinista. La cuestión judía y el tema del
antisemitismo tuvieron una importancia fundamental en todo el asunto, debido a la
fuerte presencia de individuos de origen hebreo en la sociedad culta de la URSS. A
partir de 1953, las campañas más abiertamente antisemitas se interrumpieron, pero el
régimen nunca intentó enmendar los agravios cometidos durante las campañas
«anticosmopolitas». No se llevó a cabo tentativa alguna para rehabilitar a las personas
de origen hebreo y a las personalidades de esa misma raza pertenecientes al mundo
de la cultura que fueron víctima de las purgas entre 1948 y 1952; el régimen tampoco
hizo nada por volver a abrir las entidades educativas y culturales judías que fueron
cerradas durante esos mismos años. El antisemitismo institucional persistía de
muchas maneras ocultas e informales. Los individuos de «nacionalidad judía» eran
catalogados invariablemente en los formularios secretos de la burocracia como
personas indignas de confianza, no adecuadas para ocupar cargos en las
organizaciones clave del estado ni en las altas esferas del partido o el gobierno (con la
excepción, curiosamente, del complejo industrial militar, los proyectos de energía
nuclear y la Academia de las Ciencias). El hecho de que a partir de 1955 la Unión
Soviética brindara su apoyo a los países árabes frente a Israel tuvo unas repercusiones
claramente negativas para los judíos de la URSS, que fueron tratados como una
diáspora, potencialmente leales a otro estado.[97] Para poder viajar al extranjero se
veían obligados a superar más obstáculos burocráticos, en comparación con cualquier
ruso. Jrushchov y su séquito miraban con recelo la identidad cultural de los judíos y
su pertenencia a las élites culturales y científicas. Y en Ucrania, donde el
antisemitismo estaba profundamente arraigado, los funcionarios favorecieron las
publicaciones antisemitas patrocinadas por «propaganda antisionista».[98]
Muchos miembros de las élites culturales que, según sus pasaportes, eran de
«nacionalidad judía», seguían pensando que el estalinismo había sido una trágica

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desviación del experimento socialista positivo. En abril de 1956 el poeta David
Samoilov escribiría en su diario que el estalinismo fue «el hijo de la miseria rusa»;
que instaba a servir a las clases más desfavorecidas, y que «reemplazó el ideal
humano verdadero y real por ideas antihumanas de chovinismo, enemistad, recelo y
antihumanismo».[99] La asimilación de sofisticados judíos urbanos en la sociedad
soviética había sido tan abrumadora que pocos conservaban su identidad étnica, por
no hablar de la religiosa.
Sin embargo, los judíos cultos más jóvenes empezaron a sentirse cada vez más
distantes de la identidad soviética. Su elevado nivel de educación y de sofisticación
los hacía distintos de los rusos, de los ucranianos y de los demás grupos étnicos.
También sintieron el carácter opresor del régimen, pues descubrieron que no tenían
las mismas oportunidades de realizar una brillante carrera que habían tenido sus
padres en los años veinte y treinta. Mijail Agurski, hijo de unos comunistas soviéticos
que se convirtió en apasionado sionista, recordaría en los años sesenta sus
sensaciones en los siguientes términos: «¿Podía imaginarse alguien que una nación
que había dado al estado soviético líderes políticos, diplomáticos, generales y grandes
gestores financieros se conformaría a quedar reducida en un estamento en el que la
máxima aspiración de sus miembros era obtener un puesto como jefe de un
laboratorio?»[100]
Un gran número de escritores, intelectuales, músicos, artistas y actores de origen
judío se veían acusados de «cosmopolitanismo» y, por lo tanto, tenían una visión
menos ilusoria del régimen soviético y las realidades que los rodeaban. Esta
circunstancia los llevaría a situarse a la vanguardia del movimiento para la
liberalización cultural y política. Por aquel entonces, ser judío significaba ser
defensor del internacionalismo, el diálogo y una mayor tolerancia. En 1961 Yevgeni
Yevtushenko compuso un poema, «Babi Yar», rompiendo el tabú sobre un tema que
había sido silenciado en la Unión Soviética: el Holocausto. El compositor Dmitri
Shostakovich utilizó inmediatamente los versos de este poema para su nueva
sinfonía, la decimotercera. En diciembre de 1962 el director cinematográfico Mijail
Romm lanzó una serie de críticas contra la propaganda rusocéntrica estalinista e instó
a que se pusiera fin al aislamiento de la cultura occidental al que estaba sometida la
URSS.[101] Ehrenburg y Romm habían abandonado sus raíces judías en su búsqueda
de ideales socialistas de carácter internacionalista, y Yevtushenko y Shostakovich,
aunque fueran de etnia rusa, aborrecían los nacionalismos étnicos. Todos ellos se
autoproclamaron «judíos», en contestación al espíritu de xenofobia, chovinismo y
antisemitismo heredado del régimen estalinista.[102]
Para algunos judíos Israel se convertiría en una gran tentación, en un lugar donde
poder materializar su sueño de una vida alternativa. En la guerra de octubre de 1956,
Israel había sido el objetivo de feroces críticas por parte de la prensa soviética.
Muchos judíos que tenían una consolidada identidad soviética denunciaron la
agresión israelí contra Egipto.[103] Pero pocos meses después, la aparición de la

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delegación israelí en el Festival de la Juventud celebrado en Moscú causó sensación.
Sus representantes eran jóvenes veteranos de la reciente guerra, cuya conducta,
dignidad y valentía, y sobre todo el orgullo de ser judíos, eran unas facetas totalmente
desconocidas y sorprendentes.[104] Los informes oficiales sobre el festival eran muy
alarmistas: «Los sionistas siguen distribuyendo entre los judíos de Moscú la literatura
que han traído», «durante dos días los trabajadores del estudio cinematográfico de
Moscú han estado captando únicamente imágenes del sector sionista de la delegación
de Israel», y otros por el estilo. Una multitud de jóvenes que no pudieron conseguir
entradas para asistir a la actuación musical de la delegación israelí echó abajo la valla
de hierro forjado del Teatro Soviético de Moscú y entró enfurecida en la sala de
actos. Estos episodios no son más que un reflejo de la curiosidad y simpatía que
suscitaba Israel entre los judíos soviéticos. Por primera vez algunos de ellos se
interesaban por su religión y su identidad cultural. Pese a la intensa propaganda
antisionista, un número cada vez mayor de judíos empezarían a tramitar los permisos
de emigración a la «patria» de Oriente Medio que acababan de redescubrir.[105]
En el lado opuesto a ese movimiento «judío» apareció otro movimiento que
ensalzaba el nacionalismo tradicional ruso y rechazaba el legado de la revolución.
«En tiempos de Jrushchov», afirma Itzhak Brudni, «muchos intelectuales
nacionalistas rusos ocupaban cargos relevantes en el mundo de la investigación o la
enseñanza de las universidades y las instituciones más distinguidas de la Unión
Soviética, o pertenecían a la plantilla de importantes periódicos, semanarios y revistas
literarias, bien como personal fijo, bien como colaboradores regulares». Estos
individuos protestaban contra la destrucción de monumentos históricos rusos e
iglesias; deploraban la degradación progresiva de las zonas rurales de Rusia,
depositarías de los usos, costumbres y valores tradicionales de la cultura rusa. El
antisemitismo pasó a ser un componente importante de la ideología del nuevo
nacionalismo ruso; de hecho, con el creciente aperturismo, los nacionalistas rusos
importaron los principales argumentos antisemitas de los emigrados blancos que
vivían en Occidente, sobre todo la tesis de la revolución entendida como una
«conspiración judeobolchevique» contra el pueblo ruso.[106]
La aparición de élites rusas cultas provocaría cada vez más fricciones y luchas de
facciones en el mundo de la cultura, de la educación, e incluso de las ciencias, de la
URSS. Esas perniciosas contracorrientes en el ámbito de la cultura recibieron un
poderoso impulso desde Oriente Medio. El triunfo de Israel sobre los ejércitos árabes
en la guerra de los Seis Días de 1967 llenó de orgullo a los judíos de la URSS, y los
colocó en clara oposición a los «rusos» y el resto de la sociedad soviética. Todos
estos acontecimientos y circunstancias harían que algunos de los más jóvenes
rechazaran su identidad soviética y se plantearan la posibilidad de emigrar de la
URSS.[107]

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EL AUMENTO DE LA DISIDENCIA

Las posturas de Jrushchov hacia el final de su carrera aceleraron la muerte del


proyecto de desestalinización. El dirigente soviético intentó nadar entre dos aguas
para poder contemporizar el odio que sentía por Stalin y su preferencia por los
métodos estalinistas de administración y movilización. Nunca demostró coherencia, y
a menudo fue él mismo quien se socavó, lanzando mensajes confusos y manteniendo
una actitud temeraria. El historiador Sergei Dmitriev escribió en marzo de 1961 la
siguiente nota en su diario: «Todo el mundo está harto y cansado de Jrushchov. Sus
viajes al extranjero y su verborrea errática y vacía han alcanzado al final el estado de
imbecilidad. Tanto en las esferas públicas como en las políticas se perciben cada vez
más signos indicativos de una inercia absoluta, de vacío intelectual y de falta de
objetivos. Nadie piensa, nadie se mueve».[108]
Su incoherencia en la política cultural le creó a Jrushchov más enemigos que
amigos entre las burocracias y las élites culturales influyentes. En noviembre de
1962, por orden suya, Novi Mir publicó la novela de Solzhenitsin, Un día en la vida
de Ivan Denisovich. Por un momento los intelectuales de mentalidad reformista
pensaron, eufóricos, que habían caído todas las barreras y que por fin se podía hablar
con libertad de lo que realmente había sucedido durante el estalinismo. Pero al cabo
de un mes, el 1 de diciembre para ser exactos, Jrushchov, empujado por las figuras
retrógradas del mundo de la cultura y la propaganda oficial de la URSS, asistió a una
exposición de jóvenes artistas y escultores a los que tachó de «degenerados» y
«pederastas». Afirmó que su arte era tan bueno como «la mierda de perro». En sus
desvaríos cargados de groserías, Jrushchov simplemente reflejó sus preferencias
personales y generacionales por el arte realista clásico. Pero, sin darse cuenta del
todo, el líder soviético había dado un salto, colocándose en el Kulturkampf del lado
de la facción «rusa» frente a la vanguardia cultural antiestalinista. En las dos
entrevistas que mantuvo en diciembre de 1962 y marzo de 1963 con la intelligentsia
soviética, fue todavía más confuso, ofensivo e intolerante que en sus anteriores
reuniones de 1957. En pocas palabras, dijo a los escritores y poetas jóvenes que sus
inclinaciones modernistas, occidentalizadoras y liberales los situaba en el bando
equivocado de la Guerra fría. Les advirtió de que, si querían seguir siendo «la
artillería del partido», debían dejar de disparar «fuego amigo» contra su propio
bando. La mayoría de los artistas e intelectuales jóvenes ya no querían ser los
«artilleros» del partido, pero consideraban que su arte había contribuido a difundir «la
línea del XX Congreso del Partido», eso es, la desestalinización. Contaban con el
apoyo de Jrushchov para combatir a los «estalinistas». Yevgeni Yevtushenko, Andrei
Voznesenski, Vasili Aksenov, el escultor Ernst Neizvestni y otros escritores y poetas
innovadores se convirtieron en el objetivo de virulentos ataques organizados. Al final
se darían cuenta de que toda la fuerza del estado se oponía a ellos de manera cruda y

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despiadada.[109] Esta clara percepción marcaría los orígenes de la disidencia cultural
y política continuada en la Unión Soviética.
Tanto los estalinistas como los antiestalinistas aprobaron la destitución de
Jrushchov en octubre de 1964. Los que eran partidarios del deshielo y la
desestalinización creían que Jrushchov era una fuerza extinguida y que cualquier
gobierno futuro sería mejor que el suyo. Pero no tardarían en darse cuenta de lo
equivocados que estaban. La nueva guardia del Kremlin acabó inmediatamente con la
desestalinización desde las altas esferas.
A la mayoría de los dirigentes y los ideólogos del partido no les gustaba lo que
veían en los sectores cultos de la sociedad: el creciente individualismo, la progresiva
occidentalización, la popularidad de la música y la cultura de masas norteamericanas,
las tendencias pacifistas y las posturas proclives a la pluralidad. Allí donde los
ideólogos del partido habían fracasado, empezó a actuar el KGB: una división
especial de la policía secreta soviética tenía la misión de «guiar» a las élites culturales
e intelectuales de la URSS y «protegerlas» de «influencias nocivas». Un informe del
KGB de finales de 1965 intentaba Minimizar el daño que la década anterior había
causado al régimen: «No puede decirse que las manifestaciones específicamente
antisoviéticas, perjudiciales desde el punto de vista político, atestigüen un mayor
descontento general en el país o la verdadera intención de crear una clandestinidad
antisoviética. Eso está fuera de toda discusión».[110]
Las nuevas autoridades y el KGB, sin embargo, provocaron más manifestaciones
de oposición al régimen aquel mismo año. En mayo de 1965 Leonid Brezhnev elogió
públicamente a Stalin como líder en tiempos de guerra. Y en septiembre la policía
secreta detuvo a los escritores Andrei Siniavski y Yuli Daniel por «el delito» de
publicar con pseudónimos sus novelas en el extranjero. De pronto centenares de
intelectuales, escritores, artistas y científicos soviéticos empezaron a enviar
peticiones a los líderes del partido solicitando la puesta en libertad de los autores
detenidos. Y así nació un nuevo movimiento que exigía que los procesos fueran
públicos y se respetaran los derechos constitucionales. Los «disidentes», como se
llamaría a los miembros de dicho movimiento, empezaron a lanzar llamamientos al
mundo a través de los medios de comunicación extranjeros.[111]
La invasión de Checoslovaquia por parte de la URSS en agosto de 1968 alimentó
los temores de la intelligentsia soviética antiestalinista de que el gobierno posterior al
de Jrushchov llevara el país hacia una forma de neoestalinismo. El aplastamiento de
la Primavera de Praga y su «socialismo de rostro humano» acabaron con las
esperanzas de muchos patriotas soviéticos que pensaban que el sistema existente
podía ser reformado. Esta circunstancia conllevó un aumento notable de sentimientos
de oposición al gobierno, incluso entre algunos miembros de las élites soviéticas. La
historia de esos sentimientos y los movimientos de disidencia no es uno de los
objetivos del presente libro. Sólo quiero subrayar que, aunque el número de
disidentes declarados fuera insignificante, sus simpatizantes y partidarios entre las

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élites culturales fueron cientos de miles. También cabe destacar que bastantes de esos
disidentes habían sido antiguos comunistas, partidarios entusiastas del reformismo,
que mostraron su enfado al sentirse traicionados y apartados por el régimen. También
se sentían alejados de las grandes masas que formaban sus conciudadanos, individuos
menos instruidos e incapaces de comprender los motivos que los habían llevado a
volverse contra el régimen. La sensación cada vez mayor de alejamiento y
aislamiento del estado, así como de la mayoría pasiva, empujó a un buen número de
disidentes a emigrar a Occidente. No obstante, fueron muchos los apparatchiks
«ilustrados» que siguieron con sus carreras mientras aguardaban la llegada de otro
cambio.
El análisis del período comprendido entre los años 1956 y 1968 indica que en esa
época la Unión Soviética seguía contando con unas energías internas considerables, y
que, como hemos visto, fue capaz incluso de experimentar momentos de vigor
ideológico e idealismo optimista. La década de Jrushchov produjo una nueva legión
de líderes sociales, culturales y políticos, «los hombres y mujeres de los sesenta», que
anhelaban conducir su país por un camino que llevara al «socialismo de rostro
humano». Su vigor patriótico y su identidad se inspiraban en la ideología comunista,
en las selectivas percepciones idealizadas de la revolución y en la cultura de
izquierdas de los años veinte. Sin embargo, cuando el régimen de Jrushchov llegó a
su fin, el vigor utópico que nutría al patriotismo soviético se había agotado. La
identidad soviética, rejuvenecida por ese vigor, también empezaría a fragmentarse y a
erosionarse por la acción de poderosas influencias externas e internas. Entre las
nuevas tendencias de los sectores más cultos de la sociedad desatacarían un
americanismo cultural apasionado, un intelectualismo antimilitarista y
antigubernamental y un creciente nacionalismo ruso de aire conservador. Y por
último, aunque no por ello menos importante: los apparatchiks «ilustrados» perderían
sus perspectivas de llevar a cabo una rápida carrera y se sentirían cada vez más
atraídos por el consumismo de Occidente.
En definitiva, las autoridades del Kremlin y la burocracia soviética no supieron
dirigir el proceso de liberalización relativa que siguió a la muerte de Stalin. Acabaron
ganándose la antipatía de las élites culturales, intelectuales y científicas que habían
destacado por su optimismo y patriotismo al comienzo de la «gran» década.
Determinadas acciones, desde las medidas destinadas a suprimir la creatividad
artística, hasta la invasión de Checoslovaquia, infligieron profundas heridas en el
patriótico frente nacional soviético y sembraron semillas de disidencia entre algunos
miembros de las élites soviéticas. Esas heridas autoinfligidas no parecían mortales al
principio. Sin embargo, no se curaron.
Bajo el régimen de Leonid Brezhnev las autoridades soviéticas abandonaron los
proyectos reformistas. Se sentían satisfechas viviendo con una ideología fosilizada, e
intentaron reprimir cualquier forma de disidencia cultural, obligando a sus
protagonistas a tomar el camino del exilio y la emigración. Reacio a emprender

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reformas interiores, y estando además incapacitado para ello, Brezhnev prefirió
seguir la vía de la distensión con las potencias occidentales. La distensión, con la
legitimidad internacional que ésta confería tanto a él como a todo el gobierno ruso, se
convirtió en un sustituto para cubrir la falta de dinamismo del experimento soviético.
Al mismo tiempo, la participación de la URSS en el proceso de distensión
contribuiría a erosionar el legado de xenofobia estalinista y a la reintegración de la
Unión Soviética en el mundo en general.

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7

Brezhnev y el camino hacia la distensión,


1965-1972

Debemos entablar negociaciones a lo grande, no con una


mentalidad estrecha. Y el acuerdo que logremos debería
fomentar la tranquilidad del mundo.

BREZHNEV a Kissinger,
21 de abril de 1972

El 29 de mayo de 1972, Richard Nixon y Leonid Brezhnev se reunieron en el antiguo


Salón Santa Catalina, ricamente adornado, de un palacio histórico del Kremlin para
firmar varios documentos bilaterales, entre ellos el Acuerdo de Limitación de Armas
Estratégicas, el Tratado de Misiles Antibalísticos, y los «Principios Básicos de las
Relaciones soviético-estadounidenses». Esta solemne ocasión supuso la cima de la
carrera política de Brezhnev. Supuso también la cota más alta de prestigio
internacional alcanzada por la Unión Soviética desde el comienzo de la Guerra Fría.
Los orígenes y el significado de la distensión han sido siempre objeto de
controversia. Desde mediados de los años setenta, los críticos de tendencia
neoconservadora de las administraciones Nixon, Ford y Cárter atacaron la distensión
calificándola de apaciguamiento inmoral del poder soviético. Creían también que la
Unión Soviética utilizaba la distensión como una forma de camuflar indirectamente
sus planes secretos de agresión global y de superioridad militar. Los Partidarios de la
distensión la defendían por considerarla la única opción prudente en un mundo de
terror nuclear y el único medio de avanzar hacia la ramificación de una Europa
dividida por la Guerra Fría. En los últimos años, a raíz de la caída de la Unión
Soviética, ambos bandos han afirmado que tenían razón. Los críticos han sostenido
que el rearme y el ataque global a los intereses soviéticos durante la etapa Reagan
contribuyeron a superar el legado de la distensión y aseguraron la victoria de
Occidente. Sus defensores aseguran que la distensión contribuyó a acabar con la
confrontación de las superpotencias, pues sin darse cuenta dio lugar a la «excesiva
extensión imperial» de la Unión Soviética y se convirtió así en un elemento
importante de concatenación de causas que dio lugar al declive y la caída de la
URSS.[1]

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La preponderancia de los estudios sobre la distensión ha estado en el lado
occidental. El lado soviético de la historia es fragmentario e incompleto.[2] Los
estudios anteriores de esta cuestión mejoraron en gran medida nuestro conocimiento
de la naturaleza de la política y la forma de hacer política en la URSS en tiempos de
Brezhnev. Pero también sufrieron la pobreza de fuentes y la escasa correlación entre
las explicaciones occidentales y las realidades soviéticas.[3] El presente capítulo es un
intento de aclarar los motivos del comportamiento de los soviéticos, concretamente la
contribución de Leonid Brezhnev y su entorno más inmediato de expertos en política
exterior a la política de distensión en el período comprendido entre 1968 y 1972.
Analizaré varias cuestiones: ¿Cuáles fueron los principales argumentos y
motivaciones de la política del Kremlin por lo que se refiere a la distensión? ¿Qué
sacó el gobierno Brezhnev de acontecimientos tan importantes como la derrota de los
norteamericanos en la guerra de Vietnam y del acercamiento de Estados Unidos y la
República Popular China? ¿Hubo alguna estrategia soviética destinada a explotar la
aparente decadencia norteamericana?
Debemos empezar por los factores que nos proporcionan un contexto esencial
para el estudio del camino soviético hacia la distensión. Entre ellos está el
pensamiento colectivo de los dirigentes de la etapa post-Jrushchov, la política del
Kremlin, la vuelta a la ortodoxia ideológica a partir de 1964, y la continua división
entre los apparatchiks conservadores y los partidarios de la nueva política exterior
desestalinizada. Pero lo más importante, a mi juicio, fueron las opiniones personales
y las actitudes de Brezhnev, su ascenso a la posición de líder, y su perspectiva
internacional. Durante su mandato, tras un breve renacimiento de la línea dura, el
Kremlin empezó a buscar un acomodo con Estados Unidos y la distensión en Europa.

DERIVA DESPUÉS DE NIKITA

El cese de Nikita Jrushchov en octubre de 1964 dejó la guía de la política exterior en


manos de la dirección colegiada del Politburó, el segundo grupo de oligarcas del
partido que surgió tras la muerte de Stalin. La mayoría de los miembros del Politburó
se mostraron muy críticos con Jrushchov por su faroleo y su peligroso juego durante
la crisis de Suez de 1956, durante la crisis de Berlín de 1958-1961, y sobre todo
durante la crisis de Cuba de 1962. Un miembro del Politburó, Dmitri Polianski,
preparó un informe especial sobre los errores de Jrushchov. En las secciones sobre
política exterior de dicho informe podía leerse el siguiente párrafo: «El camarada
Jrushchov declara negligentemente que Stalin no supo penetrar en América Latina, y
que él consiguió hacerlo. Pero sólo un jugador puede afirmar que en las condiciones
actuales nuestro estado puede prestar verdaderamente ayuda militar a algún país de
ese continente. Los misiles en este caso no servirían: arrasarían el país que necesita la
ayuda y nada más. Y si al defender a cualquier país latinoamericano nos viéramos
obligados a lanzar un primer ataque nuclear contra Estados Unidos, no sólo nos

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haríamos blanco de un contraataque, sino que todo el mundo se apartaría de
nosotros». El memorándum concluía diciendo que el comportamiento soviético
durante la crisis de los misiles de Cuba había elevado la posición internacional de
Estados Unidos y había dañado el prestigio de la Unión Soviética y de sus fuerzas
armadas. El informe aseguraba también de pasada que «las relaciones cubano-
soviéticas se han visto deterioradas seriamente».[4]
El informe de Polianski utilizaba muchos argumentos expresados en las
objeciones planteadas en 1955 por Malinovski a la nueva política exterior. Polianski
rechazaba la tesis de Jrushchov de que «si la URSS y Estados Unidos alcanzan un
acuerdo, no habrá guerra en el mundo». Esta tesis, continuaba diciendo, era errónea
por varios motivos. En primer lugar, el acomodo con Estados Unidos era una falacia,
pues los norteamericanos «aspiran a la hegemonía mundial». En segundo lugar, era
una equivocación considerar a Gran Bretaña, Francia y Alemania Occidental meros
«servidores obedientes de los americanos», y no países capitalistas que tenían sus
propios intereses. Según Polianski, la misión de la política exterior soviética era
aprovechar «la discordia y las contradicciones de los países del bando imperialista,
demostrando así que Estados Unidos no es la potencia hegemónica de dicho bando y
que no tiene ningún derecho a pretender desempeñar ese papel».[5]
Alexander Shelepin, joven advenedizo recién llegado al Presidium, echó en cara a
Jrushchov muchas de las críticas recogidas en este informe en la sesión del Politburó
de 13 de octubre de 1964. Parece que los miembros del Politburó estaban dispuestos a
denunciar la política exterior de Jrushchov en la sesión plenaria del Comité Central
en caso de que éste apelara a los delegados del pleno, como había hecho en junio de
1957. Pero el líder soviético se rindió sin presentar batalla, y el pleno ratificó su
destitución sin discutir su historial en materia de política exterior.[6] A la hora de la
verdad, resultó que la nueva dirección no alcanzó un consenso sobre asuntos
exteriores. Aunque coincidieran en afirmar que la actitud extremista de Jrushchov
había resultado desastrosa, no consiguieron llegar a ningún acuerdo sobre el tipo de
política exterior que era deseable para los intereses soviéticos.
Los nuevos dirigentes se sintieron incluso menos seguros en materia de asuntos
exteriores de lo que lo habían estado los lugartenientes de Stalin diez años antes. El
primer secretario del partido, Leonid Brezhnev, el presidente del Consejo de
Ministros, Alexei Kosygin, y el presidente del Soviet Supremo, Nikolai Podgorni,
tenían muy poca experiencia en los asuntos internacionales y en los temas de
seguridad internacional.[7] El ministro de Asuntos Exteriores, Andrei Gromiko, el
ministro de Defensa, Rodion Malinovski, y el director del KGB, Vladimir
Semichastni, ni siquiera eran miembros del Presidium y desempeñaban papeles
políticos secundarios. Mikoyan, que perteneció a la dirección colegiada hasta
noviembre de 1965, recordaría que «el nivel de las discusiones en el Presidium
decayó notablemente». A veces «surgían ideas raras, y Brezhnev y algunos otros
simplemente no entendían sus consecuencias».[8]

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El papel de principal estadista soviético recayó por defecto en Kosygin, cuya
preparación se limitaba exclusivamente a la economía interna.[9] Durante los
primeros tres años que siguieron a la destitución de Jrushchov, consiguió cierto
prestigio y preponderancia internacional. Desde agosto de 1965 a enero de 1966,
logró cierto éxito como mediador internacional entre la India y Pakistán, que
estuvieron al borde de enzarzarse en una guerra a gran escala. Después de 1966,
Kosygin se convirtió en el principal portavoz en las cuestiones relacionadas con el
control de las armas. Llevó a cabo sus obligaciones estoicamente, pero sin
entusiasmo (al parecer, nunca desarrolló el gusto por los asuntos internacionales). Las
opiniones y creencias de Kosygin eran las típicas de la cohorte de «dirigentes rojos»,
los directivos de las enormes empresas industriales que alcanzaron notoriedad en los
años treinta y cuarenta. Veneraba el poder industrial y militar, pero también creía en
la superioridad definitiva del sistema soviético y en la misión moral que tenía la
URSS de capitanear todas las fuerzas comunistas y progresistas contra el
imperialismo occidental. La división entre China y la Unión Soviética disgustó
profundamente a Kosygin, y durante algún tiempo se negó a aceptar su carácter
irrevocable. En el círculo de sus íntimos, comentó: «Nosotros somos comunistas y
ellos también. Cuesta trabajo creer que podamos alcanzar un acuerdo si nos reunimos
cara a cara».[10]
Los medios de comunicación internacionales y los comentaristas extranjeros
también fijaron por entonces su atención en Alexander Shelepin, quien, tras la caída
de Jrushchov, se convirtió en un portavoz muy activo sobre cuestiones de política
exterior. Graduado del Instituto de Filosofía y Literatura de Moscú, Shelepin era, a
diferencia de la mayoría de los miembros del Politburó, un hombre de amplia cultura.
Al mismo tiempo, admiraba la dirección de Stalin y tenía fama de realista. Su carrera
en la Liga de las Juventudes Comunistas en tiempos de Stalin y como director del
KGB con Jrushchov le proporcionaba una base de poder un tanto estrecha, pero bien
visible entre los apparatchiks más jóvenes, ambiciosos y elitistas. Corrían rumores
acerca de la existencia de una «facción Shelepin» entre los apparatchiks. En realidad,
Shelepin tenía más enemigos que amigos entre los círculos de la élite.[11]
Shelepin, Polianski y sus seguidores en los niveles más altos del partido, como
demuestran sus críticas a la carrera de Jrushchov, anhelaban reorientar la política
exterior y de seguridad soviética a una versión más rusocéntrica y militarista del
paradigma imperial-revolucionario. Al principio, ningún miembro de la dirección que
sucedió a Jrushchov estaba dispuesto a poner en entredicho esta postura. Aunque
algunos de ellos habían ayudado en 1955 a Jrushchov a criticar y a derrotar la
ortodoxia de Molotov, sus verdaderas opiniones eran mucho más conservadoras, y la
hostilidad hacia Occidente y la unilateralidad militante en materia de política exterior
se convirtieron en parte integrante de su identidad de grupo.[12]
La cosmovisión estalinista, es decir, el paradigma imperial-revolucionario, siguió
dominando a la cohorte de líderes políticos que sucedieron a Jrushchov. Ustinov,

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Brezhnev, Podgorni y muchos otros elementos de la dirección colegiada pertenecían a
una generación cuyos miembros habían hecho carreras espectaculares en tiempos de
Stalin. La mayoría de ellos admiraba el liderazgo de Stalin durante la Gran Guerra
Patriótica, plenamente identificada con la victoria de 1945, y habían apoyado la
militarización y el rearme durante los primeros tiempos de la Guerra Fría. Siguieron
comprometidos personalmente con el legado de Stalin consistente en crear una
superpotencia militar soviética en la confrontación con Estados Unidos. La
desestalinización de Jrushchov supuso un duro golpe contra el meollo de su identidad
colectiva. Dejaba su pasado desprovisto de líder, desacralizado y a todas luces
comprometido.
A Stalin, que conocía a sus cuadros mejor que cualquier otro, le preocupaba la
capacidad de dar de sí un liderazgo ideológico que pudieran tener las futuras
generaciones de la nomenklatura soviética. Citando sus propias palabras, la clase
política que destruyó y sustituyó a los viejos bolcheviques estaba demasiado ocupada
«con labores prácticas y de construcción» y había estudiado el marxismo «en
folletos». Y la generación de funcionarios estatales y de partido que la sucedió estaba,
a juicio de Stalin, incluso peor preparada. La mayoría de ellos se había educado a
base de panfletos, artículos periodísticos, y citas. «Si las cosas continúan así»,
concluía Stalin, «la gente irá degenerando. Y eso significará la muerte [del
comunismo]». Stalin creía que los futuros líderes del partido debían combinar la
visión teórica con el talento político práctico.[13]
De hecho, en el Kremlin no había nadie capaz de convertirse en un líder político
con visión. Mijail Suslov, el último superviviente entre los apparatchiks de
mentalidad teórica, resultó el menos imaginativo y el que menos talento político
poseía. La oligarquía post-Jrushchov, como señala Robert English, encarnaba «los
últimos rehenes» del pensamiento ortodoxo. Su pensamiento colectivo no provenía de
una fe ideológica profunda ni de la pasión revolucionaria, sino que era más bien fruto
de su falta de cultura y de tolerancia de la diversidad, y de su experiencia formativa
estalinista.[14]
En la esfera interna, se dio un intento de dar marcha atrás al «deshielo» en la
esfera cultural e ideológica. Incluso los cambios semánticos apuntaban hacia la
ortodoxia estalinista: Brezhnev cambió su título por el de secretario general, el mismo
que se había usado en tiempos de Stalin; la estructura suprema del partido (llamada
Presidium del Comité Central de 1952 a 1964) volvió a denominarse Politburó.
También reaparecieron el rusocentrismo, la política de rusificación llevada a cabo en
las repúblicas soviéticas, y la ensordecedora propaganda militarista, típica del final
del estalinismo. En Moscú, Leningrado, Kiev, y otras grandes ciudades, los miembros
de la intelligentsia de origen judío empezaron a vivir en el temor de una nueva
campaña antisemita.[15]
El perfil sociocultural y la mentalidad colectiva de la nueva cohorte habrían
podido tener unas consecuencias tremendas para la conducta internacional soviética y

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para el futuro de la propia URSS. Por un lado, la mayoría de los dirigentes posteriores
a Jrushchov tenían en común el componente ideológico (revolucionario) del
paradigma internacional. En materia de política interior, muchos de ellos apoyaron la
abolición de la desestalinización, una mayor supresión de la diversidad cultural, y la
congelación de las tendencias liberales en el campo de la literatura y el arte. Por otra
parte, no eran maestros, sino más bien prisioneros de la ideología, temerosos de
abandonar los Principios de la ortodoxia e incapaces de reformarlos.
Los nuevos oligarcas ridiculizaron las infortunadas e inoportunas incursiones de
Jrushchov en el terreno del marxismo-leninismo, especialmente su «montaje» del
programa del partido. Pero muchos de ellos fueron además víctimas de un curioso
complejo de inferioridad ideológica. En otras palabras, temían que su falta de
preparación y de sofisticación teórica los llevara de algún modo a meter la pata en
asuntos de «alta política». Brezhnev y otros miembros del Politburó delegaron la
intrincada cuestión de definir la «corrección ideológica» en Mijail Suslov, que se
había educado en la historia ortodoxa del partido y en la versión oficial del
marxismo-leninismo. Los informes sobre asuntos internacionales tenían que pasar
inicialmente los filtros del aparato central del partido, dominado por Suslov y
propagandistas de formación provinciana o menos que provinciana. Algunos de esos
personajes (por ejemplo, el director del Departamento de Ciencias, Sergei
Trapeznikov, el director del Departamento de Propaganda, V. I. Stepakov, o el
lugarteniente de Brezhnev, V. A. Golikov) eran viejos amigos de Brezhnev y
especialistas en agricultura colectivizada. Abrazaron posturas rusocéntricas y
estalinistas en materia de política interior y admiraban a los chinos, a los seguidores
del dogma izquierdista, en materia de política exterior. Durante la preparación del
informe de Brezhnev para el inminente congreso del partido de marzo de 1966, estos
asesores ortodoxos propusieron eliminar las frases que hacían alusión al «principio de
coexistencia pacífica» y de «prevención de una guerra mundial», a la «gran
diversidad» de los métodos de construcción del socialismo en los distintos países, y a
la «no interferencia en los asuntos internos de otros partidos comunistas».
Mantuvieron la visión propagandística de Estados Unidos vigente en 1952 y
decidieron que un informe del partido «demostrara el carácter brutalmente colonial,
la agresividad y el belicismo» de los norteamericanos, así como «la creciente
tendencia fascista» del «imperialismo americano». En las discusiones internas
Golikov llegó a hacer la siguiente declaración: «No debemos olvidar que la guerra
mundial es inminente». Circularon también rumores en torno a una frase que
supuestamente empleó Shelepin: «El pueblo debe saber la verdad: la guerra con
América es inevitable».[16]
No es de extrañar que la nueva dirección colegiada acordara que la principal
prioridad de la política exterior soviética debía ser la reconciliación con el país
«hermano», la China comunista, y no la distensión con el capitalismo occidental.
Pasó por alto el hecho de que China estuviera deslizándose hacia el caos

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revolucionario, que no tardaría en recibir el nombre de Gran Revolución Cultural
Proletaria, algunos diplomáticos soviéticos destacados en Beijing intentaron informar
del asunto a Moscú, pero sus comunicados chocaron con la incredulidad y la
ignorancia del Kremlin. El embajador en Beijing, Stepan Chervonenko, antiguo
secretario general del partido en Ucrania conocía mejor el talante de los dirigentes
soviéticos y cambió el contenido de los informes adoptando un tono más positivo.
Sergei Lapin, que sustituyó a Chervonenko en 1965, era un apparatchik cínico y ni
siquiera se molestó en suministrar un análisis adecuado. En enero de 1965, el
Politburó rechazó la propuesta del Ministerio de Asuntos Exteriores y del
Departamento de Países Socialistas del Comité Central que aconsejaba dar
inmediatamente los pasos necesarios para mejorar las relaciones con Estados Unidos.
Shelepin atacó a los dirigentes de estas instituciones, Andrei Gromiko y Yuri
Andropov, por su falta de «postura de clase» y de «conciencia de clase».[17]
La escalada de la guerra en Vietnam en 1965 dio lugar a las primeras discusiones
significativas sobre política exterior en el Kremlin post-Jrushchov. Hasta entonces,
los dirigentes soviéticos no habían atribuido la menor importancia geopolítica a
Vietnam e Indochina. Intentaron en vano disuadir a Hanoi de emprender la guerra
contra Vietnam del Sur. Temían, según concluye el historiador Ilya Gaiduk, que
aquella guerra fuera «un impedimento para el proceso de distensión con Estados
Unidos y sus aliados».[18] Sin embargo, la intervención directa de los
norteamericanos obligó al Politburó a actuar de inmediato. Prevaleció entonces el
llamamiento ideológico en pro de las «obligaciones fraternales». Los partidarios de
una política exterior prochina empezaron a afirmar que la ayuda soviética a los
comunistas de Vietnam constituiría el medio de alcanzar la reconciliación entre la
KSS y el PCCh gracias a la ayuda conjunta prestada a los norvietnamitas. La Unión
Soviética empezó a incrementar el suministro de armas y otro tipo de ayuda a
Vietnam del Norte.[19]
En febrero de 1965, Kosygin, acompañado de Andropov y varios otros
funcionarios y asesores soviéticos, viajaron al Extremo Oriente en un intento de
elaborar una nueva estrategia en materia de política exterior. Su destino oficial era
Hanoi, pero hizo dos paradas en Beijing. Se reunió a la ida con Zhou Enlai y a la
vuelta con Mao Zedong. Las conversaciones mantenidas por Kosygin en Beijing
resultaron decepcionantes: los chinos se mostraron rígidos e ideológicamente
agresivos, atacaron el «revisionismo» soviético, y se negaron a coordinar cualquier
tipo de medida política con los soviéticos, incluso en lo concerniente a la ayuda a
Vietnam del Norte. Las conversaciones de Hanoi resultaron también
descorazonadoras para los dirigentes soviéticos. Un asesor de Andropov, Alexander
Bovin, que lo acompañó en el viaje, observó que Kosygin no logró convencer a los
líderes norvietnamitas de que no se lanzaran a una guerra a muerte contra Estados
Unidos. Los vietnamitas y los soviéticos, a pesar de la ideología marxista-leninista
que tenían en común, procedían de dos mundos distintos. Los líderes de Hanoi eran

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revolucionarios, veteranos de la lucha anticolonial clandestina. Los políticos
soviéticos eran administradores públicos, que habían madurado y alcanzado las
posiciones que ocupaban en los pasillos del poder burocrático. Después de muchos
años de sentirse como peones en los juegos de poder de la URSS y China, los líderes
comunistas de Hanoi estaban decididos a obtener una victoria total, sin tener en
cuenta los costes en vidas humanas que pudiera suponer ni atender desde luego a los
consejos de Moscú.[20]
No obstante, la intervención norteamericana en Vietnam no hizo más que atizar
los instintos ideológicos de la dirección colegiada y de los militares soviéticos y
provocó un grave deterioro de las relaciones ruso-norteamericanas.[21] El partido
organizó campañas propagandísticas masivas, manifestaciones y actos de
«solidaridad con el pueblo de Vietnam» por toda la Unión Soviética. El Politburó
respondió con deliberada frialdad a los pasos iniciales dados por la administración
Johnson para entablar conversaciones en torno a las limitaciones que debían hacerse
en la carrera de armas estratégicas.[22] Es más, Kosygin se puso hecho una furia
cuando Estados Unidos bombardeó Hanoi y el puerto de Haiphong en febrero de
1965, durante su visita oficial a Vietnam del Norte.[23] Entre las élites soviéticas
familiarizadas con la política exterior, seguía habiendo, sin embargo, unos pocos que
creían que Vietnam del Norte no valía una desavenencia tan grande con Estados
Unidos. En cualquier caso, todos ellos se vieron obligados a mantener un perfil bajo,
mientras subía de tono el coro de indignación contra la campaña de bombardeos de
los norteamericanos.[24]
En mayo de 1965, al tiempo que los norteamericanos intensificaban su campaña
de bombardeos de Vietnam del Norte, la noticia de la intervención estadounidense en
la República Dominicana levantó ampollas en el Politburó. El ministro de Defensa,
Malinovski, calificó los acontecimientos ocurridos en Vietnam y Centroamérica de
escalada de la confrontación global y comentó en tono grave que «los sucesos de
Santo Domingo irán seguidos de acciones contra Cuba». En respuesta a todo ello,
propuso la toma de «contramedidas activas» por parte de la URSS, empezando por
demostraciones de poderío militar en Berlín y por toda la frontera con Alemania
Occidental y el despliegue de tropas y otras unidades aerotransportadas desde la
Unión Soviética a la RDA y Hungría. Según recuerda Mikoyan, el ministro de
Defensa «subrayaba que debíamos estar preparados para atacar Berlín Occidental».
[25]
A mediados de 1966, recuerda Bovin, en respuesta a la nueva escalada de las
acciones de los norteamericanos en Vietnam, los militares soviéticos y algunos
miembros del Politburó empezaron de nuevo a hablar de que había que cortar las alas
a los norteamericanos y que debían intimidarlos con alguna demostración del poderío
soviético. No obstante, hasta los más ardientes defensores de las medidas drásticas
tuvieron que admitir que la Unión Soviética carecía de medios que pudieran
repercutir sobre la política de Washington y Hanoi en Vietnam. Además, los

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recuerdos de la crisis de Berlín y de los misiles cubanos seguían estando demasiado
recientes. Mikoyan, Kosygin, Brezhnev, Podgorni y Suslov se mostraron partidarios
de la contención.[26]
El año 1967 trajo consigo nuevos sustos que supusieron verdaderos retos a las
emociones de los líderes del Kremlin. El campo comunista en el Sudeste Asiático
estaba en ruinas. En Indonesia, los soviéticos habían perdido toda su influencia tras la
sustitución del Presidente Sukarno y el posterior asesinato de, según se calcula, unos
trescientos mil comunistas y simpatizantes a manos de los militares al mando del
general Suharto. Y en la guerra de los Seis Días de junio de 1967, Israel destruyó los
ejércitos de Egipto, Siria y Jordania. Desde Yakarta hasta El Cairo, daba la impresión
de que la influencia soviética estaba viniéndose abajo. La derrota de los países árabes
dejó boquiabiertos a los dirigentes y a las élites soviéticas. El Politburó no había
podido hacer nada para ayudar a Sukarno, pero Oriente Medio era una cosa
totalmente distinta. La victoria de Israel tuvo importantes repercusiones internas para
la Unión Soviética: la intensificación de las simpatías prosionistas de los judíos
soviéticos dio lugar a la manifestación más grande de su solidaridad con el estado de
Israel desde su proclamación en 1948. En las sinagogas de Moscú y Leningrado, los
agentes del KGB pudieron escuchar cómo la gente alababa al ministro de Defensa
israelí, Moshe Dayan, y pedía armas para ir a luchar por Israel.[27] No obstante, lo
más doloroso fueron las implicaciones internacionales. El Politburó consideraba la
alianza con los regímenes radicales árabes el mayor logro geopolítico de la política
exterior soviética desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los dirigentes
soviéticos predicaban la solidaridad ideológica con los árabes y prestaron a Egipto y
Siria importante apoyo militar, psicológico y en lo relativo a los servicios de
inteligencia. Al mismo tiempo, el Kremlin temía que otra guerra entre árabes e
israelíes diera lugar a una escalada de la tensión entre soviéticos y norteamericanos y
a una mayor intervención de Estados Unidos en los asuntos de Oriente Medio
poniéndose al lado de Israel.[28]
Durante la guerra de los Seis Días entre árabes e israelíes y tras de terminar el
conflicto, el Politburó permaneció reunido casi durante veinticuatro horas al día. Un
participante en esas sesiones escribía en su diario acerca del desasosiego que
caracterizó aquellas jornadas en los siguientes términos: «Tras las agresivas y
jactanciosas declaraciones de Nasser no esperábamos que el ejército árabe fuera a ser
derrotado en un segundo».[29] El Politburó tuvo que diseñar una nueva política en la
región. Sin embargo, en un pleno del partido convocado especialmente, los
sentimientos antisionistas y los proyectos ideológicos prevalecieron sobre la realidad.
Los dirigentes soviéticos decidieron romper las relaciones diplomáticas con Israel por
segunda vez desde 1953 hasta que este país alcanzara un acuerdo con los árabes y les
devolviera sus tierras a cambio de unas garantías de seguridad (según la resolución
n.º 242 de las Naciones Unidas). Unos cuantos expertos se dieron cuenta de que esta
actitud congelaba la diplomacia soviética en la región, pero la mayoría, empezando

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por Gromiko y Suslov, se aferró a la nueva línea. Al mismo tiempo, los soviéticos
siguieron invirtiendo en Egipto y Siria, lo que se dice tirando dinero (sólo Egipto
debía a la URSS cerca de quince mil millones de rublos), en un intento desesperado
de mantener la presencia soviética en Oriente Medio. En consecuencia, la diplomacia
soviética en la zona se hizo rehén del radicalismo y las exigencias de los árabes. Una
vez más, como ocurriera en Vietnam, la nueva dirección colegiada demostró que, a
diferencia de Stalin, era prisionera del paradigma imperial revolucionario, no su
arquitecto. Moscú no restableció las relaciones con Israel hasta 1991, poco antes de la
caída de la URSS.[30]
En el punto álgido de la guerra de los Seis Días, el Politburó envió a Kosygin a
Estados Unidos para que mantuviera conversaciones urgentes con el presidente
Lyndon Johnson. La reunión celebrada en Glassboro, New Jersey, habría podido
volver a crear la posibilidad, arruinada por Nikita Jrushchov en 1960-1961, de
convocar una serie de cumbres tranquilas y paradigmáticas. El presidente Johnson,
cada vez más angustiado por poner fin a la guerra de Indochina, estaba dispuesto a
entablar negociaciones de largo alcance. Pretendía que los soviéticos actuaran como
mediadores en un eventual acuerdo sobre Vietnam y propuso iniciar las
conversaciones sobre recortes bilaterales de los arsenales estratégicos y los
presupuestos militares. Johnson y su secretario de defensa, Robert McNamara,
pretendían negociar una prohibición de la defensa con misiles antibalísticos (MAB).
Kosygin, sin embargo, no estaba preparado para entablar conversaciones serias y se
mostró irritado por el apoyo prestado a Israel por los norteamericanos. Dobrinin, que
observó su comportamiento en la cumbre, lo calificó de negociador «a
regañadientes». Para empeorar aún las cosas, Kosygin no entendió en absoluto las
intenciones de Johnson y McNamara respecto a los misiles antibalísticos. En una
curiosa exhibición de ira, hizo las siguientes declaraciones: «La defensa es moral, la
agresión es inmoral». Según el resumen de Dobrinin, «por entonces Moscú pretendía
ante todo alcanzar la paridad nuclear en materia de armas estratégicas de carácter
ofensivo».[31] Se necesitarían varios años y la aparición de Brezhnev como líder
político y «pacificador» hasta que la cohorte de sucesores de Jrushchov se mostrara
dispuesta a entablar negociaciones con Estados Unidos.

EL SERMÓN DE BREZHNEV

Brezhnev participó en las discusiones del Politburó sobre política exterior durante
todas estas crisis, pero evitó tomar una postura clara en las cuestiones más
controvertidas. El nuevo líder del Partido Comunista de la Unión Soviética sabía que
no estaba ni a la altura de Stalin ni a la de Jrushchov en términos de experiencia,
conocimientos, energía, o carácter. Como cientos de apparatchiks a los que la
Segunda Guerra Mundial y las purgas de viejos bolcheviques llevadas a cabo por
Stalin habían catapultado a los privilegios y el poder, Brezhnev poseía una enorme

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inteligencia práctica, pero una preparación y unos horizontes sociales muy limitados.
Como muchos jóvenes comunistas de los años treinta, adquirió la costumbre de llevar
un diario con el fin de elevar su nivel intelectual. El contenido de ese diario, sin
embargo, pone de manifiesto una falta absoluta de intereses intelectuales y
espirituales. Para desesperación de cualquier historiador, Brezhnev recogió en él
sobre todo detalles rutinarios y banales de su vida privada.[32]
El historiador ruso Dmitri Volkogonov presenta a Brezhnev como el líder
soviético más blando y más unidimensional. Le atribuye «la psicología de un
burócrata del partido de rango intermedio: un personaje vanidoso, cauto y
conservador».[33] En efecto, los que lo conocieron de los tiempos del servicio militar
hablaban despectivamente de sus cualidades de líder. Uno de los comilitones de
Brezhnev observaba: «Leonid nunca se impondrá a las dificultades».[34]
Catapultado a la dirección política por la caída de Jrushchov, Brezhnev necesitó
siempre ayuda psicológica. Se quejó a su ayudante en materia de política exterior,
Andrei Alexandrov-Agentov, de que nunca había tenido nada que ver con cuestiones
de política internacional y que no sabía nada del asunto. Reconoció humildemente
que sus horizontes seguían siendo los de un secretario regional del partido. «Aquí
estoy, sentado en el Kremlin y contemplando el mundo sólo a través de los papeles
que llegan a mi mesa».[35] Su asistente, Georgi Arbatov, recordaría que Brezhnev
estaba bastante pez en materia de teoría marxista-leninista y que lo sentía vivamente.
«Pensaba que hacer algo “que no fuera marxista” resultaba intolerable: todo el
partido, el mundo entero, tenía puestos los ojos en él».[36] Con semejantes
antecedentes, habría cabido esperar que Brezhnev se uniera al coro de seguidores de
la línea dura y que encontrara un nicho seguro en el flanco más dogmático y rígido de
los gestores políticos de la URSS. Al principio, su comportamiento respondió a estas
expectativas. Por consiguiente supuso una sorpresa mayúscula para todos que luego
se convirtiera en el principal defensor de la distensión dentro de la dirección
colegiada. A la hora de la verdad, otros aspectos de sus opiniones personales y de su
carácter facilitaron esta sorprendente transformación.
En su libro sobre los pensadores rusos, Isaiah Berlin distingue entre los «zorros»,
que conocían muchas verdades distintas, y los «erizos», que sólo conocían una, la
más importante. Brezhnev no era un pensador, pero en materia de política exterior
tenía una sola convicción fuerte, como el erizo de la clasificación de Berlín. Esa
convicción era absolutamente simple: había que evitar la guerra a toda costa. En sus
entrevistas con los líderes extranjeros, Brezhnev les habló una y otra vez de una
conversación que había mantenido con su padre, un obrero metalúrgico, a comienzos
de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Hitler invadió Checoslovaquia y Francia, su
padre le había preguntado: «¿Cuál es la montaña más alta del mundo?». «El Everest»,
había respondido él. Su padre le preguntó luego por la altura de la Torre Eiffel. «Pues
medirá unos trescientos metros», le contestó. Entonces su padre le comentó que
habría que levantar una torre de esa altura en la cima del Everest. Hitler y sus

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compinches habrían debido ser ahorcados y colgados de ella para que los viera todo
el mundo. Brezhnev pensó en aquellos momentos que no era más que una fantasía,
pero entonces estalló la guerra. Cuando acabó, el tribunal de Nuremberg condenó a
los dirigentes nazis capturados y ahorcó a unos cuantos. El padre de Brezhnev
resultó, pues, profético. Aquella anécdota dejó en él una huella indeleble, sobre su
visión del mundo desde el punto de vista internacional, y sobre su política: y de
hecho sobre toda su vida y obra. El intérprete de Brezhnev, Viktor Sujodrev, oyó
aquella historia tantas veces que empezó a llamarla «el Sermón de la Montaña».
Cuando se reunió con Richard Nixon por primera vez, el máximo dirigente del
Partido Comunista soviético sugirió la conclusión de un acuerdo, una curiosa versión
de tratado de paz, dirigido contra cualquier tercer país que adoptara una actitud
agresiva. Los norteamericanos interpretaron la idea como un burdo intento de pacto
entre las superpotencias destinado a destruir las alianzas de Estados Unidos. No
sabían que se trataba no ya de un proyecto desviado del Politburó, sino de un sueño
personal del secretario general.[37]
La Segunda Guerra Mundial fue una experiencia que determinó la vida entera de
Brezhnev, quien por entonces tenía treinta y tantos años. Como comisario político de
una división, tuvo experiencia de primera mano de lo que fueron algunos combates
agotadores; de 1942 a 1945 acompañó a las tropas desde el Cáucaso hasta los
Cárpatos. Estaba firmemente convencido, sin embargo, de que no había precio
demasiado alto para la victoria. En junio de 1945, participó en el Desfile de la
Victoria en la Plaza Roja y asistió al banquete que dio Stalin a los vencedores.
Durante muchos años, continuó admirando a éste como señor de la guerra. En 1964,
era ya miembro de la Secretaría del Comité Central, y en calidad de tal supervisó el
programa espacial soviético y numerosos proyectos del complejo de la industria
militar, entre otros la producción de armas nucleares y la construcción de rampas y
silos para misiles.[38] Las memorias de Brezhnev, de carácter hagiográfico,
confeccionadas por escritores profesionales que hicieron de negros, nos ofrecen sólo
un atisbo de esos momentos trascendentales de su vida.
Experiencias similares hicieron de muchos integrantes de la nomenklatura, entre
otros algunos amigos íntimos de Brezhnev, como Dmitri Ustinov y Andrei Grechko,
defensores ardientes de la fuerza militar y del estado de disposición permanente para
el combate, pero él sentía además una preocupación auténtica por la perspectiva de la
guerra y deseaba negociar la paz entre las grandes potencias. No se diferenciaba
mucho de Ronald Reagan en la idea de que la acumulación de armamento era
importante no en sí misma, sino como preludio para la conclusión de acuerdos
internacionales. Esa idea de que la fuerza y la paz no se contradicen una a otra
causaría muchos problemas durante los años setenta, cuando el constante incremento
de las armas estratégicas soviéticas permitiría a los neoconservadores
norteamericanos de la línea crítica y a los expertos del Pentágono afirmar que lo que
buscaba el Kremlin era la superioridad militar. Al final, su campaña de publicidad en

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torno a la intensificación de la «amenaza militar soviética» socavaría la distensión
soviético-norteamericana. A comienzos de la década, sin embargo, la idea de
Brezhnev le ayudaría a ver la necesidad de cooperar con Estados Unidos.
A Brezhnev le disgustaba profundamente la tendencia a llevar las cosas al
extremo y a provocar crisis que había caracterizado la política exterior de Jrushchov
desde 1956. Veinte años después de la crisis de los misiles cubanos, seguía sin poder
contener la cólera hacia Jrushchov por haberla desencadenado: «¡Por poco nos vimos
envueltos en una guerra nuclear! ¡Y cuánto trabajo nos costó salir del atolladero en el
que nos habíamos metido, hacer creer al mundo que realmente queríamos la paz!».[39]
Reservaría unas críticas igualmente acerbas para la crisis de Berlín, manifestándose
ante sus consejeros en noviembre de 1971 en los siguientes términos: «En vez de
lograr grandes hitos diplomáticos construimos en Berlín, por decirlo sin tapujos, la
muralla china, y esperamos resolver el problema de esa forma».[40] La superación del
legado de extremismo hasta las últimas consecuencias propio de Jrushchov y el
establecimiento de unos cimientos firmes para la paz mundial se convirtieron en el
principal motor del activismo de Brezhnev en materia de política exterior a
comienzos de los años setenta.
Otras facetas de la dirección de Brezhnev facilitaron su conversión en estadista de
la distensión. Henry Kissinger escribe en sus memorias que Brezhnev era «brutal» (a
diferencia de lo «refinados» que eran Mao Zedong y Zhou Enlai). En realidad,
Brezhnev desplegaba mas amabilidad que maldad, más vanidad que crueldad
premeditada. Durante el momento trascendental de la lucha de poder antiestalinista
de junio de 1957, Molotov echó una durísima reprimenda a Brezhnev y el futuro
máximo líder soviético casi se desmayó. Incluso cuando contempló la posibilidad de
una destitución de Jrushchov en 1964, el mayor temor de Brezhnev sería el peligro de
un enfrentamiento directo con el formidable Nikita.[41] Como persona y como
político, detestaba los enfrentamientos y los extremismos. En su juventud, sus
parientes decían de él que era un «hombre apuesto y encantador, siempre
cuidadosamente vestido y amigo de las mujeres». Durante toda su carrera en tiempos
de Stalin y de Jrushchov, Brezhnev aprendió a agradar a la gente. Con sus amigos era
un hombre «modesto, gregario, de costumbres sencillas, gran conversador sin
arrogancia ni ínfulas de poder». Una vez él mismo hizo la siguiente confesión: «El
encanto puede hacerte llegar muy lejos en política». Una sofisticada profesora, que lo
vio durante una función en el Bolshoi en 1963, escribiría en su diario: «Brezhnev es
realmente apuesto: ojos azules, cejas negras, pómulos salientes. Ahora me doy cuenta
de por qué sentí siempre simpatía por él».[42] A Brezhnev le resultaba tan natural
sonreír cordialmente como a Jrushchov amenazar con el puño.
Por naturaleza, era un político centrista y enemigo de los movimientos políticos
radicales fueran en la dirección que fueran. El secretario general no puso ninguna
objeción cuando, después de 1964, sus aliados y amigos conservadores empezaron a
dar marcha atrás al deshielo en terrenos como el de la cultura, la propaganda y la

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ideología. Al mismo tiempo, Brezhnev no quiso nunca enfrentarse al nutrido grupo
formado por las élites científicas, artísticas y culturales de la URSS, que temían un
golpe neoestalinista. Se mostró asimismo escéptico respecto al acercamiento
ideológico a China. Sabía que los «chinos soviéticos», es decir, los defensores más
fervientes de las reacciones ideológicas, se habían agrupado en torno a Alexander
Shelepin y hablaban abiertamente de él como de una figura de transición y un político
menor, vulnerable a la bebida y a las mujeres.[43]
Entre la mayoría de los colegas de Brezhnev predominaban las actitudes
beligerantes. Para empezar, actuar como pacificador en semejante ambiente resultaba
sumamente difícil y peligroso para la propia carrera. Contra toda esperanza, Brezhnev
salió airoso en su propósito. A pesar de su mediocridad intelectual, no carecía de
buenos instintos políticos ni de tacto. Sus asesores recuerdan que en cuestiones de
poder «Brezhnev era un gran realista» y fue capaz de sobrepasar a la mayoría
conservadora siempre que quiso.[44] A partir de 1964, se centró en la tarea más
importante: los cuadros y la red de mandos. Contando con la ayuda de varios aliados
dentro del Politburó, entre ellos Mijail Suslov y Andrei Kirilenko, se dedicó
incansablemente a llamar por teléfono a los secretarios regionales del partido
preguntándoles por sus problemas y necesidades e incluso pidiéndoles consejo. En
1967, poco a poco empezó a eliminar a sus rivales de los puestos de poder,
empezando por Shelepin. En 1968, Brezhnev se convirtió en el jefe indiscutible del
aparato del partido: las llaves del poder político estaban ya en sus manos.[45]
Más o menos en esa misma época, Brezhnev empezó a mostrar mayor interés por
la política exterior y a mirar con impaciencia la preeminencia internacional de
Kosygin. Era lo bastante listo como para darse cuenta de que no podía compararse
con éste en el terreno de la economía nacional. En cambio, la política exterior abría
muchas posibilidades a la diplomacia personal y en ese terreno los modestos talentos
de Brezhnev podían desplegarse de forma más ventajosa para él. El cargo de
secretario general le proporcionaba una ventaja extraordinaria: por tradición, el
ocupante de este puesto era también el general en jefe y presidente del Consejo de
Defensa. Así pues, Brezhnev era responsable formalmente de la política militar y de
seguridad. Y tenía poder para hacer nombramientos, instrumento trascendental de la
política soviética.[46]
Más tarde, algunos observadores occidentales relacionaron la eliminación de los
partidarios de la línea dura por parte de Brezhnev con la victoria de las fuerzas
partidarias de la distensión existentes en el Politburó. En realidad, en el entorno de
Brezhnev no había palomas. Los miembros del Politburó siguieron siendo en su
mayoría ortodoxos desde el punto de vista ideológico incluso durante la distensión.
Cuando a comienzos de 1968 se creó dentro del Politburó la comisión de control de
armamento, se llenó de amigos de Brezhnev partidarios de la línea dura, entre ellos
Ustinov (su presidente) y Crechko.[47] Dmitri Ustinov había sido el niño sabelotodo
de Stalin, un brillante tecnócrata autodidacta que había organizado la evacuación de

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las industrias soviéticas ante el imparable avance de los nazis en 1941 y que más
tarde se convertiría en la autoridad más influyente del proyecto de misiles soviéticos.
Durante dos décadas, fue el líder incansable del complejo soviético de la industria
militar. Temía que Estados Unidos atacara la Unión Soviética a la primera
oportunidad que se le presentara y estaba decidido a acumular la fuerza suficiente
para disuadir a los norteamericanos. Andrei Grechko comenzó su carrera militar
cuando, con sólo dieciséis años, se unió a la Caballería Roja durante la guerra civil
que estalló a raíz de la toma del poder por los bolcheviques en Rusia hacia 1917.
Había sido superior de Brezhnev durante la Gran Guerra Patriótica y desde 1967 fue
ministro de Defensa. Creía firmemente en la victoria de la URSS en una futura guerra
mundial y sólo sentía desprecio por Estados Unidos y la OTAN.[48] Tanto Ustinov
como Grechko eran partidarios de una carrera armamentística incesante y temían que
cualquier limitación del armamento supusiera una amenaza para la seguridad
soviética.[49] Eran el digno equivalente de los halcones norteamericanos.
Entre 1965 y 1968, Brezhnev permitió a Ustinov reformar y centralizar el enorme
complejo de la industria militar soviética que hasta entonces había sufrido las
consecuencias de la rivalidad entre los distintos ministerios y organismos de la URSS
encargados de su diseño. El secretario general dio además pleno apoyo a la
construcción y al despliegue de la tríada estratégica de misiles balísticos
intercontinentales (ICBM) en silos fortificados, submarinos nucleares armados de
misiles balísticos, y bombarderos estratégicos. Las dimensiones del programa de
ICBM eran especialmente impresionantes. Los servicios norteamericanos de
inteligencia por satélite señalaban con preocupación que en 1965 y 1966 los
soviéticos habían doblado su arsenal, poniéndose al mismo nivel que las fuerzas
estratégicas norteamericanas. A partir de ese momento, la fuerza de ICBM soviética
creció a razón de unos trescientos nuevos silos de lanzamiento al año. Se trataba de
un programa de armamento colosal, que, según cierto experto, «era el mayor esfuerzo
armamentístico de la historia de la URSS y el programa nuclear más caro, que
superaba significativamente al de finales de los años cuarenta». En 1968, la fuerza de
misiles estratégicos consumía casi el 18 por 100 del presupuesto de defensa de la
URSS. Brezhnev no pudo decir no a ninguna propuesta de producción o de
despliegue de artefactos militares.[50]
Lo que en último término distinguía al secretario general de sus amigos ortodoxos
no era su mayor tolerancia ideológica y sus planteamientos menos conservadores,
sino su sueño de convertirse en un pacificador. Y también, como señala
acertadamente el autor de sus discursos, la carga del enorme poder que ostentaba y
que le hablaba de unos intereses del estado que no encajaban con la ortodoxia
ideológica. A medida que Brezhnev fue implicándose en las cuestiones de política
exterior, la lógica de éstas le enseñó a apoyarse no ya en la mayoría conservadora e
ignorante, sino en una minoría de «ilustrados» expertos en política exterior que
trabajaban en el aparato central del partido.[51]

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Entre esa minoría se encontraban Evgeni Samoteikin, Georgi Arbatov, Alexander
Bovin, Nikolai Inozemtsev, Vadim Zagladin, Nikolai Shishlin, Rafail Fedorov,
Anatoli Blatov, y Anatoli Cherniaev. Estos individuos estaban especializados en
asuntos exteriores, procedían de universidades y de centros académicos de
investigación, y tenían una mentalidad mucho más abierta y un pensamiento más
sofisticado que la media de los integrantes de la nomenklatura. Su personalidad había
sido formada por el deshielo cultural, la desestalinización, y otras influencias
liberalizadoras del período comprendido entre 1956 y 1964. Se consideraban a sí
mismos patriotas soviéticos, pero también librepensadores pragmáticos, y empezaron
a ver en la ideología fosilizada un gran obstáculo para los intereses del estado.
Muchos de ellos habían sido reclutados por Andropov y su rival, Boris Ponomarev,
para ingresar en el aparto del Comité Central. Andropov apoyaba a aquellos
individuos, animándoles a pensar y escribir sin tener en cuenta la ideología. «Ya
sabré yo lo que tengo que decir al Politburó». Se desencadenó una constante lucha
burocrática entre ellos y estalinistas como Trapeznikov o Fedor Golikov. De 1965 a
1968, los apparatchiks ilustrados formaron el núcleo del equipo de individuos
encargados de escribir los discursos de Brezhnev y, por consiguiente, pasaron a
integrar su círculo íntimo de consejeros.[52]
En el grupo de los autores de los discursos de Brezhnev se encontraba también su
secretario, Andrei Alexandrov-Agentov, filólogo y diplomático perfectamente
preparado y especialista en Islandia y Escandinavia. Anteriormente, había trabajado
como secretario de Alexandra Kollontai y luego de Gromiko. Alexandrov-Agentov
era un fervoroso devoto de la teoría marxista-leninista y un verdadero creyente en el
movimiento comunista internacional, pero en materia internacional no era un
ideólogo rígido. Como señala Cherniaev, «estaba convencido de que la Realpolitik
trabajaba a favor de nuestro futuro comunista».[53]
El primer mentor de Brezhnev en materia de política exterior fue el ministro de
Asuntos Exteriores Andrei Gromiko, personaje en muchos sentidos profundamente
conservador, pero también un diplomático sumamente profesional. Gromiko era
obediente y siempre cumplía «con fervor religioso» las órdenes del líder al que le
tocara servir en cada momento.[54] Al mismo tiempo despreciaba las intromisiones
ideológicas en el terreno de la política exterior y admiraba muchísimo la diplomacia
de Stalin durante los años de la Gran Alianza. El principal objetivo de Gromiko era
obtener de las potencias occidentales el reconocimiento de las nuevas fronteras de la
URSS y de sus países satélites de Europa Central, empezando por las de la RDA. Su
segundo objetivo era la consecución, tras un duro tira y afloja, de un acuerdo político
con Estados Unidos. En enero de 1967, en un memorándum político del Ministerio de
Asuntos Exteriores al Politburó, Gromiko afirmaba: «Debemos seguir disociándonos
de manera resuelta política e ideológicamente de las peregrinas ideas de los líderes
chinos que sustentan sus esperanzas en el carácter inevitable de un conflicto armado
entre los países socialistas capitaneados por la Unión Soviética y Estados Unidos en

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el plazo de ocho o diez años. La opinión de que la guerra con Estados Unidos es
inevitable reflejaría precisamente la postura de los chinos. En general, la tensión
internacional no encaja con los intereses de estado de la URSS ni de sus amigos. En
una situación de distensión resulta más fácil consolidar y extender las posiciones que
ocupa la Unión Soviética en el mundo».[55]
Este memorándum ponía de relieve algunos desarrollos prometedores ocurridos
en los países capitalistas, especialmente el giro a favor de la distensión
experimentado por las capitales occidentales. A pesar de la guerra de Vietnam,
Gromiko y otros diplomáticos soviéticos, entre ellos el embajador en Washington,
Anatoli Dobrinin, y el jefe del Departamento de Asuntos Norteamericanos del
Ministerio de Asuntos Exteriores, Georgi Kornienko, favorecían las negociaciones
con Lyndon Johnson.[56] Poco a poco, el propio Brezhnev llegó a darse cuenta de que
la política de distensión y negociación con las grandes potencias capitalistas se
convertiría en el camino más corto para la consecución del éxito político y del
reconocimiento internacional. Esta concepción no se impuso, sin embargo, hasta que
tuvieron lugar en Europa y Asia varios acontecimientos trascendentales y hasta que
no se produjo un cambio de gobierno en Estados Unidos.

ESTÍMULOS A FAVOR DE LA DISTENSIÓN

El acontecimiento importante de finales de los años sesenta que más influyó en los
planteamientos de Brezhnev sobre cuestiones internacionales fue la crisis de
Checoslovaquia de 1968. El rápido florecimiento de la Primavera de Praga supuso
una grave amenaza a la carrera de Brezhnev. Como líder del PCUS, tenía una
responsabilidad directa en el mantenimiento de la esfera de influencia militar de la
URSS en Europa Central. La situación estratégica de Checoslovaquia, su avanzada
industria armamentística y sus minas de Uranio hacían del país un elemento
indispensable del Pacto de Varsovia.[57] Los dirigentes soviéticos temían que se
produjera un «efecto dominó» en Europa Central tanto como la administración
Johnson temía que se produjera algo parecido en el Sudeste Asiático. Y los temores
rusos estaban todavía más justificados si se tienen en cuenta las revoluciones de
Polonia y Hungría de 1956, la tenaz neutralidad de Yugoslavia, el paulatino
distanciamiento de Rumanía del Pacto de Varsovia a partir de 1962, y la constante
inestabilidad de la RDA.[58] Lo peor era que entre los dirigentes soviéticos había
muchos que quizá echaran la culpa de semejante catástrofe personalmente a
Brezhnev. Al fin y al cabo, Alexander Dubcek, jefe del Partido Comunista de
Checoslovaquia desde enero de 1968, era un protegido suyo. El líder soviético había
retirado su apoyo a Antonin Novotny, el viejo dirigente estalinista de Checoslovaquia
y había respaldado el Programa de Acción Checoslovaco, favorable a las reformas. El
primer secretario de Ucrania, Petro Shelest, creía que el «liberalismo putrefacto» de
Brezhnev había hecho posible la Primavera de Praga. Cuando se produjo la crisis,

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tanto el líder polaco Gomulka como el presidente de la República Democrática
Alemana, Ulbricht, instaron a la invasión del país y criticaron abiertamente a
Brezhnev por su emotividad, su ingenuidad y sus vacilaciones.[59]
Su propio carácter hacía de Brezhnev un intervencionista renuente. Un testigo
recuerda que incluso en el verano de 1968 reinaba cierta incertidumbre y diversidad
de opiniones en el cuartel general del partido en Moscú. Unos gritaban con todas sus
fuerzas: «¡No enviéis tanques a Checoslovaquia!»; otros en cambio se desgañitaban:
«¡Ya va siendo hora de enviar los tanques y acabar de una vez con este lío!». Pero
todas las pruebas documentales de los archivos demuestran que durante toda la crisis
de Checoslovaquia Brezhnev mantuvo la esperanza de evitar tener que tomar
«medidas extremas», esto es, llevar a cabo la invasión militar. Por el contrario,
prefirió intensificar las presiones políticas sobre Dubcek y los dirigentes
checoslovacos.[60] Brezhnev temía que una invasión soviética desencadenara una
respuesta de la OTAN que desembocara en una guerra europea. El peso de semejante
decisión resultaba casi excesivo para el secretario general. Durante los meses de
crisis, algunos lo vieron abatido, pálido y perdido, con las manos temblorosas. En un
comentario privado harto revelador, llegó a reconocer: «Puede que parezca blando,
pero no puedo dar un golpe tan duro que luego me sienta mal durante tres días».
Según algunos informes, durante 1968 Brezhnev empezó a tomar tranquilizantes para
aliviar la presión insoportable que sufría su mente. Hecho que daría lugar más tarde a
un hábito funesto.[61]
El 26-27 de julio, el Politburó, presidido por Brezhnev, decidió poner una fecha
provisional a la invasión de Checoslovaquia. No obstante, los soviéticos siguieron
negociando con Dubcek y los dirigentes checos. Brezhnev, entre otros, intentó
intimidar a «Sasha» Dubcek y convencerlo de que tomara medidas drásticas que
supusieran la derogación de la liberalización y las reformas. Una vez fracasados todos
estos intentos, los líderes del Kremlin tomaron finalmente la decisión el 21 de agosto
y tropas de la URSS y de otros países del Pacto de Varsovia (excepto Rumanía)
ocuparon Checoslovaquia.[62]
Hubo dos hombres que prestaron especial ayuda y apoyo a Brezhnev durante esta
crisis. El ministro de Asuntos Exteriores Andrei Gromiko contribuyó a calmar los
temores que inquietaban a Brezhnev de una posible confrontación con Occidente por
Checoslovaquia. Dijo al Politburó que «las relaciones internacionales en estos
momentos han llegado a un punto que unas medidas extremas [esto es, la invasión de
Checoslovaquia] no producirían un agravamiento de la situación internacional. No
habrá ninguna gran guerra… Si conservamos Checoslovaquia, nos haremos más
fuertes».[63] Yuri Andropov, nombrado por Brezhnev director del KGB, utilizó los
recursos de su departamento para reforzar la resolución tomada por el secretario
general. En sus informes al Politburó, Andropov indicaba que no había alternativa a
la invasión a gran escala. Siguiendo sus directrices, el KGB presentó falsamente los
sucesos pacíficos de Checoslovaquia como preparativos de un levantamiento armado

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como el de Hungría en 1956. Como Andropov había sido embajador en Budapest
durante la revolución húngara de 1956, sus recomendaciones tenían un peso especial.
[64]
Esta crisis supuso para Brezhnev una especie de curso intensivo sobre cómo
gestionar una crisis y las relaciones internacionales. Su ánimo subió en cuanto
comprobó que la temida reacción de Estados Unidos y Alemania Occidental ante la
invasión soviética no se materializaba. Las señales dadas por los líderes occidentales
en el sentido de que las cosas seguirían como siempre tras la invasión de
Checoslovaquia suponían una victoria moral de la Unión Soviética. Incrementaron la
confianza del Kremlin, maltrecha hasta entonces por la erosión del bando socialista.
En septiembre de 1968, Gromiko presentó el siguiente informe al Politburó: «La
determinación mostrada por la Unión Soviética respecto a los sucesos de
Checoslovaquia ha hecho que los dirigentes estadounidenses consideren con más
serenidad su potencial en esa región y comprueben una vez más la determinación de
los dirigentes de nuestro país a la hora de defender los intereses vitales de la URSS».
[65] En sus discursos a los cuadros superiores de la diplomacia rusa, el ministro de

Exteriores se expresó en un tono aún más optimista: «Mirad, camaradas, de qué


forma tan radical ha cambiado en los últimos tiempos la correlación de fuerzas en el
mundo. No hace mucho tiempo en el Politburó teníamos que pensarnos las cosas
cuidadosamente una y otra vez antes de dar cualquier paso en materia de política
exterior. ¿Qué habría hecho Estados Unidos? ¿Qué habría hecho Francia? Esa época
ha terminado. Cuando ahora creemos que debe hacerse una cosa en interés de la
Unión Soviética, la hacemos sin vacilar, y luego estudiamos la reacción de los demás.
Por mucho ruido que hagan, la nueva correlación de fuerzas es tal que ya no se
atreven a actuar contra nosotros».[66] Más o menos por esa misma época, Alexander
Bovin, uno de los autores de los discursos de Brezhnev, encontraba al secretario
general extraordinariamente relajado y seguro de sí mismo. «Del crisol de
Checoslovaquia salió un Brezhnev distinto».[67]
Pero los costes a largo plazo del éxito de Brezhnev en 1968 fueron muy altos.
Tras el susto inicial, los checos boicotearon los intentos soviéticos de reprimir las
reformas liberales; enfriar a la sociedad checoslovaca requirió años de
«normalización» forzosa. En las regiones occidentales no rusas de la Unión Soviética,
la Primavera de Praga creó una serie de «derivaciones» generalizadas, según muchos
más desestabilizadoras que las provocadas por las revoluciones de Polonia y Hungría
de 1956.[68] La invasión acabó con todas las ilusiones socialistas que pudieran abrigar
los elementos no estalinistas de las clases instruidas de Moscú, Leningrado y otros
centros culturales de Rusia. Unos cuantos se atrevieron a protestar abiertamente, pero
muchos sintieron una profunda angustia moral e intelectual. La falla abierta en 1956
entre los partidarios de la desestalinización y el sistema soviético se convirtió en un
abismo insalvable. Fue «el mayor error político cometido en todo el período de
posguerra», escribía Bovin en su diario. Los que habían trabajado en Praga para la

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revista comunista internacional The Problems of World and Socialism llegaron a la
conclusión de que la invasión había sido un verdadero crimen. Cherniaev intento
dimitir del cargo que ocupaba en el Departamento Internacional del Comité Central.
Sin embargo, siguió ocupándolo y desempeñó el papel de conformista. Muchos
futuros reformistas, entre ellos Mijail Gorbachov y Alexander Yakovlev, hicieron lo
mismo.[69]
A pesar de este efecto colateral, el secretario general pasó la prueba y demostró a
sus colegas que podía proteger los intereses de seguridad de la URSS incluso bajo
presión. Pese a su posterior buena disposición a entablar un diálogo pacífico con las
potencias occidentales, a Brezhnev le habría costado mucho más trabajo adoptar esa
postura si previamente no se hubiera hecho acreedor a sus credenciales de verdugo en
Checoslovaquia. En 1972, dijo ante el pleno del partido: «Sin [la invasión de]
Checoslovaquia, no habría habido un Brandt en Alemania, ni un Nixon en Moscú, ni
distensión».[70]

El conflicto chino-soviético requirió la atención de Brezhnev varios meses después.


Una nueva y peligrosa confrontación militar acechaba en el Extremo Oriente.[71]
Entre los dirigentes políticos y militares, las esperanzas de reconciliación con China
dieron paso rápidamente al temor a la agresividad irracional de China, en una nueva
versión del viejo mito chovinista ruso del «peligro amarillo». Por Moscú circulaba el
siguiente chiste: Un alto mando del ejército soviético destacado en Extremo Oriente
llama por teléfono aterrorizado al Kremlin y pregunta: «¿Qué hago? ¡Cinco millones
de chinos acaban de cruzar la frontera y se han rendido!». El chistecito no venía a
elevar demasiado los ánimos de los responsables de la seguridad soviética en el
Extremo Oriente. ¿Realmente habrían dado la orden de disparar contra la multitud de
civiles chinos desarmados si hubieran empezado a cruzar en masa las fronteras de la
URSS? Los mariscales y generales soviéticos, entrenados para llevar a cabo una
guerra nuclear y ganarla, no tenían prevista semejante eventualidad.[72]
Al parecer, Brezhnev compartía ese temor de tintes racistas hacia China. No
confiaba en los dirigentes maoístas ni deseaba negociar con ellos, dejando una tarea
tan desagradable a Kosygin. Pero el poder nuclear de China lo inquietaba. Más tarde,
en mayo de 1973, Brezhnev consideró la posibilidad, según cuenta Kissinger, de
llevar a cabo un ataque preventivo contra China. Casi diez años antes, cuando John F.
Kennedy sondeó a Jrushchov sobre la posibilidad de un ataque quirúrgico semejante
contra el arsenal nuclear chino, los dirigentes soviéticos hicieron caso omiso a las
señales que les lanzaron.[73] Los ecos de semejante propuesta probablemente llegaran
a oídos de Brezhnev. Más tarde intentaría en varias ocasiones plantear a los dirigentes
norteamericanos la idea de hacer un frente común ante los posibles violadores de la
paz de Beijing.[74]
La idea encajaba con la filosofía del «Sermón de la Montaña» de Brezhnev. Su
principal objetivo, sin embargo, era de orden práctico: disuadir a China de cualquier

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provocación futura en las fronteras de la URSS. Durante las conversaciones entre
Kosygin y Zhou Enlai en un aeropuerto de Beijing en 1969, Zhou empezó hablando
de «un rumor» acerca de un ataque nuclear preventivo de la URSS. Un diplomático
soviético, presente en la entrevista, lo interpretó como un signo de que los dirigentes
chinos estaban «muy asustados por semejante posibilidad». Zhou Enlai aludió
claramente ante los soviéticos al hecho de que China no pretendía lanzar ninguna
guerra contra la URSS ni estaba en condiciones de hacerlo. Al término de las
conversaciones, Moscú organizó algunas medidas intimidatorias adicionales y las
autoridades de Beijing propusieron a la Unión Soviética la firma de un pacto de no
agresión secreto. Los especialistas rusos han llegado a la conclusión de que la táctica
de Moscú destinada a disuadir a Beijing por medio de la intimidación nuclear resultó
eficaz.[75] Al mismo tiempo, la intimidación soviética provocó el clásico efecto del
«dilema de la seguridad»: Mao empezó a buscar un acercamiento a Estados Unidos
frente al enemigo del norte, dejando a un lado las barreras ideológicas.

Un tercer acontecimiento trascendental que abrió las puertas a la implicación de


Brezhnev en la política de distensión fue el acercamiento a los nuevos dirigentes de la
Alemania del Oeste. Algunos países de Europa Occidental, especialmente Francia,
habían intentado mejorar las relaciones con Moscú desde la muerte de Stalin. Pero la
llave de la distensión en Europa estaba en Alemania Occidental. Mientras Konrad
Adenauer fue canciller, el gobierno de Bonn se negó a reconocer en modo alguno a la
RDA. El Muro de Berlín elevó extraordinariamente el precio que el pueblo alemán
habría de pagar por semejante política. Un destacado experto soviético recordaría
más tarde que «buena parte de lo que sucedió en Europa —y los orígenes del proceso
de Helsinki— tuvo sus raíces en la segunda división de las esferas de influencia de
Europa que se produjo el 13 de agosto de 1961». La incapacidad de impedir la
división de Berlín que demostraron las potencias occidentales tuvo un profundo
impacto en el alcalde de Berlín, Willy Brandt, y su consejero, Egon Bahr. Brandt, que
para entonces era ya el líder del Partido Socialdemócrata (SPD), fue nombrado
vicecanciller en 1966 y más tarde fue elegido canciller en septiembre de 1969,
basando su campaña en la plataforma de la Ostpolitik, una nueva política exterior que
prometía la reapertura de las fronteras entre las dos Alemanias.[76]
Alexandrov-Agentov creía que Brezhnev tuvo la suerte de poder negociar con
Brandt, «hombre de una integridad cristalina, sincero amante de la paz y poseedor de
firmes convicciones antifascistas, que no sólo odiaba el nazismo, sino que había
luchado contra él durante la guerra».[77] Para corresponder a la Ostpolitik, Brezhnev
tuvo que superar muchas barreras: sus recuerdos de la Segunda Guerra Mundial, la
imagen propagandista de Alemania Occidental como un nido de neonazis y
revanchistas, y la vieja enemistad ideológica entre comunistas y socialdemócratas.[78]
Brezhnev aborrecía la idea de desestabilizar la RDA, país por el que, según su
opinión, «se había pagado con el sacrificio del pueblo soviético y con la sangre de los

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soldados de la URSS». Tuvo además que bregar con las difíciles relaciones
mantenidas con el dirigente de la RDA, Ulbricht, que miraba con profunda suspicacia
cualquier contacto entre Moscú y Bonn y tenía medios suficientes para espiarlos y
arruinarlos. En la memoria colectiva del Kremlin todavía estaba fresco el recuerdo
del «episodio Adzhubei» de 1964, cuando el yerno de Jrushchov, supuestamente
después de consumir abundante cantidad de alcohol, ofreció un acuerdo informal a
los dirigentes germanooccidentales a expensas de Ulbricht. Conscientes de todo ello,
Gromiko y el ministro de Asuntos Exteriores soviético actuaron deliberadamente con
pies de plomo en lo tocante a la RDA y no hicieron promesa alguna de cambios en
Bonn.[79]
El nuevo jefe del KGB, Yuri Andropov, ayudó a Brezhnev a iniciar el diálogo
entre la URSS y la RFA. Al igual que Gromiko, Andropov consideraba la diplomacia
de guerra de Stalin un ejemplo brillante de Realpolitik. La idea de distensión que
tenía Andropov era la clásica de «paz por la fuerza». Se tiene constancia de que dijo:
«Nadie quiere hablar con los débiles».[80] Al mismo tiempo, Andropov había
decidido hacía mucho tiempo que la cooperación económica, tecnológica y cultural
con Alemania Occidental y con los alemanes debía ser un bastión de la futura política
exterior soviética, destinado a poner fin al predominio estadounidense en Europa
Occidental. Se dice además que abrigaba la esperanza de que en un futuro la estrecha
relación con Alemania Occidental y los préstamos tecnológicos procedentes de este
país contribuyeran a la modernización de la Unión Soviética. A comienzos de 1968,
Andropov, con la aprobación tácita de Brezhnev, envió al periodista Valen Lednev y
al agente del KGB Viacheslav Kevorkov a entrevistarse con Egon Bahr con el
cometido de entablar un diálogo por vías no oficiales. El carácter secreto de esas vías
contribuyó a derribar el muro de sospechas y disimulos mutuos. Permitió asimismo a
Brezhnev entablar un diálogo pragmático con Bonn sin tener que estar pendiente de
Ulbricht. Tras la crisis de Checoslovaquia, las vías no oficiales quedaron listas para
su activación.[81]
Brezhnev esperó a que el bando contrario hiciera el primer movimiento. Seguían
angustiándole las dudas ideológicas y políticas. Hasta octubre de 1969, cuando
Brandt ganó las elecciones y llegó a canciller, Brezhnev no pidió a Andropov y
Gromiko que intentaran llegar a un acuerdo con Alemania Occidental.[82] La
dinámica indolente de las relaciones germano-soviéticas empezó a acelerarse cuando
Egon Bahr comenzó a volar asiduamente de Bonn a Moscú. Pasó la mitad del año
1970 yendo y viniendo por los pasillos del poder soviético e incluso aprendió algunas
normas importantes del «cabildeo» burocrático ruso. A Brezhnev llegó a caerle bien.
El 12 de agosto de 1970, se concluyó en Moscú un pacto de no agresión entre
Alemania Occidental y la Unión Soviética. En diciembre de ese mismo año se firmó
otro tratado con Polonia, en el que se reconocía la realidad geopolítica existente
desde 1945. En mayo de 1971, Walter Ulbricht, uno de los principales opositores al
diálogo Moscú-Bonn y crítico personal de Brezhnev, dimitió debido a las presiones

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conjuntas del Kremlin y del grupo de jóvenes dirigentes de la RDA capitaneado por
Erich Honecker. El hecho abrió el camino al reconocimiento de los dos países y a la
conclusión de un tratado entre las dos Alemanias un año y medio más tarde.[83]
Otro obstáculo era el difícil problema que planteaba Berlín Occidental.
Evidentemente este problema no podía resolverse de forma bilateral, pues afectaba a
la RDA y a cuatro potencias de ocupación occidentales. Por fortuna, en 1971 el
presidente norteamericano Richard Nixon, a través de su consejero de seguridad
nacional, Henry Kissinger, mostró un fuerte interés por el acercamiento al Kremlin.
Los norteamericanos estaban ansiosos por «incorporar» la Ostpolitik de Brandt en el
marco de su propia estrategia respecto a la Unión Soviética. Como contrapartida a la
ayuda prestada por la URSS a los norteamericanos en su retirada de Vietnam, Nixon
y Kissinger prometieron al Politburó facilitar la conclusión de un acuerdo sobre
Berlín Occidental. Formalmente, las conversaciones sobre este tema se desarrollaron
en el marco de las cuatro potencias ocupantes a nivel de ministros de Asuntos
Exteriores. En realidad, según la mejor tradición de la diplomacia secreta, surgió una
red de canales oficiosos entre la Casa Blanca, el Kremlin y Willy Brandt. En
septiembre de 1971, las potencias occidentales reconocieron formalmente que Berlín
Occidental no formaba parte de la República Federal de Alemania.[84]
De ese modo, Brezhnev consiguió lo que diez años antes no había sabido
conseguir Jrushchov, pese a las grandes presiones que llegó a ejercer. La dramática
lucha en torno a Berlín y la RDA que había provocado en Europa las crisis
internacionales más graves desde la Segunda Guerra Mundial pasó por fin a la
historia. El 16-18 de septiembre de 1971, Brezhnev se entrevistó con Brandt cerca de
Yalta, en la dacha que el estado poseía en Oreanda, donde el zar Nicolás I había
poseído un palacio. Esta «segunda conferencia de Yalta», celebrada en la inmediata
proximidad de Livadia, donde se habían reunido los «Tres Grandes» en 1945,
constituyó un acontecimiento relajado que se adecuaba perfectamente con el estilo y
el carácter de Brezhnev. El mandatario soviético apareció vestido de manera
impecable, agasajó a Brandt con suntuosos banquetes, lo invitó a dar una vueltecita
en aerodeslizador, estuvo nadando con él en su gigantesca Piscina, y mantuvo con él
caóticas conversaciones al estilo ruso sobre la política y la vida en general. Con las
maneras torpes y campechanas que lo caracterizaban, Brezhnev infringió por
completo el programa de la conferencia que estaba previsto, en un primer momento
para irritación de su huésped alemán. «En todo momento dominó un espíritu alegre y
vivaz de afecto y confianza mutua», señalaría más tarde en tono poético Alexandrov-
Agentov en sus memorias. «Podía verse que a Brezhnev le gustaba mucho Brandt, y
éste parecía también satisfecho con su anfitrión. Luego llegarían incluso a encontrar
con bastante facilidad un lenguaje común incluso en otras materias harto complejas y
delicadas». La reunión de Crimea supuso para Brezhnev un gran triunfo psicológico.
Logró algo que a Jrushchov probablemente le habría encantado lograr, pero que no

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logró: el líder de un gran país capitalista, y en particular de Alemania, se hizo
«amigo» de Brezhnev.[85]
La apertura a Alemania Occidental generó el dúo formado por Gromiko y
Andropov. Estos dos personajes se convirtieron en los aliados políticos de más
confianza de Brezhnev en materia de distensión. El carácter pragmático y oportunista
del dúo era evidente: al final Gromiko y Andropov obtuvieron grandes beneficios de
esta situación y acabaron sus respectivas carreras ocupando los puestos más
encumbrados. Como era habitual, al igual que Brezhnev, uno y otro reafirmaron
constantemente sus credenciales ideológicas de partidarios de la línea dura. Andropov
siguió aplicando «las lecciones extraídas de lo de Hungría» a la política exterior
soviética. Incluso en unos versitos jocosos que escribió para sus consejeros, insistía
en que «los logros del socialismo» había que defenderlos «si es preciso, con el
hacha». Y Gromiko, en un congreso de altos funcionarios del Ministerio de Asuntos
Exteriores, dijo que Alemania Occidental había hecho concesiones a la Unión
Soviética prácticamente en todos los temas. «Nosotros, en cambio, no les hemos dado
nada».[86]
Dejando a un lado los triunfalismos, los rudos comentarios de Gromiko reflejaban
la presión ejercida por la política interior en los responsables de tomar las decisiones.
Presentar el acercamiento a Alemania Occidental como un éxito de la política
exterior significaba reforzar la autoridad política de los que la habían defendido y,
sobre todo, la autoridad personal de Brezhnev. Y no era fácil, pues Brezhnev no era
Stalin y la Unión Soviética ya no era un monolito totalitario. Molotov, desde su retiro,
comentaba que «el acuerdo sobre las fronteras de las dos Alemanias ha sido una gran
cosa», pero elogiaba a Brandt, no a Brezhnev, por haberlo alcanzado. Otros
estalinistas, presentes en todos los rincones del aparato del partido, seguían creyendo
que los acuerdos geopolíticos no debían alcanzarse a expensas de los objetivos
ideológicos de la política exterior soviética. Había además una gran cantidad de
personajes de la vida cultural e intelectual cada vez más influyentes a los que Walter
Laqueur considera «fascistas rusos»: antioccidentales que propugnaban la
transformación de la Unión Soviética en una Gran Rusia.[87] En 1976, mucho después
de que la política de distensión fuera acogida como un gran éxito por los
propagandistas del partido, Brezhnev comentaría: «Verdaderamente deseo la paz y no
voy a dar marcha atrás nunca. A algunos, sin embargo, no les gusta esta política. Y no
están [en la calle], sino dentro del Kremlin. No son meros propagandistas de los
comités regionales. Son gentes como yo. ¡Sólo que piensan de manera diferente!».[88]
Esta preocupación por la oposición que pudiera haber siguió dominando la política de
distensión de Brezhnev a todos los niveles.
Al principio, «los que tenían ideas distintas» intentaron convencer a Brezhnev
para que se pusiera de su parte. Al final, sin embargo, los estalinistas y los
nacionalistas rusos perdieron la batalla que estaba librándose por el alma de
Brezhnev. Este pasó a depender cada vez más del pequeño grupo de asistentes e

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individuos encargados de escribirle los discursos de política exterior, y estos
personajes empezaron a influir «por medio de la palabra y de la pluma» en el
contenido de las declaraciones públicas del secretario general relacionadas no sólo
con la política internacional, sino también con cuestiones de orden interno. En
contrapartida, Brezhnev fue distanciándose cada vez más de las tesis más extremistas
de sus camaradas más ignorantes y burdamente antiamericanos, que no aprobaban la
distensión por motivos ideológicos. De vez en cuando, Brezhnev mostraría a sus
asistentes liberales algún ejemplo escrito de «críticas» anónimas de los partidarios de
la línea dura, como si quisiera decirles: «Son lobos dispuestos a devoraros, pero no
pienso ceder ante ellos».[89]
Algunos de los que escribían los discursos de Brezhnev (Arbatov, Vharnyaev,
Shajnazarov) apoyarían más tarde a Mijail Gorbachov y contribuirían al desarrollo de
la glasnost y del «nuevo pensamiento», que transformarían la política exterior
soviética y la propia URSS. Su influencia fue muy considerable: redactaron los
discursos e informes de Brezhnev en un lenguaje mucho menos integrista e
ideológico de lo que habrían esperado y preferido la mayoría de los miembros de la
nomenklatura y muchos viejos amigos y camaradas de Brezhnev. No obstante, vistas
las cosas retrospectivamente, su papel estuvo estrictamente limitado. Sus intentos de
liberar la política de distensión de la URSS del peso muerto que suponía la ideología
y su afán de abrir la mente de Brezhnev a las nuevas realidades internacionales dieron
pocos frutos. El secretario general siguió siendo obstinadamente antirreformista en
materia de política interior y continuó dependiendo de la ortodoxia ideológica. Los
principales impulsos en pro de la distensión vinieron al principio de fuera y lograron
imponerse en la medida en que se adecuaban a las convicciones y ambiciones
profundamente arraigadas de Brezhnev.
El secretario general deseaba convertir el poderío militar cada vez mayor de la
Unión Soviética en la piedra angular de la diplomacia y el prestigio internacional.
Con la ayuda de Andropov, Gromiko y sus asistentes «ilustrados», encargados de
escribir sus discursos, Brezhnev empezó a formular su grandiosa visión internacional,
un programa de construcción de la paz en Europa y de apertura a Occidente. El
elemento fundamental de ese programa era la idea de una conferencia paneuropea
sobre seguridad y cooperación. El líder soviético la anunció en el siguiente congreso
del partido, cuya celebración había sido prevista para la primavera de 1970, aunque
no se celebró hasta marzo-abril de 1971. Un estudioso de la distensión llega a la
conclusión de que en el congreso, «Leonid Brezhnev estableció firmemente su
dominio sobre el Politburó en materia de asuntos exteriores». Además «se identificó
abiertamente con la respuesta de la URSS a la Ostpolitik de Willy Brandt».[90] El
respaldo unánime y la ovación de los delegados del congreso que recibió Brezhnev
por su Programa de Paz y de apertura a Alemania Occidental no fueron sólo meros
actos rituales, sino un acontecimiento político trascendental. En adelante, Brezhnev
estaría en mejor posición para acallar las críticas lanzadas contra su política exterior.

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Para dejar perfectamente claro este punto en el congreso, Gromiko se manifestó en
contra de los personajes anónimos que había dentro del partido y del país para
quienes «cualquier acuerdo con los estados capitalistas es una especie de
conspiracion».[91]
En octubre de 1971, Brezhnev dio toda una lección a los encargados de escribirle
los discursos: «Hemos estado luchando constantemente a favor de la distensión y ya
hemos logrado muchas cosas. Hoy, en nuestras conversaciones con los estados más
grandes de Occidente lo que buscamos es el acuerdo, no la confrontación. Y haremos
todo lo que haga falta para que la [Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en
Europa] haga una declaración sobre los principios de coexistencia pacífica en Europa.
Así puede que la guerra se posponga veinticinco años, probablemente incluso un
siglo. Concentraremos en ese fin todos nuestros pensamientos y las actuaciones de
nuestro ministro de Asuntos Exteriores y de las organizaciones públicas de nuestro
país, así como las de nuestros aliados».[92] Pero «la lucha a favor de la distensión» se
complicaría todavía más. Y el motivo de ello no serían tanto las limitaciones internas,
sino los acontecimientos del mundo exterior. La dirección de Brezhnev tendría que
superar el obstáculo mayor de todos: la guerra de Vietnam y la persistencia de la
confrontación soviético-norteamericana.

EL DOLOROSO PARTO DE LA DISTENSIÓN SOVIÉTICO-


NORTEAMERICANA

Durante varios años, Brezhnev y los amigos con los que contaba en los altos mandos
del ejército ruso y en el complejo de la industria militar habían visto en Estados
Unidos su principal adversario. Las ideas de control de armamento y de solución de
compromiso negociadas con Estados Unidos no encajaban demasiado bien con su
mentalidad, empapada de antiamericanismo. Para empeorar las cosas estaba la
doctrina militar de la era Jrushchov, cuya finalidad era ganar la guerra nuclear. El
ministro de Defensa insistía en conseguir no sólo la paridad estratégica, sino también
en lograr una especie de fuerza equivalente a los misiles nucleares de alcance corto y
medio norteamericanos, británicos y franceses, desplegados en Europa Occidental y
en los mares que rodeaban la Unión Soviética.[93] En último término, el alto mando
del ejército soviético (más o menos lo mismo que sus homólogos norteamericanos)
deseaba conservar la libertad total de proseguir con la carrera armamentística. Los
militares rusos veían con recelo a varios diplomáticos que habían empezado a
comprender que la victoria en una guerra nuclear era imposible, y que el objetivo que
se debía perseguir era una paridad negociada basada en la confianza mutua. El
ministro de Defensa Grechko afirmó en una sesión del Politburó que el jefe de la
delegación enviado a negociar el Tratado de Limitación de Armas Estratégicas
(SALT), Vladimir Semenov, «estaba cediendo a las presiones de los americanos». Al
principio, Brezhnev tampoco prestó demasiado apoyo a los diplomáticos. Cuando dio

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instrucciones a la delegación enviada a negociar el SALT, antes de que dieran
comienzo las conversaciones de Helsinki de octubre de 1969, dijo firmemente que
debían mantener la boca cerrada en lo concerniente a los secretos militares. Les
advirtió que el KGB estaba a la vuelta de la esquina.[94]
El establecimiento de canales extraoficiales entre Washington y Moscú en febrero
de 1969 tardó meses en producir resultados. Todos los mensajes soviéticos que
llegaban a la Casa Blanca no pasaban ya por el engorroso trámite de la aprobación
colectiva del Politburó. Las intenciones de Nixon eran objeto de conjeturas y de
profundo recelo en Moscú. Durante años, los líderes soviéticos habían conocido al
actual mandatario norteamericano como un anticomunista declarado y esperaban lo
peor de su presidencia.[95] Las grandes diferencias existentes entre las prioridades de
unos y otros tampoco contribuyeron a mejorar las relaciones soviético-
norteamericanas. Nixon, sin embargo, estaba obsesionado con Vietnam y vinculaba
todas las cuestiones relacionadas con el control de armamento a su exigencia de que
el Kremlin presionara a Hanoi para que pusiera fin a la guerra.[96] En el Kremlin
nadie estaba dispuesto a hacerlo. Cuando Nixon propuso una reunión en la cumbre, el
ministro de Asuntos Exteriores, Gromiko, dándose cuenta de cuáles eran los ánimos
que predominaban entre los asistentes, se manifestó en la sesión del Politburó en
contra de una reunión demasiado precipitada con el presidente norteamericano.
Insistió en vincular dicha reunión con la firma de los acuerdos sobre Berlín
Occidental. El Politburó dio su beneplácito, y la oferta Nixon quedó sin respuesta
durante meses.[97]
Hasta 1971 Brezhnev no mostró un fuerte interés personal por las comunicaciones
a través de los canales extraoficiales. En el verano de ese mismo año, sin embargo, se
declaró dispuesto a entrevistarse con Nixon e incluso a visitar Estados Unidos.
Fueron varios los factores que intervinieron para que se produjera este cambio. El
primero fue la mayor seguridad en sí mismo que adquirió Brezhnev tras el congreso
del partido de marzo-abril de 1971 y como consecuencia del éxito de las entrevistas
con Egon Bahr y Willy Brandt. Otro factor fue el repentino anuncio del viaje de
Nixon a China. Los choques fronterizos entre China y la URSS convencieron
finalmente a los responsables de diseñar la política de Washington de que el apoyo
conjunto de los dos gigantes comunistas a Vietnam del Norte era una ficción. Nixon y
su consejero de seguridad nacional, Henry Kissinger, lanzaron su «diplomacia
triangular», basada en el acercamiento paralelo y coordinado a Beijing y Moscú. A
partir de ese momento, las tácticas dilatorias de Gromiko dejaron de parecer
prudentes.[98]
El impulso final no tardó en producirse, el 5 de agosto de 1971, cuando Brezhnev
recibió su primera carta personal de Nixon. Hasta ese momento, el destinatario oficial
de la correspondencia enviada a la URSS a través de los canales extraoficiales había
sido Kosygin. El presidente apeló a Brezhnev para que éste se convirtiera en su socio
a la hora de discutir «grandes temas». El secretario general respondió inmediatamente

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sugiriendo la celebración de una cumbre soviético-norteamericana en Moscú en
mayo-junio de 1972. Dobrinin recibió instrucciones de Moscú advirtiéndole que en
adelante Brezhnev supervisaría personalmente los preparativos de la cumbre.[99]
Como ocurriera con la Ostpolitik, el secretario general decidió invertir su capital
político en las relaciones con Nixon cuando vio perspectivas razonables de éxito. No
obstante, las últimas etapas del camino que habría de desembocar en la cumbre de
Moscú estuvieron plagadas de obstáculos. La primera crisis estalló cuando Willy
Brandt tuvo que enfrentarse a un voto de confianza en el Bundestag que amenazó con
impedir la ratificación del Tratado Soviético-Germanooccidental. Habría supuesto un
tremendo disgusto para la diplomacia soviética y para Brezhnev: los resultados del
acercamiento germano-soviético habrían tenido que suspenderse o, lo que es peor,
anularse. Brezhnev apeló a la Casa Blanca para que interviniera en la política
germanooccidental en ayuda de Brandt. En un momento determinado, el KGB
contempló incluso la posibilidad de sobornar a algunos diputados del Bundestag.[100]
El 26 de abril de 1972, Brandt salió airoso del voto de confianza por un margen de
sólo dos votos. El 17 de mayo, el Bundestag ratificó el Tratado de Moscú. Este
acontecimiento dio pie política y psicológicamente a Brezhnev para entablar sus
negociaciones con Nixon en Moscú.
A continuación se produjo en el sur de Asia otro acontecimiento que puso a
prueba el inicio del diálogo al máximo nivel entre soviéticos y norteamericanos. En
noviembre de 1971 estalló una guerra entre Pakistán y la India. Justo tres meses
antes, la Unión Soviética había firmado un Tratado de Paz, Amistad y Cooperación
con la India. Los dirigentes soviéticos se comprometieron a entregar un gran número
de armamento a los indios. Más tarde, el ayudante de Brezhnev recordaría que había
sido una jugada geopolítica destinada a neutralizar el acercamiento de Nixon a China.
Pero lo que sucedió a continuación dejó boquiabiertos a los gobiernos de ambas
superpotencias. Envalentonada por el tratado que acababa de firmar y el suministro
de armas, la presidenta india Indira Gandhi autorizó a su ejército a efectuar
incursiones en Bangladesh, por entonces llamado Pakistán Oriental, para ayudar a los
separatistas bengalíes. Los pakistaníes atacaron entonces varios aeropuertos indios.
Aunque el ejército pakistaní fue derrotado rápidamente en la zona oriental, los
combates se propagaron a Cachemira, la principal región en disputa entre los dos
estados.[101]
Nixon y Kissinger tuvieron una reacción casi histérica ante la guerra entre la India
y Pakistán; la consideraron casi una conspiración de la URSS para socavar todo el
edificio de la diplomacia triangular norteamericana, concretamente sus intentos de
convertir a China (y su aliado Pakistán) en un contrapeso de la Unión Soviética.
Exigieron a Brezhnev garantías de que la India no atacara a Pakistán Occidental.
Nixon parecía dispuesto a vincular la inminente cumbre de Moscú con el
comportamiento de los soviéticos en esta materia. Envió además a la flota
norteamericana al Golfo de Bengala. Los soviéticos, empezando por Dobrinin, no

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podían entender por qué la Casa Blanca apoyaba a Pakistán, que, en su opinión, había
empezado la guerra, y no a la India. Aunque al principio se sintió perplejo, Brezhnev
se puso enseguida hecho una furia. En su círculo más íntimo llegó incluso a sugerir la
conveniencia de entregar a la India el secreto de la bomba atómica. Sus consejeros
hicieron cuanto pudieron para disuadirle. Varios años más tarde, cuando Alexandrov-
Agentov recordara a Brezhnev el episodio, el mandatario soviético reaccionaría de
nuevo airadamente y hablaría con rencor de la conducta de los norteamericanos.[102]

Pero el mayor obstáculo para la cumbre seguía siendo la guerra de Vietnam. En la


primavera de 1972 Hanoi lanzó una nueva ofensiva en Vietnam del Sur, sin tomarse
ni siquiera la molestia de consultar a Moscú. En el mes de abril, la aviación
norteamericana reanudó la campaña de bombardeos contra el norte y los ataques
afectaron accidentalmente a varios buques mercantes soviéticos, causando la muerte a
varios marineros. A primeros de mayo, Nixon ordenó efectuar unos bombardeos aún
más brutales sobre Hanoi y el minado del puerto de Haiphong.[103] Kosygin,
Podgorni, Shelest y otros miembros del Politburó creían que la reunión en la cumbre
con Nixon debía ser cancelada debido a los bombardeos y a las muertes de los
marineros soviéticos.[104] Brezhnev vaciló. Según recuerda uno de sus asistentes,
«estaba asombrado y furioso por las acciones provocativas de Washington». El afán
que pudiera tener Nixon de conservar su prestigio ante la opinión pública
norteamericana importaba muy poco a Brezhnev. «Pensaba sólo que la reunión
soviético-norteamericana, el asunto que tanta energía y tiempo le exigía, estaba en
aquellos momentos en juego, y que [Nixon] intentaba arrinconarlo».[105]
Pero el interés personal de Brezhnev por la cumbre prevaleció sobre las
emociones, y el mandatario soviético exigió moderación a sus colegas. Como era a
todas luces imposible obligar a Hanoi a detener sus actividades militares en pleno
desarrollo, Brezhnev y Gromiko intentaron mediar entre Kissinger y los
representantes norvietnamitas. Acordaron además rápidamente que Kissinger visitara
en secreto Moscú para mantener conversaciones que facilitaran la resolución de los
problemas. El consejero de seguridad nacional de Nixon estuvo en Moscú los días 21
y 22 de abril. En vez de presionar al dirigente soviético en lo concerniente a Vietnam
(como deseaba Nixon), Kissinger hizo cuanto pudo por establecer una relación
cordial con Brezhnev. En las materias de más peso, Kissinger estaba dispuesto a
llegar a una solución de compromiso: cedió ante Brezhnev y Gromiko en lo
concerniente al texto de los «Principios básicos de las relaciones entre la URSS y
Estados Unidos». Como resumiría el asistente de Brezhnev en materia de política
exterior, «este documento era prácticamente un reconocimiento de los principios más
importantes que había respaldado y por los que había luchado el bloque soviético
durante muchos años». Para el secretario general lo más importante era el
reconocimiento de la «igualdad» como base de la distensión soviético-
norteamericana.[106]

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Las conversaciones de Brezhnev con Kissinger, actualmente desclasificadas,
muestran al secretario general en su mejor momento como negociador: un hombre
seguro de sí mismo, enérgico y jovial, vestido con un elegante traje azul marino y un
reloj de bolsillo con cadena de oro, que en materia de consistencia y de elegancia no
quedaba ni un centímetro por detrás de su interlocutor, el antiguo profesor de
Harvard. Por aquel entonces, Brezhnev se encontraba en buena forma física. Sabía
utilizar su encanto, dominaba con maestría los tópicos de la conversación, no tenía
que leerse el guión, y respondía con facilidad a los argumentos de Kissinger. El
secretario general puso de manifiesto su mejor sentido del humor ante su invitado, y
el diplomático norteamericano le pagó con la misma moneda.[107] Se preguntó
además cuándo Estados Unidos iba a dejar Vietnam. «De Gaulle combatió siete años
en Argelia», recordó a Kissinger. «Fue sólo una pérdida de tiempo y de energía. Se
enfrentan ustedes a la misma perspectiva». Dijo también al escéptico consejero de
Nixon: «Desde luego que apoyo la idea del presidente Nixon de poner fin a la guerra.
Ese es el objetivo final de todos nosotros. Por supuesto la Unión Soviética no tiene
ningún interés comprometido en todo ello. No buscamos ningún tipo de ventaja para
nosotros». Al mismo tiempo, Brezhnev deseaba a todas luces pasar de Vietnam a
otros temas relacionados con la «distensión en general». Dijo a Kissinger que «las
discusiones actuales representan el comienzo de un gran proceso venidero, el
comienzo de la construcción de la confianza mutua». Debían producirse «otras
medidas de buena voluntad que solidificaran las buenas relaciones entre la URSS y
Estados Unidos», en el espíritu de «la noble misión que pesa sobre nuestros
hombros».[108]
La diplomacia personal de Brezhnev dio comienzo bajo unas condiciones
excepcionalmente favorables. Desde los tiempos de la Gran Alianza, ningún
presidente norteamericano había intentado nunca con tanto ahínco ganarse la
confianza de los soviéticos ni había permitido a los dirigentes del Kremlin un acceso
tan directo a la Casa Blanca. Nixon y Kissinger, cada uno por distintos motivos, no
hicieron partícipes de sus estrategias ni al Departamento de Estado, ni al resto de la
administración ni de hecho a ningún peso pesado de la política estadounidense.
Kissinger eligió a Dobrinin y luego a Brezhnev como confidente para quejarse de la
«burocracia bizantina» de Washington y del «estilo idiosincrásico» de Nixon. En
varias ocasiones Dobrinin fue huésped exclusivo de Kissinger en la secretísima «Sala
de Situaciones» del Ala Oeste de la Casa Blanca. Como recuerda su asistente, a
Brezhnev le «divertían muchísimo» las repetidas peticiones de Kissinger en el sentido
de que considerara algunos aspectos de sus conversaciones un secreto personal. Al
mismo tiempo, no podía dejar de sentirse halagado por mantener una relación tan
exclusiva.[109]
Pero la misión de Kissinger, a pesar del éxito alcanzado, no logró disipar la
tormenta que se abatió sobre Moscú a consecuencia de lo de Vietnam. El Politburó
seguía dividido, y algunos de sus miembros insistían en cancelar la invitación cursada

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a Nixon para que fuera a Moscú y en reafirmar el prestigio de la Unión Soviética en
el bando comunista actuando como aliada inquebrantable de Hanoi. El cabecilla de
los escépticos era Nikolai Podgorni, presidente del Soviet Supremo y, por lo tanto,
técnicamente «jefe del estado» de la URSS. Su historial y su nivel cultural eran muy
similares a los de Brezhnev, pero le faltaba el encanto y la flexibilidad de su amigo.
Podgorni había estado mirando con envidia el activismo de Brezhnev en materia de
política exterior y a partir de 1971 había intentado meter la nariz en cuestiones
diplomáticas. Gromiko, con el beneplácito de Brezhnev, había rechazado firmemente
aquellas injerencias. Pero en abril y mayo de 1972, Podgorni vio que había llegado la
ocasión de manifestarse en materia de política internacional. Su aliado potencial era
el dirigente del partido en Ucrania, Petro Shelest, un firme partidario de la política
exterior «con criterios de clase» y crítico en secreto de las cualidades de Brezhnev
como dirigente. Shelest escribió en su diario: «Nuestros éxitos en política exterior
dependen enteramente de nuestra fuerza interna, de la fe de nuestro pueblo en
nosotros, de la realización de nuestros planes y compromisos». La distensión, a su
juicio, era una pendiente resbaladiza. Pero lo peor de todo era que los aliados y
amigos de Brezhnev empezaron a vacilar: el ministro de Defensa, Grechko, se
manifestó en contra de la invitación a Moscú de Nixon, y Mijail Suslov, juez supremo
de la pureza ideológica de la política estatal, guardaba un silencio sospechoso
respecto a la inminente cumbre.[110] Alexandrov-Agentov recuerda que hubo
«verdadero peligro» de que los argumentos emocionales relacionados con la
solidaridad con Vietnam «tuvieran eco entre una parte considerable del Comité
Central y entre la opinión pública».[111]
Fiel a su estilo de búsqueda de consenso, Brezhnev aguardó a que los demás
miembros del Politburó defendieran la idea de la reunión en la cumbre. Para sorpresa
de todos, Kosygin se pronunció a favor de ella. Gromiko y él afirmaron que una
cancelación de la cumbre habría hecho fracasar la ratificación el Tratado de Moscú
con Alemania Occidental, por entonces todavía pendiente de su aprobación en Bonn,
y habría supuesto una demora indefinida de los acuerdos alcanzados con Kissinger en
lo concerniente al SALT y a los misiles antibalísticos, que habían creado el marco de
la paridad estratégica entre Estados Unidos y la URSS. El argumento más
convincente fue que no debía permitirse a los norvietnamitas ejercer un poder de veto
sobre las relaciones de la URSS con los norteamericanos.[112] De momento, los
intereses de estado prevalecieron sobre las pasiones ideológicas.
Por aquel entonces los soviéticos habían incrementado de forma notoria la
adquisición de tecnología occidental e iniciaron varios proyectos cuya finalidad era la
mejora de las industrias químicas y automovilísticas. Estaban construyendo dos
gigantescas plantas de fabricación de vehículos, una de coches (Tolyaitti) y otra de
camiones (la fábrica del río Kama).[113] El apoyo de Kosygin a la distensión reflejaba
la esperanza generalizada entre los capitanes de las industrias soviéticas de que la
distensión con Europa y la cumbre soviético-norteamericana supusieran la reapertura

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de los recursos económicos, financieros y tecnológicos occidentales. Las notas del
diario de Cherniaev que reflejan la reunión del Politburó del día 6 de abril nos
ilustran de forma muy viva acerca de todo esto. El lugarteniente de Kosygin y
ministro del Petróleo durante largo tiempo, Nikolai Baibakov, y el ministro de
Comercio Exterior, Nikolai Patolichev, presentaron un proyecto de acuerdo en
materia económica y comercial con Estados Unidos. Podgorni puso graves objeciones
a la cooperación con los norteamericanos en la construcción de gaseoductos y
oleoductos desde Tiumen y Yakutia, dos regiones glaciales situadas más allá de los
Urales. ¿Es que los soviéticos no iban a poder desarrollar Siberia sin capital o
asistencia técnica del extranjero? Brezhnev invitó a Baibakov a tomar la palabra. El
ministro «tomó tranquilamente el micrófono, sin ocultar apenas una expresión irónica
en su rostro». Utilizando hechos y cifras incontrovertibles, puso de manifiesto la
utilidad y los beneficios de los acuerdos. «Si rechazamos el acuerdo», siguió diciendo
Baibakov, «no podremos acceder a las reservas de petróleo [de Yakutia] durante por
lo menos otros treinta años. Técnicamente podemos fabricar un gaseoducto. Pero
carecemos de metal para las tuberías, para la maquinaria y los equipos». Finalmente
el Politburó votó a favor de los proyectos de acuerdos.[114]
Fue preciso recurrir a todo el poder y la influencia del secretario general para
vencer la resistencia de los militares. A mediados de abril, la postura obstruccionista
del ministro de Defensa obligó al principal negociador del Tratado SALT, Vladimir
Semenov, a pedir ayuda a Brezhnev. En una reunión del Consejo de Defensa
celebrada en mayo de 1972, Brezhnev abandonó su habitual prudencia y habló en voz
bien alta. Según cierto testigo, preguntó a Grechko: «Si no hacemos ninguna
concesión, la carrera armamentística nuclear seguirá adelante. Como general en jefe
de las fuerzas armadas, ¿puede usted darme una garantía firme de que en semejante
situación dispondremos de una superioridad sobre Estados Unidos y de que la
correlación de fuerzas será ventajosa para nosotros?». Cuando Grechko empezó a
balbucir una respuesta negativa, Brezhnev expresó la conclusión: «¿Entonces qué es
lo que está mal? ¿Deberíamos seguir agotando nuestra economía y aumentando los
gastos militares?». Aunque fuera a regañadientes, los militares retiraron sus
objeciones a los acuerdos sobre limitación de armamento. Durante la cumbre de
Moscú, el presidente de la Comisión de Industria Militar, Leonid Smirnov,
desempeñó un papel muy constructivo en la búsqueda de una solución de
compromiso para alcanzar un acuerdo con la delegación norteamericana. Grechko
tuvo que aceptarlo, pero siguió ofreciendo resistencia a los compromisos negociados
con los norteamericanos.[115]
Brezhnev decidió asimismo convocar una sesión plenaria secreta del Comité
Central y solicitar el respaldo de sus miembros a su decisión de entrevistarse con
Nixon. Los días inmediatamente anteriores al pleno y el desarrollo del mismo, menos
de una semana antes de la llegada del presidente norteamericano, probablemente
fueran para Brezhnev el momento más enervante desde la crisis de Checoslovaquia.

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La inseguridad respecto a la ratificación del Tratado de Moscú en Bonn contribuyó a
aumentar la tensión. Alexandrov-Agentov recuerda «el ambiente de ansiedad
condensada» reinante en la dacha de Brezhnev, en la que trabajaban Gromiko,
Ponomarev y un equipo de asistentes encargados de redactar sus discursos. «Durante
aquellos días Leonid Ilyich estuvo hecho un manojo de nervios, entrando y saliendo
sin parar de la habitación, y fumando un cigarrillo tras otro».[116] Resulta asombrosa
la cantidad de emociones personales que puso Brezhnev en todo este asunto y no
dejan de sorprender sus sentimientos de inseguridad y vulnerabilidad, a pesar del
poder que le confería su cargo. Naturalmente ese era el Brezhnev de otros tiempos.
Durante sus primeras conversaciones secretas con el secretario general, Kissinger
observó «una mezcla tan incómoda como patética de actitudes defensivas y de
vulnerabilidad, bastante poco acorde con el estilo impositivo que lo caracterizaba. En
ese momento las personalidades de Nixon y de Brezhnev coincidirían una con otra».
[117]
La fortuna sonrió una vez más a Brezhnev. En el pleno, Kosygin, Gromiko,
Suslov y Andropov se manifestaron contundentemente a favor de la distensión con
Estados Unidos. Este hecho supuso una gran victoria para Brezhnev.[118] Por fin
podía asumir el manto de estadista sin temor a perder el respaldo en su propio país.
Cuando Nixon llegó al Kremlin para iniciar las conversaciones el 22 de mayo,
Brezhnev lo invitó de repente a pasar a su despacho (otrora uno de los aposentos de
Stalin) para mantener una conversación en privado. Podgorni y Kosygin, además de
Kissinger, tuvieron que quedarse fuera, hechos una furia. El intérprete soviético,
Viktor Sujodrev, el único testigo de la entrevista que sigue vivo, cree que fue un
momento trascendental para el compromiso personal de Brezhnev con la distensión
soviético-norteamericana. Durante la conversación, Brezhnev planteó la cuestión de
si Estados Unidos y la Unión Soviética podrían alcanzar un acuerdo acerca de la no
utilización mutua de armas nucleares. En su opinión, el acuerdo antinuclear podía
constituir una base sólida para el establecimiento de una paz duradera en el mundo.
Esta visión ponía de manifiesto los límites de la visión estratégica y la sofisticación
de Brezhnev. El primer secretario reducía la esencia de la Guerra Fría a un temor
mutuo de la guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Creía además
que un acuerdo entre los líderes de uno y otro país podía disipar esos temores. Pero la
propuesta de Brezhnev demostraba también la fuerza de su fe en la distensión. Como
afirman los integrantes de su entorno, esta idea no procedía de las instrucciones de
Gromiko, sino que había surgido del corazón mismo del secretario general.[119]
La parte esencial de la entrevista consistió en la sugerencia que hizo Brezhnev de
establecer una relación personal con el presidente norteamericano y entablar una
correspondencia personal especial entre los dos. Nixon reaccionó ansiosamente,
recordando al mandatario soviético la relación especial que había unido a Roosevelt y
a Stalin durante la guerra. Para Brezhnev, aquel era un paso que daba a espaldas del
Politburó. Como suele ocurrir con todos los asuntos humanos, pero particularmente

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en el caso de Brezhnev, la percepción es siempre más importante que la sustancia.
Dos años más tarde, Averell Harriman recordaría que el secretario general le dijo:
«Quizá la mayoría de los americanos no se dé cuenta de la importancia de esos
primeros minutos de conversación con el presidente Nixon en 1972, cuyo efecto fue
trascendental. El presidente había dicho; “Sé que es usted leal a su sistema y nosotros
lo somos al nuestro, de modo que dejemos a un lado esta cuestión y establezcamos
una buena relación a pesar de la diferencia de nuestros sistemas”. Brezhnev me contó
que había dado la mano al presidente en señal de amistad y acordó que no habría
interferencias en los asuntos internos de unos y otros y que ambos países se atendrían
a la coexistencia pacífica. Sobre esa base se alcanzó toda una serie de acuerdos
políticos y económicos».[120]
Según Sujodrev, Brezhnev hizo ese mismo comentario una y otra vez en su
círculo de colaboradores más estrechos. Le impresionó mucho que el presidente
norteamericano se mostrara dispuesto a dejar de lado todos los intereses y detalles
estratégicos y a hablar sobre cómo mejorar las relaciones soviético-norteamericanas.
[121] La percepción de la amistad que mantenía con el presidente de Estados Unidos

elevó a Brezhnev, muy por encima de sus colegas y rivales, hasta el lugar histórico
que sólo Stalin había llegado a ocupar anteriormente. La distensión se convirtió en un
proyecto personal de Brezhnev y él tenía la intención de que siguiera adelante.

¿DISTENSIÓN SIN BREZHNEV?

Esta mirada atenta a los orígenes de la distensión demuestra que el rápido declive de
las tensiones de la Guerra Fría durante el período comprendido entre 1970 y 1972 no
fue algo inevitable ni previsible. A decir verdad, la sombra de la carrera
armamentística y la rápida proliferación de misiles nucleares contribuyeron a
generalizar la sensación de peligroso empate y a racionalizar la distensión en
términos de intereses de estado, presentando el control de las armas como la mejor
política para uno y otro bando. Esta racionalización ha sido santificada desde
entonces en montañas y montañas de libros, particularmente en los escritos durante
los años setenta y ochenta, pues seguía siendo incierto el resultado de la
confrontación global bilateral. Pero suponer que los costes psicológicos y económicos
de la carrera armamentística y el peligro de guerra nuclear bastaron para obligar a los
políticos a buscar un acomodo a finales de los años sesenta y primeros setenta sería lo
mismo que decir que la perspectiva de una muerte por accidente sería motivo
suficiente para prohibir las carreras de Fórmula Uno o los ralbes automovilísticos. En
otras palabras significaría atribuir excesiva racionalidad y cordura a las grandes
potencias y a sus líderes.
Bien es verdad que los dirigentes políticos de la URSS recibieron enormes
presiones para que revitalizaran la economía y produjeran no sólo cañones, sino
también alimentos. La distensión habría supuesto una salida cómoda a este doble

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dilema. La necesidad de divisas fuertes y de tecnologías occidentales era urgentísima.
[122] Sin embargo, si examinamos las cosas más de cerca, estas preocupaciones

económicas, los cálculos estratégicos y la atención al equilibrio nuclear no pesaron


tanto en los debates políticos del Kremlin y contribuyeron menos de lo que habría
cabido esperar al cambio de mentalidad de los soviéticos a favor de la distensión. La
mayoría de los miembros del Politburó, así como los secretarios del partido y los
militares —hombres como Kosygin, Suslov, Podgorni, Shelest, Ustinov y Grechko—,
tenía por motivos distintos serias reservas ante la perspectiva de bailar el «vals de la
distensión» con los norteamericanos. Andropov desde el KGB y Gromiko desde el
Ministerio de Asuntos Exteriores carecieron al principio de influencia y de voluntad
política para ir demasiado lejos en aquella situación tan peliaguda poniéndose a favor
de las negociaciones con Occidente. Serían la implicación personal y cada vez más
emocional de Brezhnev en el asunto y su talento como hombre capaz de crear
consensos en el interior los factores más importantes para imponer la política de
distensión en el período comprendido entre 1968 y 1972.
Las opiniones ortodoxas y las experiencias colectivas de la mayoría de los
miembros de las élites soviéticas y del Politburó les impedían ver las realidades del
mundo y actuar al respecto del modo en que los estudiosos neorrealistas suponen que
lo hicieron. Al mismo tiempo, a pesar de su celo ortodoxo, la mayoría del Politburó
no se correspondía con lo que auguraban las oscuras expectativas y advertencias de
los neoconservadores estadounidenses. Aunque algunos documentos elaborados por
el Ministerio de Asuntos Exteriores y por el KGB presentan realmente la distensión
como la mejor posibilidad que tendría la URSS de acumular poder y de propagar su
influencia en el mundo, los debates en el seno del Politburó no produjeron nunca
ningún perverso plan de agresión o dominación de la URSS, como temían los
neoconservadores. Ese Politburó, a pesar de sus periódicos arrebatos de emoción
ideológica y de patrioterismo, no estaba dispuesto a afrontar un conflicto global
abierto con Estados Unidos. La mayoría de sus miembros carecía de visión global y
de claridad de juicio sobre lo que la Unión Soviética debía hacer con su creciente
poderío militar. Ni siquiera sabían cómo aprovecharse del hecho de que Estados
Unidos se encontrara con el agua al cuello en el Sudeste Asiático. Después de China,
los dirigentes soviéticos «perdieron» Indonesia y rápidamente empezaron a perder
influencia en Egipto y en Oriente Medio. No sacaron nada de la ayuda que prestaron
a Vietnam del Norte. Entre 1964 y 1971, los dirigentes de la URSS sometieron los
intereses de seguridad más elementales de su país, empezando por la negociación
directa con Estados Unidos, a la idea vagamente elaborada de la «solidaridad
proletaria» con el Vietnam comunista y al abastecimiento de los regímenes árabes
radicales. Los dirigentes soviéticos cerraron los ojos al hecho de que las autoridades
norvietnamitas y egipcias siguieron siendo inasequibles a la influencia política
soviética y, de hecho, se enzarzaron en sus propias guerras sin tener en cuenta los
intereses de la URSS.

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El comportamiento de los soviéticos durante los años que condujeron a la
distensión sólo puede explicarse si se tiene en cuenta la dinámica de la política
postotalitaria de la URSS, en la que el consenso ocultaba «las luchas a cara de perro
que se libraban entre bastidores» y en la que el líder tenía más de intermediario y de
negociador que de dictador. Los nuevos testimonios disponibles revelan la existencia
de un complejo e importantísimo juego «a dos niveles» entre la política exterior y la
política interna de la URSS, y entre la estrategia global y los compromisos locales
contraídos con diversos países satélites (por ejemplo, la RDA y Vietnam del Norte).
Es evidente que este cambio requirió grandes dosis de persuasión, propaganda y
coerción política; desde 1964 a 1972, el consenso en pro de la distensión entre los
dirigentes políticos de la URSS fue sumamente frágil e incluso habría podido venirse
abajo. La consolidación de ese consenso y la inversión de un enorme capital político
en la distensión en determinados momentos trascendentales constituyeron la principal
contribución de Leonid Brezhnev a la historia internacional.
En sus memorias Kissinger habla en tono despectivo de Brezhnev. «Intentaba
ocultar su falta de seguridad con su actitud ruidosa, y su sentido latente de
incapacidad con arranques ocasionales de chulería». En opinión de Kissinger, los
orígenes étnicos de Brezhnev, es decir su condición de ruso, acentuaban esa
inseguridad: «Representaba una nación que había sobrevivido no ya civilizando a sus
conquistadores, sino sobreviviéndolos, un pueblo suspendido entre Europa y Asia, sin
pertenecer enteramente ni a un sitio ni a otro, con una cultura que había destruido sus
tradiciones sin sustituirlas plenamente por otras».[123]
Efectivamente, Brezhnev se sentía inseguro en la arena internacional. Pero, a
diferencia del irascible Nikita Jrushchov, cuya falta de seguridad se traducía en
estallidos de diplomacia revolucionaria y en la provocación de crisis internacionales,
Brezhnev transformó su inseguridad en una búsqueda del reconocimiento
internacional. Para Brezhnev la distensión se convirtió además en un sustitutivo
importante de las reformas en el ámbito interno, un sustitutivo que oscurecería la
deriva y la decadencia ya existentes en la economía, la tecnología y la ciencia, y
sobre todo en la esfera ideológica. El secretario general fue víctima de las
comparaciones con Stalin y con Lenin, e incluso con Jrushchov. Carecía de voluntad,
de la visión y de la inteligencia necesarias para convertirse en un líder eficaz y
carismático dentro del régimen comunista soviético. En 1972, Brezhnev llevaba ya
ocho años en el cargo. La duración de su mandato se acercaba a la del de Jrushchov.
Necesitaba un éxito claro y visible, dinámica que se hizo palpable durante la crisis
previa a la reunión en la cumbre de abril y mayo de 1972.
El efecto inicial de la cumbre de Moscú sobre el pueblo y las élites de la URSS
fue muy poderoso. En su búsqueda de la distensión con Alemania y Estados Unidos,
Brezhnev encontró la fuente de legitimidad en el interior de la que había carecido
hasta ese momento. Aunque por aquel entonces no existieran estudios acerca de la
opinión Pública soviética, algunos testimonios fragmentarios, entre otros los diarios

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privados, indican que la popularidad de Brezhnev y el apoyo dado a sus iniciativas
pacificadoras se incrementaron entre muchos millones de ciudadanos medios de la
URSS, incluida la población menos cultivada, que aún conservaban recuerdos de la
guerra y los que abrigaban profundos sentimientos antiamericanos.[124] El pleno de
abril de 1973, en el que Brezhnev recibió un apoyo abrumador a su política de
acercamiento a Estados Unidos y a Alemania Occidental, supuso un hito en su carrera
política. La propaganda antiamericana, que impregnaba por completo la prensa
soviética, cesó de manera repentina. El goteo de publicaciones que hablaban
positivamente de la vida y la cultura de Estados Unidos, otrora rarísimas fuera de
unas cuantas revistas minoritarias, aumentó hasta convertirse en un torrente mediático
que llegó hasta el público en general, por primera vez desde el asesinato de Kennedy.
Cesó el bloqueo de la emisora La Voz de América por parte del estado, y la juventud
soviética pudo así tener acceso a la cultura pop norteamericana y a las canciones de
los Beatles en emisoras de onda corta. Cherniaev llega incluso a afirmar que la visita
de Nixon fue un equivalente en política exterior al discreto secreto de Jrushchov de
1956. Dice: «Estos días del mes de mayo de 1972 serán considerados el comienzo de
una era de convergencia [del capitalismo y el comunismo], en el sentido
verdaderamente revolucionario de la palabra, la única capaz de salvar a la
humanidad».[125]
Esta hiperbólica valoración no tardaría en tener que ser rebajada. La naturaleza
del sistema político y económico de la URSS, de la política soviética, y el carácter de
sus dirigentes, hicieron imposible que la distensión se convirtiera en la salida de la
Guerra Fría. El consenso que Brezhnev había preconizado no era tan beligerante ni
tan xenófobo como el que había existido con sus predecesores. No obstante, se
basaba a todas luces en la fórmula «paz por medio de la fuerza» y dejaba intactos
todos los bastiones de la ortodoxia ideológica soviética, de modo que la distensión
resultara aceptable a los partidarios de la línea dura. Por último, Brezhnev presidió
los programas armamentísticos más caros y de mayor alcance de la historia de la
URSS. Con ello, logró seguir siendo visto con buenos ojos por sus amigos
conservadores, Ustinov, Grechko y el resto de los figurones del ejército y del
complejo de la industria militar.[126]
Brezhnev abrigaba sinceras esperanzas de que su amistad personal con Willy
Brandt y con Nixon ayudara a reducir las tensiones de la Guerra Fría. Hombre de un
realismo sin paliativos en materia de política, caería en el romanticismo en el terreno
de las relaciones internacionales. El suyo no era un romanticismo revolucionario.
Brezhnev no creía tanto en la promoción de las revoluciones y de los movimientos
anticolonialistas del mundo como en promocionar los intereses de la URSS
entablando amistades con otros estadistas. Creía erróneamente que esas amistades y
que esa cooperación económica entre la Unión Soviética y otras grandes potencias
permitiría superar las trascendentales diferencias políticas, económicas e ideológicas
existentes entre el Este y el Oeste.

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Sin Brezhnev y su «Sermón de la Montaña», la distensión del período 1970-1972
no se habría producido ni habría sido el acontecimiento que fue. El talante emocional
y su experiencia de la Segunda Guerra Mundial agudizaron su sensibilidad ante los
peligros de guerra entre la OTAN y los países del Pacto de Varsovia, y de crisis
nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Sólo tiene uno que imaginarse al
Kosygin en cuyo rostro no se dibujaba nunca una sonrisa, al lúgubre Gromiko, o al
belicoso Shelepin ocupando el lugar de Brezhnev en las cumbres celebradas con los
distintos líderes occidentales y la diferencia resulta evidente. La tendencia a agradar
que tenía Brezhnev, su naturaleza vanidosa y campechana, su amor por los
automóviles y demás oropeles extranjeros pueden considerarse debilidades de
carácter, pero resultaron muy útiles para la distensión. En cierto sentido, fue el primer
dirigente soviético que consciente y voluntariamente adoptó el manto de pacificador
y de estadista con sentido común, no el de un revolucionario fanfarrón o el de un
emperador todopoderoso. Fue también el primer mandatario del Kremlin que utilizó
las imágenes televisadas en todo el mundo de su proximidad con los líderes del
mundo capitalista como truco publicitario dentro de la propia Unión Soviética. Egon
Bahr señala acertadamente en sus memorias que «Brezhnev fue necesario para la
transición a Gorbachov, lo que éste llevó a cabo, lo inició él. Fue un valor muy
importante para la consecución de la paz mundial».[127]

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8

Ocaso de la distensión y agotamiento de la


URSS, 1973-1979

¿Qué debe temer la Unión Soviética? Sólo su propia


impotencia, su relajamiento, su laxitud.

MOLOTOV,
mayo de 1972

La historia inició una nueva página la Nochebuena de 1979, cuando unas columnas
motorizadas soviéticas cruzaron los puentes construidos deprisa y corriendo sobre el
río Amu Daria, cerca de la ciudad de Termez, y empezaron a adentrarse en los
oscuros desfiladeros abiertos entre los picos nevados de Afganistán. Los ciudadanos
soviéticos se enteraron de la noticia por las emisoras occidentales de onda corta. Más
o menos por esa misma época, los comandos de élite «Alfa» y «Berkut» asaltaban el
palacio del secretario general del Partido Democrático del Pueblo de Afganistán,
Hafizullah Amin, matándolo junto a toda su familia y su guardia. El KGB estableció
un gobierno títere encabezado por Babrak Karmal, un comunista afgano exiliado.
Pocos días después, la agencia soviética de noticias TASS anunciaba que la invasión
había sido causada por «unas condiciones extremadamente complicadas que ponían
en peligro las conquistas de la revolución afgana y los intereses de seguridad de
nuestro país». La noticia constituyó incluso una sorpresa para la mayoría de los
miembros de la élite familiarizados con la política exterior. Los expertos en la región
no fueron informados previamente de la invasión. Los especialistas destacados del
Instituto de Estudios Orientales de la Academia Soviética de las Ciencias se dieron
cuenta inmediatamente de que los viejos del Kremlin habían cometido un error
político fatal. Afganistán era un territorio históricamente inconquistable, habitado por
una población de montañeses musulmanes ferozmente xenófobos. No obstante, sólo
un ciudadano particular, el académico disidente Andrei Sajarov, padre de la bomba
nuclear soviética, expresó públicamente su protesta por la invasión. El Politburó lo
desterró inmediatamente de Moscú y lo envió a Gorka, lejos del alcance de los
corresponsales extranjeros.[1]

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En el mundo el impacto de la repentina invasión soviética fue mucho mayor que
la conmoción provocada por la invasión similar de Checoslovaquia en 1968. Esta no
frenó el proceso de distensión en Europa y sólo supuso un breve revés para las
conversaciones sobre armas estratégicas entre Estados Unidos y la URSS. No ocurrió
lo mismo en 1979. La reacción de Europa Occidental ante los acontecimientos fue
heterogénea, pero las represalias norteamericanas fueron inmediatas y duras. El
presidente Jimmy Cárter y su consejero de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski,
llegaron a la conclusión de que la invasión de Afganistán no podía ser más que el
comienzo de una ofensiva estratégica contra el golfo Pérsico, el depósito de petróleo
más grande del mundo. Ello suponía un peligro clarísimo e inminente para los
intereses más vitales de Estados Unidos. En una serie de medidas punitivas, la Casa
Blanca congeló y suspendió la mayoría de los acuerdos de la distensión, las
conversaciones iniciadas, las actividades comerciales y las relaciones culturales con
los soviéticos. Cárter impuso incluso un embargo de las beneficiosas ventas de grano
a la URSS e hizo un llamamiento al mundo entero para que se boicotearan los Juegos
Olímpicos que debían celebrarse en Moscú el verano siguiente.
Quince años después, los nuevos testimonios de los archivos del Kremlin
demostrarían que las autoridades soviéticas no tenían ningún plan agresivo cuya
finalidad fuera llegar al golfo Pérsico. Los especialistas han llegado a la conclusión
de que la iniciativa de los dirigentes soviéticos fue principalmente una reacción ante
los acontecimientos que se habían desarrollado en Afganistán y en la zona
circundante. Selig S. Harrison resumía los hechos en los siguientes términos: «Los
acontecimientos políticos afganos impulsaron a Brezhnev y sus consejeros a acelerar
su rumbo más de lo que habrían podido figurarse o incluso más de lo que habían
programado, por medios que no fueron capaces de controlar y con unos resultados no
deseados que no habían previsto».[2]
Vistas las cosas retrospectivamente, la invasión de Afganistán, a pesar del éxito
militar que supuso en un primer momento, se presenta como uno de los primeros
signos del modo en que la URSS llegó a forzar la máquina de su imperio. Como si
pretendiera demostrar este punto, en el verano de 1980 estalló una revolución en
Polonia. La ascensión del movimiento nacional anticomunista «Solidaridad» supuso
una amenaza a las posiciones geopolíticas de la URSS en Europa Central mucho más
grande que la Primavera de Praga. Sin embargo, los líderes del Kremlin decidieron no
enviar tropas a Polonia, permitiendo que la revolución continuara hasta diciembre de
1981.[3] El temor a la reacción norteamericana tuvo sólo un papel marginal en esta
decisión. Vojtech Mastny afirma: «La conducta de Moscú en la crisis polaca no
estuvo influenciada de modo significativo por ninguna medida política concreta de
Occidente».[4]
Si la invasión de Afganistán por los soviéticos fue un error de cálculo desastroso
y un plan ofensivo, ¿debería invitarnos a hacer un replanteamiento de todo el período
anterior? Como se encargan de informarnos muchos libros sobre la Guerra Fría de los

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años setenta, esta fue una época de rápida decadencia de la «gran» distensión entre la
Unión Soviética y Occidente. A continuación se produjo una intensa carrera
armamentística, tanto a nivel cualitativo como cuantitativo; entre las superpotencias
se desencadenaron batallas por poderes en África, sobre todo en Angola (1975-1976)
y Etiopía (1977-1978). Zbigniew Brzezinski pensaba que «la distensión ha sido
enterrada en las arenas de Ogaden», debido a la intervención de la URSS en la guerra
entre Etiopía y Somalia que asoló el Cuerno de África. La mayoría de los veteranos
en materia de política exterior de la URSS insistían también en que la distensión era
ya una fuerza gastada antes de finales de 1979. Sin embargo, culpan de esta situación
a los malentendidos surgidos entre la administración Cárter y los gobernantes del
Kremlin.[5]
Una mirada más atenta al panorama interno de Estados Unidos y de la Unión
Soviética nos ayuda a explicar la decadencia de la distensión. En 1975 la distensión
se había convertido en Estados Unidos en un término contaminado, blanco de las
críticas de numerosos políticos de los dos grandes partidos. Menos comprendidas y
estudiadas han sido las actitudes soviéticas ante el deterioro de las relaciones con
Washington. El presente capítulo explora la capacidad cada vez menor de Brezhnev
de orientar la política exterior soviética y de mantener el impulso positivo de las
relaciones soviético-norteamericanas. A medida que se incrementaba el deterioro de
su interés personal y de su salud, otros factores de naturaleza burocrática e ideológica
condenaron la política exterior y la política de seguridad de la URSS a la deriva, al
estancamiento y a un peligroso agotamiento.

DISTENSIÓN Y DERECHOS HUMANOS

Cuando el año 1972 estaba a punto de finalizar, las perspectivas de «asociación»


entre Estados Unidos y la Unión Soviética parecían mejores que nunca desde 1945.
El Senado norteamericano ratificó el tratado de misiles antibalísticos y aprobó un
acuerdo provisional sobre el SALT. En el mes de octubre se firmó un paquete de
acuerdos económicos y comerciales entre los norteamericanos y los rusos, allanando
el paso para la concesión de un estatus comercial no discriminatorio a las
exportaciones soviéticas a Estados Unidos y de un apoyo crediticio oficial a las
exportaciones norteamericanas a la Unión Soviética. Nixon prometió públicamente
suministrar a Moscú créditos a largo plazo. La actividad de los canales extraoficiales
era incesante, debido a la exhaustiva información que los norteamericanos
compartían con Moscú acerca de las fases finales de las conversaciones de París para
la consecución de una paz en Vietnam.[6] En el mes de noviembre, los dos grandes
socios de Brezhnev en Occidente, Nixon y Willy Brandt, fueron reelegidos, uno por
los pelos, y el otro con un margen considerable.
El 20 de noviembre, Brezhnev apareció en la secretaría del partido tras un largo
período de enfermedad. «Todo va bien», dijo ante la multitud de apparatchiks que lo

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ovacionaban. «Al final, las fuerzas victoriosas han resultado ser las fuerzas de la paz,
no de la guerra». Brezhnev pensaba ya en la entrevista preliminar en Helsinki para
discutir los preparativos de una conferencia sobre seguridad europea. Como
consecuencia del acercamiento entre la URSS y Alemania Occidental, concluía
Brezhnev, «inspiramos y organizamos los asuntos europeos. Deberíamos tenerlo bien
presente y no permitir que se nos escape de las manos».[7] También en el mes de
noviembre, por insistencia de la URSS, los delegados de Europa del Este y de Europa
Occidental, junto con la Unión Soviética, Estados Unidos y Canadá, acordaron
desarrollar la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa. Esta
organización, a juicio de Brezhnev, debía convertirse en la estructura política
definitiva del continente, sustituyendo a la OTAN y al Pacto de Varsovia.
Durante la primera mitad de 1973, el secretario general recogió los frutos de la
diplomacia soviética. En mayo, fue el primer líder soviético que visitó Alemania
Occidental, el país que la propaganda rusa había vilipendiado durante décadas
tachándolo de nido de neonazis. Brezhnev estaba entusiasmado con todo lo que veía,
empezando por su residencia, el palacio Giemnich, en las proximidades de Bonn, y su
nuevo coche deportivo BMW, regalo de Willy Brandt. Las buenas relaciones
personales existentes entre los dos líderes se tradujeron en fructíferas negociaciones
entre políticos e industriales: la Unión Soviética incrementó los suministros de
petróleo, gas y algodón a cambio de equipamientos, tecnología y los ansiados
artículos de consumo alemanes.[8]
En junio de 1973, Brezhnev viajó a Estados Unidos y de nuevo allí fue incapaz de
ocultar su entusiasmo y su placer. Visitó Washington y pasó unos días en Camp
David y en la mansión de Nixon en San Clemente, California. Condujo también
coches norteamericanos a una velocidad de vértigo con un Nixon aterrorizado a su
lado, dio un abrazo a la estrella de Hollywood Chuck Connors, y se divirtió como un
niño con un revólver de juguete y una pistolera de vaquero que le regaló el
presidente. Pero en realidad los resultados de su visita fueron muy modestos. Todavía
no se había producido ningún gran adelanto en materia de cooperación comercial y
económica. No obstante, Brezhnev estaba radiante de satisfacción cuando el 22 de
junio, aniversario de la invasión nazi de la Unión Soviética, Nixon y él firmaron un
acuerdo bilateral sobre prevención de la guerra nuclear.[9]
Para el secretario general el acuerdo de promesa no nuclear era un paso
importante hacia el cumplimiento del deseo de su padre. Nixon y Kissinger veían las
cosas de forma distinta. Más tarde afirmarían que fue una medida destinada a dividir
a Estados Unidos y a la OTAN. En sus memorias, Kissinger insiste en que él fue el
primero en ver la propuesta de Brezhnev como «una maniobra peligrosa de los
soviéticos cuya finalidad era inducirnos a renunciar al uso de las armas nucleares, de
las que al fin y al cabo dependía la defensa del mundo libre». Kissinger escribe
incluso que fue una jugada encubierta de los soviéticos para justificar un ataque
preventivo contra China. En realidad, en el momento de su firma, Kissinger y Nixon

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consideraron el acuerdo un gesto puramente simbólico. El efecto «disgregador» que
pudiera tener entre los aliados de la OTAN no les preocupó mucho, y ni siquiera
consultaron a sus socios de Europa Occidental. En cuanto a la capacidad de los
chinos de iniciar una guerra nuclear preocupaba por entonces a los norteamericanos
tanto como la de los soviéticos.[10]
Este abismo entre las intenciones de Brezhnev y el modo en que sus socios
norteamericanos las percibían (o al menos han querido presentarlas) es un indicio de
cuáles eran los límites de la confianza entre Washington y Moscú. En efecto, ambos
bandos veían la distensión como una competición amañada, como una continuación
de la Guerra Fría por unos medios menos peligrosos. Raymond Garthoff, estudioso
de la distensión y participante en ella, observaba que ambos bandos deseaban
conseguir, en cuanto fuera posible, una ventaja unilateral sobre el otro. Mientras
Brezhnev estaba encantado del fortalecimiento de la posición política de la URSS en
Europa, Nixon viajaba activamente por la periferia del bloque soviético: a Irán, en un
intento de convertir al Sha en procónsul norteamericano en el golfo Pérsico, y a
Polonia, reavivando las esperanzas antisoviéticas en el corazón mismo del Pacto de
Varsovia.[11]
No fue la estrategia, sino más bien la política nacional, la ideología y los intereses
burocráticos lo que hizo que los políticos norteamericanos y los dirigentes soviéticos
continuaran pisando el terreno perfectamente conocido de la «negociación desde la
fuerza». Tras firmar el acuerdo SALT, Nixon solicitó el incremento de las armas
estratégicas. Cuando fue a Alemania Occidental, Brezhnev se negó incluso a discutir
el inminente despliegue de unos novísimos misiles soviéticos de alcance medio, los
«Pioneer», llamados posteriormente en Occidente SS-20. El asistente de Brezhnev,
Alexandrov-Agentov, cree que su jefe «seguía las indicaciones de nuestras
autoridades militares, sobre todo de Ustinov, apoyado por Gromiko». Los militares
estaban muy orgullosos de los nuevos misiles móviles de alta precisión,
considerándolos la ansiada respuesta a las bases de la OTAN que rodeaban la URSS.
[12]
En esta situación, la única esperanza para la distensión soviético-norteamericana
era que Brezhnev y Nixon consideraran la distensión un proyecto conjunto digno de
que invirtieran en él tiempo y capital político. A decir verdad, Nixon y Kissinger se
jugaban mucho personalmente en la distensión y se esforzaron por quitar de en medio
tanto en el gobierno como en el Congreso a cuantos pudieran ganar crédito con ella.
No obstante, la distensión para ellos era uno más de los asuntos que se traían entre
manos. Los enormes objetivos que tenía Nixon antes de noviembre de 1972 eran
negociar el final de la guerra de Vietnam y obtener la reelección. Kissinger jugaba un
juego todavía más complejo en el que se incluían China y Oriente Medio. Y desde el
primer momento, el potencial de la reacción en contra de la distensión en Estados
Unidos fue mucho mayor que en cualquier otro país de Occidente. Al principio,
Nixon pudo controlar a la derecha conservadora, pero el escándalo Watergate no

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tardaría en erosionar ese control y permitiría que los numerosos enemigos liberales de
Nixon atacaran la distensión junto con el resto de la actuación del presidente.[13]
El plan de Brezhnev era notablemente distinto. Anatoli Cherniaev, el apparatchik
«ilustrado» del Departamento Internacional del Comité Central, señala en su diario
que «el principal proyecto vital de Brezhnev es la idea de paz. Con ella quiere
permanecer en la memoria de la gente».[14] Siempre que pudo permitírselo, Brezhnev
hizo algún esfuerzo extra para ayudar a sus nuevos «amigos», Brandt y Nixon, y para
salvar la distensión de los ataques de la oposición en su país. El secretario general
contempló incluso la posibilidad de instituir algún tipo de alianza entre los tres
líderes. En septiembre de 1972, sugirió a Kissinger hacer algo para contribuir a la
reelección de Brandt. «Usted y yo estamos interesados en verle ganar». Kissinger
respondió de forma evasiva que si la coalición de la Unión Cristiano-demócrata y la
Unión Socialcristiana (CDU-CSU) ganaba en Alemania Occidental, la administración
Nixon «utilizaría nuestra influencia con ellos para que no cambiaran de política».[15]
La cuestión de la emigración judía puso a prueba la disposición de Brezhnev de
ayudar a Nixon y a Kissinger en sus juegos de política interior. Desde 1971, la Unión
Soviética, víctima de una presión cada vez mayor, había establecido unas cuotas muy
modestas para los judíos que quisieran emigrar. Tras la cumbre de Moscú y las
negociaciones a través de canales extraoficiales con Kissinger, las autoridades
soviéticas acordaron elevar la cuota de los individuos que podían solicitar «residencia
permanente en Israel». En el período comprendido entre 1945 y 1968, sólo se
permitió abandonar la Unión Soviética a 8300 judíos. De 1969 a 1972, la emigración
judía pasó de las 2673 personas al año a 29 821 y continuó creciendo de manera
exponencial.[16] Brezhnev tuvo que invertir una cantidad considerable de capital
político permitiendo esa emigración, pues, ideológicamente, la concesión de esas
autorizaciones era tanto como traicionar a la «madre patria» soviética. Además,
muchos apparatchiks compartían los prejuicios antisemitas y vieron mal que se
permitiera emigrar a los judíos con tanta facilidad. En agosto de 1972, las autoridades
soviéticas publicaron un decreto especial que exigía a los emigrantes judíos
«compensar» al estado por los costes de su educación como requisito para obtener el
permiso de salida. Este proyecto de «judíos por dinero» no tardaría en tener unas
consecuencias políticas que resultaron desastrosas para los objetivos de la distensión
soviética.
La comunidad judía norteamericana utilizó esta práctica como casus belli contra
el antisemitismo soviético e indirectamente contra el antisemitismo norteamericano.
Los medios de comunicación estadounidenses lanzaron una feroz campaña contra el
«impuesto de salida» que debían pagar los judíos soviéticos, y en el Congreso surgió
una poderosa oposición judeo-liberal-conservadora al paquete de acuerdos
comerciales y financieros con la URSS. Henry M. Jackson, senador demócrata por el
estado de Washington, político con ambiciones presidenciales, logró condicionar la
ratificación de la ley de comercio soviético-estadounidense a la «libertad de los

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judíos soviéticos». Charles Vanik, de Ohio, secundó la enmienda en la Cámara de
Representantes. La enmienda Jackson-Vanik significaba la introducción de un cambio
radical en el Congreso de Estados Unidos y quitó de las manos a Nixon y Kissinger la
«zanahoria» más apetitosa que podían ofrecer a Brezhnev: la concesión de un estatus
no discriminatorio a las relaciones comerciales con la Unión Soviética y apoyo
crediticio oficial a las exportaciones estadounidenses a la URSS.[17] La campaña puso
de manifiesto cuán superficial y frágil era el apoyo que tenían en el interior los
acuerdos que pudiera alcanzar el gobierno norteamericano con la Unión Soviética.
Resulta asimismo curiosamente ilustrativa del poder de los grupos de interés y de los
factores ideológicos en la política exterior norteamericana.[18]
Al principio, Brezhnev guardó las distancias respecto al incremento de los
disturbios; no era antisemita, pero al mismo tiempo no tenía deseo alguno de
quemarse por un asunto tan candente.[19] Las repetidas peticiones de la Casa Blanca
instándole a hacer algo lo indujeron a cambiar de opinión. Tras obtener el apoyo del
principal ideólogo del partido, Mijail Suslov, pidió en secreto al KGB y al Ministerio
del Interior que eliminaran el impuesto de salida a la mayoría de los emigrantes
judíos, especialmente a los de mediana edad y a los ancianos. Sorprendentemente, las
burocracias hicieron caso omiso a esta instrucción informal de Brezhnev y en la
primavera de 1973 seguía exigiéndose a algunos emigrantes que pagaran el impuesto
de salida. Durante los dos primeros meses tras la introducción de dicho impuesto,
menos de cuatrocientos judíos pagaron 1,5 millones de rublos por obtener el derecho
a salir de la Unión Soviética.[20]
No tardaron en llegar nuevas señales de Washington, y el 20 de marzo el
secretario general planteó la cuestión ante el Politburó. Las actas de la sesión reflejan
la cautela de Brezhnev. El secretario general debía contar con lo delicada que era la
cuestión judía y su poder explosivo. Comunicó a sus colegas lo que pensaba sobre la
posibilidad de levantar la prohibición de la vida cultural judía en la Unión Soviética
que había impuesto Stalin. Sin embargo, añadió rápidamente que hablaba de ella sólo
«como motivo de reflexión». Como consecuencia, el impuesto de salida fue
derogado, pero «informalmente», para no dar a entender al lobby projudío
norteamericano que se le hacía cualquier tipo de concesión. Brezhnev acordó además
con Suslov, Andropov, Kosygin y Grechko que a los individuos con formación y
cualquier tipo de cualificación, a los especialistas de los laboratorios militares
secretos, o a los científicos y profesionales de alto nivel no se les concedería ningún
visado de salida con destino a Israel, «pues no deseo enzarzarme en disputas con los
árabes», reconocería. Todo el sistema de discriminación contra los judíos impuesto
por el estado siguió intacto.[21]
Algunos años después, Anatoli Dobrinin escribiría que la postura de Brezhnev y
de Gromiko ante la emigración judía era «irracional».[22] Esta opinión pasa por alto el
dilema que la enmienda Jackson-Vanik puso ante los arquitectos soviéticos de la
distensión. Los acuerdos comerciales y financieros con Estados Unidos tenían para

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ellos un alto valor simbólico y material. Al mismo tiempo, las nuevas condiciones
planteadas por los norteamericanos eran de todo punto inaceptables, pues estaban en
contradicción con el principio de paridad y de igualdad, el principal objetivo de la
distensión para los soviéticos. Estos se peguntaban: ¿Por qué los Estados Unidos iba
a dictar sus condiciones políticas a otra superpotencia respecto a unos acuerdos
económicos que también le eran beneficiosos? ¿Qué iban a decir los aliados árabes de
Oriente Medio a la emigración ilimitada de judíos soviéticos a Israel? Más hondo era
el problema de la política interna y de la ideología: la autorización de una emigración
masiva perjudicaría gravemente la propaganda del «paraíso socialista» soviético que
nadie estaba dispuesto a dejar y el proceso de asimilación de los judíos en «la familia
de pueblos soviéticos». ¿Por qué iba a permitirse sólo la emigración de los judíos?
¿Qué habrían dicho otros grupos étnicos de la Unión Soviética? El número cada vez
mayor de nacionalistas rusos existente entre los miembros de las élites culturales y de
la burocracia sospechaba que las autoridades soviéticas eran demasiado blandas con
los judíos. Los nacionalistas hicieron blanco de sus críticas especialmente a
Brezhnev, afirmando que su esposa era «judía» (Victoria Brezhnev procedía de una
familia caraíta y los caraítas practicaban el judaísmo tradicional). El secretario
general no podía ignorar estos rumores, que perjudicaban políticamente su autoridad.
[23]
No obstante, Brezhnev estaba dispuesto a ayudar a Nixon a bregar con la
oposición projudía y a obtener la ratificación de los acuerdos económicos y
financieros en el Congreso. En marzo de 1973, el secretario general mantuvo una
comunicación constante con Andropov, Gromiko, Grechko, con el ministro del
Interior, Nikolai Shchelokov, y con otros altos cargos, intentando encontrar una
solución a la emigración judía que satisficiera a los norteamericanos y pareciera una
concesión a las presiones externas. En el Politburó, Brezhnev criticó vehementemente
a los saboteadores anónimos de la distensión que pudiera haber en la burocracia
soviética. Hizo el siguiente llamamiento a sus colegas: «O ganamos dinero con este
negocio o seguiremos adelante con la política prevista respecto a Estados Unidos.
Jackson nos lo ha impedido. Si las cosas salen de ese modo, nuestro trabajo y
nuestros esfuerzos no habrán valido para nada». El resultado de toda esta frenética
actividad fue un sistema de cuotas a la emigración de profesionales y la autorización
para informar a Nixon y a los senadores norteamericanos a través de los canales
informales de que el impuesto de salida sería aplicado únicamente en circunstancias
extraordinarias.[24]
Pero estas concesiones limitadas no aplacaron a Jackson ni a sus aliados. La
oposición aumentó sus pretensiones y exigió la libertad de emigración en general.
Los neoconservadores, los partidarios de la Guerra Fría que por aquel entonces
rodeaban a Jackson y luego se pasarían al bando del Partido Republicano de Ronald
Reagan, rechazaron cualquier tipo de componenda con el régimen soviético.[25] El
fracaso de Nixon en sus tratos con la oposición judeo-liberal-conservadora supuso un

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duro golpe contra las relaciones soviético-norteamericanas. Truncó toda posibilidad,
por remota que fuera, de expansión de las relaciones económicas y comerciales, que
habrían incrementado el apoyo a la distensión entre la sociedad norteamericana. Y
animó a cierta oposición a infligir más golpes a la distensión. Esa oposición era
bastante amplia y en cierto modo similar al movimiento contrario al reconocimiento
del régimen soviético que se dio antes de 1933. Las razones ideológicas que
provocaron el rechazo del bolchevismo ateo en 1933, y la preponderancia otorgada en
esos momentos a la cuestión de los derechos humanos fueron más fuertes que los
intereses económicos y de seguridad.
Este acontecimiento marcó el fin de la Realpolitik de Nixon-Kissinger ante el
régimen soviético y desencadenó una nueva alianza transnacional entre los
intelectuales disidentes de la Unión Soviética y los medios de comunicación
norteamericanos, los sionistas, y las organizaciones de defensa de los derechos
humanos. Los defensores frustrados de la desestalinización, los judíos, los
nacionalistas antisoviéticos y los demócratas liberales de Moscú empezaron a apelar a
los periodistas norteamericanos para que presionaran al gobierno de Brezhnev. Veían
a los norteamericanos opuestos a la distensión, especialmente al senador Jackson,
como sus aliados naturales. Alexander Solzhenitsin, lo mismo que los
neoconservadores norteamericanos, creía que la distensión era una siniestra trama
soviética y que no era posible llegar a ninguna componenda con el Kremlin.[26]
De repente, la distensión de Brezhnev se vio amenazada desde dentro. Los
conservadores ideológicos existentes en el aparato de la URSS podían afirmar ahora
que el acercamiento a Occidente era peligroso para el régimen, pues permitía a
Estados Unidos introducir un caballo de Troya en la sociedad soviética. Las
persecuciones y las detenciones a cargo del KGB, y los hospitales psiquiátricos, no
resolvieron el problema de los disidentes, y lo único que consiguieron fue echar leña
al fuego. Los activistas judíos empezaron a acosar y luego incluso a bombardear las
delegaciones soviéticas en el extranjero. De vez en cuando, Brezhnev llamaba a
Andropov y le decía que «tuviera más cuidado».[27] El jefe del KGB se mostró
también sorprendentemente sensible a la opinión pública internacional. Temía que,
como Beria y los jefes del KGB que lo habían precedido, no lograra tener nunca una
carrera de hombre de estado. Como recuerda su confidente, «el deseo de Andropov
de abandonar el cargo de jefe de la seguridad del estado con una reputación
intachable era tan grande que pronto se convirtió en un complejo».[28]
La solución de Andropov fue muy ingeniosa: defendió la emigración de más
judíos y se mostró a favor de obligar a los disidentes mas vocingleros a marchar
también al extranjero. El KGB empezó a plantear a los disidentes, judíos y no judíos,
una elección muy dura: o la cárcel durante largo tiempo o la emigración a través de
un «canal judío». Durante los años setenta, muchas figuras relevantes del movimiento
liberal-democrático de los sesenta, escritores, artistas e intelectuales, eligieron
abandonar la URSS. Algunos, como Vladimir Bukovski y Alexander Ginzburg,

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fueron mandados al extranjero directamente desde sus celdas. Al violonchelista
Mstislav Rostropovich y a su esposa, la cantante de ópera Galina Vishnevskaya, les
quitaron la ciudadanía cuando se hallaban realizando una gira en el extranjero. A
pesar de todo su cinismo, esta solución fue incruenta y resultó del agrado de
Brezhnev. Permitió al dirigente soviético mantener el equilibrio entre sus amigos de
la línea dura dentro de la URSS y sus «amigos» de Occidente.
El icono de la desestalinización durante los años sesenta, Alexander Solzhenitsin,
siguió siendo la espina más dolorosa para el régimen. El escritor desafió
públicamente a las autoridades. En septiembre de 1968, justo un mes después de la
invasión soviética de Checoslovaquia, la publicación de sus libros Pabellón del
cáncer y El primer circulo en Europa y Norteamérica le dio fama mundial. En 1970,
fue galardonado con el premio Nobel de Literatura. A diferencia de Boris Pasternak,
que renunció al premio en medio de grandes presiones en 1958, a Solzhenitsin
pareció encantarle la campaña organizada por el estado contra él.[29]
El Politburó discutió varias veces lo que había que hacer con Solzhenitsin; su
caso se convirtió en un detonante de las actitudes enfrentadas existentes entre las
autoridades respecto a la disidencia interna y la distensión con Occidente. Andropov
recomendó al Politburó permitir a Solzhenitsin viajar a Estocolmo a recibir el premio
y aprovechar luego la oportunidad para quitarle la ciudadanía. Pero el amigo de
Brezhnev y rival de Andropov, el ministro del Interior Shchelokov, se opuso. Propuso
«luchar por Solzhenitsin, no deshacernos de él». La víspera de la visita de Nixon a
Moscú, el Politburó discutió de nuevo el caso Solzhenitsin. Andropov y Kosygin
propusieron que se le expulsara pero, una vez más, no se hizo nada.[30] La
procrastinación del Politburó ponía de manifiesto que la desestalinización y el
deshielo cultural habían dejado una marca profunda incluso en los más conservadores
desde el punto de vista ideológico. El clamor internacional que se levantó en torno al
«caso Pasternak» en 1958 y el juicio y encarcelamiento de los escritores Andrei
Siniavski y Yuli Daniel más recientemente, en 1965, hizo que el Politburó se mostrara
sumamente reacio a convertir en mártir a ninguna figura de las élites culturales de la
URSS.
En el verano de 1973, el caso de Solzhenitsin llegó una vez más al Politburó
cuando el KGB confiscó el voluminoso manuscrito de la obra del escritor acerca del
terror y los campos de concentración estalinistas, El archipiélago Gulag. Este
descubrimiento dio lugar a un desenlace que acaso no esperaran ni el propio
Solzhenitsin ni Brezhnev. En septiembre y octubre de 1973, el secretario general vetó
la propuesta de Andropov de expulsar al escritor de la Unión Soviética. Temía que las
repercusiones negativas del caso redundaran en perjuicio de Willy Brandt y de Nixon
y se convirtiera en un factor que complicara sus viajes al extranjero. Pospuso el caso
una vez más nombrando una comisión especial sobre Solzhenitsin. Pero el escritor,
movido por un celo misionero y por el deseo de proteger su vida y la de su familia,
lanzó una campaña preventiva de propaganda en Occidente. Publicó «Una carta a los

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dirigentes soviéticos», en la que les instaba a sustituir la ideología marxista-leninista
por la religión ortodoxa rusa. El día 1 de enero de 1974, los medios de comunicación
occidentales anunciaron la publicación de la versión rusa del Archipiélago Gulag.[31]
Siete días después, Brezhnev suscitaba el tema del caso Solzhenitsin tras discutir
los esfuerzos diplomáticos soviéticos en la Conferencia sobre Seguridad y
Cooperación en Europa de Helsinki. Andropov volvió sobre su vieja propuesta
consistente en cortar el nudo gordiano expulsando de la URSS al escritor. Gromiko
apoyó a Andropov, pero sugirió un nuevo retraso, hasta que concluyera la conferencia
de Helsinki. En ese momento, Nikolai Podgorni exigió la inmediata detención del
premio Nobel. «En China ejecutan a la gente en público; en Chile el régimen fascista
fusila y tortura a la gente; los británicos en Irlanda infligen sanciones a los
trabajadores, y nosotros estamos hablando de un enemigo declarado y preferimos
simplemente marear la perdiz. Si expulsamos a Solzhenitsin lo único que hacemos es
demostrar nuestra debilidad». Kosygin secundó su propuesta y sugirió que el escritor
debía ser sometido a un juicio público y luego enviado a las minas de Siberia
Oriental. «Los corresponsales occidentales no irán hasta allá; hace demasiado frío».
Los dos, en el fondo, culparon a Brezhnev de tanta blandura y dieron a entender que
los viajes al extranjero del primer secretario y sus jueguecitos con la distensión
empezaban a perjudicar otros intereses del estado. Incluso Andrei Kirilenko, el viejo
partidario de Brezhnev, comentó sarcásticamente: «Cada vez que hablamos de
Solzhenitsin como enemigo del régimen soviético, resulta que coincide con algún
acontecimiento [internacional] importante y posponemos la decisión». Al final,
Brezhnev, en una hábil jugada, accedió y dijo que Solzhenitsin debía ser juzgado
finalmente, pero no tomó ninguna decisión sobre su detención.[32]
En ese momento, Andropov llegó a la conclusión de que el Politburó deseaba
arruinar su carrera cargándole a él el caso Solzhenitsin.[33] Gracias al canal secreto
que mantenía con Egon Bahr, el director del KGB concertó rápidamente un acuerdo
con el gobierno de Alemania Occidental para conceder asilo al escritor disidente, que
no tenía ni idea de lo que estaba pasando. En un memorándum personal dirigido a
Brezhnev, Andropov le advertía que resultaba imposible «a pesar de nuestro deseo de
no perjudicar nuestras relaciones internacionales, retrasar por más tiempo la solución
al problema de Solzhenitsin, pues podría tener consecuencias sumamente
desagradables para nosotros dentro del país». El director del KGB llegaba a la
conclusión de que no actuar podía envalentonar a numerosos grupos de oposición
antisoviética y, en caso de que las autoridades sometieran a juicio al escritor, se
produciría incluso un «perjuicio mayor». Brezhnev tuvo que dar su consentimiento y
Solzhenitsin se vio de pronto metido en un avión rumbo a Fráncfort.[34]
Por desgracia para Brezhnev y Andropov, la cuestión de los derechos humanos y
de los disidentes ruidosos no desapareció con la marcha del célebre escritor. Si bien
es cierto que muchos disidentes desaparecieron sin dejar rastro en Occidente o
gastaron sus energías en discordias de facciones y luchas por la obtención de posición

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y concesiones, algunos se quedaron en el país. Nathan Shcharanski organizó el
movimiento sionista dentro de la Unión Soviética y exigió derechos religiosos y
culturales plenos para los judíos. Un grupo considerable de hebreos no pudo emigrar
debido a sus certificados de seguridad y siguieron dando carnaza a las campañas
antisoviéticas de los judíos norteamericanos. Andrei Sajarov y otros cuantos
activistas en pro de los derechos humanos se negaron a emigrar y continuaron
desarrollando sus actividades públicas.
La cuestión de los derechos humanos volvió a surgir en la discusión llevada a
cabo por el Politburó del borrador del Acta Final de Helsinki, el documento que debía
ser firmado poco después en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en
Europa en julio de 1975. El jefe de la delegación soviética, el viceministro de
Asuntos Exteriores, Anatoli Kovalev, uno de los diplomáticos «ilustrados», persuadió
a Gromiko de que debía hacer concesiones a los países de Europa Occidental, que
deseaban incluir en el borrador del Acta Final lo que llamaban una tercera cesta:
provisiones relativas a la libre circulación de las personas, a la reunificación y las
visitas de las familias, y a la apertura informativa, cultural y educativa. A cambio, los
países occidentales accedían a aceptar el statu quo territorial y político en Europa del
Este, surgido al término de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el borrador del Acta
Final llegó al Politburó, los elementos más conservadores desde el punto de vista
ideológico manifestaron su escándalo y su consternación. ¿Iba a abrirse la Unión
Soviética a la subversión y a la interferencia del exterior? Kovalev estaba dispuesto a
capear el temporal, pero para su sorpresa Gromiko recurrió a un argumento histórico.
Comparó los acuerdos de Helsinki al Congreso de Viena de 1815 y a Brezhnev con el
zar Alejandro. Gromiko citó su «pacto» con Kissinger en el sentido de que ni uno ni
otro bando iba a interferir en los asuntos internos del otro, a pesar del Acta Final.
Concluyó diciendo que los soviéticos habían conseguido lo que querían y que, por lo
que a los derechos humanos se refería, «seguimos siendo los dueños de nuestra casa».
[35] Los conservadores retiraron sus objeciones: al fin y al cabo, también Stalin había

firmado la Declaración de Yalta sobre la Europa liberada a cambio de otras


concesiones de los occidentales.
El 1 de agosto de 1975, Brezhnev y el sucesor de Nixon, Gerald Ford, junto con
los delegados de otros treinta y tres países europeos y Canadá pusieron su firma a la
histórica Acta Final de Helsinki. A corto plazo, el documento no daría lugar a ningún
tipo de liberalización dentro de la URSS. La propaganda soviética presentó el
acontecimiento como la mayor victoria de Brezhnev, y el secretario general hizo lo
propio ante el congreso del partido. Personalmente, lo consideraba la culminación de
su carrera de estadista. A largo plazo, sin embargo, los compromisos con los derechos
humanos incluidos en el acta acabaron resultando una bomba de relojería para el
régimen soviético. Gromiko, que desdeñaba a los disidentes por considerar que tenían
un poder sin importancia, tenía razón: nunca desempeñarían un papel significativo en
el hundimiento del régimen. Pero su interpretación de las tendencias ideológicas y

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políticas globales era profundamente errónea. El triunfo de la diplomacia zarista en el
Congreso de Viena fue efímero. Rusia se convertiría más tarde en el espantajo de la
Europa liberal, circunstancia que contribuiría a su derrota en la guerra de Crimea de
1853-1855. En 1975, el Kremlin celebró una vez más una victoria geopolítica sin
prever sus funestas consecuencias.

ASOCIACIÓN ATORMENTADA

La asociación Brezhnev-Nixon fue puesta en tela de juicio debido al repentino


estallido de la guerra del Yom Kippur el 6 de octubre de 1973. El papel de la Unión
Soviética en este conflicto ha sido objeto desde hace años de una gran controversia.
Actualmente la historia puede ser analizada con mucha más claridad, gracias a los
recuerdos de los veteranos exsoviéticos, sobre todo el diplomático Viktor Israelian.
Un actor fundamental en todo este drama fue el presidente egipcio Anuar el-Sadat,
que preparó el ataque sorpresa contra Israel en un intento de restaurar el orgullo árabe
y recuperar los territorios perdidos. No informó en ningún momento de sus planes ni
al Politburó ni a los representantes de la URSS en Egipto, aunque, naturalmente, el
KGB y los militares debieron tener conocimiento de sus preparados. Como ocurriera
anteriormente con los norvietnamitas, los dirigentes del Kremlin no fueron capaces
de controlar ni de frenar a sus clientes extranjeros.[36]
Tras la visita de Nixon a Moscú, el líder egipcio, inquieto por la eventualidad de
que el acercamiento soviético-norteamericano supusiera un apoyo conjunto al statu
quo en Oriente Medio, empezó a contemplar la posibilidad de un doble juego.
Anunció el desalojo de Egipto de diecisiete mil asesores militares y expertos
soviéticos. Nixon envió inmediatamente un recado personal a Brezhnev a través del
canal extraoficial comunicándole que no sabía nada acerca de la decisión de Sadat y
que no tenía ningún contacto secreto con él. En realidad, los norteamericanos
respondieron enseguida a las señales secretas que les mandó Sadat.[37]
Brezhnev estaba preocupado por los preparativos llevados a cabo por egipcios y
sirios. Habría preferido trabajar en colaboración con Estados Unidos para evitar una
nueva guerra en Oriente Medio. Durante su viaje a Washington en el verano de 1973,
advirtió a Nixon que Moscú apenas podía controlar a sus amigos árabes. Ni Nixon ni
Kissinger se tomaron en serio las advertencias de Brezhnev y no insistieron en el
tema. El objetivo de Kissinger era socavar la influencia de Moscú en Oriente Medio
y, por consiguiente, se negó a aceptar el papel de Moscú como arquitecto de la paz en
la zona. Además, preocupados como estaban por su salida de Vietnam, los
norteamericanos no supieron ver las nubes que empezaban a acumularse en esta otra
región.[38] En vista de la renuencia de los norteamericanos a actuar en colaboración
con ellos, las autoridades soviéticas no vieron razón alguna para alertar a Israel del
inminente ataque de los árabes.[39]

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Los líderes políticos y militares de la URSS querían ayudar a Sadat a derrotar a
Israel y a recuperar los territorios perdidos. Al mismo tiempo, desde el comienzo de
la guerra estaban seguros de que los árabes iban a perderla. Esta previsión fue
acertada y actuaron para evitar un hundimiento total de sus aliados árabes. Durante la
convulsión que supuso la guerra del Yom Kippur, Brezhnev tuvo que adoptar dos
caretas: una la de líder del Politburó, y otra la de estadista de la distensión. Llevó a
cabo la jugada con sorprendente destreza. Neutralizó hábilmente a los partidarios de
la línea dura que deseaban ejecutar acciones drásticas. Por ejemplo, envió a Kosygin,
que exigía actuar de inmediato, en misión secreta a El Cairo; una vez allí, el primer
ministro soviético gastó su tiempo y su energía intentando hacer que Sadat siguiera
los consejos de la URSS y quitar de en medio a Podgorni, cuya beligerancia era
comparable sólo con su ignorancia.[40] El líder del Kremlin reafirmó en todo
momento que su prioridad era trabajar en colaboración con la administración
norteamericana en el espíritu de la distensión, los principios básicos, y el acuerdo
alcanzado para evitar la guerra nuclear. Kissinger admitiría en el circulo íntimo de sus
asesores que los soviéticos habían «intentado ser bastante razonables en todo
momento. Incluso en Oriente Medio, donde nuestra estrategia política los puso en un
aprieto espantoso, realmente no han intentado jodernos».[41]
Una causa de este comportamiento fue el deseo de Brezhnev de continuar la
relación especial que mantenía con Nixon. Durante la crisis, los dos mandatarios
intercambiaron por primera vez notas amistosas manuscritas, y un Brezhnev exultante
pudo jactarse ante el Politburó de que «Nixon siente un profundo respeto por todos
los dirigentes soviéticos y por mí personalmente». Por entonces, sin embargo, Nixon
se hallaba metido de lleno en el escándalo Watergate y Kissinger, confirmado ya
como secretario de Estado, dirigía la política exterior norteamericana en su nombre.
Kissinger y su estado mayor no desaprovecharon la oportunidad de explotar la
derrota de Egipto para socavar la influencia soviética en este país. Durante la última
fase de la guerra, Kissinger pasó por alto las ofertas de colaboración de los soviéticos
para ganar tiempo y favorecer el victorioso avance de los israelíes en territorio
egipcio.[42] Brezhnev y sus colegas empezaron a murmurar sobre «el papel cada vez
más importante del sionismo en Estados Unidos». El 19 de octubre, Andropov
advirtió a Brezhnev que «la amenaza de destitución de Nixon es ahora más real que
hace unos meses. No puede excluirse la posibilidad de que en las condiciones
actuales el lobby judío del Congreso ponga serias limitaciones a las actividades de
Nixon y a su voluntad de poner en vigor los Cuerdos alcanzados durante tu visita a
Estados Unidos».[43]
Los soviéticos tenían que hacer algo para salvar a Sadat y a Egipto de la derrota
completa. Tras una larga y acalorada discusión, el Politburó elaboró un ambiguo
mensaje para Nixon reciclando la famosa oferta de 1956 a Eisenhower en la que le
proponían enviar una fuerza conjunta ruso-norteamericana a Oriente Medio con el fin
de detener la guerra. Hasta el último minuto Brezhnev no accedió a enseñar un poco

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las «uñas» en el mensaje: si Estados Unidos no quería utilizar una fuerza conjunta
para detener la guerra, la Unión Soviética «tendría que enfrentarse a la urgente
necesidad de considerar la posibilidad de dar los pasos adecuados unilateralmente».
Dos divisiones de paracaidistas del Cáucaso fueron puestas en estado de alerta y los
buques de guerra soviéticos que había en el Mediterráneo recibieron la orden de
dirigirse a Egipto en una demostración de fuerza. En el fondo, el gesto soviético era
un pequeño farol, y fue cuidadosamente diseñado para no asustar a los
norteamericanos.[44]
Kissinger, sin embargo, fue presa del pánico. Sin informar a los soviéticos a
través del canal extraoficial, puso a las fuerzas estratégicas norteamericanas en
DEFCON-3, el estado inmediatamente anterior al de alerta nuclear total. Cuando a la
mañana siguiente fue convocado de nuevo del Politburó para discutir una posible
reacción, muchos de sus miembros atribuyeron esta maniobra a las maquinaciones de
Kissinger. Grechko, Andropov, Ustinov, Kirilenko y algunos otros propusieron la
movilización de las fuerzas soviéticas.[45] Brezhnev, que recordaba la propensión de
Jrushchov a llevar las cosas al extremo, aconsejó no hacer caso de la alerta. Tal vez,
adujo, Nixon perdiera los estribos debido a la campaña en su contra a la que tenía que
hacer frente en su país. «Dejémoslo que se tranquilice y explique primero la razón de
la alerta nuclear». Tal vez aquel fuera uno de los mejores momentos de Brezhnev
como estadista. En realidad, Nixon se hallaba sumido en el estupor de la ebriedad, y
Kissinger manejó la crisis de Oriente Medio como si fuera un asunto exclusivamente
suyo, sin hacer caso del presidente. Cuando Nixon se despertó el 25 de octubre, anuló
la alerta y envió una respuesta personal conciliatoria a Brezhnev. Finalmente, la
diplomacia conjunta soviético-estadounidense recibió el impulso necesario, las
fuerzas armadas israelíes detuvieron su avance, y la crisis empezó a calmarse.[46]
El comportamiento unilateral de los norteamericanos en Oriente Medio no
provocó el declive de la distensión soviético-estadounidense.[47] Por el contrario, la
guerra del Yom Kippur dejó a Brezhnev incluso más convencido de que la paz entre
Israel y los árabes sólo podría construirse por medio de la acción conjunta de
norteamericanos y soviéticos. En una carta a Nixon de 28 de octubre, Brezhnev hacía
alusión a las maquinaciones de ciertas fuerzas que pretendían arruinar «la confianza
personal mutua que existe entre usted y yo». Ya no ocultaba sus sospechas respecto a
Kissinger.[48] Estaba tan irritado por el comportamiento manipulador de Sadat que
empezó a pensar en establecer relaciones diplomáticas con Israel. Dijo a Gromiko
que los árabes podían irse al infierno, si lo que pretendían era obligar al pueblo
soviético a «luchar por ellos». Cherniaev, testigo de este estallido de cólera, escribe:
«Eso es Realpolitik. Pero la sociedad no sabía nada de todo esto». La propaganda
soviética hizo que los ciudadanos de la URSS creyeran que Israel había sido otra vez
el agresor. Como en 1967, los periódicos azuzaron los sentimientos antisionistas, y
las organizaciones del partido convocaron concentraciones de solidaridad con los
regímenes árabes «progresistas».[49]

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Los intentos de Brezhnev de actuar como un pragmático clandestino en Oriente
Medio resultaron estériles. A partir de 1974, Estados Unidos tomaría la iniciativa de
la reconciliación entre Israel y Egipto y durante los cuatro años siguientes se
elaborarían los acuerdos de Camp David. Los rusos ya habían desembolsado miles y
miles de millones de rublos en Egipto y lamentaban amargamente la traición de
Sadat. La «pérdida de Egipto» tuvo un efecto psicológico duradero en el posterior
proceso de toma de decisiones del Politburó con respecto a las crisis africanas. Y en
1979 esos recuerdos desempeñarían un papel trascendental en el desarrollo de los
temores soviéticos de que Hafizullah Amin pudiera «convertírseles en un nuevo
Sadat» en Afganistán.[50]

El Watergate y la dimisión de Nixon en agosto de 1974 causaron otro trauma


duradero a Brezhnev. Durante los últimos meses de la presidencia de Nixon, su
correspondencia con el líder soviético asumió un carácter cada vez más surrealista. El
presidente, que se había quedado solo, empezó a ver su asociación con el secretario
general como una isla de paz en medio del proceloso mar del escándalo Watergate.
Nixon le hizo saber a través de canales oficiosos que los dos tenían enemigos
comunes, entre otros las agrupaciones judías norteamericanas. Hablaba incluso, para
consternación de su plana mayor, de una «doctrina Nixon-Brezhnev» como
fundamento sólido de la paz mundial. Curiosamente, Brezhnev no intentó nunca
aprovecharse del Watergate para sus propios fines políticos, como temían que hiciera
algunos consejeros de Nixon. De hecho, fue el último líder extranjero que siguió
prestando apoyo a Nixon sin reservas. Del mismo modo que Stalin y Molotov no
pudieron comprender la derrota electoral de Churchill, tampoco Brezhnev y sus
asesores pudieron entender cómo la colocación de micrófonos en una suite del
edificio Watergate podía provocar la dimisión de un estadista tan formidable tras la
victoria arrolladora que supuso su reelección. En su opinión, la única explicación
plausible era que los enemigos de la distensión habían encontrado un buen pretexto
para quitar de en medio a su principal arquitecto norteamericano.[51]
El golpe resultó tanto más doloroso precisamente porque apenas tres meses antes,
en mayo, Brezhnev había perdido a otro socio de la distensión. El canciller
germanooccidental Willy Brandt dimitió como consecuencia de un escándalo sexual
y la revelación de que uno de sus asistentes de más confianza, Günter Guillaume, era
un espía de la RDA. El líder germanooriental, Erich Honecker, y el jefe de la policía
secreta (la Stasi), Erich Mielke, habían mantenido a Guillaume en el entorno de
Brandt, a pesar de la desaprobación del Kremlin. Era evidente que los dirigentes de la
Alemania democrática tenían un interés particular en espiar a Brandt y ponerlo en un
compromiso. Detestaban la existencia de canales oficiosos entre los rusos y los
alemanes occidentales y la amistad entre Willy Brandt y Brezhnev, que ponía en
peligro el apoyo que tradicionalmente había encontrado la RDA en el Kremlin.

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Brezhnev se sintió decepcionado con su repentina dimisión. Estaba además
irritadísimo con Honecker.[52]
De los primitivos arquitectos de la distensión, sólo el dirigente soviético seguía en
el poder, aunque su salud fue deteriorándose con rapidez. Anteriormente, Brezhnev
había sufrido dos ataques al corazón. Durante los años sesenta había conservado una
buena forma tísica, pero a finales de esta década había desarrollado paulatinamente
una arteriosclerosis cerebral que le provocaba períodos de astenias después de los
momentos de tensión. A raíz de la crisis de Checoslovaquia, había adquirido el hábito
de tomar una o dos pastillas de un opiáceo que tenía efectos sedativos. A veces
tomaba una sobredosis y acababa en estado comatoso, seguido de un período de
flojera general.[53]
Los colegas extranjeros de Brezhnev empezaron a notar desapariciones repentinas
del mandatario soviético e irregularidades en la agenda. Durante el viaje de Kissinger
a Moscú de abril de 1972, Brezhnev se llevó al aterrorizado político norteamericano a
dar una alocada vuelta en coche con el fin de espabilarse un poco después de una
sobredosis.[54] Durante la guerra del Yom Kippur, en la que Brezhnev se vio obligado
a trabajar día y noche, los nervios empezaron otra vez a jugarle malas pasadas. Casi
cada tarde, Sadat llamaba al embajador soviético en El Cairo para que contara a
Brezhnev lo catastrófico de la situación, exigiendo el envío de ayuda inmediata.
Brezhnev no tenía tiempo de descansar. Andropov, consciente de los problemas
físicos del secretario general, demostró su preocupación de una manera harto curiosa.
Presentó a Kissinger y a Sadat como si estuvieran conchabados e intentaran arruinar
la salud de Brezhnev provocando «una tensión excesiva».[55] Sabía que el secretario
general estaba volviéndose adicto a las drogas y ordenó a su guardia personal y a su
enfermera que le suministraran sedantes en secreto. Al principio Andropov fingió
interceder, pero acabó por hacer la vista gorda. Es posible incluso que empezara a
ayudar a Brezhnev a obtener las pastillas.[56]
Por supuesto las pastillas no hicieron más que agravar la desazón del dirigente
soviético. Su capacidad de concentración se redujo y su percepción de los detalles
empezó a disminuir. Incluso su carácter cambió, se volvió más suspicaz y
malhumorado y menos dispuesto a llegar a entendimientos y a soluciones de
compromiso. El jefe del servicio médico del Kremlin, Evgeni Chazov, llegó a la
conclusión de que la adicción de Brezhnev «contribuyó al colapso de la autoridad
nacional». Desde el privilegiado puesto que ocupaba en el Departamento
Internacional del partido, Cherniaev deploraba la transformaron del «gran país
construido sobre los cimientos de la gran revolución» en un estado mediocre sin una
dirección dinámica y sin una ideología que sirviera de inspiración, con una escasez
crónica de bienes de consumo básico.[57]
Mientras tanto, la carrera armamentística y los desarrollos tecnológicos en el
bando soviético y en el norteamericano seguían adelante y en varios aspectos
empezaron a superar el ritmo cansino de las conversaciones sobre control de armas.

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El despliegue por parte de los norteamericanos de vehículos de reentrada múltiple e
independiente (MIRV), es decir, múltiples cabezas nucleares guiadas
independientemente unas de otras, pero instaladas en un solo misil, hizo que los
arsenales nucleares estratégicos dieran un salto espectacular. Los norteamericanos
desarrollaron también un misil de crucero de alta precisión. Mientras tanto, el
complejo de industrias militares soviéticas se lanzó también a una febril carrera
cualitativa y cuantitativa. Produjo sus propios MIRV, los cohetes «Pioneer» (SS-20),
y un nuevo bombardero Tu-22M de tamaño medio (llamado «Backfire» por los
norteamericanos). Los soviéticos desarrollaron nuevos submarinos nucleares de clase
«Tifón» y construyeron una poderosa flota. Durante una década a partir de 1972, los
rusos produjeron 4125 misiles balísticos intercontinentales con base en tierra y
lanzamiento desde el mar, mientras que los norteamericanos produjeron 929. Lo que
más preocupaba a los encargados de planificar la estrategia norteamericana era un
nuevo misil balístico intercontinental de dimensiones enormes, capaz de transportar
diez cabezas nucleares y susceptible de ser instalado en los silos ya existentes,
sustituyendo así a los cohetes más viejos, menos potentes y menos fiables. Los
norteamericanos lo llamaban SS-18. Su verdadero nombre, «Satán», sugería que los
diseñadores de los cohetes soviéticos, a pesar de su educación atea, se inspiraron en
la imaginería infernal. Los soviéticos empezaron a desplegar estos misiles en 1975 y
dejaron de hacerlo únicamente cuando el número de los almacenados en los silos
llegó a los 308.[58]
¿Por qué los rusos construyeron esos misiles infernales y un número tan elevado
de ellos? Según algunas fuentes autorizadas, los dirigentes del Kremlin seguían
sufriendo el síndrome de los misiles cubanos, es decir, la ignominiosa retirada llevada
a cabo tras la crisis de 1962.[59] Había además factores geográficos que, a juicio del
estado mayor del ejército soviético, favorecían a Estados Unidos. Los militares rusos
creían que se enfrentaban no sólo a las fuerzas norteamericanas destacadas en las
bases de la OTAN próximas a las fronteras de la URSS, sino también a las fuerzas
nucleares de Gran Bretaña y Francia. Tuvieron también que desplegar algunos misiles
y tropas convencionales contra China. Por último, la élite del complejo de industria
militar soviética seguía creyendo que su arsenal estratégico era inferior al
norteamericano en términos cualitativos. Ello hizo que se mostraran más decididos
aún a suplir la calidad con la cantidad. En 1994, Viktor Starodubov, antiguo asistente
de Dmitri Ustinov, explicaba con una lógica aplastante que los soviéticos fabricaron
tantos misiles «pesados» porque «eran una de las pocas cosas que podían fabricar
bien».[60] Vistas las cosas retrospectivamente, el incremento de los años setenta no
proporcionó al Kremlin una superioridad estratégica, como advertían los análisis
neoconservadores. La Unión Soviética no tenía capacidad de lanzar un ataque
sorpresa definitivo contra Estados Unidos; los norteamericanos siguieron yendo por
delante de la URSS en muchos aspectos, aunque no tuvieran las enormes ventajas de
las que Washington había gozado anteriormente.[61]

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En las reuniones del Politburó, Brezhnev nunca se enfrentó a Ustinov, Grechko y
el jefe de la Comisión de Industrias Militares, Leonid Smirnov, en lo tocante al tema
de la proliferación de misiles. Él creía en las negociaciones desde la posición de
fuerza y no veía la razón de que el rearme de la URSS durante los años setenta fuera
considerado una amenaza para Washington y otras capitales occidentales. Vale la
pena recordar que Brezhnev no pretendía negociar haciendo chantaje, como había
hecho Jrushchov. Continuaba creyendo que los mecanismos de control
armamentístico y los acuerdos, entre otros el SALT, podían convertirse en una base
sólida para la cooperación duradera de la Unión Soviética y Estados Unidos. Su
objetivo era convocar una conferencia sobre seguridad y cooperación en Europa
cuando se celebrara el próximo congreso del partido comunista.[62] Ello le habría
permitido revalidar el programa de paz que había proclamado en el anterior congreso
del partido de 1971 y engrandecer su imagen de Pacificador entre los cuadros del
partido y ante el pueblo soviético.
Brezhnev intentó atraer al sucesor de Nixon, Gerald Ford, para trabajar
conjuntamente en la superación de los obstáculos que pudieran encontrar en el
camino hacia la firma de un tratado general sobre armas estratégicas. Tras elaboradas
consultas a través de los canales oficiosos, Ford y Brezhnev acordaron entrevistarse
en Vladivostok, la avanzadilla soviética en Extremo Oriente, a finales de noviembre
de 1974. El principio rector de los soviéticos en las conversaciones estratégicas era la
consecución de niveles paritarios de seguridad respecto a la OTAN. Ello significaba,
ante todo, hacer un cómputo de las fuerzas nucleares de la OTAN «avanzadas», esto
es, los misiles, bombarderos y submarinos norteamericanos estacionados alrededor de
la Unión Soviética, así como las fuerzas nucleares de Gran Bretaña y Francia. Estos
países se negaron a incluir sus sistemas en la equiparación, pero Kosygin, Podgorni,
varios otros miembros del Politburó adscritos a la línea dura y la cúpula militar en su
totalidad insistieron en este principio. Aunque Brezhnev se exasperara ante la
intransigencia de los occidentales, creía también que sus colegas no compartían
plenamente su compromiso con los planes de negociación.[63]
En una conversación de tú a tú con Brezhnev celebrada en octubre de 1974,
Kissinger sugirió la idea de alcanzar unos niveles globales y más o menos paritarios
de fuerzas estratégicas para ambos bandos. El secretario de Estado, consciente del
apoyo cada vez menor que tenía la distensión en su país, pidió a Brezhnev que
mantuviera esta idea en secreto. De lo contrario, le advirtió, el senador Jackson
«recibiría el chivatazo». El secretario general accedió inmediatamente a utilizar la
idea como base para las negociaciones con Ford. La única condición que puso fue
que cualquier ulterior enmienda por parte de los norteamericanos no tuviera «el
carácter de una nueva propuesta fundamental ni de algo nuevo en principio».[64]
Cuando Brezhnev y Ford se entrevistaron en Vladivostok el 23 y 24 de noviembre
de 1974, el secretario general se mostró inquieto e inseguro. En una repetición de su
primera entrevista con Nixon en Moscú, el dirigente soviético invitó a Ford y a

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Kissinger al compartimento que ocupaba en un tren especial para instaurar una cálida
relación humana. Para romper el hielo, les ofreció té con coñac. Recordó el pacto
personal al que había llegado con Nixon «en una sola cosa: no inmiscuirse en los
asuntos internos de cada uno». Cuando Ford preguntó cómo iban a continuar
negociando, el secretario general le interpeló vivamente: «Eso depende de nosotros
dos. Es evidente que el mundo está pendiente de nosotros y que la opinión pública
mundial está interesadísima en conseguir que no haya ninguna guerra nuclear».
Durante los minutos siguientes, Brezhnev expuso su propia visión de la carrera
armamentística nuclear: «No hemos conseguido ninguna limitación real, y de hecho
hemos estado acelerando más y más la carrera armamentística. Es un error. Mañana la
ciencia puede presentarnos unos inventos que ni siquiera podemos llegar a
imaginarnos hoy, y la verdad, no sé hasta dónde podemos llegar en el incremento de
la llamada seguridad. Quién sabe, tal vez pasado mañana la carrera armamentística
llegue incluso al espacio exterior. La gente no sabe todo esto, de lo contrario
realmente nos habría mandado al infierno. Estamos gastando miles y miles de
millones en todas estas cosas, miles de millones que estarían mucho mejor gastados
en beneficio de la gente».[65]
En 1985 y 1986, este tipo de ideas pasaron a ser llamadas en Moscú «nuevo
pensamiento». Dicho sea de paso, Georgi Kornienko y Sergei Ajromeyev, miembros
del grupo de expertos en control de armamento que preparó las posturas negociadoras
para la cumbre de Vladivostok, serían más tarde coautores de la primera propuesta
global de Gorbachov sobre desarme nuclear. De momento, sin embargo, la respuesta
de Ford fue evasiva y convencional, poniendo de manifiesto su falta de visión. Llegó
a presidente sin pasar por unas elecciones nacionales, y el perdón que concedió a
Nixon le creó más enemigos que amigos. Además, Kissinger le advirtió que la única
idea que tenía en su cabeza Brezhnev era la de una acción conjunta soviético-
estadounidense en caso de que China mostrara un comportamiento agresivo. Más
tarde Kissinger lamentaría que ni Ford ni él «exploráramos» más a fondo lo que
pensaba Brezhnev.[66]
Tras la primera conversación en el tren, Brezhnev sufrió un ataque y, aunque sus
médicos lograron controlarlo, le recomendaron que retrasara las conversaciones. El
secretario general se negó. Las conversaciones fueron duras y extremadamente
tensas. La postura de los norteamericanos se endureció debido a la disminución del
apoyo que recibía la distensión en su país y el escepticismo cada vez mayor en torno
al SALT reinante en el Congreso, así como a la postura afín a la línea dura del
secretario de Defensa James Schlesinger y de los jefes del estado mayor conjunto. Al
final, la primitiva idea de Kissinger seguía siendo la opción de último recurso. Si los
soviéticos accedían a excluir del acuerdo el sistema de bases avanzadas de la OTAN,
los norteamericanos accederían a retirar las limitaciones sobre los misiles «Satán» y
el número de sus cabezas nucleares. Por desgracia, la idea no formaba parte de la
postura aprobada por el Politburó.[67]

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Desde Vladivostok, Brezhnev llamó por teléfono a sus colegas de Moscú, que, al
hallarse a ocho husos horarios de distancia, se encontraban todavía en la cama.
Andropov, Ustinov y Kosygin se pusieron de parte del secretario general. Pero el
ministro de Defensa, Grechko, respaldado por Podgorni, se negó a hacer ninguna
concesión. Brezhnev gritó a Grechko, amigo suyo desde los tiempos de la guerra, tan
fuerte que sus asistentes pudieron oír la conversación a través de las paredes del
despacho. Cuando vio que los argumentos no servían de nada, dijo que tendría que
interrumpir las conversaciones y regresar a Moscú para celebrar una sesión de
emergencia del Politburó. Profundamente conmovido, Grechko cedió. El camino
hacia los acuerdos del SALT parecía abierto después de dos años de permanecer en
punto muerto. Para devolver el favor a Brezhnev, Ford suavizó la postura de los
norteamericanos e indicó a los aliados europeos que debían eliminar las últimas
objeciones a la creación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en
Europa, el ansiado objetivo del secretario general soviético.[68]
Los dos líderes tuvieron que tomar decisiones muy duras, y dio la impresión de
que estaba a punto de brotar una nueva afinidad. Pero cuando Ford y Kissinger
regresaron a su país se encontraron con una ruidosa oposición ideológica a los
acuerdos de Vladivostok. Los misiles «pesados» soviéticos permitieron a los
norteamericanos que mantenían una postura crítica atacar la distensión sosteniendo
que los dirigentes soviéticos estaban preparándose para la guerra nuclear,
colocándose en posición de «golpear los primeros cuando pareciera conveniente».[69]
La mayoría demócrata del Congreso elegida a raíz del escándalo Watergate quería
reafirmar su supremacía sobre la Casa Blanca. Los senadores y representantes
reprocharon a Ford y a Kissinger el mantenimiento de una diplomacia secreta y su
indiferencia por los derechos humanos. La negativa de Ford a invitar a Solzhenitsin a
la Casa Blanca provocó un verdadero clamor. En diciembre de 1974, el debate que se
había prolongado durante dos años sobre la Ley de Comercio entre Estados Unidos y
la URSS acabó con la victoria de Jackson y sus partidarios. Fue una auténtica
bofetada para los rusos; las actividades mercantiles soviético-estadounidenses
quedaban sometidas en la Ley de Comercio a unas condiciones peores aún que las
existentes antes de su aprobación. Los rusos ya no podían obtener créditos
norteamericanos para la construcción de oleoductos y gaseoductos y se veían
obligados a recurrir a Europa Occidental. Moscú derogó los acuerdos comerciales
firmados en 1972.[70] Aquel humillante revés arruinó las expectativas de distensión
entre los capitanes y los directivos de la industria y la economía soviéticas.
Una vez concluidas las conversaciones de Vladivostok, Brezhnev sufrió un
colapso en su compartimento del tren. Se recuperó al cabo de unas semanas, pero
apenas podía leer con dificultad y sólo textos escritos en caracteres muy grandes con
una máquina de escribir especial. Durante su viaje a Polonia a finales de año, cogió la
batuta del director de orquesta durante la ceremonia de despedida y se puso a moverla
al son de La Internacional. En la cumbre de Helsinki, Brezhnev se hallaba en estado

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semicomatoso y apenas pudo estampar su firma en el Acta Final. Pasó semanas, o
incluso meses, sin aparecer por el Politburó.[71] En octubre de 1975, Cherniaev
anotaba en su diario que «Brezhnev se provocó el agotamiento en la lucha por la
paz».[72]
El secretario general no volvió a mostrar una pasión ni un interés personal por las
conversaciones con los norteamericanos como los que mostró en Vladivostok. Sin
embargo, el fracaso de la distensión no debe relacionarse sólo con su falta de energía
y su pérdida de iniciativa. De 1972 a 1975, la salud cada vez más deteriorada de
Brezhnev no le impidió actuar como negociador enérgico y vigoroso. Quizá su
condición de estadista activo fuera el último obstáculo que se interpusiera entre el
secretario general y su adicción. En diciembre de 1975, en el círculo más íntimo de
sus consejeros y de redactores de sus discursos que preparaban el inminente congreso
del partido, Brezhnev se lamentó: «Incluso después de Helsinki, Ford, Kissinger y
senadores de todo tipo exigen que América debe armarse todavía más. Quieren hacer
de ella la potencia más fuerte. Yo estoy en contra de la carrera armamentística, pero
cuando los americanos declaran que van a reforzarse, el ministro de Defensa me
comunica que en ese caso no pueden garantizar la seguridad. Y, como presidente del
Consejo de Defensa, ¿qué puedo hacer? ¿Debo darles ciento cuarenta mil o ciento
cincuenta y seis mil millones? Y les doy dinero una y otra vez. Dinero que desaparece
por la chimenea».[73]
Brezhnev no quería entrevistarse con Ford sin una garantía de que iban a firmar el
Tratado SALT. Alexandrov-Agentov recordaba que el principio rector del secretario
general era invertir su capital político sólo cuando viera «una promesa de éxito». Y el
embajador Dobrinin y los análisis del KGB decían desde Washington que el Kremlin
debería aguardar hasta que el próximo presidente electo continuara las negociaciones.
[74] No fue sólo Brezhnev el que no se dio cuenta de que la política norteamericana

había entrado en una nueva fase después del Watergate; les pasó lo mismo a
Andropov, Gromiko y todos sus demás consejeros. Los dirigentes del Kremlin veían
a Nixon «como una especie de secretario general a la americana». No podían
entender por qué Ford no podía reafirmar su poder sobre el Congreso y por qué se
plegaba ante los diversos lobbies y grupos de presión. Es más, los dirigentes
soviéticos no entendían que la singular combinación de factores políticos y
personales que había hecho llegar la distensión hasta 1974 hubiera desaparecido.
El éxito de la distensión de 1969 a 1973 reflejaba las tendencias a largo plazo que
caracterizaron la política de Occidente durante los años sesenta, empezando por los
grandes alborotos sociales y culturales y el aumento del aislacionismo
norteamericano y del antimilitarismo europeo. La fragmentación del frente interno y
del impacto en la esfera doméstica de la construcción del Muro de Berlín y de la
guerra de Vietnam hizo que una nueva generación de políticos de Alemania
Occidental y de Estados Unidos se mostrara dispuesta a negociar con los soviéticos
desde una posición de igualdad. En cambio, los dirigentes del Kremlin se imaginaban

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la distensión de una manera completamente distinta. Creían que era el premio a años
y años del costoso reforzamiento militar-estratégico que había cambiado la
correlación de fuerzas mundiales a favor de la Unión Soviética. Este error de
concepto, aunque comprensible, fue una equivocación fatal. No tardaría en verse
ampliamente demostrada una vez más en el terreno de las batallas por poderes que
libraron las superpotencias en África.

LA LUCHA POR ÁFRICA

A pesar de sus fatídicas consecuencias, la escalada de la intervención soviética en


África fue una curiosa actividad secundaria en el programa de actuaciones del
Kremlin. África siguió estando básicamente en la periferia de la política exterior
soviética. Más tarde, los expertos de la URSS afirmarían que los dirigentes soviéticos
no tuvieron una doctrina específica ni unos planes a largo plazo sobre África.[75] Yuri
Andropov confesó en una ocasión que los soviéticos «se vieron arrastrados a África»
en contra de sus máximos intereses.[76] ¿Cómo pudo ser?
El Politburó «descubrió» África al mismo tiempo que inició su apoyo a los
nacionalistas árabes radicales. Desde el comienzo, los soviéticos actuaron partiendo
de la premisa de que la descolonización del continente supondría un golpe
trascendental contra el capitalismo mundial y una gran victoria del comunismo. Ivan
Maiski decía en una carta a Jrushchov y Bulganin en diciembre de 1955 que «el
próximo acto de la lucha por el dominio global del socialismo se desarrollará a través
de la liberación de la explotación imperialista que sufren los pueblos coloniales y
semicoloniales». Y añadía: «Al mismo tiempo la pérdida de las colonias y de las
semicolonias por las potencias imperialistas debe acelerar la victoria del socialismo
en Europa y eventualmente en Estados Unidos».[77]
El propio Jrushchov soñaba convertir a determinados países africanos en
«escaparates del socialismo» y baluartes del mundo socialista en expansión.
Verdaderamente trascendental para él y para otros auténticos creyentes en el partido
era que hubiera mucha gente en África que mirara con esperanza e incluso con
entusiasmo al modelo soviético de industrialización y modernización social. Los
líderes anticoloniales africanos de finales de los años cincuenta no veían la Unión
Soviética como un estado totalitario, sino como un faro de progreso, una alternativa a
las odiadas potencias coloniales y su sistema capitalista.[78]
Este impulso ideológico se vería reforzado por la aversión de Moscú hacia la
tendencia de Occidente a considerar a África una esfera de influencia exclusivamente
suya. Los soviéticos no habían olvidado el hecho de que Stalin no lograra establecer
bases navales en Libia. Un veterano diplomático ruso tenía la sensación de que
Estados Unidos se comportaban «como si hubiera una extensión de la Doctrina
Monroe de América a África».[79] La extrema volatilidad política del África
poscolonial tras la descolonización creó la posibilidad permanente de crear y recrear

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esferas de influencia entre los dos bloques enfrentados en la Guerra Fría. En términos
generales, se trató de un reciclaje del mismo tipo de situación que había lanzado a las
potencias europeas a perfilar la totalidad de África durante la segunda mitad del siglo
XIX. Karen Brutents, la experta en África del Departamento Internacional del Comité
Central, y Leonid Shebarshin, oficial de alto nivel del servicio de inteligencia,
comparaban a la Unión Soviética y Estados Unidos con dos boxeadores para quienes
el intercambio de golpes se hubiera convertido en el principal objetivo y la principal
motivación. La crisis del Congo, en la que se vieron envueltos Eisenhower y
Jrushchov, así como el secretario general de la ONU, Dag Hammarskjold, y el líder
congoleño, Patrice Lumumba, se convirtió en protagonista de las noticias locales e
internacionales de la URSS durante varios meses.[80]
Los resultados de esta primera ofensiva soviética fueron embarazosos. Tras las
importantes inversiones hechas en el Congo, los soviéticos perdieron la batalla por
este país y fueron expulsados de Ghana y de Guinea. El desenlace del experimento
por el cual se pretendía convertir Guinea en un «escaparate del socialismo» resultó
especialmente doloroso y congeló durante toda una década la fe de los soviéticos en
la posibilidad de transformar África.[81] El informe Polianski de 1964 criticaba el
proyecto de Jrushchov consistente en apoyar a los «regímenes progresistas» de
África, y concluía: «A menudo nos falta por completo el conocimiento práctico de
estos países, pero les proporcionamos sin reservas ayuda financiera, técnico-
económica y militar y de otro tipo». En muchos casos la generosidad soviética en
África «daba lugar a resultados deplorables: los dirigentes de esos países devoran lo
que les damos, y luego nos dan la espalda. Los capitalistas se ríen de nosotros y
tienen buenos motivos para hacerlo». Al mismo tiempo, los dirigentes del Kremlin
nunca repudiaron la justificación ideológica de la intervención soviética en África.
Creyeron simplemente que Jrushchov se había extralimitado y había olvidado ser
selectivo «desde el punto de vista de los criterios de clase».[82]
Durante los años setenta volvieron a olvidarse las lecciones recibidas. Cabe
sospechar que la rivalidad entre Moscú y Beijing por la hegemonía sobre las «fuerzas
progresistas» y los movimientos de liberación nacional en todo el mundo facilitó la
vuelta de la URSS al africanismo. Pero en 1970, el KGB y el Departamento
Internacional del Comité Central presentaron un informe al Politburó en el que
comunicaban con absoluto aplomo que la «ofensiva» china en África había sido
derrotada. Brezhnev dijo a Kissinger en abril de 1972 que un diplomático soviético
destinado en Argelia había descubierto en cierta ocasión un restaurante chino en
pleno desierto. «Todo el que entraba en el restaurante a comer, salía con un fajo de
propaganda china gratuita. Era la época en la que tratábamos de dividir el
movimiento comunista mundial. Pues bien, cuando salieron perdiendo en su afán de
alcanzar la hegemonía sobre dicho movimiento y no pudieron seguir sosteniéndose,
cerraron el restaurante que habían montado en Argelia».[83] Pero sería en el otoño de
1970, una vez acabada la lucha de Moscú contra la «diplomacia de rollitos

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primavera» de China, cuando el KGB de Andropov propusiera al Politburó una
política más activa en África obteniendo autorización para llevarla a cabo.[84]
Los factores que llevaron a los soviéticos a volver a África fueron el paradigma
imperial-revolucionario que seguía dominando el pensamiento del Kremlin, el vacío
político e ideológico existente en el continente negro, y las insistentes solicitudes de
intervención por parte de los propios dirigentes africanos. Como decía el informe del
KGB, tras años y años de intentar obtener la ayuda de Estados Unidos y de las
potencias de Europa Occidental, los nacionalistas africanos llegaron a la conclusión
de que «la Unión Soviética era la única gran potencia que podía ayudarles a alcanzar
sus objetivos políticos y sociales».[85] Los dirigentes del Kremlin no podían perder
otra «oportunidad histórica» de influir en los procesos de descolonización y
modernización del continente africano.
En esta ocasión, sin embargo, la intervención soviética en África no fue sólo una
cruzada emprendida por motivos ideológicos. El África subsahariana y el Cuerno de
África se convirtieron en el escenario en el que los militares soviéticos harían la
demostración de su nueva capacidad de proyección como potencia. La lucha por
África en la que se enzarzaron la Unión Soviética y Estados Unidos se convirtió de
hecho en la manifestación de uno de los principales motivos de la conducta de la
URSS durante los años setenta, esto es, actuar como potencia global igual que las
demás.[86] Desde 1964, la Unión Soviética había empezado a construir una marina
estratégica y una flota bastante numerosa de aviones de transporte. Durante la guerra
del Yom Kippur todo este potencial llamó la atención del mundo. El alto mando de la
marina soviética, especialmente el almirante Sergei Gorshkov, estaba ansioso por
competir con la marina norteamericana y exigió disponer de bases en África. En
1974, la URSS consiguió una en Somalia.[87] Como el tiempo se encargaría de
demostrar muy pronto, aquella adquisición no valía el esfuerzo que había costado.
La imagen de la expansión soviética en África no estaría completa sin los nuevos
factores socioeconómicos. Cuando el precio del petróleo se cuadruplicó a raíz de la
guerra del Yom Kippur, la Unión Soviética se convirtió en la principal beneficiaría de
las ventajas imprevistas que produjo este acontecimiento. La producción soviética de
crudo aumentó de los ocho millones de barriles al día de 1974 a los once millones de
1980, convirtiendo a la URSS en el líder del mercado mundial del petróleo. Durante
los años setenta la renta anual de divisas fuertes procedentes de la venta de petróleo y
gas natural que obtenía la URSS aumentó un 2250 por 100, y ascendía a los veinte
mil millones de dólares. El rápido crecimiento de este excedente financiero permitió
al Kremlin sufragar los gastos de la expansión imperial en África.[88]
Parafraseando el «Big Deal» de Roosevelt en la Norteamérica de los años treinta,
la década de los setenta marcó en la URSS el desarrollo del «pequeño convenio» de
Brezhnev, un pacto social no escrito entre el régimen, las élites del país, y el pueblo.
Se trataba de un elaborado sistema de prebendas, privilegios, una «economía en la
sombra», y diversas formas especiales de ganar el dinero suficiente para poder llevar

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una vida cómoda, incluso acomodada. En la sociedad soviética aparecieron de pronto
numerosos signos de prosperidad. La expansión de la URSS en África ofreció
numerosas nuevas oportunidades al «pequeño convenio», aunque no se le dieran
mucho pábulo. Creó decenas de millares de puestos muy bien remunerados para los
militares y numerosos miembros de la nomenklatura soviética. Las embajadas en los
países africanos se convirtieron en destino favorito de semidestierro para los
miembros de las élites del partido que habían perdido el favor de Brezhnev. El
sociólogo Georgi Derluguian, que trabajó como intérprete en la embajada de la URSS
en Moputu, Mozambique, a comienzos de los años ochenta, cobraba un sueldo
especial en «cheques en moneda extranjera»; el valor adquisitivo de dicho sueldo era
quince o veinte veces superior que el del salario medio en la URSS por esa misma
época. Al cabo de unos años de «prestar un servicio internacionalista» en África, los
ciudadanos soviéticos podían comprarse pisos en Moscú, coches, casas de campo
(dachas), y bienes de consumo fabricados en Occidente en la cadena de tiendas
especiales del estado, las Beryozka, en las que sólo se aceptaban divisas extranjeras,
no rublos. En consecuencia, concluye Derluguian, estas motivaciones hicieron de los
distintos ministerios y agencias de la URSS focos de presión a favor de la «ayuda
internacional» a los diversos regímenes africanos con supuesta «orientación
socialista». «Como en muchos otros imperios, tras la expansión de las esferas de
influencia se ocultaban intrigas burocráticas elementales y el deseo de crear nuevos
puestos lucrativos».[89]
Las peleas de mentirijillas entre las superpotencias en África contribuyeron a
camuflar esta ansiosa búsqueda de beneficios. La pelea por África en la que se
enzarzaron Estados Unidos y la Unión Soviética empezó a intensificarse al tiempo
que la distensión llegaba a su punto culminante. Los servicios de inteligencia de uno
y otro país se vigilaban mutuamente en los rincones más apartados del continente
africano. Un destacado diplomático norteamericano realizó en 1974 un viaje por
África en misión de inspección y descubrió que «Estados Unidos deseaba tener una
presencia plena en todas partes, como correspondía al país líder del mundo
occidental, y además pretendía particularmente vigilar a los representantes de la
URSS. En su afán de prestigio y de penetración, la Unión Soviética tenía también
entonces embajadas residentes en casi todos los países de África».[90] El orgullo y la
lógica de la rivalidad bilateral, no los intereses estratégicos o económicos, lanzaron a
ambas potencias rumbo a la colisión.
Hubo dos acontecimientos que aceleraron ese rumbo: la «Revolución de los
Claveles» en Portugal en abril de 1974 y la caída de Vietnam del Sur en abril de
1975. Cherniaev, desde el Departamento Internacional, comparaba lleno de
entusiasmo el golpe de estado de Portugal con la caída de la dinastía Romanov en
Rusia. «Un acontecimiento enorme», decía en su diario. Otro funcionario del mismo
departamento sugería que la intervención soviética en Angola y en el Cuerno de
África y posteriormente la invasión de Afganistán fueron fruto de «una conclusión

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equivocada de la derrota de los norteamericanos en Vietnam».[91] Ford y Kissinger,
acribillados por las críticas a la distensión en su país, se convencieron también de que
tras el fracaso de Vietnam podría producirse un efecto dominó. A Kissinger en
particular le preocupaba el papel de los comunistas en Portugal y creía que Estados
Unidos debía impedir que los rusos llenaran el vacío que se había producido en
Angola, excolonia portuguesa. Poco antes de la Conferencia de Helsinki, Ford firmó
una orden secreta para que la CIA emprendiera la realización de operaciones
encubiertas en Angola, «para restablecer el equilibrio» en este país a favor de los
norteamericanos.[92]
La intervención soviética en Angola en 1975, como la anterior ofensiva a gran
escala de la URSS en África, se caracterizó por la falta de un plan u objetivo
estratégico claro. Esta vez, sin embargo, adoleció además de una peligrosa falta de
rumbo en el proceso de toma de decisiones. Brezhnev tenía muy poco interés en los
acontecimientos de África y delegó las cuestiones cotidianas relativas a este gran
continente en el aparato del partido en general y en nadie en particular. A falta de un
líder dinámico, la política exterior y de seguridad quedó en manos de la troika
formada por el ministro de Asuntos Exteriores, Gromiko, el director del KGB,
Andropov, y el ministro de Defensa, Grechko (a su muerte en abril de 1976, el puesto
fue a parar a Ustinov). Pero esta troika no actuó como un equipo cohesionado, sino
más bien como una alianza incómoda de funcionarios viejos, dedicados a
intercambiarse favores y decidido cada uno a deteriorar la posición de los otros a sus
espaldas. Todos ellos debían la posición que ocupaban a Brezhnev, al mismo tiempo
(como había demostrado la caída de Jrushchov), los tres juntos representaban una
amenaza política para el secretario general. El más mínimo indicio de una asociación
entre ellos más allá de los límites oficiales podía hacerlos sospechosos a ojos de
Brezhnev y significar el fin de sus carreras. Por este motivo, los miembros de la
troika tuvieron buen cuidado de verse solamente en las reuniones oficiales, esto es, en
las sesiones del Politburó. Se mostraron además extremadamente reacios a
inmiscuirse cada uno en el terreno burocrático de los otros. En consecuencia,
Gromiko era el que tenía la primera palabra en las cuestiones diplomáticas. Grechko
y Ustinov ostentaban prácticamente el monopolio en los asuntos militares. Y
Andropov era experto en ambas materias, debido a la información que le
proporcionaban los servicios de inteligencia. Sin embargo, se sentía enormemente
inseguro y prefería adaptarse a los otros dos en las áreas de su competencia.[93] Todos
los integrantes de la troika estaban interesados en perpetuar el statu quo, esto es, el
liderazgo cada vez más ficticio de Leonid Brezhnev. El secretario general, incluso en
el débil estado en que se hallaba, seguía siendo la única autoridad que refrendaba el
dominio de la troika sobre los demás miembros del Politburó, que en cualquier
momento podían intentar adueñarse del proceso de elaboración de la política del país.
Por estas razones funcionales y personales, los dirigentes soviéticos fueron
incapaces de llevar a cabo proyectos e iniciativas audaces. Tocó a otros personajes

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dinámicos y motivados desde el punto de vista ideológico arrastrar a los líderes
soviéticos al terreno de juego africano, entre ellos el angoleño Agostino Neto, el
etíope Mengistu Haile Mariam, pero especialmente Fidel Castro y sus colegas
revolucionarios de Cuba.[94] Contrariamente a lo que creían los norteamericanos, los
líderes cubanos no eran meras marionetas u hombres de paja de Moscú. Desde los
años sesenta, Fidel y Raúl Castro, Che Guevara (hasta su muerte en 1967) y otros
revolucionarios cubanos habían apoyado las actividades guerrilleras en Argelia,
Zaire, Congo (Brazzaville) y Guinea-Bissau. La marcha de los estadounidenses de
Vietnam en 1975 fue, a juicio de los cubanos, una oportunidad de iniciar una nueva
ronda de luchas antiimperialistas en el África subsahariana.[95]
Hasta comienzos de los años setenta, las relaciones cubano-soviéticas siguieron
siendo muy tensas, pues la sombra de la «traición» soviética de 1962 pendía aún
sobre La Habana.[96] El KGB y el Departamento Internacional del Comité Central
intentaron restablecer los estrechos lazos que los unían con los cubanos: Andropov y
Boris Ponomarev, que encabezaban respectivamente estas organizaciones, eran los
herederos de las tradiciones revolucionarias internacionalistas de la Komintern. En
1965, Andropov dijo a uno de sus asesores que la futura competición con Estados
Unidos iba a tener lugar no ya en Europa, sino en África y América Latina. Cuando la
Unión Soviética lograra hacerse con bases en estos continentes, podría gozar de un
estatus de igualdad con los norteamericanos.[97] Grechko y los militares apoyaban
tenazmente esta lógica. Angola resultaba un objetivo muy atractivo. A partir de 1970,
el KGB defendió la ayuda y el entrenamiento del Movimiento Popular de Liberación
de Angola (MPLA), cuyo líder, Agostino Neto, era un viejo amigo de los hermanos
Castro. Desde finales de 1974, Angola se convirtió en escenario de la rápida
expansión de la cooperación soviético-cubana.[98]
La historia completa de la escalada de la presencia soviética en Angola sigue
enterrada en los archivos. Según cierta versión, Gromiko, Grechko y Andropov
recomendaron al Politburó enviar una ayuda no militar modesta al MPLA, pero le
advirtieron que se abstuviera de intervenir directamente en la guerra civil de Angola.
Pocos días después, sin embargo, el Departamento Internacional transmitió al
Politburó la petición de armas de los angoleños. Tras unos breves momentos de
vacilación, la misma troika modificó su postura y respaldó dicha petición. A
comienzos de diciembre de 1974, inmediatamente después de la cumbre de
Vladivostok, se abrió la espita de la asistencia militar soviética.[99] Este cambio de
actitud tal vez fuera fruto de las presiones ejercidas por los amigos soviéticos y
cubanos de Agostino Neto, pero también del sistema de favores burocráticos mutuos
imperante a falta de la intervención directa de Brezhnev. El mismo esquema de
cambio de decisiones se repetiría a mayor escala en 1979 a propósito de Afganistán.
La decisión americana de apoyar a los enemigos del MPLA vino a limitar las
opciones del Kremlin. El primer lugarteniente de Gromiko, Georgi Kornienko,
pensaba que la escalada de la intervención soviética en Angola se debió únicamente a

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la política de subversión de los norteamericanos. En otoño de 1975, la troika,
respaldada por Suslov, sostuvo que su «deber moral internacionalista» era ayudar a
Angola. En un momento dado, hallándose Brezhnev trabajando con sus
colaboradores encargados de escribirle los discursos en su dacha, Georgi Arbatov,
uno de sus asesores «ilustrados», le advirtió que la intervención en Angola podría
afectar gravemente a la distensión. Alexandrov-Agentov se manifestó airadamente en
contra. Recordó la ayuda soviética a los republicanos durante la guerra civil española
en 1935. Recordó asimismo a Brezhnev con cuánta beligerancia habían actuado los
norteamericanos cuando su país cliente, Pakistán, se había sentido amenazado en
1971. El secretario general, cuya energía y cuyo interés por la distensión habían
empezado a disminuir en aquella época, evitó tomar postura en el debate. Más tarde,
sin embargo, se acomodaría a la actitud intervencionista predominante. En octubre de
1975, Dobrinin informó a Brezhnev acerca de las repercusiones cada vez más
negativas de los asuntos de Angola en Estados Unidos, pero la noticia no hizo más
que irritar al secretario general. Estaba convencido de que los norteamericanos no
sabían reconocer las «intenciones honestas» de la URSS. La Unión Soviética, dijo, no
pretendía establecer bases militares de ningún tipo en Angola, sino simplemente
ayudar a los internacionalistas del país.[100]
Esta situación reforzó aún más la posición de los cubanos. Dos semanas después
de la firma del Acta Final de Helsinki, Castro envió a Brezhnev un plan para el
transporte de varias unidades regulares del ejército cubano a Angola. En ese
momento, Brezhnev se negó rotundamente a incrementar la ayuda militar soviética a
Angola y a transportar a los cubanos hasta allí. Sin embargo, no se sabe cómo, en el
mes de noviembre las primeras unidades de combate cubanas estaban luchando ya al
lado del MPLA. Kornienko aseguraría más tarde que los cubanos engañaron a la
representación militar de la URSS en Cuba haciéndole creer que contaban con
autorización del Kremlin para que los trasladaran al otro lado del Atlántico. Gromiko,
Grechko y Andropov estaban asombrados; reconocieron que la intervención de los
cubanos podía provocar una fuerte reacción de Estados Unidos, crear complicaciones
a la distensión e incrementar incluso las tensiones en torno a la propia Cuba. Mientras
tanto, los castristas ya habían iniciado la «operación Carlota», destinada a salvar al
MPLA. Lo que hace que la historia resulte todavía más intrigante es la total ausencia
de pruebas procedentes de los archivos cubanos de La Habana.[101]
Dos años antes, Brezhnev no había hecho nada para ayudar al régimen socialista
de Salvador Allende en Chile, cuando estaba a punto de venirse abajo, y había
rechazado sus peticiones de préstamos. Ese mismo año, los soviéticos empezaron a
perder su influencia en Egipto. En agosto de 1975, las grandes esperanzas de una
victoria comunista en Portugal se habían esfumado.[102] Mientras preparaba el
informe que iba a presentar al congreso del partido, Brezhnev se enfrentaba a tres
fracasos evidentes en el plano internacional. Añadir Angola a la lista habría resultado
excesivo. Los señores del Kremlin se sintieron obligados a «salvar a Angola» y a

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apoyar a los cubanos, pues estaba en juego el prestigio de la URSS. Kornienko
recuerda que «el reflejo del deber internacionalista tuvo mucho que ver, sobre todo
porque este episodio tuvo lugar después de que se produjera la intervención armada
en Angola por parte de la República Sudafricana. Dicha intervención contó de facto
con el apoyo de los estadounidenses, si es que no fue organizada por ellos». Además,
abandonar a las tropas cubanas que estaban combatiendo en Angola contra tropas
enemigas pagadas con dinero norteamericano e integradas en parte por mercenarios
extranjeros habría supuesto sacrificar por segunda vez al pequeño aliado del Caribe
(la primera habría sido la retirada de los soviéticos durante la crisis de los misiles
cubanos).[103]
A comienzos de 1976, Gerald Ford retiró la palabra «distensión» de su
vocabulario. Kissinger, profundamente preocupado por el empleo de tropas cubanas
vicarias por parte de los rusos, declaro que la asociación soviético-estadounidense no
podría «sobrevivir a más Angolas». Mientras tanto, gracias a la ayuda militar masiva
de la URSS, las tropas cubanas despejaron casi toda Angola de mercenarios
sudafricanos y de combatientes del Frente Nacional para la Liberación de Angola,
apoyado por la CLA. Los estados africanos empezaron a reconocer al régimen
angoleño dirigido por el MPLA. No hay nada mejor que el éxito. Los asesores
soviéticos y cubanos empezaron a entrenar a la población negra de Sudáfrica,
concretamente a los militantes del Congreso Nacional Africano. La influencia
soviética aumentó en Zimbabue y Mozambique. La victoria cubana permitió a los
rusos superar las tensiones a las que se hallaban sometidas las relaciones entre Cuba y
la URSS.[104] Y semejante victoria fue un maravilloso regalo para Brezhnev y el
congreso del partido. Y permitió a los dirigentes soviéticos obtener apoyos en el
movimiento de los no alineados y entre los grupos de todo el mundo que apoyaban
los movimientos anticolonialistas y contrarios al apartheid.[105]

DISGUSTOS CON CARTER

A pesar del revuelto que se desató por lo de Angola, Brezhnev y otros miembros del
Politburó esperaban que Ford ganara las elecciones y reanudara la asociación en aras
de la distensión. Una vez más, la volatilidad de la política norteamericana hizo que se
esfumaran las esperanzas del Kremlin. En noviembre de 1976, el exgobernador de
Georgia, Jimmy Cárter, un hombre poco conocido que se dedicaba al cultivo de
cacahuetes, derrotó a Ford. Cárter se caracterizaba por una curiosa mezcla de buenas
intenciones, ideas vigorosas, vaguedad en sus prioridades, y un estilo de gestión
minucioso y entrometido. Tenía afán de ir más allá de la «vieja agenda» de la Guerra
Fría y estaba seriamente comprometido con la idea del desarme nuclear. El nuevo
presidente había prometido una «nueva política exterior» que fuera menos opaca y
estuviera menos envuelta en el secretismo y tuviera más en cuenta los derechos
humanos.

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Cárter declaró públicamente que ya era hora de superar el «temor desordenado al
comunismo». En privado, sin embargo, una de las grandes inquietudes de la Casa
Blanca era si la Unión Soviética intentaría poner al presidente a prueba a la manera
en que Jrushchov había puesto a prueba a Kennedy en 1961. Brezhnev aseguró
inmediatamente a Cárter que en esta ocasión no habría ningún intento de ponerlo a
prueba.[106] El Kremlin tenía sus propios temores respecto a Cárter. Algunos expertos
soviéticos creían que, debido a su inexperiencia, el nuevo presidente sería prisionero
de las fuerzas contrarias a la distensión. El secretario de Estado de Cárter, Cyrus
Vanee, era conocido como hombre mesurado partidario de la distensión. En cambio,
el nuevo consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, suscitó
preocupación de inmediato. Hijo de un diplomático polaco y destacado especialista
en el totalitarismo soviético, había alcanzado bastante notoriedad en Moscú como
arquitecto de las estrategias elaboradas para delimitar la influencia soviética en
Europa Central y como el cerebro que se ocultaba tras la Comisión Trilateral que
intentaba hallar una armonía entre los tres centros del capitalismo, Estados Unidos,
Europa Occidental y Japón.[107]
La campaña de Cárter en pro de los derechos humanos deterioró enseguida sus
relaciones con el Kremlin. Los Grupos de Observación de Helsinki, formados por
activistas de los movimientos democráticos nacionalistas a partir de agosto de 1974,
operaban en Moscú, pero también en Ucrania, Lituania, Georgia y Armenia;
vigilaban las violaciones del Acta Final perpetradas por la URSS y las ponían en
conocimiento de los medios de comunicación extranjeros. Un veterano del grupo de
Moscú recuerda que «nuestras predicciones más optimistas daba ahora la sensación
de que estaban al alcance: parecía probable que la nueva política exterior
estadounidense insistiera en que los soviéticos actuaran en consonancia con las
promesas que habían hecho en Helsinki. Estaba empezando a salir a la superficie la
alianza de políticos occidentales y disidentes soviéticos». Como represalia, en enero y
febrero de 1977, el KGB arremetió contra los Grupos de Observación de Helsinki y
detuvo a sus activistas, entre otros a Yuri Orlov, Alexander Ginzburg y Anatoli
Scharanski. El 18 de febrero, Dobrinin recibió la orden de comunicar a Vanee que la
nueva política norteamericana violaba fundamentalmente los principios básicos sobre
los que Brezhnev y Nixon se habían puesto de acuerdo en 1972. Diez días después,
Cárter invitaba a la Casa Blanca al disidente Vladimir Bukovski.[108]
Para Brezhnev, la continuación de aquella asociación y el progreso del control de
armamento eran más importantes que las disputas por los derechos humanos. Poco
antes de la toma de posesión de Cárter, el dirigente soviético intentó mandarle una
señal de signo positivo. En un discurso pronunciado en Tula el 18 de enero de 1977,
el secretario general presentó por primera vez la doctrina soviética de la seguridad en
términos defensivos claros. La Unión Soviética, dijo, no buscaba una superioridad
que le permitiera asestar el primer golpe, y el objetivo de su política militar era
construir un potencial defensivo capaz de disuadir a cualquier posible agresor.

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Brezhnev esperaba que su discurso neutralizara cualquier campaña sobre la «amenaza
militar soviética» que pudieran lanzar los medios de comunicación norteamericanos y
ayudara a Cárter. Uno de los autores de sus discursos, sin embargo, se dio cuenta de
que aquel gesto no bastaba. «El escándalo armado en torno a la amenaza soviética se
basa en hechos», decía Cherniaev en su diario. «Las afirmaciones periódicas en el
sentido de que no somos una amenaza para nadie no servirán de nada. Si no
introducimos un cambio real en nuestra política militar, la carrera armamentística
destinada a agotarnos económicamente seguirá adelante».[109]
Los soviéticos echaban de menos la continuidad política y las relaciones
confidenciales con la Casa Blanca, a las que se habían acostumbrado durante la época
de Nixon y Kissinger. Cárter, en cambio, les hizo ver que los términos de la
asociación habían cambiado. Dobrinin intentó en vano reactivar los canales
extraoficiales con Cárter a través de Brzezinski. El nuevo presidente estaba decidido
a tratar con los soviéticos sin diplomacia secreta. Deseaba manejar la política exterior
a través de Vanee y del Departamento de Estado. Además, adoptó la propuesta sobre
control de armamento desarrollada por los analistas neoconservadores del senador
Jackson, entre los cuales destacaban Richard Perle y Paul Nitze. Dicha propuesta
planteaba «recortes en profundidad» en algunos sistemas estratégicos y, sobre todo, la
eliminación de la mitad de los cohetes Satán.[110] Ello significa, naturalmente, que el
denostado marco de Vladivostok en el que se inscribía el Tratado SALT debía ser
desechado. Significaba también que el bando soviético debía perder la mitad de los
misiles mejores y de mayor tamaño que tenían almacenados en sus silos, mientras
que los norteamericanos sólo tenían que hacer la promesa de no desplegar ningún
sistema comparable en el futuro. Aplazaba además la cuestión de la limitación de los
misiles de crucero norteamericanos y de los Backfires soviéticos, asunto que los rusos
consideraban que estaba casi zanjado.[111]
Brezhnev estaba hecho una furia. Pensaba que había pagado con su propia salud
el pacto de Vladivostok. Una nueva propuesta habría significado otra ronda de tira y
afloja en el plano interno y en el internacional, algo que el caduco secretario general
no podía permitirse. Ordenó a Gromiko, Ustinov y Andropov que redactaran una
«carta dura» para Cárter instándole a alcanzar un acuerdo rápido basado en los pactos
a los que había llegado con Ford en Vladivostok. En dicha carta, Brezhnev subrayaba
que se habría abierto así el camino para una entrevista personal de ambos
mandatarios, cuestión de grandísima importancia para el dirigente soviético. Aunque
sorprendido por el tono firme del mensaje del secretario general, Cárter se mantuvo
en sus trece. Anunció que Vanee se trasladaría a la Unión Soviética con una gran
delegación y nuevas propuestas, una de «recortes en profundidad y otra basada en el
marco de Vladivostok, pero sin límites en lo referente a los misiles de crucero y los
bombarderos Backfire soviéticos». Los militares rusos encontraron inaceptables
ambas propuestas. Antes de que Vanee llegara a Moscú, el secretario general se
entrevistó con la troika en su dacha; es muy probable que todos los presentes en la

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reunión decidieran que había llegado el momento de «dar una lección a los
americanos».[112]
El rechazo de las propuestas norteamericanas por parte de los soviéticos era
inevitable, pero la dureza de sus términos resultó una desagradable sorpresa. En la
primera reunión, celebrada el 28 de marzo de 1977, Brezhnev se mostró displicente e
irritado. Ni Gromiko ni él disimularon su desprecio por la política de Cárter y algunos
de sus comentarios fueron ofensivos para la propia persona del presidente.
Interrumpieron a Vanee y ni siquiera le permitieron leer la propuesta que traía de
reserva y que habría abierto el camino a una solución de compromiso. La delegación
norteamericana volvió a casa con las manos vacías. Para atizar más el fuego,
Gromiko denunció las propuestas de los norteamericanos en una conferencia de
prensa convocada especialmente a tal efecto. Como luego diría Vanee, «nos dieron un
buen chasco y nos dijeron que nos fuéramos por donde habíamos venido».[113]
La salud de Brezhnev fue definitivamente un factor determinante del fracaso de
Moscú, pero el nuevo abismo que se había abierto entre las prioridades políticas de
uno y otro bando era mucho más importante. Particularmente trascendental fue el
hecho de que los soviéticos quisieran alcanzar una paridad numérica, cosa que
resultaba intolerable para los norteamericanos, que hasta entonces habían trozado de
una clara superioridad. Incluso diez años después, cuando Ronald Reagan y Mijail
Gorbachov firmaron un tratado sobre la eliminación de misiles de alcance medio, no
lograron ponerse de acuerdo respecto a la consecución de un marco global para el
resto del armamento estratégico.[114]
El choque en lo referente a los derechos humanos fue también otro síntoma del
abismo cada vez mayor que separaba al Kremlin de la Casa Blanca. Después de
varios años tratando con un hombre pragmático como Kissinger, los dirigentes
soviéticos estaban convencidos de que Cárter sólo pretendía meter ruido y hacer
propaganda a sus expensas. Sencillamente, los dirigentes del Kremlin, producto de la
cultura política estalinista, no podían concebir por qué el presidente prestaba tanta
atención al destino de unos cuantos disidentes. Gromiko prohibió incluso a sus
secretarios poner sobre su mesa información sobre este asunto. En una conversación
con Vanee, llegó a preguntarse: ¿Por qué la Casa Blanca no subrayaba los aspectos
constructivos de la política exterior soviética como lo hacía Moscú?[115] Andropov
llevaba insistiendo largo tiempo en que las campañas sobre derechos humanos no
eran más que «intentos por parte del adversario de activar a los elementos hostiles de
la URSS proporcionándoles ayuda material, financiera o de cualquier otro tipo».[116]
Nadie se dio cuenta en aquellos momentos de que el fracaso de las conversaciones de
Moscú suponía el fin de la asociación soviético-norteamericana al máximo nivel,
importantísimo mecanismo de la distensión. En febrero de 1977, Brezhnev, por
consejo de Gromiko, escribió una carta a Cárter diciéndole que se reuniría con él sólo
cuando el Tratado SALT estuviera listo para la firma. En consecuencia, la próxima

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cumbre soviético-norteamericana no se produciría hasta junio de 1979, en Viena,
cuando Brezhnev estaba ya al borde de la desintegración física y mental.[117]
Ahora resulta fácil considerar el período inmediatamente posterior al año 1977 la
época del inexorable empeoramiento de las relaciones soviético-norteamericanas. Los
especialistas han analizado las áreas y los acontecimientos más importantes que, en
su opinión, contribuyeron a producir este resultado: la continuación del
intervencionismo soviético en África; el lento y en último término inútil proceso de
control de armamento; y el clima cada vez más antisoviético reinante en la política
interior de Estados Unidos. Pero todos esos problemas y todas esas dificultades ya
habían existido antes, y pese a todo había florecido la distensión. Y ni siquiera otros
obstáculos mayores impedirían que Reagan y Gorbachov se convirtieran en socios en
las negociaciones que entablarían más tarde, en los años ochenta. Llega uno a la
conclusión de que la distensión habría podido continuar, a pesar de todos estos
problemas, si Brezhnev hubiera seguido dispuesto a hacer un determinado esfuerzo
por mantener una asociación política con los dirigentes norteamericanos. Esta
conclusión no implica menospreciar la complejidad de las relaciones internacionales
y de los procesos de toma de decisión propios del régimen soviético y de la
democracia estadounidense. Subraya, en cambio, el papel trascendental de las
personalidades de más relieve y su voluntad política en una coyuntura crítica de la
historia internacional, en la que empezaron a surgir nuevas oportunidades y nuevos
peligros.
La falta de ideas claras sobre la Unión Soviética que caracterizaba a Cárter tuvo
en la anulación de la distensión un papel tan importante como el que tuvieron las
creencias de Brezhnev en su concepción. Debido a la influencia de Brezhnev y de los
críticos neoconservadores de su propio país, el presidente norteamericano empezó a
sospechar que la Unión Soviética era una potencia temeraria e imprevisible,
confundiendo al anciano dirigente del Kremlin, siempre sensible a cualquier
estímulo, con el liderazgo pendenciero y militante de Nikita Jrushchov. En mayo de
1978, Cárter escribió a Brezhnev diciéndole que «la combinación que suponían el
incremento del poder militar soviético y la miopía política alimentada por las
ambiciones de gran potencia podía llevar a la URSS a intentar explotar los disturbios
locales, especialmente en el Tercer Mundo, e intimidar a nuestros amigos, con el fin
de obtener ventajas políticas y finalmente incluso la hegemonía política. Por eso me
tomo muy en serio las actividades soviéticas en África y por eso me preocupa el
refuerzo militar de la URSS en Europa. Veo además que algunos planes soviéticos
apuntan hacia el océano Indico a través de Asia Meridional, y quizá al envolvimiento
de China». Con el fin de contener a los soviéticos en África, Brzezinski y el
secretario de Defensa, Harold Brown, efectuaron una jugada de Realpolitik, un
acercamiento a Beijing destinado a utilizar la «carta china» contra los soviéticos.
Vanee se opuso a dicha política calificándola de peligrosa para las relaciones
soviético-estadounidenses, pero Cárter se puso de parte de Brzezinski y Brown.

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Envió al primero de ellos a Beijing con amplios poderes para normalizar las
relaciones con la China comunista. Esta decisión, observa Raymond Garthoff,
desencadenó una serie de acontecimientos que tendrían unas consecuencias mucho
más amplias y profundas que lo que permitía el comportamiento de la URSS en
aquellos momentos. Más o menos por esa misma época, Dobrinin dijo a Averell
Harriman, que intentaba defender la política de la administración norteamericana, que
nada impediría ya «cambiar el clima emocional reinante actualmente en Moscú».[118]
El ciclo acción-reacción, tan pronunciado en las relaciones soviético-norteamericanas
antes del viaje de Nixon a Moscú en mayo de 1972, volvía a estar en vigor.
El Politburó, por su parte, no fue en absoluto capaz de entender la profundidad de
las motivaciones de Cárter para desarrollar el control de armamento y reducir las
tensiones. Por el contrario, Brezhnev y sus socios pensaron que el presidente era un
peón en manos de sus consejeros. Gromiko comentó en privado a Vanee que
«Brzezinski ya se ha superado» haciendo afirmaciones cuya «finalidad es situarnos
de nuevo casi en el período de la Guerra Fría». En junio de 1978, Brezhnev se quejó
en el Politburó de que Cárter «no sólo está cayendo bajo la influencia habitual de los
tipos más descaradamente antisoviéticos y de los líderes del complejo de industria
militar de Estados Unidos. Pretende luchar por la reelección como presidente
escudándose en la bandera de la política antisoviética y de la vuelta a la Guerra Fría».
Dos meses después, llegó a Moscú otra evaluación poco halagüeña a través de la
«carta política» trimestral enviada por la embajada soviética en Washington. El
comunicado llegaba a la conclusión de que Cárter estaba reevaluando las relaciones
entre su país y la URSS. «La iniciativa de esta situación ha salido de Brzezinski y
varios consejeros presidenciales de asuntos internos; han convencido a Cárter de que
lograría detener el proceso de deterioro de su posición dentro del país emprendiendo
claramente una marcha más hostil hacia la Unión Soviética». El informe citaba al
líder del partido comunista de Estados Unidos, Gus Hall, que se refería a Brzezinski
como el «Rasputín del régimen de Cárter».[119]
La cumbre de Viena de junio de 1979 demostró que en unas circunstancias
distintas Brezhnev y Cárter habrían podido ser buenos socios. El presidente se mostró
considerado y paciente: intentó a todas luces encontrar algún tipo de vínculo
emocional con el líder soviético. Tras la firma de los acuerdos SALT, el presidente se
volvió de repente hacia Brezhnev y lo abrazó. Entregó discretamente al secretario
general el borrador de propuesta para la siguiente ronda de conversaciones sobre
control de armamento, en el que se abordaba la reducción de los sistemas
estratégicos. Se abstuvo incluso de hacer la habitual alusión a la cuestión de los
derechos humanos. A pesar de su debilidad, Brezhnev se sintió conmovido y más
tarde comentaría a sus colegas que Cárter era «al fin y al cabo, bastante buen chico».
En el curso de la despedida, el presidente norteamericano se volvió hacia el intérprete
ruso, Viktor Sujodrev, y le dijo con su famosa sonrisa: «Vuelva a Estados Unidos y

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traiga a su presidente con usted».[120] Seis meses después, los soviéticos invadían
Afganistán.

¡BIENVENIDOS A AFGANISTÁN!

Los miembros del Politburó, especialmente la troika formada por Gromiko,


Andropov y Ustinov, siguieron sin entender la distensión y considerándola primordial
y casi exclusivamente consecuencia de la «nueva correlación de fuerzas» y del
poderío militar soviético. Durante algún tiempo, dio la sensación de que esos errores
de percepción no iban a ser fatales. Pero Afganistán lo cambió todo. El golpe de
estado dado por los militares en la remota Kabul en abril de 1978 llevó a un grupo de
izquierdistas sectarios al poder. Inmediatamente proclamaron la «Revolución de
Abril» y apelaron a la Unión Soviética en busca de ayuda. Los soviéticos no tenían
nada que ver con aquel asunto y no estaban precisamente muy preparados para
hacerle frente. Según los testimonios más recientes, incluso el KGB se enteró del
golpe de estado izquierdista postfacto. Como señala Raymond Garthoff, Richard
Nixon y su aliado en la región, el Sha de Irán, probablemente movieran la primera
piedrecita que dio lugar a la avalancha de acontecimientos que afectaron a
Afganistán. En 1976 y 1977, el Sha convenció al presidente afgano, Mohammed
Daoud, de que abandonara su alineación al lado de la Unión Soviética y arremetiera
contra los izquierdistas de su país.[121] Irónicamente, el régimen del Sha cayó poco
después de que la situación en Afganistán empezara a aclararse. El equilibrio de la
región quedó destruido, con unas consecuencias desastrosas para la posteridad.
Desde el punto de vista del Kremlin, la proximidad de Afganistán a la frontera
soviética y a Asia Central hacía que la «revolución» en este país fuera distinta de
otros casos de África, por lo demás similares. La creciente inestabilidad de las
fronteras del sur no hizo sino intensificar la tentación de convertir a Afganistán en un
satélite estable, sometido firmemente a la tutela de la URSS. En el KGB se impuso la
sombría mentalidad propia de la Guerra Fría. Como recuerda un antiguo alto
funcionario del KGB, Afganistán pertenecía, a su juicio, a la esfera de intereses
soviética y, por lo tanto, la URSS «debía hacer todo lo posible para evitar que los
americanos y la CIA instalaran allí un régimen antisoviético». Tras el golpe de 1978,
los contactos afgano-soviéticos proliferaron rápidamente a través de los canales
establecidos por el Ministerio de Defensa, el KGB, el Ministerio de Asuntos
Exteriores, y una legión de organismos y ministerios relacionados, entre otros
asuntos, con la economía, el comercio, la construcción y la educación. Sobre Kabul
cayeron innumerables delegaciones del partido y consejeros de Moscú y de las
repúblicas soviéticas de Asia Central. Es indudable que los motivos que impulsaban a
los dirigentes políticos y burócratas rusos eran los mismos que los habían movido
durante la lucha por África. Dicho sea de paso, los representantes y asesores
soviéticos desplazados a Afganistán gozaban de los mismos elevados sueldos en

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divisas extranjeras que sus colegas habían recibido en Angola, Etiopía, Mozambique,
Yemen del Sur y otros países del Tercer Mundo, en los que llevaban a cabo el «deber
internacionalista» de «ayudar a los regímenes de orientación socialista».[122]
Rápidamente, los asesores y visitantes soviéticos cayeron en la trampa de la
desabrida política revolucionaria. Los líderes de la facción Khalq, el primer ministro
Nur Mohammad Taraki y su emprendedor lugarteniente, Hafizullah Amin,
empezaron a purgar al grupo rival Parcham. Los dirigentes afganos creían en el terror
revolucionario y se inspiraron en las purgas estalinistas. En septiembre de 1978,
Boris Ponomarev, del Comité Internacional, se trasladó en misión secreta a
Afganistán para advertir a Taraki de que la Unión Soviética lo abandonaría si
continuaba destruyendo a los demás revolucionarios. Estas advertencias, así como las
llamadas a la unidad efectuadas por los soviéticos, cayeron en saco roto. Los
revolucionarios afganos creían —y no se equivocaban— que la Unión Soviética
sencillamente no podía permitirse el lujo de abandonarlos a su suerte. Poco antes de
que Ponomarev llevara a cabo su misión, el titular de la Dirección General de
Inteligencia del KGB, Vladimir Kriuchkov, visitó Kabul y firmó un acuerdo sobre
colaboración de los respectivos servicios secretos y cooperación. El objetivo principal
del acuerdo era «luchar contra la presencia cada vez mayor de la CIA en Kabul y en
todo Afganistán».[123] El 5 de diciembre de 1978, Brezhnev y Taraki se entrevistaron
en Moscú y firmaron el Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación. Taraki
regresó a Kabul convencido de que Brezhnev lo apoyaba personalmente. En efecto, el
secretario general encontró de su agrado al líder afgano, engañosamente caballeroso.
[124]
En marzo de 1979, Moscú se despertó con una terrible noticia. La ciudad y la
comarca de Herat se habían sublevado contra el régimen del Khalq y una chusma de
insurgentes había matado brutalmente a los funcionarios de Kabul, a sus asesores
soviéticos y a sus familias. Taraki y Amin hicieron desesperados llamamientos a
Moscú solicitando la intervención militar soviética «para salvar la revolución». Fue la
primera señal importante de que había entrado en escena otra fuerza, el nacionalismo
militante afgano y el fundamentalismo islámico. Una vez más el Politburó había sido
cogido por sorpresa y no estaba preparado para analizar debidamente este nuevo
acontecimiento. Las discusiones que tuvieron lugar en el Kremlin revelan con
pasmosa claridad los peligros del liderazgo ficticio de Brezhnev en una situación de
crisis. Al principio de la discusión, la troika encargada de la política exterior defendió
la intervención militar para salvar al régimen de Kabul. Acordaron que «perder
Afganistán» como parte integrante de la esfera de influencia soviética habría sido
inaceptable, desde el punto de vista geopolítico e ideológico. Brezhnev se hallaba
ausente, descansando en su dacha. La tendencia intervencionista ganó fuerza
rápidamente.[125]
Al día siguiente, todo había cambiado: todo el apoyo a la intervención se había
evaporado literalmente de la noche a la mañana. Ustinov fue el primero en airear la

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verdad: el régimen de Kabul pretendía que las tropas soviéticas lucharan contra el
fundamentalismo islámico, peligro que habían creado los propios dirigentes afganos
con sus reformas radicales. Andropov arguyó que «no podemos sostener la
revolución en Afganistán sólo con la ayuda de las bayonetas, y además es algo que no
nos podemos permitir en absoluto». Gromiko salió con otro argumento: «Todo lo que
hemos hecho en los últimos años con tanto esfuerzo en términos de distensión de las
relaciones internacionales, de reducción de armamento, y muchas más cosas, todo
ello se vendría abajo. Naturalmente China se encontraría con un magnífico regalo.
Todos los países no alineados se pondrán en nuestra contra». El ministro de Asuntos
Exteriores recordó también al Politburó que la intervención militar habría provocado
la cancelación de la cumbre con Cárter en Viena y también la de la visita del
presidente francés, Giscard d’Estaing, prevista para finales de marzo.[126]
¿A qué se debió este cambio? Las nuevas informaciones, especialmente una
conversación telefónica entre Kosygin y Taraki, clarificaron la realidad existente en
Afganistán. Un factor aún más decisivo, sin embargo, debió de ser la intervención
personal de Brezhnev y la Posición de su asistente en materia de política exterior,
Alexandrov-Agentov.[127] Como dijo Gromiko, Brezhnev mantenía su apuesta por la
distensión. Su interés en firmar el acuerdo SALT con Estados Unidos y en evitar
cualquier cosa que pudiera complicar sus entrevistas con otros dirigentes occidentales
acabó teniendo un peso decisivo. Además, por naturaleza consideraba cualquier
intervención militar un arma que debía emplearse sólo como último recurso.
Brezhnev se presentó personalmente en el Politburó, que se hallaba en sesión
permanente desde hacía tres días, para oponerse a la intervención. Cuando Taraki
llegó a Moscú trasladado en un avión militar soviético, se le comunicó que los rusos
no desplegarían fuerzas en Afganistán. Los soviéticos prometieron nuevas ayudas al
ejército afgano y presionaron a Irán y Pakistán para que limitaran la penetración de
fuerzas radicales islámicas en territorio afgano. Tras escuchar la breve respuesta de
Taraki, Brezhnev se levantó y salió de la habitación, como dando a entender que el
asunto había concluido.[128]
La decisión de no intervenir, sin embargo, no parece que fuera definitiva. La
inicial postura intervencionista de la troika auguraba problemas en el futuro. No se
renunció al ilusorio proyecto de conducir a Afganistán «por la senda de la reforma
socialista». De hecho, Gromiko, Andropov, Ustinov y Ponomarev lo reafirmaron en
el memorándum que presentaron al Politburó poco después de que Taraki abandonara
Moscú. En consecuencia, las inversiones materiales soviéticas en el régimen de
Kabul aumentaron y el número de asesores soviéticos, sobre todo militares y del
KGB, ascendía, según ciertos cálculos, a cuatro mil.[129]
Todo ello se reveló fatal cuando se produjo la siguiente lucha por el poder en
Afganistán entre Taraki y Amin. La verdad es que el resultado habría sido previsible.
Hafizullah Amin era un líder mucho más astuto y eficaz, con unos atributos
personales y un estilo que recordaban mucho a los del dirigente iraquí Saddam

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Hussein. El modelo del papel de Amin era Iosif Stalin; se apoyó en la fuerza bruta
para construir el régimen y estaba dispuesto a asumir grandes riesgos con tal de
alcanzar sus ambiciosos objetivos. La energía demostrada a la hora de construir el
ejército afgano y de sofocar la revuelta en Herat le ganó las simpatías de los asesores
militares soviéticos. Brezhnev, sin embargo, estaba de parte de Taraki. A primeros de
septiembre de 1979, el primer ministro afgano hizo una parada en Moscú cuando
regresaba a su país después de una reunión de los países no alineados en La Habana.
Brezhnev y Andropov le dijeron que Amin planeaba dar un golpe de estado contra él
y que acababa de retirar a sus hombres de los puestos clave en los servicios de
seguridad. Hay buenas razones para creer que tras esta conversación, el KGB, junto
con la embajada soviética en Kabul, intentaron quitar de en medio a Amin, pero que
la conjura fracasó. Al margen de lo que pudiera ocurrir, Amin detuvo a Taraki y el 9
de octubre ordenó que lo estrangularan en su celda. A continuación, Amin expulsó al
embajador soviético.[130] De repente, el asesinato del favorito de Brezhnev implicó
personal y emocionalmente al secretario general en los asuntos de la revolución
afgana. Parece que Brezhnev dijo a Ustinov y a Andropov: «¿Qué clase de chusma es
ese Amin? ¡Ahorcar al hombre con el que participó en la revolución! ¿Quién lleva
ahora el timón de la revolución afgana? ¿Qué dirá la gente de los demás países?
¿Puede alguien confiar en las palabras de Brezhnev?». A partir de ese momento los
ánimos empezaron a decantarse a favor de la intervención militar y de la eliminación
de Amin. Se cuenta que Alexandrov-Agentov dijo a un funcionario del Departamento
Internacional que era necesario enviar tropas a Afganistán.[131]
La rápida escalada de la revolución en Irán a partir de enero de 1979, la
proclamación de la República Islámica de Irán el 31 de marzo de ese mismo año, y el
rápido crecimiento del apoyo iraní a los fundamentalistas rebeldes del sudoeste de
Afganistán probablemente contribuyeron a la revisión de la decisión de no intervenir.
Los dirigentes del Kremlin no podían saber que la revolución iraní iba a inaugurar
una nueva era de radicalización del islam que sobreviviría a la Guerra Fría y a la
Unión Soviética. Sospecharon y al principio exageraron burdamente la implicación
de los norteamericanos en el desarrollo del movimiento fundamentalista en
Afganistán. Ustinov, Andropov y Alexandrov-Agentov en particular empezaron a
pensar en Afganistán exclusivamente a la luz de la rivalidad de suma cero entre
soviéticos y norteamericanos.[132] La entrada de fuerzas estadounidenses en el golfo
Pérsico tras la captura de la embajada norteamericana por los radicales islámicos el 4
de noviembre de 1979, alarmó al estado mayor del ejército. El general Valentín
Varennikov recordaría más tarde que en aquellos momentos «nos preocupaba que si
Estados Unidos se veían obligados a salir de Irán, trasladaran sus bases a Pakistán y
se apoderaran de Afganistán». El ministro de defensa, Ustinov, planteó
supuestamente la siguiente pregunta: si los norteamericanos hacen todos estos
preparativos ante nuestras propias narices, ¿por qué íbamos nosotros a tener que
agachar la cabeza, actuar con cautela y perder Afganistán?[133] En estas

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circunstancias, los informes del KGB desde Kabul diciendo que Amin estaba
haciendo un doble juego y que se entrevistaba en secreto con los norteamericanos
resultaron especialmente inquietantes. La traición de Sadat unos cuantos años antes
había preparado el terreno para que proliferaran las sospechas.
La decisión soviética de eliminar a Amin y «salvar» Afganistán constituye un
caso notable de «pensamiento de grupo» al nivel más alto de la dirección de la URSS,
y sobre todo entre los miembros de la troika encargada de elaborar la política del
país. En un determinado momento, entre los meses de octubre y noviembre,
Andropov respaldó la postura de Ustinov y los dos empezaron a tramar la invasión.
Luego Gromiko y Alexandrov-Agentov dieron su consentimiento. Los protagonistas
mantuvieron los preparativos en el más absoluto secreto y a espaldas del resto del
Politburó y de los analistas de su propia plana mayor. Desde el punto de vista de la
troika, la tarea más importante era conseguir que Brezhnev se sumara a la trama. A
comienzos de diciembre de 1979, Andropov le presentó una serie de argumentos a
favor de la invasión. Según le decía en una carta: «Ahora no existe la menor garantía
de que Amin no se pase a Occidente para asegurarse su poder personal». La carta
proponía llevar a cabo un golpe de estado contra Amin y llevar al poder en Kabul a la
facción de revolucionarios afganos en el exilio.[134]
Recientes investigaciones han demostrado que los argumentos fundamentales de
Andropov acerca de la inminente traición de Amin se basaban en unas pruebas
sorprendentemente inconsistentes. Parece que el director del KGB desempeñó el
mismo papel que desempeñara en 1968 durante la crisis de Checoslovaquia: utilizó la
información y la desinformación para inducir a Brezhnev a decidirse por la
intervención. El 8 de diciembre, Andropov y Ustinov hablaron al secretario general
de la posibilidad del despliegue en Afganistán de misiles de corto alcance
norteamericanos cuyo objetivo habrían sido las instalaciones militares de la URSS en
Kazajstán y Siberia. Ustinov propuso aprovechar las reiteradas peticiones de tropas
soviéticas que había hecho Amin y enviar varias divisiones a Afganistán para
asegurar su relevo con tranquilidad. La intención original era retirar esas tropas
inmediatamente después de que se estableciera un nuevo régimen.[135]
Incluso en aquellos momentos la preocupación por las graves consecuencias de
todo aquello para la distensión habría podido una vez más vencer los argumentos a
favor de la intervención. Pero en esta ocasión ni Brezhnev ni Gromiko pusieron
objeciones. En el otoño de 1979, la distensión parecía estar cayendo en picado y a
punto de precipitarse al abismo. La pequeña dosis de buena voluntad generada por la
cumbre Brezhnev-Carter se había evaporado. Debido a la insistencia de varios
senadores demócratas, la Casa Blanca provocó una falsa alarma en torno a la
presencia de una brigada soviética en Cuba, acusación que había sido completamente
inventada. Este hecho contribuyó a intensificar en Moscú la sospecha de que en
Washington alguien había decidido desafiar a la Unión Soviética en toda regla.[136]

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La «gota que colmó el vaso» y que hizo que la balanza se decantara a favor de la
intervención fue la decisión de la OTAN de desplegar una nueva generación de armas
estratégicas nucleares —misiles Pershing y misiles de crucero— en Europa
Occidental. Esta decisión, tomada oficialmente en una reunión especial de los
ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de los países de la OTAN en Bruselas
el 12 de diciembre, había sido pronosticada por los analistas soviéticos unos días
antes. Dio validez a los argumentos de Ustinov y Andropov quienes, en su reunión
con Brezhnev, el 8 de diciembre, subrayaron que el problema de Afganistán se había
convertido en un elemento más de una situación de empeoramiento estratégico y que
los misiles de corto alcance norteamericanos podían ser desplegados también en ese
país.[137]
La cúpula del ejército soviético fue el último grupo que intentó expresar sus
objeciones a la intervención prevista. El jefe del alto estado mayor, el mariscal
Nikolai Ogarkov, expresó sus reservas y las de sus colegas ante Brezhnev y la troika
en una conversación informal antes de la sesión del Politburó acerca de Afganistán
celebrada el 10 de diciembre. Citó los peligros que habría supuesto para las tropas
soviéticas verse atascadas en unas condiciones arduas y con las que no estaban
familiarizadas, y recordó a los dirigentes políticos que los temores de las actividades
hostiles de los norteamericanos en la región eran imaginarios. En vez de discutir las
preocupaciones de Ogarkov, Ustinov, cuyas relaciones con el mariscal eran tensas, le
dijo que se callara y que obedeciera a sus superiores. Unos minutos después, en la
sesión del Politburó, Ogarkov intentó de nuevo advertir a los presentes de las serias
consecuencias que podía tener la invasión. «Alinearíamos a todo el mundo islámico
de Oriente contra nosotros y sufriríamos un deterioro político en todo el mundo».
Andropov lo cortó: «¡Céntrese en los asuntos militares! ¡Déjenos a nosotros la
elaboración de la política, al partido y a Leonid Ilich!». Ese día, el Politburó no tomó
ninguna decisión. Dos días después, el 12 de diciembre, Andropov, Ustinov y
Gromiko se enteraron de que la OTAN había decidido desplegar misiles Pershing y
misiles de crucero en Europa. Esta vez el Politburó aprobó el plan de Ustinov-
Andropov de «salvar» Afganistán mediante la combinación de un golpe de estado y
la intervención militar. Brezhnev, muy débil, pero visiblemente emocionado, estampó
su firma en la decisión que daba vía libre a la intervención.[138]
La burda incompetencia con la que los soviéticos llevaron a cabo la invasión hizo
que resultara inútil el pretexto oficial presentado por Moscú en el sentido de que el
propio gobierno de Kabul había pedido a la Unión Soviética que lo defendiera. La
torpeza del KGB agravó además el problema. Al principio, unos agentes soviéticos
intentaron envenenar a Amin, pero como el veneno no surtió efecto, unos comandos
asaltaron su palacio, provocando un verdadero baño de sangre. La airada reacción de
Estados Unidos y de la comunidad internacional ante aquel sangriento golpe hizo que
se viniera abajo todo el edificio de la distensión de las superpotencias. Existen
pruebas de que Brezhnev tomó como algo personal el desmantelamiento de la

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distensión por Washington y que apenas supo entender que la intervención en
Afganistán había sido un gran error. Su consejero de política exterior recordaría más
tarde que el secretario general se lamentó en una ocasión ante Andropov y Ustinov:
«¡Vosotros me habéis metido en este lío!».[139]
La carrera de Brezhnev como estadista había llegado a su fin; a un final muy
triste. Cherniaev anotó en su diario: «No creo que nunca en la historia de Rusia, ni
siquiera con Stalin, haya habido un período en el que se emprendieran unas acciones
tan importantes sin el menor rastro de discusión, asesoramiento o deliberación.
Entramos en un período peligrosísimo en el que el círculo de los gobernantes no
puede apreciar plenamente qué es lo que está haciendo y por qué».[140] Cherniaev y
otros funcionarios «ilustrados» esperaban que se produjera un milagro que ayudara a
la Unión Soviética a superar aquella peligrosa situación.

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9

La salida de la vieja guardia, 1980-1987

El cupo de intervenciones en el extranjero se ha agotado.

ANDROPOV,
otoño de 1980

A comienzos de los años ochenta la historia de la confrontación entre las


superpotencias parecía repetirse. La vertiginosa carrera armamentística, las batallas
encubiertas entre los servicios secretos por todo el mundo y la feroz guerra
psicológica hacían que la situación se pareciera a la vivida durante los últimos años
de gobierno de Stalin. La administración Reagan pretendía que el imperio soviético
se replegara, lo mismo que habían buscado los gobiernos de Truman y Eisenhower a
comienzos de los años cincuenta. En Occidente algunos presagiaban que se entraba
en un decenio peligroso y que «la Unión Soviética se atrevería a empezar una guerra
nuclear si sus líderes consideran que la integridad del imperio está en peligro».[1]
El presente capítulo se centra principalmente en el comportamiento del Kremlin
ante la perspectiva de un aumento de las confrontaciones. Los últimos años de
gobierno de Brezhnev y los dos siguientes de interregno bajo la autoridad de Yuri
Andropov y Konstantin Chernenko constituyeron un período de deterioro de los
cimientos Políticos y financieros del poder soviético. Los analistas occidentales,
incluidos los de la CIA, sospechaban que la economía soviética atravesaba
dificultades y que la influencia soviética en Europa Central se debilitaba. Pero no
imaginaban hasta qué punto eso era así. El movimiento Solidaridad surgido en
Polonia en 1980 y 1981 y la creciente dependencia que tenían otros países del Pacto
de Varsovia del poder económico y financiero de los estados capitalistas occidentales
socavaban el imperio erigido por Stalin. Los líderes del Kremlin carecían de la
voluntad política y la iniciativa necesarias para detener la erosión del poder soviético.
Entre 1981 y 1985 las autoridades de Moscú no contemplaron en ningún momento
algo que se pareciera a unos preparativos para enfrentarse definitivamente con
Occidente.[2]

POLONIA: LA QUIEBRA DE UNA PIEDRA ANGULAR

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En agosto de 1980 las huelgas laborales en Gdansk dieron lugar a una crisis del
régimen comunista polaco. El vertiginoso éxito de Solidaridad, en especial la
impresionante coordinación y eficiencia de ese movimiento democrático
aparentemente caótico, llevó a los dirigentes del Kremlin y a algunos asesores a
sospechar de la existencia de una «mano oculta», tal vez una «clandestinidad»
perfectamente entrenada que recibiera subvenciones desde el extranjero y estuviera
dirigiendo la revolución. Y lo peor desde la perspectiva soviética era las
numerosísimas muestras internacionales de apoyo que recibían esas «fuerzas
antisocialistas». Los informes del KGB hablaban de los lazos existentes entre
Solidaridad, la Iglesia católica de Polonia, el Vaticano y las organizaciones de
emigrados polacos que había en Estados Unidos. Zbigniew Brzezinski y el papa Juan
Pablo II aparecían citados como los instigadores más peligrosos de los
acontecimientos de Polonia.[3]
La revolución polaca se desbordó, tanto desde el punto de vista político como
psicológico, hasta llegar a las tierras fronterizas de la propia Unión Soviética. En
1981 el KGB informaba sobre huelgas masivas en ciertas plantas industriales y
fábricas en las repúblicas bálticas, especialmente en Letonia, que estaban
influenciadas por el movimiento de los trabajadores polacos.[4] En la primavera de
1981 Yuri Andropov, del KGB, comunicaba al Politburó que «los acontecimientos de
Polonia están influyendo en la situación actual de las provincias occidentales de
nuestro país, sobre todo en Bielorrusia». Las autoridades soviéticas decidieron dejar
caer un nuevo telón de acero en sus fronteras con Polonia, cerrando cualquier forma
de turismo, los programas estudiantiles y los intercambios culturales con ese país
«hermano». Se suspendieron las suscripciones a los periódicos y revistas de Polonia y
se cortaron las emisiones de las radios polacas.[5]
Muchos ciudadanos soviéticos y de todo el mundo aguardaban llenos de tensión
la siguiente respuesta del Kremlin al movimiento Solidaridad. Diversos expertos en
política exterior del Comité Central en Moscú y varios miembros del Consejo
Nacional de Seguridad en Washington temían que se desencadenara una reacción que
les era familiar: una invasión soviética, como la de Checoslovaquia en 1968. Leonid
Brezhnev, sin embargo, no estaba preparado para dar un paso semejante. Incluso en
su senilidad, el secretario general, cada vez más distanciado e irritado, no quería dar
su consentimiento a una nueva operación militar, y menos aún si iba dirigida contra
los polacos.[6]
La determinación de Brezhnev de no intervenir en Polonia sólo la conocían los
miembros de un círculo muy reducido. Por aquel entonces, el secretario general
estaba prácticamente desaparecido del Kremlin y se había convertido en una especie
de recluso en su dacha oficial. En su ausencia, la troika formada por Andropov,
Ustinov y Gromiko monopolizaba todas las cuestiones relativas a la seguridad del
estado. Mijail Suslov también desempeñaría un papel importante y notorio: fue
nombrado presidente de la comisión especial para la crisis de Polonia creada por el

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Politburó. De todos ellos, el ministro de Defensa, Dmitri Ustinov, era el que más
razones tenía para insistir en una intervención militar: era necesario asegurar Polonia
porque constituía un nexo crucial entre el Grupo de Fuerzas Soviéticas presente en
Alemania y la URSS. El Pacto de Varsovia no tenía sentido sin Polonia; de hecho, su
cuartel general se encontraba cerca de la ciudad polaca de Legnice. Hubo varias
ocasiones en las que los subordinados de Ustinov, principalmente el mariscal Viktor
Kulikov, comandante en jefe de las fuerzas conjuntas del Pacto de Varsovia,
exigieron que «se salvara» Polonia a cualquier precio.[7]
El presidente del KGB, Yuri Andropov, era una figura importantísima en el
círculo de toma de decisiones del Politburó. Había defendido con vehemencia que la
Unión Soviética invadiera Hungría, Checoslovaquia y Afganistán. Sin embargo, en el
otoño de 1980 realizaría el siguiente comentario a uno de sus subordinados de
confianza: «El cupo de intervenciones en el extranjero se ha agotado».[8] Andropov
ya había empezado a posicionarse como probable sucesor de Brezhnev y se daba
cuenta de que otra intervención militar podría resultar desastrosa para su carrera. La
invasión de Polonia habría acabado con cualquier posibilidad de distensión en
Europa, que ya estaba pendiente de un hilo a raíz de la intervención en Afganistán.
Incluso habría podido significar el colapso de todo el proceso de Helsinki, el mayor
logro del estado soviético en la década de los setenta.
Hasta Suslov llegaría a la conclusión de que era preferible aceptar a unos cuantos
socialdemócratas en el gobierno comunista polaco que recurrir a una intervención
militar.[9] Sin embargo, esto no significaba que el Kremlin renunciara a Polonia. El
Politburó empezó a decantarse por «el escenario Pilsudski», esto es, por una
dictadura nacionalista-militarista similar al régimen establecido por Josef Pilsudski en
los años veinte. Entre los candidatos a convertirse en un «Pilsudski del comunismo»
figuraban el primer secretario polaco, Stanislaw Kania, y el jefe de las fuerzas
armadas de Polonia, el general Wojciech Jaruzelski. En diciembre de 1980 Brezhnev
diría a Kania las siguientes palabras de un guión ya preparado: «Si vemos que van a
derrocarte, entonces entraremos». Toda la reunión que mantuvieron tenía por objetivo
intimidar a Kania con la perspectiva de una invasión soviética, para obligarlo a tomar
medidas drásticas contra el movimiento Solidaridad.[10] Pero el líder del partido
polaco carecía de la determinación y el temperamento necesarios para llevar a cabo el
golpe de estado que le proponían. Leonid Zamiatin, alto funcionario de la propaganda
soviética, regresó de Varsovia con la impresión de que el líder del partido polaco
sufría un agotamiento nervioso que lo había llevado a buscar refugio en la bebida.[11]
Así pues, la manera de obligar a las autoridades polacas a entrar en acción consistía
en hacer creer a Kania y a todo su séquito que la invasión soviética era inminente.
Para que el plan surtiera efecto, se organizó —coincidiendo con la reunión— un
ejercicio militar a gran escala de los ejércitos del Pacto de Varsovia en suelo polaco y
junto a las fronteras del país. Fue una copia exacta de las acciones llevadas a cabo por
los soviéticos en Checoslovaquia antes de que el Kremlin ordenara su invasión.[12]

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Doce años antes el objeto de las presiones había sido Alexander Dubcek. Ahora
era el turno de Kania. En marzo de 1981 Kania y Jaruzelski volvieron a visitar
Moscú, y Ustinov puso como un trapo al líder del partido polaco, al que trató como si
fuera un crío. «Camarada Kania», dijo levantando la voz, «¡se nos ha agotado la
paciencia! Hay gente en Polonia en la que podemos confiar. ¡Os damos dos semanas
de plazo para que restauréis el orden en vuestro país!»[13] Poco después de que la
delegación de Polonia abandonara Moscú, las fuerzas del Pacto de Varsovia y el KGB
empezaron una campaña a gran escala para intimidar a los polacos en la que no
faltaron diversos ejercicios militares que se prolongaron durante tres semanas. La
amenaza de Ustinov, sin embargo, fue en vano: los líderes del Kremlin no planeaban
ninguna invasión.[14]
Durante el verano de 1981 los soviéticos hicieron todo lo posible por encontrar y
organizar unas «fuerzas saludables» dentro del Partido Comunista de Polonia que
pudieran ejercer todavía más presión sobre Kania y Jaruzelski. Lo que hallaron los
descorazonó: los comunistas partidarios de una línea dura eran una raza en extinción
en Polonia, y habían sido reemplazados por individuos cultos de mentalidad
reformista, como, por ejemplo, el periodista Mieczyslaw Rakowski, al que muchos en
el Kremlin consideraban un peligroso «revisionista de derechas». Los líderes
comunistas de la RDA, Hungría y Checoslovaquia, y especialmente el líder rumano,
Nicolae Ceaucescu, estaban todavía más preocupados por el desarrollo de los
acontecimientos. Durante su encuentro con Brezhnev en la residencia estival del líder
soviético en Crimea, todos ellos empezaron a exigir una intervención militar en
Polonia. Sin embargo, Brezhnev fue inflexible en su negativa.[15]
Brezhnev seguía creyendo que podría resucitar el proceso de distensión en Europa
y detestaba la idea de una invasión de Polonia. Además, la dimensión económica que
podía adquirir la crisis polaca era un verdadero freno tanto para él como para los
demás líderes soviéticos. Luchar contra los polacos sería desastroso, pero los costes
económicos de una invasión y una ocupación serían igualmente funestos. En agosto
de 1981 Cherniaev escribiría en su diario la siguiente reflexión: «La postura de
Brezhnev es la más sensata e inteligente. Es bien simple: no podemos permitirnos que
Polonia siga dependiendo económicamente de nosotros».[16] En efecto, el Kremlin no
disponía de un exceso de recursos que le permitieran sufragar un número cada vez
mayor de compromisos. En los años ochenta la Unión Soviética ayudaba o mantenía
a sesenta y nueve países satélites y clientes en el mundo. A partir de mediados de los
sesenta, más de una cuarta parte del PIB de la URSS sería utilizada todos los años
para financiar el desarrollo militar. De manera rutinaria, el régimen tapaba los
agujeros de los presupuestos tomando prestados los ahorros de los ciudadanos y con
la venta de vodka, amasando en secreto un déficit presupuestario. Otra fuente
principal de ingresos la ofrecían las exportaciones de petróleo y gas: entre 1971 y
1980 la Unión Soviética aumentó su producción de petróleo y de gas multiplicándola
siete y ocho veces respectivamente, una proporción igualada por el número cada vez

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mayor de envíos de petróleo y gas subvencionados a los países del Pacto de Varsovia.
[17] A partir de 1974, cuando el precio del petróleo se cuadruplicó, Moscú se vio

obligada a doblar el precio del petróleo soviético que suministraba a sus aliados del
Pacto de Varsovia, compensando a esos países con préstamos a diez años a bajo
interés. Para el bien de la economía soviética era necesario reducir esas ayudas tan
generosas a los regímenes de Europa Central, pero para el bien del «imperio
socialista» y el compromiso del bloque era imprescindible, en cambio, que esas
ayudas no sólo continuaran, sino que aumentaran.[18]
Las sanciones económicas impuestas a la URSS por el presidente norteamericano
Jimmy Cárter a raíz de la invasión de Afganistán exacerbaron las tensiones
económicas que se vivían en el bloque soviético. Las autoridades soviéticas ya no
podían obligar a sus regímenes clientes centroeuropeos a compartir las cargas
económicas de la nueva Guerra Fría. En una reunión celebrada en Moscú en febrero
de 1980, los secretarios del partido de esos países comunicaron a sus camaradas del
Kremlin que no podían hacer frente a una reducción de las relaciones económicas y
comerciales con Occidente. La dependencia económica de los estados miembros del
Pacto de Varsovia respecto de los integrados en la OTAN, problema que hasta
entonces sólo había tenido la RDA, afectaba ahora también a Checoslovaquia,
Hungría, Rumanía y Bulgaria.[19] En esencia, los aliados comunistas dijeron a Moscú
que tendría que ser tarea exclusiva de la URSS tapar los agujeros de la «comunidad
socialista».
La crisis de Polonia puso tristemente de manifiesto la precaria posición de la
Unión Soviética como única fuente económica y financiera al servicio del bloque
oriental. A partir de agosto de 1980, y durante todo un año, los soviéticos inyectaron
cuatro mil millones de dólares a Polonia, sin conseguir resultados visibles. La
economía del país siguió decayendo, y el sentimiento antisoviético de su población
siguió creciendo. Mientras tanto, continuaba la escasez de alimentos en la URSS, e
incluso empeoraba. La agricultura soviética, pese a las colosales inversiones del
estado, atravesaba momentos difíciles, y el sistema centralizado de distribución de
alimentos se había convertido en un cuello de botella. Productos que eran objeto de
importantes subvenciones, como el pan, la mantequilla, el aceite y la carne,
comenzaron a desaparecer de las tiendas para ir a parar a los florecientes «mercados
negros» donde eran vendidos a precios hinchados. Las colas para comprar comida
eran cada vez más largas, incluso en la privilegiada capital soviética. Ante semejante
situación, el Kremlin al final tuvo que pasar la vergüenza de permitir la entrada de
ayudas a gran escala procedentes de Occidente para que los polacos no murieran de
hambre. En noviembre de 1980 Brezhnev informaba a los líderes de la RDA,
Checoslovaquia, Hungría y Bulgaria que la URSS iba a tener que cortar los
suministros de petróleo a esos países, «con el fin de proceder a su venta en el
mercado capitalista y utilizar las divisas fuertes obtenidas con las transacciones» para
ayudar al régimen polaco.[20] Resultaba evidente que en el caso de que las fuerzas del

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Pacto de Varsovia invadieran Polonia, la URSS habría tenido que correr con los
gastos de la ocupación. Y nadie podía predecir cuáles serían las consecuencias de las
sanciones económicas que Occidente habría impuesto a los miembros del
COMECON.
El 18 de octubre el primer ministro polaco, el general Wojciech Jaruzelski,
sustituyó a Kania como líder del partido. Jaruzelski encarnaba la última esperanza de
Moscú. Al contrario de la imagen hostil que se daba de él en Occidente y en la propia
Polonia, Jaruzelski no era un robot obediente en manos de los soviéticos. Tras ser
deportado a Siberia por el NKVD después de la partición de Polonia en 1939, se
convirtió en oficial del ejército polaco financiado por los soviéticos e intervino en la
Segunda Guerra Mundial. Hablaba ruso con fluidez, y durante toda su vida había
creído que la seguridad desempeñaba un papel fundamental en el futuro de Polonia.
También estaba convencido de que sólo la Unión Soviética podía garantizar la
integridad territorial de su país. Durante meses, Jaruzelski se negó a imponer la ley
marcial, resistiendo a las presiones soviéticas. En noviembre de 1981, sin embargo,
tuvo que ceder: Polonia estaba tambaleándose al borde de una grave crisis
económica, con la perspectiva de un durísimo invierno sin suficientes alimentos ni
combustible. Al mismo tiempo, los líderes moderados de Solidaridad empezaban a
perder terreno ante otros grupos más radicales e impacientes que exigían el fin del
régimen del Partido Comunista en Polonia. Jaruzelski comenzó a preparar en secreto
un golpe de estado. No obstante, tenía al Kremlin en suspenso. Tras una reunión de
última hora con el líder polaco, Nikolai Baibakov comunicaría al Politburó que el
general se había transformado en un individuo neurótico, «inseguro de su capacidad
de reacción». Jaruzelski advirtió repetidas veces a Moscú de que la Iglesia católica de
Polonia y Solidaridad podría unir sus fuerzas y «declarar una guerra santa contra las
autoridades polacas». El general acabó pidiendo una ayuda económica urgente y
poder disponer de soldados soviéticos como refuerzo de la policía y el ejército
polacos.[21] Intentaba devolver la pelota a sus extorsionistas del Kremlin.
En una reunión de emergencia del Politburó, Andropov tomó la palabra. El jefe
del KGB advirtió de que Jaruzelski quería «echar la culpa de todo» a la Unión
Soviética. Dijo con firmeza que la URSS no podía permitirse llevar a cabo una
intervención militar bajo ninguna circunstancia, ni siquiera si el movimiento
Solidaridad se hacia con el poder. «Debemos preocuparnos ante todo de nuestro
propio país y de reforzar la Unión Soviética», concluyó el orador. «Ese es nuestro
principio supremo». Andropov sabía que sobre Moscú y Leningrado también se
cernía la amenaza de escasez de alimentos, y estaba sumamente preocupado por la
estabilidad nacional. La revuelta de los trabajadores polacos hacía que se preguntara
si los trabajadores rusos iban a seguir teniendo siempre paciencia.[22]
El jefe del KGB estuvo a punto no sólo de rechazar la llamada «doctrina de
Brezhnev», sino también de revisar la versión expansiva del paradigma
revolucionario-imperial en la que el Kremlin se había inspirado. Matthew Ouimet

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llegó acertadamente a la conclusión de que la crisis del movimiento polaco
Solidaridad «dejó la doctrina de Brezhnev de soberanía limitada» tan tocada como el
hombre que le había dado su nombre. Uno y otra se habían convertido en maniquíes
de cartón apuntalados por un poder imperial que se desvanecía; un poder desesperado
por preservar su papel en los asuntos internacionales… Aunque todavía ignoraba el
alcance de su gesta, «el pueblo polaco había obligado al coloso soviético a emprender
una retirada imperial de la que nunca iba a reponerse».[23]
La imposición de la ley marcial el 13 de diciembre de 1981 por parte de
Jaruzelski acabó con el desafío inminente al Pacto de Varsovia. Pero la crisis de
Polonia no había acabado; era sintomática de la creciente crisis estructural que sufría
todo el bloque. El precio que iba a pagarse por tener a Polonia bajo control seguiría
siendo muy alto. Pese a las reticencias de los soviéticos, Jaruzelski recibió en 1981
ayudas económicas por valor de mil quinientos millones de dólares. Grandes
cantidades de trigo, mantequilla y carne fueron a parar a Polonia, donde rápidamente
se agotaron, como un goteo constante en un pozo sin fondo. Las industrias polacas
también recibieron las materias primas que tanto necesitaban, como, por ejemplo,
hierro, metales no ferrosos, neumáticos y, lo más importante, petróleo soviético.[24]
La crisis de Polonia fue la más severa de una serie de gravísimas crisis a las que
tuvo que hacer frente el Kremlin a comienzos de los ochenta. Por primera vez desde
el inicio de la política de distensión y la invasión soviética de Checoslovaquia, los
líderes rusos se dieron cuenta claramente de los límites del poder soviético, incluso
en las zonas adyacentes a las fronteras de la URSS. Pese a su senilidad, la vieja
guardia del Kremlin pareció decantarse por llevar a cabo una reconsideración
fundamental de los intereses de la seguridad soviética y la política exterior. Sin
embargo, esos hombres no darían un paso definitivo en esa dirección. Miraban hacia
atrás, no hacia delante, en busca de soluciones.

EL POLITBURÓ Y REAGAN

Los debates secretos sobre Polonia que se desarrollaban en el Kremlin coincidieron


con otra dolorosa cuestión: cómo afrontar la actitud provocadora y beligerante que
mostraba la administración Reagan con la Unión Soviética. Reagan estaba
perfectamente al corriente a través del coronel Ryszard Kuklinski, un espía
estadounidense infiltrado en el alto mando militar del Pacto de Varsovia, de las
presiones que ejercía la Unión Soviética en Polonia. Tomaba la imposición de la ley
marcial como un insulto a su persona.[25] Estaba firmemente determinado a castigar a
la URSS todo lo que pudiera y a maximizar los problemas económicos de los rusos.
A partir de diciembre de 1981 instó a los países de Europa Occidental a imponer un
embargo a la construcción del oleoducto transcontinental, el «Urengoi-Europa
Occidental», proyecto de gran importancia para aumentar en el futuro los ingresos
obtenidos por la URSS con la exportación de petróleo. Al final, ni Francia ni

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Alemania Occidental apoyaron las sanciones de Estados Unidos y, como comentaría
un especialista ruso, «Reagan perdió el primer asalto en su combate contra la URSS».
La construcción del oleoducto, sin embargo, se vio retrasada durante unos cuantos
años debido a una serie de dificultades. Simultáneamente, el director de la CIA,
William Casey, y el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, aprobaron la puesta en
marcha de unas operaciones secretas sumamente provocadoras, como, por ejemplo,
ejercicios militares cerca de las fronteras de la URSS y las bases navales soviéticas
con la finalidad de ejercer mayor presión sobre el Kremlin. La administración Reagan
presionó también a Arabia Saudí y los países de la OPEP para que bajaran
drásticamente el precio del petróleo en el mundo. Todas estas revelaciones de los
partidarios de la línea dura del gobierno estadounidense, a pesar de su tendencia a la
exageración, ponen de manifiesto que la presión de los norteamericanos sobre los
soviéticos por aquel entonces se situaba a los mismos niveles que la ejercida en la
década de los cincuenta.[26]
Para Andropov. Las acciones de la administración Reagan empezaban a constituir
un modelo execrable. En lo que podemos considerar un reflejo de los temores de los
norteamericanos por aquel entonces, el jefe del KGB empezó a advertir de que «el
gobierno de Washington está intentando llevar todo el proceso de relaciones
internacionales por un camino sumamente peligroso que intensifica el peligro de una
guerra».[27] En mayo de 1981, Andropov invitó a Brezhnev a una sesión cerrada de
funcionarios y oficiales del KGB y, en su presencia, comunicó a la sorprendida
audiencia que Estados Unidos se estaba preparando para un ataque nuclear por
sorpresa contra la URSS. Dijo que a partir de ese momento debía crearse un nuevo
sistema estratégico de alarma, basado en la cooperación del KGB y el GRU (los
servicios de inteligencia militar soviéticos). La nueva operación de inteligencia fue
bautizada con el nombre de RYAN (siglas de raketno-yademoye napadeniie, esto es,
«ataque de misiles nucleares» en ruso). Los escépticos profesionales de los servicios
de inteligencia pensaron equivocadamente que esa idea absurda venía de Ustinov y el
ejército. Desde los años setenta los militares ya no barajaban la posibilidad de que se
produjera un ataque eventual por sorpresa de los norteamericanos contra la URSS. El
mariscal Sergei Ajromeyev recordaría más tarde que consideró que la situación era
«difícil, pero no crítica». De hecho, la operación RYAN fue idea de Andropov
exclusivamente. Receloso hasta el punto de resultar algo neurótico, el jefe del KGB
tenía viejas visiones de «Barbarroja» y el regreso a los primeros años de la Guerra
Fría.[28]
Andropov esperaba poder estimular a la burocracia y la sociedad soviéticas, que
estaban anquilosadas. Brezhnev, sin embargo, era contrario a medidas radicales. El
secretario general seguía recitando el mantra de la distensión con la esperanza de que
tarde o temprano los norteamericanos decidieran corresponder del mismo modo.
Muchos miembros del Politburó confiaban en que Reagan regresara al terreno
«realista» de la cooperación con la Unión Soviética. Con la esperanza de cambiar la

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opinión pública de Occidente mediante gestos simbólicos, Brezhnev pronunció un
discurso en junio de 1982, renunciando a ser el primero en utilizar armas nucleares.
Poco después, Ustinov declararía públicamente que la Unión Soviética «no cuenta
con alcanzar la victoria en una guerra nuclear».[29] Esto significaba un alejamiento de
facto de la doctrina de ofensiva militar de los años sesenta.

El 10 de noviembre de 1982 Leonid Brezhnev falleció mientras dormía.


Prácticamente de inmediato, el Politburó anunció que Yuri Andropov, de 68 años, era
el nuevo líder soviético. Por primera vez las autoridades del Kremlin consiguieron
evitar las intrigas y las luchas de poder características de las anteriores sucesiones. La
tensión de la Guerra Fría seguramente influyera en ello, aunque también estaba el
hecho de que el jefe del KGB contaba con todo el apoyo de Ustinov y Gromiko.
Trágicamente para Andropov, por aquel entonces ya se hallaba en la fase terminal de
una enfermedad renal irreversible.
Andropov recelaba constantemente de Reagan. Cuando el presidente
norteamericano envió una carta escrita de su puño y letra a Brezhnev en la que
proponía entablar conversaciones sobre el desarme nuclear, Andropov y otros
miembros de la troika dirigente del Kremlin calificaron ese gesto de farsa. Mientras
tanto las relaciones entre los dos países volvían a caer a su punto más bajo. El 8 de
marzo de 1983 el presidente estadounidense habló de la Unión Soviética calificándola
de «imperio del mal», rompiendo así con el discurso de las anteriores
administraciones que, al menos públicamente, habían evitado poner en tela de juicio
la legitimidad del régimen soviético. El 23 de marzo Reagan dejó caer otro bombazo,
anunciando la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI en inglés), con el objetivo de
hacer que todas las armas nucleares fueran «inefectivas y obsoletas». En opinión del
ejército soviético y los líderes del Kremlin, era una amenaza neutralizar todos los
misiles balísticos de la URSS, haciendo que la Unión Soviética fuera vulnerable a un
primer ataque de los norteamericanos. Además del discurso de Reagan sobre «el
imperio del mal» y de la Iniciativa de Defensa Estratégica, las actividades militares y
de espionaje de Estados Unidos en todo el mundo aumentaban también la sensación
de inseguridad que tenía Andropov. Durante los meses de abril y mayo de 1983 la
flota del Pacífico de Estados Unidos sondeó en el curso de unos ejercicios a gran
escala las posibles lagunas existentes en la vigilancia oceánica y los sistemas de
alarma de la URSS. Los norteamericanos también realizaron simulaciones de asalto a
submarinos estratégicos soviéticos con misiles nucleares a bordo. El Kremlin
respondió con una intensa serie de ejercicios militares globales, incluyendo, por
primera vez, un ensayo general de movilización e interacción con fuerzas nucleares
estratégicas. Con ese telón de fondo, la operación RYAN siguió adelante a lo largo de
todo el año de 1983; a los agentes del KGB en el extranjero les fue encomendada «la
misión permanente de descubrir cualquier preparativo de la OTAN destinado a lanzar
un ataque contra la URSS con misiles nucleares».[30]

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Con la perspectiva del tiempo transcurrido, algunos veteranos de la
administración Reagan considerarían que esa situación fue el origen de los cambios
que experimentó posteriormente la postura de los soviéticos. Robert Gates, de la
CLA, cree que «la Iniciativa de Defensa Estratégica tuvo un impacto significativo en
los líderes políticos y militares soviéticos» al ser presentada bajo la perspectiva de
«una nueva carrera armamentística increíblemente costosa en un terreno en el que la
URSS difícilmente podía esperar competir con eficacia». Gates es de la opinión de
que «la idea de la SDI» convenció «incluso a algunos de los miembros conservadores
del gobierno soviético de que era necesario llevar a cabo cambios internos
importantes en la URSS».[31] En realidad, la respuesta soviética fue mucho más
ambigua. No había la sensación de catástrofe inminente en los círculos políticos y
militares. Un panel de científicos y expertos en negociaciones para el control de
armas, encabezado por el físico Evgeni Velijov, llegó a la conclusión de que la
Iniciativa de Defensa Estratégica de Reagan probablemente no requiriera tomar
contramedidas inmediatas. Pero dicha conclusión no pondría punto final al debate. El
ejército soviético se dio cuenta de que, a la larga, la SDI podría fomentar el desarrollo
de nuevas tecnologías militares. Ustinov puso muchísimo interés en el problema de la
SDI. Junto con el presidente de la Academia de las Ciencias, Anatoli Alexandrov,
comenzó a planificar una operación a largo plazo que diera respuesta a la iniciativa de
Reagan. Diversas personalidades del complejo industrial militar ruso, entre ellas el
académico Gersh Budkery el ingeniero de misiles Vladimir Chelomei, presentaron
propuestas de una versión soviética de la SDI.[32]
La administración Reagan vendió la SDI al Congreso aduciendo que en un par de
años la iniciativa obligaría a los soviéticos a entablar conversaciones sobre desarme
nuclear supeditadas a las condiciones impuestas por los norteamericanos. Al
principio, sin embargo, sucedería todo lo contrario. Andropov, que apenas llevaba
unos días en el cargo, emprendió una campaña contra la corrupción, en pro de la
restauración de la disciplina y la vigilancia patriótica.[33] Además, de manera
ominosa, lanzó «una última advertencia» a los que desde la Unión Soviética «hacían
consciente o inconscientemente de portavoz de los intereses extranjeros, difundiendo
todo tipo de habladurías y rumores». Como había sido habitual en el pasado, la
política de mano dura y vigilancia suscitó entre las élites y la opinión pública un
aplauso general. Mijail Gorbachov, que más tarde expresaría su desacuerdo con la
línea dura de Andropov, la apoyó apasionadamente en 1983. Los militares, los
oficiales del KGB y buena parte del cuerpo diplomático soviético elogiaron la
campaña de Andropov. Años después, un sector considerable de la población rusa, tal
vez incluso una mayoría, seguiría recordando a Andropov con respeto y nostalgia.[34]
La gran desconfianza que sentía Andropov hacia la persona de Reagan fue
haciéndose cada día más fuerte, reforzada por un mar de sentimientos (desprecio,
animosidad y un cierto temor). Anatoli Drobrinin oyó al líder soviético decir lo
siguiente: «Reagan es impredecible. Cabe esperar cualquier cosa de él». El 11 de

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julio de 1983 el presidente norteamericano envió un mensaje personal escrito de su
puño y letra a Andropov. Le aseguraba que el gobierno y el pueblo de Estados Unidos
estaban dedicados al «desarrollo de la paz» y «la eliminación de la amenaza nuclear».
Reagan acababa diciendo que «históricamente nuestros predecesores han hecho
grandes progresos cuando las comunicaciones han sido privadas y francas. Si usted
desea que nos comuniquemos así, por mi parte estoy plenamente dispuesto». En su
círculo más íntimo, el secretario general de la URSS interpretaría esa oferta como
«un engaño y un deseo de desorientar al gobierno soviético». Andropov respondió
con una carta formal y educada en la que se hacía caso omiso de la proposición de
Reagan.[35]
Cuanta más presión ejercía Washington, más firmemente unido se mantenía el
Politburó. La guerra psicológica llegó a su momento culminante en septiembre de
1983 con el caso del vuelo KAL-007. Cuando el 1 de ese mes un Boeing-747 de las
líneas aéreas coreanas se desvió de su rumbo y sobrevoló las islas Kuriles, parte
importantísima del perímetro de defensa soviético, el alto mando de la defensa aérea
de la URSS fue presa de los nervios y lo confundió con un avión espía
norteamericano, ordenando a los cazas soviéticos su destrucción. Mal aconsejado por
Ustinov y el ejército, que le prometieron que los «americanos no se enterarían nunca
de lo ocurrido», Andropov, que ya estaba hospitalizado debido a sus fallos renales,
decidió negar públicamente el trágico suceso. Reagan y su secretario de Estado,
George Shultz, sintieron verdadera consternación por el número de víctimas y las
mentiras del Kremlin. Pero en la CIA, el Pentágono y los medios de comunicación,
muchos estaban firmemente determinados a apuntarse una victoria propagandística
sobre el «imperio del mal». La reiterada negación de la verdad les brindaba una
oportunidad única de desenmascarar a los soviéticos y presentarlos como asesinos
insensibles de civiles inocentes ante todo el mundo.[36]
La campaña de odio contra la Unión Soviética orquestada por la administración
Reagan supuso la gota que colmaba el vaso para Andropov, entonces ya moribundo y
amargado. El 29 de septiembre Pravda publicaba su «mensaje de despedida» a las
relaciones soviético-norteamericanas. Andropov comunicaba al pueblo ruso que la
administración Reagan había tomado un camino peligroso «para garantizar a Estados
Unidos de América una posición hegemónica en el mundo». Calificaba el incidente
con el vuelo coreano de «sofisticada provocación orquestada por los servicios
especiales de Estados Unidos», y responsabilizaba personalmente a Reagan de la
utilización de unos métodos propagandísticos «inadmisibles en las relaciones entre
distintos estados». A continuación venía el broche final: «Si alguien ha soñado alguna
vez con la posibilidad de una evolución a mejor de la política de la actual
administración americana, ahora deberá dejar de soñar».[37]
Los últimos meses de 1983 parecieron corroborar los lúgubres auspicios de
Andropov. A finales de septiembre los sistemas de vigilancia por satélite soviéticos
comenzaron a informar repetidamente que se había producido un lanzamiento masivo

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de misiles balísticos intercontinentales (ICBM) estadounidenses. Al final, se trató de
una falsa alarma, pero aumentaron las tensiones.[38] A finales de octubre los marines
norteamericanos invadieron la isla caribeña de Granada y depusieron el gobierno
marxista de Maurice Bishop. En noviembre las fuerzas de la OTAN llevaron a cabo
los ejercicios Able Archer; según las fuentes de los servicios de inteligencia
soviéticos, tenían toda la apariencia de unos preparativos para un ataque inminente.
Además, pese a todas las manifestaciones contra la guerra y la profunda división que
se había abierto en la opinión pública de Occidente, los primeros misiles Pershing
empezaron a llegar a las bases norteamericanas de Alemania Occidental. El 1 de
diciembre el Kremlin envío repetidos avisos de alerta a los gobiernos aliados de la
Organización del Pacto de Varsovia. Las autoridades soviéticas les informaban de la
decisión de desplegar varios submarinos atómicos cargados con misiles nucleares a lo
largo de las costas estadounidenses en respuesta a «la creciente amenaza nuclear
dirigida a la Unión Soviética». Sin semejantes medidas, decía el comunicado, «los
aventureros de Washington podrían caer fácilmente en la tentación de emprender un
primer ataque nuclear con el objetivo de prevalecer en una guerra limitada de esas
características. La fractura del equilibrio militar a su favor podría llevar a los círculos
dirigentes de Estados Unidos a llevar a cabo un ataque por sorpresa contra los países
socialistas». La invasión de Granada por parte de la administración Reagan fue citada
como prueba de que «el imperialismo americano es capaz de arriesgarse a
desencadenar una guerra a gran escala para salvaguardar sus venales intereses».[39]
Parecía que en lo concerniente a las relaciones internacionales el Kremlin había
decidido retomar aquella retórica de los años sesenta. El enfado y la frustración de
Andropov, así como su enfermedad terminal, daban más color a ese nuevo discurso
alarmista. En otro mensaje de la URSS a los líderes del Pacto de Varsovia se afirmaba
que Washington «ha emprendido una “cruzada” contra el socialismo como sistema
social. Los que han ordenado ahora el despliegue de armas nucleares en los umbrales
de nuestra patria vinculan su política práctica con esa temeraria iniciativa».[40] En un
reflejo del rumbo que tomaba la nueva política exterior, el 23 de noviembre de 1983
los negociadores soviéticos abandonaron en Ginebra la mesa de negociaciones para el
control armamentístico. Sólo en el último momento los diplomáticos del Ministerio
de Asuntos Exteriores y los expertos del estado mayor consiguieron convencer al
Politburó de que dejara una puerta abierta para el regreso de la URSS a esa mesa de
negociaciones.[41] El 16 de diciembre Andropov comentaría a uno de los
negociadores soviéticos para el control armamentístico que había venido a visitarlo
en el hospital que, por primera vez desde la crisis de los misiles de Cuba, la Unión
Soviética y Estados Unidos parecían abocados a un claro enfrentamiento. Se lamentó
de que la administración Reagan hacía todo lo posible por aprovecharse de la
presencia soviética en Afganistán y no tenía el más mínimo interés en que los rusos
se retiraran de la zona. «Si empezamos a hacer concesiones», murmuró el líder
moribundo con un tono sombrío, «la derrota será inevitable».[42]

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Mientras tanto, alertado de la tensión que él mismo había provocado por los
informes de inteligencia y el movimiento pacifista de Occidente, Reagan decidió que
había llegado el momento de hablar con los soviéticos. Convencido de que el
Kremlin compartía su interés en evitar un conflicto nuclear, en enero de 1984
pronunció un discurso conciliador que pretendía ser «una iniciativa para poner fin a la
Guerra Fría». El secretario de Estado George Shultz, Robert McFarlane, Jack
Matlock y otros asesores de Reagan tenían opiniones distintas de las de Casey, de la
CIA, y de las de Weinberger, del Pentágono, que querían utilizar la guerra en
Afganistán para socavar el sistema soviético. El grupo de asesores de Reagan
consideraba que la política norteamericana no debía desafiar la legitimidad del
sistema soviético, ni buscar una superioridad militar para acelerar su hundimiento.
Ideó un marco con cuatro puntos para futuras conversaciones, que incluía la renuncia
al uso de la fuerza en las disputas internacionales, el respeto de los derechos
humanos, el intercambio sincero de información y proyectos y la reducción de las
armas.[43] El exacerbado gobierno de Moscú, sin embargo, seguía pensando que la
administración norteamericana era rehén de las «sanguijuelas» que querían derribar a
la Unión Soviética. Se cerró en banda y no quiso percibir el cambio de actitud de la
Casa Blanca. En septiembre de 1984, el mismo mes que accedió a reunirse con
Reagan por primera vez tras el incidente del avión coreano, Gromiko dijo a sus
colaboradores: «Reagan y su equipo han hecho suyo el objetivo de destruir el bloque
socialista. El fascismo está avanzando en América».[44]
Al parecer, el ministro de Asuntos Exteriores soviético era de la opinión que el
nivel de las relaciones entre su país y Estados Unidos había bajado hasta alcanzar el
mismo que habían tenido durante los primeros años de la década de los cincuenta. No
obstante, estaba firmemente convencido de que por el bien del estado era necesario
dialogar con el líder norteamericano. Dobrinin llegaría a la conclusión de que «el
impacto de la política de línea dura de Reagan en los debates internos del Kremlin y
en la evolución del gobierno soviético fue exactamente el opuesto del que pretendía
Washington. Reforzó la postura de los miembros del Politburó, el Comité Central y el
aparato de seguridad que habían estado presionando para desarrollar una política a
imagen y semejanza de la del propio Reagan».[45] Este autor, por entonces un joven
investigador del Instituto de Estudios Norteamericano y Canadiense de Moscú, pudo
observar que la seca respuesta que Andropov dio a Reagan produjo una gran
consternación entre los expertos. Al mismo tiempo, la retórica norteamericana en la
cruzada antisoviética irritaba y enfurecía incluso a aquellos que normalmente
abogaban por mejorar las relaciones de la URSS y Estados Unidos. Entre la opinión
pública cada vez eran más los que se formulaban las siguientes preguntas: «¿Habrá
una guerra? ¿Cuándo estallará?».[46]
Andropov influyó en la postura internacional soviética con una curiosa mezcla de
lúgubre realismo y mentalidad fatalista, agravada por su larga pertenencia al KGB.
Hasta que su salud se hundió, tuvo la suficiente fuerza de voluntad y perspectiva para

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distinguirse en el campo de la política exterior. Su muerte el 9 de febrero de 1984, sin
embargo, supuso un brusco final para sus iniciativas. Su sucesor, otro septuagenario,
Konstantin Chernenko, era una momia andante que padecía una grave afección
asmática y vivía a base de tranquilizantes. Durante el breve gobierno de Chernenko,
Ustinov y Gromiko tuvieron prácticamente el monopolio de las cuestiones militares e
internacionales. La nostalgia por los tiempos de Stalin empezó a aflorar en las
deliberaciones del Kremlin. El Politburó encontró tiempo incluso para readmitir a
Viacheslav Molotov en el Partido Comunista. Ustinov criticó vivamente la política de
desestalinización de Jrushchov, a la que culpó de los problemas internacionales que
tenía la URSS, y propuso cambiar de nuevo el nombre de Volvogrado por el de
Stalingrado. Algunos de los miembros más ancianos del gobierno recordaban con
nostalgia los años cuarenta, cuando la Unión Soviética era todavía una verdadera
fortaleza, y su pueblo sabía lo que era soportar un sinfín de sacrificios y privaciones.
[47]
El estado mayor de la URSS no tenía una opinión unánime acerca de la respuesta
que Reagan merecía recibir. Unos consideraban que para dar dicha respuesta era
necesario un aumento del 14 por 100 del presupuesto militar. Los gastos militares
directos, esto es, lo que costaban las fuerzas armadas y el armamento, ya ascendían a
sesenta y un mil millones de rublos, cifra que suponía el 8 por 100 del PIB y el 16,5
por 100 de los presupuestos del estado. Los gastos totales en materia de defensa,
incluidos los indirectos, como reconocería el propio Brezhnev en 1976, eran dos
veces y media mayores, es decir, alrededor del 40 por 100 de los presupuestos. Esta
cifra era superior a la de 1940, cuando la Unión Soviética se preparaba para la
Segunda Guerra Mundial. Un simple cálculo pone de manifiesto que, en una época en
la que el PIB había quedado estancado, cualquier incremento drástico de los gastos en
materia de defensa habría exigido drásticos recortes en el nivel de vida de la
población y el fin de la política de «vive y deja vivir» practicada por Brezhnev con el
pueblo soviético.[48]
Los testimonios soviéticos no revelan que en el Politburó se entablaran debates
sobre la conveniencia de aumentar los gastos militares. El jefe del estado mayor de la
URSS, el mariscal Nikolai Ogarkov, intentó abrir un debate en la reunión del Consejo
de Defensa. Criticó el estancamiento de la industria militar, controlada por Ustinov.
En su opinión, había demasiada falta de eficiencia, demasiados proyectos colosales
sumamente costosos e inclinaciones suicidas para dar caza a Estados Unidos en la
carrera armamentística. En vez de entrar en el debate, Ustinov destituyó a Ogarkov,
sacándose así una espina que había tenido clavada durante largo tiempo. Los líderes
del Kremlin también ignoraron las propuestas inspiradas en la política de los años
cuarenta, incluidas la de pasar a una jornada laboral de seis días y la de la creación de
unos «fondos de defensa» especiales con el fin de reunir el dinero necesario para
financiar programas de rearme.[49] Las nuevas realidades los disuadían de recurrir a
los viejos métodos de movilización. La sociedad había cambiado claramente desde

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los años cuarenta. Los cuantiosos recursos humanos que Stalin había movilizado y
dilapidado, aquellos millones de campesinos colectivizados, de jóvenes trabajadores
y de cuadros del partido rebosantes de entusiasmo ya no estaban disponibles. Había
muy poco idealismo entre la juventud culta de la élite; el consumismo frustrado, el
cinismo y la búsqueda de los placeres de la vida reinaban ahora. Las medidas
políticas de Andropov para reimplantar la disciplina y la ética en el trabajo tanto entre
los obreros como entre los profesionales degenerarían rápidamente en una verdadera
farsa. Ni siquiera los líderes del Politburó se parecían a los de cuarenta años antes: la
mayoría de ellos, debido a la avanzada edad, pensaba más en su salud, en reducir su
cuota de trabajo y en las prebendas de la jubilación que en preservar el poder
soviético. Konstantin Chernenko, Vladimir Scherbitski, Dinmuhammad Kunaev,
Nikolai Tijonov y otros «venerables ancianos» tolerarían en silencio a los jóvenes
cuadros que Andropov iba introduciendo en el Politburó y la Secretaría de Estado,
entre ellos Mijail Gorbachov, Yegor Ligachov y Nikolai Rizjov.[50]

Los ancianos del Politburó pretendían seguir adelante esquivando sus obligaciones,
pero la Parca no quiso esperar. Ustinov moriría el 20 de diciembre de 1984, y el 10 de
marzo del año siguiente sería el turno de Chernenko. Mientras se ultimaban los
preparativos para el funeral de este último, se acordaron un sinfín de pactos entre
bastidores. En consecuencia, el último superviviente de la troika dirigente, Andrei
Gromiko, dio su voto decisivo a Mijail Gorbachov, el miembro más joven del
Politburó. A cambio de este apoyo, Gromiko no tardaría en convertirse en el
presidente del Soviet Supremo de la Unión Soviética, un alto cargo cuya naturaleza
era en gran medida de tipo ceremonial.[51] Por fin caería un poder enorme al que
hasta entonces se había aferrado un grupo elegido de estalinistas en manos de un
nuevo líder relativamente falto de experiencia. Por desgracia para Gorbachov, el peso
de los gravísimos problemas y complejas responsabilidades que se le vinieron encima
sería mayor que el de los activos heredados.

UN NUEVO ROSTRO EN EL KREMLIN

Desde 1985 muchos observadores occidentales, y sus más estrechos colaboradores,


han coincidido en comparar a Gorbachov con Nikita Jrushchov. En efecto, pese a sus
grandes diferencias generacionales, culturales y personales, los dos tenían muchas
cosas en común: unos orígenes rurales; una voluntad reformista sincera, incluso
apasionada; un incesante optimismo y una gran confianza en ellos mismos; un
sentimiento moral de desprecio por el pasado de la URSS; y su confianza en el
sentido común del pueblo soviético. Los dos reformadores creían en el sistema
comunista y en los principios fundamentales del marxismo-leninismo. También
tenían un gran potencial psicológico de innovación y ansiaban asumir la

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responsabilidad de lanzarse a lo desconocido.[52] William Taubman, autor de una
célebre biografía de Nikita Jrushchov, indica que Gorbachov consideraba el legado
nacional de Brezhnev una reacción conservadora contra el proceso de
desestalinización emprendido por Jrushchov. Gorbachov decidió asumir la misión de
triunfar allí donde Jrushchov había fracasado.[53]
Sin embargo, la personalidad de Gorbachov era diametralmente opuesta a la del
ardiente Nikita. Gorbachov era un constructor del consenso, no un guerrero.
Jrushchov era impaciente; se enfrentaba a los problemas como un tanque cuando
ataca las defensas enemigas. En cambio, Gorbachov prefería dilatarse en el tiempo y
tejer redes políticas desde los despachos (véase el capítulo 10). Jrushchov puso en
repetidas ocasiones su vida y su carrera en peligro durante las purgas de Stalin,
durante la guerra y durante la conspiración contra Beria. Gorbachov nunca sintió
cerca la muerte y recibió el poder supremo prácticamente en bandeja de plata. Tras él
había un «equipo joven» de candidatos miembros del Politburó que habían sido
reclutados por Andropov, entre ellos Ligachov, Rizhkov y Viktor Chebrikov, del
KGB. Los militares también vieron con buenos ojos su candidatura. Los rivales en
potencia de Gorbachov, el presidente del Consejo de Ministros, Nikolai Tijonov, el
secretario del partido de Leningrado, Gregori Romanov, y el secretario del partido de
Moscú, Viktor Grishin, enseguida se retiraron sin rechistar. No hubo intento alguno
de crear una dirección colegiada provisional que supervisara al joven e inexperto
secretario general.[54]
Esa victoria increíblemente fácil demostraba la fuerza de la red tejida por
Andropov. Las élites periféricas y de rango inferior del partido, por no hablar de la
opinión pública, aplaudieron el nombramiento de Gorbachov con verdadero
entusiasmo. Tras años de administración senil, veían con buenos ojos la llegada de un
líder joven y enérgico. Pero a pesar de un apoyo tan generalizado, Gorbachov
seguiría siendo perspicaz y cauto. En su discurso de aceptación ante el Politburó
declararía que «no hay necesidad alguna de cambiar nuestra política». El rumbo que
se había tomado era «verdadera, correcta y genuinamente leninista». Sería un poco
más tarde, en el curso del pleno del partido de abril y durante un viaje televisado a
Leningrado en el mes de mayo de 1985, cuando diría lo que muchos ansiaban oír. La
Unión Soviética necesitaba una perestroika.[55] Sinónimo de un término tabú,
«reforma», la palabra perestroika (reestructuración) sólo significó, al principio,
cambios en la gestión económica. Más tarde se convertiría en la palabra clave del
gobierno de Gorbachov, aunque su significado eludiera la definición y
sistematización. La cautela de Gorbachov en el ámbito nacional ponía de relieve una
falta de curas específicas para sanear la maltrecha economía soviética y su enfermiza
sociedad. Como hiciera Franklin Delano Roosevelt con su New Deal, Gorbachov
quería mejorar el sistema existente; pero no tenía ni idea de cómo lograrlo. Sabía, sin
embargo, que el objetivo consistía en salvar el socialismo de una situación de
estancamiento y de crisis inminente. En sus memorias, Gorbachov habla de sus

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primeros pasos en un tono casi apologético: «Uno no podía, por supuesto, liberar de
golpe su propia conciencia de viejas cadenas y anteojeras». Necesitaría dos años para
«liberar su mente» y prepararse para emprender las reformas radicales necesarias.
La política nacional de Gorbachov durante sus dos primeros años en el poder
apenas se apartó de las directrices concebidas en el breve reinado de Andropov. El
flamante secretario general creía que bastaba eliminar a los camaradas corruptos de
Brezhnev y a los burócratas ineficaces para la buena marcha del sistema soviético.
Los investigadores especiales del Kremlin y el KGB arremetieron contra las
poderosas redes corruptas que se extendían en las burocracias centrales soviéticas, así
como en las nomenklaturas regionales de Ucrania Oriental, Rusia Meridional,
Kazajstán y Asia Central. Ligachov, con autorización de Gorbachov, destituyó y
recolocó a centenares de secretarios regionales del partido. Gorbachov tampoco
deseaba partir de una economía planificada centralizada. Años después explicaría que
al principio quiso utilizar el estado y los mecanismos del partido existentes para
emprender la modernización industrial, y que sólo cuando logró ese objetivo, a
comienzos de los noventa, «preparé las condiciones necesarias para llevar a cabo una
reforma económica radical». El programa de la modernización conservadora constaba
de dos partes. En primer lugar, estipulaba duplicar prácticamente las inversiones en la
industria pesada, en gran medida a través de la financiación del déficit. Bajo la
ambiciosa consigna de «aceleración», el Politburó planeaba un aumento de más del
20 por 100 de la producción industrial en un plazo de quince años. En lo que pareció
una grotesca recaída en los «atolondrados proyectos» de Jrushchov de finales de los
cincuenta, los líderes del Kremlin se pusieron a debatir incluso sobre cómo alcanzar
la misma producción industrial de Estados Unidos.[56] En segundo lugar,
contemplaba una serie de medidas destinadas a combatir la corrupción y la
negligencia y a mejorar la disciplina en el trabajo. El sello distintivo de ese proceso
sería una campaña de ámbito nacional contra el alcoholismo. Gorbachov, junto con
otros hombres reclutados por Andropov, creía equivocadamente que una reducción
drástica de la venta de alcohol en las tiendas salvaría a los rusos de su afición
compulsiva a la bebida, la peor plaga social del país. En realidad todas esas
iniciativas no alcanzaron los objetivos deseados y produjeron un gigantesco agujero
negro económico que mortificaría a la Unión Soviética y a Gorbachov durante los dos
o tres años siguientes.[57]
A diferencia de su política nacional, la política exterior de Gorbachov se convirtió
en el escenario de sus primeras innovaciones. Pese a las tensiones internacionales del
período comprendido entre los años 1981 y 1983, el Politburó y la mayoría de los
burócratas soviéticos no querían vivir otra confrontación descontrolada con
Occidente. Esperaban que fuera posible retomar el camino de la distensión. También
empezó a ser evidente para algunos oficiales y expertos del estado mayor, el
Ministerio de Asuntos Exteriores, el KGB y la Comisión de Industria Militar que la
actitud de los soviéticos había contribuido a acabar con la distensión. Las decisiones

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de desplegar misiles SS-20 de medio alcance en Europa Central y de invadir
Afganistán fueron sometidas a un minucioso análisis. La burocracia se puso manos a
la obra para reanudar las conversaciones con Estados Unidos y la OTAN que habían
sido abrogadas. Antes del fallecimiento de Chernenko en enero de 1985, Andrei
Gromiko ya se había reunido con el secretario de Estado norteamericano, George
Shultz, y había acordado con éste el marco de las conversaciones sobre armamento
entre los dos países. En abril de 1985 el Politburó detuvo el despliegue de los misiles
SS-20.[58]
Por motivos personales y políticos, Gorbachov deseaba obtener una victoria
importante en el ámbito internacional lo antes posible. En sus memorias recuerda que
hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de «la necesidad de introducir cambios
significativos en la política exterior». Y nos cuenta la razón principal: «Reformar la
vida económica y el sistema político» era una misión imposible si no se disponía de
un «entorno internacional ventajoso».[59] El secretario general delegó los temas de
política nacional en Yegor Ligachov y Nikolai Rizhkov, y enseguida se puso a
trabajar para imponer su supremacía en los asuntos exteriores. Su primer paso fue
minimizar el papel de Gromiko en este campo. En lugar de recurrir a los ayudantes de
Gromiko, Kornienko y Dobrinin, Gorbachov pidió al secretario del partido en
Georgia, Eduard Shevardnadze, que asumiera la cartera de Exteriores. Shevardnadze
no tenía conocimientos de política exterior, pero había disfrutado de la confianza de
Gorbachov desde los años setenta. En 1987 Gorbachov y Shevardnadze, ayudados
por un grupo de leales colaboradores, monopolizaban todo lo relacionado con la
política internacional de la URSS.[60]
Fue en los debates de política exterior cuando Gorbachov habló por primera vez
de la necesidad de un novoe myshlenie, esto es, un «nuevo pensamiento». Al igual
que el término perestroika, se trataba de un eufemismo que podía interpretarse de
muchas, y muy distintas, maneras. La mayoría de los colegas de Gorbachov y las
élites del partido, que habían desarrollado una actitud cínica tras décadas de
campañas ideológicas absurdas, pensaron que se trataba de pura retórica, en el mejor
de los casos de un atractivo eslogan propagandístico.[61] Pero se equivocaban. El
secretario general consideraba la política internacional no sólo un instrumento para
abrir un hueco desde el que poder introducir reformas de ámbito nacional, sino
también un vehículo perfecto para el cambio. Quería abrir la Unión Soviética al
mundo exterior para dejar atrás el legado estalinista de xenofobia y aislamiento. Los
viejos dogmas ideológicos debían ser cuestionados, y si era necesario, había que
desarmarlos. En poco tiempo el «nuevo pensamiento» se convertiría en sinónimo de
una nueva valoración de los fundamentos ideológicos.
En un principio, el «nuevo pensamiento» de Gorbachov había sido fruto de una
voraz lectura que incluía libros de políticos y pensadores socialistas de Occidente,
traducidos y publicados en ediciones limitadas para las autoridades del partido.
Gorbachov también había podido conversar sin tapujos con subordinados de

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confianza en reuniones privadas. El círculo más íntimo en el que se desarrollaban
esos debates incluía a su esposa, Raisa, a Alexander Yakovlev, a Valeri Boldin, a
Yevgeni Primakov y a Eduard Shevardnadze. Raisa era el personaje principal. A
diferencia de las esposas de otros miembros del Politburó, que aceptaban su papel de
ama de casa y carecían de ambiciones, Raisa era una supuesta «mujer de los sesenta».
Licenciada por la Universidad Estatal de Moscú en 1955, el mismo año que
Gorbachov, había estudiado sociología, tenía la pasión por los detalles y la
sistematización propia de un perfeccionista y había participado activamente en
acontecimientos culturales e intelectuales. Cuando Gorbachov entró en la secretaría
del partido en 1978, y la pareja se trasladó de Stavropol a Moscú, Raisa «se introdujo
rápidamente en el mundo de las discusiones académicas, los simposios y las
conferencias». También se introdujo en el círculo de licenciados de la Universidad
Estatal de Moscú y del Instituto de Filosofía con los que se había relacionado durante
sus años de carrera (1950-1955). Todas las noches, normalmente tras las sesiones del
Politburó y otras reuniones importantes, Gorbachov salía a dar un paseo con su
esposa, durante el cual hablaban de los acontecimientos del día y a menudo se les
ocurrían nuevas ideas. «Era incapaz de tomar decisiones sin el consejo de su esposa»,
comentaría más tarde un alto funcionario soviético a Jack Matlock.[62]
Yakovlev era otro de los personajes más importantes del círculo íntimo de
Gorbachov, y el miembro más ambicioso desde el punto de vista intelectual. Había
empezado su carrera a edad muy temprana como ideólogo del partido, había
estudiado en la Universidad de Columbia en 1958 gracias a uno de los programas de
intercambio y más tarde se había convertido en jefe en funciones del Departamento
de Ideología y Propaganda del Comité Central. Había sido el encargado de organizar,
entre otras cosas, diversas campañas antiamericanas de gran virulencia en los medios
de comunicación. Al mismo tiempo, se había opuesto a la corriente neoestalinista y
nacionalista conservadora que en su momento empezó a arraigar entre los
apparatchiks. A raíz de una intriga burocrática en 1971, Yakovlev había caído en
desgracia y había sido enviado a Canadá en calidad de embajador. En el país
americano, en su «exilio» en el exterior, su mentalidad fue transformándose en
secreto, convirtiéndolo en un socialdemócrata reformista. A finales de 1985 Yakovlev
propuso a Gorbachov una serie de reformas políticas muy ambiciosas, destinadas a
abolir el sistema monopartidista. Al final, como recordaría él mismo, las discusiones
giraron en torno a la necesidad de rechazar el precepto leninista-estalinista de un
mundo dividido en clases, para comprender «el hecho de que vivimos en un mundo
interdependiente, contradictorio, pero en último término integral». Gorbachov todavía
no estaba preparado para tomar medidas radicales, pero escuchó atentamente todo lo
que dijo Yakovlev.[63]
El secretario general de la URSS se ganó inmediatamente las simpatías del
reducido grupo de apparatchiks «ilustrados» que habían empezado su carrera en los
años cincuenta y primeros sesenta y que se llamaban a sí mismos «los hijos del XX

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Congreso del Partido». En ese vibrante grupo había individuos que habían trabajado
en el círculo más íntimo de Andropov y Brezhnev como redactores de discursos,
directores de gabinetes de estrategia académicos y expertos en relaciones
internacionales del Departamento Internacional del Comité Central.[64] Algunos de
ellos habían sido los encargados de redactar los discursos para Brezhnev y de ayudar
al mandatario soviético en calidad de asesores «ilustrados». Pero todos esos
individuos con grandes conocimientos habían perdido la ilusión y se habían vuelto
algo cínicos durante los últimos años de gobierno de Brezhnev. Estaban hartos del
estancamiento del país y de la corrupción y todavía tenían esperanzas de que se
volviera a la política de desestalinización y al deshielo cultural que habían sido
abrogados a finales de los sesenta. También habían estado entre los primeros en
apoyar de manera consistente la vía de la distensión con Occidente. El director del
Instituto de Estudios de Estados Unidos y Canadá, Georgi Arbatov, hizo llegar
rápidamente a Gorbachov una lista con propuestas innovadoras destinadas a poner fin
al estado de aislamiento internacional de la URSS: la retirada inmediata de
Afganistán, la reducción unilateral de fuerzas soviéticas en Europa y en la frontera
con China e incluso la devolución a Japón de las islas Kuriles, anexionadas en 1945.
[65]
Gorbachov, que veía con escepticismo las sugerencias del académico, mandó
archivar los informes. Al mismo tiempo, en enero de 1986, invitó a otro apparatchik
«ilustrado» y experto redactor de discursos, Anatoli Cherniaev, a unirse a su equipo
en calidad de ayudante personal en materia de política exterior. Cherniaev compartía
todas las ideas de Arbatov y también estaba a favor de la libertad de migración y la
liberación de los prisioneros políticos. En octubre de 1985 el secretario general
concedió a las élites culturales un privilegio que habían perdido en tiempos
inmemoriales: la posibilidad de reunirse con extranjeros sin necesidad de solicitar una
autorización especial. Aquella decisión suponía una verdadera ruptura con el régimen
xenófobo que había regido el destino de la URSS desde que Stalin lo implantara en
los años treinta.[66] Gorbachov ya empezaba a posicionarse como un líder «ilustrado»
rodeado de intelectuales y librepensadores.
El rechazo a la visión del mundo bipolar estalinista se convirtió en la esencia del
«nuevo pensamiento» del secretario general. La conclusión lógica de este hecho sería
la renuncia a los juegos de poder globales y el reconocimiento de que la seguridad de
la Unión Soviética era inseparable de los intereses de la seguridad de otros países,
incluido Estados Unidos, con los que, además, era en parte compatible. Gorbachov
sabía que era especialmente urgente poner freno a la carrera armamentística nuclear.
El poder militar no era lo suyo, y mucho menos las armas nucleares. Las raíces de
esta actitud hay que buscarlas en su experiencia formativa. La tierra que lo vio nacer,
el país de los cosacos de Kubán, había sufrido terriblemente la violencia
revolucionaria, la guerra civil fratricida y la colectivización de Stalin. Luego llegó la
invasión de los nazis. Gorbachov pertenecía, en sus propias palabras, a la generación

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de los niños de la guerra. «La guerra nos quemó con sus llamas y dejó sus huellas en
nuestros caracteres y en nuestra visión del mundo y de las cosas».[67] Como
licenciado de la Facultad de Derecho de la Universidad Estatal de Moscú, estuvo
exento del servicio militar y conoció opiniones que chocaban con la propaganda
militarista oficial.
A diferencia de Stalin, de Jrushchov y de Brezhnev, que supervisaron el complejo
de la industria militar y comprendieron los aspectos prácticos del poder militar
soviético, Gorbachov entró en contacto con las cuestiones nucleares tras su
nombramiento como secretario general del PCUS.[68] De acuerdo con la tradición
establecida por Stalin y Jrushchov, el líder del partido era también jefe del Consejo de
Defensa. Oleg Baklanov, que estaba al frente de los complejos atómicos y misilísticos
soviéticos, recordaría más tarde que incluso en 1987 Gorbachov apenas tenía
conocimientos de tecnología misilística, por la que, además, mostraba poquísimo
interés.[69] En el curso de una entrevista con un físico nuclear ruso, el secretario
general reconocería que sintió una especie de revulsión moral cuando se dio cuenta
de su responsabilidad personal por la acumulación y posible utilización de armas
nucleares. También reconocería que estaba familiarizado con el informe sobre el
«invierno nuclear», que predecía que la lluvia radiactiva producida por un uso masivo
de armas nucleares destruiría la vida en el planeta. Cuando Gorbachov participó en
un juego estratégico secreto en el que se simulaba la respuesta soviética a un ataque
nuclear, le pidieron que diera la orden para contestar a la agresión. Según se cuenta,
se negó a pulsar el botón nuclear, «incluso para un simple ensayo».[70]
Gorbachov y los partidarios del «nuevo pensamiento» tenían que hacer frente a la
cruda realidad de la confrontación soviético-norte-americana, tanto en el seno del
aparato soviético, como al otro lado del océano. El secretario de Defensa
estadounidense, Caspar Weinberger, el director de la CIA, William Casey, y el equipo
de la Casa Blanca estaban firmemente determinados a alzarse con la victoria en una
cruzada contra el comunismo soviético.[71] Reagan estaba impaciente por reunirse
con el nuevo líder soviético y, con la ayuda de Shultz y el equipo del Consejo de
Seguridad Nacional de McFarlane, se preparó para las negociaciones. Por desgracia,
ni Gorbachov ni su equipo más cercano tenían conocimiento de las buenas
intenciones de Reagan.[72]
La retórica empleada por Reagan para hablar del Tercer Mundo irritaba a los
seguidores del «nuevo pensamiento». Washington insistía en la retirada unilateral de
los soviéticos de Afganistán, Angola, Etiopía y otras regiones problemáticas, pero
bloqueaba cualquier discusión acerca de la injerencia norteamericana en
Centroamérica. Los soviéticos también pensaban, con bastante acierto, que varios
altos dirigentes de la administración Reagan preferían «sangrar» a los soldados rusos
que había en Afganistán en vez de facilitar su retirada. Así pues, Gorbachov tomó la
determinación de evitar todo tipo de acciones internacionales que pudieran ser
interpretadas como una retirada o una concesión por parte de la URSS. Pese al gran

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número de cartas de madres de soldados y a los ruegos de sus asesores intelectuales,
el líder soviético optó por no retirar inmediatamente las tropas rusas de suelo afgano.
En su cuaderno de trabajo escribiría la siguiente nota en la primavera de 1985: «El
conflicto debe resolverse por estadios». También apuntaría este comentario: «Una
cosa es crucial: la total rendición de posiciones es inaceptable». En 1985 y 1986 las
fuerzas armadas de la URSS intensificaron muchísimo las operaciones militares
contra los fundamentalistas islámicos; Karmal, que había demostrado su ineptitud,
fue sustituido por una figura más fuerte, el jefe de los servicios de seguridad afganos,
Muhammad Najibullah. El retraso de la retirada soviética de Afganistán, junto con la
equivocada campaña contra el alcohol y la ausencia de reformas económicas, serían
más tarde la causa de numerosos problemas para el gobierno de Gorbachov.[73]
El escenario en el que Gorbachov se movía con mayor celeridad era el del control
armamentístico. En verano de 1985 mantuvo correspondencia con Ronald Reagan
para encontrar la mejor manera de reducir la amenaza de una guerra nuclear y poner
freno a la carrera armamentística. Gorbachov anuló la condición, impuesta en 1977,
de que cualquier encuentro entre los líderes de las superpotencias tenía que estar
vinculado a la firma de acuerdos importantes. La mayoría de los asesores de Reagan
se oponía a la idea de celebrar una cumbre con el joven y enérgico líder soviético,
pero el presidente norteamericano llevaba esperando desde 1983 para poder tener un
intercambio personal y sincero de opiniones, y accedió a reunirse con Gorbachov en
Ginebra en noviembre de 1985. Como medida preparatoria para la cumbre, los dos
líderes restablecieron un canal diplomático extraoficial entre Washington y Moscú a
través del cual mantuvieron una correspondencia franca y significativa. Tras rechazar
un marco general propuesto por Reagan para entablar conversaciones sobre
Afganistán y los derechos humanos, Gorbachov sugirió centrarse en la reducción de
armas nucleares. Advirtió al presidente norteamericano que la URSS no estaba
dispuesta a tolerar el programa de la SDI. Aunque la SDI no suponía un peligro
inmediato para los intereses de la seguridad soviética, al final habría dado lugar a una
nueva, peligrosa y costosa etapa de la carrera armamentística entre la URSS y
Estados Unidos. En opinión de Gorbachov, «en la actualidad, el programa de la
“guerra estelar” [SDI] ya mina gravemente la estabilidad. Os aconsejamos
encarecidamente que reduzcáis de manera progresiva este programa tan
desestabilizador y peligroso hasta anularlo por completo». Poco antes de iniciarse la
cumbre de Ginebra, Gorbachov escribió a Reagan, diciéndole que «la aversión a una
guerra nuclear y poner fin a la amenaza militar son los objetivos que ambos
compartimos y más nos interesan». Convenció al presidente norteamericano de que
accediera a «no militarizar el espacio». Para apoyar la retórica de su líder, en agosto
de 1985 la Unión Soviética anunció unilateralmente una moratoria de las pruebas
nucleares.[74]
La agenda de trabajo de Gorbachov en materia de política exterior seguía siendo
sorprendentemente muy parecida a la de Brezhnev de comienzos de los setenta. Las

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instrucciones previas a la cumbre aprobadas por el Politburó también reflejaban este
hecho; eran como una reiteración de los tópicos de la distensión, aunque no se
olvidaban de reafirmar las ambiciones geopolíticas de los soviéticos en el Tercer
Mundo. Los expertos que las redactaron para el Politburó predijeron correctamente
que no iba a llegarse a acuerdo alguno en lo concerniente a los conflictos del Tercer
Mundo. Y también advirtieron de que «sin duda Reagan no iba a estar dispuesto a
anular la SDI».[75]
Los diplomáticos y los militares soviéticos observaron con lupa la actuación de
Gorbachov durante la cumbre, y se sintieron satisfechos. El líder ruso hizo alarde de
su carisma, pero se reveló un negociador inflexible. Como se esperaba, los dos
mandatarios sólo se mostraron de acuerdo en una cosa: «la guerra nuclear no podía
ganarla nadie, y no había que recurrir nunca a ella». En Moscú todos pensaron que
difícilmente podía conseguirse más con la actual administración norteamericana.
Ante el Politburó y las élites del partido, Gorbachov criticó «el tosco primitivismo,
las opiniones de cavernícola y la impotencia intelectual» de Reagan. Seguía pensando
que el presidente norteamericano era rehén de la industria militar y que por eso
prometía reforzar las defensas soviéticas. En privado, sin embargo, el secretario
general quedó sorprendido cuando supo que Reagan creía verdaderamente en lo que
decía. Y se sintió «bastante avergonzado» por no haber conseguido convencerlo de
que abandonara el plan de la SDI. El líder soviético intentó comprender las razones
de Reagan, pero no pudo. Recuerda que después de la cumbre murmuró: ¿Es ese
programa militar una fantasía, una forma de presionar a la URSS para que haga
concesiones diplomáticas? ¿O se trata de un «torpe intento para que nos durmamos en
la complacencia», mientras ellos se preparan para asestar el primer golpe?[76]
Tras la cumbre de Ginebra, el líder soviético se dedicó febrilmente a la búsqueda
de nuevas ideas y enfoques que pudieran ayudarla a romper el círculo vicioso de la
rivalidad existente entre Estados Unidos y la URSS. A diferencia de Brezhnev, que
bajo circunstancias similares prefirió aguardar a que los norteamericanos tomaran la
iniciativa, Gorbachov decidió emprender una «ofensiva de paz» y comprometer al
presidente norteamericano en la cuestión del desarme nuclear. El 31 de diciembre de
1985 se reunió con un grupo de negociadores armamentísticos soviéticos y les pidió
que aportaran nuevas ideas y enfoques. Basándose en las ideas y propuestas de esos
colaboradores, Gorbachov anunció un plan general de total desarme nuclear para el
año 2000. Rechazado por la administración Reagan, que lo consideró una maniobra
propagandística, dicho plan reflejaba la absoluta fidelidad de Gorbachov a la idea del
desarme nuclear. La envergadura y la naturaleza casi utópica de la iniciativa ponían
de manifiesto una vez más el carácter optimista de Gorbachov y su fe en las grandes
ideas. Anatoli Cherniaev recordaría que el secretario general y su círculo llegarían a
creer que «puede eliminarse la amenaza de una guerra centrándose exclusivamente en
la cuestión del desarme».[77]

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Gorbachov utilizó esas conversaciones para prepararse para el congreso del
partido que iba a celebrarse en febrero y marzo de 1986, un momento ceremonial,
pero también vital, de la política nacional. Se retiró a una villa en el mar Negro en
compañía de Yakovlev y de Boldin, estudió las propuestas del grupo académico de
expertos y discutió el borrador del informe político que iba a presentar en el
Congreso del Partido. Sus predecesores nunca lograron dar una respuesta satisfactoria
al problema irresoluble que planteaban su deseo de distensión y su visión ideológica
bipolar del mundo. Gorbachov sustituyó la fórmula de los «dos bandos», el socialista
y el imperialista, por la idea de la integridad y la interdependencia del mundo. Esta
innovación teórica, recordaría más tarde, «tuvo un impacto enorme en nuestra propia
política y en la política del resto del mundo». En su borrador decía que «la política de
confrontación militar total no tiene futuro alguno», que la «carrera armamentística, al
igual que una guerra nuclear, no la puede ganar nadie», y que «la tarea de construir la
seguridad es una misión política, y sólo puede resolverse por medios políticos».[78]
Este episodio revela la acusada inclinación de Gorbachov hacia conceptos generales
nuevos y teóricos, en lugar de los aspectos prácticos de la política exterior.
Cuando el secretario general presentó el borrador para que sus colegas lo
comentaran, muchos de ellos insistieron en que añadiera los viejos postulados
ideológicos. Un viejo jefe del Departamento Internacional del Comité Central, Boris
Ponomarev, refunfuñó en privado: «¿De qué va ese “nuevo pensamiento”? ¡Que sean
los americanos los que cambien de forma de pensar! ¿Qué pretendes hacer con
nuestra política exterior? ¿Acaso estás en contra de la fuerza, que es el único lenguaje
que entiende el imperialismo?».[79] La versión final del informe de Gorbachov fue un
compromiso entre nuevas ideas y el viejo lenguaje del «internacionalismo
proletario». No obstante, como indica Robert English, el informe omitía el principio
ideológico de que la coexistencia pacífica es otra forma de lucha de clases, y que la
guerra nuclear, de estallar, conduciría al triunfo del socialismo. La doctrina de Stalin
de los «dos bandos», parte integral del paradigma revolucionario-imperial soviético
desde 1947, había desaparecido.[80]
El componente intelectual de la élite encargada de la seguridad nacional de la
URSS, en particular los asesores y los líderes de los gabinetes de estrategia,
consideraba que la iniciativa del desarme y el informe de Gorbachov ante el congreso
constituían un verdadero punto de inflexión. Raymond Garthoff, durante largo tiempo
observador de los soviéticos, se encontraba por casualidad en Moscú por aquel
entonces, y quedó muy sorprendido cuando sus antiguos contactos reconocieron que
los intereses de la seguridad de Estados Unidos eran legítimos y podían conciliarse,
en principio, con los de la Unión Soviética.[81] Inmediatamente después del congreso
del partido, el secretario general advirtió a su círculo más estrecho de colaboradores
que no debían considerar las iniciativas soviéticas simplemente como un medio para
anotarse puntos propagandísticos. «Pretendemos llegar realmente a la distensión y al
desarme. Hoy día ya no pueden hacerse trampas en el juego. Es absolutamente

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imposible engañar a alguien». En la misma conversación, Gorbachov subrayó que el
«nuevo pensamiento» hacía que fuera imperativo para la Unión Soviética reconocer
los intereses nacionales de Estados Unidos y buscar una solución de compromiso con
la otra superpotencia y sus aliados.[82]
Washington, sin embargo, no creía en las palabras soviéticas. La administración
Reagan quería ver señales claras de un verdadero cambio en la actitud de los
soviéticos en Afganistán y en lo referente a los derechos humanos, las dos cuestiones
más importantes para que el presidente de Estados Unidos contribuyera a las
intenciones soviéticas. Los norteamericanos ignoraron la moratoria nuclear de los
rusos y anunciaron que iban a realizar un gran número de pruebas nucleares. La CIA
siguió intensificando la guerra contra la URSS en Afganistán, y continuó su guerra de
espionaje contra el KGB. En marzo de 1986 dos buques de guerra norteamericanos
realizaron una maniobra sumamente provocadora en aguas soviéticas, a apenas diez
kilómetros de distancia de la costa de Crimea, donde Gorbachov estaba pasando las
vacaciones. Otras operaciones similares fueron llevadas a cabo frente a la costa de
Libia, aliada de la URSS, provocando una confrontación con ataques aéreos de los
norteamericanos en ese país.[83] Ante todo, muchos de los que formaban el entorno de
Reagan veían en la SDI una especie de piedra que podía matar a tres pájaros o más de
un solo tiro: podía ofrecer una base moral para el costoso desarrollo militar, levantar
la economía nacional y asustar a los soviéticos obligándolos a retirarse de todos los
frentes.[84]
Gorbachov reaccionó con gran dureza. Ordenó a los que redactaban sus discursos
que «dieran a Estados Unidos una buena patada donde más dolía». Ante el Politburó
se expresó con rudeza: «No podemos compartir mesa con esa pandilla de bandidos».
En cierto momento llegó incluso a hablar de nuevo de congelar los contactos de alto
nivel con la administración norteamericana.[85] Sin embargo, un análisis más
detallado de los debates internos soviéticos revela que la dura retórica empleada por
Gorbachov no era más que eso: retórica. Rechazó la postura del «donde las dan las
toman» y siguió insistiendo en la necesidad de un acercamiento a Estados Unidos y el
resto del mundo. «Nos encontramos en una ofensiva diplomática, porque hemos
propuesto enfoques realistas del mundo, y reconocido los intereses de Estados
Unidos, pero no sus exigencias hegemónicas». Un mes antes había dicho a sus
asesores que, aunque los norteamericanos y los europeos de Occidente siguieran
bailando alrededor de la cuestión del desarme, la Unión Soviética debía seguir
adelante y continuar con «el proceso de Ginebra» por su propio bien.[86] Así pues, los
conceptos del «nuevo pensamiento» impulsaron a Gorbachov a construir la
distensión, con independencia del lado norteamericano, e incluso contra su voluntad.
Cabe destacar también que Gorbachov consideraba «realista» su nueva visión
multilateral del mundo.
El líder soviético, sin embargo, no podía sacarse la SDI de la cabeza.[87] Pasaba
mucho tiempo inspeccionando los laboratorios de investigación y desarrollo y

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discutiendo sobre posibles «contramedidas» a la SDI con los mejores científicos. Por
petición suya, el nuevo jefe del Consejo de Ministros, Nikolai Ryzhkov, revisó las
conclusiones a las que había llegado tres años antes la comisión de expertos presidida
por Evgeni Velikhov con el fin de encontrar una «respuesta asimétrica» a la SDI. Los
expertos soviéticos llegaban a la conclusión de que una respuesta semejante costaría
diez veces menos que un programa de gran envergadura.[88] ¿Supo el secretario
general darse cuenta de las contradicciones existentes entre su nueva visión de la
seguridad y su obsesión por la «guerra estelar» de Reagan? Algunas veces sí. A
finales de marzo de 1986, Gorbachov empezó a pensar en voz alta en su círculo más
íntimo de colaboradores sobre «el peligroso programa» de la SDI: «¡Tal vez debamos
simplemente dejar de temer la SDI! [La administración Reagan] espera de hecho que
la URSS se amedrente ante el sentido moral, económico, político y militar de la SDI.
Por esa razón nos presionan: para agotarnos. Pero para nosotros no se trata de un
problema de miedo, sino de responsabilidad, porque las consecuencias serían
impredecibles».[89]
Gorbachov necesitaba más ayuda para superar sus suposiciones contradictorias
más profundas. Dos acontecimientos dramáticos se encargarían de brindarle esa
ayuda.

CHERNOBIL Y REIKIAVIK

El 26 de abril de 1986, a la una y media de la madrugada, una gran explosión


destruyó el cuarto bloque del reactor nuclear de Chernobil. El estallido supuso la
segunda mayor catástrofe nuclear artificial de la historia, después del bombardeo de
las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Este desastre repentino en Ucrania hizo que
Gorbachov y todas las autoridades soviéticas adquirieran una perspectiva
radicalmente nueva de las cuestiones relacionadas con la seguridad. En un primer
momento, la mayoría de los miembros del gobierno y de los dirigentes del complejo
industrial militar abogaron instintivamente por quitar importancia al incidente y
encubrir el escándalo, en esencia por mentir descaradamente al mundo, como habían
hecho a raíz de la tragedia del vuelo KAL-007. Al igual que entonces, se descubrió el
engaño, y el clamor internacional por las consecuencias de la lluvia radiactiva
producida por el incidente llegó a oídos de la sociedad soviética a través de las
emisoras radiofónicas. Cundió el pánico en Ucrania, desde donde no tardaría en
llegar a Moscú. Con varios días de retraso, las autoridades soviéticas evacuaron por
fin a cien mil personas de la zona irradiada. Diez años más tarde se supo que la
radiación emitida a raíz del accidente de Chernobil acabó con la vida de ocho mil
hombres y mujeres. Afectó la salud de cuatrocientas treinta y cinco mil personas, en
una lista que todavía no ha quedado cerrada.[90]
La catástrofe de Chernobil consumió todas las energías del Politburó durante tres
meses. Hizo añicos las anquilosadas estructuras burocráticas y la vieja mentalidad

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militar.[91] Gorbachov vivió una gran humillación a raíz del escándalo internacional y
se sintió indignado por la rigidez de las estructuras burocráticas, y eligió el complejo
industrial militar como chivo expiatorio de la desgracia. El sector más secreto y
hermético del sistema soviético, su programa nuclear, se convirtió en el blanco de
durísimas críticas, y su imagen heroica y romántica quedó manchada
irremediablemente. Los científicos y el alto mando del ejército también sufrieron una
auténtica conmoción. Era la primera vez que las fuerzas armadas soviéticas
participaban en una operación de salvamento y de descontaminación de esa
magnitud. En opinión del jefe del alto estado mayor, el mariscal Sergei Ajromeyev,
Chernobil recordaba la Gran Guerra Patriótica. Pero en vez de dar una lección sobre
vigilancia y fortalecimiento militar, la catástrofe ponía de manifiesto que la doctrina
militar de «la victoria» en una guerra nuclear era un cascarón vacío. Y el alto mando
militar empezó a comprender lo catastrófica que podría llegar a ser incluso una breve
guerra nuclear en una Europa salpicada de reactores atómicos. Ajromeyev recordaría
que, después de lo de Chernobil, «el peligro nuclear dejó de ser una idea abstracta
para nuestro pueblo. Se había convertido en una realidad palpable».[92]
Las repercusiones que tuvo el accidente de Chernobil para las autoridades
políticas soviéticas fueron mayores que las de cualquier otro acontecimiento desde la
crisis de los misiles de Cuba. «Hemos aprendido qué puede significar una guerra
nuclear», diría Gorbachov ante el Politburó. Ni que decir tiene que la catástrofe sería
mucho más responsable de los cambios drásticos que se producirían en la mentalidad
oficial soviética que los años previos de presión de los norteamericanos y el
fortalecimiento militar. La tragedia exigía que se pusiera fin a la xenofobia y al
secretismo obsesivo, y que se llevara a cabo una nueva evaluación de las políticas de
seguridad de la era nuclear. Antes de que transcurriera un año del incidente, la
política exterior, la postura en lo relacionado con el control de armas nucleares, la
manera de enfocar las negociaciones con Estados Unidos y la doctrina militar de la
URSS experimentarían unos cambios sumamente drásticos. Chernobil también
obligaría al Politburó a introducir la glasnost, esto es, la práctica de debatir en
público cuestiones espinosas, que el país había perdido en los años veinte. Varias
semanas después del desastre, Gorbachov diría a sus colegas: «Ahora nuestro trabajo
es transparente para todo el pueblo, para todo el mundo. No hay interés alguno que
pueda obligarnos a ocultar la verdad».[93]
Gorbachov sugirió a sus colegas del Politburó que la Unión Soviética presentara
iniciativas más audaces para detener la carrera armamentística. A finales de mayo de
1986 el secretario general hizo lo nunca visto presentándose en el Ministerio de
Asuntos Exteriores para dirigirse a un nutrido grupo de diplomáticos. La
administración Reagan, dijo, trataba de encajonar a la Unión Soviética en una
agotadora carrera armamentística. «La política exterior soviética», concluyó, «debe
aliviar la carga» que suponen los gastos militares, debe «hacer todo lo posible por
aflojar el tornillo de los gastos de defensa». Se dijo a los diplomáticos que se

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deshicieran de la mentalidad de burócratas sin voz ni iniciativa, la mentalidad que
había prevalecido durante los años de gestión de Molotov y Gromiko en ese
ministerio. Gorbachov criticó la vieja diplomacia soviética por su «absurda
obstinación». En vez de cavar trincheras para la Guerra Fría y aguardar a que las
autoridades de Washington asumieran un tono más conciliador, la diplomacia
soviética debía conquistar a la administración Reagan, envolverla con iniciativas de
paz e influir en ella a través de sus propios aliados de Europa Occidental.[94]
El primer resultado tangible de la política exterior que se puso en práctica después
de lo de Chernobil fue el paso adelante dado en Estocolmo en el control y
verificación de armamento convencional. Esas conversaciones se habían prolongado
durante años, pues el bando soviético se negaba a aceptar las inspecciones sobre el
terreno propuestas por los norteamericanos. El alto estado mayor se sintió
horrorizado ante la perspectiva de una inspección de la OTAN, que habría podido
descubrir las numerosas aldeas Potemkin que tenían las fuerzas armadas. En el
Politburó, Ajromeyev desafió al máximo negociador soviético en Estocolmo, cuyo
«patriotismo soviético» puso en duda. Después de lo de Chernobil, sin embargo, el
secretismo ya no lograría imponerse. Bien al contrario: por orden del Politburó el
propio Ajromeyev tuvo que desplazarse hasta Estocolmo para anunciar que la URSS
aceptaba una inspección sobre el terreno. El mariscal, profundamente consternado
por lo de Chernobil, acató las instrucciones recibidas, y al cabo de unas semanas se
firmó el tratado.[95]
Por aquel entonces el secretario general se hallaba inmerso en un estudio de las
relaciones internacionales que incluía los trabajos de la Comisión Palme y varios
socialdemócratas occidentales sobre desarme y «seguridad conjunta». También leía el
Manifiesto de Russell-Einstein de 1955 y las obras del Movimiento Pugwash de
científicos contra la guerra nuclear.[96] Armado de nuevas ideas, Gorbachov hizo a
continuación un llamamiento a los aliados socialistas de Estados Unidos en defensa
de una nueva filosofía de seguridad. El presidente francés, François Mitterrand, el
presidente del gobierno español, Felipe González, y el primer ministro canadiense,
Pierre Elliot Trudeau, expresaron su agrado por el «nuevo pensamiento» y se
mostraron sumamente críticos con la postura de las autoridades norteamericanas. En
el curso de una entrevista con el presidente francés en julio de 1986, el líder soviético
arremetió contra Reagan y «las fuerzas y grupos que lo colocaron en el poder» por
promover la SDI y no haber sabido comprender las nuevas necesidades de la
humanidad en materia de seguridad. Mitterrand reconoció que «probablemente el
complejo industrial militar estuviera ejerciendo fuertes presiones sobre la
administración norteamericana». Y añadió al mismo tiempo que «no debemos olvidar
que Reagan, pese a todas las influencias que recibe de su entorno, tiene sentido
común e intuición». Pidió a Gorbachov que no contemplara la situación política de
Estados Unidos como algo inamovible: «La situación puede cambiar». También se
mostró complaciente con la preocupación que sentía verdaderamente Gorbachov por

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la cuestión de la seguridad, y se avino a hacer de intermediario entre la Unión
Soviética y Estados Unidos.[97]
Margaret Thatcher, la primera ministra conservadora de Gran Bretaña, desempeñó
el papel de embajador informal entre Gorbachov y Reagan. Había una gran afinidad
personal entre la Dama de Hierro y el líder soviético, pese al abismo ideológico que
los separaba. Desde un principio, Thatcher comprendió perfectamente la idea de
reforma y desarme a dos bandas impulsada por Gorbachov, pero rechazó
categóricamente la de un mundo libre de energía nuclear por considerarla una
peligrosa utopía romántica. Visto retrospectivamente, Thatcher no iba equivocada,
pues el proceso de desarme se ajustó mucho a sus previsiones. Pero, como comentaría
Cherniaev, «si Gorbachov no hubiera insistido tanto, y no se hubiera mostrado tan
implacable en su deseo de demostrar a todos que las armas nucleares son un
verdadero mal y que nadie puede construir una política mundial basándose en ellas, el
proceso [de distensión] no habría comenzado nunca».[98]
Otro intermediario informal entre el Kremlin y la Casa Blanca fue el expresidente
Richard Nixon. Nixon seguía disfrutando del respeto de los líderes soviéticos, que lo
consideraban el arquitecto de la distensión durante los años setenta. En julio de 1986
dijo a Gorbachov: «Tiene razón: hay individuos en la administración [Reagan] que no
quieren acuerdos con la Unión Soviética. A su juicio, si logran aislar a la URSS
diplomáticamente, ejercer más presión económica sobre ella y alcanzar una
superioridad militar, el orden soviético se derrumbará. Por supuesto, eso no ocurrirá
nunca. Como bien sabe, durante muchos años se consideró que Reagan formaba parte
del grupo que tenía esa visión. Sin embargo, en la actualidad no es uno de ellos. Supe
a través de unas conversaciones que mantuve con él que la entrevista con usted tuvo
unos efectos lentos, pero innegables, en la evolución de sus opiniones».[99]
Todas esas conversaciones aumentaron la impaciencia de Gorbachov por poner en
marcha su «nuevo pensamiento». Otro de los factores que lo movieron fueron las
malas noticias económicas y financieras. La perestroika no funcionaba bien; las
consignas de las reformas nacionales contrastaban claramente con la inactividad
económica y el invariable estancamiento social. Un mes después de la tragedia, el
accidente de Chernobil ya había costado tres mil millones de rublos al estado. Este
gasto imprevisto afectó las discusiones que mantenía el Politburó sobre la carga
financiera que iba a suponer la continuación de la carrera armamentística estratégica
con Occidente. Quizá por primera vez desde los debates durante la crisis de Polonia,
todos pudieron ver con claridad que la economía de la Unión Soviética atravesaba
una situación sumamente comprometida. En julio de 1986 Gorbachov reconocía que
los presupuestos soviéticos habían perdido nueve mil millones de rublos, debido a la
rápida caída del precio del petróleo. Los soviéticos se esperaban también un déficit
comercial. Y la campaña contra el alcohol había supuesto una merma de quince mil
millones de rublos para las arcas del estado.[100] En el orden interno, el secretario
general, con la ayuda de Ligachev desde la secretaría del partido, renovó

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radicalmente los cuadros de la burocracia y el partido, con la esperanza de
rejuvenecer el sistema soviético administrativo.[101] Pero Gorbachov todavía no
estaba preparado para implantar medidas drásticas, como fijar precios y combatir una
inflación oculta. Y no sabía cómo transformar la economía socialista. Esperaba poder
aliviar la situación económica reduciendo las tensiones internacionales para obtener
los «dividendos de la paz», esto es, una reducción del gasto militar y créditos
occidentales.
Las relaciones entre la URSS y Estados Unidos atravesaban un momento de
exacerbación debido a lo que cabría calificar de verdadera guerra de los servicios de
espionaje, una guerra que causaba víctimas reales. En Moscú el KGB obtenía a través
de un agente de la CIA, Aldrich Ames, información exhaustiva sobre los espías
norteamericanos en misión en la Unión Soviética. En 1986, con el consentimiento de
Gorbachov, todos ellos fueron detenidos; algunos fueron juzgados y condenados a
muerte. Al mismo tiempo fueron descubiertos y detenidos en Estados Unidos varios
agentes soviéticos que llevaban mucho tiempo infiltrados en el FBI y la Agencia de
Seguridad Nacional. Esa repugnante guerra se intensificó aún más a finales de agosto,
cuando el FBI detuvo a Gennadi Zajarov, agente del KGB que encubría sus
actividades trabajando en la Secretaría de las Naciones Unidas. Como represalia, el
KGB acusó en falso y detuvo al corresponsal de U. S. News and World Report,
Nicholas Daniloff.[102] Una nueva oleada de sentimientos antisoviéticos en los
medios de comunicación norteamericanos, vigorosamente promovida por la
administración Reagan, pareció devolver las relaciones entre los dos países a su punto
más bajo de 1983.
Gorbachov esperaba con impaciencia que se produjera un avance evidente. A
comienzos de septiembre, en medio de la controversia Zajarov-Daniloff, escribió una
carta a Reagan proponiéndole que, en vez de esperar a la siguiente cumbre que debía
celebrarse en Washington, tuvieran inmediatamente un breve encuentro en el que
poder hablar los dos solos, «digamos, por ejemplo, en Islandia o en Londres». En un
intento por separar a Reagan de su equipo más conservador, Gorbachov sugirió que la
entrevista fuera «una conversación estrictamente confidencial, privada y sincera (tal
vez acompañados únicamente de nuestros ministros de Exteriores)». El objetivo de la
reunión iba a ser «esbozar una serie de acuerdos sobre dos o tres cuestiones muy
específicas», para asegurarse de que estarían preparados para su firma en la próxima
cumbre.[103]
Más tarde, Margaret Thatcher y los asesores de Reagan afirmarían que
Gorbachov había hecho caer al presidente norteamericano en una trampa. En efecto,
el secretario general no sólo se había preparado para discutir sobre «dos o tres
cuestiones muy específicas», sino también para presentar un acuerdo revolucionario
destinado a reducir el armamento nuclear. Pero el líder soviético no pretendía tender
una emboscada a Reagan. Como parte de los preparativos para la cumbre, ordenó al
alto estado mayor que abandonara la estrategia ofensiva de alcanzar el canal de la

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Mancha en pocos días y que elaborara una nueva doctrina militar basada en una
«suficiencia estratégica» y en una postura defensiva.[104] También comunicó a los
militares su deseo de aceptar la propuesta de Reagan de eliminar todos los misiles de
medio alcance soviéticos y norteamericanos de suelo europeo («la opción cero»). Por
último, sugirió que en el paquete de negociaciones soviético se incluyera la
aceptación de un recorte del 50 por 100 de los ICBM «pesados», pilar del arsenal
estratégico soviético.[105] En consecuencia, la reunión de Reikiavik, la capital de
Islandia, se convirtió en el acontecimiento diplomático más llamativo de los últimos
años de la Guerra Fría.
Las propuestas soviéticas se basaban en los principios de la «suficiencia
estratégica», que durante largo tiempo habían circulado en los institutos académicos
moscovitas y entre los negociadores para el control armamentístico. Dichos
principios sostenían que no era esencial mantener una paridad numérica en los
armamentos estratégicos. Por supuesto, nadie excepto Gorbachov se atrevía a
proponer abiertamente la adopción de esos principios, pues cualquiera habría temido
verse acusado de traidor desde el Ministerio de Defensa y el alto estado mayor. Hasta
Gorbachov tuvo que explicar su «nuevo pensamiento» como una necesidad
pragmática. A comienzos de octubre de 1986 expuso claramente ante el Politburó que
la URSS no podía permitirse responder al desafío de Reagan con el tradicional
«donde las dan las toman»: «Nos veremos arrastrados a una carrera armamentística
que va más allá de nuestras posibilidades, y la perderemos, porque hemos llegado al
límite de nuestras posibilidades. Además, cabe esperar que Japón y la RFA puedan en
breve sumar su potencial económico al americano. Si empieza otra carrera, la presión
a la que se verá sometida nuestra economía será extraordinaria».[106]
Una vez más queda demostrado que la SDI era como un bloque tambaleante para
el «nuevo pensamiento» de Gorbachov. El británico Archie Brown, especialista en
ciencias políticas, cree que para Gorbachov en aquellos momentos la SDI no
representaba tanto una preocupación por la seguridad, sino más bien un pretexto para
defender «el tipo de innovación política que rompiera el empate de la carrera
armamentística y pusiera fin al círculo vicioso que ésta suponía».[107] Las pruebas
indican lo contrario: el programa de Reagan constituía una verdadera preocupación
para el líder soviético. Gorbachov seguía sin comprender si las intenciones de Reagan
eran agresivas o no. Al igual que con la cumbre de Ginebra, las instrucciones del
Politburó para la entrevista de Reikiavik fueron fruto de una componenda entre los
nuevos enfoques ideológicos de Gorbachov y sus temores tradicionales en materia de
seguridad. Aunque los militares habrían hecho lo mismo, fue Gorbachov quien
vinculó con firmeza cualquier acuerdo de reducción de armamento estratégico a una
sola condición: Reagan debía enterrar la idea de la SDI y confirmar la adhesión
norteamericana al tratado ABM de 1972. Mientras se dirigía a un reducido grupo de
partidarios del «nuevo pensamiento» durante los preparativos para la entrevista de
Reikiavik, Gorbachov dijo que era necesario conseguir que Reagan se apartara de su

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postura en lo referente a la SDI. «Si se fracasa, entonces podremos decir: ¡Ya nos lo
esperábamos!»[108]
La cumbre de Reikiavik empezó con una amigable conversación privada entre los
dos líderes.[109] Reagan comenzó por exponer los cuatro puntos de la agenda
norteamericana y vinculó cualquier posible progreso en materia de desarme a ciertos
cambios de postura de los soviéticos en temas del Tercer Mundo y a su respeto por
los derechos humanos en su propio país. Gorbachov garantizó al presidente
estadounidense su apoyo a una «eliminación definitiva de armas nucleares» basada en
los principios de «igual seguridad» para ambas partes. Dijo también que estaba
dispuesto a llegar «hasta donde fuera necesario en la cuestión de las verificaciones»
para eliminar cualquier duda por parte de Estados Unidos. Al mismo tiempo, el líder
soviético vinculó claramente una fecha para la celebración de la cumbre de
Washington con alcanzar un acuerdo en materia de reducción de armamento
(exigencia muy similar a la expuesta por los soviéticos en tiempos de la
administración Cárter).[110]
Lo que sucedió después entre los dos líderes pareció casi surrealista a los demás
participantes de la reunión, veteranos de las décadas de absoluto distanciamiento. Por
lo visto, Reagan y Gorbachov resolvieron más cuestiones relacionadas con el
desarme que todos sus predecesores juntos. En opinión de los expertos
norteamericanos, Gorbachov hizo más concesiones que las que había hecho la Unión
Soviética durante los últimos veinticinco años. El secretario de Estado, George
Shultz, reaccionó ante este acontecimiento con frialdad: «Bien, que vaya haciéndolas.
Al fin y al cabo, sus propuestas son fruto de cinco años de presión que hemos
ejercido».[111] Otros miembros de la administración con una mentalidad más
ideológica se inquietaron. Reagan vio una oportunidad para ver cumplida la que
consideraba que era su misión: impedir el apocalipsis nuclear. Sin molestarse en
consultar al Pentágono o a los aliados de Estados Unidos, puso sobre la mesa, en
primer lugar, la idea de la eliminación total de los misiles balísticos nucleares para
1996, y después, la de todas las armas nucleares. Gorbachov accedió, pero insistió en
la necesidad de excluir cualquier plan destinado a probar componentes misilísticos de
defensa en el espacio. A Reagan, sin embargo, su amigo Caspar Weinberger lo había
convencido de que el Congreso «condenaría a muerte» la SDI si ésta quedaba
limitada a los laboratorios. El presidente norteamericano pidió a Gorbachov que
permitiera las pruebas en el espacio como «favor personal». Y añadió que una
concesión en lo concerniente a la SDI tendría una «gran influencia en nuestras futuras
relaciones». Gorbachov, no obstante, se mantuvo en sus trece: renuncia total a la SDI,
incluido el período intermedio de pruebas de laboratorio, o nada.[112] La cumbre
fracasó, y el secretario general, visiblemente consternado, y el presidente
norteamericano tuvieron que afrontar las consecuencias del fiasco en sus respectivos
países. Como se sabe perfectamente hoy día, diez años o más de pruebas de
laboratorio no habrían «condenado a muerte» ni «creado» el escudo antimisiles,

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como temían Reagan y Gorbachov. El líder soviético no estaba preparado para
eliminar todas las armas nucleares de la URSS, por no hablar de sus misiles
balísticos.[113]
Gorbachov regresó a Moscú quejándose de que los norteamericanos «no
abandonaban la búsqueda de una superioridad» y que simplemente habían venido a
Reikiavik a embolsarse sus concesiones, lo que era en esencia cierto por lo que
respecta a la mayoría de la delegación estadounidense. Ante el Politburó, Gorbachov
dijo que Reagan «es incapaz de controlar a su pandilla» y «parece un verdadero
embustero».[114] Apenas unos años más tarde, sin embargo, el líder soviético
calificaría el efecto Reikiavik de epifanía, similar a la conmoción que supuso
Chernobil. Tal vez fuera que, una vez más, los temores tradicionales del secretario
general libraban en su alma una batalla contra conceptos del «nuevo pensamiento».
En el fondo, quedó sorprendido al descubrir que la fe de Reagan en el desarme
nuclear parecía verdadera. Otros participantes soviéticos en la cumbre tuvieron la
misma impresión. Anatoli Dobrinin recordaría más tarde que «la visión de Reagan de
un apocalipsis nuclear y su convicción, tan arraigada como oculta, de que al final las
armas nucleares debían ser eliminadas, resultarían más poderosas que su visceral
anticomunismo».[115] La imagen de Reagan como enemigo entre los altos dirigentes
de la política exterior soviética, modelada por la confrontación anterior, empezaría a
cambiar, pero este fenómeno se iría produciendo lentamente, a empujones.

EL «NUEVO PENSAMIENTO» Y LA CRISIS EN CIERNES

El fracaso de la cumbre de Reikiavik no mermó el interés de Gorbachov por


desarrollar el «nuevo pensamiento» en los asuntos globales. Al contrario, no tardó en
trasladarse a Kirguistán, a un hermoso lago situado en las montañas, para hablar con
la élite intelectual del mundo —escritores, sociólogos, economistas, ecólogos y
futurólogos— sobre la amenaza nuclear y las posibles respuestas políticas que podían
dársele. Entusiasmado ante una audiencia de tanta calidad, Gorbachov habló
públicamente por primera vez de la prioridad de «los intereses de la humanidad sobre
los intereses de clase». Sus innovaciones teóricas recordaban las perplejidades de
Ligachev y los propagandistas del partido. «¡Estalló una bomba en el bando de los
pensadores ortodoxos!», contaría con regocijo en sus memorias. En la primavera de
1987 su transformación ideológica comenzaba a alejarlo de sus seguidores más leales
y eficaces, Ligachev y Rizhkov. Los dos colaboradores ya no podían identificarse
ideológicamente con él.[116] Los meses siguientes a la cumbre de Reikiavik fueron
testigos de la primera etapa de desacuerdo entre Gorbachov y sus colegas del
Politburó, que habían contemplado su «nuevo pensamiento» como una simple
retórica para encubrir una política pragmática de retirada y atrincheramiento
temporales del poder soviético. De cambiar en los mandos a los titulares de cargos

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clave con el fin de conseguir una «aceleración» económica, Gorbachov pasaría a dar
los pasos necesarios para transformar la ideología directriz de la Unión Soviética.
Los «cruzados» antisoviéticos de la administración Reagan seguían complicando
mientras tanto los planes reformistas de Gorbachov. El 1 de diciembre, la
administración anunció que Estados Unidos no iba a respetar las limitaciones
impuestas por SALT-2 a sus fuerzas estratégicas. El comportamiento provocador de
las autoridades norteamericanas, por segunda vez tras la segunda cumbre, obligó al
Politburó a tomar una decisión: olvidarse de Reagan y esperar a que el futuro
brindara otras oportunidades o seguir con la ofensiva de paz con mayor vigor y
energía. En el Politburó, Gromiko no pudo dejar de hacer ciertos comentarios
escépticos sobre la fijación de Gorbachov por el tema del desarme: «Si destruimos las
armas nucleares que hemos estado construyendo durante los últimos veinticinco años,
¿qué pasará luego? ¿Tendremos que depender de la buena voluntad de los
americanos? ¿Dónde está la garantía de que no nos adelantarán en la carrera espacial?
No, más concesiones no nos reportarán un acuerdo con los americanos. Estados
Unidos no va a aceptar un acuerdo paritario».[117]
Además de Gromiko, Ligachev y el jefe del KGB, Viktor Chebrikov, también
manifestaron su preocupación por la «cruzada» de la administración Reagan contra la
Unión Soviética. Gorbachov, sin embargo, ya había tomado la determinación de
seguir con sus nuevas políticas fuera como fuere. Dijo que jugar al «donde las dan las
toman» con la administración Reagan supondría «el regalo perfecto para esos tipos
que se dedican a incumplir tratados y a escupir en la opinión pública. Dirían: ese es el
momento que esperaban los soviéticos». El Politburó optó por presionar a la
administración Reagan a través de miembros moderados del Congreso
norteamericano, de los países aliados de Estados Unidos y de la opinión pública
norteamericana.[118]
Más o menos durante esas mismas semanas, los altos jefes del ejército recibieron
instrucciones en el sentido de que abandonaran el viejo objetivo de alcanzar una
mayor superioridad sobre el enemigo y se avinieran a llevar a cabo reducciones
unilaterales de mayor envergadura en las reservas estratégicas de la URSS. Poco
después de la cumbre de Reikiavik, Sergei Ajromeyev presentó el borrador de la
nueva doctrina militar en la Academia del Alto Estado Mayor, la escuela militar de la
élite del ejército. El documento exponía la imposibilidad de obtener la victoria en una
guerra futura (pues sería nuclear) y proponía que el ejército soviético dejara de
intentar equipararse con el norteamericano. Conmocionados, los militares no podían
dar crédito a sus oídos. Pudieron escucharse gritos sordos de traición.[119] Esos gritos
llegaron a oídos de Gorbachov, y en una reunión celebrada el 1 de diciembre hubo un
duro intercambio de palabras entre el líder soviético y el mariscal Ajromeyev, que
hacía poco había renunciado a su cargo en el alto estado mayor para ser nombrado
simplemente ayudante militar del secretario general.

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GORBACHOV: No hemos hecho verdaderas concesiones. Sin embargo, nuestros
generales intentan meternos miedo, temen quedarse sin nada que hacer. Sé que
murmuran mucho, y que se preguntan: ¿Qué clase de gobierno es éste, que está
desarmando al país?
VITALI VOROTNIKOV (MIEMBRO DEL POLITBURÓ): ¡Hay gente que piensa lo mismo!
GORBACHOV: Ogarkov está muy molesto. Exige más y más. En un momento en el
que veinticinco millones de personas viven en nuestro país por debajo de los
mínimos oficiales del nivel de vida.
AJROMEYEV: Los generales son buena gente. Sí, son buenos miembros del partido.
Sin embargo, si un general está convencido de que se preocupa más él por el
país que el Politburó, deberíamos resolver este problema directamente con él.
GORBACHOV: Si fracasamos en nuestra lucha por la paz, el pueblo no nos brindará su
apoyo. Y si reducimos nuestras defensas, tampoco nos apoyará. Hay mucho
chovinismo.[120]

Gorbachov utilizó sus dotes retóricas para derribar la oposición de los militares, y
obtuvo lo que quería. El 31 de diciembre, en su calidad de comandante en jefe y
presidente del Consejo de Defensa, aprobó la nueva doctrina militar. Ese día se
produjo un cambio trascendental, aunque también marcaría el fin del entusiasmo
inicial que habían sentido los militares por Gorbachov y su camino reformista.
El «nuevo pensamiento» de Gorbachov siguió evolucionando, incluso con la
ausencia de indicios de distensión con Estados Unidos, en claro contraste con la
política de distensión seguida por Brezhnev. Pero un sorprendente consenso, al menos
en apariencia, prevalecía en el Politburó. Ni ningún conservador ni ningún militar
deseaba desafiar al secretario general. Ni el alto estado mayor, pese a su gran
consternación por las nuevas propuestas de desarme y la nueva doctrina militar, se
atrevió nunca a oponerse a la política seguida por Gorbachov en el Politburó.
Además, al contrario de lo que tal vez pueda desprenderse de la lectura de las
memorias de Gorbachov, los conservadores partidarios de la modernización y los
seguidores del «nuevo pensamiento» existentes en el partido y las élites estatales
seguían sin tener demasiado claro el rumbo que seguiría la evolución del líder
soviético. El secretario general era desconcertantemente incoherente en su retórica y,
en particular, en sus acciones. Parecía triunfar en la ambigüedad y le gustaba el papel
de moderador, escuchando con la misma atención a las opiniones opuestas, mediando
en los debates, disimulando las discrepancias y cortando de raíz las confrontaciones.
El feudo conservador por antonomasia, el KGB, seguía pensando a comienzos de
1987 que Gorbachov estaba desarrollando el programa de modernización controlada
y conservadora y de atrincheramiento imperial puesto en marcha por Andropov. A la
dirección del KGB no se le ocurrió que Gorbachov fuera a desmantelar todo el
régimen de política represiva que había sobrevivido a la desestalinización y había
quedado atrincherado durante los años de gobierno de Brezhnev y Andropov.

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Vladimir Kriuchkov, jefe del departamento de espionaje extranjero del KGB,
recordaría que no había dudado de la devoción de Gorbachov por el sistema soviético
y el «socialismo», y que más tarde se sintió horrorizado por el alcance de su
«traición».[121]
Gorbachov tuvo la prudencia necesaria para no desafiar abiertamente los
principios básicos de la ideología oficial. Al contrario, su vigor ideológico y sus
frecuentes compromisos públicos «de mantenerse fiel al potencial del socialismo»
confundieron a las sofisticadas élites moscovitas que desde hacía tiempo
consideraban que la ideología comunista era ya un cadáver. Sus equivocadas
estrategias económicas y la campaña contra el alcohol dieron la impresión a muchos,
tanto dentro como fuera de la URSS, de que simplemente quería insuflar nuevo vigor
al viejo sistema. Yakovlev se quejaba en privado de que el líder soviético seguía
siendo cautivo de una mitología ideológica basada en las clases. «Durante los tres
primeros años de perestroika», reconoce Cherniaev, Gorbachov «pensaba en una
mejora de la sociedad en categorías marxistas-leninistas. Estaba convencido de que si
Lenin hubiera vivido diez años más, habría habido un buen socialismo en la URSS».
El secretario general veneraba al fundador del bolchevismo; tenía las obras de Lenin
sobre la mesa de su despacho, y de vez en cuando las releía en busca de soluciones e
inspiración.[122]
Así pues, en el camino que había emprendido Gorbachov todavía faltaba mucho
para llegar al momento de apertura ideológica y líneas divisorias políticas. En algunas
cuestiones de política exterior, la línea divisoria no la marcarían tanto los principios
ideológicos, sino las estrategias del atrincheramiento soviético. Curiosamente, esta
circunstancia se pondría de manifiesto con mayor claridad en las discusiones del
Politburó sobre la situación desesperada que se vivía en Afganistán. Con ayuda de
fondos de la CIA, el régimen pakistaní del general Ziaul Haq armaba y adiestraba a
fundamentalistas islámicos que libraban constantes batallas contra las tropas
soviéticas y el gobierno prosoviético afgano. Los rusos no podían derrotar a un
ejército tan poco convencional como eran las formaciones de fundamentalistas que
operaban desde territorio pakistaní.[123] Gorbachov, junto con los demás miembros
del Politburó, seguía siendo contrario a una retirada inmediata de las tropas. Sostenía
que los soviéticos debían establecer en Afganistán un régimen islámico moderado
amigo de la URSS para evitar una situación en la que Estados Unidos o las fuerzas
fundamentalistas se harían con el control de la zona. En 1987 se hizo evidente que
aquella idea era una verdadera quimera, sobre todo debido a la alianza existente entre
Estados Unidos, Pakistán y las fuerzas musulmanas fundamentalistas. El ministro de
Defensa, Sergei Sokolov, el mariscal Ajromeyev y el comandante en jefe del ejército
de la URSS en Afganistán, el general Valentín Varennikov, abogaron por una retirada
inmediata de los soldados soviéticos. El viceministro de Exteriores, Georgi
Kornienko, los apoyó. Ironías de la vida, hasta el propio Gromiko, último

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superviviente del grupo que propuso la invasión de Afganistán, se manifestó a favor
de la retirada inmediata.[124]
Sin embargo, los dos máximos responsables de la comisión del Politburó para la
cuestión afgana, Shevardnadze y Kriuchkov, miembro del KGB, insistieron en
continuar con la misión de «salvar» Afganistán, pues temían que se produjera un
baño de sangre en Kabul y que los intereses de la seguridad soviética se vieran
perjudicados en caso de una victoria de los fundamentalistas. En 1986 el KGB había
apoyado a Najibullah por considerarlo una alternativa mejor a Babrak Karmal, y
ahora tenían que seguir ayudando a su candidato. Por aquel entonces, el principal
defensor del «nuevo pensamiento», Yakovlev, también se había mostrado favorable a
la afganización de la guerra. Gorbachov, como revelan los informes y diversas
memorias, sustentó esas posturas e hizo caso omiso de las advertencias de Ajromeyev
y Kornienko. Posteriormente, Gorbachov y Yakovlev afirmarían que había sido la
implacable política de Estados Unidos la culpable de que se prolongara la guerra en
Afganistán.[125]
La postura de Gorbachov respecto a la cuestión afgana no fue un episodio aislado.
En general, seguiría apoyando y conservando a todos los clientes y amigos
tradicionales de la URSS en el Tercer Mundo, incluidos los regímenes nacionalistas
árabes antiisraelíes, Vietnam, el régimen de Mengistu Haile Mariam de Etiopía, la
Cuba de Castro y los sandinistas de Nicaragua.[126] Las dinámicas y las motivaciones
que se ocultaban detrás de esa onerosa política exigen una explicación. ¿Quería
Gorbachov reformar la Unión Soviética conservando su papel de gran potencia y sus
alianzas en el mundo? ¿Seguía, como Shevardnadze, adherido, por culpa de la
inercia, al legado del paradigma revolucionario-imperial en el Tercer Mundo?
Los miembros conservadores del Politburó partidarios de una modernización, al
igual que los seguidores de una línea dura de la administración Reagan, creían que
era así. Pero el secretario general más bien procuraba ganar tiempo, pues tal vez no se
sintiera aún suficientemente preparado para comenzar un desmantelamiento unilateral
del imperio soviético. También parece que las cuestiones del Tercer Mundo nunca
llegaron a interesar verdaderamente a Gorbachov, cuya ideología del «nuevo
pensamiento» hacía que se centrara en la integración de la URSS en el «primer
mundo» (en la cooperación con las potencias capitalistas más avanzadas). En 1987
Gorbachov ya empezó a expresar su confianza en la interdependencia global entre el
socialismo soviético y el capitalismo democrático. Como hiciera Jrushchov en 1955-
1957, el líder soviético comenzó a combinar ofensivas de paz y desestalinización,
negociaciones con Occidente y liberalización en el interior del país. Pero Jrushchov
había vuelto a una política de represión dentro de la URSS a raíz de las sublevaciones
de Hungría y Polonia. Gorbachov quería ir más lejos que su reformista predecesor y
no dar nunca marcha atrás. Utilizó los preparativos de Reikiavik para exigir la
reconsideración de la política soviética en lo concerniente a derechos humanos,
inmigración y persecución de disidentes políticos y religiosos en el ámbito nacional.

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Tras el fracaso de la cumbre de Reikiavik, defendió la necesidad vital de la URSS de
volver a ganarse las simpatías de los líderes de Europa Occidental, las élites cultas y
la opinión pública. Sin la presión de Europa Occidental, iba a ser imposible conseguir
que la administración Reagan adoptara una postura más conciliatoria. En concreto,
Gorbachov indicó al Politburó que había que permitir que Andrei Sajarov, el
disidente más famoso de la URSS, pudiera regresar a Moscú de su destierro en
Nizhni Novgorod. En enero de 1987 los soviéticos dejaron de interferir las emisiones
radiofónicas de la BBC, la Voz de América y la Deutsche Welle de Alemania
Occidental.[127]
Por aquel entonces la mayoría de los burócratas y oficiales soviéticos, incluso los
del KGB, reconocían a regañadientes que la persecución de disidentes y grupos
religiosos suponía un obstáculo importantísimo para sentarse a negociar con Estados
Unidos. Todavía recordaban el enfado de Reagan en 1983, cuando los soviéticos se
opusieron a que un grupo de cristianos pentecostales emigrara a Estados Unidos. En
los debates del Politburó el jefe del KGB, Chebrikov, propuso liberar a un tercio de
los prisioneros políticos, y más tarde reducir el número existente en aquellos
momentos a la mitad. Esta propuesta era de la misma naturaleza que el plan de
Andropov de utilizar judíos y disidentes a modo de moneda de cambio en las
negociaciones de los años setenta para la distensión. A partir de 1986, el KGB
comenzó a reducir el número de detenciones por «crímenes políticos», pero
intensificó lo que denominaba medidas profilácticas, esto es, la intimidación y la
extorsión de ciudadanos soviéticos que levantaban sospechas.[128]
El declive económico continuado y la amenaza del déficit fueron dos de los
factores que más influyeron en Gorbachov y el Politburó por aquel entonces. Los
programas iniciales para la perestroika y el mejoramiento de la economía soviética se
habían revelado inútiles. A comienzos de 1985 la URSS se había visto obligada a
gastar más divisas fuertes de las que había podido ganar; esta circunstancia provocó
una doble carga: por un lado el déficit comercial consiguiente, y por otro una
importante deuda exterior[129] (una situación sumamente peligrosa que afectaba las
economías de los países de Europa Oriental desde los años setenta). Además, durante
los dos primeros meses de 1987 la producción industrial, que atravesaba momentos
caóticos debido a su descentralización parcial y a otros experimentos desacertados,
cayó un 6 por 100, siendo la industria pesada y la de consumo las más afectadas.
Había un desfase de ochenta mil millones de rublos entre los ingresos y los gastos del
estado. Gorbachov no explica en sus memorias por qué la situación económica y
financiera había llegado a ese grado de deterioro desde su ascensión al poder.[130]
Hasta el otoño de 1986 los miembros de base del Politburó nunca habían recibido
la verdadera información relativa a los gastos militares, los gastos de ayuda al
exterior y otros desembolsos presupuestarios secretos. Los importes habrían dejado
boquiabierto a cualquiera. Además de los gastos de defensa, que se comían el 40 por
100 de los presupuestos soviéticos, la URSS ayudaba financieramente a sus aliados

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centroeuropeos y a numerosos países clientes del resto del mundo. Los miembros del
Politburó pudieron enterarse para su sorpresa que el «coste» anual de Vietnam
ascendía a cuarenta mil millones de rublos. Otros estados clientes sólo resultaban
algo más económicos: Cuba costaba veinticinco mil millones de rublos, Siria costaba
seis mil millones de rublos… y la lista continuaba. Desde los años cincuenta los
soviéticos habían estado enviando a Irak, Libia y Siria grandes cantidades de
equipamiento militar, como, por ejemplo, tanques de primera línea, aparatos aéreos y
misiles, pero nunca habían recibido el dinero que costaba ese material.[131]
Los presupuestos soviéticos se resentían de la carga que suponían los sesenta y
siete mil setecientos millones de rublos asignados a la defensa (el 16,4 por 100 de los
presupuestos). Pero deberían hacer frente a pérdidas aún más cuantiosas debido a la
decisión tomada en 1985 de invertir otros doscientos mil millones de rublos y divisas
fuertes en la modernización de la industria de la maquinaria (una inversión necesaria,
pero cuya rentabilidad, lamentablemente, nunca es inmediata). Por otro lado, cayeron
los ingresos por la venta de bebidas alcohólicas, y la última gran fuente de ingresos,
la exportación de petróleo, seguía reportando poco, pues el precio del crudo se había
precipitado desde los altos niveles de antaño hasta cotizar en abril de 1986 a doce
dólares el barril, y la tendencia seguía siendo a la baja. En 1987 el estado soviético no
tenía más medios para aumentar sus ingresos que los impuestos y la revisión al alza
de los precios. El 30 de octubre de 1986 Gorbachov dijo que la crisis financiera «nos
tiene cogidos por el cuello». No obstante, se negó a equilibrar los presupuestos a
costa de una subida de los precios al consumidor y de la reducción de los subsidios
estatales a los productos alimenticios. Al cabo de seis meses el Politburó se dio
cuenta de que, sin una revisión de los precios, sólo esos subsidios ascenderían a cien
mil millones de rublos en 1990. Sin embargo, pese a los numerosos debates, a los
preparativos y a los borradores que se realizaron, nunca entró en vigor una reforma de
precios. Se tomaron medidas aisladas y puntuales, pero sólo sirvieron para agravar el
malestar económico. Las razones de que Gorbachov decidiera contemporizar no están
muy claras. Es evidente que tanto él como el resto del Politburó carecían incluso de
los conocimientos más básicos de macroeconomía. También es posible que
Gorbachov se diera cuenta de que una subida drástica de los precios habría creado
disturbios sociales y socavado su posición como líder del país.[132]
La sombría situación económica y financiera hizo que la distensión y el
atrincheramiento soviéticos parecieran un objetivo urgente incluso a ojos de los
miembros conservadores del Politburó. La Unión Soviética simplemente no podía
permitirse que su diplomacia siguiera jugando a ser el maestro de la prestidigitación.
Gromiko era uno de los que abogaban por mejorar cuanto antes las relaciones de la
URSS con los países occidentales. En febrero de 1987 Gromiko y Ligachev
manifestaron claramente su apoyo a un acuerdo de «opción cero» con Estados Unidos
para eliminar todos los misiles de alcance intermedio.[133]

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En febrero de 1987 Gorbachov estaba a punto de comenzar la tercera ronda de su
ofensiva de paz contra Ronald Reagan. Antes de que se celebrara la siguiente cumbre
en Washington, emprendió más recortes asimétricos del arsenal militar soviético. En
el curso de una entrevista con Gorbachov a finales de ese mismo mes, el primer
ministro italiano, Giulio Andreotti, colmó de elogios al líder soviético por haber
acordado «valientemente» el desmantelamiento de los misiles de alcance intermedio
dirigidos contra Europa. A continuación lo animó «a dar un pequeño paso más» y
proceder de manera unilateral a la eliminación de los de corto alcance. En opinión del
italiano, ese «intrépido paso» socavaría los planes de los norteamericanos de
desplegar misiles de corto alcance en Europa Occidental.[134] En la entrevista
celebrada en abril con George Shultz, Gorbachov y Shevardnadze aceptaron la
«opción cero» de Reagan para misiles balísticos de alcance intermedio, como había
decidido el Politburó. Para sorpresa de todo el mundo, comunicaron a Shultz que la
Unión Soviética también estaría dispuesta a reducir sus nuevos misiles de corto
alcance, los SS-23 («Oka»). Esta propuesta significaba que la URSS iba a
desmantelar muchos de los misiles que apuntaban directamente a los territorios de
Europa Occidental. Suponía un paso menor, pero muy significativo, más allá de los
límites del consenso en pro de la distensión alcanzado fuera del Politburó.[135] Los
militares quedaron espantados. Empezaron a quejarse del precipitado despilfarro de
los activos estratégicos soviéticos. Como si les diera la razón, Shultz guardó las
concesiones de los soviéticos y regresó a Estados Unidos sin dar nada a cambio.
Ajromeyev, sin embargo, tenía las manos atadas por su lealtad personal a Gorbachov.
Junto con el resto de los militares, prefirió culpar a Shevardnadze de haberse vendido
a los norteamericanos.[136]
Gorbachov no tardaría en tener la oportunidad de reducir una potencial oposición
militar a sus políticas. En mayo de 1987 Matthias Rust, joven piloto alemán, entró en
territorio soviético volando desde Finlandia con una avioneta de recreo y aterrizó en
la Plaza Roja. El insólito «caso Rust» permitió a Gorbachov destituir a la mayoría de
los jefazos del ejército, empezando por el ministro de Defensa, el mariscal Sergei
Sokolov. A Rust, que pasó varios meses detenido en la Lubianka, la cárcel del KGB,
se le concedió una amnistía sin levantar demasiado revuelo. El líder soviético eligió a
dedo al nuevo ministro de Defensa, Dmitri Yazov, veterano de la Segunda Guerra
Mundial y antiguo jefe del distrito militar de Extremo Oriente, que no tenía carisma y
carecía de autoridad entre los altos cargos militares. Gorbachov empezó a abogar por
«la transparencia y el candor» en lo tocante a las armas convencionales en Europa,
reconociendo la gran superioridad de la URSS, que contaba con veintisiete mil
tanques y casi tres millones y medio de soldados. Al mismo tiempo, el ejército
soviético comenzó la puesta en práctica de la nueva doctrina militar. La nueva
doctrina del Pacto de Varsovia, copia literal de la soviética, fue adoptada por los
países miembros en julio de 1987. William Odom considera que la nueva política

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sustituyó el viejo concepto de guerra en Europa.[137] En consecuencia, también
sacudió los cimientos ideológicos y psicológicos de la presencia militar soviética en
Europa Central.
Mientras tanto, con la aprobación tácita de Alexander Yakovlev (que estaba al
frente de los medios de comunicación), y también con la de Mijail y Raisa
Gorbachov, una red informal de «hombres y mujeres de los sesenta», intelectuales y
apparatchiks «ilustrados», e individuos que veinte años antes se habían entregado en
cuerpo y alma a la desestalinización y a la transformación democrática, empezó a
extenderse y a influir en la vida civil. Desde 1986 esas personas habían comenzado a
ocupar rápidamente puestos estratégicos en los medios de comunicación controlados
por el estado. Los protegidos de Yakovlev se convertirían en los editores de algunos
de los periódicos más importantes, como, por ejemplo, Sergei Zaligin en Novi Mir,
Vitali Korotich en Ogonek y Yegor Yakovlev en Moscow News. Esos seguidores del
«nuevo pensamiento» emprendieron la publicación de manuscritos prohibidos, y se
dedicaban a promocionar películas y novelas antiestalinistas y a denunciar el
anquilosamiento en el que había caído el país durante los años de gobierno de
Brezhnev.
En verano de 1987 Gorbachov reveló sus intenciones a su círculo más íntimo, en
el que figuraba Yakovlev y Cherniaev: quería revisar «todo el sistema, empezando
por su economía y acabando por su mentalidad». Pletórico de entusiasmo, Cherniaev
decidió grabar las Palabras del líder: «Iría lejos, muy lejos».[138] En aquellos
momentos Gorbachov ya no tenía nada que temer del sector conservador, incluidos el
Politburó y la nomenklatura del partido. Al contrario, entre la nueva legión de
funcionarios del partido, había individuos, como, por ejemplo, Boris Yeltsin, jefe de
la organización del partido de Moscú, que empezaban a quejarse por la lentitud de
Gorbachov en llevar a cabo reformas en el país. En noviembre de 1987, en su
discurso conmemorativo del LXX Aniversario de la Revolución Bolchevique,
Gorbachov recogió por primera vez las críticas de Jrushchov contra Stalin, afirmando
que en la historia soviética seguía habiendo «páginas en blanco».[139] Aquello supuso
un punto de inflexión en la interacción existente entre las innovaciones en materia de
política exterior y los avances en el interior del país. De una primera fase,
caracterizada por el énfasis en el control de armamento y la distensión, Gorbachov
pasó a una siguiente fase, en la que combinaba su ofensiva de paz con la misión
inacabada de desestalinización iniciada por Jrushchov. Cherniaev cuenta lo siguiente:
«Para triunfar en política exterior, teníamos que deponer los mitos y dogmas de la
confrontación ideológica, y eso tuvo un impacto —a través de la mentalidad del
secretario general y de los medios de comunicación reformistas— en todo el entorno
cultural de la sociedad».[140]
El rápido predominio de ese «nuevo pensamiento» sumamente idealista e
inclinado a la reforma no acabó con las desconcertantes incoherencias que a veces
tenía Gorbachov. El 27 de junio de 1987, en el curso de una conversación con Robert

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Mugabe, primer ministro de Zimbabue, Gorbachov describió la filosofía de la política
exterior soviética en los mismos términos que hubiera utilizado Jrushchov treinta
años antes. Dijo que «debe ejercerse más presión para relacionarse con [los países
occidentales]». El 23 de octubre de 1987 comunicó a Shultz que no estaba dispuesto a
ir a una cumbre en Washington hasta que Reagan renunciara a seguir adelante con el
programa de la SDI. La simple firma de un tratado para la reducción de fuerzas
nucleares de alcance intermedio (el Tratado INF) no bastaba para justificar la cumbre.
El líder soviético pidió consejo a su grupo de asesores más íntimo, incluidos
Shevardnadze, Yakovlev, Ajromeyev, Cherniaev y el viceministro de Exteriores,
Alexander Bessmertnij. Algunos le dijeron que esperara a que hubiera una nueva
administración en Washington dispuesta a abordar la cuestión de la SDI. Cherniaev,
sin embargo, instó al líder soviético a seguir adelante con la cumbre.[141]
Las vacilaciones de Gorbachov y su obsesión por la SDI no hacían más que
añadir grandes dosis de escepticismo respecto a las intenciones de los soviéticos entre
los miembros de la administración Reagan y los neoconservadores de Washington.
Pero el fenómeno del «nuevo pensamiento» no era el truco de un profesional de las
relaciones públicas. Gorbachov adoptó ideas de transformación radical de la
ideología soviética y del sistema político y económico, ideas que realmente defendían
la apertura de la Unión Soviética al mundo exterior. Siendo realistas, dichas ideas
exigían precaución, prudencia y una estrategia perfectamente calculada, pero
Gorbachov estaba impaciente. Su reformismo radical venía motivado por el deterioro
de la economía soviética y una galopante crisis financiera. Pero todavía estaría más
motivado por conceptos románticos relacionados con los asuntos internacionales y
por su capacidad como reformador. Sólo unos pocos miembros del gobierno y de la
clase política de la URSS siguieron a Gorbachov con entusiasmo y celo reformista.
Los demás se limitaban a observar dando tácitamente su aprobación, mientras la
nueva política exterior de Gorbachov elevaba el estatus internacional de la Unión
Soviética a unos niveles sin precedentes y conseguía importantes resultados en la
reducción de las tensiones que habían acompañado a la Guerra Fría.
Sin embargo, esa aprobación no tardaría en verse sustituida por la preocupación y
la consternación. Los conservadores, los modernizadores y los militares se dieron
cuenta de que la URSS difícilmente podría cumplir con los compromisos contraídos
en Europa Central, Afganistán y el resto del mundo.[142] Y abogaron por un cauto
atrincheramiento con el fin de posponer el derrumbamiento de la esfera de influencia
soviética. En cambio, Gorbachov y los seguidores de su «nuevo pensamiento»
empezaron a proclamar una política de no injerencia en Europa Central. No tardarían
en dejar a los aliados de la URSS abandonados a sus propios recursos. Sin embargo,
la mayoría del Politburó, el KGB y los militares no podían imaginarse que
Gorbachov estaría dispuesto a poner fin a la Guerra Fría a costa de la destrucción del
imperio exterior soviético en Europa Central y de una funesta inestabilidad en la
propia Unión Soviética.

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10

Gorbachov y el fin del poder soviético,


1988-1991

En una palabra, ha venido produciéndose el


desmantelamiento del socialismo como fenómeno mundial. Es
una reunificación de la humanidad sobre la base del sentido
común. Y el que ha puesto en movimiento todo ese proceso ha
sido un tipo corriente de Stavropol [Gorbachov].

CHERNIAEV, en su diario,
5 de octubre de 1989

Costó tres décadas convertir la Unión Soviética en una superpotencia, el principal


país que desafió la supremacía de Estados Unidos en el mundo. Pero sólo hicieron
falta tres años para que se desintegrara el gigante comunista. Para las personas que
llegaron a la mayoría de edad durante la Guerra Fría, fue un acontecimiento repentino
y asombroso. Los que tendían a ver la Guerra Fría en términos apocalípticos como la
lucha entre el bien y el mal llegaron a la conclusión de que fue Ronald Reagan y su
administración los que derrocaron al gran Satán del comunismo. Pero la mayor parte
de los estudiosos y analistas llegan a la conclusión de que la superpotencia soviética
llegó a su fin por obra de sus propios dirigentes, por influencia de nuevas ideas,
nuevas políticas y nuevas circunstancias.[1] Jacques Lévesque, especialista en
ciencias políticas canadiense, autor del libro The Enigma of 1989, llega a la siguiente
conclusión: «Rara vez en la historia hemos sido testigos de que la política de una gran
potencia haya sido guiada durante tanto tiempo, a través de tantas dificultades y
reveses, por una visión del mundo tan idealista, basada en la reconciliación universal,
y en la que la imagen del enemigo ha sido siempre difusa, hasta el punto de hacerla
prácticamente desaparecer».[2]
Constituye una ilusión humana eterna atribuir los grandes acontecimientos a
grandes causas. Durante el siglo pasado, los estudiosos solían atribuir a grandes
fuerzas impersonales las transiciones de un período histórico a otro: a los cambios en
el equilibrio de poder, a las contradicciones entre los estados, a las revoluciones, a la
aparición de nuevas ideologías y movimientos sociales, etc. Por otra parte, entre los

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especialistas, se ha puesto también de moda subrayar los microniveles de la historia:
el papel y las creencias de la «gente corriente», los cambios incrementales
experimentados por la vida social, y el poder como fenómeno de la vida cotidiana.
Entre estas dos tendencias, la tesis de que la historia viene determinada por «grandes
hombres» parece claramente desacreditada. Actualmente muchos historiadores son
reacios a admitir que el carácter de un individuo que ocupa un puesto de poder en una
coyuntura crítica puede tener una importancia decisiva en el curso de la historia.
Sin embargo, la figura de Mijail Sergeievich Gorbachov demuestra que así es.
Este hombre enérgico y apuesto, de ojos brillantes y sonrisa encantadora, «hizo más
que nadie para poner fin a la Guerra Fría entre el Este y el Oeste», afirma el
especialista en ciencias políticas británico Archie Brown en su estudio pionero The
Gorbachev Factor.[3] Vale la pena citar a Anatoli Cherniaev, el más leal de los
ayudantes de Gorbachov, y el que más lo apoyó, cuando dice: «no era “un gran
hombre” por lo que se refiere al conjunto de cualidades personales». Sin embargo,
«llevó a cabo una gran misión», y eso es «más importante para la historia».[4] Dmitri
Volkogonov adopta una actitud más crítica y ofrece una valoración distinta, pero
también curiosa: Gorbachov es «un hombre de una gran inteligencia, pero de carácter
débil. Sin esta paradoja de su personalidad resulta difícil comprender su figura como
actor de la historia». Volkogonov reconoce que «el intelecto, los sentimientos y la
voluntad de Gorbachov» dejaron una singularísima impronta en el hundimiento de la
Unión Soviética.[5]
Las fuentes que ayudan a escribir una obra acerca de Gorbachov son casi todas
problemáticas. Las mismas reservas valen para las observaciones retrospectivas de
muchos de sus críticos. Algunas parecen llenas de veneno y virulencia, por ejemplo
los libros de Valeri Boldin (la persona más próxima a Raisa Gorbachov) y del ex
primer ministro Nikolai Rizhkov. No obstante, estos libros —así como los escritos y
las entrevistas, de tono más comedido, del director del KGB Vladimir Kriuchkov, del
secretario general adjunto Yegor Ligachev, del vicepresidente Gennadi Yanaev, del
viceministro de Asuntos Exteriores Georgi Kornienko, del guardaespaldas personal
de Gorbachov Vladimir Medvedev, y de otros muchos— merecen una atenta lectura.
[6]
Las observaciones de los amigos de Gorbachov presentan otro tipo de
tendenciosidad. Anatoli Cherniaev, Georgi Shajnazarov, Vadim Medvedev, Andrei
Grachev, y otros ayudantes y colegas suyos, reconocen que su exjefe cometió muchos
errores y tenía numerosos puntos débiles, pero siguen admirando al hombre y las
ideas que se ocultan detrás de su política.[7] La única excepción es Karen Brutents,
que en sus memorias extremadamente críticas llega a la conclusión de que
«Gorbachov hizo posible el fin de la Guerra Fría», pero también «se convirtió en el
individuo que involuntaria e inconscientemente liquidó la Unión Soviética».[8]
Una fuente más reveladora de la personalidad de Gorbachov nos la proporcionan
las notas tomadas por sus asistentes en las sesiones del Politburó y las actas de sus

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conversaciones con líderes extranjeros y personajes públicos, en parte publicadas y
en parte accesibles en el Archivo de la Fundación Gorbachov de Moscú. Por último,
quizá la fuente más complicada para conocer la personalidad de Gorbachov sea el
propio Gorbachov. No resulta fácil reunir pruebas a partir de sus memorias; son tan
artificiosamente opacas y han sido tan cuidadosamente montadas que sólo el lector
más avezado puede entresacar algún dato de ellas. No obstante, sus memorias y otros
recuerdos de los años que estuvo en el poder contienen una poderosa impronta de su
personalidad. Desde que dejó el cargo de secretario general del PCUS y la
presidencia de la URSS, ha seguido siendo el mismo, con una singularísima conducta
y un discurso tal que incluso hoy día lo sitúa al margen de los demás políticos rusos.
[9]
Tanto los críticos como los admiradores de Gorbachov llegan irremediablemente
a un punto en el que no tienen más remedio que rascarse la cabeza al empezar a
hablar de su «enigma» personal. Dmitri Furman, perspicaz analista ruso y admirador
de Gorbachov, llega a la conclusión de que «aquellos seis años de desmantelamiento
sistemático» de la Guerra Fría y del comunismo «no fueron un desarrollo orgánico de
la URSS y de Rusia. Más bien se trató de una aportación a la historia vinculada a la
individualidad de Gorbachov».[10] Yegor Ligachev dice que la política «no puede
explicar los zigzags del rumbo político asociados tan íntimamente al nombre de
Gorbachov. Había toda una red de causas relacionadas entre sí, entre ellas las
cualidades personales de Gorbachov».[11]
Sostener que Gorbachov no fue un gran estadista no supone denigrarlo ni negar la
contribución histórica que hizo al proceso del final pacífico de la confrontación
global bipolar. A decir verdad, durante los años noventa, Gorbachov se hizo tan
impopular entre sus compatriotas que un estudio serio y sin adornos de su
personalidad y de sus dotes de estadista no puede sino contribuir a disipar la nube de
rumores exagerados y de acusaciones míticas que han oscurecido su reputación en
Rusia.

¿PODRÍA ESTAR YO AQUÍ SIN GORBACHOV?

Conviene, y además es necesario, describir las explicaciones al uso que se dan sobre
el fin de la Guerra Fría, pues centran nuestra atención en los distintos marcos —
material, político e intelectual—, a cual más decisivo, en los que la singular
personalidad y el peculiar estilo de liderazgo de Gorbachov provocaron su poderoso
efecto. Según la primera explicación al uso, ofrecida por especialistas en relaciones
internacionales, a mediados de los años ochenta el equilibrio de poder se había
decantado claramente a favor de Estados Unidos y Occidente. Su decadencia relativa
no ofrecía a los soviéticos alternativa alguna a la política de retraimiento imperial y
de compromiso con el poderoso Occidente. En cuanto los dirigentes del Kremlin

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percibieron este giro en el equilibrio de fuerzas, adaptaron su conducta a la realidad.
[12]
Es evidente, sin embargo, que esa realidad, por muy penosa que resultara para el
Kremlin, no dictó automáticamente un solo conjunto de percepciones (o «relatos»
como dirían hoy los teóricos modernos). En el Kremlin, como en cualquier otro lugar,
la distancia entre la realidad y sus percepciones era muy grande. Y, lo que es más
importante, los hombres del Kremlin percibieron a mediados de los ochenta más de
una opción.
La opción más peligrosa para el mundo y para la propia Unión Soviética fue
discutida por los ancianos dirigentes rusos entre 1981 y 1984 en respuesta a la
sensación de amenaza que tenían como consecuencia del fortalecimiento militar y el
comportamiento «agresivo» de la administración Reagan. Yuri Andropov y el
mariscal Dmitri Ustinov contemplaron la posibilidad de tomar medidas de
emergencia para movilizar a la sociedad y al estado soviético para la tarea de
preservación de la «paridad estratégica» con Estados Unidos en la carrera
armamentística en todas sus variantes. Aunque no está claro hasta qué punto estaba
dispuesto el Kremlin a ir en esta dirección,[13] su reacción se basaba en el recelo, el
miedo, y la confianza en la disuasión por medio de la fuerza. Incluso Gorbachov,
cuando llegó al poder, se hallaba bajo la influencia de Andropov y su opinión de que
no podía llegarse a ningún compromiso mientras Reagan continuara en la Casa
Blanca.[14]
Otra opción era la reducción unilateral y calibrada de las fuerzas armadas
soviéticas, similar a la que el Kremlin llevó a cabo durante los primeros años que
siguieron a la muerte de Stalin. Ello no significaba el abandono de la carrera
armamentística con Estados Unidos, sino más bien darse un «respiro» para aliviar la
carga de los gastos en el complejo de industria militar que pesaba sobre la economía
soviética. Esta opción, a diferencia de la primera, respondía al deseo de reforma
gradual del sistema centralizado de la URSS, pero implicaba gradualismo y el
mantenimiento de un control firme de la sociedad y de la vida económica. Hasta
1989, la mayoría de los analistas de Washington sospechaban y temían que fuera eso
precisamente lo que pretendía hacer Gorbachov.[15] De hecho, algunos elementos de
esta opción se hallaban presentes en los argumentos expuestos por Gorbachov ante el
Politburó entre 1986 y 1987 y se hicieron públicos a partir de 1988 en la doctrina de
la «suficiencia estratégica».
Una tercera opción era llegar a un «acuerdo amistoso» con Occidente sobre la
base de la reducción de armamento por ambas partes. Esta opción había sido
planteada ya al término de la Segunda Guerra Mundial, entre otros, por Maxim
Litvinov y tuvo bastante preponderancia a la muerte de Stalin. Nikita Jrushchov y
Leonid Brezhnev la llamaron «coexistencia pacífica» y se adhirieron a ella a pesar de
los fracasos y frustraciones de las relaciones soviético-norteamericanas. En el fondo
de esta opción se escondía una Realpolitik no muy distinta de la estrategia Nixon-

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Kissinger de los primeros años setenta. Su finalidad era preservar los elementos
esenciales de la influencia imperial de la URSS en el mundo, empezando por la
«paridad» estratégica con Estados Unidos, la conservación de los aliados de la URSS
en el extranjero, y el apoyo ideológico a los movimientos comunistas y
«progresistas» internacionales. Según Cherniaev, Gorbachov, durante sus primeros
años en el cargo, creyó que la coexistencia pacífica era la opción del «sentido
común» y que socialismo y capitalismo «podían coexistir sin interferir uno en otro».
[16]
El punto clave de todo esto, aunque a menudo no se haya reconocido, es que
Gorbachov nunca persiguió sistemáticamente ninguna de estas opciones. Aunque
algunos críticos dentro de la URSS y algunos responsables de la elaboración de la
política de Occidente hayan pensado que seguía las estrategias de la «coexistencia
pacífica» o del «momento de respiro», en realidad, como demostraré más adelante,
hizo algo completamente distinto y cabe afirmar que menos coherente y calculado.
Así lo han reconocido, a posteriori, los leales a Gorbachov y en particular sus
críticos, que incluso hoy siguen hablando de una «oportunidad perdida» de adoptar
una «vía china».[17]
El declive estructural y la crisis de la URSS en el ámbito interno constituyen una
segunda explicación habitual del final de la Guerra Fría. El deterioro de la economía,
la ecología y la calidad de vida de la URSS —llamado estancamiento en tiempos de
Brezhnev—, así como los profundos problemas, cada vez más graves, de un estado
plurinacional, contrastaba de forma espectacular con el tremendo auge experimentado
por Estados Unidos y Europa Occidental durante los años ochenta. En 1985, la Unión
Soviética era una superpotencia sólo en el sentido militar. Bajo el liderazgo de
Gorbachov, el sistema económico y financiero de la URSS se deterioró aún más y de
forma más acelerada. En el bando de los estadounidenses, entre otros el secretario de
Estado George Shultz y el destacado observador de la CIA Robert Gates, se dieron
cuenta de que para los intereses de Estados Unidos resultaba muy ventajoso que la
agudización de la crisis obligara a los dirigentes soviéticos a dar pasos de manera
unilateral con el fin de satisfacer las exigencias y condiciones puestas por los
norteamericanos para llegar al fin de la confrontación.[18]
Antes incluso de Gorbachov, en tiempos de Andropov y Chernenko, los viejos
dirigentes de la URSS reconocieron que para la economía del país era imprescindible
llevar a cabo una política de distensión y frenar la carrera armamentística. Parece que
Gorbachov estaba de acuerdo con esta postura. Se tiene constancia de que dijo al
Politburó que esa carrera estaría «por encima de nuestras capacidades, y la
perderemos porque estamos al límite de nuestras capacidades. Es más, cabe esperar
que Japón y la RFA alcancen muy pronto el potencial de los americanos… Si
comienza la nueva ronda, la presión sobre nuestra economía será increíble».[19]
La explicación «estructural interna» resulta persuasiva, pero un examen más
atento revela que también es incompleta. La cuestión más importante es que la grave

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crisis económica, financiera y política empezó entre 1986 y 1988 y siguió
empeorando debido a las decisiones y las políticas adoptadas por Gorbachov. Dos de
ellas tuvieron las consecuencias más nefastas. En primer lugar, en vez de apoyarse en
los elementos más pragmáticos del partido y de la burocracia del estado para
reestructurar el país, Gorbachov intentó crear nuevas fuerzas y movimientos políticos
al tiempo que reducía gradualmente el poder del partido y de las estructuras estatales
centralizadas. En segundo lugar, en vez de adoptar medidas económicas impopulares,
como la reforma de los precios y la reducción de los subsidios del estado en el marco
del sistema político vigente, fomentó un desmantelamiento muy rápido de dicho
sistema. Estas decisiones dieron lugar al caos político y a la catástrofe económica a
partir de 1988. Los «remedios» de Gorbachov acabaron matando al enfermo.[20]
Incluso con la economía y las finanzas en rápida decadencia, la Unión Soviética
habría podido disimular su debilidad tras una respetable fachada a lo Potemkin y
negociar con Estados Unidos desde una posición de paridad relativa. A partir de
1988, esta situación cambió de manera espectacular. La decisión de Gorbachov de
lanzar una reforma radical de la política y del estado, junto con la separación del
aparato del partido de la vida económica, provocó una crisis severísima del estado y
creó dentro de la sociedad soviética unas fuerzas políticas centrífugas que enseguida
quedaron fuera de control. Aquello, que supuso toda una revolución, quedó patente
ante el mundo entero, y arrastró consigo a los dirigentes soviéticos. Estas decisiones
políticas destruyeron esencialmente la capacidad de la URSS de actuar como una
superpotencia en la arena internacional. La Unión Soviética se vio sumida en una
situación que no le permitía ayudar a sus aliados ni presentarse a sí misma como un
socio paritario en las negociaciones con Estados Unidos.
Hay otros aspectos que también contradicen la idea de que la crisis estructural
interna fue un factor determinante primordial de la decisión de Gorbachov de poner
fin a la Guerra Fría con rapidez y en las mejores condiciones posibles. En primer
lugar, la actitud negociadora de la URSS empezó a cambiar de manera espectacular
desde comienzos de 1987, antes de que la crisis se agudizara y se hiciera visible. En
segundo lugar, la Unión Soviética siguió vertiendo, con la aprobación de Gorbachov
y Shevardnadze, miles de millones de dólares en suministrar equipos militares a
Cuba, Siria, Etiopía, Vietnam y otros países clientes durante 1989,1990, e incluso
parte de 1991, cuando las arcas soviéticas empezaban a estar ya casi vacías.[21] Los
norteamericanos intentaron convencer a Gorbachov de que cortara el suministro a
Castro y los reformistas radicales soviéticos propusieron incluso entablar una alianza
con los emigrados anticastristas de Miami. Pero Gorbachov nunca dio estos pasos,
que le habrían proporcionado la aprobación de muchos miembros del establishment
político norteamericano.
Muchos especialistas y políticos sostienen de manera convincente que no había
forma de reformar la URSS sin desmantelar el viejo sistema soviético. No obstante,
cabe imaginar una transformación gradual del modelo comunista posestalinista en un

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modelo autoritario poscomunista (como el que se ha producido en China). Un líder
respaldado por los elementos más pragmáticos de las altas esferas del partido habría
podido privatizar gradualmente la propiedad estatal. La curiosa transformación de los
secretarios del partido y de los ministros comunistas en banqueros y acaudalados
oligarcas en tiempos de Yeltsin permitió a un observador sugerir que, incluso con
Gorbachov, «los niveles más altos del partido» habrían estado dispuestos a «mandar
al diablo en cualquier momento el edificio entero del marxismo-leninismo, si ello les
hubiera ayudado a conservar su posición jerárquica y a seguir adelante con su
carrera».[22] En vez de optar por la cooptación de la vieja élite burocrática,
Gorbachov adoptó la política de conducir a la sociedad soviética a la «democracia»
pasando por encima de las cabezas de la nomenklatura. Este «populismo» no tardó en
hacer salir a la palestra a algunos elementos de la intelligentsia liberal y nacionalista;
sin embargo, casi de inmediato, dichos elementos se volvieron vehementemente
contra el líder soviético y empezaron a apoyar el separatismo político y a suscitar la
conflictividad social. Este hecho y el sabotaje de la nomenklatura del partido y de la
administración, con la que se había malquistado, dejaron a Gorbachov en el aire, sin
un verdadero respaldo político. En vista de que le negaban el reconocimiento político
y el apoyo en su país, lo buscó cada vez más en el extranjero, entre los líderes
occidentales.
Una tercera explicación al uso del fin de la Guerra Fría es el cambio de ideas que
se produjo entre los dirigentes soviéticos, como consecuencia de la erosión a largo
plazo de la ideología comunista y como efecto secundario a corto plazo de la glasnost
de 1987-1989. Algunos especialistas centran su atención en el «nuevo pensamiento»
de Gorbachov diciendo que se trataba de un conjunto de ideas que vinieron a sustituir
la vieja mentalidad soviética, en particular la tesis ideológica central de la lucha de
clases y del carácter inevitable de la división del mundo en dos bandos. Como
demuestra en su libro Robert English, los orígenes de las nuevas ideas sobre el
mundo entre la minoría dirigente soviética pueden remontarse hasta los años cuarenta
y cincuenta. Algunos estudiosos indican que Gorbachov absorbió el «nuevo
pensamiento» de varias fuentes internacionales y de sus consejeros de mentalidad
liberal.[23]
En realidad, el papel de las ideas en el cambio del comportamiento internacional
de la URSS fue muy grande. Pero incluso entonces, dicho papel tuvo algo extraño.
Por decirlo con sencillez, Gorbachov se tomó las ideas demasiado en serio. Tuvieron
un papel excesivo en su comportamiento. Fueron por delante no sólo de las
exigencias inmediatas del proceso negociador, sino también de la salvaguardia de los
intereses del estado. La verdadera importancia no radicaba en las ideas propiamente
dichas, sino en la personalidad histórica que las asumió y las hizo suyas.
Una vez más, la prueba clave en contra de la explicación ideológica es que había
otros escenarios en los que el rechazo de la ideología comunista habría podido
producirse de manera diferente. En primer lugar, la revisión ideológica habría podido

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llevarse a cabo más despacio, y con más control desde arriba. Gorbachov y sus
asistentes permitieron que el proceso de la glasnost siguiera adelante hasta que se
convirtió en un torbellino de revelaciones que desacreditaron todos los fundamentos
de la política exterior soviética y del propio régimen. La actitud que empezó a surgir
entre la intelligentsia (compartida más tarde por el propio Gorbachov) fue la del
revisionismo ideológico radical. Algunos revisionistas residentes en Moscú
empezaron a considerar a la Unión Soviética única y exclusivamente responsable de
la Guerra Fría. Empezaron a pensar que la política de Occidente había respondido
puramente a una reacción, dictada por la necesidad de combatir la agresividad
comunista de Stalin y la amenaza totalitaria. Un enfoque más conservador (como, por
ejemplo, el practicado actualmente en China) habría mantenido a raya el revisionismo
histórico y habría disminuido su presión sobre la política exterior, causante de su
radicalización.
El rechazo de la vieja ideología habría podido dar lugar a una actitud pragmática
y flexible, a una modalidad de Realpolitik basada menos en principios e ideas
sublimes y más en una formulación modesta y clara de los intereses del estado.
Cuando Margaret Thatcher dijo en 1984 que se podía tratar con Gorbachov, quedó
particularmente impresionada por la cita que el dirigente soviético hizo de lord
Palmerston, partidario de basar la política exterior en «intereses permanentes».[24]
Pero la base de la política exterior soviética en 1989-1991 estuvo muy lejos de la
máxima de lord Palmerston. Era sumamente idealista y estaba imbuida de un espíritu
mesiánico. A mediados de 1987, Gorbachov escribió un libro titulado Perestroika:
nuevo pensamiento para nuestro país y el mundo. Contenía una imagen de las
relaciones internacionales basada en un orden mundial justo y democrático, en el que
la URSS debía desempeñar un papel clave y las Naciones Unidas ostentarían el poder
supremo. Gorbachov sustituía la idea imperial-revolucionaria mesiánica que había
guiado la política exterior soviética por otra idea igualmente mesiánica, la de que «la
perestroika de la URSS no era sino parte de una especie de perestroika global, el
nacimiento de un nuevo orden mundial».[25]
Las nuevas motivaciones ideológicas no tienen por qué haber provocado el
rechazo total del empleo de la fuerza y la proyección del poder. Para los predecesores
de Gorbachov y para la mayoría de sus colegas del Politburó entre 1985 y 1988, la
acumulación de fuerza, la coerción y el equilibrio de poder eran incluso más
importantes que la ideología comunista. El poder y el imperio les preocupaban
tanto… como les preocupaban la perspectiva socialista y el internacionalismo
proletario. En su cambio de paradigma, Gorbachov no sólo rechazaba las máximas
comunistas de la lucha de clases, sino también toda la lógica posestalinista de los
intereses geopolíticos soviéticos, empezando por la Europa Central y del Este.
No hay nada intrínseco en las ideas del «nuevo pensamiento» que hiciera
necesarias las decisiones tomadas por Gorbachov en materia de política exterior e
interior. Cualquiera podría suscribir todo el paquete de ideas y discrepar de

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Gorbachov sobre si debían emprenderse o no unas reformas políticas que
irremediablemente habían de conducir a la decadencia y la desintegración de la
URSS, y sobre cuándo debía hacerse. Para la mayoría de los políticos la ideas son
instrumentos y para comprender sus repercusiones en la historia hay que examinar
cómo son amoldadas y manipuladas por los agentes humanos que las adoptan. En el
caso de Gorbachov, es evidente que fue demasiado lejos cuando intentó amoldar la
realidad soviética e internacional a las ideas de su «nuevo pensamiento».
No hay en la historia muchos otros ejemplos de un líder al frente de un estado
enorme y achacoso que haya puesto voluntariamente en Peligro la posición
geopolítica de una gran potencia y los propios cimientos de su poder político en aras
de un proyecto moral global. Incluso Lenin, el héroe de Gorbachov, transigió en 1918
en lo tocante a la «revolución mundial» con tal de seguir en el poder. Gorbachov, en
cambio, hizo exactamente lo contrario. Expuso claramente sus prioridades ante sus
colegas del Politburó durante el debate de marzo de 1988 que se produjo a raíz de la
llamada carta de Nina Andreieva.[26] Abandonó el rumbo de modernización
conservadora de Andropov y se embarcó en una serie de experimentos radicales más
arriesgados en materia de ideología y de política. Esta decisión dio lugar a la
polarización cada vez mayor de su entorno. La mayoría del Politburó, el Comité
Central y el aparato del estado temía perder el control de la sociedad y de la vida
política. Recordaban la lección de la desestalinización emprendida por Jrushchov en
1956. Algunos empezaron a murmurar que Gorbachov pretendía destruir y tirar por la
borda todo lo que Stalin había construido. El director del KGB, Viktor Chebrikov,
advirtió a Gorbachov de la desintegración potencialmente desastrosa de la mentalidad
soviética como consecuencia de la avalancha de revelaciones sobre el pasado. El
portavoz de los conservadores en el plano ideológico, Yegor Ligachev, suscitó por
primera vez el espectro de la disolución del bloque comunista: «Es de suponer que
nosotros saldremos adelante, pero están los países socialistas, el movimiento
comunista. ¿Qué vamos a hacer con ellos? La historia se ha convertido en política y
cuando de eso se trata debemos pensar no sólo en el pasado, sino también en el
futuro».[27]
Gorbachov ridiculizó a sus colegas escépticos acusándolos de sembrar el pánico.
Y Shevardnadze declaró que «el primitivismo y la estrechez de miras intelectual
impidieron a Jrushchov llevar a cabo hasta el final la línea del XX Congreso del
Partido». El llamado movimiento comunista y obrero era en gran medida una ficción,
de modo que no había mucho que perder. En cuanto al bloque socialista, añadió,
«pongamos por ejemplo a Bulgaria, a los antiguos dirigentes de Polonia, o la
situación actual de la República Democrática Alemana, de Rumanía. ¿Es eso
socialismo?».[28]
En la primavera de 1989, era evidente incluso para los asistentes más próximos a
Gorbachov que la revisión radical de la ideología y la historia de la Unión Soviética
iniciada desde arriba, había desencadenado una avalancha política desde la base.

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Gorbachov estaba perdiendo irremisiblemente el control de los acontecimientos en el
exterior y en el interior. En mayo de 1989, Anatoli Cherniaev escribió en su diario
privado el siguiente comentario angustioso: «Dentro de mí crecen la depresión y la
alarma, la sensación de crisis de la idea de Gorbachov. Está dispuesto a ir lejos. Pero
eso ¿qué significa? Su expresión preferida es “imprevisibilidad” Pero lo más probable
es que desemboquemos en la ruina del estado y una especie de caos».[29]

PERSONALIDAD FATÍDICA

En el capítulo anterior se comparaba a Gorbachov con Nikita Jrushchov. Pero dicha


comparación podría ir más allá. La profesora rusa Natalia Kozlova ha estudiado la
mentalidad de los campesinos rusos de la URSS. Ha descubierto que el rápido y
violento abandono de la «civilización campesina» dio lugar a una asombrosa
movilidad social y física cuando los campesinos jóvenes emigraron a las grandes
ciudades y empezaron a hacer carrera. Los nuevos reclutas de la civilización urbana
ardían en deseos de saltar de la «estulticia de la vida de aldea» al estatus social más
alto que pudieran alcanzar. La primera oleada de gente de este estilo se formó en los
años treinta y durante la Segunda Guerra Mundial. Tenía una vitalidad enorme, era
despiadada y pragmática, y creía en los beneficios materiales tangibles. La segunda
oleada se produjo en los años cincuenta, en tiempos de paz, durante las últimas fases
de la urbanización de la URSS y de la educación masiva de sus ciudadanos. Esta
segunda oleada tenía una visión optimista del mundo, pero también una fe ingenua en
las «ideas» del discurso cultivado y de la ideología, a diferencia de los habitantes de
las ciudades, más sofisticados, cínicos e hipócritas.[30] Aquí deberíamos buscar las
raíces comunes y las diferencias existentes entre Jrushchov y Gorbachov.
Cabe afirmar que el rasgo principal más determinante de la personalidad de
Gorbachov era su curioso optimismo y seguridad en sí mismo. Su capacidad de
recuperación era extraordinaria. Como individuo, Gorbachov poseía un ego muy
saludable y unos valores sólidos. Los ambientes políticos y sociales en los que vivió
(la región de cosacos de Kubán, al sur de Rusa, la Universidad Estatal de Moscú, y el
propio Politburó, donde era con diferencia el miembro más joven) fomentaron su
saludable autoestima. En cualquier caso, tenía una fe inquebrantable en sus propias
capacidades de éxito.
De esa fuente de optimismo esencial, afirman sus admiradores, emanaban el
liberalismo natural y los instintos democráticos de Gorbachov. A juicio de Chemiaev,
«el natural instinto democrático [de Gorbachov] no se había echado a perder del todo
como consecuencia de su larga carrera en el aparato del partido, aunque le hubieran
quedado algunas “marcas de viruela”». Se dice que cuando se trasladó a Moscú e
ingresó en el Politburó, sufrió una auténtica conmoción al observar las normas y
costumbres de la alta jerarquía política del país. Sus impulsos democráticos, concluye

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Cherniaev, siguieron siendo decisivos para todas sus actuaciones, a pesar de las
muchas transgresiones y sucias componendas en las que se había visto envuelto.[31]
Una segunda actitud clave, en opinión de los partidarios de Gorbachov, era su
ingenuidad. Uno de sus asistentes, Georgi Shjnazarov, recuerda la «ingenua fe [del
secretario general] en el sentido común de sus colegas». A juicio de Dmitri Furman,
Gorbachov creía que la verdad que él había descubierto era «evidente y que la gente
no tendría más remedio que captarla. Del mismo modo, es probable que Lutero
pensara que sus verdades eran tan obvias que habría podido convencer fácilmente al
Papa con ellas». La perestroika de Gorbachov era una «reforma» y necesitaba las
dotes de un predicador para intentar convertir a los paganos del comunismo a un
nuevo credo más justo y mejor, para ayudarles a salir del cautiverio de los regímenes
autoritarios, el militarismo y el pauperismo.[32]
La trayectoria vital de Gorbachov (y de su esposa, Raisa) contribuyó a generar su
firme creencia en la «reforma» del comunismo. Se licenció en la Universidad Estatal
de Moscú y marchó a una ciudad de provincias, Stavropol, en una época de crisis
para el credo estalinista y para el desarrollo de esperanzas románticas en un
«comunismo con rostro humano». Regresó de provincias a Moscú a finales de los
setenta, cuando esas esperanzas románticas habían desaparecido ya entre los
miembros de las élites cultas y los apparatchiks del partido, cada vez más cínicos.
Lenin siguió siendo el modelo de Gorbachov durante sus primeros años en el poder.
En la personalidad de Lenin (mejor dicho, en su imagen idealizada y censurada),
Gorbachov veía el reflejo de sus propios rasgos personales, en particular su creencia
febril en el poder de las ideas revolucionarias, su optimismo «histórico» y su
inquebrantable determinación de salir adelante en medio del caos social y político.
Todavía a comienzos de 1989, Gorbachov confesó a Cherniaev que mentalmente
«pedía consejo a Lenin».[33]
Sus críticos ven la confianza en sí mismo y los instintos democráticos del líder
soviético desde una perspectiva totalmente distinta. Ligachev afirma que «en su
carácter no había espacio para que pudiera entender» lo difíciles que iban a ser las
reformas.[34] El jefe de la cancillería de Gorbachov, Valeri Boldin, observa la
existencia de un profundo abismo psicológico entre el secretario general y la inmensa
mayoría del pueblo soviético. Su jefe de seguridad, Vladimir Medvedev, dice que el
«intelectual» Gorbachov, a diferencia del «patriarcal» Brezhnev, se sentía incómodo
entre las masas del pueblo soviético y que prefería más bien hablar con los
occidentales.[35]
Los amigos de Gorbachov reconocen cuántos elementos de su personalidad
estaban en contradicción con la tendencia general de la mentalidad rusa y soviética.
Pero se ponen de su parte, no del lado de la gente. Cherniaev, por ejemplo, define la
sociedad soviética como «una población degradada con una psicología acostumbrada
a que se lo den todo hecho». En opinión de sus amigos, Gorbachov realizó la tarea
hercúlea de despertar a la sociedad del tremendo estupor y la esclavitud del

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totalitarismo soviético. El resto, sostiene Cherniaev, era inevitable. Resultó que la
sociedad no era digna de su líder; el «nuevo pensamiento» se adelantó a su tiempo.
Teniendo en cuenta todo esto, Gorbachov no pudo realmente poner el freno cuando la
sociedad soviética se desbocó, arrollándolo todo a su paso.[36]
Tanto amigos como enemigos ponen de relieve una consecuencia clave del
optimismo esencial y de la ingenuidad de Gorbachov: su tendencia a improvisar
«sobre la marcha», su falta congénita de un plan estratégico a largo plazo, y su
aversión a los detalles prácticos del gobierno. Todos reconocen que la perestroika
carecía de plan y que el «nuevo pensamiento» era demasiado vago y no podía
constituir una guía práctica de las reformas. Las expresiones favoritas de Gorbachov,
aparte de «imprevisibilidad», eran: «Dejemos que el proceso se desarrolle» y «el
proceso de acontecimientos está en marcha» (protsessi poshli). A juicio de Dmitri
Furman, era una derivación de su visión excesivamente positiva de la gente, y en
especial del pueblo soviético. «Siempre le parecía que lo único que podía hacer la
gente era estar encantada de organizar su vida por su cuenta».[37] No le cabía duda de
que lo mejor debía ser desencadenar los cambios sociales y esperar a que los
«procesos» siguieran su curso y trajeran consigo el mejor resultado posible.
Incluso sus admiradores reconocen que este rasgo de su psicología contribuyó a
su incapacidad crónica de trazar un rumbo práctico para el aparato del estado, de
llevar a cabo un programa de acción sostenido y bien meditado, y de evitar el caos
psicológico y el colapso ideológico de la sociedad. Las memorias políticas de
Cherniaev revelan su frustración y sus constantes dudas al respecto. Gorbachov, dice,
no supo empezar unas reformas económicas significativas cuando todavía tenía
ocasión de hacerlo. Retrasó indefinidamente las reformas de los precios, dejando que
la crisis financiera aumentara y adquiriera unas proporciones monstruosas. Dejó que
la guerra de Brezhnev-Andropov-Gromiko en Afganistán se convirtiera en la «guerra
de Gorbachov». Y dejó que en 1990 y 1991 Boris Yeltsin tomara la iniciativa política
rompiendo con el viejo orden político desacreditado.[38] No obstante, sus admiradores
subrayan que todo esto no supuso un error trascendental. Sostienen que como nadie
sabía cómo transformar un país totalitario, la operación sólo podía llevarse a cabo
mediante el sistema de tanteo, probando y equivocándose. Además, arguyen, si
Gorbachov hubiera previsto con exactitud su tarea en toda su complejidad y con
todos los peligros que acarreaba, simplemente no habría podido emprenderla nunca.
[39] Esta valoración de las capacidades de Gorbachov se basa en la idea de que nadie

habría podido reformar el sistema soviético y el imperio de la URSS. Lo único que


cabía era destruirlos por completo.
Diez años después de que perdiera el poder, el propio Gorbachov, en una cándida
discusión, reconoció que hubo «muchísima ingenuidad y utopía» en sus acciones.
Pero dijo que corrió deliberadamente el riesgo de la desestabilización política a partir
de 1988 porque quería «despertar» al pueblo soviético. De lo contrario, señaló,

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«habríamos corrido la misma suerte de Jrushchov», es decir, la nomenklatura del
partido habría apartado del poder a Gorbachov.[40]
Los críticos aseguran que en ningún momento se produjo un desafío serio a la
autoridad de Gorbachov por parte de los funcionarios del partido en 1988.[41] William
Odom llega a la conclusión de que el líder soviético era un «intrigante inveterado, un
embaucador locuaz, incapaz de prever las probables consecuencias de su política».
Ligachev dice que «llegar tarde, reaccionar con demasiada lentitud ante los
acontecimientos, fue uno de los rasgos más característicos de la política de
Gorbachov»[42] Y en una entrevista, añadió: «Cuando se producían algunos sucesos
controvertidos, Gorbachov a menudo reaccionaba con retraso. Mi explicación es que
pretendía que otros analizaran las cosas que afectaban a la sociedad, lo que pudiera
resultarle doloroso a la sociedad. Quería que la fruta le cayera del árbol en las manos
cuando estuviera madura, lo primero que fuera. Pero a menudo era preciso remar
contracorriente. Ha habido muchos casos en la historia en los que un líder ha estado
en minoría, y luego ha resultado que tenía razón. Por desgracia, a Gorbachov le faltó
esta cualidad».[43] Kriuchkov habla y escribe acerca de la «impulsividad [de
Gorbachov], vinculada a su personalidad, a los rasgos constitutivos de su carácter
anormal».[44]
Los críticos están convencidos de que un líder de otro tipo, con una mano más
dura y más firme, habría sido muy diferente. Ese hipotético «otro» líder habría
llevado a cabo la distensión con Occidente y habría transformado gradualmente el
partido comunista y la Unión Soviética. Y además, arguyen, todo eso podría haberse
hecho sin destruir los cimientos del poder del estado y sin crear un caos político y
social generalizado.
La imagen de sí mismo como líder que tenía Gorbachov es importantísima para
entender el final de la Guerra Fría. Tiene que ver con sus objetivos e ideales, pero al
mismo tiempo refleja su «fondo» psicológico, personal, más íntimo, lo que le
permitió persistir en esos ideales y objetivos. A finales de octubre de 1988,
Gorbachov se dispuso a proclamar sus nuevas creencias ante el mundo en la
Asamblea General de las Naciones Unidas. Dijo a su grupo de expertos, del que
formaban parte Shevardnadze, Yakovlev, Dobrinin, el nuevo jefe del Departamento
Internacional, Valentín Falin, y Cherniaev, que le prepararan una intervención que
respondiera al famoso discurso de Churchill en Fulton, Missouri, de marzo de 1946.
«Debería ser un anti-Fulton, un Fulton al revés», dijo. «Deberíamos presentar nuestra
visión del mundo y nuestra filosofía basada en los resultados de los últimos tres años.
Deberíamos poner de relieve la desmilitarización y la humanización de nuestro
pensamiento».[45]
Gorbachov se forjó a sí mismo según el modelo de un Lenin idealizado, en
contraposición a Stalin, tanto en la orientación que dio a la Unión Soviética como en
el ámbito internacional. Como creador del estado y el imperio soviético, Stalin
apenas diferenciaba su personalidad de su creación. Se tomaba el más mínimo desafío

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que pudiera hacerse a cualquiera de los dos como un ataque personal, y, viceversa,
consideraba cualquier ofensa a su prestigio y a su autoridad (especialmente por parte
de los extranjeros) como un insulto intolerable al prestigio de la URSS como gran
potencia. Gorbachov no se sentía asociado personalmente al estado ni al imperio
soviético en la forma en que los había heredado de sus predecesores. Más tarde
afirmaría que hizo todo lo posible «para preservar la Unión». Pero en realidad intentó
desencadenar una revolución acorde con las ideas que adoptó y desarrolló.
Gorbachov heredó de Stalin y de los sucesores de Stalin el cargo de secretario
general. Pero aparte del poder, el prestigio, la estabilidad y otros intereses, tenía otras
prioridades. La primera de ellas, como ya hemos dicho, era la construcción de un
orden mundial global basado en la cooperación y la no violencia. Esto sitúa a
Gorbachov, al menos en la imagen que tenía de sí mismo, entre personalidades del
siglo XX como Woodrow Wilson, Mahatma Gandhi, y otros profetas de los principios
universales. Es evidente que estos personajes no destacaron precisamente como
creadores de estados ni como gobernantes.
Pero Stalin y Gorbachov tuvieron un influjo enorme sobre el destino de la Unión
Soviética, aunque, por supuesto, el contraste entre las capacidades de uno y otro
como políticos no puede ser mayor. A su manera cruel y sanguinaria, Stalin fue un
verdadero arquitecto de la Unión Soviética y de su imperio en el extranjero; su
política convirtió al país en una superpotencia. Su modus operandi favorito fue crear
esferas de influencia, haciendo que dichas esferas resultaran totalmente inaccesibles a
la influencia y a la penetración de otras grandes potencias e imponiendo un control
absoluto sobre ellas por medio de una combinación de amenazas de fuerza y de
manipulación tendenciosa de la política, tanto dentro de la URSS como en los países
sometidos a la dominación soviética. En cuanto a Gorbachov, se negó resueltamente a
tratar incluso a los países en los que había tropas soviéticas estacionadas como
esferas de influencia de la URSS. En realidad, observó meticulosamente una actitud
de no intervención ante los asuntos internos de los países de Europa Central. Cuando
Henry Kissinger realizó una visita a Moscú en enero de 1989 y le planteó
cautelosamente la idea de una gestión conjunta de la transformación de Europa
Central por parte de Estados Unidos y de la URSS, Gorbachov, en su calidad de
predicador del «nuevo pensamiento», se mostró desinteresado e incluso despectivo.
[46]

EL OCCIDENTALISMO DE GORBACHOV

Stalin imbuyó una xenofobia extrema en todo el estado y la sociedad de la URSS;


consideraba las influencias culturales de Occidente una amenaza mortal para su
régimen. Stalin no toleraba la diferencia de opiniones, una vez que se formaba un
criterio sobre una determinada cuestión. Veía que la menor desviación de su «línea»
suponía una muestra intolerable de disidencia, o que planteaba un peligro de caos, o

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que constituía un síntoma de pérdida de control. Mostró una fortísima propensión a
ponerse siempre «en lo peor» y sospechaba que todos los gobernantes y políticos
occidentales, incluso aquellos que intentaban contemporizar con la URSS, abrigaban
las peores intenciones antisoviéticas. Gorbachov, en cambio, no tenía ni rastro de
xenofobia ni de hostilidad cultural hacia Occidente. Le gustaban los occidentales,
respetaba a los políticos occidentales de todas las tendencias, y llegó a considerar a
algunos de ellos amigos personales. Tenía una sorprendente capacidad de pensar
siempre de manera positiva y empezó a trabajar partiendo siempre de la buena fe, la
honestidad, la integridad y la fidelidad a los acuerdos en materia internacional.
En opinión de sus admiradores extranjeros, Gorbachov fue el primer gobernante
soviético que actuó casi como un político occidental, fenómeno que, teniendo en
cuenta sus antecedentes, no supieron comprender en ese momento. A decir verdad,
durante sus primeros años en el poder, conservó respecto a los países occidentales, y
particularmente frente a Estados Unidos, numerosos estereotipos políticos e
ideológicos habituales entre los soviéticos. Pero incluso cuando trataba a Reagan y
Kohl y sus colegas como adversarios, había empezado ya a desmantelar el telón de
acero, primero permitiendo el contacto libre con los extranjeros a un selecto grupo de
intelectuales y funcionarios de la minoría dirigente, y luego abriendo el mundo
exterior al resto de la sociedad.
Un ejemplo típico es la transformación de la idea de la «casa común europea».
Esta idea, utilizada por primera vez en 1985 y 1986 como instrumento diplomático
para entorpecer las relaciones entre Estados Unidos y los demás países de la OTAN,
en 1989 provocaba ya debates públicos y estaba convirtiéndose en sinónimo de una
«vuelta a Europa» y de rechazo de la sociedad cerrada estalinista. Gorbachov hizo de
esta idea una piedra angular de sus creencias.[47] Sergei Tarasenko, un asistente muy
cercano del ministro de Asuntos Exteriores, Shevardnadze, afirma que desde
mediados de 1988, «cuando nos encontramos con dificultades en el interior,
empezamos a darnos cuenta de que lograríamos mantenernos a flote durante algún
tiempo y de que podríamos incluso conservar el estatus de gran potencia sólo si nos
apoyábamos en Estados Unidos. Tuvimos la sensación de que si nos hubiéramos
apartado de los norteamericanos, habríamos quedado arrinconados. Teníamos que
estar lo más cerca posible de Estados Unidos».[48]
Como sostienen los admiradores de Gorbachov, aquello no fue sólo una política
calculada. Dmitri Furman señala que el occidentalismo de Gorbachov era un
complejo de dependencia que compartían otros rusos cultivados. «Para todos los
soviéticos, incluidos los niveles más altos del partido», dice, «Occidente ha sido
siempre objeto de deseo. Los viajes a Occidente eran el símbolo más importante de
estatus. Es algo que no se puede evitar; se lleva “en la sangre”, está en nuestra
cultura». Además, a Gorbachov le encantaba su enorme éxito personal en Occidente,
empezando por Estados Unidos. La «Gorbimanía» en este país fue fruto de una
afinidad natural mutua entre Gorbachov y la opinión pública occidental.[49]

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Cherniaev admira la capacidad de Gorbachov de ponerse en la misma longitud de
onda que los dirigentes y los pueblos de Occidente. Habla en su diario del logro que
supuso para Gorbachov entablar una relación amistosa con el canciller
germanooccidental Helmut Kohl. Al fin y al cabo, observa, el «nuevo pensamiento»
en materia de política exterior no era original ni terriblemente nuevo. Lo que tenía de
nuevo era que el líder del sistema soviético, condicionado a su vez por la sociedad de
su país, lograra salir tan deprisa de la mentalidad soviética. Cuando Cherniaev vio a
Gorbachov y a Kohl conversando amigablemente, «tuve la sensación física de que
estábamos entrando en un nuevo mundo en el que la lucha de clases, la ideología, la
polaridad y la enemistad ya no son determinantes».[50]
Los críticos de Gorbachov dicen que su sorprendente éxito personal entre el
público de Europa Occidental se le subió a la cabeza. Empezó a poner sus relaciones
amistosas con los líderes extranjeros por delante de los intereses del estado.
Psicológicamente, afirman, Gorbachov recurrió a Occidente en busca de
reconocimiento porque su popularidad en su propio país había empezado a caer en
picado como consecuencia de la agudización del caos social y político. Según Valeri
Boldin, «la democratización empezó, pero de repente dio un giro equivocado y su
líder no sería Gorbachov, sino su archienemigo Yeltsin. Entonces Gorbachov depositó
todas sus esperanzas en Occidente».[51] Además, los críticos señalan que los consejos
de los occidentales desempeñaron un papel cada vez más importante y siniestro en el
desvío de Gorbachov del rumbo adoptado en 1985-1987 en materia de política
exterior e interior y en la adopción de un nuevo rumbo de reformas políticas
radicales.[52]
Los diplomáticos soviéticos Anatoli Dobrinin y Georgi Kornienko adoptan una
postura particularmente franca cuando afirman que Gorbachov «desperdició el
potencial negociador del estado soviético» a cambio de una popularidad efímera y de
las buenas relaciones con los políticos occidentales. A juicio de Dobrinin, los
gobernantes occidentales se aprovecharon de la debilidad de Gorbachov. A partir de
1988, el mandatario soviético se apresuró a poner fin a la Guerra Fría porque tenía
una necesidad personal de compensar sus perspectivas de fracaso en su propio país
con éxitos en materia de política exterior. En consecuencia, «la diplomacia de
Gorbachov a menudo no fue capaz de sacar tajada de Estados Unidos y sus aliados».
[53] Kornienko cree que la excesiva sensibilidad de Gorbachov hacia la opinión y los

consejos de Occidente explican su precipitación a la hora de instaurar un nuevo


sistema político. Gorbachov el estadista estaba ansioso por sustituir su título de
«presidente del partido comunista» por el calificativo reconocido internacionalmente
de «presidente de la Unión Soviética».[54]
Las transcripciones de las conversaciones de Gorbachov con los dirigentes
extranjeros ponen de manifiesto fuera de toda duda que a partir de 1988, si no antes,
los occidentales, desde los socialdemócratas hasta los conservadores anticomunistas,
se convirtieron quizá en la fuente más importante de apoyo para Gorbachov. En ellos

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encontró comprensión y predisposición a escucharle y, lo que es más importante,
aprecio por la gigantesca envergadura de la perestroika: justamente todo lo que no
encontraba en sus colegas del Politburó e incluso entre sus consejeros intelectuales.
Esta dependencia psicológica de Occidente la reconocen los propios admiradores
del líder soviético. Furman admite que «la atención de Gorbachov se desvió en grado
sumo hacia Occidente. Era evidente que durante sus frecuentes viajes se relajaba,
mientras que en el país aumentaban la oposición y el caos». Este mismo autor rechaza
la idea de que Occidente se aprovechó de Gorbachov y precipitó el hundimiento de la
URSS. Pero deplora el hecho de que aceptara de forma acrítica tantos consejos de
Occidente. En su opinión, habría sido mejor para el país y para los intereses
«entendidos como es debido» de Occidente, «que Gorbachov hubiera mostrado
mayor indiferencia» hacia las recomendaciones de los políticos norteamericanos,
alemanes y de otros países europeos.[55]
George Bush, el secretario de Estado James Baker, y el embajador en Moscú,
Jack Matlock, reconocen que ejercieron un influjo notable sobre Gorbachov, pero han
negado que tuvieran nada que ver con el giro radical que dio y el subsiguiente
hundimiento de la URSS. En su necrológica de la Unión Soviética, Matlock dice: «Si
Estados Unidos y Europa Occidental hubieran tenido en sus manos la facultad de
crear una unión democrática de repúblicas soviéticas, habrían estado encantados de
hacerlo».[56] Es evidente, sin embargo, que el apasionado prooccidentalismo de
Gorbachov contrastaba con el pragmatismo reservado de muchos de sus
interlocutores. Las políticas de Estados Unidos y de los países occidentales para con
la Unión Soviética no se basaban en ideas, proyectos mesiánicos ni afinidades
personales, sino en intereses geopolíticos, económicos y militares.

AVERSIÓN POR EL USO DE LA FUERZA

Un rasgo adicional de la personalidad de Gorbachov que dejó perplejos a sus


contemporáneos y a los testigos de los hechos es su profunda aversión por el uso de
la fuerza. A decir verdad, el escepticismo hacia la fuerza militar era compartido por
muchos partidarios del «nuevo pensamiento».[57] Podría considerarse incluso un
fenómeno generacional, originado por el impacto de la Segunda Guerra Mundial y
reforzado por las tendencias pacifistas desarrolladas a lo largo de los años sesenta. El
exministro de Asuntos Exteriores soviético, Andrei Gromiko, por ejemplo, llamaba
en privado a Gorbachov y sus consejeros «los marcianos», debido a su ignorancia de
las leyes de la política del poder. «Me imagino lo perplejos que deben estar en
Estados Unidos y en otros países de la OTAN», confesó a su hijo. «Para ellos es un
todo misterio por qué Gorbachov y sus amigos del Politburó no son capaces de
entender cómo deben utilizar la fuerza y la presión para defender los intereses del
estado».[58]

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Gorbachov personificaba la reluctancia al uso de la fuerza. De hecho, para él
semejante actitud era menos una enseñanza de la experiencia que un elemento
fundamental de su carácter. El principio de no violencia era una creencia sincera para
Gorbachov, no sólo el fundamento de su política exterior e interior, sino uno de sus
códigos personales. Sus colegas y sus asistentes confirman que «la evitación del
derramamiento de sangre fue una preocupación constante de Gorbachov», y que
«para Gorbachov la repugnancia por el derramamiento de sangre no sólo era un
criterio, sino la condición de su intervención en la política». Gorbachov, observan,
«por su carácter era un hombre incapaz no sólo de utilizar medidas dictatoriales, sino
incluso de recurrir a medios administrativos propios de la línea dura». Sus críticos
aseguran que «no tenía agallas para la sangre», incluso cuando así lo exigían los
intereses del estado.[59]
La renuncia de Gorbachov a la fuerza no fue una consecuencia inevitable del
«nuevo pensamiento» ni de los valores liberales. Los liberales utilizan la fuerza con
fines liberales, y un número importante de liberales y de antiguos disidentes opinaría
después que el rechazo absoluto de Gorbachov a la fuerza durante el período
comprendido entre 1988 y 1991 fue un error y quizá incluso inmoral. El filósofo
liberal Grigori Pomerants elogia su decisión de dejar a Europa Central a su aire. Pero
al mismo tiempo, dice, Gorbachov «dejó a las fuerzas de destrucción a su aire» —las
fuerzas de la barbarie, del genocidio étnico y del caos— en el sur del Cáucaso, en
Asia Central y en otras regiones de la Unión Soviética. «El primer deber del estado
era contener el caos», advierte Pomerants. Otro crítico, el político nacionalista liberal
Vladimir Lukin, señala: «La firmeza era necesaria en un país como Rusia, por no
hablar de la Unión Soviética».[60]
Mientras la Guerra Fría llegaba a su fin en Europa, aparecían las primeras fisuras
en la Unión Soviética; no fue una mera coincidencia. En ambos casos, las
preferencias y la personalidad de Gorbachov desempeñaron un papel principal y
necesario. En el plano ideológico, el dirigente soviético nunca separó los dos
objetivos, esto es, el de poner fin a la Guerra Fría y el de llevar a cabo con éxito la
transformación de la URSS. Uno de los elementos esenciales de este desarrollo era la
idea de la no violencia, fruto de la aversión personal de Gorbachov por el uso de la
fuerza. Tras la tragedia de Tbilisi de abril de 1989 (las tropas rusas, a petición de los
dirigentes comunistas de Georgia, utilizaron porras y gases lacrimógenos contra una
concentración de nacionalistas y mataron a veintiún civiles georgianos), Gorbachov
decretó la prohibición del uso de la fuerza, aunque las fuerzas nacionalistas
empezaron desmembrar el país. Dijo al Politburó lo siguiente: «Hemos aceptado que
incluso en política exterior la fuerza no sirve de nada. Por lo tanto, especialmente a
nivel interno: no podemos recurrir ni recurriremos a la fuerza».[61] Curiosamente,
Gorbachov renunció de ese modo a la autoridad para mantener el orden, piedra
angular de la soberanía estatal y obligación del líder de cualquier estado. Salvo raras

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excepciones, Gorbachov se atuvo tenazmente a este singular principio hasta el último
día de su permanencia en el poder.
Los políticos occidentales, especialmente Bush y Baker, comprendieron este
rasgo del gobierno de Gorbachov y supieron aprovecharlo. En Malta, por ejemplo,
Bush propuso al mandatario soviético un acuerdo de caballeros sobre las repúblicas
bálticas, donde los movimientos de base empezaban a exigir la independencia
completa de la URSS. Se trataba de una violación de un tabú establecido hacía mucho
tiempo en las relaciones soviético-norteamericanas, a saber, la interferencia en los
asuntos internos de otra superpotencia. Bush, sin embargo, encontró la manera
adecuada de abordar la cuestión. «Me gustaría entender del todo vuestro
planteamiento del problema del Báltico», dijo. «No debería haber contratiempos en
esto. Quizá convendría más bien discutir el asunto de modo confidencial, pues me
gustaría conocer a fondo lo que piensa sobre este asunto tan complicado». Como la
cuestión de las repúblicas bálticas se presentó en el contexto del interés por el «nuevo
pensamiento» de Gorbachov, para que no hubiera contratiempos en la asociación
entre Estados Unidos y la URSS en aras de un nuevo orden global, Gorbachov
accedió enseguida. En consecuencia, se llegó al acuerdo de que los norteamericanos
se abstendrían de intentar ayudar a los movimientos independentistas de las
repúblicas bálticas, y a cambio Gorbachov se abstendría de utilizar la fuerza al tratar
los problemas de esta región.[62]
El propio Gorbachov, varios años después de que perdiera el poder, sigue
teniendo una fe inquebrantable en la no utilización de la fuerza. Lamenta los casos en
los que ésta se utilizó contra los nacionalistas dentro de la URSS. Refiriéndose a esa
y a otras situaciones de crisis (los pogromos armenios perpetrados por una multitud
de azeríes en una ciudad industrial de Azerbaiyán, Sumgait, en febrero de 1988, los
enfrentamientos interétnicos en Nagorni Karabaj, los derramamientos de sangre en
Tbilisi en abril de 1989, nuevos derramamientos de sangre en Bakú en enero de 1990,
las cargas policiales en Vilnius y Riga en enero de 1991), dijo: «Hubo muchos
intentos de bautizarme con sangre. Pero fracasaron».[63] Esencialmente, Gorbachov
está de acuerdo con lo que Ligachev dijo de él: «Por lo que se refiere a la necesidad
del uso de la violencia para salvar al pueblo, Gorbachov recurrió a ella sólo cuando el
último ciudadano del país estuvo convencido de que no había otra elección. Era un
rasgo de su carácter».[64] Siempre que se hizo un uso moderado de las fuerzas
militares contra las multitudes nacionalistas, siguiendo órdenes ambiguas y
probablemente orales de Moscú, Gorbachov se quitó inmediatamente de en medio y
dejó a los militares en la estacada, expuestos a la furia de los medios de
comunicación nacionalistas y liberales. Este esquema tuvo un doble efecto: por un
lado paralizó al ejército soviético y por otro fortaleció las energías de los que
deseaban acabar con la Unión Soviética.[65]
La decisión de Gorbachov de renunciar al uso de la fuerza en materia de política
exterior e interior como cuestión de principios fue un caso curioso y único en la

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historia universal. El especialista canadiense Jacques Lévesque dice que «la forma en
que la URSS se desgajó de su imperio y su propio final pacífico» están íntimamente
relacionados y «aparentemente quizá fueran su aportación más beneficiosa a la
historia».[66] Pero es de suponer que la no violencia por principio de Gorbachov, tan
apreciada en Occidente, no suscitara tanta admiración dentro de Rusia. Al margen de
todos los demás papeles que pudiera desempeñar, para sus compatriotas Gorbachov
era, ante todo y sobre todo, el zar, el garante de su estabilidad y de sus medios de
vida. Y de la propia existencia del estado. La evidente incapacidad de Gorbachov
para desempeñar ese papel e incluso su negativa a hacerlo contribuyó al repentino
hundimiento de la Unión Soviética y a la dislocación y la miseria de decenas de
millones de rusos y no rusos.

GORBACHOV, LAS REVOLUCIONES PACÍFICAS DE 1989 Y LA


REUNIFICACIÓN DE ALEMANIA

El efecto de esta compleja mezcla de rasgos en su carácter —optimismo, ingenuidad,


tendencia a actuar sobre la marcha, occidentalismo, y aversión a la fuerza— puede
apreciarse en el desarrollo de la política soviética respecto a Europa Central y del
Este durante la caída de los regímenes comunistas y en la diplomacia de Gorbachov
que condujo a la reunificación de Alemania. Tanto sus críticos como sus partidarios
señalan que la política exterior de Gorbachov a partir de 1987 pocas veces fue
discutida formalmente en el Politburó, sino, por el contrario, sólo en un estrecho
círculo de consejeros. Para llevar a cabo las negociaciones se apoyó en su ministro de
Exteriores, Eduard Shevardnadze y también cada vez más a menudo discutió los
asuntos «cara a cara», esto es, directamente con los líderes extranjeros. Las
estructuras de toma de decisiones multiinstitucionales (el Consejo de Defensa, la
comisión de los «Cinco Grandes» que elaboró las propuestas sobre las reducciones de
armamento, la «alianza» informal del KGB, y el Ministerio de Defensa) a menudo
quedaron al margen. Por lo que respecta a Alemania, un participante confirma que
Gorbachov manejó «todas las negociaciones prácticamente por su cuenta o en tándem
con Shevardnadze, apartando a los diplomáticos profesionales e informando
raramente al Politburó».[67] En una palabra, pese a rechazar el legado de Stalin,
Gorbachov utilizó el poder de éste para monopolizar determinadas decisiones
políticas de vital importancia. De ese modo, los rasgos personales de Gorbachov y
sus peculiaridades como gobernante afectaron a la política soviética con poquísimas
restricciones.
En particular, la personalidad «anti-Stalin» de Gorbachov tuvo mucho que ver
con la muerte pacífica (con la excepción de Rumanía y Yugoslavia) del comunismo
en Europa Central y del Este. La desestabilización de los regímenes comunistas en
estos países a comienzos de 1989, como demuestran las numerosas investigaciones
de Mark Kramer, fue una consecuencia directa del efecto «inducido» de la glasnost y

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de las reformas introducidas en la Unión Soviética. Cuando empezaron a caer los
regímenes de Polonia, Hungría, y luego de la RDA, Bulgaria y Rumanía, el impacto
de los acontecimientos empezó a infiltrarse en la Unión Soviética, socavando la
autoridad de Gorbachov y debilitando el control ejercido por el estado y el partido.[68]
¿Por qué Gorbachov y sus asesores (pero no todos los miembros del Politburó y
del ejército) decidieron abandonar a los aliados comunistas de la URSS a su suerte,
dejando que los acontecimientos siguieran adelante en Europa Central y del Este sin
ser controlados por Moscú? El factor ideológico del «nuevo pensamiento» y el
objetivo mesiánico que tenía Gorbachov de unir a Norteamérica, Europa y la URSS
fueron fundamentales. A finales de enero de 1989, Gorbachov asignó a una comisión
de política exterior presidida por Alexander Yakovlev la tarea de colaborar con varios
organismos y gabinetes de expertos en las contingencias relativas a los desarrollos
futuros en Europa Central y del Este. Yakovlev pidió una serie de documentos y
análisis de ciertas instituciones académicas y estatales. Casi todos ellos predecían que
iba a producirse una crisis generalizada de la alianza. Era evidente la conclusión de
que los aliados de la URSS rechazaban ya el socialismo y se hallaban «en el poderoso
campo magnético de Occidente». Un informe escrito por Oleg Bogomolov y otros
expertos del Instituto de Economía del Sistema Socialista Mundial, llegaba a la
conclusión de que si los partidos gobernantes no hacían concesiones a las fuerzas de
oposición, se enfrentaban a un «estallido político». Otros analistas predecían «un
agudísimo conflicto socio-político con unas consecuencias insondables». Todos los
documentos se oponían a cualquier forma de intervención soviética en la región. La
conclusión habitual en todos ellos era que la intervención político-militar no
garantizaba el éxito, sino que podía más bien provocar una reacción en cadena de
violencia y la implosión del bloque soviético. La comisión, sin embargo, no solicitó
la opinión del alto estado mayor de las fuerzas armadas. Estos informes venían a
confirmar lo que ya se sabía. Gorbachov y los seguidores de su «nuevo pensamiento»
(Yakovlev, Shevardnadze, Cherniaev, Shajnazarov) creían que la invasión de
Checoslovaquia por los soviéticos en 1968 había sido un tremendo error y no
contemplaban bajo ninguna circunstancia el empleo de tropas soviéticas.[69]
Pero todo esto no explica en su totalidad la falta de intervención activa por parte
de la URSS, es decir, que no se hicieran intentos más enérgicos de llevar a cabo
acciones coordinadas con las fuerzas reformistas de la RDA, Polonia y
Checoslovaquia, para proporcionarles ayuda material e impedir medidas unilaterales
que pudieran acelerar la desestabilización del Pacto de Varsovia. Dos hechos internos
de la propia Unión Soviética permiten explicar esa pasividad. El primero era la
preocupación de Gorbachov y su entorno por las reformas radicales de la política y
del estado emprendidas a finales de 1988. Después de que se llevaran a cabo, la
avalancha de acontecimientos internos empezó a hacer que se tambaleara el liderazgo
de Gorbachov. El secretario general y sus consejeros, empezando por los
«cuidadores» y «observadores» de la situación reinante dentro del Pacto de Varsovia,

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empezaron a dedicar la mayor parte de su tiempo a escribir informes y memorándums
sobre los preparativos de unas elecciones parlamentarias semilibres en marzo de
1989, sobre la redacción de una nueva legislación, y luego elaborando los discursos y
las intervenciones de Gorbachov en el Congreso de los Diputados del Pueblo que se
inauguró en Moscú el 25 de mayo. El segundo hecho al que nos referíamos fue la
grave crisis financiera. En enero de 1989, Gorbachov anunció la reducción de las
fuerzas armadas soviéticas destacadas en Europa Central y del Este en un 14 por 100
y recortes de un 19 por 100 en la producción de armamento. Estas medidas venían a
reforzar su «discurso anti-Fulton» ante las Naciones Unidas de 7 de diciembre de
1988. Al mismo tiempo, eran consecuencia de los desesperados intentos de la
presidencia de reducir los gastos del estado. Los dirigentes soviéticos no tenían el
dinero necesario para influir en los acontecimientos de Europa Central y del Este, y
tuvieron que contemplar impasibles cómo los gobiernos de estos países recurrían a
Occidente en busca de créditos y otras formas de apoyo.[70]
No obstante, vistas las cosas retrospectivamente, resulta sorprendente comprobar
con qué tranquilidad permitió Gorbachov la disolución del imperio exterior soviético
en Europa Central. El 3 de marzo de 1989, el presidente del Consejo de Ministros de
Hungría, Miklos Nemeth, informó a Gorbachov de la decisión de «eliminar por
completo la protección electrónica y tecnológica de las fronteras occidentales y
meridionales de Hungría. Ya no la necesitamos y ahora sólo sirve para atrapar a
ciudadanos de Rumanía y de la RDA que intentan fugarse ilegalmente a Occidente a
través de Hungría». Y añadió con cautela: «Naturalmente tendremos que hablar con
los camaradas de la RDA». Las únicas palabras de Gorbachov que han quedado
registradas son las siguientes: «Nosotros tenemos un régimen estricto de fronteras,
pero también nosotros estamos volviéndonos más abiertos».[71]
Esta doctrina de la no intervención y la falta de una estrategia viable marcaron la
diplomacia soviética durante los meses críticos del verano y el otoño de 1989, cuando
los acontecimientos en Europa Central y del Este dieron un giro revolucionario. Los
continuos telegramas y demás comunicaciones entre Moscú y Varsovia en un
momento crítico, cuando los polacos votaron a favor de Solidaridad para el gobierno
en las elecciones del 4 de junio de 1989, y especialmente durante los dos meses
siguientes, cuando se puso en juego la cuestión de la presidencia de Wojciech
Jaruzelski, todavía no son accesibles. Myaczyslaw Rakowski, destacado reformista
del partido comunista polaco, recuerda que Gorbachov sólo le llamó por teléfono para
preguntar «qué estaba pasando». Pero se abstuvo cuidadosamente de dar ningún
consejo concreto, de no decir nada que pudiera ser interpretado como una injerencia
en los asuntos de Polonia.[72] El 11 de septiembre, cuando el gobierno reformista de
Hungría abrió las fronteras a los alemanes del Este que querían huir a la RFA, Moscú
guardó un silencio significativo. La consiguiente crisis de los refugiados, cuando
decenas de miles de alemanes del Este se precipitaron en masa a Checoslovaquia y
Hungría, supuso la desestabilización de los regímenes de ambos países. El 27-28 de

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septiembre, Shevardnadze, siguiendo presumiblemente órdenes de Gorbachov, se
reunió en Nueva York con sus homólogos James Baker y Hans-Dietrich Genscher en
la Asamblea General de la ONU para discutir la crisis cada vez más grave de los
refugiados de Alemania del Este en Praga y Budapest. El resultado de ese encuentro
fue que los refugiados germanoorientales obtuvieron permiso para permanecer
temporalmente en los terrenos de las embajadas de la República Federal de Alemania
en ambos países.[73]
Gorbachov afirmaría después que en 1989 estaba dispuesto a retirar de Europa
Central todas las fuerzas armadas soviéticas, pero que quiso hacerlo de forma
gradual, en buena parte debido a las limitaciones internas, no a las realidades
geopolíticas. Según la confirmación de esta tesis que ofrece Cherniaev, había el temor
de que «una vez que empecemos a retirar nuestras tropas, empiece el griterío: “¿Para
que luchamos? ¿Para qué murieron millones de soldados nuestros en la Segunda
Guerra Mundial? ¿Estamos renunciando a todo eso?” En aquellos momentos para
Gorbachov aquellos temas eran muy delicados».[74]
A él le preocupaba especialmente la posición de la administración Bush y del
gobierno germanooccidental. En Washington no existía un consenso en torno al
«romance» de Reagan con Gorbachov. Robert Gates, Richard Cheney y Brent
Scowcroft repudiaron el «nuevo pensamiento» calificándolo de pura comedia en el
mejor de los casos o de burdo engaño en el peor. Incluso la retirada soviética de
Afganistán, concluida en febrero de 1989, no los convenció. El pragmático y
«realista» Scowcroft lo interpretaba como un «intento de recortar pérdidas», y llegaba
a la siguiente conclusión: «En vez de cambiar, parece que las prioridades de la URSS
sólo se reducen».[75]
Sin embargo, en el verano de 1989, Bush y el secretario de Estado James Baker
llegaron a la conclusión de que no tenían más remedio que hacer tratos con
Gorbachov. Se dieron cuenta además de que la personalidad de aquel hombre era
fundamental. «Mirad, este tío es la perestroika», dijo Bush a los expertos, que
seguían siendo escépticos. Desdeñó los análisis del departamento soviético de la CIA
que indicaban que Gorbachov estaba perdiendo el control de los acontecimientos y no
iba a ser un socio estable a largo plazo. En el mes de julio, Bush viajó a Polonia y
Hungría, donde respaldó a los comunistas partidarios de la reforma y cortó las alas a
los nacionalistas anticomunistas no fueran a echar a pique el barco. Este viaje y la
comunicación personal entre Bush y Gorbachov aliviaron los temores del líder
soviético.[76] En septiembre de 1989, Shevardnadze trabó una extraordinaria amistad
con el secretario de Estado James Baker y compartió francamente con él los
problemas internos a los que se enfrentaba el gobierno de la URSS.[77]
La postura de Alemania Occidental y sus planes respecto a la RDA preocupaban
también a Gorbachov. Excepto un puñado de partidarios del «nuevo pensamiento»,
los encargados de la política exterior soviética y la minoría dirigente del ejército
seguían mirando a la República Federal Alemana con recelo. Sin embargo, a finales

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de 1988, Gorbachov había establecido unas excelentes relaciones personales con el
canciller Helmut Kohl, otrora crítico durísimo del líder soviético. Esta circunstancia
provocó un rápido giro de la política exterior de la URSS respecto a la cuestión
alemana: cierto estudioso de un país occidental lo califica ni más ni menos que de
«inversión de alianzas». Al mismo tiempo que se destensaban los lazos mantenidos
con la RFA, las relaciones soviéticas con los alemanes del Este entraban en una fase
de «paz fría». Gorbachov y Shevardnadze negaron a los líderes germanoorientales la
influencia sobre la política exterior soviética que habían tenido en tantas ocasiones en
el pasado.[78]
Cuando Gorbachov llegó de visita a Alemania Occidental el 11-15 de junio de
1989, pudo comprobar cómo una multitud entusiasmada lo vitoreaba por las calles.
La Gorbimanía de los alemanes de Alemania Federal contrastaba con la actitud cada
vez más reticente de los ciudadanos soviéticos hacia su líder. Por otra parte el
occidentalismo de Gorbachov se reforzó durante sus conversaciones con Kohl. El
dirigente soviético creía que había alcanzado su objetivo: conseguir que el canciller
se convirtiera en partidario de su perestroika y de su idea de llevar a la Unión
Soviética a una «casa común europea». En contrapartida, adoptó una actitud muy
tolerante cuando Kohl habló de una intervención conjunta en los asuntos de la RDA
con el fin de quitar de en medio a Honecker y alentar los cambios. Cherniaev afirma
que esa declaración conjunta germano-soviética destacaba deliberadamente, entre
todos los principios y normas de derecho internacional que debían ser observados, el
«respeto por el derecho a la autodeterminación nacional». Era un indicio de que la
Unión Soviética no iba a oponerse por la fuerza a los cambios en Alemania del Este.
Al mismo tiempo, Kohl aseguró a Gorbachov que ni él ni su gobierno deseaban la
desestabilización de la RDA.[79] Esta entente informal fue decisiva para la ulterior
reunificación pacífica de Alemania.
Pero es muy probable que Kohl no pudiera ser neutral ante las oportunidades que
ofrecían a la política germanooccidental los cambios ocurridos en Europa Central y
del Este. El 25 de agosto de 1989, Kohl alcanzó un acuerdo con los dirigentes
reformistas de Hungría para que las fronteras entre este país y Austria quedaran
abiertas a los fugitivos de la RDA. A cambio, Hungría recibió mil millones de marcos
con los que cubrir su déficit presupuestario. Los detalles de este acuerdo, funesto para
la RDA, no se han conocido hasta hace poco.[80] Todavía no se sabe de qué llegó a
enterarse Moscú sobre este asunto. Cuando los dirigentes húngaros enviaron una nota
a Shevardnadze acerca de este pacto con la RFA (en ella no se mencionaba en
absoluto el lado monetario del acuerdo), el ministro soviético se limitó a responder:
«Es un asunto que interesa sólo a Hungría, la RDA y la RFA».[81] En el mes de
octubre Honecker dijo a Gorbachov que Nemeth había recibido del SPD un préstamo
por valor de 550 millones de marcos con la condición de que «los húngaros abrieran
un puesto fronterizo con Austria».[82]

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La reacción de Gorbachov sigue ignorándose. Tanto él como otros seguidores del
«nuevo pensamiento» llevaban considerando a Erich Honecker una reliquia
reaccionaria desde comienzos de 1987, cuando empezó a hacer pública su oposición a
la política del mandatario soviético.[83] El secretario del Comité Central, Vadim
Medvedev, responsable de las relaciones con los países socialistas y de la ideología,
se hallaba en la RDA en septiembre de 1989 y regresó cargado de «pensamientos
negros». Su conclusión era que «lo primero que habría que haber hecho era tomar una
decisión sobre el cambio de dirigentes [en alusión a Honecker]».[84] Al mismo
tiempo, el KGB informó a Moscú desde Berlín del personal que formaba la dirección
del partido de la RDA e indicó (sin hacer ninguna recomendación política explícita)
que la situación exigía urgentemente la eliminación de Honecker.[85]
El 5 de octubre de 1989, Cherniaev escribía en su diario: «Gorbachov ha volado a
la RDA para celebrar el cuadragésimo aniversario [del establecimiento de este país].
Era muy reacio a desplazarse hasta allí. Hoy ha llamado por teléfono y ha comentado:
No diré ni una palabra en apoyo de Honecker. Pero apoyaré a la república y la
revolución».[86] En efecto, el líder soviético no adoptó una postura clara durante su
estancia en la RDA. Por el contrario, como puso de manifiesto su comportamiento, se
atuvo a su política de no injerencia. Cuando se reunió con los dirigentes
germanoorientales, utilizó un lenguaje críptico, comentando que la historia castigaba
a los que retrasaban los cambios. Además, en una entrevista pública en Berlín citó al
diplomático y poeta ruso Hedor Tiutchev diciendo que el «amor» llega a unir con más
fuerza que «el hierro y la sangre». ¿Iba dirigida la cita a los líderes de Alemania
Occidental, como si quisiera advertirles que no hicieran proyectos de una anexión
forzosa de la RDA? Philip Zelikov y Condoleezza Rice la interpretan de esa forma.
Era «una extraña manera que tuvo el líder de la Unión Soviética de advertir a la RFA
que respetara las “realidades de posguerra”».[87]
Vitali Vorotnikov recuerda las primeras impresiones de esta visita que Gorbachov
compartió con el Politburó. El secretario general dijo a sus colegas que Honecker no
estaba en contacto con la realidad y que estaba formándose una tormenta en la RDA.
Al mismo tiempo, no propuso ninguna medida concreta ni discutió ninguna posible
repercusión de todo aquello para la URSS.[88] El 16 de octubre, los dirigentes
germanoorientales Willi Stoph, Egon Krenz y Erich Mielke enviaron un mensajero a
Moscú para pedir el apoyo de Gorbachov a la destitución de Honecker. El director de
la Stasi, Mielke, creía que era ya demasiado tarde para llevar a cabo una transición
controlada del poder. En vez de dirigirse al Politburó en pleno, Gorbachov convocó
una conferencia en su despacho, en la que participaron Yakovlev, Medvedev,
Kriuchkov, Rizhkov, Shevardnadze y Vorotnikov. El secretario general propuso
contactar con Kohl y Bush. Aconsejó asimismo que las tropas soviéticas acantonadas
en la RDA «se comportaran con serenidad, sin hacer en ningún momento ninguna
demostración de fuerza». El 1 de noviembre, una vez que Honecker fue finalmente
quitado de en medio, el nuevo líder de la RDA, Egon Krenz, se reunió con

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Gorbachov para discutir el futuro de la RDA. El mandatario soviético se quedó
sorprendido al enterarse de que la RDA debía a Occidente veintiséis mil quinientos
millones de dólares y que para 1989 tenía un déficit de otros doce mil doscientos
millones. Reconoció ante Krenz y luego ante sus colegas del Politburó que sin la
ayuda de la República Federal de Alemania los soviéticos no podrían «salvar» a la
RDA. Gorbachov aprobó la propuesta de Krenz de reducir las tensiones sociales en la
Alemania democrática concediendo algunos permisos para viajar a Occidente.
Gorbachov y Krenz no discutieron en detalle los planes de la gradual eliminación del
Muro de Berlín.[89]
En Moscú, la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 cogió a todo el
mundo por sorpresa. Los líderes germanoorientales, actuando bajo una presión
popular cada vez más intensa y sin pedir consejo a Moscú, decidieron permitir el
movimiento controlado de la población entre Berlín Este y Berlín Oeste. Pero este
torpe intento de abrir las válvulas de seguridad precipitó la desintegración política de
la RDA. Los sucesos de Berlín cogieron a Gorbachov, Shevardnadze y otros líderes
del Kremlin por sorpresa. El embajador soviético en la RDA, Viacheslav
Kochemasov, intentó en vano contactar con Gorbachov y Shevardnadze a través de
un teléfono seguro. Como recordaría más tarde un alto funcionario de la embajada,
«todos los responsables estaban muy ocupados y nadie podía dedicar tiempo a la
RDA».[90] Gorbachov no nombró ningún gabinete de crisis para que se ocupara de la
cuestión alemana. No se produjeron discusiones importantes sobre el problema
alemán. Los representantes de las fuerzas armadas, así como los expertos en
Alemania, quedaron excluidos del proceso de toma de decisiones. Mientras tanto,
como señala acertadamente Lévesque, la caída del Muro de Berlín supuso la condena
de los grandes proyectos que había hecho Gorbachov de una reconciliación gradual
de Europa. En vez de aguardar a que la Unión Soviética y Occidente construyeran «la
casa común europea», la RDA, junto con todos los países de Europa Central, «saltó
por encima del Muro» y se pasó a Occidente.[91]
¿En qué estaban pensando los dirigentes soviéticos durante aquellos días
fatídicos? La documentación fragmentaria de la que disponemos y los recuerdos de
algunos demuestran que durante una sesión informativa con una selección de colegas
en la Sala Marrón, antes de la sesión del Politburó del 9 de noviembre, Gorbachov
comunicó a los presentes su preocupación por la situación política existente en
Bulgaria y por las tendencias separatistas de Lituania. El orden del día del Politburó
incluía la discusión de la convocatoria y el orden del día del Segundo Congreso de
Diputados del Pueblo de la URSS y los posibles cambios que debían introducirse en
la Constitución. Otra cuestión importante era la situación de Bielorrusia, Letonia,
Lituania y Estonia. Todo ello formaba parte de la frenética búsqueda de paliativos a la
deriva de las repúblicas bálticas hacia la independencia política. Gorbachov seguía
mostrándose optimista, a pesar de todos los indicios: «La experiencia demuestra que
incluso los nacionalistas declarados no irán demasiado lejos». En su opinión, los

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satélites del Báltico podrían ser mantenidos dentro de la esfera soviética por medio de
incentivos económicos. Vorotnikov objetó: «Si todo lo que les decimos a los bálticos
se hiciera público ahora, se produciría una explosión en Rusia».[92]
Estos episodios ponen de manifiesto el carácter ad hoc de la forma de tomar
decisiones de Gorbachov y las consecuencias de su personalidad optimista y al
mismo tiempo contemporizadora sobre la política soviética. Incluso un admirador
suyo, Georgi Shajnazarov, lo llamaría más tarde el moderno Fabio Máximo
Cunctator, en alusión al antiguo político romano famoso por su tendencia a la
procrastinación.[93] Operaban también en este caso en Gorbachov dos impulsos
contradictorios. Por un lado, no podía reconocer que su visión de la reforma del
comunismo estaba condenada al fracaso en Europa Central y en Alemania del Este.
Seguía creyendo que «la base socialista se mantendría», y esa ilusión lo llevó a no
hacer caso de la disolución de los regímenes comunistas, primero en Polonia y
Hungría, y luego en la RDA y en el resto de Europa Central.[94]
Por otro lado, Gorbachov no consiguió, ni siquiera intentó conseguir, ningún
acuerdo por escrito con Occidente de que se iban a salvaguardar los «intereses»
soviéticos en la región, como, por ejemplo, la no expansión de la OTAN en el Este.
Dobrinin diría luego indignado: «Capaces pero inexpertos, impacientes por llegar a
un acuerdo, pero excesivamente seguros de sí mismos y adulados por los medio de
comunicación internacionales, Gorbachov y Shevardnadze a menudo fueron
engañados y embaucados por sus interlocutores occidentales». Gorbachov en
particular no supo exponer con rotundidad y desde el primer momento las
condiciones de la Unión Soviética a la reunificación (neutralidad de Alemania,
desmilitarización y compensación por la retirada de las tropas soviéticas). Por el
contrario, contemporizó, se dejó guiar por el instinto, y cedió una posición tras otra.
Dobrinin insiste en que ciertos rasgos de Gorbachov, como por ejemplo el optimismo,
la confianza en sí mismo, y su creencia ilimitada en las «fuerzas de la historia» eran
esencialmente buenos y razonables. Todo ello, afirma, le sirvió de poco en los
asuntos internacionales, cuando, hallándose en una situación cada vez más
desesperada, se aferró a la esperanza injustificada de que, contra todos los
pronósticos, lograría convencer a sus interlocutores occidentales de lo acertado de sus
iniciativas. Este «carácter emocional como jugador», señala Dobrinin, se puso de
manifiesto ya incluso en 1986 durante la cumbre de Reikiavik.[95]
La clave está en la interacción que se estableció entre la personalidad de
Gorbachov y sus interlocutores occidentales. Tras la caída del Muro de Berlín, la
administración Bush tomó rápidamente la iniciativa de las manos cada vez más
débiles de Gorbachov y desempeñó un papel activo y estabilizador en la conclusión
de la Guerra Fría en Europa. Para Gorbachov, fue un acontecimiento muy importante.
Bush actuó por fin como le había prometido que iba a hacer cuando era
vicepresidente, es decir, como un socio comprensivo y tranquilizador, según el
modelo de las relaciones mantenidas por Reagan con Gorbachov. El 2 y 3 de

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diciembre de 1989, en la cumbre de Malta, Bush y Gorbachov lograron lo que habían
querido alcanzar durante meses, una relación personal de confianza y respeto mutuo.
[96]
Vistas las cosas retrospectivamente, resulta curioso comprobar hasta qué punto
Bush, como anteriormente Reagan, llegaron a creer en Gorbachov como persona de
sentido común dispuesta a admitir que Occidente había ganado la Guerra Fría.
Durante los preparativos para la cumbre, el 11 de octubre Bush dijo al secretario
general de la OTAN, Manfred Wörner, que lo principal era convencer a los soviéticos
de que siguieran permitiendo los cambios en Europa Central y en la RDA. Cuando
Wörner le advirtió que Gorbachov no permitiría que la RDA abandonara el Pacto de
Varsovia, Bush preguntó si lograría convencerle de que soltara de una vez el Pacto de
Varsovia, esto es, que decidiera que su valor militar ya no era esencial. «Puede
parecer ingenuo», dijo Bush, «¿pero quién habría previsto los cambios que estamos
viendo hoy día?».[97] Cuesta trabajo imaginar a cualquier dirigente norteamericano
intentado convencer a Stalin, Jrushchov, Brezhnev o Andropov de que «soltaran» la
esfera de influencia soviética en Europa.
Otros miembros del equipo de Bush seguían mostrándose muy recelosos respecto
a las intenciones de Gorbachov. Les parecía tan revolucionario e improbable que los
dirigentes soviéticos renunciaran a sus ambiciones geopolíticas, que incluso un año
después de la cumbre de Malta seguían abrigando dudas e intentando contagiárselas
al presidente. Cuando Gorbachov se unió a Estados Unidos en una coalición contra su
viejo aliado, Saddam Hussein, Bush, hablando con sus asesores, prometió no «pasar
por alto el deseo de los soviéticos de acceder a puertos de aguas templadas».[98]
Pero entre Bush y Gorbachov se dio una curiosa armonía cuando conversaron
cara a cara en Malta en diciembre de 1989 y se pusieron de acuerdo casi sin ningún
esfuerzo sobre los principales asuntos en su primera cumbre oficial. Bush hizo que
Gorbachov se sobresaltara al empezar las discusiones con el tema de la «exportación
de la revolución» y de la presencia soviética en América Central, y no en Europa. Los
norteamericanos dieron un suspiro de alivio cuando Gorbachov les aseguró que la
Unión Soviética «no tenía ningún plan respecto a sus esferas de influencia en
América Latina».[99] Cuando los dos líderes empezaron a discutir la cuestión
alemana, Gorbachov tuvo una ocasión magnífica de poner las condiciones a la
reunificación de Alemania y exigir a Bush, a cambio de su apoyo a la reunificación,
un compromiso firme con la construcción de «la casa común europea» en
concomitancia con la disolución simultánea de los dos bloques político-militares,
como parte de una nueva estructura de seguridad. Sin embargo, sólo se mostró
intransigente con el plan de «diez puntos» de Kohl, viendo en él una maniobra del
canciller germanooccidental para devorar a la RDA. En palabras de Gorbachov,
aquella maniobra «ponía en duda que pudiera confiarse en el gobierno de la RFA.
¿Qué pasaría entonces? ¿Sería la Alemania unificada neutral, no pertenecería a
ninguna alianza político-militar, o sería miembro de la OTAN? Creo que debemos

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dejar que todo el mundo entienda que sería prematuro discutir ahora cualquiera de las
dos posibilidades». Y continuó diciendo: «Hay dos estados alemanes, así lo ha
querido la historia. Y que la historia decida ahora cómo debe evolucionar el proceso y
hasta dónde debe llegar en el contexto de una nueva Europa y del nuevo mundo».[100]
Aquel era el Gorbachov de otros tiempos, el que prefería hablar de principios en
los que debía basarse el nuevo orden global y «la casa común europea», y no discutir
sobre la viabilidad de un acuerdo alemán; de nuevo una enorme diferencia como
gobernante con Stalin si se comparan las actas de la cumbre de Malta con las de las
negociaciones de Stalin desde 1939 a 1945. El dictador soviético era un sabueso
obstinado y un zorro astuto a la vez, que peleaba por cada palmo de terreno cuando
estaban en juego lo que eran (a su juicio) los intereses de la URSS, y que hacía
«generosas» concesiones sólo cuando convenía al plan general de sus negociaciones.
La política exterior de Stalin era imperialista y resultó muy costosa a su país, pero sus
técnicas de negociación suscitaron, aunque fuera a regañadientes, admiración en otros
maestros del imperialismo, como, por ejemplo, Winston Churchill y Anthony Eden.
Gorbachov, en cambio, ni siquiera intentó sacar de Bush ningún acuerdo concreto ni
ninguna solución de compromiso. En aquellos momentos es evidente que consideraba
prioritaria su «relación especial» con Bush. Se conformó con las seguridades que éste
le dio de que «no bailaría en el Muro de Berlín» ni «daría alas» al proceso de
reunificación de Alemania.
Varios funcionarios de Moscú —entre ellos el embajador soviético en la RFA,
Yuli Kvitsinski y Eduard Shevardnadze— habían venido avisando desde noviembre
de 1989 de que la RDA estaba a punto de desaparecer y sugirieron una estrategia
preventiva: presionar a Kohl a favor de la idea de una confederación de dos estados.
Por otro lado, Anatoli Cherniaev proponía trabajar hacia «un nuevo Rapallo», esto es,
alcanzar pronto un acuerdo con Kohl acerca de la reunificación de Alemania
subordinado al compromiso de este último país con una nueva estructura de
seguridad paneuropea.[101]
Pero Gorbachov no mostró inclinación alguna por las acciones preventivas ni los
acuerdos de Realpolitik, independientemente de cuáles fueran sus posibilidades de
éxito. Durante dos meses que fueron cruciales, la política exterior soviética respecto a
la reunificación de Alemania fue a la deriva. Hasta finales de enero de 1990, en el
curso de los preparativos de la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de las
cuatro grandes potencias y los estados alemanes en Canadá, Gorbachov no convocó a
sus consejeros más próximos para formar un equipo encargado de elaborar una
política. Aceptaron una fórmula «cuatro más dos» para la negociación de la
reunificación de Alemania. Gorbachov admitió por fin que el proceso iba a
desembocar en la reunificación, pero, contra todo pronóstico, seguía esperando que la
RDA lograra sobrevivir gracias su perestroika. Según se dice, llegó a esta conclusión
debido a los falsos consejos de algunos consejeros alemanes que reflejaban las
opiniones contrarias a la reunificación de los socialdemócratas alemanes. Aunque en

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honor a la verdad hay que decir que otros expertos le avisaron muy pronto de que la
RDA no lograría sostenerse sola durante mucho tiempo. Además el líder soviético
prefirió dejar que «los dos estados alemanes» tomaran la iniciativa en las
conversaciones y luego aceptó tranquilamente la sustitución de la fórmula «cuatro
más dos» por la fórmula «dos más cuatro».[102] Hasta el mes de julio de 1990 no
siguió el consejo de Cherniaev y llegó a una solución unilateral de la cuestión
alemana acordada con Kohl en Arjiz, centro turístico situado en el norte del Cáucaso.
En esos momentos, la capacidad de negociación de Gorbachov era poquísima; pero a
pesar de todo, nunca intentó jugar su última carta, es decir, aprovechar la presencia de
tropas soviéticas en suelo alemán. No se produjo ningún «nuevo Rapallo» ni
Gorbachov lo intentó en ningún momento, para alivio de Estados Unidos y de otros
países occidentales.
En cambio, Kohl llevó a cabo resueltamente una política, respaldada por la
administración Bush, consistente en obligar a la historia a seguir la dirección correcta
hacia una paz rápida, pero coordinada. Esta política coordinada, llamada por dos
jóvenes miembros de la administración Bush[103] «un estudio de ciencia política»,
contribuyó a producir el resultado deseado: Alemania pasó a formar parte de la
OTAN, pero la URSS no consiguió ningún compromiso firme respecto a la futura
estructura de la seguridad europea y del papel de Moscú en ella.

ENTERRADOR DEL PODER DE LA URSS

En su determinación de poner fin a la Guerra Fría, Gorbachov tuvo que llevar a cabo
dos campañas distintas: una dirigida a Occidente y otra dirigida a su propio pueblo.
Las principales características de su personalidad —tolerancia de las opiniones de los
otros, idealismo, optimismo moralista, indecisión y procrastinación, y una profunda
fe en el sentido común y en la interpretación universalista de «todos los valores
humanos»— lo convirtieron en el niño bonito de Occidente, pero casi provocaron su
ostracismo en su propio país. Por este motivo, la relación entre sus prioridades en el
exterior y en el interior poco a poco se invirtió. Al principio, la política exterior
pretendía superar el aislamiento internacional de la URSS, mejorar las relaciones
económicas y comerciales con Occidente, y acabar con la carrera armamentística.
Pero en 1987 y 1988, cada vez más enemistado con la nomenklatura del partido y
carente de verdaderos apoyos en la sociedad soviética, dio prioridad a la integración
de la URSS en la comunidad internacional. En consecuencia, la política exterior pasó
a ser un factor determinante de la política interna. Su «nuevo pensamiento» se
convirtió en un objetivo en sí mismo, un sustitutivo de una estrategia de gobierno
«normal». Gorbachov creía que sus románticos proyectos de intereses comunes, no
utilización de la fuerza, y de «la casa común europea», significaban para él y para la
URSS una entrada que les permitía unirse a la comunidad de «naciones civilizadas».

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El afán idealista que tenía Gorbachov de meter a la Unión Soviética en la «casa
común europea» lo convirtió en el enterrador del poderío soviético. Tras la caída del
«imperio» soviético en Europa Central, la propia Unión Soviética, «imperio de acción
afirmativa» de muchas nacionalidades viejas y nuevas, se volvió vulnerable.[104] La
creciente anarquía en el interior, la agudización de la crisis económica, la ascensión
del separatismo nacionalista y la inminente erosión de las estructuras estatales
existentes exigían algún tipo de acción. Pero, como sucediera anteriormente,
Gorbachov siguió apoyándose en los «procesos» de base y creyendo que podría forjar
una nueva Unión Soviética democrática. El exceso de confianza en sí mismo le talló,
pero esta vez lo que estaba en juego no era el poder de la URSS en el exterior y su
influencia en Europa Central, sino el destino de la propia Unión Soviética. En 1987 y
1988, se negó firmemente a deshacerse del recalcitrante Boris Yeltsin, que había
hecho ya su aparición como destacado elemento perturbador y demagogo populista,
enviándolo como embajador a algún pequeño país lejano. «¿Me tomáis por
Brezhnev?», replicó indignado cuando algunos exponentes del «nuevo pensamiento»
le avisaron de que Yeltsin era un personaje intrigante y peligroso.[105] En 1991,
Yeltsin se había convertido en el primer presidente de la Federación Rusa elegido
democráticamente y pretendía que su república dejara de ser una entidad nominal y se
transformara en una base real desde la que desafiar el poder de Gorbachov. Además,
inexplicablemente para los seguidores del «nuevo pensamiento», Gorbachov se negó
a presentarse a las elecciones populares a presidente de la Unión Soviética, error
político de magnitud fatal. Mantuvo además a tres partidarios de la línea dura y
contrarios a la reforma, Dmitri Yazov, Vladimir Kriuchkov y Oleg Baklanov, al frente
del ejército, el KGB y el complejo de la industria militar.
El 18 de agosto de 1991, Gorbachov, su esposa, Raisa, y su asesor de política
exterior, Anatoli Cherniaev, se encontraban de vacaciones en Crimea cuando la
mayoría de sus ministros tomaron el poder en sus manos. Su principal objetivo era
evitar la firma de un «tratado de la Unión» entre Gorbachov y los líderes de las
quince repúblicas soviéticas, documento que habría convertido la Unión Soviética en
una confederación. Lo que sucedió a continuación fue una parodia del golpe de
estado que desalojó del poder a Nikita Jrushchov en 1964. Tanques y soldados
inundaron Moscú; los ciudadanos soviéticos no residentes en la capital ni en las
grandes ciudades permanecieron agazapados, esperando a ver qué sucedía. Pero la
junta golpista, cuyos miembros pertenecían en su totalidad al gobierno de Gorbachov,
carecía aparentemente de voluntad de hacer uso de la violencia y de provocar un baño
de sangre. Ni siquiera arrestaron a Boris Yeltsin, recién elegido presidente de la
Federación Rusa. Los cabecillas del golpe, capitaneados por el director del KGB,
Vladimir Kriuchkov (nominalmente al mando del vicepresidente, Gennadi Yanaev),
afirmarían después que intentaron convencer a Gorbachov de que se pusiera de su
parte. Este, según su propia versión, se negó airadamente y los llamó «criminales».
Durante tres días, el líder de una superpotencia permaneció prisionero del KGB en su

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residencia de Crimea (los promotores del golpe afirmarían que estaba «enfermo»).
Gorbachov y su esposa tuvieron que basarse en las noticias que recibían a través de
una radio de onda corta proporcionada por los guardaespaldas que seguían siendo
leales. Raisa Gorbachov estaba al borde de un ataque de nervios, al creer que podrían
asesinar a su marido y a ella en cualquier momento. Insistió en grabar una cinta
(como prueba de que seguían vivos), y una de las doncellas se las arregló para sacarla
del palacio de Crimea, fuertemente vigilado por el KGB, oculta en su ropa interior.
[106]
En agosto de 1991, Gorbachov había dilapidado la mayor parte del poderío global
de la URSS y su propia autoridad política. Su incapacidad crónica de escoger una vía
coherente de reforma económica y financiera destruyó las finanzas de la Unión
Soviética, contrajo deudas en el extranjero, y situó a un país enorme, dueño de
colosales recursos, al borde de la bancarrota. Los dividendos de paz producidos por el
desarme y por el fin de la Guerra Fría, no se materializaron. El comercio interior y el
sistema de distribución dejaron de funcionar. La Unión Soviética no había vivido
nunca una situación semejante, ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial. Fue
esta crisis tan grave la que hizo que los movimientos nacionalistas tuvieran tantísimos
seguidores, sobre todo en la Federación Rusa. Boris Yeltsin sacó un provecho enorme
de ello.[107] Gorbachov era considerado un personaje patético que dejaba siempre las
cosas para más tarde, odiado y despreciado por muchos compatriotas y por los
antiguos aliados de la URSS en todo el mundo. Las élites de intelectuales y artistas lo
abandonaron (aunque su esposa y él habían cultivado mucho su amistad y los habían
ayudado enormemente) y apoyaron con entusiasmo la actitud anticomunista y la
retórica de Boris Yeltsin. Incluso sus socios, los gobernantes occidentales que se
habían beneficiado del rumbo seguido por su política, no le ofrecieron ayuda,
negándole los grandes subsidios que les había pedido para salvar los presupuestos
soviéticos ya en bancarrota. En julio de 1991, Gorbachov, al borde del colapso
financiero y político, pidió a su amigo George H. W. Bush que organizara alguna
especie de Plan Marshall que ayudara a convertir la economía soviética en una
economía de mercado. Ello habría significado una promesa de decenas, quizá
centenares de miles de millones de dólares. Sin embargo, el presidente
norteamericano, tremendamente conservador en el ámbito fiscal, reaccionó con
frialdad ante las frenéticas solicitudes de Gorbachov. La economía norteamericana
estaba en recesión, y el presupuesto de Estados Unidos no tenía dinero para la URSS.
Matlock concluye que Bush, a pesar de la simpatía que sentía por Gorbachov como
político, «parece que buscó razones para no ayudar a la Unión Soviética en vez de
formas de hacerlo». El hecho de que sus amigos occidentales abandonaron al líder
soviético probablemente animara a los partidarios de la línea dura de su entorno a
seguir adelante con sus planes de golpe de estado.[108]
La desintegración del poder personal de Gorbachov fue en concomitancia con la
desintegración de la autoridad del estado y la desorganización del ejército y de las

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burocracias, y también del hundimiento de la moral soviética, de la que habían
avisado los conservadores más adustos. Los movimientos nacionalistas democráticos
de las repúblicas bálticas, así como Georgia, Azerbaiyán, y Armenia, socavaron el
control de la URSS en estos territorios. Y por primera vez desde 1956, un
movimiento político de base se adueñó de la capital y de otras grandes ciudades de
Rusia. Una minoría considerable del pueblo ruso, quizá más del 15 por 100 en toda la
Unión Soviética, con un porcentaje mayor incluso de las poblaciones de Moscú y
Leningrado, apoyaba la democratización. No obstante, el movimiento democrático
seguía siendo minoritario en Rusia, y Yeltsin, a pesar de su popularidad entre los
rusos, tenía pocos apoyos en el poder. Fue un golpe de estado ridículamente torpe el
que puso todo el poder de la Federación Rusa en manos de Yeltsin y la minoría de
«demócratas».
La resistencia al golpe de estado fue el minuto de oro de «los hombres y mujeres
de los sesenta». Junto con jóvenes, estudiantes, hombres de negocios e intelectuales,
se precipitaron a defender el parlamento ruso, donde Yeltsin se levantó desafiando a
los partidarios de la línea dura del Kremlin. Los días del enfrentamiento de agosto,
rematados por la vigilancia puesta día y noche en torno al parlamento y los funerales
de tres jóvenes que fallecieron arrollados accidentalmente por los tanques que
salieron a las calles de Moscú, produjeron la «segunda revolución rusa» e
introdujeron la identidad nacional rusa como nuevo fenómeno político. Los medios
de comunicación internacionales, empezando por la CNN, retransmitieron por todo el
mundo la imagen de un desafiante Boris Yeltsin en lo alto de un camión acorazado
delante del parlamento ruso amenazado. Al mismo tiempo, los militares soviéticos,
dispersos y desmoralizados por la precipitada retirada de Europa Central y por el
chaparrón de venenosas críticas vertidas por los medios de comunicación liberales, se
sentían sumamente reacios a emplear la fuerza y a derramar la sangre de sus
compatriotas.[109] Cuando los líderes empezaron a vacilar, el golpe perdió ímpetu y
cayó como un castillo de naipes. De manera vergonzante, Kriuchkov, Yanaev y otros
conspiradores huyeron a Crimea, donde suplicaron a Gorbachov que los perdonara y
accedieron a ser arrestados de inmediato.
El hecho de que el número de los participantes activos en esta «revolución» no
superara nunca los cincuenta o sesenta mil manifestantes no disminuye su
importancia. La mayoría de los personajes conocidos de las élites culturales e
intelectuales de Moscú se opuso al golpe y apoyó la «revolución». Los burócratas
soviéticos y los militares abandonaron a Gorbachov y a cientos se pasaron al bando
de Yeltsin. Cuando la «nueva Rusia», encabezada por su impetuoso presidente,
declaró fuera de la ley al partido comunista y se separó de la Unión Soviética, otras
repúblicas no rusas se precipitaron también hacia la independencia. El 8 de
diciembre, en un pabellón de caza estatal lejos de Moscú, Yeltsin y los líderes
comunistas de Ucrania y Bielorrusia decidieron abandonar la Unión Soviética.[110]
Por última vez, Gorbachov se negó a utilizar la fuerza para permanecer en el poder,

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pero en esta ocasión probablemente fuera ya demasiado tarde. El 25 de diciembre de
1991, un Yeltsin triunfante y sus partidarios lo obligaron a abandonar su despacho del
Kremlin. Poco después, la bandera soviética era arriada por última vez del mástil del
Kremlin.
Es indudable que los debates en torno a la personalidad de Gorbachov y sus
decisiones continuarán mientras Rusia siga debatiéndose entre su necesidad de un
estado fuerte, de estabilidad social y de una economía próspera, por un lado, y la
necesidad de desarrollar una sociedad civil dinámica y segura de sí misma por otro.
Quizá sea imposible llegar a un consenso sobre esta cuestión; en el pasado, en
similares circunstancias, la tesis de los internacionalistas liberales de Rusia se había
diferenciado claramente de los intereses de los conservadores, incluso los más
«ilustrados», que defendían un estado fuerte. Por ejemplo, he aquí la opinión de un
conservador «ilustrado», el conde ruso Sergei Trubetskoi, acerca de Georgi Lvov, el
primer presidente del gobierno provisional instaurado tras la abdicación del zar
Nicolás II en febrero de 1917. De modo muy curioso, refleja las críticas modernas
hechas a Gorbachov. Trubetskoi escribía desde su exilio de París en 1940:

El populismo [narodnichestvo] de Lvov era de un carácter


bastante fatalista. Intento encontrar las palabras apropiadas para
calificar su fe en el pueblo ruso en general, y en el pueblo llano en
particular. Lo imaginaba en tonos falsos, como si lo viera a través de
un cristal de color de rosa. «No se preocupe», me dijo Lvov antes del
primer asalto de los bolcheviques contra Petersburgo en el verano de
1917, «no necesitamos emplear la fuerza. Al pueblo ruso no le gusta
la violencia… Todo se arreglará solo. Todo saldrá bien… El pueblo
creará a partir de sus sabios instintos unas formas de vida justas y
fáciles». Me sorprendieron esas palabras dichas por el presidente del
gobierno en aquellos minutos tan difíciles, cuando habría debido
adoptar medidas enérgicas. Verdadero luchador en materia de
economía, en los asuntos de estado era una especie de devoto de la no
violencia en cualquier circunstancia.[111]

Otro emigrante ruso, Mijail Geller, hace una valoración parecida de Gorbachov
en un libro sobre la historia de la sociedad soviética (editado por un ex «demócrata»
radical, Yuri Afanasiev): «Gorbachov siguió viviendo en un mundo de ilusiones. Se
contentó con proyectos quiméricos, en la creencia de que los regates políticos le
permitirían mantener el poder, e incluso de hecho aumentarlo». En cuanto a la
decisión de acceder a la reunificación de Alemania en las condiciones impuestas por
Occidente, dice: «La decisión de Gorbachov no fue el acto de [un] gobernante que
meditara a fondo las consecuencias del paso que iba a dar. Más bien fue el acto de un
jugador que creía que, sacrificando la RDA, obtendría a cambio unos cuantos ases

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que podría utilizar en su propio país. Da la sensación de que Gorbachov se comportó
como el tripulante de un globo que, al descubrir que su aparato se precipita al vacío,
tira por la borda todo lo que encuentra en la cesta».[112]
Sin Gorbachov (y sin Reagan ni Bush como socios), el fin de la Guerra Fría no
habría sido tan rápido. Igualmente sin él, la rápida desintegración de la propia Unión
Soviética no se habría producido. En todas las fases del juego definitivo de la URSS,
Gorbachov tomó decisiones que desestabilizaron su país y minaron su fuerza y su
capacidad de actuar de forma coherente como superpotencia. Y como el presente
capítulo ha demostrado, esas decisiones no pueden explicarse haciendo referencia
únicamente a las particulares preferencias y a los rasgos personales de Gorbachov.
Una persona distinta habría seguido un rumbo totalmente distinto en sus acciones y
quizá, como consecuencia, la Unión Soviética no habría caído de una forma tan
desastrosa como cayó, creando tantos problemas para el futuro. El final rápido y
pacífico de la Guerra Fría aseguró a Gorbachov un lugar en la historia internacional.
La destrucción inconsciente de la Unión Soviética hizo de él una de las figuras más
controvertidas de la historia de Rusia.

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Epílogo

Durante los cuarenta años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, las élites y los
líderes soviéticos se esforzaron denodadamente por conservar y expandir el gran
imperio socialista que nació de todas aquellas ordalías. Tras la histórica victoria sobre
la Alemania nazi, la mayoría de los líderes del Kremlin, de las élites del partido, de
los militares, de los agentes de la policía de seguridad y de los integrantes del
complejo de la industria militar llegarían a identificarse con la idea de la gran
potencia con un papel trascendental en el mundo. Las ideas rusocéntricas entre los
rusos de las élites comunistas y los sentimientos nacionales de los no rusos (por
ejemplo, en Georgia, Armenia y Azerbaiyán) se integraron en esa nueva identidad
colectiva. Aunque las terribles pérdidas y la destrucción material sufridas durante la
guerra dejaron exhausta a la sociedad soviética y generaron un fuerte anhelo de paz
duradera y de una vida futura mejor, esos mismos factores reforzaron entre las élites
soviéticas la idea —cada vez más arraigada— de que la URSS debía y podía
convertirse en un imperio global.
Los testimonios documentales relacionados con las actividades del Politburó, del
cuerpo diplomático y de los servicios de inteligencia ponen de manifiesto que el
Kremlin entendía perfectamente las realidades globales del poder e intentaba, ante
todo, construir una fuerza soviética. Al mismo tiempo, se erigía y se defendía el
imperio socialista soviético en nombre de la ideología revolucionaria y
antiimperialista. Las promesas de la ideología leninista —la lucha global contra la
desigualdad, la explotación y la opresión; la solidaridad internacional con las
víctimas del racismo y el colonialismo; el mejoramiento radical de la vida de las
masas trabajadoras— seguían apareciendo escritas en las enseñas soviéticas y en las
plataformas del partido. La unión de las ambiciones geopolíticas y las promesas
ideológicas del comunismo —el paradigma revolucionario-imperial— guiarían la
postura soviética en el mundo durante toda la Guerra Fría. Los líderes de la URSS,
desde Stalin hasta Andropov, así como la mayoría de las élites del partido, de los
oficiales de política exterior y de los agentes de la policía de seguridad —incluso los
más pragmáticos y cínicos— se vieron obligados siempre a justificar sus acciones
mediante la utilización de fórmulas generales ideológicas, adaptándolas al lenguaje
marxista-leninista.
Iosif Stalin fue el más sanguinario, aunque probablemente también el más cínico
y pragmático, de los líderes soviéticos. Tenía la firme determinación de consolidar las

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conquistas territoriales y políticas soviéticas, obtenidas durante la Segunda Guerra
Mundial, para construir un exclusivo colchón de seguridad alrededor de la URSS.
Hasta el otoño de 1945 alcanzó sus objetivos de manera espectacular: entre sus
triunfos estaban el poder logrado por el ejército soviético, la asociación con Estados
Unidos y Gran Bretaña, la devastación y la fragilidad de los países de Europa Central,
la guerra civil en China y el gran prestigio de la URSS como primera fuerza en la
derrota del nazismo. Confiaba en ver cumplidos sus objetivos expansionistas sin
entrar en conflicto con Estados Unidos. Pero los norteamericanos no tardarían en
proclamarse los garantes de un mundo libre frente a la expansión soviética. Así pues,
la confrontación soviético-norteamericana fue, desde un principio, geopolítica e
ideológica, un choque entre dos formas de modernidad, dos sistemas de vida y dos
imperios potencialmente globales.[1]
La Guerra Fría supuso para el paradigma revolucionario-imperial soviético una
poderosa validación y justificación. Debido a la política norteamericana de contener
el comunismo y obligarlo a replegarse, poco a poco fue haciéndose evidente que los
soviéticos sólo tenían dos alternativas: desmantelar su imperio o luchar por él con
todos los medios que tuvieran a su disposición. Stalin fue rápido en verlas venir:
incluso antes de que empezara la Guerra Fría, intentó recuperar el control absoluto de
la sociedad y las élites soviéticas y hacerlo extensivo a los países de Europa Oriental.
Una masiva propaganda estatal, que capitalizaba el sentimiento popular, sirvió para
crear un frente nacional propio de los tiempos de guerra. La mayoría de los miembros
de las élites coincidían con Stalin en su idea de que Estados Unidos estaba
preparándose para otra guerra. Como hiciera antes del estallido de la Segunda Guerra
Mundial, Stalin trató de consolidar la sociedad y las élites soviéticas con una serie de
purgas cada vez más sangrientas. El militarismo, el chovinismo de gran potencia y la
xenofobia de la sociedad de la URSS llegarían a sus más altas cotas en marzo de
1953, cuando el vozhd del Kremlin falleció repentinamente.
Los sucesores de Stalin llegarían rápidamente a la conclusión de que la guerra
contra Estados Unidos no era un hecho inevitable. De manera colegiada, concibieron
una «nueva política exterior» con el objetivo de reducir tensiones y garantizar una
«coexistencia pacífica» duradera entre la Unión Soviética y los países occidentales.
Sin embargo, los testimonios más recientes no corroboran la vieja opinión de que el
papel de la ideología comenzó un progresivo declive tras la muerte de Stalin en
beneficio de los intereses más pragmáticos del estado. De hecho, los nuevos
dirigentes del Kremlin y las élites soviéticas siguieron suscribiendo el paradigma
revolucionario-imperial, que no dejaría de ser la esencia de su identidad colectiva.
Diversos factores vinieron a reforzar el poder de esa identidad. En primer lugar, la
dirección colegiada heredó de Stalin un gran imperio, y no estaba dispuesta a
perderlo. Además de las memorias que hablan de los tiempos de la Segunda Guerra
Mundial, varias consideraciones ideológicas relacionadas con la seguridad
deslegitimaron todo intento de abogar por la retirada soviética de Europa Central. Por

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ejemplo, en 1953 Alemania Oriental se convirtió, a ojos de las élites y los líderes
soviéticos, en la joya y en un eje de su imperio en Europa Central, un valioso activo
geopolítico e ideológico que la URSS debía conservar a cualquier precio. El Kremlin
también quiso preservar su alianza con China con una generosa ayuda y con el apoyo
a las iniciativas chinas en materia de política exterior. El factor germanooriental
obligaría a la Unión Soviética a mantener una impresionante presencia militar en
Europa Central en todo momento, y el factor chino forzaría al Kremlin a demostrar
sus credenciales revolucionarias y su lealtad a los principios ideológicos que ambos
países compartían. Incluso después de que los líderes chinos desafiaran la supremacía
del Kremlin en el bloque comunista, los dirigentes soviéticos dudaron entre mejorar
las relaciones con Estados Unidos o restaurar la alianza ideológica chino-soviética.
Al final se decantaron por una distensión entre el este y el oeste, aunque, al mismo
tiempo, se pusieran del lado de los comunistas de China y Vietnam en la guerra de
este país del Sudeste Asiático.
En segundo lugar, la política del Kremlin favorecía un liderazgo que combinaba
flexibilidad con dureza, y pragmatismo con rectitud ideológica. Jrushchov logró
imponerse a Beria y Malenkov, afirmando que estos dos estaban dispuestos a ceder
Alemania Oriental a Occidente. Y prevaleció por encima de Molotov, sosteniendo
ante el partido y las élites estatales que la rígida diplomacia del ministro de Exteriores
contribuía a unir a los enemigos de la URSS, en lugar de dividirlos. Aunque
denunciara públicamente a Stalin, Jrushchov sintió la necesidad de que debía
demostrar que era capaz de lavar los pecados estalinistas que manchaban al
comunismo soviético mientras vendía este último al mundo como una alternativa
efectiva al capitalismo norteamericano.
En tercer lugar, el poder económico y militar de la URSS creció rápidamente a la
muerte de Stalin. Durante los años cincuenta, la Unión Soviética se convirtió en la
segunda superpotencia termonuclear del planeta después de Estados Unidos. Con ese
aumento de poder llegó la tentación de abrirse camino a través de las barreras de
contención erigidas por los norteamericanos alrededor del imperio soviético y de
obligar a Estados Unidos y otros países occidentales a aceptar un compromiso más
favorable a los intereses del estado soviético. Simultáneamente, la tendencia alcista
del potencial soviético, evidenciada por el lanzamiento del Sputnik en 1957 y por el
del primer hombre al espacio, Yuri Gagarin, en 1961, reforzó el atractivo del modelo
soviético de modernización entre los países subdesarrollados de todo el mundo.
Las ambiciones y el dinamismo personal de Jrushchov, así como sus intentos
periódicos —aunque poco coherentes— de desestalinizar la sociedad y el sistema
soviético, se convirtieron en un importante motor de cambios en todos los ámbitos de
la vida de la URSS y su política, incluida la exterior. En un primer momento, la
energía de Jrushchov y la «nueva política exterior» permitieron que los soviéticos
realizaran notables avances en la escena internacional. Pero la apasionada fe de
Jrushchov en el paradigma revolucionario-imperial, así como la lógica de la

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confrontación de la Guerra Fría, empujaron al líder soviético a poner a prueba
constantemente la voluntad de Estados Unidos y otras potencias capitalistas de
Occidente. Estaba convencido de que el nuevo equilibrio militar entre los bloques
soviético y occidental obligaría a las potencias de este último a emprender una
retirada global. Al mismo tiempo, creía firmemente que el comunismo soviético era
el futuro. Su obsesión por tensar las situaciones al máximo en materia de armamento
nuclear y su mesianismo ideológico explican por qué la «nueva política exterior»
cambió rápidamente el énfasis que hacía en reducir tensiones y en tomar medidas
pragmáticas defensivas en Europa por arriesgar en Berlín y por exportar el modelo
económico y político soviético al Tercer Mundo. En 1955 y 1956 Jrushchov y la
dirección colegiada consiguieron destruir los planes de los norteamericanos de
mantener rodeada la Unión Soviética. Entre 1958 y 1962 Jrushchov apoyaría los
llamados movimientos de liberación nacional y los regímenes comunistas de todo el
Tercer Mundo, desde el África subsahariana hasta América Latina. Esa postura
culminó en la extraordinaria y arriesgada decisión del líder soviético de proteger
Cuba con un despliegue de misiles en la isla caribeña en 1962. Sólo cuando se vio
ante la perspectiva de una inminente guerra nuclear, decidió, sensatamente,
emprender la retirada.
La crisis de los misiles de Cuba puso en entredicho la práctica del extremismo en
materia nuclear y del mesianismo ideológico sin freno. La nueva dirección colegiada
que destituyó a Jrushchov en octubre de 1964 descubriría una manera más segura de
promover los intereses soviéticos: entablar negociaciones con las potencias
occidentales y tomar la vía de la distensión desde una posición de fuerza. En opinión
de Leonid Brezhnev, y de sus lugartenientes Gromiko y Andropov, la distensión con
Alemania Occidental y los acuerdos con Estados Unidos eran dos medidas que iban a
beneficiar más a los intereses de la URSS y a su imperio socialista que cualquier
ejercicio de presión sobre Berlín Oeste y la continuación de una carrera
armamentística con los norteamericanos. Brezhnev desempeñó un papel crucial en la
decisión del Kremlin de seguir el camino de la distensión. Fue el primer dirigente
soviético que construyó su legitimidad ante las élites y el pueblo soviético no sólo
como defensor de acumular el mayor número posible de fuerzas y mantener una
rigidez ideológica, sino también como pacificador. Y, a diferencia de Jrushchov, fue
un negociador eficaz y paciente. Sin él, probablemente nunca se habría llegado al
«elevado grado de distensión» entre Estados Unidos y la Unión Soviética de los años
1972-1974.
Sin embargo, pese a su enorme poder, Brezhnev fue un líder que prefirió llegar a
un consenso antes que tomar decisiones. Y, al igual que sus colegas del Politburó y la
mayoría de los hombres de su generación política, siguió siendo prisionero del
paradigma revolucionario-imperial. Aunque no quisieran utilizarlo de una forma
extorsionista, Brezhnev y el Politburó nunca llegaron a creer que ya disponían de
suficiente poder militar. En el momento cumbre de su capacidad nuclear, los

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dirigentes y los militares de la URSS siguieron creyendo que los norteamericanos
continuaban superándolos y que con su política pretendían «extorsionarlos o derrotar
a la Unión Soviética en una guerra nuclear: un reflejo de cómo los conservadores de
Estados Unidos solían contemplar las intenciones de los soviéticos».[2]
Durante la segunda mitad de la década de los setenta, la política de los soviéticos
en materia de seguridad y de asuntos exteriores no se guió tanto por una estrategia
coherente, sino más bien por una inercia ideológica y burocrática y por diversos
intereses partidistas y políticos. Pese a las negociaciones entabladas con Estados
Unidos para el control de armamento, el increíble fortalecimiento militar estratégico
de la URSS siguió adelante sin interrupciones. Y en el Tercer Mundo, sobre todo en
África, los soviéticos se encontraron una vez mas, como en tiempos de Jrushchov, un
terreno resbaladizo de expansionismo ideológico-geopolítico, en un juego de suma
cero contra Estados Unidos.
Los neoconservadores norteamericanos afirmaban que la distensión era sólo una
tapadera para el avance del Kremlin hacia la superioridad militar y la victoria en la
Guerra Fría. Se equivocaban. Desde la muerte de Stalin, la sociedad soviética había
entrado en un período de transformación; durante los años sesenta y setenta, la
desestalinización emprendida por Jrushchov y luego la etapa de distensión alentada
por Brezhnev produjeron las primeras fisuras significativas en el frente nacional
soviético. Las élites de la URSS, empezando por la intelligentsia artística y científica,
y acabando por algunos apparatchiks «ilustrados», empezaron a superar el legado de
violencia brutal y de inseguridad paranoica. La apertura parcial del telón de acero y el
número mayor de oportunidades de viajar al exterior y de intercambios con el
extranjero darían lugar lentamente a una disminución de la xenofobia, el militarismo
y el colectivismo ideológico soviéticos. Aunque los militares, el KGB y el complejo
de la industria militar de la URSS siguieron en la línea dura, otras burocracias
comenzaron a perder su corte estalinista. Entre los dirigentes de las industrias y los
gestores económicos siempre había habido una fuerte tendencia a expandir el
comercio y a ampliar los lazos económicos con los países occidentales. Entre las
élites cultas empezó a desarrollarse el librepensamiento y la capacidad para establecer
comparaciones. Un estudio reciente del panorama ideológico soviético a mediados de
los sesenta detectaba «un pronunciado declive del poder de movilización de la
ideología marxista-leninista y la consecuente erosión de los fundamentos ideológicos
sobre los que se apoyaba la legitimidad del régimen». En otro estudio, un distinguido
especialista ruso llegaba a la conclusión de que a comienzos de los setenta «el sueño
nacional de que la idea comunista podía ser una realidad» estaba hecho añicos. En
vez del «sólido consenso» de comienzos de los sesenta, apenas una década después
había en el país «escisiones totales» y «verdaderos conflictos» que «amenazaban la
mismísima existencia de la sociedad soviética».[3] Esa tendencia continuaría
verificándose durante la distensión de los años setenta, e incluso a principios de los
ochenta, y prepararía el escenario para las reformas de Mijail Gorbachov.

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La ideología soviética siguió formando parte, de una manera harto grotesca, del
estilo de vida de la URSS, pero en vez de movilizar, creaba hipocresía, cinismo y
dudas. Tras la brutal represión de la Primavera de Praga en 1968, hasta los
intelectuales más idealistas soviéticos perdieron interés por el mensaje ideológico del
comunismo. Las autoridades políticas, las burocracias y las élites profesionales
empezaron a considerar la ideología oficial un ritual externo a su verdadero sentir. El
dogma ideológico seguía siendo un instrumento para regular el discurso político
nacional y perfilar la política interior. También seguía siendo parte esencial de la
identidad colectiva oficial, que giraba alrededor del sentimiento de chovinismo de
gran potencia, mientras el movimiento comunista internacional, cada vez más vacío
de contenido, continuaba corroborando el lugar que ocupaba Moscú en el centro del
mundo.
El presente libro confirma la gran importancia que adquieren los distintos líderes
soviéticos cuando quiere darse una explicación a las posturas de la URSS en el
ámbito internacional. Stalin, en particular, controló los aspectos más cruciales en el
trazado de las políticas, especialmente las relacionadas con la seguridad del estado, la
ideología, los asuntos militares y los temas internacionales. La envergadura de su
monopolización de las decisiones importantes fue sorprendente, aunque al final ese
monopolio magnificara las consecuencias de sus equivocaciones y errores de cálculo,
y contribuyera al comienzo de la Guerra Fría. Los sucesores de Stalin no fueron tan
líderes ni mucho menos. Pero el papel que desempeñaron también tuvo una
importancia fundamental, como demuestran el extremismo de Jrushchov en materia
nuclear y la contribución de Brezhnev a la distensión. La desintegración de la
personalidad de Brezhnev, consecuencia de su enfermedad, contribuyó al rápido
declive de la distensión soviético-norteamericana, al impulso que cobró la carrera
armamentística en Europa y, al final, a la intervención soviética en Afganistán en
diciembre de 1979. Esa desastrosa invasión fue la última gran demostración de la
poderosa inercia del paradigma revolucionario-imperial. Los líderes soviéticos,
alarmados por la posibilidad de perder Afganistán en beneficio de Estados Unidos
(subestimaban el potencial del fundamentalismo islámico), recurrieron al uso del
ejército soviético para producir un cambio en la dirección del país. Esperaban retirar
a sus tropas al cabo de unas pocas semanas o tal vez meses. En cambio, quedaron
atascados en el lodo durante casi una década, sin poder salir de allí. La invasión de
Afganistán supondría una nueva ronda de la confrontación existente entre soviéticos
y norteamericanos. También marcaría una línea divisoria en la historia del imperio
soviético. La guerra interminable contra las guerrillas islámicas comenzaría a socavar
el apoyo de la nación al expansionismo soviético.
En Washington la administración Reagan esperaba poder utilizar el predicamento
soviético en Afganistán para obligar a la Unión Soviética a retirarse del Tercer
Mundo. También ejerció numerosas presiones en Moscú para disuadir a los soviéticos
de invadir Polonia en 1980-1981, cuando el movimiento Solidaridad desafió al

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régimen comunista de ese país. Pero las presiones económicas, políticas y militares
de Occidente sólo sirvieron para que el Kremlin se convirtiera en una fortaleza sitiada
y perseverara en su empeño. Aunque los líderes soviéticos renunciaran en secreto al
uso de la fuerza militar en Polonia, su decisión tuvo muy poco que ver con la política
seguida por Estados Unidos. También prefirieron correr el riesgo de sufrir más
pérdidas en Afganistán que vivir la humillación de una retirada incondicional. Al
final, la segunda ronda de la Guerra Fría sólo serviría para perpetuar la postura
soviética de confrontación y el componente antiamericano de la identidad colectiva
de las élites de la URSS y los seniles dirigentes del Politburó.
Fue una suerte para Ronald Reagan que su presidencia coincidiera con un cambio
generacional en el Kremlin, y la consiguiente salida de la vieja guardia. Mijail
Gorbachov fue el primer líder soviético después de Stalin que decidió llevar a cabo
una reconsideración drástica de la relación existente entre la ideología y los intereses
de la seguridad soviética. Desde su posición de apparatchik soviético, Gorbachov fue
evolucionando hasta convertirse en el estadista ideológico por excelencia, pero, en
vez de adoptar el paradigma revolucionario-imperial, se presentó ante el país con su
propio «nuevo pensamiento»: una fórmula vaga y mesiánica para la integración del
mundo, una ideología basada en los ideales del comunismo democratizado, elogiado
dos décadas antes por numerosos intelectuales de la generación de Gorbachov. El
secretario general acabaría en sustancia estando más próximo a la socialdemocracia
occidental que al marxismo-leninismo. Gorbachov quiso reformar el Partido
Comunista, quiso transformar la sociedad soviética y quiso integrar a la URSS en «la
casa comunitaria europea». Abrigaba, sin embargo, demasiadas ilusiones. Una era
que la Unión Soviética se hiciera más fuerte después de liberarse del legado
estalinista y los grilletes del paradigma revolucionario-imperial. Otra, que los países
capitalistas de Occidente colaboraran a culminar con éxito el grandioso proyecto de
fusionar el comunismo reformista soviético con el socialismo democrático europeo.
Como ocurriera con anteriores dirigentes soviéticos, el liderazgo de Gorbachov
desempeñó un papel trascendental en los cambios de postura de la URSS en el ámbito
internacional. A finales de 1988 Gorbachov rechazó públicamente las principales
motivaciones ideológicas que se escondían detrás de los objetivos de la política
exterior estalinista, y renunció al uso de la fuerza, al silencio sobre los crímenes
cometidos en el pasado y a los muros de aislamiento sobre los que se afianzaba el
imperio socialista. Al cabo de un año, ese imperio se derrumbaría en Europa Central
y Oriental. Al cabo de dos, la propia Unión Soviética sufriría un proceso interno que
la haría explosionar y desintegrarse en quince estados independientes.
El largo camino que separaba a Stalin de Gorbachov había preparado esa
sorprendente transformación. Ante todo, hubo cada vez menos voluntad por parte de
las élites políticas e intelectuales soviéticas de arriesgarse a una guerra. Los sucesores
de Stalin comenzaron a cambiar confrontación por distensión en 1953. La presión
ejercida por Jrushchov en Occidente entre 1958 y 1962, pese a todas sus

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consecuencias tan negativas, no estuvo motivada por una finalidad puramente
agresiva; a su torpe manera, el líder soviético quería convencer a las potencias
occidentales de poner fin a la Guerra Fría en unos términos aceptables para la Unión
Soviética. Brezhnev, que había vivido la Segunda Guerra Mundial, estaba convencido
de que el pueblo soviético merecía una paz duradera. De hecho, la puesta en práctica
de la política de distensión exigía del liderazgo de Brezhnev una retirada subrepticia
de la ideología de la lucha de clases para dar entrada a nuevas ideas de asociación y
cooperación con potencias occidentales, pese a su naturaleza capitalista. La
distensión impulsada por Brezhnev supuso un puente indispensable para pasar de las
silenciosas incitaciones a la guerra de Stalin y las bravatas de Jrushchov a la
finalización de la Guerra Fría conseguida por Gorbachov.
Una vez más, nos vemos en la obligación de subrayar que la ideología cobra
muchísima importancia en la historia de la Guerra Fría en general y en la de la
aparición y caída del imperio soviético en particular.[4] Diversos factores ideológicos
contribuyeron a la determinación soviética de enfrentarse a Estados Unidos y de
expandir el imperio socialista de Moscú, hasta que éste fue verdaderamente global en
la década de los setenta. Pese a la decadencia de su sistema de creencias y pese a su
creciente cinismo, las autoridades y las élites del Kremlin siguieron expresando su
postura internacional y sus intereses en materia de seguridad con un lenguaje realista
e ideológico. Pero esos mismos factores ideológicos hicieron que la Unión Soviética
actuara de una manera peculiar, e incluso grotesca, en la escena internacional. En
concreto, una serie de suposiciones ideológicas desfasadas o erróneas hicieron que
Stalin desencadenara negligentemente la confrontación con Estados Unidos y que
luego fuera adelante con la guerra de Corea. Otras suposiciones distintas, pero
igualmente equivocadas, llevaron a Jrushchov, a Brezhnev y a otros líderes del
Kremlin a pensar que sería posible negociar una coexistencia pacífica con Estados
Unidos desde una posición de fuerza. En último lugar, pero no por ello menos
importante, está el hecho de que esos factores ideológicos contribuyeron
sustancialmente al desmoronamiento soviético, cuando Gorbachov, en su fervor
mesiánico, promovió el «nuevo pensamiento» y rechazó el uso de la fuerza como
instrumento primordial de la política de poder, incluso para preservar el orden del
estado. Y como ironía final de la historia, el imperio socialista soviético, cuyos
cimientos eran la ideología de la violencia revolucionaria, perecería a manos de la
ideología de la no violencia.
Este libro sobre la actitud internacional de la URSS saca a relucir el
extraordinario papel y la naturaleza de la actitud de Estados Unidos en la Guerra Fría.
Estados Unidos nunca aceptó la existencia de un imperio socialista en Europa Central
y luchó contra todos los movimientos revolucionarios de Asia, África y
Centroamérica que recibían el apoyo de los soviéticos. A diferencia de los europeos
occidentales, los norteamericanos apenas cedieron espacio para el compromiso y la
negociación a la URSS. Con la excepción de los años sesenta y la época de distensión

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de Nixon-Kissinger, las administraciones estadounidenses insistieron en que los
soviéticos debían cambiar de actitud e incluso de régimen antes de poder llegar a
cualquier solución de compromiso duradero con ellos. La ideología norteamericana
de la libertad política y el capitalismo de mercado era igual de global y mesiánica que
la ideología comunista soviética. En este sentido, la Guerra Fría comportó un
enfrentamiento de suma cero entre los dos centros mesiánicos e impuso al mundo una
lógica de confrontación bipolar, marginando a otros países, movimientos e ideologías.
[5]
Estados Unidos salió de esa confrontación épica como la única superpotencia que
quedaba en el mundo. Pero el presente libro debería servir de advertencia a los
norteamericanos, que parecen extraer de esa victoria una serie de lecciones
triunfalistas que luego aplican a su política exterior en otras regiones del mundo.
Algunos políticos y eruditos estadounidenses enseguida afirman que la política de
contención desarrollada frente al empuje soviético funcionó a las mil maravillas. Los
que lo hacen normalmente sólo poseen, incluso en la actualidad, una idea muy vaga
del país que fue el objetivo de dicha contención. Los admiradores acérrimos de
Reagan siguen sosteniendo que la cruzada anticomunista de este presidente y su SDI
ganaron la guerra. Vistas las cosas retrospectivamente, resulta difícil considerar la
SDI algo más que un simple partiquino, cuya aparición en escena se produjo en el
último acto de la confrontación. Al mismo tiempo, Reagan desempeñó un papel
fundamental en los últimos estadios de la confrontación entre las dos superpotencias.
Percibió que sus relaciones con Gorbachov encerraban una oportunidad histórica, y al
final no dudó en atraparla. Fue el Reagan pacificador, negociador y partidario del
desarme nuclear, no el guerrero frío, el que hizo la grandiosa aportación a la historia
universal.[6]
Estados Unidos también tuvo la suerte de tener un enemigo que representaba el
reflejo ideológico, económico y político del capitalismo occidental. Ese enemigo era
el resultado de la búsqueda de la modernidad por parte de los europeos. En otras
palabras, la Guerra fría fue una competición entre dos primos muy lejanos, que
luchaban para decidir la mejor manera de modernizar y globalizar el mundo, no entre
amigos y enemigos de la modernización y la globalización. Algunos especialistas
occidentales y muchos rusos creen hoy que Rusia cometió la gran equivocación de
convertirse en campo de pruebas de un medio de modernización especialmente
perverso y violento que prometía tomar un atajo para pasar del retraso económico y
social a la modernidad y la asimilación cultural, la planificación racional y la justicia
social.[7] Al principio, la versión soviética de modernización acelerada supuso para la
URSS una victoria en la Segunda Guerra Mundial, la llevó a alcanzar su condición de
superpotencia e hizo que ganara millones de partidarios en los países
subdesarrollados del Tercer Mundo. Más tarde, sin embargo, sobre todo durante los
años setenta, se hizo evidente que el modelo norteamericano de modernización, con
sus libertades políticas, sus iniciativas privadas y sus tentaciones consumistas era

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mucho más innovador e ingenioso. Con la ayuda del modelo norteamericano, Europa
Occidental, Japón y otros aliados de Estados Unidos (aunque no todos) se
convirtieron en sociedades emergentes, más prósperas y con mejor calidad de vida
que cualquiera de las del bloque socialista. Esas sociedades de Europa Occidental
supieron combinar los beneficios de la economía de mercado con programas sociales.
Los países capitalistas desarrollados también tuvieron mucho más éxito en la
integración económica, y en último término política, que los del bloque soviético.
Lo que al final importaría sería el declive de la ideología comunista dentro del
imperio soviético y entre las élites, así como el atractivo cada vez mayor que
suscitarían los modelos occidentales de democracia y modernización. Contra todas
las expectativas de León Trotski en 1926, y pese a las fanfarronadas de Jrushchov en
1961, el tren capitalista mundial corría a velocidades cada vez mayores. Poco a poco
fue haciéndose evidente para los líderes, las élites y los ciudadanos en general de la
URSS que el tren del socialismo soviético nunca lo alcanzaría; al contrario,
irremediablemente su tren cada vez estaba quedando más y más atrasado. Esta
circunstancia, a su vez, socavó la validez de la ideología soviética y la identidad
imperial de los sectores más «ilustrados» de las élites de la URSS. Si al final
resultaba que la vía soviética hacia la modernización no era un atajo, sino un callejón
sin salida, ¿por qué no tomar otro camino? Si el imperio socialista era cada vez más
gravoso y generaba «Afganistanes» y regímenes en bancarrota en el centro y el este
de Europa que necesitaban subvenciones de la Unión Soviética para poder seguir
adelante, ¿por qué no abandonar ese imperio? Gorbachov, con su falso «nuevo
pensamiento», supuso una forma vana, aunque comprensible desde el punto de vista
histórico, de cerrar el círculo: deseaba que el experimento anticapitalista soviético se
integrara en la democracia occidental. El primo rebelde llamaba a la puerta de un
primo lejano, pidiendo reconciliarse.
Por equivocado que estuviera, el «nuevo pensamiento» de Gorbachov garantizó
un final pacífico a una de las rivalidades más peligrosas y prolongadas de la historia
contemporánea. El colosal poder militar de la Unión Soviética, amasado a lo largo de
décadas y décadas, no supo y no pudo compensar sus graves defectos, la erosión de la
fe ideológica y la voluntad política del Kremlin y de sectores influyentes de las élites
soviéticas. Gorbachov y los que lo apoyaron no estaban dispuestos a derramar sangre
por una causa en la que no creían y por un imperio del que no sacaban provecho
alguno. En lugar de responder combatiendo, el imperio socialista de la URSS, tal vez
el más curioso y singular de la historia moderna, prefirió suicidarse.

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Soviet Split, 1956-1963», CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998).
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Krisenjahr des Kalten Krieges in Europa, editado por Christoph Klessmann y
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Relations, 1956-1963», CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998).
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Las siguientes abreviaciones se utilizan en las notas.

AGF Archivo de la Fundación Gorbachov, Moscú.


AMS Archivo de la Asociación para la Memoria Histórica, Moscú y San Petersburgo.
APRF Arkhiv Prezidenta Rossiyskoi Federatsii (Archivo del Presidente de la Federación Rusa),
Moscú.
AVPRF Arkhiv vneshnei politiki Rossiyskoi Federatsii (Archivo de Política Exterior de la Federación
Rusa), Moscú.
Brown… «Understanding the End of the Cold War, 1980-1987», conferencia de historia oral, Watson
Institute, Brown University, Providence, R. I., 7-10 de mayo de 1998.
CC Comité Central.
CSA Archivos Estatales Centrales, Sofía, Bulgaria.
CSACH Archivos Estatales Centrales de Historia Contemporánea, Tbilisi, Georgia.
CW1HP Proyecto de Historia Internacional sobre la Guerra Fría, Woodrow Wilson International Center
for Scholars, Washington, D. C.
d. delo (expediente).
dok. dokument (documento).
f. fond (colección).
FBIS-USR Servicios de Información de Emisiones Radiofónicas Extranjeras, informes sobre la URSS.
Fort Lauderdale… «Global Competition and the Deterioration of U. S.-Soviet Relations, 1977-1980», Harbor
Beach Resort, Fort Lauderdale, Fla., 23-26 de marzo de 1995.
FRUS Foreign Relations of the United States.
GAPPOD AzR Archivo Estatal de Partidos, Organizaciones Políticas y Movimientos de Azerbayán,
Bakú, Azerbayán.
GARF Gosudartsvenny Arkhiv Rossiyskoi Federatsii (Archivo Estatal de la Federación Rusa),
Moscú.
inv. inventario.
Jachranka «Poland, 1980-1982: Internal Crisis, International Dimensions», conferencia organizada por el
NSARch, el CWIHP y el Instituto de Estudios Políticos de la Academia de las Ciencias de
Polonia, Jachranka, Polonia, 8-10 de noviembre de 1997.
KDB Colección de documentos soviéticos y norteamericanos relacionados con el canal extraoficial
de Kissinger-Dobrinin, que han sido desclasificados por el Departamento de Estado
norteamericano y el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa (próxima
aparición).
l. list (página).
LC Biblioteca del Congreso, Departamento de Manuscritos, Washington, D. C.
Lysebu I «U. S.-Soviet Relations and Soviet Foreign Policy towards the Middle East and Africa in
1970s», transcripción de un taller de trabajo celebrado en Lysebu, Noruega, 1-3 de octubre de
1994, editada por Odd Ame Westad (Norwegian Nobel Institute, Oslo, 1995).
Lysebu II «The Intervention in Afghanistan and the Fall of the Détente», transcripción de un taller de
trabajo celebrado en Lysebu, Noruega, 1720 de septiembre de 1995, editada por David Welch,
Svetlana Savranskaya y Odd Ame Westad (Norwegian Nobel Institute, Oslo, 1996).
Musgrove I «Salt II and the Growth of Mistrust», conferencia organizada por el Cárter-Brezhnev Project,
con la subvención del Center for Foreign Policy Development of the Thomas J. Watson Jr.
Institute for International Studies de la Brown University y el NSArch, Musgrove Plantation,

ebookelo.com - Página 430


St. Simons Island, Georgia, 6-9 de mayo de 1944, editado por David Welch con la
colaboración de Svetlana Savranskaya (Center for Foreign Policy Development, Providence,
Brown University, 1994).
NARA Archivos Nacionales, College Park, Md.
NSArch Archivos de Seguridad Nacionales, George Washington University, Washington, D. C.
OHPECW Proyecto de Historia Oral sobre el fin de la Guerra Fría, bajo la dirección del Dr. Oleg
Skvortsov, transcripciones en el Instituto de Historia General, Academia de las Ciencias,
Moscú, y NSArch.
op. opis (inventario).
pap. papka (carpeta).
PCUS Partido Comunista de la Unión Soviética.
per. perechen (listado).
por. portsia (parte).
PRO Public Records Office, Londres.
PUWP Partido Unificado de Trabajadores de Polonia (Partido Comunista de Polonia).
RGALI Rossiyski Gosudartsvenny Arkhiv Literatury i Iskusstva (Archivo Estatal Ruso de Literatura y
Artes), Moscú.
RGANI Rossiisky Gosudartsvenny Arkhiv Noveishei Istorii (Archivo Estatal Ruso de Historia
Contemporánea), Moscú.
RGASPI Rossiisky Gosudartsvenny Arkhiv Sotsialnoi i Politicheskoi Istorii (Archivo Estatal Ruso de
Historia Social y Política), Moscú.
RRPL Ronald Reagan Presidential Library, Simi Valley, Calif.
SAPMO-Barch Stiftung Archiv der Parteien und Massenorganisationen der DDR im Bundesarchiv (Informes
de Alemania Oriental en los Archivos Estatales de Alemania), Berlín.
tetr. tetrad (cuaderno).
TsADKM Tsentralny Arkhiv Dokumentalnikh Kollektsii Moskvy (Archivo Central de Colecciones
Documentales de Moscú).
TsAODM Tsentralny Arkhiv Obschestvennikh Dvizhenii Moskvy (Archivo Central de Movimientos
Civiles de Moscú).
TsKhDMO Tsents Khranenia Dokumentov Molodezhnykh Organizatsii (Centro para la Conservación de
Documentos de Organizaciones Juveniles), Archivos del Komsomol, Moscú.
VKP(b) Partido Comunista Sindicalista (bolcheviques).

ebookelo.com - Página 431


VLADISLAV M. ZUBOK. Moscú, 16 de abril de 1958. Es profesor de historia
internacional en la London School of Economics y jefe del Programa de Asuntos
Internacionales de Rusia en LSE IDEAS. Zubok es especialista en la historia de la
Guerra Fría y del siglo XX en Rusia.
Ha escrito, entre otros libros, A Failed Empire: the Soviet Union in the Cold War from
Stalin to Gorbachev (2007) [ed. española: Un imperio fallido] y Zhivago’s Children:
the Last Russian Intelligentsia (2009).

ebookelo.com - Página 432


Notas

ebookelo.com - Página 433


[1] Para saber más sobre las diversas perspectivas, véanse Taubman, Khrushchev,

Suri, Power and Protest, y Wittner, Resisting the Bomb y Toward Nuclear Abolition.
<<

ebookelo.com - Página 434


[2]
El CWIHP (director, Christian F. Ostermann) y el NSArch (director, Thomas
Blanton; director de investigaciones, Malcolm Byrne) han coordinado este tipo de
proyectos internacionales durante la pasada década. Para <<

ebookelo.com - Página 435


[3] Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War. <<

ebookelo.com - Página 436


[1] Overy, Russia’s War, p. 287. Véase también Beevor, Fall of Berlin. <<

ebookelo.com - Página 437


[2] La población de la URSS en 1941 era de 196,7 millones de habitantes; cinco años

después el censo puso de manifiesto que 37,2 millones de personas habían


desaparecido, muerto o abandonado el país. Las prácticas genocidas nazis son las
responsables de la mayor parte de bajas civiles: 7,4 millones de individuos fueron
asesinados deliberadamente por los alemanes en los territorios soviéticos ocupados, y
2,1 millones murieron realizando trabajos forzados en Alemania o como prisioneros
en los campos de concentración de los nazis. Krivosheev, Rossiia i SSSR v voinakh
XX veka; Sokolov, «Cost of War», p. 172. Véase también Erickson, «Soviet War
Losses», pp. 256-258, 262-266, y Kozol, «Price of Victory», pp. 417-424. <<

ebookelo.com - Página 438


[3] La consistente opinión que mantenía la CIA durante los años de posguerra en el

sentido de que «el estado de la economía soviética actúa en estos momentos como un
freno para la ejecución de los planes de agresión de la URSS». Kuhns, Assessing the
Soviet Threat, pp. 82, 264. <<

ebookelo.com - Página 439


[4] I. Maiski y G. Arkadiev, «Guidelines to the Reparations Program of the USSR»,

AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 183, 1. 9-10; N. Voznesenski a Stahn y Molotov,
AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 181, 1.51; Zubkova, Obshchestvo i reformi y una
versión revisada trad, al ing. en Ragsdale, Russia after the War, p. 20; Simonov,
Voienno-promishlennii kompleks, p. 192. <<

ebookelo.com - Página 440


[5] Victor Kondratiev, «Paradoks frontovoi nostal’gii», Literaturnaia gazeta, 9 de
mayo de 1990, citado en Seniavskaia, Psykhologüa voini v XX veke, p. 188. <<

ebookelo.com - Página 441


[6] Véanse Linz, Impact of World War 27; Barber y Harrison, Soviet Home Front,

Zubkova, Russia after the War, pp. 14-19; y Thurston a Bonwetsch, People’s War, pp.
137-184. <<

ebookelo.com - Página 442


[7] English, Russia and the Idea of the West, p. 44. <<

ebookelo.com - Página 443


[8] Ehrenburg, Liudi, godi, zhizn, 7, p. 711; 8, pp. 23; Mikoyan, Tak bylo, p. 513. <<

ebookelo.com - Página 444


[9] Beevor, Fall of Berlin, pp. 421-423; Pomerants, Zapiski gadkogo utenka, pp. 96-

97; Barbery Harrison, Soviet Home Front, p. 209; English, Russia and the Idea of the
West, pp. 44-46. <<

ebookelo.com - Página 445


[10] Martin, Affirmative Action Empire. <<

ebookelo.com - Página 446


[11] Brandenberger, National Bolshevism, p. 55. Véase también Agursky, Third Rome.

<<

ebookelo.com - Página 447


[12] Inozemtsev, Frontovoi Dnevnik, pp. 181, 227. <<

ebookelo.com - Página 448


[13] John L. Gaddis hace la siguiente perspicaz observación: «A Stalin y a Hitler se

debe que surgiera [un pueblo soviético] de una cultura de brutalidad prácticamente
sin parangón en la historia moderna. Como habían sido víctimas de la brutalidad,
fueron pocos los que consideraban que había algo de malo en actuar con brutalidad
con los demás». We Now Know, p. 287. <<

ebookelo.com - Página 449


[14] Hasta los años noventa, este tema fue prácticamente un tabú en los estudios

históricos; véanse Naimark, Russians in Germany, Beevor, Fall of Berlin, pp. 28-31,
108-110; Anatoli S. Cherniaev, Moia zhizn i moie vremia, pp. 132-133, 191-192;
Slutsky, «Iz “zapisok o voine”»; correspondencia de guerra de Viktor Olenev,
publicada en Zavtra, p. 19 (1997); Moskva Voennaia 1941-1945. Memuari i
arkhivniie dokumenti (Mosgorarkhiv, Moscú, 1995), p. 707. <<

ebookelo.com - Página 450


[15] Pomerants, Zapiski gadkogo utenka, pp. 95, 202, 212. <<

ebookelo.com - Página 451


[16] Tumarkin, Living and the Dead, pp. 88-89; observaciones personales del autor

durante su visita al Museo y Parque de la Victoria de Moscú, julio de 2004. <<

ebookelo.com - Página 452


[17] Nekrasov, «Tragediia moiego pokoleniia», p. 8. Para este asunto, véanse también

Grigorenko, V podpolie mozhno vestretit tolko kris, p. 288; Pomerants, Zapiski


gadkogo utenka, p. 150; Aksyutin, «Why Stalin Chose Confrontation», p. 4;
Zubkova, Russia alter the War, p. 34. <<

ebookelo.com - Página 453


[18] Brodski, On Grief and Reason, pp. 3-21; Scherstjanoi, «Germaniia i nemtsi v

pismakh krasnoarmeitsev vesnoi 1945 g.», pp. 137-151; Slutski, «Iz “zapisok o
voine”», pp. 48-51. <<

ebookelo.com - Página 454


[19] El número de soldados del ejército soviético cayó en septiembre de 1946 de los

12,5 a los 4,5 millones. «Weekly Summary Excerpt, September 20, 1946, Effect of
Demobilization on Soviet Military Potential», en Kuhns, Assessing the Soviet Treta,
p. 83; memorándum del secretario del Komsomol del CC, N. M. Mijailov, para A. A.
Kuznetsov, 19 de septiembre de 1946, «O nekotorikh nedostatkakh politico-
vospitatelnoi rabote v voiskakh, nakhodiaschikhsia za rubezhom SSSR», en Zubkova
et al., Sovetskaia zhizn, pp. 356-360; «Svergnut vlast nespravedlivosti», Neizvestnaia
Rossiia: XX vek (Mosgorarkhiv, Moscú, 1993), 4, pp. 468-475; Pomerants, Zapiski
gadkogo utenka, p. 210; Zinoviev, Russkaia sudba, p. 241. <<

ebookelo.com - Página 455


[20] Véanse Cherniaev, Moia zizhn, pp. 195, 208-210; Pomerants, Zapiski gadkogo

utenka, pp. 91, 154; Zubkova, Obhchestvo i reformi, p. 73. <<

ebookelo.com - Página 456


[21] Yakovlev, Omut pamiati, p. 50. <<

ebookelo.com - Página 457


[22] Zinoviev, Russkaia sudba, p. 245. <<

ebookelo.com - Página 458


[23]
Ivnitski, Sud’bi Rossiiskogo Krest’anstva, p. 420. Zubkhova dice que la
proporción de hombres y mujeres en las granjas colectivas en 1945 era de 2,7:1.
Russia alter the War, p. 21. <<

ebookelo.com - Página 459


[24]
Gudkov, «Otnosheniie k SShA v Roíz i problema antiamerikanizma», p. 42;
Krilova, «“Healers of Wounded Souls”». <<

ebookelo.com - Página 460


[25] Para la cuestión del patriotismo y el militarismo de preguerra en la sociedad

soviética, véase Brandenberger, National Bolshevism, pp. 95-112; para la actitud y el


estado de ánimo del ejército durante la posguerra, véase Cherniaev, Moia zhizn, p.
195. <<

ebookelo.com - Página 461


[26] Zubkova, Obshchestvo i reformi, pp. 77-83. <<

ebookelo.com - Página 462


[27] Gudkov, Negativnaia identichnost, pp. 34-37; Tumarkin, Living and the Dead. <<

ebookelo.com - Página 463


[28] P. Sudoplatov, A. Sudoplatov, J. Schecter y L. Schecter, Special Tasks, p. 171;

véase también una versión rusa más extendida en Sudoplatov, Razvedka i Kreml, p.
206. <<

ebookelo.com - Página 464


[29] Mikoyan, Tak bylo, pp. 513, 514; Grigorenko, V podpolie, p. 288. <<

ebookelo.com - Página 465


[30] Stalin, Works, 2, p. 203. <<

ebookelo.com - Página 466


[31] Brooks, Thank You, Comrade Stalin, pp. 188-191; Weiner, Making Sense of War,

Meiner, Holy War. <<

ebookelo.com - Página 467


[32] Slezkine, Jewish Century, p. 297. Para los orígenes de la campaña antisemita,

véase Kostirchenko, Out of the Red Shadow (publicado originalmente en Rusia en


1994). <<

ebookelo.com - Página 468


[33] Véase este punto en Grigorenko, V podpolie mozhno vstretit tolko kris, pp. 288-

289; y en Miner, Holy War, p. 321. <<

ebookelo.com - Página 469


[34] Maiski a Molotov, 11 de enero de 1944, AVPRF, f. 06, op. 6, pap. 14, d. 147, 1. 3-

40; Istochnik, 4 (1995), pp. 124-144. <<

ebookelo.com - Página 470


[35]
Litvinov, «Sobre la perspectiva y la posible fundación de una cooperación
soviético-británica», AVPRF, f. 06, op. 6, pap. 14, d. 143, 1. 53; memorándums de
Litvinov de 1945, AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 17, d. 175, 1. 26-44, 52-65, 109-146,
161-164; Pechatnov, Stalin, Ruzvelt, Trumen, pp. 239-257, 339. <<

ebookelo.com - Página 471


[36] RGASPI, f. 17, op. 128, d. 717, 1. 90-97. <<

ebookelo.com - Página 472


[37] Por ejemplo, véase la discusión en la Sociedad para los Lazos Culturales de la

Unión Soviética en el Extranjero (VOKS) de un viaje de un grupo de mandatarios


soviéticos a Checoslovaquia, 29 de junio de 1945, RGASPI, f. 17, op. 128, d. 748, 1.
110-140; Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 30-32; diario de Malishev, 28
de marzo de 1945, Istochnik, 5 (1997), p. 128; Chuev, Sto sorok besed s Molotovim,
p. 90. <<

ebookelo.com - Página 473


[38] Montefiore, Stalin, pp. 548-552. <<

ebookelo.com - Página 474


[39] P. N. Knishevski, Dobycha. Tainigermanskikh reparatsii (Soratnik, Moscú, 1994),

p. 20. <<

ebookelo.com - Página 475


[40] Rzheshevski, Stalin i Cherchill, pp. 494, 498-499; Maiski a Molotov et al., 18 de

junio de 1945, AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 182, 1. 32-35. <<

ebookelo.com - Página 476


[41] Brandenberger, National Bolshevism, p. 229. <<

ebookelo.com - Página 477


[42] Slezkine, «USSR as a Communal Apartment», pp. 414-452. <<

ebookelo.com - Página 478


[43] Mgeladze, Stalin, pp. 78-80. <<

ebookelo.com - Página 479


[44] Chuev, Sto sorok besed, pp. 103-104. <<

ebookelo.com - Página 480


[45] Informe de Molotov sobre la conversación con Roosevelt, 29 de mayo, Stalin a

Molotov, telegrama de 1 de junio de 1942, Stalin a Molotov, 4 de junio de 1942, en


Rzheshevski, Stalin i Cherchill, pp. 211-212, 244, 258-259; Rzheshevski, War and
Diplomacy, pp. 94, 219. <<

ebookelo.com - Página 481


[46] La bibliografía sobre este tema es cada vez más abundante. Véanse Haynes y

Klehr, Venona; Weinstein y Vassiliev, Haunted Wood, y Eduard Mark, «Venona’s


Source», pp. 10-31, esp. p. 14. <<

ebookelo.com - Página 482


[47] Suites, Revolutionary Dreams, pp. 156-170; Fülop-Miller, Mind
and Face of
Bolshevism, p. 49; Parks, Cultura, Conflict, and Coexistence, pp. 21-46. <<

ebookelo.com - Página 483


[48] Mikoyan, Tak bylo, pp. 300-315. <<

ebookelo.com - Página 484


[49] En 1944, según las estadísticas oficiales de la Unión Soviética, los préstamos de

ayuda a Estados Unidos equivalían al 10 por 100 del PIB de la URSS, o lo que es lo
mismo, a 45 600 millones de rublos. La verdadera contribución de la ayuda
norteamericana fue mucho mayor en determinados sectores vitales. Por ejemplo,
sirvió para suministrar a la URSS el 55 por 100 de sus camiones y automóviles, el
20,6 por 100 de sus tractores, el 23 por 100 de sus aparatos mecánicos y el 42 por 100
de sus motores; también supuso el 41 por 100 de su aluminio, el 19 por 100 de su
zinc, el 25 por 100 de su níquel, el 37 por 100 de su mercurio, el 99 por 100 de su
latón, el 57 por 100 de su cobalto, el 68 por 100 de su molibdeno, el 24.3 por 100 de
su acero inoxidable, el 18 por 100 de su combustible para aparatos aéreos, el 100 por
100 de su caucho natural, el 23.3 por 100 de su etileno y el 38 por 100 de su
glicerina. Además, los suministros de alimentos, calzado y vehículos de tracción
norteamericanos ayudaron al ejército soviético a avanzar desde Stalingrado hasta
Berlín. Simonov, Voienno-promishlennii kompleks, p. 194. <<

ebookelo.com - Página 485


[50]
Jrushchov, «Memuari Nikiti Sergeevicha Khrushcheva», p. 81; Schecter y
Luchkov, Khrushchev Remembres, p. 85. <<

ebookelo.com - Página 486


[51] Parks, Cultura, Conflict, and Coexistence, pp. 86-87, 92, 95-96. <<

ebookelo.com - Página 487


[52] «Zapisnaia knizhka Marshala F. I. Golikova: Sovetskaia voennaia missia v Anglii

i SSha v 1941 godu», Novaia i noveishaia istoriia, 2 (2004), pp. 82-118;


conversación del autor con el científico ruso Igor S. Alexandrov, Nueva York, 30 de
marzo de 2002. Los padres de Alexandrov viajaron a Estados Unidos en los años
cuarenta. <<

ebookelo.com - Página 488


[53] Troyanovski, Cherez godi i rasstoiania, pp. 56, 76. <<

ebookelo.com - Página 489


[54] Pechatnov, «Exercise in Frustration», pp. 1-27. <<

ebookelo.com - Página 490


[55] Para la cuestión de los aires de superioridad, véanse Costigliola, «“Like Animáis

or Worse”», pp. 752-753; Costigliola, «I Had Come as a Friend», pp. 103-128; y


«Zapisnaia knizhka Marshala F. I. Golikova», p. 100. <<

ebookelo.com - Página 491


[56] Para ver la expresión de esa mentalidad, véase Ehrenburg, Liudi, godi, zhizn, 7, p.

714. <<

ebookelo.com - Página 492


[57] Costigliola, «I Had Come as a Friend». Para el espionaje soviético de los
conocimientos y los secretos tecnológicos norteamericanos, véase Rhodes, Dark Sun,
pp. 94-102. <<

ebookelo.com - Página 493


[58] FRUS, 1945, 8, pp. 896-897. <<

ebookelo.com - Página 494


[59] Cuando en julio de 1945 el ministro chino de Exteriores, el Dr. Soong, pidió a

Harriman que especificara el significado de ciertas concesiones norteamericanas a


Stalin, Harriman tuvo que reconocer que «no se había discutido cómo debían
interpretarse. Las palabras se tomaron como estaban escritas». Telegrama naval, 3 de
julio de 1945, Harriman Collection, Special Files, caja 180, LC; Gromiko,
Pamyatnoie, 1, pp. 188-190. <<

ebookelo.com - Página 495


[60] Sudoplatov, Razvedka i Kreml, p. 265. A diferencia de la edición norteamericana

de Jerrold Schecter y Leona Schecter, esta versión rusa contiene información


adicional acerca de los preparativos soviéticos para la Conferencia de Yalta. <<

ebookelo.com - Página 496


[61]
Pechatnov, «Big Three alter World War II», Zubok y Pleshakov, Inside the
Kremlin's Cold War, p. 38. <<

ebookelo.com - Página 497


[62] Diario de Maiski, AVPRF, Lichnii fond Maiskogo, op. 1, pap. 2, d. 9, 1. 69, citado

en Kynin y Laufer, USSR and the German Question, 1, p. 701; Protocolo n.º 6 de la
Comisión Litvinov, AVPRF, f. 06, op. 6, pap. 14, d. 141,1. 23-24. <<

ebookelo.com - Página 498


[63] Aksyutin, «Why Stalin Chose Confrontation», p. 17. <<

ebookelo.com - Página 499


[64]
Maiski a Molotov, borrador de un telegrama informal a los embajadores y
emisarios de la URSS, 15 de febrero de 1945, AVPRF, f. 017, op. 3, pap. 2, d. 1, 1.
52-56, citado en Kynin y Laufer, USSR and the German Question, 1, p. 608. <<

ebookelo.com - Página 500


[65] Stalin atribuyó la rendición de las fuerzas alemanas en Italia a unas negociaciones

secretas entre alemanes y norteamericanos llevadas a cabo a sus espaldas y, más


concretamente, a las actividades de Allen Dulles, jefe de la OSS en Berna, Suiza.
Para más detalles al respecto, véase Smith y Agarossi, Operation Sunrise. <<

ebookelo.com - Página 501


[66] Montefiore, Stalin, p. 486. <<

ebookelo.com - Página 502


[67] Gromiko no recoge en sus memorias este episodio, pero habló de él con sus

subordinados. Véanse Troyanovski, Cherez godi i rasstoiania, pp. 129-130; y


Semenov, «Ot Khushcheva do Gorbacheva», p. 127. Este autor advirtió grandes
diferencias cuando leyó el memorándum de esa conversación en los expedientes de
Molotov del Archivo de Política Exterior Soviética en 1988. Para una interpretación
que hace caso omiso de los testimonios que aparecen en las memorias soviéticas,
véase Roberts, «Sexing up the Cold War», pp. 105-126. <<

ebookelo.com - Página 503


[68] Powers, Not without Honor, pp. 155-189; Hirshson, General Patton. <<

ebookelo.com - Página 504


[69] Mikoyan a Molotov, borrador de la decisión del GKO, 24 de junio de 1945,

AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 45, d. 702. El borrador de Mikoyan también llegó a Beria,
Malenkov, Voznesenski y Bulganin. Para el déficit, el coste de la guerra y el
presupuesto soviético, véase Simonov, Voiennopromishlennii kompleks, p. 187. <<

ebookelo.com - Página 505


[70]
Ordenes de Molotov citadas en Pechatnov, «Averell Harriman’s Mission to
Moscow», p. 30. <<

ebookelo.com - Página 506


[71] El texto de este telegrama fue interceptado y posteriormente descifrado por el

proyecto «Venona» norteamericano; véase «The 1944-1945 New York and


Washington-Moscow KGB Messages», Venona Historical Monograph, n.º 3
(National Security Agency, Fort Meadle, MD, marzo de 1996), pp. 69-70. El
telegrama contenía nombres de otros «reaccionarios»: Joseph C. Grew del
Departamento de Estado, los senadores Arthur Vandenberg y Tom Connally, los
congresistas (¿Charles?) Eaton y (¿Sol?) Bloom, los almirantes Ernest J. King y
William D. Leahy, los generales (¿Brehon?) Somerwell y George Marshall. También
calificaba a Averell Harriman de «uno de los propagandistas antisoviéticos más
acérrimos». Una fuente del MGB oyó a Harriman decir a un grupo de periodistas que
«la URSS desea dominar el mundo y quiere conseguir una posición hegemónica en la
conferencia [de Berlín]». <<

ebookelo.com - Página 507


[72] Gusev a Molotov desde Londres, 18 de mayo de 1945, citado en Rzheshevski,

Stalin i Cherchill, p. 524; el plan británico de guerra con la URSS, de fecha 22 de


mayo de 1945, fue descubierto en los expedientes personales de Churchill, PRO,
CAB 120/161/55911, 1-29; la información relativa a la reacción del GRU procede de
la entrevista que mantuvo este autor con Mijail A. Milstein, 14 de enero de 1990,
Moscú. <<

ebookelo.com - Página 508


[73] Dobrinin a Kissinger, en el memorándum de sus conversaciones, 20 de julio de

1970, SCF, 486, PTF, D/K 1970, 1, NARA. <<

ebookelo.com - Página 509


[74] Rieber, «Stalin», pp. 1683-1690. <<

ebookelo.com - Página 510


[75] Harriman, Special Envoy to Churchill and Stalin, p. 46; Kissinger, Diplomacy, p.

398. David Holloway afirma que «la política que seguía Stalin era de Realpolitik».
Stalin and the Bomb, p. 168. <<

ebookelo.com - Página 511


[76] Para el papel desempeñado por Litvinov y la política exterior soviética en los

años treinta, véanse Haslam, Soviet Union and the Struggle for Collective Security in
Europe; y Phillips, Between the Revolution and the West. <<

ebookelo.com - Página 512


[77] Véase Mastny, «Cassandra in the Foreign Office»; Tucker, Stalin in Power. <<

ebookelo.com - Página 513


[78] Stalin a Kaganovich y Molotov, 2 de septiembre de 1935, en Jlevniuk et al.,

Stalin i Kaganovich, p. 545. <<

ebookelo.com - Página 514


[79]
Para la política de Stalin durante el Tratado de Munich, véase Lukes,
Czechoslovakia between Hitler and Stalin. Lukes se centra en el aspecto agresivo y
manipulador de la política exterior soviética. <<

ebookelo.com - Página 515


[80] Wohlforth, Elusive Balance, p. 33. <<

ebookelo.com - Página 516


[81] Chicherin a Lenin, 18 de agosto de 1921, en Istochnik, 3 (1996), pp. 55-56. <<

ebookelo.com - Página 517


[82]
Pantsov, Tainaia istoriia Sovetsko-kitaiskikh otnoshenii, capítulos 6, 9 y 10;
Damie et al., Komintern protiv faschizma, pp. 21-30. <<

ebookelo.com - Página 518


[83] Goldgeier, Leadership Style and Soviet Foreign Policy, pp. 18-21; Tucker, Stalin

as Revolutionary. <<

ebookelo.com - Página 519


[84] Véanse más detalles en Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp.

19-25; véanse asimismo mis observaciones en Montefiore, Stalin. <<

ebookelo.com - Página 520


[85] Chuev, Sto sorok besed, pp. 78, 82. <<

ebookelo.com - Página 521


[86] «Zapis besedi tov. Stalina s gruppoi angliiskikh leiboristov-deputatov
parlamenta», 14 de octubre de 1947, CSACH, f. 1206, op. 2, d. 326d, 1. 16. <<

ebookelo.com - Página 522


[87] Más detalles al respecto en Zuboky Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp.

16-17; Brandenberger y Dubrovski, «“People Need a Tsar”», pp. 879, 883-884. <<

ebookelo.com - Página 523


[88] Ilizarov, «Stalin»; Tarle, Politika, 7; Zelenov, «I. V. Stalin», pp. 3-40. <<

ebookelo.com - Página 524


[89] Brandenberger y Dubrovski, «“People Need a Tsar”», p. 880; Zelenov, «Kak

Stalin kritikoval i redaktiroval konspekti shkolnikh uchebnikov po istorii», pp. 3-30;


Schecter y Luchkov, Khrushchev Remembres, p. 144. <<

ebookelo.com - Página 525


[90] Zuboky Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp. 13-15. Podemos encontrar

más detalles acerca de la combinación de prioridades ideológicas y geopolíticas en la


política exterior soviética en Gould-Davies, «Rethinking the Role of Ideology», p.
92; y en Macdonald, «Formal Ideologies in the Cold War». <<

ebookelo.com - Página 526


[91] Para las conversaciones de Stalin y Churchill en 1944, véase el informe sobre las

conversaciones de Stalin y Churchill, 14 de octubre de 1944, en Istochnik, 4 (1995),


p. 147; véanse asimismo «Records of the Meetings at the Kremlin, Moscow, October
9-October 17, 1944», Churchill Papers, 3/434/2, PRO; Gardner, Spheres of Influence,
p. 208; y Rzheshevski, Stalin i Cherchill, pp. 418-474, 499-506, 507. <<

ebookelo.com - Página 527


[92] Volokitina et al, Vostochnaia Evropa, 1, pp. 132-133. <<

ebookelo.com - Página 528


[93] Dimitrov, Diary, pp. 357-358. <<

ebookelo.com - Página 529


[94] Chuev, Sto sorok besed, pp. 92-93. <<

ebookelo.com - Página 530


[95] Stalin a los yugoslavos, 9 de enero de 1945, en Dimitrov, Diary, pp. 352-353;

«Notes of V. Kolarov from a Meeting with J. Stalin», CSA, f. 147 B, op. 2, d. 1025,
1.1-6, proporcionado por Jordan Baev a la Stalin Collection, CWIHP; véanse
asimismo otras declaraciones de Stalin más suaves, pero parecidas, en Volokitina et
al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 130. Para el escenario en el que se desarrollaron los
acontecimientos en Grecia, véase Iatrides, «Revolution or Self-Defense?», pp. 3-17.
<<

ebookelo.com - Página 531


[96] Chuev, Sto sorok besed, p. 67. <<

ebookelo.com - Página 532


[97] Entre el creciente número de obras historiográficas acerca de las intenciones y el

comportamiento de la URSS en Europa Oriental figuran Naimark y Gibianski,


Establishment of Communist Regimes in Eastern Europe; Mastny, Cold War and
Soviet Insecurity, Mark, «Revolution by Negrees», Volokitina et al., Vostochmaia
Evropar, Gibianski, «Sowjetisierung Osteuropas»; Karner y Stelzl-Marx, Rote Armee
in Österreich. <<

ebookelo.com - Página 533


[98] Volokitina et al., Vostochmaia Evropa, 1, pp. 28-29. <<

ebookelo.com - Página 534


[99] Schecter y Luchkov, Khrushchev Remembres, p. 100. <<

ebookelo.com - Página 535


[100] Las interpretaciones de las iniciativas e intenciones de Roosevelt en este caso

siguen difiriendo unas de otras. Véanse Gardner, Spheres of Influence, y Perlmutter,


FDR and Stalin. <<

ebookelo.com - Página 536


[101] Chuev, Sto sorok besed, p. 76. <<

ebookelo.com - Página 537


[102] Naimark, Russians in Germany, pp. 385-390. <<

ebookelo.com - Página 538


[103] Entrevista del autor a Boris Ponomarev, antiguo jefe del Departamento
Internacional del Comité Central, Moscú, 15 de julio de 1991. <<

ebookelo.com - Página 539


[104] Kersten, Establishment of Communist Rule in Poland. <<

ebookelo.com - Página 540


[105] Para la expulsión de alemanes de Polonia y Checoslovaquia y el papel
desempeñado por Stalin en el asunto, véase Naimark, Pires of Hatred, 108-138. Para
las divisiones que se produjeron en la sociedad húngara, véase Krisztian Ungvary,
The Siege of Budapest: One Hundred Days in World War II (Yale University Press,
New Haven, Conn, 2005). <<

ebookelo.com - Página 541


[106]
Para los planes de grandes confederaciones, véase Naimark y Gibiansky,
Establishment of Communist Regimes in Eastern Europe.; Gibiansky, «Ideia
balkanskogo ob’edineniia i plani eie osuschestvleniia v 40-t godi XX veka»;
Murashko y Noskova, «Stalin and the National-Territorial Controversias in Eastern
Europe», pp. 161-173. <<

ebookelo.com - Página 542


[107] Los polacos tenían muchos motivos para temerse lo peor. En 1937-1938, cien

mil individuos de etnia polaca, entre ellos comunistas, expatriados y ciudadanos


soviéticos de origen polaco, desaparecieron en la carnicería del Gran Terror. En 1939-
1940, casi un millón y cuarto de antiguos ciudadanos de Polonia, entre ellos polacos,
judíos, ucranianos y bielorrusos, fueron deportados al gulag y al interior de la URSS.
Miles y miles de ellos perdieron la vida. Por orden de Stalin, los escuadrones del
NKVD ejecutaron a más de quince mil prisioneros de guerra polacos, en su mayoría
oficiales que se rindieron al ejército soviético. Véanse Petrov y Roginsky, «“Polish
Operation” of the NKVD», 12, 170-173; Lebedeva et al., Katyn; Chuev, Sto sorok
besed, p. 78. <<

ebookelo.com - Página 543


[108] El 17 de octubre de 1944, último día de las conversaciones Stalin-Churchill en

torno al futuro de Polonia, Beria comunicó a Stalin que el jefe del SMERSH, Viktor
Abakumov, iba a enviar a «cien oficiales del SMERSH para que reforzaran los
servicios de contrainteligencia del ejército polaco [prosoviético]». El propio Beria
envió a «quince camaradas a través de los canales del NKVD-NKGB para que
ayudaran a la seguridad del estado polaco». Además, fueron enviados a Polonia
cuatro mil quinientos agentes del NKVD. Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1,
pp. 83-84; NKVD i polskoie podpolye, pp. 41-42; Bordyugo et al., SSSR-Polsha;
Serov a Beria, 21 de marzo de 1945, GARF, f. 9401, op. 2, d. 94, 1122-126;
Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, p. 72. <<

ebookelo.com - Página 544


[109] Hazard, Cold War Crucible, pp. 29, 69, 74; Schuyler a Susaikov, 6 de marzo de

1945, AVPRF, f. 07, op. 10, pap. 24, d. 335, 1. 32-33, en T. V. Volokitina et al., Tri
vizita Vishinskogo v Bukharest, pp. 86-92, 94-96, 98-100, 112-113, 107, 123. <<

ebookelo.com - Página 545


[110] Dimitrov, Diary, pp. 352-353; «Notas de V. Kolarov tomadas en una entrevista

con I. Stalin», CSA, f. 147 B, op. 2. d. 1025, 1.1-6, colección de CWIHP; Volokitina
et al., Vostochnaia Evropa, 1: Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1: Volokitina et
al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 128-129. <<

ebookelo.com - Página 546


[111] Gibianski, «Stalin and Triest Confrontation of 1945», pp. 49-57. <<

ebookelo.com - Página 547


[112] Pechatnov, «Allies Are Pressing on You». <<

ebookelo.com - Página 548


[113] Véase Hasegawa, Northern Territories Dispute and Russo-Japanese Relations, 1,

pp. 59-73, especialmente 69 y 71; Slavinski, Yaltinskaia konferentsia i problema


«severnikh territorii», p. 88; Leffler, Preponderance of Power, pp. 87-88; Niu Jun,
«Origins of the Sino-Soviet Alliance», p. 57. <<

ebookelo.com - Página 549


[114] Westad, Cold War and Revolution, pp. 54-55. <<

ebookelo.com - Página 550


[115] Reuniones de 30 de junio, 2 de julio y 7 de julio de 1945, Victor Hoo Papers,

caja 2, file «Sino-Soviet Relations, 1945-1946», Hoover Institute for War,


Revolution, and Peace, Stanford, Calif, (dato aportado por David Wolf en la
conferencia CWIHP sobre Stalin, septiembre de 1999); Goncharov, Lewis y Litai,
Uncertain Partners, p. 3. <<

ebookelo.com - Página 551


[116] Reunión Stalin-Soong, 9 de julio de 1945, 18, Victor Hoo Papers, caja 2, Hoover

Institute for War, Revolution, and Peace, Stanford, Calif. <<

ebookelo.com - Página 552


[117] Zhang Shuguang y Chen Jian, Chinese Communist Foreign Policy, pp. 29-32;

Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 27-28. <<

ebookelo.com - Página 553


[118] El 18 de julio Harriman anotaba en su resumen de las conversaciones chino-

soviéticas que la cuestión de la independencia de la República Popular de Mongolia


respecto a China «va más allá de una interpretación estricta de los acuerdos de
Yalta». Sin embargo, añadía, «no se considera que los intereses de Estados Unidos se
vean afectados negativamente por esta concesión a las exigencias del gobierno
soviético». «Acuerdos de Yalta Agreement en lo que respecta a China», 18 de julio de
1945, y también el telegrama de Harriman al secretario de Estado de 7 de julio de
1945, caja 180, Harriman Collection, LC; Liang Chin-tung, «Sino-Soviet Treaty of
Friendship and Alliance 1945», pp. 382-390; Goncharov, Lewis y Litai, Uncertain
Partners, p. 5; Pechatnov, «Averell Harriman’s Mission in Moscow», p. 34. <<

ebookelo.com - Página 554


[119] El estudio más detallado de esta operación fallida se encuentra en Slavinsky,

«Soviet Occupation of the Kurile Islands», pp. 62-64. El artículo se basa en


documentos todavía clasificados que Slavinsky logró ver en la sede moscovita del
Archivo Naval Central. <<

ebookelo.com - Página 555


[120]
Eisenberg, Drawing the Line, pp. 195-107, 110-111, 182-183; Molotov a
Dimitrov, 6 de agosto de 1945, en Dimitrov, Diary, p. 492; Hazard, Cold War
Crucible, pp. 114-115; Chuev, Sto sorok besed, p. 79. <<

ebookelo.com - Página 556


[121]
Jariton y Smirnov, Myths and Reality of the Soviet Atomic Project, p. 64;
entrevista del autor a Igor Golovin, 30 de enero de 1993, Moscú. Golovin me dijo que
pocos días después de lo de Hiroshima, los físicos soviéticos del laboratorio de
Kurchatov recibieron llamadas telefónicas diarias para que informaran a las
autoridades sobre la naturaleza de aquella nueva arma. <<

ebookelo.com - Página 557


[122] Perth, Russia at War, p. 925; Holloway, Stalin and the Bomb, p. 127. El hijo de

Gromiko, Anatoli, cuenta que su padre recordaba que Hiroshima «hizo que a los
militares soviéticos les diera vueltas la cabeza. Los ánimos en el Kremlin y el alto
estado mayor estaban crispadísimos, y la desconfianza que despertaban los Aliados
era cada vez mayor. Se oían opiniones en el sentido de que debía conservarse un gran
ejército de tierra, que había que poner controles en grandes territorios para reducir las
pérdidas provocadas por los bombardeos atómicos aéreos. En otras palabras, el
bombardeo atómico de Japón nos indujo a valorar una vez más el significado que
tenía para la URSS toda la cabeza de playa obtenida en Europa del Este». Gromiko,
Andrei Gromyko v labirintakh Kremlia, p. 65. <<

ebookelo.com - Página 558


[123] El proyecto fue administrado por un grupo de hombres formidables: Beria (como

presidente); el jefe de la secretaría del partido, Georgy M. Malenkov; el director de la


Comisión de Planes Estatales (Gosplan), Nikolai A. Voznesenski; el ministro de
Armamento, Boris L. Vannikov; dos viceministros del NKVD, Avraami P.
Zaveniagin y Viktor A. Makhnev, así como los físicos nucleares Igor V. Kurchatov y
Petr L. Kapitsa. Entre las nuevas estructuras estaban el Comité Científico Técnico de
energía atómica y la Primera Dirección General (PGU) del Consejo de Ministros.
Kochariants y Gorin, Stranitsi istorii iadernogo tsentra «Arzamas-16», pp. 13-14. <<

ebookelo.com - Página 559


[124] Véase Alperovitz, Atomic Diplomacy. <<

ebookelo.com - Página 560


[125] Entre los dirigentes y los burócratas de la URSS hubo una conspiración de

silencio alrededor de la bomba. En diciembre de 1945, Litvinov escribía a Molotov


en los siguientes términos: «Siempre he creído y sigo creyendo que, como ningún
tipo de conversaciones acerca de la Bomba Atómica puede producir resultados
positivos para nosotros, la posición más beneficiosa para nosotros es mostrar una
indiferencia absoluta ante el tema, no hablar ni escribir sobre él hasta que nos
pregunten». Litvinov a Molotov, 8 de diciembre de 1945, AVPRF, f. 06, op. 8, pap.
125, d. 91, 1. 4. <<

ebookelo.com - Página 561


[1] Véase la publicación de Hottelet sobre esta conversación en el Washington Post,

21-25 de enero de 1952; Mastny, «Cassandra in the Foreign Office». Para los
desacuerdos y las coincidencias entre Stalin y Litvinov, véase Zubok y Pleshakov,
Inside the Kremlin's Cold War, pp. 38-39. <<

ebookelo.com - Página 562


[2] Goncharov, Lewis y Litai, Uncertain Partners, pp. 4-5. Estas esperanzas resultan

bastante evidentes en el memorándum de Solomon Lozovski a Stalin de 15 de enero


de 1945, en Slavinski, Yaltinskaia konferetsia i problema «severnikh territorii», p. 86.
<<

ebookelo.com - Página 563


[3]
Stalin a Harriman, 19 de agosto de 1945, Special Files, caja 182, Harriman
Collection, LC; Slavinski, «Soviet Occupation of the Kurile Islands», pp. 62-64;
Hasegawa, Northern Territories Dispute and Russo-Japanese Relations, 1, pp. 63-64.
Para una exposición más detallada del trasfondo de todo esto, véase Hasegawa,
Racing the Enemy. <<

ebookelo.com - Página 564


[4] Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 247-251; apuntes del 22 y 24 de

agosto de 1945, Dimitrov, Diary, p. 380. Para la reacción de los británicos, véase
Hazard, Cold War Crucible, pp. 117, 123. <<

ebookelo.com - Página 565


[5] Apuntes del 30 de agosto de 1945, Dimitrov, Diary, p. 381. <<

ebookelo.com - Página 566


[6] Para los detalles, véase Alperovitz, Atomic Diplomacy. <<

ebookelo.com - Página 567


[7]
Telegrama de 13 de septiembre de APRF, citado en Pechatnov, «Allies Are
Pressing on You», p. 4. <<

ebookelo.com - Página 568


[8]
Telegrama de 21 de septiembre de APRF, citado en Pechatnov, «Allies Are
Pressing on You», p. 4; y también Pechatnov, «Averell Harriman», p. 37. <<

ebookelo.com - Página 569


[9] Pechatnov, «Allies Are Pressing on You», p. 5. <<

ebookelo.com - Página 570


[10] Telegrama de 22 de septiembre de APRF; ibidem, p. 5. <<

ebookelo.com - Página 571


[11] Telegrama de 26 de septiembre de APRF; ibidem, p. 6. Más detalles sobre la

lucha de Stalin por el control de Japón en Pechatnov, «Averell Harriman», pp. 35-42.
<<

ebookelo.com - Página 572


[12] Notas sobre la declaración de Stalin durante su entrevista con una delegación

búlgara en Moscú el 30 de agosto de 1945, CSA, f. 146B, op. 4, ae. 639, 1. 20-28,
proporcionadas por Jordan Baev a Stalin Collection, CWIHP. <<

ebookelo.com - Página 573


[13] Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, p. 97. <<

ebookelo.com - Página 574


[14] Pechatnov, «Allies Are Pressing on You», p. 6. <<

ebookelo.com - Página 575


[15] Véase Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 248-251, 280-287, 294-295;

entrevista Harriman-Stalin, 25 de octubre de 1945, Harriman Collection, Special


Files, caja 183, LC. <<

ebookelo.com - Página 576


[16] Leffler, Preponderance of Power,
p. 47; para el concepto norteamericano de
esfera de influencia abierta véase Mark, «American Policy toward Eastern Europe».
<<

ebookelo.com - Página 577


[17] Werblan, «Conversation between Wladyslaw Gomulka and Josef Stalin», p. 136.

<<

ebookelo.com - Página 578


[18] Stalin a V. M. Molotov, G. M. Malenkov, L. P. Beria y A. I. Mikoyan, 9 de

diciembre de 1945, RGASPI, f. 558, op. 11, d. 99, 1. 127; Khlevniuk et al., Politburo
TsKVKP(b) i Sovet Ministrov SSSR, pp. 201-202. <<

ebookelo.com - Página 579


[19] FRUS, 1945, 8, pp. 491-519; Taubman, Stalin’s American Policy. <<

ebookelo.com - Página 580


[20] Diario de Schuyler citado en Hazard, Cold War Crucible, p. 152; apuntes del 23

de diciembre de 1945, Dimitrov, Diary, p. 518. <<

ebookelo.com - Página 581


[21] Conversación de Stalin con el presidente del Consejo de Ministros de Bulgaria K.

Georgiev, los ministros P. Stainovy A. Yugov, y el emisario D. Mijalchev, 7 de enero


de 1946, APRF, f. 45, op. 1, d. 252, 1. 28-39, publicada en Volokitina et al.,
Vostochnaia Evropa, 1, pp. 357, 359, 360, 361. Por aquel entonces los servicios de
inteligencia soviéticos informaban acerca de los intentos cada vez más frecuentes de
los angloamericanos de fomentar la resistencia de la oposición búlgara. Véase
«Political Problems in Bulgaria and Romania Following Moscow Conference
Decisions». <<

ebookelo.com - Página 582


[22] Dimitrov, Diary, pp. 520, 521, 522-523. <<

ebookelo.com - Página 583


[23] Pechatnov vio las actas de esa entrevista en los archivos rusos; véase Levering,

Pechatnov, Botzenthart-Viehe y Edmondson, Debating the Origins of the Cold War,


p. 121; Boterbloem, Life and Times of Andrei Zhdanov, pp. 249-251. <<

ebookelo.com - Página 584


[24] Conversaciones de Stalin con B. Bierut y E. Osubka-Morawski, 24 de mayo de

1946, en Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 458-459, 461, 462-463. <<

ebookelo.com - Página 585


[25] Niu Jun, «Origins of the Sino-Soviet Alliance», pp. 55-56. <<

ebookelo.com - Página 586


[26] Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 31-32. <<

ebookelo.com - Página 587


[27] Ledovski, «Stalin i Chan Kai Shi». <<

ebookelo.com - Página 588


[28] «Para la visita de Jiang Jingguo», Solomon Lozovski a Stalin y Molotov, 29 de

diciembre de 1945, documento del APRF publicado en Ledovski, «Stalin i Chan Kai
Shi», p. 108. <<

ebookelo.com - Página 589


[29] Acta de la conversación de Stalin con Jian Jingguo, representante personal de

Jiang Jieshi, 30 de diciembre de 1945, documento del APRF publicado en Ledovski,


«Stalin i Chan Kai Shi», pp. 106, 108, 109-119; Chen Jian, Mao's China and the Cold
War, p. 33. <<

ebookelo.com - Página 590


[30] Mao mantuvo informado al Kremlin de sus intenciones de conservar algunas

fuerzas armadas para una futura confrontación con el gobierno del Guomindang;
véase Ledovski, «Stalin i Chan Kai Shi», p. 110; Chen Jian, Mao’s China and the
Cold War, p. 32. <<

ebookelo.com - Página 591


[31] Kuisong, «Soviet Factor and the CCP’s Policy towards the United States», p. 26;

Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, p. 34. <<

ebookelo.com - Página 592


[32] Westad, Decisive Encounters, p. 35. <<

ebookelo.com - Página 593


[33] La convención permitía que la flota de la URSS cruzara los estrechos en tiempos

de paz, pero Turquía podía cerrarlos en tiempos de guerra o si se sentía «amenazada


de agresión». Gran Bretaña, Francia, Yugoslavia, Grecia y Bulgaria, además de
Alemania y Japón, estaban entre los signatarios de la convención. <<

ebookelo.com - Página 594


[34]
Véase «Beseda tov. Stalina i Molotova s ministrom inostrannikh del Turtsii
Sarajoglu», Moscú, 1 de octubre de 1939, RGASPI, f. 558, op. 11, d. 388, 1. 14-32;
notas de Molotov con las instrucciones de Stalin para las conversaciones de Berlín de
noviembre de 1940, Volkogonov Collection, LC; «On the Eve»; «Zapis besedi tov. I.
V. Stalina s Cherchillem», 9 de octubre de 1944, publicado en Istochnik, 2 (2003), pp.
50-51. Entre las mejores obras acerca de las relaciones turco-soviéticas, cuyos autores
han podido consultar los archivos de la URSS, véanse Hasanli, SSSR-Turtsiia;
Lavrova, Chemomorskiie prolivi, pp. 42-77; y Kochkin, «SSSR, Angliia, SShA i
“Turetskii krizis”», pp. 58-77. <<

ebookelo.com - Página 595


[35] Maxim Litvinov, «K voprosu o prolivakh», 15 de noviembre de 1944, AVPRF, f.

06, op. 6, pap. 14, d. 143, 1. 52; Miller a Dekanozov, 15 de enero de 1945, AVPRF, f.
06, op. 7, pap. 57, d. 946, 1. 6. <<

ebookelo.com - Página 596


[36] «K voprosu ob istorii sovetsko-turetskikh otnoshenii v 1944-1948 godakh»,
análisis preparado por I. N. Zemskov para el Departamento de Historia Diplomática
del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, RGANI, f. KPK, «Delo
Molotova», 13/76, 8, p. 13. La mejor información previa desde la perspectiva
occidental puede encontrarse en Kuniholm, Origins of the Cold War in the Near East,
pp. 257-264. Véase asimismo FRUS, 1945, 1, pp. 1017-1018. <<

ebookelo.com - Página 597


[37] En conversación con Akaki Mgeladze, alto cargo del partido en Georgia, el
mariscal Fedor Tolbujin, general en jefe de las tropas soviéticas en Bulgaria en 1944,
dijo que llamó en dos ocasiones a Stalin para convencerle de que atacara Turquía.
Mgeladze, Stalin, pp. 61-62. <<

ebookelo.com - Página 598


[38] AVPRF, f. 129, op. 29, pap. 168, d. 22, 1. 15-16, f. 06, op. 7, pap. 47, d. 758, 1. 6-

14, citado en Lavrova, Chemomorskiie prolivi, pp. 77-78, y en Kochkin, «SSSR,


Angliia, SShA i “Turetskii krizis”», p. 60. <<

ebookelo.com - Página 599


[39] Fromkin, Peace to End All Peace; Hasanli, SSSR-Turtsiia, pp. 154-156;
Melkonian, «Puti politicheskoi adaptatsii armianskoi diaspori»; S. Karapetian,
ministro de Asuntos Exteriores de la RSS de Armenia, a G. A. Arutyunov, secretario
del NKK(b) de Armenia, 29 de mayo de 1946, memorándums sobre la Cuestión
Armenia, Archivo Central del Partido de Armenia, «Expedientes Especiales», 1946.
<<

ebookelo.com - Página 600


[40] Chuev, Sto sorok besed, pp. 102-103; Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's

Cold War, pp. 92-93; Lavrova, Chemomorskiie prolivi, p. 78. <<

ebookelo.com - Página 601


[41] Notas de V. Kolarov tras su entrevista con Stalin, 28 de enero de 1945. Opiniones

de Stalin sobre ciertas cuestiones, CSA, f. 147 B, op. 2, d. 1025, 1.12, suministradas
por Jordan Baev a Stalin Collection, CWIHP. <<

ebookelo.com - Página 602


[42] Kuniholm, Origins of the Cold War in the Near East, pp. 262-265; Lavrova,

Chemomorskiie prolivi, 84-85, 86; AVPRF, f. 017, op. 3, pap. 2, d. 2, 1. 56, publicado
en Kynin, SSSR i Germanskii Vopros, 1, p. 608. <<

ebookelo.com - Página 603


[43] Taubman, Stalins American Policy, pp. 116-118; Chuev, Sto sorok besed, 103;

Pechatnov, «Allies Are Pressing on You», pp. 7-8. <<

ebookelo.com - Página 604


[44] Vladimirov a Dimitrov el 27 de diciembre de 1944, en Dimitrov, Diary, p. 456;

«K voprosu ob istorii sovetsko-turetskikh otnoshenii v 1944-1948 godakh», informe


preparado por I. N. Zemskov para la Dirección Histórico-Diplomática del Ministerio
de Asuntos Exteriores de la URSS, RGANI, f. KPK, «Delo Molotova» 13/76, 8, p.
13. <<

ebookelo.com - Página 605


[45] Chuev, Sto sorok besed, pp. 102-103; transcripciones del pleno, 11 de julio de

1955, RGANI, f. 2, op. 1, d. 161, 1. 224. <<

ebookelo.com - Página 606


[46] Hasanli, SSSR-Turtsiia, pp. 212-213, 296. <<

ebookelo.com - Página 607


[47] Había además dos destacados georgianos en la Comisaría de Asuntos Exteriores:

Sergei Kavtaradze y Vladimir Dekanozov. N. Jrushchov, Khrushchev Remembers, pp.


295-296; Beria, Beria, My Father, pp. 200-201. <<

ebookelo.com - Página 608


[48] Archivo del presidente de Georgia, Tbilisi, Georgia, f. 14, op. 19, 1. 209, 1. 27-

29, 51-57; Hasanli, SSSR-Turtsiia, pp. 216-221; entrevista del autor con Davy Sturua,
Tbilisi, 20 de agosto de 1999, en posesión del autor. <<

ebookelo.com - Página 609


[49] Hasanli, SSSR-Turtsiia, pp. 250-251, 259-261, 271; Izvestia, 16 de diciembre de

1945. <<

ebookelo.com - Página 610


[50] Stalin a Vinogradov, telegrama recibido en Ankara el 7 de diciembre de 1945,

RGASPI, f. 558, op. 11, d. 99, 1117-118. <<

ebookelo.com - Página 611


[51] Hasanli, Yuzhnii Azerbaijan, pp. 74, 421-422; para una versión en inglés, véase At

the Dawn of the Cold War: The Soviet-American Crisis over Iranian Azerbaijan,
1941-1946 (Rowan and Littlefield, Nueva York, 2006). Para Bagirov, véase Ismailov,
Vlast i Narod; Scheid, «Stalin and the Creation of the Azerbaijan Democratic Party»,
p. 3. <<

ebookelo.com - Página 612


[52] Baibakov, Ot Stalina do Eltsina, pp. 81, 83. <<

ebookelo.com - Página 613


[53]
L. Beria a Stalin, «O mirovoi dobiche i zapasakh nefti», GARF, f. 9401
(«Expediente especial de Stalin»), op. 2, d. 66, 1151-158. <<

ebookelo.com - Página 614


[54] Hasanli, Yuzhnii Azerbaijan, pp. 35-71; informe de M. J. Bagirov a Stalin, 6 de

septiembre de 1945, GAPPOD AzR, copia proporcionada por Jamil Hasanli del
NSArch. <<

ebookelo.com - Página 615


[55] Kennan al Departamento de Estado, 7 de noviembre de 1944, FRUS, 1944, 5, p.

470; Skrine, World War in Iran, p. 227; Abrahamian, Iran between the Two
Revolutions, p. 210. <<

ebookelo.com - Página 616


[56] RGASPI, f. 17, op. 128, d. 176, 1. 54-106, 121-166 y d. 819, 1. 31-85, 155-229.

<<

ebookelo.com - Página 617


[57] Politburo a Bagirov, 6 de julio de 1945, GAPPOD AzR, f. 1, op. 89, d. 90, 1. 4-5,

copia proporcionada por Jamil Hasanli, del NSArch; véase asimismo Hasanli, Yuzhni
Azerbaijan, pp. 74-78. <<

ebookelo.com - Página 618


[58] Información suministrada por el profesor Eldar Ismayilov en la conferencia
internacional «Armenia, Azerbaijan, Georgia in the Cold War», Tsinandali, Georgia,
8-9 de julio de 2002. <<

ebookelo.com - Página 619


[59] En 1920-1921 el Ejército Rojo ayudó a los elementos separatistas del norte de

Irán a crear la «República Soviética de Guilán», que proclamó su autonomía de


Teherán. El Kremlin sacrificó a los separatistas en aras del acuerdo con el gobierno
del shah Reza en Teherán. El motivo que se escondía tras la actitud de las autoridades
soviéticas era el deseo de eliminar la influencia británica en Irán. Jacobson, When the
Soviet Union Entered World Politics, pp. 63-67; Chaqueri, Soviet Socialist Republic
of Iran, pp. 426-429,442-447; Abrahamian, Iran between Two Revolutions, pp. 210,
218, 236-237. Para la participación de Stalin, véase JakovDrabkin et al., eds.,
Komintern i ideia mirovoi revoliutsii. Dokumenti (Nauka, Moscú, 1998), pp. 215-216.
<<

ebookelo.com - Página 620


[60] L’Estrange Fawcett, Iran and the Cold War, p. 46; véase asimismo este
planteamiento en Hasanli, Yuzhnii Azerbaijan, pp. 86-87. <<

ebookelo.com - Página 621


[61] «La situación política en Irán y las medidas para desarrollar un movimiento

democrático», informe de Ashurov a Fitin y Yemelyanov, 30 de diciembre de 1945,


con comentarios de Yemelyanov de 19 de enero de 1946, y de Bagirov de 23 de enero
de 1946, GAPPOD AzR, f. 1, op. 89, d. 113, 1. 17-33, documento suministrado por
Jamil Hasanli del NSArch; informes de Artashes (Ovanesian), espía del Kremlin en el
Tudeh, al CCVKP(b), de 21, 22 y 24 de septiembre, y de 5 de octubre de 1945,
RGAS-PI, f. 17, op. 128, 1. 31-85. Para más detalles, véase Hasanli, Yuzhnii
Azerbaijan, pp. 85-86, 88-135. <<

ebookelo.com - Página 622


[62] Dichas esperanzas no eran totalmente infundadas; había indicios de que Gran

Bretaña quizá se decidiera por esta opción. Abrahamian, Iran between Two
Revolutions, p. 222. <<

ebookelo.com - Página 623


[63] El embajador inglés en Teherán, sir Reader Bullard, dijo al jefe del estado mayor

iraní: «No vamos a declarara la guerra a Rusia por eso». Kuniholm, Origins of the
Cold War in the Near East, p. 279; Ulam, Expansion and Coexistence, p. 426; Lytle,
Origins of the Iranian-American Alliance, pp. 149-151. <<

ebookelo.com - Página 624


[64]
Las transcripciones de las conversaciones Molotov-Qavam se encuentran en
AVPRF, f. 06, op. 6, pap. 35, d. 547, 1. 3-20, y d. 552, 1. 14-32; las actas de las
conversaciones de Stalin con Qavam siguen siendo inaccesibles, pero su contenido
puede reconstruirse a partir de otros testimonios; véase Fatemi, USSR in Iran, pp.
102-104; Hasanli, Yuzhnii Azerbaijan, pp. 220-311. <<

ebookelo.com - Página 625


[65] Hasanli, Yuzhnii Azerbaijan, p. 423. <<

ebookelo.com - Página 626


[66] Kuniholm, Origins of the Cold War in the Near East, pp. 310-311, 314; Lytle,

Origins of the Iranian-American Alliance, pp. 161-163. <<

ebookelo.com - Página 627


[67] Chuev, Sto sorok besed, pp. 103-104. <<

ebookelo.com - Página 628


[68] Citado en Yegorova, «“Iranskii krizis”», p. 41. <<

ebookelo.com - Página 629


[69] Pechatnov, «Allies Are Pressing on You». <<

ebookelo.com - Página 630


[70] Ismailov, Vlast i narod, p. 276. <<

ebookelo.com - Página 631


[71] Mark, «War Scare of 1946», pp. 400-406; véase asimismo su artículo «Turkish

War Scare of 1946», pp. 112-126. <<

ebookelo.com - Página 632


[72] Mgeladze, Stalin, p. 61-62. <<

ebookelo.com - Página 633


[73] El 13 de febrero de 1947, la Sociedad Estatal de Lazos Culturales con el
Extranjero (VOKS), «organización pública» financiada por el estado que había
creado el Kremlin para cultivar las amistades y extender la influencia soviética en el
extranjero, informaba a Molotov, Vyshinski, y G. Alexandrov que el VOKS disponía
en 1946 de sucursales en cincuenta y cuatro países, frente a las seis que tenía en
1940. El número de sucursales de la organización en el extranjero había pasado de 24
a 4306, y sus socios habían aumentado de ochocientos a tres millones. RGASPI, f.
82, op. 2, d. 1013, 1. 8. También en Italia y Francia los partidos comunistas locales
contaban en 1946 con millones de afiliados. <<

ebookelo.com - Página 634


[74] Informe del NKGB a Vladimir Merkulov redactado por Anatoli Gorski, citado en

Weinstein y Vassiliev, Haunted Wood, pp. 283-285. <<

ebookelo.com - Página 635


[75] Weinstein y Vassibev, Haunted Wood, pp. 104-107; también el GRU debió de

«congelar» a su red de agentes, por temor a que quedara al descubierto, pues muchos
agentes del GRU se pasaron a las redes del NKGB tras las purgas de 1938. Desde
finales de 1945, tanto el GRU como el NKGB fueron sometidos a una rigurosa
investigación por una comisión especial del Politburó (formada por Malenkov y
Beria), encargada de poner en claro los casos de Gouzenko y Bentley. Entrevista del
autor con el antiguo funcionario del GRU Mijail A. Milstein, Moscú, 20 de enero de
1990; Milstein, Skvoz godi voin i nidcheti: Vospominania voiennogo razvedchika, pp.
78-99. <<

ebookelo.com - Página 636


[76] Levering et al., Debating the Origins of the Cold War, pp. 114-119. <<

ebookelo.com - Página 637


[77] Werblan, «Conversation between Wladyslaw Gomulka and Josef Stalin», p. 136.

<<

ebookelo.com - Página 638


[78] Gaddis, We Now Know, pp. 196, 197, 292, 294. <<

ebookelo.com - Página 639


[79] Smyser, From Yalta to Berlin, pp. 62-63; para los fundamentos racionales de la

política exterior estadounidense, véase Leffler, Preponderance of Power. <<

ebookelo.com - Página 640


[80] Chuev, Sto sorok besed, p. 86. <<

ebookelo.com - Página 641


[81] Stalin decía en su telegrama de 19 de septiembre de 1945: «Ha llegado ya el

momento de preparar algunas decisiones que con toda probabilidad habrá que
tomar… sobre la iniciativa de los americanos. Habrá duras negociaciones e intentos
de llegar a alguna componenda». Citado en Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin‘s
Cold War, p. 97. <<

ebookelo.com - Página 642


[82] Dimitrov, Diary, 8 de octubre de 1945, p. 506; Lundestad y Westad, Beyond the

Cold War, pp. 30-31. <<

ebookelo.com - Página 643


[83] Para la documentación de este episodio, véase Khlevniuk et al., Politburo
TsKVKP(b) i Sovet Ministrov SSSR, pp. 195-202; Pechatnov y Chubarian, «Molotov
“the Liberal”», pp. 129-140; Naimark, «Cold War Studies», pp. 1-15. Para un análisis
detallado de esta cuestión desde la perspectiva de la política interior, véase Gorlizki y
Jlevniuk, Cold Peace, pp. 21-23. <<

ebookelo.com - Página 644


[84] Pechatnov, «Allies Are Pressing on You», p. 11. <<

ebookelo.com - Página 645


[85] Ivan Maiski a V. M. Molotov, «Ob ekonomicheskoi politike SShA posle voini»,

14 de noviembre de 1945, AVPRF, f. 06, op. 7, pap. 18, d. 184, 1. 38-75. Maiski
dirigía los memorándums exclusivamente a Molotov, pero le enviaba cinco copias de
cada documento. Presumiblemente, Molotov las repartía entre los «cuatro» miembros
principales del Politburo. A. Arutiunian a V. M. Molotov, «Sobre el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (spravka)», 2
de marzo de 1946, memorándum sin firma dirigido a V. Dekanozov, 9 de marzo de
1946, AVPRF, f. 06. op. 9, pap. 19, d. 225, 1. 3-4, 16-17; para la posición de
Voznesenski, véase Mikoyan, Tak bylo, pp.493-494. <<

ebookelo.com - Página 646


[86] Levering et al., Debating the Origins of the Cold War, p. 115; Chuev, Sto sorok

besed, pp. 88-89. <<

ebookelo.com - Página 647


[87] Stalin, Works, 15, pp. 2-3, 5-6, 15-16, 19-20. La revisión que el propio Stalin hizo

del discurso se encuentra en los Papeles de Stalin, RGASPI, f. 558, op. 11, d. 1127.
Para el discurso véase Resis, Stalin, the Politburo, and the Onset of the Cold War. <<

ebookelo.com - Página 648


[88] Véase esta tesis en Tucker, Soviet Political Mind, p. 91; y Wohlforth, Elusive

Balance, p. 63. <<

ebookelo.com - Página 649


[89] Zverev a Stalin, 8 de octubre de 1946, APRF, f. 3, op. 39, d. 18, 1. 55, 56,

publicado en Istochnik, 5 (2001), pp. 21-47; Bistrova, «Voiennopromishlennii


kompleks SSSR», p. 242. <<

ebookelo.com - Página 650


[90] APRF, f. 3. op. 39, d. 18, 1. 59, 60, 66, tal como fue publicado en Istochnik, 5

(2001). <<

ebookelo.com - Página 651


[91] El borrador del artículo de Stalin se encuentra en RGASPI, f. 558, op. 11, d. 1127;

Stalin, entrevista en Pravda, 14 de marzo de 1946, reproducida en Works, 15, pp. 36-
37; Pechatnov, «Fultonskaia rech Cherchillia», pp. 91-92; Zubkova, «Mir mnenii
sovetskogo cheloveka», pp. 104-105; véase asimismo su artículo «Stalin i
obschestvennoie mneniie v SSSR, 1945-1953», en Stalin i kholodnaia voina (Moscú,
1998), p. 282. <<

ebookelo.com - Página 652


[92] Boterbloem, Life and Times of Andrei Zhdanov, Zubok y Pleshakov, Inside the

Kremlin's Cold War, pp. 112-119, 124. <<

ebookelo.com - Página 653


[93]
Extracto del Resumen Semanal, 20 de septiembre de 1946, Efectos de la
Desmovilización sobre el Potencial Militar Soviético, en Kuhns, Assessing the Soviet
Threat, p. 83. <<

ebookelo.com - Página 654


[94] Jlevniuk, Politburo TsK VKP(b) i Sovet Ministrov SSSR 1945-1953, pp. 204-206.

Reshetnikov, «Drama marshala Novikova», p. 3; I. N. Kosenko, «Zagadka


“aviatsionnogo dela”», Voenno istoricheskii zhumal, 6 (1994), pp. 57-62, y 8 (1994),
pp. 54-66; Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp. 45-47. <<

ebookelo.com - Página 655


[95] Naumov et al., Georgii Zhukov, pp. 15-23; Pijoia, Sovetskii Soiuz. <<

ebookelo.com - Página 656


[96] Maksimova, «Podslushali i rasstreliali», de la conversación grabada en cinta
magnetofónica entre V. Gordov y su jefe de estado mayor, F. Rybalchenko, el 28 de
diciembre de 1946, y entre Gordov y su esposa, Tatyana, el 31 de diciembre de 1946;
Zubkova, Obchestvo i reformi, pp. 52-53. <<

ebookelo.com - Página 657


[97] Maksimova, «Podslushali i rasstreliali», p. 5. <<

ebookelo.com - Página 658


[98] Chernyaev, Moia zhizn, p. 198; Jrushchov también criticó la «arrogancia altiva»

de Stalin por aquel entonces, aunque debemos desechar el dato por tratarse de una
reflexión post facto. Véase Jrushchov, «Memuari Nikiti Sergeevicha Khrushcheva»,
p. 80. <<

ebookelo.com - Página 659


[99] La magnitud de esta sequía fue similar a la que sufrió la Rusia soviética en 1921-

1922, que causó también la muerte de millones de personas víctimas de la hambruna.


N. Jrushchov, Khrushchev Remembers, p. 229. Véase asimismo el informe oficial del
Gosplan soviético, citado en Pikhoia, Sovetskii Soiuz, p. 18; Taubman, Khrushchev,
pp. 199-201. <<

ebookelo.com - Página 660


[100] En 1948, las reservas de grano que poseía el estado ascendían a 10,5 millones de

toneladas; en 1952 habían aumentado a 17,3 millones, la mitad del escaso consumo
de alimentos de la URSS. Si no hubiera contado con la importación de productos
agrícolas o la distribución de alimentos de las reservas del estado, la Unión Soviética
se habría enfrentado a una catástrofe inmediata. G. S. Zolutujin a L. I. Brezhnev,
«Spravka o zagotovkakh i raskhode zerna gosresursov v 1940-1977
selkokhoziaistvennikh godakh», Volkogonov Collection, bobina 18, caja 28, LC;
Mikoyan, Tak bylo, p. 526. <<

ebookelo.com - Página 661


[101]
Levering et al., Debating the Origins of the Cold War, p. 115; Zubkova,
Sovetskaia zhizn, pp. 110-116, 497-503. <<

ebookelo.com - Página 662


[102] Mikoyan, Tak Bylo, pp. 517-519, 526. <<

ebookelo.com - Página 663


[103]
De Sergei Kruglov y Roman Rudenko a Jrushchov, diciembre de 1953,
Volkogonov Collection, caja 28, LC. <<

ebookelo.com - Página 664


[104] Izvestia, 16 de julio de 1992; Mikoyan, Tak bylo, pp. 556-557. Mikoyan creía

que Stalin habría podido «deshacerse también de Zhukov», pero que la reputación de
éste a escala nacional lo frenó. <<

ebookelo.com - Página 665


[105] Naimark, Fires of Hatred, p. 187. Para la renovación de las elites soviéticas y de

la sociedad de posguerra según criterios étnicos, véase Weiner, Making Sense of War.
<<

ebookelo.com - Página 666


[106] Chuev, Sto sorok besed, p. 272; para los matrimonios mixtos entre judíos y rusos

durante los años veinte, véase Slezkine, Jewish Century, pp. 179-180. <<

ebookelo.com - Página 667


[107] RGASPI, f. 17, op. 125, d. 377, 1. 1, 35, 36, y d. 378, 1. 1-2, 76-85; para el

ataque contra el Sovinformburó, véase RGASPI, f. 17, op. 128, d. 870. 1. 118-134.
Para la actitud de Zhdanov hacia el predominio de los judíos en las instituciones
culturales y propagandísticas de la URSS, véase Kostirchenko, Tainaia politika, pp.
282, 290-291, 361-365; Slezkine, Jewish Century, pp. 275, 301-305. <<

ebookelo.com - Página 668


[108] S. A. Vinogradov y B. E. Shtein a A. Y. Vishinski, 15 de marzo de 1948, y B. E.

Shtein a A. Y. Vishinski, 22 de abril de 1948, en Naumkin, Blizhnevostochnii konflikt,


1, pp. 29-30, 36-37; y también Kolokolov et al., Sovetsko-Izrailskie otnosheniia, 1,
pp. 276-286; Chuev, Sto sorok besed, pp. 93-94. <<

ebookelo.com - Página 669


[109]
Kolokolov et al., Sovetsko-Izrailskie otnosheniia, 1, pp. 276-286; Rucker,
«Moscow’s Surprise», especialmente pp. 20-23, 24-25. <<

ebookelo.com - Página 670


[110] Kostirchenko, Tainaia politika, pp. 388-391, 401-407, 422-448; Chuev, Sto sorok

besed, p. 473. <<

ebookelo.com - Página 671


[111]
Kostirchenko, Tainaia politika, pp. 401-407; Brent y Naumov, Stalin’s Last
Crime. <<

ebookelo.com - Página 672


[112] Hasanli, SSSR-Turtsiia, pp. 387-403. <<

ebookelo.com - Página 673


[113] RGASPI, f. 17, op. 12, d. 83, 1. 1-2, 87-89. Deseo expresar mi agradecimiento al

académico Grant Avetissian, director del Instituto de Historia General, Erevan,


Armenia, por llamar mi atención sobre estos documentos. <<

ebookelo.com - Página 674


[114]
Victor Berdinskij, Spetsposelentsy (Novoie literaturnoie obozvenie, Moscú,
2005), pp. 25-26. <<

ebookelo.com - Página 675


[115] Montefiore, Stalin, pp. 597-598; Spravka ob osuzhdennikh po «leningradskomu

delu», 10 de diciembre de 1953, en Politburo TsK VKP(b) i Sovet Ministrov, p. 306.


<<

ebookelo.com - Página 676


[116] Brandenberger, National Bolshevism, p. 224. <<

ebookelo.com - Página 677


[117] Gudkov, Negativnaia identichnost, pp. 20-58; Shiraev y Zubok, Antiamericanism

in Russia. <<

ebookelo.com - Página 678


[118] Cherniaev, Moia zhizn, pp. 203-206, 208. <<

ebookelo.com - Página 679


[119] Alexeyeva y Goldberg, Thaw Generation, pp. 30-31. <<

ebookelo.com - Página 680


[120] Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia Sergeevicha Dmitrieva», p. 147. <<

ebookelo.com - Página 681


[121] Holloway,
Stalin and the Bomb, p. 163; entrevista del autor con el hijo de
Alexandrov, Igor, Nueva York, 2 de noviembre de 2004. <<

ebookelo.com - Página 682


[122] RGANI, f. 5, op. 39, d. 12, 1. 23, 28, 61-66, 67. <<

ebookelo.com - Página 683


[123]
Para los imperios, véanse Duverger, Concept d'empire, Miles, «Roman and
Modern Imperialism»; Abernethy, Dynamics of Global Dominance;, Lieven, Empire,
y Ferguson, Empire. <<

ebookelo.com - Página 684


[1] Eisenberg, Drawing the Line. <<

ebookelo.com - Página 685


[2] Chuev, Sto sorok besed, p. 95; Israelyan, Na frontakh kholodnoi voini, p. 61. <<

ebookelo.com - Página 686


[3] Loth, Stalin’s Unwanted Chile, pp. 7-12, 10-174; Kramer, «Soviet Union and the

Founding of the German Democratic Republic», p. 1132; Smyser, From Yalta to


Berlin, p. 32; Creuzberger, Die sowietische Besatzungsmacht und das politische
System des SBZ; Wettig, Bereitschaft zu Einheit in Freiheit?; Filitov, «SSSR i
Germanskii vopros», pp. 223-256. <<

ebookelo.com - Página 687


[4] Naimark, Russians in Germany. <<

ebookelo.com - Página 688


[5] Diario de Maiski, 5 de enero de 1943, AVPRF, publicado en Kynin y Laufer, SSSR

i Germanskii vopros, 2, p. 701. <<

ebookelo.com - Página 689


[6] Semenov, «Ot Khrushcheva do Gorbacheva», p. 110. <<

ebookelo.com - Página 690


[7]
Sobre las teorías de la primacía de los intereses económicos en 1945, véase
Eisenberg, «In Cold War», pp. 802-803; Laufer, «Stalin and German Reparations», p.
23. <<

ebookelo.com - Página 691


[8] Diario de Maiski, 6 de febrero de 1945, citado en Rzheshevski, Stalin i Churchill,

p. 499; Koval, «Na postu zamestitelia Glavnonachal’stvuiuhchevo SVAG». <<

ebookelo.com - Página 692


[9] Koval, Poslednii Svidetel, p. 63; véase asimismo su artículo «Zapiski», pp. 126,

142-143, 144-145; Laufer, «Stalin and German Reparations», pp.11-12. <<

ebookelo.com - Página 693


[10] Véase el impresionante volumen de la documentación relativa a los planes sobre

Alemania desarrollados por las comisiones especiales sobre los tratados de paz
(Comisión Voroshilov), sobre las indemnizaciones (Comisión Maiski), y sobre la
planificación del mundo de posguerra (Comisión Litvinov), en Kinin y Läufer, SSSR
y Germanskii vopros, vol. I. <<

ebookelo.com - Página 694


[11] Naimark, Fires of Hatred, pp. 108-138; Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii
vopros, 2, pp. 66-67. <<

ebookelo.com - Página 695


[12] «Proidet desiatok let i eti vstrechi ne vosstanovish uzhe v pamiati» (Diario de

Viacheslav Malishev), anotaciones de 28 de marzo de 1945, Istochnik, 5 (1997);


telegrama de Molotov al embajador soviético en Londres, Fedor Gusev, 24 de marzo
de 1945, publicado en Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii vopros, 1, p. 626; «Kynin,
«Anti-Hitler Coalition and the Post-War Settlement in Germany», p. 100. <<

ebookelo.com - Página 696


[13] Koval, «Zapiski», p. 143. <<

ebookelo.com - Página 697


[14] Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, p. 48; Gaddis, We Now Know,

p. 116. Una fuente sería Djilas, Conversations with Stalin, pp. 153-154, acerca de las
entrevistas de los comunistas soviéticos con Stalin de 26-27 de mayo de 1946. Stalin
supuestamente dijo: «Toda Alemania debe ser nuestra, es decir, soviética,
comunista». Sin embargo, las notas de las entrevistas procedentes de los archivos
yugoslavos no hacen alusión alguna a semejante afirmación; véase Archiv Josipa
Broza Tita, Fond Kabinet Marsala Jugoslavije, I-1/7, 1. 6-11, manuscrito original,
traducido al ruso por L. Gibianski, CWIHP. Para la entrevista de 4 de junio de 1945,
véase Badstübner y Loth, Wilhelm Pieck, pp. 50-52; SAPMO-BArch, NL 36/629, 62-
66. <<

ebookelo.com - Página 698


[15] Semenov recuerda algunas intrigas episódicas contra su persona por parte de los

agentes de la policía secreta Abakumov, Serov y Kruglov, su posición de emisario de


Stalin y de «ojos y oídos» de Molotov en Alemania, provocaba la envidia y la
hostilidad de aquellos individuos. Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow, pp. 279-
281. <<

ebookelo.com - Página 699


[16] Aparte de su experiencia administrativa y de coordinación en el estado mayor del

ejército durante la Segunda Guerra Mundial, Sokolovski era un hombre culto. Podía
citar de memoria fragmentos de la Biblia y recitar el «Erlkönig» de Goethe. Véase
Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow, p. 216. <<

ebookelo.com - Página 700


[17] Kinin y Läufer, SSSR i Germanskii vopros, 2, pp. 19-22; Semjonow, Von Stalin

bis Gorbatschow, pp. 207, 218. Las memorias de Semenov pasan por alto este
problema y exageran burdamente su autoridad y la facilidad de su contacto con
Stalin. <<

ebookelo.com - Página 701


[18] Registro de la conversación de Stalin con Churchill, 9 de octubre de 1944, a las

diez de la noche (transcripción de V. Pavlov), Istochnik, 2 (2003), p. 52. <<

ebookelo.com - Página 702


[19] «Discussion in the USSR of American Proposal to Conclude a Treaty of
Disarmament and Demilitarization of Germany (1945-1947)», Mezhdunarodnaia
zhizn, 8 (1996), pp. 70-71. <<

ebookelo.com - Página 703


[20] Zhukov a CC VKP(b), 24 de mayo de 1946, en «Discussions in the USSR», p. 73.

<<

ebookelo.com - Página 704


[21] Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii vopros, 2, pp. 517-524, 543-551, 574-582. El

resumen mencionaba las opiniones de los miembros del Politburó A. A. Andreiev, K.


E. Voroshilov, M. I. Kalinin, L. M. Kaganovich, N. M. Shvernik, A. J. Vishinski, V.
G. Dekanozov, K. V. Novikov, L. A. Govorov, y N. N. Voronov. El mismo resumen
volvía a aparecer en el famoso «Telegrama Novikov» de la embajada soviética en
Estados Unidos a Moscú de septiembre de 1946; véase Jensen, Origins of the Cold
War, pp. 3-67. <<

ebookelo.com - Página 705


[22] Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii vopros, 2, p. 477. <<

ebookelo.com - Página 706


[23]
Ibídem, 2, pp. 452-453, 473-475; Zhukov, Sokolovski y Semenov a V. M.
Molotov (sin fecha), en «Discusión in the URSS», p. 76. El memorándum
probablemente fuera escrito después de febrero, pero antes de mayo de 1946. <<

ebookelo.com - Página 707


[24] Department of State Bulletin, 15 (15 de septiembre de 1946), p. 496; Leffler,

Preponderance of Power, pp. 119-120. <<

ebookelo.com - Página 708


[25] Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii vopros, 2, pp. 693-703. <<

ebookelo.com - Página 709


[26] Badstübner y Loth, Wilhelm Pieck, p. 68. <<

ebookelo.com - Página 710


[27] Semenov, «Ot Khrushcheva do Gorbacheva», pp. 85, 117. <<

ebookelo.com - Página 711


[28] Entre los funcionarios más influyentes de la AMSA estaban el coronel Sergei

Tiulpanov, al frente de la división de información política y propaganda; Alexander


Kotikov, el jefe de las fuerzas armadas de Berlín; D. Dubrovski, P. Kolesnichenko y
V. Sharov, como procuradores de los distintos Länder de la Alemania Oriental; y
Pavel Maletin y Konstantin Kowal, al frente de las finanzas y los asuntos
económicos, entre otros los relacionados con el desmantelamiento de la industria y
las indemnizaciones. Bokov, Vesna Pobedy, pp. 391-394. <<

ebookelo.com - Página 712


[29] Al principio, la autoridad de los asesores políticos y su influencia sobre la
elaboración de la política soviética en Alemania fueron muy limitadas. Semenov
estaba al frente de un equipo muy modesto, a diferencia del enorme aparato del que
disponía la AMSA. Stalin no se reunió ni una sola vez con él en 1946, mientras que
las autoridades de la AMSA tenían vías de comunicación directa con los máximos
dirigentes del partido y los diversos departamentos del CC. Aun siendo un civil,
Semenov tenía que vérselas con toda una legión de mariscales, generales y coroneles
cargados de condecoraciones, veteranos de las grandes batallas libradas
recientemente; un desafío realmente apabullante. <<

ebookelo.com - Página 713


[30] Para el «enigma» de la influencia de Tiulpanovy su decadencia, véase Naimark,

Russians in Germany, pp. 327-352; Bordiugov, Chrezvychainii vek Rossiiskoi istorii,


pp. 236-246. Para más detalles sobre la influencia de los «zhdanovistas» y su caída,
véase Gorlizki y Jlevniuk, Cold Peace, y Boterbloem, Life and Times of Andrei
Zhdanov, especialmente pp. 269, 273, 286-288. <<

ebookelo.com - Página 714


[31] Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii vopros, 2, p. 24; Koval, Poslednii svidetel, pp.

59, 278. <<

ebookelo.com - Página 715


[32] Serov a Beria, comunicado por Beria al secretario de Stalin, A. N. Proskrebishev,

el 20 de octubre de 1946, RGASPI, f. 558, op. 11, d. 732, 1. 50-51. <<

ebookelo.com - Página 716


[33] Kinin y Laufer, SSSR i Germanskii vopros, 2, pp. 34-35; Werblan, «Conversation

between Wladyslaw Gomulka and Josef Stalin», p. 137; Koval, Poslednii svidetel, p.
333; Naimark, Russians in Germany, pp. 48-49, 189-190; información de S.
Agamirov, veterano del proyecto Wismut, Voronezh, 1 de julio de 2002. <<

ebookelo.com - Página 717


[34] Citado en Eisenberg, Drawing the Line, p. 182. <<

ebookelo.com - Página 718


[35]
Naimark, Russians in Germany, p. 150-151; Semjonow, Von Stalin bis
Gorbatschow, pp. 237-239. <<

ebookelo.com - Página 719


[36] Badstübner y Loth, Wilhelm Pieck, p. 33; Bokov, Vesna Pobedy, pp. 403-404. <<

ebookelo.com - Página 720


[37] Naimark, Russians in Germany, pp. 327-329; Kramer, «Soviet Union and the

Founding of the German Democratic republic», p. 1100; RGASPI, f. 17, op. 128, d.
1091, 1. 43-54; véase asimismo Bonwetsch y Bordjugov, «Stalin und die SBZ», pp.
279-303. <<

ebookelo.com - Página 721


[38] Chuev, Sto sorok besed, pp. 45-46. <<

ebookelo.com - Página 722


[39] Acta de la conversación de Stalin con W. Pieck, O. Grotewohl, W. Ulbricht, M.

Frechner y F. Oelssner (a la reunión asistieron también Molotov, Suslov y Semenov),


31 de enero de 1947, APRF, f. 45, inv. I, d. 303, 1. 7, 1. 8-11, citada en Volkov,
«German Question as Stalin Saw It», pp. 7-8; véase asimismo Volkov, Uzloviie
problemi noveishei istorii stran Tsentralnoi i Yugo-Vostochnoi Evropi. <<

ebookelo.com - Página 723


[40] Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow, pp. 253-254. <<

ebookelo.com - Página 724


[41] Naimark, Russians in Germany, p. 394; Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow,

pp. 254-257. <<

ebookelo.com - Página 725


[42] RGASPI, f. 17, op. 128, d. 1091, 1. 43-54, publicado en Bonwetsch y Bordjugov,

«Stalin und die SBZ», pp. 294-301; Volkov, «German Question as Stalin Saw It», p.
8. <<

ebookelo.com - Página 726


[43] Naimark, Russians in Germany, p. 467; véase asimismo Scherstjanoi, «Political

Calculation and the Interpretation of Western Positions», p. 5; Semjonow, Von Stalin


bis Gorbatschow, pp. 262-263. <<

ebookelo.com - Página 727


[44] Véanse también los telegramas del AVPRF publicados en Novaia i noveishaia

istoria, 2 (marzo-abril de 1993), pp. 14-15. <<

ebookelo.com - Página 728


[45] El telegrama de Molotov es citado en Vladimir O. Pechatnov, «The Soviet Union

and the Outside World, 1944-1953», en The Cambridge History of the Cold War, ed.
Melvin P. Leffler y Odd Arne Wested (Nueva York: Cambridge University Press, en
prensa); Telegrama del CC VKP(b) a Georgy Dimitrov y a la dirección de los
comunistas de Bulgaria, 8 de julio de 1947, CSA, f. 146, op. 4, d. 639, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 729


[46]
«Stalin, Czechoslovakia, and the Marshall Plan: New Documentation from
Czechoslovak Archives», Bohemia: Zeitschrift für Geschichte und Kultur der
böhmischen Länder, 32, n.º 1 (1991), pp. 133-134; acta de la conversación de Stalin
con la delegación del gobierno checoslovaco sobre el tema de su posición respecto al
Plan Marshall y las perspectivas de cooperación económica con la URSS, 9 de julio
de 1947, en Volokitina et al., Vostochnaia Evropa, 1, pp. 672-675. <<

ebookelo.com - Página 730


[47] Informe de N. V. Novikov, citado en su libro Vospominaniia diplomata, p. 394.

<<

ebookelo.com - Página 731


[48] Para más detalles, véase Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp.

114, 125-133. <<

ebookelo.com - Página 732


[49] Boterbloem, Life and Times of Andrei Zhdanov, pp. 321-322. <<

ebookelo.com - Página 733


[50] Más detalles en Adibekov et al., Soveschaniia Kominforma, especialmente xiv-

xxi, pp. 3-20; Gibiansky, «Sovetskiie tseli v Vostochnoi Evrope v kontse vtoroi
mirovoi voiny i v perviie poslevoennie gody», pp. 197-215. <<

ebookelo.com - Página 734


[51] Kramer, «Soviet Union and the Founding of the German Democratic Republic»,

pp. 1101-1102; Thoss, Volksarmee schaffen ohne Geschrei. <<

ebookelo.com - Página 735


[52]
Maier, Dissolution; Bordiugov, Kosheleva y Rogovaia, SVAG, pp. 115-116;
Bordiugov, Chrezvychainii vek Rossiiskoi istorii, pp. 204-207. <<

ebookelo.com - Página 736


[53] Smyser, From Yalta to Berlin, pp. 75-76; Narinsky, «Soviet Policy and the Berlin

Blockade», pp. 5-8; Volkov, «German Question as Stalin Saw It», p. 10. <<

ebookelo.com - Página 737


[54] Este análisis se basa en Laufer, «UdSSR und die deutsche Währungsfrage», pp.

460-471. <<

ebookelo.com - Página 738


[55] Ibídem, p. 483. <<

ebookelo.com - Página 739


[56] Gibianski, «Soviet Bloc and the Initial Stage of the Cold War», pp. 112-134. <<

ebookelo.com - Página 740


[57] M. Kostilev a Moscú, 24 de marzo de 1948, APRF, f. 3, op. 3, d. 198, 1. 55-58; V.

Molotov a M. Kostilev, 26 de marzo de 1948, APRF, f. 3, op. 3, d. 198, 1. 59, citado


y analizado en Zaslavsky, Lo stalinismo e la sinistra italiana, especialmente pp. 84-
85; véase asimismo Aga-Rossi y Zaslavsky, Togliatti e Stalin. <<

ebookelo.com - Página 741


[58] Pechatnov, Stalin, Ruzvelt, Truman, pp. 527-550. <<

ebookelo.com - Página 742


[59] Smyser, From Yalta to Potsdam, p. 87; Laufer, «UdSSR und die Währungsfrage»,

pp. 474-485. <<

ebookelo.com - Página 743


[60] Deseo dar las gracias a Michael Thumann (Die Zeit), al Dr. Michael Lemke

(Zentrum für Zeitgeschichte, Potsdam), y al Dr. Hans Seit (Ost-Europa Institut,


Berlín) por las estimulantes conversaciones que mantuvieron conmigo y que
determinaron en gran medida estas conclusiones. <<

ebookelo.com - Página 744


[61]
Naimark, Russians in Germany, pp. 129-140; Goedde, GIs and Germans,
especialmente pp. 85-86, 203-210. <<

ebookelo.com - Página 745


[62] Actas de la conversación de Stalin con un grupo de laboristas ingleses, miembros

del parlamento, de 14 de octubre de 1947, CSACH, f. 1206, op. 2, d. 326, 1. 14, 15,
16. <<

ebookelo.com - Página 746


[63] Volkov, «Za sovetami v Kreml», pp. 9-25; Volkov, «German Question as Stalin

Saw It», p. 11. <<

ebookelo.com - Página 747


[64] Actas de la conversación entre Stalin y W. Pieck, O. Grotewohl, W. Ulbricht, F.

Oelssner, de 18 de diciembre de 1948, AVRP, f. 45, inv. 1, d. 303, 1. 57-58,


publicadas por A. D. Chernev, Istoricheskii arkhiv, 5 (2002), pp. 5-23. <<

ebookelo.com - Página 748


[65] Pechatnov, «The Soviet Union and the Outside World»; Harrison, Driving the

Soviets Up the Wall, p. 18. <<

ebookelo.com - Página 749


[66] Gorlizki y Jlevniuk, Cold Peace, pp. 75, 76-78. El sucesor de Molotov fue Andrei

Vishinski, el traicionero secuaz de Stalin, que había actuado como fiscal durante los
Grandes Juicios de 1936-1938. Vaksberg, Stalin Prosecutor, Westad, Global Cold
War, p. 66; notas de la conversación de Stalin con Kim Il Sung en Moscú de abril de
1950, citadas en DPKK Report (Moscú), 23 (marzo-abril de 2000). <<

ebookelo.com - Página 750


[67] Chuev, Sto sorok besed, p. 104. <<

ebookelo.com - Página 751


[68] Sobre el trato insignificante y la poca ayuda que se prestó a los comunistas

vietnamitas hasta 1949, véase Duiker, Ho Chi Minh, pp. 420-422; Olsen, «Changing
Alliances», pp. 26-28, 37-39. <<

ebookelo.com - Página 752


[69] Zubok, «“To Hell with Yalta!”»; Westad, Brothers in Arms. <<

ebookelo.com - Página 753


[70] Para diversas interpretaciones de las conversaciones chino-soviéticas, véase Shen

Zhihua, «Stolknoveniie i uregulirovanie interesov v protsesse peregovorov o kitaisko-


sovetskom Dogovore 1950 goda», pp. 126-129; Ledovski, «Stalin, Mao Tsedun i
koresikaia voina 1950-1953 godov», pp. 81-86; Zubok y Pleshakov, Inside the
Kremlin's Cold War, pp. 58-62; Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 52-53.
<<

ebookelo.com - Página 754


[71] Para el camino que condujo a la guerra de Corea, véase Weathersby, «To Attack

or Not to Attack», y otro artículo suyo, «Should We Fear This?», p. 15; Bejanov,
«Assessing Politics of the Korean War», pp. 40-42; Ledovski, «Stalin, Mao Tsedun I
koreiskaia voina 1950-1953 godov», pp. 93-85. <<

ebookelo.com - Página 755


[72] Leffler, Preponderance of Power, pp. 361-390; Hitchcock, France Restored, pp.

134-147. <<

ebookelo.com - Página 756


[73] Algunos documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS (de la

secretaría del ministro y del 3.er Departamento Europeo [Alemania]) indican con toda
claridad que los dirigentes y los diplomáticos soviéticos conocían con bastante
antelación el contenido de esos acuerdos a través de los servicios de inteligencia
(aunque algunos, como Andrei Gromiko, temieran que se tratara de un caso de
desinformación) y discutieron, a través de la correspondencia interna, la existencia de
«cláusulas militares secretas» en los tratados de Bonn. Memorándum de Gromiko a
Stalin, 21 de enero de 1952, en AVPRF, f. 07, op. 25, pap. 13, d. 144, 1. 27;
memorándum del 3.er Departamento a Stalin, 26 de febrero de 1953, sobre la posición
del gobierno soviético respecto a la «Comunidad Europea del Carbón y del Acero»,
en AVPRF, f. 084, op. 11, pap. 275, d. 51, 1. 3. Véase asimismo Ruggenthaler,
«Novyie svetskie dokumenti»; Ruggenthaler, Stalins grosser Bluff. <<

ebookelo.com - Página 757


[74] RGASPI, f. 558, op. 11, d. 62, 1. 71-72. Este telegrama fue localizado y
publicado por Ledovski, «Stalin, Mao Tsedun i koreiskaia voina 1950-1953 godov»,
pp. 96-97. <<

ebookelo.com - Página 758


[75] Telegrama de Stalin a Kim Il Sung (a través de Shtikov), 8 [7?] de octubre de

1950, en APRF, f. 45, op. 1, d. 347, 1. 65-67, localizado y traducido por Alexander
Mansourov; actas de la conversación entre Stalin y Zhou Enlai, 20 de agosto de 1952;
ambos documentos han sido publicados en CWIHP Bulletin, n.º 6-7 (invierno
1995/1996), pp. 13, 116. <<

ebookelo.com - Página 759


[76] Steven Zaloga dice que en 1953 sólo se habían fabricado 847 bombarderos Tu-4

de largo alcance. Eran mucho menos numerosos que los B-29 norteamericanos, de los
cuales eran una mera copia. La fuerza aérea soviética, concluye Zaloga, «era capaz de
poco más que de llevar a cabo ataques de acoso contra Estados Unidos». Zaloga,
Kremlin's Nuclear Sword, p. 15. <<

ebookelo.com - Página 760


[77] Dobrinin, In Confidence, p. 525; Cristescu, «Ianuarie 1951», pp. 15-23. <<

ebookelo.com - Página 761


[78]
No he podido tener acceso al texto de esta decisión, pero era citado en un
memorándum del Ministerio de Asuntos Exteriores (firmado por A. A. Gromiko) a
Molotov de 21 de enero de 1952, AVPRF, f. 07, op. 25, pap. 13, d. 144, 1. 28.
Ruggenthaler, «Novye sovetskie dokumenti», p. 20. <<

ebookelo.com - Página 762


[79] Naimark, Russians in Germany, p. 470; Harrison, Driving the Soviets Up the

Wall, p. 4. <<

ebookelo.com - Página 763


[80] AVPRF, f. 07, op. 25, pap. 13, d. 144, 1. 27-29. Más datos sobre el trato dado por

los soviéticos a la RDA como instrumento político pueden verse en Loth, «Origins of
Stalin’s Note», pp. 66-89. <<

ebookelo.com - Página 764


[81] Hitchcock, France Restored, p. 167; Soutou, «France et les notes sovietiques»,

pp. 261-273; Wettig, «Stalin-Note vom 10. März 1952: Antwort auf Elke
Scherstjanoi», pp. 862-865; véase asimismo su libro Bereitschaft zu Einheit in
Freiheit. Mi teoría sobre la política de Stalin en Austria se basa en la investigación
perfectamente documentada que han publicado Karner, Ruggenthaler y Stelzl-Marx
en Die Rote Armee in Österreich, véanse también Karner y Ruggenthaler, «Stalin und
Österreich: Sowjetische Österreich-politik 1938 bis 1953» (comunicado de
investigación, p. 206), y los comentarios expresados en las discusiones mantenidas en
el taller «Begann der Kalte Krieg in Österreich?», organizado por el Ludwig
Boltzmann Institut en Graz, Austria, 20 de mayo de 2006. <<

ebookelo.com - Página 765


[82] Copia de documento del APRF, f. 45, inv. 1, d. 303, 1. 168-169, Volkogonov

Collection, LC; y también las notas de Pieck sobre el debate final de 7 de abril de
1952, en Badstübner y Loth, Wilhelm Pieck, p. 396. <<

ebookelo.com - Página 766


[83] Volkov, «German Question as Stalin Saw It»; un extracto ha sido publicado

también en Narinski, «Stalin and the SED leadership», pp. 34-35, 48. <<

ebookelo.com - Página 767


[84]
Copia de documento del APRF, f. 45, pap. 1, d. 303, 1. 187, Volkogonov
Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 768


[85] Dijk, «Bankruptcy of Stalin’s German Policy», p. 19. <<

ebookelo.com - Página 769


[86] Las cifras oficiales soviéticas proceden del memorándum de Vladimir Semenov a

Molotov, «Spravka po germanskomu voprosu», 5 de mayo de 1953, AVPRF, f. 082,


op. 41, pap. 271, d. 19, 1. 37-38. <<

ebookelo.com - Página 770


[87] El discurso de Jrushchov ante el pleno de julio de 1953 revela que los dirigentes

del Kremlin eran plenamente conscientes de lo catastrófico de la situación. Naumov y


Sigachev, Lavrentii Beria, pp. 93-94. <<

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[88] Los mejores cálculos soviéticos a este respecto se encuentran en un memorándum

del general Fadeikin, preparado a petición de Lavrenti Beria para el Presidium del CC
de 18 de mayo de 1953, publicado en CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), pp.
74-78; véase asimismo «Sobre las medidas para mejorar la situación política en la
RDA», anexo a la decisión del consejo de ministros de 2 de junio de 1953, n.º 7576-
rs, publicado en Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria. <<

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[89] Naumov, «Cold War», pp. 3-5. Las autoridades occidentales nunca se enteraron

de estos planes. Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword, pp. 12-21. <<

ebookelo.com - Página 773


[90] Para estos «casos», véase Jlevniuk, Politburo TsK VKP(b), pp. 342, 397; Thome,

«Stalin, Beria, and Mingrelian Affair». Para la curiosa obsesión de Stalin por las
discusiones lingüísticas y otros temas científicos, véase Pollock, Stalin and the Soviet
Science Wars. <<

ebookelo.com - Página 774


[91] Véanse Richter, «Reexamining Soviet Policy», pp. 671-691; Wettig, «Befinnende

Umorientierung der sowjetischen Deutschland-politik im Frühjahr und Sommer


1953», pp. 495-507; Ostermann, «“This is not a Politburo, but a madhouse”», pp. 61-
110; Ostermann, Uprising in East Germany.; Scherstjanoi, «Sowjetische
Deutschlandpolitik nach Stalins Tod 1953», pp. 497-549: Scherstjanoi, «In 14 Tagen
werden Sie vielleciht schon keinen Staat mehr haben», pp. 907-937; Kramer, «Early
Post-Stalin Succession Struggle and Upheavals in East-Central Europe», pp. 3-55; y
Harrison, «Driving the Soviets Up the Wall, capítulo 1. <<

ebookelo.com - Página 775


[92] Es conveniente recordar en este sentido que el 26 de abril de 1953, Molotov envió

«un paquete» de tres documentos a los miembros del Colegio del Ministerio de
Asuntos Exteriores y a Semenov. El primero era el memorándum de Jakov Malik y
Grigori Pushkin, «Propuestas sobre la cuestión alemana»; el segundo, el
memorándum de Malik, «Propuestas sobre la cuestión austriaca»; y el tercero el
memorial de Pushkin, «Propuestas sobre la cuestión iraní». AVPRF, f. 082, op. 41,
pap. 271, d. 19, 1. 1. <<

ebookelo.com - Página 776


[93] Schecter y Luchkov, Khrushchev Remembers, pp. 100-101. <<

ebookelo.com - Página 777


[94] Richter, «Reexamining Soviet Policy», p. 676. <<

ebookelo.com - Página 778


[95] Discurso de Molotov de 2 de julio de 1953 en el pleno del CC del PCUS, en

Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria, p. 101. <<

ebookelo.com - Página 779


[96] «Zapiska po germanskomu voprosu», 18 de abril de 1953, de Pushkin y Gribanov

a Molotov, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 15. <<

ebookelo.com - Página 780


[97] Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria, pp. 219, 220. <<

ebookelo.com - Página 781


[98] Ibídem, p. 243. Véase el volumen y la intensidad de las deliberaciones en torno a

la cuestión alemana en el memorándum del Comité de Información (KI), «Sobre la


política de las potencias occidentales respecto a la Cuestión Alemana», 18 de abril de
1953, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 13-29; Pushkin y Gribanov a
Molotov, 21 de abril de 1953, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 30-43;
«Predlozheniia po germanskomu voprosu», 24 de abril de 1953, de Malik y Pushkin a
Molotov, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 19,1. 20-30; «O nashikh dalneiskhikh
meroprikatikhakh po germanskomu voprosu», 28 de abril de 1953, Semenov, Pushkin
y Gribanov a Molotov, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 44-47; «Spravka po
germanskomu voprosu», de [nombre indescifrable] a Semenov, 5 de mayo de 1953,
AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 19, 1. 31-38. <<

ebookelo.com - Página 782


[99] Los expertos proponían también invitar a los dirigentes de la RDA a Moscú para

que realizaran su primera visita oficial. En el terreno económico, el memorándum


recomendaba «poner bajo la custodia de la RDA las fábricas alemanas que
funcionaban como sociedades anónimas bajo la supervisión del GUSIMZ»
(Dirección General de Propiedades Soviéticas en el Extranjero»), «Zapiska po
germanskomu voprosu», 18 de abril de 1953, de Pushkin y Gribanov a Molotov,
AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 15. <<

ebookelo.com - Página 783


[100] Vladimir Semenov se convirtió en el titular de la tercera Dirección Europea del

Ministerio de Asuntos Exteriores (dedicada a Alemania). En sus memorias recordaba


que escribió sus propuestas juntamente con su colega de la AMSA, el mariscal Vasili
Sokolovski, que por entonces era jefe del alto estado mayor. Semjonow, Von Stalin
bis Gorbatschow, p. 290; «Zapiska po germanskomu voprosu», 2 de mayo de 1953,
de Semenov a Molotov, AVPRF, f. 082, op. 41, pap. 271, d. 18, 1. 54-55, 58. <<

ebookelo.com - Página 784


[101] «O dalneiskhikh meropriitiiakh Sovetskogo pravitelstva po germanskomu
voprosu» (escrito antes del 4 de mayo de 1953), AVPRF, f. 06, op. 12, pap. 16, d.
259,1. 45-46; para el «intercambio de opiniones que tuvo lugar» en el Presidium,
véase el memorándum de Molotov a Malenkov, Beria, Jrushchov y Mikoyan, 8 de
mayo de 1953, AVPRF, f. 06, op. 12, pap. 16, d. 259, 1. 48, 49-55; «Proekt ukazanii
tt. Chuikovu i Semonovu», 18 de marzo de 1953, con nota en la portada de Molotov
al Presidium del PCUS, AVPRF, f. 06, op. 12, pap. 18, d. 283 (localizado y traducido
por Hope Harrison). <<

ebookelo.com - Página 785


[102] Beria, Beria, My Father, p. 262; Mikoyan, Tak bylo, pp. 581-584; Naumov y

Sigachev, Lavrentii Beria, pp. 17-66. La primera versión de mi interpretación aparece


en Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin’s Cold War, pp. 156-157; Zubok,
«“Unverfroren und grob in der Deutschlandfrage”», pp. 32-34. Para una
interpretación distinta de los papeles de Beria y Malenkov, véase Kramer, «Early
Post-Stalin Sucesión Struggle». <<

ebookelo.com - Página 786


[103] Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow, p. 290; diario de Semenov, 31 de mayo

de 1964, en Novaia i noveishaia istoriia, 3 (2004), p. 112. <<

ebookelo.com - Página 787


[104] Sudoplatov et al., Special Tasks, pp. 363-365; versión rusa ampliada en
Sudoplatov, Tainaia zhizn generala Sudoplatova, 2, pp. 369-370. Algunas acciones
de Beria resultan difíciles de explicar. Por ejemplo, hizo volver a Moscú a los
máximos representantes de los servicios secretos soviéticos en la RDA y propuso
hacer volver a la mayor parte de los asesores de la policía secreta asignados a las
estructuras del estado germanooriental, excepto a los asesores destinados al MfS
(Ministerio de Seguridad) de la RDA. Según un lugarteniente de Beria, los
representantes del MVD en la RDA estuvieron en Moscú «tres meses», esto es, desde
abril, esperando a que se produjera la reorganización de su aparato. Véase el discurso
de Sergei Kruglov tras la detención de Beria en el pleno de julio de 1953, en Naumov
y Sigachev, Lavrentii Beria, p. 155. <<

ebookelo.com - Página 788


[105] Informe n.º 44/B, Beria al Presidium del CC del PCUS, 6 de mayo de 1953,

Archiv Sluzhbi vneshnei razvedki (SVRA), pap. 2589, vol. 7, d. 3581, citado en
Murphy, Kondrashevy Bailey, Battleground, pp. 156-158. <<

ebookelo.com - Página 789


[106]
Véase Neues Deutschland, 7 de mayo de 1953; Sudoplatov, Tainaia zhizn
generala Sudoplatova, p. 370. <<

ebookelo.com - Página 790


[107] «Protokol N.º 8, zasedaniya Prezidiuma TsK KPSS ot 14 maya 1953 goda»,

RGANI, f. 3, op. 10, d. 23, 1. 41, citado en Kramer, «Early Post-Stalin Sucesión
Struggle», pp. 24-25. <<

ebookelo.com - Página 791


[108] Anteproyecto sin firma del Ministerio de Asuntos Exteriores, «O dalneishih

merakh sovetskogo pravitelstva po germanskomu voprosu», 8 de mayo de 1953,


AVPRF, f. 06, op. 12, pap. 16, d. 259, 1. 39-46. <<

ebookelo.com - Página 792


[109] Semenov, «Po voprosu o predotvrascheniia ukhoda naseleniia iz GDR v
Zapadniiu Germaniu», 15 de mayo de 1953, AVPRF, f. 0742, op. 41, pap. 271, d. 92,
1. 99-102. <<

ebookelo.com - Página 793


[110] Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria, p. 98. <<

ebookelo.com - Página 794


[111] La primera reconstrucción de este episodio puede encontrarse en Zubok y
Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp. 160-161; discurso de Molotov de 2 de
julio de 1953, en el pleno del CC del PCUS en Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria,
pp. 102, 103. <<

ebookelo.com - Página 795


[112] Mikoyan, Tak bylo, p. 584; carta de Beria a Malenkov desde la cárcel, 1 de julio

de 1953, APRF, f. 3, op. 24, d. 463, 1. 165, publicada en Istochnik, 4 (1994), p. 5, y


en Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria, p. 73; véase asimismo mi traducción al
inglés en CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), p. 99. <<

ebookelo.com - Página 796


[113] Wettig, Bereitschaft zu Einheit in Freheit, comentarios e intercambio de ideas de

Alexei Filitov, Gerhard Wettig y Elke Scherstjanoi en la conferencia «The Crisis Year
1953 and the Cold War in Europe», Potsdam, noviembre de 1996; Kramer, «Early
Post-Stalin Sucesión Struggle», p. 28. <<

ebookelo.com - Página 797


[114] Según recordaba Semenov, Beria «leyó su anteproyecto sobre política alemana,

que era fundamentalmente distinto del que tenía yo en el bolsillo. Para engañar a
Beria, Jrushchov propuso aceptar su borrador. Molotov me hizo una seña para que
guardara silencio. “De acuerdo, de acuerdo”, gritó el público presente en la sala.
Regresé cabizbajo al Ministerio de Asuntos Exteriores». Semjonow, Von Stalin bis
Gorbatschow, p. 291. <<

ebookelo.com - Página 798


[115] «O merakh po ozdorovleniiu pohticheskoi obstanovki v GDR», Prilozheniie k

rasporiazheniiu Soveta Ministrov SSSR ot 2 iiunia 1953 f. N.º 7578-pc., APRF, f. 3,


op. 64, d. 802, 1. 153-156, en Naumov y Sigachev, Lavrentü Beria, pp. 55-59. <<

ebookelo.com - Página 799


[116] «O merakh», en Naumov y Sigachev, Lavrentü Beria, pp. 58, 59. <<

ebookelo.com - Página 800


[117] El 3 de mayo hubo manifestaciones y huelgas en Plovdiv y Khaskovo, Bulgaria,

y el 1-2 de junio en Plzen, Checoslovaquia, que suscitaron seria preocupación en


Moscú. Kramer, «Early Post-Stalin Sucesión Struggle», pp. 15-22; Ostermann,
Uprising in East Germany. <<

ebookelo.com - Página 801


[118] «Lavrenti Beria: “Tcherez 2-3 goda ia krepko ispravlius” (Pisma L. P. Berii iz

tiuremnogo bunkera, 1953)», Istochnik, 4 (1994), p. 5; compárese con CWIHP


Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), p. 99; véase asimismo Herrnstadt, Das Herrnstadt-
Dokument, p. 59. <<

ebookelo.com - Página 802


[119] «Zapiska ministra vnutrennikh del SSSR S. Kruglova v TsK KPSS G.
Malenkovo s. preprovozhdeniiem soobscheniia otvetstvennikh rabotnikov MVD
SSSR Fedotova i Fadeikina», 9 de julio de 1953, APRF, f. 3, op. 64, d. 925, 1. 156-
165, copia proporcionada a CWIHP por Leonid Reshin, del NSArch. <<

ebookelo.com - Página 803


[120] Naumov y Sigachev, Lavrentü Beria, pp. 97, 102-103; «Stenograficheskii otchet

o Plenume Ts KPSS», 31 de enero de 1955, RGANI, f. 2, op. 1, d. 127, 1. 65-66. <<

ebookelo.com - Página 804


[121] «Iz dnevnika Yakova Malika 30 iiunia 1953, Zapis Besedi s Premier-Ministrom

Velikobritanii Cherchillem», 3 de junio de 1953, publicado en Istochnik, 2 (2003).


(Nótese que el acta de la conversación con Churchill encontrada en los archivos del
Politburó, lleva fecha de 30 de junio, es decir, posterior a la detención de Beria.) Para
la despedida de Churchill en Washington, véase Immerman, «“Trust in the Lord but
Keep Your Powder Dry”», pp. 36-41. <<

ebookelo.com - Página 805


[122] La carta, de fecha 1 de julio, fue encontrada en APRF, f. 3, op. 24, d. 463, 1.

170-1700b, publicada en Naumov y Sigachev, Lavrentü Beria, p. 407; Sudoplatov,


Tainaia zhizn generala Sudoplatova, 2, pp. 372-374. Para Pierre Cot, véase Andrew y
Mitrokhin, Sword and the Shield, pp. 108-109; Smyser, Front Yalta to Berlin, p. 128.
<<

ebookelo.com - Página 806


[123] Para una documentación exhaustiva de este episodio, véase Ostermann, Uprising

in East Germany, 1953. <<

ebookelo.com - Página 807


[124] Sudoplatov, Tainaia zhizn generala Sudoplatova, 2, pp. 372-374. <<

ebookelo.com - Página 808


[125] Sokolovski, V. Semenov y P. Yudin, «O sbitiiakh 17-19 iiunia 1953 v Berlina i v

GDR i nekoorie vivodi iz etikh sobitii», 24 de junio de 1953, AVPRF, f. 06, op. 121,
pap. 5, d. 301, 1. 1-51, publicado en extractos en Christian Ostermann, «New
Documents on the East-German Uprising of 1953», CWIHPBulletin, n.º 5 (primavera
de 1995), pp. 10-21. <<

ebookelo.com - Página 809


[126] Anotaciones de Malenkov en el Presidium del CC en el que fue detenido Beria,

«K resheniiu voprosa o Beria», protocolo n.º 10 de 26 de junio de 1953, en Naumov y


Sigachev, Lavrentii Beria, pp. 69-70; Mikoyan, Tak bylo, pp. 565-566; Zubok y
Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp. 140-155. <<

ebookelo.com - Página 810


[127] Véase la transcripción del pleno, publicada en Naumov y Sigachev, Lavrentii

Beria, pp. 93-94, 207, 353. <<

ebookelo.com - Página 811


[128] «Zapiska ministra vnutrennikh del SSSR S. Kruglova», 9 de julio de 1953,

APRF, f. 3, op. 64, d. 965, 1. 156-165. <<

ebookelo.com - Página 812


[129] Naumov y Sigachev, Lavrentii Beria, pp. 97, 189-190; véase asimismo Stickle,

Beria Affair, pp. 22-23, 134-135. <<

ebookelo.com - Página 813


[130] En Austria, por ejemplo, el 9 de junio de 1953, las autoridades soviéticas dejaron

de registrar a las personas y los productos que cruzaban la línea de demarcación entre
la zona rusa y la occidental. Además, pusieron fin a la censura de los medios de
comunicación en la zona soviética y devolvieron las emisoras de radio al estado
austriaco. Se tomó asimismo la decisión de que a partir de agosto de 1953 Austria
dejara de pagar los costes de las tropas soviéticas estacionadas en su territorio. El
último grupo de prisioneros de guerra austriacos regresó a su país. Tras la detención
de Beria, siguieron llevándose a cabo gestos de «buena voluntad» como esos, aunque
sólo a regañadientes. Michael Prozumenscikov, «Nach Stalins Tod. Sowjetische
Österreich-Politik 1953-1955», en Kramer et al., Die Rote Armee in Österreich, pp.
733-734. <<

ebookelo.com - Página 814


[131] Semjonow, Von Stalin bis Gorbatschow, p. 297; memorándum de Pushkin a

Vishinski de 9 de julio de 1953, AVPRF, f. 82, op. 41, pap. 280, d. 93, 1. 63-68,
publicado en CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), p. 105. Para más información
sobre la «facción» Herrnstadt-Zeissner y los pasos dados por Ulbricht, véase
Harrison, Driving the Soviets Up the Wall, pp.42-43. <<

ebookelo.com - Página 815


[132] Para el Día X en la RDA, véase Bezymensky, «Kto i kak gotovil v Germanii

den’ Iks», pp. 22-26; Zubok, «Soviet Intelligence and the Cold War», p. 465. <<

ebookelo.com - Página 816


[1] Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», pp. 213-214. <<

ebookelo.com - Página 817


[2]
Immerman, «“Trust in the Lord but Keep Your Powder Drt”»; Trachtenberg,
Constructed Peace, pp. 132-145; Mitrovich, Undermining the Kremlin; Brooks,
«Stalin’s Ghost». <<

ebookelo.com - Página 818


[3] Véanse Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS; y Bekes, Byrne y Rainer, 1956

Hungarian Revolution. Para el nexo nacional-internacional, véanse Richter,


Khrushchev's Double Bind, Brooks, «Stalin’s Ghost»; y Taubman, Khrushchev,
capítulos 10-14. <<

ebookelo.com - Página 819


[4]
El círculo de oligarcas incluía a los miembros del Presidium de Stalin con
anterioridad a 1952; Klement Voroshilov, Nikolai Bulganin, Lavrenti Beria, Lazar
Kaganovich, Nikita Jrushchov, Georgi Malenkov, Anastas Mikoyan y Viacheslav
Molotov. Matvei Saburov y Mijail Pervujin eran los dos miembros más noveles del
grupo. <<

ebookelo.com - Página 820


[5] Véanse Mikoyan, Tak Bylo, pp. 555-558, 572-574; y Jlevniuk et al., Prezidium TsK

VKP(b) i Soviet Ministrov SSSR. Los documentos relativos al pleno de octubre de


1952 se hallan en RGANI, f. 2, op. 1, d. 21-22. En Simonov, «Glazani cheloveka
moego pokoleniia», pp. 96-99, encontramos abundante información sobre el discurso
de Stalin de octubre de 1952. <<

ebookelo.com - Página 821


[6] Gorlizki y Jlevniuk, Cold Peace, p. 6; Chuev, Sto sorok besed, p. 471; Mikoyan,

Tak Bylo, p. 584. <<

ebookelo.com - Página 822


[7] Véase el Protocolo n.º 105, sesión del Presidium de 31 de enero de 1955, en

Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 37. <<

ebookelo.com - Página 823


[8] Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia Sergeevicha Dmitrieva», p. 160. <<

ebookelo.com - Página 824


[9] Zubok, «CPSU Plenums, Leadership Struggles, and Soviet Cold War Politics», pp.

28-33; notas de V. A. Kochetov, editor jefe de Literaturnaia gazeta, en 1955


aproximadamente, RGALI, f. 634, op. 4, d. 1516, 1. 13. <<

ebookelo.com - Página 825


[10] Izvestia, 9 de agosto de 1953; los ingresos de los campesinos pasaron de los trece

mil millones de rublos en 1953 a los veinticinco mil millones en 1954. Informe
taquigrafiado de la asamblea de miembros del partido del Soviet Supremo de la
URSS, 8 de febrero de 1955, APRF, f. 52, op. 1, d. 285, 1. 1-34, publicado en
Istochnik, 6 (2003); Mikoyan, Tak Bylo, p. 518; Aksyutin, Khushchevskaia «ottepel» i
obschestvenniie nastroeniia v SSSR v 1953-1964 gg, pp. 53-57. <<

ebookelo.com - Página 826


[11] Sajarov, Vospominaniia, p. 230; Holloway, Stalin and the Bomb, p. 337. <<

ebookelo.com - Página 827


[12] Para la rivalidad existente entre Malenkov y Jrushchov en este campo, véanse

Elena Zubkova, «Rivalry with Malenkov», pp. 78-81; Mikoyan, Tak Bylo, pp. 599-
600; yTaubman, Khrushchev, pp. 262-263. <<

ebookelo.com - Página 828


[13] Barsukov, «Rise to Power», p. 52; Taubman, Khrushchev, pp. 258-264. <<

ebookelo.com - Página 829


[14] Véanse las sesiones del Presidium de 22 y 31 de enero de 1955 en Fursenko et al.,

Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 35-38. <<

ebookelo.com - Página 830


[15] Pleno de 25-31 de enero de 1955, Protocolo n.º 7, RGANI, f. 2, op. 1, d. 127, 1.

45; CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), pp. 34-35; Jrushchov, «Memuari Nikiti
Sergeevicha Khrushcheva», p. 70. <<

ebookelo.com - Página 831


[16]
Véanse comentarios de Bulganin, Pervujin y Voroshilov en Fursenko et al.,
Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 37, 887; véase asimismo el informe taquigrafiado de la
asamblea de miembros del partido del Soviet Supremo de la URSS, 8 de febrero de
1955, APRF, f. 52, op. 1, d. 285, 1. 1-34, publicado en Istochnik, 6 (2003). <<

ebookelo.com - Página 832


[17] Presidium del Comité Central, Protocolos n.º 66, 20 de diciembre de 1954, y n.º

106, 7 de febrero de 1955, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 29-31, 40.
<<

ebookelo.com - Página 833


[18] Zubkova, «Rivalry with Malenkov», p. 76; Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS,

1, pp. 36-72. <<

ebookelo.com - Página 834


[19] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 29-31. <<

ebookelo.com - Página 835


[20]
Para el ambiente que rodeó las conversaciones soviético-austriacas, véase
Stourzh, Um Einheit und Freiheit; véase también Bischof, Austria in the First Cold
War, pp. 130-149. <<

ebookelo.com - Página 836


[21] Zubok, «Soviet Foreign Policy in Germany and Austria», pp. 21-24. También

Mastny, «NATO in the Beholder’s Eye», pp. 61-62. <<

ebookelo.com - Página 837


[22] Véanse los comentarios a la sesión del Presidium de 19 de mayo de 1955 en

Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 41, 888-890. <<

ebookelo.com - Página 838


[23] CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), p. 43. <<

ebookelo.com - Página 839


[24] Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», p. 214; discurso de Molotov

ante el CC en el pleno del PCUS, 9 de julio de 1955, RGANI, f. 2, op. 1, d. 173, 1. 3;


Molotov hace referencia aquí a un hecho ocurrido en 1948, cuando Gomulka fue
expulsado de su cargo de secretario general del PCOP y posteriormente detenido por
«desviacionismo nacionalista». Para los detalles y la documentación relativa a este
episodio, véase Volokitina et al., Vostochnaia Europa, 1, pp. 505-511. <<

ebookelo.com - Página 840


[25] Pleno del CC del PCUS, 9 de julio de 1955, RGANI, f. 2, op. 1, d. 172, 1. 76, 87;

CWIHP Bulletin, n.º 10 (marzo de 1998), pp. 29, 38. <<

ebookelo.com - Página 841


[26] Durante la sesión del Presidium celebrada el 25 de mayo, Voroshilov y Molotov

manifestaron su desaprobación por el uso de ese subterfugio. Bulganin dijo: «Luego


criticarán a Stalin». Véanse los comentarios de Bulganin y Mikoyan, sesiones del
Presidium, 19 y 23 de mayo de 1955, en Fursenko et al., Presidium TsK KPSS, 1, pp.
43, 45, 46. <<

ebookelo.com - Página 842


[27] RGANI, f. 2, op. 1, d. 173, 1. 4. <<

ebookelo.com - Página 843


[28] Jrushchov, «Memuari Nikiti Sergeevicha Khrushcheva», pp. 82, 84, 85; RGANI,

f. 2, op. 1, d. 173, 1. 40; Istoricheskii arkhiv4 (1993), pp. 77. <<

ebookelo.com - Página 844


[29] Citas de Immerman, «“Trsut in the Lord but Keep Your Powder Dry”», pp. 48-49.

<<

ebookelo.com - Página 845


[30] Troyanovski, «Nikita Khrushchev and the Making of Soviet Foreign Policy», p.

38. <<

ebookelo.com - Página 846


[31] Prozumenscikov, «Nach Stalins Tod», p. 750. <<

ebookelo.com - Página 847


[32] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 93; véase asimismo Troyanovski, «Nikita

Khrushchev and the Making of Soviet Foreign Policy», p. 7. <<

ebookelo.com - Página 848


[33] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 93, 94. <<

ebookelo.com - Página 849


[34] Stenograficheskaia zapis zasedania Prezidiuma TsK KPSS po voprosu «O
direcktivakh sovetskoi delegatsii v Komitete desiati po razoruzheniiu», 1 de febrero
de 1960, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 424. <<

ebookelo.com - Página 850


[35] Vojtech Mastny es de la opinión de que las autoridades del Kremlin tenían
objetivos incluso de mayor envergadura: «renunciar» al Pacto de Varsovia a cambio
de la OTAN en las futuras conversaciones sobre la seguridad general de Europa. «El
sistema resultante de la disolución de una alianza fantasma, como la de los países del
Este, y una alianza real, como la de Occidente, dejando intacta la red de Moscú de
tratados militares bilaterales con sus correspondientes dependencias, habría permitido
a la Unión Soviética, por ser su miembro más fuerte, convertirse en el árbitro de la
seguridad europea.» Mastny, «NATO in the Beholder’s Eye», p. 66. En mi opinión,
en cambio, los objetivos soviéticos no eran tan rebuscados. <<

ebookelo.com - Página 851


[36]
Zubok, «Soviet Foreign Policy in Germany and Austria»; Prozumenscikov,
«Nach Stalins Tod», pp. 747-751. <<

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[37] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 93, 94. <<

ebookelo.com - Página 853


[38] Jlevniuk et al., Stalin i Kaganovich, pp. 159-163; Zubok y Pechatnov, «Stalin and

the Wall Street» (manuscrito inédito). <<

ebookelo.com - Página 854


[39] Entrevistas a Oleg Troyanovski, Moscú, 6 de mayo de 1994; conversación del

autor con Rostilav Sergéiev, Moscú, 14 de mayo de 1994. <<

ebookelo.com - Página 855


[40] Caute, Dancer Defects, p. 411; Adzhubei, Khrushenie illuzii. Vremia v sobitiakh i

litsakh, pp. 128-135. <<

ebookelo.com - Página 856


[41] Zubok, «Nebo nad sverkhderzhavami», pp. 47-55. <<

ebookelo.com - Página 857


[42] Un examen más detallado de la política del Kremlin nos permite observar que en

1955 Molotov se encontró prácticamente solo (aunque Kaganovich y Voroshilov


estuvieron de su parte en algunas cuestiones) y distanciado de los demás oligarcas del
régimen en sus dudas acerca de la «nueva política exterior», y en su postura de
oposición a ella Véase Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 35-158. <<

ebookelo.com - Página 858


[43] Protocolo n.º 184. Zasedaniie 30 janvaria 1956. En Fursenko et al., Prezidium

TsK KPSS, 1, pp. 90, 92 encontramos un intercambio de opiniones acerca del


borrador del informe del CC del PCUS al XX Congreso del Partido. <<

ebookelo.com - Página 859


[44] Taubman, Khrushchev, pp. xvii-xx. <<

ebookelo.com - Página 860


[45] Ibídem, p. 330. Discurso de Jrushchov en la conferencia de la ciudad de
Leningrado y su aparato regional, 8 de mayo de 1954, APRF, f. 52, op. 1, d. 398, 1.
222-238; el informe taquigrafiado correspondiente a la reunión del Presidium de 1 de
julio de 1959 aparece en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 256-287. <<

ebookelo.com - Página 861


[46] Troyanovski, «Nikita Khrushchev and the Making of Soviet Foreign Policy», p.

5. <<

ebookelo.com - Página 862


[47] El primer ministro británico, Anthony Eden, presentó su plan en la Conferencia

de Berlín de ministros de Asuntos Exteriores celebrada en enero-febrero de 1954. En


esencia, el Plan Eden consistía en convocar elecciones libres en toda Alemania y
crear un gobierno para las dos Alemanias que se encargara de negociar un tratado de
paz con las cuatro potencias de la ocupación. La Alemania unida sería libre de elegir
o rechazar su alineación con el bloque de países del Este o con el de Occidente.
Véase Dockrill, «Eden Plan and European Security», pp. 162-189; véase asimismo
Varsori, «Gouvernement Eden et l’Union Sovietique». <<

ebookelo.com - Página 863


[48] «Sobre las posturas de los gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia

en la cuestión alemana ante la próxima conferencia de los líderes de los gobiernos de


las cuatro potencias», Comité de Información (KI), memorándum, junio de 1955,
APRF, f. 595, op. 6, por. 51, d. 769, d. 51, 1. 29-47; «La postura de las potencias
europeas en relación con el establecimiento de un sistema de seguridad colectiva en
Europa ante la próxima conferencia de los líderes de los gobiernos de las cuatro
potencias», APRF, f. 898, op. 6, d. 769, 1. 48-63; RGANI, f. 89, per. 70, dokument 7,
1. 6. <<

ebookelo.com - Página 864


[49] RGANI, f. 89, per. 70, dokument 7, 1. 6. Los cálculos soviéticos no andaban

errados; véase Antonio Varsori a propósito de los objetivos británicos en la


Conferencia de Ginebra, y Collette Barbier a propósito de los franceses, en Bischof y
Dockrill, Cold War Respite, pp. 75-116. <<

ebookelo.com - Página 865


[50]
Jrushchov, «Memuari Nikiti Sergeevicha Khrushcheva», p. 69; FRUS, 1955-
1957, 5, pp. 259, 417-418; Richter, Khrushchev's Double Bind, p. 71; Taubman,
Khrusbchev, pp. 349-353. <<

ebookelo.com - Página 866


[51] Immerman, «“Trust in the Lord but Keep Your Powder Dry”», p. 49. <<

ebookelo.com - Página 867


[52] Memorándum de los debates de la CCLVI Asamblea del Consejo Nacional de

Seguridad, Washington, 28 de julio de 1955, en FRUS, 1955-1957, 5, p. 534. <<

ebookelo.com - Página 868


[53] Georgi Kornienko, por aquel entonces uno de los principales analistas del comité,

estuvo en Ginebra como miembro de ese grupo de inteligencia sobre el terreno.


Entrevista del autor, 16 de abril de 1990, Moscú. <<

ebookelo.com - Página 869


[54] Prados, «Open Skies and Closed Minds», pp. 224-225, 232-233; véase asimismo

Rostov, Open Skies. <<

ebookelo.com - Página 870


[55] FRUS, 1955-1957, 5, p. 534. <<

ebookelo.com - Página 871


[56] Dobrinin, In Confidence, p. 38. <<

ebookelo.com - Página 872


[57] Más detalles en Smirnov y Zubok, «Nuclear Weapons after Stalin’s Death», p. 16;

véase asimismo FRUS, 1955-1957, 5, p. 413. <<

ebookelo.com - Página 873


[58] «Zapis besedi N. A. Bulganina s Poslom KNR v SSR Liu Qiao», 19 de marzo de

1955, RGANI, f. 5, op. 30, d. 116, 1.19; Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia
Sergeevicha Dmitrieva», Otechesvennaia historia 1 (2000), p. 161. <<

ebookelo.com - Página 874


[59] Adenauer pensaba que en la cumbre de las grandes potencias no se conseguiría

alcanzar un acuerdo sobre la unidad de Alemania. Su viaje a la Unión Soviética no


fue más que un movimiento táctico para impedir la aparición de sentimientos de
neutralidad en Alemania Occidental. Véase Schwarz, Die Ära Adenauer, y, de este
mismo autor, Entspannung und Wiedervereinigung, Conze, «No Way Back to
Potsdam», pp. 209-210. Los soviéticos estaban perfectamente informados de las
razones que movían a Adenauer. Véase, por ejemplo, un memorándum de Pavel
Naumov, corresponsal de Pravda en Alemania Occidental, de fecha 3 de julio de
1955, que tanto Jrushchov como Bulganin pudieron leer el 20 de julio, cuando dio
inicio la cumbre de Ginebra, en RGANI, f. 5, op. 30, d. 114, 1. 176-177. <<

ebookelo.com - Página 875


[60] Encontramos argumentos similares en Harrison, Driving the Soviets Up the Wall,

pp. 47-48, 53-57. <<

ebookelo.com - Página 876


[61] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 900; para más detalles, véase Zubok,

«Multi-Level Dynamics of Moscow’s German Policy». <<

ebookelo.com - Página 877


[62] Protocolo n.º 168 de la sesión del Presidium, 6 de noviembre de 1957 y 7 de

noviembre de 1958, Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 58-60, 900. <<

ebookelo.com - Página 878


[63] Kolokolov et al., Sovetsko-Izrailskie otnosheniia, 2, pp. 430-436; «O
meropriiatiakh SShA po prevrashcheniiu Izrailia v voienny platsdarm na Blizhnem
Vostoke», KI a Stalin, 19 de septiembre de 1952, AVPRF, f. 595, op. 6, por. 8, d. 769,
1. 74-87. <<

ebookelo.com - Página 879


[64] Naumkin, Blizhnevostochnii konflikt, 1, pp. 114, 139-141, 148, 149-156, 170-171,

180-181; KI a Stalin a propósito de la situación de Egipto el 9 de diciembre de 1952,


AVPRF, f. 595, op. 6, por. 8, d. 569, 1. 45-48; KI al Presidium del CC a propósito de
Nasser, 8 de marzo de 1954, AVPRF, f. 595, d. 769, 1. 25. <<

ebookelo.com - Página 880


[65] Zubok, «Soviet Intelligence and the Cold War», pp. 466-468. <<

ebookelo.com - Página 881


[66] Mlechin, MID: Ministri inostrannikh del, pp. 335-336; Sajarov, Vospominania, p.

247. <<

ebookelo.com - Página 882


[67] Información del Departamento para el Oriente Próximo y el Oriente Medio del

Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, 18 de julio de 1955, en Naumkin,


Blizhnevostochnii konflikt, 1, pp. 306-307; véase asimismo, pp. 301, 328, 333-334,
335, 340-344, 365-367. <<

ebookelo.com - Página 883


[68] Gaiduk, Confronting Vietnam, pp. 15-16; Olsen, «Changing Alliances», pp. 65-

66. <<

ebookelo.com - Página 884


[69] Véase Qiang Zhai, Dragon, the Lion, and the Tagle, p. 175; para la visión
estratégica de la crisis que tenía Estados Unidos, véase Chang, Friends and Enemies,
pp. 129-142; Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin's Cold War, pp. 217-218. <<

ebookelo.com - Página 885


[70] Westad, Global Cold War, p. 69; Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 154-

155, 162-163; «USSR-PRC (1949-1983), Documents and Materials, Part I, 1949-


1963» Historical-Diplomatic Division of the Ministry of Foreign Affairs of the
USSR, Moscú, 1985), AVPRF, pp. 145-146, 147-148; Negin y Smirnov, «Did the
USSR Share Its Atomic Secrets with China?», pp. 303-317. <<

ebookelo.com - Página 886


[71] Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 167-169. En julio de 1955, durante

la exhibición aérea anual, los soviéticos hicieron todo lo posible por impresionar a los
delegados militares extranjeros. No dudaron en utilizar una estratagema consistente
en hacer volar tres veces sobre el mismo campo a los diez aviones que formaban la
única escuadrilla disponible de bombarderos M-4. Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword,
p. 24. <<

ebookelo.com - Página 887


[72] FRUS, 1955-1957, 5, p. 416. <<

ebookelo.com - Página 888


[73] Véase el informe de las conversaciones que mantuvieron el embajador soviético

Pavel Yudin y Mao Zedong el 8 de marzo y el 25 de mayo de 1955, según consta en


el AVPRF, traducido y publicado por Wingrove, «Mao’s Conversations with the
Soviet Ambassador», pp. 28, 35-41. <<

ebookelo.com - Página 889


[74] Chen Jian, Chinas Road to the Korean War, pp. 42-43; Chen Jian, Mao’s China

and the Cold War, p. 63. <<

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[75] Chang, Friends and Enemies, p. 137; Qiang Zhai, Dragon, the Lion, and the

Tagle, pp. 173-174. <<

ebookelo.com - Página 891


[76] Eimermacher et al., Doblad N. S. Khrushcheva 0 kulte lichnosti; Nikolai
Barsukov, «Kak sozdavalsia’zakritii doklad Khrushcheva», Literaturnaia Gazeta, 21
de febrero de 1996; Roy Medvedev y Vladimir Naumov, «XX s’ezd: taina zakrytogo
zasedaniia», Vechernii klub, 26 de febrero de 1996; Aksyutin y Pyzhikov, «O
podgotovke zakrytogo doklada N. S. Khrushcheva XX s’ezdu KPSS v svete novikh
dokumentov», pp. 107-117. <<

ebookelo.com - Página 892


[77] Para la reacción de Pospelov, véase Mikoyan, Tak bylo, p. 592. <<

ebookelo.com - Página 893


[78] Mikoyan, Tak bylo, p. 594; «Iz rabochei protokolnoi zapisi zasedaniia Prezidiuma

TsK KPSS», 9 de febrero de 1956, y Stenogramma Plenuma TsK KPSS, 13 de


febrero de 1956, en Eimermacher et al., Doblad N. S. Khrushcheva 0 kulte lichnosti,
pp. 234-237, 241-243. <<

ebookelo.com - Página 894


[79] Yakovlev, Omut pamiati, p. 116. <<

ebookelo.com - Página 895


[80] Troyanovski comenta en su libro que un choque de ese tipo durante la cumbre de

Ginebra «afectó negativamente un importante asunto de estado». Troyanovski,


Cherezgodi i rasstoiania, p. 189; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 95. <<

ebookelo.com - Página 896


[81] Chuev, Kaganovich, Shepilov, pp. 342, 352. <<

ebookelo.com - Página 897


[82] «O povedenii sovetskikh diplomatov», informe al CC del PCUS realizado por el

escritor Boris Polevoi, miembro de la delegación, RGALI, f. 631, op. 26, d. 3826, 1.
9-10. <<

ebookelo.com - Página 898


[83] Sesión del Presidium, 11 de agosto de 1956, Protocolo n.º 32, en Fursenko et al.,

Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 156-157. <<

ebookelo.com - Página 899


[84] Chuev, Kaganovich, Shepilov, p. 352; Fursenko y Naftali, Khrushchev’s Cold War,

pp. 101-106. <<

ebookelo.com - Página 900


[85] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 156-159, 162-163; Mlechin, MID:

Ministri inostrannikh del, p. 343; discurso no pronunciado de Vladimir Semenov en


el pleno de junio de 1957 del CC del PCUS, en Kovaleva et al., Molotov, Malenkov,
Kaganovich, p. 678. <<

ebookelo.com - Página 901


[86] Para una opinión distinta, véase Narinski, «Sovetskii Soiuz i Suetskii crisis 1956

goda», pp. 54-66. <<

ebookelo.com - Página 902


[87] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 2, pp. 359-362. <<

ebookelo.com - Página 903


[88] Actas del Presidium correspondientes a los días 9 y 12 de julio y 4, 20 y 21 de

octubre de 1956, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 149, 168, 173-175;
Granville, First Domino, pp. 121-123. El Presidium decidió convocar una reunión de
urgencia de los partidos comunistas de todos los demás países, miembros de la
Organización del Pacto de Varsovia. Hubo también frases ominosas en las notas de
Malin acerca de la «preparación de un documento» y la «creación de un comité» que
pueden dar lugar a diversas interpretaciones. Sergo Mikoyan afirma que oyó cómo su
padre, Jrushchov y otros líderes discutían acerca de una invasión militar en Polonia
(según cuenta en el informe presentado en una conferencia internacional celebrada en
Saratov, Rusia, el 3 de julio de 2001). Para el bando polaco, véase Gluchowski,
Soviet-Polish Confrontation of October, 1956. <<

ebookelo.com - Página 904


[89] Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 146-148. Este párrafo también se

basa en los documentos hechos públicos por Leo Gluchowski, que se encuentran en
el NSArch. <<

ebookelo.com - Página 905


[90] El texto de la declaración fue publicado el 31 de octubre de 1956 por Pravda.

Para las fuentes húngaras, entre otras, relacionadas con la revolución de Hungría,
véase el libro del congreso «Hungary and the World, 1956: The New Archival
Evidence», que se celebró en Budapest los días 26-29 de septiembre de 1996 por
iniciativa del NSArch, el CHWIP y el Instituto para la Historia de la Revolución
Húngara de 1956. <<

ebookelo.com - Página 906


[91] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 180, 181, 185, 188-190; Kramer,

«New Evidence on Soviet Decision-Making», pp. 389-392. <<

ebookelo.com - Página 907


[92] Para el papel que desempeñó China, véanse Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS,

1, pp. 178-179, 188-189; y Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 150-157.
<<

ebookelo.com - Página 908


[93] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 1988-1991. <<

ebookelo.com - Página 909


[94] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 191-192; Kramer, «New Evidence on

Soviet Decision-Making», p. 393. <<

ebookelo.com - Página 910


[95] Mark Kramer y Johanna Granville hacen mayor hincapié en los factores del canal

de Suez y el efecto de «derrame». Véanse Kramer, «New Evidence on Soviet


Decision-Making», pp. 369-371; y Granville, First Domino. Alexander Stykalin, sin
embargo, reconoce que en el último minuto la opinión del CCP, Palmiro Togliatti y
otros líderes comunistas tuvo un impacto en la toma de decisiones del Kremlin.
Véase su Prervannaia revoliutsia; Gluchowski, «Khrushchev, Gomulka, and the
“Polish October”», pp. 1, 38-49. <<

ebookelo.com - Página 911


[96] Notas de Malin, 18 de octubre de 1956, en Fursenko et al., Presidium TsK KPSS,

1, pp. 186, 191. <<

ebookelo.com - Página 912


[97] Yakovlev, Omut pamiati, p. 117. <<

ebookelo.com - Página 913


[98] Para las posturas de Tito y Gomulka, véase Granville, First Domino, pp. 100-121.

<<

ebookelo.com - Página 914


[99] Mikoyan, Tak bylo, p. 604; notas de Malin, 4 de noviembre de 1956, en Fursenko

et al., Presidium TsK KPSS, 1, p. 202. <<

ebookelo.com - Página 915


[100] Para la versión china de los hechos, véanse Shi Zhe, «At the Side of Mao Ze-

dong and Stalin: Shi Zhe’s Memoirs», traducido por Chen Jian (citado con su
autorización); Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp. 158-162; y Zubok,
«“Look What Chaos in the Beautiful Socialist Camp!”», p. 153. <<

ebookelo.com - Página 916


[101] Comentarios de Zhou Enlai a propósito de la Unión Soviética, 24 de enero de

1957, traducidos y publicados por Zhan Shuguang y Chen Jian en «Emerging


Disputes between Beijing and Moscow», pp. 153-154; véanse asimismo las
observaciones que realizó Deng Xiaoping a la delegación soviética durante el
encuentro en Moscú que tuvo lugar los días 5-20 de julio de 1963, cuya copia se halla
en el SAPMO-B Arch, JIV 2/207 698, S. 75. Según Chen Jian, en varios discursos
internos, Mao hizo hincapié en que Jrushchovy sus colegas habían abandonado no
sólo «la bandera de Stalin», sino también «la de Lenin». Que China debía enarbolar
esa bandera, pues había llegado su turno. Chen Jian, Mao’s China and the Cold War,
pp. 158-162. <<

ebookelo.com - Página 917


[102] Comentario de Molotov durante el pleno de junio de 1957, en Kovaleva et al.,

Molotov, Malenkov, Kaganovich, p. 131. <<

ebookelo.com - Página 918


[103] Kovaleva et al., Molotov, Malenkov, Kaganovich, p. 128; Pravda, 19 y 23 de

noviembre de 1956; discurso de Jrushchov en Varna, 16 de mayo de 1962, publicado


en Istochnik, 6 (2003), p. 136; para las razones que se ocultaban tras los actos
contradictorios de Tito, véanse Granville, «Tito and the “Nagy Affair”», pp. 23-57; y
Rainer, Nagy Imre, 2, p. 347. Para la reacción de Jrushchov ante el giro dado por Tito,
véase Tischler, «Poland’s October and the 1956 Hungarian Revolution». <<

ebookelo.com - Página 919


[104] Carta de Antonina Peterson a Shepilov, 3 de mayo de 1957, carta del ingeniero

M. Petrigin al CC del PCUS, 25 de enero de 1957, carta del coronel P. Nesterov a


Jrushchov, 30 de enero de 1957, RGANI, f. 5, op. 30, d. 189, 1. 1-6, 29-30 y d. 190,
1. 142-162. <<

ebookelo.com - Página 920


[105] Mikoyan, Tak bylo, pp. 599, 602. <<

ebookelo.com - Página 921


[106] «Posledniaia “antipartiinaia” gruppa. Stenografischeskii otchet iiunskogo (1957)

plenuma TsK KPSS», Istoricheskii arkhiv, 3, 4, 5, 6 (1993), y 1, 2 (1994); para las


versiones inéditas de esos mismos materiales, véase Kovaleva et al., Molotov,
Malenkov, Kaganovich. <<

ebookelo.com - Página 922


[107] Istoricheskii arkhiv, 3 (1993), pp. 74-75. <<

ebookelo.com - Página 923


[108] Istoricheskii arkhiv, 4 (1993), pp. 27, 29. <<

ebookelo.com - Página 924


[109] Istoricheskii arkhiv, 3 (1993), p. 79. <<

ebookelo.com - Página 925


[110] Véase la comparación entre los dos grupos en Mikoyan, Tak bylo, p. 604. <<

ebookelo.com - Página 926


[111] Naumov et al., Georgia Zhukov, pp. 297, 425; Fursenko et al., Presidium TsK

KPSS, 1, pp. 252, 263-264, también comentarios en pp. 1011-1012; Dobrynin, In


Confidence, pp. 37-38. Para las críticas vertidas por Zhukov contra Jrushchov, véase
Taubman, Khrushchev, p. 314. <<

ebookelo.com - Página 927


[112] Naumov et al., Georgia Zhukov, p. 379. <<

ebookelo.com - Página 928


[113] Zubok, «Soviet Intelligence and the Cold War», pp. 453-472. <<

ebookelo.com - Página 929


[114] Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», p. 216. <<

ebookelo.com - Página 930


[1] El presente capítulo se basa en el artículo que escribí en colaboración con Hope S.

Harrison, «Nuclear Education of Nikita Khrushchev». Deseo expresar mi


agradecimiento a la profesora Harrison por permitirme utilizar en este libro
fragmentos de esa publicación conjunta. <<

ebookelo.com - Página 931


[2] Véase Weart, Nuclear Fear. <<

ebookelo.com - Página 932


[3] Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword, 21. La estrategia de «nuevo aspecto» favorecida

por la administración Eisenhower fue adoptada en 1953. Hacía hincapié en el empleo


de medios nucleares para disuadir a los soviéticos, actitud que se reflejaba en el
despliegue de armas nucleares de todo tipo y alcance en Europa Occidental con el fin
de llevar a cabo una «represalia masiva» en caso de agresión soviética. A finales de
1957, Eisenhower, en un intento de mitigar el susto provocado por el Sputnik en
Europa Occidental, anunció el despliegue de misiles IRBM en los países de la OTAN
que quisieran acogerlos. Véase Bundy, Danger and Survival, pp. 245-255; y
Trachtenberg, History and Strategy, pp. 138-139, 156-162 y 202. <<

ebookelo.com - Página 933


[4] Para el debate académico acerca del efecto estabilizador de las armas nucleares,

véase Mearsheimer, «Nuclear Weapons and Deterrence in Europe», pp. 19-46;


Gaddis, «Long Peace», pp. 99-142; Gaddis, Gordon, May y Rosenberg, Cold War
Statesmen Confront the Bomb. <<

ebookelo.com - Página 934


[5] Para este defecto de la doctrina de «contención» norteamericana, véase Logevall,

«Bernath Lecture», pp. 475-484. <<

ebookelo.com - Página 935


[6] V. B. Adamski, en Lebedev, Andrei Sakharov, p. 31. Una exposición reciente de la

posición soviética en la carrera de armas estratégicas puede verse en Zaloga,


Kremlin’s Nuclear Sword. Y también, para el proyecto de la bomba de hidrógeno
soviética y el rumbo claramente distinto que siguió respecto al proyecto
norteamericano, véase Holloway, Stalin and the Bomb, pp. 294-319. <<

ebookelo.com - Página 936


[7] Véase Riabev, ed., Atomnii Project SSSR: Dokumenti i Materiali, vol. 2, libro 1,

pp. 639-643; el mariscal Alexander Vasilevski a Stalin acerca de las medidas de


protección preparatorias frente a las armas atómicas y biológicas, 12 de septiembre de
1952, copia del documento manuscrito, Volkogonov Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 937


[8] Transcripción de 3 de julio de 1953, pleno del CC del PCUS, Izvestia TsK KPSS, 2

(1991), pp. 166-170. <<

ebookelo.com - Página 938


[9] N. Jrushchov, Khrushchev Remembers, p. 68; S. Jrushchov, Nikita Khrushchev:

Krizisi i raketi, 1, p. 45; S. Jrushchov, Nikita Khrushchev and the Creation of a


Superpower, G. Goncharov, «Khronologiia», p. 247; Sakharov, Memoirs, pp. 180-
181; Holloway, Stalin and the Bomb, p. 324. <<

ebookelo.com - Página 939


[10] Zuboky Smirnov, «Moscow and Nuclear Weapons», pp. 1, 14-28. <<

ebookelo.com - Página 940


[11] Para el enorme impacto de dicha prueba en la opinión pública mundial, véase

Holloway, Stalin and the Bomb, p. 337. Véase asimismo Weisgall, Operation
Crossroads, pp. 302-307; Cork, Advisors, pp. 85-86; Hewlett y Holl, Atoms for Peace
and War, pp. 168-182. <<

ebookelo.com - Página 941


[12] G. Goncharov, «Khronologiia», p. 249. <<

ebookelo.com - Página 942


[13]
«El peligro de guerra atómica y la propuesta del presidente Eisenhower»,
memorándum de V. Malishev a N. Jrushchov, 1 de abril de 1954, RGANI, f. 5, op.
126, d. 126, 1. 38. <<

ebookelo.com - Página 943


[14] Ibídem, 1. 39, 40, 41; véase asimismo Zubok y Smirnov, «Moscow and Nuclear

Weapons», pp. 14-15. Es posible que los físicos comunicaran oralmente sus
preocupaciones a los dirigentes del Kremlin, al menos a Malenkov, antes de ponerlas
por escrito. <<

ebookelo.com - Página 944


[15] Para el discurso de Malenkov, véase Pravda, 13 de marzo de 1954; para el

discurso de Mikoyan, véase Kommunist (Erevan), 12 de marzo de 1954. <<

ebookelo.com - Página 945


[16] Pravda, 27 de abril de 1954. <<

ebookelo.com - Página 946


[17] Volkovy Kolesova, «Soviet Reaction to U. S. Nuclear Policy», pp. 6-9. <<

ebookelo.com - Página 947


[18] S. Jrushchov, Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, 1, p. 45; los fragmentos de esta

película clasificada fueron utilizados luego en muchos documentales, por ejemplo en


«Director científico: la vida de Yuli B. Jariton», producida en Moscú en los años
noventa; Vlasov, «Desiat’let riadom s Kurchatovim», p. 42; Holloway, Stalin and the
Bomb, p. 307; Heikal, Sphinx and Commissar, p. 129. El subrayado de la frase es
nuestro. <<

ebookelo.com - Página 948


[19] S. Jrushchov, Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, 1, pp. 62-67. <<

ebookelo.com - Página 949


[20] Zubok y Pleshakov, «The Soviet Union», en Reynolds, Origins of the Cold War in

Europe, p. 71. <<

ebookelo.com - Página 950


[21] «Turnir dlinoi v tri desiatiletiia», Istoricheskii arkhiv, 2 (1993), p. 58-67. <<

ebookelo.com - Página 951


[22] Wittner, Resisting the Bomb, pp. 23-25, 105-106; Sajarov, Memoirs, pp. 194-195;

Holloway, Stalin and the Bomb, pp. 316-317. <<

ebookelo.com - Página 952


[23] «Zapis besedy G. K. Zhukova s Prezidentom SShA Eizenkhauerom», 20 de julio

de 1955, RGANI, f. 5, op. 30, d. 116, 1. 122-123, publicado en Naumov et al.,


Georgii Zhukov, pp. 38-40; la versión norteamericana de la reunión puede verse en
FRUS, 1955-57, 5, pp. 408-418. <<

ebookelo.com - Página 953


[24] Pravda, 15 de febrero de 1956. <<

ebookelo.com - Página 954


[25] Sergei Jrushchov recuerda un episodio cuando acompañó a su padre en una visita

a ver los misiles que estaban construyéndose en la fábrica de Korolev «en torno a
enero de 1956». Jrushchov preguntó a Dmitri Ustinov, a la sazón jefe de la comisión
de industrias militares del Consejo de Ministros, cuántas bombas harían falta «para
dejar fuera de combate a Inglaterra». Cuando Ustinov respondió que «cinco», parece
que Jrushchov respondió: «¡Qué potencia más terrible! La última guerra fue
sangrienta, pero con cargas como esta resulta sencillamente imposible». S. Jrushchov,
Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, 1, p. 103; Pravda, 18 de noviembre de 1955;
Holloway, Stalin and the Bomb, p. 343. <<

ebookelo.com - Página 955


[26] Pravda, 15 de febrero de 1956. <<

ebookelo.com - Página 956


[27] Rosendorf, «John Foster Dulles’ Nuclear Schizophrenia», p. 83; y Erdmann, «War

No Longer Has Any Logic Whatever», pp. 98-110. Dobrynin, In Confidence, p. 38;
«Conference of First Secretaries of Central Committees of Communist and Workers
Parties of Socialist Countries for the Exchange of Views on Questions Related to the
Preparation and Conclusion of a German Peace Treaty, August 3-5, 1961», CWHP
Bulletin, n.º 3 (otoño de 1993), p. 60. Para lo que aprendió Jrushchov de John Foster
Dulles y su «duelo» con los hermanos Dulles, véase Zubok y Pleshakov, Inside the
Kremlin's Cold War, pp. 190-191; y Zubok, «Inside the Covert Cold War», pp. 25-27.
<<

ebookelo.com - Página 957


[28] Taubman, Khrushchev, pp. 359-360; transcripción de la sesión del plenario del

Comité Central del PCUS de junio de 1957, Istoricheskii arkhiv, 4 (1993), p. 36.
Immerman, John Foster Dulles and the Diplomacy of the Cold War. En efecto, a
partir de 1957, John Foster Dulles empezó a abrigar serias dudas sobre la factibilidad
de su doctrina de «represalias masivas», pues, como dijera en una ocasión, «un
tiroteo nuclear entre Estados Unidos y la URSS podría hacer que todo el hemisferio
norte resultara inhabitable o, en todo caso, que resultara muy arriesgado habitarlo».
Memorándum de conversación en la sesión del Consejo de Seguridad Nacional
(CSN) de 7 de abril de 1958, NSArch. Deseo expresar mi agradecimiento a William
Burr por llamar mi atención sobre este documento. <<

ebookelo.com - Página 958


[29] No está muy claro qué era lo que sabía Jrushchov acerca de las ideas de
Clausewitz. El estado mayor del ejército soviético, sin embargo, siempre tuvo en muy
alta consideración al teórico prusiano. El legado de Clausewitz formó siempre parte
de la exégesis ideológica del partido porque Friedrich Engels había sido un admirador
de sus teorías de la guerra y además Lenin las había comentado. En 1947, Stalin
recurrió a Clausewitz para confirmar que el autor alemán había previsto la idea
marxista-leninista de que «existe una relación directa entre la guerra y la política, la
política engendra la guerra, y la guerra es la continuación de la política por medios
violentos». Stalin, «Otvet tovarischu Razinu», 23 de febrero de 1946, Bolshevik, 3, p.
1947. Véase asimismo la edición soviética de Clausewitz, O voine (Voenizdat,
Moscú, 1941); y Kokoshin, Soviet Strategic Thought. <<

ebookelo.com - Página 959


[30] Pravda, 14 de mayo de 1957; transcripción del pleno del Comité Central del

PCUS de junio de 1957, Istoricheskii arkhiv, 4 (1993), p. 5. <<

ebookelo.com - Página 960


[31] Reunión del Presidium de 1 de febrero de 1960, en Fursenko et al., Prezidium TsK

KPSS, 1, p. 424. <<

ebookelo.com - Página 961


[32] Las estadísticas del Posplan demuestran que en 1958 los misiles se llevaban sólo

el 8,5 por 100 del gasto total en equipamientos del Ministerio de Defensa. En 1959
esa cuota se había casi triplicado, y ascendía al 21,5 por 100. En 1962 equivalía casi
al 44 por 100. Simonov, Voienno-promishlennii kompleks, p. 247; S. Jrushchov,
Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, 1, p. 384; P. L. Podvig, ed., Strategicheskoie
iademoie vooruzheniee Roíz (IzdAt, Moscú, 1998); Bystrova, «Sovetskii voennii
potentsial perioda “kholodnoi voini” v amerikanskikh otsenkakh», pp. 132-136;
véanse asimismo los datos del Centro de Estudios de Desarme, Energía y Ecología
del Instituto de Física y Tecnología de Moscú en http://www.armscontrol/ru. <<

ebookelo.com - Página 962


[33] Engerman, «Romance of Economic Development and New Histories of the Cold

War», pp. 29-42; Taubman, Khrushchev, pp. 364-365, 480. <<

ebookelo.com - Página 963


[34] Simonov, Voienno-promishlennii kompleks, pp. 249-250, 303, 307;
http://www.vriitf.ru/begin.phtml; Viktoriia Glazirina, «Krasnoiarsk-26: A Closed City
of the Defense-Industry Complex», en Barber y Harrison, Soviet Home Front, p. 196;
Ladyzhenskii, «Krasnoiarsk-26», pp. 125-151. <<

ebookelo.com - Página 964


[35] Ello habría supuesto que las rutas de acceso desde Alemania Occidental a Berlín

Oeste pudieran quedar bajo la jurisdicción de Ulbricht. Las potencias occidentales


temían que el régimen de la RDA cerrara dichas rutas, lo que luego habría puesto a
Occidente en una situación muy difícil: o retirarse de Berlín Oeste o declarar la
guerra. Para la idea de renunciar a los acuerdos de 1945 sobre Alemania, véase
Fursenko et al., Presidium TsK KPSS, 1, pp. 338-339. <<

ebookelo.com - Página 965


[36] Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», p. 221; Burr, «Eisenhower’s

Search for Flexibility». <<

ebookelo.com - Página 966


[37] Véase Adomeit, Soviet Risk-Taking and Crisis Behavior, Schick, Berlin Crisis;

Catudal, Kennedy and the Berlin Wall Crisis; Slusser, Berlin Crisis of 1962;
Beschloss, Crisis Years.; Harrison, Driving the Soviets Up the Wall, p. 114. Adenauer
y el ministro de Defensa Franz-Josef Strauss intentaron de hecho la nuclearización de
Alemania Occidental. Véase Kosthorst, Brentano und die deutsche Einheit, pp. 137-
143; para la cuestión de la nuclearización de Alemania Occidental, véanse Kelleher,
Germany and the Politics of Nuclear Weapons, pp. 43-49; y Trachtenberg, History
and Strategy, pp. 252-253. <<

ebookelo.com - Página 967


[38] S. Jrushchov, Nikita Khrushchev: Krizisi i raketi, p. 416; Hope Harrison, Driving

the Soviets Up the Wall, pp. 116-117. En noviembre-diciembre de 1958, fueron


desplegados, por orden de Jrushchov, misiles soviéticos de alcance medio, en las
bases recién creadas en Alemania Oriental, al objeto de reforzar sus amenazas. Uhl e
Ivkin, «Operation Atom», pp. 299-307. <<

ebookelo.com - Página 968


[39] Wittner, Resisting the Bomb, pp. 278-280; Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS,

1, p. 252. <<

ebookelo.com - Página 969


[40]
«Stenograficheskaia zapis zasedaniia Prezidiuma TsK KPSS po voprosu “O
direktivakh sovetskoi delegatsii v Komitete desiati po razoruzheniiu”», 1 de febrero
de 1960, Fursenko et al, Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 423-424, 427, 431, 432, 434-
435. <<

ebookelo.com - Página 970


[41]
Para las tensiones que sufría Jrushchov en su interior, véase Taubman,
Khrushchev, pp. 423-439. <<

ebookelo.com - Página 971


[42] Zubok, «Khrushchev’s 1960 Troop Cut», pp. 416-420; Nichols, Sacred Cause,

pp. 71-83; Hansen, Correlation of Forces, p. 67. <<

ebookelo.com - Página 972


[43] «Informe del Presidium del CC del PCUS al Comité Central, no posterior al 14 de

octubre de 1964», Istochnik, 2 (1998), p. 112. <<

ebookelo.com - Página 973


[44] Pensamiento militar había sido copiado por Penkovski y pasado a la CIA. Los

documentos fueron desclasificados y hechos públicos en junio de 1992 y puede


accederse a ellos en NSArch. <<

ebookelo.com - Página 974


[45]
Sokolovskii, Estrategia militar. Entrevista con el teniente general Valentin
Larionov (que participó en la redacción de Estrategia militar), Moscú, 29 de mayo de
1991; Valentin Larionov, «Tiazkhii put poznaniia (Iz istorii iadernoi strategii)»,
manuscrito inédito (cortesía de Valentín Larionov). <<

ebookelo.com - Página 975


[46] Para el trasfondo de la disputa Mao-Jrushchov, véase Zubok y Pleshakov, Inside

the Kremlin's Cold War, pp. 210-235; Chen Jian, Mao’s China and the Cold War, pp.
64-67; Taubman, Khrushchev, pp. 336-342, 389-395, 470-471. Para la cooperación
nuclear, véase Yuli Jariton y Yuri Smirnov, «Otkuda vzialos i bilo li nam
neobkhodimo iadernoie oruzhiie», Izvestia, 21 de julio de 1994, p. 5; Negin y
Smirnov, «Did the USSR Share Its Atomic Secrets with China?», pp. 303-317. <<

ebookelo.com - Página 976


[47]
N. Jrushchov, Khrushchev Remembers, pp. 467-468; Schecter y Luchkov,
Khrushchev Remembers, pp. 147-150; Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp.
326-27. <<

ebookelo.com - Página 977


[48] Li Zhisui, Private Life of Chairman Mao, pp. 270-271; CC PCUS al CC PCCh,

carta de 27 de septiembre de 1958, publicada en CWHP Bulletin, n.º 6-7 (invierno


1995/96), pp. 219, 226-227; Zubok, «Khrushchev-Mao Conversations», pp. 243-272.
<<

ebookelo.com - Página 978


[49] Negin y Smirnov, «Did the USSR Share Its Atomic Secrets with China?», pp.

311-312; Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», p. 229. <<

ebookelo.com - Página 979


[50] Taubman, Khrushchev, pp. 393-395. <<

ebookelo.com - Página 980


[51] Para los posibles planteamientos de los debates del Kremlin de marzo-abril de

1960, véase Oleg Grinevski, Tysiacha i odin den Nikity Sergevicha, pp. 154-164;
Taubman, Khrushchev, pp. 454-455. <<

ebookelo.com - Página 981


[52] Para los antecedentes del caso U-2 y las actividades de Jrushchov durante 1960,

véase Zubok y Pleshakov, Inside the Kremlin’s Cold War, pp. 202-209; Taubman,
Khrushchev, pp. 442-479; Israelian, Na frontakh kholodnoi voini, 76. <<

ebookelo.com - Página 982


[53] Davidson, Mazov yTsipkin, SSSR iAfrica, 1918-1960, p. 99; Mirski, «Polveka v

mire vostokovednia», p. 130. <<

ebookelo.com - Página 983


[54]
Taubman, Khrushchev, pp. 474-477; Jrushchov al Presidium del CC, 10 de
octubre de 1960, Istochnik, 6 (2003), pp. 116-117. <<

ebookelo.com - Página 984


[55]
Véanse más detalles en Taubman, Khrushchev, pp. 491, 495; Dobrinin, In
Confidence, p. 44 <<

ebookelo.com - Página 985


[56] Protocolo n.º 331, sesión del Presidium del CC del PCUS de 26 de mayo de 1961,

y «Vyskazyvaniia N. S. Khrushcheva v khode zasedaniia Prezidiuma TsK KPSS ob


obmene mneniiami kvstreche tov. Khrushcheva N. S. S Kennedy v Vene», 26 de
mayo de 1961, en Fursenko et al., Presidium Tsk KPSS, 1, pp. 498-499, 502-503. <<

ebookelo.com - Página 986


[57] Korol, «Upushchennaiia vozmozhnost», pp. 102-103. <<

ebookelo.com - Página 987


[58] Beschloss, Crisis Years, p. 330. <<

ebookelo.com - Página 988


[59] Para los informes del KGB-GRU sobre los planes de ataque norteamericanos, el

primero de ellos de 29 de junio de 1960, véase Fursenko, «Neobychnaia sudba


razvedchika G. N. Bolshakova», pp. 94-95. Conferencia de primeros secretarios de
CC, 3-5 de agosto de 1961; fragmentos traducidos en el CWIHP Bulletin, n.º 3
(1993), p. 60. <<

ebookelo.com - Página 989


[60] Harrison, Driving the Soviets Up the Wall, pp. 116, 164, 195; Tismaneanu,
Stalinism for All Seasons, pp. 144, 163, 167, 177-181. El 18 de julio de 1961,
Penkovski dijo a sus agentes de la CIA que «si nos fijamos en la situación actual, el
ejército soviético no está preparado para una guerra generalizada». Informes de
Penkovski, pp. 18-19 de julio de 1961, p. 14, NSArch; Schecter y Deriabin, Spy Who
Saved the World, pp. 205-213. <<

ebookelo.com - Página 990


[61] Zubok, «Inside the Covert Cold War», pp. 26-27. <<

ebookelo.com - Página 991


[62] Esta decisión se deduce del documento citado por el general de división retirado

Vadim Makarevski, «O premiere N. S. Jrushchov, marshale G. K. Zhukove i generale


I. A. Plieve», Mirovaia ekonomika i mezhduna-rodniie otnosheniia, 8-9 (1994), p.
193; Lebedev, Andrei Sakharov, pp. 602-603; Adamski y Smirnov, «Soviet 50-
Megaton test in 1961», pp. 3, 19-20. <<

ebookelo.com - Página 992


[63] Fursenko, Rossiia i mezhdunarodniie krizisi, pp. 248-249, 252-253; Fursenko y

Naftali, Khrushchev's Cold War, pp. 372-375; Harrison, Driving the Soviets Up the
Wall, pp. 178-186; notas de Jrushchov acerca de la cuestión alemana, 11 de diciembre
de 1961, Istochnik 6 (2003), pp. 123-127. <<

ebookelo.com - Página 993


[64] XXII S’ezd Kommunisticheskoi Partii Sovetskogo Soiuza. Stenograficheskii otchet

(Gospolitizdat, Moscú, 1992), 2, pp. 571-572. <<

ebookelo.com - Página 994


[65] Para el episodio del punto de control Charlie, véase Troyanovski, «Making of

Soviet Foreign Policy», p. 233, y la explicación de Jrushchov en el Presidium de 8 de


enero de 1962, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 546; Fursenko, Rossiia
i mezhdunarodniie krizisi, pp. 243-244; y Fursenko y Naftali, Khrushchev's Cold War,
pp. 403-404. Para una interpretación menos optimista, véanse Falin, Bez Skidok na
obstoiatelstva, pp. 88-89; Falin, Politische Erinnerungen, pp. 345-346; y Garthoff,
«Berlin 1961». <<

ebookelo.com - Página 995


[66] «Stenograficheskaia zapis zasedaniia Prezidiuma TsK KPSS po voprosu o pozitsii

Pravitelstav SSSR na dalneishikh peregovorakh s pravitelstvami SShA, Anglii i


Frantsii po germnanskomu voprosu», 8 de enero de 1962, en Fursenko et al.,
Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 545, 547. <<

ebookelo.com - Página 996


[67] Naftali, «NATO, the Warsaw Pact and the Rise of Détente»; véanse asimismo los

comentarios de Naftali en
http://www.cia.gow/csi/books/watchingthebear/article06.html. <<

ebookelo.com - Página 997


[68] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 536-537; Sajarov, Sakharov Speaks,

p. 33. <<

ebookelo.com - Página 998


[69] El debate sobre el grado de seriedad de la amenaza no ha cesado nunca. Para una

polémica reciente, véase Kramer, «Tactical Nuclear Weapons, Soviet Command


Authority, and the Cuban Missile Crisis»; Blight, Allyn y Welch, «Kramer vs.
Kramer», pp. 40, 41, 42-46, 47-50; Lebow y Stein, We All Lost the Cold War, pp. 94-
109. <<

ebookelo.com - Página 999


[70] Ulam, Expansion and Coexistence, pp. 668-672. <<

ebookelo.com - Página 1000


[71] Blight, Allyn y Welch, Cuba on the Brink, p. 348. <<

ebookelo.com - Página 1001


[72] Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», pp. 170-171, 182-183; Taubman,

Khrushchev, pp. 406, 414, 531-532. <<

ebookelo.com - Página 1002


[73]
Para los testimonios conservados en los archivos norteamericanos sobre los
planes secretos de Estados Unidos de invadir Cuba y llevar otras acciones
subversivas contra la isla, véase Hershberg, «Before “The Missiles of October”». <<

ebookelo.com - Página 1003


[74] Se produjo un verdadero entusiasmo masivo entre los ciudadanos soviéticos
cuando Fidel Castro visitó la URSS después de la crisis de los misiles, en la
primavera de 1963. El propio Castro comentó «cuán a fondo había calado la cuestión
de la revolución cubana en el sentimiento del pueblo soviético. Sencillamente no
podemos ni imaginarnos cómo habrían podido [los dirigentes soviéticos] hacer frente
al enorme impacto, al impacto explosivo e incontrolable, que habría tenido en el
pueblo soviético la noticia de una invasión norteamericana de Cuba». Blight y
Brenner, Sad and Luminous Days, p. 63. <<

ebookelo.com - Página 1004


[75] Ibídem, p. 38; Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», pp. 167-170. <<

ebookelo.com - Página 1005


[76] Fursenko y Naftali dan por supuesto que la decisión de Jrushchov se basó no ya

en informes concretos de los servicios de inteligencia acerca de las actividades de los


americanos contra Cuba, sino en su interpretación errónea de los mensajes políticos
procedentes de la Casa Blanca. Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», pp. 152-
153, 156-160, 176-177. <<

ebookelo.com - Página 1006


[77] Cita de las actas de la reunión del Grupo Especial de la Operación Mangosta, 4 de

octubre de 1962, a la que asistieron Robert Kennedy, Lyndon Johnson, Roswell


Gilpatric, el general Maxwell Taylor, el general Lanzadle, el director de la CIA
McCone, y otras personalidades, y memorándum de la reunión del director de la CIA
McCone con el presidente, 23 de agosto de 1962, en Blanton et al., Primary Source
Documents. <<

ebookelo.com - Página 1007


[78] Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», p. 234. Las Fuentes soviéticas

sobre el equilibrio estratégico son ambiguas. Un autor afirma que en el otoño de 1962
48 MBIC podían llegar a Estados Unidos desde territorio soviético. Fursenko sitúa su
número en 20. El número de MBIC norteamericanos en esa época ascendía, como
mínimo, a 93, y eran cohetes y bombarderos de alcance medio desplegados en
distintas bases de Europa y Asia. A. P. Leutin, «V pogone za paritetom (Iz istorii
amerikano-sovetskoi gonki iadernikh vooruzhenii)», en Sovetskoie obshchestvo:
budín kholodnoi voini: Materialy «kruglogo stola», ed. V. S. Lelchuk (IRJ-RAN-
AGPI, Moscú-Arzamas, 2000), p. 91; Fursenko y Naftali, Khrushchev’s Cold War, pp.
429-431; Fursenko, Rossiia i mezhdunarodniie krizisi, p. 338. El grupo de expertos
independientes norteamericanos que forman el Consejo de Defensa de los Recursos
Nacionales, afirma que en 962 la Unión Soviética poseía 36 MBIC y 72 misiles
balísticos en submarinos nucleares. Estados Unidos contaba con 203 MBIC y 144
misiles en submarinos. El alto mando estratégico del aire norteamericano disponía de
1306 bombarderos de largo alcance; la Unión Soviética tenía sólo 138. Los datos
proceden de http://www.nrdc.org/nuclear/nudf/datainx.asp/. <<

ebookelo.com - Página 1008


[79] Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», pp. 179-180. <<

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[80] Protocolo n.º 32, sesión del Presidium de 21 de mayo de 1963, en Fursenko et al.,

Prezidium TsK KPSS, 1, p. 556; Garthoff, Reflections on the Cuban Missile Crisis,
pp. 12-17; Hansen, «Soviet Deception in the Cuban Missile Crisis». <<

ebookelo.com - Página 1010


[81] Uhl e Ivkin, «Operation Autumn», pp. 299-304. <<

ebookelo.com - Página 1011


[82] Recuerdos de Raúl Castro de 23 de enero de 1983, en la sesión plenaria del

Comité Central del Partido Comunista Cubano, en Bligh y Brenner, Sad and
Luminous Days, p. 43. <<

ebookelo.com - Página 1012


[83] Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», pp. 191-192; el general Nikolai

Leonov al autor, conversación en la Conferencia de Cuba, La Habana, 12 de octubre


de 2002. <<

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[84] Memorándum de Rodion Malinovski y Matvei Zajarov a Jrushchov, 24 de junio

de 1962. «Despliegue de fuerzas soviéticas en Cuba», Volkogonov Collection, LC,


documento publicado en CWIHP Bulletin, n.º 11 (invierno de 1998), pp. 254-256. <<

ebookelo.com - Página 1014


[85] N. P. Kamanin, Skrytii cosmos, vol. 1 (Infortekst-IF, Moscú, 1997), pp. 174-175.

<<

ebookelo.com - Página 1015


[86] Neizvestnaia Rossiia. XX vek. Kniga 3 (Istoricheskoie nasledie, Moscú, 1993), pp.

229-256, citado en Adamski y Smirnov, «Moralnaia otvetstvennost uchenikh i


politicheskikh liderov v idernuiu epokhu», pp. 334-335. <<

ebookelo.com - Página 1016


[87] Sajarov, Vospominaniia, p. 294; Adamski y Smirnov, «Moralnaia otvetstvennost

uchenikh i politicheskikh liderov v idemuiu epokhu», pp. 335-337. <<

ebookelo.com - Página 1017


[88]
Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», pp. 195, 232; Taubman,
Khrushchev, pp. 553-556. <<

ebookelo.com - Página 1018


[89] Protocolo n.º 60, sesión del Presidium de 22 de octubre de 1962, en Fursenko et

al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 617; Fursenko, Rossiia i mezhdunarodniie krizisi, pp.
358-359; Fursenko y Naftali, Khrushchev's Cold War, pp. 467-474. <<

ebookelo.com - Página 1019


[90]
Esta información ha sido confirmada repetidamente por el general Anatoli
Gribkov, representante del alto estado mayor soviético en Cuba antes de la crisis y
durante la crisis; véase, por ejemplo, Conferencia de Cuba, 11-13 de octubre de 2002,
La Habana, y las conversaciones del autor con Gribkov durante dicha conferencia, 12
de octubre de 2002. Gribkov y Smith, Operation Anadyr, p. 183. <<

ebookelo.com - Página 1020


[91] Reflexiones del capitán Riurik Ketov en Cherkashin, Povsednevnaia zhizn
rossiiskikhpodvodnikov, pp. 143, 146; Mozgovoi, Cuban Samba of the Quartet of
Foxtrots. <<

ebookelo.com - Página 1021


[92] Telegrama de Dobrinin al Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, 24 de

octubre de 1962, en Blanton et al., Primary Source Documents; protocolo n.º 61,
sesión del Presidium de 25 de octubre de 1962, en Fursenko et al., Prezidium TsK
KPSS, 1, pp. 621-622. <<

ebookelo.com - Página 1022


[93] Carta del presidente Jrushchov al presidente Kennedy, FRUS, 1961-1963, 6, pp.

178-181; Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble», 275-277; Israelian, Na


frontakh kholodnoi voini, pp. 81-82. <<

ebookelo.com - Página 1023


[94] Para los textos de las versiones de la reunión que ofrecen Dobrinion y otros, véase

Hershberg, «Anatomy of a Controversy», pp. 75, 77-80. <<

ebookelo.com - Página 1024


[95] Blight, Allyn y Welch, Cuba on the Brink, pp. 361-365; Shecter y Luchkov,

Khrushchev Remembers: The Glasnost Tapes, p. 177; el intercambio de telegramas


entre Jrushchov y Castro aparece reproducido en Cuba on the Brink, pp. 481-491. <<

ebookelo.com - Página 1025


[96] Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 569; Trostnik-Pavlovu, 27 de octubre,

1962, telegrama desclasificado del APRF, en Blanton et al., Primary Source


Documents. <<

ebookelo.com - Página 1026


[97] Troyanovski, «Caribbean Crisis», pp. 147-157; entrevista del autor con
Troyanovski, 2 de marzo de 1993, Washington, D. C. Para la reacción furiosa de
Castro y de los cubanos, véase Blight y Brenner, Sad and Luminous Days, pp. 49-56.
<<

ebookelo.com - Página 1027


[98] «Trostnik-tovarischu Pavlovu», telegrama de 20 de noviembre de 1962,
desclasificado del AVPRF, en Blanton et al., Primary Source Documents. <<

ebookelo.com - Página 1028


[99] Actas de la conversación entre las delegaciones del Partido Comunista
Checoslovaco (PCCh) y del Partido Comunista de la URSS (PCUS) en el Kremlin,
30 de octubre de 1962, procedentes del Archivo Estatal Central, Archivo del Comité
Central del Partido Comunista de Checoslovaquia (Praga), Antonin Novotny, Kuba,
caja 193, suministradas por Oldrich Tuma y traducidas por Linda Mastalir, en et al.,
Primary Source Documents. <<

ebookelo.com - Página 1029


[100] Mikoyan, Tak bylo, p. 606. <<

ebookelo.com - Página 1030


[101] Véase el análisis de este asunto que hace Thomas S. Blanton, «Cuban Missile

Crisis: 40 Years Later», Washington Post, 16 de octubre de 2002; véase asimismo


Sagan, Limits of Safety: Organizations, Accidents, and Nuclear Weapons. <<

ebookelo.com - Página 1031


[102] Troyanovski, «Making of Soviet Foreign Policy», pp. 238-239. <<

ebookelo.com - Página 1032


[103] Shelest, Da nesudimi budete, p. 161. <<

ebookelo.com - Página 1033


[104]
Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 2, p. 569; Fursenko y Naftali,
Khrushchev's Cold War, p. 470. <<

ebookelo.com - Página 1034


[105] Israelian, Na frontakhi, pp. 82-83; Fursenko y Naftali, «One Hell of a Gamble»,

pp. 301-302, 307-308. <<

ebookelo.com - Página 1035


[106] Resumen elaborado por el autor de los discursos de los veteranos soviéticos de la

crisis y de las comunicaciones informales mantenidas con ellos en la Conferencia


sobre la Crisis Caribeña de 1962, Moscú, 27-29 de septiembre de 1994. <<

ebookelo.com - Página 1036


[107] Taubman, Khrushchev, p. 579; recuerdos de Castro de su viaje a la URSS, en

Blight y Brenner, Sad and Luminous Days, pp. 63-65; notas del autor en la
Conferencia de Cuba, 11-13 de octubre de 2002, en la que Castro confirmó su
impresión. <<

ebookelo.com - Página 1037


[108] Sajarov, Memoirs, p. 204; para la diplomacia «ilustrativa» de Kurchatov, véase

Smirnov y Zubok, «Nuclear Weapons alter Stalin’s Death», p. 16; Evangelista,


«Soviet Scientists and Nuclear Testing»; Wittner, Resisting the Bomb, pp. 278-280.
<<

ebookelo.com - Página 1038


[109] Para los diversos niveles y canales de las negociaciones en torno a la prohibición

de las pruebas, véase Bunn, Arms Control by Comité, pp. 26-35. Adamsky, en
Lebedev, Andrei Sakharov, pp. 38-39; véase asimismo Sajarov, Vospominaniia, pp.
307-308. Para el importante papel de las comunidades científicas internacionales,
véase Evangelista, «Soviet Scientists and Nuclear Testing». <<

ebookelo.com - Página 1039


[110] «Stenograficheskaia zapis zasedaniia Prezidiuma TsK KPSS», 25 de abril de

1963, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, pp. 705, 706; S. Jrushchov, Nikita
Khrushchev: Krizisi i raketi, 2, p. 458. <<

ebookelo.com - Página 1040


[111] La sensibilidad de Jrushchov a las críticas lanzadas por aquel entonces por los

chinos es reconocida por los miembros del CC. Arbatov, System, p. 95; Burlatsky,
Khrushchev and the First Russian Spring, pp. 185-186. <<

ebookelo.com - Página 1041


[112] N. Jmshchov, «La situación internacional en la actualidad y la política exterior

de la Unión Soviética», informe presentado en la sesión del Soviet Supremo de la


URSS, 12 de diciembre de 1962, en Current digest of the Soviet Press, p. 14, n.º 52
(23 de enero de 1963), p. 3; Protocolo n.º 107, sesión del Presidium de 23 de julio de
1963, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, 1, p. 734; véase asimismo Mastny,
Documentation on the PPC of Warsaw Treaty Organization in Moscow, Bunn, Arms
Control by Comité, p. 37. Para el programa nuclear chino, véase Lewis y Litai, China
Builds a Bomb. <<

ebookelo.com - Página 1042


[113] Seaborg y Loeb, Kennedy, Khrushchev, and the Test Ban, p. 239; Kohler al

Departamento de Estado, Moscú, 18 y 19 de julio de 1963, FRUS, 1961-1963, 7, pp.


808, 814; Burr y Richelson, «Chinese Puzzle»; Zubok, «What Chaos in the Beautiful
Socialist Camp!», pp. 152-162. <<

ebookelo.com - Página 1043


[114] Selvage, «Warsaw Pact and Nuclear Nonproliferation», p. 10. <<

ebookelo.com - Página 1044


[115] Para el informe de Malinovski, véase el diario de Kamanin, 8 de febrero de

1963, en su libro Skrytii kosmo, p. 220; para el «restablecimiento» de una política y


una doctrina militar más tradicional después de la «revolución» del nuevo estilo de
Jmshchov, véase Nichols, Sacred Cause, pp. 84-86. <<

ebookelo.com - Página 1045


[1]
Para la falta de alusiones a la crisis, véase Nagibin, Dnevnik, pp. 151-159;
Samoilov, Podennie zapisi, 1, pp. 306-318; y Chukovskaia, Zapiski ob Anne
Akhmatovoi, 2, pp. 531-567. <<

ebookelo.com - Página 1046


[2] Caute, Dancer Defects, p. 1. <<

ebookelo.com - Página 1047


[3] Para la postura y las expectativas de Estados Unidos, véanse Whitfield, Cultura of

the Cold War, Hixson, Parting the Curtain; Major y Mister, «East Is East and West Is
West?», pp. 1-22; May, Homeward Bound; Farber, Age of Great Dreams; y Dudziak,
Cold War Civil Rights. <<

ebookelo.com - Página 1048


[4] Volkov, Intellektualnyi sloi v sovetskom obschestve, pp. 30-31, 126-127. <<

ebookelo.com - Página 1049


[5] Zubkova, Russia alter the War, p. 175. <<

ebookelo.com - Página 1050


[6] Véase Bushnell, «“New Soviet Man” Turns Pessimist», pp. 179-185. <<

ebookelo.com - Página 1051


[7] En Kenez, History of the Soviet Union, podemos encontrar un breve análisis de la

transformación experimentada por la sociedad soviética al pasar del «totalitarismo» al


«postotalitarismo». <<

ebookelo.com - Página 1052


[8] Cohen, Rethinking the Soviet Experience, pp. 128-134; Zaslavski, Neo-Stalinist

State; Vaial y Ghenis, 1960-e; English, Russia and the Idea of the West. Para los
grupos no liberales, véanse Dunlop, New Russian Revolutionaries; Yanov, Russian
New Right, Laqueur, Black Hundred. <<

ebookelo.com - Página 1053


[9] Suri, Power and Protest. <<

ebookelo.com - Página 1054


[10] Brandenberger, National Bolshevism, pp. 224-225. Yo prefiero hacer hincapié en

el componente «imperial» —en lugar del «nacional»— de la ideología y la cultura de


masas estalinistas. <<

ebookelo.com - Página 1055


[11] Pollock, «Conversations with Stalin on Questions of Political Economy»;
Ilizarov, «Stalin». <<

ebookelo.com - Página 1056


[12] Zezina, Sovetskaia
khudozhestvennaia intelligentsiia, p. 97; Paperny, Kultura
Dva; Gromov, Stalin: Vlast i Iskusstvo. <<

ebookelo.com - Página 1057


[13] Dobrenko, Making of the State Writer, Gromov, Stalin: Vlast i Iskusstvo, p. 149.

<<

ebookelo.com - Página 1058


[14] Nota personal de Kurchatov, del Archivo del Instituto Kurchatov, publicada en

Smirnov, «Stalin and the Atomic Bomb», pp. 128-129; Negin y Goleusova, Soviet
Atomic Project, Mijailov y Petrosiants, Creation of the First Soviet Nuclear Bomb.
<<

ebookelo.com - Página 1059


[15] Kostirchenko, Out of the Red Shadow, del mismo autor, Tainaia politika Stalina.

Vlast i antisemitizm. Kostirchenko niega que Stalin planeara deportar a los judíos;
otros autores, sin embargo, se basan en fuentes secundarias para afirmar que sí lo
hizo. Véase G. Kostirchenko, «Deportatsiia-Mistifikatsiia», Lechaim (septiembre de
2002). Para la opinión contraria, véase Taubkin y Lyass, «O statie Kostirchenko».
Para las consecuencias a largo plazo de la campaña de Stalin contra los judíos, véase
Slezkine, Jewish Century, pp. 310-311, 335-337. <<

ebookelo.com - Página 1060


[16] Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia Sergeevicha Dmitrieva» (25 de mayo de 1949

y 26 de marzo de 1954), Otechestvennaia historia, 3 (1999), pp. 152, 164, y 4 (1999),


p. 122. <<

ebookelo.com - Página 1061


[17] «Dnevnik kommuni 33», 9 de julio de 1960. TsADKM, f. 193, op. 1, d. 1, tetr.

1959-1961, 1. 219-220 (se trata de un diario colectivo de un grupo de rusos cultos de


mentalidad reformista); Taubman, Khrushchev, pp. 306-310, 384; Tvardovski, «Iz
rabochikh tetradei», pp. 135-140; K. Eimermacher en la introducción a Afanasiev et
al., Ideologicheskiie komissii TsKh KPSS, 1958-1964, p. 7. <<

ebookelo.com - Página 1062


[18] Zezina, Sovetskaia khudozhestvennaia intelligentsiia, p. 131. <<

ebookelo.com - Página 1063


[19] Véase Shlapentoj, Soviet Intellectuals and Political Power. <<

ebookelo.com - Página 1064


[20]
Spechler, Permitted Dissent in the USSR; Frankel, «Novy Mir»; Woll, Real
Images; Faraday, Revolt of the Filmmakers. <<

ebookelo.com - Página 1065


[21] Considérese, por ejemplo, la reacción de los comunistas italianos durante sus

conversaciones con Jrushchov, Relazione della delegazione Pajetta, Negarville,


Pellegrino ad Direzzione del Partito, 18 de julio de 1956, en los Archivos del Partido
Comunista de Italia, Fondazione Gramsci, Roma. <<

ebookelo.com - Página 1066


[22] Stenogramma zakritogo partsobraniia partorganizatsii moskovskikh pisatelei,
izdatelstva «Sovetskii pisatel», Litfonda SSSR i Pravleniia SP SSSR, 29 de marzo de
1956, TsAODM, f. 8132, op. 1, d. 5, 1. 106-198, y d. 6, 1. 1-138; Taubman,
Khrushchev, p. 283. <<

ebookelo.com - Página 1067


[23] Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia Sergeevicha Dmitrieva», 4 (1999), p. 166. <<

ebookelo.com - Página 1068


[24]
Gennady Kuzovkin, «Partiino-komsomolskiie presledovaniia po politicheskim
motivam v period rannei “ottepeli”», en Komi Travi, pp. 100-124. <<

ebookelo.com - Página 1069


[25] Taranov, «Raskachaem Leninskiie Gori!», pp. 99-101. <<

ebookelo.com - Página 1070


[26] Iofe, «Politicheskaia oppozitsia v Leningrade», pp. 212-215; Iofe, «Novie etiudi

ob optimizme: Sbornik statei i vistuplenii» (1998), pp. 98-99, AMS, San Petersburgo;
Mijail Trofimenkov, «“Malenkii Budapesht” na Ploschadi Isskustv: Ermitazh,
Picasso, 1956…», Smena, 26 de enero de 1990. <<

ebookelo.com - Página 1071


[27] RGANI, f. 5, op. 30, d. 141, 1. 13-15, 67-68; Bukovski, To Build a Castle, p. 109.

<<

ebookelo.com - Página 1072


[28] RGANI, f. 5, op. 30, d. 236. La carta iba dirigida al escritor Yuri Zbanatski, que la

envió al CC del PCUS el 2 de enero de 1957. <<

ebookelo.com - Página 1073


[29] Vitalii Troyanovski, «Chelovek Ottepeli», en Fomin ed., Kinematografottepeli, p.

31; Woll, Real Images, p. 41. <<

ebookelo.com - Página 1074


[30] Brumberg, Russia under Khrushchev, p. 428; entrevista a Vladlen Krivosheiev,

corresponsal de Izvestia a comienzos de los sesenta, 19 de mayo de 1999, Moscú. <<

ebookelo.com - Página 1075


[31] Orolova, Vospominaniia o neproshedshem Bremen, p. 227; citado en Zezina,
Sovetskaia khudozhestvennaia intelligentsiia, p. 170. <<

ebookelo.com - Página 1076


[32] Entrevista a Marat Cheshkov, Voprosi istorii, 4
(abril de 1994) pp. 118-119;
entrevista a Marat Cheshkov, 28 de septiembre de 1992, a cargo de T. Kosinova, Oral
History Collection, AMS, Moscú y San Petersburgo. <<

ebookelo.com - Página 1077


[33] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 54-55. <<

ebookelo.com - Página 1078


[34] Reunión del Politburo del PCUS, 12 de julio de 1984, publicada en CWIHP

Bulletin, n.º 4 (otoño de 1994), p. 81. <<

ebookelo.com - Página 1079


[35] Grigorenko, Vpodpolie mozhno vstretit tolko kris, pp. 312-315. <<

ebookelo.com - Página 1080


[36] Véase el informe taquigrafiado de la reunión de la junta directiva editora de

Literaturnaia Gazeta de 18 de octubre de 1956, RGALI, f. 634, op. 4, d. 1271;


Bobkov, KGB i Vlast, pp. 144-145; véase también Eric Kulavig, «Evidence of Public
Dissent in the Khrushchev Years», en Bryld y Kulavig, Soviet Civilization between
Past and Present, pp. 85-86. <<

ebookelo.com - Página 1081


[37]
Boris Pustintsev en Tatiana Kosinova, «Sobitiia 1956 g. v Polshe glazami
Sovetskikh dissidentov», en Korni Travi, p. 194. <<

ebookelo.com - Página 1082


[38] Literaturnaia Gazeta, 22 y 24 de noviembre de 1956. <<

ebookelo.com - Página 1083


[39] Véanse los informes oficiales remitidos al CC del PCUS que aparecen publicados

en «Studencheskoie brozheniie v SSSR (konets 1956)», Voprosi istorii, 1 (1997), pp.


2-23. <<

ebookelo.com - Página 1084


[40] Zezina, «Shokovaia terapia; ot 1953-go k 1956 godu», p. 133. <<

ebookelo.com - Página 1085


[41] RGANI, f. 5, op. 39, d. 12, 1. 23, 28, 61-66, 67, 161-217. <<

ebookelo.com - Página 1086


[42]
V. F. Afiani y N. G. Tomilina, eds., Boris Pasternak i Vlast, 1956-1972:
Dokumenti (ROSSPEN, Moscú, 2001); Evgeni Pasternak y Elena Pasternak, Zhizn
Borisa Pasternaka: Dokumentalnoie povestvovaniie (Zvezda, San Petersburgo,
2004), pp. 436-484. <<

ebookelo.com - Página 1087


[43] Informe del Ministerio de Asuntos Interiores de la URSS, 13 de mayo de 1958,

GARF, f. 9041, d. 498, 1, pp. 37-38. <<

ebookelo.com - Página 1088


[44] Garthoff, Journey through the Cold War, pp. 30-31. <<

ebookelo.com - Página 1089


[45] Para el panorama cambiante de la propaganda visual, véase Kenez, Cinema and

Soviet Society. <<

ebookelo.com - Página 1090


[46] Brodski, «Spoils of War», en su libro On Grief and Reason, pp. 3-21. <<

ebookelo.com - Página 1091


[47] Aksenov, In Search of Melancholy Baby. <<

ebookelo.com - Página 1092


[48] Yurchak, Everything Was Forever, Until It Was No More, pp. 170-175; Garthoff,

Journey through the Cold War, p. 32. <<

ebookelo.com - Página 1093


[49] Brodsky, «Spoils of War», en su libro On Grief and Reason, pp. 13-14. <<

ebookelo.com - Página 1094


[50] L. Ilyichev, A. Romanov, G. Kazakov al CC del PCUS, 6 de agosto de 1958, «O

glushenii inostrannikh radiostantsii», RGANI, f. 5, op. 30, d. 75, l. 165-167. <<

ebookelo.com - Página 1095


[51] Starr, Red and Hot; Caute, Dancer Defects, pp. 441-461; Kozlov, Kozel na sakse,

pp. 76-96. <<

ebookelo.com - Página 1096


[52] Transcripciones del Comité Organizador del Festival, TsKhDMO, f. 3, op. 15, d.

11, 1. 18. <<

ebookelo.com - Página 1097


[53] No está demasiado claro hasta qué punto participó Jrushchov. Véase Adzhubei,

Krusheniie Illuzii, p. 186. <<

ebookelo.com - Página 1098


[54] Para estos preparativos y los eventos organizados de antemano, véase TsKhDMO,

f. 3, op. 15, d. 136. Véanse también los informes periódicos del Komsomol y el
Ministerio del Interior a propósito del Festival, TsAODM, f. 4, op. 104, d. 31 y
GARF, f. 9401, op. 2, d. 491. Me fue negado el acceso a los informes del KGB sobre
el Festival que se hallan en TsAODM. <<

ebookelo.com - Página 1099


[55] Kozlov, Kozel na sakse, p. 102. <<

ebookelo.com - Página 1100


[56] Ibídem, pp. 100-101. <<

ebookelo.com - Página 1101


[57] Bukovski, To Build a Castle, p. 139; entrevista a Maya Turovskaya, 25 de junio

de 2000, Moscú. <<

ebookelo.com - Página 1102


[58] Breve resumen de las conversaciones con la Delegación del Partido y el Gobierno

de la RDA, 9 de junio de 1959, AVPRF, f. 0742, op. 4, pap. 31, d. 33, 1. 86-87,
traducido y publicado por Hope Harrison en CWIHP Bulletin, n.º 11 (invierno de
1998), p. 212. <<

ebookelo.com - Página 1103


[59] Gorbachov y Mlynar, Conversations with Gorbachev. <<

ebookelo.com - Página 1104


[60] Fitzpatrick, Rabinowitch y Suites, Russia in the Era of Nep; Jeffrey Brooks,

Thank You, Comrade Stalin; Gerovitch, From Newspeak to Cyberspeak; Eimontova,


«Iz Dnevnikov Sergeia Sergeevicha Dmitrieva», Otechestvennaia historia, 5 (1999),
p. 169; Adzhubei, Khrusheniie illuzii, pp. 130-134. <<

ebookelo.com - Página 1105


[61] Literatumaia Gazeta, 28 de febrero de 1957, y 23 de marzo de 1957. <<

ebookelo.com - Página 1106


[62] Nikolai Mitrojin, Russkaia Partiia, contiene más detalles sobre esta división. <<

ebookelo.com - Página 1107


[63] Para conocer mejor los antecedentes, véase Shiraev y Zubok, Anti-Americanism

in Russia, pp. 7-24. <<

ebookelo.com - Página 1108


[64] Nikolai Barsukov, «Kommunisticheskiie illuzii Khrushcheva: o razrabotke tretiei

programmy partii» y «Misil vslukh: zamechaniia N. S. Khrushcheva na proekt tretiei


programmy KPSS», citados en Taubman, Khrushchev, pp. 509-511. <<

ebookelo.com - Página 1109


[65] Adzhubei, Khrusheniie illuzii, pp. 135-136. <<

ebookelo.com - Página 1110


[66] Komsomolskaia Pravda, 19 de mayo de 1960; compilaciones de Boris Grushin,

en Batigin y Yarmoliuk, Rossiiskaia sotsiologiia shestidesiatikh godov v


vospominaniiakh i dokumentakh, pp. 208-209. <<

ebookelo.com - Página 1111


[67] Woll, Real Images, pp. 84-86. <<

ebookelo.com - Página 1112


[68] Zinoviev, Russkaia sud'ba, pp. 327-330. <<

ebookelo.com - Página 1113


[69] Entrevista a Eligiusz Liasota, 3 de noviembre de 1992, Oral History Collection,

AMS, Moscú. <<

ebookelo.com - Página 1114


[70] Entrevista a Marat Cheshkov, 21 de septiembre de 1992, Moscú, a cargo de T.

Kosinova, Oral History Collection, AMS, Moscú y San Petersburgo. <<

ebookelo.com - Página 1115


[71] Batigin y Yarmoliuk, Rossiiskaia sotsiologiia shestidesiatikh godov v
vospominaniiakh i dokumentakh, p. 48. <<

ebookelo.com - Página 1116


[72] Cherniaev, Moia zhizn, p. 238. <<

ebookelo.com - Página 1117


[73] Para ese estado de ánimo, véase Vail y Ghenis, 1960-e, pp. 12-18. <<

ebookelo.com - Página 1118


[74] Grachev, Gorbachev, p. 29. <<

ebookelo.com - Página 1119


[75] English, Russia and the Idea of the West, p. 72; Grushin, en Batigin y Yarmoliuk,

Rossiiskaia sotsiologiia shestidesiatikh godov v vospominaniiakh i dokumentakh, pp.


211-213. La mayoría de los miembros del «círculo de Praga» se sumergieron luego
en el mundo de la política soviética, aunque algunos, como, por ejemplo, Grushin,
Tatiana Motroshilova, Merab Mamardashvili, E. A. Arab-Ogli y Yuri Zamoshkin, se
convirtieron en innovadores especialistas y pensadores. <<

ebookelo.com - Página 1120


[76] Vail y Ghenis, 1960-e, pp. 103, 263. <<

ebookelo.com - Página 1121


[77] Simonov, Voienno-promishlennii kompleks, pp. 273-276; Vladimirov, Rocía bez

prioras i umolchanii, pp. 124-125. <<

ebookelo.com - Página 1122


[78]
Krementsov, Stalinist Science, pp. 8-9; Gerovitch, From Newspeak to
Cyberspeak, pp. 3, 299. <<

ebookelo.com - Página 1123


[79] Negin y Smirnov, «Did the USSR Shate Its Atomic Secrets with China?», pp.

303-304. <<

ebookelo.com - Página 1124


[80] Davidson et al., SSSR i Afrika, pp. 198, 251. <<

ebookelo.com - Página 1125


[81] Informe taquigrafiado del discurso de S. P. Pavlov, secretario del VLKSM del

CC, sobre su viaje a Cuba, 25 de enero de 1961, TsKhDMO, f. 1, op. 5, d. 782, 1. 38-
39. <<

ebookelo.com - Página 1126


[82] Leonor, Likholetie, p. 52. <<

ebookelo.com - Página 1127


[83] TsKhDMO, f. 1, op. 5, d. 782, 1. 51-52. <<

ebookelo.com - Página 1128


[84] Konchalovski, Nizkie istini, p. 115. <<

ebookelo.com - Página 1129


[85] TsKhDMO, f. 1, op. 5, d. 824, 1. 172. <<

ebookelo.com - Página 1130


[86] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. 155-168; Grachev, Gorbachev, p. 56. <<

ebookelo.com - Página 1131


[87] RGANI, f. 2, op. 1, d. 416, 1. 9-11, traducción y comentarios del autor en el

CWIHP Bulletin, n.º 8-9 (invierno de 1996-1997), pp. 416-412. <<

ebookelo.com - Página 1132


[88] RGANI, f. 5, op. 30, d. 456, 1. 66. <<

ebookelo.com - Página 1133


[89] Friedberg, Decade of Euphoria, pp. 306-310; Wittner, Resisting the Bomb, p. 282.

<<

ebookelo.com - Página 1134


[90] Woll, Real Images, pp. 39-41, 72-74, 80-81, 88-91, 96-98, 118-122, 139-141. <<

ebookelo.com - Página 1135


[91] Wittner, Resisting the Bomb, p. 282; entrevista de Voznesenski a la revista
francesa Candide en RGANI, f. 5, op. 55, d. 46, 1. 33; Dedkov, «“Kak trueno daiutsia
iniie dni”», p. 184; Alex Adamovich, «Patsifizm Shestidesiatnikov», en Pavlova,
Dolgii put rossiiskogo patsifizma, p. 323. <<

ebookelo.com - Página 1136


[92] Wittner, Resisting the Bomb, pp. 23-25, 105-106; Sajarov, Vospominaniia, pp.

257-258; Sajarov, Sakharov Speaks, p. 31. <<

ebookelo.com - Página 1137


[93] Galay, «Soviet Youth and the Army», pp. 17-20. <<

ebookelo.com - Página 1138


[94] Soldatenkov, Vladimir Visotsky, p. 56. <<

ebookelo.com - Página 1139


[95] Voionovich, Life and Extraordinary Adventures of Private Ivan Chonkin. <<

ebookelo.com - Página 1140


[96] Para conocer mejor los antecedentes, véase Martin, Affirmative Action Empire,

pp. 1-27, 432-461. <<

ebookelo.com - Página 1141


[97] Slezkine, Jewish Century, pp. 310-311, 335-337. <<

ebookelo.com - Página 1142


[98] Solzhenitsin, Dvesti let vmeste, pp. 411-431. <<

ebookelo.com - Página 1143


[99] Samoilov, Podennie zapisi, 1, p. 268. <<

ebookelo.com - Página 1144


[100] Véase este punto en Slezkine, Jewish Century, pp. 335-3336, 338-345; y en

Agursky, Pepel Klaasa, p. 27. <<

ebookelo.com - Página 1145


[101] Copia taquigrafiada del discurso de Romm (anexa a la correspondencia en el

expediente de Ilyichev), RGANI, f. 5, op. 5, d. 51, 1. 24, 30. <<

ebookelo.com - Página 1146


[102] Lipkin, Zhizn i subda Vasiliia Grossmana, pp. 60-61, 94-95; Vail y Ghenis, 60-e,

299-301. <<

ebookelo.com - Página 1147


[103] «En 1956 me indigné con Israel por haber dividido a la opinión pública durante

la crisis de Budapest», recordaría Gregori Pomerants, en Zapiski, p. 321. <<

ebookelo.com - Página 1148


[104] Recopilaciones de Arseni Berezin, por aquel entonces joven físico de
Leningrado que participaba en el festival; entrevista con el autor en Alexandria,
Virginia, 15 de noviembre de 2000. <<

ebookelo.com - Página 1149


[105] TsAODM, f. 4, op. 104, d. 31, 1. 8-9, 67, 81, 110. <<

ebookelo.com - Página 1150


[106]
Brudny, Reinventing Russia, pp. 36-56, especialmente 36-37. Entre los
nacionalistas rusos figuraba Alexander Solzhenitsin, pero también el escritor
Vladimir Soloujin, el artista Ilia Glazunov, el poeta Stanislav Kuniaev y el crítico
Vadim Kozhinov. Mitrojin, Russkaia Partiia, pp. 204-211. <<

ebookelo.com - Página 1151


[107]
Para el antagonismo existente entre los socialistas cosmopolitas y los
nacionalistas rusos, véase Solzhenitsin, Dvesti let vmeste, pp. 436-448. Para las
simpatías prosionistas, véase Morozov, Evreiskaia emigratsiia v svete novikh
dokumentov. <<

ebookelo.com - Página 1152


[108]
Eimontova, «Iz Dnevnikov Sergeia Sergeevicha Dmitrieva» (3 de marzo de
1961), Otechestvennaia historia, 6 (1999), p. 76. <<

ebookelo.com - Página 1153


[109] Yevgeni Yevtushenko, Volchii passport (Vagrius, Moscú, 1998), pp. 280-281,

296-298. <<

ebookelo.com - Página 1154


[110] Informe del KGB al CC, 11 de diciembre de 1965, RGANI, f. 5, op. 30, d. 462,

1. 250. <<

ebookelo.com - Página 1155


[111] Alexeyeva y Goldberg, Thaw Generation, pp. 117-138; Bovin, XX vek kak zhizn,

pp. 150-157; Max Hayward, ed., On Trial: The Soviet State versus «Abram Terz» and
«Nikolai Arzhak» (Harper and Row, Nueva York, 1966). <<

ebookelo.com - Página 1156


[1] Puede verse un análisis muy útil de esta cuestión en Westad, «Fall of Détente and

the Turning Titles of History», pp. 4-33. <<

ebookelo.com - Página 1157


[2] Los analistas de la distensión, en su mayoría diplomáticos y especialistas en
ciencias políticas, enumeran varios fenómenos que provocaron el acercamiento
soviético-estadounidense. Todos reconocen que un acontecimiento de importancia
primordial fue el rápido crecimiento de las capacidades estratégicas de la URSS a
finales de los años sesenta, junto con la grave crisis interna de Estados Unidos.
Señalan también la crisis de los países del bloque comunista tras la invasión de
Checoslovaquia por los rusos en 1968 y los choques fronterizos chino-soviéticos de
1969. Aluden también a los problemas cada vez más graves del modelo autárquico de
desarrollo económico de la URSS y la necesidad cada vez mayor de inversiones y
tecnología occidental que sufrió el país. Por último, ven los orígenes de la distensión
en ciertas iniciativas de los líderes occidentales, como la «diplomacia triangular» de
Richard Nixon y Henry Kissinger en Estados Unidos y la Ostpolitik de Willy Brandt
y Egon Bahr. Véanse Hanhimäki, Flawed Architect; Isaacson, Kissinger, Baring,
Machtwechsel; Haftendorn, Security and Détente, y Nelson, Making of Détente. <<

ebookelo.com - Página 1158


[3] Gelman, Brezhnev Politburo and the Decline of Détente, Anderson, Politic in an

Authoritarian State. <<

ebookelo.com - Página 1159


[4] «Informe del CC del Presidium del PCUS al Comité Central, no posterior al 14 de

octubre de 1964», Istochnik, 2 (1998), pp. 102-125, citado en la página xxx. <<

ebookelo.com - Página 1160


[5] Ibídem, pp. 113-114. <<

ebookelo.com - Página 1161


[6] En su notas personales para el Politburó de octubre de 1964, Brezhnev escribió y

subrayó las siguientes palabras: «El informe Polianski»; y a continuación: «Acerca


del informe del cam. Suslov para el Pleno (repartirlo)». Estas eran las dos opciones
que tenían que discutir los conspiradores en el pleno. Eligieron la segunda, y Suslov
expuso su versión mucho menos concreta de la crítica contra Jrushchov. Volkogonov,
Sem Vozhdei, 2, p. 83. <<

ebookelo.com - Página 1162


[7] El grupo de los que destituyeron a Jrushchov estaba formado, entre otros, por los

siguientes miembros del Politburó: L. I. Brezhnev, G. I. Voronov, A. P. Kirilenko, A.


N. Kosygin, N. V. Podgorni, D. S. Polianski, M. A. Suslov, N. M. Shvernik, V. V.
Grishin, L. N. Efremov, K. T. Mazurov, V. P. Mzhavanadze, P. E. Shelest, y Sh. P.
Rashidov, así como por los secretarios y jefes de departamento del CC Yu. V.
Andropov, P. N. Demichev, L. F. Ilyichev, V. I. Poliakov, B. N. Ponomarev, N. G.
Ignatov y A. N. Shelepin. De todos ellos, sólo Andropov, Shelepin, Ponomarev y
hasta cierto punto Suslov eran expertos en asuntos internacionales. <<

ebookelo.com - Página 1163


[8] Mikoyan, Tak bylo, p. 619. <<

ebookelo.com - Página 1164


[9] Véanse las transcripciones de las reuniones de Glassboro en FRUS, 1964-1968, 14,

pp. 514-556; para las actividades en materia de política exterior de Kosygin, véanse
los recuerdos de Oleg Troyanovski (que entre 1964 y 1966 fue su asesor de política
exterior) en su libro Cherezgodi i rasstoyaniia, pp. 267, 269-274; Alexei Voronov,
«Na nive vneshnei politiki», en Premier izvestni i neizvestnii, pp. 57-63. <<

ebookelo.com - Página 1165


[10] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 168. <<

ebookelo.com - Página 1166


[11] Según los datos de la mayoría de libros de memorias, esa «facción» estaba
formada, entre otros, por el director del KGB Semichastni, Polianski, el dirigente de
la sección moscovita del partido, Nikolai Yegorichev, y Nikolai Mesiatsev. Vladimir
Semichastni niega categóricamente en sus memorias que existiera semejante grupo.
Bespokoinoie serdtse, pp. 375, 389-390. <<

ebookelo.com - Página 1167


[12] Para la «identidad hostil-aislacionista», véase English, Russia and the Idea of the

West, pp. 120-122. <<

ebookelo.com - Página 1168


[13] Para el material correspondiente a la entrevista de Stalin con los autores de un

manual de economía política del socialismo en abril de 1950, véase RGASPI, f. 17,
op. 133, d. 41, 1. 20-25, citado en Pollock, Politics of Knowledge, p. 182. Para otras
opiniones similares, véase el diario de Vladimir Semenov, Novaia i noveishaia
istoriia, 4 (julio-agosto de 2004), pp. 96-97. <<

ebookelo.com - Página 1169


[14] English, Russia and the Idea of the West, pp. 121-122; Zubok y Pleshakov, Inside

the Kremlin's Cold War, pp. 177-179. <<

ebookelo.com - Página 1170


[15] Para la rehabilitación neoestalinista y los ánimos existentes entre la intelligentsia,

véase Alexeyeva y Goldberg, Thaw Generation, pp. 116-146; Samoilov, Podenniie


zapisi, 2, pp. 15-16; Tvardovski, «Rabochie tetradi 60-kh godov», p. 165. <<

ebookelo.com - Página 1171


[16] Taubman, Khrushchev, pp. 508-511; English, Russia and the Idea of the West, pp.

72-73, 122; Arbatov, System, pp. 85-86; Arbatov, Ziatanuvsheesia vyzdorovlenie


(1953-1988 gg.) Svidetelstvo sovremennika, p. 45; Burlatski, Vozdi i sovetniki. O
Khrushcheve, Andropove I ne tolko 0 nikh, p. 257; Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 144-
147. <<

ebookelo.com - Página 1172


[17] Arbatov, System, p. 115. <<

ebookelo.com - Página 1173


[18] Gaiduk, Confronting Vietnam, pp. 203-204, 207. <<

ebookelo.com - Página 1174


[19] Gaiduk, Soviet Union and the Vietnam War, pp. 8-9, 17-21, 28-30, 37-38, 40, 54-

55, 58. Gaiduk cree que la destitución de Khrushchev no hizo más que intensificar el
proceso de revisión de la política soviética respecto a Vietnam, pero no fue «el punto
de arranque» de dicha revisión (p. 19). Yo atribuyo una significación mayor a la
expulsión de Jrushchov. Es cierto que fueron los norvietnamitas quienes llevaron la
iniciativa en la escalada del conflicto y obligaron y a Moscú a seguirlos. Pero cuesta
trabajo imaginar que Jrushchov se mantuviera al margen cuando los americanos
empezaron a bombardear Vietnam. Al mismo tiempo, a los norvietnamitas les habría
resultado más difícil arrastrar a la URSS a prestar apoyo a su causa en tiempos de
Jrushchov. <<

ebookelo.com - Página 1175


[20] Entrevista del autor a Hedor Mochulski, consejero de la embajada soviética en

Beijing por aquel entonces, 20 de junio de 1992; Elizavetin, «Peregovori Kosygina i


Chou Enlai v Pekinskom Aeroportu», p. 54; Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 131-132;
Karnow, Vietnam, p. 427. Para los antecedentes y los malos recuerdos de la
colaboración chino-soviético-vietnamita, véase Gaiduk, Confronting Vietnam,; y
Olsen, «Changing Alliances». <<

ebookelo.com - Página 1176


[21] Para los antecedentes de todo esto, véase Logevall, Choosing War. <<

ebookelo.com - Página 1177


[22] Georgi Kornienko, a la sazón jefe del Departamento de Asuntos Norteamericanos

del Ministerio de Asuntos Exteriores, comentaba las funestas repercusiones de la


guerra de Vietnam sobre las relaciones soviético-estadounidenses en su libro
Kholodnaia voina, p. 123. <<

ebookelo.com - Página 1178


[23]
Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 127; Igor Ognetov (antiguo asesor de la
embajada de la URSS en Hanoi), «Tonkinskii intsident i Sovetskaia pomosch
Vietnamu», pp. 97-98; FRUS, 1964-1968, 14, pp. 233-259. <<

ebookelo.com - Página 1179


[24] Para la postura de Brezhnev y Gromiko, véase Dobrinin, In Confidence, pp. 140,

143; véase asimismo Gaiduk, Soviet Union and the Vietnam War, p. 48. <<

ebookelo.com - Página 1180


[25] Mikoyan, Tak bylo, pp. 619-620. <<

ebookelo.com - Página 1181


[26] Bovin, XX vek kak zhizn, p. 134; Mikoyan, Tak bylo, p. 620. <<

ebookelo.com - Página 1182


[27] Andropov, KGB al CC del PCURSS, 17 de noviembre de 1967, publicado en

Morozov, Evreiskaia emigratsiia, pp. 60-61. <<

ebookelo.com - Página 1183


[28] Kornienko, Kholodnaia voina, pp. 130-135. <<

ebookelo.com - Página 1184


[29] Shelest, Da Ne Sudimy Budete, pp. 283-284. <<

ebookelo.com - Página 1185


[30] Dobrinin, In Confidence, pp. 162-167; Bovin, XX vek kak zhizn, p. 160. <<

ebookelo.com - Página 1186


[31] Dobrinin, In Confidence, pp. 162-167; Kornienko, Kholodnaia voina, pp. 124-

127; entrevista del autor a Kornienko, Moscú, 15 de marzo de 1990; Saveliev y


Detinov, Big Five, pp. 7-9. <<

ebookelo.com - Página 1187


[32] Las anotaciones de Brezhnev a partir de 1944 constituyen un amasijo de «frases

analfabetas y expresiones ininteligibles». Volkogonov. Sem Vozhdei, 2, p. 11. <<

ebookelo.com - Página 1188


[33] Ibídem. <<

ebookelo.com - Página 1189


[34] Recuerdos de Leonid Zamiatin en Mlechin, Predsedateli KGB: Rassekrechenniie

sudbi, p. 439; véase la misma opinión en Adzhubey, Krusheniie illiuzii, pp. 309-310;
Grigorenko, Vpodpol’e mozhno vstretit toldo krys, p. 268. <<

ebookelo.com - Página 1190


[35] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 112-113; véase asimismo la entrevista que

le hicieron en Sovershenno sekretno, 6 (1992), p. 8. <<

ebookelo.com - Página 1191


[36] Arbatov, Zatianuvsheesia vyzdorovleniie, p. 45; English, Russia and the Idea of

the West, pp. 122. <<

ebookelo.com - Página 1192


[37] Viktor Sujodrev habla del «Sermón de la Montaña» en Musgrove I, transcripción.

Se ha elaborado una versión estándar del sermón de Brezhnev a partir del


memorándum de conversación de W. Averell Harriman con Brezhnev, 4 de junio de
1974, Special Files, caja 586, Harriman Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 1193


[38] Bovin, XX
vek kak zhizn, pp. 138, 139; véase Protocolo n.º 137, sesión del
Presidium de 20 de marzo de 1964, en Fursenko et al., Prezidium TsK KPSS, p. 820.
<<

ebookelo.com - Página 1194


[39] Información suministrada al autor por el general del KGB Nikolai Leonov en la

conferencia sobre la crisis de los misiles cubanos, La Habana, 12 de octubre de 2002;


para las críticas de Brezhnev hacia Jrushchov, véase el diario de Anatoli Cherniaev, 1
de enero de 1976, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1195


[40] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 256-257. <<

ebookelo.com - Página 1196


[41] Mikoyan, Tak bylo, p. 619; Semichastni, Bespokoinoie serdtse, p. 352. <<

ebookelo.com - Página 1197


[42]
Brezhneva, World I Left Behind, p. 38; Chazov, Zdorovie I Vlast, p. 87;
Alexandrov-Argentov, Ot Kollontai, p. 118; «Dnvenik kommuni 33», TsADKM, f.
193, op. 1, d. 3, 1. 156. <<

ebookelo.com - Página 1198


[43] El jefe de información de la sección regional del KGB, L. Stupak, se lo comunicó

al primer secretario de Ucrania, Meter Shelest; véase el diario de este último, 5 de


diciembre de 1966, Da ne sudimi budete, p. 266. <<

ebookelo.com - Página 1199


[44] Arbatov, System, pp. 245-248; Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 254-255. <<

ebookelo.com - Página 1200


[45] Kevorkov, Tainii Kanal, p. 127; Alexandrov-Argentov, Ot Kollontai, pp. 116,

250; Burlatsky, Vozhdi Isovetniki, p. 149; Chazov, Zdorovie I Vlast, pp. 14-15. <<

ebookelo.com - Página 1201


[46]
P. Rodionov, Znamia, 8 (agosto de 1989), pp. 194-195; Shelest en Leonid
Brezhnev v vospominaniiakh, razmishleniiakh, suzhdeniiakh, pp. 223-224;
Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 257, 259. <<

ebookelo.com - Página 1202


[47] Shelest, Da ne sudimi budete, pp. 219-220; Adzhubei, Krusheniie illuzii, p. 312;

Savelyev y Detinov, Big Five, p. 16; Kornienko, «On the ABM Treaty», conferencia
pronunciada en el Institute of US and Canada Studies, Moscú, 15 de noviembre de
1989, notas del archivo personal del autor. <<

ebookelo.com - Página 1203


[48] Para Grechko, véase Estrella Roja, 18 de octubre de 2003; y S. Jrushchov, Nikita

Khrushchev: Krizisi i raketi, 2, pp. 417-429. Para Ustinov, véase Zalesski, Imperia
Stalina, p. 455; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 268; Kevorkov, Tainii kanal,
pp. 234-237. <<

ebookelo.com - Página 1204


[49] Saveliev y Detinov, Big Five, pp. 9-11. <<

ebookelo.com - Página 1205


[50] Holloway, Soviet Union and the Arms Race, pp. 58-59; Zaloga, Kremlin's Nuclear

Sword, pp. 103, 118-141. <<

ebookelo.com - Página 1206


[51] Cherniaev, Moia zhizn, p. 305. <<

ebookelo.com - Página 1207


[52]
Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 141, 145-146. Para la lucha por la mente de
Brezhnev, véase Arbatov, System, 127-130; Cherniaev, Moia zhizn, pp. 259-260. <<

ebookelo.com - Página 1208


[53] Chernyaev, Moia zhizn, p. 305. <<

ebookelo.com - Página 1209


[54]
Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 68; véase un perfil de Gromiko en
Mlechin, MID: Ministri inostrannikh del, pp. 352-442. <<

ebookelo.com - Página 1210


[55] Dobrynin, In Confidence, p. 640. <<

ebookelo.com - Página 1211


[56] Ibídem, p. 642; entrevistas del autor a Georgi Kornienko, Moscú, 10 de diciembre

de 1996. <<

ebookelo.com - Página 1212


[57] La colección más completa de documentos sobre esta crisis en Navratil, Prague

Spring, 1968. <<

ebookelo.com - Página 1213


[58] RGANI, f. 5, op. 60, d. 309, 1. 58-72, citado en Pijoia, Sovetskii Soiuz, p. 321.

Los documentos de los archivos checos sobre la materia vienen a corroborar esta
tesis, pero no permiten sacar ninguna conclusión. Véase Mastny, «“We Are in a
Blind”», pp. 230-250; Cherniaev, Moia zhizn, p. 265. <<

ebookelo.com - Página 1214


[59] Suri, Power and Protest, pp. 199-200; Shelest, Da Ne Sudimy Budete, pp. 287,

330, 337, 396-397; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 146-147; Cherniaev, Moia


zhizn, p. 264; véase asimismo Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp. 303 y 336. <<

ebookelo.com - Página 1215


[60] Nikolai Shmelev, «Curriculum Vitae», Znamia-plus, 1997/1998, p. 112; Pikhoia,

Sovetskii Soiuz, pp. 301-326; Navratil, Prague Spring, 1968, pp. 114-125, 132-143,
158-159, 212-233, 336-338. <<

ebookelo.com - Página 1216


[61] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 112-113; Shelest, Da Ne Sudimy Budete,

pp. 363, 368, 384-385. <<

ebookelo.com - Página 1217


[62] Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp. 326-340. <<

ebookelo.com - Página 1218


[63] Actas de la sesión del Politburó, 19 de julio de 1968, citadas en Pijoia, Sovetskii

Soiuz, p. 327. <<

ebookelo.com - Página 1219


[64] Medvedev, Neizvestni Andropov, pp. 106-107, 114. <<

ebookelo.com - Página 1220


[65] Fragmentos de una evaluación del curso de la política exterior y del estado de las

relaciones soviético-norteamericanas, 16 de septiembre de 1968 (aprobada por el


Politburó), en Dobrinin, In Confidence, p. 643. <<

ebookelo.com - Página 1221


[66] Kvitsinski, Vremia i sluchai, p. 278. <<

ebookelo.com - Página 1222


[67] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 194-195. <<

ebookelo.com - Página 1223


[68] Navratil, Prague Spring, 1968, pp. 547-563; Kramer, «Ukraine and the Soviet-

Czechoslovak Crisis of 1968», pp. 234-247. <<

ebookelo.com - Página 1224


[69] Las pruebas del papel decisivo que tuvo la invasión de 1968 para los intelectuales

soviéticos son apabullantes. Véase Bovin, XX vek kak zhizn, p. 193; Chernyaev, Moia
zhizn, p. 266; Alexeyeva y Goldberg, Thaw Generation, p. 216; Arbatov,
Zatianuvsheesia vyzdorovleniie, p. 143; English, Russia and the Idea of the West, pp.
110-115, especialmente, p. 114. <<

ebookelo.com - Página 1225


[70] Cherniaev, Moia zhizn, pp. 268, 272, 292. <<

ebookelo.com - Página 1226


[71] Goncharov y Usov, «Peregovori A. N. Kosygina i Chou Enlaia v Pekinskom

Aeroportu», pp. 42, 43; Kuisong, «Sino-Soviet Border Clash», pp.21-52. <<

ebookelo.com - Página 1227


[72] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 216-217; Semichastny, Bespokoinoie, p.

328. <<

ebookelo.com - Página 1228


[73] Kissinger, Years of Upheaval, p. 233; Burr y Richelson, «Whether to “Strangle

the Baby the Cradle”», pp. 67-71. <<

ebookelo.com - Página 1229


[74] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 217. <<

ebookelo.com - Página 1230


[75] Goncharov y Usov, «Peregovori A. N. Kosygina i Chou Enlaia» (recuerdos de A.

Elizavetin y comentarios de los editores), pp. 54-56, 57-58; véase asimismo la


continuación de dichos recuerdos en Problemi Dalnego Vostoka, 1 (1993), p. 118. <<

ebookelo.com - Página 1231


[76] Kvitsinski, Vremia i sluchai, p. 226. <<

ebookelo.com - Página 1232


[77] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 184; Kvitsinsky, Vremia i sluchai, p. 272.

<<

ebookelo.com - Página 1233


[78] Falin, Bez skidok na obstoiateltsva. Politicheskiie vospominania, p. 127. <<

ebookelo.com - Página 1234


[79] «Iz dnevnika Semenova», 27 de enero de 1969, Novaia i noveishaia istoriia, 4

(julio-agosto de 2004), p. 91; Kvitsinski, Vremia i sluchai, pp. 264-271; Sarotte,


Dealing with the Devil, pp. 31-32. <<

ebookelo.com - Página 1235


[80] Chazov, Zdorovie i vlast, p. 90. <<

ebookelo.com - Página 1236


[81] Sarotte, Dealing with the Devil, pp. 34-35; Kevorkov, Tainii kanal, pp. 24-25. <<

ebookelo.com - Página 1237


[82] Kevorkov, Tainii kanal, pp. 58-64. <<

ebookelo.com - Página 1238


[83] Bahr, Zu meiner Zeit, pp. 284-338; Sarotte, Dealing with the Devil, pp. 77-84. <<

ebookelo.com - Página 1239


[84] Desde el lado norteamericano de la cuestión, véase Garthoff, Détente and
Confrontation, pp. 279-287; Kissinger, White House Years, pp. 406-407, 801-803,
809-810; Hanhimäki, Flawed Architect, pp. 85-91; Burr, Kissinger Transcripts, pp.
11, 44. Véase asimismo el KDB. <<

ebookelo.com - Página 1240


[85] Kevorkov, Tainii kanal, pp. 95-96; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 189-

191. Para la perspectiva germanooccidental, véase Brandt, Erinnerungen, pp. 206-


210. <<

ebookelo.com - Página 1241


[86] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 245-246; Kvitsinsky, Vremia i sluchai, pp. 276-277.

<<

ebookelo.com - Página 1242


[87] Molotov a Chuev, 12 de julio de 1976, en Chuev, Sto sorok besed, p. 116. Yitzhak

Brudni exagera el apoyo de los nacionalistas rusos con el que contaba Brezhnev y
afirma, basándose en testimonios muy poco concluyentes, que fomentó la política de
«inclusión» de los nacionalistas en el establishment cultural soviético. Por el
contrario, la política de Brezhnev provocó cada vez más críticas de los nacionalistas.
Brudni, Reinventing Russia, pp. 70-93; Laqueur, Black Hundred; Semanov, Brezhnev.
<<

ebookelo.com - Página 1243


[88] Diario de Chemiaev, 1 de enero de 1976, NSArch. Véase asimismo la versión

estenográfica de las actas de una conferencia con Brezhnev celebrada el 16 de


diciembre de 1975, citada en Brutents, Tridtsat let, p. 279. <<

ebookelo.com - Página 1244


[89] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 213-214, 229-230. <<

ebookelo.com - Página 1245


[90] Nelson, Making of Détente, p. 101. <<

ebookelo.com - Página 1246


[91] Kevorkov, Tainii kanal, p. 95. <<

ebookelo.com - Página 1247


[92] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 256-257. <<

ebookelo.com - Página 1248


[93] Saveliev y Detinov, Big Five, pp. 9-11. <<

ebookelo.com - Página 1249


[94] El primer equipo de negociadores del SALT estaba formado, entre otros, por el

viceministro de Asuntos Exteriores, Vladimir Semenov, el jefe del Departamento de


Asuntos Norteamericanos del Ministerio de Asuntos Exteriores, Georgi Kornienko, el
jefe del consejo científico de la Comisión de Industrias Militares, Alexander
Shchukin, un representante del Ministerio de la Radio, Meter Pleshakov, los
generales Nikolai Ogarkov y Nikolai Alexeiev, y un representante del primer director
en jefe del KGB, Vladimir Pavlichenko. Véanse Saveliev y Detinov, Big Five, pp. 9,
12; entrevista del autor a Kornienko, Moscú, 22 de diciembre de 1989; y el artículo
«Iz dnevnika Semenova», Novaia i noveishaia istoriia, 4 (julio-agosto de 2004), p.
101. <<

ebookelo.com - Página 1250


[95] Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 184, 216-217. <<

ebookelo.com - Página 1251


[96] Memorándum de la conversación del embajador de la URSS en Washington, A. F.

Dobrinin, con Kissinger, asistente del presidente Nixon, 22 de julio de 1969, RGANI,
f. 5, op. 61, d. 558, 1. 92-105, traducido [al inglés] y publicado en CWIHP Bulletin,
n.º 3 (otoño de 1993), p. 64. <<

ebookelo.com - Página 1252


[97] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 206; véase asimismo KDB. <<

ebookelo.com - Página 1253


[98] Hersh, Price of Power, p. 376; Garthoff, Détente and Confrontation, pp. 245-263;

Ross, Negotiating Cooperation, pp. 17-54; Burr, Kissinger Transcripts, pp. 12-13;
Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 217. <<

ebookelo.com - Página 1254


[99] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 218; Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp.

214-215. <<

ebookelo.com - Página 1255


[100] Kevorkov, Tainii kanal, pp. 97-107. <<

ebookelo.com - Página 1256


[101] Para los antecedentes y los sucesos de la guerra indo-pakistaní de 1971, véase

Kissinger, White House Years, pp. 842-918; Nixon, RN, pp. 525-531; Garthoff,
Détente and Confrontation, pp. 295-322; puede verse una relación de los hechos
mucho más breve desde la perspectiva soviética en Alexandrov-Agentov, Ot
Kollontai, pp. 218-220. <<

ebookelo.com - Página 1257


[102] Garthoff, Détente and Confrontation, pp. 300-301; Hanhimäki, Flawed
Architect, pp. 161, 171, 179-184; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, 242; Arbatov,
System, p. 195. <<

ebookelo.com - Página 1258


[103]
Kissinger, White House Years, pp. 1113-1122, 1154, 1176-1191; Dobrynin,
Sugubo doveritelno, pp. 228-229. <<

ebookelo.com - Página 1259


[104] Cherniaev recuerda una de esas llamadas de Kosygin a Brezhnev el 9 de marzo

de 1972, Moia zhizn, p. 285. <<

ebookelo.com - Página 1260


[105] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 222-223. <<

ebookelo.com - Página 1261


[106]
Ibídem, pp. 221, 226; la versión de Georgi Kornienko recoge esta misma
impresión en Kholodnaia voina, pp. 144-145. <<

ebookelo.com - Página 1262


[107] Según la documentación norteamericana, Brezhnev dijo a Kissinger: «Usted y yo

podemos hacer muchas cosas juntos entre los dos. Tal vez deberíamos simplemente
eliminar nuestros ministerios de Asuntos Exteriores». Kissinger respondió: «Por
nuestra parte, ya hemos dado pasos en esa dirección. Ahora necesitamos una
reducción [del papel] de Gromiko». Brezhnev replicó entonces: «Si veo una
expresión abatida en la cara del presidente Nixon, le contaré un par de chistes para
animarlo». Kissinger comentó que Gromiko «se parece un poco al presidente». Estos
comentarios jocosos no aparecen en la documentación soviética que recoge la
conversación. Memorándum de la conversación Brezhnev-Kissinger, 22 de abril de
1972, NARA; actas de la conversación de Brezhnev con el asesor especial del
presidente norteamericano, Henry Kissinger, 22 de abril de 1972, KDB. <<

ebookelo.com - Página 1263


[108] KDB; Sukhodrev, Iazik moi - drug moi, p. 263. <<

ebookelo.com - Página 1264


[109] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 221; KDB. <<

ebookelo.com - Página 1265


[110] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 223-224; Dobrinin, Sugubo doveritelno,

p. 233. <<

ebookelo.com - Página 1266


[111] Notas del diario de Shelest correspondientes a los días 10-25 de octubre de 1969,

y 8 de enero de 1972, Da ne sudimi budete, pp. 437-438, 496. <<

ebookelo.com - Página 1267


[112] Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 233-234. <<

ebookelo.com - Página 1268


[113] Hanson, Rise and Fall of the Soviet Economy, pp. 122-123. <<

ebookelo.com - Página 1269


[114] Diario de Cherniaev, 6 de abril de 1972, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1270


[115] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 210; Kissinger a propósito de Smirnov en

White House Years, p. 1234. Para la prioridad dada por Brezhnev a las inversiones en
agricultura, especialmente en la Federación Rusa, véase Brudny, Reinventing Russia,
pp. 58-59; «Iz dnevnika Semenova», 18 de abril y 31 de mayo de 1972, Novaia i
noveishaia istoriia, 4 (julio-agosto de 204), pp. 104-105. <<

ebookelo.com - Página 1271


[116] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 223-224. <<

ebookelo.com - Página 1272


[117]
Kissinger, White House Years, p. 1138; véase asimismo su libro Years of
Upheaval, p. 231. <<

ebookelo.com - Página 1273


[118] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 224. <<

ebookelo.com - Página 1274


[119] Sujodrev, Iazik moi-drug moi, p. 269; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp.

225-232. <<

ebookelo.com - Página 1275


[120] Memorándum de la conversación entre Brezhnev y Harriman, de 4 de junio de

1974, en el despacho de Brezhnev en el Kremlin, Harriman Collection, Special Files,


caja 586, LC. <<

ebookelo.com - Página 1276


[121] Sujodrev en Musgrove I, transcripción, pp. 14-16. <<

ebookelo.com - Página 1277


[122] Nelson, Making of Détente, pp. 32-39. <<

ebookelo.com - Página 1278


[123]
Kissinger, White House Years, p. 1138; véase asimismo su libro Years of
Upheaval, p. 231. <<

ebookelo.com - Página 1279


[124]
Olshanskaia, «Kiseleva, Kishmareva, Tyuricheva», pp. 9-27; Kozlova,
«Krestianskii syn: Opyt issledovaniia biografii», pp. 112-123. <<

ebookelo.com - Página 1280


[125] Cherniaev, Moia zhizn, p. 290. <<

ebookelo.com - Página 1281


[126] Gelman, Brezhnev Politburo and the Decline of Détente. <<

ebookelo.com - Página 1282


[127] Bahr, Zu meiner Zeit, p. 420. <<

ebookelo.com - Página 1283


[1] La descripción más detallada y mejor documentada de la política soviética en

Afganistán en 1978-1979 es la que ofrece Garthoff en Détente and Confrontation;


véanse asimismo Cordovez y Harrison, Out of Afghanistan; Westad, «Prelude to
Invasion». Y véanse también las versiones rusas de los hechos: Liajovski, Tragediia,
y la nueva edición puesta al día, Plamia Afghana; Kornienko, Kholodnaiia voina, pp.
188-209; Gai y Snegirev, «Vtorzheniie», pp. 3-4; Gareev, «Pochemu i kak mi voshli v
Afghanistan», pp. 17-23; Gankovski, «Kto, gde, kogda prinial resheniie o wode
sovetskikh voisk v Afghanistan?», pp. 2-9. <<

ebookelo.com - Página 1284


[2] Cordovez y Harrison, Out of Afghanistan, p. 14. <<

ebookelo.com - Página 1285


[3]
Véase Ouimet, Rise and Fall of the Brezhnev Doctrine; Kramer, «Soviet
Deliberations during the Polish Crisis», p. 10; Mastny, «Soviet Non-Invasion of
Poland»; Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe. Vzgliad so Staroi ploschiadi»;
materiales de Jachranka. <<

ebookelo.com - Página 1286


[4] Mastny, «Soviet Non-Invasion of Poland», pp. 14, 34. <<

ebookelo.com - Página 1287


[5]
Westad, Fall of Détente; Kornienko, Kholodnaia voina, 164-186; Dobrynin,
Sugubo doveritelno, pp. 487-494. <<

ebookelo.com - Página 1288


[6] Dobrinin, Sugubo doveritelno, 245. <<

ebookelo.com - Página 1289


[7] Actas del CC de la Secretaría del PCUS, 20 de noviembre de 1972, Volkogonov

Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 1290


[8] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 193-195. <<

ebookelo.com - Página 1291


[9] Ibídem, p. 232. <<

ebookelo.com - Página 1292


[10] Kissinger, Years of Upheaval, pp. 233, 274-286; Garthoff, Détente and
Confrontation, pp. 376-386; véase asimismo de este autor el libro Journey through
the Cold War, p. 283. Para China, véase el memorándum de la conversación entre
Brezhnev y Nixon en San Clemente, California, 23 de junio de 1973, NARA, copias
en el NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1293


[11] Garthoff, Détente and Confrontation, pp. 1135-1137; y véase también su libro

Journey through the Cold War, pp. 282-285. <<

ebookelo.com - Página 1294


[12]
Garthoff, Journey through the Cold War, p. 285; Alexandrov-Agentov, Ot
Kollontai, pp. 193-195. <<

ebookelo.com - Página 1295


[13] Véase Kissinger, Ending the Vietnam War, Hanhimäki, Flawed Architect, pp. 341-

344. <<

ebookelo.com - Página 1296


[14] Diario de Cherniaev, 9 de marzo de 1975, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1297


[15] Memorándum de la conversación entre Brezhnev y Kissinger de 13 de septiembre

de 1972, NARA, conservada en NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1298


[16]
Informe del 5.º Departamento del KGB, 9 de mayo de 1973, publicado en
Morozov, Evreiskaia emigratsiia v svete novikh dokumentov, p. 169. <<

ebookelo.com - Página 1299


[17] Véase Buwalda, They Did Not Dwell Alone, Goldberg, Jewish Power, pp. 167-

174. <<

ebookelo.com - Página 1300


[18] Pueden encontrarse más detalles sobre el asunto en Hunt, Ideology and U. S.

Foreign Policy; Ninkovich, Wilsonian Century, Smith, America’s Mission; Mead,


Special Providence; Stephansson, «Cold War Considered as a U. S. Project», pp. 52-
67. <<

ebookelo.com - Página 1301


[19] Chernyaev, miembro del círculo de autores de los discursos de Brezhnev y
persona sensible a las manifestaciones de antisemitismo, no señala ni comenta nunca
ni rastro de tal cosa en el comportamiento de Brezhnev. Entrevista del autor con él,
Moscú, 4 de enero de 2003. <<

ebookelo.com - Página 1302


[20] «K voprosu o viezde za granitsu lits evreiskoi natsionalnosti», actas del Politburó,

20 de marzo de 1973, Istochnik, 1 (1996), p. 156; véase asimismo Morozov,


Evreiskaia emigratsiia v svete novikh dokumentov, pp. 164-168. <<

ebookelo.com - Página 1303


[21]
«K voprosu o viezde za granitsu lits evreiskoi natsionalnosti», Istochnik, 1
(1996), p. 158. <<

ebookelo.com - Página 1304


[22] Dobrynin, Sugubo doveritelno, p. 492. <<

ebookelo.com - Página 1305


[23] Brudny, Reinventing Russia, pp. 108, 111, 112, 113. <<

ebookelo.com - Página 1306


[24] Ibídem, p. 156; Kissinger, Years of Upheaval, 252. No se dice nada sobre ninguno

de estos detalles en las memorias de Dobrinin. <<

ebookelo.com - Página 1307


[25] Entre ellos se encontraba el asistente de Jackson Richard Perle, Jeane Kirkpatrick,

Norman Podhoretz, editor de la revista intelectual judía Commentary, Max K.


Kampelman, Eugene V. Rosnow y Paul Wolfowitz. <<

ebookelo.com - Página 1308


[26] Roy Medvedev en «Dissidenti o dissidentsove», Znamia, 9 (septiembre de 1997),

p. 183; Pontuso, Solzhenitsyn’s Political Thought, pp. 143, 149-157. <<

ebookelo.com - Página 1309


[27] Bovin, XX vek kak zhizn, pp. 257-258. <<

ebookelo.com - Página 1310


[28] Kevorkov, Tainii kanal, pp. 169-172. <<

ebookelo.com - Página 1311


[29] Vasili Aksenov y Leonid Borodin, en «Dissidenti o dissidentsove», Znamia 9

(septiembre de 1997), pp. 164-165, 170-171; Morozov, Evreiskaia emigratsiia v svete


novikh dokumentov, pp. 190-191, 213; Pearson, Solzhenitsyn; Scammell, Solzhenitsyn
Files; Kremlevsky samosud: Sekretniie dokumenti Politburo o pisatele A.
Solzhenitsyne. <<

ebookelo.com - Página 1312


[30] Memorándum de N. Shchelokov, «Sobre la Cuestión Solzhenitsin», 7 de octubre

de 1971, actas de una sesión del Politburó, 30 de marzo de 1972, actas de la sesión
del CC, 13 de abril de 1972, todo ello en Scammell, Solzhenitsyn Files, pp. 161-163,
164, 185-187, 194-197, 199-210, 221-222, 256-257. <<

ebookelo.com - Página 1313


[31]
Solzhenitsin, La encina y el ternero; Carlisle, «Solzhenitsyn and the Secret
Circle», pp. 27-33; Medvdev, Neizvestny Andropov, p. 143. <<

ebookelo.com - Página 1314


[32] Actas del Politburó, 7 de enero de 1974, Volkogonov Collection, LC; Scammell,

Solzhenitsyn Files, pp. 283-292. <<

ebookelo.com - Página 1315


[33] Kevorkov, Tainii kanal, pp. 169-172. <<

ebookelo.com - Página 1316


[34] Ibídem, pp. 174-176; carta de Y. Andropov a L. Brezhnev, 7 de febrero de 1974,

en Scammell, Solzhenitsyn Files, pp. 342-344. <<

ebookelo.com - Página 1317


[35] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 333; conversación del autor con Dobrinin, Oslo,

20 de septiembre de 1995. <<

ebookelo.com - Página 1318


[36] Israelian, Inside the Kremlin; véanse asimismo Vinogradov, Diplomatiia: Liudi i

Sobitiia, pp. 201-272; Kirpichenko, Iz arkhiva razvedchika; Dobrynin, Sugubo


doveritelno, pp. 268-279; Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 160-164; Alexandrov-
Agentov, Ot Kollontai, pp. 203-206; Garthoff, Détente and Confrontation, pp. 404-
446; Lebow y Stein, We All Lost the Cold War, y Ginor, «Under the Yellow Arab
Helmet Gleamed Blue Russian Eyes», pp. 127-157. <<

ebookelo.com - Página 1319


[37] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 244; Garthoff, Détente and Confrontation, pp.

1135-1137; Garthoff, Journey through the Cold War, pp. 282-285. <<

ebookelo.com - Página 1320


[38] Dobrinin, Sugubo doveritelno, 261; Hanhimäki, Flawed Architect, pp. 281-282,

305-306. <<

ebookelo.com - Página 1321


[39] El presidente sirio Hafiz Assad informó de los planes de guerra al embajador

soviético en Damasco, Nuritdin Mujitdinov. Además, los dirigentes soviéticos se


enteraron de la fecha del ataque unos días antes, probablemente a través de sus
servicios de inteligencia. Israelian, Inside the Kremlin, pp.10-11, 15-18. <<

ebookelo.com - Página 1322


[40] Ibídem, pp. 26, 99. <<

ebookelo.com - Página 1323


[41]
Memorándum de la conversación mantenida el 18 de marzo de 1974 entre
Kissinger, Helmut Sonnenfeld, Arthur Hartman, William Hyland y Lawrence S.
Eagleburger, en Burr, Kissinger Transcripts, p. 225. <<

ebookelo.com - Página 1324


[42] Israelian, Inside the Kremlin, pp. 10-11, 95, 125-126, 128, 168; Dobrinin, Sugubo

doveritelno, pp. 266-283; Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 160-164; Alexandrov-


Agentov, Ot Kollontai, pp. 203-206; versión de Kissinger en su libro Years of
Upheaval, pp. 450-613. <<

ebookelo.com - Página 1325


[43] Andropov a Brezhnev, 19 de octubre de 1973, Volkogonov Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 1326


[44] Israelian, Inside the Kremlin, pp. 165-166; Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 273;

Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, p. 204. <<

ebookelo.com - Página 1327


[45] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 274; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp.

204-206; actas de la sesión del Politburo de 25 de octubre de 1973, citadas en


Israelian, Inside the Kremlin, pp. 179-181. <<

ebookelo.com - Página 1328


[46] Garthoff, Détente and Confrontation, p. 428; Israelian, Inside the Kremlin, pp.

182-186; Hanhimäki, Flawed Architect, pp. 310, 315-316. <<

ebookelo.com - Página 1329


[47] Véase la conclusión opuesta en Hanhimäki, Flawed Architect, pp. 328-330. <<

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[48] Israelian, Inside the Kremlin, 188; Dobrynin, Sugubo doveritelno, pp. 277-278.

<<

ebookelo.com - Página 1331


[49] Véase el comentario indirecto que realiza Cherniaev en noviembre de 1973 acerca

de la conversación mantenida por Brezhnev y Gromiko sobre este asunto en su libro


Moia zizhn, p. 301. <<

ebookelo.com - Página 1332


[50] Expresión utilizada por el general del KGB Leonid Shebarshin, y que se cita en

Westad, Fall of Détente, p. 132. <<

ebookelo.com - Página 1333


[51] Entrevista con el embajador soviético Anatoli Dobrinin en el Despacho Oval, 26

de diciembre de 1973, de Henry A. Kissinger al Archivo del Presidente, copia en el


NSArch; Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 280-283, 291-292; Alexandrov-Agentov,
Ot Kollontai, p. 233; Sujodrev, Iazik moi -drug moi, p. 315. <<

ebookelo.com - Página 1334


[52] Las fuentes del KGB afirmaban que Brandt era víctima de intrigas en el seno del

SPD, según Kevorkov, Tainii kanal, pp. 177-187; Bahr, Zu meiner Zeit, pp. 261-262;
Smyser, From Yalta to Berlin, pp. 267-270; Chazov, Zdorovie I Vlast, p. 87. <<

ebookelo.com - Página 1335


[53] Chazov, Zdorovie I Vlast, p. 75. <<

ebookelo.com - Página 1336


[54] Sukhodrev, Iazik moi -drug moi, pp. 288-289, 290. <<

ebookelo.com - Página 1337


[55] Andropov a Brezhnev, 29 de octubre de 1973, Volkogonov Collection, rollo 16,

caja 24, LC. <<

ebookelo.com - Página 1338


[56] Volkogonov cita la prueba de que Brezhnev probablemente recibiera algunas

pastillas de Andropov en Sem Vozhdei, pp. 99-100. <<

ebookelo.com - Página 1339


[57] Chazov, Zdorovie I Vlast, pp. 85, 112-113, 116-117; Arbatov, System, 192; diario

de Cherniaev, 10 y 24 de octubre de 1975, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1340


[58] Podvig, Strategicheskoie iademoie vooruzheniie Rossii, que puede encontrarse

también en http://www.armscontrol.ru; Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword, pp. 171-


177. <<

ebookelo.com - Página 1341


[59] Saveliev y Detinov, Big Five, p. 3. <<

ebookelo.com - Página 1342


[60] La discusión de esta cuestión tuvo lugar en Musgrove I. <<

ebookelo.com - Página 1343


[61] Garthoff, Journey through the Cold War, pp. 331-332; Cahn, Killing Détente;

Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword, p. 177. <<

ebookelo.com - Página 1344


[62] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 336. <<

ebookelo.com - Página 1345


[63]
Sujodrev, Iazik moi -drug moi, p. 309; para una versión de esta misma
conversación con otros participantes, véase Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 259-
260. <<

ebookelo.com - Página 1346


[64] Memorándum de la conversación Brezhnev-Kissinger de 26 de octubre de 1974,

publicado en Burr, Kissinger Transcripts, pp. 345-354; Kissinger, Years of Renewal,


pp. 277-279. <<

ebookelo.com - Página 1347


[65] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 315; memorándum de la conversación
mantenida por Brezhnev y Ford durante su entrevista de 23 de noviembre de 1974 en
el tren que los conducía del aeropuerto de Vozdvizhenka al sanatorio Okeanskaya,
cerca de Vladivostok, a las 2.30 de la tarde, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1348


[66]
Kissinger, Years of Renewal, pp. 288-290; los autores de la propuesta de
Gorbachov fueron el viceministro de Asuntos Exteriores, Georgi Kornienko, y el
subdirector del Departamento Operativo Superior del Alto Estado Mayor, general
Sergei Akhromeyev, miembros del grupo de expertos («los cinco pequeños») de
Vladivostok; véase Saveliev y Detinov, Big Five, p. 37. <<

ebookelo.com - Página 1349


[67] Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 315; Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 157-

158. <<

ebookelo.com - Página 1350


[68] Kornienko, Kholodnaiia voina, p. 158; entrevista del autor a Kornienko, Moscú,

23 de noviembre de 1989; Nikolai Detinov en Musgrove I; Kissinger, Years of


Renewal, p. 297. <<

ebookelo.com - Página 1351


[69] «Intelligence Community Experiment in Competitive Analysis. Soviet Strategic

Objectives: An Alternative View» (informe del Equipo B), diciembre de 1976,


NSArch; véase asimismo Pipes, Vixi, pp. 134-142. <<

ebookelo.com - Página 1352


[70] Kissinger, Years of Renewal, pp. 302-307; Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 320-

322, 327; Hanson, Rise and Fall of the Soviet Economy, p. 123. <<

ebookelo.com - Página 1353


[71]
Chazov, Zdorovie I Vlast, pp. 127-128; Sheludko, en Leonid Brezhnev v
vospominaniiakh, razmishleniiakh, suzhdeniiakh, pp. 320-323; diario de Cherniaev, 2
de marzo y 11 de septiembre de 1975, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1354


[72] Diario de Cherniaev, 10 y 24 de octubre de 1975, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1355


[73] Actas no oficiales de los comentarios de Brezhnev de 16 de diciembre de 1975,

recogidas en Karen Brutents, Tridsat let, pp. 270-271; otras reproducciones del
mismo comentario en el diario de Cherniaev, 2 de enero de 1976, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1356


[74] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 236-237; Dobrinin, Sugubo doveritelno,

pp. 335, 492. <<

ebookelo.com - Página 1357


[75] Véase Lysebu I; véase asimismo Fort Lauderdale. <<

ebookelo.com - Página 1358


[76] Oleg Troyanovski a propósito de la reacción de Andropov, en Fort Lauderdale, p.

12. <<

ebookelo.com - Página 1359


[77] Davidson et al., SSSR i Afrika, pp. 132, 198-199. <<

ebookelo.com - Página 1360


[78] Westad, Global Cold War, capítulo 3. <<

ebookelo.com - Página 1361


[79] Anatoly Dobrinin y Oleg Troyanovski en Fort Lauderdale, pp. 8,11. <<

ebookelo.com - Página 1362


[80] Brutents, Tridsat let, p. 325; Davidson et al., SSSR i Afrika, pp. 251-303. <<

ebookelo.com - Página 1363


[81] Davidson et al., SSSR i Afrika, pp. 220-221. <<

ebookelo.com - Página 1364


[82] Istochnik, 2 (1998), pp. 114-120. <<

ebookelo.com - Página 1365


[83] Memorándum de conversación Brezhnev-Kissinger, 22 de abril de 1972,
Kissinger Papers, NARA. <<

ebookelo.com - Página 1366


[84] Westad, «Moscow and the Angolan Crisis», p. 20. E 1991-1992, Westad tuvo

acceso a los documentos del antiguo CC del PCUS. Dichos documentos fueron
posteriormente clasificados de nuevo. <<

ebookelo.com - Página 1367


[85] Ibídem, p. 20. <<

ebookelo.com - Página 1368


[86] Karen Brutents en Fort Lauderdale, p. 22, 23. <<

ebookelo.com - Página 1369


[87] Para Gorshkov, véase Chipman, «Admiral Gorshkov and the Soviet Navy». <<

ebookelo.com - Página 1370


[88] Hewett, Open for Business, p. 12; Pijoia, «Pochemu raspalsia SSSR?», pp. 16-17,

www.sgu.ru/faculties/historical/sc.publication/historynewtime/cold_war/1.php. <<

ebookelo.com - Página 1371


[89] Para el «pequeño convenio», véase Millar, «Little Deal», pp. 694-706;
Derluguian, «Tale of Two Cities», pp. 47-48; correspondencia del autor con Georgi
Derluguian (en los archivos del autor). El valor de los destinos en el extranjero entre
la población soviética experimentó un crecimiento espectacular durante los años
setenta. <<

ebookelo.com - Página 1372


[90] Garthoff, Journey through the Cold War, p. 295. <<

ebookelo.com - Página 1373


[91] Diario de Cherniaev, 13 de mayo de 1974, NSArch; Lysebu I, p. 33. <<

ebookelo.com - Página 1374


[92] Kissinger, Years of Renewal, p. 818. <<

ebookelo.com - Página 1375


[93] Kornienko en Lysebu I, p. 78. <<

ebookelo.com - Página 1376


[94] Westad, «Moscow and the Angolan Crisis», p. 21. <<

ebookelo.com - Página 1377


[95] Gleijeses, Conflicting Missions; véase asimismo su artículo «Havana’s Policy in

Africa», pp. 5-8. <<

ebookelo.com - Página 1378


[96] Blight y Brenner, Sad and Luminous Days. <<

ebookelo.com - Página 1379


[97] Recuerdos de Georgi Shajnazarov en Fort Lauderdale, pp. 39-40. <<

ebookelo.com - Página 1380


[98] Los primeros contactos entre Agostino Neto y Che Guevara tuvieron lugar en

1965; véase Gleijeses, «Havana’s Policy in Africa», p. 7. <<

ebookelo.com - Página 1381


[99] Kornienko, Kholodnaiia voina, p. 166. <<

ebookelo.com - Página 1382


[100]
Arbatov, System, pp. 194-195; para la postura ortodoxa de la troika y sus
presiones sobre Brezhnev después de la Conferencia de Helsinki, véase Cherniaev,
Moia zhizn, p. 317; Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 359. <<

ebookelo.com - Página 1383


[101] Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 167-168; entrevista de Kornienko con el

autor, Moscú, 23 de noviembre de 1989, y 15 de marzo de 1990; Westad, «Moscow


and the Angolan Crisis», pp. 24, 30-31; Lysebu I, P. 32; Garthoff, Détente and
Confrontation, pp. 566-567; Gleijeses, «Havana’s Policy in Africa», pp. 271-272. <<

ebookelo.com - Página 1384


[102] Garthoff, Détente and Confrontation, p. 586. <<

ebookelo.com - Página 1385


[103] Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 167-168; Karen Brutents planteaba esta idea

en Lysebu I, p. 47. <<

ebookelo.com - Página 1386


[104] Brenner y Blight, «Cuba, 1962», pp. 81-85; Westad, «Moscow and the Angolan

Crisis», pp. 25-27. <<

ebookelo.com - Página 1387


[105] Garthoff, Détente and Confrontation, p. 581, cita la petición de Kissinger a

través del Department of State Bulletin, 1A (5 de abril de 1976); Westad, «Moscow


and the Angolan Crisis», pp. 28-29. <<

ebookelo.com - Página 1388


[106] Anatoli Dobrinin en Fort Lauderdale, pp. 44-45; Dobrynin, Sugubo doveritelno,

p. 383. <<

ebookelo.com - Página 1389


[107]
He visto varios perfiles de Brzezinski elaborados entre el otoño de 1976 y
comienzos de 1977 por el Instituto de Estudios sobre Estados Unidos y Canadá de la
Academia de Ciencias de la URSS; véanse asimismo Cherniaev, Moia zhizn, p. 298;
y Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 409. <<

ebookelo.com - Página 1390


[108] Alexeyeva y Goldberg, Thaw Generation, pp. 288-289; RGANI, f. 89, op. 25,

doc. 44. <<

ebookelo.com - Página 1391


[109] Kornienko, Kholodnaia voina, pp. 170-172; diario de Cherniaev, 9 y 15 de enero

de 1977, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1392


[110] En el otoño de 1976, los neoconservadores y los principales críticos de la
distensión y del SALT organizaron el Comité del Peligro Actual. Denunciaron el
marco de los acuerdos de Vladivostok asegurando que había dado ventajas a la Unión
Soviética, especialmente en la «carga útil» de los misiles intercontinentales
superpesados, y los norteamericanos no tenían nada que pudiera compararse con
ellos. Algunos miembros de la administración Carter, en particular el secretario de
Defensa Harold Brown y el subsecretario William Perry, tenían sus propios recelos
respecto a la creciente superioridad numérica de las fuerzas estratégicas y
convencionales de la URSS. Para la influencia de Nitze, véase Brzezinski en
Musgrove I, transcripción, pp. 48-49; Njolstad, Peacekeeper and Troublemaker. <<

ebookelo.com - Página 1393


[111] Brzezinski en Musgrove I, transcripción, pp. 56-57; Njolstad, «Keys of Keys?»,

pp. 37-40; Njolstad, Peacekeeper and Troublemaker, pp. 43-46. <<

ebookelo.com - Página 1394


[112] Kissinger, Years of Renewal, pp. 856-859; Garthoff, Détente and Confrontation,

pp. 596-599; entrevista del autor con él, Moscú, 23 de noviembre de 1989, y 15 de
marzo de 1990; citado también en Westad, Fall of Détente, p. 12; Dobrinin, Sugubo
doveritelno, p. 391; Brezhnev a Carter, 4 de febrero de 1977, publicado en CWIHP
Bulletin, n.º 5 (1995); Kornienko, Kholodnaia voina, p. 173; diario de Dobrinin,
informe de la conversación mantenida con el Secretario de Estado Vance, 21 de
marzo de 1977, NSArch; Viktor Starodubov en Musgrove I, manuscrito, p. 74; diario
de Brezhnev, 18 de marzo de 1977, Volkogonov Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 1395


[113] Vance en Musgrove I, transcripción, p. 62; diario de Cherniaev hablando de su

lectura de la transcripción de las conversaciones soviético-norteamericanas, 1 de abril


de 1977, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1396


[114] Véase la discusión entre Harold Brown, Zbigniew Brzezinski, Nikolai Detinov,

Viktor Starodubov, y Dobrinin en Musgrove I, transcripción, pp. 27-37. <<

ebookelo.com - Página 1397


[115] Informe de la conversación mantenida por A. A. Gromiko y el secretario de

Estado norteamericano Cyrus Vance, el 31 de mayo de 1978, en Nueva York,


suministrado en febrero de 1994 por el gobierno ruso al Proyecto Carter-Brezhnev,
NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1398


[116]
Dobrinin en Musgrove I, transcripción, pp. 66, 80-81; Dobrinin, Sugubo
doveritelno, p. 397; KGB al CC, 18 de marzo de 1977, RGANI, f. 89, per. 18, dok.
63. <<

ebookelo.com - Página 1399


[117] Dobrinin en Musgrove I, transcripción, p. 136; véase asimismo su libro Sugubo

doveritelno, pp. 395-396. <<

ebookelo.com - Página 1400


[118] Instrucciones de Carter a Brzezinski, 17 de mayo de 1978, NSArch; véase
asimismo Fort Lauderdale, pp. 145-146. Para el debate sobre China, véanse las actas
del Consejo Coordinador de Seguridad sobre el Cuerno de África, 2 de marzo de
1978, NSArch. La descripción detallada de la visita de Brzezinski se encuentra en sus
memorias, Power and Principle, pp. 208-215; véanse asimismo Garthoff, Détente
and Confrontation, pp. 705-706, 770-778; y memorándum de la conversación entre
W. Averell Harriman y el embajador Dobrinin a la hora del almuerzo, N Street, 3 de
marzo de 1978, Harriman Collection, LC. <<

ebookelo.com - Página 1401


[119] Informe de la conversación Gromiko-Vance, 31 de mayo de 1978, y discurso de

L. I. Brezhnev en la sesión del Politburó del CC del PCUS acerca de varios temas de
relaciones internacionales, extraído del Protocolo n.º 107 de la sesión del Politburó
del CC del PCUS de 8 de junio de 1978, RGANI, f. 89, per. 34, dok. 1, 1. 7;
«Relaciones soviético-estdounidenses en la Era Contemporánea», RGANI, f. 89, per.
76, dok. 28, 1. 1-2. <<

ebookelo.com - Página 1402


[120]
Transcripciones de la cumbre de Viena, 16-18 de junio de 1979, NSArch;
Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 422-427; Sujodrev, Iazik moi -drug moi, pp. 344-
345. <<

ebookelo.com - Página 1403


[121]
Garthoff, Journey through the Cold War, p. 285; El mejor estudio de los
antecedentes históricos de la intervención soviética en Afganistán es Lyajovski,
Plamia Afgania, pp. 11-46. <<

ebookelo.com - Página 1404


[122] Kornienko, Kholodnaiia voina, p. 190; Kalugin y Montaigne, First Directorate,

pp. 230-233; Mitrojin, «KGB in Afghanistan». <<

ebookelo.com - Página 1405


[123] Kalugin y Montaigne, First Directorate, p. 232. <<

ebookelo.com - Página 1406


[124] Westad, «Road to Kabul», pp. 123-124. <<

ebookelo.com - Página 1407


[125] Transcripción de la sesión del Politburo del PCUS, «Sobre la agudización de la

situación en la República Democrática de Afganistán y nuestras posibles actitudes»,


pp. 17-19 de marzo de 1979, RGANI, f. 89, per. 25, dok. 1. <<

ebookelo.com - Página 1408


[126] Ibídem. <<

ebookelo.com - Página 1409


[127] Karen Brutents ratifica esta versión en Tridsat let, p. 465. <<

ebookelo.com - Página 1410


[128] Informe de entrevista de A. N. Kosygin, A. A. Gromiko, D. E. Ustinovy B. N.

Ponomarev con N. M. Taraki, 20 de marzo de 1979, RGANI, f. 89, per. 14, dok. 26;
informe de la conversación de L. I. Brezhnev con N. M. Taraki, 20 de marzo de 1979,
RGANI, f. 89, per. 14, dok. 25. <<

ebookelo.com - Página 1411


[129] «Nuestra futura política en relación con la situación de Afganistán», 1 de abril de

1979, Gromiko, Andropov, Ustinov y Ponomarev ante el CC del PCUS, traducción


[inglesa] en CWIHP Bulletin, n.º 3 (otoño de 1993), pp. 67-69; los cálculos de los
servicios secretos estadounidenses sobre los asesores soviéticos fueron filtrados al
New York Times, 13 de abril de 1979. <<

ebookelo.com - Página 1412


[130] Gai y Snegirev, «Vtorzheniie», pp. 204-208. El telegrama está fechado el 13 de

septiembre de 1979, y aparece citado en Dobrinin a partir de sus propias notas,


Lysebu II, p. 89; Westad, Fall of Détente, pp. 129-130. <<

ebookelo.com - Página 1413


[131] Chazov, Zdorovie I Vlast, p. 152; diario de Cherniaev, 20 de diciembre de 1979,

NSArch. Alexandrov hizo este comentario a Karen Brutents. En sus memorias, sin
embargo, Brutents no hace alusión alguna a este hecho. <<

ebookelo.com - Página 1414


[132] Kevorkov, Tainii kanal, p. 243. <<

ebookelo.com - Página 1415


[133] Para la crisis de los rehenes y la respuesta de los norteamericanos, véase Farber,

Taken Hostage; para los temores de los soviéticos, véase Valentin Varennikov en
Lysebu II, p. 73; Brutents, Tridsat led, p. 477. <<

ebookelo.com - Página 1416


[134] El texto de la carta personal de Andropov a Brezhnev y el contenido de su sesión

informativa (junto con Ustinov) para el secretario general a primeros de diciembre de


1979 fueron encontrados por el embajador Anatoli Dobrinin; véanse Lysebu II, pp.
91-93; y Westad, Fall of Détente, pp. 134-135. <<

ebookelo.com - Página 1417


[135] Citado por Dobrinin, Lysebu II, pp. 91-93; y en Westad, Fall of Détente, p. 135.

<<

ebookelo.com - Página 1418


[136] Esta reconstrucción se basa en las discusiones de Lysebu, Musgrove y Fort

Lauderdale y en conversaciones privadas mantenidas en el curso de esas conferencias


por el autor y algunos veteranos soviéticos. <<

ebookelo.com - Página 1419


[137] Dobrinin, Lysebu II, pp. 91-93; Westad, Fall of Détente, p. 135; el argumento de

«la gota que colma el vaso» aparece en Liajovski, Plamia Afgania, p. 123. <<

ebookelo.com - Página 1420


[138] Liakhovski, Tragediia, 109; Liajovski, Plamia Afgania, p. 121; Varennikov,
Lysebu II, pp. 85-86. <<

ebookelo.com - Página 1421


[139] Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 246-247; testimonio de Dobrinin en
Westad, Fall of Détente, pp. 141-142. <<

ebookelo.com - Página 1422


[140] Diario de Cherniaev, 30 de diciembre de 1979, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1423


[1] Para el peligro de confrontación con la Unión Soviética en declive, véase Gray,

«Most Dangerous Decade», pp. 16, 18, 24, 25; Brzezinski, Grand Failure, pp. 99,
100, 254-255. <<

ebookelo.com - Página 1424


[2] Hasta 1985 los cálculos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos
infravaloraron la carga que suponía el gasto militar para la economía soviética y
exageraron enormemente el PIB de la URSS. Pero lo más sorprendente no son esos
errores en las cifras, sino la actitud de todos los expertos soviéticos de la comunidad
de los servicios de inteligencia. Simplemente no podían imaginar que el Pacto de
Varsovia y la propia Unión Soviética podrían acabar derrumbándose. Véanse los
materiales y los debates de la conferencia «U. S. Intelligence and the End of the Cold
War», Bush Presidential Conference Center, College Station, Texas, 19-20 de
noviembre de 1999. <<

ebookelo.com - Página 1425


[3] Para los antecedentes y detalles de los acontecimientos en Polonia, véase Ouimet,

Rise and Fall of the Brezhnev Doctrine, capítulos 4-6; véase asimismo Musatov,
Predvestniki burv, Gribkov, «Doktrina Brezhneva i pol’skii krizis nachala 80-kh
godov»; Shajnazarov, Tsena Svobody. Leonid Zamiatin, por aquel entonces jefe del
Departamento de Información Internacional del Comité Central, me habló sobre la
«clandestinidad» en Polonia durante una entrevista celebrada en Moscú el 16 de
enero de 1995. Para el recelo que suscitaba la Iglesia católica de Polonia a los
soviéticos, véase Andrew y Mitrojin, Sword and Shield, pp. 513-514. <<

ebookelo.com - Página 1426


[4] Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe», p. 109. <<

ebookelo.com - Página 1427


[5] Sesión del Politburó, Comité Central del PCUS, 2 de abril de 1981, citado en

Kramer, «Soviet Deliberations during the Polish Crisis», pp. 24-34, 100-101. <<

ebookelo.com - Página 1428


[6] Dobrinin, In Confidence, p. 500. <<

ebookelo.com - Página 1429


[7] Notas del autor en Jachranka. <<

ebookelo.com - Página 1430


[8] Leonor, Likholetie, p. 212; Pavlov, Bylem rezydentem KGB w Polsce, 28, como

cita Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polsche», p. 98. <<

ebookelo.com - Página 1431


[9] Dobrinin, In Confidence, p. 500; véanse asimismo las recopilaciones de otros dos

testigos de esa discusión, el general Anatoli Gribkov y Georgi Shajanazarov, notas


del autor en Jachranka. <<

ebookelo.com - Página 1432


[10] Kania, Zatrzymac konfrontacje, p. 91, según se cita en Mastni, «Soviet Non-

Invasion of Poland», p. 15. La versión soviética de la respuesta de Brezhnev se


encuentra en Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe». Voronkov, por aquel
entonces miembro del Departamento Internacional del CC, tuvo noticia de ello a
través de su colega que hizo de intérprete en la reunión. <<

ebookelo.com - Página 1433


[11] Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe», p. 105; actas de la sesión del Politburó,

22 de enero de 1981, NSArch; entrevista del autor a Leonid Zamiatin, Moscú, 16 de


enero de 1995. <<

ebookelo.com - Página 1434


[12] Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe», p. 106. <<

ebookelo.com - Página 1435


[13] La reunión tuvo lugar el 4 de marzo de 1981; véase Voronkov, «Sobitiia 1980-

1981 v Polshe», p. 1010. Voronkov hizo de intérprete en la reunión. <<

ebookelo.com - Página 1436


[14] Citado en Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe», p. 107. <<

ebookelo.com - Página 1437


[15] Voronkov, «Sobitiia 1980-1981 v Polshe», p. 113. <<

ebookelo.com - Página 1438


[16] Diario de Cherniaev, 10 de agosto de 1981, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1439


[17]
Shubin, Istoki Perestroiki, 1, p. 63; Gorbachov, «Andropov», p. 24; Pijoia,
Sovetskii Soiuz, p. 414. <<

ebookelo.com - Página 1440


[18] Ouimet, Rise and Fall of the Brezhnev Doctrine, p. 88. <<

ebookelo.com - Página 1441


[19] Diario de Cherniaev, 9 de febrero y 1 de marzo de 1980, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1442


[20] Carta de Brezhnev a Honecker (duplicada también en cartas a otros dirigentes

comunistas de Europa Central), 4 de noviembre de 1980, SAPMO-BArch, J IY 2/202,


Akt 500; para la reacción de líderes centroeuropeos, véase Kubina y Wilke, «Hart
und kompromisslos durchgreifen», pp. 140-195. Véanse asimismo Tuma,
«Czechoslovak Communist Regime and the Polish Crisis»; Tischler, «Hungarian
Party Leadership and the Polish Crisis»; y Baev, «Bulgaria and the Political Crisis».
<<

ebookelo.com - Página 1443


[21] Sesión del Politburo del PCUS, 10 de diciembre de 1981, NSArch; Voronkov,

«Sobitiia 1980-1981 v Polshe», p. 119; comentarios de Jaruzelski, en las notas del


autor tomadas en Jachranka. Véanse más detalles en Kramer, «Soviet Deliberations
during the Polish Crisis», p. 165, y del mismo autor, «Jaruzelski, the Soviet Union,
and the Imposition of Martial Law in Poland», pp. 5-39. <<

ebookelo.com - Página 1444


[22] Actas del Politburo del PCUS, 10 de diciembre de 1981, citado en Kramer,

«Soviet Deliberations during the Polish Crisis», p. 165; Volkogonov, Sem Vozhdei, 2,
pp. 99-101; Leonov, Likholetie, p. 212. <<

ebookelo.com - Página 1445


[23] Ouimet, Rise and Fall of the Brezhnev Doctrine, p. 243. <<

ebookelo.com - Página 1446


[24]
Para los costes, véase Shubin, Istoki Perestroiki, 9. Shubin cita las cifras
obtenidas por G. Urushadze en los archivos del Kremlin. <<

ebookelo.com - Página 1447


[25]
Para la reacción de Reagan, véase Thatcher, Downing Street Years, p. 253.
Kuklinski huyó a Estados Unidos poco antes de que se produjera el golpe de estado;
véase Kramer, «Colonel Kuklinski and the Polish Crisis», pp. 48-59. <<

ebookelo.com - Página 1448


[26] Schweizer, Victory; véanse asimismo Schweizer, Reagan’s War, y Weinberger, In

the Arena. <<

ebookelo.com - Página 1449


[27] Pravda, 23 de abril de 1982, citado en Garthoff, Great Transition, p. 62. <<

ebookelo.com - Página 1450


[28] Andrew y Gordievski, Comrade Kryuchkov’s Instructions, pp. 67, 69; los
testimonios desclasificados relativos a RYAN se estudian en Fischer, Cold War
Conundrum, pp. 4-5; Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata.
Kriticheskii Vzgliad na Vneshniuiu Politiku SSSR do i posle goda, 14; Dobrinin, In
Confidence, p. 522. <<

ebookelo.com - Página 1451


[29] Dobrinin, In Confidence, p. 482; Pravda, 16 de junio de 1982 y 12 de julio de

1982; Ustinov, Otvesti ugrozu iademoi voini, p. 7; Garthoff, Great Transition, pp. 56,
57. <<

ebookelo.com - Página 1452


[30] Fischer, Cold War Conundrum, pp. 9-10; comentarios del general Vladimir
Slipchenko en Brown, notas del autor; Andrew y Gordievski, Comrade Kryuchkov's
Instructions, pp. 69-85. <<

ebookelo.com - Página 1453


[31] Gates, From the Shadows, pp. 265, 266; comentarios de Robert MacFarlane en

Brown, notas del autor, FitzGerald, Way Out There in the Blue. <<

ebookelo.com - Página 1454


[32] Velijov, «Nauka rabotaet na bezyadrnii mir», pp. 50-51; Sagdeev, Making of a

Soviet Scientist, pp. 261-262, 273; comentarios de Nikolai Detinov en Brown, notas
del autor; Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 32-33;
Evangelista, Unarmed Forces, pp. 238-242. <<

ebookelo.com - Página 1455


[33] Gorbachev, «Andropov», pp. 18,25; véase asimismo Volkogonov, Sem Vozhdei, 2,

pp. 139-143. <<

ebookelo.com - Página 1456


[34]
Pechenev, Gorbachev: k vershinam vlasti, p. 54; Ajromeyev y Kornienko,
Glazami Marshala i Diplomata, pp. 32-33; para la reacción de la opinión pública,
véase Volkogonov, Sem Vozhdei, 2, p. 143. <<

ebookelo.com - Página 1457


[35] Reagan a Andropov, 11 de julio de 1983, y Andropov a Reagan, 27 de agosto de

1983, Executive Secretariat NSC, Head of the State file: URSS: Andropov, caja 38,
RRPL; Alexandrov-Agentov, Ot Kollontai, pp. 282-283; Dobrinin, In Confidence, pp.
523, 530-532. <<

ebookelo.com - Página 1458


[36] Para la versión norteamericana del episodio del KAL-007, véase Pearson, KAL-

007. Para los debates en el Kremlin, véanse las actas del Politburo de 2 de septiembre
de 1983, en Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp. 438-441; véase asimismo Ajromeyev y
Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 44-45, 49-50. <<

ebookelo.com - Página 1459


[37] Dobrinin, In Confidence, p. 500. <<

ebookelo.com - Página 1460


[38] El teniente coronel Stanislav Petrov, el oficial al mando en el centro de alerta de

las defensas aéreas de Serpujov-15, creyó que se trataba de una falsa alarma y decidió
no pasar el aviso para no dar una alerta nuclear. De haber actuado de otra manera, «es
bastante probable que el Kremlin iniciara un ataque con misiles nucleares» basado en
una falsa alarma; véase Zaloga, Kremlin's Nuclear Sword, p. 201. <<

ebookelo.com - Página 1461


[39] Información del CC del PCUS a los líderes del Pacto de Varsovia, copia enviada

al secretario general del SED, Erich Honecker, probablemente el 1 o 2 de diciembre


de 1983, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1462


[40] Información del CC del PCUS a los líderes del Pacto de Varsovia (otro borrador),

aproximadamente del 1 de diciembre de 1983, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1463


[41] Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, p. 51. <<

ebookelo.com - Página 1464


[42] Comentarios de Oleg Grinevski en Brown, notas del autor. <<

ebookelo.com - Página 1465


[43] El grupo que constituía ese marco lo formaban el secretario de Estado, George

Shultz, el consejero de Seguridad Nacional, Robert C. McFarlane, los ayudantes del


CSN, Jack Matlock y Rick Burt, y Jeremy Azrael. Véase Jack Matlock, memorándum
para Robert C. McFarlane, 24 de febrero de 1984, «U. S.-Soviet Relations:
«Framework» Paper», Matlock Papers, caja 23, RRPL. Véase también Matlock,
Reagan and Gorbachev, pp. 75-87; y Autopsy on an Empire, pp. 84-86. <<

ebookelo.com - Página 1466


[44] Palabras de Gromiko en el diario de Grinevski, 16 de enero de 1984, citado en

Brown, notas del autor. También en Brown, Cherniaev dijo que el Departamento
Internacional del CC «no comprendió» el significado del discurso de Reagan de
enero de 1984. <<

ebookelo.com - Página 1467


[45] Dobrinin, In Confidence, p. 482. <<

ebookelo.com - Página 1468


[46] Observaciones personales del autor durante sus viajes académicos por la Unión

Soviética en 1984-1986; véase también Gorbachov, «Otkrovennyi dialog o


perestroike», Izvestia, 29 de abril de 1990, citado en English, Russia and the Idea of
the West, p. 189. <<

ebookelo.com - Página 1469


[47]
Actas del Politburo del CC del PCUS, 12 de julio de 1984, traducidas y
publicadas en CWIHP Bulletin, n.º 4 (otoño de 1994); Pribitkov, Apparat, pp. 67-70;
English, Russia and the Idea of the West, pp. 186-191. <<

ebookelo.com - Página 1470


[48] Izvestia, 29 de abril de 1990. Los costes indirectos relacionados con defensa

incluyen los costes de la producción industrial militar, los programas científicos, los
servicios de inteligencia, etc. Lo del 40 por 100 aparece en Gorbachov, Zhizn i
reformi, 1, p. 334. <<

ebookelo.com - Página 1471


[49] La versión de los «debates» está en inglés, «Sources, Methods, and Competing

Perspectives», p. 286; Fischer, Cold War Conundrum, p. 27; Vorotnikov, A bylo eto
tal, pp. 59-62; Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, p. 17. <<

ebookelo.com - Página 1472


[50] «O rezhime rabote chlenov, kandidatov v chleni Politburo TsK KPSS, sekretarei

TsK KPSS i zamestitelei Predsedatelia Soveta Ministrov SSSR», decisión del


Politburo, 24 de marzo de 1983, Volkogonov Collection, LC; Pribitkov, Apparat, pp.
128-129. <<

ebookelo.com - Página 1473


[51] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, p. 264. <<

ebookelo.com - Página 1474


[52] Reddaway, «Khrushchev and Gorbachev», pp. 321-324; Zubok y Pleshakov,
Inside the Kremlin's Cold War, pp. 175-179; Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v
kontekste liderstva», pp. 51-53. Para Gorbachov como líder innovador de la
transición, véase Glad y Shiriaev, Russian Transformation. <<

ebookelo.com - Página 1475


[53] Taubman, Khrushchev, p. 648. <<

ebookelo.com - Página 1476


[54] Los testimonios históricos no sostienen la tesis posterior de que Gorbachov fue

elegido por un estrecho margen y tuvo que ocultar su potencial reformista radical a
los conservadores. Para dicha tesis, véase Brown, Gorbachev Factor, pp. 69, 84, 122-
123; Ligachev, Incide Gorbachev's Kremlin, pp. 69, 72-78; Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp.
448-449; Pechenev, Gorbachev: K vershinam vlasti, p. 110. Las memorias de
Gorbachov describen el proceso suave; Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. pp. 265-
270. Véanse asimismo las actas del Politburó de 11 de marzo de 1985, Istochnik, 0
(1993), pp. 34-75. <<

ebookelo.com - Página 1477


[55] Discurso de aceptación de Gorbachov de 11 de marzo de 1985, Istochnik, 0

(1993), pp. 74-75; Pijoia, Sovetskii Soiuz. <<

ebookelo.com - Página 1478


[56] Vorotnikov, A bylo eto tak, pp. 66-67; Pijoia, «Pochemu raspalsia SSSR?», p. 18.

<<

ebookelo.com - Página 1479


[57] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. 336-337, 338-342. Recientes investigaciones

confirman que Gorbachov y su «equipo» emprendieron la campaña de disciplina de


Andropov; véase Pijoia, Sovetskii Soiuz, pp. 454, 456, 457-463. <<

ebookelo.com - Página 1480


[58]
Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 55-56, 86-89;
Savelyev y Detinov, Big Five, pp. 31-53, 83-84. <<

ebookelo.com - Página 1481


[59] Gorbachov, Zhizn i reformi, 2, p. 7. <<

ebookelo.com - Página 1482


[60] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. 288-289. Más tarde, cuando Gorbachev se vio

inmerso en la crisis y los problemas nacionales, empezó a delegar los temas de


asuntos exteriores en Shevardnadze. Para el papel de Shevardnadze, véase McGiffert
Ekedahl y Goodman, Wars of Eduard Shevardnadze. <<

ebookelo.com - Página 1483


[61] Gromiko, Andrei Gromyko v labirintakh Kremlia, pp. 133-137. <<

ebookelo.com - Página 1484


[62] English, Russia and the Idea of the West, pp. 212, 330; Matlock, Reagan and

Gorbachev, p. 214. <<

ebookelo.com - Página 1485


[63] Para los orígenes del «nuevo pensamiento», véanse English, Russia and the Idea

of the West, English, «Road(s) Not taken», pp. 256-257; y Yakovlev, Muki
prochteniia bytiia. Perestroika: nadezhdy i realnosti, pp. 18, 188. <<

ebookelo.com - Página 1486


[64] Este grupo estaba integrado, entre otros, por Georgi Arbatov, Yevgeni Velijhov,

Anatoli Cherniaev, Georgi Shajnazarov, Abel Aganbegian, y Tatiana Zaslvaskai.


Véase Brown, Gorbachev Factor, pp. 97-103; para el papel desempeñado en un
primer momento por Arbatov y Velijov, véanse Cherniaev, Shest Let s Gorbachevim,
pp. 23, 24 (véase asimismo la versión de English, My Six Years with Gorbachev);
Sagdeiev, Making of a Soviet Scientist, p. 266; y English, Russia and the Idea of the
West, pp. 201-202. <<

ebookelo.com - Página 1487


[65] Cherniaev, Shest Let s Gorbachevim, p. 41; Arbatov, System, pp. 321-322. <<

ebookelo.com - Página 1488


[66] Diario de Cherniaev, 11 de noviembre de 1982 NSArch; Sagdeev, Making of a

Soviet Scientist, pp. 268-269. <<

ebookelo.com - Página 1489


[67] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. 36-37, 42-51. <<

ebookelo.com - Página 1490


[68] Quizá antes, durante 1984, Gorbachov tuviera que tratar esporádicamente con

temas nucleares cuando presidió de manera informal el Politburo y las sesiones de la


secretaría mientras Chernenko estuvo hospitalizado. <<

ebookelo.com - Página 1491


[69] Información en Oleg Skvortsov basada en su entrevista a Oleg Baklanov, durante

la conferencia sobre el fin de la Guerra Fría organizada por el Mershon Center, Ohio
State University, 15-16 de octubre de 1999. <<

ebookelo.com - Página 1492


[70] Mijail Gorbachov en una entrevista concedida a Yuri Smirnov, 23 de agosto de

1994, Moscú, en Science and Society: History of the Soviet Atomic Project, p. 333.
<<

ebookelo.com - Página 1493


[71] Gates, From the Shadows, para una versión de la «cruzada», que refleja el espíritu

de la empresa, llevada a cabo por un partidario de ella, véase Schweizer, Reagen's


War. <<

ebookelo.com - Página 1494


[72] Matlock, Reagan and Gorbachev, pp. 113-122. Anatoly Chernyaev, asesor en

materia de política exterior de Gorbachov desde enero de 1996, no tuvo conocimiento


del documento marco en cuatro partes de Matlock hasta 1997. <<

ebookelo.com - Página 1495


[73] Para la presión desde la base para abandonar Afganistán y la postura de los

consejeros intelectuales, véanse los fragmentos del diario de Chernyaev de fecha 4 de


abril, 20 de junio y 17 de octubre de 1985, Svobodnaia Mysl 11 (2002), pp. 39-41;
Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, p. 276; Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 197-199.
<<

ebookelo.com - Página 1496


[74] Cartas de Gorbachev a Reagan, 24 de marzo, 22 de junio, y 12 de septiembre de

1985, Executive Secretariat of the NSC, Head of State File: USSR: Gorbachev, caja
40, RRPL. <<

ebookelo.com - Página 1497


[75]
Dobrinin, Sugubo doveritelno, pp. 92, 622-623. En la edición rusa de sus
memorias, Dobrinin ofrece un texto casi completo del borrador sobre líneas maestras
aprobado por el Politburó con ciertas modificaciones. <<

ebookelo.com - Página 1498


[76] Gorbachov, Zhizn i reformi, 2, p. 15; diario de Cherniaev, notas sobre la
conversación de Gorbachov correspondientes al 27 de noviembre de 1985, NSArch.
Las palabras de Gorbachov sobre Reagan ante el Politburó aparecen en Dobrinin,
Sugubo doveritelno, p. 655; Sagdeev, Making of a Soviet Scientist, p. 271. <<

ebookelo.com - Página 1499


[77] Cherniaev, «Fenomen Gorbachev v kontekste liderstva», p. 57. <<

ebookelo.com - Página 1500


[78] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, p. 293. <<

ebookelo.com - Página 1501


[79] Cherniaev, Shest Lets Gorbachevim, p. 152. <<

ebookelo.com - Página 1502


[80] English, Russia and the Idea of the West, p. 210. <<

ebookelo.com - Página 1503


[81] Gorbachov, Political Report, Garthoff, Journey through the Cold War, pp. 348-

450. <<

ebookelo.com - Página 1504


[82] Diario de Cherniaev, 20 de marzo de 1986, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1505


[83] Garthoff, Journey through the Cold War, p. 350; Gates, From the Shadows, pp.

349-368; Bearden y Risen, Main Enemy. Más de diez años después Cherniaev
admitiría que todavía no entendía las razones de una reacción tan hostil y desconfiada
por parte de los dirigentes norteamericanos a las señales dadas por los soviéticos;
véanse sus comentarios, Brown; y también Tannenwald, Understanding the End of
the Cold War. <<

ebookelo.com - Página 1506


[84]
Comentarios de Robert McFarlane sobre el SDI, Brown; Tannenwald,
Understanding the End of the Cold War. <<

ebookelo.com - Página 1507


[85] Sesión del Politburo, 15 de abril de 1986, notas de Anatoli Cherniaev, AGF, f. 2,

op. 1. <<

ebookelo.com - Página 1508


[86] Diario de Cherniaev, 20 de marzo y 3 de abril de 1986, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1509


[87] Reagan a Gorbachov, sin fecha, noviembre de 1985, tras la cumbre de Ginebra,

Executive Secretariat of the NSC, Head of State File: USSR: Gorbachev, caja 40,
RPL. <<

ebookelo.com - Página 1510


[88] Ajromeyevy Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, p. 72; comentarios del

general Vladimir Slipchenko y notas del autor, Brown; Tannenwald, Understanding


the End of the Cold War, sesión del Politburó de 24 de marzo de 1986, notas de
Anatoli Cherniaev, AGF, f. 2, op. 1; Sagdeiev, Making of a Soviet Scientist, p. 272.
<<

ebookelo.com - Página 1511


[89] Ideas de Gorbachov sobre la posibilidad de poner fin a la moratoria nuclear, 24 de

marzo de 1986 en presencia de Viktor Chebrikov, del KGB, Shevardnadze, el director


de la Comisión de Industria Militar Lev Zaikov, Dobrinin, Alexander Yakovlev,
Vladimir Medvedev, y Cherniaev. Notas de Cherniaev, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1512


[90] Yaroshinska, Chernobyl; actas del Politburó de 28 y 29 de abril y 5 de mayo de

1986, en Istochnik, 5 (1996), pp. 87-103. <<

ebookelo.com - Página 1513


[91] English, Russia and the Idea of the West, pp. 215-216. <<

ebookelo.com - Página 1514


[92]
Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 98-99. Jack
Matlock dice que esa misma transformación la experimentó Yazov, ministro soviético
de Defensa desde mayo de 1987, en Autopsy of an Empire, p. 137. <<

ebookelo.com - Página 1515


[93] Cherniaev et al., V Politbiuro TsK KPSS, p. 43; notas de Cherniaev sobre la

reunión del CC del Politburó de 3 de julio de 1986, copia archivada en NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1516


[94] Relación del discurso de Gorbachov, Godi Trudnikh Reshenii, pp. 48, 50. <<

ebookelo.com - Página 1517


[95]
Notas del autor sobre los comentarios de Grinevski, Brown; Tannenwald,
Understanding the End of the Cold War. <<

ebookelo.com - Página 1518


[96] English, Russia and the Idea of the West; p. 212. <<

ebookelo.com - Página 1519


[97] «Zapis besedi M. S. Gorbacheva s prezidentom F. Mitterranom», 7 de julio de

1986, AGF. <<

ebookelo.com - Página 1520


[98] Cherniaev, Shest Lets Gorbachevim, pp. 137-138. <<

ebookelo.com - Página 1521


[99] «Zapis besedi M. S. Gorbacheva s prezidentom SshA R. Niksonom», 17 de julio

de 1986, AGF. <<

ebookelo.com - Página 1522


[100] Cherniaev et al., V Politbiuro TsK KPSS, pp. 66, 77, 96, 103, 169. <<

ebookelo.com - Página 1523


[101] Gorbachev, Zhizn i reformi, 1, p. 306. <<

ebookelo.com - Página 1524


[102] Para el mejor relato de los antecedentes de todo esto, véase Matlock, Reagan and

Gorbachev, pp. 197-202. <<

ebookelo.com - Página 1525


[103] Gorbachov a Reagan, 15 de septiembre de 1986, Executive Secretariat of the

NSC, Head of State File: USSR: Gorbachev, caja 40, RRPL. <<

ebookelo.com - Página 1526


[104] La única fuente es Ajromeyev, que no indica la fecha, pero sí comenta que el

borrador de la nueva doctrina estuvo preparado poco después de la cumbre de


Reikiavik, lo que significa que los militares empezaron a trabajar en él antes de dicha
cumbre; véase Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, pp. 121,
125. <<

ebookelo.com - Página 1527


[105] Thatcher, Downing Street Years, pp. 470-471; Gorbachov, Zhizn i reformi, 2, pp.

26-27. <<

ebookelo.com - Página 1528


[106] Sesiones del Politburó de 4 y 18 de octubre de 1986; notas de Anatoli Cherniaev,

AGF; Brown, Gorbachev Factor, p. 226. <<

ebookelo.com - Página 1529


[107] «Zapis besedi M. S. Gorbacheva s prezidentom F. Mitteranom», 7 de julio de

1986, AGF; Brown, Gorbachev Factor, p. 226. <<

ebookelo.com - Página 1530


[108] «Ustanovki Gorbacheva gruppe po podgotovke Reikjavika», notas de Cherniaev,

4 de octubre de 1986, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1531


[109] Informes de las conversaciones Gorbachov-Reagan en la cumbre de Reikiavik,

11-12 de octubre de 1986, publicados en Mirovaia ekonomika i mezhdunarodniie


otnosheniia pp. 4, 5, 7, 8 (1993); traducidos parcialmente en FBIS-USR-93-087, 12
de julio de 1993, pp. 1-6, y FBIS-USR-93-113, 30 de agosto de 1993, pp. 1-11. <<

ebookelo.com - Página 1532


[110] Conversaciones Gorbachov-Reagan en la cumbre de Reikiavik, conversación

matutina de 11 de octubre de 1986, en Mirovaia ekonomika i mezhdunarodniie


otnosheniia 4 (1993), pp. 81-83. <<

ebookelo.com - Página 1533


[111] Shultz, Turmoil and Triumph, pp. 760, 765. <<

ebookelo.com - Página 1534


[112] Conversaciones Gorbachev-Reagan en la cumbre de Reikiavik, tarde del 12 de

octubre de 1986, en Mirovaia ekonomika i mezhdunarodniie otnosheniia, 8 (1993),


pp. 68-78; los informes norteamericanos aún no han sido desclasificados, pero se
citan en Shultz, Turmoil and Triumph, pp. 767-773; Matlock, Reagan and Gorbachev,
p. 229. Para una visión crítica de los antecedentes norteamericanos, véase FitzGerald,
Way Out There in the Blue. <<

ebookelo.com - Página 1535


[113] Para el último punto, véase Matlock, Reagan and Gorbachev, pp. 232-238. <<

ebookelo.com - Página 1536


[114] Notas de Cherniaev a propósito de lo que pensaba Gorbachev de la cumbre de

Reikiavik, 12 de octubre de 1986, 1986, AGF. <<

ebookelo.com - Página 1537


[115]
Gorbachov, Zhizn i reformi, 2, p. 27; Ajromeyev y Kornienko, Glazami
Marshala i Diplomata, p. 120; Dobrinin, In Confidence, p. 606. <<

ebookelo.com - Página 1538


[116] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. 312, 348. <<

ebookelo.com - Página 1539


[117]
Reunión de 1 de diciembre de 1986, «O direktivakh delegatsii SSSR na
peregovorakh po SNV v Zheneve», notas de Cherniaev, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1540


[118] Ibídem. <<

ebookelo.com - Página 1541


[119] Ibídem; Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, p. 127. <<

ebookelo.com - Página 1542


[120]
Reunión de 1 de diciembre de 1986, «O direktivakh delegatsii SSSR na
peregovorakh po SNV v Zheneve», notas de Cherniaev, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1543


[121] Entrevista a Vladimir Kriuchkov por Oleg Skvortsov, 13 de octubre y 7 de

diciembre de 1998, OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1544


[122] Cherniaev, Shest Lets Gorbachevim, p. 69; Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v

kontekste liderstva», pp. 50-51, 53; Dobrinin, Sugubo doveritelno, p. 653. <<

ebookelo.com - Página 1545


[123]
Cordovez y Harrison, Out of Afghanistan; véase asimismo Crile, Charlie
Wilson's War. <<

ebookelo.com - Página 1546


[124] Kornienko, Kholodnaiia voina, pp. 200-203; notas de Cherniaev y de Vadim

Medvedev sobre los debates del Politburo, 21-22 de enero, 28 de febrero, 7 de mayo,
21-22 de mayo de 1987. <<

ebookelo.com - Página 1547


[125] Cordovez y Harrison, Out of Afghanistan, pp. 246-248. <<

ebookelo.com - Página 1548


[126] Véanse los informes relativos a las conversaciones mantenidas por Gorbachov

con Fidel Castro, 2 de marzo de 1986, con Mengistu Haile Mariam el 17 de abril de
1987 y con Rajiv Ghandi el 2-3 de julio de 1987, AGF. <<

ebookelo.com - Página 1549


[127] Matlock, Autopsy on an Empire, p. 106. Se siguieron interfiriendo las emisiones

de signo exacerbadamente anticomunista de Radio Liberty, cuya sede se hallaba en


Munich. <<

ebookelo.com - Página 1550


[128] La opinión de Cherniaev es que Gorbachov dejó de considerar la cuestión de los

derechos humanos una concesión a las necesidades de la política exterior sólo cuando
decidió transformar el sistema político de la URSS en la primavera de 1988
(comentarios en el curso de una conversación con el autor, Providence, R. I., 8 de
mayo de 1998). Informes del KGB de 1985, 1986, 1987, NSArch; véase asimismo
Garthoff, «KGB Reports to Gorbachev», pp. 224-244. <<

ebookelo.com - Página 1551


[129] Pijoia, «Pochemu pasralsia SSSR?» <<

ebookelo.com - Página 1552


[130] Gorbachov, Zhizn i reformi, 1, pp. 346, 349, 351. <<

ebookelo.com - Página 1553


[131] Esa cifras las dan Gorbachov y otros miembros del Politburó, según las notas de

Cherniaev en las reuniones del Politburó de 29 de mayo, 23 de octubre y 1 de


diciembre de 1986, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1554


[132] Para los gastos de defensa de la URSS, véanse los cálculos de los economistas

Yu D. Masliukov y E. S. Glubokov, en Minaiev, Sovetskaia voiennaia moshch ot


Stalinina do Gorbacheva, pp. 105-106; reuniones del Politburó de 30 de octubre de
1986 y 23 de abril de 1987, notas de Cherniaev, NSArch. Véase asimismo Rizhkov,
Desiat let velikikh potriasenii, pp. 184-192; Vorotnikov, A bylo eto tik, pp. 130-131,
164-168; Cherniaev et al., V Politbiuro TsK KPSS, pp. 102-103, 169-172. En cuanto a
la falta de preparación del Politburó para afrontar la crisis, véase Gaidar, Gibel
imperii, pp.235-246, 306, 310-311. <<

ebookelo.com - Página 1555


[133] Reunión del Politburó de 26 de febrero de 1987, notas de Cherniaev, NSArch.

<<

ebookelo.com - Página 1556


[134] Informe de la conversación mantenida por Gorbachov y Andreotti, 27 de febrero

de 1987, AGF. <<

ebookelo.com - Página 1557


[135] Reunión del Politburó del 23 y el 26 de febrero de 1987, notas de Cherniaev,

NSArch; para la idea de Gorbachov de intentar «desalojar al mayor número posible


de soldados norteamericanos de Europa Occidental», véanse Dobrinin, In
Confidence, p. 570, y del mismo autor, Sugubo doveritelno, p. 607. <<

ebookelo.com - Página 1558


[136] Véase Ajromeyev y Kornienko, Glazami Marshala i Diplomata, 130-133. Otra

«concesión» y «equivocación» ampliamente criticada fue el acuerdo adoptado


durante la cumbre celebrada en Washington en diciembre de 1987 de desmantelar los
misiles SS-20 desplegados en Asia (para equilibrar las armas nucleares de chinos y
norteamericanos); véase Dobrinin, Sugubo doveritelno, 656-657. Una interpretación
distinta es la que dan Gorbachov, Zhizn i reformi, 2, pp. 35-49; y Shultz, Turmoil and
Triumph, pp. 889-895. <<

ebookelo.com - Página 1559


[137] Anotaciones de Cherniaev en el Consejo de Defensa, 8 de mayo de 1987, AGF;

Odom, Collapse of the Soviet Military, pp. 112-114. Odom se equivoca al situar el
cambio en el otoño de 1987, cuando Gorbachov publicó su libro Perestroika. <<

ebookelo.com - Página 1560


[138] Cherniaev, «Fenomen Gorbachev v kontekste liderstva», p. 53. <<

ebookelo.com - Página 1561


[139] Por aquel entonces yo era investigador en el Instituto de Estudios de Estados

Unidos y Canadá de Moscú, y recuerdo que mucha gente de este centro interpretó ese
discurso como una señal evidente de que iba a revisarse el pensamiento de la política
interior y exterior de la URSS. <<

ebookelo.com - Página 1562


[140] Cherniaev, Shest Lets Gorbachevim, p. 191. <<

ebookelo.com - Página 1563


[141] Este párrafo esta basado en las recopilaciones del intérprete de Gorbachov, Igor

Korchilov, que aparecen en su libro Translating History, pp. 35, 42-43. <<

ebookelo.com - Página 1564


[142] Compárese con Ouimet, Rise and Fall of the Brezhnev Doctrine, p. 7. <<

ebookelo.com - Página 1565


[1] Véanse, por ejemplo, Lebow, «Long Peace», pp. 249-277; Gaddis, «International

Relations Theory», pp. 5-58; Wohlforth, «Realism and the End of the Cold War», pp.
91-129; Hopf, «Getting the End of the Cold War Wrong», pp. 202-208; Risse-
Kappen, «Did “Peace Through Strength” End the Cold War?», pp. 160-188;
Tannenwald y Wohlforth, «Role of Ideas», pp. 3-12; y English, «Sociology of New
Thinking», pp. 43-80. <<

ebookelo.com - Página 1566


[2] Lévesque, Enigma of 1989, p. 252. <<

ebookelo.com - Página 1567


[3]
Brown, Gorbachev Factor, p. 317. Para otras obras que ponen de relieve la
personalidad de Gorbachov, véanse Greenstein, «Reagan and Gorbachev»; y
Matlock, Reagan and Gorbachev. <<

ebookelo.com - Página 1568


[4] Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v kontekste liderstva»; véanse asimismo sus

libros Shest Lets Gorbachevim y 1991 god. <<

ebookelo.com - Página 1569


[5] Volkogonov, Sem Vozhdei, 2, pp. 322-323. Puede verse una relación de los debates

intelectuales en torno al papel de Gorbachov en Guerra, Urss, pp. 131-160. <<

ebookelo.com - Página 1570


[6] Boldin, Krusheniie pedestala; Ligachev, Zagadka Gorbacheva; Vorotnikov, A bylo

eto tak, Rizhkov, Desiat let velikikh potrayseniv, Rizhkov, Perestroika; Kriuchkov,
Lichnoie delo; Leonov, Lokholetie; Medvedev, Chelovek za spinor, Shenin, Rodino ne
prodaval, Ajromeyev y Kornienko, Glazami marshala i diplomata, Kornienko,
Kholodnaiia voina; Falin, Politische Erinnerungen, Pechenev, Gorbachev; Pechenev,
Vzlet i padeniie Gorbacheva; Gromiko, Andrei Gromyko v labirintakh Kremlia;
Yeltsin, Ispoved na zadannuiu temu; Dobrinin, In Confidence, y la edición rusa de la
obra Sugubo doveitelno. Además he utilizado las transcripciones de las entrevistas
con los funcionarios rusos incluidas en OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1571


[7] Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v kontekste liderstva»; véase asimismo sus
libros Shest lets Gorbachevim y 1991 god; Shajnazarov, Tsena Svobody Medvedev, V
komande Gorbacheva; Medvedev, Raspad; Yakovlev, Predisloviie, obval,
posleslovie; Shevardnadze, Moi vybor v zaschitu demokratii i svobody, Grachev,
Dalshe bez menya; Grachev, Kremlevskaia khronika; Palazhchenko, My Years with
Gorbachev and Shevardnadze. Además de estas fuentes, he utilizado los materiales
de las «conferencias de historia oral» sobre el fin de la Guerra Fría, con la
participación de algunos de estos mismos personajes. Véanse Tannenwald,
Understanding the End of the Cold War, y su artículo «End of the Cold War in
Europe». <<

ebookelo.com - Página 1572


[8] Brutents, Nesbyvsheesia, p. 651. <<

ebookelo.com - Página 1573


[9] Gorbachov, Zhizn i reformi, vols. 1 y 2; Gorbachov, Avgustovskii putch;
Gorbachov, Dekabr-91. Véase asimismo su conversación con los intelectuales rusos
en su libro Perestroika. <<

ebookelo.com - Página 1574


[10] Furman, «Fenomen Gorbacheva», p. 62. <<

ebookelo.com - Página 1575


[11] Ligachev, Inside Gorbachev's Kremlin, pp. 126, 128. La traducción literal del

título ruso de la obra sería «El enigma Gorbachov». <<

ebookelo.com - Página 1576


[12] Véase Brooks y Wohlforth, «Economic Constraints and the End of the Cold

War», pp. 273-309. <<

ebookelo.com - Página 1577


[13] Oleg Grinevski, destacadísimo oficial soviético encargado de las negociaciones

sobre armamento, sostiene que el Kremlin planeó incluso como segunda alternativa
repetir el «escenario cubano» de 1962 en respuesta al despliegue de los Pershing
norteamericanos en Alemania Occidental, haciendo despliegues igualmente
provocativos de su propio armamento en la proximidad inmediata de Estados Unidos.
Grinevski, «Understanding the End of the Cold War». Georgi M. Kornienko cree que
se trata de un delirio de la imaginación de Grinevski. Conversación telefónica entre el
autor y Kornienko, Moscú, 29 de junio de 2002. <<

ebookelo.com - Página 1578


[14] Cherniaev en Grinevski, «Understanding the End of the Cold War», pp. 77, 78.

<<

ebookelo.com - Página 1579


[15] Gates, From the Shadows, pp. 330-334, 335-340. <<

ebookelo.com - Página 1580


[16] Cherniaev en Grinevski, «Understanding the End of the Cold War», p. 78. <<

ebookelo.com - Página 1581


[17] Por supuesto, la «vía china» no era el término que usaban los soviéticos en los

años ochenta. Por aquel entonces el alcance y la dirección de las reformas


económicas introducidas por Deng Xiaoping en 1978 todavía no estaban claros. <<

ebookelo.com - Página 1582


[18]
Gates, From the Shadows, pp. 385-388, 439; Shultz, Turmoil and Triumph,
especialmente p. 765; Bush y Scowcroft, World Transformed, véase asimismo el
análisis que aparece en Garthoff, Great Transition. <<

ebookelo.com - Página 1583


[19] Reuniones del Politburó, 4 y 8 de octubre de 1986, notas de Cherniaev, AGF, f. 2,

op. 1. <<

ebookelo.com - Página 1584


[20] Michael Ellman y Vladimir Kantorovich llegan de forma muy convincente a la

conclusión de que «la URSS murió, contra los deseos de su líder, a manos de la
política, no de la economía. La causa inmediata de la muerte, la disolución de la
Unión, fue fruto de la cadena de acontecimientos desencadenados por Gorbachov a
partir de 1985». Destruction of the Soviet Economic System, pp. 26, 22-23, 165-169.
Véase asimismo su artículo «Collapse of the Soviet System». Esta conclusión es
corroborada por Gaidar, Gibel imperii. <<

ebookelo.com - Página 1585


[21] La documentación sobre la ayuda soviética a todos estos países conservada en

RGANI, f. 89, puede encontrarse en NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1586


[22] Furman, «Fenomen Gorbacheva», pp. 70-71. <<

ebookelo.com - Página 1587


[23] Brown, Gorbachev Factor, pp. 59, 220-230. <<

ebookelo.com - Página 1588


[24] Comunicación oral de Geoffrey Howe, en Strober y Strober, Reagan, p. 327. <<

ebookelo.com - Página 1589


[25] Furman, «Fenomen Gorbacheva», p. 71. <<

ebookelo.com - Página 1590


[26] A comienzos de marzo de 1988, el periódico Rusia Soviética publicó un artículo

de «una profesora de la universidad de Leningrado», Nina Andreieva, que llevaba por


título «No puedo renunciar a mis principios». Enseguida se convirtió en un
manifiesto de las fuerzas que se oponían a la radicalización de las reformas. Algunos
miembros del Politburó, entre ellos Yegor K. Ligachev, fomentaron ese proceso.
Gorbachov se hallaba en aquellos momentos de viaje por el extranjero, pero cuando
volvió a Moscú, remitió el asunto al Politburó y utilizó el «caso Andreieva» como
pretexto para derrotar a las fuerzas conservadoras. <<

ebookelo.com - Página 1591


[27] Reunión del Politburó, 24-25 de marzo de 1988, notas de Cherniaev, AGF, f. 2,

op. 1. <<

ebookelo.com - Página 1592


[28] Reunión del Politburó, 24-25 de marzo de 1988, notas de Cherniaev, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1593


[29] Cherniaev, 1991 god, pp. 15-16. <<

ebookelo.com - Página 1594


[30] Kozlova, Gorizonti podsednevnosti Sovetskoi epokhi. <<

ebookelo.com - Página 1595


[31] Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v kontekste liderstva», p. 52. <<

ebookelo.com - Página 1596


[32] Shajnazarov, Tsena Svobody, 47; Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v kontekste

liderstva», 66; véase asimismo Vladimir Shemiatenkov, subdirector del


Departamento de Cuadros del CC del PCUS durante 1985-1988, quien da a entender
que Gorbachov era demasiado bueno para la sociedad soviética. Entrevista de Oleg
Skvortsov a Shemiatenkov, 18 de noviembre de 1998, OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1597


[33] Cherniaev, Shest Lets Gorbachevim, pp. 278, 280. <<

ebookelo.com - Página 1598


[34] Entrevista de Oleg Skvortsov a Ligachev, Moscú, 17 de diciembre de 1998,

OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1599


[35] Medvedev, Chelovek za spinoi, pp. 214-215, 225; entrevista de Oleg Skvortsov a

Valeri Boldin, Moscú, 24 de febrero de 1999, OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1600


[36] Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v kontekste liderstva», p. 59. <<

ebookelo.com - Página 1601


[37] Furman, «Fenomen Gorbacheva», pp. 65-67. <<

ebookelo.com - Página 1602


[38] Cherniaev, «Fenomen Gorbacheva v kontekste liderstva»; p. 56; véase asimismo

su libro Shest Lets Gorbachevim, pp. 241, 343. <<

ebookelo.com - Página 1603


[39] Furman, «Fenomen Gorbacheva», p. 67. <<

ebookelo.com - Página 1604


[40] Perestroika desiat let spustia, pp. 102-103; las últimas palabras de Gorbachev dan

credibilidad a la versión de Ligachev y Boldin acerca del enfrentamiento político a


partir de 1986 entre Gorbachov y los cuadros del partido, que fue el resultado de la
liberalización política y la democratización del régimen soviético. <<

ebookelo.com - Página 1605


[41] Este importante debate no puede resolverse a partir de la bibliografía y la
documentación existente en la actualidad. Es bien cierto que cuando Gorbachov
introdujo «elementos de democracia» en el partido, posibilitó a los plenos del CC
echarlo del poder. Pero tanto entonces como mucho después (incluso en 1990) fue
capaz de imponerse de modo harto decisivo sobre los críticos de su gestión que había
dentro del partido. <<

ebookelo.com - Página 1606


[42] Odom, «Sources of “New Thinking” in Soviet Politics», p. 150; Ligachev, Inside

Gorbachev’s Kremlin, p. 128. <<

ebookelo.com - Página 1607


[43] Entrevista de Oleg Skvortsov a Ligachev, Moscú, 17 de diciembre de 1998,

OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1608


[44] Entrevistas de Oleg Skvortsov a Kriuchkov, Moscú, 13 de octubre y 7 de
diciembre de 1998, OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1609


[45] Notas de Cherniaev, 31 de octubre de 1988, AGF; véase asimismo Palazhchenko,

My Years with Gorbachev and Shevardnadze, pp. 103-104. <<

ebookelo.com - Página 1610


[46] El 21 de enero de 1989 dijo al Politburo que Kissinger aludía a la idea de una

dominación conjunta de Europa por parte de Estados Unidos y la URSS.


«Deberíamos trabajar también sobre este tipo de asuntos», concluyó Gorbachov,
«pero de forma que no se produzcan filtraciones», para que los europeos no lo vieran
como «una conspiración de la Unión Soviética y Estados Unidos contra Europa».
Notas de Cherniaev, AGF. Cherniaev cree que Gorbachov no estaba interesado en la
propuesta de Kissinger. «End of the Cold War in Europe», pp. 158-159. <<

ebookelo.com - Página 1611


[47] Rey, «“Europe is Our Common Home”», pp. 33-65. <<

ebookelo.com - Página 1612


[48] Entrevista de Oleg Skvortsov a Sergei Tarasenko, Moscú, 19 de marzo de 1999,

OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1613


[49] Para el papel trascendental que tuvo el aislamiento en la estabilidad del régimen

soviético, véanse Connor, «Soviet Society», pp. 43-80; y Furman, «Fenomen


Gorbacheva», pp. 68, 70-71. <<

ebookelo.com - Página 1614


[50] Cherniaev, 1991 god, pp. 11-12. <<

ebookelo.com - Página 1615


[51] Entrevista de Oleg Skvortsov a Valeri Boldin, Moscú, 14 de febrero de 1999,

OHPECW; Ligachev, Inside Gorbachev's Kremlin, pp. 126, 127. <<

ebookelo.com - Página 1616


[52] Dobrinin, In Confidence, pp. 624-627. <<

ebookelo.com - Página 1617


[53] Ibídem, p. 627. <<

ebookelo.com - Página 1618


[54] Comunicación personal de Kornienko al autor, Moscú, 18 de octubre de 1996. <<

ebookelo.com - Página 1619


[55] Furman, «Fenomen Gorbacheva», pp. 71-72. <<

ebookelo.com - Página 1620


[56] Matlock, Autopsy o fan Empire, pp. 16, 672. <<

ebookelo.com - Página 1621


[57] Lévesque, Enigma of 1989, p. 252; véase asimismo Bennett, Condemned to
Repetition? <<

ebookelo.com - Página 1622


[58] Gromiko, Andrei Gromyko v labirintakh Kremlia, pp. 182, 184. <<

ebookelo.com - Página 1623


[59] Entrevista a Alexander Yakovlev y a Andrei Grachev citada por Archie Brown en

Gorbachev Factor, 383-384; Yegorov, Out of a Dead End into the Unknown;
Shajnazarov, Tsena Svobody, p. 147. <<

ebookelo.com - Página 1624


[60] Perestroika desiat let spustia, pp. 29-30, 60. <<

ebookelo.com - Página 1625


[61] Notas de Cherniaev y Medvedev en la sesión del Politburo, 11 de mayo de 1989.

Discusión del memorándum de seis miembros del Politburo sobre la situación en las
repúblicas bálticas, AGF, f. 4, op. 1; véase asimismo Veber, Soiuz mozhno bilo
sokhranit, pp. 52, 55. <<

ebookelo.com - Página 1626


[62] Expediente soviético de la cumbre de Malta, AGF, f. 4, op. 1; Zelikow y Rice,

Germany Unified and Europe Transformed, p. 129. <<

ebookelo.com - Página 1627


[63] Perestroika desiat let spustia, p. 19. <<

ebookelo.com - Página 1628


[64] Entrevista de Oleg Skvortsov a Ligachev, Moscú, 17 de diciembre de 1998,

OHPECW. <<

ebookelo.com - Página 1629


[65] Odom, Collapse of the Soviet Military. <<

ebookelo.com - Página 1630


[66] Lévesque, Enigma of 1989, p. 2. <<

ebookelo.com - Página 1631


[67] Entrevista de Oleg Skvortsov a Ligachev, Moscú, 17 de diciembre de 1998,

OHPECW; para el proceso de bloqueo de los elementos «conservadores», estructuras


del partido y otros actores burocráticos para que no intervinieran en el área de política
exterior, véase McGiffert Ekedahl y Goodman, Wars of Eduard Shevardnadze, pp.
71-98. <<

ebookelo.com - Página 1632


[68] Kramer, «Collapse of East European Communism», Primera parte, 178-256, y

Segunda parte, pp. 3-64. <<

ebookelo.com - Página 1633


[69] Los textos de todos estos informes están en NSArch; Lévesque, Enigma of 1989,

68-90; Shajnazarov, Tsena Svobody, p. 369. <<

ebookelo.com - Página 1634


[70] Véanse Vladislav Zubok, «New Evidence on the Soviet Factor in the Peaceful

Revolution of 1989», CWIHP, n.º 12/13 (otoño/invierno de 2001), p. 10; y Gaidar,


Gibel imperii, p. 245. <<

ebookelo.com - Página 1635


[71] Informe de la conversación mantenida por M. S. Gorbachov y el miembro del CC

del Partido Socialista de los Trabajadores de Hungría y presidente del Consejo de


Ministros de la República Popular de Hungría, Miklos Nemeth, 23 de marzo de 1989,
notas de Cherniaev, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1636


[72] Conversación del autor con Rakowski de 8 de abril de 1999, en la conferencia con

motivo del aniversario de la mesa redonda sobre Polonia de 1989, organizada por la
Universidad de Michigan, Ann Arbor. Rakowski dijo también a Lévesque que
Gorbachov se negó a verlo en Moscú para evacuar consultas con él. Véase Lévesque,
Enigma of 1989, p. 125. <<

ebookelo.com - Página 1637


[73] Existen intrigantes pruebas de que así fue en las memorias del último embajador

soviético en la RDA, Viacheslav Kochemasov, véase su libro Meine letzte Mission,


pp. 168-169. Kochemasov afirma que fue decisión suya ordenar al comandante de las
fuerzas soviéticas que se abstuviera de intervenir durante la trascendental
manifestación de Leipzig. Sergei Tarasenko informó de las actividades de
Shevardnadze en Nueva York en Musgrove I, transcripción, p. 98. <<

ebookelo.com - Página 1638


[74] Musgrove I, transcripción, p. 79. <<

ebookelo.com - Página 1639


[75] Bush y Scowcroft, World Transformed, p. 135. <<

ebookelo.com - Página 1640


[76] Citado en Talbott y Beschloss, At the Highest Levels, pp. 73-100. Véase, por

ejemplo, el análisis elaborado por Fritz Ermarth, National Intelligence Council, CIA,
«The Russian Revolution and the Future Russian Threat to the West», 18 de mayo de
1990, desclasificado y colgado por Ermarth en la Johnson Russia List, Center for
Defense Information, 30 de junio de 1999, http://www.cdi.org/russia/johnson/.
Véanse asimismo los informes «Rising Political Instability under Gorbachev:
Understanding the Problem and Prospects for Resolution, an Intelligence
Assessment», Directorate of Intelligence, abril de 1989, y «Gorbachev’s Domestic
Gambles and Instability in the USSR, an Intelligence Assessment», septiembre de
1989, documentos ambos desclasificados por exigencia de la Ley de Libertad de
Información, NSArch. Bush y Scowcroft subrayan que las reuniones de Bush en
Polonia tuvieron un papel decisivo para salir del peligroso punto muerto en que se
encontraban las relaciones políticas entre Jaruzelski y Solidaridad. World
Transformed, pp. 117-123. La noticia cuenta con el respaldo pleno del propio
Jaruzelski; véase su libro de memorias, Les chaines et le refuge, p. 337; Lévesque,
Enigma of 1989, p. 123. <<

ebookelo.com - Página 1641


[77]
Baker, Politics of Diplomacy, pp. 144-152; Bush y Scowcroft, World
Transformed; p. 173. <<

ebookelo.com - Página 1642


[78] Para las relaciones entre la URSS y la RFA antes de la visita de Kohl, véase

Smyser, From Yalta to Berlin, pp. 304-313, 316. <<

ebookelo.com - Página 1643


[79] Tercera conversación de M. S. Gorbachov con el canciller de la RFA, Helmut

Kohl (cara a cara), Bonn, 14 de junio de 1989, notas de Cherniaev, proporcionadas


por éste al NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1644


[80] Conversaciones del canciller Kohl y del ministro de Exteriores Genscher con el

presidente Nemeth y el ministro de Exteriores Horn, Palacio Gymnich, 25 de agosto


de 1989, publicadas en Clusters y Hoffmann, Dokumente zur Deutschlandspolitik, pp.
377-382. <<

ebookelo.com - Página 1645


[81] Entrevista de Jacques Lévesque a Laszlo Kovacs, Budapest, 2 de mayo de 1992,

citada en su libro Enigma of 1989, p. 153. <<

ebookelo.com - Página 1646


[82]
Conversación de Gorbachov con Honecker, 7 de octubre de 1989, AGF,
proporcionada por Cherniaev al NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1647


[83] Medvedev, Raspad, p. 171; notas de Cherniaev, 5 de octubre de 1989, AGF, f. 2,

op. 2. <<

ebookelo.com - Página 1648


[84] Medvedev, Raspad, p. 191. <<

ebookelo.com - Página 1649


[85] Kuzmin, Khrushcnie GDR, pp. 112-113. <<

ebookelo.com - Página 1650


[86] Notas de Cherniaev, 5 de octubre de 1989, AGF, f. 2, op. 2; Vladislav Zubok,

«New Evidence on the Soviet Factor in the Peaceful Revolution of 1989», CWIHP,
n.º 12/13 (otoño/invierno de 2001), p. 13; Cherniaev et al., V Politbiuro TsK KPSS, p.
524. <<

ebookelo.com - Página 1651


[87] Zelikow y Rice, Germany Unified and Europe Transformed, p. 83. <<

ebookelo.com - Página 1652


[88] Vorotnikov, A bylo eto tak, pp. 301, 304-305. <<

ebookelo.com - Página 1653


[89] Ibídem, p. 308. <<

ebookelo.com - Página 1654


[90] La exposición más completa puede verse en Hettle, Chronik des Mauerfalls, pp.

233-237; véase asimismo Igor Maksimichev, «Berlinskaia stena: Eio padeniie


glazami ochevidtsa», Nezavisimaia gazeta, 10 de noviembre de 1993; Kochemasov,
Meine letzte Mission, p. 185; Kuzmin, Khrushcnie GDR, p. 60. <<

ebookelo.com - Página 1655


[91] Lévesque, Enigma of 1989, pp. 162-165. <<

ebookelo.com - Página 1656


[92] Vorotnikov, A bylo eto tak, pp. 311-318; Veber, Soiuz mozhno bilo sokhranit, pp.

75-77. <<

ebookelo.com - Página 1657


[93] Shajnazarov, Tsena Svobody, p. 353. <<

ebookelo.com - Página 1658


[94] Lévesque, Enigma of 1989, pp. 83, 178-181, 255. Los embajadores y los jefes de

los servicios de inteligencia soviéticos en las capitales de Europa Central, así como
algunos visitantes soviéticos bien informados (por ejemplo, Vadim Zagladin, que
visitó Checoslovaquia en 1989), advirtieron repetidamente a Moscú de la grave
situación reinante. Al mismo tiempo, nadie habría podido prever qué carácter o qué
dirección iban a tomar las revoluciones de Europa Central. <<

ebookelo.com - Página 1659


[95] Dobrinin, In Confidence, pp. 627-628, 630-631; comunicación personal del autor

con Dobrinin, Moscú, 18 de junio de 1999; véase asimismo Kornienko, Kholodnaiia


voina, pp. 261-268. <<

ebookelo.com - Página 1660


[96]
Baker, Politics of Diplomacy, pp. 144-152; Bush y Scowcroft, World
Transformed, p. 173. <<

ebookelo.com - Página 1661


[97] Informe de la reunión citado en Zelikow y Rice, Germany Unified and Europe

Transformed, pp. 298-399. <<

ebookelo.com - Página 1662


[98] Bush y Scowcroft, World Transformed, p. 317. <<

ebookelo.com - Página 1663


[99] Informe soviético de la entrevista con el presidente norteamericano George Bush

(conversación cara a cara), 2 de diciembre de 1989, AGF. Pavel Palazhchenko, que


hizo de intérprete durante esta conversación, comentó al autor la reacción de
sobresalto de Gorbachov, véase asimismo Bush y Scowcroft, World Transformed; p.
165. <<

ebookelo.com - Página 1664


[100] Informe soviético de la entrevista con el presidente norteamericano George Bush

(conversación cara a cara), 2 de diciembre de 1989, AGF. <<

ebookelo.com - Página 1665


[101] Esta expresión procede del tratado bilateral firmado por Alemania y la Unión

Soviética en Rapallo, Italia, en 1922, a espaldas de las grandes potencias europeas.


<<

ebookelo.com - Página 1666


[102] Kvitsinski, Vor dem Storm, pp. 16-17; Zelikow y Rice, Germany Unified and

Europe Transformed, pp. 124-125; informe de la reunión sobre Alemania celebrada


en el CC del PCUS el 18 de enero de 1990, diario de Cherniaev, NSArch. <<

ebookelo.com - Página 1667


[103] Zelikow y Rice, Germany Unified and Europe Transformed. <<

ebookelo.com - Página 1668


[104] Para el «imperio» soviético interno y las razones de su inestabilidad, véase

Zaslavski, «Nationalism and Democratic Transition in Postcommunist Societies», pp.


99-119; véase asimismo su artículo «Collapse of Empires»; Tuminez, «Nationalism
Ethnic Pressures, and the Breakup of the Soviet Union», pp. 81-136. <<

ebookelo.com - Página 1669


[105]
Conversación del autor con Georgi Shajnazarov, Jachranka (Polonia), 9 de
noviembre de 1997. <<

ebookelo.com - Página 1670


[106] Para más detalles, véase Cherniaev, 1991 god, pp. 186-207; véase asimismo

Putch: khronikka trevozhnikh dnei. <<

ebookelo.com - Página 1671


[107]
El mejor estudio de esta caída es Gaidar, Gibel imperii, capítulos 6 y 7,
especialmente pp. 318, 332, y 344. <<

ebookelo.com - Página 1672


[108] Matlock, Autopsy of an Empire, 551-559; Brown, Gorbachev Factor, p. 291. <<

ebookelo.com - Página 1673


[109]
Odom, Collapse of the Soviet Military, Taylor, «Soviet Military and the
Desintegration of the USSR», pp. 17-66. <<

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[110] Matlock, Autopsy 0 fan Empire, pp. 612-647; Dunlop, Rise of Russia and the

Fall of the Soviet Empire. Como mejor estudio en ruso, véase Pijoia, Sovetskii Soiuz.
<<

ebookelo.com - Página 1675


[111] Trubetskoi, Minuvshee, pp. 109, 110. <<

ebookelo.com - Página 1676


[112] Afanasyev, Sovetskoie obshchestvo, 2, pp. 560, 562. <<

ebookelo.com - Página 1677


[1] Véase este punto en Westad, Global Cold War, 4, pp. 396-397. <<

ebookelo.com - Página 1678


[2] Parallel History Projects of NATO and the Warsaw Pact: Annual Report, 2003, p.

9. <<

ebookelo.com - Página 1679


[3] Brudny, Reinventing Russia, p. 58; Grushin, Chetyre zhizni Roíz v zerkale oprosov

obshchestvennogo mneniia, pp. 843, 876. <<

ebookelo.com - Página 1680


[4] Véase Nuri y Zubok, «Ideology», pp. 73-110. <<

ebookelo.com - Página 1681


[5] Véase Logevall, «Bernath Lecture», pp. 475-484. <<

ebookelo.com - Página 1682


[6] Vladislav Zubok, «Reagan the Dove: Soft Power», New Republic, 21 de junio de

2004, pp. 11-12. <<

ebookelo.com - Página 1683


[7] Este punto queda expresado de forma elocuente en Malia, Soviet Tragedy, pp. 50-

78. <<

ebookelo.com - Página 1684

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