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COLEGIO DE LETRAS
Primera Generación ................................6
FERNANDO CALDERÓN................................................... 8
RAFAEL OBLIGADO........................................................ 94
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ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 3
canos y cuya tarea principal era establecer las bases para em-
1 prender su vida independiente. Tras siglos del sometimiento es-
Nota Introductoria
pañol, la certeza que las unía era la de que sólo podían prosperar
como naciones independientes poniéndose bajo el amparo de las
El romanticismo en Hispanoamérica fue un fenómeno litera- garantías y derechos proclamados por el liberalismo; lo relevante
rio tanto por su larga duración, en comparación con otras corrien- es que la libertad romántica europea, que tenía una clara motiva-
tes literarias, como por la rapidez, intensidad y persistencia con la ción estética, se consolidó en América con la necesidad política,
que se propagó al llegar de Europa en el primer tercio del siglo de ahí la diferencia entre un romanticismo y otro.
XIX. Los estudiosos suelen establecer a este movimiento literario
entre el periodo de tiempo que va de 1830 a 1875, desde que El romanticismo hispanoamericano, como tal, surge en Ar-
surgen las primeras manifestaciones románticas hasta que se gentina con Esteban Echeverría, su fundador, quien formó parte
debilita históricamente en el llamado postromanticismo. El hecho de la más brillante generación romántica del continente, a decir
de que haya persistido tanto tiempo hizo surgir diversas genera- de los críticos, no sólo por su producción literaria, sino por su ac-
ciones de escritores que pertenecieron a ciclos literarios distintos. tividad intelectual en diversos campos y por su participación dire-
cta en la definición y la dirección política de su nación: Argentina.
El romanticismo no sólo fue un movimiento que renovó a la Dicha generación es conocida como los «poscritos» (ya que fue-
literatura sino también a las artes y a la sensibilidad en general ron perseguidos por el dictador Rosas), y la integraron Domingo
que los americanos recogieron y adaptaron en circunstancias cul- Faustino Sarmiento, Juan Bautista Alberdí, Juan María Gutiérrez,
turales e históricas muy diferentes de las que lo vieron nacer en José Mármol y Esteban Echeverría quien se convirtió en el líder
Europa. Por lo tanto es importante distinguir el romanticismo que de dicha generación, la que tuvo que enfrentar la tarea de cons-
llegó del que se asimiló y transformó. truir las bases de su nación recién emancipada. Su proyecto fue
político, ideológico y literario; sus instrumentos no fueron otros
El surgimiento del romanticismo se inicia en Alemania e In- que el liberalismo, el socialismo utópico y el romanticismo.
glaterra y de ahí se propaga a España y Francia para después
pasar al resto de Europa e Hispanoamérica donde se adaptó a El primer aporte romántico de Echeverría, literariamente
un conjunto de circunstancias, demandas y expectativas diferen- hablando, pues en 1846 se publica un documento que se conoce
tes; por lo tanto, el romanticismo hispanoamericano pese a que como Dogma socialista escrito junto con Alberdí y Gutiérrez y cu-
se desprendió del primero siguió una dinámica propia. Una de las yo único propósito fue mantener vivo el espíritu libertario que
circunstancias relevantes fue el proceso de emancipación por el animó la campaña emancipadora y que la larga dictadura de Ro-
que acababan de pasar la mayoría de los países hispanoameri- sas había pisoteado, fue su poema Elvira; o la novia del plata,
publicado en 1832. Pero como prosista, Echeverría escribió su
célebre relato El matadero , retrato fiel de su tiempo, considera-
do el primer cuento romántico en el que los temas, el ambiente y
el lenguaje son del todo americanos, cosa que no sucede con El-
1 vira o la novia del Plata, que es un claro remake de la sensible,
El presente texto procede de la Historia de la literatura hispanoa-
casi sensiblera, poesía amorosa romántica europea.
mericana Del romanticismo al modernismo de José Miguel Oviedo,
Madrid, Alianza, 2001, pp 13 136. Cf.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 4
Tras la importancia y novedad que la escuela romántica y la distinto que empezaba a emerger. El resultado es una heteroge-
acción de los «poscritos» tuvieron para la literatura de su tiempo, neidad de formas románticas que se despliegan formando cua-
el fenómeno más interesante de la región rioplatense durante el dros histórico-literarios con aspectos no del todo asimilables a un
siglo XIX fue otro, paralelo a él, pero de distinta naturaleza: el de- patrón siempre reconocible; a este problema se suma la profu-
sarrollo y el auge de la poesía gauchesca; ésta absorbe lo esen- sión de autores y obras que aparecieron en un periodo que cubre
cial de la etapa madura del romanticismo, cuando ya ha absorbi- el segundo tercio del siglo XIX, de manera que el romanticismo
do las demandas de las circunstancias criollas. Eso explica las es un largo ciclo que se sobrevive a sí mismo gracias a retrasos y
afinidades y diferencias de la gauchesca con el romanticismo, y reflujos.
la forma singular como se articula con éste la expresión máxima
del género: el Martín Fierro. Las anteriores contribuciones a la El romanticismo fue una estética del entusiasmo y del exce-
gauchesca (Ascasubi, Del Campo y Lussich, los forjadores), tie- so, según señalan los críticos, que muchas veces vio en todo es-
nen valor propio y cobran importancia en la medida en que son la píritu sensible aficionado a escribir versos o historias sentimenta-
anticipación de la obra maestra del género; con el poema de Jo- les, un poeta o un novelista de genio; el fervor patriótico de los
sé Hernández se da la consumación de la gauchesca, quien países jóvenes contribuyó a la ficción romántica de que cada na-
mientras se entretenía con lo anecdótico y lo pintoresco, él apun- ción producía un gran vate y cada vate presidía un parnaso de
taba al retrato de lo que había de esencial y universal en el hom- discípulos y epígonos dignos de su grandeza; de ahí que no
bre y en el mundo pampeanos. En el Martín Fierro, Hernández hagamos una abrumadora relación de los procesos nacionales y
escribe en defensa de los gauchos, de sus valores humanos y la larga nómina de sus representantes, por el contrario, destaca-
sociales, a diferencia de los «poscritos» como Sarmiento que remos las figuras relevantes.
habían convertido al gaucho en el gran obstáculo en la lucha por
la civilización, el progreso y los valores europeos que debían ser Todavía en las dos décadas finales del XIX un buen número
los de la Argentina moderna pues los consideraban como el sím- de poetas permanecía básicamente fiel a los moldes de la expre-
bolo de los males que el país arrastraba, además de ser víctimas sión romántica. Es imposible que esas manifestaciones finales
de abusos e injusticias. fuesen del todo puras: están contaminadas por experiencias per-
sonales, históricas y culturales que alternan su signo y complican
De su origen en el Río de la plata, el romanticismo se des- su clasificación. Hay varios ejemplos de eso, pero los casos de
plazó vertiginosa e intensamente por toda América, para la mitad los mexicanos Manuel José Othón y Salvador Díaz Mirón y del
del siglo XIX dominaba ya todos los países del continente, inclu- uruguayo Juan Zorrilla de San Martín son los más visibles y, por
yendo Brasil. La cronología, naturaleza y significación de dicho lo menos los dos primeros, conservan alguna parte de su interés
fenómeno literario varía mucho de país en país, a veces por ra- literario.
zones políticas y periféricas a la cultura. Esos curiosos desfases,
divergencias y entronques tienden a hacer difusa su imagen, pe- Aunque podemos encontrar en la poesía de Othón un in-
ro también demuestran la capacidad de adaptación que es carac- confundible temblor romántico, no es fácil encasillarlo en ese
terística del movimiento. En su largo devenir, el romanticismo tu- campo; en realidad, como poeta, Othón es un nudo de contradic-
vo tiempo para evolucionar, metamorfosearse e integrarse en ciones: su verso tiene un pulcro corte neoclásico; era un espíritu
otras corrientes literarias como el costumbrismo que se mantenía conservador, teñido por la fe católica, que sin embargo tenía una
paralelamente, o como el realismo, corriente literaria de signo moderada conciencia de vivir en una época dominada por el posi-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 5
tivismo y la razón práctica; resistió los embates del modernismo
en México pero publicó su poesía en las mismas revistas de és-
tos, como la Revista Azul y la Revista Moderna.
Tales ya fueron
tus monarcas, Anáhuac, y su orgullo;
su vil superstición y tiranía
en el abismo del no ser se hundieron.
Sí, que la muerte, universal señora,
hiriendo al par al déspota y esclavo,
escribe la igualdad sobre la tumba.
Muda y desierta
ahora te ves, pirámide. ¡Más vale
que semanas de siglos yazgas yerma,
y la superstición a quien serviste
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 8
EL MATADERO del juicio decían , el fin del mundo está por venir. La cólera divina
rebosando se derrama en inundación. ¡Ay de vosotros, pecadores! ¡Ay
A pesar de que la mía es historia, no la empezaré por el arca de de vosotros, unitarios impíos que os mofáis de la Iglesia, de los santos,
Noé y la genealogía de sus ascendientes como acostumbraban hacerlo y no escucháis con veneración la palabra de los ungidos del señor! ¡Ah
los antiguos historiadores españoles de América, que deben ser nues- de vosotros, sí no imploráis misericordia al píe de los altares! Llegará la
tros prototipos. Tengo muchas razones para no seguir ese ejemplo, las hora tremenda del vano crujir de dientes y de las frenéticas imprecacio-
que callo por no ser difuso. Diré solamente que los sucesos de mi na- nes. Vuestra impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros
rración pasaban por los años de Cristo de 183. . . Estábamos, a más, en crímenes horrendos, han traído sobre nuestra tierra las plagas del Se-
cuaresma, época en que escasea la carne en Buenos Aires, porque la ñor. La justicia del Dios de la Federación os declarará malditos.
Iglesia, adoptando el precepto de Epicteto, sustine, abstine (sufre, abs- Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas, del templo,
tente), ordena vigilia y abstinencia a los estómagos de los fieles, a cau- echando, como era natural, la culpa de aquella calamidad a los unita-
sa de que la carne es pecaminosa, y, como dice el proverbio, busca a la rios.
carne. Y como la Iglesia tiene, ab initio y por delegación directa de Dios, Continuaba, sin embargo, lloviendo a cántaros, y la inundación
el imperio inmaterial sobre las conciencias y los estómagos, que en ma- crecía, acreditando el pronóstico de los predicadores. Las campanas
nera alguna pertenecen al individuo, nada más justo y racional que vede comenzaron a tocar rogativas por orden del muy católico Restaurador,
lo malo. quien parece no las tenía todas consigo. Los libertinos, los incrédulos,
Los abastecedores, por otra parte, buenos federales, y por lo es decir los unitarios, empezaron a amedrentarse al ver tanta cara com-
mismo buenos católicos, sabiendo que el pueblo de Buenos Aires ate- pungida, oir tanta batahola de imprecaciones. Se hablaba ya, como de
sora una docilidad singular para someterse a toda especie de manda- cosa resuelta, de una procesión en que debía ir toda la población des-
miento, sólo traen en días cuaresmales al matadero los novillos necesa- calza y a cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo el
rios para el sustento de los niños y de los enfermos dispensados de la palio por el Obispo, hasta la barranca Balcarce, donde millares de vo-
abstinencia por la Bula, y no con el ánimo de que se harten algunos ces, conjurando al demonio unitario de la inundación, debían implorar la
herejotes, que no faltan, dispuestos siempre a violar los mandamientos misericordia divina.
carnificinos de la Iglesia, y a contaminar la sociedad con el mal ejemplo. Feliz, o mejor, desgraciadamente, pues la cosa habría sido de
verse, no tuvo efecto la ceremonia, porque bajando el Plata, la inunda-
Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los ca- ción se fue poco a poco escurriendo en su inmenso lecho sin necesidad
minos se anegaron; los pantanos se pusieron a nado y las calles de en- de conjuro ni plegarias.
trada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la
avenida se precipitó de repente por el Riachuelo de Barracas, y exten- inundación estuvo quince días el Matadero de la Convalecencia sin ver
dió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos, todos los bueyes de quin-
del Alto. El Plata, creciendo embravecido, empujó esas aguas que vení- teros y aguateros se consumieron en el abasto de la ciudad. Los pobres
an buscando su cauce y las hizo correr hinchadas por sobre campos, niños y enfermos se alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y
terraplenes, arboledas, caseríos, y extenderse como un lago inmenso herejotes bramaban por el beefsteak y el asado. La abstinencia de car-
por todas las bajas tierras. La ciudad circunvalada del Norte al Este por ne era general en el pueblo, que nunca se hizo más digno de la bendi-
una cintura de agua y barro, y al Sud por un piélago blanquecino en cu- ción de la Iglesia, y así fue que llovieron sobre él millones y millones de
ya superficie flotaban a la ventura algunos barquichuelos y negreaban indulgencias plenarias. Las gallinas se pusieron a seis pesos y los hue-
las chimeneas y las copas de los árboles, echaba desde sus torres y ba- vos a cuatro reales, y el pescado carísimo. No hubo en aquellos días
rrancas atónitas miradas al horizonte como implorando la misericordia cuaresmales promiscuaciones ni exceso de gula; pero, en cambio, se
del Altísimo. Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y beatas fueron derecho al cielo innumerables ánimas, y acontecieron cosas que
gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicado- parecen soñadas.
res atronaban el templo y hacían crujir el pulpito a puñetazos. Es el día No quedó en el Matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 42
que allí tenían albergue. Todos murieron o de hambre o ahogados en de alimentarse con carne. ¡Cosa extraña que haya estómagos privile-
sus cuevas por la incesante lluvia. Multitud de negras rebusconas de giados y estómagos sujetos a leyes inviolables, y que la Iglesia tenga la
achuras, como los caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad llave de los estómagos!
como otras tantas arpías prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las Pero no es extraño, supuesto que el diablo, con la carne, suele
gaviotas y los perros, inseparables rivales suyos en el Matadero, emi- meterse en el cuerpo, y que la Iglesia tiene el poder de conjurarlo: el ca-
graron en busca de alimento animal. Porción de viejos achacosos caye- so es reducir al hombre a una máquina cuyo móvil principal no sea su
ron en consunción por falta de nutritivo caldo, pero lo más notable que voluntad sino la de la Iglesia y el gobierno. Quizá llegue el día en que
sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos cuantos gringos sea prohibido respirar aire libre, pasearse y hasta conversar con un
herejes que cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos amigo, sin permiso de autoridad competente. Así era, poco más o me-
de Extremadura, jamón y bacalao, y se fueron al otro mundo a pagar el nos, en los felices tiempos de nuestros beatos abuelos, que por desgra-
pecado cometido por tan abominable promiscuación. cia vino a turbar la Revolución de Mayo.
Algunos médicos opinaron que, si la carencia de carne continua- Sea como fuera, a la noticia de la providencia gubernativa, los co-
ba, medio pueblo caería en síncope por estar los estómagos acostum- rrales del Alto se llenaron, a pesar del barro, de carniceros, achuradores
brados a su corroborante jugo, y era de notar el contraste entre estos y curiosos, quienes recibieron con grandes vociferaciones y palmoteos
tristes pronósticos de la ciencia y los anatemas lanzados desde el púlpi- los cincuenta novillos destinados al matadero.
to por los reverendos padres contra toda clase de nutrición animal y de ¡Chica, pero gorda! exclamaban , ¡Viva la Federación! ¡Viva
promiscuación en aquellos días destinados por la Iglesia al ayuno y la el Restaurador! Porque han de saber los lectores que en aquel tiempo la
penitencia. Se originó de aquí una especie de guerra intestina entre los Federación estaba en todas partes, hasta entre las inmundicias del ma-
estómagos y las conciencias, atizada por el inexorable apetito y las no tadero, y no había fiesta sin Restaurador, como no hay sermón sin san
menos inexorables vociferaciones de los ministros de la Iglesia, quie- Agustín. Cuentan que al oír tan desaforados gritos, las últimas ratas que
nes, como es su deber, no transigen con vicio alguno que tienda a rela- agonizaban de hambre en sus cuevas, se reanimaron y echaron a co-
jar las costumbres católicas: a lo que se agregaba el estado de flatulen- rrer desatentadas, conociendo que volvían a aquellos lugares la acos-
cia intestinal de los habitantes, producido por el pescado y los porotos y tumbrada alegría y la algazara precursora de abundancia.
otros alimentos algo indigestos. El primer novillo que se mató fue todo entero de regalo al Restau-
Esta guerra se manifestaba por sollozos y gritos descompasados rador, hombre muy amigo del asado. Una comisión de carniceros mar-
en la peroración de los sermones, y por rumores y estruendos subitá- chó a ofrecérselo a nombre de los federales del Matadero, manifestán-
neos en las casas y calles de la ciudad o dondequiera concurrían gen- dole in voce su agradecimiento por la acertada providencia del gobierno,
tes. Alarmóse un tanto el gobierno, tan paternal como previsor, del Res- su adhesión ilimitada al Restaurador y su odio entrañable a los salvajes
taurador, creyendo aquellos tumultos de origen revolucionario y atribu- unitarios, enemigos de Dios y de los hombres. El Restaurador contestó
yéndolos a los mismos salvajes unitarios, cuyas impiedades, según los a la arenga, rínforzando sobre el mismo tema, y concluyó la ceremonia
predicadores federales, habían traído sobre el país la inundación de la con los correspondientes vivas y vociferaciones de los espectadores y
cólera divina; tomó activas providencias, desparramó a sus esbirros por actores. Es de creer que el Restaurador tuviese permiso especial de Su
la población, y, por último, bien informado, promulgó un decreto tranqui- Ilustrísima para no abstenerse de carne, porque siendo tan buen obser-
lizador de las conciencias y de los estómagos, encabezado por un con- vador de las leyes, tan buen católico y tan acérrimo protector de la reli-
siderando muy sabio y piadoso para que, a todo trance, y arremetiendo gión, no hubiera dado mal ejemplo aceptando semejante regalo en día
por agua y lodo, se trajese ganado a los corrales. santo.
En efecto, el décimo sexto día de la carestía, víspera del Día de Siguió la matanza, y, en un cuarto de hora, cuarenta y nueve novi-
Dolores, entró a nado, por el paso de Burgos, al Matadero del Alto, una llos se hallaban tendidos en la plaza del Matadero, desollados unos, los
tropa de cincuenta novillos gordos; cosa poca por cierto para una pobla- otros por desollar. El espectáculo que ofrecía entonces era animado y
ción acostumbrada a consumir diariamente de doscientos cincuenta a pintoresco, aunque reunía todo lo horriblemente feo, inmundo y deforme
trescientos, y cuya tercera parte al menos gozaría del fuero eclesiástico de una pequeña clase proletaria, peculiar del Río de la Plata. Pero para
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 43
que el lector pueda percibirlo a un golpe de ojo, preciso es hacer un y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo, regado
croquis de la localidad. con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo
El Matadero de la Convalecencia o del Alto, sito en las quintas al de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más prominente de
Sud de la ciudad, es una gran playa en forma rectangular, colocada al cada grupo era el carnicero, con el cuchillo en mano, brazo y pecho
extremo de dos calles, una de las cuales allí termina y la otra se prolon- desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá, y rostro embadur-
ga hacia el Este. Esta playa, con declive al Sud, está cortada por un nado de sangre. A sus espaldas se rebullían, caracoleando y siguiendo
zanjón labrado por la corriente de las aguas pluviales, en cuyos bordes los movimientos, una comparsa de muchachos, de negras y mulatas
laterales se muestran innumerables cuevas de ratones, y cuyo cauce achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las harpías de la fábula, y, entre-
recoge, en tiempo de lluvia, toda la sangraza seca o reciente del Mata- mezclados con ellas, algunos enormes mastines olfateaban, gruñían o
dero. En la junción del ángulo recto, hacia el Oeste, está lo que llaman se daban de tarascones por la presa. Cuarenta y tantas carretas, tolda-
la casilla, edificio bajo, de tres piezas de media agua con corredor al das con negruzco y pelado cuero, se escalonaban irregularmente a lo
frente, que da a la calle, y palenque para atar caballos, a cuya espalda largo de la playa, y algunos jinetes, con el poncho calado y el lazo pren-
se notan varios corrales de palo a pique, de ñandubay, con sus fornidas dido al tiento, cruzaban por entre ellas al tranco, o reclinados sobre el
puertas para encerrar el ganado. pescuezo de los caballos echaban ojo indolente sobre uno de aquellos
Estos corrales son en tiempo de invierno un verdadero lodazal, en animados grupos, al paso que, más arriba, en el aire, un enjambre de
el cual los animales apeñuscados se hunden hasta el encuentro, y que- gaviotas blanquiazules, que habían vuelto de la emigración al olor de
dan como pegados y casi sin movimiento. En la casilla se hace la re- carne, revoloteaban, cubriendo con su disonante graznido todos los rui-
caudación del impuesto de corrales, se cobran las multas por violación dos y voces del Matadero y proyectando una sombra clara sobre aquel
de reglamentos y se sienta el Juez del Matadero, personaje importante, campo de horrible carnicería. Esto se notaba al principio de la matanza.
caudillo de los carniceros, y que ejerce la suma del poder en aquella Pero, a medida que adelantaba, la perspectiva variaba; los grupos
pequeña república, por delegación del Restaurador. Fácil es calcular se deshacían, venían a formarse, tomando diversas actitudes, y se des-
qué clase de hombre se requiere para el desempeño de semejante car- parramaban corriendo, como si en medio de ellos cayese alguna bala
go. La casilla, por otra parte, es un edificio tan ruin y pequeño que nadie perdida o asomase la quijada de algún encolerizado mastín. Esto era
lo notaría en los corrales a no estar asociado su nombre al del terrible que, ínter el carnicero, en un grupo descuartizaba a golpe de hacha,
Juez y a no resaltar sobre su blanca cintura los siguientes letreros rojos: colgaba en otro los cuartos en los ganchos a su carreta, despellejaba en
"Viva la Federación", "Viva el Restaurador y la heroica doña Encarna- éste, sacaba el sebo de aquél; de entre la chusma que ojeaba y aguar-
ción Ezcurra", "Mueran los salvajes unitarios". Letreros muy significati- daba la presa de achura salía, de cuando en cuando, una mugrienta
vos, símbolo de la fe política y religiosa de la gente del Matadero. Pero mano a dar un tarazón con el cuchillo al sebo o a los cuartos de la res,
algunos lectores no sabrán que tal heroína es la difunta esposa del Res- lo que originaba gritos y explosión de cólera del carnicero, y el continuo
taurador, patrona muy querida de los carniceros, quienes, ya muerta, la hervidero de los grupos, dichos y gritería descompasada de los mucha-
veneraban como viva, por sus virtudes cristianas y su federal heroísmo chos.
en la revolución contra Balcarce. Es el caso que, en un aniversario de ¡Ahí se mete el sebo en las tetas, la tía! gritaba uno.
aquella memorable hazaña de la Mazorca, los carniceros festejaron con Aquél lo escondió en el alzapón replicaba la negra.
un espléndido banquete en la casilla a la heroína, banquete a que con- ¡Che, negra bruja, salí de aquí antes de que te pegue un tajo!
currió con su hija y otras señoras federales, y que allí, en presencia de exclamaba el carnicero.
un gran concurso, ofreció a los señores carniceros, en un solemne brin- ¿Que le hago, ño Juan? ¡No sea malo! Yo no quiero sino la
dis, su federal patrocinio, por cuyo motivo ellos la proclamaron entu- panza y las tripas.
siasmados patrona del Matadero, estampando su nombre en las pare- Son para esa bruja: a la m. . .
des de la casilla, donde se estará hasta que lo borre la mano del tiempo. ¡A la bruja! ¡A la bruja! repitieron los muchachos . ¡Se lleva
La perspectiva del Matadero, a la distancia, era grotesca, llena de la riñonada y el tongorí! Y cayeron sobre su cabeza sendos cuajos de
animación. Cuarenta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros sangre y tremendas pelotas de barro.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 44
Hacia otra parte, entretanto, dos africanas llevaban arrastrando maban en la puerta el más grotesco y sobresaliente grupo varios piala-
las entrañas de un animal; allá, una mulata se alejaba con un ovillo de dores y enlazadores de a pie, con el brazo desnudo y armado del certe-
tripas y, resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plo- ro lazo, la cabeza cubierta con un pañuelo punzó, y chaleco y chiripá
mo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acullá se veían acurru- colorado, teniendo a sus espaldas varios jinetes y espectadores de ojo
cadas en hilera cuatrocientas negras destejiendo sobre las faldas el ovi- escrutador y anhelante.
llo y arrancando, uno a uno, los sebitos que el avaro cuchillo del carni- El animal, prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando es-
cero había dejado en la tripa como rezagados, al paso que otras vacia- puma, furibundo, y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso
ban panzas y vejigas y las henchían de aire de sus pulmones, para de- barro, donde estaba como clavado y era imposible pialarlo. Gritábanlo,
positar en ellas, luego de secas, la achura. lo azuzaban en vano con las mantas y pañuelos los muchachos que es-
Varios muchachos, gambeteando a pie y a caballo, se daban de taban prendidos sobre las horqueta del corral, y era de oír la disonante
vejigazos o se tiraban bolas de carne, desparramando con ellas y su al- batahola de silbidos, palmadas y voces tiples y roncas, que se despren-
gazara la nube de gaviotas que, columpiándose en el aire, celebraban día de aquella singular orquesta.
chillando la matanza. Oíanse a menudo, a pesar del veto del Restaura- Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obcenas rodaban
dor y de la santidad del día, palabras inmundas y obscenas, vocifera- de boca en boca, y cada cual hacía alarde espontáneamente de su in-
ciones preñadas de todo el cinismo bestial que caracteriza a la chusma genio y de su agudeza, excitado por el espectáculo y picado por el agui-
de nuestros mataderos, con las cuales no quiero regalar a los lectores. jón de alguna lengua locuaz.
De repente caía un bofe sangriento sobre la cabeza de alguno, Hi de p. . . en el toro.
que de allí pasaba a la de otro, hasta que algún deforme mastín lo hacía Al diablo los torunos del Azul.
buena presa; y una cuadrilla de otros, por si estrujo o no estrujo, armaba Malhaya el tropero que nos da gato por liebre.
una tremenda de gruñidos y mordiscones. Alguna tía vieja salía furiosa Si es novillo.
en persecución de un muchacho que le había embadurnado el rostro ¿No está viendo que es toro viejo?
con sangre, y, acudiendo a sus gritos y puteadas, los compañeros del Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c. . . si le parece,
rapaz, la rodeaban y azuzaban como los perros al toro, y llovían sobre c o!
ella zoquetes de carne, bolas de estiércol, con groseras carcajadas y Ahí los tiene entre las piernas. No los ve, amigo, más grandes
gritos frecuentes, hasta que el Juez mandaba restablecer el orden y que la cabeza de su castaño, ¿o se ha quedado ciego en el camino?
despejar el campo. Su madre sería la ciega, pues que tal hijo ha parido. ¿No ve que
Por un lado, dos muchachos se adiestraban en el manejo del cu- todo ese bulto es barro?
chillo, tirándose horrendos tajos y reveses; por otro, cuatro, ya adoles- Es emperrado y arisco como un unitario.
centes, ventilaban a cuchilladas el derecho a una tripa gorda y un mon- Y, al oír esta mágica palabra, todos a una voz exclamaron:
dongo que habían robado a un carnicero; y no de ellos distante, porción ¡Mueran los salvajes unitarios!
de perros, flacos ya de la forzosa abstinencia, empleaban el mismo me- Para el tuerto, los h. . .
dio para saber quién se llevaría un hígado envuelto en barro. Simulacro Sí, para el tuerto, que es hombre de c. . . para pelear con los
en pequeño era éste del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro unitarios.
país las cuestiones y los derechos individuales y sociales. En fin, la es- El matambre a Matasiete, degollador de unitarios. ¡Viva Mata-
cena que se representaba en el Matadero era para vista, no para escri- siete!
ta. ¡A Matasiete, el matambre!
Un animal había quedado en los corrales, de corta y ancha cerviz, ¡Allá va! gritó una voz ronca, interrumpiendo aquellos des-
de mirar fiero, sobre cuyos órganos genitales no estaban conformes los ahogos de la cobardía feroz . ¡Allá va el toro!
pareceres, porque tenía apariencia de toro y de novillo. Llególe su hora. ¡Alerta! ¡Guarda los de la puerta! ¡Allá va furioso como un de-
Dos enlazadores a caballo penetraron al corral, en cuyo contorno hervía monio!
la chusma a pie, a caballo y horquetada sobre sus ñudosos palos. For- Y, en efecto, el animal, acosado por los gritos y sobre todo por
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 45
dos picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, cruzando el pantano, amasaron con barro, bajo las patas de sus caba-
arremetió, bufando, a la puerta, lanzando a entrambos lados una rojiza y llos, su miserable cuerpo. Salió el gringo, como pudo, después, a la ori-
fosfórica mirada. Diole el tirón el enlazador sentado su caballo, des- lla, más con la apariencia de un demonio tostado por las llamas del
prendió el lazo del asta, crujió por el aire un áspero zumbido y, al mismo infierno que de un hombre blanco pelirrubio. Más adelante, al grito de
tiempo, se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un ¡al toro!, ¡al toro! , cuatro negras achuradoras, que se retiraban con su
golpe de hacha lo hubiese dividido a cercén, una cabeza de niño, cuyo presa, se zambulleron en la zanja llena de agua, único refugio que les
tronco permaneció inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada quedaba.
arteria un largo chorro de sangre. El animal, entre tanto, después de haber corrido unas veinte cua-
¡Se cortó el lazo! gritaron unos . ¡Allá va el toro! dras en distintas direcciones, azorando con su presencia a todo viviente,
Pero otros, deslumbrados y atónitos, guardaron silencio, porque se metió por la tranquera de una quinta, donde halló su perdición. Aun-
todo fue como un relámpago. que cansado, manifestaba bríos y colérico ceño; pero rodeábalo una
Desparramóse un tanto el grupo de la puerta. Una parte se agolpó zanja profunda y un tupido cerco de pitas, y no había escape. Juntáron-
sobre la cabeza y el cadáver palpitante del muchacho degollado por el se luego sus perseguidores, que se hallaban desbandados, y resolvie-
lazo, manifestando horror en su atónito semblante, y la otra parte, com- ron llevarlo en un señuelo de bueyes para que expiase su atentado en
puesta de jinetes que no vieron la catástrofe, se escurrió en distintas di- el lugar mismo donde lo había cometido.
recciones en pos del toro, vociferando y gritando: ¡Allá va el toro! ¡Ata- Una hora después de su fuga, el toro estaba otra vez en el Mata-
jen! ¡Guarda! ¡Enlaza, Sietepelos! ¡Que te agarra, Botija! ¡Va fu- dero, donde la poca chusma que había quedado no hablaba sino de sus
rioso; no se le pongan delante! ¡Ataja, ataja, Morado! ¡Dele espuela fechorías. La aventura del gringo en el pantano excitaba principalmente
al mancarrón! ¡Ya se metió en la calle sola! ¡Que lo ataje el diablo! la risa y el sarcasmo. Del niño degollado por el lazo no quedaba sino un
El tropel y vocifería era infernal. Unas cuantas negras achurado- charco de sangre: su cadáver estaba en el cementerio.
ras, sentadas en hilera al borde del zanjón, oyendo el tumulto se acogie- Enlazaron muy luego por las astas al animal, que brincaba
ron y agazaparon entre las panzas y tripas que desenredaban y deva- haciendo hincapié y lanzando roncos bramidos. Echáronle uno, dos,
naban con la paciencia de Penélope, lo que sin duda las salvó; porque tres piales, pero infructuosos; al cuarto quedó prendido de una pata; su
el animal lanzó al mirarlas un bufido aterrador, dio un brinco sesgado y brío y su furia redoblaron, su lengua, estirándose convulsiva, arrojaba
siguió adelante, perseguido por los jinetes. Cuentan que una de ellas se espuma, su nariz humo, sus ojos miradas encendidas.
fue de cámaras; otra rezó diez salves en dos minutos, y dos prometie- ¡Desjarreten ese animal! exclamó una voz imperiosa. Mata-
ron a san Benito no volver jamás a aquellos maditos corrales y abando- siete se tiró al punto del caballo, cortóle el garrón de una cuhillada y,
nar el oficio de achuradoras. No sé sabe si cumplieron la promesa. gambeteando en tomo de él, con su enorme daga en mano, se la hun-
El toro, entre tanto, tomó hacia la ciudad por una larga y angosta dió al cabo hasta el puño en la garganta, mostrándola en seguida
calle que parte de la punta más aguda del rectángulo anteriormente humeante y roja a los espectadores. Brotó un torrente de la herida, ex-
descrito, calle encerrada por una zanja y un cerco de tunas, que llaman haló algunos bramidos roncos, vaciló y cayó el soberbio animal, entre
sola por no tener más de dos casas laterales, y en cuyo apozado centro los gritos de la chusma que proclamaba a Matasiete vencedor y le adju-
había un profundo pantano que tomaba de zanja a zanja. Cierto inglés, dicaba en premio el matambre. Matasiete extendió, como orgulloso, por
de vuelta de su saladero, vadeaba este pantano a la sazón, paso a pa- segunda vez, el brazo y el cuchillo ensangrentado, y se agachó a deso-
so, en un caballo algo arisco, y, sin duda, iba tan absorto en sus cálcu- llarlo con otros compañeros.
los, que no oyó el tropel de jinetes ni la gritería sino cuando el toro Faltaba que resolver la duda sobre los órganos genitales del
arremetía al pantano. Azoróse de repente su caballo, dando un brinco al muerto, clasificado provisoriamente de toro por su indomable fiereza;
sesgo, y echó a correr dejando al pobre hombre hundido media vara en pero estaban todos tan fatigados de la larga tarea, que lo echaron por lo
el fango. Este accidente, sin embargo, no detuvo ni frenó la carrera de pronto en olvido. Mas de repente una voz ruda exclamó: Aquí están
los perseguidores del toro, antes al contrario, soltando carcajadas sar- los huevos , sacando de la barriga del animal y mostrando, a los es-
cásticas. ¡ Se amoló el gringo! ¡Levántate, gringo! exclamaron , y, pectadores, dos enormes testículos, signo inequívoco de su dignidad de
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 46
toro. La risa y la charla fue grande; todos los incidentes desgraciados de un buey devorado por el tigre.
pudieron fácilmente explicarse. Un toro en el Matadero era cosa muy Atolondrado todavía, el joven fue, lanzando una mirada de fuego
rara, y aun vedada. Aquél, según reglas de buena policía, debía arrojar- sobre aquellos hombres feroces, hacia su caballo, que permanecía in-
se a los perros; pero había tanta escasez de carne y tantos hambrientos móvil no muy distante, a buscar en sus pistolas el desagravio y la ven-
en la población, que el señor Juez tuvo a bien hacer ojo lerdo. ganza. Matasiete, dando un salto, le salió al encuentro, y, con fornido
En dos por tres estuvo desollado, descuartizado y colgado en la brazo, asiéndolo de la corbata, lo tendió en el suelo, tirando al mismo
carreta el maldito toro. Matasiete colocó el matambre bajo el pellón de tiempo la daga de la cintura y llevándola a su garganta.
su recado y se preparaba a partir. La matanza estaba concluida a las Una tremenda carcajada y un nuevo viva estertorio volvió a victo-
doce, y la poca chusma que había presenciado hasta el fin se retiraba riarlo.
en grupos de a pie y de a caballo, o tirando a la cincha algunas carretas ¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales! Siempre en
cargadas de carne. pandilla cayendo como buitres sobre la víctima inerte.
Mas de repente, la ronca voz de un carnicero gritó: Degüéllalo, Matasiete: quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como
¡Allí viene un unitario! y al oír tan significativa palabra toda al toro.
aquella chusma se detuvo como herida de una impresión subitánea. Pícaro unitario. Es preciso tusarlo.
¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisa en el fraque Tiene buen pescuezo para el violín.
ni luto en el sombrero. Tócale el violín.
Perro unitario. Mejor es la resbalosa.
Es un cajetilla. Probemos dijo Matasiete, y empezó sonriendo a pasar el filo
Monta en silla como los gringos. de su daga por la garganta del caído, mientras con la rodilla izquierda le
¡La mazorca con él! comprimía el pecho y con la siniestra mano le sujetaba por los cabellos.
¡La tijera! No, no le degüellen exclamó de lejos la voz imponente del
Es preciso sobarlo. Juez del Matadero, que se acercaba a caballo.
Trae pistoleras por pintar. A la casilla con él, a la casilla. Preparen la mazorca y las tijeras.
Todos estos cajetillas unitarios son pintores como el diablo. ¡Mueran los salvajes unitarios! ¡Viva el Restaurador de las leyes!
¿A que no te le animas, Matasiete? ¡Viva Matasiete!
¿A que no? ¡Mueran! ¡Vivan! repitieron en coro los espectadores, y, atán-
A que sí. dolo codo con codo, entre moquetes y tirones, entre vociferaciones e
Matasiete era hombre de pocas palabras y de mucha acción. Tra- injurias, arrastraron al infeliz joven al banco del tormento, como los sa-
tándose de violencia, de agilidad, de destreza en el hacha, el cuchillo o yones al Cristo.
el caballo, no hablaba y obraba. Lo habían picado: prendió la espuela a La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa
su caballo y se lanzó a brida suelta al encuentro del unitario. de la cual no salían los vasos de bebida y los naipes sino para dar lugar
Era este un joven como de veinticinco años, de gallarda y bien a las ejecuciones y torturas de los sayones federales del Matadero. No-
apuesta persona, que, mientras salían en borbotones de aquellas des- tábase además, en un rincón, otra mesa chica, con recado de escribir y
aforadas bocas las anteriores exclamaciones, trotaba hacia Barracas, un cuaderno de apuntes, y porción de sillas, entre las que resaltaba un
muy ajeno de tener peligro alguno. Notando, empero, las significativas sillón de brazos destinado para el Juez. Un hombre, soldado en apa-
miradas de aquel grupo de dogos de matadero, echa maquinalmente la riencia, sentado en una de ellas, cantaba al son de la guitarra la resba-
diestra sobre las pistoleras de su silla inglesa, cuando una pechada al losa, tonada de inmensa popularidad entre los federales, cuando la
sesgo del caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo, tendién- chusma, llegando en tropel al corredor de la casilla, lanzó a empellones
dolo a la distancia, boca arriba y sin movimiento alguno. al joven unitario hacia el centro de la sala.
¡Viva Matasiete! exclamó toda aquella chusma, cayendo en A ti te toca la resbalosa gritó uno.
tropel sobre la víctima como los caranchos rapaces sobre la osamenta Encomienda tu alma al diablo.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 47
Está furioso como toro montaraz. Sí, la fuerza y la violencia bestial. Esas son vuestras armas, in-
Ya le amansará el palo. fames. ¡El lobo, el tigre, la pantera, también son fuertes como vosotros!
Es preciso sobarlo. Deberíais andar con ellos, en cuatro patas.
Por ahora, verga y tijera. ¿No temes que el tigre te despedace?
Si no, la vela. Lo prefiero a que, maniatado, me arranquen, como el cuervo,
Mejor será la mazorca. una a una las entrañas.
Silencio y sentarse exclamó el Juez dejándose caer sobre su ¿Por qué no llevas luto en el sombrero por la heroína?
sillón. Todos obedecieron, mientras el joven, de pie, encarando al Juez, ¡Porque lo llevo en el corazón por la Patria, por la Patria que
exclamó con voz preñada de indignación: vosotros habéis asesinado, infames!
¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí? ¿No sabes que así lo dispuso el Restaurador?
Calma dijo sonriendo el Juez , no hay que encolerizarse. Ya Lo dispusisteis vosotros, esclavos, para lisonjear el orgullo de
lo verás. vuestro señor y tributarle vasallaje infame.
El joven, en efecto, estaba fuera de sí de cólera. Todo su cuerpo ¡Insolente!, te has embravecido mucho. Te haré cortar la lengua
parecía estar en convulsión. Su pálido y amoratado rostro, su voz, su si chistas.
labio trémulo, mostraban el movimiento convulsivo de su corazón, la Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla, y a nalga pelada
agitación de sus nervios. Sus ojos de fuego parecían salirse de la órbita, denle verga, bien atado sobre la mesa.
su negro y lacio cabello se levantaba erizado. Su cuello desnudo y la Apenas articuló esto el Juez, cuatro sayones, salpicados de san-
pechera de su camisa dejaban entrever el latido violento de sus arterias gre, suspendieron al joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa
y la respiración anhelante de sus pulmones. comprimiéndole todos sus miembros.
¿Tiemblas? le dijo el Juez. Primero degollarme que desnudarme, infame canalla. Atáronle
De rabia, porque no puedo sofocarte entre mis brazos. un pañuelo a la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase,
¿Tendrías fuerza y valor para eso? el joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miem-
Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame. bros la flexibilidad del junco, ora la dureza del fierro, y su espina dorsal
A ver las tijeras de tusar mi caballo: túsenlo a la federala. Dos era el eje de un movimiento parecido al de la serpiente. Gotas de sudor
hombres le asieron, uno de la ligadura del brazo, otro de la cabeza y, en fluían por su rostro, grandes como perlas; echaban fuego sus pupilas,
un minuto, cortáronle la patilla que poblaba toda su barba por bajo, con su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve
risa estrepitosa de sus espectadores. sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre.
A ver dijo el Juez , un vaso de agua para que se refresque. Átenlo primero exclamó el Juez.
Uno de hiel te haría yo beber, infame. Está rugiendo de rabia articuló un sayón.
Un negro petizo púsosele al punto delante, con un vaso de agua En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de
en la mano. Diole el joven un puntapié en el brazo y el vaso fue a estre- la mesa, volcando su cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual opera-
llarse en el techo, salpicando el asombrado rostro de los espectadores. ción con las manos, para lo cual soltaron las ataduras que las compri-
Este es incorregible. mían en la espalda. Sintiéndolas libres, el joven, por un movimiento
Ya lo domaremos. brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorpo-
Silencio dijo el Juez . Ya estás afeitado a la federala, sólo te ró primero sobre sus brazos, después sobre sus rodillas, y se desplomó
falta el bigote. Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuenta. ¿Por qué al momento murmurando:
no traes divisa? Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.
Porque no quiero. Sus fuerzas se habían agotado. Inmediatamente quedó atado en
¿No sabes que lo manda el Restaurador? cruz y empezaron la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de san-
La librea es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres. gre brotó borbolloneando de la boca y las narices del joven, y, exten-
A los libres se les hace llevar a la fuerza. diéndose, empezó a caer a chorros por entrambos lados de la mesa.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 48
Los sayones quedaron inmobles y los espectadores estupefactos.
Reventó de rabia el salvaje unitario dijo uno.
Tenía un río de sangre en las venas articuló otro.
Pobre diablo: queríamos únicamente divertirnos con él, y tomó
la cosa demasiado a lo serio exclamó el Juez frunciendo el ceño de
tigre . Es preciso dar parte, desátenlo y vamos.
Verificaron la orden; echaron llave a la puerta y en un momento se
escurrió la chusma en pos del caballo del Juez, cabizbajo y taciturno.
Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.
En aquel tiempo los carniceros degolladores del Matadero eran los
apóstoles que propagaban a verga y puñal la federación rosina, y no es
difícil imaginarse qué federación saldría de sus cabezas y cuchillas.
Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga inventada por el
Restaurador, patrón de la cofradía, a todo el que no era degollador,
carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón
bien puesto, a todo patriota ilustrado, amigo de las luces y de la liber-
tad; y por el suceso anterior puede verse a las claras que el foco de la
Federación estaba en el Matadero.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 49
ANDRÉS BELLO No tenemos la temeridad de pensar que las reformas que vamos a
sugerir se adopten inmediatamente. Demasiado conocemos cuánto es el
imperio de la preocupación y de los hábitos; pero nada se pierde con indi-
LA ORTOGRAFÍA EN AMÉRICA carlas y someterlas desde ahora a la discusión de los inteligentes, o para
Uno de los estudios que más interesan al hombre es el del idioma que se modifiquen, si pareciere necesario o para que se acelere la época
que se habla en su país natal. Su cultivo y perfección constituyen la base de su introducción y se allane el camino a los cuerpos literarios que hayan
de todos los adelantamientos intelectuales. Se forman las cabezas por las de dar en América una nueva dirección a los estudios.
lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de A fin de motivar las reformas que apuntamos, examinaremos, por la
los idiomas. última edición de 1820 del tratado de ortografía castellana, los distintos sis-
Desde que los españoles sojuzgaron el nuevo mundo, se han ido temas de varios escritores y de la Academia misma; y deduciremos de to-
perdiendo poco a poco las lenguas aborígenes; y aunque algunas se con- dos ellos el nuestro.
servan todavía en toda su pureza entre las tribus de indios independientes, Antonio de Nebrija sentó por principio para el arreglo de la ortografía
v aún entre aquellos que han empezado a civilizarse, la lengua castellana que cada letra debía tener un sonido distinto, y cada sonido debía repre-
es la que prevalece en los nuevos estados que se han formado de la des- sentarse por una sola letra. He aquí el rumbo que deben seguir todas las
membración de la monarquía española, y es indudable que poco a poco reformas ortográficas. Mateo Alemán, llevando adelante la idea de aquel
hará desaparecer todas las otras. doctísimo filólogo, adoptó por única norma de la escritura la pronunciación,
El cultivo de aquel idioma ha participado allí de todos los vicios del excluyendo el uso y el origen. Juan López de Velasco echó por otro cami-
sistema de educación que se seguía; y aunque sea ruboroso decirlo, es no. Creyendo que la pronunciación no debía dominar sola, y siguiendo el
necesario confesar que en la generalidad de los habitantes de América no consejo de Quintiliano, Nisi quod consuetudo obtinueril, sic scribendum
se encontraban cinco personas en ciento que poseyesen gramaticalmente quidque judico quomodo sonat, establece que la lengua debe escribirse
su propia lengua, y apenas una que la escribiese correctamente. Tal era el sencilla y naturalmente como se habla, pero sin introducir novedad ofensi-
efecto del plan adoptado por la corte de Madrid respecto de sus posesio- va, Gonzalo Correas, empero, despreciando, como era razón, este usurpa-
nes coloniales, y aún la consecuencia necesaria del atraso en que se en- do dominio de la costumbre, quiso emendar el alfabeto castellano en una
contraba la misma España. de sus más incómodas irregularidades sustituyendo la k a la c fuerte y a la
Entre los medios no sólo de pulir la lengua, sino de extender y gene- q. Otros escritores antiguos y modernos han aconsejado otras reformas:
ralizar todos los ramos de ilustración, pocos habrá más importantes que el todos han convenido en el fin de hacer uniforme y fácil la escritura castella-
simplificar su ortografía, como que de ella depende la adquisición más o na; pero en los medios ha habido variedad de opiniones.3
menos fácil de los dos artes primeros que son como los cimientos sobre
que descansa todo el edificio de la literatura y de las ciencias: leer y escri-
bir. La ortografía, dice la Academia Española, es la que mejora las lenguas,
3
conserva su pureza, señala la verdadera pronunciación y significado de las Este párrafo en la Biblioteca Americana (1823) aparece así:
voces, y declara el legítimo sentido de lo escrito, haciendo que la escritura Pasando revista aquel cuerpo a los diferentes autores que trataron de
sea un fiel y seguro depósito de las leyes, de las artes, de las ciencias, y de arreglar la escritura de la lengua castellana, dice de Antonio de Nebrija,
todo cuanto discurrieron los doctos y los sabios en todas profesiones, y de- el primero que lo intentó, que había sentado por principio, que no de-
jaron por este medio encomendado a la posteridad para la universal ins- bía haber letra que no tuviese su distinto sonido, ni sonido que no tu-
trucción y enseñanza2 De la importancia de la ortografía se sigue la nece- viese su diferente letra . Después de Nebrija, siguió Mateo Alemán, el
sidad de simplificarla; y el plan o método que haya de seguirse en las inno- cual excluye enteramente el uso y el origen, adoptando por única regla
vaciones que se introduzcan para tan necesario fin, va a ser el objeto del la pronunciación. Juan López de Velasco, al paso que manifiesta debe
presente artículo. escribirse la lengua sencilla y naturalmente como se habla o debe
hablar, y corregirse el uso en lo que estuviese errado, dice que esto
debe sólo entenderse cuando no hay novedad que ofenda. Gonzalo
Correas pretendió introducir la k, para que hiciese los oficios de la c y
2
Ortografía de la lengua castellana, 1820 (Nota de Bello). de la q, que excluía como inútiles del abecedario. Bartolomé Jiménez
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 50
En cuanto a la Academia Española, nosotros ciertamente miramos flejo, que por vía de distinción solfa ponerse sobre la vocal siguiente. Des-
como apreciabilísimos sus trabajos. Al comparar el estado de la escritura terró también la pb y la k; y para hacer mas dulce la pronunciación, omitió
castellana, cuando la Academia se dedicó a simplificarla, con el que hoy algunas letras en ciertas voces en que el uso indicaba esta novedad, como
tiene, no sabemos que es más de alabar, si el espíritu de liberalidad (bien la h en substancia, obscuro, la n en transporte, etc., sustituyendo en otras
diferente del que suele animar tales cuerpos) con que la Academia ha pa- la s la x, como en extraño extranjero.4
trocinado e introducido ella misma las reformas útiles, o la docilidad del pú- La edición de 1815 (igual en todo a la de 1820) añadió otras impor-
blico en adoptarlas, tanto en la Península como fuera de ella. tantes reformas, como la de emplear exclusiva- mente la c en las combina-
Su primer trabajo de esta especie, según dice ella misma fue en los ciones que suenan ca, co, cu, dejándose a la q solamente las combinacio-
proemiales del tomo primero del gran Diccionario, y desde entonces ha nes que, qui, en que es muda la u y resultando por tanto superfina la cre-
procedido de escalón en escalón, simplificando la escritura en las varias ma, que se usaba por Vía de distinción en eloqüencia, qüesiion. y otros vo-
ediciones de su Ortografía. No sabemos si hubiera convenido introducir to- cablos semejantes. Esta novedad fue un gran paso (bien que no sabemos
das las alteraciones de un golpe, llevando el alfabeto al punto de perfec- si hubiera sido preferible suprimir la u muda en quema, quiso): pero la de
ción de que es susceptible, y conformándole en un todo a los principios an- omitir la x áspera solamente en principio o medio d»' dicción corno xarabe,
teriormente citados de Nebrija y Mateo Alemán; lo que ciertamente hubiera .xefe, exido, y conservarla en el fin, como moradux, relox, donde tiene el
sido de desear es que todas ellas hubieran seguido un plan constante y mismo valor, nos parece inconsecuente y caprichoso.5 Lo peor de todo es
uniforme y que en cada innovación se hubiese dado un paso efectivo hacia el sustituirle la letra g antes de las vocales e, i solamente; y en las demás
el termino que se contemplaba, sin caminar por rodeos inútiles. Pero de- ocasiones la j.. ¿Para qué esta variedad gratuita de usos? ¿ Por que no se
bemos tener presente que las operaciones de un cuerpo de esta especie ha de sustituir a la x áspera antes de todas las vocales, la j, letra tan cómo-
no pueden ser tan sistemáticas, ni tan fijos sus principios, como los de un da por su unidad de valor, en vez, de la g, signo equívoco y embarazoso,
individuo; así que, dando a la Academia las gracias que merece por lo que que suena unas veces de una manera, y otras de otra?
ha hecho de bueno, y por la dirección general de sus trabajos, será justo al El sistema de la Academia propende manifiestamente a suprimir la g
mismo tiempo considerar las imperfecciones de los resultados como in- misma en los casos que equivale a la j; por consiguiente, la nueva práctica
herentes a la naturaleza de una sociedad filológica. de escribir gerga, gícara, es un escalón superfluo, un paso que pudo excu-
En 1754 añadió la Academia (según dice ella misma) algunas letras sarse, escribiendo de una vez, jerga, jícara.6 Las otras alternaciones fueron
propias del idioma, que se habían omitido hasta entonces y faltaban para desterrar el acento circunflejo en las voces examen, existo, etc., por conse-
su perfección; e hizo en otras la novedad que tuvo por conveniente para cuencia de la unidad de valor que en esta situación empezó a tener la x; y
facilitar la práctica sin tanta dependencia de los orígenes. escribir (con algunas excepciones que no nos parecen necesarias) i en lu-
En la tercera edición, de 1763, señaló las realas de los acentos, y gar de y cuando esta letra era vocal, como en ayre, peyne.
excusó la duplicación de la s. Observa la Academia que es un grande obstáculo para la perfección
En las cuatro ediciones sucesivas de 1770, 75, 79 y 92, no hizo mas de la ortografía la irregularidad con que se pronuncian las combinaciones y
que aumentar la lista de voces de dudosa ortografía. sílabas de la c y la g con otras vocales; y que por esto tropiezan tanto los
En 1803, dio lugar en el alfabeto a las letras ll y ch, como represen- niños cuando aprenden a silabar; también los extranjeros, y aún más los
tantes de los sonidos con que se pronuncian en llama, chopo, y suprimió la
ch cuando lenta el valor de k, corno en christiano, chimera, sustituyéndole,
según los diferentes casos, c o q, y excusando la capucha o acento circun-
4
(La academia, en la 8ª. Edición de la Ortografía, año 1815, autori-
zó las grafías estraño estrangero, etc. En 1844, en su Prontuario orto-
gráfico, volvió a restablecer como obligatoria la x A.R.)
5
Patón desechaba la q en algunos casos, siguiendo en lo demás los (Ya en la 7ª. Ed. Del Diccionario (1832), la Academia adopta las
preceptos comunes. Por último, otros escritores antiguos y modernos, grafías modernas almoraduj, carcaj, reloj. A. R.)
6
aunque con diversidad en los medios, han convenido en el fin de hacer (En la primera edición del Diccionario de la Academia (año 1934)
uniforme la escritura castellana, y de fácil y práctica ejecución . (Comi- figuran gerga-xerga (prefiere con x) y xícara (no se encuentra con g).
sión Editora. Caracas). Desde la 5ª. Edición (1817) se produjo la unificación en j. A.R.)
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 51
sordos mudos. Pero, con todo, no corrige semejante anomalía. Antonio de do también su mudanza. Dice asimismo que el origen muchas veces no
Nebrija quería dejar privativamente a la c el sonido y oficio de la k y de la q; puede se regla general, especialmente en el estado presente de la lengua,
Gonzalo Correas pretendió darlo a la n con exlusión de las otras dos; y porque ha prevalecido la suavidad de la pronunciación o la fuerza del uso.
otros escritores Por último, agrega que son muchas las dificultades que para escribir co-
han procurado dar a la g el sonido menos áspero en todos los casos, remi- rrectamente se presentan, porque no basta la pronunciación, ni saber la
tiendo a la j toda la pronunciación gutural fuerte; con lo que se evitaría el etimología de las voces, sino que es preciso también averiguar si hay uso
uso de la u cuando es muda, como en guerra (gorra), y la nota llamada común y constante en contrario, pues habiéndole (añade) ha de prevalecer,
crema en los otros casos, como en vergüenza (vergüenza). La Academia, como arbitro de las lenguas. Pero estas dificultades se desvanecen en gran
sin embargo, nos dice que, en reforma de tanta trascendencia, ha preterido parte, y el camino que debe seguirse en las reformas ortográficas se pre-
aojar que el uso de los doctos abra camino para autorizarla con acierto y sentará por sí mismo a la vista si recordamos cuál es el oficio de la escritu-
mejor oportunidad. ra y el objeto de la ortografía.
Este sistema de circunspección es tal vez inseparable de un cuerpo El mayor grado de perfección de que la escritura es susceptible, y el
celoso de conservar su influjo sobre la opinión del público; un individuo se punto a que por consiguiente deben conspirar todas las reformas, se cifra
halla en el caso de poder aventurar algo más; y cuando su práctica coinci- en una cabal correspondencia entre los sonidos elementales de la lengua y
de con el plan progresivo de la Academia, autorizado ya por el consenti- los signos o letras que han de representarlos, por manera que a cada soni-
miento general, no se puede decir que esta libertad introduce confusión; al do elemental corresponda invariablemente una letra, y a cada letra corres-
contrario, ella prepara y acelera la época en que la escritura uniformada de ponda con la misma invariabilidad un sonido.
España y de las naciones americanas presentará un grado de perfección Hay lenguas a quienes tal vez no es dado aspirar a este grado último
desconocida hoy en el mundo. de perfección en su ortografía; porque admitiendo en sus sonidos transi-
La Academia adoptó tres principios fundamentales para la formación ciones, y, si es lícito decirlo así, medias tintas (que en sustancia es compo-
de las reglas ortográficas: pronunciación, uso constante y origen. De estos, nerse de un gran número de sonidos elementales), sena necesario, para
el primero es el único esencial y legítimo; la concurrencia délos otros dos que perfeccionasen su ortografía, que adoptaran un gran número de letras
es un desorden, que sólo la necesidad puede disculpar. La Academia mis- nuevas, y se formaran otro alfabeto diferentísimo del que hoy tienen; em-
ma, que los admite, manifiesta contradicción en más de una página de su presa que debe mirarse como imposible. A falta de este arbitro, se han
tratado. Dice en una parte que ninguno de éstos es tan general que pueda multiplicado en ellas los valores de las letras, y se han formado lo que sue-
señalarse por regla invariable; que la pronunciación no siempre determina le llamarse diptongos impropios, esto es, Signos complejos que represen-
las letras con que se deben escribir las voces; que el uso no es en todas tan sonidos simples.
ocasiones común y constante; que el origen muchas veces no se halla se- Tal es el caso en que se encuentran las lenguas inglesa y francesa.
guido. En otra, que la pronunciación es un principio que merece la mayor Afortunadamente una de las dotes del castellano es el constar de un
atención , porque siendo la escritura una imagen de las palabras, como es- corto número de sonidos elementales, bien separados y distintos. El es
tas lo son de los pensamientos, parece que las letras y los sonidos debi- quizá el único idioma de Europa que no tiene más sonidos elementales que
eran tener entre si la más perfecta correspondencia, y, consiguientemente, letras. Así el camino que deben seguir sus reformas ortográficas es obvio y
que se había de escribir como se habla y pronuncia. Sienta en un lugar que claro: si un sonido es representado por dos o más letras, elegir entre éstas
la escritura española padece mucha variedad, nacida principalmente de la que represente aquel sonido solo, y sustituirla en él a las otras.
que por viciosos hábitos, y por resabios de la mala enseñanza o de la inex- La etimología es la gran fuente de la confusión de los alfabetos de
acta instrucción en los principios, se confunden en la pronunciación algu- Europa.7 Uno de los mayores absurdos que han podido introducirse en el
nas letras, como la b con la u, y la c con la q, siendo también unísonas la j
y la g; y en otros pasajes dice que por la pronunciación no se puede cono-
cer si se ha de escribir vaso con b o con v; y que atendiendo a la misma,
pudieran escribirse con b las voces vivir, vez. De las palabras tomadas de 7
distintos idiomas, unas (según la Academia) se han mantenido con los ca- En la Biblioteca Americana (1823), terminaba el párrafo en esta
racteres propios de sus orígenes, otras los han dejado, y tomado los de la forma: Uno de los mayores absurdos que han podido introducirse en
lengua que las adoptó, y aun las mismas voces antiguas han experimenta- el arte de pintar las palabras es la regla que nos prescribe deslindar su
origen para saber de qué modo se han de trasladar al papel, como si la
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 52
arte de pintar las palabras es la regla que nos prescribe deslindar su origen misma letra pudiera parecer hermosa en ciertas combinaciones, y disforme
para saber de qué modo se han de trasladar al papel. ¿Qué cosa más con- en otras! Todas esas expresiones, si algún sentido tienen, sólo significan
traria a la razón que establecer como regla de la escritura de los pueblos que la práctica que se trata de reprobar con ellas es nueva. ¿Y qué importa
que hoy existen, la pronunciación de los pueblos que existieron dos o tres que sea nuevo lo que es útil y conveniente? ¿Por que hemos de condenar
mil años ha, dejado, según parece, la nuestra para que sirva de norte a la a que permanezca en su ser actual lo que admite mejoras? Si por nuevo se
ortografía de algún pueblo que ha de florecer de aquí' a dos o tres mil hubiera rechazado siempre lo útil, ¿en que estado se hallaría hoy la escri-
años? Pues el consultar la etimología para averiguar con qué letra debe tura? En vez de trazar letras, estaríamos divertidos en pintar jeroglíficos, o
escribirse tal o cual dicción, no es, si bien se mira, otra cosa. Ni se respon- anudar quipos.
da que eso se verifica sólo cuando el sonido deja libre la elección entre dos Ni la etimología ni la autoridad de la costumbre deben repugnar la
o mas letras que lo representan. Destiérrese. replica la sana razón, esa su- sustitución de la letra que más natural o generalmente representa un soni-
perflua multiplicidad de signos, dejando de todos ellos aquel solo que por do, siempre que la nueva práctica no se oponga a los valores establecidos
su unidad de valor merezca la preferencia. de las letras o de sus combinaciones. Por ejemplo, la j es el signo más na-
Y demos de barato que supiésemos siempre la etimología de las pa- tural del sonido con que empiezan las dicciones jarro, genio, giro, joya, jus-
labras de varia escritura para indicarla en ellas. Aun entonces la práctica ticia, como que esta letra no tiene otro valor en castellano; circunstancia
que se recomienda con el origen carecería de semejante apoyo. Los que que no puede alegarse en favor de la g o la x. ¿Por qué, pues, no hemos
viendo escrito philosophia creyesen que los griegos escribían así esta dic- de pintar siempre este sonido con la J? Para los ignorantes, lo mismo es
ción, se equivocarían de medio a medio. Los griegos señalaban el sonido escribir genio que jenio. Los doctos solos extrañarán la novedad, pero será
ph con la letra simple, de que tal vez procedió la /; de manera que escri- para aprobar- la, si reflexionan lo que contribuye a implicar el arte de leer, y
biendo filosofía nos acercamos en realidad mucho más a la forma original a lijar la escritura. Ellos saben que les romanos escribieron genio, porque
de esta dicción, que no del modo que los lómanos se vieron obligados a pronunciaban guenio; y confesarán que nosotros, habiendo variado el so-
adoptar por el diferente sonido de su /. Lo mismo decimos de la práctica de nido, debiéramos haber variado también el signo que lo representa. Pero
escribir Achéos, Achiles, Melchísedech. Ni los griegos ni los hebreos escri- aun no es tarde para hacerlo, pues la sustitución de la j a la g en tales ca-
bieron tal di, porque representaban este sonido con una sola letra, destina- sos nada tiene contra sí sino la etimología, que pocos conocen, y el uso
da expresamente a ello. ¿Qué fundamento tienen, pues, en la etimología particular de ciertos vocablos, que deben someterse al uso más general de
los que aconsejan escribir las voces hebreas o griegas a la romana? En la lengua.
cuanto al uso, cuando este se opone a la razón y la conveniencia de los Lo mismo decimos de la z respecto del sonido con que empiezan las
que leen y escriben, le llamamos abuso. Decláranse algunos contra las re- dicciones zalema, cebo, cuíco, zorro, zumo. Pero aunque la c es en caste-
formas tan obviamente sugeridas por la naturaleza y fin de esta arte, ale- llano el signo más natural del sonido consonante con que empiezan las
gando que parecen feas, que ofenden a la vista, que chocan. ¡Cómo si una dicciones casa, quema, quinto, copla, cuna, no por eso creemos que se
puede sustituirla a la combinación qu, cuando es muda la n, como sucede
antes de la e o la i: porque este nuevo valor de la r pugnaría con el que ya
le ha asignado el uso antes de dichas vocales; y así el escribir arronce, es-
escritura tratase de representar los sonidos que fueron, y no únicamen- cilmo, en lugar de arranque, esquilmo, no podría menos de producir confu-
te los sonidos que son, o si debiésemos escribir como hablaron nues- sión.
tros abuelos, dejando probablemente a nuestros nietos la obligación de Nos parecería, pues, lo más conveniente empezar por hacer exclusi-
vo a la z el sonido suave que le es común con la c: y cuando ya el público
escribir como hablamos nosotros. En cuanto al uso, cuando éste se
(especialmente el público iliterato, que es con quien debe tenerse contem-
opone a la razón y a la conveniencia de los que leen y escriben, le lla-
plación) esté acostumbrado a dar a la c en todos casos el valor de la k, se-
mamos abuso. Ni la etimología, ni la autoridad de la costumbre, deben rá tiempo de sustituirla a la combinación qu; a menos que se prefiera (y
repugnar la sustitución de la letra que más natural o generalmente re- quizá hubiera sido lo más acertado) desterrar enteramente la c, sustituyén-
presenta un sonido, siempre que la práctica no se oponga a los valores dole la q en el sonido fuerte, y la z en el suave.
establecidos de las letras o de sus combinaciones . Y el párrafo si- Asimismo la g es el signo natural del sonido ga, gue. gui, go, gu; mas
guiente continuaba: Por ejemplo, la j es el signo... (Comisión Editora. no por eso podemos sustituirla a la combinación gu, siendo muda la u. por-
Caracas).
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 53
que lo resiste el valor de j que todavía se acostumbra dar a aquella conso-
nante cuando precede a las vocales c, i. Convendrá pues, empezar por no 1. Sustituir la j la x y a la g en todos los casos en que estas últimas
usar la g en ningún caso con el valor de j. tengan el sonido gutural árabe.
Otra reforma hacedera es la supresión de h (menos, por supuesto, 2. Sustituir la i a la y en todos los casos en que ésta haga las veces
en la combinación ch); la de la u muda que acompaña a la r/; la sustitución de simple vocal.
de la í a la y en todos los casos que la última no es consonante; y la de re- 3. Suprimir el h.
presentar siempre con rr el sonido fuerte rrazón, prórroga, reservando a la r 4. Escribir con rr todas las sílabas en que haya el sonido fuerte que
sencilla el suave que tiene en las voces arar, querer. corresponde a esta letra.
Otra reforma, aunque de aquellas que es necesario preparar, es el 5. Sustituir la 2 a la c suave.
omitir la u muda que sigue a la g antes de las vocales e, i. 6. Desterrar la u muda que acompaña a la q.
Observemos de paso cuánto ha variado con respecto a estas letras
el uso de la lengua. Los antiguos (con cuyo ejemplo queremos defender lo Época segunda
que ellos condenaban, en vez de llevar adelante las juiciosas reformas que
habían comenzado) casi habían desterrado el h de las dicciones donde no
7. Sustituir la q a la c fuerte.
se pronuncia, escribiendo ombre, ora, onor. Así, el rey don Alonso el Sabio,
8. Suprimir la u muda que en algunas dicciones acompaña a la g.
que empezó cada una de las siete partidas con una de las letras que com-
ponen su nombre (Alfonso), principia la cuarta con la palabra orne (que por
No faltará quien extrañe que no comprendamos en estas innovacio-
inadvertencia de los editores, según observó don Tomás Antonio Sánchez,
nes el sustituir a la x los signos simples de los dos sonidos que se dice re-
se escribió después home). Pero vino luego la pedantería de las escuelas,
presentar, escribiendo ecsordio, ecsamen, o eqsordio, eqsamen; pero no-
peor que la ignorancia; y en vez de imitar a los antiguos acabando de des-
sotros no tenemos por seguro que la x se resuelva o parta exactamente ni
terrar un signo superfluo, en vez de consultarse como ellos con la recta ra-
en los sonidos es, como afirman casi todos, ni en los sonidos gs, como
zón, y no con la vanidad de lucir su latín, restablecieron el h aún en voces
(quizá acercándose más a la verdadera pronunciación) piensan algunos. Si
donde ya estaba de todo punto olvidada.
hemos de estar por el informe de nuestros oídos, diremos que en la x co-
Nosotros liemos hecho de la y una especie de ; breve, empleándola
mienzan ya a modificarse mutuamente los dos sonidos elementales; y que
como vocal subjuntiva de los diptongos ayre, peyne y en la conjunción y.
en especial el primero es mucho más suave que el de la c, k, o q ordinaria,
Los antiguos, al contrario, empiezan con ella frecuentemente las dicciones,
y se acerca bastante al de la g. Verdad es que antiguamente la x valía tan-
escribiendo yba yra; de donde tal vez viene la práctica de usarla como ;
to como es; pero también antiguamente la 2 valía tanto como ds, la z se ha
mayúscula en lo manuscrito. Es preciso confesar que esta práctica de los
suavizado hasta el punto de degenerar en un sonido que no presenta ras-
antiguos era bárbara; pero en nada es mejor la que los modernos sustitu-
tro de composición; la x, si no padecemos error, ha empezado a suavizarse
yeron.
de un modo semejante. La ortografía, pues, cuyo objeto no es corregir la
Por lo que toca a la rr inicial, no vemos por qué haya de condenarse.
pronunciación común, sino representarla fielmente, debe, si no nos enca-
Los antiguos no duplicaron ninguna consonante en principio de dicción;
ñamos, conservar esta letra. Pero éste es un punto que sometemos gusto-
tampoco nosotros. La rr, doble a la vista, representa en realidad un sonido
sos, no a los doctos, sino a los buenos observadores, que no den más cré-
que no puede partirse en dos, y debe mirarse como un carácter simple, no
dito a sus preocupaciones que a sus oídos.8
de otro modo que la ch, la ñ, la ll. Si los que reprobasen esta innova ción
hubiesen vivido cinco o seis siglos ha, y hubiese estado en ellos, hoy escri-
biríamos levar, lámar, lorar, a pretexto de no duplicar una consonante en
principio de dicción, y les debería nuestra escritura un embarazo más.
Sometamos ahora nuestro proyecto de reformas a la parte ilustrada 8
de.1 público americano, presentándolas en el orden sucesivo con que cree- (La observación fonética de Bello es exacta: la x intervocálica
mos será conveniente adoptarlas. se pronuncia en todas partes con un sonido intermedio entre hs y gs;
eksamen o egsamenn. Delante de constante la gente culta vacila entre
Época primera s, gs o ks: estraño, egstraño o ekstraño. El matiz depende, en una
misma persona, de las circunstancias: pronunciación espontánea, fami-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 54
Creemos que llegada la época de adoptar este sistema en toda su Para que esta simplificación de la escritura facilitase, cuanto es posi-
extensión, sería conveniente reducir las letras de nuestro alfabeto, de vein- ble, el arte de leer, se haría necesario variar los nombres de las letras co-
tisiete que señala la Academia en la edición ya citada, a veintiséis, varian- mo lo hemos hecho; porque, dirigiéndose por ellos los que empiezan a si-
do sus nombres del modo siguiente: labar, es de suma importancia que el nombre mismo de cada letra recuerde
el valor que debe dársele en las combinaciones silábicas. Además, hemos
desatendido en estos nombres la usual diferencia de mudas y semivocales,
A B CH D E F G I J L LL M N que para nada sirve, ni tiene fundamen to alguno en la naturaleza de los
sonidos, ni en nuestros hábitos. Nosotros llamamos be, che, fe, lie, etc. (sin
a be che de e fe gue i je le lie me ne r inicial) las consonantes que pueden estar en principio de dicción, y sólo
ere y exe (con e inicial) las que nunca pueden empezar dicción, ni por con-
siguiente s.laba; de que se deduce que, cuando se hallan en medio de dos
Ñ O P Q R RR S T U V X Y Y vocales, forman sílaba con la vocal precedente, y no con la que sigue. Rn
efecto, la separación natural de las sílabas en corazón, arado, exordio, es
ñe o pe cu ere rre se te u ve exe ye ze
cor-a-zón, ar-a-do, ex-or-dio; y por tanto, los silabarios no deben tener Ías
combinaciones ra, re, ri, ro, ru, ni las combinaciones xa, xe, xi, xo, xu, difi-
cultosísimas de pronunciar, porque verdaderamente no las hay en la len-
gua.10
Quedarían así desterradas de nuestro alfabeto las letras c y h, la
primera por ambigua, y la segunda porque no tiene significado alguno; se
excusaría la n muda, y el uso de la crema; se representarían los sonidos r y
rr con la distinción y claridad conveniente; y en fin, las consonantes g, x, y,
(véase más abajo, pág. 321) que " b y v no se distinguen en la pronun-
tendrían constantemente un mismo valor. No quedaría, pues, más campo a
la observancia de la etimología y del uso que en la elección de la b y de la ciación, o al menos son muy pocas las personas que las hacen sonar
v, la cual no es propiamente de la jurisdicción de la ortografía, sino de la de diverso modo". Además de ser pocas, no lo hacen por conservar
ortoepía; porque a ésta. toca exclusivamente señalar la buena pronuncia- una pronunciación tradicional, sino por aprendizaje artificioso". A. R.)
10
ción, que es el oficio de aquélla representar.9 (Hay actualmente en la lengua una serie de voces (sobre todo
tecnicismos de origen griego) con x inicial: xenofobia (y xerófobo),
xeroftalmía, xifoides (y xifoideo}, xilografía, etc. Para el problema del
silabeo de x intervocálica hay que tener en cuenta que se pronuncia
como es o gs, y por lo tanto se reparte entre las dos sílabas: ec-sa-
liar o enfática. A.R.) men.. Para el silabeo ortográfico no hay más remedio que considerar la
9
(En rigor, no es de la competencia de la ortoepía, sino de la or- x como consonante simple, y entonces se agrupa como las demás
tografía. En ninguna región castellana se hace hoy diferencia entre b y consonantes cor la vocal siguiente: e-xa-men, é-xi-to, etc. (de mane-
v (hay b oclusiva y b fricativa según la posición, pero no según la gra- ra igualmente convencional se considera la y como consonante para la
fía; v labiodental no hay más que en personas influidas por prejuicios acentuación ortográfica en casos como convoy y etc.). Es el silabeo
ortográficos). Además, la escritura actual de v y b es restitución orto- que adopta la Academia y el que ha prevalecido.
gráfica impuesta por la Academia desde el siglo XVIII con criterio eti- (Tampoco se admite hoy que el silabeo natural en castellano sea
mológico, y no representa el uso tradicional castellano. La idea de cor-a-zón, ar-a-do, etcétera. Es verdad que no hay en castellano ere
crear sobre la base de esa restitución ortográfica una pronunciación inicial de palabra, pero sí inicial de sílabas. Y una prueba de que la r de
labiodental de la v como la que existe en francés, en italiano o en otras corazón no es final de sílaba, sino inicial, es que en las muchas regio-
lenguas (no existía, en cambio, en latín), la ha abandonado la misma nes de España y América en las cuales la r final de sílaba se relaja, se
Academia Española, la cual, desde 1911, no prescribe ninguna dife- pierde o se cambia en I, jamás pasa eso con la r de corazón, arado,
rencia en la pronunciación de b y v. Bello misino dice en otra ocasión etc., porque es inicial de sílaba.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 55
Nos hemos ya extendido demasiado; aunque sobre un punto con- na que cita del tratado sobre los sacramentos de la iglesia por el arzobispo
cerniente a la educación general, y que lleva la mira a faci litar y difundir el de Florencia Martini, impreso con una ortografía que bajo muchos respec-
arte de leer en países donde por desgracia es tan raro, se debe tolerar más tos se asemeja a la nuestra. La misma individualidad sentimos echar me-
que en ningún otro la prolijidad. Nos hubiera sido fácil dar un artículo más nos en lo tocante a El moribundo socorrido; pero de todos modos no lison-
entretenido a nuestros lectores; pero la propagación de las artes, conoci- jea mucho la atención que algunos literatos de México han prestado a
mientos e inventos útiles, sobre todo los más adecuados y necesarios al nuestro discurso, sea modificando las opiniones expresadas en él, sea re-
estado de la sociedad en nuestra América, es el principa] objeto de este batiéndolas. La discusión es el mejor medio de fijar el juicio; y si mediante
periódico. ella llegamos a convencernos de que la práctica recomendada por nosotros
Las innovaciones ortográficas que hemos adoptado en él son pocas. produciría más inconvenientes que utilidades, seremos los primeros en
Sustituir l.i j a la g áspera; la i a la y vocal; la z a la ( en las dicciones < uy;i abandonarla, y nos abstendremos de turbar a la etimología y el uso en el
raí/, se escribe con la primera de estas dos letras; y referir la r suave y la x goce pacífico de su jurisdicción sobre materias ortográficas que a nosotros
a la vocal precedente en la división de los renglones; he aquí todas las re- ha parecido siempre usurpada.
formas que nos hemos atrevido a introducir por ahora. Sobre los acentos, "La ortografía (dice con razón el ilustrado traductor del arzobispo flo-
letras mayúsculas, abreviaturas y notas de puntuación, expondremos nues- rentino) se reduze al uso de las letras, o de los signos con qe se espresan
tro modo de pensar más adelante. los sonidos; a la puntuazion para denotar el sentido qe se ha de dar a las
Nos lisonjeamos de que toda persona que se dedique a examinar oraziones; y a la azentuazion, para distinguir o marcar la cantidad de las
nuestros principios con ojos despreocupados, convendrá en que deben sílabas, esto es, para qe se conozcan las qe son largas, o en qe se á de
desterrarse de nuestro alfabeto las letras superfinas; fijar las reglas para cargar la pronunziazion en los casos dudosos.
que no haya letras unísonas; adoptar por principio general el de la pronun- "En cuanto a la puntuazion, en nada nos apartamos de las mejores
ciación, y acomodar a ella el uso común y constante sin cuidarse de los reglas rezibidas. Por lo qe aze a los azentos no creemos nezesarío mas qe
orígenes. Este modo nos parece el más sencillo y racional; y si acaso estu- uno, qe le usamos solamente en la sílaba larga, qe lo reqiere, para evitar
viéremos equivocados, esperamos que la indulgencia de nuestros compa- eqivocaziones i para uniformar en esto la pronunziazion, que suele variar
triotas disculpará un error que nace solamente de nuestro celo por la pro- en algunas provinzias.
pagación de las luces en América; único medio de radicar una libertad ra- "Y en lo respectivo al uso de las letras, qe es la piedra del escándalo,
cional, v con ella los bienes de la cultura civil y de la prosperidad pública. toda nuestra variazion se reduze a suprimir la /; y la u vocal, cuando no
suenan, ni azen falta para qe se pronunzie el sonido qe se qiere espresar;
* a escluir la k por estraña y superflua, y la x por qe, a mas de ser eterojé-
nea, y no nezesaria, tiene diversas pronunziaziones, y es mui espuesta a
Hasta muy pocos días ha, no llegó a nuestras manos un artículo del eqivocar su sonido en la lectura, como de tacto suzede.
Sol de México (15 de julio de 1824), dirigido a los autores del discurso so- "También escluiriamos la z por sobrante y estraña de nuestro alfabe-
bre la conveniencia de simplificar la ortografía, que se dio a luz en la Biblio- to, y de uso inzierto, si estuviese en nuestra mano azer qe, escribiendo con
teca Americana, y ha sido reimpreso con alemas ediciones en el tomo pri- c, ca, ce, ci, co, cu, pronunciasen todos za, ze, zi, zo, zu, por qe entonces
mero del Repertorio. pondríamos qa, qe, qi, qo, qu, con q, en lugar de ca, con c, qe, qui, con q, y
Agradecemos al señor N. N. la comunicación que nos hace; pero co, cu, con c: y con esto seria perfecto nuestro alfabeto: cada signo espre-
hubiéramos deseado una noticia más por menos de la tra-ducción castella- saria un sonido, y no mas, y ningún sonido tendría mas qe un signo, qe le
espresase, y todos escribirían con uniformidad. Pero como la c en las síla-
bas ca, co, cu, la pronuncian todos como q, y para qe tenga el sonido de
ce, o ceda, es menester usar de la 2, se conserva esta letra, estendiendo
su uso a las sílabas ze, zi, qe es en lo qe está la diferenzia, por qe asi na-
(Cuervo, en la Nota 5 a la Gramática de Bello, recoge además die equivocará el sonido con qe á de pronuziar, pues nos acomodamos al
otro argumento de Caro- contra el silabeo definido por Bello: el silabeo qe leídos dan a la z, y usamos de la c solo para las sílabas ca, co, cu, qc
Ir-iar-te. co-nex-ión convierte en iniciales las sílabas iar. ión, ' con que nadie errará, por ser conforme a la pronunziazion jeneral de este signo en
no comienza voz alguna castellana" (por lo menos -diríamos nosotros- dichas silabas.
alteraría la pronunciación de esas sílabas). A. R.)
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 56
"Por la misma razón, escribimos ga, ^ue, gui, go, gu, con g; y ja, je, o sin acento. En el Sabio instruido de la gracia del padre Francisco Garau
ji, jo, ju, con j, qe' todos pronunzian sin tropiezo ni eqivocazion; y solo dife- (Barcelona, 1711), tenemos excluida la IA" de todas las voces en que no
rimos en usar de la ]', y no de la g antes de la c y de la /, en qe su sonido suena; los plurales veces, cruces, luces, los derivados lucimiento, lucero,
es de j, y asi nadie se ecqivocará en lo que nosotros escribimos, fijando a voracidad, y otros que se hallan en igual caso, con z; i por y cuando hace
cada uno de los dos signos el uso qe le corresponde, conforme a la pro- de conjunción, y en los diptongos como reí, voi; a, i, o, sin acento. Iguales
nunziazion comunmente rezibida y no suprimimos la u en gue, gui, por que observaciones pueden hacerse en multitud de otros libros, y no dejaremos
pronunziarian je, ji. de citar particularmente el ejemplo del erudito Mayáns. Nuestras reformas
"Finalmente, no introduzimos ninguna letra, o signo nuevo, y nos va- por otra parte son consecuencia inmediata de los principios que ha seguido
lemos de los nezesarios del alfabeto castellano para los sonidos qe todos en las suyas la Real Academia Española. ¿No se desentendió esta de la
les dan. etimología y el uso escribiendo elocuencia, cual, cuanto? ¿Es más repug-
"De esta materia se an escrito de un siglo a esta parte varias obras, nante a la vista el sustituir la j a la g en ánjel, injenio, que la g a la x en
y buenos discursos en los diarios de esta ciudad y en los de México, y en exemplo, exercicio? Se pudo poner por y, en bayie y peyne, ¿y no se po-
las recomendables gazetas de Guatemala, que permanezen victoriosos, drá hacer otro tanto en taray, convoy? Si los que reprueban nuestro siste-
aunqe varían en aczidentes: y creemos qe si no los siguen todos los qe los ma condenasen también el de la Academia, serían a lo menos consecuen-
an leído, es por lo qe dijo el poeta, qua imberbes disdicere, senes perden- tes, y mostrarían conducirse en sus juicios por algún principio racional, y no
da fateri erubescunt. El traductor de ambas obras es viejo, y á escrito, e por el hábito envejecido de preferir autoridades a razones. Y si condenan
impreso otras varias en el método común; pero la corruptela, el uso, y la las reformas de la Academia, quisiéramos preguntarles: ¿Qué sistema es
costumbre misma deben zeder a la razón. el suyo? ¿En qué época de la lengua suponen fijada invariablemente la or-
"Estamos bien persuadidos de qe la real academia española lo co- tografía? O ¿en qué consiste la perfección de la escritura? O ¿con qué ar-
noze asi, y de qe por pura prudenzia no á echo de una vez la reforma, qe gumentos prueban que la suya ha llegado a este dichoso término de que
cree justa y nezesaria, a fin de no chocar con la prcocupazion y la ignoran- ya no puede pasar?
zia de los nezios, cuyo número es infinito". El señor N. N. nos dice que conserva en su poder una carta en que
Así dice este literato, y hemos copiado con exactitud su ortografía, se oponen las objeciones más fuertes contra el nuevo sistema por un suje-
para que nuestros lectores menos instruidos vean que ni somos singulares to de la más recomendable opinión. Mucho celebraríamos que nuestro res-
en nuestro modo de pensar, ni han faltado hombres juiciosos que llevasen petado corresponsal se hubiese tomado el trabajo de indicárnosla, y que,
las reformas en materia de escritura algo más allá que los editores del Re- en obsequio de la ilustración americana, continuase y diese a luz el discur-
pertorio. Nuestro sistema no es nuevo, ni, cuando dimos el artículo citado so que comenzó a escribir sobre la materia.
de la Biblioteca, tuvimos la menor pretensión de origi- nalidad. Si se exami- "El uniformar la escritura (añade el señor N. N., cuya ortografía co-
nan nuestras reglas ortográficas, se verá que apenas hay una que no haya piamos), lijando el alfabeto con los signos nezesarios para espresar los so-
sido puesta en práctica antes de ahora. Tenemos a la vista la primera edi- nidos de nuestro idioma, y escluyendo los superfluos, o eqivocos, se debe
ción del Terencio traducido por Pedro Simón de Abril (Alcalá de Henares, azer por un cuerpo literario, como la academia de la lengua castellana, por
1583), y en ella observamos que se escribe el verbo» haber sin h; los ver- qe si no, serian interminables las disputas i costaría mucho llegar al fin.
bos hacer, decir, traducir, inducir, los nombres jueces, veces, vecinos, ve- Ahora se acaba de instalar el instituto, o academia de zienzias y bellas le-
cindad, hacienda, y otros semejantes con z11; la preposición a la conjunción tras, i en esta debe esperarse qe se tome en considerazion el asunto, re-
uniendo a mas de las obras zitadas por ustedes la qe escribió e imprimió
en esta ziudad don José Ybargoyen, otra de un anónimo publicada en Ma-
drid el año de 1803, la de don Gregorio García del Pozo, impresa en la
11 misma corte en el año de ... i los opúsculos dados a luz en 821 y 823 en
[En 1583 era general escribir hazer, dezir, traduzir, induzir, Veracruz i Jalapa por el profesor de primeras letras don Félix Mondarte".
juezes, vezes, vezinos, vezindad, hazienda, etc. En esa época (hasta
principios del siglo XVI) la z representaba un sonido distinto del de la
ce. Véase Rufino José Cuervo, Disquisiciones sobre antigua ortografía
y pronunciación castellanas (en Obras inéditas, Bogotá, 1944, pp. 353-
492), y Amado Alonso, Cronología de la igualación C-Z en español, en Hispanic Review, XIX, 1951, 37-58, 143-164. A. R.]
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 57
Mucho debe esperarse de la ilustración y celo de los individuos que
componen el nuevo instituto mejicano; pero no esperamos que la uniformi-
dad en materia de escritura, que no pudo lograrse durante el reinado de la
Real Academia, sea posible de obtener después de la desmembración de
la América castellana en tantos estados independientes entre sí y de Es-
paña. Tampoco creemos que a ningún cuerpo, por sabio que sea, corres-
ponda arrogarse en materia de lenguaje autoridad alguna. Un instituto filo-
lógico debe ceñirse a exponer sencillamente cual es el uso establecido en
la lengua, y a sugerir las mejoras de que le juzgue susceptible, quedando
el público, es decir, cada individuo, en plena libertad para discutir las opi-
niones del instituto y para acomodar su práctica a las reglas que más acer-
tadas le parecieren. La utilidad de estos cuerpos consiste principalmente
en la facilidad que propor- cionan de repartir entre muchas personas los
trabajos, a veces vastos y prolijos, que demanda el estudio y cultivo de una
lengua. La libertad es en lo literario, no menos que en lo político, la promo-
vedora de todos los adelantamientos. Como ella sola puede difundir la con-
vicción, a ella sola es dado conducir, no decimos a una absoluta uniformi-
dad de práctica, que es inasequible, sino a la decidida preponderancia de
lo mejor entre los hombres que piensan.
Pero ¿no es de temer, se dirá, que esta libertad ocasione confusión,
y que, tomándose cada cual la licencia de alterar a su arbitrio los valores
de los signos alfabéticos, se. formen tantos sistemas diferentes como escri-
tores? Nosotros no lo tememos. Entre las varias tentativas que se hagan
para perfeccionar la ortografía, prevalecerán aquellas que la experiencia
acredite ser las más adecuadas al fin; el interés propio hará que cada escri-
tor someta su opinión a la del público literario; las academias mismas se
verán precisadas a respetarla; y las extravagancias en que incurran algu-
nos pocos por la manía de singularizarse no tendrán séquito ni sobrevivirán
a sus autores.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 58
de la patria manchar los blasones!
Mexicanos, al grito de guerra, ¡Guerra, guerra! Los patrios pendones
Segunda Generación el acero aprestad y el bridón, en las olas de sangre empapad:
y retiemble en sus centros la tierra
FRANCISCO GONZÁLEZ BOCANEGRA al sonoro rugir del cañón. ¡Guerra, guerra! En el monte, en el valle
Volemos al combate, a la venganza
los cañones horrísonos truenen,
y el que niegue su pecho a la esperanza Como al golpe del rayo la encina y los ecos sonoros resuenen
Hunda en el polvo la cobarde frente. se derrumba hasta el hondo torrente, con las voces de ¡Unión! ¡Libertad!
Quintana la discordia vencida, impotente,
a los pies del arcángel, cayó; Mexicanos, al grito de guerra,
Mexicanos, al grito de guerra el acero aprestad y el bridón,
el acero aprestad y el bridón, Ya no más de tus hijos la sangre y retiemble en sus centros la tierra
y retiemble en sus centros la tierra se derrame en contienda de herma- al sonoro rugir del cañón.
al sonoro rugir del cañón. nos
sólo encuentra el acero en tus manos Antes, patria, que inermes tus hijos
Ciña ¡oh Patria! tus sienes de oliva quien tu nombre sagrado insultó. bajo el yugo su cuello dobleguen,
de la paz el arcángel divino, tus campiñas con sangre se rieguen,
que en el cielo tu eterno destino, Mexicanos, al grito de guerra, sobre sangre se estampe su pie;
por el dedo de Dios se escribió; el acero aprestad y el bridón,
y retiemble en sus centros la tierra Y tus templos, palacios y torres
mas si osare un extraño enemigo, al sonoro rugir del cañón. se derrumben con hórrido estruendo,
profanar con su planta tu suelo, y tus ruinas existan diciendo:
piensa ¡oh Patria querida! que el cielo Del guerrero inmortal de Zempoala de mil héroes la patria aquí fue.
un soldado en cada hijo te dio. te defienda la espada terrible,
y sostiene su brazo invencible Mexicanos, al grito de guerra,
Mexicanos, al grito de guerra, tu sagrado pendón tricolor; el acero aprestad y el bridón,
el acero aprestad y el bridón, y retiemble en sus centros la tierra
y retiemble en sus centros la tierra Él será el feliz mexicano al sonoro rugir del cañón.
al sonoro rugir del cañón. en la paz y en la guerra el caudillo,
porque él supo sus armas de brillo Si a la lid contra hueste enemiga
En sangrientos combates los viste circundar en los campos de honor. nos convoca la trompa guerrera,
por tu amor palpitando sus senos, de Iturbide la sacra bandera
arrostrar la metralla serenos, Mexicanos, al grito de guerra, ¡Mexicanos! valientes seguid:
y a la muerte o la gloria buscar. el acero aprestad y el bridón,
y retiemble en sus centros la tierra Y a los fieros bridones les sirvan
Si el recuerdo de antiguas hazañas al sonoro rugir del cañón. las vencidas enseñas de alfombra;
de tus hijos inflama la mente, los laureles del triunfo den sombra
los laureles del triunfo, tu frente ¡Guerra, guerra sin tregua al que in- a la frente del bravo adalid.
volverán inmortales a ornar. tente
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 59
Mexicanos, al grito de guerra,
el acero aprestad y el bridón, ¡Para ti las guirnaldas de oliva!
y retiemble en sus centros la tierra ¡Un recuerdo para ellos de gloria!
al sonoro rugir del cañón. ¡Un laurel para ti de victoria!
¡Un sepulcro para ellos de honor!
Vuelva altivo a los patrios hogares
el guerrero a contar su victoria, Mexicanos, al grito de guerra,
ostentando las plumas de gloria el acero aprestad y el bridón,
que supiera en la lid conquistar: y retiemble en sus centros la tierra
al sonoro rugir del cañón
Tornáranse sus lauros sangrientos
en guirnaldas de mirtos y rosas,
que el amor de las hijas y esposas
también sabe a los bravos premiar.
IGNACIO MANUEL ALTAMIRANO no la voraz hoguera del deseo, si la niñez entretejió sus lazos,
sino el risueño lampo del cariño. y la animó, divina, entre sus brazos,
la castidad de la pasión primera?
MARÍA Yo la miré una vez virgen
querida, Pero el amor es árbol delicado
despertaba cual yo, del sueño blando que el aire puro de la dicha quiere,
de las primeras horas de la vida; y cuando de dolor el cierzo helado
Allí en el valle fértil y risueño, pura azucena que arrojó el destino su frente toca, se doblega y muere.
do nace el Lerma, y, débil todavía de mi existencia en el primer camino,
juega, desnudo de la regia pompa recibían sus pétalos temblando ¿No es verdad? ¿No es verdad, pobre María?
que lo acompaña hasta la mar bravía; los ósculos del aura bullidora, ¿por qué tan pronto del pesar sañudo
allí donde se eleva y el tierno cáliz encerraba apenas pudo apartarnos la segur impía?
el viejo Xinantecatl, cuyo aliento, el blanco aliento de la tibia aurora. ¿Cómo tan pronto oscurecernos pudo
por millares de siglos inflamado, la negra noche en el nacer del día?
al soplo de los vientos se ha apagado, Cuando en ella fijé larga mi-
pero que altivo y majestuoso eleva rada ¿Por qué entonces no fuimos más feli-
su frente que corona eterno hielo de santa adoración, sus negros ojos ces?
hasta esconderla en el azul del cielo. de mí apartó; su frente nacarada ¿Por qué entonces no fuimos más constan-
se tiñó del carmín de los sonrojos; tes?
Allí donde el favonio murmurante su seno se agitó por un momento, ¿Por qué, en el débil corazón, señora,
mece los frutos de oro del manzano y entre sus labios expiró su acento. se hacen eternos siglos los instantes,
y los rojos racimos del cerezo desfalleciendo antes
y recoge en sus alas vagarosas Me amó también. Jamás amado de apurar del dolor la última hora?
la esencia de los nardos y las rosas. había;
como yo, esta inquietud no conocía, ¡Pobre María! entonces ignorabas,
Allí por vez primera nuestros ojos ardientes se atrajeron y yo también, lo que apellida el mundo
un extraño temblor desconocido, y nuestras almas vírgenes se unieron amor... ¡amor! y ciega no pensabas
de repente, agitado y sorprendido con la unión misteriosa que preside que es perfidia, interés, deleite inmundo
mi adolescente corazón sintiera. el hado entre las sombras, mudo y y que tu alma pura y sin mancilla
ciego, que amó como los ángeles amaran
Turbada fué de la niñez la calma, y de la dicha del vivir decide con fuego intenso, mas con fe sencilla,
ni supe qué pensar en ese instante para romperla sin clemencia luego. iba a encontrarse sola y sin defensa
del ardor de mi pecho palpitante de la maldad entre la mar inmensa.
ni de la tierna languidez del alma. ¡Ay! que esta unión purísima de-
biera Entonces, en los días inocentes
Era el amor: mas tímido, inocente, no turbarse jamás, que así la dicha de nuestro amor, una mirada sola
ráfaga pura del albor naciente, tal vez perenne en la existencia fue- fué la felicidad, los puros goces
apenas devaneo ra: de nuestro corazón... el casto beso,
del pensamiento virginal del niño; ¿cómo no ser sagrada y duradera la tierna y silenciosa confianza,
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 63
la fe en el porvenir y la esperanza. del desdén la sonrisa amenazante nos lleve, como ayer: ciegos vaguemos,
y la mirada de odio chispeante, ya que ni un faro de esperanza vemos.
Entonces... en las noches silenciosas, terrible reto de venganza al mundo. Llenos de duda y de pesar marchamos,
¡ay! cuántas horas contemplamos juntos marchamos siempre, y a perdernos vamos
con cariño las pálidas estrellas Mucho tiempo pasó. Tristes ¡ay! de la muerte en el océano oscuro.
en el cielo sin nubes cintilando, seguimos ¿Hay más allá riberas? No es seguro,
como si en nuestro amor gozaran ellas; el mandato cruel del hado fiero, quién sabe si las hay; mas si abordarnos
o el resplandor benéfico y amigo contrarias sendas recorriendo fuimos, a esas riberas torvas y sombrías
de la callada luna, sin consuelo ni afán... ¿También, se- y siempre silenciosas,
de nuestra dicha plácida testigo, ñora, allí sabré tus quejas dolorosas,
o a las brisas balsámicas y leves podemos sin rubor mirarnos ora? y tú también escucharás las mías.
con placer confiamos ¡Ah! ¿qué ha quedado de la virgen
nuestros suspiros y palabras breves. bella?
Tal vez la seducción marcó su huella LAS AMAPOLAS
¡Oh! ¿qué mal hace al cielo en tu pálida frente ya surcada,
este modesto bien, que tras él manda porque contemplo en tus hundidos Uror.
de la separación al negro duelo, ojos TIBULO.
la frialdad espantosa del olvido señal de llanto y lívida mirada
y el amargo sabor del desengaño, con el fulgor de acero de la ira. El sol en medio del cielo
tristes reliquias del amor perdido? ¡Se marchitaron los claveles rojos derramando fuego está;
sobre tus labios ora contraídos las praderas de la costa
Hoy sabes qué es sufrir, pobre María, por risa de desdén que desafía se comienzan a abrasar,
y sentiste al presente tu bárbaro pesar, pobre María! y se respira en las ramblas
el desamor que mezcla su hiel fría Y yo... yo estoy tranquilo: el aliento de un volcán.
de los placeres en la copa ardiente, del dolor las tremendas tempestades,
el cansancio, la triste indiferencia, roncas rugieron agitando el alma; Los arrayanes se inclinan,
y hasta el odio que impío la erupción fué terrible y poderosa... y en el sombrío manglar
el antes cielo azul de la existencia Pero hoy volvió la calma las tórtolas fatigadas
nos convierte en un cóncavo sombrío, que se turbó un momento, han enmudecido ya;
y la duda también, duda maldita y aunque siento el volcán rugir violen- ni la más ligera brisa
que de acíbar eterno el alma llena, to viene en el bosque a jugar.
la enturbia y envenena el fuego adentro dél, nunca se atreve
y en el caos del mal la precipita. su cubierta a romper de dura nieve. Todo reposa en la tierra,
........................................................... todo callándose va,
Muy pronto, sí, nos condenó la suerte y sólo de cuando en cuando
a no vernos jamás hasta la muerte; Continuemos, mujer, nuestro camino. ronco, impotente y fugaz,
corrió la primer lágrima encendida ¿Dónde parar?... ¿Acaso lo sabe- se oye el lejano bramido
del corazón a la primer herida, mos? de los tumbos de la mar.
mas pronto se siguió el pesar profundo, ¿Lo sabemos acaso? Que el destino
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 64
A las orillas del río, Todo invitarnos parece, sonriendo... y nada más.
entre el verde carrizal, yo me abraso de deseos;
asoma una bella joven mi corazón se estremece, Entre las palmas se pierden;
de linda y morena faz; y ese sol de Junio acrece y del día al declinar,
siguiéndola va un mancebo mis febriles devaneos. salen del espeso bosque,
que con delirante afán a tiempo que empiezan ya
ciñe su ligero talle, Arde la tierra, bien mío; las aves a despertarse
y así le comienza a hablar: en busca de sombra vamos y en los mangles a cantar.
al fondo del bosque umbrío,
"Ten piedad, hermosa mía, y un paraíso finjamos Todo en la tranquila tarde
del ardor que me devora, en los bordes de ese río. tornando a la vida va;
y que está avivando impía y entre los alegres ruidos,
con su llama abrasadora Aquí en retiro encantado, del Sud al soplo fugaz,
esta luz de mediodía. al pie de los platanares, se oye la voz armoniosa
por el remanso bañado, de los tumbos de la mar.
Todo suspira sediento, un lecho te he preparado
todo lánguido desmaya, de eneldos y de azahares.
todo gime soñoliento:
el río, el ave, y el viento Suelta ya la trenza oscura
sobre la desierta playa. sobre la espalda morena;
muestra la esbelta cintura,
Duermen las tiernas mimosas y que forme la onda pura
en los bordes del torrente; nuestra amorosa cadena.
mustias se tuercen las rosas,
inclinando perezosas Late el corazón sediento;
su rojo cáliz turgente. confundamos nuestras almas
en un beso, en un aliento...
Piden sombra a los mangueros mientras se juntan las palmas
los floripondios tostados; a las caricias del viento.
tibios están los senderos
en los bosques perfumados Mientras que las amapolas,
de mirtos y limoneros. de calor desvanecidas,
humedecen sus corolas
Y las blancas amapolas en las cristalinas olas
de calor desvanecidas de las aguas adormidas".
humedecen sus corolas
en las cristalinas olas Así dice amante el joven,
de las aguas adormidas. y con lánguido mirar
responde la bella niña
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 65
GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA Así vi a la mariposa
Ante mí resplandecía inocente, fascinada,
A ÉL como un astro brillador, en torno a la luz amada
y mi loca fantasía revolotear con placer:
al fantasma seductor
Era la edad lisonjera
tributaba idolatría. insensata se aproxima,
en que es un sueño la vida:
y la acaricia insensata,
era la aurora hechicera
Escuchar pensé su acento hasta que la luz ingrata
de mi juventud florida,
en el canto de las aves; devora su frágil ser.
en su sonrisa primera.
eran las auras su aliento
cargadas de aromas suaves, Y es fama que allá en los bosques
Cuando sin rumbo vagaba
y su estancia el firmamento. que habita el indio indolente,
por el campo silenciosa,
nace y crece una serpiente
y en escuchar me gozaba
¿Qué extraño ser era aquél? de prodigioso poder.
la tórtola que entonaba
¿Era un ángel o era un hombre?
su querella lastimosa.
¿Era un Dios o era Luzbel?... Si sus hálitos exhala,
¿Mi visión no tiene nombre? en apariencias süaves,
Melancólico fulgor
¡Ah!, nombre tiene... ¡Era Él! volando bajan las aves
blanca luna repartía,
en su garganta a caer.
y el aura leve mecía
El alma soñaba tu imagen divina
con soplo murmurador
y en ella reinabas ignoto señor,
la tierna flor que se abría.
que acaso su instinto feliz adivina
los rasgos que debe grabarle el
¡Y yo gozaba! El rocío,
amor.
nocturno llanto del cielo,
el bosque espeso y umbrío,
Al sol que en el cielo de Cuba destella
la dulce quietud del suelo,
del trópico ardiente brillante fanal,
el manso correr del río,
tus ojos eclipsan, tu frente descuella
cual se alza en la selva la palma real.
y de la luna el albor,
y el aura que murmuraba
Del genio la aureola, radiante, sublime,
acariciando a la flor,
ciñendo contemplo tu pálida sien,
y el pájaro que cantaba...
y al verte, mi pecho palpita y se oprime,
¡Todo me hablaba de amor!
dudando si formas mi mal o mi bien.
Y trémula, palpitante,
Que tú eres, no hay duda, mi sueño adorado,
en mi delirio extasiada,
el ser a quien tanto mi pecho anheló;
miré una visión brillante, mas ¡ay! que mil veces el hombre arrastrado
como el aire perfumada, por fuerza enemiga su tumba buscó.
como las nubes flotante.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 66
tes, sus simétricos y ordenados monumentos, y sus curiosos habitantes
corriendo en tropel a contemplar a los recién llegados, presentaba aquel
GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA día un aspecto de fiesta, que hubiera enternecido profundamente al que
mirándolo alcanzase a levantar una punta del velo del porvenir: de aquel
GUATIMOZÍN [fragmento] porvenir funesto que a toda prisa se anunciaba, y del cual no se curaba
II en tales momentos el imprudente pueblo.
La familia imperial de México Sin embargo, permitiéndonos la libertad de introducir al lector en
lo interior de aquel palacio en torno del cual se agolpaba la impreviso-
Levantábase el palacio imperial dominando una extensa plaza, ra multitud le haremos esperar, con menos impaciencia que ella, la
cuyo frente ocupaba con su principal fachada de mármol, sobre la cual llegada del capitán español, ocupándole brevemente del monarca india-
se veía brillar desde lejos el escudo de las armas de Moctezuma, que no.
era un águila en campo de plata en el momento de tomar el vuelo, lle- En un vasto salón de forma circular, cuyas paredes eran todas de
vando un corpulento tigre entre sus garras. riquísimos mármoles, hallábase el emperador Moctezuma aguardando a
En torno de aquel enorme edificio, en toda la extensión de la plaza sus huéspedes.
y en las avenidas de las numerosas calles y canales que desemboca- Su silla era una especie de diván de plata maciza, cuyo asiento
ban en ella, hormigueaba, por decirlo así, un numeroso concurso, que estaba cubierto de finísimas plumas: descansaban sus pies, calzados
en literas, a pie y en canoas acudía ansioso a contemplar de cerca con un coturno de forma especial, en un almohadón igualmente de plu-
al general español, que debía hacer aquel día a Moctezuma su primera mas, y a su derecha, sirviendo de apoyo a su brazo, estaba una mesa
visita. de piedra tan negra, y lustrosa como el azabache, sobre la cual se veía
Era una hermosísima mañana: el sol parecía ávido de acariciar la corona imperial, que era de oro primorosamente trabajada.
con sus más puros y ardientes rayos a aquella ciudad que le colocaba Estaba el monarca en actitud de profunda meditación; sus vivaces
en el número de sus dioses: sus reflejos argentaban blandamente las ojos negros fijos en tierra con una mirada triste; su espaciosa frente sur-
aguas del lago cubiertas en parte por las pintorescas chinampas, islillas cada de arrugas verticales, que no podían ser obra de los años, pues no
flotantes de ingeniosa invención, sugeridas sin duda a los aztecas por la contaba todavía cuarenta; y mientras una de sus manos sostenía su ca-
misma naturaleza. Aquellos jardines movibles no fueron en su principio beza doblegada bajo el peso de algún doloroso pensamiento, la otra
más que muchos pedazos de césped, arrancados por las aguas en las restregaba maquinalmente, y como si quisiera hacerlo trizas, el ancho
grandes avenidas. manto de finísimo algodón tan luciente y hermoso como la más rica
La industria de aquel pueblo consiguió más tarde convertir los tro- seda que pendía de sus hombros sujeto encima del pecho con gran-
zos aislados, que reunieron artificialmente, en tierras cultivadas, y nada des broches de oro y perlas.
debió ciertamente parecer tan curioso a los españoles como la vista de A una distancia respetuosa de su persona veíanse tres hombres,
aquellos campos flotantes, moviéndose a discreción del viento, con la cuya perfecta inmovilidad podría hacer imaginar eran estatuas, si no se
cabaña del cultivador en medio de sus floridos plantíos. viese brillar en sus ojos la vida que el respeto debido al monarca parali-
La animación que prestaban al lago las chinampas y las innume- zaba en sus cuerpos.
rables aves acuáticas de matizados plumajes que se deslizaban por su El lugar que ocupaban y la riqueza de las joyas que sobresalían
plateada superficie, en medio de los graciosos bateles que en todas di- en sus adornos indicaban un alto rango; mas no obstante, ninguno era
recciones lo atravesaban, correspondían al movimiento que se observa- osado a fijar los ojos en el emperador y aguardaban en religioso silencio
ba en la ciudad en la mañana célebre de la primera visita de Cortés al que se dignase llamarlos.
monarca americano. A pesar de aquel silencio y de aquella inmovilidad, las fisonomías
México, con sus rectas y anchas calles, sus canales y sus puen- de los tres personajes revelaban con bastante claridad la diversidad de
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 67
sus caracteres. que hemos descrito, y el emperador añadió a media voz y con tono de
El que parecía de más edad, y que no llegaba sin embargo a profunda amargura:
la del emperador, tenía con éste una notable semejanza. Era como él Quetlahuaca, tu hermano y señor quiere escuchar tus consejos.
de mediana estatura, esbelto, delgado, de agradable semblante; consis- Inclinóse con humilde acatamiento Quetlahuaca, y Moctezuma,
tiendo la única diferencia esencial que entre los dos podía advertirse, en extendiendo la mano hacia los otros dos que permanecían inmóviles en
que había en la fisonomía del emperador más fogosidad y energía, y en sus puestos, añadió:
la del otro mayor calma y firmeza. Acércate también, Cacumatzín: eres un poderoso príncipe de mi
El que estaba a la derecha de este personaje, representaba ocho sangre; eres primer elector y consejero del Imperio, y uno de los más
o diez años menos y le aventajaba considerablemente en estatura. Su valientes guerreros mexicanos, mereciendo por todos estos títulos que
robusto cuerpo presentaba todas las formas que los pintores y esculto- tu emperador se digne escucharte.
res prestan a los antiguos atletas, y el color animado de su rostro, con Acercóse con marcial aunque respetuoso continente el atlético
facciones enérgicamente pronunciadas, estaba manifestando un tempe- mancebo, y luego que estuvo junto a Moctezuma fijó éste los ojos por
ramento fibroso-sanguíneo extremadamente activo; así como se adver- un momento, con cierta expresión de ternura, en el bello adolescente
tía en la configuración de su cabeza una exuberancia de orgullo, impru- que quedaba solo a la distancia que le imponía el respeto.
dencia, impetuosidad y valor. Ven dijo después de un instante de pausa , ven tú también,
Era el otro de los tres un joven aún no salido de la adolescencia, Guatimozín; pues aunque tu edad debiera alejarte de los consejos ar-
cuya tez perfectamente blanca y los ojos de un pardo claro, le hacían duos, tu valor, tu talento y tu rango te ponen al nivel de mis más dignos
parecer extranjero entre sus compatriotas. Faltábale mucho para adqui- servidores, y te constituyen uno de los más firmes apoyos del Imperio.
rir aquel exterior vigoroso del que acabamos de pintar, y aunque alto y Obedeció el joven, y Moctezuma prosiguió:
bien proporcionado, no tenía apariencia alguna de robustez. Su hermo- Príncipes de Ixtapalapa y de Texcoco, y tú, Guatimozín, hijo
sa cabeza prolongada en la región superior estaba cubierta de finos muy amado de mi ilustre hermano el rey de Tacuba, llegado es el mo-
y sedosos cabellos, que sombreaban agradablemente una frente alta, mento en que vuestro emperador necesita de la sabiduría de vuestros
cuadrada, pálida, y anchurosa, que parecía, sin embargo, oscurecida consejos. Unos hombres extranjeros que el vulgo venera como a dio-
por una nube de melancolía. Sus ojos, llenos de inteligencia, tenían la ses, y cuyas artes prodigiosas han alcanzado a domesticar las fieras, a
mirada penetrante del águila, y aunque la parte posterior de su rostro imitar el rayo y a fabricar sobre las aguas, se han introducido en el seno
presentase rasgos notables de bondad y dulzura, la fisonomía del con- de nuestros estados. Las noticias que de esos extranjeros han llegado a
junto era triste y grave, pensativa y severa: diríase al observarla que re- nuestros oídos son varias y contradictorias. Unos aseguran que son ma-
flejaba al mismo tiempo que el presentimiento doloroso de un infausto los, feroces, interesados, sedientos de oro y de sangre, y que no vienen
destino, la fortaleza invencible que se aprestaba a arrostrarlo. a estos dominios sino con la esperanza de sembrar en ellos la discordia
Los régulos, magistrados, oficiales y criados del emperador llena- y poder robarnos nuestras riquezas. Otros los pintan benévolos, cle-
ban las antecámaras, salones y patios del palacio, y solamente aquellos mentes, generosos, y anuncian que son ellos los descendientes de
tres individuos parecían tener el privilegio de permanecer cerca de nuestro venerado Quetzalcóatl, señor de las siete tribus de nahuatla-
Moctezuma. cas.12
Rompió éste por último el silencio que reinaba en aquel recinto Ninguno de vosotros ignora que reverenciamos como a fundador
vedado a los profanos, y volviendo los ojos lentamente hacia los tres de los pueblos que dieron origen a este poderoso Imperio a aquel prín-
personajes mudos, que esperaban al parecer aquel momento, pronun-
ció con voz lenta:
¡Quetlahuaca!
A este nombre se adelantó respetuosamente el primero de los tres 12
Nahuatlacas significa vecinos del lago . (N. de la A.)
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 68
cipe sabio y emprendedor, que partió después en busca de otras tierras, Nos aprovecharemos de él para manifestar al lector el origen que
anunciadas por una tradición tan antigua como popular. suponemos a todas aquellas notables profecías, de las que se muestran
Por ella sabemos que Topilzín, progenitor de Quetzalcóatl, des- maravillados los historiadores españoles, exagerándolas y desfigurán-
apareció de entre los nahuatlacas cuando habitaban todavía en sus dolas a su placer.
primitivos campos, y que luego declararon los dioses que se había ido a Parécenos indudable que todas ellas no eran otra cosa que inge-
fundar un reino en tierras apartadas y queridas del Sol, a las cuales irían niosas astucias sacerdotales para imponer terror a los príncipes y suje-
algún día sus hijos o los descendientes de sus hijos a aprender mejores tarlos, por decirlo así, a los altares. Nunca estuvieron tan en uso estos
leyes y ciencias desconocidas. medios restrictivos del despotismo real como en el reinado de Mocte-
"Ansioso Quetzalcóatl de encontrar dichas tierras, abandonó las zuma II, cuyo orgullo y ambición no podían tener otro freno que el temor
orillas del lago en que había nacido, y condujo a las siete tribus, que le a los dióses.
reconocieron por jefe, por largos caminos, en los cuales experimentaron Entre las muchas amenazas que a manera de oráculos hacían lle-
innumerables trabajos, hasta que llegaron a estos países, que creyeron gar los sacerdotes a oídos de aquel que, habiendo sido de su gremio,
serían los anunciados por Topilzín. se convirtiera después en su opresor, era ciertamente notable la que
"Algún tiempo después conoció su engaño Quetzalcóatl, y no que- anunciaba la próxima llegada de los descendientes de Quetzalcóatl, que
riendo seguirle las siete tribus, partió solo en busca del reino de su pro- venían del Oriente, tierra querida del Sol, armados del furor de los dio-
genitor, ofreciendo que andando el tiempo vendrían sus descendientes ses, para castigar a los reyes tiranos y redimir a los pueblos de la escla-
a cumplir las promesas, trayendo mejores leyes y ciencias útiles y ma- vitud. Los sacerdotes, que conocían a Moctezuma tan soberbio como
ravillosas. supersticioso, le obligaban de este modo a recurrir a ellos como a úni-
"Llegadas estas profecías a los aztecas, las hemos respetado y cos medianeros entre él y las irritadas deidades; pero su objeto no fue
transmitido de padres a hijos, siendo muy sabido que en el reinado de completamente conseguido hasta el momento en que se tuvo noticias
uno de los príncipes de nuestra familia, apareció por muchos días una de la vecindad de los españoles.
Ixtaccíhuatl13 vestida con una túnica sembrada de soles y signos miste- Vencedores de Tlaxcala y Tabasco, con la fama de un valor so-
riosos, sobre la cumbre del alto monte que conserva todavía su nom- brehumano, armados de rayos, dominadores de fieras, vecinos del
bre,14 la cual consultada por los teopixques15 declaró que llegarían antes Oriente, según se decía, encargados de una misión importante: todo
de muchos soles16 los descendientes de Quetzalcóatl, para castigar con convenía perfectamente a la idea que se formaban los mexicanos de
rigor a los príncipes tiranos o impíos. aquellos redentores anunciados; y los autores de la ingeniosa mentira
"Posteriormente prosiguió con visible turbación , hemos tenido quedaron sorprendidos, y no menos confusos e inciertos que el mismo
otras muchas señales y vaticinios, que inducen a creer que es en mi Moctezuma, al verla inesperadamente convertida en realidad.
reinado cuando deben realizarse las antiguas profecías. Los tres príncipes que hemos dejado al lado del monarca espera-
Hizo una pausa para disimular la alteración de su voz, y sus oyen- ban en silencio la conclusión de su interrumpida arenga, y venciendo
tes bajaron la cabeza respetando su silencio. con trabajo su emoción, volvió a tomnar la palabra en estos términos:
"Sabéis que desde mi primera juventud he aprendido a arrastrar
los peligros de la guerra, y que mis victorias, más que mi sangre real,
me levantaron al trono de México. Sabéis que en cerca de quince años
13
que han corrido desde que llevo en mi frente la corona imperial he en-
Dama blanca. (N. de la A.) sanchado considerablemente los límites del Imperio, haciéndolo temido
14
el monte Ixtaccihuatl, uno de los montes más elevadosde la cor- y respetado de todos los estados vecinos.
dillera mexicana (N. de la A.) "Nunca el enemigo ha visto el miedo en mi semblante, y la fama
15
Teopixques: sacerdotes. (N. de la A) ha llevado muy lejos el ruido de mi nombre. Así, pues, puedo confesa-
16
Llamaban soles a los días. (N. de la A)
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 69
ros, sin recelo de parecer cobarde, que siento desfallecer mi ánimo al su nacimiento, y que vienen a visitarnos con muestras pacíficas?
aspecto de unos extranjeros que se me presentan con carácter dudoso, "Si el supremo espíritu o algunos de sus hijos, los dioses, ha de-
y a los cuales no sé cómo debo considerar ni cómo me conviene recibir. cretado castigarnos; si la existencia de tu Imperio está amenazada, de-
"Los teopixques, esos mismos teopixques que anunciaban con bemos alentamos y recibir como un auxilio, que otra divinidad benigna
alegría su llegada, parecen ahora consternados, y en las oscuras pala- nos concede, el afecto y protección del poderoso monarca de Oriente
bras con que revelan la voluntad de los dioses, se traslucen temores in- de quien son súbditos nuestros huéspedes. Suspende, pues, ¡oh sobe-
compatibles con sus anteriores anuncios. rano tlatoani!, suspende el curso de tus cavilaciones, y desechando una
"Antes nos pintaban a los descendientes de Quetzalcóatl como desconfianza indigna de tu grande ánimo, muéstrate como siempre el
sabios y benignos, después como terribles ministros de la justicia de los más valeroso y magnífico de todos los monarcas de la tierra."
dioses, que debían arrojarme del trono y libertar a los pueblos: ahora se Cesó de hablar Quetlahuaca, y el emperador volvió los ojos hacia
me avisa que la existencia del Imperio está amenazada y que debo ve- Cacumatzín, mostrando de este modo que esperaba su dictamen. Ir-
lar si quiero precaver funestas calamidades. guióse con altivez el mancebo y dijo:
Pero, ¿qué debo pensar, ni qué puedo resolver? -"Poco me importa a mí, ilustre emperador, que esos advenedi-
"Si los dioses protegen a los hombres de Oriente, ya sean los des- zos sean o no descendientes de Quetzalcóatl, y vengan como amigos o
cendientes de Quetzalcóatl, ya una raza desconocida y poderosa, ¿qué como enemigos. Si los dioses quisieran destruirnos no escogerían cier-
resistencia puede oponer un desgraciado mortal a la sentencia de los tamente tan flacos instrumentos. ¡Pues qué!, ¿puede algo contra el in-
grandes espíritus? Si los dioses no les protegen, ¿cómo han podido menso Imperio mexicano un puñado de hombres que pudiera ser sepul-
obtener triunfos tan maravillosos, ni cómo entender los oráculos que tado con el polvo que levantase al marchar nuestro ejército?
hace tanto tiempo nos anunciaban su llegada, revistiéndoles con un "Esos rayos que forjan, ¿son otra cosa que unos cañones de me-
irresistible poder? tal, que a manera de nuestras cerbatanas obran por efecto del aire
"Príncipes, con tales dudas he luchado toda la noche última y sólo comprimido, que al escapar arroja con estrépito el obstáculo que dificul-
sé que el corazón me anuncia desgracias inevitables y que los dioses ta su salida? Esos brutos maravillosos que les obedecen, ¿quién ignora
no me son propicios." que no son más que una especie de venados, más corpulentos y más
Calló Moctezuma inclinando la cabeza con profundo abatimiento, inteligentes que los que nacen en nuestros montes? Si los extranjeros
y tomando la palabra después de saludarle respetuosamente el príncipe poseen ciencias que desconocen nuestros sabios, no por eso alcanzan
de Ixtapalapa, a hacerse invencibles, y mengua sería que una corta porción de simples
"Supremo emperador le dijo , permite a tu hermano que te mortales pusiese miedo al más poderoso y más fuerte de todos los mo-
haga notar la exageración de tus temores. Tu grande ánimo sólo ha po- narcas de la tierra.
dido decaer por la idea de que los dioses han determinado tu ruina y la "Recibamos, pues, a esos extranjeros como a gente amiga, y
de tu Imperio, y porque consideras a los extranjeros como instrumento hagamos en su obsequio, ilustre Moctezuma, todo aquello que el genio
de su ira: pero acaso te ciega el vapor de tus cavilaciones. de la hospitalidad puede inspirar a un pueblo generoso; pero si la menor
"No creo que sea la llegada de esa gente origen de las calamida- acción o palabra nos da indicios de ingratitud o mala fe, yo, Cacumatzín,
des que nos anuncian los teopixques. Poderosas razones, como tú hijo de Netzahualpilli, príncipe de Texcoco, primer elector del Imperio, y
mismo has observado, se unen para persuadirnos que los hombres de humilde vasallo y sobrino tuyo, yo me ofrezco a presentar sus cabezas
Oriente son los descendientes del gran Quetzalcóatl, y que cumpliendo en el teocali17 de Huitzilopochtli."18
las antiguas profecías vienen solamente a comunicarnos la sabiduría
que han adquirido en remotas tierras. Pero aun suponiendo que no fue-
sen realmente esos hermanos tan deseados, ¿qué mal pueden hacer-
nos unos hombres nacidos en los países que el mismo Sol escogió para 17
Teocali: Templo. (N. de la A)
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 70
Tomó entonces la palabra el joven Guatimozín, y después de sa- ros escuchado.
ludar con una profunda reverencia al emperador, "Convengo con vosotros en la necesidad de continuar tratando
Me hallo muy distante dijo de conceder a los españoles el amistosamente a los extranjeros, que excusan las crueldades cometidas
ilustre progenitor que algunos les atribuyen; ni doy como el noble Que- en Cholula diciendo que aquella ciudad, infringiendo mis órdenes, les
tlahuaca gran valor a sus protestas de amistad, ni tampoco los conside- prevenía una alevosa muerte, y cuento con vuestro valor para castigar-
ro tan despreciables como piensa el valiente Cacumatzín. Cortos son en los, si son bastante ingratos para corresponder con perfidias a nuestra
número, es verdad, pero grandes son las ventajas que deben a esas hospitalidad y buena fe. Sin embargo, te encargo a ti, hermano Quetla-
armas formidables desconocidas entre nosotros, y a esos inteligentes huaca, ordenar que nuestros sacerdotes ofrezcan a los dioses públicos
brutos que les obedecen, y a esos vestidos impenetrables contra los sacrificios, procurando por todos los medios imaginables desarmar su
cuales se doblan como juncos nuestras flechas. Sus triunfos en Tabas- ira, y que alejen de mi Imperio las calamidades que hace mucho tiempo
co y en Tlaxcala prueban demasiado la exactitud de esta observación. me está anunciando sin cesar el corazón."
Es un puñado de hombres, dice el príncipe de Texcoco; pero, ¿olvida En el momento en que el emperador terminaba estas palabras,
que ese puñado de hombres trae consigo máquinas de muerte, de las oyóse en la plaza alegre vocería, y un oficial llegó hasta los umbrales de
cuales una sola bastaría para aniquilar un ejército? ¿Olvida que ese pu- la habitación en que se hallaban los príncipes, anunciando la llegada de
ñado de hombres, aprovechando nuestras intestinas disensiones, tiene los españoles.
ya por aliados más de doscientos mil, y puede todavía conseguir mu- Púsose en pie Moctezuma, ciñendo su frente con la corona impe-
chos más? También el respetable Quetlahuaca ha olvidado, al llamarlos rial y procurando disipar de su rostro la profunda tristeza que lo oscure-
pacíficos huéspedes, que han llegado a nuestras puertas cubiertos con cía, mientras que los príncipes de Ixtapalapa y de Texcoco se adelanta-
la sangre de los cholulanos. Creo, sin embargo, que habiéndole permiti- ban a recibir a los huéspedes, y Guatimozín se confundía entre la multi-
do la entrada en tu capital, ioh poderoso tatlzín!,19 no puedes ya negarte tud de ministros y generales, que en un momento llenaron la gran sala
a oír la embajada de que dicen vienen encargados por su rey cerca de que servía de antecámara. Atravesó rápidamente el joven varios corre-
tu sagrada persona, así como no debes tampoco permitirles que per- dores y habitaciones vistosamente adornadas, y detúvose por último al
manezcan la duración de un sol en tus estados, cuando no los detenga umbral de una ancha puerta, cubierta por cortinas de algodón, que daba
en ellos causa legítima y poderosa. entrada a uno de los más hermosos aposentos del palacio. Levantó lige-
"Príncipes dijo Moctezuma , todos habéis hablado cuerda y ramente la cortina y permaneció un momento inmóvil y silencioso, con-
valerosamente, y mi ánimo se siente menos decaído después de habe- templando un interesante cuadro que en lo interior de aquel aposento se
ofrecía a sus miradas.
Aparecía en primer término, en una hamaca de primoroso tejido,
sobre una riquísima piel de marta, un niño como de dos meses, apaci-
18
blemente dormido: junto a la hamaca una joven de diez y ocho a veinte
Huitzilopochtli: Dios de la guerra, en cuyo templo depositaban años, de noble y hermosa presencia, se entretenía en hacer labores con
los mexicanos las cabezas de las víctimas de sus venganzas. (N. plumas de diversos matices, habilidad en la que eran tan diestros los
de la A) mexicanos que formaban figuras y paisajes que parecían obras del pin-
19
Tatl significaba padre en la lengua de los mexicanos, y zin era cel. Interrumpía la joven con frecuencia su trabajo para fijar en el niño
la voz de respeto que acostumbraban añadir cuando deban un títu- una de aquellas miradas de inefable ternura que revelan el corazón de
lo de afecto a una persona de rango superior. Tam- una madre, y en aquellos momentos su rostro, naturalmente sereno y
bién alargababn conm ella los nombres de personajes augustos grave, tomaba una expresión casi sublime.
como Cacumat-zin, guatimo-zin y aun Moctezuma, en los manus- A algunos pasos de distancia, sobre una espaciosa estera de va-
critos mexicanos es designado por Moctezuma-zin. (N. de la A) riados colores, una jovencita como de quince años, y cuatro muchachos
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 71
de los cuales el mayor no llegaba a doce se divertían con un pe- tiste en tu lecho. Hoy hace un año20 que tu padre, el supremo empera-
queño espejo, regalo de Cortés a Moctezuma, disputándose la posesión dor, te llevó al templo en donde fueron unidas nuestras dos almas; y en
de aquella Joya y celebrando con voces y demostraciones de alegría la aquel mismo salón que en este instante profana la planta de los extran-
menor apariencia de triunfo. Se decidió éste por fin a favor de la joven jeros, recibimos juntos el calor del fuego doméstico, y nos declaró el
que, posesionada del espejo; hacía mil gestos extravagantes, y coloca- sacerdote que éramos ya perfectos casados.21
ba de diversos modos los rizos de sus negros cabellos, por el placer de A este dulce recuerdo una sonrisa de felicidad asomó a los labios
observarse en el mágico cristal. de Gualcazintia, y mientras los dos jóvenes esposos, enlazándose con
Guatimozín se adelantó pronunciando con dulzura el nombre de los brazos, se inclinaban a la par a besar la hermosa cabeza de su hijo,
Gualcazintia, y la tierna madre levantando sus bellos ojos, y Tecuixpa aprovechando su distracción se adelantaba ligeramente
¿Eres tú? dijo . No te esperaba tan pronto; te suponía ocu- a una ventana, con la esperanza de ver desde ella a los guerreros es-
pado con los huéspedes extranjeros. pañoles; los cuatro muchachos, que eran también hijos de Moctezuma,
He preferido otra ocupación más dulce respondió con galan- continuaban disputándose la posesión del espejo, que Tecuixpa les
tería , he querido contemplar el sueño de mi hijo, y oír la amada voz había abandonado.
de mi esposa Gualcazintla.
¡Y qué! exclamó con vivacidad la niña del espejo volviendo
sus brillantes ojos hacia el príncipe, y arrojando con desdén aquella joya
tan disputada , ¿han venido ya los extranjeros?
Sí, Tecuixpa respondió Guatimozín , y leo en tu semblante
que cederías sin pena esa maravillosa alhaja que duplica tus lindas fac-
ciones, en cambio de ver por un momento los hombres de Oriente.
iAh!, sí exclamó la joven poniéndose en pie ; toma al instan-
te mi espejo y condúceme adonde pueda mirar, aunque sea de lejos, a
esos seres maravillosos que, según se dice, son más hermosos y más
valientes que todos los príncipes aztecas: más que tú, Guatimozín, más
que el de Texcoco, mi primo y futuro esposo, y más que el mismo em-
perador nuestro padre. 20
Gualcazintla, cuyo aspecto lleno de nobleza y majestad contrasta- el año de los mexicanos contaba como el nuestro de 365 días,
ba con la fisonomía alegre y casi infantil de Tecuixpa, lanzó sobre ella divididos en 18 meses cada uno de 20 días, excepto el último que
una severa mirada, y la niña volvió a sentarse lentamente en su estera, tenía 25. (N. de la A)
21
diciendo con gracioso despecho: Solís describe con bastante extensión las ceremonias del matri-
¡Ni por ser hoy, según dices, un sol hermoso para ti, quieres ser monio entre los mexicanos. hechos los tratados (dice) compare-
complaciente con tu hermana! cían ambos contrayentes en el templo y uno de los sacerdotes
Es verdad dijo el príncipe sentándose junto a su mujer y mi- examinaba su voluntad con preguntas rituales, y después tomaba
rándola con viva ternura . Doce lunas hemos visto comenzar y termi- con una mano el velo de la mujer y con la otra el manto del mari-
nar su curso después de la noche feliz en que por primera vez me admi- do, y los anudaba por los extremos, y volvían a su casa los contra-
yentes con este género de yugo nupcial. Visitaban enseguida el
fuego doméstico, a que a su parecer mediaba en la paz de los ca-
sados, y daban siete vueltas alrededor de él, siguiéndola sacerdo-
te, con cuya diligencia y la de sentarse después a recibir juntos el
calor del fuego, quedaba perfecto el matrimonio (N. de la A)
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 72
JOSÉ MANUEL MARROQUÍN en paradas, idas, vueltas no era una perra sarnosa,
y carreras y revueltas, era una sarna perrosa
LOS CAZADORES Y LA PERRILLA es vana tanta porfía. y en figura de animal;
EDUARDO ACEVEDO DÍAZ Por lo demás, varios montones de escombros sobre los cuales cre-
cían viciosas las hierbas; y a los costados, formando un cuadro incomple-
EL COMBATE DE LA TAPERA to, zanjas semicegadas, de cuyo fondo surgían saúcos y cicutas en flexi-
bles bastones ornados de racimos negros y flores blancas.
A formar en la tapera dijo el sargento con ademán de imperio .
I Los caballos a retaguardia con las mujeres, a que pellizquen... ¡Cabo Mau-
ricio!, haga echar cinco tiradores vientre a tierra, atrás del cicutal. . . Los
otros adentro de la tapera, a cargar tercerolas y trabucos. ¡Pie a tierra dra-
Era después del desastre del Catalán, más de setenta años hace. gones, y listo, canejo!
Un tenue resplandor en el horizonte quedaba apenas de la luz del La voz del sargento resonaba bronca y enérgica en la soledad del si-
día. tio.
La marcha había sido dura, sin descanso. Ninguno replicó.
Por las narices de los caballos sudorosos escapaban haces de va- Todos traspusieron la zanja y desmontaron, reuniéndose poco a po-
pores, y se hundían y dilataban alternativamente sus ijares como si fuera co.
poco todo el aire para calmar el ansia de los pulmones. Las órdenes se cumplieron. Los caballos fueron maneados detrás de
Algunos de estos generosos brutos presentaban heridas anchas en una de las paredes de lodo seco, y junto a ellos se echaron los mastines
los cuellos y pechos, que eran desgarraduras hechas por la lanza o el sa- resollantes. Los tiradores se arrojaron al suelo a espaldas de la hondona-
ble. da cubierta de malezas, mordiendo el cartucho; el resto de la extraña tropa
En los colgajos de piel había salpicado el lodo de los arroyos y pan- distribuyóse en el interior de las ruinas que ofrecían buen número de tro-
tanos, estancando la sangre. neras por donde asestar las armas de fuego; y las mujeres, en vez de
Parecían jamelgos de lidia, embestidos y maltratados por los toros. hacer compañía a las transidas cabalgaduras, pusiéronse a desatar los
Dos o tres cargaban con un hombre a grupas, además de los jinetes, en- sacos de munición o pañuelos llenos de cartuchos deshechos, que los
señando en los cuartos uno que otro surco rojizo, especie de líneas traza- dragones llevaban atados a la cintura en defecto de cananas.
das por un látigo de acero, que eran huellas recientes de las balas recibi- Empezaban afanosas a rehacerlos, en cuclillas, apoyadas en las
das en la fuga. piernas de los hombres, cuando caía ya la noche.
Otros tantos, parecían ya desplomarse bajo el peso de su carga, e Naide pite dijo el sargento . Carguen con poco ruido de baque-
íbanse quedando a retaguardia con las cabezas gachas, insensibles a la ta y reserven los naranjeros hasta que yo ordene. . . ¡Cabo Mauricio!, vea
espuela. que esos mandrias no se duerman si no quieren que les chamusque las
Viendo esto el sargento Sanabria gritó con voz pujante: cerdas. . . ¡Mucho ojo y la oreja parada!
¡Alto! Descuide, sargento contestó el cabo con gran ronquera ; no
El destacamento se paró. hace falta la advertencia, que aquí hay más corazón que garganta de sa-
Se componía de quince hombres y dos mujeres; hombres fornidos, po.
cabelludos, taciturnos y bravíos; mujeres-dragones de vincha, sable corvo Transcurrieron breves instantes de silencio.
y pie desnudo. Uno de los dragones, que tenía el oído en el suelo, levantó la cabe-
Dos grandes mastines con las colas barrosas y las lenguas colgan- za y murmuró bajo:
tes, hipaban bajo el vientre de los caballos, puestos los ojos en el paisaje Se me hace tropel. . . Ha de ser caballería que avanza.
oscuro y siniestro del fondo de donde venían, cual si sintiesen todavía el Un rumor sordo de muchos cascos sobre la alfombra de hierbas cor-
calor de la pólvora y el clamoreo de guerra. tas, empezaba en realidad a percibirse distintamente.
Allí cerca, al frente, percibíase una "tapera" entre las sombras. Dos Armen cazoleta y aguaiten, que ahí vienen los portugos. ¡Va el pelle-
paredes de barro batido sobre "tacuaras" horizontales, agujereadas y en jo, barajo! Y es preciso ganar tiempo a que resuellen los mancarrones. Ci-
parte derruidas; las testeras, como el techo, habían desaparecido.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 77
riaca, ¿te queda caña en la mimosa? La china le tiró de la melena, y notóla inundada de un líquido calien-
Está a mitad respondió la aludida, que era una criolla maciza te.
vestida a lo hombre, con las greñas recogidas hacia arriba y ocultas bajo iMirá! exclamó , le ha dao en el testuz.
un chambergo incoloro de barboquejo de lonja sobada . Mira, güeno es Ya no traga saliva añadió el cabo . ¿Trujiste pólvora?
darles un trago a los hombres. . . Aquí hay, y balas para hacer tragar a los portugos. Lástima que
Dales chinaza a los de avanzada, sin pijotearles. esté oscuro. . . ¡Cómo tiran esos mandrias!
Ciriaca se encaminó a los saltos, evitando las rosetas", agachóse y Mauricio descargó su carabina.
fue pasando el "chifle" de boca en boca. Mientras extraía otro cartucho del saquillo, dijo, mordiéndolo:
Mientras esto hacía, el dragón de un flanco le acariciaba las piernas Antes que éste, ya quisieran ellos otro calor. ¡Ah, si te agarran, Ci-
y el otro le hacía cosquillas en el seno, cuando ya no era que le pellizcaba riaca! A la fija que te castigan como a Fermina.
alguna forma más mórbida, diciendo: ¡luna llena!". ¡Que vengan por carne! barbotó la china.
iTe ha de alumbrar muerto, zafao! contestaba ella riendo al uno; Y esto diciendo, echó mano a la tercerola del muerto, que se puso a
y al otro: ¡largá lo ajeno, indino! y al de más allá: ¡a ver si aflojás el baquetear con gran destreza.
chisme, mamón! ¡Fuego! rugía la voz del sargento . Al que afloje lo degüello
Y repartía cachetes. con el mellao.
¡Poca vara alta quiero yo! gritó el sargento con acento estentó-
reo . Estamos para clavar el pico, y andan a los requiebros, golosos.
¡Apártate Ciriaca, que aurita no más chiflan las redondas! III
En ese momento acrecentóse el rumor sordo, y sonó una descarga
entre voceríos salvajes.
El pelotón contestó con brío. Las balas que penetraban en la tapera, habían dado ya en tierra con
La tapera quedó envuelta en una densa humareda sembrada de ta- tres hombres. Algunas, perforando el débil muro de lodo, hirieron y derri-
cos ardiendo; atmósfera que se disipó bien pronto, para volverse a formar baron varios de los transidos matalotes.
entre nuevos fogonazos y broncos clamoreos. La segunda de las criollas, compañera de Sanabria, de nombre Ca-
talina, cuando más recio era el fuego que salía del interior por las troneras
improvisadas, escurrióse a manera de tigra por el cicutal, empuñando la
II carabina de uno de los muertos.
Era Cata como la llamaban una mujer fornida y hermosa, color
de cobre, ojos muy negros velados por espesas pestañas, labios hincha-
En los intervalos de las descargas y disparos, oíase el furioso ladrido dos y rojos, abundosa cabellera, cuerpo de un vigor extraordinario, entraña
de los mastines haciendo coro a los ternos y crudos juramentos. dura y acción sobria y rápida. Vestía blusa y chiripá y llevaba el sable a la
Un semicírculo de fogonazos indicaba, bien a las claras que el ene- bandolera.
migo había avanzado en forma de media luna para dominar la tapera con La noche estaba muy oscura, llena de nubes tempestuosas; pero los
su fuego graneado. rojos culebrones de las alturas o grandes "refucilos" en lenguaje campesi-
En medio de aquel tiroteo, Ciriaca se lanzó fuera con un atado de no, alcanzaban a iluminar el radio que el fuego de las descargas dejaba en
cartuchos, en busca de Mauricio. las tinieblas.
Cruzó el corto espacio que separaba a éste de la tapera, en cuatro Al fulgor del relampagueo, Cata pudo observar que la tropa enemiga
manos, entre silbidos siniestros. había echado pie a tierra y que los soldados hacían sus disparos de
Los tiradores se revolvían en los pastos como culebras, en constan- "mampuesta" sobre el lomo de los caballos, no dejando más blanco que
te ejercicio de baquetas. sus cabezas.
Uno estaba inmóvil, boca abajo. Algunos cuerpos yacían tendidos aquí y allá. Un caballo moribundo
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 78
con los cascos para arriba se agitaba en convulsiones sobre su jinete por encima del matorral; a la vez que percibía a su alcance la masa de
muerto. asaltantes al resplandor de sus propios fogonazos, moviéndose en orden,
De vez en cuando un trompa de órdenes lanzaba sones precipitados avanzando o retrocediendo, según las voces imperativas.
de atención y toques de guerrilla, ora cerca, y a lejos, según la posición
que ocupara su jefe.
Una de esas veces, la corneta resonó muy próxima. IV
A Cata le pareció por el eco que el resuello del trompa no era mu-
cho, y que tenía miedo.
Un relámpago vivísimo bañó en ese instante el matorral y la loma, y De la tapera seguían saliendo chorros de fuego entre una humareda
permitióle ver a pocos metros al jefe del destacamento portugués que diri- espesa que impregnaba el aire de fuerte olor a pólvora.
gía en persona un despliegue sobre el flanco, montado en un caballo tordi- En el drama del combate nocturno, con sus episodios y detalles
llo. heroicos, como en las tragedias antiguas, había un coro extraño, lleno de
Cata, que estaba encogida entre los saúcos, lo reconoció al momen- ecos profundos, de esos que sólo parten de la entraña herida. Al unísono
to. con los estampidos oíanse gritos de muerte, alaridos de hombre y de mu-
Era el mismo; el capitán Heitor, con su morrión de penacho azul, su jer unidos por la misma cólera, sordas ronqueras de caballos espantados,
casaquilla de alamares, botas largas de cuero de lobo, cartera negra y pis- furioso ladrar de perros; y cuando la radiación eléctrica esparcía su intensa
toleras de piel de gato. claridad sobre el cuadro, tiñéndolo de un vivo color amarillento, mostraba
Alto, membrudo, con el sable corvo en la diestra, sobresalía con ex- al ojo del atacante, en medio del nutrido boscaje, dos picachos negros de
ceso de la montura, y hacía caracolear su tordillo de un lado a otro, empu- los que brotaba el plomo, y deformes bultos que se agitaban sin cesar co-
jando con los encuentros a los soldados para hacerlos entrar en fila. mo en una lucha cuerpo a cuerpo. Los relámpagos sin serie de retumbos,
Parecía iracundo, hostigaba con el sable y prorrumpía en denuestos. a manera de gigantescas cabelleras de fuego desplegando sus hebras en
Sus hombres, sin largar los cabestros y sufriendo los arranques y sacudi- el espacio lóbrego, contrastaban por el silencio con las rojizas bocanadas
das de los reyunos alborotados, redoblaban el esfuerzo, unos rodilla en de las armas seguidas de recias detonaciones. El trueno no acompañaba
tierra, otros escudándose en las cabalgaduras. al coro, ni el rayo como ira del cielo la cólera de los hombres. En cambio,
Chispeaba el pedernal en las cazoletas en toda la línea, y no pocas algunas gruesas gotas de lluvia caliente golpeaban a intervalos en los ros-
balas caían sin fuerza a corta distancia, junto al taco ardiendo. tros sudorosos sin atenuar por eso la fiebre de la pelea.
Una de ellas dio en la cabeza de cata, sin herirla, pero derribándola Ansí que se quemen ésos añadió , monte a caballo el que
de costado. pueda, y a rumbear por el lao de la cuchilla Pero antes, nadie se mueva
En esa posición, sin lanzar un grito, empezó a arrastrarse en medio si no quiere encontrarse con la boca de mi trabuco... ¿Y qué se han hecho
de las malezas hacia lo intrincado del matorral, sobre el que apoyaba su las mujeres? No veo a Cata...
ala Heitor. El continuo choque de proyectiles había concluido por desmoronar
Una hondonada cubierta de breñas favorecía sus movimientos. uno de los tabiques de barro seco, ya débil y vacilante a causa de los lu-
En su avance de felino, Cata llegó a colocarse a retaguardia de la dimientos de hombres y de bestias, abriendo ancha brecha por la que en-
tropa, casi encima de su jefe. traban las balas en fuego oblicuo.
Oía distintamente las voces de mando, los lamentos de los heridos, La pequeña fuerza no tenía más que seis soldados en condiciones
y las frases coléricas de los soldados, proferidas ante una resistencia in- de pelea. Los demás habían caído uno en pos del otro, o rodado heridos
esperada, tan firme como briosa. en la zanja del fondo, sin fuerzas ya para el manejo del arma.
Veía ella en el fondo de las nieblas la mancha más oscura aún que Pocos cartuchos quedaban en los saquillos.
formaba la tapera, de la que surgían chisporroteos continuos y lúgubres El sargento Sanabria empuñando un trabuco, mandó cesar el fuego,
silbidos que se prolongaban en el espacio, pasando con el plomo mortífero ordenando a sus hombres que se echaran de vientre para aprovechar sus
últimos tiros cuando el enemigo avanzase.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 79
Ansí que se quemen ésos añadió , monte a caballo el que arrastrándose sobre manos y rodillas del matorral vecino; y ya en su bor-
pueda, y a rumbear por el lao de la cuchilla Pero antes, naide se mueva de, que trepó con esfuerzo, se detenía sin duda a cobrar alientos, arrojan-
si no quiere encontrarse con la boca de mi trabuco... ¿Y qué se han hecho do una mirada escudriñadora por aquellos sitios desolados.
las mujeres? No veo a Cata... Jinetes y cabalgaduras entre charcos de sangre, tercerolas, sables y
Aquí hay una contestó una voz enronquecida . Tiene rompida morriones caídos acá y acullá, tacos todavía humeantes, lanzones mal en-
la cabeza, y ya se ha puesto medio dura... cajados en el suelo blando de la hondonada con sus banderolas hechas
Ha de ser Ciriaca. flecos, algunos heridos revolviéndose en las hierbas, lívidos, exangües, sin
Por lo motosa es la mesma, a la fija. alientos para alzar la voz; tal era el cuadro en el campo que ocupó el ene-
¡Cállense! dijo el sargento. migo.
El enemigo había apagado también sus fuegos, suponiendo una fu- El capitán Heitor, yacía boca abajo junto a un abrojal ramoso.
ga, y avanzaba hacia la tapera. Una bala certera disparada por Cata lo había derribado de los lomos
Sentíase muy cercano ruido de caballos, choque de sables y crujido en mitad del asalto, produciendo el tiro y la caída, la confusión y la derrota
de cazoletas. de sus tropas, que en la oscuridad se creyeron acometidas por la espalda.
No vienen a pie dijo Sanabria . ¡Menudeen bala! Al huir aturdidos, presos de un terror súbito, descargaron los que
Volvieron a estallar las descargas. pudieron sus grandes pistolas sobre las breñas, alcanzando a Cata un
Pero los que avanzaban eran muchos, y la resistencia no podía pro- proyectil en medio del pecho.
longarse. De ahí le manaba un grueso hilo de sangre negra.
Era necesario morir o buscar la salvación en las sombras y en la fu- El capitán aún se movía. Por instantes se crispaba violento, alzán-
ga. dose sobre los codos, para volver a quedarse rígido. La bala le había atra-
El sargento Sanabria descargó con un bramido su trabuco. vesado el cuello, que tenía todo enrojecido y cubierto de cuajarones.
Multitud de balas silbaron al frente; las carabinas portuguesas aso- Revolcado con las ropas en desorden y las espuelas enredadas en
maron casi encima de la zanja sus bocas a manera de colosales tucos, y la maleza, era el blanco del ojo bravío y siniestro de Cata, que a él se
una humaza densa circundó la tapera cubierta de tacos inflamados. aproximaba en felino arrastre con un cuchillo de mango de asta en la dies-
De pronto, las descargas cesaron. tra.
Al recio tiroteo se siguió un movimiento confuso en la tropa asaltan- Hacia el frente, veíase la tapera hecha terrones; la zanja con el cicu-
te, choques, voces, tumultos, chasquidos de látigos en las tinieblas, cual si tal aplastado por el peso de los cuerpos muertos; y allá en el fondo, donde
un pánico repentino la hubiese acometido; y tras esa confusión pavorosa se manearon los caballos, un montón deforme en que sólo se descubrían
algunos tiros de pistola y frenéticas carreras, como de quienes se lanzan a cabezas, brazos y piernas de hombres y matalotes en lúgubre entrevero.
escape acosados por el vértigo. El llano estaba solitario. Dos o tres de los caballos que habían esca-
Después un silencio profundo pado a la matanza, mustios, con los ijares hundidos y los aperos revueltos,
Sólo el rumor cada vez más lejano de la fuga, se alcanzaba a perci- pugnaban por triscar los pastos a pesar del freno. Salíales junto a las cos-
bir en aquellos lugares desiertos, y minutos antes animados por el es- cojas un borbollón de espuma sanguinolenta.
truendo. Y hombres y caballerías, parecían arrastrados por una tromba in- Al otro flanco, se alzaba un monte de talas cubierto en su base de
visible que los estrujara con cien rechinamientos entre sus poderosos ani- arbustos espinosos.
llos. En su orilla, como atisbando la presa, con los hocicos al viento y las
narices muy abiertas, ávidas de olfateo, media docena de perros cimarro-
V nes iban y venían inquietos lanzando de vez en cuando sordos gruñidos.
Catalina, que había apurado su avance, llegó junto a Heitor, callada,
Asomaba una aurora gris-cenicienta, pues el sol era impotente para jadeante, con la melena suelta como un marco sombrío a su faz broncea-
romper la densa valla de nubes tormentosas, cuando una mujer salía da: reincorporóse sobre sus rodillas, dando un ronco resuello, y buscó con
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 80
los dedos de su izquierda el cuello del oficial portugués, apartando el líqui- Cata alargó el brazo, y lo amenazó con el cuchillo.
do coagulado de los labios de la herida. El perro gruñó, enseñó el colmillo, el pelaje se le erizó en el lomo y
Si hubiese visto aquellos ojos negros y fijos; aquella cabeza crinuda bajando la cabeza preparóse a acometer, viendo sin duda cuán sin fuerzas
inclinada hacia él, aquella mano armada de cuchillo, y sentido aquella res- se arrastraba su enemigo.
piración entrecortada en cuyos hálitos silbaba el instinto como un reptil iVení, Canelón! gritó Cata colérica, como si llamara a un viejo
quemado a hierro, el brioso soldado hubiérase estremecido de pavura. amigo ¡A él. Canelón..!
Al sentir la presión de aquellos dedos duros como garras, el capitán Y se tendió, desfallecida
se sacudió, arrojando una especie de bramido que hubo de ser grito de có- Allí, a poca distancia, entre un montón de cuerpos acribillados de
lera; pero ella, muda e implacable, introdujo allí el cuchillo, lo revolvió con heridas, polvorientos, inmóviles con la profunda quietud de la muerte, es-
un gesto de espantosa saña, y luego cortó con todas sus fuerzas, sujetan- taba echado un mastín de piel leonada como haciendo la guardia a su
do bajo sus rodillas la mano de la víctima, que tentó alzarse convulsa. amo.
¡Al ñudo ha de ser! rugió el dragón-hembra con ira reconcentrada. Un proyectil le había atravesado las paletas en su parte superior, y
Tejidos y venas abriéronse bajo el acerado filo hasta la tráquea, la parecía, postrado y dolorido.
cabeza se alzó besando dos veces el suelo, y de la ancha desgarradura Más lo estaba su amo. Era éste el sargento Sanabria, acostado de
saltó en espeso chorro toda la sangre entre ronquidos. espaldas con los brazos sobre el pecho, y en cuyas pupilas dilatadas va-
Esa lluvia caliente y humeante bañó el seno de Cata, corriendo has- gaba todavía una lumbre de vida.
ta el suelo. Su aspecto era terrible.
Soportóla inmóvil, resollante, hoscosa, fiera; y al fin, cuando el forni- La barba castaña recia y dura, que sus soldados comparaban con el
do cuerpo del capitán cesó de sacudirse quedándose encogido, crispado, borlón de un toro, aparecía teñida de roji-negro.
con las uñas clavadas en tierra, en tanto el rostro vuelto hacia arriba ense- Tenía una mandíbula rota, y los dos fragmentos del hueso saltado
ñaba con la boca abierta y los ojos saltados de las órbitas, el ceño iracun- hacia afuera entre carnes trituradas.
do de la última hora, ella se pasó el puño cerrado por el seno de arriba En el pecho, otro herida. Al pasarle el plomo el tronco, habíale des-
abajo con expresión de asco, hasta hacer salpicar los coágulos lejos, y ex- trozado una vértebra dorsal.
clamó con indecible rabia: Agonizaba tieso, aquel organismo poderoso.
¡Que la lamban los perros! Al grito de Cata, el mastín que junto a él estaba, pareció salir de su
Luego se echó de bruces, y siguió arrastrándose hasta la tapera. sopor; fuese levantando trémulo, como entumecido, dio algunos pasos in-
Entonces, los cimarrones coronaron la loma, dispersos, a paso de fiera, seguros fuera del cicutal y asomó la cabeza
alargando cuanto podían sus pescuezos de erizados pelos como para aspi- El cimarrón bajó la cola y se alejó relamiéndose los bigotes, a paso
rar mejor el fuerte vaho de los declives. lento, importándole más el festín que la lucha. Merodeador de las breñas,
compañero del cuervo, venia a hozar en las entrañas frescas, no a medir-
se en la pelea.
VI Volvióse a su sitio el mastín, y Cata llegó a cruzar la zanja y dominar
el lúgubre paisaje.
Detuvo a Sanabria, tendido delante, sobre lecho de cicutas, sus ojos
Algunos cuervos enormes, muy negros, de cabeza pelada y pico negros, febriles, relucientes, con una expresión intensa de amor y de do-
ganchudo, extendidas y casi inmóviles las alas, empezaban a poca altura lor.
sus giros en el espacio, lanzando su graznido de ansia lúbrica como una Y arrastrándose siempre llegóse a él, se acostó a su lado, tomó
nota funeral. alientos, volvióse a incorporar con un quejido, lo besó ruidosamente, apar-
Cerca de la zanja, veíase un perro cimarrón con el hocico y el pecho tóle las manos del pecho, cubrióle con las dos suyas la herida y quedóse
ensangrentados. Tenía propiamente botas rojas, pues parecía haber hun- contemplándole con fijeza, cual si observara cómo se le escapaba a él la
dido los remos delanteros en el vientre de un cadáver.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 81
vida y a ella también.
Nublábansele las pupilas al sargento, y Cata sentía que dentro de
ella aumentaba el estrago en las entrañas.
Giró en derredor la vista quebrada ya, casi exangüe, y pudo distin-
guir a pocos pasos una cabeza desgreñada que tenía los sesos volcados
sobre los párpados a manera de horrible cabellera. El cuerpo estaba hun-
dido entre las breñas.
iAh!... ¡Ciriaca! exclamó con un hipo violento.
En seguida extendió los brazos, y cayó a plomo sobre Sanabria,
El cuerpo de éste se estremeció; y apagóse de súbito el pálido brillo
de sus ojos.
Quedaron formando cruz, acostados sobre la misma charca, que
Canelón olfateaba de vez en cuando entre hondos lamentos.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 82
JOSÉ MARÍA ROA BÁRCENA curas el resto de ella; y al mismo tiempo, el hombre como si quisiera de-
mostrar la verdad de las palabras de la mujer, se incorporó en su estera y
LANCHITAS comenzó a recitar en voz cavernosa, pero suficientemente inteligible, el
No recuerdo el día, el mes, ni el año del suceso. Sólo sé que se refe- Confiteor Deo.
ría a la época de 1820 a 1830, y no me cabe duda de que se trataba de Tengo que abrir aquí un paréntesis a mi narración, pues el digno sa-
una noche oscura, fría y lluviosa como suelen ser las de invierno. El padre cerdote jamás a alma nacida refirió la extraña y probablemente horrible
Lanzas, o Lanchitas como le llamaba en señal de cariño o por lo pequeño confesión que aquella noche le hicieron. De algunas alusiones y medias
de estatura, tenía ajustada una partida de tresillo con algunos amigos su- palabras suyas, se infiere que al comenzar su relato el penitente, se refería
yos. Terminado sus quehaceres del día, iba del centro de la ciudad a re- a fechas tan remotas, que el padre creyéndole difuso o divago, y compren-
unírseles esa noche, cuando, a corta distancia de la casa en que tenía lu- diendo que no había tiempo que perder, le excitó a concretarse a lo que
gar la modesta tertulia, alcanzóle una mujer del pueblo, ya entrada en años importaba; que a poco entendió que aquél se daba por muerto de muchos
y miserablemente vestida quien, besándole la mano le dijo: años atrás, en circunstancias violentas que no le habían permitido descar-
¡Padrecito! ¡Una confesión! Por amor de Dios, véngase conmigo gar su conciencia como había acostumbrado pedirlo diariamente a Dios,
pues el caso no admite espera. aun en el olvido casi total de sus deberes y en el seno de los vicios, y quizá
Trató de informarse el padre de si había o no acudido previamente a hasta del crimen; y que por permisión divina lo hacía en aquel momento,
la parroquia respectiva en solicitud de los auxilios espirituales que se le pe- viniendo de la eternidad para volver a ella inmediatamente. Acostumbrado
dían, pero la mujer, con frase breve y enérgica, le contestó que el interesa- Lanzas, en el largo ejercicio de su ministerio, a los delirios y extravagancias
do pretendía que él precisamente le confesara, y que si se malograba el de los febricitantes y de los locos, no hizo mayor aprecio de tales declara-
momento, pesaría sobre su conciencia. El padre no dio más respuesta que ciones, juzgándolas efecto del extravío de la razón del enfermo. Se conten-
echar a andar detrás de la vieja. tó con exhortarle al arrepentimiento y explicarle lo grave del trance en que
Recorrieron en toda su longitud una calle mal alumbrada y fangosa, se hallaba, y con absolverle bajo las condiciones necesarias, supuesta la
yendo a salir cerca del Apartado, y de allí tomaron hacia el Norte, hasta perturbación mental de que le consideraba dominado. Al pronunciar las úl-
torcer a mano derecha y detenerse en una miserable accesoria del callejón timas palabras del rezo, notó que el hombre había vuelto a acostarse; que
del padre Lecuona. La puerta del cuartucho estaba nada más que entorna- la vieja no estaba ya en el cuarto, y que la vela a punto de consumirse por
da, y empujándola simplemente, la mujer penetró en la habitación llevando completo, despedía sus últimas luces. Llegando él a la puerta, que perma-
al padre Lanzas de una de las extremidades del manteo. En el rincón más necía entornada, quedó la pieza en profunda oscuridad y, aunque al salir
amplio y sobre una estera sucia y medio desbaratada, estaba el paciente atrajo con suavidad la hoja entreabierta, cerróse ésta de firme, como si de
cubierto con una frazada a corta distancia, una vela de sebo puesta sobre adentro la hubieran empujado. El padre, que contaba con hallar a la mujer
un jarro boca abajo en el suelo, daba su escasa luz a toda la pieza, ente- de la parte de afuera, y con recomendarle el cuidado del moribundo y que
ramente desamueblada y con las paredes llenas de telarañas. volviera a llamarle a él mismo, aun a deshora si advertía que recobraba
Cuando el padre, tomando la vela, se acercó al paciente y levantó aquél la razón, desconcertóse al no verla; esperóla en vano durante algu-
con suavidad la frazada que le ocultaba por completo, descubrióse una ca- nos minutos; quiso volver a entrar en la accesoria sin conseguirlo por haber
beza huesosa y enjuta, amarrada con un pañuelo amarillento y a trechos quedado cerrada, como de firme la puerta, y apretando en la calle la oscu-
roto. Los ojos del hombre estaban cerrados y notablemente hundidos, y la ridad y la lluvia, decidióse, al fin, a alejarse, proponiéndose efectuar al si-
piel de su rostro y de sus manos cruzadas sobre el pecho, aparentaba, la guiente día muy temprano, nueva visita.
sequedad y rigidez de la de las momias. Sus compañeros de tresillo le recibieron amistosa y cordialmente,
¡Pero este hombre está muerto! exclamó el padre Lanzas diri- aunque no sin reprocharle su tardanza. La hora de la cita había, en efecto,
giéndose a la vieja. pasado ya con mucho y Lanzas, sabiéndolo o sospechándolo, había venido
Se va a confesar, padrecito respondió la mujer, quitándole la vela, a prisa y estaba sudando. Echó mano al bolsillo en busca del pañuelo para
que fue a poner en el rincón más distante de la pieza, quedando casi a os- limpiarse la frente, y no le halló. No se trataba de un pañuelo cualquiera,
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 83
sino de la obra acabadísima de alguna de sus hijas espirituales más consi- que hace quién sabe cuántos años dejó el mundo y que por altos juicios de
deradas de él; finísima batista con las iniciales del padre, primorosamente Dios. . .! ¡ Vamos! ¡Lo del protagonista del drama consabido!
bordadas en blanco, entre laureles y trinitarias. Prevalido de su confianza En estos momentos se presentó el criado de la casa, diciendo al pa-
en la casa, llamó al criado, le dio las señas de la accesoria en que segura- dre que en vano había llamado durante media hora en la puerta de la ac-
mente había dejado el pañuelo, y le despachó en su busca, satisfecho de cesoria, habiéndose acercado al fin el sereno a avisarle caritativamente
que se le presentara así ocasión de tener nuevas noticias del enfermo, y de que la tal pieza y las contiguas llevaban mucho tiempo de estar vacías, lo
aplacar la inquietud en que él mismo había quedado a su respecto. Y con cual le constaba perfectamente por razón de su oficio y de vivir en la mis-
la fruición que produce en una noche fría y lluviosa llegar de la calle a una ma calle.
pieza abrigada y bien alumbrada, y hallarse en amistosa compañía cerca Con extrañeza oyó esto el padre; y los comensales que, según lo di-
de una mesa espaciosa, a punto de comenzar el juego que por espacio de cho, habían ya tomado interés en su aventura, dirigiéronle nuevas pregun-
más de veinte años nos ha entretenido una o dos horas cada noche, repan- tas, mirándose unos a otros. Daba la casualidad de hallarse entre ellos na-
tigóse nuestro Lanzas en un sillón, encendiendo un buen cigarro habano y da menos que el dueño de las accesorias, quien declaró que, efectivamen-
arrojando bocanadas de humo aromático al colocar sus cartas en la mano te, así éstas como la casa toda a que pertenecían llevaban cuatro años de
izquierda en forma de abanico, y como si no hiciera más que confirmar en vacías y cerradas, a consecuencia de estar pendiente en los tribunales un
voz alta el hilo de sus reflexiones relativas al penitente a quien acababa de pleito en que se le disputaba la propiedad de la finca y no haber querido él,
oír, dijo a sus compañeros de tresillo: entre tanto, hacer las reparaciones indispensables para arrendarla. Indu-
¿Han leído ustedes la comedia de don Pedro Calderón de la Barca dablemente Lanzas se había equivocado respecto de la localidad por él vi-
intitulada La devoción de la Cruz? sitada y cuyas señas, sin embargo, correspondían con toda exactitud a la
Alguno de los comensales la conocía, y recordó al vuelo las principa- finca cerrada y en pleito; a menos que, a excusas del propietario, se hubie-
les peripecias del galán noble y valiente, al par que corrompido, especie de ra cometido el abuso de abrir y ocupar la accesoria defraudándole su renta.
Tenorio de su época, que, muerto a hierro, obtiene por efecto de su cons- Interesados igualmente aunque por motivos diversos, el dueño de la casa y
tante devoción a la sagrada insignia del cristianismo el raro privilegio de el padre, en salir de dudas, convinieron esa noche en reunirse al otro día
confesarse momentos u horas después de haber cesado de vivir. Recorda- temprano para ir juntos a reconocer la accesoria.
do lo cual, Lanzas prosiguió diciendo en tono entre grave y festivo: Aún no eran las ocho de la mañana siguiente, cuando llegaron a su
No se puede negar que el pensamiento del drama de Calderón es puerta, no sólo bien cerrada, sino mostrando entre la hojas y el marco y en
altamente religioso, no obstante que algunas de sus escenas causarían el ojo de la llave telarañas y polvo que daban la seguridad material de no
positivo escándalo hoy. Mas, para que se vea que las obras de imaginación haber sido abierta en algunos años. El propietario llamó sobre esto la aten-
suelen causar daño efectivo aun con lo poco de bueno que contengan les ción del padre, quien retrocedió hasta el principio del callejón, volviendo a
diré que acabo de confesar a un infeliz que no pasó de artesano en sus recorrer cuidadosamente y guiándose por sus recuerdos de la noche ante-
buenos tiempos; que apenas sabía leer y que indudablemente, había leído rior, la distancia que mediaba desde la esquina hasta el cuartucho, a cuya
o visto La devoción de la Cruz, puesto que en las divagaciones de su cora- puerta se detuvo nuevamente, asegurando con toda formalidad ser la mis-
zón creía reproducido en sí mismo el milagro del drama. . . ma por donde había entrado a confesar al enfermo, a menos que, como és-
¿Cómo? ¿Cómo? exclamaron los comensales de Lanzas, mos- te, no hubiera perdido el juicio. A creerlo así se iba inclinando el propietario
trando repentino interés. al ver la inquietud y hasta la angustia con que Lanzas examinaba la puerta
Comno ustedes lo oyen, amigos míos. Uno de los mayores obstá- y la calle, ratificándose en sus afirmaciones y suplicándole hiciese abrir la
culos con que en los tiempos de ilustración que corren se tropieza en el accesoria a fin de registrarla por dentro.
confesionario, es el deplorable efecto de las lecturas, aun de aquellas que Llevaron allí un manojo de llaves viejas, tomadas de orín, y probando
a primera vista no es posible calificar de nocivas. Ninguno tan preocupado algunas después de haber sido necesario desembarazar de tierra y telara-
ni porfiado como mi último penitente; loco, loco de remate. ¡Lástima de al- ñas, por medio de un clavo, el agujero de la cerradura, se abrió al fin la
ma, que a vueltas de un verdadero arrepentimiento, se está en sus trece de puerta, saliendo por ella el aire malsano que Lanzas había aspirado allí la
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 84
noche anterior. Penetraron en el cuarto nuestro clérigo y el dueño de la fin-
ca, y a pesar de su oscuridad, pudieron notar desde luego que estaba ente-
ramente deshabitado y sin muebles ni rastro alguno de inquilinos. Dispo-
níase el dueño a salir, invitando a Lanzas a seguirle o precederle, cuando
éste, renuente a convencerse de que había simplemente soñado lo de la
confesión, se dirigió al ángulo del cuarto en que recordaba haber estado el
enfermo, y halló en el suelo y cerca del rincón su pañuelo, que la escasísi-
ma luz de la pieza no le había dejado ver antes. Recogióle con profunda
ansiedad, y corrió hacia la puerta para examinarle a toda claridad del día.
Era el suyo, y las marcas bordadas no le dejaban duda alguna. Inundados
en sudor su semblante y sus manos, clavó en el propietario de la finca los
ojos, que el terror parecía hacer salir de sus órbitas; se guardó el pañuelo
en el bolsillo, descubrióse la cabeza, y salió a la calle con el sombrero en la
mano delante del propietario quien, después de haber cerrado la puerta y
entregado a su dependiente el manojo de llaves, echó a andar al lado del
padre preguntándole con cierta impaciencia:
Pero, ¿y cómo se explica usted lo acaecido?
Lanzas le vio con extrañeza, como si no hubiera comprendido la pre-
gunta, y siguió caminando con la cabeza descubierta y no se la volvió a
cubrir desde aquel punto. Cuando alguien le interrogaba sobre semejante
rareza, contestaba con risa como de idiota y llevándose la diestra al bolsillo
para cerciorarse de que tenía consigo el pañuelo. Con infatigable constan-
cia siguió desempeñando las tareas más modestas del ministerio sacerdo-
tal, dando señalada preferencia a las que más en contacto le ponían con
los pobres y los niños, a quienes mucho se asemejaba en sus conversa-
ciones y en sus gustos.
Jamás se le vio volver a dar el menor indicio de enojo o de impacien-
cia, y si en las calles era casual o intencionalmente atropellado o vejado,
continuaba su camino con la vista en el suelo y moviendo sus labios como
si orara.
Diré, por vía de apéndice, que poco después de su muerte, al re-
construir alguna de las casas del callejón del padre Lecuona, extrajeron
del muro más grueso de una pieza, el esqueleto de un hombre que pare-
cía haber sido emparedado mucho tiempo antes, y a cuyo esqueleto se dio
sepultura con las debidas formalidades.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 85
JUAN DÍAZ COVARRUBIAS Una tarde, que adormida en sus meditaciones se hallaba reclinada
bajo uno de los sauces cercanos a las tapias de su huerto, interrumpieron
LA SENSITIVA instantáneamente la calma de aquellas soledades las dulces vibraciones
de un arpa, y se confundieron con el murmullo de las hojas que el viento
I del otoño arrancaba de los árboles.
Luisa Después una voz dulce y armoniosa moduló estas estrofas que Lui-
sa escuchó con avidez:
Luisa era una niña pura como la gota de rocío que la aurora dejó en-
tre los pétalos de la azucena; inocente y sencilla como primera sonrisa de Abre las rejas de tus balcones,
un niño, tierna y delicada como esa planta que los poetas llaman Sensiti- oye los ecos de mi cantar,
va, ese vegetal siempre enfermo que parece llevar en su misma organiza- y de mi lira los dulces sones
ción un germen de muerte que la consume; planta que sufre y se entriste- ven un momento, ven a escuchar.
ce con los días de niebla, que se inclina abatida y melancólica a la tierra
bajo el simple contacto del ave que al amainar su vuelo, posó un instante ¡Nívea paloma de mi cariño!,
entre sus ramas. por quien suspiro lánguida hurí,
Dieciséis veces solamente había visto Luisa cubrirse de flores las con talle de hada y alma de niño,
anémonas de su pequeño jardín en el que había pasado lejos del bullicio no sé qué siento desque te vi.
de las cortes, al lado de su buena madre y en medio de la tranquilidad de
los campos, las horas más serenas de su fugaz existencia. ¡Horas encan- Yo soy el bardo de los festines,
tadas que pasan tan ligeras y que dejan huellas tan profundas en la me- canto las glorias, canto el amor,
moria! Hasta esa edad el cultivo de sus flores y sus alegres excursiones recorro a veces bellos jardines
por los campos habían formado sus dulces alegrías, sus únicos placeres y, con mi arpa dulce de trovador.
sin embargo, bajo aquella aparente indiferencia de niña, se encerraba un
corazón que abrigaba tesoros exquisitos de sensibilidad y ternura; aque- ¡Diréte niña, cosas tan bellas!,
llos ojos que dejaban irradiar la inocencia de su alma se humedecían a ve- lánguidas trovas de mi pasión,
ces inclinados melancólicamente a la tierra, o se elevaban al cielo con tris- oirás los ecos de mis querellas
teza como en busca de un objeto vago, sin forma, que el corazón desea, tristes suspiros del corazón.
pero que la imaginación no puede perpetuar. Era una de esas niñas siem-
pre pálidas y enfermizas, pero siempre afables y cariñosas; que se mueren Aquellas dulces vibraciones perdidas por la vaga extensión del aire,
con la sonrisa en los labios sin exhalar una queja; de esos seres en quie- y que parecían salir de entre los árboles, alumbrados débilmente por los
nes, si no se temiera blasfemar, se diría que Dios quiere hacer pruebas últimos reflejos de la luz crepuscular, sumergieron a la joven en uno de
dolorosas, muy dolorosas, superiores a la resignación de un alma; ¡flores esos éxtasis que nos transportan en alas de la fantasía hasta esos espa-
delicadas que antes de dar al aura los suaves perfumes y a la luz los her- cios de mundos donde todo es luz.
mosos colores que prometen, se agotan tristemente, ¿quién sabe?, tal vez Ya hacía mucho tiempo que el canto había cesado, cuando la joven
porque el viento de la campiña es demasiado frío para ellas, o porque los volvió en sí de su meditación, y emprendió lentamente el camino de su
rayos del sol primaveral bastan para desecar su nectario. habitación, cuando la luna tímida y dudosa, medio oculta entre nubes, ar-
Algunas veces se entristecía intensamente pensando en su porvenir, gentaba dulcemente las copas de los sauces y de los sicómoros del jardín.
en el abandono en que quedaría si su anciana madre llegase a faltarle, y Aquella noche sin saber por qué, Luisa no pudo conciliar el sueño. Todos
perdida en la vaguedad de esas contemplaciones, pasaba la mayor parte los recuerdos tristes de su pasado, toda la vaguedad de sentimiento de su
de las horas del día. presente, todas las esperanzas de su porvenir, todas las ilusiones dormi-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 86
das se agitaron y bulleron locamente dentro de su corazón. encierra todo un mundo de ilusiones, cada confidencia hace nacer un pa-
A la tarde siguiente, instintivamente la niña se dirigió al mismo sitio raíso dentro de un corazón. El amor es el lazo que une los eslabones de la
que el día anterior, y a la misma hora y de la misma manera se dejaron oír cadena social: tal vez será palabra que se escribe en el agua, acaso tem-
las vibraciones del laúd acompañadas de la voz dulce y armoniosa. Ape- pestad de verano que se lleva el viento, pero único ropaje que cubre y en-
nas se había perdido su último sonido, cuando cayó a los pies de Luisa un galana la momia de la vida.
billetito primorosamente cerrado. La joven no se atrevió a levantarlo; su Luisa, alucinada por la dulce vaguedad del sentimiento, deslumbra-
corazón latía apresuradamente, y semejante a una paloma sorprendida da por los reflejos de esa luz del alma, amó apasionadamente por la pri-
por el cazador, echó a huir azoradamente y no se detuvo hasta que cayó, mera vez, y desde ese día se reveló a su fantasía un mundo nuevo de de-
casi desfallecida por la violencia de la carrera, en un sofá de su habitación. licias, aquel paraíso que en sus noches de insomnio se había limitado a
Algunas horas estuvo allí oprimida por sus pensamientos, hasta que des- soñar, estaba realizado, por fin. Mañanas encantadas de primavera, tardes
pués de una lucha entre su corazón y su voluntad, se resolvió a salir; abrió serenas de estío, noches de luna de invierno, que nunca el aliento del pe-
con precaución la puerta que daba al jardín y echó a andar apresurada- sar llego a inficionar, pasaron juntos los amantes.
mente en dirección a la alameda de sauces. Era cerca de media noche; Fernando cada vez más ardiente y apasionado; Luisa cada día más
reinaba un silencio profundo, interrumpido sólo alguna vez por uno de adormida en su sentimiento, en esa dulce languidez en que se vive cuan-
esos ruidos vagos y lejanos que parecen como suspiros exhalados por la do los corazones se comprenden, los ojos lloran juntos buscándose, los
naturaleza dormida, ruidos insólitos y sin nombre que en esas altas horas labios ríen a la par confundidos, cuando dos seres forman un ángel.
de la noche nos hacen estremecer involuntariamente trayéndonos a la
memoria esas viejas leyendas que en horas más serenas de tiempos que II
ya fueron, hemos oído relatar. Olvido
La joven siguió caminando. El billete estaba aún en el mismo sitio.
Luisa lo tomó apresuramente, y después, como arrepentida de su impru-
dencia, echó a huir en dirección a su aposento. Largo tiempo permaneció Corazón que no has amado,
allí todavía sin atreverse a abrirlo, apretándolo convulsivamente entre sus tú no sabes el dolor
manos, hasta que al fin se acercó a la bujía y leyó estas palabras: de un corazón acosado,
carcomido y desgarrado
Luisa: ¿Se puede veros sin amaros? Yo os he visto y os he por amarguras de amor.
amado. Yo soy el que hace más de dos meses os sigo a todas
partes. ¿Me amaréis? ¡Ah! Si no fuese así, dentro de una semana Zorrilla
estaré lejos, muy lejos de aquí.
FERNANDO Pero como el diablo nunca se está quieto, y cuando menos se cree
juega una de sus malas pasadas, hizo que se le pusiera en la cabeza al
Entonces, Luisa se acordó de un gallardo joven que hacía algún marqués de... ir a pasar en compañía de su hija algún tiempo en el campo
tiempo la seguía asiduamente por doquier y que en el templo jamás apar- en pos de nuevos placeres. Era el marqués uno de esos ancianos maripo-
taba sus miradas de ella. sas, que después de haber atravesado una vida azarosa, de orgías y de
La niña se felicitó interiormente de este accidente. A la tarde siguien- placeres, gustan aún de los goces palpitantes de la sociedad y no valiendo
te. . . pero ¿a qué cansarse en referir episodios fatigosos que escritos tie- ya nada por sí, se hacen valor y concentran su cariño en los seres que los
nen tanta monotonía? rodean más íntimamente: en el marqués todo había recaído sobre Isabel,
En el amor hay miradas, hay palabras, hay confidencias que forman hija única de un amor apasionado y voluptuoso, y que atraía a su casa una
la vida mística de un ser, que nunca la pluma de un escritor puede llegar a infinidad de jóvenes y con ellos una infinidad de placeres. ¿Quién era esa
describir. Cada mirada es la historia de un poema de delicia. Cada palabra mujer que de tal manera se rodeaba de todas las miradas, todos los obse-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 87
quios, todas las lisonjas? Era una de esas mujeres a quienes no se puede ciego, delirante, deslumbrado, abandonó el hogar donde otros días vivió
ver una vez sin experimentar una sensación extraña de amor y placer; una tranquilo, para ir en pos de ella, para seguirla a la corte, al fin del mundo si
de esas mujeres que cuando se presentan suscitan un murmullo de admi- fuese posible. . .
ración de parte de los hombres, y otro de envidia de las demás mujeres, En tanto, ¿qué había sido de Luisa? ¿Había olvidado también? ¿Se
reinas siempre de la hermosura, que simbolizando las orgías en que viven había consolado? ¿Era feliz? ¡Ay!, la pobre niña estaba herida en el cora-
a la luz de la esperma, fascinan, y a la del sol, desencantan. Formas ver- zón por un mal que ya no tenía remedio.
daderamente artísticas, corazones gastados a los veinte años en fuerza de Hay en la vida una enfermedad incurable que se desarrolla en el co-
la adulación de esos jóvenes parásitos que pululan en las reuniones de la razón cuando la sociedad se burla de nuestras creencias;
alta aristocracia. Camelias de salón cuyo rocío es el vino, cuyas brisas son cuando habiéndole dado cariño e ilusiones, nos vuelve odio y desengaños,
las palabras de amor que se murmuran a sus oídos, y que se agostarían mal espantoso que presenta diversos periodos. En el primero lloramos al
con el viento rudo del campo. Almas de cieno bajo talles de arcángel cuyo ver burladas así nuestras esperanzas, y dudando aún de tanta ingratitud,
recuerdo horroriza, pero cuya presencia atrae y fascina con un imán miste- se conserva una ilusión vaga en medio de esas lágrimas: ese es el sufri-
rioso. Mujeres que especulan con los sentimientos del alma, que pisotean miento. En el segundo, cuando perdemos ese último destello de fe, se va
un corazón y emponzoñan una existencia con el cinismo más espantoso; concentrando en nuestro corazón toda la hiel que el mundo nos ha dado a
que de un hombre hacen un desgraciado, convirtiendo en infierno lo que probar, y le volvemos odio por odio, sarcasmo por sarcasmo; sin embargo,
ayer era paraíso.... cuando los recuerdos de mejor ayer, ese martirio eterno viene a morir en
¿Cómo se encontraron Fernando e Isabel? ¿Quién sabe? Tal vez nuestra alma, todavía encuentra un eco, todavía nos hace derramar llanto,
porque dicen que en el campo hay campo para todo, o porque Isabel era todavía excita la sensibilidad. Esa es la duda.
una de esas jóvenes que en cada hombre ven un amante, un pasatiempo. El tercero es la indiferencia profunda, los ojos se desecan, el cora-
El caso es que Fernando, olvidando ingrato el puro afecto de un ángel por zón se convierte en cenizas, no se recuerda un pasado, ni se llora un pre-
la ardiente inquietud de una cortesana, acabó por entregarse frenético a la sente, ni se ansia un porvenir. Entonces el marasmo más horrible se apo-
ardorosa pasión que sus labios le brindaban. A las apacibles veladas que dera del cuerpo, la lepra del alma. Se recibe con la misma indiferencia una
había pasado al lado de Luisa y su anciana madre, sucedieron las ruido- lisonja o un insulto, no se ama ni se odia, no se llora ni se ríe; los días van
sas orgías que se formaban en casa de Isabel cuando algunas familias de pasando lentos y descoloridos, sin idealismo, sin amores, sin fe, sin des-
la corte venían a pasar algunos días en la quinta del marqués. Y, sin em- engaño, sin luz; el cuerpo adquiere el dominio del corazón, porque el sen-
bargo, Fernando no era uno de esos jóvenes descreídos que se burlan de timiento que le daba vida está muerto. Las mujeres con sus amores, los
los sentimientos más gratos del corazón humano, pero había caído en las hombres con su ambición, los niños con su olvido infantil, los ancianos con
redes de oro que la cortesana supo tenderle. Fernando no amaba, estaba su pasado sin porvenir, son otras tantas figuras deslavadas del amarillo
embriagado, delirante. Fernando no había olvidado a Luisa, y cuando el cuadro de la vida. Entonces, caído ya el ropaje del esqueleto de la exis-
recuerdo de la pobre niña llegaba desgarrador, horrible, incesante, a opri- tencia, lo mismo da ser o no ser, vivir hoy que morir mañana. Entonces el
mir su corazón haciéndole ver todo lo infame de su conducta, represen- cuerpo por falta de acción y el alma por falta de sensibilidad se van apa-
tándole a Luisa inocente, pura, sin más crimen que el de haberlo amado gando como una tea por falta de combustible. Ese es el último periodo del
demasiado, entonces un remordimiento espantoso, fijo, hacía asomar a sufrir, por consiguiente, es la felicidad terrestre más completa. Esos seres
sus ojos amargas lágrimas, quería huir, quería demandar perdón, quería son tal vez menos desgraciados de lo que se les cree.
buscar una felicidad que a él también le faltaba, pero permanecía mudo Sin embargo, las mujeres nunca llegan a ese extremo, en su cora-
agitándose en su impotencia ante una mirada o una sonrisa de la encan- zón hay un mar infinito de lágrimas, superiores a todas las decepciones
tadora cortesana. ¡Oh!, la pasión fatigante de la impura mesalina propor- que el mundo puede ofrecerles; por eso sufren tanto.
cionaba tal vez más goces terrenales que la casta expresión de la ternura Luisa entraba en el primer periodo de este mal espantoso. AI princi-
de un ángel. pio extrañó las visitas de Femando, después lo comprendió todo y lloró
Un día, por fin, el marqués resolvió volverse a la corte, y Fernando, mucho. Permanecía horas enteras en una misma posición melancólica,
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 88
abatida y al parecer resignada, después rompía a sollozar amargamente. III
¡Oh!, si el ingrato hubiese visto correr aquellas lágrimas, si hubiese com- Un año después
prendido toda la amargura de aquel corazón que iba desecando el infortu-
nio, de aquella alma lacerada por los pesares, se hubiera arrodillado ante
sus plantas para adorarle como un mártir de resignación.
Durante las altas horas de la noche corría como una insensata por
su jardín, se detenía en todos los sitios donde alguna vez estuvo al lado Huérfano el corazón, mustia la frente,
del ingrato, demandaba a las flores, a los árboles, recuerdos de su amor, flor marchita en sepulcro, flor temprana,
se abrazaba a ellos y murmuraba palabras incoherentes. trajo el hielo la luz de la mañana
Su rostro había cambiado también notablemente. y tu cadáver lánguido alumbró.
Ya no era aquella niña pura de otros días que al ver a su amado se
ocultaba detrás de los árboles para salir a su encuentro, aquella que va- Guillermo Prieto
gaba descuidada por su huerto, ahora era la mujer abandonada con sus
recuerdos, que no goza un presente ni confía en un porvenir, la desgracia- ¿Qué será de la alondra que al volver de su peregrinaje no encontró
da que sólo conserva su corazón para sufrir y llorar. Su rostro se había en- ya el árbol que otros días sombreaba su nido? ¿Dónde irán las hojas que
flaquecido, y la fijeza de un pensamiento solo, constante, eterno, que car- el viento estival de la campiña arrancó del árbol que un día engalanaron
come la memoria y perturba la razón, había dado a su mirada una expre- lozanas? ¿Qué fue de la gota de rocío que el sol de verano evaporó en el
sión de angustia que hacía llorar. Una de las noches que vagaba llorando nectario de la caléndula?
por el huerto, llegaron a sus oídos los acentos de una música vaga, lejana. ¿Para qué se ama si al fin se olvida? ¿Para qué van arrancando de
La joven se estremeció. Instintivamente llegó guiada por ellos, y se detuvo nuestro corazón una a una todas las lágrimas, para no poder llorar des-
delante del piso bajo de una quinta brillantemente iluminada de donde pa- pués y sofocar en él todos los pesares, todas las agonías que nos martiri-
recían salir. Un ruido confuso se percibía al exterior, ese ruido de una or- zan?. . .
gía, producido por los acentos de la música, por los choques de los tapo- Un año ha transcurrido desde la última escena que hemos referido.
nes, por las frases de amor que vagan perdidas, por el roce de la seda. La Corren los últimos días de noviembre.
joven se acercó a una de las ventanas del piso bajo y miró; vio primero Un viento glacial, el viento del otoño arrástra las últimas hojas del
cruzar, en fantástica confusión, mujeres elegantes reclinadas muellemen- saúz llevándolas lejos, muy lejos del árbol donde en días más felices som-
te; brazos que se entrelazaban a las cinturas; ojos que se clavan en los brearon y protegieron el amor de dos aves.
senos desnudos de marfil; labios que van tocando las frentes de alabastro; Penetremos en el aposento de un moribundo.
manos enguantadas que se estrechan dulcemente; dos seres que se con- Es la hora del crepúsculo, y ya no se pueden distinguir claramente
funden en uno solo, embriagados por esta atmósfera de aliento de mujer, los objetos; y, sin embargo, en un rincón se ve un lecho modesto que cu-
de aromas de violetas y rosas. De repente, Luisa se hizo atrás espantada, bren dos cortinas blancas. A un lado hay una mesa, encima de la cual se
y exhalando un débil quejido, cayó desmayada. Acababa de ver pasar a ven varios frascos que contienen líquidos de diverso color.
Fernando y a Isabel en medio de una multitud de parejas, enlazados dul- Una lámpara colocada allí arroja sus reflejos amarillentos sobre la
cemente, casi tocando sus labios, embriagados en la dulce oscilación de persona que ocupa el lecho.
un vals, felices, olvidándose del mundo; porque dicen que el vals sólo se Es una joven, casi una niña.
baila con la persona que se ama. Duerme profundamente.
Dos días después de esta escena, Femando abandonaba el hogar En su rostro apacible y sereno como el de un arcángel, se observan
para ir en pos de la cortesana. aún vestigios de una hermosura que debió ser muy perfecta en otro tiem-
po, y que los pesares o la enfermedad han agotado. Su respiración es pe-
nosa y agitada.
De cuando en cuando deja percibir ese ligero estertor, síntoma irre-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 89
vocable de una afección mortal en el pecho. las ansias de la madre y la hija que se estrechaban dándose el abrazo de
A un lado del lecho está sentada una anciana que la observa con despedida, de esa despedida tan patética que se lanza y se recoge en los
tristeza. umbrales de la eternidad, sollozos verdaderamente, porque en esos casos
Entre ambas se nota una semejanza extraña. no se derraman lágrimas, sino que tan sólo se siente el corazón estallar
Deben ser madre e hija. dentro del pecho.
Reina un profundo silencio sólo interrumpido por la respiración de la Y después, con esa energía que da la resignación, con esa insensa-
enferma y por el monótono compás de la péndola. tez del dolor, la madre tomó a su hija como a un niño dormido, envuelto en
¿Quién es la niña que en esta estancia y a esta hora se está mu- sus propias ropas, y la colocó sobre sus rodillas en el pequeño vestíbulo
riendo así en medio de la juventud, cuando aún la vida puede brindarle que daba frente al jardín.
tantas ilusiones, tantos placeres? Hay en la vida dolores que matarían como un rayo si no residiera la
De repente, el reloj dio acompasadamente cinco campanadas. esperanza detrás de la realidad. ¿Por qué no nos morimos cuando hemos
La joven que dormía despertó sobresaltada y se incorporó violenta- visto irse acabando poco a poco la vida de un ser querido? Y, sin embar-
mente sobre el lecho, y preguntando con un acento dulce y melodioso co- go, su corazón ya no late, su cuerpo está frío, pero todavía espera, todavía
mo un concierto de aves, y al mismo tiempo triste y resignado como la re- no se comprende la intensidad del dolor, todavía se duda de los sentidos y
ligión del alma: ¿qué horas son, madre mía? se aguarda del alma. El jardín estaba triste, sí, muy triste debió presentar-
Las cinco hija, contestó ésta tristemente. se a los ojos de la moribunda, bañado por los reflejos de la luz crepuscu-
Las cinco, ¡oh!, ¡cómo vuelan las horas!, sólo algunas me restan lar, sombreado sin duda por la melancolía de diecisiete años de recuerdos;
ya de vida. muy tristes debieron ser los pensamientos que la agitaron, porque hubo de
¿Cómo hija, qué sabes? interrumpió con ansiedad la madre. inclinar la cabeza sobre el seno de su madre, sollozando tristemente.
Todo lo sé, madre prosiguió con tristeza , esta mañana cuan- Vámonos de aquí, este viento es demasiado frío y te hace mal
do el médico ha salido, oí muy bien que dijo que a medianoche cuando dijo la anciana volviendo a introducir a la joven a su aposento.
más todo habrá concluido. Daban entonces las seis y ya era casi de noche cuando esta escena
La anciana rompió a sollozar amargamente. pasaba, pues ya hemos dicho que corrían los últimos días de noviembre.
La joven prosiguió hablando, procurando dar a su acento toda la se- La joven respiraba con más dificultad cada vez, y dejaba percibir ya
guridad posible. ligeramente ese estertor de la agonía, síntoma de una muerte ya próxima.
Vaya, no hay que afligirse, al fin, qué esperanza te resta ya; hace Hubo un largo intervalo de silencio, sólo interrumpido por las vibraciones
un año que tan sólo te estoy causando mil ansias y pesadumbres, ahora del reloj que dio sucesivamente las siete y las ocho, o por los sollozos
procura estar contenta si no quieres amargar los últimos instantes que me comprimidos de la desolada madre.
restan de vida, si ya al fin no hay remedio, ¿a qué afligirse? A las nueve, la joven se incorporó sobre el lecho, diciendo con una
¿Te acuerdas, madre, de aquellas horas serenas de mi infancia, voz débil y entrecortada:
cuando corría yo por ese jardín, ahora abandonado, en pos de las maripo- Mira, madre mía, luego que todo haya concluido, arrojarás al fue-
sas, y luego venía a dormirme cansada en tu seno? Y más tarde, ¿te go todas esas flores marchitas de que tantos ramos hacía yo hace un año
acuerdas, ya joven, mis paseos solitarios por las alamedas y de los ramos y se detuvo un momento como oprimida por un recuerdo desgarrador.
que a mi vuelta te traía? Ahora te voy a pedir un favor, pero un favor que Después arrojarás también todas esas cartas, esos billetes, esas páginas
no me negarás, porque será el último, ¿no es verdad? ¡Oh!, ¡sí, porque del alma que a nadie servirán ya. Luego me pondrás aquel vestido blanco
eres tan buena! Quiera ver por última vez mi jardín, quiero contemplar de que tanto usaba en otros días, y harás que me conduzcan sin aparato, ni
nuevo esas flores queridas, cubiertas con el polvo del abandono de un pompas, acompañada solamente de los pobres que me han amado. Y si
año, quiero visitar esos sitios donde en días mejores he pasado horas tan alguna vez, cuando hayan transcurrido muchos años, cuando mi cuerpo se
dichosas a tu lado y al de. . . haya convertido ya en ceniza, algún hombre preguntase por mí, entonces
Hubo un momento de silencio, sólo interrumpido por los sollozos y le enseñarás mi sepulcro, le dirás que muero amándole, sin olvidarlo nun-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 90
ca, que viva feliz, que procure borrar de su memoria la imagen de una
desdichada, que me olvide como yo lo perdono y que ahogue en medio de
los amores y el placer, el recuerdo importuno de esta mujer. Y ahora, ma-
dre mía, ahora, adiós para siempre, adiós flores que perfumasteis los pri-
meros años de mi vida. Adiós. . .
De repente la puerta de la habitación se abrió con violencia y un
hombre pálido, fatigante, con el rostro descompuesto, con los cabellos
desordenados, con el vestido desgarrado, se lanzó violentamente en me-
dio de la pieza.
Al ver a aquel hombre que avanzaba hacia el lecho, los ojos apaga-
dos de la joven brillaron de una manera extraordinaria, se enderezó como
impelida por una fuerza sobrenatural, se puso de pie completamente sobre
el lecho y cayó en brazos del desconocido; reuniendo todos sus esfuerzos
en este grito profundo, congojoso, de tristeza y alegría, de reconvención y
queja al mismo tiempo, voz pesarosa que revela toda la amargura de un
alma que laceró el pesar, acento de congoja que es la historia de una exis-
tencia de infortunio:
¡Fernando!
Hubo un momento durante el cual aquellos dos jóvenes se estrecha-
ron mutuamente, sin hablar, confundidos en un solo ser, exhalando su al-
ma en un beso final, quemante, apasionado, que resonó en la estancia.
Una hora después, un joven, una anciana y un sacerdote ora- ban
arrodillados alrededor de un cadáver. . .
Sí, aquella joven era Luisa que moría de amor; que se moría de
abandono, después de un año de martirios y padecimientos físicos y mora-
les; aquel hombre era Femando que volvía arrepentido, pero volvía ya muy
tarde.
Nunca más se volvió a saber de él en el lugar, pero decían que mu-
chas tardes cuando el sol trasponía sus últimos reflejos sobre la cumbre
de las montañas, se veía a un hombre llorar inclinado sobre un sepulcro
sombreado por algunos sauces y cercado de sensitivas donde había sólo
esta inscripción: LUISA.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 91
y al dejarte no suspira
por retornar a tus playas? Bajo de un humilde techo
Tercera Generación Deidad de las fiestas mayas, vivo en tanto satisfecho
¿quién al verte no te admira? bendiciendo tu hermosura,
CARLOS GUIDO SPANO que bien cabe la ventura
De tus glorias que otros canten, bajo de un humilde techo.
y a las nubes te levanten
TROVA entre palmas y trofeos, La riqueza no es la dicha;
Yo no asisto a esos torneos: si perdí la última ficha
He nacido en Buenos Aires de tus glorias que otros canten. al azar de la existencia,
¡qué me importan los desaires saqué en limpio esta sentencia:
con que me trate la suerte! Tu esplendor diré tan sólo, la riqueza no es la dicha.
Argentino hasta la muerte si no del ya viejo Apolo
he nacido en Buenos Aires. con la lira acorde y fina, He nacido en Buenos Aires
en mi guitarra argentina ¡qué me importan los desaires
Tierra no hay como la mía; tu esplendor diré tan sólo. con que me trate la suerte!
¡ni Dios otra inventaría Argentino hasta la muerte
que más bella y noble fuera! Voluptuosa te perfumas he nacido en Buenos Aires.
¡Viva el sol de mi bandera! de junquillos y arirumbas;
Tierra no hay como la mía. cuando te adornas y encintas,
en las auras de tus quintas
Hasta el aire aquí es sabroso; voluptuosa te perfumas.
nace el hombre alegre, brioso,
y las mujeres son lindas Goza del Plata al arrullo
como en el árbol las guindas: llena de garbo y orgullo,
hasta el aire aquí es sabroso. criolla sin par, blasonante
de tu destino brillante
¡Oh Buenos Aires, mi cuna! goza del Plata al arrullo.
¡De mi noche amparo y luna!
Aunque en placeres desbordes, Triunfa, baila, canta, ríe:
oye estos dulces acordes, la fortuna te sonríe,
¡Oh Buenos Aires, mi cuna! eres libre, eres hermosa;
entre sueños color rosa,
Fanal de amor encendido, triunfa, baila, canta, ríe.
borda el cielo tu vestido
de rosas y rayos de oro: ¡Cuántos medran a tu sombra!
eres del mundo tesoro, Tu campiña es verde alfombra,
fanal de amor encendido. tus astros vivos topacios;
habitando tus palacios
¿Quién al verte no te admira ¡cuántos medran a tu sombra!
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 92
Sus miradas son luz, noche sus ojos, Y se oyen tronadores los torrentes
la pasión en su rostro centellea, y las aves salvajes en concierto, Bésame con el beso de tu boca,
y late el beso entre sus labios rojos en tanto celebramos indolentes cariñosa mitad del alma mía,
cuando desmaya su pupila hebrea. nuestros libres amores del desierto. un solo beso el corazón invoca,
que la dicha de dos..., me mataría.
Me tiembla el corazón cuando la nombro, Los labios de los dos, con fuego impresos,
cuando sueño con ella me embeleso, se dicen el secreto de las almas; ¡Un beso nada más!. .. Ya su perfume
y en cada flor con que su senda alfombro después..., desmayan lánguidos los besos... en mi alma derramándose, la embriaga;
pusiera una alma como pongo un beso. Y a la sombra quedamos de las palmas. y mi alma por tu beso se consume
y por mis labios impaciente vaga.
Allá en la soledad, entre las flores,
nos amamos sin fin a cielo abierto, BESOS ¡Júntese con la tuya!... Ya no puedo
y tienen nuestros férvidos amores lejos tenerla de tus labios rojos...
la inmensidad soberbia del desierto. I ¡Pronto!... ¡Dame tus labios!... ¡Tengo miedo
de ver tan cerca tus divinos ojos!
Ella, la regia, la beldad altiva
PRIMER BESO
soñadora de castos embelesos, Hay un cielo, mujer, en tus abrazos;
se doblega cual tierna sensitiva "La luz de ocaso moribunda toca siento de dicha el corazón opreso...
al aura ardiente de mis locos besos. del pinar los follajes tembladores, ¡Oh! ¡Sosténme en la vida de tus brazos
suspiran en el bosque los rumores para que no me mates con tu beso!
Y tiene el bosque voluptuosa sombra, y las tórtolas gimen en la roca.
profundos y selvosos laberintos,
y grutas perfumadas, con alfombra Es el instante que el amor invoca; III
de eneldos, y tapices de jacintos. ven junto a mí; te sostendré con flores EN EL JARDÍN
mientras roban volando los Amores
Y palmas de soberbios abanicos el dulce beso de tu dulce boca".
mecidos por los vientos sonorosos,
Ella estaba turbada y sonreía,
aves salvajes de canoros picos La virgen suspiró: sus labios rojos él le hablaba en la sombra a media voz;
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 102
solo estaba el jardín, y la algazara
del baile se escapaba del salón. Pálido mármol que esculpió la Muerte
Era el instante del adiós: callaban, con su mano de hielo,
Al través de las hojas las estrellas y sin verse las manos se estrechaban la hermosura terrestre de la virgen
lanzaban temblorosas su fulgor... inmóviles los dos, del abierto sepulcro por la entrada
Yo no sé cómo fué, mas sin pensarlo Almas que al separarse se rompían, se iluminaba con la luz del cielo.
se encontraron los labios de los dos. temblando y sin hablarse se decían:
"He aquí el instante del postrer adiós". Llegué, me arrodillé..., y aquel gemido
Y encontrarse los labios cariñosos que lanzó mi alma loca
de dos que se aman con inmenso amor, Doliente como el ángel del martirio hizo temblar la llama de los cirios...
es sentir que dos almas, que dos vidas ella su frente pálida de lirio Después... no supe más... Un beso eterno
se confunden en una y van a Dios. tristísima dobló; clavó a su frente mi convulsa boca.
quiso hablar, y el sollozo comprimido
¡Sonrisa de mujer, tú eres aurora! su pecho desgarró con un gemido Todo el llanto de mi alma, el duelo inmenso,
¡Beso de mujer, tú eres un sol!... que el nombre idolatrado sofocó. ¡oh niña!, de perderte,
¡Qué dulces son tus besos, vida mía! estaba en ese beso de la tumba...
¡Qué hermoso es el amor! Y luego con afán, con ansia loca ¿Te lo llevó, verdad, llegando al cielo
tendió sus manos y apretó su boca el ángel de la muerte?
a la frente de él.
IV Fué un largo beso trémulo..., y rodaba
TU CABELLERA de aquellos ojos que el dolor cerraba
copioso llanto de infinita hiel.
Déjame ver tus ojos de paloma
cerca, tan cerca que me mire en ellos; Él lo sintió bañando sus mejillas,
déjame respirar el blando aroma y cayó conmovido de rodillas
que esparcen destrenzados tus cabellos. Sollozaban los dos.
Y en un abrazo delirante presos
Déjame así, sin voz ni pensamiento, confundieron sus lágrimas, sus besos,
juntas Ias manos y a tus pies de hinojos, y se apartaron... sin decirse adiós.
embriagarme en el néctar de tu aliento,
abrasarme en el fuego de tus ojos.
VI
Pero te inclinas... La cascada entera EL ÚLTIMO BESO
cae de tus rizos luengos y espesos...
¡Escóndeme en tu negra cabellera
y déjame morir bajo tus besos!
Empujé, vacilando como un ebrio,
la entrecerrada puerta,
Había en la estancia gentes que lloraban,
V y en medio de los cirios funerarios
EL BESO DEL ADIÓS ella..., ¡mi vida!..., muerta.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 103
JOSÉ PEÓN Y CONTRERAS que te idolatro yo, dulce bien mío, su labio de corales;
porque no tienen frases las sonrisas, traedme..., ¡pero en vano,
ECOS ¡porque no tienen lengua los suspiros! si he de pedir en balde!...
De amor un pensamiento
I III que mis angustias calme;
Tal vez no existes: acaso Cuando al ardiente hechizo traedme su alma, el alma
eres la imagen de un sueño, de tu hermosura pálida. que la trasforma en ángel...
que deleitó mis sentidos, buscaba como tantos ¡O no me traigáis nada,
y embargó mi pensamiento. tu risa y tu mirada, leves brisas errantes!
Mas ha de ser realidad ¿a quién, dí, sonreías,
aquel hermoso embeleso, aterradora estatua? VI
pues como te vi, dormido, ¿A quién estabas viendo Cuando recuerdo tu mirada lánguida,
te estoy mirando despierto; cuando a nadie mirabas? tu dulce sonreír;
tal me parece que escucho cuando me acuerdo de tu frente pálida,
a todas horas tu acento; de tu talle gentil;
que se refleja en mis ojos
IV
En mares hondos cuando suspiro por las horas rápidas
la luz de tus ojos negros; que huyeron junto a ti;
mueren los ríos;
que en la palidez marmórea el llanto surca mis mejillas áridas
ruedan las cumbres
de tu semblante hechicero, y me siento feliz...
a los abismos;
sus alas de oro y nieve ¡Ay!, cuando no me quede ni una lágrima
cae en las playas
posa mi espíritu inquieto; ¿qué será de mí?
el blanco lirio;
que cerca del pecho mío
tórnanse polvo
siento el latir de tu pecho;
¡que me quemas con tus labios,
los edificios... VII
Si todo es, niña, En alta mar mil veces he mirado
que me abrasas con tu aliento!
muerte y olvido, huir de mí las olas plateadas,
Y te palpo y no te toco,
¿no han de salvarse y las unas llegar tras de las otras,
y te busco y no te encuentro;
tu amor y el mío? y, pasando, perderse en lontananza.
¡y me enloquece tu sombra,
¿Dónde irán a parar, dónde, Dios mío?
y me embriaga tu recuerdo!
V ¿A qué remota y solitaria playa?
Y así, sin saber lo que eres,
Errantes, leves brisas ¿Dónde irán a morir mis ilusiones?
harto sé que eres mi dueño,
que arrebatáis los ayes ¿Dónde irán a morir mis esperanzas?
que te llevas mis dolores
en las lágrimas que vierto; del alma aprisionada
que flotando en el espacio en su sombría cárcel, VIII
como una visión te veo. llegad hasta su lecho En los vivos rayos
¡Entre tu alma y mi alma, en que dormida yace, del astro de fuego,
entre la tierra y el cielo! como en la blanca espuma tu imagen me guía,
del mar azul, la náyade. y perdido vengo...
II Traedme de sus ojos En las frías, tristes
el beleño suave, veladas de invierno,
No sabes que te quiero, nadie sabe
la almíbar con que endulza invisible llama,
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 104
me quema tu aliento. ¡después de acariciarlas! Y en su inmenso campo
Cuando ya al dormirme buscaba dos de ellas:
me despierta un beso, Y después, cuando el sueño me ale- ¡mísero, buscaba,
siento que me tocas, targue calmando mis penas,
y yo no te siento... y ya el dolor me ahogue entre sus garras, en el cielo negro
Yo escribo, y la letra ¡con la hechicera luz de aquellos ojos tus pupilas negras!
de mis versos leo; iluminar el interior de mi alma!
y yo no te miro, XIII
¡y estás en mis versos! XI Imagínate un sol de invierno, apenas
Noches sin nombre, aterradoras no- su luz filtrando en la morena bruma;
IX ches debajo del follaje más sombrío,
Perdona si una frase que sois imagen del castigo eterno, como un espejo, un lago sin espuma.
de este amor insensato, ¿por qué tan largas sois, si sois tan ne-
herir logró importuno gras?, Al pie de unos bambúes casi negros
tu corazón, a mi desdicha extraño... ¿por qué tan negras sois, si os aborrezco? un humilde portal que se derrumba
Nada traen las brisas en sus alas, al peso de los años, al azote
Es que rebosa a veces no me traen perfumes en sus besos, del pasado aquilón y de la lluvia.
el dolor en el pecho infortunado; ni lágrimas de amor en sus gemidos,
y sin sentirlo, el alma ¡ni un himno de esperanza en sus acentos! Sobre el brocal de un pozo y a la sombra
¡se escapa en una frase por los labios! La lira que me dio mi desventura de un pilastrón cubierto de verdura,
desconoce mi mano, y de mis dedos una triste paloma, triste y sola,
X huyen las cuerdas que juntaron antes oculta el pico entre la blanca pluma.
¡Ocúltate ya, sol!... Quiero la noche ¡sus alegres sonidos a mis versos!
como la noche eterna de mi alma, Allá a lo lejos, junto a sauce añoso,
sin una sola estrella en el espacio, XII una desmoronada sepultura,
¡tenebrosa y callada! En el fondo negro sin cruz, sin epitafio, ni siquiera
de tu cabellera, una lozana flor, ni una flor mustia.
Encerrarme después en mi aposento, lucientes y puras
abrirle a las tinieblas mi ventana, como dos estrellas, Imagínate, en fin, allá entre abrojos
mirar y no ver nada, y luego a tientas contemplé turbado la lira que cantaba tu hermosura,
acostarme en la hamaca. de amor y sorpresa, cubierta con el polvo del olvido,
¡brillar una noche ¡pedazos hecha, destrozada y muda!
Allí quedarme inmóvil, silencioso... tus pupilas negras!
Dejar que corran sin temor mis lágrimas... ¡Y ya podrás acaso imaginarte
Y meditar en su hermosura angélica, En el cielo negro cómo serán mis sueños de ventura,
¡y en mi loca esperanza! como son mis penas, cuando siento el dolor que siento ahora,
veía una noche cuando siento estas ansias y estas dudas!
Después en la memoria componerle lucir las estrellas;
romances y armonías y plegarias; ¡qué lejos brillaban XIV
y forjar ilusiones y perderlas... entre las tinieblas! Como posa una nube en los espacios
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 105
bajo el azul del cielo; Yo sé que son las almas
como en las sombras de la noche pasan como las olas,
las sombras de los sueños , que siempre va la una
siguiendo a la otra;
allá en los horizontes que en tu alma tú vas delante...
dilata el pensamiento, ¿Dónde estará la playa
lo mismo que las nubes y las sombras, que nos aguarde?
¡pasarán estos ecos!...
XV
No me arredra del campo en altas horas
la densa oscuridad;
¡las sombras de esta duda
me espantan mucho más!
XVI
Cuando sea cadáver para todos,
pon tu mano en mi pecho;
lo has de sentir latiendo todavía,
¡que sólo para ti no habré yo muerto!
XVII
Yo voy con esas aves melancólicas
que en el silencio de la noche cantan;
¡quién pudiera en la noche de los sueño
cantar en el silencio de tu alma!
XVIII
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 106
ALBERTO BLEST GANA Después de acomodar las riendas de su cabalgadura con ese
cuidado por sus arreos de viaje que distingue a nuestros huasos, el via-
UN DRAMA EN EL CAMPO jero penetró en una pieza en la que se veían tres personas: una mujer
que parecía rayar en los cincuenta años, y dos jóvenes, entre los cuales
les habría sido muy difícil conocer una diferencia en la edad, pues am-
I bos aparentaban tener de veinticinco a veintiséis años cuando más.
En la figura de la mujer no resaltaba nada de notable. Cierta me-
En el interior de una casa de la calle Ahumada, un joven se halla- lancolía de la mirada, cierto tinte de tristeza que reinaba en su persona,
ba en una pieza pequeña, sentado delante de un escritorio. Después de eran indicios que sólo a un observador muy avisado y perspicaz habrí-
arrojar el resto de un cigarro que humeaba entre sus dedos, tomó la an servido para adivinar los pesares que amargaban aquella vida oscu-
pluma y se puso a escribir lo siguiente: ra, dejando apenas un rastro en el semblante, como tan a menudo
acontece. El dolor es un huésped sombrío que las más veces gusta de
Querido Pablo: aposentarse en el alma, sin revelar al exterior su devastadora existen-
Al fin vamos a vemos, después de tan larga separación. cia.
Con esta idea vienen en tropel a mi memoria los alegres juegos Entre los dos jóvenes sentados junto a la señora se veían nota-
de nuestra niñez y los amores fugaces de colegio: vuelvo a es- bles y muy marcadas diferencias.
tar contigo, en una palabra, y recorro una a una las horas feli- El uno, bien que vestido con el desaliño natural a la vida del cam-
ces de nuestra fraternal amistad. po, revelaba en su porte, en la elegancia y finura de sus movimientos,
A todo esto se me olvidaba decirte el objeto de mi viaje, al hombre que en medio de las sociedades y por una educación esme-
que te comunicaré en dos palabras: voy, encargado por mi pa- rada, ha recibido la gracia que sabe conquistarse irresistiblemente las
dre, a entregar la hacienda al nuevo arrendatario, y como no simpatías de todos. Veíase además en sus cabellos negros desarregla-
me acomodaría vivir solo en ese viejo caserón donde he pasa- dos con arte, en sus ojos embellecidos por una expresión indefinible de
do mi niñez, voy a pedirles a ustedes hospitalidad por algunos dulzura, en las formas de su cuerpo delgado y vigoroso, cierta elegan-
días. cia natural que decía bien claro que aquel joven no había vivido siem-
Da un abrazo en mi nombre a la buena tía, otro al sel- pre entregado a las duras fatigas de las tareas campestres.
vático Antonio y tú, mi querido Pablo, recibe uno muy cordial de El otro formaba en toda su persona un singular contraste con
tu amante primo. aquél. Sus miradas revelaban la indomable fuerza de voluntad que ja-
EMILIO más retrocede: los labios abultados, la espesa barba desgreñada y ás-
pera, las pobladas cejas habitualmente contraídas, quitábanle la gracia
Esta carta llevaba la fecha del 23 de octubre de 1834. natural de la juventud, imprimiéndole el sello que las pasiones fuertes
El joven que acaba de escribirla salió al patio después de cerrarla hacen casi siempre contraer a los músculos del rostro.
y la entregó a un hombre que esperaba al lado de un caballo ensillado Cualquiera que hubiese tenido que dirigirse por casualidad a uno
con el avío clásico de los campos. de estos dos jóvenes, habría elegido maquinalmente al primero.
A la entrada del viajero, las tres personas volvieron la vista hacia
II la puerta. El huaso avanzó en las puntas de los pies, haciendo que el
ruido de sus espuelas se apagara por medio de esa precaución, y to-
Tres días después, el hombre que había recibido la carta se ba- mando su sombrero con una mano, pasó con la otra la carta a la seño-
jaba delante de una casa de campo de pobre apariencia, situada en la ra, mientras que con la que sostenía el sombrero llevaba hacia atrás un
provincia de Colchagua. indómito cadejo de pelo que cayó sobre su frente apenas le faltó el
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 111
apoyo que lo sostenía. Los rencores desarrollados a la sombra del hogar doméstico son
Señor don Pablo Reina leyó la señora en el sobre, pasando la base de mil dramas ignorados por el mundo, pero que refluyen sin
la carta al primero de los jóvenes que describimos. duda contra el bienestar de la sociedad en general.
Éste tomó la carta y, abriéndola, echó la vista sobre la firma. Antonio veía llegar a su hermano todos los años en la época de
-¡Ay, madre exclamó lleno de alegría , es de Emilio! las vacaciones, vestido con la elegancia del joven santiaguino que ya
¿A ver qué dice? exclamó la señora, en cuyo semblante brilló pasea en la Alameda y gusta pasar en los días festivos por las puertas
también un rayo de contento. de calle, donde las niñas que aspiran a ser "grandes", establecen con
Mañana estará aquí, viene a entregar la hacienda exclamó los que pasan un juego de ojeadas, que no pocas veces acaba por ren-
Pablo, levantándose radiante de felicidad . Le manda un abrazo, ma- dir a ambos combatientes. Además, Pablo era festejado por los padres
dre añadió y otro a ti, Antonio. con aquella ternura que resuena dolorosamente en el corazón de los
¡Cuánto me alegro! dijo la señora. hijos abandonados, y mientras él los extasiaba con el franco y afable
Antonio pareció hacer un esfuerzo para dibujar en sus labios una cariño del hijo preferido, Antonio sentía aumentarse en su pecho la
sonrisa, encendió un cigarro y salió sin decir una palabra. honda y constante melancolía que infunde la conciencia y acaso la pre-
visión de un porvenir sin amor y sin alegría.
III A la muerte de don Pedro, Antonio sintió que la naturaleza, pri-
vándole del cariño de sus padres, le había revestido de la suprema au-
Los dos jóvenes, Antonio y Pablo Reina, componían con la seño- toridad en la familia. Su voluntad, hasta entonces reprimida por el res-
ra, a quien este último dio el nombre de madre, la pequeña familia que peto a su padre, se armó de la dureza que le era propia y resolvió hacer
habitaba la casa de campo, a la que hemos introducido al lector. triunfar sus deseos ya que su cariño había sido injustamente desdeña-
El padre de estos jóvenes, muerto cuando el mayor de ellos con- do.
taba apenas diecinueve años, había legado por toda fortuna a su familia Un día, cuando el dolor había calmado en su madre la fuerza de
una hijuela de trescientas cuadras en el departamento de San Feman- sus primeros ataques, Antonio entró en su cuarto y comenzó a pasear-
do. En aquellos tiempos, esa extensión de terreno estaba muy lejos de se con el aire concentrado de un hombre a quien preocupa una idea
tener el valor que en el día han alcanzado los fundos rústicos, con el única, haciéndole indiferente a todo lo que pasa en derredor suyo.
progresivo aumento de la riqueza del país. Así es que la familia de don Doña Manuela notó al instante la preocupación de su hijo y pare-
Pedro Reina, el padre de los jóvenes quedó a su muerte reducida a un ció adivinar la idea que se agitaba en su mente.
estado de pobreza vecino de la indigencia. Me he ocupado ayer todo el día dijo el joven continuando sus
Hasta entonces doña Manuela Esteros, la madre de los jóvenes, paseos , de arreglar las cuentas de mi padre, y vengo a decirle que,
y Antonio, el mayor de ellos, habían acompañado a don Pedro en sus lejos de poseer algo, nos hallamos debiendo seis mil pesos.
trabajos de agricultura, mientras que Pablo estudiaba en calidad de ex- Doña Manuela bajó la vista sin contestar una palabra, y Antonio,
terno, en el Instituto de Santiago y vivía en casa de los padres de Emilio después de esperar una respuesta continuó:
Reina, su primo hermano. De manera que Pablo, el hijo mimado, parti- Creo que ha llegado ya el momento de reducir nuestros gastos
cipaba de la ventajosa posición de su tío, mientras que Antonio se vio en cuanto sea posible para cubrir esa deuda.
desde Ia niñez reducido a los duros trabajos de una vida expuesta a las Me parece se aventuró a decir la señora , que no se puede
inclemencias del tiempo. Esta desigualdad establecida por los padres vivir más económicamente que lo que hasta ahora lo hemos hecho.
en la condición material y moral de los dos hermanos, desigualdad muy Bien lo sé replicó Antonio ; pero no basta la economía de la
común en la existencia de las familias, había arrojado desde temprano casa, es preciso suprimir todos los gastos superfluos y que mi padre,
entre los dos jóvenes el germen de un odio sombrío, que andando el contando con más larga vida, creía hallarse en posesión de hacer.
tiempo habría de producir fatales e irremediables resultados. ¿Qué gastos? preguntó doña Manuela.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 112
Los que origina la educación de Pablo dijo resueltamente el imperceptible melancolía de su rostro, en el que los tintes sombríos de
joven, atacando de lleno la cuestión . Me parece que usted encontrará su intenso pesar se hallaban templados por la tranquilidad de una exis-
muy justo que él venga también a contribuir con su trabajo en vez de tencia oscura y entregada a la práctica constante de la virtud.
estar gastando lo que no tenemos. Piénselo usted bien añadió sin Esta vida, con sus rencores y melancolías continuos, duraba ya
esperar una respuesta ; mañana voy a enviar un mozo con caballos a cerca de ocho años. Los cabellos de la madre habían encanecido en
Santiago para que pueda venirse y creo que usted debe escribirle tam- ese tiempo y los dos niños se hallaban transformados en los hombres
bién como yo lo hago, manifestándole la necesidad de esta medida. cuya descripción ligera dejamos hecha.
Tras estas palabras, Antonio salió del cuarto de su madre, deján- Tal era el estado de la pequeña familia olvidada en un rincón de
dola entregada a su dolor y a sus lágrimas. una lejana hacienda, cuando llegó a la casa Emilio Reina, el joven que
Doña Manuela pasó toda la noche de aquel día entregada al más dirigió a Pablo la carta con que dimos principio a nuestra narración.
intenso sentimentalismo. Cortar la educación de Pablo, sobre quien se
hallaban cifradas sus únicas esperanzas, era para ella una resolución V
casi superior a sus fuerzas; pero al propio tiempo conocía la indomable
voluntad de su hijo mayor y, bien que un tanto cegada con su preferen- Corría, como dijimos, uno de los últimos meses del año de 1834.
cia por el otro, sentía en el fondo de su conciencia la amarga justicia de Emilio fue recibido con la cordialidad digna de aquellos tiempos
las pocas observaciones que acallaba de hacerle. de hospitalaria memoria, tiempos en que la civilización no había esta-
AI día siguiente, como Antonio lo había anunciado, un inquilino de blecido aún esa política reserva que, aun entre miembros de la misma
la hacienda salió para Santiago llevando cartas para Pablo y caballos familia, se va haciendo común en nuestros días de progreso.
para hacer el viaje. Pero la acogida de cada uno de los hermanos se resintió natu-
Ocho días después, la madre se encontraba con sus dos hijos en ralmente del carácter y sentimientos que les distinguían: Pablo se arrojó
su pequeña hijuela y Pablo, abandonando los hábitos de la vida estu- en los brazos de su primo con el placer del que estrecha en un abrazo
diosa y sedentaria que hasta entonces había llevado, se entregaba, con al hermano largo tiempo ausente, y Antonio se limitó a pasarle su ma-
el ardor de la juventud, a los trabajos que representaban su único por- no, pero con una sonrisa que revelaba que en su alma la amistad era
venir. todavía una creencia.
Tras esto siguiéronse las sabrosas conversaciones de los recuer-
IV dos, campo en que el alma del hombre se explaya siempre con placer,
como si conociendo la avaricia de la suerte quisiese contar siempre los
Desde entonces se estableció entre los dos hermanos una serie goces pasados, para ponerlos en lugar de los que pudiera desvanecer
continua de parciales desavenencias, que debía convertir en abismo el porvenir.
profundo la distancia que desde la niñez los separaba. Esas dos opues- Dadas las once de la noche, hora avanzadísima en los campos y
tas naturalezas, entregadas al choque incesante de la vida de familia, en aquellos tiempos sobre todo, Pablo condujo a Emilio a su propio
fueron encontrándose poco a poco por todos los puntos salientes de su cuarto, en donde le había hecho preparar una cama.
carácter, haciendo estallar el rencor por una parte y la impaciencia por Sabes dijo Emilio , que me da pena verte así en el campo,
otra, por los gustos y por las antipatías y depositando en el alma de ca- abandonando tus antiguas esperanzas.
da uno cierta hiel que, desarrollada en la estrecha esfera de una vida Pablo dio un suspiro.
monótona, cobraría al fin proporciones increíbles. Cierto que al principio he sufrido mucho contestó , pero te
Doña Manuela siguió la marcha del odio que animaba a los dos aseguro que si ahora no soy enteramente feliz, no me encuentro, a lo
hermanos, con el sentimiento y previsión profundos de la madre, sin menos, desgraciado.
poder jamas desprenderse de su preferencia por el menor; de aquí la No importa; la conformidad es una virtud, pero no constituye la
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 113
dicha: tú has nacido para otra vida más intelectual que ésta, vente Nada de más expansivo, además, ni tan dispuesto a tiernos sen-
conmigo a Santiago. timientos como un enamorado feliz. Así me sentía yo después de la
Imposible. confesión de Paulina, de modo que quise borrar con una prueba de ca-
Imposible, ¿por qué? No me obligues a decirte que no tendrías riño la distancia que el carácter de Antonio había puesto entre nosotros.
que pensar en gastos. Lleno de confianza y olvidando nuestros repetidos disgustos, quise
Gracias, pero es imposible, a lo menos por ahora. anudar el lazo de nuestro cariño, roto tantas veces, y establecer con él
No te comprendo, ¿quién te lo impide? esa intimidad de hermano que el mismo amor no puede remplazar en
Te haré francamente una confesión: estoy enamorado. ciertas ocasiones.
¡Aquí!, ¿de quién? ¿De alguna huasa? Un día que nos hallábamos solos después de comer, quise reali-
¿Tú no recuerdas la familia de la hacienda vecina? zar mi propósito.
Ah, tienes razón, no me había acordado de Paulina Mendibel; Sabes le dije con el acento más cariñoso que pude encontrar
pero te diré una cosa, ya que tan franco te muestras. en mi voz , que tengo una confidencia que hacerte.
¿Cuál? Al oír mis palabras, se levantó del sofá sobre el que se había re-
Que te compadezco: el padre es de una avaricia proverbial. costado a fumar y me miró con una expresión de cariño que nunca
Y yo soy pobre, ¿no es verdad? había yo visto pintarse en su rostro. Hubiérase creído que su alma des-
Precisamente; lo que quiere decir que no serás admitido como pertaba de repente de un sueño fatigoso y sonreía ante una halagüeña
candidato. realidad.
Pero eso no quita que pueda ser amado. ¿A mí? exclamó.
Es cierto. A ver, cuéntame esos amores, ya que por mi parte ¿Por qué no a ti que eres mi hermano? le dije , ¿puedo te-
ninguna confidencia tengo que hacerte. ner mejor amigo que tú?
Conocí a Paulina el año pasado dijo Pablo cuando el padre Bueno, bueno contestó confuso, cual si hubiese tomado mis
compró la hacienda y vino a establecerse aquí con la familia. Antonio y palabras como un reproche dirigido a su constante terquedad ; con-
yo hicimos nuestra primera visita a título de vecinos y las continuamos fiándome algo, me darás una prueba de cariño; ya te escucho.
después en calidad de vecinos y de amigos. Tú conoces el carácter de ¿Te has fijado en mis conversaciones con Paulina? le pre-
Antonio. En esas visitas poco hablaba, de manera que yo tenía que gunté.
hacer todo el gasto de la conversación; mas poco a poco la intimidad Su semblante se puso pálido y toda, la sangre pareció agolparse
fue estableciéndose a tal punto que la noche que no íbamos, yo me a sus ojos.
sentía triste y aun inquieto. Desde entonces abandoné mi idea favorita ¿Por qué me haces esa pregunta? me dijo con voz apagada.
de volver a Santiago, y Paulina, en diversas conversaciones, me mani- Porque quiero decirte que la amo.
festó igual gusto por la vida del campo, que en les primeros meses pa- ¿Y piensas que tú solo tienes derecho de amarla? exclamó
recía desesperarla. Esta simpatía de gustos, como bien adivinarás, hizo levantándose.
más frecuentes y más íntimas nuestras conversaciones, hasta que lle- A lo menos le contesté, picado del tono de su exclamación ,
gamos a esas confidencias del corazón con que los amantes principian creo que tengo más derecho que tú.
por decirse indirectamente lo que sienten. Te ahorraré la pintura de mi Sus manos se crisparon de cólera y su ÿ -
alegría cuando Paulina, llena de timidez, me hizo comprender que co-
rrespondía a mi amor. Durante algunos meses fuimos completamente 3
felices, pues vivíamos de nuestros juramentos, como si guardásemos el
secreto de una dicha perfecta e inalterable: ¡tú sabes que los horizontes Es una tarde de abril de 1534.
del amor platónico son inmensos! La luz crepuscular vierte su indeciso resplandor sobre la llanura.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 114
El sol, desciñéndose su corona de topacios, va a acostarse en el lecho Hace nueve semanas que rige el imperio.
de espumas que le brinda el océano. Es un garzón se dicen los conquistadores.
La creación es en ese instante una lira que lanza débiles soni- Pero bajo la corteza del niño se encierra un corazón de hombre,
dos. El lascivo céfiro que pasa dando un beso al jazminero; la hoja que y Toparca prepara, con ese sigilo inherente a los indios de América los
cae movida por las alas del pintado colibrí; el turpial que en la copa de elementos necesarios para destruir a sus opresores.
un álamo entona un canto, tal vez de agonía; el sol, que se hunde, in- Calcuchima, el más valiente de los guerreros peruanos, y Quiz-
flamando como una hoguera el horizonte. . . Todo es bello en la última quiz, el más sagaz y experimentado de los generales que tuvo Ata-
hora de la tarde y todo eleva a la criatura hacia el Hacedor. hualpa en la guerra contra Huáscar, ayudan a Toparca en susplanes de
¡Cuan grato es en estos instantes platicar de amores! libertad.
¡Cuánta magia tienen para el corazón del hombre las palabras de Pero, ¡ay!, que afanes tantos deben ser burlados por la fortuna,
la mujer querida! Oír en lontananza el blando murmurar del arroyuelo que se encapricha en proteger a un puñado de castellanos.
que se desliza; sentir que orea nuestras sienes el aura cargada del per- Y de entonces el indio, con la conciencia de su debilidad, es
fume que exhala la flor de los limoneros y juncares; y en medio de este sombrío como el último rayo de luz. Por eso fue que gran parte del
concierto de la naturaleza beber el amor del alma en los labios, en las pueblo indiano prefirió sepultarse en las cuevas, con sus ídolos, sus te-
pupilas, en el seno de la hermosura idolatrada, es gozar la dicha del soros y sus recuerdos.
paraíso. . . , ¡es vivir! Pero la esperanza no abandona jamás a los débiles, y ¿quién
Toparca estrecha entre sus manos las de Oderay. El tiene fijos sabe si esa raza oprimida lee algo de grande en el porvenir? Si los can-
en los de ella sus ojos, porque de los ojos de Oderay recibe vida su es- tos del poeta bastaran para expresar los sufrimientos de una genera-
píritu. ción, nada habla tanto al espíritu como un yaraví, trova del indio hen-
Se aman con profunda ternura, como dos flores nacidas de un ta- chida de sentimental perfume, gemido que al salir desgarra el pecho e
llo, como dos cisnes que juntos aprendieron a rizar el cristal del lago. himno que respira fe en el mañana. Todo esto es a la vez un yaraví,
Oderay y Toparca, sentados bajo la sombra de un palmero, en el poesía que se desprende del alma con tan íntima ternura, acompañada
muelle asiento de grama que ofrece la campiña, hablan el lenguaje de por los acentos de la quena, como las hondas lamentaciones al com-
la pasión. La naturaleza entera les sonríe y les habla de amor. El siem- pás del salterio del profeta.
pre hermoso cielo de la patria, cuanto su mirada alcanza, tiene para
ellos una poesía indefinible. Sus pensamientos respiran una dulce va- 5
guedad, como si sobre ellos batiera un querubín sus alas tornasoladas
de zafiro y gualda. En el fondo del jardín aparece un anciano envuelto en una larga
No profanemos el sentimiento copiándolas palabras que brotan y blanca túnica de lino. Sus canosos cabellos caen sobre un rostro que
del fondo de esas dos almas virginales y enamoradas. respira bondad, y sus miradas se detienen en los dos amantes con aire
de cariñosa protección.
4 Este anciano es el gran sacerdote de Caranquis.
¡Padre mío, venid! le grita el joven Inca . Bendecidme como
Toparca, a quien el padre Velazco, historiador de Quito, llama bendijisteis a Atahualpa el día en que se ciñó el llautu rojo. Bendecid
Hualpa-Capac, es un mancebo de veinte años, de apuesto talle y de también a la mujer que amo y dádmela por esposa.
gentil semblante. Es hijo de la Sciri de Quito y hermano de Atahualpa. Y los jóvenes se arrodillaron ante el gran sacerdote, por cuyas
Muerto éste, los españoles ciñeron a Toparca la borla imperial, rugosas mejillas rueda una lágrima.
proclamándolo Inca; pero en realidad no era más que un instrumento ¿Vosotros lo queréis? ¡Pues sea!. . . Una misma estrella os
para el logro de miras ambiciosas. alumbra, y bendigo vuestro amor, hijos míos. . . ¡Ojalá que el destino os
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 115
sonría! Pero el Dios de Túmbala me inspira a profetizarte, infeliz mo- amor que hemos pretendido pintar. La belleza de la joven ha hablado a
narca, que serás el último de tu sagrada estirpe. Tu reinado, durará po- sus sentidos y ha jurado gozar de sus encantos.
cas lunas, y acaso tus vestiduras se verán también, como las de Ata- Disfrutando de la confianza de Pizarro, le arrancó una orden de
hualpa, manchadas con tu sangre. prisión contra Toparca, de quien había motivos para recelar un alza-
Y el anciano se aleja exclamando: miento. Pizarro, esa figura colosal en la historia del Perú, se dejaba
¡Ay de ti, hijo del Sol! ¡Ay de tu pueblo! Repuesto de su turba- dominar muchas veces por los caprichos de sus compañeros, y se
ción, Toparca se encuentra con la amorosa mirada de Oderay. prestó a ser juguete de don García.
Si tú me amas, tórtola mía, sabré conjurar el porvenir. El desti-
no nos ofrecerá senda de flores, y cuando haya devuelto su esplendor 7
primero a nuestra patria, ¿no es verdad, espíritu de amor, que estam- .
pando tus labios en mi frente dirás: Yo te quiero, Toparca, porque El gran sacerdote acaba de bendecir el matrimonio de Oderay
eres grande y valiente? con el joven Inca. Van a ser felices. . . ¡ Maldición!
Y Toparca escondió su semblante entre las manos, porque así Por la cresta de un cerro aparecen Peralta y seis soldados, Ode-
como las flores tiene necesidad del rocío, así el hombre tiene necesi- ray palidece al ver su amenazador aire de triunfo.
dad de verter lágrimas. El monarca, separado violentamente de los brazos de su amada
El llanto es el rocío o la hiel que rebosa del corazón. es cargado de hierro y conducido por los españoles.
Don García mira con sarcástica sonrisa a la americana, la toma
bruscamente del brazo y, obligándola a seguirlo, la dice:
6 Ahora nadie puede salvarte. . . ¡De grado o fuerza serás mía!
24
En Cuba, especie de pájaro mosca, de bellísima forma, que no
llega a cuatro pulgadas de largo.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 117
UN DRAMA ÍNTIMO Aquello era vida patriarcal. Todos los días eran iguales en el
hogar del noble y respetable anciano, y ninguna nube tormentosa se
A don Adolfo E. Dávila cernía sobre el sereno cielo de la familia del marqués.
Sin embargo, en la soledad del lecho desvelábase don Honorio
Ni época, ni nombres, ni el teatro de acción son los verdaderos con la idea de morir sin dejar establecidas a sus hijas. Dos de ellas op-
en esta leyenda. Motivos tiene el autor para alterarlos. En cuanto al ar- taban por monjío; pero la menor, Laurentina, el ojito derecho del mar-
gumento, es de indispensable autenticidad. Y no digo más en este qués, no revelaba vocación por el claustro, sino por el mundo y sus ten-
preambulillo porque. . . no quiero, ¿estamos? tadores deleites.
El buen padre pensó seriamente en buscarla marido, y platicando
1 una noche sobre el delicado tema con su amigo el conde de Villarroja
don Benicio Suárez Roldán, éste le interrumpió diciéndole:
Laurentina llamábase la hija menor, y la más mimada, de don Mira, marqués, no te preocupes, que yo tengo para tu Lauren-
Honorio Aparicio, castellano viejo y marqués de Santa Rosa de los Án- tina un novio como un príncipe en mi hijo Baldomero.
geles. Era la niña un fresco y perfumado ramilletico de diez y ocho pri- Que me place, conde, aunque algo se me alcanza de que tu
maveras. retoño es un calvatrueno.
Frisaba su señoría el marqués en las sesenta navidades, y has- ¡Eh. ¡Murmuraciones de envidiosos y pecadillos de la moce-
tiado del esplendor terrestre había ya dado de mano a toda ambición, dad! ¿Quién hace caso de eso? Mi hijo no es santo de nicho, cierta-
apartádose de la vida pública, y resuelto a morir en paz con Dios y con mente; pero ya sentará la cabeza con el matrimonio.
su conciencia, apenas si se le veía en la iglesia en los días de precepto Y desde el siguiente día el conde fue a la tertulia del de Santa
religioso. El mundo, para el señor marqués, no se extendía fuera de las Rosa acompañado de su hijo. Este quedó admitido para hacer la corte
paredes de su casa y de los goces del hogar. Había gastado su exis- a Laurentina, mientras los viejos cuestionaban sobre el arrastre del chi-
tencia en servicio del rey y de su patria, batídose bizarramente y sido co y la falla del rey, y cuatro o seis meses más tarde eran ya puntos re-
premiado con largueza por el monarca, según lo comprobaban el hábi- sueltos para ambos padres el noviazgo y el consiguiente casorio.
to de Santiago y las cruces y banda con que ornaba su pecho en los Baldomero era un gallardo mancebo, pero libertino y seductor de
días de gala y de repicar gordo. oficio. Tratándose de sitiar fortalezas, no había quien lo superase en
Tres o cuatro ancianos pertenecientes a la más empinada noble- perseverancia y ardides; más una vez rendida o tomada por asalto la
za colonial, un inquisidor, dos canónigos, el superior de los paulinos, el fortaleza, íbase con la música a otra parte, y si te vi no me acuerdo.
comendador de la Merced y otros frailes de campanillas eran los obli- Baldomero halló en la venalidad de doña Ninfa una fuerza auxi-
gados concurrentes a la tertulia nocturna del marqués. Jugaba con liar dentro de la plaza; y la inexperta joven, traicionada por la inmunda
ellos una partida de chaquete, tresillo o malilla de compañeros, obse- dueña, arrastrada por su cariño al amante, y, más que todo, fiando en
quiábalos a toque de nueve con una jícara del sabroso soconusco la hidalguía del novio, sucumbió. . . antes de que el cura de la parro-
acompañada de tostaditas y mazapán almendrado de las monjas cata- quia la hubiese autorizado para arriar pabellón.
linas, y con la primera campanada de las diez despedíanse los amigos. A poco, hastiado el calavera de la fácil conquista, empezó por
Don Honorio, rodeado de sus tres hijas y de doña Ninfa, que así se acortar sus visitas y concluyó por suprimirlas. Era de reglamento que
llamaba la vieja que servía de aya, dueña, cerbero o guardián de las así procediese. Otro amorcillo lo traía encalabrinado.
muchachas, rezaba el rosario, y terminado éste besaban las hijas la La infeliz Laurentina perdió el apetito, y dio en suspirar y desme-
mano del señor padre, murmuraba él un "Dios las haga santas", y lue- jorarse a ojos vistas. El anciano, que no podía sospechar hasta dónde
go rebujábanse entre palomas el palomo viudo, las palomitas y la le- llegaba la desventura de su hija predilecta, se esforzaba en vano por
chuza. hacerla recobrar la alegría y por consolarla del desvío del galancete.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 118
Olvida a ese loco, hija mía, y da gracias a Dios de que a tiem- del Rosario, era lo que hoy llamamos la misa aristocrática. A ella con-
po haya mostrado la mala hilaba. Novios tendrás para escoger como curría lo más selecto de la sociedad.
en peras, que eres joven, bonita, rica y honrada. Entonces, como ahora, la juventud dorada del sexo fuerte esta-
Y Laurentina se arrojaba llorando al cuello de su padre, y escon- cionábase a la puerta e inmediaciones del templo para ver y ser vista y
día sobre su pecho la púrpura que teñía sus mejillas al oírse llamar prodigar insulsas galanterías a las bellas y elegantes devotas.
honrada por el confiado anciano. Baldomero Roldán hallábase ese domingo, entre otros casquiva-
Al fin, éste se decidió a escribir a Baldomero, pidiéndole explica- nos, apoyado en uno de los cañones que sustentaban la cadena que
ciones sobre lo extraño de su conducta, y el atolondrado libertino tuvo hasta hace pocos años se veía frente a la puerta lateral de Santo Do-
el cruel cinismo y la cobarde indignidad de contestar al billete del agra- mingo, cuando se le acercó el marqués de Santa Rosa, y poniéndole la
viado padre con una carta en la que se leían estas abominables pala- mano sobre el hombro le dijo casi al oído:
bras: Esposa adúltera sería la que ha sido hija liviana. ¡Horror! Baldomero, ármese usted dentro de media hora si no quiere
que lo mate sin defensa y como se mata a un perro rabioso.
2 El calavera, recobrándose instantáneamente de la sorpresa, le
contestó con insolencia:
El marqués se sintió como herido por un rayo. No acostumbro armarme para los viejos,
Después de un rato de estupor, una chispa de esperanza brotó El marqués continuó su camino y entró en el templo.
de su espíritu. A poco sonaron las once, el sacristán tocó una campanilla en el
Así es el corazón humano. La esperanza es lo último que nos atrio, en señal de que el sacerdote iba ya a pisar las gradas del altar, y
abandona en medio de los más grandes infortunios. la calle quedó desierta de pisaverdes.
¡Jactanciosa frase de mancebo pervertido! iMiente el infame! Media hora después salía el brillante concurso, y los jóvenes vol-
exclamó el anciano. vían a ocupar sitios en las aceras. Baldomcro Roldan se colocó al pie
Y llamando a su hija la dio la carta, síntesis de toda la vileza de de la cadena.
que es capaz el alma de un malvado, y la dijo: El marqués de Santa Rosa vino hacia él con paso grave, reposa-
Lee y contéstame. . . ¿Ha mentido ese hombre? La desdichada do, y le dijo:
niña cayó de rodillas murmurando con voz ahogada por los sollozos: Joven, ¿está usted ya armado?
Perdóname... padre mío... perdóname... ¡Lo amaba tanto!... Repito a usted, viejo tonto, que para usted no gasto armas.
¡Pero te juro que estoy avergonzada de mi amor por un ser tan indig- El marqués desenvainó un puñal y lo hundió en el pecho de Bal-
no!. . . ¡Perdón! ¡Perdón! domero. El moderno revólver estaba aún en el Limbo.
El magnánimo viejo se enjugó una lágrima, levantó a su hija, la
estrechó entre sus brazos y la dijo: 4
¡Pobre ángel mío!. . .
En el corazón de un padre es la indulgencia tan infinita como en Don Honorio Aparicio se encaminó paso entre paso a la cárcel de
Dios la misericordia. la ciudad, situada a una cuadra de distancia de Santo Domingo, donde
se encontró con el alcalde del Cabildo.
3 Señor alcalde le dijo , acabo de matar a un hombre por mo-
tivo que Dios sabe y que yo me callo, y vengo a constituirme preso.
Y pasó un año cabal, y vino el día del aniversario de aquél en Que la justicia haga su oficio.
que Baldomero escribiera la villana carta. El conde de Villarroja, padre del muerto, no anduvo con pies de
La misa de nueve en Santo Domingo, y en el altar de la Virgen plomo para agitar el proceso, y un mes después fue a los estrados de
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 119
la real Audiencia para el fallo definitivo. mano que tenia libre, como si quisiera sofocar las palpitaciones de su
El virrey presidía, y era inmenso el concurso que invadió la sala. corazón paternal. ¡Horrible lucha entre su conciencia de caballero y los
Al conde de Villarroja, por deferencia a lo especial de su condición, se sentimientos de la naturaleza!
le había señalado asiento al lado del fiscal acusador. Al fin, su diestra temblorosa dejó escapar la acusadora carta, y
El marqués ocupaba el banquillo del acusado. cayendo desplomado sobre un sillón, y cubriéndose el rostro con las
Leído ei proceso y oídos los alegatos del fiscal y del abogado de- manos para atajar el raudal de lágrimas, exclamó, haciendo un heroico
fensor, dirigió el virrey la palabra al reo. esfuerzo por dar varonil energía a su palabra:
¿Tiene usía, señor marqués, algo que decir en su favor? ¡Bien muerto está!. . . i El marqués estuvo en su derecho!
No, señor. . . Maté a ese hombre porque los dos no cabíamos 6
sobre la tierra. La Real Audiencia absolvió al marqués de Santa Rosa.
Esta razón de defensa ni racional ni socialmente podía satisfacer Quizá la sentencia, en estricta doctrina jurídica, no sea muy ajus-
a la ley ni a la justicia. El fiscal pedía la pena de muerte para el mata- tada. Critíquenla en buena hora los pajarracos del foro. No fumo de ese
dor, y el tribunal se veía en la imposibilidad de recurrir al socorrido ex- estanquillo ni lo apetezco.
pediente de las causas atenuantes, desde que el acusado no dejaba Pero los oidores de la Real Audiencia antes que jueces eran
resquicio abierto para ellas. El abogado defensor había aguzado su in- hombres, y al fallar absolutoriamente prefirieron escuchar sólo la voz
genio y hecho una defensa más sentimental que jurídica, pues las la- de su conciencia de padres y de hombres de bien, haciendo caso omi-
cónicas declaraciones prestadas por el marqués en el proceso no da- so de don Alfonso el Sabio y de sus leyes de Partida, que disponen que
ban campo sino para enfrascarse en un mar de divagaciones y conjetu- ome que faga omecillo, por ende muera. ¡Bravo! ¡Bravo! Yo aplaudo a
ras. No había tela que tejer ni hilos sueltos que anudar. sus señorías los oidores, y me parece que tienen lo bastante con mis
El virrey tomaba la campanilla para pasar a secreto acuerdo, palmadas.
cuando el abogado del marqués, a quien un caballero acababa de en- En cuanto al público de escaleras abajo, que nunca supo a qué
tregar una carta, se levantó de su sitial y, avanzando hacia el estrado, atenerse sobre el verdadero fundamento del fallo (pues virrey, oidores
la puso en manos del virrey. y abogados se comprometieron a guardar secreto sobre la revelación
Su excelencia leyó para sí, y dirigiéndose luego a los maceres: que contenía la carta), murmuró no poco contra la injusticia de la justi-
Que se retire el auditorio dijo y que se cierre la puerta. cia.
CLORINDA MATTO DE TURNER para hacer la carrera, al finalizar las labores consiguientes.
Se reúnen todos los mocetoncitos de un aillo, entrados en la
MALCCOY edad, y el más caracterizado de los indios, que ya está por lo regular
jubilado de cargos, elige los dos que han de ser el malcco y correr la
I carrera: el que la gana, ha de casarse aquel año.
Figúrese el lector los aprietos de los mancebos que ya tienen el
Si bien es cierto que el cautiverio ha hecho degenerar la raza in- corazón en el cuerpo de alguna ñusta.
dígena, dejando caer denso velo sobre sus facultades intelectuales que Su felicidad queda a merced de la pujanza de sus pies y sus
al presente parecen dormidas en la atonía, no menos verdad es la de pulmones.
que en sus épocas primaverales, los indios dejan correr un tanto aquel
funesto velo, y como quien vuelve a la alborada de la vida se entregan
a las fiestas tradicionales de sus mayores. III
Una de éstas es el malccoy. Traduciendo libremente al castellano
esta palabra, diríamos: la juventud con sus umbrales encantados de Pedro y Pituca, nacidos en chozas vecinas, desde los tres años
amor y de ensueño; la primera ilusión del niño trocado en hombre, la al cuidado de las manadas de ovejas, habían crecido compartiendo el
primera sonrisa intencionada, después del reír de la felicidad, que no pobre fiambre de mote frío y chuño cocido al vapor, corriendo campos
deja cuenta clara para quien se reconcentre en su examen psicológico. iguales y contándose cuentos al borde de las zanjas festonadas de
¡Malccoy! Infinitas veces hemos asistido a estas fiestas campesi- mattecllos y de grama. Allí, en esos bordes aprendieron tanto los teji-
nas, compartiendo la sencilla alegría de nuestros compatriotas senta- dos de sus hondas como el hilado de los vellones que caían en el tiem-
dos sobre el surco abierto por el arado en tierra húmeda, apagando la po de la trasquila.
sed en igual vasija de barro legendario, con la chicha de maíz y cebada Ya no eran niños.
elaborada por la feliz madre del malcco, allá en esas poéticas praderas Pituca, aunque la menor, entró la primera en la edad de las efer-
del Cuzco; así se llamen Calca, Urubamba o Tinta. Los nombres de vescencias del alma que suspira por otra alma. Sus negros ojos adqui-
aquellos indios casi los podríamos apuntar, tan frescos viven en la rieron mayor brillo y sus pupilas respiraban fuego.
mente. Pero entre ellos descuellan los de una pareja que aún vive re- Pedro, tal vez más tranquilo, comenzó a ver que sólo al lado de
signada y feliz tras la cima de los Andes, allá muy al otro lado de las Pituca se sentía bien, y los días de faena en que tenía que suplir a su
saladas aguas del mar. Su historia no es un secreto, y narrarla voy, padre e iba al pueblo, taciturno y caviloso, respiraba por la choza, por
ofreciéndola como el fruto de nuestras observaciones. la manada y por la zanja.
¡Pituca!, se decía, al tomar la ración de coca ofrecida por su ca-
cique, en cuyos campos labraba, sin otra recompensa. ¡Pituca!, al mirar
las licllas coloradas y de puitos verdes tramados con vicuña que lucían
II las esposas del alcalde o del regidor de su aillo.
Conviene saber lo que es un malcco para la ordenada narración Un día, sentando a Pituca sobre su falda.
de esta leyenda. Urpillay le dijo , mi padre, mi hermano mayor, el compadre
Todos los jóvenes varones que frisan ya los 16 años, están obli- Huancachoque, todos tienen sus mujercita. ¿Quieres tú ser mi palomita
gados a correr la carrera del malcco (pichón). compañera? Yo correré el malcco este año, iay!, lo correré por ti, y si
Los padres se afanan y los hijos llevan la mente abstraída desde tengo tu palabra, no habrá venado que me dispute la carrera.
uno o dos meses antes, con la idea de la carrera. Córrela, Pedrucha confesó Pituca , porque yo seré buena
Generalmente se elige la época de los sembríos o de la cosecha mujercita para ti, pues dormida sueño contigo, tu nombre sopla a mi oí-
do los machulas de otra vida y despierta, cuando te ausentas, me duele
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 121
el corazón. guirse a través de la indiferencia con la cual se adelantó de la fila cuan-
Escupe al suelo respondióle Pedro abrazándola, y aquel do escuchó su nombre.
compromiso quedó sellado así. Toda la alegre comitiva se fue derecho al campo de Hatunccolla.
IV Al salir, se cruzó entre Pedro y Sebastián este breve diálogo.
Sebastián: ¿Tienes tu novia aquí?
Los maizales verdes esmeralda se tornaron amarillos como el Pedro: Presente y muy hermosa. ¿La tuya?
oro. Sebastián: Duerme en el seno de Allpamama. Murió la pobre
El balido de las ovejas y el bufar de los bueyes, los nidos de pa- de pena cuando me llevaron en la leva para servir de redoblante en el
lomitas cenizas multiplicados en las ramas de los algarrobos, las reta- Batallón 6° de línea dispersado en las alturas de Quilinquilin.
mas y manzanos, anuncian en aquellos campos que ha llegado la es- En aquel momento llegaron al lugar donde aguardaban las muje-
tación del otoño; los tendales se preparan para la cosecha, el agricultor res. La mirada de su madre produjo ligera reacción en el semblante de
suspira con inquietud codiciosa y las indiecitas casaderas comienzan a Chapacucha, y con rapidez prodigiosa quedaron, él y su contendor,
componer las cantatas del yaraví con el cual han de celebrar el malc- adornados con la liclla colorada, terciada como banda, un birrete de la-
coy. na de colores y ojotas con tientos corredizos. Se midió la distancia, la
Es el día de la faena. señal de la bocina sonó y los dos mancebos se lanzaron al aire como
Los mayordomos, cabalgados en lomillos puestos sobre los lo- gamos perseguidos por tirano cazador.
mos de vetusto repasiri mayordomil, que de éstos hay dos o tres en las
fincas, recorren al galope las cabañas. Suena la bocina del indio se-
gunda y pronto los prados se cubren de indios que llevan la segadera y VI
la coyunta con asa de fierro lustroso.
Son los alegres afanes de la cosecha. Pituca tenía el corazón en los ojos.
Terminado el recojo de los mieses, viene luego el malccoy. Llevaba pendiente del brazo una guirnalda de claveles rojos y
yedra morada, como la llevan casi todas las mujeres para coronar al
ganancioso.
Veinte pasos más, y Pedro traspasó el lindero.
V La victoria quedó por él. Chapacucha, con calmosa indiferencia,
fue el primero que abrazó a su vencedor diciéndole al oído:
Aquella vez eran las planicies de Hatunccolla, en la finca de mi Tuya es, pero, ime duele por mi madre!
padre, las que servían de teatro a las poéticas fiestas de esos buenos La algazara no tuvo límites, coronas, flores y abrazos fueron para
indios. Pedrucha, a quien preocupaba un solo pensamiento. Pituca tardaba en
Comenzaron a llegar las indias acompañadas de sus hijas. abrazarlo porque es usanza aguardar que lo hagan los mayores. Por
En el solar de la izquierda, llamado Tinaco, se reunieron los va- fin, adelantóse hermosa y risueña con la felicidad del alma, y antes que
rones para la designación de los malccos. coronase las sienes de Pedrucha vio caer a sus pies todas las flores
La voz unánime señaló a Pedro y a Sebastián. Este último era un con que aquél estaba adornado, señalándola ante la asamblea y di-
indiecito de carrillos de terebinto, trenza de azabache y mirada de cer- ciendo en voz alta: Esta es la virgen que he ganado.
nícalo. En la comarca no le designaban con otro nombre que con el de Los indios tienen el corazón lleno de ternura y de generosidad,
Chapacucha, y tenía como tres cosechas de más sobre la edad de Pe- sus goces se confunden íntimamente. Chapacucha y su madre olvida-
dro. ron que formaban número en la contienda, y sólo pensaron en cumpli-
Chapacucha llevaba el alma enferma: su dolor casi podía distin- mentar a la dichosa pareja, por cuya felicidad fueron todos los yaravíes,
cantados en el malccoy.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 122
RICARDO PALMA turbulencias y no de otra guisa; que ya es tiempo de que esas parciali-
dades hayan fin antes que, cobrando aliento, sean en estas Indias otro
UNA AVENTURA DEL VIRREY-POETA tanto que los comuneros en Castilla.
En la última estación, cuando un paje iba a colocar sobre el es- Doña Leonor de Vasconcelos, bellísima española y viuda de
cabel un cojinillo de terciopelo carmesí con flecadura de oro, el de Es- Alonso Yáñez, el decapitado por el corregidor de Potosí, había venido a
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 124
Lima resuelta a vengar a su marido, y ella era la que, tan mañosamente lla de la que no se empeñe en dar fe. Y ello ha de acabar en que me
y poniendo en juego la artillería de Cupido, atraía a su casa al virrey del amosque un día y le rebane las orejas para escarmiento de borrachos.
Perú. Para doña Leonor era el príncipe de Esquilache el verdadero ma- El virrey fiaba su salvación a la vivacidad de Jeromillo y no des-
tador de su esposo. mayaba en locuacidad y galantería. Para librarse de lazos, antes cabe-
Habitaba la viuda de Alonso Yáñez una casa con fondo al río en za que brazos, dice el refrán.
la calle de Polvos Azules, circunstancia que, unida a frecuente ruido de Cuando Jeromillo, que no era ningún necio de encapillar, recibió
pasos varoniles en el patio e interior de la casa, despertó cierta alarma el recado, no necesitó de más apuntes para sacar en limpio que el
en el espíritu del aventurero galán. príncipe de Esquilache corría grave peligro. La alacena del dormitorio
Llevaba ya don Francisco media hora de ceremoniosa plática con no encerraba más que dos pistoletes con incrustaciones de oro, verda-
la dama, cuando ésta le reveló su nombre y condición, procurando traer dera alhaja regia que Felipe III había regalado a don Francisco el día
la conferencia al campo de las explicaciones sobre los sucesos de Po- en que éste se despidiera del monarca para venir a América.
tosí; pero el astuto príncipe esquivaba el tema, lanzándose por los veri- El paje hizo arrestar al criado de doña Leonor, y por algunas pa-
cuetos de la palabrería amorosa. labras que se le escaparon al fámulo en medio de la sorpresa, acabó
Un hombre tan avisado como el de Esquilache no necesitaba de Jeromillo de persuadirse que era urgente volar en socorro de su exce-
más para comprender que se le había tendido una celada, y que esta- lencia.
ba en una casa que probablemente era por esa noche el cuartel gene- Por fortuna, la casa de la aventura sólo distaba una cuadra del
ral de los vicuñas, de cuya animosidad contra su persona tenia ya al- palacio; y pocos minutos después el capitán de la escolta con un pique-
gunos barruntos. te de alabarderos sorprendía a seis de los vicuñas conjurados para ma-
Llegó el momento de dirigirse al comedor para tomar la coloca- tar al virrey o para arrancarle por la fuerza alguna concesión en daño
ción prometida. Consistía ella en ese agradable revoltijo de frutas que de los vascongados.
los limeños llamamos ante, en tres o cuatro conservas preparadas por Don Francisco, con su burlona sonrisa, dijo a la dama:
las monjas, y en el clásico pan de dulce. Al sentarse a la mesa cogió el Señora mía, las mallas de vuestra red eran de seda y no extra-
virrey una garrafa de cristal de Venecia que contenía un delicioso Má- ñéis que el león las haya roto. ¡Lástima es que no hayamos hecho has-
laga, y dijo: ta el fin vos el papel de Judith, y yo el de Holofernes!
Siento, doña Leonor, no honrar tan excelente Málaga, porque Y volviéndose al capitán de la escolta, añadió:
tengo hecho voto de no beber otro vino que un soberbio pajarete, pro- Don Jaime, dejad en libertad a esos hombres, y ¡cuenta con
ducto de mis viñas en España. que se divulgue el lance y ande mi nombre en lenguas! Y vos, señora
Por mí no se prive el señor virrey de satisfacer su gusto. Fácil mía, no me toméis por un felón, y honrad más al príncipe de Esquila-
es enviar uno de mis criados donde el mayordomo de vuecencia. che, que os jura, por los cuarteles de su escudo, que si ordenó reprimir
Adivina vuesa merced, mi gentil amiga, el propósito que tengo. con las armas de la ley los escándalos de Potosí, no autorizó a nadie
Y volviéndose a un criado le dijo: para cortar cabezas que no estaban sentenciadas.
Mira tunante. Llégate a palacio, pregunta por mi paje Jero- mi-
llo, dale esta llavecita, y dile que me traiga las dos botellas de pajarete 4
que encontrará en la alacena de mi dormitorio. No olvides el recado, y
guárdate esa onza para pan de dulce. Un mes después doña Leonor y los vicuñas volvían a tomar el
El criado salió, prosiguiendo el de Esquilache con aire festivo: camino de Potosí; pero la misma noche en que abandonaron Lima, una
Tan exquisito es mi vino, que tengo que encerrarlo en mi pro- ronda encontró en una calleja el cuerpo de Ortiz de Sotomayor con un
pio cuarto; pues el bellaco de mi secretario Estúñiga tiene, en lo de ca- puñal clavado en el pecho.
tar, propensión de mosquito, e inclinación a escribano en no dejar bote-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 125
LA MUERTE EN UN BESO Sus vestiduras de armiño se han manchado con la sangre de los
hijos del Sol.
A Luis Benjamín Cisneros ¡Conquistadores! Vosotros, los que proclamabais el cristianismo,
y con él la paz y la libertad, necesitabais cadáveres para erigir sobre
1
ellos el lábaro de la redención.
Pero vuestra obra era maldita por el Eterno, y se ha desmorona-
Oderay es la flor más bella del vergel americano. Blanco lirio y
do como las torres de Pentápolis ante la ira de Dios. El sol de la liber-
perfumado con el hálito de los serafines.
tad debió radiar al través de las tinieblas de tres siglos, y allí como in-
Su alma es una arpa eolia, que el sentimiento del amor hace vi-
mortales jeroglíficos de diamante, están los nombres de Junín y de
brar, y los sonidos que exhala son liemos como la queja de la alondra.
Ayacucho.
Oderay tiene quince años, y su corazón no puede dejar de latir
¡La patria! ¡Cuánta magia se encierra en esta palabra! Es la es-
ante la imagen del amado de su alma.
trella que guía al peregrino y lo liberta de caer en el abismo; es el om-
¡Quince años y no amar es imposible! A esa edad el amor es pa-
bú27 que lo cobija y ampara cuando imponente se desata el aselador
ra el alma lo que el rayo de sol primaveral para los campos.
pampero.
Sus labios tienen el rojo del coral y el aroma de la violeta. Son
¡La patria! En esta voz está compendiada la historia del hombre.
una línea encarnada sobre el terciopelo de una margarita.
Su amor a la divinidad, a la madre, a la mujer de nuestros ensueños, al
Las leves tintas de la inocencia y el pudor coloran su rostro, co-
amigo que nos consoló en nuestros dolores.
mo el crepúsculo la nieve de nuestras cordilleras.
Las madejas de pelo, que caen en gracioso desorden sobre el
3
armiño de su torneada espalda, imitan los hilos de oro que el padre de
los Incas derrama por el espacio en una mañana de primavera.
Es una tarde de abril de 1534.
Su acento es amoroso y sentido como el eco de la quena26.
La luz crepuscular vierte su indeciso resplandor sobre la llanura.
Su sonrisa tiene todo el encanto de la esposa del Cantar de los
El sol, desciñéndose su corona de topacios, va a acostarse en el lecho
Cantares, toda la sencillez de la plegaria,
de espumas que le brinda el océano.
Esbelta como la caña de nuestros valles, si puede conocerse el
La creación es en ese instante una lira que lanza débiles soni-
sitio por donde ha pasado no es por la huella que su planta breve graba
dos. El lascivo céfiro que pasa dando un beso al jazminero; la hoja que
en la arena, sino por el perfume de angelical pureza que deja tras de sí.
cae movida por las alas del pintado colibrí; el turpial que en la copa de
Todo en ella es castidad, todo grandeza. Mujeres hay que llevan
un álamo entona un canto, tal vez de agonía; el sol, que se hunde, in-
en sí la misma marca de pureza y espiritualismo que los querubes.
flamando como una hoguera el horizonte. . . Todo es bello en la última
iQuizá Dios las hizo hermanas de ellos!
hora de la tarde y todo eleva a la criatura hacia el Hacedor.
¡Cuan grato es en estos instantes platicar de amores!
2
¡Cuánta magia tienen para el corazón del hombre las palabras de
la mujer querida! Oír en lontananza el blando murmurar del arroyuelo
La América gime bajo las garras del león de Castilla.
26 27
(Voz quechua.) Argentina, Bolivia, Colombia, Chile y Perú: espe- (Del guaraní ombú.) América Meridional: árbol grande y frondoso
cie de flauta muy expresiva que usan los indios, hecha general- característico de la pampa platense; de madera fofa, la que se uti-
mente de una caña especial. liza, como sus hojas en la fabricación del jabón.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 126
que se desliza; sentir que orea nuestras sienes el aura cargada del per- Y de entonces el indio, con la conciencia de su debilidad, es
fume que exhala la flor de los limoneros y juncares; y en medio de este sombrío como el último rayo de luz. Por eso fue que gran parte del
concierto de la naturaleza beber el amor del alma en los labios, en las pueblo indiano prefirió sepultarse en las cuevas, con sus ídolos, sus te-
pupilas, en el seno de la hermosura idolatrada, es gozar la dicha del soros y sus recuerdos.
paraíso. . . , ¡es vivir! Pero la esperanza no abandona jamás a los débiles, y ¿quién
Toparca estrecha entre sus manos las de Oderay. El tiene fijos sabe si esa raza oprimida lee algo de grande en el porvenir? Si los can-
en los de ella sus ojos, porque de los ojos de Oderay recibe vida su es- tos del poeta bastaran para expresar los sufrimientos de una genera-
píritu. ción, nada habla tanto al espíritu como un yaraví, trova del indio hen-
Se aman con profunda ternura, como dos flores nacidas de un ta- chida de sentimental perfume, gemido que al salir desgarra el pecho e
llo, como dos cisnes que juntos aprendieron a rizar el cristal del lago. himno que respira fe en el mañana. Todo esto es a la vez un yaraví,
Oderay y Toparca, sentados bajo la sombra de un palmero, en el poesía que se desprende del alma con tan íntima ternura, acompañada
muelle asiento de grama que ofrece la campiña, hablan el lenguaje de por los acentos de la quena, como las hondas lamentaciones al com-
la pasión. La naturaleza entera les sonríe y les habla de amor. El siem- pás del salterio del profeta.
pre hermoso cielo de la patria, cuanto su mirada alcanza, tiene para
ellos una poesía indefinible. Sus pensamientos respiran una dulce va- 5
guedad, como si sobre ellos batiera un querubín sus alas tornasoladas
de zafiro y gualda. En el fondo del jardín aparece un anciano envuelto en una larga
No profanemos el sentimiento copiándolas palabras que brotan y blanca túnica de lino. Sus canosos cabellos caen sobre un rostro que
del fondo de esas dos almas virginales y enamoradas. respira bondad, y sus miradas se detienen en los dos amantes con aire
de cariñosa protección.
4 Este anciano es el gran sacerdote de Caranquis.
¡Padre mío, venid! le grita el joven Inca . Bendecidme como
Toparca, a quien el padre Velazco, historiador de Quito, llama bendijisteis a Atahualpa el día en que se ciñó el llautu rojo. Bendecid
Hualpa-Capac, es un mancebo de veinte años, de apuesto talle y de también a la mujer que amo y dádmela por esposa.
gentil semblante. Es hijo de la Sciri de Quito y hermano de Atahualpa. Y los jóvenes se arrodillaron ante el gran sacerdote, por cuyas
Muerto éste, los españoles ciñeron a Toparca la borla imperial, rugosas mejillas rueda una lágrima.
proclamándolo Inca; pero en realidad no era más que un instrumento ¿Vosotros lo queréis? ¡Pues sea!. . . Una misma estrella os
para el logro de miras ambiciosas. alumbra, y bendigo vuestro amor, hijos míos. . . ¡Ojalá que el destino os
Hace nueve semanas que rige el imperio. sonría! Pero el Dios de Túmbala me inspira a profetizarte, infeliz mo-
Es un garzón se dicen los conquistadores. narca, que serás el último de tu sagrada estirpe. Tu reinado, durará po-
Pero bajo la corteza del niño se encierra un corazón de hombre, cas lunas, y acaso tus vestiduras se verán también, como las de Ata-
y Toparca prepara, con ese sigilo inherente a los indios de América los hualpa, manchadas con tu sangre.
elementos necesarios para destruir a sus opresores. Y el anciano se aleja exclamando:
Calcuchima, el más valiente de los guerreros peruanos, y Quiz- ¡Ay de ti, hijo del Sol! ¡Ay de tu pueblo! Repuesto de su turba-
quiz, el más sagaz y experimentado de los generales que tuvo Ata- ción, Toparca se encuentra con la amorosa mirada de Oderay.
hualpa en la guerra contra Huáscar, ayudan a Toparca en susplanes de Si tú me amas, tórtola mía, sabré conjurar el porvenir. El desti-
libertad. no nos ofrecerá senda de flores, y cuando haya devuelto su esplendor
Pero, ¡ay!, que afanes tantos deben ser burlados por la fortuna, primero a nuestra patria, ¿no es verdad, espíritu de amor, que estam-
que se encapricha en proteger a un puñado de castellanos. pando tus labios en mi frente dirás: Yo te quiero, Toparca, porque
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 127
eres grande y valiente? con el joven Inca. Van a ser felices. . . ¡ Maldición!
Y Toparca escondió su semblante entre las manos, porque así Por la cresta de un cerro aparecen Peralta y seis soldados, Ode-
como las flores tiene necesidad del rocío, así el hombre tiene necesi- ray palidece al ver su amenazador aire de triunfo.
dad de verter lágrimas. El monarca, separado violentamente de los brazos de su amada
El llanto es el rocío o la hiel que rebosa del corazón. es cargado de hierro y conducido por los españoles.
Don García mira con sarcástica sonrisa a la americana, la toma
bruscamente del brazo y, obligándola a seguirlo, la dice:
6 Ahora nadie puede salvarte. . . ¡De grado o fuerza serás mía!
28
En Cuba, especie de pájaro mosca, de bellísima forma, que no
llega a cuatro pulgadas de largo.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 129
UN DRAMA ÍNTIMO Aquello era vida patriarcal. Todos los días eran iguales en el
hogar del noble y respetable anciano, y ninguna nube tormentosa se
A don Adolfo E. Dávila cernía sobre el sereno cielo de la familia del marqués.
Sin embargo, en la soledad del lecho desvelábase don Honorio
Ni época, ni nombres, ni el teatro de acción son los verdaderos con la idea de morir sin dejar establecidas a sus hijas. Dos de ellas op-
en esta leyenda. Motivos tiene el autor para alterarlos. En cuanto al ar- taban por monjío; pero la menor, Laurentina, el ojito derecho del mar-
gumento, es de indispensable autenticidad. Y no digo más en este qués, no revelaba vocación por el claustro, sino por el mundo y sus ten-
preambulillo porque. . . no quiero, ¿estamos? tadores deleites.
El buen padre pensó seriamente en buscarla marido, y platicando
1 una noche sobre el delicado tema con su amigo el conde de Villarroja
don Benicio Suárez Roldán, éste le interrumpió diciéndole:
Laurentina llamábase la hija menor, y la más mimada, de don Mira, marqués, no te preocupes, que yo tengo para tu Lauren-
Honorio Aparicio, castellano viejo y marqués de Santa Rosa de los Án- tina un novio como un príncipe en mi hijo Baldomero.
geles. Era la niña un fresco y perfumado ramilletico de diez y ocho pri- Que me place, conde, aunque algo se me alcanza de que tu
maveras. retoño es un calvatrueno.
Frisaba su señoría el marqués en las sesenta navidades, y has- ¡Eh. ¡Murmuraciones de envidiosos y pecadillos de la moce-
tiado del esplendor terrestre había ya dado de mano a toda ambición, dad! ¿Quién hace caso de eso? Mi hijo no es santo de nicho, cierta-
apartádose de la vida pública, y resuelto a morir en paz con Dios y con mente; pero ya sentará la cabeza con el matrimonio.
su conciencia, apenas si se le veía en la iglesia en los días de precepto Y desde el siguiente día el conde fue a la tertulia del de Santa
religioso. El mundo, para el señor marqués, no se extendía fuera de las Rosa acompañado de su hijo. Este quedó admitido para hacer la corte
paredes de su casa y de los goces del hogar. Había gastado su exis- a Laurentina, mientras los viejos cuestionaban sobre el arrastre del chi-
tencia en servicio del rey y de su patria, batídose bizarramente y sido co y la falla del rey, y cuatro o seis meses más tarde eran ya puntos re-
premiado con largueza por el monarca, según lo comprobaban el hábi- sueltos para ambos padres el noviazgo y el consiguiente casorio.
to de Santiago y las cruces y banda con que ornaba su pecho en los Baldomero era un gallardo mancebo, pero libertino y seductor de
días de gala y de repicar gordo. oficio. Tratándose de sitiar fortalezas, no había quien lo superase en
Tres o cuatro ancianos pertenecientes a la más empinada noble- perseverancia y ardides; más una vez rendida o tomada por asalto la
za colonial, un inquisidor, dos canónigos, el superior de los paulinos, el fortaleza, íbase con la música a otra parte, y si te vi no me acuerdo.
comendador de la Merced y otros frailes de campanillas eran los obli- Baldomero halló en la venalidad de doña Ninfa una fuerza auxi-
gados concurrentes a la tertulia nocturna del marqués. Jugaba con liar dentro de la plaza; y la inexperta joven, traicionada por la inmunda
ellos una partida de chaquete, tresillo o malilla de compañeros, obse- dueña, arrastrada por su cariño al amante, y, más que todo, fiando en
quiábalos a toque de nueve con una jícara del sabroso soconusco la hidalguía del novio, sucumbió. . . antes de que el cura de la parro-
acompañada de tostaditas y mazapán almendrado de las monjas cata- quia la hubiese autorizado para arriar pabellón.
linas, y con la primera campanada de las diez despedíanse los amigos. A poco, hastiado el calavera de la fácil conquista, empezó por
Don Honorio, rodeado de sus tres hijas y de doña Ninfa, que así se acortar sus visitas y concluyó por suprimirlas. Era de reglamento que
llamaba la vieja que servía de aya, dueña, cerbero o guardián de las así procediese. Otro amorcillo lo traía encalabrinado.
muchachas, rezaba el rosario, y terminado éste besaban las hijas la La infeliz Laurentina perdió el apetito, y dio en suspirar y desme-
mano del señor padre, murmuraba él un "Dios las haga santas", y lue- jorarse a ojos vistas. El anciano, que no podía sospechar hasta dónde
go rebujábanse entre palomas el palomo viudo, las palomitas y la le- llegaba la desventura de su hija predilecta, se esforzaba en vano por
chuza. hacerla recobrar la alegría y por consolarla del desvío del galancete.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 130
Olvida a ese loco, hija mía, y da gracias a Dios de que a tiem- del Rosario, era lo que hoy llamamos la misa aristocrática. A ella con-
po haya mostrado la mala hilaba. Novios tendrás para escoger como curría lo más selecto de la sociedad.
en peras, que eres joven, bonita, rica y honrada. Entonces, como ahora, la juventud dorada del sexo fuerte esta-
Y Laurentina se arrojaba llorando al cuello de su padre, y escon- cionábase a la puerta e inmediaciones del templo para ver y ser vista y
día sobre su pecho la púrpura que teñía sus mejillas al oírse llamar prodigar insulsas galanterías a las bellas y elegantes devotas.
honrada por el confiado anciano. Baldomero Roldán hallábase ese domingo, entre otros casquiva-
Al fin, éste se decidió a escribir a Baldomero, pidiéndole explica- nos, apoyado en uno de los cañones que sustentaban la cadena que
ciones sobre lo extraño de su conducta, y el atolondrado libertino tuvo hasta hace pocos años se veía frente a la puerta lateral de Santo Do-
el cruel cinismo y la cobarde indignidad de contestar al billete del agra- mingo, cuando se le acercó el marqués de Santa Rosa, y poniéndole la
viado padre con una carta en la que se leían estas abominables pala- mano sobre el hombro le dijo casi al oído:
bras: Esposa adúltera sería la que ha sido hija liviana. ¡Horror! Baldomero, ármese usted dentro de media hora si no quiere
que lo mate sin defensa y como se mata a un perro rabioso.
2 El calavera, recobrándose instantáneamente de la sorpresa, le
contestó con insolencia:
El marqués se sintió como herido por un rayo. No acostumbro armarme para los viejos,
Después de un rato de estupor, una chispa de esperanza brotó El marqués continuó su camino y entró en el templo.
de su espíritu. A poco sonaron las once, el sacristán tocó una campanilla en el
Así es el corazón humano. La esperanza es lo último que nos atrio, en señal de que el sacerdote iba ya a pisar las gradas del altar, y
abandona en medio de los más grandes infortunios. la calle quedó desierta de pisaverdes.
¡Jactanciosa frase de mancebo pervertido! iMiente el infame! Media hora después salía el brillante concurso, y los jóvenes vol-
exclamó el anciano. vían a ocupar sitios en las aceras. Baldomcro Roldan se colocó al pie
Y llamando a su hija la dio la carta, síntesis de toda la vileza de de la cadena.
que es capaz el alma de un malvado, y la dijo: El marqués de Santa Rosa vino hacia él con paso grave, reposa-
Lee y contéstame. . . ¿Ha mentido ese hombre? La desdichada do, y le dijo:
niña cayó de rodillas murmurando con voz ahogada por los sollozos: Joven, ¿está usted ya armado?
Perdóname... padre mío... perdóname... ¡Lo amaba tanto!... Repito a usted, viejo tonto, que para usted no gasto armas.
¡Pero te juro que estoy avergonzada de mi amor por un ser tan indig- El marqués desenvainó un puñal y lo hundió en el pecho de Bal-
no!. . . ¡Perdón! ¡Perdón! domero. El moderno revólver estaba aún en el Limbo.
El magnánimo viejo se enjugó una lágrima, levantó a su hija, la
estrechó entre sus brazos y la dijo: 4
¡Pobre ángel mío!. . .
En el corazón de un padre es la indulgencia tan infinita como en Don Honorio Aparicio se encaminó paso entre paso a la cárcel de
Dios la misericordia. la ciudad, situada a una cuadra de distancia de Santo Domingo, donde
se encontró con el alcalde del Cabildo.
3 Señor alcalde le dijo , acabo de matar a un hombre por mo-
tivo que Dios sabe y que yo me callo, y vengo a constituirme preso.
Y pasó un año cabal, y vino el día del aniversario de aquél en Que la justicia haga su oficio.
que Baldomero escribiera la villana carta. El conde de Villarroja, padre del muerto, no anduvo con pies de
La misa de nueve en Santo Domingo, y en el altar de la Virgen plomo para agitar el proceso, y un mes después fue a los estrados de
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 131
la real Audiencia para el fallo definitivo. mano que tenia libre, como si quisiera sofocar las palpitaciones de su
El virrey presidía, y era inmenso el concurso que invadió la sala. corazón paternal. ¡Horrible lucha entre su conciencia de caballero y los
Al conde de Villarroja, por deferencia a lo especial de su condición, se sentimientos de la naturaleza!
le había señalado asiento al lado del fiscal acusador. Al fin, su diestra temblorosa dejó escapar la acusadora carta, y
El marqués ocupaba el banquillo del acusado. cayendo desplomado sobre un sillón, y cubriéndose el rostro con las
Leído ei proceso y oídos los alegatos del fiscal y del abogado de- manos para atajar el raudal de lágrimas, exclamó, haciendo un heroico
fensor, dirigió el virrey la palabra al reo. esfuerzo por dar varonil energía a su palabra:
¿Tiene usía, señor marqués, algo que decir en su favor? ¡Bien muerto está!. . . i El marqués estuvo en su derecho!
No, señor. . . Maté a ese hombre porque los dos no cabíamos 6
sobre la tierra. La Real Audiencia absolvió al marqués de Santa Rosa.
Esta razón de defensa ni racional ni socialmente podía satisfacer Quizá la sentencia, en estricta doctrina jurídica, no sea muy ajus-
a la ley ni a la justicia. El fiscal pedía la pena de muerte para el mata- tada. Critíquenla en buena hora los pajarracos del foro. No fumo de ese
dor, y el tribunal se veía en la imposibilidad de recurrir al socorrido ex- estanquillo ni lo apetezco.
pediente de las causas atenuantes, desde que el acusado no dejaba Pero los oidores de la Real Audiencia antes que jueces eran
resquicio abierto para ellas. El abogado defensor había aguzado su in- hombres, y al fallar absolutoriamente prefirieron escuchar sólo la voz
genio y hecho una defensa más sentimental que jurídica, pues las la- de su conciencia de padres y de hombres de bien, haciendo caso omi-
cónicas declaraciones prestadas por el marqués en el proceso no da- so de don Alfonso el Sabio y de sus leyes de Partida, que disponen que
ban campo sino para enfrascarse en un mar de divagaciones y conjetu- ome que faga omecillo, por ende muera. ¡Bravo! ¡Bravo! Yo aplaudo a
ras. No había tela que tejer ni hilos sueltos que anudar. sus señorías los oidores, y me parece que tienen lo bastante con mis
El virrey tomaba la campanilla para pasar a secreto acuerdo, palmadas.
cuando el abogado del marqués, a quien un caballero acababa de en- En cuanto al público de escaleras abajo, que nunca supo a qué
tregar una carta, se levantó de su sitial y, avanzando hacia el estrado,
atenerse sobre el verdadero fundamento del fallo (pues virrey, oido-
la puso en manos del virrey.
Su excelencia leyó para sí, y dirigiéndose luego a los maceres: res y abogados se comprometieron a guardar secreto sobre la re-
Que se retire el auditorio dijo y que se cierre la puerta.
velación que contenía la carta), murmuró no poco contra la injusti-
5 cia de la justicia.
Clorinda Matto de Turner (peruana) 1854-1909 nante para su actuación política y también para su literatu-
En la línea trazada por Ricardo Palma (a quien consi- ra. "El combate de la tapera" es un cuadro casi goyesco de
deraba su maestro), Clorinda Matto de Turner escribió unas una batalla sangrienta; sus personajes son sombras trági-
Tradiciones cuzqueñas y es autora de novelas en las que cas animadas por un grandioso soplo romántico.
denuncia la inicua explotación de los indígenas peruanos
uno de sus libros provocó un escándalo considerable, Esteban Echeverría (argentino) 1805-1851
debido a la crudeza y vigor de sus descripciones. Sus libros "El matadero" es una pieza de fundación en la historia
sientan un saludable precedente en este sentido y enrique- de la narrativa de América Latina. Escrita totalmente bajo la
cen el realismo emergente en las letras latinoamericanas sombra de la dictadura de Juan Manuel de Rosas, se des-
durante la segunda mitad del siglo pasado. En la leyenda pliega en dos planos o secuencias argumentales. Su hondo
India "Malccoy" la leyenda fue una inflexión del género y dramático realismo está basado en la fórmula doble que
"tradicional" , Matto de Turner pinta con sincera emoción su autor, Echeverría, expropió de sus maestros europeos:
un cuadro autóctono; el ambiente romántico que recrea es- romanticismo más liberalismo. Esteban Echeverría escribió
tá sustentado en su compromiso con el drama étnico de su también versos, como la mayoría de sus colegas románti-
país. En el tema de la reivindicación indígena encontró Mat- cos; su composición más famosa se titula "La cautiva", pero
to de Tumer el venero de su obra literaria, sellada por una su fama póstuma se debe enteramente a El matadero",
aguda conciencia social. texto que su autor no apreciaba especialmente. El resto de
la obra de Echeverría se divide en escritos civiles (por
Eduardo Acevedo Díaz (uruguayo)1851-1924 ejemplo, el Código o declaración de los principios que
"El combate de la tapera" es un relato por lo menos constituyen la creencia social de la República Argentina} y
tan violento y dramático como "El matadero" y, asimismo, en piezas exacerbadamente románticas, como Elvira o la
tan importante dentro de la literatura uruguaya como lo es novia del Plata.
éste en la argentina. El romanticismo de Acevedo Díaz, al
igual que el de Echeverría, está teñido por un sentimiento Fernando Calderón (mexicano) 1809-1845
épico y apasionado del devenir histórico. Grito de gloria, Andanba a largos pasos y metiendo ruido por el esce-
Lanza y sable. Nativa e Ismael son otros títulos de obras de nario de teatro, y en cambio tropezaba en sus propios pies
Acevedo Díaz en las que se evocan con fervor las guerras cuando quería ir a la poesía lírica. Sus dramas, en verso,
civiles y la gesta independentista. Fue periodista y político, se inspiraban en remoto pasado de tierras ajenas: género
en una carrera similar en tantos puntos a la de infinidad de típicamente romántico que se propagó por toda América
románticos latinoamericanos. Para el crítico y antologo del (un hecho entre tantos: en 1842, cuando Calderón produce
cuento uruguayo Arturo R. Visca, "fue el fundador de la no- en México Hermán o la vuelta del cruzado, al otro extremo
vela nacional uruguaya". La figura de Artigas fue determi- del continente en la Argentina, Mármol produce otro drama
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 134
con el mismo tema. El cruzado). Excepcional fue la come- timozín representa un punto culminante en la obra toda de
dia. A ninguna de las tres, donde presenta personajes Gertrudis Gómez de Avellaneda, autora que los españoles
mexicanos y critica los excesos del romanticismo. Claro consideran también como propia pues en la Península vivió
que aun en sus tragedias hay un amor a la patria y una varios años y escribió la mayor parte de sus obras. Guati-
aversión a los tíranos que, si bien en términos de historia mozín es claro antecedente de novela con "tema mexicano-
europea, refleja su actitud de mexicano ante el dictador prehispánico", género cultivado en nuestra época por auto-
Santa Anna: en este nacionalismo libertario sigue a Alfieri, res como el húngaro Laszlo Passuth (El dios de la lluvia llo-
cuya Virginia está presente en la Muerte de Virginia de ra sobre México), que se basan naturalmente en las cróni-
Calderón. cas de Bemal Díaz del Castillo para recrearlas y darles un
sesgo inédito sin traicionar los hechos reales. Gómez de
Francisco González Bocanegra (mexicano) Avellaneda escribió teatro (Baltasar), poemas (Devociona-
1824-1861 rio), leyendas (La balada del helecho) y novelas (Sab, Es-
Nació el 8 de enero de 1824 en la ciudad de San Luis patolino). A pesar de su larga experiencia española, nunca
Potosí. Hijo de madre mexicana y padre español, quien se renegó de su origen americano y siempre se refirió a Cuba
negó a jurar la ley de expulsión de españoles, por lo que tu- como "mi patria". El curioso romanticismo de Guatimozín
vo que partir con su familia a Cádiz. Regresó a México al está mezclado con el exotismo del pasado azteca, recreado
reconocer España la independencia de México, la familia se por la escritora cubana con tintes enérgicos.
instala nuevamente en la ciudad de San Luis Potosí. Con
autorización de sus padres radica en la Ciudad de México Guillermo Blest Gana (chileno) 1829-1904
con su tía Mariana Villalpando Viuda de Gonazález del Pi- Fue éste romántico de principio fin. En Poesías (1854)
no. Participa en la Academia de San Juan de Letrán y es llora una desilusión amorosa. Claro que hay en su llanto
miembro fundador de el Liceo Hidalgo. Murió de fiebre tifoi- mucho arte plañidero. Es un muchacho que ha leído mucha
dea el 11 de abril de 1861 en la Ciudad de México. Fue se- página lacrimosa. Y él mismo, cuando pasen los años, se
pultado en el cementerio de San Fernando el 11 de octubre sonreirá irónicamente de esa juvenil estética del sufrimien-
de 1942 sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los to. Había traducido a Musset y, como Musset, se consideró
Hombres Ilustres junto con los de Jaime Nunó Roca, autor enfermo del mal del siglo. Luego se calmó. Dejó la pose. Si
de la música del himno nacional. antes escribió, exaltadamente, un poema de antología, "No,
todo no perece", ahora escribirá otro enternecido, igual-
Gertrudis Gómez de Avellaneda (cubana) mente antológico, "El primer beso". Blest Gana, en su pe-
riodo de madurez y sinceridad, probó que la melancolía era
1814-1873
suya y no de los europeos que había leído. Esdecir, que en
Ejemplo notable de novela histórica escrita bajo la
sus últimos años de producción poética dio expresión al
bien aprovechada influencia del escocés Walter Scott, Gua-
desencanto y a la tristeza que cuando joven sólo había en-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 135
trevisto en el fondo de sí mismo. Como buen romántico, humanista y estudioso de repente llama a la pasión, el odio
escribió en verso un drama de historia chilena sobre La y el sarcasmo; entonces uno reconoce la vida del autor,
conjuración de Almagro. También escribió narraciones. mucho más romántica que sus versos en su titánica nega-
ción de Dios, de las tradiciones españolas y del orden polí-
Ignacio Manuel Altamirano (mexicano) tíco vigente.
1834-1893
Como a otros, la agitación política lo apartó de las le- Ignacio Rodríguez Galván (mexicano)
tras. Fue poeta estimable Rimas, 1880 por lo mucho y 1816-1842
bien que percibía, con sus órganos abiertos; aunque el len- Inferior a Calderón como dramatrurgo (también cultivó
guaje literario de su época pesó sobre su ánimo creador, el drama histórico), lo aventajó como lírico. Desbordado,
solía desembarazarse de esos pesos y llegar a la imagen gemebundo, esproncediano, se hincha como un río, y olas
justa. Su garra fue de novelista. Comenzó a escribir La na- de desesperación, ira, queja y consternación baten y mal-
vidad en las montañas (1871) con la idea de un "cuadro de tratan los grandes temas. Sus estados de ánimo a veces
costumbres"; no lo fue, sin embargo. Es más bien una no- delirantes impregnaban el paisaje y la historia: véase su
velita sentimental, con paisajes, tipos y acciones embelle- "Profecía de Guatimoc". Hubo resistencias al romanticismo,
cidos a la luz artificial de la literatura. De la literatura, no del no sólo de parte de conservadores, tradicionalistas y católi-
folklore: cuando un niño recita un romance de Lope de Ve- cos, sino también de parte del gusto clásico de un reforma-
ga el cura expresa su satisfacción de que aprendan com- dor liberal y ateo.
posiciones poéticas españolas y no "los malísimos versos"
de los corrididos... (Estas quejas contra la deturpación de la José Eusebio Caro (colombiano)1817-1855
buena tradición poética española en las malas coplas del Su vida fue una llama rápida pero intensa y brillante.
pueblo se oían en muchos escritores románticos: Tapia y Esa llama se alimentaba de la cultura de su tiempo y de su
Rivera, en su Cofresí, se lamentará de que versos de Cal- propio temperamento, combustible y violento. Aunque no
derón hayan ido a parar, deformados, a la boca decantores fue filósofo, en su obra se encienden las ideas encontradas
populares. Los indios son "pastores verdaderos como los de su tiempo. Comentó por ser escéptíco, racionalista, utili-
que aparecen en los idilios de Teócrito y en las églogas de tario, con lecturas de Voltaire y los enciclopedistas, de
Virgilio y de Garcilaso". Bentham y Destutt de Tracy. Luego volvió a la fe católica,
impresionado por Balmes, José de Maistre y Bonaid, para
Ignacio Ramírez (mexicano) 1818-1879 orientarse hacia el positivismo de Comte y otra vez volver a
Fue una de las nobles figuras en las luchas llamadas su tradición cristiana. En estos cambios se le ve la busque-
de Reforma, pero la obra que trae a una historia de la lite- da de una postura moral, digna, decente. Cada una de sus
ratura no es tan notable; sin embargo, aun en su poesía de poesías fue un acto moral, cuando no por el tema público,
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 136
por su voluntad de sinceridad. Como poeta lírico figura en José Manuel Marroquín (colombiano)
la línea más pura y feliz del romanticismo. Había formado 1827-1908
su estilo en los escritores españoles de todas las épocas; y Nació en Bogotá y cursó literatura y filosofía en el se-
también en los clásicos de Italia y Francia. Los románticos minario de esa ciudad. Fue ministro de Instrucción Pública
franceses e ingleses sobre todo le ayudaron a descu- y uno de los fundadores de la Academia Colombiana de la
brir su propio camino lírico. La lira de Caro tenía todas las Lengua, además de su primer director. En 1898, siendo vi-
cuerdas; también la política, la filosófica. Aun los temas que cepresidente del gobierno de Manuel Antonio Sanclemente
invitan a ser impersonal en él sonaban personales. Siem- asumió provisionalmente la presidencia de la República por
pre es él el centro de la emoción; siempre arranca de su ausencia de aquél. Marroquín ocuparía definitivamente la
propio interior. La invectiva política, la meditación moral, la presidencia entre 1900 y 1904. Durante este periodo tuvo
descripción del paisaje, el propósito didáctico, no lo sacan lugar la desmembración de Panamá.
de su quicio lírico. Y allí, como en sus poesías de tema ín- Entre sus novelas destacan El moro (1897) y Blas Gil
timo el amor, la familia , reconocemos el temple fogoso (1896); también escribió poesía así como ensayos literarios
y sincero de un alma que quiere estar sola y expresar lo (Retórica y poética, 1935). De la poca poesía escrita se
original. Porque aunque Caro fue un militante en la anár- destacan sus humorísticos versos de La Perrilla. Casi toda
quica política de esos años, oyó siempre, en lo hondo, el su obra la publicó usando los seudónimos Gonzalo Gonzá-
rumor de su propia personalidad. Fue proscripto, y los lez de la Gonzaleja y Pedro Pérez de Perales.
proscriptos de América lo fueron porque era de veras vivo
su interés en la sociedad. La sociedad los desterraba, no el
José María de Heredia (cubano) 1803-1839
ansia romántica de la soledad, como en muchos europeos.
Entre el Neoclasicismo y las tendencias románticas se
En Caro hay las dos cosas: proscripto por necesidad, pros-
debate la poesía del poeta cubano. Fue un ingenio precoz
cripto porque era un solitario. Comenzó vistiéndose con
y su formación inicial tuvo un carácter netamente clásico,
metros holgados, sueltos, libres un poco a la manera de
siendo sus preferidos los poetas latinos, si bien más tarde
Quintana, de Gallego o de Martínez de la Rosa , y así se
amplió sus lecturas a los clásicos franceses y españoles,
movía cómodamente, como en la silva "El ciprés", en acti-
leyó a los románticos Ossian, Byron, Chateaubriand, La-
tud declamatoria, es cierto, pero con ese arte de entregarse
martine, Hugo, Foseólo del que tradujo I Sepolcri (1832);
al lector que selló todas sus obras. Más adelante
las Ultime lettere di Jacopo Ortis habían sido ya traducidas
siguiendo más a los ingleses que a los latinos imitó al
por el argentino José Antonio Miralla, exiliado en Cuba, y
exámetro clásico, combinándolo a veces con el endecasí-
publicadas en 1822 ; en él se produjo sin tardanza una
labo. Buscaba, evidentemente, ritmos propios; y en este
fusión entre los ideales neoclásicos de la Ilustración y los
tercer modo de su versificación castigó cada línea con
de un romanticismo apasionado, inflamado de sentimientos
acentos no usuales, endureciendo acaso la ondulación de
de libertad que lo llevaron a luchar activamente por la recu-
las palabras, pero enriqueciendo la lengua poética.
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 137
peración de Cuba, soportando persecuciones y exilio. En de Gutiérrez Nájera. Romántica es también la sugestión de
este sentido, la poesía de Heredia cobra acentos todavía las ruinas aztecas sustitución lógica de las ruinas roma-
más románticos, que nacen de su nostalgia por la patria, nas, pero no por ello menos interesante y resulta original
paraíso perdido que trata en vano de recuperar. la majestad de los volcanes nevados. Lo más impresionan-
En la producción de José María Heredia ocupan lugar te es el clima tenebroso de la invocación al Anáhuac, don-
preeminente las composiciones «En el Teocali; de Cholula» de la conciencia del carácter pasajero de todo lo humano
(1820) y al «Niágara» (1824), descripción de las famosas asume una nota de grandiosa tragedia, que califica íntima-
cataratas. Su poesía perdura en el tiempo no sólo por la mente el romanticismo de Heredia:
temática, a veces realmente importante, sino también por el ¡Gigante del Anáhuac! ¿cómo el vuelo
acento íntimo, dominado por una tensión profunda y angus- de las edades rápidas no imprime
tiada en relación con su patria. La atención que presta al alguna huella en tu nevada frente?
paisaje en su poema «En el Teocalli de Cholula», es cla- Corre el tiempo veloz, arrebatando
ramente romántica. Tras una descripción inicial en la que años y siglos como el norte fiero
se inspirará Bello para su silva «A la agricultura» , el poe- precipita ante sí la muchedumbre
ta celebra la abundancia de frutos de la tierra americana, de las olas del mar. Pueblos y reyes,
cuyos modelos evidentes y primeros son la Grandeza viste hervir a tus pies, que combatían
mexicana de Balbuena y la Rusticatio de Landívar, en la cual ahora combatimos y llamaban
medida que Heredia canta a México, donde se encuentra eternas sus ciudades, y creían
exiliado. Destacaremos, al pasar, que en el siglo XX otro fatigar a la tierra con su gloria.
poeta, Pablo Neruda, cantará también, con entusiasmo, a Fueron: de ellos no resta ni memoria.
México como país hospitalario. ¿Y tú eterno serás? Tal vez un día
En el «Teocalli», Heredia elige una hora de gran reco- de tus profundas bases desquiciado
gimiento, el oscurecer, para dar rienda suelta a sus medita- caerás; abrumará tu gran ruina
ciones; sin embargo, la noche no es un fenómeno natural, el yermo Anáhuac; alzaránse en ella
se carga de misteriosas sugestiones, apropiadas a la acti- nuevas generaciones, y orgullosas
tud romántica: que fuiste negarán...
Bajó la luna en tanto. De la esfera Todo perece
el leve azul, oscuro y más oscuro por ley universal. Aun este mundo
se fue tornando; la movible sombra tan bello y tan brillante que habitamos,
de las nubes serenas, que volaban es el cadáver pálido y deforme
por el espacio en alas de la brisa, de otro mundo que fue...
era visible en el tendido llano. El poeta no olvida en ningún momento su propia si-
Parece un anuncio premonitorio de la terrible noche tuación. La belleza del paisaje mexicano, valorado en todo
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 138
lo que tiene de original, es en cada momento el punto de cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
partida para acentuar una nota de angustia, causada por su viéndote algún viajero,
situación de exiliado. La comparación entre el paisaje del dar un suspiro a la memoria mía!
exilio, paisaje concreto, y el de la patria perdida, paisaje re- Y yo, al hundirse el sol en occidente,
creado íntimamente, aumenta la sensación de una felicidad vuele gozoso do el Creador me llama,
pasada. Incluso el Niágara «torrente prodigioso», no hace y al escuchar los ecos de mi fama,
más que subrayar en Heredia, por encima de la admira- alce en las nubes la radiosa frente.
ción, el duelo por un mundo al que está ligado cada vez La conciencia de su propio valor como poeta, la espe-
más de una manera sentimental, el cubano, en la medida ranza de perdurar en el tiempo gracias a la poesía, atenúan
en que le resulta algo inalcanzable. Cuanto más admira el de algún modo la sensación desolada de la transitoriedad
espectáculo grandioso y la fuerza arrolladora del Niágara, de lo humano. Por encima de este panorama doloroso se
más siente la atracción del paisaje patrio, las elevan también los acentos del patriota que preanuncia un
...palmas deliciosas futuro de libertad para Cuba. En el poema dedicado «A
que en las llanuras de mi ardiente pa- Emilia» (1824), desde el exilio, el poeta se refiere al mo-
tria mento en que la isla alcanzará la libertad gracias al sacrifi-
nacen del sol a la sonrisa, y crecen, cio de sus hijos. Con todo, pese a que por un momento lle-
y al soplo de las brisas del océano ga a vislumbrar un final glorioso de su exilio, nuevamente lo
bajo un cielo purísimo se mecen... agobian insistentes pensamientos de muerte.
La lejanía del suelo patrio da a Heredia un sentido La nota romántica de Heredia se califica a través de
desesperado de fin; su nostalgia asume tonos cada vez una constante participación del poeta en su propia existen-
más oscuros a medida que pasa el tiempo. Las referencias cia como artífice principal de ella; e igualmente por el senti-
a su propia persona, a una juventud «agostada», al rostro do oscuro de la muerte, la penetrante melancolía, la delica-
arrugado, no son recursos retóricos. Todo confluye hacia da dulzura, la inevitable lobreguez. El paisaje está de
una dolorosa consciencia de fracaso, hacia la muerte, so- acuerdo con los sentimientos del poeta, atestigua la deca-
bre la cual se afirma, sin embargo, una convicción de per- dencia de las cosas humanas, su inevitable desembocar en
manencia, una fe que rescata de la desesperación extre- la muerte; Heredia lo vive con la intensa emoción de los
ma: románticos, como vive los temas de la nostalgia, del incon-
sin patria, sin amores, solo miro ante formismo respecto del ambiente, en poemas como «Place-
mí, llanto y dolores. res de la melancolía», «Misantropía», en el «Himno del
¡Niágara poderoso! desterrado», la propia religión, con absoluta fe, como se ve
oye mi última voz: en pocos años por los «Últimos versos» de mayo de 1839, publicados des-
ya devorado habrá la tumba fría pués con diferentes títulos.
a tu débil cantor. ¡Duren mis versos
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 139
José Peón y Contreras (mexicano) ciaba un nuevo movimiento literario que significaba nada
1843-1907 menos que una verdadera resurrección para nuestras artes
Nació en Mérida, Yucatán. Estudió medicina en su y para nuestras letras que apartándose de Altamirano,
ciudad natal, y obtuvo su título de médico en 1862. Desde Peón vienera a representar un último aliento de la tardía
muy joven demostró su gusto por la literatura. moda romántica, sin poder comprender ese cambio que
Ejerció la profesión médica en Mérida, Veracruz y después se llamó modernismo.
Orizaba, y se radicó por fin en la ciudad de México, en Mientras viajaba por Europa Peón y Contreras, sufrió
donde se dedicó a enfermedades mentales, cultivando, al un "ataque de parálisis", probablemente por trombosis ce-
mismo tiempo, las actividades literarias y científicas. En rebral, y de regreso a México falleció, el 18 de febrero de
1872 publicó en la Gaceta Médica de México, órgano de la 1907.
Academia de Medicina (Tomo VII, págs. 269-274), su tra-
bajo "Idiotía macroencefálica", historia clínica de un caso Juan Clemente Zenea (cubano) 1832-1871
de oligofrenia en el Hospital de San Hipólito. En el mismo Natural de Bayamo fue huérfano de madre desde muy
periódico aparece su poesía, de tono romántico. También pequeño. Su padre se vio forzado a regresar a España
fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Es- cuando aun el futuro poeta era muy joven. A los trece años
tadística. de edad, Zenea se traslada a La Habana. Su talento litera-
A partir de 1876, la fecundidad como escritor es nota- rio pronto le abre caminos en el periodismo. Perseguido por
ble. Se representaron y editaron 22 obras dramáticas, más razones políticas, en varias ocasiones sufre destierro en
17 títulos de obras que fueron estrenadas pero no se publi- Estados Unidos. Sirviendo de mediador pacífico entre el
caron. En todas ellas dramatiza episodios de la época vi- gobierno y los patriotas, es injustamente fusilado por el go-
rreinal. Tales fueron Antón de Alaminos (1876), Gil Gonzá- bierno español.
lez Dávila, Un amor de Hernán Cortés (1876), La hija del A la edad de catorce años comenzó a escribir y publi-
rey (1879), Impulsos del corazón (1883) y otras que fueron car poemas en el diario La Prensa del que llega a ser re-
escritas cuando había en México un gusto tardío por el gé- dactor años más tarde. Publica conjuntamente con José
nero romántico. Fornaris y Rafael Otero La mujer ¿Es un ángel? ¡No es un
Fue un poeta lírico y un dramaturgo; pero en nuestra ángel! ¿Sí será o no será? (La Habana, Imp. de Soler,
lírica y nuestra dramaturgia fue un poeta romántico a la 1850). Redactó junto a Idelfonso Estrada Zenea El Almen-
manera española, discípulo del Duque de Rivas y de Zorri- dares y colaboró en La Voz del Pueblo . Complicado en la
lla, de García Gutiérrez y de Hartzenbusch. Llama la aten- causa seguida contra Eduardo Facciolo por la publicación
ción que cuando los últimos cantos de los poetas románti- de este periódico clandestino, marchó en 1852 a Nueva Or-
cos, como Fernando Calderón y Rodríguez Galván, habían leans.
dejado de porducirse en nuestor país, que cuando se ini- Son muchas las obras literarias, aparte de innumera-
bles artículos en periódicos y revistas, que publicó en su re-
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 140
lativamente corta vida. En cuanto a poesía, podemos des- de sus contemporáneos, incluía la acción política y el pe-
tacar una Antología de versos de temas variados, pero riodismo, y bajo la influencia de Ignacio Manuel Altamirano,
siempre líricos, y su libro titulado Diario de un mártir, publi- mentor y aglutinador de esa generación, amalgamaba tam-
cado póstumamente, en 1874, donde presagia su muerte. bién el liberalismo y el positivismo. Su poema más recono-
cido, Ante un cadáver , logra articular estos elementos.
Juan Díaz Covarrubias (mexicano) Acuña se suicidó en la ciudad de México, dejando una car-
1837-1859 ta para su amigo, el poeta Juan de Dios Peza, y un poema
Si se atiende a las fechas de nacimiento y muerte de a su musa, "Nocturno a Rosario", que se volvió uno de los
Díaz Covarrubias, se verá que falleció a los veintidós años emblemas literarios del amor trágico. Escribió también
de edad; fue uno de los más jóvenes entre los "Mártires de poemas satíricos y amorosos, y dos obras de teatro.
Tacubaya", víctimas de la furia criminal y vindicativa de
Leonardo Márquez. Al lado del joven poeta y narrador Díaz
Covarrubias habría de morir también su entrañable amigo Manuel Carpio (mexicano) 1791-1860
Manuel Mateos. Estudiante joven, se adhiere a la causa li- Es uno de los inciadores del movimiento romántico en
beral de modo natural, pues toda su formación lo conduce nuestros país. Por ser de los mayores, su poesía tiene un
a ello; así, resulta la suya una biografía ejemplarmente ro- claro influjo neoclásico. Sus temas favoritos eran los reli-
mántica: en ella se funden indistinguiblemente el ánimo giosos, los patrios, los cuadros de costumbre. Toda su
contemplativo y crepuscular patente en el cuento "La poesía fue más bien formal y acartonada, no canta en sus
sensitiva" y el ideal republicano del liberalismo mexicano. poemas: describe, narra. Fue, junto con Guillermo Prieto,
Manuel Acuña habría de llamarlo "poeta mártir". "La sensi- fundador de la Academia de Letrán, uno de los proyectos
tiva" es un cuento de un acendrado romanticismo, en el culturales más afamados que los románticos mexicanos lo-
cual es posible advertir el talento que ya despuntaba en el graron consolidar, junto con la revista El Renacimiento
joven liberal. Los escritos que nos legó conforman un ger- (1869) de Ignacio Manuel Altamirano. Bernardo Couto, su
men de obra que, aunque inmadura, dice María del Car- contemporáneo y biógrafo, dice que la rima en manos de
men Millán, "vale como síntesis de los caracteres del ro- Carpio "es fácil, variada y rica", y que se trasluce que a don
manticismo, por la promesa que representó en sí misma y Manuel "no le costaba trabajo hacer versos ni redondear
por los caminos que señaló a escritores y sociólogos". sus estrofas", Couto señala tres defectos: que para hacerse
entender de todos, con frecuencia abandonase "los giros
Manuel Acuña (mexicano) 1849- 1873 propios del lenguaje poético" y descendiese "casi al tono de
Nacido en Saltillo, Coahuila, formó parte del Liceo la prosa"; cierta "monotonía que reina en sus composicio-
Hidalgo y colaboró en diversos periódicos liberales de la nes, las cuales parecen todas como vaciadas en un mol-
época. El romanticismo de Acuña, como el de la mayoría de"; y finalmente su exuberancia, pues, apunta, "hay pocas
a las que no pudiera cercenarse algo sin que haga falta".
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 141
Manuel M. Flores (mexicano) 1840-1885 que canta con énfasis el progreso y con él el futuro radiante
Nació en San Andrés Chalchicomula (Puebla) y estu- de la latinidad, En la Leyenda de Prometeo, Andrade des-
dió Filosofía en el Colegio de San Juan de Letrán hasta cribe la historia espiritual de la humanidad, reviviendo con
1859, año en que abandonó la carrera. Como la mayoría entusiasmo la aventura del personaje mítico, abierto al futu-
de los poetas mexicanos románticos, su trabajo poético es- ro: «...en el cielo / parece que revientan / semilleros de au-
tuvo compaginado con su actividad política. Perteneció al rora».
Partido Liberal, luchó contra los franceses, estuvo preso en Su poesía es resonante, rotunda pero no hueca; o, por
el castillo de Perote y fue diputado al reinstaurarse la Re- lo menos, no más hueca que el pecho de donde sale la
pública. Formó parte del Liceo Hidalgo y del grupo de escri- fuerza del canto; afectada siempre, en parte porque el arte
tores ligado a Ignacio Manuel Altamirano, quien le prologó es afectación, grandiosa por ser grandilocuente, aunque no
su primer libro, Pasionarias, publicado en 1874. Póstuma- grande, porque Andrade, a pesar de todo, no fue gran poe-
mente aparecieron Páginas locas (1903) y Poesías inéditas ta. Vivía aturdido por el estrépito de sus propias declama-
(1910), y en 1953, más de cien años después de su naci- ciones y de las declamaciones del periodismo de su época:
miento, Rosas caídas, su diario. Murió ciego y en la pobre- Andrade pagó caro el no saber olvidarse que era periodista
za en la ciudad de México. cuando escribía poemas.
Dentro del romanticismo mexicano es el poeta que
mejor logra expresar una sensualidad no alejada de lo real Rafael M. Baralt (venezolano) 1810-1860
en una poesía apegada a la vida. Si Manuel Acuña se sui- Estudió Derecho y fue partidario de la fragmentación
cida por Rosario de la Peña, Flores establece una relación de la Gran Colombia, hecho que permitió la independencia
con ella. definitiva de su país. En 1842 se afincó en España, primero
en Sevilla y más tarde en Madrid, en cumplimiento de la
Olegario V. Andrade (argentino) 1839-1882 misión diplomática que le había encomendado su gobierno.
Olegario V. Andrade fue un poeta grandilocuente, pero Participó activamente en la vida política primero en el Par-
a veces también sencillo y sincero, sobre todo en sus ver- tido Progresista y más tarde en la Unión Liberal lo que le
sos líricos. Fue, en una segunda época creativa, gran ad- permitió ocupar cargos de relieve y realizar una abundante
mirador de Víctor Hugo y del verso vibrante. Su actividad producción periodística. En 1849 dirigió en Madrid el diario
política (partidario de Urquiza contra Sarmiento y persegui- El siglo. Notable filólogo, en 1853 ingresó en la Real Aca-
do más tarde por éste) lo llevaba a expresar en sus versos demia Española. En 1855 se le nombró director de La Ga-
acentos de inspirada ira. Su ambición literaria lo impulsó a ceta y administrador de la Imprenta Nacional. Entre sus
aventurarse en varias composiciones épicas como El nido trabajos lexicográficos destacan el Diccionario Matriz de la
del Cóndor (1871), evocación del cruce de los Andes reali- Lengua Castellana (1850) y el Diccionario de Galicismos
zado por San Martín, y La Atlántida (1881), poema en el (1855). Entre sus escritos sobre temas históricos merece
recordarse sobre todo su Breve Historia de Venezuela
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 142
(1841) escrita antes de abandonar su país. De entre su la literatura y del folklore escribió, pues, su poema: no lo
poesía de influjo neoclásico se destaca la Oda a Cristóbal hizo en el dialecto criollo, sino con un lenguaje muy preci-
Colón. so, muy lírico, sutilizado con trémulas imágenes de misterio
De la primera generación romántica hispanoamerica- y, dentro del romanticismo, disciplinado con mucho estudio
na, Baralt es el más chapado de tradición neoclásica: sus literario. El poema no es poesía pura, sin embargo: tiene
fríos preceptos, sus fríos versos, sus fríos cuadros histori- preocupaciones morales, lecciones patrióticas y hasta una
cos, su frío desdén a la cultura cosmopolita, su fría sabidu- alegoría: en "La muerte del payador" Juan sin Ropa, el fo-
ría académica quitan sabor a su obra y hoy nadie la apete- rastero símbolo del progreso, la industria, la ciencia y la
ce. Su pensamiento era liberal; su literatura conservadora. inmigración gringa , diabólicamente vence a Santos Vega
símbolo de la tradición criolla que moría . Cuando en
Rafael Obligado (argentino) 1851-1920 1887 agregó un nuevo canto "El himno del payador" a
La obra poética de Obligado es escasísima: un solo li- los tres de la primera edición, se acentuó la lección patrióti-
bro escribió Poesías, 1885, ampliadas en la segunda ca.
edición de 1906 yaun allí son escasos los momentos de
excelencia. Pero se le consideró en la Argentina "el poeta Ricardo Gutiérrez (argentino) 1838-1896
nacional", en parte porque insistió en temas y maneras de Con Guido Spano y Olegario V. Andrade, forma parte
la línea Echeverría-Ascabusi-Hernández en una época en de los poetas líricos de la segunda generación romántica.
en que el país ya estaba poniéndose, sobre el rostro criollo, De los tres es, quizá, el que más (en cantidad) recibió la inf-
la máscara cosmopolita. E] haberse recogido en una poe- lluencia de Bécquer, pero lo que en el español es semnti-
sía sencilla el pasado, la naturaleza, la ternura hacia ti- miento sutil en éste sólo se conserva la intención, no la in-
pos regionales, el folklore, etc. pareció original a sus tensidad. Poeta no siempre feliz, como puede comprobarse
amigos y lectores. Lo original, sin embargo, era cantar así por La fibra salvaje y Lázaro, de tema gauchesco, cultivó un
en medio del aluvión inmigratorio, del progreso técnico- romanticismo intimista que hacía necesarias cualidades de
económico, de la imitación de estilos, ideas y costumbres agudo psicólogo y una atención constante a lo religioso y a
de Europa, de la ambición de riqueza material. La exalta- lo social. En Los huérfanos, el romanticismo se manifiesta
ción nacionalista fue lo que dio fama a Obligado. De sus en el sentimiento con que son tratadas las enormes injusti-
poesías unas, legendarias; otras, históricas; otras ínti- cias de la sociedad, los problemas dramáticos de la condi-
mas se ha salvado su Santos Vega. Bartolomé Mitre pri- ción humana, con una división profunda entre riqueza y po-
mero, Ascasubi en seguida (y en la novela Eduardo Gutié- breza, entre opresión y sufrimiento. Parece sincera la inten-
rrez) habían ya hecho literatura sobre ese payador. Obliga- ción moralizadora del poeta en la descripción de las mise-
do oyó a sus peones contar cómo Santos Vega había sido rias que impiden al hombre vivir; frente al imperio de la mal-
vencido por el Diablo y desde entonces andaba errante por dad y de la injusticia se alzan los panoramas infernales del
el campo, como alma en pena. Con un material extraído de dolor, los espectros de aquellos
ANTOLOGIA DEL ROMANTICISMO EN HISPANOAMÉRICA 143
que a los umbrales de la puerta llaman tística, recrea el espíritu de la sociedad peruana, penetra en
que sólo el ¡ay! de los pesares cantan la verdad histórica y la transforma a través del fervoroso
que al solo amparo de los cielos andan juego de la fantasía, la ironía, el humor, con un sutil erotis-
que no despiertan más en la mañana. mo a flor de piel. En su juventud el escritor peruano había
El libro de las lágrimas y El libro de los cantos comple- sido lector apasionado de Boccaccio y del Aretino, formó
tan su obra. parte del grupo de artistas peruanos que, como Althaus y
Salaverry, habían exaltado la literatura italiana, entusiastas
Ricardo Palma (peruano) 1833-1919 admiradores, entre varios autores, de Dante y Leopardi.
Gran figura del Romanticismo hispanoamericano fue el En sus páginas realiza un mural extraordinario de las
peruano Ricardo Palma Durante su exilio en Chile, Palma costumbres peruanas. Su habilidad de artista consiste en
publicó un libro de investigación histórica, los Anales de la suscitar un clima convincente y de constante interés, ya se
Inquisición de Lima (1863), que revela su decidida inclina- trate de la época incaica como de la colonia. Por encima de
ción por la evocación y el estudio del pasado nacional. De cualquier moda o modelo, destaca su originalidad. La gra-
notable interés para conocer el Romanticismo peruano es cia, la vivacidad de la narración de Palma, la vida que in-
su libro La bohemia de mi tiempo, en el que presenta a la funde a las Tradiciones no tienen parangón. El lector se
generación de 1848-60. Por su posición aparentemente siente sumergido directamente en el espíritu de una época
desapegada del fenómeno romántico, Palma parecería si- la evocada en cada una de las narraciones , goza con la
tuarse fuera de él; sin embargo, el escritor participa plena- fertilidad de la fantasía del narrador y se divierte ante im-
mente de las tendencias del Romanticismo precisamente previstas piruetas con las que el escritor se escapa a la se-
por su predilección por el cuadro de costumbres y la leyen- riedad de la historia.
da, por medio de los cuales evoca un pasado cuya fascina-
ción hace presa en él, como sucede en las Tradiciones.
La serie de las Tradiciones peruanas representa la
parte más notable de la actividad creativa de Palma: seis
volúmenes entre 1872 y 1883, a los cuales siguieron en
años sucesivos Ropa vieja (1889), Ropa apelillada (1891),
Cachivaches, Tradiciones y artículos históricos (1899-
1900), un Apéndice a mis últimas tradiciones (1911), ade-
más de una colección de Tradiciones en salsa verde que el
autor no se atrevió a publicar por su carácter escabroso.
La originalidad de Ricardo Palma reside en la concep-
ción del género de las «tradiciones»: con estilo límpido, de
aparente facilidad, fruto en realidad de una gran pericia ar-
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