Apunte Sócrates en Apología y Critón
Apunte Sócrates en Apología y Critón
Apunte Sócrates en Apología y Critón
[Apología y Critón como diálogos “socráticos” o “de juventud”. El contexto del juicio
a Sócrates: la “diabolé” (“prejuicio”, “calumnia”) de los primeros acusadores.
Sócrates sofista según la comedia de Aristófanes. Ecos del Encomio de Helena de
Gorgias en el Proemio de Apología: verdad, persuasión, orden del discurso, pasiones.
El mote de “hábil/terrible para hablar”. Persuasividad de la verdad socrática vs.
persuasividad del verosímil pasional sofístico. Hechos vs. palabras. Espontaneidad vs.
orden. Retórica socrática y diálogo cooperativo: verdad como producto de un acuerdo.
El diálogo con las leyes en Critón. Supremacía de la patria en tanto fundamento
metafísico del hombre-ciudadano. La posibilidad de interpelar al fundamento: el
diálogo con las leyes. Alcances de la alternativa exclusiva: obedecer o persuadir.]
Vamos a trabajar fundamentalmente con dos diálogos del período así llamado “de
juventud” o “socrático” de Platón (para el tema de la clasificación de la obra platónica
los remito al primer teórico sobre Platón que tendrán en breve). Digamos que son dos
textos donde un joven Platón presenta cuestiones que habrían sido de factura más bien
socrática que platónica. Ambos diálogos coinciden en abordar cuestiones que surgen
del juicio que Atenas le realiza a Sócrates por impiedad en el año 399 a.C. Allí,
Meleto, Ánito y Licón acusan a Sócrates de creer en dioses que no son los dioses en
los que cree la pólis, y de corromper a los jóvenes enseñándoles estas cosas. En
principio, Sócrates alega que el juicio sólo pudo tener lugar gracias a cierto
“prejuicio” y “calumnia” (diabolé en griego) que pesaba sobre él al momento de
realizarse. Este prejuicio en sus jueces se habría fundado, entre otras cosas, en la
pintura que de Sócrates realiza Aristófanes en su comedia Nubes (representada por
primera vez en 423 a.C. y por segunda vez en 417 a.C.). Allí Aristófanes hace de
Sócrates prácticamente un sofista: maestro que cobra por enseñar a sus alumnos
discursos persuasivos con vistas a lograr aquello por lo que el alumno pague. En
concreto, ese Sócrates enseña a hacer más fuerte el argumento más débil, enseña a
engañar con palabras, enseña que los dioses tradicionales no existen.
Leamos tres textos del Apéndice de la Antología de preplatónicos:
En este texto vemos la contraposición clara de los dos discursos que Sócrates ofrece
al alumno. Finalmente, triunfará el malo, al revelarse, si bien injusto y peor que el
bueno, mucho más efectivo en la práctica si de lograr provecho personal se trata.
Pero además de Aristófanes, hay otro autor que opera como trasfondo de la defensa de
Sócrates en Apología: Gorgias, sobre todo dos de sus escritos: el Encomio de Helena
y la Defensa de Palamedes. Vamos a ocuparnos solamente del primero, dado que no
hemos trabajado el otro este cuatrimestre. Recuerdo muy rápidamente algunos puntos
que se vieron en la clase sobre el Encomio: en el §1 Gorgias afirma que la verdad
consiste en el mero orden (kósmos) del discurso, esto es: que un lógos verdadero es un
lógos que se construye siguiendo determinado orden (eso que en el último parágrafo
del Encomio llama “norma”, nómos), articulado. La verdad por correspondencia entre
la palabra y las cosas queda, así, de lado, en pos de una verdad que se define como el
mero orden de un discurso coherente en sí mismo. La verosimilitud se impone a la
verdad. Entre los §§8 y 14, dedicados al lógos, Gorgias insiste en el poder que tiene la
palabra en las almas de quienes oyen al alterar sus pasiones: hace cesar el miedo,
produce alegría, etc., pasiones que resultan fundamentales para lograr convencer o
persuadir al oyente sin apelar a los hechos. Se llega a decir que la palabra “hechiza” y
persuade a quien escucha. En el §11 hay un afirmación fundamental: “cuántos
persuadieron a cuántos y sobre cuántas cosas, y siguen persuadiendo, modelando un
discurso falso”: de nuevo, verdad (por correspondencia) y persuasión están separados;
se puede persuadir modelando un discurso falso. Esto es posible porque no hay
recuerdo del pasado, ni percepción del presente, ni previsión del futuro: la realidad es
el modelado de ese discurso.
Ahora bien, entre tales cosas me asombró especialmente una de las muchas que falsearon, a
saber: donde decían como que era necesario que se cuidaran de ser engañados por mí, como si
yo fuese hábil para hablar.
La falsedad mayor es haber dicho que Sócrates es “hábil para hablar” (deinòs légein),
cualidad que por doquier en los diálogos se le atribuye a Gorgias. Esta habilidad hay
que entenderla en su profunda dimensión: se trata de una habilidad orientada a fines
moralmente defectuosos. De allí que el adjetivo “deinós” también signifique “terrible”
o “temible”: se trata de una capacidad terrible pero muy astuta que manipula la
palabra con habilidad. Sócr. es acusado de lo que en realidad hacen sus acusadores, de
allí su asombro.
(17b) Entonces, que no se avergüencen porque en breve los refutaré en los hechos –cuando
me revele como alguien en absoluto hábil para hablar–, eso me parece que es lo más
desvergonzado de todo. A no ser que estos llamen “hábil para hablar” al que dice cosas
verdaderas, pues si dicen eso, yo mismo convendría en que soy un orador, <aunque> no al
modo de ellos. Ellos, como digo, han dicho poco o nada verdadero; de mí, en cambio, ustedes
escucharán toda la verdad.
Sócr. presenta su propio modo de hablar y lo que él mismo considera “hábil para
hablar”: decir cosas verdaderas. En este sentido, él también se considera un orador:
no persuadiendo apelando a falsedades –como el personaje de Aristófanes-, sino
persuadiendo con la verdad. Se trata de una persuasión que se funda no en artilugios
retóricos o en manipulación de un lenguaje que, bien ordenado y movilizador de
pasiones, genera verosimilitud y persuade, sino de una persuasión que se funda en la
verdad y en los hechos. Porque Sócr. dice aquí que, a diferencia de sus acusadores,
hablará de hechos, no de meras palabras (de la diabolé). Algo similar ocurría con el
lógos del Encomio.
Desde ya, por Zeus, que no <escucharán>, señores atenienses, discursos embellecidos (17c)
con frases y palabras como los de ellos, ni tampoco <discursos> especialmente ordenados,
sino cosas dichas espontáneamente, con palabras al azar –pues confío en que las cosas que
digo son justas–; ninguno de ustedes espere algo distinto <a este modo de hablar>.
Tampoco convendría, sin duda, que viniera yo hasta ustedes, a esta edad, como un muchacho
que modela palabras. Por cierto, señores atenienses, lo que más necesito y ruego de ustedes es
esto: que si acaso me escucharan defendiéndome con los mismos discursos mediante los
cuales acostumbro hablar también en el ágora junto a las mesas <de los cambistas> –donde
muchos de ustedes <me> han escuchado, al igual que en otros lugares–, ni se asombren ni se
alboroten por ello, pues <el asunto> es este: (17d) me presento ahora por vez primera ante un
tribunal, a los setenta años de edad. Soy, por lo tanto, una especie de extranjero del lenguaje
de aquí.
En “muchacho que modela discurso” volvemos a ver una referencia al §11 del
Encomio. A su vez, Sócr. afirma que en el tribunal utilizará su lenguaje habitual, ese
que le han escuchado en el ágora, esto es: el diálogo. Pero no se trata de un diálogo
erístico o agonístico, que tan sólo persigue vencer al interlocutor a como sea, sino de
lo que podemos llamar “diálogo cooperativo o dialéctico”, frente al diálogo erístico o
contienda erística que propone el sofista. Este modo de utilizar el lenguaje se ve, por
ejemplo, en el texto 2 de la Antología.
Aquí Sócrates insiste en que no habrá de apelar a las pasiones de los jueces –
recordemos el primer texto que leímos: los jueces “padecieron” al escuchar a Meleto–
: no les suplicará, no hará subir a sus hijos al estrado, sino que los intruirá o
persuadirá. Al manejarse con la verdad, la persuasión violenta y manipuladora del
alma característica del deinòs légein no es necesaria. Sócr. apela a ua persuasión que
instruye a quien escucha y no conoce la verdad.
Por último, veamos un texto del Critón donde encontraremos algo de sumo interés
para nuestros temas de retórica y política. Es el texto 8 de la Antología.
8. Platón, Critón 51a-52a
SÓCR.– (hablan las leyes de Atenas). ¿Eres así de sabio como para que te pase inadvertido
que la patria es algo más honroso que la madre, el padre y absolutamente todos los demás
antepasados, (51b) y también algo más venerable, sagrado y digno de respeto tanto por parte
de los dioses como de los hombres con inteligencia; y que hay que venerarla, ceder ante ella y
halagarla más que a un padre, si está enojada, y persuadirla o hacer lo que ella ordena? […]
Tanto en la guerra, como en el tribunal, como en todos lados hay que hacer lo que la ciudad –
es decir: la patria– ordene, o bien persuadirla de lo naturalmente justo. […] (51e) Y también
afirmamos que el que no obedezca comete una triple injusticia: <en primer lugar> porque,
habiéndole dado la existencia, no nos obedece; <en segundo lugar> porque, habiéndolo
alimentado, <no nos obedece>; y <en tercer lugar> porque, habiendo acordado con nosotras
que iba a obedecernos, ni obedece ni nos persuade si no hacemos bien alguna cosa, (52a) aun
cuando no proponemos ni establecemos de un modo violento hacer lo que ordenáramos, sino
que permitimos una de dos opciones: o persuadirnos o hacer <lo que ordenamos>, y <aquel
que no obedece> no hace ninguna de las dos cosas.
Sócr. personifica a las leyes de Atenas, les da voz, y las hace opinar sobre la
propuesta que le ha hecho Critón en la prisión: escapar de la cárcel. A esto, las leyes –
es decir, la ciudad– responden que la patria está por encima de cualquier vínculo
personal o privado. En el marco de lo que venimos hablando, aquel acuerdo del que se
hablaba en el texto 9 del Gorgias sólo es superado por un acuerdo superior y fundante
de aquel: el acuerdo que cada ciudadano ha hecho con las leyes de la pólis en la que
vive. Al rendir el examen de ciudadanía (en griego, dokimasía), Sócr. ha prestado
juramento: siempre, cualquier sea el caso, cumplirá con las leyes de Atenas. Si
merced a esas leyes fue condenado a muerte, no corresponde que ahora que las
condiciones le son adversas rompa aquel juramento.
Esta preeminencia de la ciudad es posible debido a que, si el fundamento físico de un
hombre son sus padres, el fundamento metafísico es la pólis: sin ciudad, no puede
haber ciudadanos. Sócr. es quien es (Sócrates, ciudadano ateniense) gracias a que
existe una ciudad que, mediante sus leyes, regula y garantiza su nacimiento. A su vez,
para ser ateniense había que ser hijo de padre y madre ateniense, cosa que sólo es
posible en el marco de una legislación que lo regule. De allí la triple injusticia de la
que se habla en el texto que implicaría fugarse: porque la ciudad permitió que Sócr.
pase del no ser al ser (existencia), porque permitió que se transformara de niño en
ciudadano (alimentación/instrucción), porque para que sea ciudadano hizo con él un
acuerdo que, en tanto ciudad, tiene el deber de observar y garantizar.
Ahora bien, frente a estas leyes, se contemplan dos y sólo dos alternativas:
obedecerlas o persuadirlas, tertium non datur. De allí que la alternativa de Critón,
fugarse, no es una posibilidad. Lo interesante de esto es que la obediencia no es la
única alternativa. Como leerán en los capítulos de Poratti que tendrán que leer para
estos temas, esta pólis que Platón presenta en Critón no es cerrada, sino que se abre la
posibilidad de ser persuadida: se puede interpelar al fundamento que sostiene la
existencia de cada ciudadano ateniense, y si se lo persuade, ese fundamento cambia ,
porque puede estar equivocado (noten en el último texto citado el pasaje “si no
hacemos bien alguna cosa”). Esta persuasión que propone Sócr. tiene un poder tal que
permitiría, en caso de aplicarse correctamente, modificar incluso el fundamento
metafísico de su existencia, que es la pólis. De allí la naturaleza eminentemente
dialógica de la política: la ciudad no encuentra su fundamento en principios
metasíficos como los que propondrá Platón en textos como República, sino en los
acuerdos que las leyes hacen con los ciudadanos, acuerdos que siempre pueden ser
revisados y reemplazados por nuevos acuerdos.
Ahora bien, si no se logra persuadir a la ciudad, sólo resta obedecer.
Secundaria:
PORATTI, A., Diálogo, comunidad y fundamento. Política y metafísica en el Platón
inicial, Buenos Aires, Biblos, 1993, pp. 109-115 (“La ciudad dialógica”) y 125-135
(“Lenguaje y verdad en Apología de Sócrates”).
BIEDA, E., Platón. Apología de Sócrates. Critón, Estudio preliminar, traducción y
notas, Buenos Aires, Winograd, 2014, pp. 12-34 (“El juicio”).