La Geografia Secreta de America

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 193

Jacques de Mahieu

LA ·cEOGRAFIA ·
SECRETA
DE AMERICA
ANTES DE COLON
INDICE

Pág..
l. La América de los romanos- . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
II. Más allá del mar tenebroso . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
III. Co~ón, el embustero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
IV. El "mapa imposible" de Martín Waldeseemüller 103
V. Las tierras nuevas .......... ·. . . . . . . . . . . . . . . . . 125
VI. La tierra de los papagayos ; ....... ; . . . . . . . . . . 153
VII. El secreto diepperise . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
1

La América de los romanos


/
Cierto día del siglo I de nuestra era, el griego Alejan-
dro, capitán de un barco mercante de Roma, se hizo· a la
mar para un largo viaje. Partiendo de un puerto de Quer-
sonéso Aureo, que llamamos hoy día Indochina, hizo rum-
bo al sur y, veinte días más tarde, tocó tierra en Zabai.
Desde allá, se dirigió hacia el este y, después de "un nú-
mero de días tan grande que no fue posible contarlo",
alcanzó, "sin escala intermedia", la bien conocida ciudad
de Cattigara. Tal es el relato que debemos al geógrafo fe-
nicio Marino de Tiro cuya obra, escrita en los últimos
año"s del siglo 1, se perdió pero fue retomada, cincuenta
años más tarde, por su colega Claudio Ptolomeo, griego
romanizado del Egipto.
No nos sorprendamos encontrar, en aquella época, un
barco romano en el Extremo Oriente. Al incorporar Gre-
cia en su imperio, la Urbs había recogido la herencia de
Alejandro Magno y, de "conformidad con su genio, la ha-
bía proyectado en el campo de las realizaciones concre-
tas. Numerosos eran sus súbditos -arquitectos, esculto-
res, albañiles, carpinteros, fundidores:_ que iban a tra-
bajar a las Indias donde se los conocía con el nombre de
iavanas. Pero sobre todo sus barcos surcaban el Océano
Indico y recalaban regularmente en los puertos que el
Imperio había construido en sus costas. Tenemos de ello
pruebas tangibles desde que se descubrieron, en 1945, cer-
ca de Pondichéry, las ruinas de la ciudad romana de Ari-
kamendou, centro de exportación de la muselina, y luego,

-11
cerca de Saigón, los vestigios de la factoría de Oc-Eo, la
que, verosímilmente, dependía de la primera.
¿Roma tenía, pues, navíos capaces de navegar tan le-
jos fuera del Mare Nostrum? Sin duda alguna. Siempre
pensamos en las embarcaciones de cabotaje -de 200 a
400 toneladas- que se encontraron, en el curso de los úl-
timos decenios, en las costas del Mediterráneo. Pero las
había mucho más grandes (1), tal, por ejemplo, la de que
habla Luciano, un carguero de Alejandría, destinado al
transporte de cereales, que pasaba de las 2.000 toneladas.
Doscientos sesenta y seis pasajeros viajaban en el barco
que llevó san Pablo a Roma, y Flavio Josefo, en la misma
época, menciona un navío, por lo demás cargado de merca-
derías, que trasportaba a seiscientas personas. En cuanto a
las tripulaciones, no olvidemos que Grecia y Fenicia,
tierras de marinos por excelencia, pertenecían al Impe-
rio. Los puertos de Palestina (El Aqaba) y del Egipto le
daban, por otro lado, acoeso al Mar Rojo y los de Persia,
directamente al Indico. La presencia de Alejandro en In- ·
dochina no tiene, por lo tanto, nada que nos pueda sor-
prender. Por el contrario, es sumamente extraño que haya
alcanzado a Cattigara, una ciudad que mencionan todos
los mapas, entre el.siglo 1 y el siglo XVI, pero que sitúan
en una tierra que no existe. .
Conservada en Bizancio, la Geografía de Ptolomeo llegó
a Europa junto con las obras esenciales de los filósofos
griegos y constituyó, durante toda la Edad Media, el
texto fundamental de la cosmología de la época, tanto para
los sabios árabes 0 de España como para los escolásticos
cristianos. La acompañaban un mapamundi y varios mapas
parciales. A principios del siglo :xv, la Geografía fue tra-
* Decimos "árabes" para mayor comodidad de lenguaje. No
ignoramos, por supuesto, que los sabios en cuestión eran persas,
sirios, afganes, egipcios y bereberes, arabizados.

12
/

ducida al latín y numerosas ediciónes · se sucedieron hasta


fines del siglo xvr.
Si observamos el mapamúndi de Ptolomeo (fig. 1), no-
taremos que Europa está correctamente. diseñada, aunque
Escandinavia no figurá en él o, si se quiere, se reduce a
Islandia (Thule) y que el Africa no pasa del 10<? grado de
latitud sur. En el Asia, la India está muy mal represen-:-
tada, Ceilán . (Trapobana) tiene dimensiones abusivas e
Indochina desciende un poco por debajo del Ecuador, lo
cual parece indicar -veremos que hay otras razones para
creerlo- q.ue la Insulindia se confunde con ella. Más allá,
. apárece un golfo, profundo y estrecho, que lleva el nom-
~ / bre de Sinus Magnus y cuya costa oriental, donde se en-
cuentra Cattigara, desciende hasta el 159 grado de latitud ·
sur y, luego, se inclina hacia el oeste y va a unirse con el
Africa. El Océano Indico se convierte así en un mar cerra-
do que rodean el Africa, al oeste; el Asia al norte; la
"Tierra de Cattigara", al este; y une Terra Incognita, al
sur. Cosa extraña: las costas orientales de China y de la
tierra misteriosa, las que deben lógicamente bordear el
Océano Atlántico,· no están representadas en el mapa.
Cosa extraña, decimos. En el siglo n, en efecto, se sa-
bía muy bien que la tierra es redonda y hacía tiempo que
Eratóstenes había calculado correctamente su circunferen-
cia: 252.000 estadios, unos 40.000 kilómetros. Pero se creía
que nuestro planeta constituía el centro inmóvil de un cos-
mos cuyos otros astros girabari alrededor de ella. Sólo la
parte superior del globo, la Ecumene, se consideraba habi-
table: en el hemisferio sur, la gente hubiera .tenido la ca-
beza abajo, lo cual era inconcébible. Pero basta que la
tierra sea redonda para que el Atlántico, a falta, por su-
·mesto, de un continente intermedio, bañe a la vez las
.::ostas de Europa y las del Asia.

13

/
Esta laguna del mapamundi de Ptolomeo reviste una
extrema importancia, pues demuestra que el geógrafo no
extrapola, que se limita rigurosamente a los hechos cono-
cidos y, por lo tanto, observados. No vacila, a pesar de la
teoría, en invadir, en el Africa, más de diez grados del he-
misferio sur, porque sabe que se navega más allá del
Ecuador, y, si lo hace igualmente para la Tierra de Catti-
gara, es que debe de tener, respecto de ella,· 1~ misma cer-
teza. Inversamente, no diseña. las costas orientales de la
Ecumene por la sencilla razón que sus informantes no
las alcanzaron. Contrario. sensu, la costa occidental de
la Tierra de Cattigara es conocida y Ptolomeo se basa,
para hacerla figurar en su mapa, en testimohÍos, directos
o. indirectos, de .marinos que .llegaron hasta ella. · Ahora .
bien: esta costa, repitámoslo, no existe. Al este de Indo-
china sólo se extiende el Océano Pacífico.
Algo falla,· pues, en la exposición de nuestro geógrafo.
Hubiéramos podid()_ darnos cuenta de ,ello al seguir en el
mapa el itinerario de Alejandro. Este sale de un puerto
iné:lochino, probablemente Oc-Eo, y recala en Zabai, siem-
pre en el Quersoneso Aureo, según parece. Ahora bien: es
éste, aún hoy, con apenas algunas variantes (Zabak, Za-
bag, Sabah), el nombre que lleva la costa norte de Bor-
neo donde Ptolomeo sitúa, por lo demás,, la ciudad de
Samaradi que todavía existe con el nombre de Samarindia.
Lo cual confirma lo que hemos dicho más arriba: para el
alejandrino,· Indochina y la Insulindia constituyen· una
misma península. Ahora bien: en su mapa, entre Zabái y la
Tierra de Cattigara, sólo hay 89 40', o sea; puesto que
atribuye al grado, siguiendo en esto a Posidonio y no a ·
Eratóstenes, un valor de 500 estádios, unos 680 km. No es
ésta una distancia tal que Alejandro haya necesitado;
para recorrerla, "un número de días tan grande que no fue
posible contarlo". Tanto menos cuanto que es apreciable-

15
mente inferior a la que, en el mismo mapa, separa la costa
oriental de Ceilán de la punta indochina en cuestión -279
42', o sea unos 2.200 km-, travesía habitual para los bar-
cos de Roma.
Para este contrasentido, hay una única explicación: el
m~pa de Ptolomeo no reproduce fielmente el que ilustraba
la Geografía de Marino. de Tiro. Pues parece sumamente
improbable que este último se haya contradicho de un
modo tan evidente. De hecho, sabemos que el alejandrino,
aun siguiendo de muy cerca la obra de su predecesor, no
titubeó en rectificar, con o sin razón, algunos de sus as-
pectos esenciales. No sólo cuando reemplaza, por ejemplo,
los meridianos paralelos de Marino por líneas curvas que
se juntan eri el polo, como corresponde, sino también
cuando reduce apreciablemente la extensión de la Ecumene.
Para Ptolomeo, las tierras conocidas cubren 180 grados,
contados a partir de las Islas Afortunadas, nuestras Cana-
rias. El Quersoneso Aureo se sitúa a los 160° de longitud
y Zabai, a los 168° 20'. Entre este último puntq y Cattigara,
encontramos los 8° 40' que atribuye al Sinus Magnus y
los 3 que corresponden 'a la franja de las tierras orienta-
les que deslinda el marco del mapa. Marino de Tiro, tam-
bién él, coloca Indochina a los 160° y los veinte días de
navegación de Alejandro no permiten admitir que, para
él, la costa de Borneo haya estado más al este que para
Ptolomeo. Quedan así, para completar sus 225 grados,
56° 40', o sea 53° 40' para el Sinus Magnus (fig. 2). Catti-
gara se sitúa entonces en la longitud de las islas Marque-
sas. El Gran Golfo de Marino de Tiro era, pues, casi
siete veces más ancho que el de Ptolomeo y, siempre con
grados de 500 estadios, se ·extendía sobre cerca de 5.000 km.
Distancia ésta tanto más respetable cuanto que el geógra-
fo fenicio reducía en una buena tercera parte la circun-
ferencia del globo. Ahora entendemos, sea dicho entre

16
.:i
;:!
O'
o
()
c:i
.~

-
~
~
~
'1:l
paréntesis, por qué un golfo que, en Ptolomeo, es mucho
más pequeño que su vecino, el Sinus 9angeticus -nues-
tro Golfo de Bengala- lleva el nombre de Magnus: lo
merecía en Marino. Y más aún de lo que éste podía ima-
ginarlo, pues lo cerraba, al este, nada menos que la costa
occidental de nuestra Sudamérica.
La deducción no es nuestra. Se la había hecho, como
veremos, en el siglo xVI, pero, luego, se la había olvidado.
En nuestra época, por lo que sabemos, fue el historiador
argentino Enrique de Gandía (2) quien, por primera vez,
formuló, en dos frases, la hipótesis de que la "India Orien-
tal" no fuera sino América. La idea fue retomada y desarro-
llada por su compatriota, Dick Edgar !barra Grasso (3 )
quien, citando lealmente a su predecesor, no por elio dejó
de tenerla por su lado y, lo que es más importante, la probó,
En un mapa de detalle de la Geografía de Ptolomeo que
muestra la misteriosa costa oriental figuran, en efecto,
a la altura del Ecuador, al norte de Cattigara, 'dós cabos
fuertemente marcados, únicos accidentes que vienen a
quebrar la uniformidad del trazado. !barra Grasso se dio
cuenta que esos dos promontorios existen realmente, en
la misma latitud, en la costa ocCidental de Sudamérica
(fig. 3).
Hay más todavía. En el mapa de Ptolomeo, la Tierra
de Cattigara lleva una cantidad apreciable dé indicaciones
toponímicas, algunas de las cuales son en latín (Satyrorum·
Promontorium, Saenus Fl;, etc.), pero se trata de traduc-
ciones del griego cuya forma primitiva desconocemos,
mientras que otras (las loc~lidades de Acathra, Aspithra,
Bramma, Rhabana, Caccoranagara, Cattigara, etc.) son
indiscutiblemente hindúes 0 • Pero hay también dos nom-

* Empleamos este término inexacto para evitar "indio" que


podría suscitar confusiones en una obra relativa a América.

18
Lof'•. "'"'''" A4••1 .

• d ...

FIG. 3 -La costa de Cattigara, según Ptolomeo y Lopo Homem, y la de Sudamérica,


según !barra Grasso.
bres reveladores. Uno es el de un río, Ambastus Fl.; el
otro, el de una localidad, Sarata. No sólo tienen una neta
consonancia quichua, sino que, además, siguen existiendo.
Encontramos otros dos en un mapa de detalle que acom-
paña el mapamundi de 1519 (foto 2) de Lapo Homem, del
que hablaremos más adelante. El cartógrafo portugués re-
toma el trazado del alejandrino, pero con una toponimia
distinta. Dos ríos llaman nuestra atención. El nombre de
uno de ellos, Bozica Fl., situado en la actual Colombia, re-
cuerda curiosamente al Dios Blanco Bóchica de la tradi-
ción muysca. El del otro, Maiu Fl., en el Perú, resulta. aún
más significativo. Pues maiu, en quichua, significa :J;llUY
exactamente "río".
De esta toponimia, !barra Grasso deduce que las costas
occidentales de América las frecuentaban principalmente,
en la época de Marino de Tiro, comerciantes hindúes. Sin
embargo, el hecho en sí sólo significa que los navegantes
grecorromanos las conocían por los hindúes. De cualquier
modo, tenemos buenas razones de pensar que los chinos
también cruzaban el Pacífico.
En el mapa de Ptolomeo, al sur del Satyrorum Promon-
torium, se abre un golfo que, en realidad, no existe y que
el geógrafo -:-o su traductor- llama Sinarum Sinus, Golfo
de los Chinos. A la misma altura, pero en el interior de
las tierras, figura una ciudad ("metrópoli", dice Ptolomeo)
que lleva el nombre de Thinae. A menudo se dijo que se
trataba de la capital de China, no sin agregar que su nom-
bre provenía de la dinastía Tzin. Se llegó hasta a sostener
que Ptolomeo se había equivocado lisa y llanamente, orien-
tando hacia el sur, en lugar del norte, la costa china, lo
cual constituye un doble disparate: nunca hubo la menor
dificultad para medir la latitud, y la toponimia hindú ex-
cluye toda confusión. Por otro lado, el nombre de Thinae
-a veces Thina o Cina-, aplicado a una ciudad de China

20
o al país todo, era conocido en el Occidente (Eratóstenes)
y en el Oriente (Kantilya, 300 a. J. C.) mucho antes de la
época de la dinastía Tzin (225 a 206. a. J. C.). La hipótesis
más probable, e !barra Grasso la insinúa, es que Thinae
o Sinae (los chinos, en latín) venga de Sinus y signifique
"los habitantes del Golfo". Thina y sus variantes Cina y
Sina serían entonces "el país de los habitantes del Golfo".
En .el marco de esta hipótesis, la mención de Thinae
y del Sinarum Sinus en las costas de la Tierra de Cattigara
querría simplemente decir que, en el lugar señalado, ha-
bría habido, en aquella época, una población china. Lo
cual sería tanto menos sorprendente que ésta aún existía
en el siglo pasado: los inmigrantes que; hacia 1850, empe-
zaron a llegar aesde el Celeste Imperio al Perú tuvieron
la sorpresa de encontrar en Etén, una pequeña aldea de
pescadores situada precisamente en el Golfo de los Chinos
de Ptolomeó, a "indios", distintos de lbs demás, cuya len-
gua entendían (4). Señalemos también que es entre los
chimúes, cuya capital, Chan-Chan, está situada al sur del
Sinarum Sinus, que se ha notado la mayor cantidad de
rastros de aportes culturales asiáticos. ·
Queda, además, el famoso problema de Fu-Sang. El
historiador chino Li Yu, que conocemos, desdé el siglo XVIII,
gracias al orientalista de Guignes, nos ha conservado, en
efecto, el relato del bonzo Hoei Chin, quien, en el año 499
de nuestra era, habría vuelto a China desde el país de
Fu-Sang. Este sacerdote budista cuenta que se trata de
una tierra lejana, situada al este, más allá de los mares,
la que debe su nombre a una planta que sirve para múl-
tiples empleos: sus hojas, cuando están tiernas, se comen
como las del bambú;· su fruto colorado se parece a la pera;
su corteza da fibras con las cuales se tejen los vestidos
y se hace papel:
Los habitantes de Fu-Sang ignoran la guerra. Viven en

21
casas de madera y sus aldeas no. están fortificadas. Están
gobernados por un rey llamado Y-Ki y por una aristocra-
cia dividida en tres categorías: los tui-lu, los pequeños
tui-lu y los na-to-tcha. Tienen _una escritura propia. Utili-
. zan carros arrastrados por bueyes, caballos y ciervos. Es-
tos últimos se crían como, en China, los vacunos: se los
ordeña y, con su leche, se hace queso. Hay bueyes que son
capaces dé llevar en sus largas astas una carga de 20 ho
(200 quintales). En el país, se. encuentran peras coloradas
que se conservan todo el año sin podrirse y uva en abun-
dancia. Se trabaja mucho el cobre, y tamDí.én el oro y la
plata que se aprecian poco. ~-éonoce el hierro.
Hoei Chin completa su relato retrazando el itinerario
de cinco monjes budistas, naturales de Samarcanda, que,
en el año 458, se fueron a Fu-Sang para predicar ·allí su
religión. Se embarcaron en el Pacífico y, a 12.000 lis de
China (el li vale 576 metros), encontraron Nippón; a
7.000 lis más al norte, Wen Chin, el país de los ainos; a
5.000 lis de este último, Ta Hon, rodeado por el agua de
tres lados. Por fin, después de un viaje de 20.000 lis hacia
el este, llegaron a Fu-Sang. 20.000 lis son exactamente la
distancia que, siguiendo el Kuro Sivo, separa China de
Califor:i:lia donde crece el maguey, una planta en todo con-
forme a la descripción que el bonzo da del fu-sang. Sin
embargo, no había caballos, en América, en la época en
cuestión, y· ni el bisonte ni los cérvidos, salvo el reno, pero
en el extremo Norte, jamás fueron domesticados. Son éstos
detalles que pierden mucho de su importancia si se piensa
que el relato de Hoei Chin se remonta al siglo. v y no nos
ha llegado directamente. Es más lógico aceptar una des-
- cripción embellecida que suponer meramente imaginario
un viaje, que se nos relata con una extremada precisión
geográfica, hacia tierras bien reales, pero cuya existencia
se habría ignorado.

22
Los hindúes no .fueron· nunca grandes navegantes. Pto-
lomeo señala que se empleaban, en Ceilán y en el Golfo
de Bengala, embarcaciones de 3.000 ánforas, vale decir de
alre<;ledor de 100 toneladas, lo que no parece suficiente pa-
ra ir a América. Pero sabemos que la navegación entre
·las Indias y Cathay se efectuaba con inmensos juncos
chinos que llegaban a las 3.000 toneladas. Así el monje
budista Fu Hian, en el año 414, hizo el viaje de Java·
a Cantón en un navío que trasportaba doscientos pasaje-
. ros, además de su cargamento, e Ibn Batuta, en 1330, fue
de. Calicut a China en un junco a bordo del cual disponía,
para él y sus esclavas ~avoritas, de un. camarote provisto
de un cuarto de baño y un cuarto ele tocador. El geógrafo
árabe nos habla de ·uno de esos navíos gigant_escos que
trasportaban seiscientos. tripulantes, cuatrocientos solda-·
. dos y trescientos pasajeros (1). Sabemos, por otra· parte,
que, entre 1405 y 1431, el almirante Tcheng Ho armó siete
expediciones marítimas sucesivas, una de las cuales, con
.Setenta y dos juncos que trasportaban diecisiete mil sol-
dados, alcanzó las costas del Africa (5) .
Los barcos chinos, a menudo al servicio de comercian-
tes hindúes, estaban, pues, en condiciones de afrontar la
travesía del Pacífico. Marco Polo, que sólo habla, en este
punto, . de oídas, nos cuenta, por lo demás, que navíos
"de Zaiton y de Guinsai" hacían viajes de un año para
ir a buscar oro en islas, pobladas de caníbales, del Mar
de China "que rodea Mangi", pero muy lejos "del camino
·de la Indüi". Las indicaciones geográficas que ·da, al res-
pecto, ·nuestro aventurero son de las más imprecisas y
contradictorias. Se tiene la iinpresión de que habla, a ve-
ces del Japón, donde, por cierto, no había caníbales, a ve-"
ces de la Insulindia, de la cual es difícil decir que el oro
"abunda tanto allí que es una maravilla". Una tierra de
caníbales, donde abunda el oro, a seis meses de navega-

23
ción de China, sólo puede tratarse de México. Ahora bien:
la ciudad de Acathra, en el mapa de Ptolomeo, está situa-
da exactamente en la latitud de Teotihuacán.
Otro pasaje del Milione, en el cual Marco Polo nos des-
cribe, siempre de oídas, la isla de Cipango, nos sugiere, sin
embargo, otra idea: "Cipango es una isla situada hacia
el Levante, a unas 1.500 millas de la tierra firme, vale
decir de la costa de la provincia de Mangi. Es una isla muy
grande: sus habitantes tienen ·¡a piel blanca, un buen as-
pecto y costumbres civilizadas . . . Poseen oro en enorme
abundancia y nunca se agotan las minas donde lo encuen-
tran: su rey no permite exportarlo fuera del país y es ésta
la razón por la cual los comerciantes que viajan a esta
isla son muy pocos, Los barcos que van allí desde otras
partes del mundo tampoco son muy numerosos. La extra-
ordinaria riqueza del palacio del soberano, según nos con-
taron algunas personas que tienen permitido el acceso,
constituye un ·espectáculo maravilloso . . . El techo entero
está cubierto de una hoja de oro fino . . . y los cielos ra-
sos de cada una de las salas son del mismo metal pre-
cioso; numerosos departamentos tienen mesas de oro fino
de considerable espesor y los motivos que ornamentan las
ventanas son de oro ... Cuando hablamos de ese mar (el
donde se halla Cipango. N. del A.), debéis comprender
que no es sino una parte del Gran Mar Océano". Los ja-
poneses civilizados no son de raza blanca y sus islas, si-
tuadas a 450 km de las costas de China (y a 100 km de las
de Corea), y no a 1.500, no son especialme:ote ricas en oro.
¿Marco Polo no atribuirá a Cipango algunas de las carac-
terísticas ·de una tierra· lejana que habitaban,· en el si-
glo xn1, hombres blancos civilizados cuyos templos y pa-
lacios estaban cubiertos de oro y que sólo puede ser el
Perú?
Estamos ahora en condiciones de retrazar los dos itine-

24
rarios conocidos, en el curso del primer milenio, para ir
del Asia a América. El uno es el de Alejancfro que, se-
gún Marino de Tiro, como ya hemos vis~o, salió de .Zabai
y llegó a Cattigara. Efectivamente, cualquier barco que
navegue desde Borneo en la dirección indicada no tarda
en ser ·arrastrado en línea recta, por la Contracorriente
Ecuatorial, hacia las costas del actual Ecuador. Ptolomeo
sitúa Cattigara a los 8° 30' de latitud sur, vale decir a la
altura de Chan-Chan. Allá, una corriente costera, que·
utilizaban los incas para sus .viajes· en balsa a Panamá,
remonta hacia el norte hasta el sur de México y alcanza
la Corriente Norecuatorial que cruza el Pacífico Norte y
llega a las Filipin~. · . -·
El segundo itinerario, el de Hoei Chin, pasa por el J a-
pón, Sajálin y la península del Kamchatka. Desde este
último punto, desciende ligeramente hacia el sur y alcanza
el· K uro Sivo que cruza el Pacífico Norte y al que prolon-
ga, hacia el sur, la Corriente de California. La vuelta se
efectúa, como en él caso anterior, por la Corriente Norecua-
torial. Señalemos aquí que, al seguir,. en su viaje de ida,
esta ruta del norte, los navegantes veían casi continua-
mente tierra a babor, lo que debía. de darles la impresión
de bordear las costas de un inmenso golfo: el Sinus Mag- ·
nus. Impresión ésta casi exacta, por lo demás, puesto que
el Asia sólo está separada de América por el Estrecho de
Behring.
Verosímilmente, los grecorromanos no conocían el ca-
mino de Fu Sang. Su intercambio con China se efectuaba,
en efecto, sea por caravanas que traían hasta Persia los
productos del Celeste Imperio y, en particular, los artícu-
los de seda y .de algodón, sea desde sus factorías del sur
asiático y, muy especialmente, del Quersoneso Aureo. Sa-
bían, por cierto, que era posible alcanzar China remontando
hacia el norte las costas del Sinus Magnus. Tenemos al

25
respecto el testimonio de un comerciante griego estable-
cido en Bereniza, en el Mar Rojo, que nos dejó un manual
de navegación, Periplous · Maris Erithraei, en el cual nos
habla del país d~ la seda, situado "justo debajo de la Osa
Mayor". Pero sólo lo hace de oídas: China· es muy difícil
de alcan~ar "y inuy pocos son los que llegan .allá" (1).
Durante toda la Edad Media, casi no se hizo sino re-
petir la Geografía de Ptolomeo, cuyo complemento habi-
tual constituía el Periplous. Las cosas cambiaron cuando los
árabes tomaron el lugar de los griegos y se establecieron
sólidamente en la Insulindia de donde traían a Europa los
productos del Asia y, en especial, la seda, las especias y
la tintura de madera brasil. Sus geógrafos que, en Bizan-
. cio, habían hallado las obras de Ptolomeo ....:...incluso su
Almagesto, del que sacaron lo esencial de sus matemáti-
cas- empezaron,. pues, a recibir informes extremadamente
precisos que contenían, sea el fruto. de observawones di-
rectas~ de .sus autores, sea la exposición de los conocimien-
tos adquiridos, a lo largo de los siglos, por los navegantes
cultos de las islas indonesias. Al trasladar estos nuevos
datos al mapamundi de Ptolomeo, dos hechos, de inme-
diato, les saltaron a la vista: Sumatra y Borneo eran islas,
distintas de Indochina; la Tierra de Cattigara no existía,
por lo menos en el lugar donde el alejandrino la había si-
tuado. El resultado de este trabajo se nota, a las claras,
en el mapa diseñado, en 1154, por el geógrafo n,ubio de
habla árabe El Edrisí, al servicio de Rogelio II/rey nor-
mando. cle-Sieilia (fig. 4). Al este de Ceilán (Sarandib),
vemos en él un grupo de islas, las más importantes de las
cuales llevan los nombres de Ram y Al Ka.mar (o Malal).
Este archipiélago, no sólo representa, por lo demás muy
mal, la Insulindia, sino que también reemplaza lisa y lla-
namente el Quersoneso Aureo. Más alla, el Océano Indico
está abierto hacia un mar universal que rodea la totali-

26
FIG. 4- Mapamundi de El Edrisi (1154).

27
dad de las tierras, inclusive la Terra incognita de Pto-
loJneo que, al sur, sigue unida con el Africa y con China,
cuyas costas, por primera vez, están diseñadas. Notemos
que el mapa de El Edrisí está orientado al ·modo chino,
con el norte arriba, y que debemos, por lo tanto, darle
vuelta· para poder compararlo útilmente con el del ale-
jandrino. · ·
Los relatos de viaje de Marco Polo y de Nicolo dei
Conti pronto vinieron a reforzar la interpretación de los
geógrafos árabes cuya influencia perduró hasta mediados
del siglo xv. El mapamundi anónimo de 1457, que se atri-
buye, por lo general, a Toscanelli, y el de Fra Mauro (1459)
no hacen sino retomar, precisándolo, el esquema de El Edri-
sí. Dicho con otras palabras, entre 1154 y 1459 -para limi-
tarnos a las fechas de los mapas que nos fueron conserva-
dos-, los geógrafos del Occidente negaron lisa y llanamen-
te la existencia de la Tierra de Cattigara. Esto a pesar de
que la obra de Ptolomeó, constantemente reproducida en
incontables manuscritos, nunca había dejado de constituir,
para los europeos como para los judíos y los árabes, la
base de la ciencia cosmográfica~ como se qecía -entonces.
Las cosas cambiaron repentinamente en 1489.
Ese año salió, en efecto, el mapamundi del geógrafo
. alemán Henricus Martellus (fig. 5). Como en los mapas
de El Edrisí y de sus continuadores, la Ecumene, en él,
est~· rodeada por el mar universal. Pero el Sinus Magnus
de Ptolomeo retoma su lugar. La Tierra de Cattigara reapa-
rece, pues, con su capital. Ya no se trata, sin embargo,
de una mera costa prolongada, al sur, hasta el Africa, por
una Terra incognita. El océano está. abierto, al sur como
al este. Pero. nuestro geógrafo hace de la costa china el
límite marítimo oriental de la Tierra de Cattigara. Esta
toma así la forma de una enorme península que prolonga

28
China hacia el sur, al este del Sinus Magnus, tan reducido
como en Ptolomeo 0 •
El profesor !barra Grasso (3 ) quiere ver en esta tras-
formación la consecuencia del renacer, debido a la impren-
ta, de las concepciones del alejandrino. Henricus Martellus
no habría hecho sino una especie de síntesis de los datos,
aparentemente contradictorios, de Ptolomeo y El Edrisi.
Tal interpretación no nos satisface en absoluto. Además
de que la Geografía nunca había dejado, ya lo hemos di-
cho, de estar al alcance de los especialistas, por lo menos
a partir del siglo xn, la forma de la inexistente península,
e !barra Grasso lo señala con su lealtad de. siempre, re-
cuerda, en efecto, extraordinariamente la de Sudamérica,
inclusive la Tierra del Fuego. ¿Puede· este contorno por
demás exacto deberse al mero azar? ¿No constituirá, más
bien, el reflejo de un COJ1.ocimiento real, aunque incom-
pleto, de América? No podemos dejar de plantearnos el
problema. Sobre todo después de comprobar que, en el
mapamundi de Martin Waldseemüller (foto 8), del que
hablaremos largamente en el capítulo IV, la "Tierra del
Fuego" de la _península está cortada por un estrecho, es
ciert() que orientado norte-sur.
Aunque ya se lo encuentra en el mapa anónimo de 1457,
atribuido a Toscanelli, donde se puede ver una Indochina
deforme, es con Henricus Martellus que nace claramente
el "gran error" que !barra Grasso (3) fue el primerc> en
señalar y analizar. Para agregar a los mapas anteriores

* Esta obra es.taba en prensa cuando tuvimos conocimiento


del artículo de Paul Gallez, Les grands fleuves d'Amérique du
Sud sur le p-tolémée londonie.n d'Henri Hammer (1489), publi-
cado en 1975· en la revista alemana ERDKUNDE. El autor muestra
en él, con mapas comparativos, que, en el_mapamundi de su In-
sularium illustratum, Martellus (Hámmer) sitúa en la Tierra de
Cattigara todos los principales ríos de Sudamérica.

30
OCEA.NUS
INDICUS
MERIDIONAUS

F:Ic. 5:.:..:Mapamundi de Henrieti,s Martellus (1489). Croquis, según Ibarra Grasso.


las costas de China, recientemente conocidas en el Occiden-
te, había que ampliar hacia el norte el Sinus Magnus.
Lo cual no era posible sin hacer de él un fiordo, salvo que
se le diera su ancho real o, por lo menos, el que tenía
según Marino de Tiro, lo que las dimensiones reducidas
del "Gran Golfo" parecían descartar. Martellus, pues, no
vio otra solución que la ·de completar el mapa trunco de
Ptolomeo ampliándolo en 40 grados al este de Cattigara.
Después de eso, le pareció lógico a Martín Behaim, en
su famoso globo de 1492, situar· Indonesia más allá de la
"India Oriental", vale decir en pleno Océano Pacífico; lo
cual, con todo, la presencia de la isla de Java en el Sinus
Magnus del alejandrino hubiera debido de prohibirle. Este
"gran error" va a impedir a numerosos geógrafos, una
vez descubierta la América del Sur, reconocer su prefigu-
ración en la misteriosa península. Así Contarini, en 1506
(fig. 6); Waldseemüller, en 1507 (foto 8); Lenox, entre
1510 y 1520, no se sabe con exactitud (fig. 7); SchOner, en
1515 (fig. 8) ; y Apiano, en 1520 (foto 5) : todos ellos re-
presentan conjuntamente, en los dos extremos de sus ma-
pamundis, la Península de Cattigara y la América del Sur.
La vuelta al mundo de Magallanes-Elcano, en 1520, hará
imposible tal dualidad al probar que la India Oriental no
existe, por lo menos donde se la situaba.
En la misma época que los mapamundis que acabamos
de mencionar, se diseñaron, en Portugal, otros mapas, de
apariencia arcaica, c:¡ue,. no obstante, se acercaban mucho
má:; a la realidad. Se deben al descubrimiento, en la In-
sulindia, de un inapa javanés cuyo original se perdió, en
1511, en un naufragio, pero que había sido copiado previa-
mente por un geógrafo de la marina portuguesa, Francisco
Rodrigues (6 ). Esta copia también se perdió posteriormente
-salvo algunos mapas de detalle-, pero varios geógrafos

32 /
o
.....
1.0
.....
FIG. 8- Globo de Johann Schoner (1515). Detalle.

34
de la época, cuyas obras se han conservado, se habían ins-
pirado en ella.
En estos mapas, el Océano Indico vuelve a ser un mar
cerrado y la costa de Cattigara reencuentra el trazado que
tenía en la época ro mapa. N o el trazado de Ptolomeo, sin
embargo, y debemos ·también esta observación a Ibarra
Grasso (3), sino el de Marino de Tiro. Basta mirar el mapa
de detalle de·Pedro Reinel (fig. 9), que data de 1516, para
comprobar, no sólo que la Insulindia ocupa en él, grosso
modo, una posición correcta, al oeste de Cattigara, sino
también que el Sinus Magnus mide 45 grados de ancho,
contra 8 para el alejandrino. Es mucho más profundo, por
otro lado, y vemos en su interior las Filipinas (con el
nombre de Malaque ins.), Formosa y el Japón (Parioco
ins.). La 'Costa de Cattigara desciende hasta el 25° grado de
latitud sur y el geógrafo, indiscutiblemente, la identifica
con América, puesto que leemos en ella,.deformado, el nom-
bre de Paria. En un mapa· posterior, Reinel lleva el Sinus
Magnus hasta el45 o grado de latitud norte y lo deja abierto.
Al este, una línea curva representa claramente las costas de
la América del N orte.
Examinemos el mapamundi (foto 2) diseñado, en 1519,
por Lopo Homero. En él, el Océano Indico y el Océano
Atlántico constituyen un único mar cerrado. Un mapa dé
detalle (foto 3) nos muestra, en la costa de Cattigara, los
dos cabos ya señalados por Ptolom_eo (fig. 3), con el to-
ponímico revelador de Maiu Fl., ya mencionado más arri-
ba. Sigue tratándose ·de América, pues. Esta costa se pro-
longa hacia el oeste por la Terra incognita de Ptolomeo
(y de Marino de Tiro). Pero la tierra austral· en cuestión,
situada', mucho más al sur que en el alejandrino, no se
une con el Africa, correctam~nte diseñada, sino con la
costa oriental de Sudamérica que lleva el doble nombre
de Mondus Novus y de Brasil. Cosa sorprendente, pues

35
estamos en 1519, un año antes del viaje de Magallpnes, la
entrada del estrecho, supuestamente descubierto por este
último, está claramente indicada. En el hemisferio norte,
las costas de China se confunden con las de América y de
una Groenlandia unida con Escandinavia.
Lopo Homero copió el Mapa Javanés. La prueba nos la
proporciona el mapamundi que el geógrafo turco Piri Reis
diseñó en 1513. Sólo nos queda desgraCiadamente, S!J. ter-
cio occidental (foto 4) . Vemos en él, no sólo parte de
Europa y del Africa, sino también las costas de la América
. del Norte, confundidas con las de China -el Japón ocu-
pa el lugar que le corresponde-, y de la América del Sur,
con las islas Malvinas, pero. sin el estrecho. La costa me-
ridional del "Nuevo Mundo" se inclina hacia el este y se
convierte, muy al sur del cabo de Buena Esperanza, en la
misma Tierra Austral que en el mapa de Lopo Homero. Lo
cual es suficiente para que podamos concluir que la con-
cepción que Piri Reis tenía de nuestro planeta era idén-
tica a la del geógrafo portugués. La costa de Cattigara,
pues, debía de cerrar, al éste, su Océano Indico.
El cartógrafo turco nos dice, en las innumerables anota-
ciones de la parte que nos queda de su mapamundi, que
había obtenido de un marinero de Colón, convertido en su
esclavo, los datos que utilizó para trazar las costas de la
América Central. Su toponimia de Sudaméricá basta para
mostrarnos que disponía de fuentes de información por-
tuguesas. Pero la presencia de la inexistente tierra aus-
tral sólo se explica con el acceso a mapas de concepción
grecorromana, modificados en función de los límites rea-
les del Africa y del trazado occidental de la Tierra de
Cattigara. En Bizancio, Piri Reis había podido consultar
la Geografía de Ptolomeo; no la de Marino de Tiro. Pero es
lógico que ésta se haya conservado en el Asia meridional
adonde los navegantes griegos habían debido de traerla,

36
~.o ~
-MlfNt)J•JI.
• \ .,f!.'"'

..••
.$/MI/J u
••
'
JO

FIG. 9- El Sinus Magnus en el mapa de Pedro _Reinel (1516).


Croquis, según Ja Enciclopedia Tr.éccani.
- /. /
37
al contrario de la obra del alejandrino que no tenía valor·
alguno para marinos que seguían frecuentando el Sinus
Magnus. Luego, el cartógrafo turco había debido de inspi-
rarse, como Lopo Homem algunos años más tarde, en el
Mapa Javanés o en otros documentos similares.
Queda por saber si Piri Reís y Lopo Homem tuvieron,
cada uno por su cuenta, la misma idea, para desgajar el
Africa y colocar la América del Sur, de llevar más lejos al
sur la tierr9. austral de los grecorromanos, o si la modifi-
cación ya figuraba en el Mapa Javanés. En lo que atañe
al Africa, ·esta segunda hipótesis es muy verosímil. Sabe-
mos que, a principios del siglo xv, una de las expediciones
del almirante chino Tchang Ho había alcanzado Aethio-
pia, como se decía en aquel entoQces, y muy al sur, puesto
que, al volver, había traído jirafas (5 ). Por otro lado, una
población malaya vivía en Madagascar y esos marinos di-
fícilmente podían desconocer el contorno meridional de un
continente tan cercano. En fin los árabes, que mercaban
desde hacía siglos con Indonesia donde tenían factorías,
navegaban constantemente a lo largo de las. costas orien-
tales del Africa. El misterio, pues, sólo permanece con
respecto a Sudamérica.
¿Al prolongar hacia el oeste la Terra Incognita de
Ptolomeo y de Marino de Tiro, Piri Reís y Lopo Homem
se limitaron a seguir al cartógrafo indones.i.o, tuvieron se-
paradamente la misma idea, o el por:tugués copió al turco?
En el primer casb, habría que admitir que marinos orien..:
tales de nuestra era, no sólo habían frecuentado los puer-
tos dé la 'J;'ierra de Cattigara, sino que la habían explorado,
lo cual no es nada imposible. Pero, de ser así, la entrada en
el Atlántico del Estrecho· de Magallanes debería ~ógica­
mente figurar en. el mapa de Piri Reís y su salida en el
Pacífi"co -pues sería verdaderamente paradójico que los
asiáticos hubieran conocido mejor la costa oriental de la

38
.... 1.1 • tte ...

·- ·-- · _,._c_.e,c.v..nl•.!t!~ll.'-

<h 1 1

..¡l ""

-
t-r~l·t~;:-_------­
~~'o
••o ••• o
"'
FIG. 10- Globo de Oroncio (1531). Detdlle.
América del Sur que la occidental-, en la de Lopo Ho-
mem. Queda -una última posibilidad que nos parece ser
la ¡más probable: que el Mapa javanés haya servido,
en cuanto a la tierra austral, de modelo a ambos geógra-
fos, pero que Lopo Homen haya conseguido, de fuente
europea, el detalle complementario del estrecho. Lo cual
explicaría la contradicción que acabamos de señalar: nues-
tro cartógrafo habría copiado lisa y llanamente, al este,
el Mapa Javanés, pero lo habría mejorado, al oeste, agre-
gándole, como Piri Reis, las costas de la América del Sur
que, ·para él, comportaban el estrecho cuya existencia
desconocía el turco. Ahora bien: este estrecho, en 15Í9,
se lo conocía, en Europa, desde hacía años. Ya lo vamos
a ver.
Previamente, retomemos, en el punto en que lo hemos
dejado, el análisis de los mapas en los cuales la Tierra de
Cattigara tomó la forma de una enorme península asiática
situada al este de Indochina. La serie se interrumpe, con
Apiano, en 1520. Ese año, en efecto, Magallanes cruzó el
estrecho y llegó a las Filipinas donde murió. Elcano prosi-
guió el viaje y atravesó todo el Océano Indico. Ni el uno ni
el otro encontró, para cerrarle el paso, la tierra que figu-
raba en todos los mapamundis. ¿Pero, en realidad, la
flota española no la había encontrado y cruzado antes de
llegar a las regiones donde la situaban los mapas? Colón
había alcanzado, por el Atlántico, el imperio del Gran Khan
y Sudamérica no era más que su prolongación. La Tierra
de Cattigara existía, pues, pero más al este que lo que se
creía. El Mar del Sur de Balboa era el Sinus Magnus y es
éste el nombre que va a llevar en algunos mapas, por
ejemplo el de Ortelio (foto 7), en 1574. ·
- Después de unos años de ·duda, esta interpretación fue
aceptada por las escuelas francesa e italiana. Así fue cómo,
en 1531, el globo de Oroncio (fig. 10) nos muestra, fácil

40
...
't!

1~

~
-1
aún de reconocer, la famosa península, orientada, ahora,
hacia el este, y ya no hacia el. oeste, y prolongada por una
América del Sur cuyo trazado se aproxima, por lo menos
hasta el20° grado de latitud sur, al que le conocemos. Catti-
gara se encuentra en el lugar que tenía en Ptolomeo. Ca-
thay y Mangi -China- están situados en el Golfo de Méxi-
co y el Mar de las Antillas. En 1548, en un mapa agregado a
una edición de la Geografía del alejandrino· · (fig. 11), el
Sinus Magnus está ampliado hacia el norte y China apa-
rece en su costa occidental. En 1571, el Gran Golfo se.
ensancha considerablemente en el mapa de Francesco
Basso (fig. 12). A partir de Indochina, la costa asiática; en
lugar de remontarse hacia el norte, dibuja un arco de
círculo que la· une con el norte de California. Centroamé-
rica y Sudamérica están correctamente diseñadas, para la
época, pero las costas orientales de Norteamérica se alar-
gan hacia el este donde se unen con las de Groenlandia.
En el interior de las tierras, la confusión es total: la Nue-
va Francia figura como apéndice, si no como parte, de la
Gran Asia o India Boreal. Tal obstinación en el error es
tanto menos admisible cuanto que, desde 1507, la escuéla
alemana concebía América: como un continente aparte.
Dejemos a un lado, por el momento, el "mapa imposible"
diseñado en Saint-Dié, anteriormente a 1507; por Martin
Waldseemüller (foto 8). Lo estudiaremos largamente en
el capítulo IV. Limitémonos aquí a decir que, en él, Améri-
ca es independiente del Asia y que, desde el Golfo de Méxi-
co al Río de la P~ta, su contorno es perfecto. Falta, sin
embargo, el Estrecho de Magallanes: el mapa no.pasa del
40° grado de latitud sur. No así en el-globo de Johann·Scho-
ner (fig. 8), terminado en 1515. Se encuentra todavía en
él la península de C¡;ittigara, y la Insulindia está situada
en pleno Pacífico. El "Nuevo Mundo" está separado del

42
TE.ItRA INCOCNITA
........_

i
...1

.• n
1 !

~
E]
.. "
o o
...
··-~-·~'
J,!
..........., 1
)'f:-·-¡ :
'··!
..• ...
'.,.(\ ........ ] 1 :

(':J. J:í"i
li .. ~

¡J ..

¡.. ·
1~
1

L'------· ___),

Fra. 12- Mapa de Francisco Basso (1571), según la Enciclopedia Labor.


Asia, di.vidido en dos partes, en Centroamérica, por el pasa-
je -inexistente de que todo el mundo hablaba en aquel enton-
ces. La América del Norte tiene dimensiones sumamente
reducidas -veremos por qué en el capítulo V-, pero la
América del Sur muestra un trazado casi correcto que el es-
tado del conocimiento oficial no explica en absoluto. La cos-
ta occidental es completa, inclusive la del Perú, indicado
como Terra incognita, que Pizarra sólo alcanzará en 1532: el
geógrafo español Diego Ribero aún la dejará en blanco en
1529 (fig. 13). En la costa oriental, una profunda escotadu-
. ra indica correctamente, a los 40 grados de latitud sur, Ül
entrada del Río de la Plata que Juan Díaz de Solis aún no
ha descubierto. Cinco grados más al sur, un estrecho separa
el continente de una enorme tierra, llamada Brasilie Regio,
que viene de la Antártida, cubre la Tierra del Fuego y se
prolonga, en . semicírculo, en el Océano Pacífico. N o· se
puede tratar sino de una región de la tierra austral de
Ptolomeo, otra fracción de la cual -probablemente Aus-
tralia- surge al sur de la Insulindia. Por lo tanto, se cono-
cía, en Lorena y en Alemania, a principios del siglo XVI,
el carácter continental de América y ya se sabía, en 1515,
que existía, en el Sur, un pasaje que permitía ir de Eu-
ropa a las Indias por el oeste. Ahora bien: Magallanes
recién "descubrió" este estrecho en 1520 ...
En el globo de Lenox del que ya hemos hablado (fig. 7)
-su fecha es incierta y se sitúa entre 1510 y 1520- las
tierras australes desaparecen. La América del Sur -la del
Norte se reduce a una pequeña isla rectangular, y tal vez
'se trate meramente de Centroamérica- está representa-
da, con menor exactitud que en Schoner, como un conti-:
nente aislado que lleva el nombre de Terra Sanctae Crucis
que los portugueses daban al actual Brasil. Pero, en la cos-
ta del Pacífico justo debajo del Ecuador, vale decir en ei
lugar correspondiente a la costa de Cattigara de Ptolomeo,

44
oj!
l ~ 1
~
!
¡
i - ~ 1

j~ ~-ti u
~
~
o¡...

~ ~
0
~
';:l
Ol
(V

"'
,~
...,
;:l
O'
o¡...
u
~
·~ f - O)
"J
~
.....
~
'-'
2 o¡...
~

j 1
(V
..o..,
ll::
o
... Ol
...,(V
o
(V
'"d

J.a ~
1::1
R.
1::1

.... ~-
,....¡
1

.....e;
~
leemos Terra de Brazil. El vocablo provie:ae de una ma-
dera de tintura que sólo se encuentra en la Insulindia y en
la región ecuatorial de América. Durante la Edad Media,
esta madera constituía, en forma de pulpa y de polvo, uno
de los productos que los árabes traían a Europa desde In-
donesia. En 1510-1520, los portugueses la importaban del
Amazonas. ¿Quiénes podían, a principios del siglo xvi,
pensar en la madera brasil en relación con el reino de
Quito? ¿Debemos suponer que los comerciantes árabes co-
nocían la Tierra de Cattigara -lo que no tendría na.da de
imposible- y, directamente o por intermedio de navegan-
tes asiáticos, importaban de allá madera de tintura? Esto
no sería muy lógico, puesto que el brasil abundaba en las
islas orientales del Océano Indico. ¿O será que los geó-
grafos del norte de Europa disponían de otra fuente de
información? Limitémonos, por el momento, a formular la
pregunta.
El último de los mapas anteriores al viaje de Magallanes
que se nos hayan conservado es el de-Apiano (foto 5), di-
señado en 1520. Copiado, más bien, pues se limita a reto-
mar el mapamundi de Waldseemüller. Salvo en un punto:
el sur de América está rodeado por el mar. Viene después,
en 1529, el mapa de Diego Ribero (fig. 13), en· el cual
América toda está claramente separada del Asia por un
Océano Pacífico de una extensión correcta, pero sin que
estén diseñadas sus ·costas occidentales, salvo a la altura
del Ecuador. El Estrecho de Magallanes está indicado,
pero la Tierra del Fuego se reduce a una fracción ínfima
de su costa norte. En 1540, Sebastiári Münster nos mues-
tra (fig. 14) una América del Norte que comprende las
posesiones, españolas de la época, de California a la Flo-
rida, la Francisca (el .actual Québec) y la isla de Terra-
nova, ·y una América P,el Sur completa, pero bastante mal
diseñada. Al noroeste, el continente está separado, por pri-

46
mera vez, del Asia por un estrecho -nuestro Estrecho
de Behring-. Al sur, una enorme Tierra del Fuego, cor-
tada por el borde del mapa, recuerda la vieja tierra aus~
tral, la que aún figura, con este nombre, en 1587, en el
mapa de Ortelio (foto 7) y, en 1595, en el de Mercator
(foto 9). La América del Norte, aunque muy deformada,
adquiere, en estos dos mapamundis, una extensión relati-
vamente cercana a la realidad. Por el contrario, Mercator
diseña una América del Sur difícil de reconocer.
¿Qué conclusiones podemos sacar de este análisis? En
primer lugar, que los antiguos conocían, por lo menos en
los primeros siglos de nuestra era, la costa occidental de
Sudamérica y que, en ella, frecuentaban un puerto que
llamaban, según la toponimia hindú, Cattigara, pero que
era, en realidad, Chan-Chan, capital del imperio chimú
cuya cultura había recibido una indiscutible impronta
asiática. Creían, sin embargo, que esta costa cerraba, al
este, el Océano Indico y· vinculaba China con una Terra
Australis que iba a unirse con el Africa. La Tierra de Catti-
gara era América: no queda ni la menor duda al respecto
desde que el profesor lbarra Grasso descubrió la identidad
geográfica y toponímica de la costa en cuestión y de la que
figura en nuestros mapas del "Nuevo Mundo".
En la. Edad Media, sin embargo, el único testimonio
cartográfico que subsistía de la navegación grecorromana
en el Pa~ífico era el mapamundi en el cual Ptolomeo, re-
duciendo erróneamente el Sinus Magnus de Marino de
Tiro, había colocado la Tierra de Cattigara, muy cerca del
Quersoneso Aureo. Al no reencontrar!~, los árabes, en el
siglo xn, la suprimieron lisa y llanamente. Los europeos,
por el contrario, basándose en los relatos de Marco Polo
y de Nicolo dei Conti, la convirtieron en .una segunda In-
dochina ·cuya forma, sin embargo, tenía una manifiesta
similitud con la de Sudamérica, lo que los datos oficial-

48
mente conocidos no nos permiten e_xplicar. Eri los mapas
italianos y en algunos otros, esta península inexistente
permaneció hasta el viaje de Magallanes; para confundirse
después en una América del Sur unida con China y pro- ..
yectada hada el este. La. escuela portuguesa, por el con-
trario, sobre la .base del Mapa. •Javanés copiado en 1511, .
retornó a la concepción de Marino de Tiro, pero vinculando.·
la Tierra Austral, ya no 'COn el Africa, ~ino, como por su
lado lo hizo el turco Piri Reis, con Sudamérica, de la cual
la Tierra de Cattigara fue así considerada como la parte
occidental. La escuela alemana, por fin, gracias al ''mapa
imposible" de Waldseemüller, supo, ya en 1507, que Ainé-
ri~a es tin continente independiente y, ya en 1515, ·que un·
estrecho permite, en el sur, pasar del Océano Atlántico.
al· Océano Indico. ·
Nos ·encontramos, pues, frente a datos que provienen
de do.s fuentes diferentes. Unos, más .tarde deformados por
Ptolomeo, fueron recogidos en el Oriente por los grecorro-
manos y. se conservaron en Indonesia do.nde los portugue-
ses · los redescubrieron. Los otros; de origen occidental,
aparecen repentinamente, a principios del. siglo .xvr, en el
norte dé Europa. Los primeros llevan dificultosamente a
'los geógrafos a identificar la América del Sur, después de
los descubrimientos de Colón, con una Tierra de Cattigara
que sigue sierido no más la prolongación del Asia. Los
segundos, por el contrarío,. hacen aparecer de golpe un nue,.
vo continente cuya mitad. meridional está diseñada de
modo perfecto, inclusive, a partir de 1515, el estrecho lla-
mado de Magallanes. Gracias al profesor !barra Grassó, .
el enigma de 1a Tierra de Cattigara· esta descifrado. Nos
queda por despejar el misterio de la-Tierra d.el Oeste.

49
11

·Más allá del Mar Tenebroso


Si se admite la esfericidad de la Tierra, como lo hacían
los antiguos por lo menos desde el siglo In antes de Cristo,
es muy difícil no deducir de ella cierto número de conse-
cuencias evidentes, una de las cuales nos interesa muy es-
pecialmente: todo viajero que siguiera, siempre en una mis-
ma dirección, cualquier paralelo que fuese volvería a su
punto de partida. Luego, es posible ir a las Indias por el
oeste. De hecho, lo que tan a menudo se nos presenta como
un genial descubrimiento del geógrafo florentino Tosca-
nelli en el siglo xv, los griegos y los romanos ya lo sabían
y los textos que lo prueban van mucho más lejos aún.
"Los que opinan, dice Aristóteles (1), que el lugar donde
están situadas las Columnas de Hércules está unido con el
que precede la región indiana y afirman así que hay un
único mar no parecen decir nada muy inverosímil" 0 • El
Estagirita precisa en otra obra (8 ) que el mar universal"
no debe necesariamente considerarse como una mera ex-
tensión de agua: "El lenguaje de los hombres ha dividido
la tierra habitada en islas y continentes, sin duda por ig-
norar que toda ella es una isla rodeada por .las aguas del
Atlántico. Pero es probable que haya tierras muy lejanas
separadas por el mar, algunas mayores que ésta y otras
* La mayor parte rle las citas del presente capítulo están
retomadas de la obra de Alexandre de Humboldt, Cristóbal Co-
lón y el Descubrimiento de América. Pero las retradujimos de
los ·originales griegos y latinos o, en algunos casos -Cosmas, El
Edrisí- de traducciones latinas de los textos originales.

53
más pequeñas, pero de las cuales ninguna está al alcance
de nuestra mirada". La ligera duda que subsiste hasta des-
aparece más tarde cuando nuestro filósofo escribe (9 ) : "En
razón del mar, las tierras situadas más allá de la India
y de las Columnas de. I:Iércules no parecen estar unidas
·de tal modo que su unión forme una tierra habitable con-
tinua". Luego, entre las costas occidentales de Euráfrica
y las costas orientales del Asia, hay varios continentes
que el mar rodea como el nuestro.
El geógrafo griego Estrabón (' 0 ) es más claro aún:
"Así, pues (como Eratóstenes se esfuerza en persuadir-
nos), si no se opusiera la inmensidad del Mar Atlántico,
podríamos navegar en el mismo paralelo desde España
a la India ... Llamamos tierra habitada la que habitamos
y conocemos. Pero puede haber en la misma zona templa-
da basta dos tierras habitadas y aún más, en particular
junto al círculo que pasa por Thinae y el Mar Atlántico".
Aquí, Thinae es China misma -se menciona en otro lu-
gar el paralelo "de Rodas y de Thinae"- y no la ciudad
que Ptolomeo señala en la Tierra de Cattigara. En el Li-
bro II de su Geografía, Estrabón insiste acerca de la po-
sible existencia de un continente situado entre el Asia
oriental y la Europa occidental: "Dar una idea exacta de
las demás partes del globo (vale decir de las tierras aus-
trales. N, del A.) o hasta de la totalidad de esta vértebra
o zona de que hemos hablado (la zona septentrional, a la
cual el geógrafo atribuye la forma de una vértebra. N.
del A.), esto es asunto para otra ciencia, así como exami-
nar si el otro cuadrilátero de la vértebra está habitado
como el en que nos encontramos. Suponed, en efecto, que
lo esté, como es muy probable: no debe de 'estarlo por
pu~blos del mismo origen que nosotros y, por lo tanto,
esa tierra habitada debe de ser diferente de la nuestra".
En Roma, encontramos en Séneca (n) una frase que

54
proclama la posibilidad de cruzar el océano: "¿Cuál es la
distancia que separa de la India las últimas costas de Es-
paña? Muy pocos días de navegación, si el viento· impulsa
la nave". El fi'lósofo·va más lejos en su tragedia Medea(12):

Nil, qua fuerat.sede, reliquit


Pervius orbis. .
Indus gelidum potat Araxem.
Albim Persae Rhenumque ·bibunt.
V enient annis saecula seris
Quibus Oceanus vincula rerum
Laxet, et ingens pateat tellus,
Tethysque novos detegat orbes,·
N ec sit terris ultima Thule.

"En este mundo accesible, nada permanece en su lugar.


El hindú bebe el agua del A,rax helado, los. persas la del
Elba y el Rhin. Vendrán siglos en que el Océano abrirá sus
barreras y aparecerán nuevas tierras. Tetis descubrirá
nuevos mundos y Thule ya ·no será la más lejana de las
tierras". Nadie ha merecido tanto como Séneca el nombre
de vat.e~, profeta, que los romanos daban a los poetas.
Volvamos, no obstante, a los sabios; .Macrobio (13 ) re-
toma y precisa la imagen que .los antiguos se hacíaJ;l del
mundo en vísperas de la destrucción del Imperio: "Vamos
a demostrar ahora, como lo hemos prometido, que el Océá-
no rodea la tierra, no ·en uno, sino en dos sentidos diver-
sos ... La primera cintura que forma. alrededor de nuestro
globo se extiende a través de la zona tórrida, siguiendo la
dirección de la línea equinoccial, y da la vuelta al mundo
entero. Hacia· el Oriente, se divide en dos brazos, ·uno de
los cuales se dirige hacia el Norte y el otro, hacia el Sur.
Esta misma división de las aguas se efectúa en el Occidente,
y estos dos últimos brazos se encuentran con los que par-

55
ten del Oriente ... El Océano, que sigue la línea trazada
por el Ecuador, y sus brazos, que se· dirigen hacia el ho-
rizonte, dividen el globo en cuatro. partes, que forman
otras tantas islas ... dos en el hemisferio superior y dos
en el inferior". Dicho con otras pálabras, Macrobio afirma
la existencia de .las dos Américas que separan del Asia
oriental, la una, Europa, y la otra, el Africa.
¿Todos estos textos que acabarnos de citar brevemente
son meras deducciones científicas, o se apoyan, si no en
hechos, por lo menos en tradiciones relativas a las tierras
desconocidas del Atlántico? Está, por supuesto, el mito que
Platón, en dos .de sus diálogos, el Thneo y el Critías, re-
toma de un poema perdido de Solón, escrito dos siglos
antes. Todo el mundo conoce su trama: una isla gigantesca,
la. Atlántida, situada ai oeste de ·las Columnas de Hércules,
que un cataclismo hizo desaparecer de repente y cuya
población altamente civilizada se lanzó al asalto de los
países mediterráneos. Al descubrir, en el Mar del Norte,
las ruínas sumergidas de Basiléia, la capital de los Atlan-
tes, el pa,stor Jürgen Spanuth demostró recientemente
de modo definitivo que ni Solón ni Platón habían inven-
tado el asuntd, aunque el segundo nos hubiera dado del
relato hecho al primero por sacerdotes egipcios una ver-
sión considerablemente deformada. Pero el mito· platónico
nada tiene que ver con las Tierras del Oeste, puesto que
se basa en el ataque del Egipto, hacia 1200 a. J. C.; por
hiperbóre.os llegados de Escandinavia. · ··
Muy distinto, desde este punto de vista, resulta otro mito
·• geográfico que debemos a Plutarco (14) .Y que .se· refiere a
un M~oyá/,11 f]n:ELpoc;, ·a Un Gran Continente situado' más
allá de las Columnas de Hércules. Para alcanzarlo, hay
que navegar durante cinco días al oeste de las Isl¡1s Bri-
tánicas y se encuentrala is.la de Orgygia. Después de otros
tres días de viaje hacia él pbniente del sol de verano, vale

56
decir oeste-noroeste, se hallan las tres Islas Saturnianas.
Más allá, lejos, pero más cerca de ellas que de Orgygia,
está situado el Gran Continente que· rodea el Mar Cronia-
no. Sus habitantes nos conocen pero creen que vivimos en
una isla. Entre Orgygia y el continente, hay 5.000 estadios.
Todo esto se lo supo por un extranjero llegado ~ Cartago
-la Cartago romana- desde más allá del Océan6::
En otra obra (15 ), Plutarco agrega a su relato un de-
talle significativo: "La travesía del Mar Croniano es lenta,
por los aluviones de los ríos que descienden del Gran Con-
tinente y hacen el mar terroso y espeso". Más que al Mar
de los Sargazos en el cual se podría pensar, la deserip~ión
parece referirse a los bajos fondos que rodean la isla
sumergida de Basileia. Pero la región que describe Plu-
tarco se extiende mucho más al oeste y al norte: en las
islas que están situadas delante de ellas, el sol, durante
un riles, sólo desaparece por una hora detrás del horizonte,
sin que la oscuridad sea absoluta. ¿ Trátase de la América
boreal, el actual Canadá, que los hiperbóreos habrían fre-
cuentl,ado mucho antes que sus descendientes los vikingos?
Ortelio lo pensaba, en el siglo XVI. Lo que refuerza esta
interpretación es que reencontramos el mismo mito, en
una forma apenas diferente, en una obra perdida del ale-
jandrino Theopompo, Liber admirabilis, que citan Dionisia
de Halicarnaso, que lo cubre de elogios, y Estrabón, que
lo ridiculiza. El Gran .Continente· de Meropia está situado
más allá del Océano. Lo habita una raza de hombres gi-
gantescos que llegan a muy viejos. Sus instituciones y sus
leyes· son:. diametralmente opuestas a las nuestras. Tiene
más oro de Jo que hay hierro entre los griegos. Un día,
. los' méropes decidieron visitar nuestra pequeña isla. Abor-
daron en el país de los hiperbóreos, pero quedaron tan
decepcionados por su modo de vivir que se volvie;ron sin
proseguir su viaje.

57

/.
Siempre hay algo de verdad en el origen de los mit.os
de la Antigüedad. Se reencontraron Troya y Basili:üa. Se
sabe, por los bajos relieves y las inscripciones del templo
egipcio de Medinet-Habou, que los "atlantes" hiperbóreos
atacaron realmente a los pueblos del Mediterráneo. ¿Pode-
mos, eh estas condiciones, rechazar relatos que nos hablan
de un Gran: Continente, cuando éste existe en el lugar
donde lo sitúan?
Esto Sf'!ría tanto más difícil cuanto que, a los mitos que
acabamos de mencionar, se agrega toda una serie de tes-
timonios que pertenecen a los tiempos históricos. Encon-
tramos el primero en un tratado (16), atribuido durante
mucho tiempo a Aristóteles, pero que parece no ser obra
suya. El autor nos habla, por primera vez, de . una isla
del AtlánticO: "Se dice que, en el mar que se extiende más
allá de· las Coiumnás de Hércules, fue descubierta por los
cartigeneses una isla, hoy desierta, donde abundan tanto
las selvas como los ríos navegables y que embellece toda
suerte de frutos ..Está situada a muchos días de navegación
del Continente. Ya que los cartagineses la visitaban a me-
nudo y hasta algunos de ellos, atraídos por la fertilidad
del suelo, .se habían establecido en ella, l-os jefes de los
cartagineses prohibieron a cualquiera, so pena de la vida,
navegar hasta allá y mataron a todos los indígenas ... ".
Según el pseudo Aristóteles, el Senado de Cartago quería
evitar que los colonos se hiciesen independientes y com-
pitiesen con la madre patria. Diodoro de Sicilia (17 ), quien
nos de~cribe, también él, esta isla deliciosa, por lo demás
sin confundirla con los paraísos míticos de 1os griegos, y
atribuye su descubrimiento a los fenicios, nos dice 'que los
cartagineses prohibieron su colonización porque se la re~
servaban como refugio en caso de destrucción de su me-
trópoli. ¿Habrá que r~lacionar con estos relatos los pasajes
en los cuales Plutarco (1 8 ) y Salustro (19 ) cuentan que Ser-

58
torio tuvo esperanza de encontrar asilo en la tierra en
cuestión cuando vio entrar en la desembocad~ra del Baetis
dos navíos llegados de "dos islas místeriosam.ente situadas,
según se decía, a 1.000 estadios, dé' distancia"?.
¿Cuál puede ser la isla pústeriosa de los cartagineses?
Ni las Canarias, que los gUanches habitaban aún cuando
los españoles desembarcaron en ellas, ni Madera, donde
los portugueses, en 1420,· no hallaron rastro algunó de una
población anterior, ni las Azores que no son sino grandes
rocas. Oviedo (2°), que pasó treinta y cuatro años en Cen-
troamérica a principios del siglo xvr, cree que se trata de
Cuba o de Haití, las únicas islas del Atlántico, fuera, por
supuesto, de las que pertenecen a Europa y están excluidas,
donde se encuentran ríos navegables. Estaban habitadas
en la época de la Conquista. ¿Pero siempre. lo· habían es-
tado?
Los. viajes de los fenicios, los _griegos y los cartagi.Íleses
cayeron en el olvido, al mismo tiempo que los conoci-
mientos geográficos de la Antigüedad, tan precisos en
muchos puntos que Erastótenes había podido medir, con
asombrosa exactitud, la circunferencia del globo, en la
cloaca gentium en la cual se convirtió Roma ya en los
primeros siglos de nuestra era. El cristianismo contribuyó .
poderosamente a este naufragio y los Padres de la Iglesia,
casi todos analfabetos, o poco menos, retornaron a una
concepción del mundo, anterior a los pitagóricos, de la
cual el monje alejandrino conocido con el nombre de Cos-
mas Indicopleustes (21 ) nos dejó una exposición precisa y
completa. La tierra es chata y la Ecumene tiene la forma
de un paralelogramo rodeado por las aguas del mar uni-
versal (fig. 15). Sin embargo: "Más allá del Océano que
rodea los cuatro costados del continente interior, el que
representa el área del tabernáculo de Moisés, hay otra
tierra que contiene el paraíso y que los hombres habita-

59
........
......
......
......
o
......
......._
~
o,

<-')

.....
(1)

~
~
e:: R.
o
~ ...o
~
<:.l

¡::!
......
<-')
t:l
¡:
<-')

e;:
8
EO (1)
;::,
e::
t.:J
<L
"'
e::
tJ
<IJ
...
~

~
u ~ ¡::!
<:::>
e::. ~
e::
., tJ
.::
~
¡:
~ t:l ~ ::; t:l
<IJ
"'
t:l ~
t:l
<IJ
c!5
R.
t:l
.....
.... t:l
....
.... ~
~ ~
Ir,)
.....
d
.....
¡:...
ron hasta el Diluvio". Sin saberlo, los Padres de la Iglesia
reivindicaron así la vieja concepción aria de un mundo
aislado por el mar universal de un gran continente si-
tuado en los confines de la tierra: el loka de los hindúes,
el Jiftunheim, o Tierra de los Gigantes, de )os pueblos
. germánicos, la Hiperborea de los griegos, y hasta el Kaf
de ~os árabes, que tiene el mismo origen.
La idea de la existencia de tierras lejanas no desapare-
ció, pues, en el curso de la alta Edad Media durante la
cual, por lo demás, los conventos de la Iglesia romanizada
conservaban y hasta traducían al latín, como Boecio lo
hizo para. obras de Platón y Aristóteles, los textos clásicos
de los antiguos. Pero, si bien se comentaba muy a menudo
el mito de la Atlántida, el problema de la vuelta al mundo
no debía de interesar sino a unos pocos intelectuales, pues
cada provincia de Europa se había replegado sobre sí mis-
ma y ya no se navegaba, irlandeses y vikingos exceptuados,
sino a lo largo de las costas. El Océano Atlántico se había
convertido en el Mar Tenebroso porque, nos dice El Edri-
si (22 ), "se ignora evidentemente lo que hay más allá. Na-
die, en efecto, ha podido saber nada seguro al respecto, en
razón de la navegación tan difícil en él, de su oscuridad
y de la frecuencia de los temporales. Ningún barco se ha
atrevido a surcarlo o, por lo menos, a alejarse de sus cos-
tas. Se sabe, no obstante, que el Mar Tenebroso contiene
numerosas islas, las unas habitadas y las otras desiertas".
Y más adelante: "El mar de Sin que baña las tierras de
Gog y de Magog comunica con el Mar Tenebroso. Del lado
del Asia, las últimas tierras son las islas Vac-Vac, más
allá de las cuales se ignora lo que hay".
Para el geógrafo nubio, que admite la esfericidad de
nuestro planeta, sólo en el hemisferio norte se encuentran
tierras habitadas. Dante lo sigue en este punto, pero no
por ello deja de situar el Paraíso Terrenal del Antiguo

61
Testamento más allá del Mar Tenebroso, puesto que, para
alcanzarlo, hay que franquear las Columnas de Hércules
y navegar primero hada el oeste, siguiendo el sol, y luego
hacia el suroeste. En cuanto a la montaña del Purgatorio,
encima de la cual se halla el Paraíso, está situada en me-
dio de los mares del hemisferio austral, en las antípodas
de Jerusalén (.23 ) •
Con el renacer del aristotelismo reaparece, en el ~i­
glo xm, en ·la obra de Alberto Magno (Alberto de Bolls-
tadt) ( 24 ) la noción de un mundo, no sólo esférico, sino 'tam-
bién habitable y habitado, incluso el hemisferio austral
hasta el 50° grado: "Toda la zona tór!lida es habitable y es
inepcia de ignorante creer que los que tienen los pies diri-
gidos hacia nosotros deben necesariamente caer. Los mis-
mos climas se repiten' en el hemisferio inferior, del otro
lado ·del Ecuador, y existen dos razas de etíopes, los del
trópico boreal y los negros del trópico austral. El hemis-
ferio inferior, antípodas del nuestro, no es totalmente
acuático. En gran parte está lrábitado, y si los hombres
de esas regiones lejanas no llegan hasta nosotros es por
los anchos mares int~rpuéstos ... ".
Con El Edri§L-Y Álberto Magno, pues, la Edad Media
reencuentra----Iás ideas aristotélicas parcialmente olvidadas
en ~1 cursó de los siglos anteriores. Por lo demás, se re-
empieza a viajar. Ascelín, Carpini, Ruisbroek (Rubris-
ql,lis), Marco Polo y Conti recorren el Asia, mientras que
navegantes árabes retoman la ruta oriental de las Indias:
Los vikingos, y es imposible que no se sepa, en la Europa
occidental, por lo menos en Normandía, tienen estableci-
mientos prósperos en Groenlandia y en Vinlandia. ¿Será
posible que nadie, al sur de Escandinavia, piense en las
tierras lejanas que se hallan más allá del Mar Tenebroso?
Sí, se pensaba en ellas, durante la Edad Media, y hasta
no se había dejado nunca de hacerlo. Inclusive, algunos

62
tal vez fueran. Pero se hablaba lo menos posible del asun-
to .. Ya los príncipes y las guildas de mercaderes imponían,
bajo las penas más severas, el secreto más absoluto res-
pecto de viajes marítimos que, sin embargo, han. dejado
algunos rastros y hasta algunas pruebas carto.gráficas.
En el año. 565, el monje irlandés :a.randán, abad del
monasterio de Clesainfert, habría hecho dos viajes en el
A.t.lántico, en busca del Paraíso Terrenal, y habría descu-
bierto una isla en la cual habría permanecido siete años,
antes :de volver pasando por las Oreadas. La N avigatio
Sancti Brandani, manuscrito del sigló x o del siglo xr que
nos cuenta esas aventuras y nos describe con una preci-
sión impresionante las Canarias y la Isla del Infierno, ·
con el volcán del Teide, así como el Mar de los Sargazos, ·
no nos permite excluir la posibilidad de que el santo abad
y sus monjes hayan llegado hasta Cuba. En 734, según
Martin Behaim (1492), el arzobispo portugués del Porto,
siete obispos y otros cristianos ·de ambos sexos habían
huido de la península ibérica para escapar del avance de
los moros, con su ganado y todos sus bienes. Habrían al-
canzado una isla donde se habrían instalado para siempre.
En una fecha anterior a 1147, año de la liberación de Lis-
boa, un grupo de marinos árabes se habrían embarcado
en esa ciudad con el propósito de cruzar el Mar Tenebroso.
Según El Edrisi y Ebn el Uardi, habrían navegado rumbo
al noroeste durante treinta y cinco días hasta cierta Isla
de los Corderos (Djezirat al Ganam).Posteriormente, ha-
brían seguido hacia el sur durante .diez días y habrían
llegado a una isla poblada por hombres de una raza des-
conocida: estatura elevada, cabellos largos y ralos, piel
roja (El Edrisi) o "mezclada de pardo y de blanco" (El
Uardi). Los almagrurines (los que se engañaron), corno se
los llamaba, habrían finá(rnente vuelto a Marruecos.
Tenemos informaciones más detalladas sobre las expe-

63
diciones de Madoc. En 1170, ese príncipe galés se habría
.lanzado, ha·cia el .oeste; en el Océano. Diez días después
de. cruzar el "peligroso jardín de los mares que ningiina
tempestad podía destruir y que aprisionab3; los barcos",
evidentemente el Mar de los Sargazos, habría tocado tierra
en la bahía de Mobile, en Alabama, según se cree. Más
tarde, habría vuelto al País de Gales· para ir a buscar a su
hermano Rhyrid y, luego, habría partido de nuevo con
. diez barcos y trescientos hombres. Finalmente, la impGr-
tante colonia se habría establecido en el Misuri. Este re-
lato figura en numerosos manuscritos galeses medievales
y el trovero Meredith hizo con él, en 1477, una balada muy
conocida en aquella época. Irlandeses, portugueses, ára- ·
bes, galeses: todos habían descubierto tierras dessonocidas .
. Y los textos que cuentan esos viajes, reales o imaginarios,
son todos anteriores a Colón. '
La islá de San Brandán figura en casi todos los mapas
de la Edad Media, primero en el paralelo de Irlanda, y
hasta más al norte, luego al oeste de las Canarias y más o
menos confundida con ellas, como ya se nota en el mapa de
Pizigano, de 1367. La copia, publicada por Buache de la
Neuville, que reproducimos de este último (fig. 16) y que
lleva la mención Ysola (sic) dictae fortimatae es, por lo
demás, en este punto, incorrecta e incompleta. Se lee en el
original: Ysole dicte fortunate Sancti Brandani e isole
Ponzele, encima de la imagen .del Santo que, con el brazo,
señala las islas. Muy excepcionalmente, el mapa nQ 5 del
Atlas de Andrea Bianco (fig. 17), que da-ta de 1436, no nos
muestra la isla de San Brandán. Pero la encontramos, con
. el nombre de. insule fortunate Sancti Brandani, en las de
Bartolomé Pareto (foto 10), publicada en 1455, y de Gra-
cioso Benincasa (1471 y 1482). En su globo de 1492, Mar-
tin Behaim la sitúa más al sur, casi en la latitud del ·
Cabo Verde, con la mención: "Esta isla es aquélla a don-

64
~¡r
.r.•~

Fm.l6-Mapá de Pizigano (1367).


de San Brandán llegó en el año 565; y la halló llena de
cosas maravillosas". La certeza de su existencia era tal
que, entre 1487 y 1759, numerosas expediciones partieron
en su busca y que. el gobierno portugués no vaciló, en el
siglo xv, en cederla al jefe de una de ellas, el catalán
Luis Perdigón.
Tal vez, a pesar de los datos náuticos que contiene la
N avigdtio Sancti Brandani, la isla en cuestión no fuera
sino una de las Canarias, con. tal, por supuesto, que el
vÚ1je del abad de Clesainfert no haya sido el producto de
la fértil imaginación céltica. De cualquier modo, se iba
muy adentro en el Atlántico mucho antes que el infante
Enrique el Navegante, "guiado por antiguos mapas" orga-
nizara la expedición de Gonzalo Velho Cabral que "descu-
brió", en 1451, los escollos de las Hormigas y, el año si-
guiente, la isla de Santa María, en las Azores. Lo prueba
el hecho de que Andrea Bianco haga figurar de modo
bastante correcto, en tres grupos, las nueve islas del ar-
chipiélago en su mapa de 1436 (fig. 17), mientras que sólo
una de ellas había sido reconocida, en esa fecha, por los
portugueses. Más.aún: Bianco da a una de las Azores un
nombre netamente árabe, Bentufla, mientras llama otra
San Zorzi y una tercera, al extremo norte, Corbo Marino.
Ahora bien: la isla de San Jorge fue "descubierta" por los
portugueses en 1449 y la de Corvo, entre 1444 y 1449. Sus
dos nombres eran anteriores, por lo tanto, y conocidos.
El Edrisí, por lo demás, menciona en el Atlántico, en el
siglo xn, una isla Raka, poblada de águilas marinas, y El
Uardi, una isla Thuiur (de las Aves). El vltimo precisa
que las águilas coloradas, provistas de garras enormes, van
a pescar ~ejos de las costas, en alta mar. .
El archipiélago de las Azores había sido frecuentado,
pues, mucho .antes del siglo xv. Tal vez los árabes hubie-
ran diseñado mapas de las islas, cuidadosamente conserva-

66
't
• . }":'tltJ... z.,..,·
.._ }.....~1!1
.?;.•• }.·~·(#/~ tj?'tiJrwil

)~,/, ;VJ-(j!""¡w..,..
..
~~ ......

FIG. 17 -Mapa de Andrea Bianco (1436).


dos,. como tantos otros en la Tesouraria del Rey, en Lis-
boa. Pero ios habían precedido navegantes europeos a
quienes se· debía parte de la toponimia mencionada. ¿Es-
pañoles, portugueses, normandos? Los primeros parecen
excluidos, pues la j y la g del Jorge . castellano son aspi-
radas y, en árabe, se trasliteran normalmente en h. Zorzi
sólo puede provenir del ·Jorge portugués o del Georges
francés , que se pronuncian, por otro lado, más o menos
del mismo modo. El nombre de Corbo Marino no hace in-
clinar la balanza del lado de los portugueses a cuya len-
gua pertenece: los árabes -o judíos arabizados que no los
habían seguido en su retirada- habían debido de tradu-
cir así, en los mapas portugueses, el Tuiur de El Uardi.
¿Pero, entonces, por qué respetaron Bentufla? Tal vez
porque este vocablo, arcaico o deformado, era difícil de
traducir: los arabizantes occidentales, sin dudar en lo mí-
nimo de su origen, no consiguiero11 ponerse de acuerdo
en cuanto a su significado (25 ).
La isla de Antillia, Antilla o Antilia es mucho más im-
portante que las Azores por estar situada, en el mismo
paralelo, el de Gibraltar, mucho más al oeste. Se creyó
verla mencionada en el texto, redactado en un latín bár-
baro en parte incomprensible, que figura en el mapa de
Pizigano (fig. 16), pero la trascripción ad ripas Antilliae
es, por lo me:r;¡.os, sumamente dudosa. La encontramos por
·primera vez, con seguridad, designada con su nombre, en
el mapa de Bianco (fig. 17), donde está representada en
forma de un rectángulo que tiene las dimensiones de Por-
tugal. Sus costas están diseñadas con un lujo de detalles
que no tiene mayor significac;ión: los cartógrafos del si-
glo xvii aún procedían así cuando representaban su imagi-
naria Terra Australis. Al norte de Antillia, vemos el sur
de otra isla, Lanosatanasio, que figura entera en otro mapa
del mismo atlas, que se cree copiado de uno del si-

68
glo XIV (25). Tiene la misma forma que Antillia, pero en
más pequeño. Es la Mano de Satán que aparece, con nom-
bres deformados en mayor o menor medida (Main de
Satan, Man Santanaxia, Sarastagio) en·numerosos mapas
del siglo xv y más tarde aúri. . ·
En el mapa del genovés Beclario o Bedrazio, un tanto
posterior al de Bianco, se ven, además de Antillia y Sa-
rastagio, cerca de esta última, uria pequeña isla: e:t:l forma
de hoz denominada Danmat o Dammar. y, más al oeste,
una isla cuadrada que lleva el nombre de Royllo. Al lado
de este grupo, se lee la inscripción: Insule de novo. repte,
vale decir, en latín correcto, Insulae· de novo repertae:
islas recientemente reencontradas. En los mapas· de Benin-
. easa (1471 y1482), se nota laisla de Antillia, ·con, al norte,
otra isla rectangular un poco más pequeña que corresponde
a la Mano de Satán de lo~ anteriores pero lleva el nombre
de Saluaga y un islóte sin nombre en forma .de hoz.
El mapa de Pareto (foto 10), que data de 14551 nos
muestra Antillia y, ~1 oeste, lá · isla de Roillo, mucho más
pequeña. La Mano de Satán no figura en él. Viene aquí
un hecho que nadie, según creemos, ha notado. jamás: en
los ángulos noroeste y suroeste del mapa está netamente
indicado, mediante dos líneas curvas, el trazado de las cos- .
tas de la América del Norte y la 'América del Sur, respec-
tivamente. Las islas están sitl,ladas al sur dei golfo, cuyo
fondo no aparece, que deslindan .las líneas en cuestión.
¿Este mapa está en el origen de la firme creencia de los
·españoles en un .pasaje abierto, en Centroamérica, entre
ambos océanos? Señalemos que el norte está situado a la
izquierda del mapa. Para que éste sea más fácil de leer,
le hemos dado, al reproducirlo, · la orientación a la (!Ual
estamos acostumbrados.
Para Martín Behaim, la isla de Antillia no es otra que
. aquella donde se habían refugiado los obispos portugueses

69
en 734. Una anotación de su globo dice, en efecto: "Cuando
España toda estaba en manos de los herejes del Africa, la
isla descrita (Insula Antilia, denominada Septe .Citates)
estuvo habitada por un arzobispo de Porto-Portugar con
siete otros obispos ... En el año 1414, un barco venido de
España pasó cerca de ella". Una mención del mismo orden
es atribuida a Toscanelli por Fernando. Colón en su Vida
del Almirante. Se la encuentra, por lo menos, en la tra-
ducción italianá, debida a Alfonso de Ulloa, y publicada
en Venecia en 1571, de dicha obra, cuyo original s~ ·perdió,
como la carta misma del geógrafo florentino. Este habría
escrito, en 1474; al canónigo Ferna;ndo Martínez, o Martins,
que se encontraba en Lisboa al. servido del Rey de Portu-
gal: "Desde la isla de Antilla; que llamáis de las Siete Ciu:-
dades y de la cual tenéis conocimiento, hay diez espacios.
La primera es riquísima en ·oro, en perlas y en piedras
· preciosas y en ella se cubre de oro puro los templos y los
palacios ... ". En las retraducciones ·de N avarrete (26 ) y de
Barcia (27 ), las proposiciones "che voi chiamate di Sette
Citta, delle quale avete notitia" están suprimidas. Hay por
lo menos una dudá, pues, acerca de esta carta misteriosa
de que hablaremos más adelante.
En su mapa; tal como se creyó poder reconstruirlo
(fig. 18), Toscanelli, por lo demás, reduce Antilla a una
pequeñísima isla situada muy cerca de Madera, mientras
que la Insula Sancti Brandani, justo por encima del Ecua-
dor y mucho más al oeste, está representada en forma de
un rectángulo irreg'\].lar, mucho más grande. Tal contorno
geométrico no tiene nada que nos deba de sorprender.
Era costumbre, en aquella época, diseñar como rectángulos
o cuadrados las islas cuyo trazado exacto se descorú:icía.
Tales la Antillia de Bianco, Pareto y Benincasa, la Royllo
de Bedrazio, la Giava Maggiore (Borneo) de Fra Mauro,
el Japón de Toscanelli (Cipangu) y Behaim (Zipangut)

70
y la Cuba de Piri Reis>Llama la atención, sin embargc,,
el hecho de que Ari.tillia (o Cuba) y Cipango, no sólo tie-
nen exactamente la misma forma de un rectángulo regular
de proporciones y dimensiones idénticas, sino ta:mbién es-
tán situadas en el mismo lugar. Si las costas del Asia están
diseñadas, la isla se llama Cipango; . en caso contrario,
Antillia. Nada más lógico, en realidad, ·s~ volvemos a nues-
tro análisis del capítulo J. La geografía del Oriente co~
· nocía la existencia ·de una gran isla de ~ontorno impre-
ciso, luego rectangular en los mapas, situada, en una lati-.
tud indefinida, frente a las costas de China. La geogra-
fía del Occidente sabía vagamente que había,.más allá. del
Mar Tenebroso, una gran isla, no menos rectangular en los
mapas, puesto que nunca se la había relevado. Cuando se
llegó, después del descubrimiento de Colón, a la conclusión
de que Sudamérica no era sino la península de Cattigat.:a
y, luego, que prolongaba, al sur, el Asia odental, Cipango
y Antillia se superpusieron t-anto más fácilmente cuanto
que tenían la .misma forma y las mismas dimensiones. En
Lisboa, en 1493,. al volver de su primer viaje, Colón de-
claró coh la mayor naturalidad que llegaba de Cipango.
Se equivocaba, pero, por una vez, no mentía. Será Pedro
Martyr de Anguiera (28 ) quien dará, en 1493, el nombre
de Antillas a las islas descubiertas -,-o redescubiertas-
por E!l Gran Almirante: "El (Colón) cuenta que la Hispa-
niola que encontró (Haití, N.· del A.) es la isla de Ofir.
Pero si consideramos cuidadosamente las investigaciones
de los cosmógrafos, esta isla y otras adyacentes son las
Antillas". · ·
La geografía, las tradiciones, Íos relatos de viaje y lós
mapas, todo nos demuestra, pues, que, desde hacía por lo
mel}os 2.500 años, se conocía la existencia de islas y con-
tinentes más allá de un mar que sólo fue ''tenebroso", y
hasta cierto punto, durante unos siglos de la alta Edad

72
Media. Algunos autores de la Antigüedad se limitan a
deducirla de la esfericidad de nuestro planeta, pero otros,
el pseudo Aristóteles ya en el siglo IV a. J. C., nos hablan
de tierras bien concretas, distintas c;lel Asia, de tierras que
no son el fruto de la imaginación, puesto que se sitúan,
teniéndose en cuenta la inexactitud general de las distan-
cias, justo en el lugar donde se las encontrará o reencon-
trará en el siglo xvr. ¿Si los árabes frecuentaban las Azo-
res en el siglo xrr y otrós navegantes los habían precedido
allá, es sorprendente que barcos europeos hayan avanza-
do más lejos aún? No es más difícil ir de las Azores a las
Antillas que de Portugal a las Azores. El mar debía de
encargarse a menudo, por lo demás, de empujar hacia el
oeste, de donde se podía .volver sin mayor dificultad, sal-
vo caso de naufragio, por el Gulf Stream, algunos de los
barcos fenicios, griegos, cartagineses, romanos, irlandeses,
árabes, vascos, bretones, normandos, portugueses, españo-
les y otros, sin hablar de los drakkares vikingos, que
nunca habían dejado de surcar el Atlántico, del Zah·e al
Skaggerat. ¿Cómo saben Behaim, geógrafo serio y reser-
vado, en 1492, que un barco español había alcanzado la
isla de Antilla y Bedrazio, hacia 1440, que esta isla y sus
vecinas habían sido recientemente redescubiertas? ¿~esul­
ta sorprendente que los cosmógrafos del siglo xv hayan
recogido, respecto de las tierras occidentales, testimonios
directos y precisos, cuando la primer¡¡. cosa que vio Colón,
al recalar en Haití, fueron los restos de un barcó europeo?
Se puede ir aún más allá en el análisis de los textos y
los hechos que acabamos de reseñar. La Insula Sancti
Brandani cambia de posición, de mapa en mapa, y se po-
dría atribuir esta movilidad a la imprecisión. de los datos
geográficos suministrados por la Navigatio. ¿Pero qué
decir, entonces, de la isla de Bracir, de la que hablaremos
en el capítulo VI, la cual, no sólo se encuentra en el mismo

73
caso, sino que figura hasta tres veces, en distintas latitu-
des, en el mismo mapa? ¿Habrá que admitir que geógra-
fos del siglo xv hayan sido tan estúpidos como para otor-
garle el don de ubic~idad? La explicación es otra: los
geógrafos recogían, respecto de una tierra situada más
allá del Atlántico, informaciones de fuentes múltiples que
c~ncordaban en todo, salvo en cuanto a la posición. En el
caso de la isla de San Brandán, los datos conseguidos eran
lo suficientemente escasos e impreCisos como para que ca-
da uno pudiera elegir los que le parecían más verosímiles
o más fidedignos. En el de la isla de Bracir, por el con-
trario, las informaciones . obtenidas eran tódas indiscuti-
bles, aunque aparentemente contradictorias. Se trataba,
por lo tanto, de la misma tierra, abordada en distintos pun-
tos que nada, sin embargo,.permitía a los cartógrafos unir
entre sí de modo científico. Uno, sin embargo, Bartolomé
Pareto, mejor informado que los demás, pudo indicar en
su mapa, de un modo extremadamente esquemático, al
norte y al sur del Mar ·de las Antillas, la línea general
de las costas de ambos subcontinentes americanos. Luego,
él sabía a qué atenerse. ¿Coincidencia casual de los hechos
y producto de la imaginación? Se nos dice, desde hace
miles de años, que hay islas, y hasta continentes, más allá
del Océano Atlántico. Se nos cuenta que algunos navegan-
tes fueron allá y volvieron. Se sitúan algunos de sus pun-
tos en los mapas, con. una aproximación muy satisfactoria
para la época. Se da a una isla el nombre de Antillia
(ante ilha, en portugués y en antiguo español, Isla de
Antes). Y, detrás de ella, se nos muestra la doble costa
de un continente, ligeramente esbozada. Todo tiene lími-
tes, incluso el azar.

74
III

Colón, el embustero.
En 1492, un tal Cristóbal Colón, con una nao y dos
carabelas bajo bandera de Castilla, cruzó el Atlántico y
alcanzó las Antillas. Cosa extraña: todo lo que concierne
a este personaje es confuso, contradictorio, misterioso. El
mismo, en sus escritos, sus dos primeros biógrafos -su
hijo natural Fernando y su amigo, Fray Bartolomé de las
Casas-, la Reina Isabel la Católica y sus funcionarios, to-
dos parecen encarnizarse en embrollado todo.
No se sabe con exactitud cuál era el verdadero apellido
del Gran Almirante de la Mar Océana: los documentos de
la época lo llaman indiferentemente, con o sin "partícula",
Colomo, Colombo, Coloro y, por fin, Colón que Las Casas
affrma ser el patronímico primitivo de su familia. ¿Nació
en Génova, en Plasencia, en Pontevedra? ¿En 1436, 1447,
1451? Son éstos temas de inacabables controversias. Se
desconoce cuál era su lengua materna: escribía en un cas-
tellano cargado de lusitanismos, . aun cuando se dirigía a
italianos como su amigo el P. Goriccio. Se conoce de él
una carta en catalán, pero el único texto "italiano" que se
le pueda atribuir, una anotación marginal eri una Historia
Natural de Plinio en traducción italiana, está redactado en
una jerga italolusocastellana altamente cómica. ¿Qué hacía
antes de llegar a Lisboa, en una fecha que fluctúa entre
1470 y 1476? ¿Era lanarius en Savona, en 1472, o capitán
de un buque de guerra del Rey Renato de Anjou? ¿Sirvió
a las órdenes del almirante Colombo il Giovane, "de su

77
nombre y linaje", como lo afirman Fernando y Las Casas,
y participó en la batalla de San Vicente contra los vene-
cianos? La batalla en cuestión tuvo lugar en 1485, cuando
Colón ya estaba en España desde hacía años, no sin que
algunos historiadores sostengan que el almirante Colombo
se llamaba en realidad Jorge Byssipat, o Jorge el Griego.
¿O bien se trataba de otra batalla de San Vicente, li-
brada contra los genoveses por el almirante de Cazenove-
Conllon que los italianos llamaban Colombo y los españo-
les, C'olón? Pero el combate naval se remonta a 1476, fe-
cha e1. la cual nuestro hombre ya estaba instalado en
Lisboa, .' sería realmente muy difícil establecer el menor
vínculo d,, parentezco entre el corsario francés y él.
Hasta lé. personalidad de Colón es extraña y múltiple.
¿Cómo concE:bir que los dos textos siguientes, extraídos de
cartas dirigidas a Isabel la Católica y Fernando de Aragón,
sean de la misma pluma?: "El oro que tiene el Quibian
[cacique] de Veragua y otros de la comarca, bien que se-
gún información él sea mucho, no me pareció bien ni
servicio de vuestras Altezas de se lo tomar por vía de robo:
la buena orden evitará escándalo y mala fama, y hará que
todo ello venga al tesoro, que no quede un grano"; y:
"[Cuando estaba en dificultad], una voz muy piadosa oí
diciendo: '¡Oh estulto y tardo a creer y a servir a tu Dios,
Dios de todos! ¿Qué hizo El más por Moysés o por David
su siervo? Desque naciste, siempre El tuvo de ti muy gran-
de cargo. Cuando te vido en edad en que El fué contento,
maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra. Las
Indias·, que son parte del mundo tan ricas, te las dió por
tuyas; ... ¿Qué hizo el Más Alto por el pueblo de Israel
cuando lo sacó de Egipto? ¿Ni por David que de pastor
hizo rey en Judea? ... Tu vejez no impedirá a toda cosa
grande; ... Abraham pasaba de cien años cuando engendró
a Isaac ... '" O también, en Las Profecías: ·"Ya dije que

78
para la esecución de la impresa en la India no me apro-
vechó razón ni matemática ni mapamundos: llenamente
se cumplió lo que dijo Isayas". Por un lado, el mercader
de esclavos, sediente de oro y desprovisto de cualquier es-
crúpulo; por otro, el místico iluminado que oye voces.
Tal dualidad explica por qué resulta imposible deter-
minar con certeza lo que Colón buscaba al lanzarse en el
Atlántico: ¿las riquezas y los honores cuya enumeración
precisa él exigía en las Capitulaciones que autorizaban su
viaje, la ruta occidental hacia la tierra de las especias y
el oro, la conversión del Gran Khan al cristianismo, el Pa-
raíso Terrenal. donde los judíos de España podrían encon-
trar asilo? Sólo estamos seguros de una cosa, definitiva-
men!e demostrada por Salvador de Madariaga (2 9 ), Ra-
fael Pineda Y áñez (3°) y Simón Wiesenthal (3 1 ) : Colón era
de raza judía y pertenecía a una familia marrana. Lo cual
le valió, tan pronto como llegó a España, el apoyo de in-
numerables judíos conversos: los obispos Hernando de Ta-
lavera y Diego de Deza, de la Corte de Isabel; el Escribano
de Ración de la Corte de Aragón, Luis de Santángel, que
financió la expedición; el Tesorero del Rey, Gabriel Sán-
chez, y sus cuatro hermanos; y muchos otros más. Sólo así
entendemos que el futuro Gran Almirante se haya em-
barcado para su primer viaje sin capellán, pero sí con
un intérprete de hebreo que difícilmente podía dejar de
ser un rabino, y que haya elegido, para hacerse a la vela,
con cierto número de judíos clandestinos a bordo, la fe-
cha en la cual vencía el plazo fijado para que los no con-
versos abandonaran España.
La incertidumbre, querida por él, que rodea la existen-
cia de Colón antes de su llegada a Granada, se extiende
a su estada en Lisboa y a la elaboración de su gran pro-
yecto. En la capital portuguesa, sabemos, sin embargo, que
se reencuentra con su hermano menor, Bartolomé, librero

79
y cartógrafo, con el cual se asocia. Entra así en estrecho
contacto con algunos de los cosmógrafos más afamados de
Europa, y en esto lo ayuda su raza, pues la célebre Aca-
demia de Sagres está, desde su fundación, en manos de
geógrafos judíos. Se codea diariamente con los capitanes
de toda nacionalidad que recalan en Lisboa o tienen allí
su base. Portugal, en aquella época, es la primera potencia
marítima del mundo y sus navíos surcan todos los mares
conocidos. Hasta se internan muy lejos en el Atlántico
donde las Azores ya están pobladas. Se habla mucho, en
Lisboa, de las tierras transoceánicas y numerosas expedi-
ciones salen, sin éxito, en- su busca: las de Diego de Teive,
en 1452; de José Vigado, en 1462; de Gonzalo Fernandes
de Tavira, el mismo año; de Ruy Gonc;alves de Cámara,
en 1472; de Antonio Leme, en 1475. Y muchas otras más.
Estos fracasos refuerzan la opinión conocida de los anti-
guos: se puede, teóricamente, ir a las Indias por el oeste
y hay tierras desconocidas del otro lado del Océano. Pero
las distancias son demasiado grandes para que sea posible
alcanzarlas.
En Lisboa, Colón se ganaba la vida diseñando mapas,
pero también navegaba. ¿Habrá ido varias veces a Gui-
nea, como lo dicen sus biógrafos? Es verosímil. Sabemos
que, en 1479, un comerciante genovés lo envió a Madera
a comprar un cargamento de azúcar. Pero el viaje más
importante para nosotros es el que hizo a Thule. Sólo lo
conocemos por un párrafo de una carta del Almirante, que
citan Fernando y Las Casas: "En el año de 1477, por Fe-
brero, navegué más allá de Tyle cien leguas, cuya parte
austral dista de la equinoccial 73 grados, y no 63 como
quieren algunos, y no está sita dentro d~ la línea que in-
cluye al Occidente Ptolomeo, sino es mucho más occiden-
tal; y los ingleses, principalmente los de Bristol, van con
sus mercaderías a esta isla, que es tan grande como In-

80
glaterra; cuando fui allá no estaba helado el mar, aun-
que las mareas eran tan gruesas que subían dos veces
por día 26 brazas y bajaban otro tanto". Sigue tin párrafo
sin encomillar, que no se sabe si hay que atribuirlo a Co-
lón o a su hijo: "Verdad es que Tyle, de que Ptolomeo
hace mención, está en el sitio donde dice y hoy se llama
Frislandia".
A menudo se ha puesto en duda este relato, y no siem-
pre de un modo muy inteligente. Que Colón y sus biógra-
fos mientan, por acción, por omisión y, en cuanto a los úl-
timos, por ignorancia, esto lo tenemos abundantemente
probado. Pero no está menos sólidamente establecido que
el Almirante, no sólo había viajado mucho, sino que tenía
profundos conocimientos en el campo de las ciencias náu-
ticas. Era perfectamente capaz de inventar un viaje como
un blasón: no de corregir indebidamente a los geógrafos
en un punto que, para él, carecía de importancia. Pues
Islandia se halla a los 63° 30' de latitud norte. ¿Pero se
trata de Thule? En la Antigüedad, este nombre se apli-
caba indistintamente a todas las tierras del Septentrión.
Por otro lado, si la frase sin encomillar es realmente de
Colón, se refiere claramente a dos Thules, una a los 63°,
"llamada Frislandia" pero que es Islandia, y la otra a los
73°, que sólo puede ser Groenlandia, pero no su costa sur,
que está situada a los 60°. El nombre de Frislandia, que
hará célebre la relación de los viajes de los hermanos
Zeno, publicada en 1558, ya se encuentra en el mapa
Contino, de origen portugués, que data de 1502. Se lo co-
nocía, pues, en la época en que Colón escribía su carta
y, con mayor razón, cuando Fernando estaba redactando
la Vida dd Almirante. Pero se aplicaba a islas indetermi-
nadas y cambiantes del Gran Norte.
De cualquier modo, Colón debe de haber alcanzado
una isla situada a los '13° de latitud, vale decir Groenlan-

81
día cuya parte conocida era, en efecto, grande como In-
glaterra y que frecuentaban los barcos ingleses. De este
último hecho, tenemos pruebas indiscutibles. En 1431, Erik
de Pomerania, rey de Escandinavia, se quejaba a los en-
viados del rey de Inglaterra de que súbditos de éste se
entregaran al comercio, y hasta a la piratería, en las co-
lonias noruegas: "Islandia, Groenlandia, Shetland, Orca-
das y otras islas". Por los tratados de 1431, 1444 y 1449, los
ingleses se prohibían todo contacto con las colonias norue-
gas, y recién en 1490 obtuvieron la libertad de navegar,
pescar y mercar en Islandia. Notemos que, en las Profecías,
el Almirante, cuando menciona Thule, escribe "última Ti-
le", lo que significa "la última de las Thules", la más le-
jana. Por lo tanto, para él, había dos.
Por lo demás, no es sólo la identificación de la tierra
alcanzada por Colón la que nos interesa aquí, sino el
hecho de que él haya proseguido su viaje. cien leguas,
vale decir 557 km, más lejos. Pues, a 100 leguas más allá
de Groenlandia, no hay sino América.
¿Qué podía haber ido a buscar nuestro futuro Gran Al-
mirante en el Artico, y cómo se las había arreglado para
llegar allá, él que, por cierto, no estaba en condiciones de
armar un navío con este propósito? Los barcos portugue-
ses no frecuentaban los puertos de Escandinavia. ¿Colón
había logrado ir a Inglaterra y embarcarse allí para Thu-
le? ¿Pero a qué título? Tal vez la clave del enigma se
halle en una expedición montada, en 1476, por el Rey Cris-
tián III de Dinamarca con la finalidad de reencontrar los
rastros de las colonias noruegas de Groenlandia, de las
que no se tenían noticias desde hacía largo tiempo. Cosa
extraña, a primera vista, Cristián había solicitado y obte-
nido, para su empresa, la ayuda del Rey Alfonso V de
y
Portugal. Los barcos eran daneses, alemanes sus coman-
dantes, los almirantes Pining y Pothorst. ¿En estas con-

82
díciones, en qué podía consistir el apoyo prestado pot
Alfonso? Lisboa era célebre, en aquel entonces, por sus
pilotos, hombres capaces de leer y diseñar mapas maríti-
mos y de guiar los navíos por las estrellas. Ahora bien,
la expedición tenía un piloto llamado J ohannes Scolvus,
del que nadie oirá nunca más hablar posteriormente. Los
barcos daneses no reencontraron las colonias perdidas,
pero alcanzaron el Labrador, si confiamos en un mapa
de 1582, debido a un tal Michel Lok, en el cual figura, al
oeste de Groenlandia, una tierra que lleva el nombre
de Scolvus Groetland (32 ).
¿Quién era este J ohannes Scolvus cuyo papel habrá
sido muy importante puesto que se lo recuerda a él, y no
a sus jefes? No se sabe. Hasta su nombre muy a menudo
fue deformado. Se lo escribió Scolnus, Scolvo, Kolonus,
Scolom, Skolum, Colum. Los polacos prefieren Kolnus,
de Kolno, pequeña ciudad del norte de su país, y retoma-
mos el dato, basándonos en Rudolf Cronau ( 32 ) , en una in-
cidente de una de nuestras obras anteriores (4 )). Pero
nada viene a probar este origen. ¿El misterioso piloto, no
lo había prestado Alfonso V a su primo de Dinamarca?
¿No se trataría, en realidad, de un cierto Colombo, Colom
o Colón, cuyo viaje en el Gran Norte hubiera tenido lugar,
no en 1477, sino un año antes, a menos que, partida a fi-
nes de 1476, la expedición sólo hubiera alcanzado "Thule"
a principios del año siguiente? Se lo ha dicho, y es muy
verosímil. Sin embargo, no se puede afirmar nada. Queda,
de cualquier modo, que Colón, con "su" nombre o con el
de Scolvus, parece realmente haber ido a Escandinavia,
y aún más lejos hacia el oeste. El que haya o no alcan-
zado Groenlandia, o hasta el Labrador, es éste un punto
secundario. Pues, de cualquier modo, en Islandia o simple-
mente en Copenhague, se conocía perfectamente la exis-
tencia del Vinland, vale decir de la América del Norte,

83
y un marino cartógrafo tan curioso como el futuro almi-
rante no podía dejar de haberlo oído mencionar. Inclusive,
tal vez hubiera leído, antes de partir, el relato que Adán
de Brema había hecho, en latín, hacia 1050, de las expedi-
ciones vikingas más allá del Océano. Por lo tanto, si el
viaje a Thule tuvo realmente lugar, como es probable,
Colón sabía, a la vuelta, que las misteriosas tierras de
ultraocéano no eran inaccesibles. Tal vez, inclusive, hu-
biera traído de allá un mapa, probablemente más preciso
que el que diseñó, en 1590, el islandés Sigurdur Stefáns-
son (fig. 25).
De cualquier modo, fue en aquella época que el futuro
Gran Almirante empezó a interesarse muy de cerca en la
Tesouraria donde el Rey de Portugal conservaba sus ma-
pas secretos. Su acceso no era fácil, para un extranjero de
condición sumamente mÓdesta que su oficio debía de hacer
sospechoso, pues el espionaje cartográfico florecía en Lis-
boa. Lo ayuda un acontecimiento increíble: el marrano
de nombre incierto desposa -¿azar o cálculo?-, hacia
1478, a Filipa Monis de Perestrello, emparentada con las
familias reales de Braganza y de Lusignan, cuyo hermano
era capitán hereditario de la isla de Porto Santo, cerca
de Madera, donde la joven pareja se fue a vivir por un
tiempo.
¿Por qué Colón abandona a Lisboa para instalarse en
ese pequeño puerto colonial, poblado de unos pocos arte-
sanos y tenderos? Las Casas (33 ) nos lo dice con cruel fran-
queza: " ... porque en esa isla como en la de Madera que
está junta, y que también se había descubierto entonces,
comenzaba a haber gran concurso de navíos . . . y frecuen-
tes nuevas se tenían cada día de los descubrimientos que
de nuevo se hacían". Iba a buscar informaciones, pues. Fue
probablemente en aquella época que reunió el abundante
material que poseía (34) sobre los vientos y corrientes del

84
Atlántico más allá de las islas Madera. El mismo cuenta
que pasaba buena parte de su tiempo interrogando a los
pilotos de los barcos que recalaban en Porto Santo, no sin
recurrir, tal vez, a la autoridad de su cuñado para obtener
respuestas, y trasladando al mapa los datos así conse-
guidos.
Recogía también, según Fernando y Las Casas, toda
suerte de testimonios relativos a hechos extraños. Un tal
Martín Vicente, piloto del Rey, le afirmó haber encon-
trado en el mar, a 450 leguas al oeste de San Vicente,
una pieza de madera trabajada de mano de hombre, pero,
aparentemente, sin herramientas de hierro. El marido de
una de sus cuñadas, Pedro Correa, le contó que había visto
en Porto Santo una pieza de madera del mismo género y
cañas tan gruesas que podían contener dos litros de vino
entre dos nudos. Se le habló, en las Azores, de troncos de
pino de una especie desconocida en el archipiélago, que
el viento del oeste lanzaba en las playas de Graciosa y
de Fayal, y hasta de dos cadáveres, "que no parecían de
cristianos", traídos por el mar a la isla de Flores, y
de almadias, o botes cubiertos, llenas de hombres de una
raza de la que no se había jamás oído hablar. Todo eso
no tiene nada de sorprendente para nosotros que sabemos
que el Gulf Stream lleva hasta Escandinavia restos de em-
barcaciones y plantas de América. Pero, para Colón, eran
éstos hechos nuevos que venían a reforzar una convicción
ya sólida: era posible cruzar el Océano y alcanzar así las
Indias. Lo cual quedará confirmado, en Palos, cuando
recoja los relatos de dos marineros naturales, el uno de
Murcia, el otro de Santa María, que, desde Irlanda. ha-
brían sido echados por un temporal, en dirección al noroes-
te, en "las costas de Tartaria" (2 3 ) . Oviedo, su amigo {2°) ,
cuenta inclusive que Colón, en su primer viaje, utilizaba
un mapa diseñado por un marino portugués, Vicente Diaz,

85
natural del pueblo de Tavira, quien, al volver de Gu~a,
había descubierto una tierra al oeste de Madera. Fernand~
y Las Casas también nos hablan de un mapa, pero sin ,
mencionar a su autor. Se dijo que se trataba del de Tos-
canelli. Lo dudamos mucho. El almirante era demasiado
buen cosmógrafo como para fiarse en un documento tan
poco exacto que había empleado, lo vamos a ver, con otra
finalidad. Pero, de cualquier modo, debía de tener algo
mucho mejor que un mapa de marino.
En 1482, Colón volvió a instalarse en Lisboa y retomó
su oficio de cartógrafo, no sin reanudar sus relaciones con
los geógrafos de la Corte, los judíos, por supuesto, pero
otros también como el famoso Martín Behaim, quien, pre-
cisamente, vivía, en aquella época, en la capital portuguesa.
Fue entonces cuando presentó al Rey Juan II un proyecto
de viaje a Cipango. Por más que considerase a nuestro
personaje un "hombre hablador, fantástico y de imagina-
ciones" ( 33 ), el soberano nombró, para examinar su solici-
tud, una comisión constituida por tres sabios cosmógrafos:
su dictamen fue negativo. Ignoramos por qué, pero no nos
resulta difícil adivinarlo: Colón había debido de mentir
como iba a mentir, un poco más tarde, en Castilla. No le
quedaba más remedio que ir a buscar fortuna en otro lu-
gar. Aquí se sitúan dos episodios decisivos, uno de los
cuales está materialmente probado, mientras que el otro
sólo no es conocido por varios testimonios concordantes.
Había en la Tesouraria del Rey, a la cual Colón tenía
acceso de uno u otro modo y donde podía consultar clan-
destinamente numerosos mapas secretos, un documento,
para él de suma importancia, archivado como tantos otros:
la carta dirigida, en 1474, por Toscanelli, al canónigo Mar-
tins o Martínez, en la cual el geógrafo florentino demos-
traba, con ayuda de un mapa (fig. 18), que era posible
alcanzar el Asia por el Atlántico. El futuro Gran Almi-

86
rante copió la carta en una página blanca de uno de sus
libros, !'Historia rerum ubique gestarum del Papa Pío II,
y tomó los apuntes necesarios para poder reproducir 'el
mapa. Más tarde, sus biógrafos inventaron una correspon-
dencia con Toscanelli para explicar a su modo el conoci-
miento que había tenido de esos documentos.
El gusto por el espionaje nunca desapareció en Colón.
Arias Pérez Pinzón, hijo de Martín Alonso Pinzón que
comandaba una de las carabelas del primer viaje y que,
tal vez -hablaremos del asunto en el capítulo VI-, ya
había estado anteriormente en Sudamérica con el diep-
pense J ean Cousin, nos trae su testimonio al respecto. En
su deposición ante el tribunal que entendía en la causa
que oponía la Corona de Castilla a Diego Colón, declaró,
en efecto, que había acompañado a su padre a Roma donde
éste tenía un amigo, cosmógrafo de la casa de Inocen-
cia VIII, que le había confirmado que existían tierras por
descubrir al oeste y le había mostrado "escrituras" que
figuraban en un mapamundi. No hacía tanto tiempo -era
en 1121- que Gnuprón, obispo de Gardar, en Groenlandia,
había ido a Vinlandia en viaje pastoral, y menos aún -en
1279- que el arzobispo Ion había mandado allá a un emi-
sario para recoger el diezmo destinado a la Cruzada que
se estaba predicando en toda Europa. Pero tal vez la
Corte de Roma tuviera, también ella, en este campo, in-
formaciones de otra procedencia.
El otro episodio es más trágico. Un barco mercante
que hacía el transporte de vinos entre Madera y la Gran
Bretaña había sido llevado, por un temporal, muy aden-
tro en el Océano. Cuando se restableció la bonanza, el
patrón, Alonso Sánchez, natural de Niebla, en la provincia
de Huelva, divisó en el horizonte una tierra desconocida.
A duras penas, consiguió regresar a Lisboa con los cuatro
sobrevivientes de su tripulación y buscó a un cartógrafo

87
que pudiera ayudarlo a situar 'la "isla" que había descu-
bierto. Colón hizo más que prestarle sus servicios profe-
sionales: albergó en su casa a los cinco marinos, los cuales
se murieron unos días más tarde. Inmediatamente· des-
pués, el futuro virrey huyó de Portugal. ¿Había asesinado
a sus huéspedes? Lo que lleva a creerlo es el texto de una
carta que el Rey Juan II, informado por los innumerables
espías que tenía a sueldo en la Corte de Castilla de la
buena marcha de los proyectos de ..Colón y arrepentido
de su escepticismo, le dirigió en 14~8 para pedirle que
volviera: el soberano le garantizaba que no sería molestado
en absoluto por cualquier crimen que fuese. Era suma-
mente difícil, aun en aquella época, llamar "crimen" el he-
cho de copiar indebidamente una carta. Sea dicho entre pa-
réntesis, fue probablemente la confesión que hizo de esos
dos "pecados", tal vez sub sigillo, a Fray Juan Pérez, su-
perior del convento de la Rábida, la que llevó al monje
astrólogo a introducir a Colón ante la Reina Isabel que,
hasta entonces, se había negado a recibirlo.
¿Cuál era, para el futuro Gran Almirante, la impor-
tancia de la carta y el mapa de Toscanelli? Recordémoslo:
todo el mundo sabía, en el siglo xv, que la Tierra es re-
donda y, luego, que era posible, teóricamente, ir desde
EMropa a las Indias a través del Atlántico, lo que de hecho
la distancia prohibía. Colón conocía la Geografía de Pto-
lomeo. Había leído todos los escritos de los antiguos que ci-
tamos en el capítulo II, sea directamente, sea, de cualquier
modo, en la Ymago mundi del cardenal d'Ailly (Petrus
de Alliaco, en latín), su libro de cabecera. De esta última
obra, retenía sobre todo la insistencia del autor en reducir
la extensión del Océano Atlántico: "La longitud de la tie-
rra hacia el Oriente es mucho mayor de lo que indica Pto-
lomeo. Según los filósofos, el Océano que se extiende entre
el fin de la España ulterior, vale decir la parte occidental

88
del Africa, y el principio oriental de la India no es muy
ancho. Pues se estima que este mar puede atravesarse en
muy pocos días si el viento es favorable y pienso que ese
principio de la India en el Oriente no puede estar muy
distante de los confines del Mrica".
Que el cardenal haya copiado literalmente este pasaje
en el Opus majus de Rogelio Bacon, posiblemente Colón lo
ignorara. El asunto, de todos modos, no le hubiera impor-
tado mayormente. Esas ideas coincidían con las suyas, y
esto les daba trascendencia. Sabía, en efecto, que las tie-
rras del Asia estaban muy cercanas. Y lo sabía porque
Esdras afirma, en su Apocalipsis -verosímilmente un
texto apócrifo del siglo I de nuestra era-: "Y el tercer
día, Tú ordenaste a las aguas juntarse en la séptima parte
de la tierra". Lo sabía sobre todo, para decir verdad, por
haber ya cruzado el Atlántico o, por lo menos, haber oído
hablar de las expediciones vikingas a Vinlandia.
Lo que Toscanelli, buen matemático pero cosmógrafo
aficionado, aportaba a Colón era la confirmación científica
de convicciones proféticas y experimentales que no podía
probar. Ahora bien: el florentino formulaba, para respal-
dar su tesis, una serie de argumentos, manifiestamente fal-
sos, que los geógrafos de Lisboa habían debido de descartar
con cierto desprecio. Sostenía, en efecto, que hay, entre
Portugal y la costa de las Indias, por vía terrestre, 230 gra-
dos, 5 más que para Marino de Tiro, cuya cifra Ptolomeo ya
había corregido, por lo demás insuficientemente, 1.350 años
antes. Agregaba que el grado es de 62,5 millas, mientras
que los geógrafos de la época lo estimaban, por lo general,
en 70. La combinación de estos dos errores lo llevaba así
a situar las Indias, por el Atlántico, a 130 grados de 62,5 mi-
llas, vale decir a 8.125 millas de Portugal.
Demasiado aún para Colón. El grado no vale 62,5 mi-
llas, sino 56 2/3: él mismo lo había medido "navegando

89
muy a menudo entre Lisboa y Guinea", ·como lo escribe
en su pequeño Tratado de las zonas habitadas. Hum-
boldt (2 5 ) se pregunta con razón cómo hubiera podido ha-
cerlo. En realidad, la cifra proviene del geógrafo árabe E1
Fargani (Alfraganus) y el cardenal d'Ailly la menciona.
Colón la aceptó sin discusión y se la atribuyó. No era bas-
tante aún. Sobre esta base, hizo cálculos que serían gro-
tescos de no ser voluntarios sus errores. A los 180 grados
que Ptolomeo daba a la Ecumene, había, en efecto, que
agregar todas las tierras del Asia Oriental. Luego, la cifra
de Marino de Tiro, 225 grados, en definitiva resultaba exac-
ta. Pero los geógrafos admitían que el continente euroasiá-
tico medía 16.000 millas, lo que daba 62,5 millas por grado.
Ahora bien: el grado tenía, en realidad, él mismo lo había
medido, 56 2/3 millas. Luego, las 16.000 millas en cuestión
correspondían a 282 grados. Por consiguiente, entre Lisboa
y Cathay, no hay sino 78 grados. Pero, al valer el grado 56
2/3 millas en el Ecuador y 50 en el paralelo de las Canarias,
esos 78 grados equivalían a 3.900 millas.
El Fargani no se había equivocado al atribuir al grado
el valor de 56 2/3 millas. Por el contrario, la cifra era e]
resultado de la increíble exactitud con la cual los ára-
bes del siglo Ix habían medido el Ecuado:r, al que daban
40.033.400 metros en lugar de 40.007.520. Pero Alfraganus
expresaba la extensión del grado en millas árabes de
1.973,5 m. Esto, Colón no lo tomó en cuenta, creyendo, o
simulando creer, que se trataba de millas italianas de
1.477,5 m, error éste que resulta sumamente difícil de acep-
tar como tal por parte de un cartógrafo profesional. De
cualquier modo, se las arreglaba así para situar Cathay
a 5.762 km de Lisboa, vale decir exactamente en el lugar
donde se halla la costa oriental de América. El que los
geógrafos de Salamanca, después de los de Lisboa, hayan
encontrado esos cálculos poco convincentes no sorprenderá

90
~~
~
...
.-, .s~riCI monte
(___
~~
t._ ,. .
!-,.... e• "'
R.tJ.p;.

.1:
V)::)
ct
~
V)

Fra. 19- La costa norte de Sudamérica (1503). Croquis de Cristóbal Colón o de su her-
mano Bartolomé. Según !barra Grasso.
a nadie. Pero la extensión del Atlántico no por ello de-
jaba de ser exacta. Digámoslo en términos poco académi-
cos: Colón había manoseado las cifras para hacerlas coin-
cidir con datos precisos que tenía pero no quería revelar.
Mentía para conservar todo el mérito del descubrimiento
de una tierra cuya existencia y posición exacta conocía
perfectamente.
Queda por saber cuál era esa tierra, en su mente. ¿Creía
alcanzar el Asia o descubrir un nuevo mundo? Lo uno y
lo otro. La Biblioteca Nacional de Florencia conserva de
él -o tal vez de su hermano Bartolomé- dos croquis, di-
señados en el margen de una carta del Almirante con
fecha de julio de 1503, que muestran que Colón hacía de
Sudamérica la prolongación peninsular del Asia hacia el
sudeste. El primero (fig. 19) nos presenta, con una inve-
rosímil mezcla de idiomas -latín, castellano, portugués,
italiano-- el Mondo Novo de la América del Sur entonces
conocida, unido con una Asia cuya costa occidental, con
Cattigara, bordea el Sinus Magnus. El segundo (fig. 20)
. reproduce esquemáticamente el mapa de Ptolomeo (fig. 1),
con el agregado de la costa oriental de la Tierra de Catti-
gara, costa ésta que no es sino la del Mar de las Antillas.
Notemos que, en 1503, Balboa aún no había avistado el
Océano Pacífico y que nadie podia imaginar que las tierras
descubiertas por Colón, ni una parte de ellas siquiera, fue-
sen un nuevo mundo y no la región oriental del Asia. Será
fácil, treinta años más tarde, identificar con la Península
de Cattigara, como lo hará Franciscus Monachus (fig. 21),
una América del Sur cuyas costas ya habrán sido casi to-
talmente relevadas. Pero, en 1503, es adivinación lisa y
llana. Salvo, por supuesto, que el Almirante disponga de
informaciones de otra fuente que la de sus propios viajes.
Lo cual se sospechaba, por lo demás, en aquella época:
"Quieren algunos decir, escribía Fernández de Oviedo (34),

92
é)eiMVIII

-
•m1n1~

~ÑnHU

,.,~.,,¡

INDIA INTERA

~ .
GANGEM F

tOO 1t0 ,zo tSO


'GO ·v-·a7o +- ,"¡;1 1 ~ l~~¡ -:~-­
Aurr<~
~l\lli'N~

DCEANV.$ INDICV.S

FIG. 20..:.. El Asia oriental y Sudamérica (1503). Croquis de Cristóbal Colón o de su her-·
mano Bartolomé. Según !barra Grasso.
amigo de Colón, que esta tierra se supo primero grandes
tiempos ha y questaba escrito y notado dónde es y en
qué paralelos e que se había perdido de la memoria de los
hombres la navegacwn e cosmografía destas partes ... E
aun yo no estó fuera de esta sospecha ni lo dexo de
creer ... ".
La existencia de fuentes de información ocultas a las
cuales Colón habría tenido acceso no es menos perceptible
en el caso de Magallanes. Este, por lo menos, sabemos quién
era: un hidalgo portugués, oficial de la marina real, que
había combatido en las Indias, de 1505 a 1512, cuando la
conquista de las islas de especiería, con una conducta he-
roica que le había valido ascender, en cinco años, de so-
bresaliente (aspirante) a capitán de navío. Incorporado
voluntariamente al ejército de tierra, había hecho campaña
durante dos años en Marruecos, antes de que graves heri-
das lo obligasen a a_bandonar el servicio. De vuelta en
Lisboa, se había vinculado con el cosmógrafo Ruy Faleiro,
había largamente discutido con él la idea de una ruta
occidental de las Indias y había pasado largas horas en
la Tesouraria del Rey a la cual su grado le daba acceso.
Luego, un buen día, había huido de Portugal, abandonando
a su mujer y su hijo, y había ofrecido sus servicios a Car-
los V, a quien había propuesto conducir a las Indias, por
la ruta del oeste, los navíos de España.
La idea, por cierto, no era nueva. Ya Colón había bus-
cado en vano el pasaje que le hubiera permitido penetrar
en el Sinus Magnus. Desde el Golfo de México al Río de
la Plata, españoles y portugueses habían, sin resultado,
remontado todos los ríos y escudriñado todas las bahías.
Se habría sonreído cortesmente, en la Corte de Valladolid,
si Magallanes se hubiera limitado a someter al Emperador
un nuevo proyecto de expedición. Se lo acogió favorable-
mente, por el contrario, porque traía pruebas. Mostró a

94
Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, un mapa-
mundi en el cual estaba en blanco el estrecho cuya exis-
tencia afirmaba. Y explicó a los ministros del Rey -pro-
bablemente el cardenal Ximénez y Mons. de Gebres- que
él había visto el pasaje "en una carta marina diseñada
por Martín Behaim, portugués, natural de Fayal, cosmó-
grafo de gran fama" (36 ). En el Diario que hizo llegar al
Papa Clemente VII y al Gran Maestre de Rodas, el nor-
mando Philippe de Villiers de l'Isle-Adam, Antonio de
Pigafetta, el diplomático romano que dio la vuelta al mun-
do con Magallanes y Elcano, trae un testimonio tanto más
convincente cuanto que era amigo, y lo había probado,
del jefe de la expedición: "El 21 de octubre de 1520, en-
contramos un estrecho al que dimos el nombre de las
Once Mil Vírgenes porque era el día que les estaba con-
sagrado. Sin el saber de nuestro capitán, no se hubiera
podido desembocar este estrecho, porque creímos todos
que estaba cerrado; pero nuestro capitán sabía que debía
pasar por un estrecho especialmente escondido, porque lo
había visto en un mapa conservado en el Tesoro del Rey
de Portugal y diseñado por un excelente cosmógrafo,
Martín de Bohemia" (37 ) •
Si esos hechos son exactos, y es difícil dudarlo, Maga-
llanes se respaldaba en un mapa, atribuido a Martín Be-
haim, que había robado, antes de dejar a Lisboa, en la
Tesouraria del Rey -los portugueses lo sabían, ya que lo
persiguieron hasta España haciéndole temer que se lo
asesinara- y no fue, pues, sino un tránsfuga lo bastante
hábil como para convencer a Carlos V y conducir sus naos
hasta la India, a través de un estrecho CUY.,a existencia y
emplazamiento conocía y que otro había descubierto antes
que él. Nadie lo dudaba, en el siglo XVI. El estrecho en
cuestión llevaba entonces el nombre de Fretum Bnhemi-
cum ·y Guillermo Portel podía escribir, en su Cosmogra-

96
l. Cristóbal Colón (Biblioteca Nacional de Madrid).
2. Mapamundi de Lopo Homem (1519).
4. Mapa de Piri Reis (1513).
1 •

-
..--.
o
o
l.(;)
......
(1j
Ul
o
u
(1j
..--<

O)
"O

~ S::
(1j
::l
>-:>
O)
"O
o (1j
0..
(1j

~
c.ó


8. Mapamundi de Martín 'A a ~ cbeem üller (1507).
~~
r. ~~·-
s:-t lf
~r
le-
lflt
li
ln
.~
< ~t
••
~t
C.. V'
4for-...-
I L-

iLl. . ...1'7
tf.:¡.o.a..-.

·B ·~

..J-'t~ &Ad ~
~ ...
-==-
... .
4 e-<-

...,"'
1/11!~, _.
~

-,~-

~~-
t k
!lJ.~L .~
~
\, . # .

10. Mapa de Bartolomeo Pareto (1455) .


.J ~

e ' ~" ·
\" -·

,.. >
.9
'•
1

'

11. Mapa de Diego Ribero (1529). Detalle.


12. Globo de Vulpius (1542): parte septentrional
de América.
14. Mapa jesuítico del Paraguay y del Guayrá (1609).
o

15. Gl obo de Vulpius (1542) : parte meridional de América.


phica disciplina: "A los l,'i4° (de latitud sur), donde se
encuentra el Estrecho de Martín de Bohemia, también lla-
mado de Magallanes ... ".
El caballero Martín Behaim que, al servicio del Rey de
~ Portugal, gustaba hacerse llamar Martinus Bohemus o
Martinho de Bohemia -descendía de una antigua fami-
lia de Bohemia, establecida desde hacía doscientos años
en Nuremburgo -era un cosmógrafo conocidísimo, en
efecto, y afamadísimo a fines del siglo xv y principios del
siglo xvr. Se había casado con la hija del caballero lobst
von Hürter, gobernador de la isla de Fayal, en el archipié-
lago de las Azores, donde residió durante años. Sus servi-
~ios debieron de ser muy importantes, puesto que el Rey
Juan II lo nombró, en 1485, caballero de la Orden de Cristo
y miembro de una comisión de matemáticos encargada de
estudiar el medio de navegar por la altura del sol: Después
de su muerte, acontecida en 1506, rio se vaciló . en atri-
buirle el descubrimiento, no sólo del famoso estrecho, sino
también de la América toda, cuya existencia habría seña-
lado a Colón y se iba hasta decir que sería justo dar al
nuevo continente el nombre de Bohemia.
Sin embargo, el globo construido por Behaim en Nu-
rembergo, en 1492, está muy lejos de justificar semejan-
te reputación. En él, no sólo América no figura, por cierto,
sino que Eurasia tiene las dimensiones exageradas que
le atribuía Marino de Tiro y el océano que separa Asia
de Europa tiene un ancho igual al que le daba Toscanelli.
Por lo demás, es al mapa de este último que hace
pensar el globo en cuestión, a tal punto que uno puede
preguntarse si no era una mera trasposición de lá obra
del florentino. Esta se hallaba en la Tesouraria del Rey
y Behaim de seguro no ignoraba su existencia. Si Pigafetta
no se equivocó· -el otro testimonio, concordante pero in-
directo, es menos fidedigno-, Martinus Bohemus tenía,

97
pues, una doble personalidad cartográfica, para decirlo
así: por un lado, diseñaba, para el Rey de Portugal, ma-
pas secretos que no salían de la Tesouraria donde, sin em-
bargo, se los podía robar; por otro, como para enmasca-
rarse, construía un globo arcaico sin mayor interés. Salvo
que hubiera recibido, entre 1492 y 1506, informaciones de
otra fuente, nueva para él, que lo hubiese llevado a mo-
dificar fundamentalmente su concepción del mundo.
Queda, por supuesto, la posibilidad de que Pigafetta se
haya equivocado o, lo que vuelve a ser lo mismo, haya
repetido en su Diario un error cometido por Magallanes.
¿No habrá atribuido a Behaim el globo de Schoner (fig. 8),
una reproducción del cual algún agente portugués habría
muy bien podido comprar -o copiar- y que muestra, no
sólo la América del Sur, sino también el estrecho patagó-
nico, más <'> menos donde se encuentra? Poco importa. Pues
el globo de Schoner, haya habido o no un mapa semejante
de Behaim, basta para establecer que algunos poseían, a
principios del siglo XVI, informaciones precisas sobre· un
punto de la costa americana que ningún navegante de la
época había alcanzado aún. Está excluido, en efecto, que
Schoner haya trazado el estrecho "de Magallanes" por
haber identificado Sudamérica con la Península de Catti-
gara: ésta figura, independientemente, en su globo, como
seguirá figurando todavía t.n el . mapamundi de Apiano
(foto 5) en 1520. Por lo demás, el testimonio de Pigafetta
es terminante: el mapa por el cual se guiaba Magallanes
no se limitaba a indicar la existencia de un pasaje: fijaba
su posición y daba respecto de su entrada indicaciones
topográficas precisas. Para saber que el estrecho está "es-
pecialmente escondido", había que haber ido. En cuanto
a la idea de !barra Grasso (3) que el tránsfuga se haya
inspirado en el Mapa Javanés copiado por los portugueses
en 1511, cuando él se encontraba en las Indias, no nos pa-

98
rece muy convincente. Si Magallanes hubiera tomado en
cuenta ese mapa, cuyas líneas principales sigue, al· este, el
de Lopo Homem (foto 2) , no habría soñado jamás, por cier-
to, en emprender un viaje que lo hubiera llevado hasta una
costa impí:>sible de franquear.
De cualquier modo, el estrecho figuraba en 1515, ya lo
hemos visto, en el globo de Schoner, a los 45° de latitud
sur. ¿De dónde el geógrafo de Nurembergo había sacado
el dato? Humboldt (25 ) piensa en las expediciones clan-
destinas que comerciantes portugueses enviaban a Sudamé-
rica con el objeto de descubrir la ruta de las especias. Las
hubo, sin duda alguna: portugueses, y también españo-
les, puesto que una ordenanza fechada en Sevilla en
1501 prohíbe a cualquiera buscar hacer "descubrimientos
en la mar océana y en la tierra firme de las Indias" (26 ).
Por lo demás, tenemos algunas indicaciones acerca de los
viajes portugueses. En la edición de la Geografía de Pto-
lomeo publicada en Roma en 1508, figura un mapamundi
de Juan Ruysch que hace de Sudamérica una isla enorme
separada dél Yucatán por ua estrecho. En la costa oriental,
se lee: "Navegantes portugueses observaron esta parte de
la tierra y llegaron hasta el 50° grado de latitud, aunque no
al límite austral"(""). En el cuerpo de la obra, está in-
sertado un estudio cuyo autor, Marcus Beneventanus Mo-
nachus, se muestra más reservado: los portugueses releva-
ron la costa de Santa Cruz hasta el37° grado de latitud sur y
tal vez, según se dice (ut ferunt), hasta el50° grado. A este
paralelo, en efecto, Vespucio pretende haber llegado en
1501. Los españoles, por su lado, no habían ido, antes de 1508,
más allá del cabo San Agustín (8° 20') y recién ese año
Juan Díaz de Solís y Vicente Yánez Pinzón alcanzaron el
40c grado. ¿Un navío portugués los habría precedido, que
hubiera llegado hasta el famoso estrecho? .
Algunos lo sostuvieron sobre la base de una "hoja vo-

99
lante" -un boletín de información- que parece reprodu-
cir una carta dirigida por el armador portugués Christo-
vam de Haro a sus socios de Augsburgo, los Welser. En
esa hoja, titulada Copia der newen Zeytung auss Presill
Landt, se lee: "Sabéis que el 12 del mes de octubre llegó
aquí un barco del país del Brasil que armaron y fletaron
dom Nuno y Christovam de Haro. Son dos barcos que, con
el permiso del Rey de Portugal, partieron para explorar
y descubrir el país del Brasil ... y cuando llegaron a un
clima o región a los 40° de latitud, descubrieron la tierra
del Brasil con un cabo que es una tierra que avanza en el
mar. Y dieron la vuelta al cabo y hallaron que éste está
situado como Europa, con el Ponente delante, vale decir
que está colocado entre el este y el oeste . . . y cuando
dieron la vuelta al cabo, como se acaba de decir, y se di-
rigieron hacia el noroeste, el tiempo se hizo temporal y el
viento se puso tan violento que no pudieron seguir ade-
lante. Entonces, tuvieron que volver ... El piloto, vale de-
cir el que conducía el barco, es un buen amigo. mío. Me
dice que desde el cabo del Brasil no debe de haber más
de seiscientas millas hasta Malaqua. También cree que en
poco tiempo, por este viagio, vale decir camino o viaje,
se puede ir de Lisboa a Malaqua y volver, lo que sería,
para el Rey de Portugal, una gran ayuda en cuanto a las
especias". El alemán de este texto es tan malo que se creyó
poder traducir la última frase: "se propone también hacer
dentro de poco este viagio ...". Por supuesto, el País del
Brasil es, aquí, la Brasilie Regio de Schoner, vale decir la
Tierra del Fuego confundida con la Terra Australis y Ma-
laqua se refiere, no a la Península de Malaca, sino a las
Malucas.
No hay mayor seguridad respecto de la fecha de esta
"hoja volante" que algunos datan de 1507 -se relaciona-
ría, entonces, con una de las expediciones realizadas,

100
entre 1503 y 1506, por Gonzalo Coelho, Christovam Jasques
y Joao de Lisboa- y otros, de 1514, ni siquiera de su au-
tenticidad. Admitamos que el viaje haya .realmente tenido
lugar. La posición del estrecho a los 40 grados de latitud sur
está claramente indicada en el relato. Ahora bien: Scho-
ner lo sitúa a los 45 grados. Ningún cartógrafo puede equi-
vocarse tan groseramente. Luego, el geógrafo de Nurem-
burgo disponía de otra fuente de información. ¿Tratábase
realmente de un estrecho, por otro lado, de ese estre-
cho que todo el mundo buscaba y que habría asegurado
la fortuna del comerciante que hubiera sido dueño del
secreto? N o, sin duda alguna. Pues Christovam de Haro
financió la expedición de Magallanes. No lo habría hecho,
evidentemente, de haber_ sabido, varios años antes, dónde
se hallaba el pasaje que su protegido iba a buscar. Y,
si lo hubiera sabido, se habría cuidado mucho de no difun-
dir la noticia. Por el contrario, se habría reservado, hasta
tanto fuera posible, el monopolio de la ruta de las es-
pecias. ¿Por qué la "hoja volante", en estas condiciones?
Si el documento es auténtico, sólo puede tratarse de un
texto de ~'Relaciones Públicas" destinado a impresionar
favorablemente a los clientes y socios alemanes de Chris-
tovam de Haro.
Los "descubrimientos" de Colón y de Magallanes tie-
nen, por lo tanto, un punto de partida común: el hurto de
mapas secretos en la Tesouraria portuguesa, y suscitan un
mismo rumor: se trata de mapas elaborados por Martín
Behaim. Colón sabe, antes de partir, que va a alcanzar, no el
Asia, sino un Mondus Novus que no es sino la Península
de Cattigara. Sabe perfectamente donde se halla y juega
con las cifras para hacer creer que las costas del Asia es-
tán precisamente en el lugar dónde se sitúan las de Amé-
rica, no sin utilizar el mapa falso, y que sabe falso, del
pobre Toscanelli, hurtado también él. Magallanes sabe,

101
antes de partir, que existe, al sur de la Terra Sanctae Cru-
cis, un estrecho que permite pasar del Atlántico al Pací-
fico e ir así a las Indias Orientales por la ruta del oeste.
Hasta tiene la descripción detallada de su entrada. Pero
ignora su latitud exacta, puesto que empieza a escudri-
ñar cuidadosamente la costa a partir del 40° grado. Por lo
demás, no es el único que esté en posesión del secreto:
Schoner, en 1515, hace figurar el pasaje en su globo,
aunque con un error apreciable de posición. Luego, la
misma certeza y la misma imprecisión, lo que justifica la
hipótesis de una fuente común.
Una conclusión se impone: había, en la Tesouraria del
Rey de Portugal un mapa de la América del Sur, muy
exacto, pero no graduado. Y este mapa, o los datos que
habían servido para diseñarlo, se conocían en Alemania.

102
IV

El ''mapa imposible"
de Martín Waldseemüller
Salvo en lo que atañe al importante detalle del pasaje
meridional de Sudamérica, por el cual lo mencionamós
más arriba, el globo de Johann Schoner no es sino la
trasposición de un enorme mapamundi diseñado en Saint-
Dié, en Lorena, por el cartógrafo alemán Martin Wald-
seemüller (foto 8). Grabado en doce tablas de boj de 45,5
por 67 cm y tirado a mil ejemplares, cantidad considerable
en aquella época, ese mapa de 2,68 m se imprimió en 1507.
Su fecha no deja lugar a la menor duda, pues Glateano
en 1510, Stobnicza en 1512 y Apiano (foto 5) en 1520 lo
copiaron descaradamente, sin siquiera mencionar a su
autor.
Si consideramos el antiguo continente, el mapamundi
de Waldseemüller es netamente arcaico. Hasta el Sinus
Magnus incluido, Eurasia está representada en él al mo-
do de Ptolomeo, con la enorme isla de Trapobana que
reemplaza la India propiamente dicha. Al este del Sinus,
Cathay, cuyas costas, muy mal trazadas, baña el Océano,
está prolongado hacia el sur por la Península de Catti-
gara cuya forma recuerda la América del Sur, con una
Tierra del Fuego bien diseñada, pero ampliada, que divide
en dos un estrecho norte-sur, como lo mencionamos en el
capítulo I. Las islas indonesias se encuentran al este de
la península, conforme al "gran error" señalado por Iba-
rra Grasso e>, y Cipango, con su forma. rectangular tra-
dicional, al este de Cathay. Groenlandia no está representa-

105
da, ni como apéndice de Europa como en Martellus (1499)
y Behaim (1492), ni como proyección oriental de Asia,
como en Contarini (1506). El conjunto del continente eu-
rasiático tiene una extensión longitudinal de 230 grados: los
180 de Ptolomeo, más 50 que corresponden a la "India
Oriental", luego 5 más que en Marino de Tiro. El Africa tie-
ne, una forma más o menos correcta y el cartógrafo no vaci-
ló, para que el Cabo de Buena Esperanza, que sitúa mucho
más al sur de lo que está, pueda figurar en el mapa, en
cortar su marco que sigue el 40° paralelo. En una palabra,
el mapamundi de Saint-Dié parece ser, en lo que atañe a
lo que llamamos el hemisferio oriental, una mera copia del
mapa de Toscanellf. Sólo se diferencia de él por la forma
dada a la Península de Cattigara, la misma que encontra-
mos en Henricus Martellus (fig. 5) en 1489. Todo eso, en
1507, por cierto no resulta nada brillante.
El panorama cambia totalmente si consideramos la
parte occidental del planisferio de Waldseemüller, pues en
ella vemos el continente americano, completamente sepa-
rado del viejo mundo. Su sector septentrional sólo está
representado por un rectángulo más o menos regular de
unos 2. 700 km de largo por 1.500 de ancho, prolongado, al
sudeste, por la península de la Florida. Al norte, el traza-
do está interrumpido por una línea recta que, lejos de
indicar un límite, parece sugerir, por el contrario, la exis-
tencia de tierras posteriores de contorno desconocido. En
eso también el mapa es arcaico. En 1507, ya se habían ex-
plorado oficialmente las costas del Canadá y los mapas
mencionan Terranova y las Baccalaurae. No insistamos
aquí en este punto que trataremos detalladamente en
nuestro próximo capítulo. La Amé:fica Central se reduce a
una enorme banda de tierra frente a la cual figuran las
Antillas. Está separada de la América del Sur por un es-
trecho, el que se buscaba en vano desde Colón.

106
Lleguemos a la parte meridional del continente, la que
nos hace calificar de "imposible" el mapamundi de Wald-
seemüller. Tal como se la ve, está considerablemente de-
formada por el efecto de perspectiva debido a la proyec-
ción globular empleada. El autor se dio cuenta de la difi-
cultad y la remedió rediseñando su mapa en reducción,
pero en proyección plana, en dos medallones. En el de la
derecha, Sudamérica toma la forma que le conocemos hoy
en día. Por lo menos hasta el40° grado de latitud sur, donde
la corta, en ambas representaciones, el marco del mapa,
muy al norte del Estrecho de Magallanes. Lo que resulta
aún más sorprendente es que el trazado del subcontinente,
en ambos casos, es de una exactitud incr?íble. Demos aqui
las cifras que estableció Alfredo Rodríguez Gaitero (3 8 ),
comparadas con las dimensiones exactas que conocemos
hoy en día (en kilómetros) :

Latitud Gran Mapa ?equeño mapa Mapa actual


oo 3.777 2.999 3.333
lOO 4.666 2.555 4.666
20° 2.555 3.111 3.333
30° 1.999 2.777 2.777
40° 1.444 1.666 1.055

El cálculo de las longitudes era, en aquella época, ex-


tremadamente impreciso en razón de la insuficiencia de los
instrumentos utilizados y de la imposibilidad de sincro-
nizar los relojes a distancia. Los dos mapas de Waldsee-
müller son, por lo tanto, prácticamente perfectos. Sobre
todo el grande, por supuesto, ya que el pequeño no pasa
de un esquema, aunque sea, para nosotros, más llamativo
que el otro a causa de su proyección plana a la cual esta-
mos acostumbrados. Entre el gran mapa y el mapa. actual,
los valores son idénticos en el 10° grado y el error, en las

107
demás latitudes, nunca supera el 12%, mientras que al-
canza el 77%, en el mismo mapamundi, en cuanto a la
extensión máxima de Eurasia.
Para darse plenamente cuenta de lo que significa el
trazado de Waldseemüller, hay que acordarse que, en 1507,
Pizarro aún no había desembarcado en el Perú (1532),
Magallanes aún no había alcanzado el Estrecho (1520) y
Balboa aún no había avistado siquiera el Pacífico desde lo
alto de las montañas del istmo de Darien (1514). Los ma-
pas de la época [Juan de la Cosa (foto 6), 1500; King-
Hamy, Kunstmann II, Pesario, Caverio y Cantino, 1502;
Maiolo, 1504; Contarini (fig. 6), 1506; Ruysch, 1508] sólo
muestran de la América del Sur el vago contorno de su
costa oriental, en el mejor de los casos hasta el Río de la
Plata y, a veces -King-Hamy y Kunstmann II- con par-
tes en blanco. Aún se creía, por lo demás, que la costa de
Paria y la de la Tierra de Santa Cruz eran las del Asia
oriental o, por lo menos, de la Península de Cattigara,
prolongación meridional del Asia. En 1529, Diego Ribero
(foto 11 y fig. 13) , que parece darse cuenta del carácter
continental de América, se abstendrá todavía de diseñar sus
costas sudoccidentales por debajo del10° grado. Mapas muy
posteriores como los de Münster (fig. 14), en 1542, Orte-
lio (foto 7) en 1587, y Mercator (foto 9) , en 1595, nos
muestran una América del Sur completa, pero mucho me-
nos exacta que la de Waldseemüller. En el mapamundi
(fig. 11) que ilustra la edición de 1548 de la Geografía de
Ptolomeo, el subcontínente, unido todavía con el Asia, es-
tá entero, pero su costa occidental sólo está represen-
tada por una línea sinuosa arbitraria que no expresa en
absoluto ni su contorno ni su orientación reales.
A partir de 1507, tenemos así dos series de mapas: los
que refleJan los descubrimientos sucesivos, o por lo me-
nos los descubrimientos oficiales hechos por los españoles y

108
los portugueses a lo largo de las costas sudamericanas,
y los que se inspiran en Waldseemüller o lo copian lisa
y llanamente. Para los geógrafos, y hasta para el público
culto, de la época, estos últimos debían de pertenecer al
campo de lo que llamamos hoy día ciencia-ficción; y no sin
razón, puesto que no se apoyaban en base conocida algu-
na. En el caso contrario, todos los cartógrafos hubieran
adoptado de inmediato un trazado mucho más satisfac-
torio que los demás. Parece también, sin embargo, que el
mapamundi de Saint-Dié molestaba a algunos: por ejem-
plo a Diego Colón cuyos derechos a la herencia paterna
-los títulos y los beneficios- la Corona ponía en duda
ante los tribunales, sosteniendo, con algunos argumentos
muy buenos en su respaldo, que el Almirante se había li-
mitado a explotar descubrimientos ajenos; y sobre todo
a los banqueros marranos que habían financiado los viajes
de Colón y se habían reservado una parte de los réditos
perpetuos garantizados por las Capitulaciones a él mismo
y a sus heredetos. De seguro que fortísimas presiones de-
bieron ejercerse. sobre Waldseemüller para que renegara
de su obra, a f~lta de poder destruirla.
En 1513, en efe.cto, nuestro cartógrafo publicó, en su
Tabula terrae novae, un mapamundi totalmente distinto.
En él, vemos una Asia de contorno netamente mejorado, a
pesar de que subsiste la Península de Cattigara. La India
toma su forma real, aunque sus dimensiones siguen siendo
inferiores a las de Indochina, por lo demás abusivas. La
extensión longitudinal del continente oriental .se reduce
considerablemente. Aparece Groenlandia como península
europea, al norte de Escandinavia. Pero sobre todo, y es
esto lo que nos interesa aquí, sólo queda de América el
contorno impreciso e inexacto. de sus costas sudorientales
(fig. 22), hasta el 30° grado de latitud sur. Por cierto que
Waldseemüller no se refiere a este último punto cuando

109
~

1
9V
..,
• Q
"'
~
~
~
-.e
~
~

FIG. 22- El segundo mapa de Waldseemüller (1513). Detalle.


escribe que su mapa incluye algunos aspectos "que difie-
ren de la antigua tradición y de los cuales los autores de
antes no sabían nada". Pues lo que todo el mundo ignoraba,
menos él y los que lo habían tan bien informado, eran la
forma y las dimensiones de la América del Sur, que hace
desaparecer de un mapamundi, por lo demás poco cuidado,
que ser.ía incomprensible sin el pleito español. Como lo
sería el hecho de que W aldseemüller mencione Cuba, en
una carta marina de 1516, como "parte del Asia".
¿De donde nuestro geógrafo -vamos a ver que este
término sólo puede emplearse con extremas reservas-
había podido sacar los datos indispensables a la elabora-
ción de su monumental planisferio? "Con los elementos
conocidos en 1507", escribe el sabio jesuita argentino Gui-
llermo Furlong (38 ) autor de una obra notable sobre la
cartografía jesuítica del Río de la Plata, "no era posible
saber la configuración de la América Meridional, y era
persuasión general que no se trataba sino de una parte de
las costas orientales del Asia. Y, sin embargo, hubo quien,
en ese año de 1507, en un solo gran mapa nos dio un doble
dibujo de nuestro continente, en toda su integridad, Norte,
Sur, Este y Oeste, y lo desligó del Asia y lo bautizó con el
nombre de América ... Ni Waldseemüller ni sus cola-
boradores de Saint-Dié pudieron tener la ciencia necesaria
para acertar así con la imagen de la América Meridional.
No hubo ni pudo haber ciencia o erudición; sólo hubo in-
tuición e inspiración".
Se podría aceptar, en rigor, que Waldseemüller haya te-
nido la idea de separar del Asia la Penínsda de Cattigara,
haciendo de ella un nuevo continente. Sería más difícil
admitir que no hubiera establecido ninguna relación entre
las tierras nuevamente descubiertas y el "Asia Oriental"
que deja en el lugar donde no está y que hubiera conce-
bido la idea de una América autónoma, aplastada entre

111
Europa y una Asia que hace avanzar 13.000 km en el Pa-
cífico. Lo que resulta totalmente inadmisible es que haya
podido, además, dar "intuitivamente" a la América del Sur
un contorno y unas dimensiones exactos. Por lo tanto, hay
que buscar otra explicación, vale decir descubrir las fuen-
tes a las cuales recurrió Waldseemüller. Aquí se plantea
el problema del papel desempeñado por Américo Ves-
pucia.
En la parte superior del mapamundi de Saint-Dié, a
ambos lados de los medallones que contienen los pequeños
mapas planos de que hemos hablado, vemos los retratos
de Ptolomeo y de Vespucio. En el margen de abajo, fuera
del marco exterior, se lee en letras pequeñísimas: "Uni-
versalis cosmographia secundum PthoZomaei traditiones et
Americi Vespucii aZiorumque Zustrationes", "Cosmografía
universal según la tradición de Ptolomeo y los viajes de
Américo Vespucio y otros". Se tiene la impresión, como lo
nota el P. Furlong, que estas palabras fueron agregadas
a último momento. Hasta tenemos la casi certeza de que
no son de la mano de Waldseemüller. Encima del retrato
de Ptolomeo, leemos, en efecto: "CZaudii PthoZomei AZe-
xandrini Cosmographi". Era común, en aquella época,
transformar en e la ae latina. Pero es muy difícil aceptar
que, en el mismo documento, el mismo nombre sea escrito
por la misma persona de dos modos diferentes. Más to-
davía, la palabra America figura, en pequeñas capitales,
en el medio de un espacio blanco de la América del Sur,
como si se la hubiera, también ella, agregado una vez
terminado el mapa, donde quedaba lugar.
Esta doble hipótesi!> está reforzada por el texto del
opúsculo, titulado Cosmographiae introductio, que acom-
pañaba el mapamundi. Contiene, en efecto, la traducción
latina de una carta que Vespucio había enviado, en 1504,
a Pier Soderini, gonfaloniero de Florencia, pero que apa-

112
rece ahora como dirigida a Renato 11, duque de Bar y Lo-
rrena, no sin que la dedicatoria siga aludiendo a su ver-
dadero destinatario. Evidentemente, se había debido de
trabajar con excesiva rapidez. El Duque mismo había hecho
llegar, en los primeros días de 1507, una traducción fran-
cesa de la Lettera al Monasterio de Saint-Dié donde se
estaba impri~iendo el mapa, y sabemos que éste se puso
en venta, en Estrasburgo, en mayo del mismo año. La
carta de Vespucio, en la cual tanto se interesaba el sobe-
rano, había dado una idea a Waldseemüller o a algún otro:
la de llamar América la "cuarta parte del mundo". Se
agregaron, pues, a la Introductio algunos incidentes en este
sentido: "Y en el sexto clima, en dirección al Antártico,
y en la parte extrema del Africa, recientemente descubier-
ta, en Zanzibar, en Java Menor y en la isla de Seule, y en
la cuarta parte del mundo (a la cual, puesto que fue Amé-
rico quien la descubrió, es lícito dar el nombre de Amé-
rigen, vale decir, tierra de Américo, o América) se en-
cuentran ... ". Y más adelante: "Ahora bien: estas partes
han sido ampliamente exploradas, así como la cuarta parte
que fue descubierta por Américo Vespucio ... razón por la
cual no veo por qué alguien pudiera oponerse a que, del
nombre de su descubridor, Américo, hombre de mente sa-
gaz, pudiéramos llamarla Amérigen, vale decir, tierra de
Américo, o América, puesto que Europa y el Asia llevan
nombres de mujer". ·
En la Lettera en cuestión, como en otra dirigida a Lo-
renzo de Médici, Vespucio relataba los.cuatro viajes que
había hecho a lo largo de las costas sudamericanas, incluso
el de 1501 que lo habría llevado hasta el 50° paralelo. Se
ha discutido mucho acerca de esta última expedición y
todavía se la pone un tanto en duda. En primer lugar,
porque Vespucio pretende haber alcanzado la latitud de
San Julián sin ver el Río de la Plata: pero Solís y Yánez·

113
Pinzón no lo notaron tampoco en 1508. En segundo lugar,
porque el piloto florentino suministra muy pocos detalles
respecto de su viaje: pero se trataba de una expedición
clandestina de los portugueses en una región atribuida a
España por la famosa bula de Alejandro VI. En fin, por-
que el hombre no era ningún santito: navegaba al servicio
del Rey de Portugal, pero, en realidad, se dedicaba al es-
pionaje para la Reina de Castilla. Tenemos la prueba de
sus actividades en este campo: apenas de vuelta de su
último viaje, en 1505, la Reina Juana le concede la n¡¡.-
cionalidad castellana "en razón de vuestra fidelidad y de
algunos buenos servicios que me habéis prestado y, espe-
ro, me prestaréis en el porvenir". Nombrado perito ante
la Corte de Castilla y, luego, piloto mayor de la Casa de
Contratación de Sevilla, verdadero Ministerio del Comer-·
cio Marítimo, donde preparó y organizó varias expedicio-
nes, siempre con la esperanza de descubrir el pasaje que
acortaría la ruta de la especiería, Vespucio 1 por lo demás
excelente cosmógrafo y buen piloto, habría indudable-
mente sido capaz de inventar un viaje portugués en las
aguas españolas y de difundir la noticia para poner a Lis-
boa en dificultad. Si lo hizo, éste es otro problema. Pero
es tendencia generalizada no creer· en la palabra de los
espías.
De cualquier modo, no hay duda . que las relaciones
de Vespucio tuvieron cierta influencia en los trabajos de
Waldseemüller. Este agregó en su mapa, al recibir de Re'"
nato II la Lettera que reprodujo y comentó en la Intro-
ductio, la mención que citamos más arriba, y hasta el nom-
bre mismo de América. Pero esto no impide que el retrato
del piloto florentino ya figurara en él. Más aún: se dis-
ponía, en Saint-Dié, de otros datos que provenían de ex-
pediciones clandestinas en las costas sudamericanas. Si
examinamos la toponimia de la parte meridional, la que

114
nos interesa aquí (fig. 23), del mapamundi en cuestión,
observaremos en ella nombres portugueses (Porto Seguro,
Rio da Refena, por ejemplo), pero también otros que son
españoles (Río de Santa Lucía, Terra de Santa María de
Gracia, etc.). No faltan los nombres latinos (Sancti Mi-
chaeli, Pagus S. Pauli), y menos aún los que asocian pa-
labras portuguesas o españolas y latinas (Rio S. Agustini,
Rio S. Jacobi). Hasta hay uno, Rio .de Virgine, extremad~­
mente curioso, que parece unir con dos vocablos españoles
(Río de) un término italiano (Virgine).
La mayor parte de estos toponímicos, si no todos, son
de fuente portuguesa. Los encontramos, en efecto, casi to-
dos, en el mapa Contino, mapamundi que data del verano
de 1502 y que lleva el nombre de un espía de Hércules de
Este, duque de Ferrara, que se lo procuró clandestinamen-
te en Lisboa. No parece, sin embargo, que Waldseemüller
haya tenido acceso al mapa en cuestión: en primer lugar,
porque el antiguo continente tiene en él dimensiones lon-
gitudinales muy reducidas, las que el autor de la Cosmo-
graphiae introductio sólo adoptó en 1513; en segundo lu-
gar, porque todos sus toponímicos están en portugués,
mientras que, en el mapamundi de Saint-Dié, algunos de
ellos se mencionan en latín. ¿Se debe la traducción a
Waldseemüller? Se lo puede dudar, pues no se ve muy
bien por qué no la habría hecho para todos los nombres
de lugar, como en la nomenclatura de su Tabula terrae
1wvae. De cualquier modo, el traductor, indiscutiblemente,
no era portugués. Leemos, en efecto, en el mapa Contino,
el nombre de A Bahía de Todos Sanctas, la Bahía de
Todos los Santos. Pero el mapamundi de Saint-Dié men-
ciona una Abbatia Omnium Sanctorum, una Abadía de
Todos los Santos. Un error como éste evidencia una in-
creíble falta de discernimiento, en su autor, por cierto,
pero también en nuestro cartógrafo. Pues, obviamente, en

116
1507, no podía haber abadía alguna en el 299 paralelo.
Tanto menos cuanto que la bahía en cuestión, ya oficial-
mente conocida y bautizada en aquella época, está situa-
da, en realidad, a los 23° de latitud sur. Waldseemüller,
o su informante, sólo debía de saber que el "monasterio"
se encontraba en un gran golfo, sin conocer su posición.
En la medida en que los toponímicos identificables per-
miten formarse una idea al respecto, parece, por lo demás,
que nuestro cartógrafo colocó a la buena de Dios todos
los nombres de lugar de la costa sudamericana. Así la
Terra S. Thome figura en el 359 paralelo, mientras que
la región donde este toponímico hubiera debido, normal-
mente, aparecer, veremos por qué en el capítulo VI, se
encuentra mucho más al norte, en los alrededores del 26°
grado. Inexactitudes de esa clase, por graves que sean, no
tienen nada de extraño, puesto que esos datos toponímicos
provenían de viajes clandestinos cuyos resultados no se di-
vulgaban oficialmente o, en el caso contrario, se hacían
sospechosos. Eran el fruto de una labor de espionaje efec-
tuada en medios que se cuidaban: permitía, de vez en
cuando, obtener ·algún mapa secreto, pero, por lo general,
se limitába a aprovecharse de indiscreciones parciales ·~
imprecisas.
De cualquier modo y en el mejor de los casos, las ex-
pediciones clandestinas españolas y portuguesas que Wald-
seemüller menciona en una inscripción de su carta y las
francesas a las cuales no alude no habían pasado del 50°
paralelo. Ninguna de ellas había alcanzado o, por lo me-
nos, reconocido el Estrecho. En caso contrario, el descu-
bridor, potencia o compañía comercial, habría verosímil-
mente logrado conservar el secreto por algún tiempo, pero
sus rivales no habrían tardado mucho en darse cuenta de
que sus barcos pasaban de un océano al otro. Los puertos
de Europa eran poco numerosos y estaban llenos de es-

117
pías. Tenemos, pues, la certeza de que ninguna expedi-
cwn, oficial ni clandestina, en 1507, había cruzado el Es-
trecho ni dado la vuelta al Cabo de -Hornos. Por otro
lado, las costas occidentales de Sudamérica no se habían
explorado aún. Sin embargo, figuran, tan precisas, y tal
vez más, como las orientales, en el mapamundi de W ald-
seemüller.
Alejandro de Humboldt (2 5 ) intenta, en vano, explicar
el asunto por deducciones que se hubieran podido hacer
a partir de datos entonces conocidos. Nos dice, en primer
lugar, que se habría podido conjeturar la forma piramidal
de la América del Sur al comprobar la curva que hacen
sus costas, hacia el sudoeste, más allá del cabo San Agus-
tín. Tal vez, pero siempre que se supiera que se trataba
de una tierra rodeada por el océano. Colón no lo ignoraba,
puesto que la confundía con la Tierra de Cattigara, consi-
derada por él una península asiática. Pero, precisamente,
Waldseemüller no compartía su opinión, suponiendo que
la conociera, puesto que, por un lado, la Península de Cat-
tigara figura en su mapa independientemente del Nuevo
Mundo y que, por otro lado, si bien la América toda tiene
en él las características de un continente, novedad aún
más impresionante que el trazado de sus costas, le falta
su extremidad meridional.
Humboldt agrega que se había podido adivinar la for-
ma de Sudamérica por analogía con las del Africa. Indis-
cutiblemente, se sabía, mucho antes de las expediciones
de Bartolomé Diaz y de Vasco de Gama, que era posible
pasar del Océano Atlántico al Océano Indico por el Cabo
de Buena Esperanza. Es cierto que el extremo meridional
del Africa ya está representado en el planisferio de Sanuto,
en 1304, en el Portulano Medíceo, que data de 1356, y, so-
bre todo, en el mapamundi de Fra Mauro que, en 1459,
menciona que un "junco de las Indias" había traspasado,

118
en 1420, el capo di Diab y había avanzado 2.000 millas,
hacia el oeste, en el Atlántico. Pero, precisamente, la for-
ma puntiaguda de la América del Sur no se asemeja en
nada a la redondeada del continente negro.
Enrique Ruiz-Guiñazú (3 9 ) sugiere una tercera expli-
cación: Vespucio habría comprobado el empequeñecimiento
progresivo de la masa de las tierras "porque los ríos ob-
servados eran, de norte a sur, cada vez menos profundos
y cada vez menos anchos, con excepción del Río de la
Plata, como lo revelan sucesivamente el Amazonas, el Río
Negro y el Río Santa Cruz, para no citar sino los más
importantes". ¡La excepción no es poca! Pero, aun inde-
pendientemente del Río de la Plata, las dimen~iones de-
crecientes de los ríos están muy lejos de ser visibles
· para quien bordea la costa y, sin buscar siquiera otros
ejemplos que los que menciona el ilustre historiador ar-
gentino, el estuario del Río Santa Cruz es mucho más
imponente que el del Río Negro. Por lo demás, el volu-
men de los ríos no nos da más que la curva de las costas
occidentales y el ejemplo del Africa una explicación del
trazado exacto que nos proporciona el mapamundi de
Saint-Dié para las costas occidentales del subcontinente.
No tenemos más remedio, pues, que admitir la existencia
de una fuente desconocida de da.tos precisos acerca del
Nuevo Mundo.
Tenemos así que llegar a ese Martín Waldseemüller que
Humboldt (25 ), que nunca habla sin razones, califica de
"misterioso personaje". Todo lleva a creer que no fue
sino el autor material del mapamundi de Saint-Dié: un
excelente cartóg]i:afo, pero nada más. Su obra maestra
carece, en efecto, .totalmente de la unidad de concepción
que le hubiera dado cualquier cosmógrafo. El trazado del
Viejo Mundo, ya lo hemos dicho, es en él netamente ar-
caico mientras que el del nuevo está adelantado medio

119
siglo con respecto a los mapas contemporáneos, como si
hubiera agregado América al mapamundi de Marino de
Tiro. Más todavía: una América desequilibrada. El sub-
continente meridional es perfecto, o casi, pero el septen-
trional aunque separado del Asia contrariamente a lo
que entonces creían todos los geógrafos, y el mismo Co-
lón, no comporta las tierras del Norte -Groenlandia,
Baccalaurae, Labrador, Terranova-, oficialmente explo-
radas en el curso de los diez años anteriores, que sin em-
'!Jargo figuran, ya lo hemos dicho, en otros mapas de la
misma época. Por el contrario, encontramos en él, nota-
blemente diseñadas, las costas de los actuales Estados
Unidos, muy imperfectamente relevadas aún. Casi en to-
das partes, los toponímicos están colocados a la buena de
Dios, como si el autor los hubiera agregado a posteriori
a un mapa mudo, sacándolos de mapas anteriores o de
relatos de viaje más o menos bien interpretados. Ya lo
hemos visto en cuanto a Sudamérica. Limitémonos a se-
ñalar, para Norteamérica, el error inadmisible que consiste
en colocar Parias al sur del Golfo de México y no en la
costa norte del subcontinente meridional, vale decir al sur
del Mar de las Antillas, donde Colón (fig. 20) lo situaba.
No sabemos gran cosa de la vida de Waldseemüller (40 ):
sólo que nació hacia 1482 en Friburgo de Brisgau. Debió
de hacer allí estudios clásicos muy superficiales, como lo
prueban las transformaciones que hizo sufrir a su apelli-
do. Podemos entender que, de Waltzemüller, que viene de
Waltz Mühle, molino de cilindros giratorios, haya hecho
Waldseemüller, molinero del lago de la selva. Pero el que
haya traducido Wald por VAl] y Muller por ¡.uíJ.o~ para for-
mar con estos dos términos Hylacomilus no indica, por
cierto, una erudición muy profunda. Por lo demás, ape-
nas si tenía de 18 a 20 años cuando fue llamado a Saint-
Dié y ya era, como lo muestra su mapamundi, cuya ela-

120
boración representa varios años de trabajo, un excepcional
cartógrafo. N o sólo dominaba a fondo la técnica artesanal
del grabado en madera, sino que tenía la imaginación y
los conocimientos matemáticos necesarios para crear el
mapa cordiforme, con su proyección globular extremada-
mente compleja. Era lo que llamaríamos hoy día un
especialista.
De ahí la pobreza de los pocos textos que tenemos de
él y, en especial, de su Cosmographiae introductio. De ahí
también la facilidad con la cual, en su campo, cambiaba
de opinión. Todo parece indicar que su trabajo sólo con-
sistía en elaborar los datos que se le suministraban, lo
que hacía con una completa indiferencia. Un pasaje de la
Introductio nos lo confirma: "Es adrede que hemos segui-
do, aquí a Ptolomeo, allá las cartas marítimas. El mismo
Ptolomeo, en el capítulo V de su libro X, dice que en
razón de su excesivo grandor algunas partes del mundo no
han llegado a nuestro conocimiento ... Y así hemos com-
binado las cosas ... ".
¿ Waldseemüller, por lo menos, estaba rodeado, en Saint-
Dié, de cosmógrafos capaces? Por cferto que no. Pues si
lo ignoramos casi todo acerca de Maese Hylacomilus, sa-
bemos mucho más respecto del Gimnasio V osgense que lo
había llamado. Se trataba de uno de esos centros de estu-
dios de los que el Colegio de Francia, fundado en la misma
época, nos da una idea todavía hoy. El duque de Lorena
había juntado en Saint-Dié a hombres de alta cultura que,
libres de toda preocupación material, podían dedicarse, sin
obligaciones de ninguna índole, a los trabajos de su pre-
ferencia. La infraestructura del grupo, para decirlo así,
era un antiguo monasterio benedictino, secularizado en el
siglo x,. que dirigía, con la presidencia de un Gran Pre-
boste mitrado, un colegio de canónigos. Algunos nombres
de miembros del Gimnasio, contemporáneos de Waldseemü-

121
ller, han llegado h~ta nosotros: Gaultier Lud, capellán y
secretario del Duque; otro Lud, hermano del anterior, de~
q~e no sabemos gran cosa; Pierre de Barru, autor de La
Nancéide, el poema nacional lorenés; Jean Basin de Sa:nda-
cour, editor póstumo de la obra en cuestión; Mathias de
Ringmann -Ph~lesius Vogesigena-, a quien pertenecen los
versos latinos que encabezan la Cosmographiae introductio.
Eran todos humanistas, no matemáticos ni geógrafos; Ahora
bien: el Duque, su protector, se apasionaba por la cosmo-
grafía y se interesaba especialmente en los descubrimien-
tos qtie los españoles y los portugueses estaban haciendo,
en el Occidente como en el Oriente. Todo nos lleva a pen-
sar que fue a él a quien se debió la iniciativa de diseñar el
mapamundi colosal que apareció en 1507. Para eso; hacía
falta una imprenta, y el canónigo Gaultier Lud se encargó
d~ armarla. Los medios materiales no faltaban: el Capítulo
era señor temporal del lugar y cobraba impuestos en con-
secuencia. También hacía falta un cartógrafo, y se llamó
a ·waldseemüller. Y luego, por cierto, se necesitaban infor-
maciones: el Duque se encargó de suministrarlas.
Renato 11, duque de Bar y Lm·ena, rey in partibus
infidelium de Jerusalén y de Sicilia, descendía por su
madre, Yolanda de Anjou, del buen Rey Renato que, sin
heredero macho, había legado Provenza a Francia. Reina-
ba en esa Lotaringia que constituía entonces un vínculo
entre el Imperio, . al cual pertenecía nominalmente, y el
Reino, con el cual lo unía el idioma de la Corte y de la
mayor parte de la. población. Soberano de un ducado que
no inquietaba a nadie, estaba bien considerado en Alema-
nia como en Francia. Era probablemente depositario, sino ·
de archivos, por lo menos de tradiciones que se remonta-
ban al tiempo en que sus antepasados ocupaban, en Sicilia,
el trono de los reyes normandos y tal vez de algún secreto

122
de familia. ¿Es éste el origen del extraño. interés que ese
monarca de im ter:ritorio sin acceso ai mar manifestaba .
por los descubrimientos transoceánicos? De cualquier mo-
do, fue él quien hizo llegar al Gimnasio Vosgense la Let- ·
tera de Vespucio y fue él también quien, en 1508, sumi-
nistró el material indispensable para la elaboración del
nuevo mapa agregado a la edición de Estrasbur'go de. la
Geografía de Ptolomeo:
Para un príncipe reinante, no era inuy difícil, a prin-
cipios del siglo XVI, procurarse· todos los mapas disponibles
en los países donde tenía embajador ni de comprar, como
todo el mundo, a los espías instalados en los grandes puer-
tos algunos de los documentos secretos que relataban los
últimos descubrimientos. Así pudo obtener, en Lisboa o
en Ferrara, una copia del mapa Cantilo o, por lo menos,
los datos que habían servido· para elaborarlo; Por el con-
trario, la Lettera de Vespucio plantea un prob~ema ·que
· sólo podemos resolver por deducción. No fue el original
italiano, ya lo hemos dicho, el que Renato II entregó al
Gimnasio, sino una traducción francesa. El autor anónimo
-probablemente el vizconde d'Avezac- de la única biogra-
fía que tengamos de Waldseemüller nos dice que el Duque
la había recibido de Lisboa. Nada menos verosímil. En pri-
mer lugar, porque el texto hubiera llegado en su idioma
originario, el italiano, o en portugués. En segundo lugar, ·
porque la publicación de cartas que demostraban la vio-
lación por los portugueses, no sólo de la bula de Alejan-
dro VI, sino también del tratado de Tordesillas respondía
a los intereses de la Corte de Castilla, de la que Vespucio,
ya lo sabemos, era agente, y perjudicaba a sus competi-
dores desleales. En fin, .porque el francés aún no había
sustituido al latín como lengua diplomática . y nadie lo
empleaba, en aquel entonces, como instrumento de difu-

123
sión internacional. La Lettera en francés sólo había podido
venir de Francia. ¿Pero quiénes, en este país, se interesa-
ban en América? Los normandos cuyos barcos, desde hacía
siglos, frecuentaban las costas del Canadá y del Brasil.

124
V

Las tierras nuevas


No es nuestro.propósito volver aquí sobre el descubri-
miento y colonización de la América del Ncirte por los
vikingos islandeses establecidos en Groenlandia. Esto no
es geografía, sino historia, y resumimos en una obra an-
terior (4 ) los datos que nos suministran las sagas al res-
pecto. Recordemos simplemente, para que nuestro análi-
sis sea comprensible, que Bjarni Herjulfson, cuyo barco
había sido llevado hacia el sudoeste por un temporal cuan-
do iba de Islandia a Groenlandia, en 986, avistó una tierra
desconocida cuyas costas remontó, pero sin desembarcar.
En el año 1000, Leif Eirikssori, hijo de Erico el Rojo, em-
prendió el reconocimiento de la región así descubierta y
exploró sucesivamente las costas del Labrador y Terrano-
va (Helluland, o Tierra de las Lajas), de Nueva Escocia.
(Markland, o Tierra de la Madera) y de Nueva Inglate-
rra (Vinland, o Tierra del Vino). Tres otras expediciones
fueron llevadas a cabo .en el curso de los años siguientes
-la última en 1011- por varios miembros de la misma fa-
milia y, luego, se fundaron establecimientos permanentes.
Sabemos, por. documentos eclesiásticos, que éstos eran
prósperos hacia fines del siglo xm y tal vez aún a prin-
cipios del siglo XIV. Posteriormente, el contacto se perdió.
Por otro· lado, las sagas nos hablan también de colonias
irlandesas que ya estaban instaladas, en el siglo x, en el
Huitramannaland, o Tierra de los Hombres Blancos, co-
nocida a veces con el nombre de Gran Irlanda, que algu-
nos autores sitúan al sur del Vinland y otros, en Gaspesía,

127•
sin que las dos teorías, por lo demás, se excluyan mutua-
mente.
No tenemos ningún documento cartográfico relativo a
la Gran Irlanda, ni tampoco, por otro lado, a los estable-
cimientos galeses que habría fundado, en el siglo xu, en el
Alabama y, luego, en el Misuri, el príncipe Madoc. Por
el contrario, nos han sido conservados dos mapas que nos
muestran los territorios explorados y, en parte por lo
menos, poblados por los islandeses.
El primero fue descubierto en 1957. Ilustraba un ma-
nuscrito anónimo de 1440, Relatio tartara, que cuenta un.
viaje hecho por el Asia en el siglo xnr. Su autenticidad
no es dudosa y su fecha fue confirmada por los peritos
de la Universidad de Yale "*. Se trata de un mapamundi
en el cual, al este de una Europa cuyo trazado es notable-

* En 1965, después de un estudio exhaustivo del documento


por un equipo de especialistas. Pero, en 1974, la misma univer-
sidad, basándose en el dictamen de un grupo de alumnos, decla-
ró que se trataba de una falsificación. No estamos en condiciones
de juzgar si Yale se equivocó en 1965 o en 1974. Pero sí estima-
mos que tan grave error de ayer o de hoy quita a dicha uniVEr-
sidad toda autoridad en la materia. No podemos, por otro lado,
olvidar ~1 precedente desagradable del fresco medieval de la
catedral de Schleswig, que -el Dr. Hirschfeld, director de Bellas
Artes del gobierno mil~tar británico, mandó destruir en 1945 por
fraguado: un pavo figuraba en él y este .animal americano no
podía conocerse, en Europa, en el siglo xrr. . . De cualquier mo-
do, como lo vamos a ver, el trazado del Vinland en el mapa en
cuestión coincide con el de Waldseemüller, cuyo mapamundi tie-
ne fecha cierta. Por otro lado, A!f Mongé descubrió ·en la ins-
cripción latina del documento cuestionado (cf. Alf Mongé & O.
G. Landsverk: N orse medieva~ cryptography in runic carvings,
Glendale, California, 1967) anotaciones criptográficas basadas
en el calendario perpetuo de la iglesia noruega. Tal proc-edimien-
to se había perdido hacía siglos. Por lo tanto, el mapa de Yale,
en el peor de los casos, sería una copia de un documento au-
téntico.

128
mente exacto, el Asia sufre una enorme reducción longi-
tudinal. El Océano Indico está abierto hacia el este, según
la concepción de El Edrisí. Sus costas septentrionales son
tan estrechadas que ni se pueden reconocer. Al sur, la
Terra Australis figura como prolongación peninsular de
una Africa limitada, a la altura del Ecuador, por una
costa casi rectilínea. El Océano Pacífico se une con el
Atlántico por el sur de· la Tierra Austral y del ·. Africa
así reducida.
Al oeste de Europa y del Africa, vemos una multitud
de pequeñas islas más o menos identificables y dos gran-
des, de forma casi rectangular, que ya· mencionamos al
hablar del mapa de Benincasa (1462), una de las cuales
figpra en el de Pareto (foto 10) . Todo eso responde, pues, a
datos comunes a todos los geógrafos de la época. Lo hue-
vo, es que encontramos, en el Artico, no sólo Islandia, sino
también Groenlandia, muy bien diseñada en toda su ex-
tensión. A mediados del siglo xv, sólo los escandinavos que
habían tenido allá, durante cuatrocientos años, estableci-
mientos prósperos, misteriosamente desaparecidos unos
años apenas antes de la fecha del mapamundi que esta-
mos analizando, podían conocer de un modo tan exacto
el contorno de la Tierra Verde. El dibujante anónimo del
Mapa de Yale había dispuesto, por lo tanto, de informa-
ciones precisas de fuente nórdica.
Más al oeste aparece una gran isla de alrededor de
1.800 km de longitud máxima por unos 800 km de ancho,
con la siguiente inscripción latina: "Isla de Vinland, des-
cubierta conjuntamente por Bjarni y Leif". Una larga
anotación latina, situada encima, agrega: "Después de un
largo viaje desde Groenlandi~, navegando hacia · el sur
entre los hielos, los compañeros Bjarni y Leif descubrieron
una nueva tierra, extremadamente fértil, que tenía hasta
vides y que llamaron Vinland". Hay, en este texto, un

129
pequeño error, puesto que Bjami y Leif hicieron, sepa-
radamente, dos viajes sucesivos y complementarios, por
lo demás con el mismo barco. Pero la identificación de
las tierras representadas no deja por ello de ser tan clara
como sea posible. Queda por saber si su emplazamiento
y su diseño son fantasistas, y en est~ caso se podría pen-
sar en una mera trasposición ilustrativa de las sagas, o si,
por el contrario, el Vinland del Mapa de Yale responde a
la realidad, lo que supondría, por parte de su autor, co-
nocimientos geográficos precisos respecto de la América
del Norte.
Nada más. fácil que agregar a nuestro mapamundi
(fig. 24), en la misma escala y teniendo en cuenta la cur-
vatura que la cartografía' de la época, según Ptolomeo, da
a los paralelos, el trazado exacto del Nuevo Mun(lo. La
coincidencia general es perfecta. Un punto de referencia
nos permite ajustar los detalles. En la costa oriental de
la isla de Vinland se abren, en efecto, dos fiordos profun-
dos. El uno, al norte, termina en una especie de laguna.
El otro tiene exactamente la misma orientación y la mis-
!lla extensión que el San Lorenzo, que representa sin nin-
guna duda. Si hacemos coinci(lir el "fiordo" con el río, com-
probamos que, al sur, el Vinland cubre la península ca-
nadiense de Acadía (Nuevo Brunswick y Nueva Escocia)
y todos los Estados norteamericanos del Este, desde· el
Maine a · Georgia. Al norte del San Lorenzo, el Labrador
pierde la punta que lo acerca a Terranova y esta última
isla está omitida. El brazo de mar y su laguna no pueden
ser, entonces, sino el Estrecho y la Bahía del Hudson, mal
diseñados y situados un poco más al sur de lo que corres-
pondería. Asimismo la ·Tierra de Baffin y la parte del
continente ante la cual se encuentra y con la cual, inco-
rrectamente, se confunde.
La representación del Vinland en el Mapa de Yale no

130
"CJ
• .,_o
;l't\" •'
~"''
del
o
...f. •
fl
o'" {l e o
•••

FIG- 24- Mapa anónimo de 1440, en proyección sobre el trazado exacto de la Américcx
del Norte. Detalle.
tiene, por lo tanto, nada de simbólico. Se trata manifiesta-
mente del resultado de relevamientos geográficos por lo
menos tan precisos como los que se hacían, donde fuera,
en la misma época. Los errores que hemos señalado no
carecen, por lo demás, d'e interés pa-::-a nosotros. Prueban, en
efecto, que los vikingos conocían perfectamente la región
situada al sur del San Lorenzo, pero mucho menos el
Labrador y la zona del Hudson. Lo cual parece excluir la
hipótesis de Helge Ingstad ( 41 ) que identifica el Vinland
con Terranova, el Markland con el Labrador y el Hellu-
land con la Tierra de Baffin. De haber sido así, pero otros
datos náuticos, geográficos y climáticos también se oponen
a ello, los vikingos habrían conocido mejor el Norte de
su "isla" que el Sur. En realidad, sólo debían de frecuentar
la región del Hudson para cazar, pues era, y esto casi no
ha cambiado, prácticamente inhabitable, mientras que el
Labrador y Terranova sólo debían de ser para ellos bases
pesqueras. El pequeño caserío cuyas ruinas Helge Ingstad
descubrió en la Anse-au-Meadow, en la punta norte de
Terranova, confirma que los vikingos sólo tenían allá un
puesto sin mayor importancia.
El mapa de 1440 nos muestra, pues, que los islandeses
del Vinland habían explorado un territorio enorme que
iba, con una profundidad de unos 800 km, desde la Tierra
de Baffin al norte de la Florida, que habían efectuado, an-
tes de perder el contacto con la madre patria, un releva-
miento cartográfico notablemente exacto para la época y
que algunos, en Europa, aún conocían en el siglo xv. Y
hasta más tarde: salvo el agregado de la Florida y de
México, debido a los descubrimientos españoles, la Amé-
rica del Ncrte de Waldseemüller (foto 8) corresponde, en
efecto, al Vinland de la Relatio tartara. Tiene, sin embargo,
un trazado más geométrico que sólo cubre el Este de los
Estados Unidos y el extremo Sur del Canadá, hasta el San

132
Lorenzo, luego el Vinland propiamente dicho. Ni el río
ni la bahía del Hudson figuran en ella. El cartógrafÓ de
Saint-Dié no ignoraba, ya lo hemos señalado, que las tie- .
rras en cuestión se prolongaban más al norte: lo indicó
por el corte rectilíneo de su dibujo. Pero debía carécer de
los datos que le hubieran sido necesarios para completar
su trabajo. Desconocía, pues, el mapa de Yale. Pero po-
demos afirmar que el Gimnasio Vosgense disponía de in-
formaciones secretas que provenían de la misma fuente
escandinava que las que había utilizado, setenta años an-
tes, el autor anónimo del mapamundi que ilustraba la
Relatio tartara, salvo que menos completas.
El ctro mapa (jig. 25) que nos ha sido conservado no
tiene, por cierto,, el valor del que acabamos de analizar.
Diseñado en 1590 -y no en 1570 como se lee en la única
copia que nos haya llegado- por el islandés Sigurdur
Stefánsson, casi no pasa del reflejo, mezclado de reminis-
cencias mitológicas, de una tradición hecha leyenda. No
sin pretensiones científicas -está graduado- el mapa re-
presenta el Norte del Océano Atlántico y su prolongación
ártica, como si fuera un golfo. Al este, encontramos, de sur
a norte, la Gran Bretaña, Irlanda y el extremo occidental
de Escandinavia; al norte, el Jotunheimar, "residencia de
los gigantes deformes", separado de Noruega por lo que
"se cree" ser "un estrecho que conduce a Rusia" (F en el
mapa), y el país de los Klofinna, o fineses de garras (D);
al noreste, el Riseland (C), o país de los gigantes, cuyos
"habitantes tienen cuernos y se llaman Skirkfinna, fineses
temibles". Al oeste figuran sucesivamente, de norte a sur,
Groenlandia, gran península de trazado irregular y arbi-
trario, curiosamente orientada hacia el sudeste; el Helle-
land (G), "país pedregoso frecuentemente mencionado en
las historias"; el Markland y el Skraelinge Land (Tierra
de los Enclenques, vale decir de los esquimales y los in-

133
FIG. 25- Mapa de Sigurdur Stefánsson (1590 ).

1.34
dios), con dos indicaciones: "A. Hasta esta región llegaron
los ingleses. Se la conoce por su esterilidad, provocada por
el sol y el frío"; "B. Cerca de esta región se encuentra el
Vinland, llamado, en razón de la multitud de cosas útiles
que en él se hallan, el Bueno. Nuestros compatriotas cre-
yeron que desemboca, hacia el sur, en el mar y que un
estrecho o un fiordo lo separan de América", vale decir
de- las regiones descubiertas por Colóh. De este Vinland
se desprende, orientada hacia el norte, una punta de tierra
que lleva la inscripción Promontorium Vinlandi«e. Las sa-
gas nos permiten identificarla cuando nos cuentan que Leif
Eiriksson, antes de alcanzar el Vinland, pasó entre una isla
y un promontorio que se apartaba del continente "en di-
rección al Norte y al ~ste". El único lugar que responde
a esta descripción es el conjunto que forman el Cabo Cod
(deformación inglesa del francés coude, recodo) y la isla
de N antucket, cuya vecina se llama alÍil hoy Martha's Vi..
neyard, al sur del cual se halla el actual Rhode-Isla;nd
donde crece la vid silvestre y cuyo microclima es excep-
cionalmente suave. El mapa de Stefánsson nos muestra, por
fin, en el océano, las Oreadas, las Shetland (Eastland), las
Feroe e Islandia, con, además, Frislandia: "Esta isla, no sé
cuál es, pero es posible q'\le sea aquélla que descubrió un
veneciano y que los alemanes llaman Frisia".
No todo es de rechazar, en este mapa extraño. En pri-
mer lugar, no encontramos en él, setenta y tres años des-
pués de la expedición de Cabot, ningún dato que se deba
a la cartografía postcolombina de la América del Norte:
se trata exclusivamente de una recopilación de tradicio-
nes islandesas. En segundo lugar, el Helluland (Labrador
y Terranova), por- un lado, y el Markland (Acadía), por
otro, están representados en forma de penínsulas macizas,
lo cual no está muy lejos de la realidad. En fin, el Pro-
montorium Vinlandiae indica correctamente. el límite sep-

135
tentríonal del Vinland que nuestro cartógrafo, sin em-
bargo, es incapaz de situar con exactitud: "Cerca de esta
región se encuentra el Vinland ... ". Pero hemos vísto, por
el mapa de Yale, que el término no sólo designaba la re-
gión donde Leif construyó su aldea, Leifsbudir¡ sino tam-
bién el conjunto de la América del Norte explorada por
los vikingos. De cualquier modo, y es esto lo que nos in-
teresa, el mapa de Stefánsson nos confirma que se con-
servaba en Islandia, casi cien años después del viaje de
Colón a Thule, el recuerdo de las tierras del Oeste.
La- mención de la isla de Frislandia, tal vez "aquélla
que descubrió un veneciano", nos conduce a un documento
muy distinto de los anteriores en cuanto a su naturaleza,
pero no menos precolombino. Se trata de un mapa dise-
ñado, en 1558, por Nicolás Zeno, descendiente de los her-
manos Antonio y Carlos Zeno, sobre la base de mapas
y relatos que el primero habría enviado al segundo entre
1390 y 1405. Muy joven cuando había heredado esos papeles
de familia, Nicolás los había destruido en parte sin darse
cuenta de su importancia. Más tarde, habría reconstituido
su contenido y, en especial, el mapa, con ayuda de los
fragmentos conservados y de sus recuerdos. Según Nor-
denskjold, pero no nos fue posible verificarlo, existirían
dos copias, anteriores a 1492, del mapa original traído de
Frislandia por Antonio Zeno (32 ).
Según la obra publicada por Nicolás Zeno, un antepa-
sado del autor, que tenía el mismo nombre y el mismo
apellido, miembro de Üna ilustre familia de marinos ve-
necianos que había dado un dux a-la Serenísima Repúbli-
ca, habría n~ufragado, en 1390, en las costas de la isla
de Frislandia, al norte de Escocia, y se habría puesto al
servicio del soberano del lugar, un escandinavo de nom-
bre Zichmni (pronunciar Tzikmni). Nombrado, poco des-
pués, comandante de la flota frislandesa, Nicolás ayudó al

136
príncipe a apoderarse de las· islas vecinas y, luego, llamó
a su hermano Antonio. Ambos acompañaron a Zichmni
en una expedición a Groenlandia, donde Nicolás murió. De
vuelta en su base, la escuadra no demoró mucho en zar-
par otra vez para ir a descubrir tierras desconocidas, si-
tuadas al oeste del Atlántico.
Veinticinco años antes, en efecto, unos pescadores fris-
landeses habían sido echados por un temporal en la isla
de Estotiland, cuyos habitantes, civilizados, tenían un idio-
ma y una escritura propios y habían tenido, otrora, rela-
ciones con Europa, pues su soberano púseía, en su biblio-
teca, libros latinos que ya nadie entendía. Los frislandeses,
incorporados en la marina local, alcanzaron, un día, un
país llamado Drogeo, en el Sur, extremadamente rico en
oro. Al volver, cayeron en manos de antropófagos y sólo
uno salvó su vida por haber enseñado a los indígenas el
arte de pescar con redes. Vivió trece años en medio de
salvajes desnudos que no conocían el uso de los metales,
aunque, en el sudoeste, hubiera pueblos que vivían en
aldeas, tenían templos donde ofrecían a sus dioses sacrifi-
cios humanos y trabajaban el oro y la plata. El pescador
logró, finalmente, escapar y volver a su país.
Zichmni y Antonio. Zeno partieron, con una flota im-
portante, la mayor parte de cuyos barcos se perdieron casi
en seguida en medio de un violento temporal, en busca
de las tierras occidentales. Alcanzaron, en primer lugar, 1!:1
isla de Icaria, así nombrado en recuerdo de su primer so-
berano, hijo de Diodoro; rey de Escocia. Pero sus habi-
tantes no_los dejaron desembarcar. Después de seis días
de navegación hacia el oeste y cuatro hacia.el sudoeste,
descubrieron una tierra, cubierta de selvas, que dominaba
un volcán. Las aves marinas abundaban en ella y se ha-
llaban huevos en todas partes. Zichmni bautizó Trin el
puerto más seguro de la región y decidió edificar allí una

137
ciudad Finalmente, Antonio Zeno obtuvo del príncipe la
autorización de retornar a su país donde llegó en 1405. Fa-
lleció en ese mismo año.
Hace siglos que está en tela de juicio la autenticidad
de este relato. Por nuestra parte, mantenemos lo que es-
cribimos· en una obra anterior (4 ) : si fue inventado, su au-
tor se basaba en hechos exactos de otra procedencia, y son
los hechos, y no su procedencia, los que nos interesan aquí.
Es evidente que un veneciano del siglo xvi no hubiera
podido inventar la descripción que nos da la obra de un
convento groenlandés, calentado con el agua hirviente de
una fuente vecina que traían canalizaciones subterráneas,
ni la concentración de peces en el fiordo adonde se volca-
ba finalmente el agua caliente, ni las embarcaciones hechas
con piel de foca, cocida y tendida en una estructura de
huesos. Parece, por otro lado, que Zichmni no era otro
que el señor normando Saint-Clere (que los ingleses llá-
maban Sinclair), quien, convertido en conde de las Or-
eadas, había retornado al honorable oficio de pirata de sus
antepasados.
En el mapa (fig. 26) que ilustra el relato que acaba-
mos de resumir, vemos el norte de Escocia, Dinamarca y
el oeste de Noruega. Unida a esta última por un trazo
ondulado encima del cual leemos: "Mar y tierras desco-
nocidos", se halla Groenlandia (Grolandia), cortada, al
norte, por el marco del mapa. En su costa, por lo demás
casi rectilínea hasta un cabo denominado Thon P (romon-
torium) -Ther, en la reproducción del conde Miniscalchi
Erizzo-, se abre una ancha bahía con, un poco alejado de
la costa, el convento de Santo. Tomás (SThomas Coeno-
bium). La Tierra Verde de Erico el Rojo se prolonga hacia
el sudoeste por una enorme península, llamada Engrone-
lant, cuyo relevamiento geográfico -costas, montañas y
ríos- es muy detallado.. Al oeste, encontramos una pe-

138
nínsula, Estotiland, cortada por el marco del mapa y, en
las mismas condiciones, en el ángulo sudoeste, un pedazo
de tierra que lleva el nombre de Drogeo. En el océano
están situadas las tres grandes islas de Islandia, Frislandia
y Estland, sin hablar de Icaria,. más al oeste.
Dejemos esta última a un lado, por el momento. Las
tres primeras son fáciles de identificar, gracias a su to-
ponimia (32 ). Islandia está correctamente designada, como
lo prueban los nombres de Anaford (Arnarfji:irdr), Rok
(Reykjavik), Flugases (Fluglaskjer), Scalodin (Skálholt)
y Olensis (Holanes), y las pequeñas islas que vemos fren-
te a su costa este tienen nombres que se reconocen, por
deformados que estén: Bres (en realidad, Bressa), Mi-
mant (Mainland), Iscaut (Unst), Talu (Teal), Broas (Bu-
res), Tras (Tronda). El Estland no es sino el grupo de las
Shetland, con toponímicos identificables:· Onlefort (Olna
Firth), Olofort (Onge Firth), Sumber (Sumbergh), Sca-
luogi (Scalloway), Bristund (Brossa Sund), Lombies
(Lambness). En cuanto a Frislandia, acerca de la cual
hubo interminables discusiones y que algunos geógra-
fcs, como Hakluyt que, en su magnífico mapa de 1699,
la llama Freyland -sin hablar de Sigurdur Stefánsson-
no vacilan en considerar una isla aparte, no es otra que el
grupo de las Feroe. Cinco de sus toponímicos no dejan
subsistir duda alguna al respecto: Sanestol (Sandsbugt),
Sudero Golfo (Sudero), Ledeno (Lille Dimon), Monaco
(Munk), Stress· (Stri:imo). Por otra parte, todo parece in-
dicar que las islas de Podanda y Conlanis, al norte de Es-
cocia, corresponden a Pentland,.en las Oreadas, y Caithness.
Todas esas islas están diseñadas sin la menor preocupación
por las proporciones, como si se hubiera tomado en cuenta
su importancia en el relato más que sus dimensiones reales.
Es éste el caso, en especial, de Frislandia, por lo demás
mal colocada, puesto que las Feroe están situadas al nor-

140
oeste de las Shetland. Tales deformaciones no tienen nada
de excepcional si el mapa original data de ·los primeros
años del siglo xv. Pero serían más difíciles de concebir a
mediados del siglo xvr; lo cual refuerza la tesis favorable
a la autenticidad del documento publicado en 1558.
El Engronelant plantea un problema a primera· vista ·
mucho más difícil de resolver. Numerosos geógrafos lo
tomaron ·lisa y llanamente por Groenlandia. La forma que
le dio Antonio Zeno favorece, en efecto, tal interpretación,
sobre todo si se nota, un poco antes de la punta meridio-
nal de la península, un Af P (romontorium) que recuerda
singularmente el Hvarf que los noruegos situaban en la
costa sur de la Tierra Verd~. Sin embargo, semejante iden-
tificación resulta inaceptable. Por un lado, Groenlandia
ya está representada en· el mapa, al norte, donde debe
estar; por otro, el Engronelant está surcado por numero-
sos ríos, mientras que la isla de Erico el Rojo es una in-
mensa tierra helada sin ia menor corriente de agua.
El error de los geógrafos proviene, en gran medida, de
la proyección ptoloíneica, a la cual no estamos acostum-
brados, del mapa de Antonio Zeno. Para devolver a éste
una apariencia "normal", hay que enderezar la península
de Engronelant y, sin modificar la longitud de su punta
meridional, darle una orientación norte-sur. Así Groen-
landia es "atraída" hacia el oeste, mientras que el pro-
montorio de Trin y, con él, el Estotiland y Drogeo se des-
plazan hacia el sur. Islandia toma entonces la posición
que le conocemos, al este de la Tierra Verde, y el Engro-
nelant viene a superponerse, en un mapa actual, al con-
junto constituido por la Tierra de· Baffin, el Labrador y
Terranova, hasta el estuario del San Lorenzo. El macizo
montañoso que vemos en él, al nordeste, pasa a confun-
dirse con la cadena costera oriental del Labrador. En
cuanto al mar situado al oeste del conjunto, es la Bahía

141
del Hudson, indebidamente prolongada hacia el sur, en la
cual dese.mbocan los ríos de cursos paralelos que nacen
en las montañas de la región oriental del Engronelant. Si
nuestra interpretación es correcta, Antonio Zeno hizo una
sola tierra de Groenlandia, cuya forma conservó, y del
norte del Canadá.
El Engronelant no es, por lo tanto, sino el Helluland
de Leif Eiriksson, si no poblado, por lo menos frecuentado
después del año 1000 por los vikingos. La descripción que
nos da Antonio Zeno de la región de Trin, con sus selvas
y sus aves marinas, parece extraída de las sagas islandesas.
De ahí que no sea nada sorprendente que todos los nom-
bres de cabos (Af, Roen, Iaver, Hit, Ulia, Neum, Chanpin,
Hian, Chi, Munder) y de ríos (Auorf, Nice, Han, Estre,
Peder, Diuer, Boer, Naf, Lande, Han) tengan una conso-
nancia nórdica.
La "isla" de Estotilandia es más fácil de identificar. Es,
confundidos en una sola tierra, el extremo de la península
de Acadía y las islas adyacentes. Se reconoce claramente
su contorno, con, inclusive, al sudoeste, un brazo de mar
que represente la Bahía de Fundy. En el mapa impreso en
1558 se ve, al norte de la "isla", en el lugar donde se
encuentran hoy día Newcastle o Bathurst, el símbolo de
una ciudad -un castillo de tres torres-. En la reproduc-
ción de Cronau, que damos aquí, todos los signos de esta
clase se suprimieron para poder reducir el mapa, cuyas
dimensiones originarias son 36,3 cm por 26,8, sin perjudicar
demasiado la legilibilidad de los toponímicos. Asiniismo,
sea dicho entre paréntesis, se eliminaron los· paralelos y
los meridianos que de seguro no figuraban en la carta da
navigar de Zeno más que en los demás portulanos y sólo
servían para falsear su lectura.
El nombre de Estotiland, los comentadores lo traducen
generalmente por "Tierra anterior al Este" y seguimos su

142
ejemplo en una obra anterior (4). Gabriel Gravier (42) lo
hace derivar del norrés East-OutZand. y lo traduce por
"Tierra exterior del Este". Pero Est se decía austur, en an-
tiguo escandinavo: east es anglosajón. De cualquier modo,
parece poco verosímil que marinos europeos hayan llama-
do "Este" una tierra que, para ellos, estaba al oeste. Por
eso encontramos mucho más satisfactoria una segunda
interpretación de Gravier, que figura en su comunicación
de 1877 al Congreso de Am~ricanistas de Luxemburgo: la
palabra empleada por Antonio Zeno no habría sido Esto-
tiland, sino Esco~iland, la Tierra de los Scotii, vale decir
de los irlandeses. El error se habría producido al descifrar,
a mediados del siglo xVI, en un manuscrito en mal estado,
un texto que databa de ciento cincuenta años atrás. Así,
todo se explica: los frislandeses habrían llegado a una re-
gión colonizada, cinco o seis siglos antes, por los monjes
irlandeses. Se habrían encontrado allá con los descendien-
tes de sus qblatos, especies de siervos, casados, que depen-
dían de los conventos de cuZdees. Nada sorprendente en
que hablasen un idioma propio -el ga"élico- y empleasen
una escritura particular -el ogam-, ni en que su jefe ·aún
tuviese libros latinos. De ser así, el nombre de Nova-Scotia
que lleva hoy día el este de Acadía tal vez no se deba
a 1a casualidad, sino a una antiquísima tradición local.
En cuanto a Drogeo, paí:;¡ con el cual el Escociland
mantenía relaciones comerciales permanentes,· .sólo puede
ser el Vinland, la actual Nueva Inglaterra, rodeado de
salvajes caníbales. Según la descripción del pescador fris-
landés, los pueblos civilizados, pero no · europeos, del
sudoeste, debían de ser los mexicanos. Queda un único
punto confuso: Icaria la isla donde· Zichmni y sus hom-
bres no pudieron desembarcar en razón de la desconfianza
de la población. Su nombre no tiene mayor importancia:
debe ser una reminiscencia mitológica del veneciano. Res-

143
pecto de sus habitantes, sólo tenemos algunas vagas in-
dicaciones y se quiso reconocer en ellos a amerindios por-
que se preparaban para el combate con gritos guturales
-los vikingos hacían lo mismo, y muchos otros más- y
"se comunicaban toda suerte de órdenes por medio de
fuegos y señales". Esto es tanto menos suficiente cuanto
que los embajadores que mandaron a Zichmni se dirigie-
ron a él en "diez lenguas diferentes, una sola de las cua-
les se pudo entender, la que era islandesa". Por lo demás,
las indicaciones náuticas de Antonio Zeno son claras y
precisas. Desde Icaria, la escuadra alcanzó a Trin, en al-
gún lugar de la desembocadura del San Lorenzo, ya lo
hemos visto, después de seis días de navegación hacia el
oeste, con viento favcrable, y luego cuatro hacia el sud-
oeste. La isla -toda tierra desconocida era una isla, en
aquella época- estaba situada, pues, en el extremo Sur
de Groenlandia. Debía de tratarse de alguna aldea norue-
ga cuyos habitantes estaban a la defensiva, temiendo le-
gítimamente los saqueos ingleses, y hasta los de· un tal
Sinclair ...
Por lo demás, el emplazamiento de Icaria sólo tiene,
para nosotros, una importancia relativa. La región que
nos interesa es el Estotiland (o Escociland), vale decir el
Markland de Leif Eiriksson. Sabemos por ·las sagas que
se iba todavía allá, desde Groenlandia, Islandia y No-
ruega, en la primera mitad del siglo XIV, como consecuen-
cia, según parece, de un redescubrimiento efectuado en
1285. Ese año, en efecto, dos sacerdotes islandeses, los
hermanos Adhalbrand y Thorvald Helgasson, se habían
solidarizado con Arne Thorlaksson, obispo de Skálholt,
contra el Rey de Noruega, Eric. Tuvieron que expatriarse
y se hicieron a la mar, probablemente con el propósito de
llegar al Vinland con el cual todo contacto estaba corta-
do, pero alcanzaron una tierra deshabitada que bautizaron

144
Fundu Nyialand, Nueva Tierra Descubierta: es éste to-
davía el nombr~. Newfoundland, que lleva Terranova en
inglés. Adhalbrand murió un año después de su llegada.
Thorvald cayó, no se sabe cómo, en manos del· gobernador ·
de Islandia y fue deportado a Noruega, donde contó su
viaje al Rey Erik Magnusson. En 1290, éste encargó a un
tal Rólf explorar la región así redescubierta, él que deoió
de tener éxito, puesto ·que, cuando murió, en 1295, se lo
llamaba Landa-RóZf, Rólf de los ·países, Rólf el· explora-
dor. No nos sorprende, pues, saber que noruegos habían
retomado el camino del Markland. Las sagas mencionan
que, en 1347, un pequeño ·barco groenlandés, de vuelta de
dicha ~;egión, había sido llevado por el mar, al garete,
, hasta las costas de Islan.dia. ·
Por lo tanto, la existencia de la Terra Nova no cons~
tituía en absoluto un secreto, al final de la Edad Media.
Cuando Juan Cabot, al servicio de Inglaterra, exploró, en
1496, las costas del Canadá, se limitó a traducir al latín
el nomb~e norrés de la región. El canciller ·Bacon, por lo
demás, escribía lealmente que "se conservaba el recuerdo
de algunas tierras descubiertas antes hacia el noroeste y
consideradas como islas, que sin embargo, en realidad, es;.
taban unidas con el continente de la América septentrio-
nal". De hecho, en aquella época, el nombre de Terra
N ova se aplicaba, no sólo a la isla que sigue llev~dolo;
sino ·a toda la zona adyacente: Acadía, Québec y Sur del
Labrador. Sus primeros exploradores franceses, empezan-
do por Jacques Cartier, encontraron allá, no sin sorpresa,
los rastros de una población cristiana anterior. y, en algu-
nos indios; rasgos antropológicos netamente europeos (43) ..
La ·antigua toponimia de la región, y a ella queríamos
llegar, confirma, de modo indiscutible·, la impresión de
los descubridores del siglo xVI. En 1539; el capitán· diep~
pense Jean Parmentier escribe, en SJl descripción de la

145
Franciscana, descubierta quince años antes por el floren-
tino Verazzano, al servicio de Francia, que esa tierra es
llamada "Norumbega por sus habitantes (44 ) ". El mapa,
por lo demás sumamente deficiente, diseñado por Gastal-
di para ilustrar el relato, nos muestra la Terra di N orom-
bega como una isla que corresponde muy exactamente a
Acadía y a la parte nordeste del Estado norteamericano
del Maine. La Palabra Norumbega no es indígena. Parece,
por el contrario, no ser más que una ligera deformación
de Noroenbygd, País de los Noruegos, en norrés. La in-
fluencia vjkinga, por lo demás, había debido de extenderse
más al oeste. En tiempos de la conquista francesa, la futura
Québ!=!C era llamada Stadacone por los indios (45 ) y la
futura Montréal, Hochlaga. Son· éstos dos vocablos norre-
ses apenas modificados. El prim~ro, nos dice el profesor
Hermann Munk, viene de stad, ciudad, .Y de konr, rey y
significa, por lo tanto, Ciudad Real. El segundo se compone
de haugr, colina, ;¡ de leggia, campo -en el sentido mi-
litar de la palabra-, y, por consigui~nte, quiere decir
Campo de la Colina.
En el mapa de Gastaldi, se leen varios toponímicos. De
este a oeste: Cap des Bretons (hoy, Cap Canseau), dis-
tinto del Cap Breton y de la lle des Bretons; Port du
Refuge, Port Réal y Le Paradis, en la costa, frente a una
isla, bastante grande, llamada Briso; luego, Flora, más o
menos en el medio de la costa de Norumbega; en fin
Angoulesme, en una península, cerca de la frontera orien-
tal del territorio. En el globo de Vulpius (foto 12), que
,dáta de 1542, encontramos, al sur de la Terra Laboratoris
,(Labrador) y separados de ella por un profundo ·estuario
-el del San Lorenzo- los nombres de Cimeri, Cavo de
Brettoni, Flora, Corte Magiore, Refugio, Promont., S.
Franc., Porto Réal, C. S. Iohan, Normanvilla y R. del Sole.
Contrariamente a las apariencias, el nombre de Cap

146
Breton no tiene nada que ver con Bretaña. No es más que
una ligera deformación de Capberton, una aldea de pes-
cadores situada cerca de Bayona. En el siglo xnr, en efecto,
los vascos empezaron a cazar ballenas frente a las costas
de Gascuña. De ello encontramos innumerables pruebas
en los archivos~ y la heráldica nos las confirma. Todavía
se ven, en la región, las ruinas de torres que servían
para observar los movimientos de los cetáceos, y hornos
en los cuales se fundía su grasa. Rápidamente, las ballenas
dejaron de acercarse a costas peligrosas y los pescadores
tuvieron que avanzar cada vez más lejos en el océano:
"Los grandes provechos y la· facilidad que los habitantes
de Capberton y los vascos de Guyena", escribía un autor
especializado del siglo XVII ( 46 ), "encontraron en' la pesca
de las ballenas sirvieron de incentivos para hacerlos au-
daces, hasta buscarlas en el océano en las longitudes y la~
titudes del mundo". De hecho, se vieron arrastrados hasta
América, y tal vez supieran adonde iban. Uno de ellos,
Jean d'Echaide, habría, inclusive, construido un puerto en
Terranova donde, por otro lado, la toponimia conserva el
rastro de su presencia (la Punta de los Vascos, por ejem-
plo, al sur de la isla). Se encontraron hornos para grasa
de ballena hasta en las orillas del San Lorenzo y en Blanc-
Sablon, en el Labrador (47).
Los vascos no eran los únicos que frecuentaran las cos-
tas del Canadá (48). Los archivos de Honfleur, en Nor-
mandía, y de Saint-Malo, en Bretaña, prueban que flotas
importantes iban cada año a Terranova, a mediados del
siglo xv; a pescar bacalaos, como también lo hacían los
barcos de altura de La Rochelle. En 1540, el embajador
de España en Francia, Francisco Bonvallet, abad de San
Vicente, en Ruán, escribía a Carlos V que él había visto
al rey de Francia y que éste le había confirmado que la
flotilla de Cartier no tocaría las tierras concedidas a Es-

147
paña y el Portugal, sino las adonde los suyos habían na-
vegado ochenta años antes de que los barcos españoles
y portugueses hubieran aparecido allá (49 ). Los españoles
conocían muy bien . esos antecedentes: el Rey Fernando
de Aragón dio, en 1511, al catalán Juan de Agramonte la
autorización "de descubrir y encontrar una tierra .que se
llama Terranova" y le impuso el embarco exclusivo de
"naturales de estos reinos", salvo dos pilotas que debían
ser "bretones o de alguna otra nación que ya hayan ido
allá".
La· cartografía confirma, de mqdo definitivo, los hechos
que acabamos de exponer brevemente. El mapa de Jean
Ruysch muestra el "Gruenland", la Terra ·Nova y las Bac-
calaurae. (Tierras del Bacalao) y encontramos estas últi-
mas mencionadas en dos lugares del globo de Vulpius (fo-
to 12): Baccalearum Regio, en grandes letras, encima de
Verrazana sive-Nova Gallia, vale decir la Nueva Francia,
y Baccalos, ~n la costa del La.brador. Esto, sin embargo,
podría atribuirse a campañas de pesca posteriores a 1os
descubrimientos de Juan y Sebastián Cabot, Gaspar y Mi-
guel Cbrterreal y Verazzano. Pero tenemos un documento
mucho más antiguo. En uno de los mapas del atlas de
Andrea Bianco (1436) se encuentra, en el lugar exacto de
Terranova, una isla que lleva el nombre de Stocafixa
(pronunciar Stocafisa), evidente deformación de Stock-
·fisch, bacalao seco en todos los idiomas germánicos. No
puede ser el fruto de la imaginación.
Los toponímicos que figuran en el mapa de Gastaldi
están más sujetos a caución. No es imposible, en efecto,
que hayan sido dados arbitrariamente por Verazzano -el
mapamundi diseñado, sobre la base de sus indicaciones,
por un cartógrafo portugués permaneció secreto en un pri-
mer momento y, luego, se perdió- y por Jean Parmentier
a los accidentes de la costa que bordeaban, según la cos-

148
tumbre de la época. Sin embargo, no es éste el caso de
Norumbega, claramente mencionado como un nombre lo-
cal. El globo de Vulpius, por el contrario, no ilustra nin-
gún viaje en especial. Es el resultado de una recopilación
de datos de distintos orígenes y los toponímicos que utili-
za, en latín, español, portugués e· italiano, lo muestran a
las claras. En el ·Labrador, encontramos nombres portu-
. gueses, no siempre muy bien transcriptos, o latinos de
origen portugués: C(abo) Fno, 'C(abo) Branco, Terra Cor-
terealis, Baccalos, C (abo) de Bonavista, Terra Laborato-
ris. En Acadía, Vulpius reproduce algunos de los toponí-
micos de Gastaldi: Cavo de Brettoni, Flora, Rifugio, Porto
Reale. Pero Normanvilla aparece por primera vez. Ahora
bien: nadie, en la época postcolombina, había explorado
las costas de Acadía antes de Verazzano. El toponímico en
cuestión, por otro lado, nunca más se mencionará poste-
riormente: no se lo debe, pues, a Jacques Cartier ni a sus
sucesores. Sólo queda una explicación posible: Vulpius lo
obtuvo de uria fuente anterior a las expediciones portu-
guesas y francesas; la misma, probablemente, de donde
proviene el nombre de Baccalearum Regio -Baccalaurae,
en los ma:pas de otros autores de la época-, aplicado al
int~r10r del Canadá. Pues, si Baccalos viene evidentemente
de los Corterreales, Baccalea no es sino la traducción la-
tina aberrante de Stockfisch, "pez palo", a través de bacu-
lus, palo (bacalau, en bajo latín, se dice moruta o gadus
morhua). Por eso Vulpius no vacila en mencionar dos ve-
ces el mismo nombre en dos formas diferentes de distin-
tos orígenes.
Tenemos, pues, muy buenas razones para pensar que
Normanvilla es una denominación anterior a los Corterrea-
les y a Verazzano y que se. remonta a algún estableci-
miento europeo de Norumbega. El vocablo puede ser la
Úasposición italiana de Northmannavirk, Fortaleza de los

149
Nórdicos, en norrés, y provendría entonces de los escandi-
navos del Markland. Pero su italianización habría dado
más bien Normannavilla o, más probablemente aún, Nor-
mavilla. La otra hipótesis, mucho más verosímil, es que
se trate de la forma italiana de Normanville, Ciudad de
los Normandos, lo que constituiría una prueba más de la
presencia de los normandos, durante la Edad Media, en
las Tierras Nuevas. Uno se explicaría mejor, entonces, la
orden dada por Francisco 1 de bautizar Montréal la pri-
mera ciudad fundada en Nueva Francia, como homenaje
al duque de N ormandía Guillermo 11, rey de Sicilia, cuya
capital se llamaba Montreale. Esto cuando Jacques Cartier
era bretón.
Queda por saber si los normandos descubrieron por
casualidad la Norumbega, en una fecha indeterminada,
pero anterior a la segunda mitad del siglo xv, o si lo hi-
cieron sobre la base de indicaciones geográficas precisas.
Tenemos motivos para pensar que esta última hipótesis
es la buena. Los intercambios marítimos eran frecuente,
en aquella época, entre los puertos de Normandía (Diep-
pe, Honfleur, Ruán) y los de Dinamarca donde se conocía
perfectamente la existencia del Vinland y del Markland,
como lo prueban, en especial, la expedición de Poul Knuds-
son, encargado, en 1354, por el Rey Magnus, de reencon-
trar las colonias perdidas de América, y aquélla cuyo pi-
loto era Scolvus, organizada en 1476, por el Rey Cris-
tián 111. Por otro lado, si el geógrafo anónimo de la Rela-
tio tartara conocía el Vinland en 1440 y si, en 1507, en
Saint-Dié, Waldseemüller podía situarlo correctamente en
su mapamundi con un trazado parcial pero exacto, es que
había una fuente de información, escondida, por cierto,
pero accesible para los iniciados: una fuente islandesa, sin
duda alguna. Colón no descubrió el Nuevo Mundo, pero
sí hizo pública su existencia. Después de su primer viaje,

150
ni el secreto de los reyes, ni el secreto de las guildas, te-
nían más razón de ser. Los españoles, los portugueses, los
ingleses y los franceses se lanzaron oficialmente a descu-
brir tierras que los escandinavos, los normandos, los vas-
cos, los bretones y otros. más frecuentaban desde hacía
sigl'>s; tierras éstas en las cuales los irlandeses y los vi-
kingos habían tenido colonias importantes cuyos rastros
seguían siendo visibles (4• 43 ), aun sin hablar· de algunos
toponímicos que descubridores y geógrafos relevaron sin
mayor sorpresa, porque no los entendían o porque ya los
conocían.

151
VI

La Tierra de los Papagayos


Entre las islas misteriosas del Atlántico que mencio-
namos en el capítulo 11, hay una cuyo nombre habrá hecho
sobresaltarse al lector no prevenido: aquella qU:e el Por-
tulano Medíceo llama, en 1351, Brazil; el mapa de Pizi-
gano (fig. 16), en 1367, Bra~ir, con una cedilla superflua,
para evitar la pronunciación italiana de la e; los de Bian-
co (fig. 17), en 1436, y de Fra Mauro, en 1457, Berzil; el
de Benincasa, en 1482, Bra<;ill. Pizigano la hace aparecer
en el mismo mapa, en tres lugares distintos: al oeste y al
sudoeste de las costas de Irlanda y al oeste del Cabo San
Vicente,_ en el extremo sur de Portugal. Pareto, en 1455
(foto 10) nos la muestra dos veces, al oeste de Irlanda y
a la altura del Cabo San Vicente. En uno de los mapas
de su Atlas, Bianco la sitúa en el lugar exacto del actual
Estado brasileño de Pernambuco. Se tenían, pues, en los
siglos XIV y xv, datos contradictorios acerca de una tierra
transoceánica que, según Pizigano, debía su nombre a los
normandos.
Este nombre, en sí, se conocía en Europa desde el si-
glo IX. Los árabes, en efecto, importaban (43) de la Ins1i-
lindia y el Malabar extractos de una madera colorada, el
bakkam (Caesa.ipinia Sapan y Pterocarpus Santalinus)
que servía para teñir géneros. Este producto, los italianos
lo llamaban bresill, brasilly, braxilis, verzino y, en latín,
bresillum o verzinum. Los catalanes, que sex:.vían de inter-
mediarios entre Italia y Castilla, decían brazil. Esos extrac-
tos llegaban a Europa; junto con las especias, en forma
de pulpa, de laca y de polvo, lo que les daba un alto valor
con un pequeño volumen. Los barcos árabes no estaban
en condiciones de transportar troncos y no hubiera sido
su interés hacerlo. Tal situación se transformó repenti-
namente, hacia mediados del siglo xnr, cuando empeza-
ron a entrar en Francia, por los puertos de Normandía,
rollos de brasil. No hay equivocación posible al respecto,

155
puesto que, durante el reinado de San Luis, el Libro de .
los Oficios de Estienne Boileau reglamentaba su empleo
por ebanistas y toneleros.
¿De dónde los normandos importaban esa madera? No
del Asia, de seguro, pues ningún barco · de Europa, en
aquella época, navegaba en el Océano Indico. Para hacer-
lo, hubiera sido necesario dar la vuelta al Cabo de Buena
Esperanza, y los dieppenses no iban, a lo largo de las cos-
tas africanas, más allá del río Zaire (Congo). Por lo
tanto, habían encontrado una nueva fuente de abasteci-
miento. Ahora bien: fuera del Asia meridional, el brasil
sólo existe en la América Central y el Amazonas: una
variedad del sapang, la Caesalpinia brasiliensis. Por su-
puesto, marinos y comerciantes guardaban, según era cos-
tumbre, el secreto más riguroso respecto de la situación
de las tierras descubiertas. Pero, lógicamente, no podían
disimular su existencia: los productos que traían de ellas
la hacía manifiesta. Se empezó, pues, a hablar de la isla
-todas las tierras nuevas eran islas, ya lo dijimos- donde
se procuraban el brasil. Y como no se sabía con exactitud
donde se encontraba, se la situaba en los mapas en fun-
ción de rumores contradictorios entre los cuales nada per-
mitía elegir. Algunos cartógrafos llegaron así a aceptar la
existencia de varias islas del mismo nombre. En Norman-
día y, en especial, en Dieppe, se sabía, por cierto, a qué
atenerse. En 1503, cuando ya no· era necesario -ni posi-
ble- guardar el secreto, el capitán Paulmier de Gonne-
ville mencionaba, en un documento judicial entregado por
él, después del naufragio de su barco, en la sede del Al-
mirantazgo a instancia del Procurador del Rey, el "país de
las Indias Occidentales adonde, desde hace unos años, los
dieppenses y malonenses y otros normandos van a buscar
madera de teñir en rojo", ese país que los portugueses lla-

. 156
maban Ter.ra Sanctae Crucis, pero que los franceses jamás
designaban con otro nombre que el de Brésil.
Las tradiciones dieppenses han conservado el recuerdo
:le un viaje que el capitán Jean Cousin habría hecho, en
1488, a las .bocas del Amazonas. Cuando se dirigía. hacia
el Africa, su barco habría sido desviado de su ruta, .a la
altura de las Azores, por una fuerte corriente marina -evi-
dentemente la Corriente Norte-Ecuatorial- y llevado ha-
cia el oeste hasta la desembocadura de un enorme río.
Este relato no está documentado, pues un bomb.ardeo .in-
glés destruyó, en 1694, los archivos del Almirantazgo del
puerto normando. Los detalles que nos proporciona, dejan,
sin embargo, muy poca duda respecto de su realidad. No
era éste, por la. demás, sino un viaje de rutina y el Africa
constituía su camuflaje habitual. Si se habló de él, en la
época del descubrimiento oficial de América; cuando el
secreto ya no tenía mayor razón de ser, fue probablemente
por un nombre que debió de llamar poderosamente la aten:.
ción de los dieppenses; El segundo de Cousin, en efecto,
era un castellano llamado Pingon que intentó," durante el
viaje, sublevar a la tripulación y fue destituido, a la vuel-
ta, por el Consejo del Almirantazgo. ¿Tratábase de Martí~·
Alonso Pinzón, capitán de La Pinta. a las órdenes de Colón,
que insistió tanto, y con razón, como si conociera el ca-
mino, para que la flotilla singlara hacia el sudoeste; lo que
obtuvo finalmente, no sin dar después una linda prueba
de indisciplina? No podemos descartar esta hipótesis que,
si fuera exacta, nos indicaría por qué Pinzón se fue a
Roma. También nos explicaría por qué· y cómo Vicente
Yánez Pinzón, sobrino de Martín Alonso, armó de su ha-
cienda, en 1499, una expedición a América y alcanzó justo
el punto de la costa que, según todo parece demostrar,
había tocado Cousin once años antes. ·
Otro _viaje dieppense; acerca del cual tenemos prue-

157
bas documentales, el que realizó, en 1503, el capitán de
Gonneville, no tuvo por razón de ser el trueque rutinario
que permitía obtener el palo brasil, sino la toma de pose-
sión de tierras mucho más meridionales que las que
frecuentaban hasta entonces los navíos normandos. Con-
tamos en una obra anterior (43 ) la expedición que llevó
L'Espoir a las costas del Guayrá -el actual Estado bra-
sileño de Santa Catalina- y la estada de seis meses en
la región que permitió a Gonneville echar las bases del
servicio regular que organizaron, tan pronto como volvió,
dos armadores dieppenses, los célebres hermanos Ango.
Hasta 1555, fecha en la cual Villegaignon fundó, en Río
de Janeiro, su efímera Francia Antártica, verdaderas flo-
tas mercantes partían regularmente, para el Brasil, de
Dieppe, Honfleur, Ruán y El Havre. Las relaciones entre
N ormandía y la Tierra de los Papagayos eran tan estre-
chas que, en 1550, se pudo organizar en Ruán, en oportu-
nidad de la visita de Enrique 11 y Catalina de Médici, una
fiesta india con la participación de cincuenta tupinambáes
y de doscientos cincuenta marineros e intérpretes que
habían vivido en el Brasil.
Al dirigirse hacia el sur a lo largo de las costas sud-
americanas, Gonneville verosímilmente sabía adonde iba.
Pues el Guayrá, del que tomó posesión en nombre del rey
de Francia, había formado parte, en los siglos xn y XIII
del imperio vikingo de Tiahuanacu. No volveremos aquí
sobre la demostración que hicimos anteriormente (4 ) de
la presencia de daneses, a partir del siglo x, en la América
Central y la América del Sur, ni sobre las excavaciones
y relevamientos (43) que nos permitieron descubrir, en el
Paraguay, inscripciones rúnicas que pudieron traducirse.
Recordemos simplemente que establecimos que, hacia 1250,
los vikingos de Sudamérica habían retomado contacto con
sus primos de Europa y, en especial, de Normandía y ha-

158
bían traído de vuelta a un.sacerdote católico que llamaban
Thul Gnupa, el Padre Gnupa. Los indígenas del Guayrá
y del Paraguay conservaban su memoria con el nombre de
Pay Zumé, lo que hizo creer a los jesuitas que evangeliza-
ron la región, a principios del siglo XVII, que el apóstol
Santo Tomé los había precedido en América. Sabemos por
el mapa de Waldseemüller que otros, cien años antes, ya
habían tenido la misma idea.
La toponimia del Paraguay y del Guayrá, y es éste el
punto que nos interesa aquí, aún conservaba, en la época
de la conquista española, rastros importantes de la pre-
sencia danesa. Dos mapas nos lo prueban. El primero (fo-
to 13), diseñado por Hulsius, en Nurembergo, en 1599,
luego antes de la llegada de los jesuitas al Paraguay, es
sumamente inexacto, aun en lo que atañe a la costa. La
isla Santa Catalina, por ejemplo, se halla unos ocho gra-
dos demasiado al norte y el Cabo San Vicente, que está
situado en la entrada del Golfo de Santos, se encuentra
en la desembocadura de un río Guanabara, en realidad
la Bahía de Guanabara, en cuya orilla está edificada Río
de Janeiro. En el interior, el río Paraguay, extrañamente
denominado Parabol, toma su fuente en los Andes y su
curso se confunde con el del Pilcomayo, mientras que el
Paraná toma su lugar, desde la mítica laguna de los Xa-
rayes -aquí Eupana- de donde sale. Tal imprecisión no
tiene por qué sorprendernos, pues ·el mapa de Hulsius es,
según creemos, el primero que haya incluido el Paraguay,
en una época en que sólo los alrededores de ASunción ha-
.plan sido explorados a fondo,. y lo diseñó un geógrafo de
gabinete que debía necesariamente . llmitarse a recopilar
elementos de origen múltiple, sin poder analizarlos ni
menos aún interpretarlos. Así encontramos en la región
que nos interesa toponímicos guaraníes, españoles, portu-

159
•,.
,gueses y franceses, u ortografiados a la francesa, pero
también tres nombres netamente escandinavos.
El primero, Froenirtiere, designa una localidad situada
justo al norte de Asunción. El profesor Hermann Munk
ve en él un compuesto norrés de fronir, nominativo plural
de frono, "bien .del señor, bien común", y de djara, alqui-
trán, cuya raíz indoeuropea dru o drew dio triu en gótico
y tree en inglés, con el sentido de árbol. Tendríamos así
"Bien:es del Señor-bosque": Bosque común.
El segundo toponímico, WeibingO, designa otra locali-
dad situada sobre el "Parabol", al oeste de Asunción. Su
significado es mucho más claro que el anterior. La pala-
bra viene, en efecto, del norrés vej, camino, y vink, señal,
o vinkel, ángulo, recodo, dos términos que, por lo demás,
tienen la misma raíz. Precisemos que la b y la v se
pronuncian del mismo modo, en español -y las informa-
ciones recibidas por Hulsius eran necesariamente de ori-
gen español- y que, en aquella época, se las escribía
constantemente la una por la otra. Por otro lado, la k y la
g se expresaban, en escritura rúnica tardía, mediante una
sola y misma letra. Por fin, la .w para rendir el sonido v
es normal bajo la pluma de un alemán. El sentido de
W eibingo puede ser, por lo tanto, "Señal del Camino" o
"Recodo del Camino". ·
El tercer nombre de lugar netamente escandinavo
pertenece a una localidad situada al sud-sudeste de Wei-
bingo, del otro lado del "Parabol": Naperüs, que viene del
norrés hnapp, balde, palangana, taza.
Mencionemos también otro toponímico de consonancia
germánica, cuya interpretación es menos segura: Lüburic
Saba, al sur de Weibingo, que parecería ser el nombre de
un afluente del "Parabol" si el río no tuviera también
otro: Stuesia. Lüburic, nos dice Hermann Munk, viene
del norrés leyfa, cuya raíz es lub, laub o liu (lü) y que

160
significa "permitir,_ alquilar". Saba derivaría del viejo alto
alemán sap, savia. El sentido global del vocablo se nos ·
escapa. Dubero (Duber), nombre de una aldea situada
entre Asunción y Weibingo también parece germánico,
pero resiste cualquier intento de traducción.
El otro mapa (foto 14) fue enviado a Roma por el P.
Diego de Torres, provincial de la Compañía de Jesús, con
su carta annua del 17 de mayo de 1609. Es mucho más
exacto que el anterior, especialmente en lo que atañe al
curso del Paraná, por lo menos hasta la altura de la
Laguna de los Xarayes, al sur de la cual figura la locali-
·dad de Puerto de los Reyes, fundada en 1549 por el ade-
lantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca. El autor del mapa
evidentemente bebió de varias ~uentes de información,
como lo prueba la ortografía portuguesa -Taquari- del
río Tacuarí, pero algunos de sus datos provienen, sin duda
alguna, de los misioneros de la Compañía. Los padres Ca-
taldino y Maceta, exploradores y colonizadores del Guayrá
-la región situada entre el Paraná y el Océano Atlántico,
al norte de la Sierra dos Patos, de nombre hispanoportu-
gués- eran italianos, y el Marañón, o Alto Amazonas, lle-
va el nombre del primer navegante español que lo reco-
rrió, Orellana, pero ese nombre está escrito a la italiana,
Oregliana.
De los toponímicos norreses o de consonancia germá-
nica del mapa de Hulsius, sólo queda Weibingo. Las aldeás
de Naperüs y de Dubero han desaparecido lisa y llana-
mente, como también el río a lo largo del cual se leía
Lüburic Saba. En contrapartida, .e~contramos tres otros
nombres de lugar del mismo género en el Guayrá. Uno
de ellos, al nordeste del confluente del Iguazú · (mal or-
tografiado Iguzú) y del Paraná, no está acompañado por
ningún símbolo. topográfico y no sabemos, por lo tanto, a
qué tipo. de acCidente se refiere. Se trata de uri vocablo

161
norrés indiscutible: Storting, "Gran Asamblea", que viene
de stor, grande, y de thing, asamblea. El sonido th no
existe en guaraní, idioma en el cual la palabra llegó a los
oídos del cartógrafo o de su informante. Por lo demás,
aún hoy, el parlamento noruego se llama Storting.
El segundo de los toponímicos norreses en cuestión es
el de la aldea de Tocanguzir, situada sobre el r'ío Parana-
pané -aquí, Tocanguazú-, un poco al este de la desem-
bocadura de su afluente el Taquarí, y al norte de otra
localidad denominada, en un guaraní mal ortografiado,
Abangobi, de ava, indio, y hovi, amontonar: "Muchedum-
bre de indios". Tocanguzír viene del norrés toga) genitivo
plural de tog, expedición, y de husir, nominativo plural
de hus, casa: "Casas de las Expediciones". La n es eviden-
temente fonética, como en Abangobi. La h aspirada, que
no existe en castellano, se convierte, en las trascripciones
de la época, en una g. La s y la z, en la América meridio-
nal como en algunas provincias de España, son intercam-
biables.
Queda, por fin, el nombre de Tocanguazú, atribuido por
error a un río, pero que Cabeza de Vaca da a un cacique
-:-Y por lo tanto a una aldea, pues llama a menudo a los
jefes indígenas por el nombre de sus posesiones, al modo
europeo- y que su secretario, Pedro Hernández, escribe
Tocaguazú. Las dos primeras sílabas de este toponímico
son norresas, acabamos de verlo. No es éste el caso de
guazú que significa "grande" en guaraní. Tal acoplamiento
no tendría sentido alguno. Creemos que guazú es la de-
formación guaraní del quichua huasi, casa, que, a su vez,
es una deformación, por los indios del Altiplano donde los
vi~ingos tenían su capital, del norrés hus. Eil dos formas
distintas, una de las cuales es bien norresa mientras que
la otra muestra la infltiencia sucesiva del quichua y del
guaraní, Tocanguzir y Tocanguazú indican, pues, dos To-

162
gahusir, dos albergues de etapa en el camino que llevaba
del Atlántico a Asunción y a Tiahuanacu. El cartógrafo
recogió los vocablos sin entenderlos y lo confundió todo,
como lo demostramos en una obra anterior (43 ).
La toponimia norresa del Paraguay y del Guayrá debía
de comportar muchos otros nombres que los españoles,
por una u otra razón, no relevaron, pero que sólo desapa-
recieron lentamente del uso local. Tres de ellos, por lo
menos, se empleaban aún a fines del siglo XIX. Los en-
contramos en un atlas alemán de 1894 (50 ). En su mapa
del Paraguay figuran, al este del río· del mismo nombre,
en una zona que pertenecía entonces a. Bolivia, tres aldeas
que llevan los nombres extraños de Paat de Egippemin,
Paat de Keira y Pidma Paat. Esto no es ni guaraní, ni
español, salvo la preposición "de", ni alemán. En nori'és,
por el contrario, paat significa "camino hondo", "sende-.
ro". En Egippemin, el profesor Hermann Munk reconoce·
sin dificultad·.el norrés egg, rincón, y ve en pemin un de-
rivado del indogermánico pemph, crecer, de donde pro-
ceden el latírt pampinus, pámpana, el inglés pimple, gra-
no, el alemán Fimme, hacina. Falta el vocablo norrés
correspondiente, pero sabemos qpe los vikingos del Pa-
raguay venían del Schleswig y hablaban un dialecto in-
termedio entre el norrés y el antiguo bajo alemán (4• 51 ):
Paat de Egippemin querría decir, pues: ·~camino de la
Hacina del Rincón". Pero esta interpretación es incierta,
lo que, pór lo demás, no tiene nada de sorprendente si
se piensa que el toponímico se trasmitió oralmente du-
rante varios siglos. La preposición española que une sus
dos términos bastaría para mostrar que sufrió una modi;,
ficación. Los dos otros nombres son más fáciles de traducir.
Keira parece derivar del norrés keis, curva, recodo: Paat
de Keira significa, pues, "Camino tortuoso". Y Pidma, del
porrés bita, mordedura, cuya raíz indogermánica es bhid,

163
dividir. De ahí el sentido de Pidma Paat: "Camino de la
Bifurcación" .
... ~i aún ·se podía, en 1599, y hasta en 1894, relevar en el
Paraguay y en el Guayrá toponímicos norreses, es infini-
tamente probable que los normandos, que frecuentaron
asiduamente la región durante medio siglo, a partir de
1503, los hayan oído mencionar por los indígenas con los
cuales mantenían excelentes relaciones. Más aún, debieron
de entrar en contacto cori descendientes de los vikingos
que, a principios del siglo XVI, todavía no estaban tan
degenerados como en nuestros días, puesto que pudimos
relevar, en el Paraguay, inscripciones rúnicas de 1431 y
1457(43 ). Hasta habían debido de identificarlos, puesto que
se encontraban, a bordo de los navíos normandos, marine-
ros que habían frecuentado los puertos daneses y debían
de comprender el dialecto norrés que aún hablaban los
que, con el tiempo, se han convertido en los "indios blan-
cos" guayakíes (43 ). Tenemos la prueba de que, efectiva-
ment~, así sucedió. ·
En el mapa de Hulsius (foto 13), leemos, en efecto, en
el lugar del Guayrá, en grandes letras como si se tratara
del nombre de la región, la inscripción C. Daría, sin .nin-
gún símbolo topográfico. La abreviatura C., seguida de
un vocablo femenino, sólo puede significar, en un mapa,
Civitas, Ciudad o Cidade, "ciudad" en latín, español y por-
tugués, respectivain.ente; o Costa, en bajo latín y en los
dos idiomas modernos arriba mencionados. Pero la pala-
bra Daría, que no es ni francesa ni guaraní, no quiere decir
nada en ninguno de los idiomas. en cuestión. ¿ Trataríase
de una mala trascripción del geógrafo alemán o de su
editor holandés? Hay una buena razón para creerlo. Ob-
servemos, eri efecto, la parte que nos interesa (foto 15)
del globo de Vulpius, .anterior en cincuenta años al mapa
de Hulsius. En el lugar' del Guayrá, leemos Costa Danea,

164
"Costa Danesa", en bajo latín. La n de Danea puede fácil-
mente tomarse por una r. Hulsius, que evidentemente no
estaba al tanto, debió de encontrar inverosímil el nombre
de Costa Danesa y leer Darea en lugar de Danea. Y como
Darea, no sólo carece de todo sentido, sino que además
choca el oído de todo latinista, escribió Daria que tiene la
consonancia del femenino -inexistente~ de Darius.
.
-- _ Esta Costa Danesa, los normandos la habían oído
cionar muy a menudo mucho antes del viaje de Gonne-
.
m"en-

vÚle, y tal vez la. frecuentaran desde hacía cient.o cincuen-


ta años, como la del Amazonas adonde iban, desde media-
dos del siglo xm, a buscar el palo brasil. La misión en-
viada a Europa, hacia 1250, por los daneses de Sudamérica
había alcanzado ·Escandinavia ....,...el tapiz de Ovrehogdal,
en el cual se veri llamas (4 ) lo atestigua-, pero también
Norman~Ha: la estatua preincaica ·de Tiahuanacu, que se
conoce como El Fraile, es la copia perfecta; estilo aparte,
de un apóstol del portón central de la catedral de Amiens .
y el friso de la Puerta del Sol reproduce en sus menores
detalles, como lo demostró Héctor Greslebin (4 ), la adora:..
ción del Cordero que figura en el tímpano de esa misma
iglesia. Ahora bien: Dieppe, la ciudad de Jean Cousin y
de Paulmier de Gonneville, es el puerto natural de Amiens,
a unos cien kilómetros. Por supuesto, esos aparecidos que
surgían del Mar Tenebroso debieron de ser largamente
interrogados por los marinos normandos. Ahora bien: co-
nocían perfectamente las costas sudamericanas y, según
las tradiciones indias recogidas por los cronistas de la
época de la Conquista, habían ido hasta el estrecho del
Sur (43 ). Su imperio se extendía desde la actual Colombia
hasta el sur de Valparaíso, en Chile: la costa del PacÜico
no debía de tener secretos para esos incomparables na-
vegantes. Tenían, por otra parte, · varios puertos en el
Atlántico (51 ): hasta sabemos (43) en qué lugares _recaló el

165
barco que trajo el P. Gnupa de Europa: la Bahía de Todos
los Santos y el actual Cabo Frío, al norte de Río de Janei-
ro, punta meridional de un gran golfo cuya punta septen-
trional se llama aún hoy Cabo Santo Tomé: justo los dos
lugares donde Gonneville tocó tierra cuando su viaje de
vuelta.
Inútil agregar que los marinos daneses que se lanzaron
en el Océano para ir a Europa .debían de estar provistos
de mapas de Sudamérica. Y es lógico suponer que no ha-
bían debido de enconderlos al llegar a Normandía: no
tenían por qué temer ni rivalidad polític.a ni competencia
comercial. Si las cosas sucedieron de esta manera, sabemos
dónde W aldseemüller pudo procurarse un mapa del sub-
continente que sólo marinos cultos que hubieran recorrido
todas sus costas podían haber diseñado. ¿Pero por qué, en
estas condiciones, no hizo figurar en su mapamundi el
Estrecho "de Magallanes"? El o su amo debían de tener.
sus razones. Pues Maese Hylacomilus no omitió el pasaje:
lo cortó o, por lo menos, cortó su emplazamiento, sacrifi-
cando la armonía de su obra. Para limitar América al
409 paralelo, tuvo que abrir, ya lo vimos, el marco de su
mapa para que el Africa, que hacía descender demasiado
hacia el sur, no quedara trunca. ¿Era esto ignorancia de
su parte, o disimulación? De. cualquier modo, otros -uno,
por lo menos- no desconocían, pocos años después, sin que
se hubiera producido ningún hecho nuevo, la existencia
del Estrecho. Pues, en 1515, Johann Schoner, mero pla-
giario de Waldseemüller por lo demás, diseñó el pasaje
en su famoso globo.

166
VII

El secreto dieppense
Llegado al final de nuestro análisis, nos es fácil re-
construir la novela -vivida- de espionaje cuya conclu-
sión fue el "descubrimiento", en 1492, por un apátrida al
servicio de España, de un "Nuevo Mundo" cuyas costas
occidentales los romanos, sin hablar de los hindúes· ni de
los· .chinos, ya frecuentaban a· principios de nuestra era.
' Tbdo empieza hada 1250, cuando un barco enviado por
los- vikin.gos establecidos en Sudamérica desde el siglo· xr,
re6:aJa en Normandía, probabiemente en Dieppe. Del viaje,
~enémos pruebas sólidas: existen aún, en Tiahuanacu, es-
culturas preincaicas que reproducen motivos del portón
~eotral de la catedral de Amiens, terminadC> en 1236; las
· tradiciones indígenas nos relatan la llegada al Guayrá, en
la:misma época, de un sacerdote católico, el P, Gnupa, y
Jos norJ1lándos empiezan a importar rollos de palo brasil
que 'sólo podían encontrar en las selvas amazónicas o en
las Antillas. Optimos navegantes, los daneses de Sudam~­
fica que habían explorado, lo sabemos, todas las costas
del subcontinente, sin ninguna duda habían llevado con-
sigo, al lanzarse en el. Océano, todos los mapas que habían
elaborado. Estos se copiaron en Dieppe. Los ·descendientes
de los vikingos 'no tenían razón alguna de esconderlos
a sus liuéspedes y primos. Los dieppenses, que· empiezan
en seguida a utilizarlos, tienen, por el contrario,· .el ma:yor
interés en conservar el monopolio de la importación ·de
uno de los productos más cotizados de la Edad Media, lue-

169
go a guardar el secreto de las tierras occidentales donde
se lo procuran.
Ya se conocía en Europa, por la Historia ecclesiastica de
Adán de Brema, la existencia de las colonias vikingas del
Vinland. Pero no se debía de darles mucho más importan:..
cia que a la isla de San Brandán o a las tierras de Madoc:
meros temas de baladas para los troveros y de ensueños
para los marinos. Todo cambia a partir del moq¡.ento en
que se tienen pruebas tangibles -un barco que llega, hom-
bres extrañamente vestidos que describen sus riquezas,
mapas que muestran su extensión y sus contornos- de la
realidad de un continente inmenso donde los escandinavos
se han conquistado un imperio, de un continente adonde
se puede, de ahora en adelante, ir a buscar el precioso
palo brasil. ¿El Vinland no sería la prolongación septen-
trional de ·la Tierra de los Papagayos? Es fácil informarse.
Los normandos nunca habían perdido completamente el
contacto con su madre patria danesa. A principios del si-
glo xrv, y tal vez antes, relaciones marítimas seguidas se
establecen entre el Ducado y el Reino (52 ). En Dinamarca,
los dieppenses se procuran sin dificultad, no sólo informa-
ciones aún frescas -el último viaje conocido al Markland
es de 1347-, sino tambien mapas como los que reproduji-
mos.· Por eso, no tardaron mucho en ir a pescar bacalaos
en Terranova.
Los normandos tienen la fama merecida de ser los· más
desconfiados de los franceses. Ningún secreto, sin embar-
go, puede ser guardado indefinidamente, por más precau-
ciones que se tomen. Las expediciones al Amazonas son
presentadas como viajes de rutina en las costas del Africa
y se hace ju;rar a los ma_rinos que en ellas participan ca-
llar su verdadero destino:· pero el brasil que entra por los
puertos normandos llama la atención, especialmente en
las ciudades italianas que tenían, hasta entonces; el mo-

170
nopolio de su comercio. Y si los dieppenses nunéa hablan
de pesca de altura, sus vecinos y rivales bretones de Saint-
Malo, por ejemplo, no pueden ignorar por mucho tiempo
que barcos normandos vuelven cargados con pescados, ·de ·
una especie desconocida a lo largo de las costas francesas,
que, S(:!cados y salados, constituyen una mercadería de alto
provecho: el Stockfisch, que sólo la Hansa, hasta entonces,
podía proveer. Los pescadores de Saint-Malo, de La Ro-
chelle y de los pequeños puertos de Gascuña no tardan
en seguir a los dieppenses hasta Terranova, adonde, tal
vez persiguiendo sólo las ballenas, también llegán los
vascos.
Corre el tiempo. Portugal, que ha dado asilo a buena
par.te de la flota templaría, se convierte en una potencia·
marítima. El infante Enrique el Navegante elabora el pro-
yecto de procurarse las especias sin pasar por los árabes
y los italianos. Se va a buscar en Berbería, luego en Gui-
nea, la malagueta (Amomum grani paradisi), o pimienta
negra, y la canela. ¿Por qué no traer también la madera
de tintura, como lo hacen los normandos? ¿Pero dónde la
encuentran éstos? Portugal tiene a sus espías que infor-
man a Lisboa que los barcos dieppenses descienden efec-
tivamente a lo largo de las costas del Africa hasta el
Ecuador, pero se lanzan después en el Atlántico y alcan-
zan una gran isla donde recogen la preciosa madera. Es
probable, inclusive, lo veremos, que obtengan alguna co-
pia más o menos exacta del mapa vikingo de la Améric~
del Sur. El contenido de sus informes no es muy verosímil
y los portugueses creen que se trata de "intoxicación",
cqmo se dice hoy día en los servicios de informaciones.
Aún no piensan sino en la ruta de las Indias por el Cabo
de Buena Esperanza que sus navíos no van a demorar mu-
cho en pasar. Se deposita el material dieppense en la
Tesoure~ia -¿quién sabe?- y na~ie piensa más en él.

171
Por su lado, los italianos, preocupados, no sin razón,
por la competencia incomprensible de los normandos, bus-
can, también ellos, informarse. Recogen algunos rl,lmores
. imprecisos acerca de tierras situadas más allá del Atlánti-
co, a veces en el Sur, otras veces en el Norte, y que se
llaman, en Normandía ~generalizan-, Brasil o Bracir.
Los cartógrafos anotan religiosamente la "isla" en sus
mapas, en el lugar donde las informaciones recibidas acon-
sejan situarla. -Andrea Bianco, en 1436, demuestra tener
mejores datos que los demás- y, cuando ésas son con-
tradictorias, no vacilan en representar varias veces, en
puntos distintos del Océano, la tierra misteriosa que pa-
rece gozar del don de ubicuidad.
El brasil constituye un problema, pero hay otros. La
malagueta y la canela que los portugueses importan del
Africa compiten peligrosamente con las especias del Ex-
tremo Oriente. Mucho antes de Cantino, espías italianos
debían, pues, de "trabajar" en Lisboa y la Tesouraria del
Rey, un tanto permeable, ya lo vimos, merecía sin duda·
alguna toda su atención. En ella se consiguen, a fuerza de
ducados, informaciones que permiten agregar a los ma-
pas del Atlántico las grandes islas antillanas, y hasta re-
presentar detrás de ellas -Pareto, en 1455-. el vago tra-
zado de las costas continentales de América: alguien había
echado una ojeada, sin poder copiarlo, al mapa del Nuevo
Mundo traído a Dieppe por los vikingos de Tiahuanacu
y completado gracias a los datos obtenidos en Dinamarca
respecto del Vinland.
¿Quién tuvo entonces esa idea gehial? La Geografía
de Ptolomeo constituía, en la Edad Media, especialmente
desde el siglo XIII, el texto fundamental de todos los es-
tudios cartográficos. En el mapamundi que la ilustraba
figuraba, en los confines del Extremo Oriente, la Tierra
de Cattigara cuyas costas orientales no estaban represen-

172
tadas. ¿Fue Toscanelli quien, por primera vez, tuvo la
idea de completarla con el trazado del mapa vikingo? No
es imposible. Tal vez ya esté en correspondencia, en 1457,
fecha del mapa: que se le atribuye, con el canónigo Mar-
tínez o Martins. Sin embargo, su trazado de la "India
Oriental" no es lo bastante parecido como para que es-
temos seguro de ello. Por el contrario, no hay ninguna
duda en lo que atañe al mapa diseñado, en 1489, por Hen-
ricus Martelius: en él, la Tierra de Cattigara se convierte
en una enorme península cuya forma general mucho se
acerca a la de Sudamérica, Tierra del Fuego incluida. ·
Pero alguien se había adelantado al geógrafo alemán: en
el archivo secreto de Lisboa, Colón no se había limitado
a copiar la carta de Toscanelli. Había visto el mapa de
Dieppe, o tal vez algún mapamundi diseñado por Martín
Behaim sobre la base del mapa en cuestión. De ahí su
viaje a Thule, destinado a confirmar los datos así reco-
gidos. De ahí también su certeza de que el Nuevo Mundo
se confundía con la Tierra de Cattigara y estaba situado
donde se encuentra realmente. Es asimismo en la Tesou-
raria de Lisboa que Magallanes, unos años más tarde,
hurta el mapa, atribuido por Pigafetta ¡:t Behaim, en el
cual figura el estrecho meridional de América. Si no se
trata del Mapa de Dieppe, o de algún otro que se haya
inspirado en él, no puede ser sino una copia del globo
de Schoner,. terminado en 1515, cuatro años antes de que
el tránsfuga portugués presente su proyecto a Carlos V.
Esta última hipótesis nos lleva al "mapa imposible" de
Saint-Dié.
Waldseemüller, ya lo vimos, no es sino un magnífico
artesano. Su oficio es diseñar y grabar mapas. Para ello,
utiliza los datos que se le suministran, sin que su cultura,
sumamente mediocre, le permita evaluarlos: coloca sin
, vacilar una abadía· -le pertenezca o no un error de

173
traducción tan ridículo- en la América del Sur de los
primeros años del siglo xVI. Técnico extraordinario, in-
venta la proyección globular que exige cálculos complica-
dos, pero no vacila en desplazar toda una serie de toponí-
micos doce grados hacia el sur, sin preocuparse en abso-
luto por la incoherencia que de ello resulta: la parte más
o menos inexplorada de Sudamérica cubierta de nombres
de lugar y el Nordeste, ya bien conocido, casi en blanco.
Nadie, por otra parte, en el Gimnasio Vosgense, parece
saber más que él en el campo de la geografía. Por eso no
debe sorprendernos que su mapamundi de 1507 esté hecho,
manifiestamente, de tres elementos de distinto origen.
El primero es el antiguo continente tal como lo había
representado Henricus Martellus, con la Península de Cat-
tigara en forma de América del Sur. No lo debe, sin em-
bargo, al geógrafo alemán, pues le agrega una novedad: el
estrecho que divide la "Tierra del Fuego". Maese Hylaco-
milus, por lo tanto, copia un mapa arcaico y lo hace sin
entender que la "India Oriental" que en él figura no es
sino la parte meridional de América. Intercala, en efecto,
el Nuevo Mundo -su segundo elemento- entre el Asia
oriental y la Europa occidental: una América del Sur casi
completa, la América Central colombina y una América
del Norte reducida al Vinland con el agregado de la Flo-
rida. En fin, cubre la costa oriental de Sudamérica con
una serie de toponímicos -tercer elemento- que provie-
nen de mapas y relaciones diversos y, cuando sólo dispo-
ne, como en el caso de la América meridional, de vagas
indicaciones topográficas, sin las latitudes correspondien-
tes, los coloca a la buena de Dios. Lo cual demuestra que
está utilizando un mapa mudo.
Cosa extraña, a primera vista: el diseño de la América
del Sur es notablemente exacto, en el mapamundi de Saint-
Dié, salvo que no pasa del 40° paralelo, faltándole, pues, el

174
estrecho y la Tierra del Fuego, pero él .de la América del
Norte a la vez está atrasado con respecto a su época, pues-
to que no comprende ni Groenlandia, ni las Baccalaurae,
ni Terranova, y muy adelantado, ya que nos presenta el
continente completamente separado del Asia. Ahora bien:
estas dos características, aparentemente contradictorias,
son muy exactamente las del Mapa de Dieppe, y de ningún
otro; del mapa íntegro, y no de la copia parcial ....:....¡a Amé-
rica del Norte no figura en ella, puesto que Colón une el
Nuevo Mundo con el Asia- de que dispone la Tesouraria
de Lisboa.
Por otro lado, la toponimia sudamericana de Waldsee-
müller no es exclusivamente portuguesa y española. No
aludimos' aquí a los nombres de lugar latinos, los que
pueden tener cualquier origen, sino a la mención de una
Terra S. Thome en el lugar del Guayrá, donde los misio-
neros recogerán más tarde la tradición del paso de Pay
Zumé, de ese Thul Gnupa del que harán Santo Tomé.
Desde el punto de vista meramente lingüístico, el nom-
bre mencionado por Waldseemüller puede ser portugués,
aunque le falta el acento que exige la e final, error de
ortografía admisible en un cartógrafo alemán, o latino,
puesto que, en la época, a menudo se sustituía con e el
diptongo ae. Sin embargo, la primera hipótesis es difícil
de aceptar. Terra S. Thome no es un nombre arbitraria-
mente dado a algún punto del mapa, como todos los de-
más, sino el fruto de un estrecho contacto con los indíge-
nas. Ahora bien: los portugueses aún no frecuentaban el
Guayrá que ocuparán recién en el siglo XVII, después de
rechazar a los españoles. Por ell~ la región toda está en
blanco, en el mapa de Saint-Dié, sin un solo nombre, sin
un solo río siquiera. Por el contrario, ios normandos man-
tenían allá, desde el viaje de Gonileville, las mejores rela-
ciones con los habitantes, algunos de los cuales, por lo

175
demás, no debían de ser indios, sino daneses. Parece, pues,
que a ellos se deba atribuir el nombre latino de Terra S.
Thome. Cien años antes de los españoles, habían debido
de oír hablar del sacerdote cristiano que los descendientes
de los vikingos llamaban Gnupa y los indios, Zumé, en
el cual habían creído reconocer al apóstol Santo Tomé.
¿Cómo el Mapa de Dieppe habrá llegado a Saint-Dié?
Notemos, en primer lugar, que el secreto ya no puede
ser tan estricto como. antes. Todo el mundo ahora, conoce
América. Al servicio del rey de Inglaterra, Juan y Sebas-
tián Cabot explorarOn las costas del Labrador y de Te-
rranova. Los portugueses lanzan expediciones y más ex-
pediciones hacia Sudamérica. Guardar silencio acerca de
lo que ·otros proclaman ya carece de todo sentido, para
los dieppenses. Hasta pueden tener interés, para defender
los derechos que la bula de Alejando VI niega a los fran-
ceses, en hacer conocer los precedentes que juegan en su
favor. Algunos pueden creerlo, por lo menos. Algunos, de
cualqui€!r modo, pronto lo creerán. Tal vez no sea sin ra-
zón que los dieppenses sostienen, hoy día, que sus car-
tógrafos fueron los primeros en separar, en sus mapa-
mundi, América del Asia (53 ) •
Renato II se apasiona por la geografía. ·Soberano de
una Lorena sin costas, no es un competidor para las po-
tencias marítimas y ellas no lo temen. Dispone, por su-
puesto, de importantes medios materiales. Por otro lado,
mantiene inmejorables relaciones tanto cort el Rey de
Francia como con el Emperador de Alemania. Se aprove-
cha de esas ventajas para procurarse informaciones que
trasmite a Saint-Dié y a Estrasburgo. Algunas vienen de
Francia, como la Lettera de Vespucio, que manda, en tra-
ducción francesa, al canónigo Lud. Es altamente probable
que sea él quien haya procurado al Gimnasio Vosgense

176
el Mapa de Dieppe, obtenido por vía diplomática o com-
, prado por alguno de sus espías.
La hipótesis diplomática es la más verosímil. Francia
tiene, en efecto, un interés manifiesto, en ese principio del
siglo XVI, en demostrar al mundo -y al Pap·a- que los
españoles y los portugueses no descubrieron nada que no
s.e conociera ya anteriormente. La maniobra, ''de haberse
llevado a cabo, dará buenos resultados. Clemente VII ten-
drá que declarar; en 1533, que la bula en cuestión "sólo
concernía a los continentes conocidos y no . a. las tierras
descubi~rtas ulteriormente por otras coronas". Dicha bula
es de 1493. El Papa tendrá, por. lo tanto; que admitir que
la América :central y la América del Sur eran, inmedia-
tamente después del primer viaje de Colón, quien, sin
embargo, aún no había alcanzado sino ·las Antillas, un
continente conocido. Mantendrá el privilegio hispanopor-.
tugués,. pero cederá en cuanto a Norteamérica, de la que
sólo una pequeña parte figura en el mapa de Waldseemü~
ller. Francia puede colonizar libremente el Ca~adá. Sólo
· le queda prohibida la Tierra de los Papagayos; interdic-
ción ésta que, por lo demás, Francisco I y Catalina de Mé-:
dici no acatan en absoluto. ·
Si nuestra hipótesis es exacta, París busca, al hacer
divulgar por un tercer-o el Mapa de Dieppe, trabar a los
españoles y portugueses en sus pretensiones: no suminis-
trarles informaciones que puedan incitarlos a ir adelante.
La América del Sur, de acuerdo, pero sin el estrecho. Por
eso el Duque ·Renato da órdenes al Gimnasio Vosgense
para que el mapamundi que le encarga diseñar no com-
porte el pasaje meridional, ni se acerque siquiera en de-
masía al lugar donde se encuent:r:a. Waldseemüller, por
lo tanto, corta su mapa en el 40° paralelo,. con la cónse-
cuencia de que de~e así abrir su marco para respetar el
Sur del Africa, que sitúa erróneamente a los 45 grados.

177
Gracias a su impresionante mapamundi, Waldseemüller
se convierte de repente en un hombre célebre. Los cosmó-
grafos de Alemania, sus compatriotas, toman contacto
con él. Quieren saber de dónde su joven colega sacó las
informaciones que ·le permitieron diseñar su "mapa impo-
sible" y por qué, en éste, la América del Sur está trunca.
Maese Hylacomilus habla. Por eso, cuando Johann Scho·
ner, en 1515, construye su globo, copia el mapamundi de
Saint-Dié, con la grotesca mención de la Abatia Omnium
Sanctorum, incluso un error de ortografía que le perte-
nece en propio -abatia con una sola b-, y la Sti Thome
Terra, indudablemente en latín, esta vez, pero le agrega
el estrecho meridional y una Brasilie Regio en la cual se
confunden la Tierra del Fuego y la tradicional Terra Aus-
tralis. Y Apiano que, en 1520, plagía lisa y llanamente a
Waldseemüller prolonga de unos grados hacia el sur un
Nuevo Mundo cuya punta meridional está rodeado por el
océano. El hecho de que, en ambos casos, el estrecho esté
situado demasiado al norte, pero, no obstante, muy al sur
del Río de la Plata, proviene evidentemente de la impre-
cisión del Mapa de Dieppe. La prueba de ello es que Ma-
gallanes no vacilará ni un instante frente al inmenso es-
tuario del río y sólo empezará a buscar el pasaje a la
latitud indicada por el mapa que hurtó en la Tesouraria
del Rey de Portugal.
Todo está claro, ahora. Los dieppenses eran deposita-
rios, desde el siglo xnr, del secreto de América, que ha-
bían recibido de sus primos vikingos. El mapa que dise-
ñaron sobre la base de datos que provenían de los daneses
de Tiahuanacu y de los noruegos de Islandia no había es-
capado del espionaje portugués. En Lisboa, Colón y, luego,
Magallanes hurtaron copias parciales que no podían, por
supuesto, exhibir en Portugal. Ambos pasaron a España y
allá obtuvieron los medios que necesitaban, el uno fal-

178
seando deliberadamente las dimensiones del globo, el otro
mostrando un mapa incompleto. Ya en 1493, sin embargo,
el Rey de Francia se inquietaba de la repartija del m\llldO
entre los portugueses y· los españoles, tal como la había
determinado Alejandro VI. Decidió demostrar que las po-
tencias ibéricas no habían descubierto nada. Actuó por
intermedio de su buen primo el duque de Lorena e hizo
publicar en Saint-Dié el Mapa de Dieppe, voluntariamente
mutilado. Hubo indiscreciones y Schoner, unos años más
tarde, dio su trazado íntegro. Del secreto dieppense ya no
quedó nada, salvo el misterio del "Descubrimiento" y el
de un mapa imposible. Creemos haberlos develado.

179
NOTAS BIBLIOGRAF'ICAS

( 1) Herrmann, Paul: Historia d.e Los descubrimientos geográficos,


traducción castellana, Barcelona, 1967.
( 2) Gandía, Enrique de: Primitivos navegantes vascos, Buenos
Aír.es, 1942.
( 3) !barra Grasso, Dick Edgar: "La representación de América
en mapas romanos de tiempos de Cristo", Buenos Aires, 1970.
(Las comillas son del autor.)
(4) Mahieu, Jacques de: El gran viaje del Dios-Sol, Buenos
Aires, 1976.
( 5) Braudel, Fernand: Las civilizaciones actuales, traducción cas-
tellana, Madrid, 1969.
( 6) Cortesáo, A. Z.: Cartografía e cartógrafos dos séculas XV
e XVI, Lisboa, 1935.
(7) Aristóteles: De coelo, 11, 14.
(8) Aristóteles: De mundo, 111.
(9) Aristóteles: Meteorologica, 11, 5.
(lO) Estrabón: Geographia, L. l.
( 11 ) Séneca: Questiones naturales, Praefatio.
( 12) Séneca: Medea, Actus 11, Chorus, in fine.
(13) Macrobio: Commentarius in somnio Scipionis, L. 111. cap. 9.
(14) Plutarco: De facie in orbe Lunae.
(15) Plutarco: De defectu oracularum, cap. 18.
( 16 ) Pseudo Aristóteles: De mtrabilibus auscultationibus, cap. 84.
(17) Diodoro de Sicilia: Bibliotheca, V, 19, 20.
(18) Plutarco: In vita Sertorii, cap. 8.
(19) Salustio: Fragmenta, 439.
(2°) Oviedo y Valdés, Gonzalo Fernando de: Historia general y
naturaL de las· Indias, islas y tierra-firme del mar Océano,
Madrid, :1815.

180
(21) Cosmas Indicopleustes: Topographia christiana: cap .. Chris-
tknorum opinio de mt:ndo.
(l2.) El Edrisí: Africa.
(21) Dante· Alighieri: Divina Commedia, Purgatorio, Canto I, v.
22; Canto IV, v. 139. Inferno, Canto !CXXIV, v. 100-127.
(24) Alberto Magno: Líber cosmographicus de natura locorum.
(2i) Humboldt, Alexandre de: Cristóbal Colón y ·el descubrimien-
to de América. Historia de la geografía del nuevo continente
y de los progresos de la astronomía náutica en los siglos XV
y XVI, traducción castellana, Madrid, 1926.
(i.!i) Navarrete, Martín F ernández de: Colección de los viajes y
descubrimientos que hicieron por mar los españoles, Madrid,
1825.
(27) Barcia, Andrés: Historiadores prmitivos de la India, Madrid,
1749.
(28) Martyr d'Anghiera, Piero: Opus espistolarum, De rebus ocea-
nicis et de Orbe novo, Basileae, 1583.
("9 ) Madariaga, Salvador de: Vida del Muy Magnífico Señor don
Cristóbal Colón, Buenos Aires, 1940.
(30) Pinedo Yáñez, Rafael: La isla y Colón, Buenos Aires, 1955.
(31) Wiesenthal, Simon: Les voiles de l'espoir, París, 1972.
(32) Cronau, Rudolf. América, traducción castellana, Barcelona,
1892.
(33) Casas, Bartolomé de las: Historia de las Indias, Madrid, 1875.
(34) Nunn, George E.:· The Geographical conception of Columbus,
Nueva York, 1924.
(35) Barros, Joam: Da Asia. Dos tactos q·ue os portugueses fize-
ram no descubrimento e conquista dos mares e terras do
Oriente, Lisboa, 1542. ·
(36) Herrera, Antonio de: Décadas, Madrid, 1601.
(37) Pigafetta, Antonio de: Primo viaggio intorno al globo, Ve-
necia, 1700.
(38) Furlong, Guillermo: Martin Wa~dseemüller y su mapa de
1507, in LA NACION, Buenos Aires, 1969.
(39) Ruiz-Guiñazú, Enrique: Proas de España en el Mar Maga-
llánico, Buenos Aires, 1945.
(40) Un géographe bibliophÜe: Martín Hylacomylus Waltzemü-
ller, ses ouvrages et ses collaborateurs, París, 1867. (Atribuido
a M. d'Avezac.)
(41) Ingstad, Helge: Vinland ruins prove Vikings found the New
World, in NATIONAL GEOGRAPHIC, Washington, '1964.

181
(42') Gravier, Gabriel: Découverte de l'Amérique par les Nor-
mands, París, 1874.
(43) Mahieu, Jacques de: La agonía del Dios-Sol, Buenos Aires,
1977. .
(44) Ramusio, Giovanni Battista: Terzo volume delle navigazioni
e viaggi, Venecia, 1556.
(45) Cartier, Jacques;. Bref récit et succinte narration du voyage
de Jacques' Cartier, París, 1556.
(46) Cleirac: Us et coutumes de lamer, París, 1661.
( 47 ) Levesque, René: L'archéologie a Brador, rapport préliminai-
re de la Société d'Archéologie de la Cote Nord, Québec, 1968.
( 48 ) Lescarbot, Marc: Histoire de la Nouvelle-France, París, 1611.
(49) Guernier, Eug(me: Jacques Cartier et la pensée colonisatrice,
París, 1946.
(50) Kiepert's Grosser Hand-Atlas, Berlín 1894. Mapa N9 44.
( 51) Mahieu, Jacques de: Drakkares en el Amazonas, Buenos
Aires, 1978.
(52) Mollat, Michel: Le commerce maritime normand d la fin du
Moyen-Age, París, 1952. ·
(53) Anthiaume, A.: Cartes maritimes, voyages et découvertes
chez les Normands, 1500-1650,.París, 1916.

182

También podría gustarte