45228149-La Ilíada - Tomo III
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H O M E R O
T O M O I I I
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Editado por
elaleph.com
HERMOSILLA Y SU ILIADA.1
1 )
Esta noticia está extractada de la Bibliografía crítica de traductores españoles,
en que hace años trabajo. Lo que aquí indico de las traducciones anteriores a
la de Hermosilla, puede verse con más extensión en los artículos
correspondientes de dicha obra. De la parte crítica aquí casi prescindimos.
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Biblioteca Nacional de Lisboa.
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Biblioteca Graeca Matritensis de D. Juan de Iriarte, pág. 123.
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Vid. Enmanuelis Martini Veta (por Mayans) al frente de las Epístolas del
Dean (dd. de Wiseling), pág. 94.
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Discorso in lode del P. Emanuele Aponte... dall’ Abate Giuseppe Mezzofanti.
Bologna, 1820.- (de mi Biblioteca.)
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Preciosa gramática griega, de la cual poseo la 3. ª ed. Bolonia, 1819.
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Obras Póstumas de Moratin, t. III, p. 383.
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Vid. Catálogo de las obras de Gallardo, en el t. III de Líricos del siglo XVIII.
(Biblioteca de Rivadeneyra.)
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Vid. páginas 134 y 167 del Observador.
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Vid. pág. 306 y ss. de las Poesías de Elpino Duriense.
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Ni en Castilla ni en Portugal se han impreso trozos de los poemas
homéricos, fuera de las colecciones de Selectas (v. gr., la de los Jesuitas, la del
Sr. Bergnes de las Casas, las Lectiones Groecoe de Bardon, etc..) en ninguna
un canto completo.
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Este tiro va derecho contra Hermosilla y su jacobinismo.
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De Moratin A la ausencia, citado por Hermosilla como ejemplo.
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MANUSCRITAS.
IMPRESAS.
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Es extraño que Hermosilla, helenista consumado, incurriese en el tan
intolerable como frecuente pleonasmo de Juicio crítico.
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TRADUCCIONES.
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........................¡Aquiles!
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Verso malo.
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Verso malo.
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Idem. Estas caídas no son raras en Hermosilla.
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eloquio.
pág. 157.
«Vere novo... »
pág. 157.
«Hen, magnum alterius...»
pág. 158.
De Horacio, comienzo de la oda 31.ª del libro primero,
Quid dedicatum: dos traducciones
Primera:
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Segunda:
M. MENENDEZ PELAYO.
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M. M. P.
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EXAMEN DE LA ILIADA.
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LIBRO PRIMERO.
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LIBRO SEGUNDO.
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No es bueno
el gobierno de muchos: uno sólo
el caudillo supremo y soberano
de todos sea.
Pero es más hermoso todavía el de Tersítes; y no en vano
advierte Homero por boca de Ulises que era un orador
facundo. ¡Qué violentas apóstrofes al Atrida, qué
interrogaciones llenas de fuego! (v. 369).
¿por qué te quejas?
¿de qué careces? etc.
¿Y qué rasgos de carácter tan verdaderos, tau
oportunamente empleados, los de
(están) pobladas
tus tiendas de mujeres escogidas
que a tí el primero damos los Aquivos
cuando alguna ciudad hemos tomado.
¿O ya el oro codicias que te traiga
un opulento habitador de Troya
en rescate del hijo a quien yo acaso,
u otro de los Aquivos, prisionero
hiciera en la batalla?
¡Qué verdad hay en esta pincelada, y qué conocimiento
supone del corazón humano! El más despreciable, el último,
el más cobarde de los soldados rasos llamarse, por decirlo
así, a la parte en la repartición de la gloria militar, y suponer
que hace prisioneros cuyo opulento rescate recibirá luégo el
Generalísimo! De estos rasgos se encuentran pocos, aún en
los llamados poetas filósofos. Paso en silencio la bellísima
pintura de la persona del mismo Tersítes, y la descripción
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LIBRO TERCERO.
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LIBRO CUARTO.
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LIBRO QUINTO.
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idea que nos da el poeta del modo con que los caballos de
los Dioses atravesaban en breves instantes larguísimas
distancias, diciendo (v. 1293):
Cuanto puede
en el espacio descubrir la vista
del que sentado en elevadas cumbre
fija sus ojos en el ponto oscuro,
otro tanto de un brinco los caballos
saltan de las Deidades,
Así es como pueden engrandecerse y ennoblecerse los
objetos más pequeños y comunes. ¿Cuál puede serlo más
que el brinco de un caballo? Y sin embargo, ¡qué grandioso
aparece realzado por una feliz comparación!
Nótense también al principio del libro las tres con que
están ilustradas las proezas de Diomédes:
Semejante
al hinchado torrente, etc. (v. 157)
Como si hiere
Levemente al león, etc. (v. 241)
Como suele
el hambriento león, etc. (v. 280)
LIBRO SEXTO.
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A mi madre
La que antes imperaba poderosa
en la rica Hipoplacia, prisionera
aquí trajo también con su tesoros.
Y como a esta no le quitó Aquiles la vida, sino que permitió
rescatarla, añade para realzar su desgracia en medio de esta
ventura:
pero llegada
al palacio que fuera de su esposo,
la hirió Diana con suave flecha;
esto es, murió de repente. Porque los Griegos explicaban las
muertes repentinas, diciendo que con sus flechas hería
Apolo a los varones y Diana a las mujeres. Estamos viendo
a la desgraciada Reina volver del cautiverio a su capital,
hallarla saqueada e inhabitado el palacio de su esposo, y
morirse de pesar. ¡Y la apóstrofe que sigue:
¡Héctor! tú sólo ya de tierno padre,
y de madre me sirves, y de hermanos,
y eres mi dulce esposo...!
¿Cómo podía éste, por duro que fuese, resistir a la súplica
de una esposa querida que le dice:
Compadece
a esta infeliz: la torre no abandones,
y en orfandad no dejes a este niño
y viuda a tu mujer...!
Súplica en la cual habla otra vez de su viudez, porque
conoce que esta es la idea que más debe enternecer a un
esposo. Ya veremos que es, en efecto, la que
principalmente se representa Héctor en su imaginación al
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LIBRO SEPTIMO.
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LIBRO OCTAVO.
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LIBRO NONO.
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LIBRO DÉCIMO.
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si el fuerte Aquiles
de la funesta cólera apartare
su corazón.
Es conveniente recordar de tiempo en tiempo el nombre y
la memoria del héroe principal, e inculcar siempre que sólo
él es el que ha de salvar la hueste. La segunda es la
naturalísima reflexión que debió hacer Néstor al ver que
Agamenon, y no Menelao, era el que venía a despertarle,
siendo este hermano menor y debiendo estar más inquieto
que el primero. Nada se le escapa al buen Homero.
7.º La indicación del cuidado que tuvo Néstor de
tomar y abrocharse al pecho la vestidura
de púrpura, que doble, y anchurosa,
y afelpada, del fresco de la noche
le defendiese,
es otra pincelada de aquellas que solo Homero ha sabido
dar hasta ahora.
8.º El descuido, poco abrigo, y ningún regalo con que
Diomédes está durmiendo fuera de su tienda, y que tan bien
contrasta con la escena precedente la especie de aspereza
con que Néstor le echa en cara este mismo descuido; la
natural admiración de aquél al ver que un anciano como
Néstor es el que viene a llamarle habiendo tantos jóvenes
que pudieran hacerlo; la respuesta del Rey de Pilos, y la
especie de chanza que gasta con él cuando le envía a
despertar a Méges y al menor de los Ayaces, diciendo:
.............................
........ ya que eres más joven,
y de mi ancianidad te compadeces,
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LIBRO UNDECIMO.
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LIBRO DUODECIMO.
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LIBRO DECIMOTERCIO.
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LIBRO DECIMOCUARTO.
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LIBRO DECIMOQUINTO.
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LIBRO DECIMOSEXTO.
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LIBRO DECIMOSEPTIMO.
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la dilatada costa.
Comparación propia y muy poética.
8.º Cuando, rechazados los Griegos, se alejan algún
tanto del cadáver y luego vuelven capitaneados por Ayax,
que disipa la falange troyana, es comparado éste
al jabalí cerdoso que disipa
fácilmente la turba numerosa
de perros y robustos cazadores,
si intrépido se vuelve y da la cara
del matorral saliendo.
La semejanza no puede ser mayor ni citarse con más
oportunidad.
9.º Los Griegos y los Troyanos, que animosos
en breve campo de batalla unidos,
pugnaban por arrastrar el cadáver, aquellos hacia sus naves
y éstos hacia su ciudad, se parecen a los obreros que,
dispuestos en círculo y apartados, estiran una piel de buey.
Aquí la semejanza no es tan grande, clara y perceptible
como en el anterior; porque los guerreros y los curtidores
sólo son semejantes en cuanto unos y otros tiran de alguna
cosa; pero ¡de cuán diferente modo! Si tantos hombres
hubieran tirado a un tiempo del cadáver como los obreros
tiran de la piel de buey, le hubieran hecho mil pedazos; y no
fue así. Además, el primer término de la comparación se
prolonga demasiado y contiene circunstancias que no
pueden convenir al segundo, como son las de que la piel
despide el agua, embebe el aceite y queda tirante.
10.º Los caballos de Aquiles están parados y sin
moverse,
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LIBRO DECIMOCTAVO.
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LIBRO DECIMONONO.
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perjurará mi lengua.
Igualmente bueno es lo que en respuesta dice Aquiles a los
dos, y sobre todo la conclusión:
sólo me es grata la matanza y sangre,
y el triste lamentar de los que mueren.
Aquí no habla Homero, habla el mismo Aquiles.
En la réplica de Ulises quisiera yo que no fuese
necesario hablar más del almuerzo o desayuno de las tropas,
pero ya que es preciso responder a aquellas pallabras de
Aquiles...
Yo mandaría a las escuadras
que, sin gustar el vino y los manjares,
marcharan a la lid;
debemos observar que Ulises lo hace en pocas palabras. Por
lo demás, el discurso es magnífico, y merece que hagamos
sobre él algunas observaciones:
1.º Es digna de atención la ingenuidad con que los
antiguos confesaban que otro les aventajaba en esta o
aquella virtud, habilidad o dote del ánimo, y señaladamente
en el valor, cosa que hoy no confesaría ningún militar. Pero
consiste en que ahora el valiente y el forzudo se distinguen
y entonces se confundían, y el guerrero más valeroso y más
temido era el que tenía más puños. Y como no está en
manos del hombre tener tal o cual cantidad de fuerza física,
el que tenía menos que otro no se avergonzaba en
confesarlo. De esto tenemos aquí una prueba, y la Ilíada
ofrece otras muchas. El mismo Héctor, siendo el más
valeroso de los Troyanos, reconoce que Aquiles le aventaja
en valentía.
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LIBRO VIGESIMO.
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LIBRO VIGESIMOPRIMERO.
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al hijo de Peleo.
Y fue menester que Juno implorase el auxilio de Vulcano, y
que éste incendiando la corriente salvase al perseguido
Aquiles. ¿Qué hicieron, pues, Neptuno y Pálas con su
poderosa intervención? Darle inoportunos consejos,
volverse al terraplen, y dejarle en el mismo y aún mayor
peligro. Pues para esto tanto valía que no se hubieran
movido.
El discurso del Janto al Simois es pomposo y brillante.
El de Juno a Vulcano también es bueno; la descripción
del incendio que este propagó por la llanura, como de
Homero; y el símil de los Nordestes, en que se hace
sensible la prontitud con que la tierra quedó seca, más que
bueno.
El otro del Janto a Vulcano, si por un instante
suponemos que el río es un hombre como nosotros, nos
parecerá admirable. Es precisamente, lo de la zorra: «están
agraces.» El ha hecho cuanto ha podido por matar al Griego
y salvar a los Troyanos, no ha conseguido ni uno ni otro, y
dice.
arroje Aquíles
hoy mismo, si te place, a los Troyanos
de su ciudad. ¿Qué fruto yo sacara
de seguir combatiendo, y a los hombres
de proteger ahora?
Digo lo mismo del que luego dirige a Juno. Si suponemos
que es un Príncipe auxiliar de los Troyanos jue implora
piedad, y promete separarse de su alianza, no puede ser lo
que dice ni más oportuno ni más congruente.
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que difícil
fuera lidiar con hembras que del lecho
participan de Jove.
Tal es el gran combate de los Dioses, en el cual
esperábamos que se estremeciesen los montes y se
conmoviera el universo todo; y se reduce a una pedrada, un
puñetazo y cuatro mojicones. Yo sé, y dejo dicho, que
Homero no tiene la culpa de que los Griegos adorasen a tan
absurdas y ridículas Divinidades; pero me parece que,
habiéndolas hecho combatir, pudo y debió pintar una
batalla en que no hiciesen un papel tan desairado el
furibundo Marte, la caza.dora Diana, y aún la risueña
Venus. Medios había para que triunfasen los Dioses
protectores de los Griegos, sin que apareciesen tan
cobardes y débiles los defensores de los Troyanos.
Sea de esto lo que se quiera, y aún concediendo que
Homero no es censurable, lo que no tiene duda es que a
nosotros no puede ya gustarnos este pasaje de su Ilíada, por
más ilusión que procuremos hacernos; y esto es lo que yo he
querido demostrar a mis lectores ridiculizando la batalla de
los Dioses.
Volvamos ahora a las arengas que mútuamente se
dirigen, y ya es otra la cuestión. Todas ellas, supuesto el
hecho, son hermosas, son como las demás de Homero.
Véase, si no, cuán elocuente es el discurso de Marte
desafiando a Minerva:
¿Por qué otra vez, cual importuna mosca,
a los Dioses empeñas en combates,
atrevida Deidad? ¿A tanto llega
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LIBRO VIGESIMOSEGUNDO.
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como suele
el ligero bridón que en la carrera
al premio aspira, y por la gran llanura
fácil arrastra el ponderoso carro,
el galope tender,
es oportuno y exacto.
La comparación del mismo Aquiles con el astro de
otoño, el cual
brilla entre las estrellas, con sus rayos
a las demás en claridad venciendo,
en la profunda noche; y aunque sea
tan reluciente y bello, infausto anuncia
y acarrea a los míseros mortales
peligrosas dolencias,
es felicísima, y sobremanera poética.
El tierno discurso de Príamo, disuadiendo a Héctor de
combatir con el Griego, es un trozo de elocuencia con el
cual no se igualan los más celebrados de Ciceron y
Demóstenes, y aún en la misma Ilíada pocos hay que le
disputen la palma. Es algo largo, porque la situación lo
permite, siendo pronunciado mientras Aquiles está todavía
bastante alejado de los muros; y mucho debiéramos sentir
que hubiese sido más breve. Cada cláusula suya es una
piedra preciosa, pero nótese en particular aquella
descripción de la ruina de Troya hecha como en profecía
por el anciano Rey:
Mas, llegado
yo al confin de la vida, el padre Jove
en adversa fortuna dolorosa
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LIBRO VIGESIMOCUARTO.
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acomete rabioso;
así como ahora Aquiles,
la compasión y la vergüenza
(a los hombres a veces provechosa,
y otras funesta) desconoce impío;
y nótese el pensamiento, tan verdadero como profundo,
contenido en el paréntesis.
5.º, para demostrar su dureza propone el poderoso
argumento de que
más caras prendas otros ya perdieron,
el hermano carnal, o el hijo amado, etc.,
y solo Aquiles,
no satisfecho con haber quitado
a Héctor la vida, su cadáver frío
ata detrás del carro, etc.
6.º, finalmente: Aquiles por semejante crueldad de debería
temer la justa cólera de los Dioses. Nótese la última
reflexión con que prueba cuánta es la ferocidad del Griego,
pues
a un poco de tierra, ya privada
de sentimiento, en su furor insulta,
y más arriba aquella sentencia filosófica de que
al hombre dieron
ánimo sufridor de las desgracias
las Parcas al nacer.
En el discurso de Juno es digna de observarse la constancia
con que hasta el fin sostiene su carácter, mostrándose
inflexible siempre que se trata de hacer bien a los Troyanos;
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insepultos yacían.
No puede darse un cuadro más acabado.
Iris repite literalmente lo que Júpiter la ha mandado
decir, y siendo su mensajera no debió hacerlo en otros
términos. Recuérdese lo dicho en otro lugar.
Lo que Príamo dice a su esposa, al dar la noticia del
mensaje celestial que ha recibido, es breve y sencillo,
porque es un simple anuncio.
La respuesta de Hécuba es más larga y fogosa, porque
al hablar de su hijo es natural que se renueve y exaspere la
llaga de su dolor. Examínese con cuidado, y se verá cuán
oportunos son los pensamientos que contiene y qué bien
ordenados están. Le dice Príamo que se siente muy
inclinado a penetrar en el campo de los Griegos y pedir a
Aquiles el cadáver de Héctor, ofreciéndole un rescate de
gran valor, y al oirle exclama la infeliz:
¿Adonde es ida
la prudencia, etc...
¿Cómo en las naves de los Griegos quieres
tú, solo, penetrar, y a la presencia
llegar del hombre que quitó la vida
a tantos hijos tuyos?. . . . .
. . . . ¿Ignoras que si llega
a verte ese cruel, ese perjuro, etc.
.....................
a Héctor lloremos, pues la dura Parca
. . . . . . . a que distante
de sus padres muriese, etc.
le condenó cruel, y ya ejecuta
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y ahora
la vez primera fue que la comida
he gustado, y el vino delicioso
humedeció mi paladar...
La razón que alega Aquiles para no permitirle dormir dentro
de su tienda es ingeniosa, y la precaución necesaria.
La humildad, por decirlo así, con que el anciano le pide
los once días de tregua para celebrar los funerales de
Héctor, es la que conviene a su situación. Nótese aquello
de que sin la palabra de Aquiles no se atreverían los
Troyanos a salir de la ciudad para acarrear la leña. Ya he
dicho varias veces que nada se le escapaba al buen Homero
de cuanto podía ser interesante en cada pasaje, y aquí
tenemos otra prueba. Lo mismo digo de aquel estrechar
Aquiles la mano del Rey para que no temiese. ¡Cuánto dice
aquella mano!
La razón que da Mercurio a Príamo para hacerle ver
que conviene salir del campo griego antes que amanezca, es
convincente; y la pintura del modo con que el Rey y el
heraldo volvían a Troya, luego que empezó a clarear el día y
se alejó de ellos Mercurio, una de las más hermosas del
poema. La repetiré:
Caminaban
los dos ancianos en silencio triste;
y en medio de suspiros y sollozos
los caballos a Troya dirigían,
y las mulas detrás con el cadáver
la carreta arastraban lentamente.
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NOTAS.
ADVERTENCIA.
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así te venga;
y resultará un sentido racional, coherente, y acomodado a la
situación. 3.º Vuelve de Crisa la nave que llevó a Criseida,
se entran los remeros por las tiendas y las naves, y añade el
poeta que desde entonces Aquiles, retirado a las suyas y sin
asistir a las juntas ni a las batallas, µηνιε: y conociendo el
traductor latino que el irascebatur sería ya más que ridículo,
elude la difícultad traduciendo iram fovit; pero ni aún así lo
acierta. Lo que Homero dice es que ya entonces daba
principio Aquiles a su venganza, esto es, a cumplir el
juramento que había hecho de no combatir más en defensa
de los Griegos.
4.º Para convencerse de que µηνις jamás significa la
ira en sí misma, sino los conatos, los esfuerzos que uno
hace para vengarse de otro, nótese que Homero, cuando
quiere decir que la ira se apoderó de tal o cual personaje,
nunca dice µηνις λαδε sino χολος λαδε.
5.º Finalmente, el célebre Helenista Tiberio Hensteruis
reconoció ya que la significación de µηνις es la que dejo
indicada; pues en su adición al artículo del Diccionario
etimológico de Lennep dice lo siguiente: «Propie non
sigrifical iram quœ diu permanet, sed iram, que ultionem spirat, et
exquirit, properatque ad eam. Hœc est caussa cur
µηνις tribuatur diis, et hi, verbo inde deducto, dicantur,
µηνιαν, vel µηνιειν, quando ultionem scelerum, ab
hominibus commisorum, poscunt.» El juez es competente, y
la decisión terminante.
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por tan claro como la luz que aquí falta el verso 426 del
libro segundo, y que debe insertarse después del 463. Así,
yo no he dudado en suponerle en el texto y traducirle.
Verso 805. el sabroso manjar.-Sigo, contra Ateneo y la
turba de editores y traductores, la opinión de Ernesti, que
hasta cierto punto coincide con la de Damm, según los
cuales, aquí y en los demás pasajes en que se encuentra la
expresión δαιτοζ εισηζ debe escribirse δαιτοζ εσθληζ
y traducirse en consecuencia: «no se careció de manjares
exquisitos, sabrosos, etc.» Los argumentos en que esta
opinión se apoya no tienen réplica. 1.º Diga Ateneo lo que
quiera, y fuese cual fuera la costumbre de su tiempo, es
falso que en el de Homero se sirviesen a los convidados
porciones absolutamente iguales de la comida y del vino. El
mismo Homero dice expresamente lo contrario en el libro
cuarto de este mismo poema. Allí (versos 261, 62 y 63),
para probar Agamenon a Idomeneo que estaba en cierto
modo más obligado que los otros caudillos a mostrar su
valor en la pelea, le dice: «porque en los convites los otros
beben una porción determinada (no igual), pero tu vaso,
corno el mío, está siempre lleno para que puedas beber
cuando te agrade.» De lo cual se infiere que las porciones
de vino que se servían al Atrida y al Rey de Creta no eran
iguales a las de los otros convidados. Y si no lo eran las del
vino, no hay razón para suponer que lo eran las de la carne.
2.º En el libro séptimo, verso 320, se halla la misma
expresión δαιτοζ εισηζ, y en el verso siguiente se dice
que Agamenon, para agasajar a Ayax, le dio todo el lomo de
la víctima; buena traza de que su porción fuese igual a la de
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los otros. ¿Cuántos lomos tenía el buey para que a cada uno
de los convidados, que por lo menos eran siete, le tocase
uno? 3.º Y en el ya citado libro cuarto, al verso 48, hablan-
do Júpiter de que los Troyanos siempre le habían ofrecido
agradables sacrificios, dice: «jamás allí mi ara careció
δαιτοζ εισηζ», y conociendo el traductor latino que sería
ridículo decir cibo œquali, pues no había diferentes porciones
sino una sola, traduce epulis convenientibus; de lo cual resulta
que δαιτοζ εισηζ no significa porción igual de comida,
sino manjares sabrosos; o lo que yo más creo, que allí y
siempre debe escribirse δαγτοζ εσθληζ. Ψ no se oponga
que disolviendo así el diptongo de δαιτοζ resulta la
primera larga, contra la regla general que en este caso quiere
breves las dos vocales separadas por diéresis; porque esta
regla tiene la excepción de que resultando tres breves
seguidas se hace larga la primera, como en
αθανατοζ, αχαµατοσ. Véase la Prosodia de Becucci.
Verso 808. coronaron.-Entiéndase materialmente como
suena, en el sentido de que adornaron las urnas con
guirnaldas de flores; y no se haga caso de Ateneo, el cual se
empeña en que el ζπεϕαντο quiere decir únicamente que
llenaron las urnas hasta arriba. Aquí hay dos cosas: primero,
llenar de vino las urnas; y segundo, rodearlas o coronarlas
con guirnaldas de flores. Y que tal fuese la costumbre, nos
consta por un pasaje de Virgilio que no deja duda ni admite
otra interpretación. Está en los versos 525 y 26 del libro
tercero de la Eneida, y dice así.
Tum pater Anchises magnuni cratera corona
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LIBRO SEGUNDO.
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LIBRO NONO.
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