Amor
Amor
Amor
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SANTA VERÓNICA GIULIANI Y SU ÁNGEL CUSTODIO
Nihil Obstat
Padre Ricardo Rebolleda
Vicario Provincial del Perú
Agustino Recoleto
Imprimatur
Mons. José Carmelo Martínez
Obispo de Cajamarca (Perú)
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ÍNDICE GENERAL
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: VIDA DE SEGLAR
Su infancia.
Muerte de su madre.
El Niño Jesús en su niñez.
Las travesuras de Ursulina.
Deseos de comulgar.
Primera comunión.
Luchas interiores y exteriores.
Vencida toda resistencia.
Aceptada en el monasterio.
SEGUNDA PARTE: VIDA EN EL CONVENTO
La vestición.
Renovación del hábito.
La primera noche en el convento.
Noviciado.
Problemas.
Profesión religiosa.
Renovación de la profesión.
El Niño Jesús en su edad adulta.
Salvación de las almas.
TERCERA PARTE: AMOR A LOS SANTOS, A MARÍA Y JESÚS
Sus santos predilectos.
La Virgen María.
Jesús Eucaristía.
Besos de Jesús.
Orar con Jesús.
Recibe la comunión de Jesús.
Recibe la comunión de María.
CUARTA PARTE: INFIERNO, CIELO Y PURGATORIO
El demonio.
Demonio transfigurado.
Defendida por María y su ángel.
Agua bendita.
El infierno.
El cielo.
La confesión.
El purgatorio.
Muerte de su padre.
QUINTA PARTE: DONES SOBRENATURALES
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Carismas. 1.- Éxtasis y levitación.
2.- Conocimiento sobrenatural.
3.- Profecía. 4.- Bilocación.
5.- Ayuno permanente.
6.- Perfume sobrenatural.
7.- El poder de la obediencia.
El nombre de Jesús grabado.
Penitencias y alegrías.
La herida externa en el corazón.
Dolores de la Pasión.
Las llagas.
La transverberación.
Desposorio con Jesús.
Matrimonio espiritual.
Los tres corazones.
SEXTA PARTE: LOS ÁNGELES
El ángel custodio.
Visiones.
El ángel asistente.
El ángel cocinero.
El ángel despensero.
El ángel que da la comunión.
El ángel orante.
Sus ángeles.
SÉPTIMA PARTE: SU GLORIFICACIÓN
Milagros en vida.
Su muerte.
Milagros para la beatificación y canonización.
REFLEXIONES.
CONCLUSIÓN
CRONOLOGÍA
BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
Desde muy niña, tenía trato y amistad con el Niño Jesús que se le apareció
a lo largo de toda su vida como Niño vivo, incluso desde sus imágenes. Con él
jugaba y conversaba como con un amigo querido y cercano. Sus relatos en el
Diario, desde que tenía tres años, tienen una ternura y una delicadeza
maravillosa.
Su amor a Dios era tan grande que con frecuencia repetía: Padecer o
morir, como santa Teresa de Jesús; o padecer y no morir como santa María
Magdalena de Pazzi.
Nota.- Iriarte hace referencia al libro de Lázaro Iriarte, Santa Verónica Giuliani,
Experiencia y doctrina mística, BAC, Madrid, 1991, en el que están transcritas cinco
relaciones autobiográficas de la santa.
5
Sum se refiere al Summarium del proceso: Beatificationis et canonizationis
Servae Dei Veronicae de Julianis, Summarium super dubio, 1800. En este Sumario se
encuentran los testimonios de los confesores y de las religiosas de su monasterio y de
otras personas que la conocieron.
En cuanto al Diario, lo comenzó a escribir por orden del padre Bastianelli el 13
de diciembre de 1693. En castellano abarca ocho grandes tomos; los citaremos poniendo
el tomo seguido del número romano correspondiente y la página donde se encuentra el
texto citado. Fueron publicados por la librería editorial Subirana de Barcelona los tres
primeros volúmenes en 1905; el cuatro y el cinco en 1906; el seis y siete en 1907 y el
ocho en 1909. Su título en esta edición española es: Un tesoro oculto o Diario de santa
Verónica de Julianis.
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PRIMERA PARTE
VIDA DE SEGLAR
SU INFANCIA
Sus padres tuvieron siete hijas, dos de ellas murieron de niñas. De las
cinco que quedaron, tres entraron en el convento de Santa Clara como clarisas en
su ciudad. Y Úrsula entró en las capuchinas de la misma ciudad, de Città di
Castello.
Ella misma nos dice: Siendo de edad de unos tres años, al oír leer la vida
de algunos santos mártires, me vino deseo de padecer. Entre otros padecimientos
soportados por ellos, uno fue el ser quemados. Cuando oí leer esto, también yo
1
Tomo V, p. 43.
2
Sum p. 18.
7
sentí un deseo vivo de ser quemada por amor de Jesús, y llegó a tal grado, que
puse la mano en un brasero —era en tiempo de invierno— con intención de
quemarme a imitación de aquellos mártires. Se me abrasó toda la mano y, si no
me hubieran apartado el fuego, se me habría quedado asada.
Otra vez, siendo también de edad de unos tres o cuatro años, oyendo leer
el compendio de la vida de santa Rosa de Lima y las grandes penitencias que
hacía, me vino deseo de hacer también yo lo propio; entre otras cosas, la quería
imitar en las disciplinas que tomaba. Pero, no teniendo con qué azotarme, me
quitaba el delantal, hacía muchos nudos en las cintas del mismo y luego,
poniéndome detrás de alguna puerta, me golpeaba.
Otra vez, oyendo que dicha santa se hirió lastimosamente por haberse
cogido un dedo fuertemente bajo la tapa de una caja —pero ella calló y llevó el
dedo malo por buen tiempo en su deseo de padecer—, me vino deseo también de
sufrir lo mismo, si bien no tenía valor para hacerlo adrede. Pero el Señor lo
permitió cuando menos lo pensaba.
Estaba yo una mañana jugando con los dedos detrás de una puerta de
casa y descuidadamente los metí en la rendija de la misma, me parece que
precisamente en aquel momento estaba pensando en el daño que se hizo santa
Rosa. En esto una de mis hermanas vio entrar por la puerta un perro grande.
Tuvo miedo de él y, sin percatarse de que yo estaba allí detrás, cerró la puerta
de golpe, aprisionándome un dedo con ella. Comenzó a llorar fuertemente
diciendo que había matado a su hermana.
8
padecer como aquella santa. La herida era tan profunda que se veía el tendón.
En seguida mandaron por el cirujano, el cual dio mucha importancia al caso.
Hizo un parche con clara de huevo y varillas y me lo ajustó con pesar mío. Pero
yo no decía nada; sentía que me medicasen, ya que hubiera querido soportarlo
sin ningún remedio, como lo había hecho aquella santa.
Con todo, cuanto más oía leer su vida, más ganas me venían de hacer
todo lo que ella hacía, y me imaginaba que la santa estaría siempre conmigo.
Pero tales cosas eran ocurrencias sin ningún conocimiento. Las hacía solamente
por oír que ella las hacía.
Así, otra vez quiso mi madre cortarme las uñas de los pies e,
inadvertidamente, me cortó un trozo de carne. Ella se disgustó, pero yo, viendo
salir la sangre, sentí alegría y le dije que no era nada, sin permitir que me
aplicasen medicamento alguno. Todo esto lo hacía para imitar a mi santa Rosa,
no por otro motivo 3.
Ella continúa diciendo: Hacia los cinco años comencé a hacer altarcitos.
Hubiera querido que todas mis hermanas hicieran lo mismo que hacía yo. Pero
todo esto lo hacía yo sin sentimiento ninguno: eran cosas infantiles.
Más aún, hacía esta travesura: cuando las veía leer o rezar el Oficio de la
Virgen, yo las molestaba de mil maneras a fin de que dejaran aquello y vinieran
a hacer altarcitos conmigo. Y esto no lo hice sólo de pequeña, sino también de
3
Iriarte, pp. 63-65.
4
Sum pp. 7-8.
9
mayor. A ésta le hacía una trastada, a ésta le hacía otra. No sé a qué se debía:
pienso que a la bondad de las hermanas, ya que cuanto más las traía
crucificadas, más me querían ellas; y no sólo ellas, sino todos los de casa. Yo
era voluntariosa: cuando quería una cosa, no dejaba en paz a nadie hasta salir
con la mía. Era la más pequeña, pero quería estar sobre todos y que todos
hicieran lo que a mí me agradaba; la verdad es que me contentaban en todo.
Pasé mucho tiempo con estos deseos. Ciertamente, todo eso no procedía
del espíritu; creo que si deseaba hacer todo aquello era sólo porque se lo veía
hacer, no por otro motivo. Con todo, ya que no lo podía hacer, me conformaba
fácilmente; pero cuando llegaba el día en que ellas comulgaban, sin poder
hacerlo yo, esto me disgustaba mucho. Sin embargo, no decía nada ni al
confesor ni a los de casa; pero me parece recordar que, en tal día, aunque no
comulgase, yo sentía cierto contento estando con las que habían comulgado 5.
5
Iriarte, pp. 65-66.
10
MUERTE DE SU MADRE
ANÉCDOTAS
6
Iriarte, p. 65.
7
Iriarte, p. 63.
11
di a aquel pobre y me hizo entender que aquel pobre era él mismo. Y me hacía
ver dichos zapatos todo de oro que significa la caridad y además me hizo
entender que él agradeció mucho aquel acto de caridad que hice, porque dichos
zapatos no quería yo que nadie me los tocara. Tenía tanto cuidado con ellos por
ser los primeros que había tenido. Y, cuando se los di al Señor en figura de aquel
pobre, de nada me di cuenta, pero después, cuando ya no los tenía, sentía pesar
y me desagradó mucho. Me acuerdo en este momento de ello como si fuera
ahora 8.
8
Tomo III, pp. 471-472.
9
Sum p. 12.
10
Ibídem.
11
Iriarte, p. 101.
12
Un día estando en Piacenza, Jesús le habló desde un cuadro pintado que
había en la casa donde vivía con su padre; y le dijo que no tomase ningún
esposo de la tierra porque él, su Creador y Redentor, sería su esposo fiel 12.
Cuando el Niño Jesús no se bajaba del cuadro para jugar con ella y dejarse
acariciar, ella se quejaba a la Virgen María del cuadro y toda animosa se subía a
una silla para alcanzar el cuadro. A veces se caía y se hacía daño en la cabeza,
pero no era nada grave, porque la Virgen y el Niño la cuidaban 14.
Ella lo veía como una persona viva y se sentía a su lado la persona más
feliz del mundo. Esta fue a lo largo de su vida una de sus mayores alegrías. Y
ella, se hacía niña con el Niño. Jesús era su mejor amigo.
Nos cuenta lo siguiente: A los tres o cuatro años, estando una mañana en
el huerto gustosamente entretenida en coger flores, me pareció ver visiblemente
al Niño Jesús acompañándome en coger dichas flores. Al punto dejé de cogerlas
y me fui hacia el divino Niño con deseo de asirlo, y me pareció que me decía:
“Yo soy la verdadera flor”.
12
Sum p. 13.
13
Sum p. 14.
14
Ibídem.
13
Paréceme que, asimismo siendo muy niña, siempre que veía las imágenes
de la Virgen y del Niño Jesús no podía saciarme de besarlas. Recuerdo que
muchas veces, en la misma edad de tres o cuatro años, me iba delante de alguna
imagen de la Virgen con Jesús en los brazos y le decía:
15
Iriarte, pp. 62-63.
16
Iriarte, p. 62.
17
Tomo I, p. 62.
18
Tomo I, p. 60.
14
Un día Jesús Niño vino como en vuelo a mis brazos y se apoyó con su
cabecita sobre mi pecho de la parte del corazón. Estaba precisamente sobre él
que dormía plácidamente, pero durante su sueño me hacía estar despierta y su
Corazón y mi corazón se unían de tal suerte que mi corazón se convirtió pronto
en un horno de amor 19.
Otro día, la santísima Virgen puso al Niño Jesús en mis manos. ¡Oh Dios!
No puedo explicar con la pluma lo que en aquel momento experimenté 20.
Un día entre otros, habíame hecho daño en las manos, en modo tal, que
iba a llorar amarguísimamente. Sin embargo, quería callar para no ser oída, y
para sufrir con más pena. Súbitamente aparecióse ante mí el Niño Jesús, con
semblante risueño y me dijo: “¿Qué haces?”. Y yo respondí: “Padezco por
Jesús”. Y él, como jugando, me agarró de la mano y dijo: “Tranquilízate, yo
quiero curarte. Procura no amar a nadie más que a Jesús. Yo soy”. Y enseguida
desapareció. Al momento me encontré curada. Diéronme ganas de hacer de
nuevo el mismo padecimiento, golpeándome con piedras, como entonces había
hecho; pero no pude. Me parece que vino no sé quién de casa y lo dejé.
19
Tomo VII, p. 639.
20
Tomo V, p. 29.
15
hiciera ahora! Estos dos hechos, jamás se los he manifestado a persona alguna.
Ahora, Dios me hace recordar todo lo que ha obrado en mí 21.
Recuerdo que una mañana estaba delante de una Virgen que amamantaba
al Niño Jesús, y yo decía: “Venid a mí, Jesús mío, que yo también os daré
leche”. Y ahora me parece recordar que en aquella ocasión el Niño se rió;
miróme un poco, y luego nuevamente se cogió al pecho de la Madre. ¡Oh Dios!
No sé cómo fue. No podía más. Quería llegar a dicha imagen y no podía. Cogí
algo y tanto hice que vino al suelo el clavo y la imagen. Entonces acerqué a la
santísima Virgen y le decía: “Yo quiero amamantar a este Niño; dádmelo”. Y
veía que Jesús me miraba y se movía. Yo no sabía cómo hacerlo para
amamantarle, por lo que me quité el corpiño que llevaba y me acerqué a él en
actitud de darle el pecho. Entonces le vi visiblemente dejar el seno de María y
cogerse a mis pechos. ¡Oh Dios! No puedo referir lo que me ocasionó aquel
acto. Me parece ahora recordar que en aquel punto quedé fuera de mí. Después
de todo esto recuerdo también que estuve tres o cuatro días con un contento que
no puedo explicar con la pluma.
21
Tomo V, pp. 302-303.
16
para mí”. ¡Oh, qué contento sentía! Muchas veces vi a Jesús en una imagen
como criatura visible; y una vez entre otras me parece que fui diciendo en alta
voz que quería aquel hermoso Niño, y por lo menos darle un beso. Así es que una
de mis hermanas lo cogió, pero yo ya no le veía como antes, sino niño de cera
que estaba allí en el pesebre. Así es que dije: “No es este aquel tan hermoso”. Y
lloraba amargamente, pensando que lo habían ocultado.
Otra vez, también por el mismo tiempo, estaba yo ante el Niño Jesús, y de
corazón le rogaba que se dignase aceptar mi corazón; y él me dijo: “Sí lo
tomaré, y yo seré tu corazón”. Toda contenta extendí la mano para tomarlo,
pero desapareció 22.
22
Tomo I, pp. 56-59.
17
venir?”. Iba a buscar algún manjar, y poniéndolo allí en el suelo, decía: “Jesús
mío, no quiero comer sin Vos”. Esperaba un buen rato, y al fin comía 23.
Recuerdo que cuando iba a casa algún niño, llevábale enseguida a hacer
reverencia a mi santísima Virgen y le hacía rezar el Avemaría. A los que lo
hacían, les daba de comer, acariciándoles muchísimo. Pero a veces iban algunos
tan obstinados que no les podía hacer inclinar la cabeza, ni querían rezar el
Avemaría. A estos les daba cachetes, y les hacía pasar la puerta diciéndoles:
“No volváis más, porque no os quiero, ya que no queréis bien a mi Virgen”.
Recuerdo ahora que una vez, en tiempo de rosas, por coger una, me
pinché toda con sus espinas. Llevésela a Jesús, y quería que bajase junto a mí,
23
Tomo I, pp. 284-285.
24
Tomo III, p. 469-470.
18
pues de lo contrario no le daría aquella rosa. De repente me pareció ver que
aquella imagen se movía y se hacía hermosísima. Esforzábame yo en decir:
“Jesús, venid”. Y añadía: “Venid”. Como un relámpago parecíame ver a Jesús
ante mí. Cogióme aquella rosa, y enseguida huyó. ¡Oh, cuánto lloré! Y decía:
“Me pinché toda por él. ¡Y me hace esto!”. Y lloraba tan fuerte que recuerdo
que mis hermanas acudieron a ver qué tenía. Yo nada dije, pero nadie podía
tranquilizarme.
Recuerdo asimismo ahora que muchas veces, teniendo que llevar alguna
mesa o cosa pesada, y no pudiendo hacerlo yo sola, me parecía sentir siempre
como una persona junto a mí. Y muy presto veía hecho el altarcito, pero no sé
cómo.
Me parece que, a la que contaba siete años, y aun antes, sentía gran deseo
de comulgar; y cuando mi madre y mis hermanas habían comulgado, pasábame
todo el día junto a ellas. No decía el porqué, pero a veces oía que decían entre
sí: “¡Qué milagro que Úrsula se esté quieta!”. Lo cual decían porque sabían que
no podía parar un momento. Nunca estaba sentada 25.
Mis hermanas eran tan buenas, que no tenían ánimo para hacer cosa
alguna por su cuenta. Cuando les venía, por ejemplo, el deseo de mandar fuera
algo a escondidas de los mayores, yo les proporcionaba el modo de hacerlo.
Entre las otras cosas que yo hacía, era una el dar las cosas a ocultas. En
concreto, una vez di varios almudes de trigo y también algunos platos y
candeleros de latón. De esto tuve mucho escrúpulo, ya que de esos platos y de
los candeleros se dieron cuenta y culparon a una criada: yo no quise decir
nunca que había sido yo, si bien hice que dicha criada no padeciera nada y logré
que no la despidieran como ya habían decidido.
25
Tomo I, pp. 295-299.
19
Travesuras como ésas las hice de todas clases, y fui causa de que también
las hicieran mis hermanas. Hacía muchos actos de caridad; pero creo que todo
era sin fruto, porque frecuentemente lo hacía más por vanidad que por amor de
Dios. La verdad es que, cada vez que veía a los pobres, me movía a compasión y
no podía menos que darles alguna cosa. Asimismo, cuando venía algún religioso
por limosna, yo tenía encargado a la criada que me llevara consigo para poderle
besar la mano y darle la limosna personalmente. En hacer esto sentía gran
contento; me parecía ver a nuestro Señor cuando los veía a ellos…
Una de las veces di un bofetón a una criada porque me pareció que hizo
una acción no del todo buena. Me vino un celo tan grande de la ofensa de Dios,
que le reñí mucho y, luego, no la quise ya en casa; dije a mi padre que la
despidiese sin decirle la causa, y él lo hizo sin más. He tenido siempre escrúpulo
de esto, ya que habría podido enmendarse y se podía haber usado de caridad
con ella. De estas cosas no me confesaba; al contrario, me parecía haber obrado
rectamente.
Era tal mi osadía, que no había uno que pudiese conmigo. Mis hermanas
mayores me obedecían como si yo fuese la dueña de casa; y no parecía sino que
todas anduvieran a porfía para ver quién me daba más gusto. Yo hallaba en esto
mucho agrado, y hasta experimentaba satisfacción.
Un día, por ejemplo, me vestí de hombre e hice que todas mis hermanas
hicieran lo mismo. Gocé mucho al verme vestida así; me hice ver de varias
personas. Todo lo hice sin reflexión alguna; pero más tarde pensé que, por ese
comportamiento mío, aquel día pude haber sido causa de alguna ofensa de Dios.
Sentía el impulso de no volver a hacerlo, pero he de confesar que después lo hice
más veces, y siempre con el mismo impulso. Lo digo todo para que sepáis hasta
dónde fui ingrata a Dios no correspondiendo a tantos reclamos suyos 26.
26
Iriarte, pp. 71-73.
20
DESEOS DE COMULGAR
27
Tomo VI, p. 711.
28
Tomo I, p. 64.
21
mañana le dije a mi confesor: “Padre, ¿cuándo comulgaré?”. A lo que replicó:
“Todavía no, sois demasiado pequeña: entretanto preparaos”. ¡Oh Dios! Pasé
todo el día llorando por esta negativa; pero nada dije de lo que tenía, y me
marchaba a un aposento donde había muchos cuadros, en uno de los cuales
estaba pintado el Salvador. Una de las veces que fui, parecióme ver esta imagen
muy bella, y desde entonces iba muy frecuentemente a verla quedando cada vez
más devota de la misma, y decía: “Oh, Señor mío, yo no quiero a otro más que a
Vos, y Vos solo seréis mi esposo. Concededme esta gracia, no me dejéis, Dios
mío”. Vi aquella imagen muy bella, como muchas veces antes la había visto, me
parecía que me hablaba y me decía: “Está firme, no tomes otro esposo que yo”.
Yo replicaba: “Ciertamente, Señor, no quiero a otro más que a Vos”. Estaba allí
mucho tiempo, y volvía con frecuencia, sintiendo inflamarse cada vez más el
deseo de dedicarme por completo a Dios.
PRIMERA COMUNIÓN
Nada diré de lo que pasé muchos días antes: sólo recuerdo que la noche
anterior no pude descansar; a cada momento pensaba que el Señor tenía que
venir a mí, y esto sólo me tenía despierta, y pensaba qué le podía pedir a su
venida, y qué le podía ofrecer. Hice propósito de hacerle el homenaje de toda mí
misma, pidiéndole su santo amor para amarle y cumplir su divina voluntad.
29
Tomo I, p. 65.
22
Paréceme recordar que quería decir algo y no podía. Sentía verdaderamente que
el Señor había venido a mí, y de corazón le decía: “Dios mío, ahora es tiempo
que toméis posesión de mí: me entrego toda a Vos, y a Vos solo quiero”. Él
respondió: “Eres mía, y yo soy todo tuyo”. A estas respuestas, me sentía
consumir, pero no comprendía lo que era. Sentía despegarme de las cosas
terrenas, y ya de nada me cuidaba y decía: “Dios mío, a Vos solo quiero, a Vos
solo deseo, y os pido vuestro amor para amaros de veras y para cumplir vuestra
voluntad”.
30
Tomo I, pp. 70-71. Su primera comunión fue el 2 de febrero de 1670. Tenía nueve años.
23
Todo esto me llenaba de gozo; hacía por vencerme en todo y por no ceder
en nada. A veces experimentaba algún combate entre la humanidad y el espíritu;
pero, en cuanto recuerdo, la humanidad recibía siempre la negativa en todo.
Únicamente me parece que, cuando dichos jóvenes me cortejaban y hacían todo
lo posible por conquistarme, a mí me venía alguna complacencia de ello cuando
me enteraba; pero no recuerdo que fuese permanente ni siquiera voluntario. Con
todo, eso me producía mucha pena y veía que quería inquietarme. Procuraba
seguir adelante con la mayor paz que podía.
El tío era muy extravagante y nadie se arriesgaba a decirle nada. Yo, que
era la más atrevida, aparentaba no tener temor, pero la verdad es que le temía.
Tenía de bueno que, cuando yo hacía algo, él no decía nada. Prevaliéndome de
esto, abusé en no pocas cosas, pero me cuidaba bien de decirlo a alguien.
31
Iriarte, p. 77.
32
Iriarte, pp. 70-71.
24
Mis hermanas mayores habían entrado ya en el convento, lo cual me
desasosegó mucho y no podía hallar paz. Lo que me hacía llorar no era tanto la
partida de ellas cuanto el temor de que para mí no hubiera esperanza de
hacerme monja. No obstante, me encomendaba al Señor; pero cada vez veía que
se me cerraban más las puertas.
Sabía yo que nuestro padre había escrito al tío que me contentase en todo,
pero que nadie me mencionase las monjas. Así lo hacían; mas yo estaba al tanto
de todo.
Me parece que en dicha carta había también otras cosas, pero ahora no
las recuerdo. Sé que la mandé a escondidas. No tardó en escribir mi padre
autorizando que yo me hiciese monja, no porque fuese de su gusto, sino por
complacerme.
Yo, noticiosa de esa carta, daba guerra sin cesar a mi tío y a quien tenía
cuidado de nuestra casa, pero no me hacían caso, alegando que aún no tenía
edad para ir al convento.
25
Por fin, viendo que nada me aliviaba si no era razonar de monjas,
hicieron venir dos licencias para que yo escogiera el monasterio que prefería.
En cuanto llegaron las dos licencias, me levanté de la cama, y ya no tuve mal
ninguno 33.
ACEPTADA EN EL MONASTERIO
Cierto día vino el señor canónigo Rossi, que estaba encargado de nuestra
casa, y me dijo: “Acaban de llegar para ti dos licencias: una para entrar aquí,
en el monasterio donde están tus hermanas; la otra, para el de Santa Clara de
Sant´Angelo in Vado, donde está vuestra tía. Escoge tú adónde quieres ir”.
De esto no supe nada entonces; pero veía que tanto el confesor como el
señor arcipreste trataban de examinarme sobre ese particular; yo me mantenía
firme en mi deseo. Por fin me lo dijeron todo y me aconsejaron que yo lo tratara
con mi tío. Estaba preocupada, porque era hombre con el que no se podía hablar
33
Iriarte, pp. 74-75.
26
así como así. Me vencí. Cuando oyó que quería hacerme monja en el monasterio
de las capuchinas, se enfureció y me dijo: “¡Eso, jamás! Porque tengo la
seguridad de que no te han de recibir. Eso no es para ti”.
Así se hizo. Pero antes de que llegara el momento tuve muchos disgustos.
No sé cómo hacía para no apenarme por nada. Daba por seguro que obtendría
la gracia.
Estando hablando así, llega nuestro tío con otras personas y me dice que
el prelado quiere oírme antes de mi partida; pero, no pudiendo salir de palacio,
ha dado orden de que me lleven allá. Me llené de contento, pero estaba
preocupada, porque no sabía cómo hablarle. La Superiora me llamó aparte, sin
que nadie la oyese, y me dijo: “¿Tendríais valor para poneros de rodillas
delante del prelado y pedirle la gracia de que podamos aceptaros antes de
vuestra partida?”.
Pensé que la Superiora no hablaba en serio, sino que me lo decía para ver
si yo era obediente. Le respondí: “Yo haré todo como usted me lo manda”.
27
Yendo de camino sentía un sobresalto grande. No creía poder hacerlo, me sentía
cobarde; mas, por otra parte, me veía dispuesta a esto, y mucho más con tal de
obtener la gracia.
No bien llegamos ante el prelado, dijo él: “Es demasiado joven para
tomar una vida tan rígida”. Comenzó a examinarme. Yo respondí a todo con
ánimo resuelto y le dije que esperaba en Dios que podría afrontar todo. Me
preguntó si sabía leer; yo le respondí que algo sabía y que haría lo posible por
aprender. Quiso escuchar cómo leía. Hizo traer un breviario. ¡Oh Dios mío, qué
angustia! A pesar de todo, probé a leer, y leí bien. Así el prelado como los demás
que estaban presentes, dijeron que la lectura podía pasar.
Pero nuestro tío, que conocía muy bien que yo no sabía leer, dijo: “Esto
es un milagro de su divina Majestad: no me explico cómo, no sabiendo apenas
deletrear, ahora oigo que lee perfectamente”. El prelado dio buenas palabras,
diciéndome que estuviera tranquila, que me guardaría el puesto para cuando
tuviera más edad. Con esto nos despedimos.
34
Iriarte, pp. 80-83.
28
SEGUNDA PARTE
VIDA EN EL CONVENTO
LA VESTICIÓN
29
monasterio; pensaba que allá dentro habría cesado todo. No quería ir a ninguna
parte; todo cuanto veía me daba náusea; en nada hallaba gusto.
35
Tomo VI, pp. 580-582.
30
Volví en mí, y me pareció ver en nuestra celda una gran luz; pero luego
desapareció. Yo me encontré, sin saber cómo, arrodillada delante del crucifijo
de la celda. Sabía que había ido a acostarme y que, por la felicidad que sentía,
no hallaba reposo. Decía solamente: “¡Señor, qué gracia tan grande es ésta de
haberme dado este hábito!”.
Ahora recuerdo que, desde que tuve esa visión, por mucho tiempo me
parecía sentir al Señor a mi lado como si fuera una persona. De tanto en tanto
oía que me decía: “¡Soy yo, no temas!”.
Cada vez que iba a comulgar experimentaba gran contento; creo que, a
veces, había también recogimientos y arrobamientos; y sentía que el Señor me
encendía cada vez más, comunicándome deseos de resolverme de una vez a
amarlo de veras.
36
Iriarte, pp. 83-86.
31
NOVICIADO
Eran muchas las tentaciones, pero esta de callar me dominaba más que
ninguna otra. No sólo no decía nada a la superiora ni a la maestra, sino que ni
siquiera lo hacía con el confesor. Pasé tres meses sin confesarme. Decía algún
defecto o alguna falta, pero de inquietudes y tentaciones no decía ni palabra, y
sostenía luchas día y noche. Hacía por no cometer faltas para no tener que
confesarme. A veces me decía el confesor: “Pero, ¿no tenéis ninguna falta?”. Yo
respondía: “Padre, ¿qué quiere que cometamos, si estamos siempre en silencio y
retiradas; mejor dicho, encarceladas?”.
Desde el principio' del noviciado hasta el final, y aun después, hubo una
novicia que comenzó a meterse conmigo, y yo con ella. Pocos días pasaban sin
que hubiera entre nosotras algún encuentro. Ella tenía de su parte a la
superiora, a la que contaba todo. Comenzaron a venirme mortificaciones en
público refectorio; yo me imaginaba de dónde venían, pero no decía nada. Mi
sensibilidad, sin embargo, se resentía vivamente y se revolvía. Hacía por pensar
en la pasión del Señor, y decía entre mí misma: “¡Verónica, recuerda que has
venido aquí para padecer; por tanto, a estar quieta!”.
32
Yo comprendía que la sensibilidad tomaba para sí más de lo que había, y
quería desahogarse de alguna manera; pero con la ayuda de Dios lograba
dominarla. Procuraba no dar a demostrar nada, y hacía todo lo contrario de lo
que querían la humanidad y el sentimiento.
A veces hacía hacía alguna cosa que yo sabía que había de agradar a la
Superiora y a la novicia; pero duraba poco este espíritu mío, porque luego
surgía algo entre nosotras. Esto era manifiesto a toda la comunidad, porque se
nos oía gritar alto. Yo no la tomaba tanto con la novicia como con la Superiora.
No podía decir una sola palabra; a veces me venía el deseo de decir algo: me
arrodillaba delante de la novicia y le decía que, cuando ella estuviera enfadada
conmigo, viniera a algún lugar apartado, para no ser oída, y me dijese cuanto
quisiera, que yo no habría hablado con nadie. Me parecía que era justo obrar
así; pero ella se enojaba todavía más contra mí; y pienso que lo hacía porque yo
no lo hacía con la humildad necesaria. Lo hice así muchas veces, precisamente
para vencerme, porque sentía cada vez más vivos la humanidad y el sentimiento.
33
Pasé así todo año del noviciado; y después las cosas siguieron lo mismo
con esa hermana. Pero yo supongo que todo procedía de mí; sólo que no sé
explicarme cómo sucedía. Me parece recordar que en mi interior sentía siempre
cierta paz, y no recuerdo haber tenido nunca sentimiento alguno de venganza
contra ella. Todo mi deseo era hacerle actos de caridad.
PROBLEMAS
34
Todo esto producía en mí cierto efecto, pero era de poco provecho,
porque he sido siempre un poco atolondrada. Aun así, estas reprensiones que me
hacía a mí misma producían su efecto por algún tiempo, pero luego comenzaba a
sentir nuevamente repugnancia. Estuve de esa forma bastante tiempo, sin
demostrar nunca nada a nadie.
A veces, al acostarme, oía como una voz sensible que me iba diciendo:
“No es tiempo de reposo, sino de padecer”. De pronto me encontraba levantada
y arrodillada delante del crucifijo. Le decía: “¡Dios mío, os pido almas! Estas
llagas vuestras sean voces por mí. Decid conmigo: ¡Oh almas redimidas con la
sangre de Jesús, venid a estas fuentes de amor! Yo os llamo, estas santas llagas
son voz por mí: ¡venid todas, venid todas!” 37.
PROFESIÓN RELIGIOSA
Jesús le hizo renovar varias veces la profesión. Nos dice: Tuve un rapto
(éxtasis) y mi ángel custodio me avisó que debía renovar la santa profesión y que
la obediencia quería que lo hiciese en manos de Jesús y de María… Me mostró
dos collares, no separados sino los dos en uno, y mi ángel custodio me indicó
que hiciera la profesión. Al llegar a aquellas palabras: “Hago voto y prometo a
Dios omnipotente”, no podía seguir adelante, pero terminé no sé cómo. Ante la
promesa de Dios de darme la vida eterna, mi alma experimentó un no sé qué
37
Iriarte, pp. 86-90.
35
como de paraíso y esto fue por medio de la bendición que Dios me dio,
absolviéndome y quitándome de mí toda culpa 38.
RENOVACIÓN DE LA PROFESIÓN
38
Tomo VI, p. 193.
39
Tomo VI, p. 194.
36
habéis dado ¡oh Esposo mío!, viviendo obediente, pobre y castamente,
observando la clausura ordenada por la constitución de la Orden.
40
16 de mayo de 1697; tomo IV, pp. 60-61.
41
Tomo I, p. 134.
37
instante vi venir muchos santos y santas, todos los cuales formaban círculo
alrededor de un trono que había allí en medio de dicho lugar.
Y de nuevo oía en los aires cánticos y sonidos; pero nada veía. ¡Oh Dios!
Parecía que dichos cánticos fuesen de ángeles y los sonidos del paraíso.
Llenábanme el corazón, y cada vez veía acercárseme más aquella luz. De pronto
apareció la santísima Virgen, llevando en brazos al Niño Jesús, quien me
parecía ser el mismo que muchas veces había visto. La santísima Virgen me
indicó si lo quería en mis brazos, y lo tenía de modo que parecía ofrecérmele.
Anhelaba yo tomarlo; pero me reconocía tan indigna que no osaba acercarme. Y
entretanto, sentía tal ansia y deseo, que no podía más. Parecía que el corazón le
llamase; y él estaba en actitud de querer venir. Súbitamente mi ángel custodio,
me condujo allí y Jesús me dijo: “¿Qué quieres?”. Yo respondí, no sé cómo: “A
Vos os quiero, mi sumo Bien” 42.
Muchas veces al ver al Niño Jesús me hacía sentir uno de esos toques del
corazón, que me hacían comprender que él era el esposo de mi alma, pero con
aquellas huidas repentinas parecía que me hacía morir de pena. A veces me
parece que se lleva mi corazón. Es inútil que yo lo llame con muchos nombres y
títulos: nada lo detiene. A veces me da tiempo para decirle: “Jesús mío, ¿queréis
ya desposaros conmigo? ¿Por qué no os quedáis? Esposo mío querido, no
hagáis el fugitivo. Quedaos conmigo”. He experimentado que a veces,
hablándole así, se queda un poco más, pero sucede pocas veces 45.
38
mientras el sacerdote comulgaba, nuevamente me ha dicho mi ángel: “Ahora
debe darte la comunión también a ti”. He visto a Jesús sacramentado en las
manos de mi ángel custodio, quien me ha dicho las precisas palabras que se
dicen en la comunión, y al recibir la sacratísima hostia, he experimentado en mí
los mismos efectos de la comunión sacramental 46.
46
Tomo VI, p. 253.
47
Tomo III, p. 171.
39
Lo decía sin recapacitar; pero, a veces, le veía de pronto a mi lado, y
luego desaparecía. Me dejaba tal vigor, que no sólo hacía todo el trabajo, sino
que hubiera hecho todavía más 48.
Ahora he recordado que una vez me quité los corales que llevaba al cuello, y
le dije a Jesús que, si venía, se los daría. Y me parece que María santísima y
Jesús bajaron allí al suelo, donde yo estaba, y tomando Jesús los corales, se los
puso al cuello, lo cual me causó gran contento. Pensaba que me los devolvería;
pero se estaba quieto y le gustaban. Yo no sabía cómo hacerlo, porque los
quería; y al cabo de un rato se los pedí. Quitóselos del cuello riendo, y se los dio
a la santísima Virgen, quien me los devolvió, dándome un amoroso beso, y lo
48
Iriarte, pp. 91-92.
49
Tomo I, pp. 274-275.
40
mismo hacía Jesús. Estas simplicidades mías se repitieron muchísimas veces con
la imagen que tiene el canónigo Carsidoni.
50
Tomo I, pp. 276-279.
51
3 de mayo de 1697, tomo IV, p. 21.
41
hacéis conocer”. Él me aseguró que me complacería en esto… Y me dio el beso
de la paz 52.
52
5 de mayo de 1697, tomo IV, p. 24.
53
8 de mayo de 1697, tomo IV, p. 30.
54
Tomo VI, pp.195-196.
55
Tomo VI, pp. 307-308.
42
En la celda de sor V. y de sor M., me pareció que se pusiera un poco
melancólico; pero súbitamente se volvió bellísimo, y ha permanecido con esta
belleza, hasta que estuvo en el santo pesebre. Yo no sé; siempre que iba a
visitarle lo hallaba casi siempre tan alegre que parecía de carne 56.
56
Tomo VI, pp. 472-474.
43
En la celda trece quedó el Niño de buena gana y me pareció que lleno de
contento me dirigió una amorosa mirada. En la celda catorce se quedó más
colorado que nunca. En la celda quince, mi celda, me arrebató los sentidos y me
hizo conocer cuánto amaba a mi alma. Me dio un cariñoso beso. En la celda
dieciséis me pareció que se llenaba de regocijo. En la diecisiete quedó lleno de
contento y no hizo mutación alguna. En la celda dieciocho se hizo palpable y me
pareció que con sus piececitos hacía esfuerzos contra mi mano que lo tenía como
si no hubiera querido entrar en esa celda. En la diecinueve se volvió todo
colorado y contento. En la veinte me pareció todo turbado y tan pálido que me
causo gran pena. En la celda veintiuna quedó bello y colorado como está
siempre 57.
57
Tomo VI, pp. 608-612.
58
Sum p. 94.
59
Tomo VII, p. 627.
60
Tomo VII, pp. 631-632.
61
Tomo V, p. 88.
62
Tomo VIII, p. 253.
44
Sor Ursula Cevoli manifestó: Un año, el día de la fiesta de la natividad de
María, hicimos la procesión con la imagen de la Niña María que teníamos en
una cestita. Al terminar la procesión, en la cual sor Verónica llevaba la imagen
de María, la colocó en la cesta de pie. La niña no tiene manos ni pies, porque
está fajada como niña pequeñita. La colocó de pie y, aunque naturalmente no
podía quedarse de pie, lo hizo. Después que se fue sor Verónica, yo misma y
otras religiosas intentaron colocarla de nuevo de pie y la imagencita no podía
sostenerse 63.
63
Sum p. 219.
64
Tomo VI, p. 322.
65
Tomo VI, p. 303.
45
humanidad santísima, que se dígnase ella misma obtener de su Eterno Padre tal
gracia.
Por dos veces el demonio me dio muchos golpes y me dijo que se la tenía
que pagar. Una noche, mientras velaba a dicha hermana, aparecióse en forma
de gato y quería subir a la cama de dicha enferma. Lo eché yo y él se me
acercaba como si hubiese querido echárseme encima. Tomé agua bendita e hice
la señal de la cruz. Ya no lo vi más por entonces.
Los demonios estaban allí con gran furor y la tentaban de varios modos;
pero no me era conocido todo. Sólo de vez en cuando, en algún breve rapto,
entendía algo. En este punto vi aquella alma y conocí que los demonios habían
perdido. Con rabia partieron y se dejaron también sentir de muchas que allí
estaban. Conocí que le faltaba breve tiempo para expirar. Pedí licencia al padre
confesor para ir a visitar el Santísimo.
46
Mientras iba, se me apareció el demonio en forma de gato; hizo feos
gestos y se lanzó sobre mí, como si quisiera despedazarme. Le di fuertemente con
el cordón, pareciéndome que golpease en un pedazo de hierro. De nuevo quiso
lanzárseme hacia el cuello. Y le di otra vez un buen cordonazo. Me siguió hasta
la puerta de la iglesia y allí me dejó; y al desaparecer, me dijo: “Te has salido
con la tuya; pero la pagarás”. Visité el Santísimo y de corazón rogué a Dios que
se dignase fortalecer dicha alma, y que presto la quitase de aquella agonía si era
su voluntad. Me pareció entender que ya el demonio no tenía más que hacer con
ella; que yo volviera junto a la misma y que en breve expiraría. Así fue.
A la noche siguiente tuve esto por dos o tres veces, pareciendo que dicha
alma me dijera: “No son cosas diabólicas; es verdad que padezco; y si
comprendieseis mi padecer, todas moriríais de dolor”. Paréceme que dicha voz
saliese de aquel lugar, del que vi desaparecer algo como una sombra, toda de
fuego; y volví en mí. Durante muchos días tuve siempre lo mismo y siempre me
era confirmado por la misma alma. Una noche, entre otras, me fue mostrado
dicho lugar con más claridad. Vi el lugar tan lleno de tormentos, que creía fuera
el infierno. No puedo explicarlo con la pluma; fue cosa que me causó gran temor
y espanto. Parecíame ver muchas clases de modos de atormentar y todos al
mismo tiempo atormentaban a muchas almas. Me pareció ver arriba, por los
aires, muchas de estas, atadas con algo que no comprendí lo que era. Una entre
otras, tenía más pena y esta me parecía ser aquella alma. Dios quería que en
todo entendiese yo los tormentos que padecía y por qué los padecía; que esto
sería gracia para mí, para que me enmendara de muchas cosas; que también
serviría de enseñanza para las demás; y que todo esto se lo contase a mi
confesor, a fin de que este se provechara de ello para sí y para las almas que
tenía bajo su dirección. Estas cosas me fueron confirmadas muchas veces
durante la oración, mostrándome aquel lugar y en él dichos tormentos. Todo
47
esto me hacía dirigir con toda vigilancia plegarias a Dios por todas las almas
del purgatorio, en especial por esta, caso que lo hubiese menester 66.
Otra vez el Señor, desde ese crucifijo, me prometió que me haría sentir las
penas y los dolores de su pasión; y me parece recordar que yo se lo pedía
constantemente. A veces, sin ser vista de nadie, iba a sus pies y le decía:
“Esposo mío crucificado, dadme a sentir las penas que sufristeis por mí.
¡Crucificadme también a mí con Vos! ¡Pronto, pronto!”.
66
1 de julio de 1701; tomo V, pp. 471-475.
48
Al decir esto, se me encendía el deseo de padecer; era un ansia que no me
dejaba sosegar. Hacía toda clase de penitencias, pero con ello me encendía más
en el deseo de padecer. Decía entre mí misma: “Es preciso que las penas sean
voces para nuevas penas, porque siento, Dios mío, cada vez más ansias de
padecer'” 67.
Otras veces, cuando Dios me daba luz sobre las ofensas que se hacen a su
divina Majestad, parecía que mi corazón quedaba destrozado por el dolor. Al
mismo tiempo se encendía de tal forma que me parecía llevar fuego dentro y por
la vehemencia del dolor me quedaba sin poder respirar. Esto lo he
experimentado con frecuencia en ocasión del carnaval y también en la Semana
Santa. Me parece haberlo experimentado asimismo mientras consideraba la
pasión de nuestro Señor 68.
Recuerdo que a veces mientras trabajaba, sentía una voz sensible que me
decía: “Ven a mí, ven a mí”. Dejaba el trabajo, iba un poco a la iglesia y al
punto quedaba como fuera de mí. Me parecía ver al Señor, ora de un modo, ora
de otro; es decir, unas veces a Jesús Niño, otras resucitado, otras con los
padecimientos de la pasión; y me decía que encomendase el estado de muchos
que se hallaban en desgracia suya por las muchas ofensas que cometían.
Hubiera dado mi propia vida y sangre por la salvación de esos tales y también
para que el Señor no fuese ofendido.
67
Iriarte, pp. 97-98.
68
Iriarte, p. 115.
69
Iriarte p. 95.
70
Iriarte p. 96.
49
más que su santa voluntad y acepté de nuevo el cargo que tengo de ser
medianera entre Dios y los pecadores 71.
TERCERA PARTE
AMOR A LOS SANTOS, A MARÍA Y JESÚS
El día de la fiesta de san Agustín de 1694 tuve por la noche una visión.
Me pareció que el Señor con multitud de ángeles y con dicho santo estaba
sentado en un trono y con gran júbilo de todos aquellos espíritus
bienaventurados me invitaba a mí. Dicho santo, llevando el cáliz en la mano, me
pareció que me dijera: “Este es un don precioso”. El cáliz comenzó a hervir y a
verterse por todas partes, a cuya sazón pareció que algunos de aquellos ángeles
acudieron con vasos de oro a recoger el licor que se vertía del cáliz, llevándolo
luego ante el trono del Señor.
71
Tomo V, p. 279.
72
18 de marzo de 1698, tomo IV, p. 480.
73
Tomo II, p. 97.
50
indicarme cuán precioso es el padecer y cuánto gusto se da Dios pasando por
ellos 74.
Un día, en la misa, entendí que san Felipe Benicio y el beato Pelegrín con
otros santos, en particular santa Catalina y santa Rosa, rogaban todos por el
celebrante. Cuando estaba a punto de comulgar, María ordenó al beato Pelegrín
y a san Felipe Benicio que asistiesen al sacerdote; y se colocaron uno a cada
lado 77.
Otro día vi un bellísimo trono sobre el cual estaba Jesús glorioso con
muchos santos y santas. De solo cuatro de ellos tuve noticia de quiénes eran. El
primero me pareció san Francisco, segundo san Agustín, tercero mi san Pablo y
cuarto san Antonio de Padua 78.
74
Tomo II, pp. 156-157.
75
Tomo II, p, 173.
76
6 de junio de 1697, tomo IV, p. 140.
77
Tomo VIII, p. 438.
78
Tomo II, p. 257.
79
Tomo II, p. 312.
51
pareció que el Señor me daba a entender que aquellos eran los santos apóstoles,
todos los cuales parecía que me quisiesen dar aquel hermoso don de la cruz 80.
En una ocasión, Verónica vio muchos santos y dice: Deseé saber quiénes
eran aquellos santos. Y el Señor me hizo conocer primero al padre san
Francisco, mi devoto san Felipe Neri, santo Domingo, san Agustín, mi san
Pablo, san Jerónimo, san Buenaventura, san Carlos Borromeo, san
Buenaventura, san Bernardino de Siena, san Antonio de Padua 81.
Verónica era muy devota de san Felipe Neri, a quien llamaba “mi
abuelo”, porque tenía un confesor de su Congregación. Sus tres santas
protectoras eran santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús y santa Rosa de
Lima. Otros santos de su particular devoción eran santa María Magdalena de
Pazzis, san Antonio de Padua, san Buenaventura, san Florido, patrón de Città di
Castello, Juan evangelista, san Andrés apóstol, san Francisco Javier, san
Ignacio de Loyola, san Jaime, san Pedro de Alcántara, el beato Pelegrín, san
Agustín, san Bernardino de Siena, san Felipe Neri, san Felipe Benicio, san Juan
Bautista y la beata Juliana de Cornillón. A san Pablo lo llamaba siempre mi san
Pablo. Y por supuesto tenía una devoción muy especial a san José y a san
Francisco y, santa Clara como sus padres espirituales. Sus siete abogados
protectores eran san Pablo, san Agustín, san Francisco de Asís, san Antonio de
Padua, san Buenaventura, san Bernardo de Siena y san Felipe Neri.
LA VIRGEN MARÍA
A lo largo del Diario aparece la Virgen María en casi todas las páginas, al
igual que Jesús y su ángel custodio. María era para ella su Madre querida y la
llamaba mamá. Era su refugio en los momentos tristes. Cuando se sentía sola,
porque Jesús no se le aparecía, acudía a ella y le daba las quejas. Cuando era
tentada por el demonio, María o su ángel la defendía. Al solo nombre de Jesús o
María desaparecían.
Decía que ella era hija de María dolorosa. Y cuando fue abadesa, le
entregó el mando del convento y les decía a todas que María era la verdadera
abadesa y que en el capítulo de culpas, se acusaran ante ella y en todo la
80
Tomo II, p. 329.
81
12 de mayo de 1697, tomo IV, p. 46.
82
Tomo VI, p. 582.
52
invocaran. María le daba frecuentemente besos y abrazos como a una hija. Nos
dice: María santísima de pronto me dio un amoroso abrazo y, haciéndome
reclinar mi cabeza en su seno, renovó en mi alma una gracia que recibí de
pequeña. Mi alma experimento una unión de voluntad con la voluntad divina,
estableciéndose un lazo indisoluble entre ella y Dios 83.
Verónica rezaba el rosario todos los días. Y anota: Una noche el Señor
cogió todos los rosarios que estaban sobre un pequeño altar. Tocó con ellos sus
santas llagas y después se los dio a la Virgen para que ella hiciera de ellos lo
83
Tomo VIII, p. 196.
84
Tomo VIII, p. 699.
85
Tomo VIII, pp. 254-255.
86
Tomo VI, p. 717.
53
que quisiera. Ella los bendijo y después los puso en manos de mi ángel custodio
para que él los llevase a los santos. Ellos los tomaron en sus manos y les dieron
también su bendición 87.
Otro día Jesús me tomó todos los rosarios que yo tenía en la mano y se los
dio a la Virgen. Yo dije: “Señor, mi confesor me dio estas reliquias para que
también os las presenté”. Cogió el Señor todo y se lo dio a la Virgen,
indicándole que ella se los diera a los santos presentes 88.
Hecha luego religiosa, un día tras otro veníame ardiente deseo de volver
a ver esta imagen, cuando fui de momento llamada y me entregaron un
envoltorio en el cual iba esta santa imagen. Creí morir de alegría. Le tenía
mucha estima, pero creía que aún no la apreciaba en lo que valía. Yo la hubiera
colocado en una hornacina de oro y de piedras preciosas, pero esto no era
posible. La tomé y la llevé a mi celda en donde obtuve por ella muchas y muchas
gracias. La tenía en la celda con la santa obediencia del confesor. Finalmente la
quiso el padre y me privó de ella 89.
87
12 de mayo de 1697, tomo IV, p. 47.
88
25 de mayo de 1697, tomo IV, p. 85.
89
Tomo VII, pp. 349-350.
54
JESÚS EUCARISTÍA
Los días que había comunión sacramental para todas, Verónica iba por las
celdas temprano para invitarlas a la comunión y a que todas se preparasen
dignamente para recibirla.
90
Carta del año 1701, sin fecha.
91
Carta del año del 16 ó 17 de mayo de 1698.
92
Tomo I, p. 153.
93
Tomo VIII, p. 518.
55
quedó con la cara toda encendida. Todo (lecho, almohadas, estancia) le parecía
fuego 94.
La comunión era para ella alimento para su cuerpo y para su alma. Así lo
dice Jesús: Mi carne es verdadera comida y sangre es verdadera bebida (Jn 6,
55).
Ella explica así los goces que recibía en la santa comunión: Si pusiera
como ejemplo todos los regocijos y placeres de que gozan juntos los más grandes
amigos que hay en el mundo, diría que estos no son nada. Y si sumase todos los
pasatiempos del universo, diría que son despreciables en comparación de los
que en un instante goza mi corazón con su Dios o mejor dicho hace gozar Dios a
mi corazón, ya que todas son obras e impulsos suyos 97.
94
Tomo VI, p. 666.
95
Tomo VI, p. 669.
96
Tomo VI, p. 673.
97
Iriarte p. 113.
98
Tomo II, pp. 183-184.
56
Otro día de comunión a las enfermas me pareció oír a Jesús: “Tú eres mi
esposa”. Después me fui a la iglesia y recibí la comunión, estando fuera de mí.
Estando en éxtasis (rapto) se dejó ver el Niño Jesús como en la noche de
Navidad, con la hermosa túnica toda cubierta de pedrería, con una crucecita en
la mano y con cinco joyas. Deseaba yo saber el significado de todo aquello y me
pareció que el Señor me decía: “Hija, si he agradecido tus besos. Son junto a mí
como joyas preciosísimas”. ¡Oh Dios! No puedo referir lo que entonces Dios
comunicó a mi alma 99.
BESOS DE JESÚS
Iba pensando entre mí qué cosa podría hacer que fuera más grata a este
divino huésped que venía a nuestra enfermería. Se me ocurrió que cuando V. R.
estuviese a punto de comulgar a las enfermas, ir yo también a pedírselo. Y
decíame interiormente: “Señor mío, cuando el padre confesor haya abierto el
copón en que estáis, quiero iros a ver a mi gusto. Así lo hice. Me puse en primer
término y estuve atenta. Pero, en aquel acto, viendo abrir aquella prisión de
amor, me quedé como fuera de mí; me sentía abrasar cada vez más el corazón.
Cuando Dios da estos besos, es algo tan penetrativo que parece sacudir
todo nuestro interior. Quiero decir que todas las potencias, corazón, alma,
sentidos y sentimientos parece que participan del don de gustar el amor divino.
Este amor no está oculto como otras veces, sino que se deja ver abiertamente y
viene, en persona, a abrazar a la misma alma, diciéndole: “Viva la paz”. Y en un
99
Tomo III, p. 283.
100
Tomo II, p. 44.
57
instante la abraza y la besa. Por eso, yo los llamo besos de paz... Oh, beso de
paz. Oh, beso de amor, Oh, beso de vida. Lo llamo así, porque parece que da
nueva vida, nueva fuerza y vigor a la misma alma 101.
101
Tomo II, pp. 64-65.
102
Tomo I, pp. 68-69.
103
24 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 319.
104
Iriarte, p. 179.
58
ORAR CON JESÚS
En otra ocasión me parece que el Señor me dijo que rezara el Oficio con
las demás y que él rezaría conmigo. Y súbitamente volví en mí en el preciso
momento en que se entonaba Tercia y recé con las demás el Oficio divino, pero
el ardor interior que sentía de vez en cuando hacía que estuviera como fuera de
mí 106.
105
Tomo V, pp. 150-151.
106
Tomo V, p. 152.
107
15 de agosto de 1697, tomo IV, p. 272.
59
Es la señal que quisiera tener para estar seguro de que soy yo quien te doy la
comunión” 108.
108
Tomo VI, pp. 338-339.
109
Tomo VII, pp. 636-637.
110
Tomo II, p. 45.
60
decía: “Querida mía, he tenido sumo gusto de este tu disgusto. Pero está
tranquila, pues de todos modos he venido a ti” 111.
Todos estos días he recibido la comunión en la misa del siervo de Dios (su
confesor). En ella María santísima me daba la comunión por su mano y además
ha renovado en mí muchas gracias 114.
111
Tomo I, pp. 156-157.
112
Iriarte, p. 143.
113
Tomo VIII, p. 358.
114
Tomo VII, p. 553.
115
Tomo VII, p. 80.
116
Tomo VII, p. 88.
117
Tomo VII, p. 602.
61
Esta mañana para recibir la comunión me acompañó María santísima y
mi ángel custodio y, al recibir a Jesús sacramentado, me pareció que en ese
instante experimenté dolor de todos los pecados de mi vida 118.
CUARTA PARTE
INFIERNO, CIELO Y PURGATORIO
EL DEMONIO
Es una criatura de Dios, un ángel caído. Son millones los demonios, que
con permiso de Dios tientan a los hombre. ¿Por qué Dios lo permite? Dice el
Catecismo de la Iglesia católica, Nº 395: El que Dios permita la actividad
diabólica es un gran misterio, pero nosotros sabemos que Dios todo lo permite
por nuestro bien (Rom 8, 28). Y san Agustín decía: Dios no permitiría los males,
si no sacara más bienes de los mismos males (Enquiridion 13, 8).
118
Tomo VII, p. 12.
119
3 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 290.
120
Tomo I, p. 272.
62
Otro día fui llamada para llevar agua a la enfermería, adonde fui de buen
grado... Hallándome en lo alto de una escalera, me dieron tan vigoroso
empellón que me precipitó hasta el pie de la misma con dos cántaros que llevaba
en las manos, lastimándome mucho el cuerpo, pero sin romper los cántaros,
riéndome del demonio porque trataba de que yo me cansara y con estas sus
necedades me animaba yo cada vez más 121.
Cuando salí de la iglesia, vi de nuevo lo mismo que antes, pero sin ruido.
Pasé por entre aquellas llamas, y los demonios gritaban y rugían como leones, y
silbaban como serpientes, todo lo cual me daba gran temor; pero, no queriendo
aparentarlo, proseguí mi camino. De pronto me sentí arrebatar, hallándome a la
puerta de la clausura, con dos hombres muy robustos, quienes me dijeron; “Si
quieres salir de aquí, ahora te abriremos la puerta”. Así terminarán todos tus
combates y salvarás tu alma; porque si tuvieras el cargo de Superiora, sabemos
que te condenarás. Tendrás un infierno en esta vida y luego en la otra. Piénsalo
bien. De ti depende ahora salvarte o no”.
121
Tomo I, p. 273.
122
Sum p. 236.
123
Sum p. 225.
124
Tomo VI, p. 675.
63
No quise contender con ellos; sólo sí dirigiéndome al Señor con la mente
y el corazón, exclamé: “Sí, Dios mío; vuestra soy y vuestra quiero ser. Ahora y
para siempre entiendo renovar en vuestras manos la santa profesión; y
asimismo, Dios mío, en Vos me apoyo y os abrazo”.
125
17 de febrero de 1698; tomo IV, pp. 440-441.
126
Tomo I, pp. 208-209.
127
13 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 300.
64
como de aristas de puerco espín. Y lanzaban un hedor tan grande que me hacía
desfallecer. Echaban llamas por las narices, por la boca y por los ojos. En una
palabra, no puedo ni siquiera decir cuán horribles eran de feos, pero feísimos 128.
Otra noche el demonio me tomó por las orejas y me llevaba como por el
aire. Invoqué el santísimo Nombre de Jesús y María y me dejó caer en medio de
la celda 130.
Sor Florida nos dice: Un día fui con sor Verónica a hacer la devoción de
la flagelación de nuestro Señor, dándonos disciplina en un lugar del noviciado.
Estábamos las dos solas y de pronto se oyó una voz que decía: “Estás
condenada, estás condenada” y para que sepas que es verdad, mira el infierno.
De pronto se abrió el pavimento de la habitación y vimos una horrible llamarada
de fuego. Yo me quedé espantada y comencé a llorar, pero sor Verónica me
abrazó y me dijo: “'No temas, no temas, que ahora mismo va a desaparecer”. Y
aunque estábamos en la oscuridad y no vi que hiciera la señal de la cruz, todo
desapareció en un instante. Y ella sin inmutarse continuó con la disciplina 131.
DEMONIO TRANSFIGURADO
128
Tomo II, p. 230-231.
129
Tomo V, p. 202.
130
Tomo V, p. 146.
131
Sum p. 230.
132
Carta de septiembre de 1694.
133
Carta del 2 de enero de 1694.
65
Me presentaba el demonio a jóvenes que había conocido en el siglo y al
mismo tiempo se presentaba con mi figura vestida de seglar e invitaba a los
jóvenes a hacer conmigo cosas abominables 134.
66
empezó a decir que el confesor y la Superiora se habían puesto de acuerdo. Yo
contesté: “Me figuro que sois el demonio para inquietarme. Estoy contenta en
cumplir la obediencia”. Entonces me santigüé y vi desaparecer a la referida
hermana con un relámpago. Conocí que era el demonio en figura de aquella
hermana. Lo mismo que la primera 138.
Sor Florida recuerda: Algunas veces, cuando sor Verónica no comía nada,
algunas religiosas la encontraban en la cocina o en el comedor o en la despensa
comiendo lo que allí había, incluso la vieron comer antes de recibir la comunión.
Con esto quedaba desprestigiada como mentirosa y engañadora, pero ella
estaba tranquila y sonreía. Se lo dijeron al confesor, padre Cappelletti, y la
observaron bien y resultó que ella estaba en otra parte cuando la veían comer,
concluyendo que el demonio había tomado su figura para desacreditarla ante las
demás 139.
138
Tomo VI, pp. 78-79.
139
Sum p. 229.
140
Tomo II, pp. 48-49.
141
Tomo II, p. 51.
142
Tomo II, p. 55.
143
Tomo II, p. 53.
67
Esta noche ha habido fantasmas que tomando mi figura blasfemaban
entre ellos y maldecían a Dios. Al fin les he reñido y he tomado agua bendita,
echándosela; y han huido como un relámpago 144.
144
Tomo II, p. 115.
145
Tomo VII, p. 42.
146
Tomo VI, p. 293.
147
21 de julio de 1697, tomo IV, p. 242.
148
Tomo VII, p. 114.
68
como los que llevamos las religiosas. Todas aquellas cosas estaban bajo la
custodia de un demonio; lo cual me ha dado un poco de miedo. Al volver en mí...
he visto demonios que se han levantado con aquella mercadería en la mano y
con gran cólera parecían quererme matar. Mi ángel custodio se ha puesto ante
mí y les ha hecho detenerse, diciéndome: “¿Ves todas esas cosas? Son las que
tienen las religiosas superfluamente sin necesidad”. Y me ha hecho ver que
muchas de ellas eran de estas hermanas (de mi comunidad) y me dijo mi ángel:
“La furia que han demostrado estos demonios contra ti, ha sido porque debes
ser el medio de cortar y hacer que cese todo eso” 149.
AGUA BENDITA
Es uno de los medios más eficaces para expulsar a los demonios, tal como
nos enseña la experiencia de los santos.
149
8 de octubre de 1697, tomo V, pp. 329-330.
150
Tomo VII, p. 216.
151
Sum pp. 214-215.
69
Ella nos dice: Un día se me aparecieron cuatro monstruos infernales que
parecían de fuego y que con horrenda voz me dijeron: “Nuestra eres. Para ti no
hay remedio alguno. Deja estar a las almas que están en nuestro poder, porque
de otra manera te quitaremos a ti hasta la vida”. Y me golpeaban. Yo decía:
“Bendito sea Jesús” y ellos replicaban: “Maldito”. Dilo tú también así. “Tomé
un poco de agua bendita y la eché hacia los monstruos infernales, haciendo la
señal de la cruz”. Y ellos huyeron con tan gran estrépito que pensé que se
hundía la celda y me dejaron un hedor y pestilencia tan horrenda que me hacía
desfallecer 152.
152
Tomo III, pp. 99-100.
153
Tomo III, p. 216.
154
Tomo V, p. 78.
155
Tomo II, p. 52.
70
Sor Verónica declaró: Una mañana me abrasó el demonio toda una mano
y con agua bendita quedé perfectamente curada. Tenía gran dolor en un oído, y
ni siquiera oía, lo cual era causado por los golpes que en la cabeza me dio el
mismo demonio. Era tal la pena y el dolor que sentía, que pensaba se me hiciese
allá dentro alguna postema. La curé con agua bendita cinco veces y quedé
complemente sana. ¡Bendito sea Jesús! Todo es poco por su amor 156.
EL INFIERNO
156
Abril de 1698, tomo IV, p. 470.
157
Carta de enero de 1694.
71
un lugar muy grande y repleto de tantos y tantos millones de almas y demonios a
todos les es presente su vista sin ningún obstáculo, y todos reciben tormentos y
más tormentos del mismo Lucifer. El contempla a todos, y todos le contemplan a
él.
¡Oh Dios! cada alma padece en un momento todo lo que padecen las
almas de los otros condenados, y parecíame comprender que mi visita fue de
tormento a todos los demonios, y a todas las almas del infierno. Creo, sin
embargo, que me acompañaron no solo mis ángeles sino también incógnitamente
mi amada madre María Santísima porque sin ella moriría de puro espanto. No
digo más; ni .puedo decir alguna cosa de más. Todo lo que he dicho es nada, y
todo lo que he oído decir a los predicadores sobre las penas del infierno es una
nonada. El infierno no se abarca, ni nunca se puede penetrar la acerbidad de sus
penas y de sus tormentos. Esta visión me ha producido saludable efecto,
haciéndome tomar la resolución de despegarme de todo y ejecutar mis obras con
más perfección. Hay lugar en el infierno para todos, y lo hay también para mí, si
no mudo de vida 158.
158
Tomo VIII, pp. 99-101.
72
Parecíame que el Señor me mostraba un lugar obscurísimo, pero
inflamado, como si hubiese allí un gran horno. Eran llamas y fuego, pero no se
veía luz. Sentía gritos y rumores, pero nada se veía; lanzaba un hedor y humo
horrendos, pero no hay en este mundo cosa a que pueda compararlos. Entonces
Dios me dio una comunicación respecto a la ingratitud de las criaturas y cuánto
le disgusta este pecado. Y aquí se me mostró en Pasión, azotado y coronado de
espinas con viva, pesada cruz a cuestas. Y me dijo: “Mira y fíjate bien en este
lugar que jamás tendrá fin”.
Entonces me pareció sentir gran ruido y comparecieron muchos
demonios, que con cadenas llevaban atadas bestias de diversas especies. Muchas
bestias trocáronse súbitamente en hombres, pero tan espantosos y feos, que me
daban más terror que los mismos demonios. Estaba yo toda temblorosa; me
quería acercar a donde estaba el Señor; pero, por razón del poco espacio, no
podía acercarme más a él. El Señor chorreaba sangre y estaba bajo aquel grave
peso. ¡Oh Dios! Yo hubiera querido recoger la sangre y tomar aquella cruz, y
con gran ansia deseaba saber el significado de todo.
En otra visión del infierno, sólo veía humo denso y sentía un hedor
horrendo. De nada podía valerme. Pensaba estar ya en lugar de eternidad. Para
mi refrigerio tenía fuego, hielo; temblaba, temía y ni siquiera podía decir:
“Señor, valedme”. En mi mente no parecía que hubiese ya ni Dios ni santos. En
159
Tomo III, pp. 218-219.
73
mi mente no había más pensamiento que la pérdida de Dios por toda la
eternidad. Esta era pena que me daba muerte. Sudaba, quedábame yerta y bien
conocía que aquí padecía la naturaleza y el espíritu. Duró tal pena más de una
hora, pero a mí me pareció una hora eterna 160.
Esto de perder a Dios, es pena tan atroz que no puede explicarse. Trae
consigo todas las penas y entonces, a pesar de que se experimentan toda clase de
padecimientos, parece que nada nos ocurra. Este conocimiento de tener que
estar por toda la eternidad sin Dios sobrepuja a todas las penas, a todos los
tormentos y parece que todo cuanto hace penar en el infierno, esté contenido y
se reduzca aquí a este punto de la pérdida del Sumo Bien 161.
EL CIELO
Jesús me ha dicho: “Sígueme”. Así, iba tras él: pero no sé cómo. Veía
que me acercaba a dicho lugar y me parecía que no andaba. Cuando estuve allí,
súbitamente todo aquel lugar se convirtió en la misma luz. No veía más que una
gran claridad; oía sonidos y cantos angelicales; pero no veía más que
resplandores. Enseguida me ha parecido que aquella luz se haya dividido y se ha
abierto ante mí una gran llanura y lugar ameno. Veía que por todas partes había
160
10 de julio de 1697, tomo IV, p. 222.
161
16 de julio de 1697, tomo IV, p. 232.
162
8 de septiembre de 1697; tomo IV, p. 294.
74
santos y santas y muchos ángeles, y todos a una cantaban una melodía celestial.
¡Oh Dios! ¡Qué felicidad he experimentado! No puede referirlo 163.
LA CONFESIÓN
163
15 de octubre de 1697; tomo IV, p. 342.
164
Tomo VI, p. 716.
165
Tomo VI, p. 522.
166
Tomo VI, p. 629.
167
Tomo VI, p. 642.
168
Tomo VI, p. 656.
75
Algunas veces mientras me confieso, Dios me da alguna nueva luz acerca
de este sacramento y al mismo tiempo me parece experimentar sus efectos.
Cuando mi alma se ha lavado en esta preciosa sangre, queda enseguida toda
cambiada en otra y toda transformada en Dios. La virtud de este sacramento es
tan eficaz que, acercándonos a él del modo que se requiere y que quiere Dios,
súbitamente hace que el alma participe de un no sé qué divino. Lo digo así por
decirlo de algún modo pues el alma no es capaz de tantos efectos como este
sacramento obra en ella 169.
169
Tomo VI, p. 713.
170
Tomo III, pp. 388 - 392.
171
Sum p. 81.
76
Mi ángel custodio me llevó ante un trono. En esto la santísima Virgen me
cogió de la mano y me presentó a su unigénito Hijo y él me dijo: “Dime, ¿qué
quieres?” Yo he contestado: “El cumplimiento de vuestro deseo y todo lo que
Vos queréis de mí”. Respondió: “Ahora quiero que hagas la confesión conmigo,
pero ni tú ni tu ángel tenéis que decir cosa alguna, quiero ser yo el
interrogador172.
172
23 de junio de 1697, tomo IV, p. 178.
173
Tomo V, p. 500.
77
me hacías caso”. Y yo he dicho: “Acúsome de esto en particular; pero ignoro el
número de veces que esto haya ocurrido”. Mi ángel me ha dicho: “Suman ciento
cincuenta veces, entre las apariciones del Niño, y las llamadas que te hacía, por
medio de sus imágenes y figuras; pues casi con palabras te llamaba”. Entonces,
el Señor me ha hecho recordar el lugar donde él se me apareció, la edad que
tenía, cuando se me aparecía y todas las figuras con las cuales él me hablaba, no
con palabras, sino con arranques e impulsos interiores, mientras yo pasaba por
los lugares donde aquellas imágenes se encontraban.
EL PURGATORIO
174
25 de mayo de 1697; tomo IV, p. 86-88.
175
25 de mayo de 1697, tomo IV, p. 93.
78
con nuestras oraciones, misas, indulgencias y obras buenas. Veamos algunos
casos concretos.
El padre Tassinari nos dice: Le encargué a sor Verónica que orara a Dios
por las almas de mi padre y de un tío mío que habían muerto hacía unos 20 años
y que ella se encomendara a la Virgen María para saber en qué estado se
encontraban. Ella hizo oración, durante unos días y me dijo que la Virgen le
había hecho comprender que ambos estaban en el purgatorio. Le recomendé que
orara mucho al Señor y a la Virgen para que fueran liberados. Ella me manifestó
que la Virgen le había dicho que, si hubiera pedido oraciones para que ella
sufriera algunas horas al día, ya estarían liberados. Por eso yo le asigné cuatro
o cinco horas cada día de sufrimientos y, después de algunos días, me dijo que,
cuando yo celebraba la misa en la iglesia del convento, había visto a ambos salir
del purgatorio y presentarse ante la Virgen y que fue el día de Navidad de 1714.
Otro caso fue que volviendo yo el año 1717 en tiempo de Cuaresma como
confesor extraordinario a este monasterio de capuchinas y, habiendo muerto mi
madre hacía pocos meses, recomendé a sor Verónica rezar al Señor por su alma.
A los pocos días me dijo que estaba en el purgatorio y que la Virgen santísima le
había dicho que, si ella se ofrecía a sufrir en su lugar y yo le daba la obediencia
de hacerlo, obtendría su liberación. Yo le di la obediencia y, después de algunos
días, me dijo que ya había sido liberada y que, cuando estaba oyendo la misa, la
había visto libre. Yo le manifesté que no me bastaban sus palabras y quería una
señal especial de su liberación, que rezase al Señor por ello. Y, estando ella
rezando en la iglesia y yo en el confesonario, oí debajo del pavimento del
confesonario unos golpes profundos. Yo me quedé sorprendido y con temor. Le
pregunté qué significaba aquello y me respondió que no los había sentido.
Continuó en oración y continuaron los golpes debajo del confesonario. Al fin me
pudo decir que la Virgen le había dicho que esos golpes eran la señal que yo
había pedido de la liberación de mi madre y que, tantos cuantos habían sido los
golpes, así debían haber sido los días que debía haber pasado aún en el
purgatorio, si Verónica no hubiera sufrido por ella.
Afirma sor Verónica: Un día vino el obispo, y en las pláticas que con él
sostuve, me interrogó si algo había sabido alguna vez sobre el alma de la señora
Sulpicia. Yo le respondí afirmativamente, narrándole con particularidad lo que
me ocurrió cuando murió y cómo la santa obediencia me ordenó que, si era
176
Sum pp. 178-179.
79
voluntad de Dios y de María santísima, se me mostrase esta alma. Entonces el
Prelado me mandó que todo lo describiese; y yo para obedecer diré
sucintamente todo como ahora me parece que lo entiendo y veo.
177
Tomo VIII, p. 284.
80
para arrojar todo lo que hubiera encontrado junto a mí que no fuera
absolutamente necesario.
Estaba con cuidado para auxiliar a dicha alma, si de ello tenía necesidad.
Sentía no obstante acrecentárseme mis penas y mis dolores y todo lo aplicaba
por esta alma. Así me lo había mandado mi confesor.
A mediodía, entre las 16 y las 17, estando yo para oír la santa misa por
dicha alma, después de la elevación del Santísimo, tuve un éxtasis y vi a la
misma en grandes penas. Por vía de comunicación comprendí que Dios quería
concederme la gracia, pero que era preciso el consentimiento otra vez para el
nuevo padecer. Consentí como de costumbre, según la voluntad de Dios, aceptar
penas y tormentos de toda clase si esta era su santa voluntad. Dado este
consentimiento, como un relámpago me pareció ver al ángel custodio de esta
alma, que tomaba a la misma y en un instante, se cambió en un gran resplandor.
Parecía un nuevo sol. Junto al sol natural hubiera sido ella más luminosa, y el
mismo sol junto a ella hubiera parecido como tinieblas. Esto fue como un
81
relámpago y en un instante vi a la misma como si fuera una niña y que su ángel
la tuviera de la mano. Me hacía señales como si me diera las gracias y me dijo
que me encomendaría siempre a Dios y que lo mismo haría con mi confesor, por
medio del cual tenía un bien tan grande.
Una vez estuve durante siete horas sufriendo penas de purgatorio y a las
cuatro de la noche vi sacar a aquella alma (sor Gertrudis) y ponerla en un lugar
de refrigerio, esto es, en un bellísimo jardín, quedando todavía con la pena de
daño (de no poder ver aún a Dios), que es una pena que sobrepuja a toda pena.
Sin embargo, estaba completamente contenta y me pareció que me quisiera dar
las gracias por la caridad que para con ella había tenido 179.
Otra vez me hizo Dios ver dos almas (un sacerdote y un seglar) en el
purgatorio. Me pareció entender que, si yo hubiera padecido por ellas y pagado
por ellas con penas y tormentos, por mucho tiempo, Dios me hubiera concedido
la gracia de liberarlas. Pasé todo ese día con varias penas. Por la tarde, antes
de que terminara de padecer, tuve un rapto en el cual comprendí que Dios
quería concederme la gracia de la liberación de esas dos almas y que además
obtendría la gracia de una verdadera contrición de mis pecados. Me pareció
entender que debía pasar otros dos días de padecimientos y que antes de
Navidad aquellas dos almas estarían libres como mi confesor me había mandado
pedir... Pasé grandes penas (varios días). Por fin, por los méritos de la santísima
pasión de Jesús, vi a las dos almas sacadas del purgatorio y puestas allí al lado
de la santísima Virgen. Al sacerdote lo vi visto vestido con traje talar, pero de
pronto fue rodeado de una luz celestial. No se le podía mirar por la luz. Al otro
lo vi vestido como de blanco con un rostro tan bello que parecía un ángel.
Ambos parecía que me dieran las gracias por la caridad que para con ellos
había tenido. Y en un instante me pareció ver a la santísima Virgen y a estas dos
almas en medio de todos, volar al cielo 180.
82
mis ángeles y por orden de María fui puesta allí por breve tiempo. ¡Oh Dios, qué
grandes sufrimientos tuve! De pronto esa alma fue conducida por mano de su
ángel custodio ante María. Entonces me pareció ver salir del Corazón de María
un rayo que se dirigía hacia aquella alma y se detenía en el escapulario que
llevaba al pecho. Parecía una fulgísima joya. Y de pronto esa alma se vio del
todo cambiada y muy hermosa, y ella y yo fuimos presentadas a María
santísima... Después mis ángeles me llevaron como en vuelo y me dejaron en
aquel lugar (del purgatorio). Pronto volvieron y me condujeron a los pies de
María. Aquella alma se había vuelto reluciente como el cristal y estaba junto a
su ángel custodio entre dos santos 182.
En un rapto (éxtasis) Dios me ha hecho ver tantas y tantas almas que iban
al paraíso y eran en tan gran número que la mente humana no puede entenderlo.
Esto me causó tal alegría que no cabía en mí. Todo esto ha sido mediante la
intercesión de la santísima Virgen. Hoy por tres veces he visto lo mismo, pero me
ha sido confirmado el padecer doblemente 183.
En otro éxtasis vi que muchas almas del purgatorio iban al paraíso, todas
llenas de júbilo, y me pareció que se me representaban como niñitas de dos o
tres años, vestidas con un traje más blanco que la nieve y tan resplandecientes
que parecían otros tantos soles. Tal visión me dejó una gran paz y alegría 184.
Me parece que cada vez que voy a comulgar, Dios me concede la gracia
especial de librar muchas almas del purgatorio. Me parece también haber
entendido que el viernes me concederá la gracia de librar una a elección de mi
confesor y he visto los efectos de ello. Algunas veces me parece que Dios quiere
que pida yo este permiso a mi confesor, y me parece haber visto en esto los
milagros de la santa obediencia. Particularmente una mañana vi una
muchedumbre de almas que iban al paraíso y comprendí que eran todas aquellas
de quien había pedido la liberación y que esto era el fruto de mi obediencia 185.
Hace días que pasó a la otra vida una religiosa y tuve obediencia de
rogar por ella. María me mostró el lugar en que se hallaba en el purgatorio y
entendí el tiempo que allí debía permanecer. Se lo dije al confesor, quien me
mandó que me ofreciese a cualquier pena para que fuese liberada cuanto antes.
La vi muchas veces, pero ya no padecía tanto... Un día me pareció que sucedería
el milagro de la santa obediencia, porque tuve la certeza de que sería liberada el
día de san Francisco, como exactamente sucedió 186.
182
Tomo VII, pp. 266-267.
183
Tomo VI, p. 355.
184
Tomo VI, p. 359.
185
Tomo VI, p. 456.
186
Tomo VII, p. 258.
83
María santísima me mostró muchas almas del purgatorio y en especial
una que tanto encomendé en días pasados... Vi a esa alma que fue levantada en
alto por mano de su ángel custodio. Lo mismo ocurrió con muchas otras almas
desconocidas por mí y que me pareció entender que fuesen las más devotas de
María. Todas fueron llevadas ante María y comprendí que todas eran almas
liberadas en aquel momento del purgatorio 187.
187
Tomo VII, p. 103.
188
Carta de junio de 1717.
189
Carta del 26 de julio de 1717.
190
Tomo VI, p. 738.
191
Tomo VI, p. 685.
84
tres horas, atroces penas en pago de lo que dicha alma debía padecer por
muchos años en el purgatorio 192.
Una tarde mientras ofrecía los sufrimientos de la pasión de Jesús por las
almas del purgatorio me dio un rapto (éxtasis) y Dios me hizo ver muchas almas
que entonces iban al paraíso 193.
192
Tomo VI, p. 692.
193
Tomo VI, p. 326.
194
Tomo VI, p. 334.
195
Tomo VIII, pp. 453-454.
196
Tomo VIII, p. 109.
85
MUERTE DE SU PADRE
Hacía poco que había recibido carta suya en que me decía que estaba
bien; a pesar de esto, el sueño me dejó cierta certeza que no daba oídos a
quienes me decían que no sería verdad, que quitase de la cabeza tal ocurrencia,
que no hay que hacer caso de sueños. Trataba de pensar en otras cosas, pero en
mi interior algo seguía diciéndome que había muerto 197.
Un día, Dios me hizo ver un lugar, como si fuera el infierno, y allí había
un alma que padecía más que todas las demás. El Señor me reprendió porque no
utilicé para su aprovechamiento, los medios que él me inspiraba, para hablarle
de la salvación eterna, de la dignidad de nuestra alma, y de cuanto estamos
obligados para corresponder a Dios. Y yo tenía los medios, siendo el alma de mi
padre, de tener con él tales conversaciones, y quizá no hubiera caído en tantas
ofensas a Dios, y de este modo no se encontraría donde se encontraba 198.
Llegó la noticia de que, en efecto, había muerto. Tenía 65 años. Era el día
28 de mayo de 1685. Mi sentimiento fue muy grande, porque temía por su alma
199
. Hice oración insistente por él. Una vez me pareció ver, en visión, un lugar
feo y horrible, y comprendí que allí se hallaba el alma de mi padre. No puedo
explicar con la pluma el dolor que experimenté, pensando que estaba en el
infierno.
Estuve con esa pena por mucho tiempo, no podía dejar de orar por él; no
quería dar crédito a lo que había visto, atribuyéndolo a cosa diabólica.
Nuevamente tuve la misma visión; me pareció verlo en tormentos acerbos y que
me decía: “De ti depende obtener esta gracia”. Después de mucho tiempo la vi
de nuevo y me dijo que había sentido mucho alivio, pero aún seguía en aquellas
penas, si bien sabía que se hallaba en lugar de salvación. Ofrecí por él muchas
penitencias y oraciones. Una vez me dijo el Señor: “Queda tranquila, que para
tal fiesta libraré el alma de tu padre de las penas en que se halla; pero, si de
verdad lo quieres, habrás de padecer mucho”.
197
Iriarte, p. 117.
198
Tomo V, p. 312.
199
Su padre llevaba una vida sentimental poco edificante. Y luego de dar a Úrsula el permiso para entrar
en el convento, se casó por tercera con Francesca Pugnetti.
86
Me ofrecí a todas las penas, si era voluntad de Dios, con el fin de
conseguir dicha gracia. Fue mucho lo que me tocó sufrir. Y después de mucho
tiempo, por la fiesta de santa Clara, lo vi no ya en aquel lugar de tanto penar,
sino todavía en el purgatorio 200.
Entendí que me sería concedida la gracia y que sería para las fiestas de
Navidad, pero a costa de grandes sufrimientos que yo había de pagar por ella.
En particular me fue asignado uno que debía durar todas las mismas fiestas; si
me venía, era señal manifiesta de haber obtenido la liberación de dicha alma.
200
Iriarte, p.118.
201
Tomo V, p. 354.
202
Iriarte, pp. 118-119; tomo V, pp. 355-356. Su padre estuvo 15 años en el purgatorio. Fue liberado en
la Navidad de 1700.
87
QUINTA PARTE
DONES SOBRENATURALES
CARISMAS
1. ÉXTASIS Y LEVITACIÓN
Sor Clara Félix nos dice: Un día estaba sor Verónica enferma en cama en
la enfermería. Estaba presente el padre Cappelletti y de pronto ella comenzó a
decir: “Jesús, Jesús” y quedó en éxtasis y en un momento se levantó en el aire
con la cubierta y fue a tocar casi el techo. Yo quedé sorprendida y me puse de
rodillas con la cabeza en el suelo. Después de unos momentos, levanté la cabeza
y ella estaba ya en la cama.
203
Sum pp. 95-96.
88
2. CONOCIMIENTO SOBRENATURAL
Sor Gertrudis refiere: Cuando sor María Rosa era novicia, le vino una
enfermedad de gran inapetencia y fiebre, pero lo escondía para no tener que ir a
la enfermería. La cosa llegó a tal punto que una noche creía que se moría por su
gran debilidad. Entonces invocó al Señor y de pronto apareció la Madre
Verónica que era la Maestra de novicias y le dijo: “Me parece que necesitas
algo para recuperarte”. Y le trajo algo dulce para recuperar fuerzas. Lo tomó y
se sintió fortalecida y confortada 204.
Sor Jacinta afirma: Cuando sor Verónica era Maestra de novicias, una
noche, después que todas se fueron a acostar, la Madre Verónica se fue
corriendo a la celda de una religiosa con el propósito de conversar con ella. La
religiosa no quería abrir la puerta y sor Verónica se subió a un banquito y abrió
por dentro con la mano por la ventana; así pudo entrar. Le aconsejó que nunca
se cerrara por dentro ¿Que hacía la religiosa? ¿Qué intentaba hacer? Se dijo
que tenía graves tentaciones del demonio y recuerdo que a la mañana siguiente
sor Verónica mandó a todas hacer una procesión y una disciplina cantando un
salmo 207.
Y añade sor Jacinta: Antes de que fuese abadesa sor Verónica, un día yo
estaba muy atribulada. Esa semana me tocaba la cocina. Ella vino a buscarme a
204
Sum p. 298.
205
Sum p. 289.
206
Sum p. 291.
207
Sum p. 294.
89
la cocina y me dijo que sabía que estaba muy afligida. Me dio los consejos
oportunos y me sentí liberada de la agitación interior. Quedé asombrada de que,
sin haberle dicho nada, ella supiese mi problema 208.
3. PROFECÍA
La señora Marquesina del Monte, hija del marqués Cosme, quiso entrar a
este monasterio, pero sor Verónica aseguraba que no entraría. Y así fue, porque
entró en el monasterio delle Muratte de Città di Castello... Por el contrario, la
señora Fortunata Felice quería entrar y todo parecía en contra, pero sor
Verónica aseguró que vestiría el hábito. Y eso sucedió. Tomó el nombre de sor
María Magdalena. En cuanto a mí, muchos años antes de que ella fuera
abadesa, me confió que lo sería, ya que el Señor se lo había hecho ver y él le
había preparado esa cruz 211.
208
Sum p. 295.
209
Sum pp. 141-142.
210
Sum p. 281.
211
Sum p. 283.
90
El padre Vicente Segapeli refiere: El padre Raniero Guelfi estaba
gravemente enfermo y los médicos creían que no tenía remedio. Yo estaba
entonces de confesor del monasterio y le ordené a sor Verónica que orara por la
salud del padre Guelfi. Ella lo hizo y me dijo que había tenido una visión de la
Virgen María y de san Felipe Neri, el cual había intercedido ante María por la
salud del padre Guelfi y María le había asegurado que sí se sanaría, como así
fue.
Un hijo del doctor Giovanni Domenico Fabri, canciller, tenía una grave
enfermedad en la pierna. Ordené a la Madre Verónica que rezara por su salud,
pero ella me respondió que, cuando rezaba a Dios y a la Virgen, siempre se
aparecía una cruz, la cual daba a entender que no se sanaría y que debía llevar
esa cruz. De hecho sufrió la enfermedad por tres años antes de su muerte 212.
4. BILOCACIÓN
El padre Cursoni nos dice: El año 1714 ó 1715 le dieron a sor Verónica la
obediencia de pedir al Señor que pudiera hacer en visión una peregrinación al
santuario de Loreto, que al pasar por el Monte Corona visitara al padre
212
Sum p. 284,
213
Sum p. 285.
214
Sum p. 286.
91
Crivelli, que estaba haciendo ejercicios espirituales, y le pidiera la bendición.
Después que visitara la iglesia de Nuestra Señora de los ángeles; y de allí que
visitara la iglesia de san Nicolás de Tolentino y después visitara la Santa Casa
de Loreto y recibiera allí la comunión.
5. AYUNO PERMANENTE
El padre Tassinari declaró: Estoy muy informado de que sor Verónica tuvo
la gracia de Dios por intercesión de la Virgen María de tener en su seno
izquierdo una leche o licor del que tomaba alguna gota y muchos días pasaba
sin comer, sólo con esas gotas del líquido milagroso. Esto lo sé de cierto y en el
tiempo en que era obispo Monseñor Eustacchi, sor Verónica no comía y,
dudando de que fuera por su propia voluntad, se le impuso y ordenó tomar
alimento y ella lo tomaba a la fuerza y debía vomitarlo con vómitos hasta de
215
Sum p. 93.
216
Tomo VII, pp. 573-574.
217
Tomo VIII, p. 39.
92
sangre... Le pedí que me explicase por obediencia cómo era eso de que vivía sin
alimentarse. Me dijo que era la voluntad del Señor y que había obtenido de
María santísima la leche del seno izquierdo para que tomándola y tomando con
el dedo algunas gotas, pudiera vivir con eso solamente.
El 20 de marzo de 1695, Jesús le mandó hacer ayuno a pan y agua por tres
años. Lo hizo con aprobación de su confesor a partir del 8 de septiembre de 1695.
Después de esos tres años, hizo otros dos tomando solamente retazos de hostias
sin consagrar y un poquito de algunos alimentos y con algunas gotas del licor que
salía de su seno.
6. PERFUME SOBRENATURAL
Afirmó el padre Crivelli: Sor Teresa Lazzari tenía unas telas que sor
Verónica había llevado al pecho y tenían un olor suavísimo. Una vez quiso
lavarlos y los juntó con otras telas en el lavado comunitario y todas las telas
quedaron empapadas de ese maravilloso olor.
218
Sum pp. 203-204.
219
Sum p. 234.
220
Sum p. 214.
93
Y añade sor Francisca: De la leche o licor que salía de su seno llenó tres
botellitas, que yo pude tener para mí. Tenían una extraordinaria fragancia. Las
tuve hasta que ella murió; después la nueva abadesa, sor Florida, me las pidió y
se las di.
7. EL PODER DE LA OBEDIENCIA
Sor Florida informa: Un día sor Verónica se rompió una pierna, creo que
fue la derecha y estuvo así varios días sin aplicarse ningún remedio, porque el
padre Bald Antonio no quiso que tomara ningún remedio, porque como no se
había roto naturalmente, así debía sanarse, sin remedios humanos. Un día
mandó que la llevaran con su pierna rota al confesonario. Allí el padre le ordenó
sanarse y, al salir del confesonario, salió caminando normalmente y con la
pierna sana, ante la sorpresa de todas que gritaban: ·Milagro, milagro: Le
preguntamos a sor Verónica qué había pasado y respondió que la santa
obediencia la había sanado. Por eso, a partir de ese día, llamábamos a su
pierna, la pierna de la obediencia 222.
Sor Francisca, hermana lega, declaró que el padre Crivelli le ordenó a sor
Verónica que yo fuese su Superiora y me obedeciera como a tal en lo que le
mandara como barrer el gallinero, estar conmigo en mi celda, ayudarme, etc 223.
221
Sum p. 221.
222
Sum p. 249.
223
Sum pp. 227-228.
224
Tomo VI, p. 680.
225
Tomo VIII, p. 477.
94
Sor Florida recuerda que algunas veces estaba sor Verónica tan enferma
que parecía que iba a morir y con darle el confesor orden de que se sanara, por
virtud de la obediencia, quedaba sana al instante. Otra vez estaba tan hinchada
que con la obediencia quedó al momento normal. Otra vez tenía la mano
quemada y, cuando el padre Crivelli le ordenó quedar sana, la mano quedó sin
señal de la quemadura 226.
Y anota: Cuando Verónica estaba muy atormentada por los demonios con
el permiso de Dios, con la sola orden del confesor de que cesaran todas las
aflicciones, inmediatamente cesaban todos los males y tormentos; y aunque
estuviera medio muerta, quedaba en buen estado. Un día le dijeron que viniera
al coro con las otras religiosas y se levantó yendo al coro, como si no hubiera
pasado nada anteriormente. Y esto lo he visto, no una sino muchas veces, lo
mismo con el padre Antonio Bald, Tassinari o Crivelli 227.
Y añade el padre Tassinari: Un día le di una orden por medio del ángel.
Cuando regresé al día siguiente al confesonario, sor Verónica me dijo de
inmediato que había recibido de mí la obediencia por medio de su ángel
custodio229.
226
Sum p. 247.
227
Sum p. 138.
228
Sum p. 92.
229
Sum p. 287.
230
Sum p. 239.
95
comprendí porque le oí dar una risotada. Las uñas estaban quemadas hasta el
borde y los dedos hasta la mitad.
Conmigo había una hermana y viéndome con esta mano de esta suerte,
llamó a los oficiales para que me hicieran algo. Yo experimenté grande pena. Al
cabo de un rato la untaron con cierto medicamento, que me produjo tal dolor,
que no sabía en dónde me encontraba.
En este instante fui llamada por el confesor. Estando allí por largo
espacio de tiempo no sabía qué decir. Habíanme empezado unos dolores tan
fuertes en las uñas que di un suspiro fortísimo. Díjome el padre: “¿Qué os
pasa?”. Yo respondí: “Padre, siento una pena muy grande en una mano. Hace
poco tiempo me he quemado. No encuentro lugar con mi dolor”. Me preguntó él,
cómo había sucedido y yo añadí: “Por mi negligencia; pero pienso que haya
sido también el demonio, porque hacía una caridad y porque no me ha sido
posible sacar la mano, hasta tanto que con la misma mano he colocado debajo
todo el fuego del brasero, como se hace con la pala o cuando se mueve el fuego.
Basta decir que se me han quemado todas las uñas, como sería quemada una
pluma por el fuego. ¡Bendito sea Dios! Creo que no podré hacer más las faenas,
por algún tiempo”. Díjome: “¿Sois hija de obediencia?”. Yo respondí que sí y él
de parte de la santísima trinidad me mandó que en aquel instante curase la mano
completamente.
96
el cuerpo, desaparecía muchas veces por orden de la santa obediencia. Como
volviese nuevamente a presentarse; me mandó él que desapareciese prontamente
y que no volviese más y quiso que María santísima en su misa, me concediese
esta gracia. Así fue y dándome ella la bendición, desapareció la hinchazón 231.
231
Tomo VII, pp. 581-583.
97
Ese nombre de Jesús, hecho con el cortaplumas, lo he renovado dos o tres
veces con ocasión de alguna solemnidad; y también entonces escribía protestas
con mi propia sangre. Esas protestas se las di al confesor, otras las quemé yo
misma, como hice con muchos escritos que tenía 232.
PENITENCIAS Y ALEGRÍAS
232
Iriarte, pp. 108-109.
233
Tomo I, pp. 188-189.
234
Tomo VI, p. 239.
235
Tomo VI, p. 240.
98
su sangre, estos dos nombres: Jesús y María; y con este sello volvió a poner mi
corazón en su lugar 236.
236
Tomo VI, p. 610.
237
Tomo V. p. 520.
99
En ese momento volví en mí y hallé que el corazón estaba herido y que
manaba sangre. No puedo expresar con la pluma ni con palabras cosa alguna de
lo que el Señor me comunicó entonces. Sólo recuerdo que tuve unión íntima con
él y que me dio a entender que esta herida era nada en comparación de la que
quería hacerme dentro de poco. Aun así, el dolor que sentía era grande, pero
este dolor me encendía en ansia de todas las penas. Me parecía que para mí era
una voz que pedía sin cesar el padecer.
DOLORES DE LA PASIÓN
Recuerdo que desde que me hice religiosa pedía siempre al Señor que me
concediera experimentar alguna de las penas de su pasión. A los pocos años de
estar vestida con este santo habito, estuve una Cuaresma entera con esos deseos.
Al entrar en la Semana Santa me pareció tener no sé qué en la oración; se me
dio a entender que me preparase, porque había llegado el tiempo en que el Señor
quería contentarme 239.
Dice ella: Me parece recordar que otro año también en Viernes Santo
experimenté grandes dolores. De pronto, sin saber cómo, me hallé fuera de los
sentidos y me pareció comprender que el Señor quería hacerme sentir un poco
los dolores que padeció en su flagelación. En efecto, al punto me hizo sentir de
nuevo muchos dolores, pero no podría referir el cómo. Solo recuerdo que tuve
238
Iriarte, pp. 198-199.
239
Iriarte, p. 103.
100
pena íntima por las penas que por mí había sufrido mi Redentor. ¡Qué dolor me
dejó de mis culpas y qué compasión de sus penas y dolores! 240.
101
hasta que mi confesor lo ordenara, ya que esto había sido hecho por mano de un
arcángel y que esta gracia no la había recibido nunca antes. Mi ángel me quitó
el dardo del corazón y este dardo lo tomó la santísima Virgen. Me pareció que lo
metió en el Costado de Jesús y desapareció todo 244.
Otro día, del costado de Jesús salió un gran resplandor que se dirigió
hacia mí. Se detuvo sobre mi corazón como una pequeña llama y me pareció que
una aguda lanza me atravesase el corazón de parte a parte. Y en un instante
sentí gran dolor en las manos y en los pies. Me pareció desfallecer de dolor. Mi
ángel custodio se me apareció pareciéndome que me auxiliaba para que no
cayese en tierra 246.
244
Tomo VI, pp. 573-574.
245
Tomo VI, p. 576.
246
1 de agosto de 1697, tomo IV, p. 261
247
Tomo III, pp. 405-406.
248
Tomo VI, p. 345.
102
LAS LLAGAS
Sor Florida declaró: He visto y observado por lo menos cinco o seis veces
la llaga del costado de sor Verónica a través de un pequeño corte que había
hecho en su hábito para tal efecto... y he sentido un olor y fragancia muy suave
que parecía celestial 250.
Verónica tuvo que soportar dolorosos tratamientos para intentar curar las
heridas de sus llagas en manos, pies y costado. Todo lo sufría por amor a Jesús y
por la conversión de los pecadores.
LA TRANSVERBERACIÓN
249
Sum p. 103.
250
Sum pp.134- 135.
103
que el Señor me diera a entender que ella, cuando fue herida de amor, en aquel
acto, hizo de sí un total despojo, de tal modo que nunca más quiso saber lo que
fuera mundo. Enteramente apartada de todo y de todos, y puesta sólo en Dios, no
tuvo otro pensamiento que Dios y su alma.
Cuando salía aquel licor del costado del Señor y de mi corazón herido,
ambos se mezclaban y mi ángel custodio recogía dicho licor con algo a la
manera de cáliz de oro. Lo mismo hacían los tres santos que se hallaban
presentes. Mi ángel vació aquel cáliz en una tacita que tenía sobre el altarcito y
aquellos santos desaparecieron con los cálices llenos de licor 253.
251
15 de octubre de 1697, tomo IV, p. 343.
252
18 de junio de 1699, tomo IV, p. 594.
253
Ibídem, tomo IV, p. 596.
254
12 de agosto de 1697, tomo IV, p. 271.
104
DESPOSORIO CON JESÚS
105
paraíso, ya que me parecía hallarme rodeada por todas partes. El verme al lado
de santa Catalina me daba ánimo; me pareció que poco a poco me conducía
cerca de dichos tronos.
106
ángeles ni nada: sólo a Dios y el alma. Cómo experimenté esto no puedo decirlo
absolutamente: me pareció que había descendido allí toda la Corte celestial.
MATRIMONIO ESPIRITUAL
Tuvo lugar el 7 de abril de 1697, dos días después de recibir los estigmas.
Ella dice: En la santa comunión tuve el beso de paz, y en ese momento me dio
unión íntima con él y me comunicó que quería llevar a efecto ese vínculo y unión
perpetua, desposándome con él. Yo le dije: “Señor, heme aquí pronta a todo”.
Entonces me hizo ver a la Virgen santísima con muchos santos; una
muchedumbre de ángeles cantaba con voz suave las palabras: “Veni, sponsa
Christi”. Mientras decían: “Accipe coronam”, el Señor me puso en la cabeza
una bellísima corona y, al tratar de acomodarme dicha corona, me hizo sentir
las punzadas de las espinas de la corona que tenía en la cabeza; él volvía a
apretar y acomodar esa hermosa corona, lo cual me producía dolor intenso. El
Señor me dijo: “Te hago sentir estos dolores a fin de que no apartes de tu mente
mis padecimientos, y también para que te sirva de ayuda en cuanto tengas que
hacer”.
255
Iriarte, pp. 166-169.
107
anillo, después me tomó de la mano y me dijo: “¿Quién eres?”. Yo respondí:
“Vuestra esposa”. Y Jesús dijo a María: “Esta es mi esposa, viene a ser vuestra
hija, os la confió” 256.
Otro día se repitió la visión y me pareció que los tres corazones se habían
unido como si fueran uno solo, pero enseguida los vi separarse y luego unirse
otra vez. Mi alma experimentó nuevamente un no sé qué superior a lo de la
primera vez 260.
Otra vez tuve la visión de los tres corazones que eran el de Jesús, el de
María y el mío. María me lo arrebató, colocándolo en medio de los dos. Todos
los santos quedaron admirados y repentinamente de tres se hicieron uno y este
256
Iriarte, p. 215.
257
Sum p. 119.
258
Sum pp. 132-133.
259
Iriarte, p.324.
260
Iriarte, p. 325.
108
UNO ella me lo puso con la condición de que lo debía tener aislado en el aire y
no fijo en su lugar hasta que para ello recibiese la obediencia del confesor 261.
SEXTA PARTE
LOS ÁNGELES
EL ÁNGEL CUSTODIO
Todos los seres humanos desde su concepción tienen un ángel, puesto por
Dios para que los defienda, asista y guíe por los difíciles caminos de la vida. Es
muy importante saber esto y pedir constantemente la ayuda del ángel, porque en
la medida en que lo invoquemos y le pidamos ayuda, él nos ayudará. Él es un
amigo cercano. Siempre presente en los días nublados y en los días de sol. No
nos olvidemos de él. Muchos santos lo veían y nos hablan de él por experiencia
personal. Tomemos atención a lo que nos dice santa Verónica de su ángel, el
amigo inseparable de toda la vida.
Nos dice Verónica:Cuando era niña, muchas veces veía junto a mí una
luz ,pero no comprendía qué era. El Señor me dijo una vez que aquella persona y
aquella luz era mi ángel custodio (Tomo I, p. 299)
Nos cuenta: He visto a los tres santos de mi devoción, esto es, a san
Francisco, santo Domingo y san Felipe Neri. Mi ángel custodio llevaba en la
mano la bandera que ayer vi en las manos del Señor. Los santos antes citados
tomaron en la mano cada uno de ellos la bandera y dijeron: “Victoria,
Victoria”, devolviéndosela luego a mi ángel custodio 262.
261
Tomo VIII, p. 312.
262
28 de febrero de 1698, tomo IV, p. 445.
263
Tomo IV, p. 448.
264
14 de Marzo de 1698, tomo IV, p. 456.
109
Un día oí que alguien me decía: Prepárate que el Señor te quiere
conceder una gracia. Quien así me decía, parecíame que fuese mi ángel
custodio. De pronto por breve tiempo me ha dado el rapto durante el cual he
tenido la visión de nuestro Señor tal como se hallaba en el Huerto, todo
chorreando sangre, y me decía: “Ven a mí, amada mía” 265.
265
23 de octubre de 1697, tomo IV, p. 350.
266
Iriarte, p. 211.
267
15 de junio de 1697, tomo IV, p. 160.
268
2 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 288.
269
19 de julio de 1697, tomo IV, pp. 239-240.
270
Tomo VI, p. 708.
110
Mi ángel custodio puso en mis manos un libro y me dijo que allí estaban
escritos todos los pecados que yo había cometido. Me pareció que al darme
dicho libro, me diera también un peso tan grande que yo no podía tenerlo en la
mano. Sintiendo tan gran peso se aumentaba mi dolor y caí allí mismo en
tierra271.
El Padre eterno me tomó por hija, el Verbo eterno por esposa, el Espíritu
Santo por discípula y toda la Corte celestial hizo por mí un acto de reverencia a
la Santísima Trinidad. Mi alma fue guiada por mi ángel custodio a los pies de
María santísima y ella como madre de piedad me obtuvo el perdón de mis
pecados 274.
María santísima hizo una señal a mi ángel custodio dándole uno de los
cálices en que estaba recogida la sangre de Jesús. Y, como si fuese un nuevo
bautismo, en un instante quedé curada y limpia de los pecados 275.
271
25 de noviembre de 1697, tomo IV, p. 399.
272
28 de julio de 1697, tomo IV, p. 254.
273
Tomo V, p. 157.
274
Tomo VII, p. 28.
275
Tomo VII, p. 69.
276
Tomo VI, p 22.
111
Y yo siempre que me sentía mal y necesitaba consuelo, encomendaba mi
alma y recurría frecuentemente a la santísima Virgen, a mi ángel custodio y a
todos los santos 277. Otras veces me encomendaba a mi ángel custodio a María
santísima y a Jesús 278.
VISIONES
277
Tomo V, p. 560.
278
Tomo VI, p. 727.
279
24 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 318.
112
Otro día el Señor me indicó que fuese junto a él; pero había un monte tan
empinado, que no sabía cómo hacerlo. Parecíame que junto a mí estuviera mi
ángel custodio, quien me indicaba que yo debía encaminarme por aquel monte y
me señalaba con un dedo la cruz y a Jesús. Él mismo me llamaba y yo anhelaba
por querer llegar allí, pero no tenía ánimo. Me encomendé a mi ángel custodio,
quien me tomó de la mano. Sentía pinchazos de espinas; no podía fijar el pie en
parte alguna, y cuanto más quería avanzar, tanto más retrocedía, por razón del
tormento que experimentaba.
EL ÁNGEL ASISTENTE
EL ÁNGEL COCINERO
280
Diario, pp. 22-23.
281
11 de octubre de 1697, tomo IV, pp. 334-335.
113
ángel custodio. Yo oía todo eso, pero no tenía visión alguna. Sólo me parecía
que fuese Nuestro Señor, porque dejaba grandes efectos en el corazón, y me
daba gran seguridad. Y sentía que era él.
282
19 de julio de 1697, tomo IV, pp. 238-239.
114
Una mañana, inmediatamente después de haber comulgado, me tocó ir a
la cocina, porque a quien le correspondía cocinar, no podía. Así es que, apenas
había concluido la comunión, salí de la iglesia para ir a hacer los quehaceres de
la cocina. Cuando llegué a ella, vuelta con mi mente a Dios, decía: “Señor, os
dejo, por Vos mismo. ¡Sea todo por vuestro amor!”. En este momento oí una voz
interior y como si estuviera una persona allí junto a mí, que así me dijo: “Ve a la
celda, y déjame el cuidado de la cocina a mí”. Esta voz me pareció del Señor. Yo
no respondí. Seguidamente fui a la celda, y allí tuve el recogimiento y el beso de
paz.
283
Tomo III, p. 385.
284
24 de agosto de 1697, tomo IV, p. 281.
115
lo que yo estaba haciendo. ¡Oh Dios! ¡Qué contento sentía! Y además me
parecía oír al Señor que me fuera diciendo: “Yo estoy contigo; no dudes”. Así es
que, en poco tiempo, lo hice todo 285.
285
11 de octubre de 1697, tomo IV, p. 339.
286
11 de octubre de 1697, tomo IV, p. 336.
287
14 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 306.
288
17 de septiembre de 1697, tomo IV, p. 314.
289
Sum p. 93.
116
EL ÁNGEL DESPENSERO
El día de santa Clara enviaron por caridad cierta torta muy pequeña a
una hermana, quien me dijo: “Repartidla entre dos o tres según os parezca,
porque no puede bastar para todas”. Yo comencé a hacer las partes, y mientras
partía, veía crecer la torta. Hice partes para todas las monjas y luego aún sobró
para dar de ella ración doble a la hermana que la había recibido. Y las
hermanas que habían visto llegar la pequeña torta, me preguntaron si las
porciones que había hecho eran de aquella torta que ellas habían visto. Les dije
que sí y ellas me dijeron: “¡Oh, eso no puede ser!”.
Mientras esto decían, otra hermana recibió otra torta mucho más pequeña
que la primera y me dijo que ella no la quería, que yo se la diese a quien
quisiera. Y yo dije: “Iré a ver si hay quien la quiera”. Pero una de las hermanas
que había visto la primera, replicó: “Dad una migaja a cada una”. La llevé a la
despensa y comencé a partirla. Cuanto más la partía, más había. Hice partes
suficientes para todas; y cuando llegué al refectorio, para dársela a las monjas,
muchas se maravillaban y decían: “¿Es esta la torta que tenías en la mano?...
No puede ser”. Y yo dije, que aquella era. Por entonces no tuve otro
pensamiento. Después, me di cuenta de todo. Y mientras hacía todas estas cosas,
asistíame mi ángel custodio de un modo especial.
Por dos veces, estando en vela para tocar a Maitines (nosotras tenemos la
costumbre de que la que vela tiene la luz encendida) ya había encendido la luz, y
al Ave María en punto, a pesar de que, a Maitines debía haberse consumido todo
117
el aceite, yo veía que pasaban las horas, y el aceite del velón no se consumía en
lo más mínimo. Y esto ha ocurrido, por dos veces; pero yo no sabía el motivo.
Ahora, mientras hacía oración, paréceme haber sentido que me decían que no
tuviera escrúpulo de gastar aceite para escribir; porque el Señor me había
mostrado dicho milagro de no gastarse el aceite, para que yo no tuviera que
dejar de escribir cuanto me había ordenado, ya que, de día, no tenía tiempo
suficiente. Y así era 290.
EL ÁNGEL DE LA COMUNIÓN
290
24 de agosto de 1697, tomo IV, pp. 281-283.
291
Tomo VII, p. 619.
292
Tomo VI, p. 553.
293
Tomo VI, p. 120.
118
boca. Todo lo he visto con visión corpórea y he sentido los mismos efectos que
siento en la comunión sacramental 294.
294
Tomo VI, p. 158.
295
11 de octubre de 1697, tomo IV, p. 338.
296
Tomo VI, p. 162.
297
Tomo VI, p. 165.
298
Tomo VI, p. 169.
299
Tomo VI, p. 180.
119
a Jesús sacramentado, me pareció pedirle la gracia de la contrición de mis
culpas 300.
EL ÁNGEL ORANTE
Fui a Maitines, pero a causa del dolor que tenía en el corazón, no podía
mantenerme en pie. Me pareció oír una voz interior y aun en los oídos, que me
dijo: “Confía en mí, no dudes”. Entonces se me reavivó la fe en Dios y
totalmente confiada en su caridad, empecé los Maitines con las demás, pero
súbitamente me dio un no sé qué. Quedé como fuera de mí. Al decir los salmos,
me parecía oír siempre una voz sonora allí junto a mí que me daba tal vigor que
también yo los recitaba fuertemente. Cosa extraordinaria, porque, cuando la
herida del corazón está abierta, nunca puedo hablar fuerte. A veces me parecía
ver a mi ángel custodio que me sostenía para que pudiera estar en pie. De este
modo pasé todos los Maitines 301.
Otra vez tocaron a Maitines y no sabía qué hacer para mantenerme en pie
y una voz interior me dijo: “Está tranquila que yo recitaré contigo los Maitines y
te asistiré en modo particular”. Durante los Maitines parecióme tener junto a mí
de un modo especial la asistencia de mi ángel custodio. No obstante lo cual,
tenía alguna turbulencia de tentación interior. A veces no podía ya proferir ni
una palabra. Pero súbitamente me hallé auxiliada sin saber cómo 304.
300
Tomo VI, p. 185.
301
Tomo V, pp. 128-129.
302
Tomo VI, p. 559.
303
3 de octubre de 1697, tomo IV, p. 324.
304
Diario, p. 400.
120
Volví en mí y oí que entonaban las Laudes. A pesar del gran dolor que
sentía en el corazón, manos y pies, me puse a rezarlas, pero con fatiga; y si no
hubiese tenido la asistencia de mi ángel, no hubiera podido proferir ni una
palabra. Pero él rezaba conmigo en alta voz 305.
SUS ÁNGELES
305
Diario, p. 401.
306
Tomo VII, p. 124.
307
Tomo VII, p. 127.
308
Tomo VII, p. 141.
309
Tomo VIII, p. 406.
121
María santísima mandó a mis dos ángeles que asistiesen a la misa uno a
cada lado, los cuales hacían a la par del sacerdote todo lo que él ejecutaba
como son los signos de la cruz con todas las otras ceremonias, pronunciando
juntamente con él todas sus palabras. Los siete fundadores de los siervos de
María, que de un tiempo a esta parte los veo siempre ante María, esa noche y
esta mañana han estado también cerca del padre, rodeándolo y sirviendo al
santo sacrificio. ¡Y con qué reverencia! 310.
310
Tomo VIII, p. 350.
311
Tomo VII, p. 155.
312
Tomo VII, p. 186.
313
Tomo VII, pp. 204-205.
122
que la santa obediencia quiere”. Entretanto mi otro ángel con el ángel custodio
de aquella alma, la tomaron y la condujeron a los pies de María 314.
Esta noche han tenido lugar los golpes del demonio con espantosos
alaridos, voces horrendas, juntamente con visiones espantosas y cosas
semejantes. He recurrido a María santísima y a mis ángeles custodios. He
ofrecido los golpes como penitencia de mis pecados y por la conversión de los
pecadores 315.
Tuve un recogimiento y fui conducida por mis ángeles a los pies de María
santísima que llamó a sí a mis tres ángeles, tomó en sus manos los tres cálices y,
vuelta hacía mi padre confesor, lo bendijo con ellos 318.
María llamó a mis tres ángeles y tomó los cálices de sus manos y con ellos
me bendecía y me hacía entender que ella quería renovarme y purificar mi
corazón con aquella sangre preciosa y con sus santísimas lágrimas 319.
314
Tomo VII, p. 381.
315
Tomo VIII, p. 261.
316
Tomo VIII, p. 210.
317
Tomo VII, p. 460.
318
Tomo VII, p. 473.
319
Tomo VII, p. 511.
320
Carta del 12 de octubre de 1719.
123
Uno de los días celebró la misa el confesor y yo al momento de la
comunión fui por mano de mis ángeles conducida al altar a los pies del
sacerdote. María santísima ordenó a mis ángeles que tomasen una partícula de
la hostia sacrosanta y me pareció oír que el padre profería las palabras de la
comunión y que María santísima lo acompañaba repitiéndolas. Ella misma me
dio la comunión y noté en mí los mismos efectos que en la comunión
sacramental321.
321
Tomo VII, p. 348.
322
Tomo VII, p. 490.
323
Tomo VII, p. 355.
324
Tomo VIII, pp. 222-223.
124
SÉPTIMA PARTE
SU GLORIFICACIÓN
ABADESA
Cuando fue elegida abadesa con 56 años puso en el coro una imagen de
la Virgen dolorosa y ante ella colocó las llaves del monasterio, el sello, la Regla
y les anunció a las religiosas que ella iba a ser la Vicaria y la Virgen la abadesa
real 325.
Como Superiora corrigió los abusos y lanzó a las religiosas por el camino
de Dios a velas desplegadas. Ella misma apagó el fuego que se había iniciado en
la iglesia con una simple oración a María. Construyó un ala nueva en el
monasterio, que era demasiado pequeño para recibir a tantas jóvenes que
querían entrar en ese convento. Realizó algo excepcional en su época: canalizar
el agua de un pozo para llevarla a la cocina y a la lavandería. Las limosnas de
la gente a la comunidad fueron numerosas y no les faltó de nada. Oraba mucho
por la Iglesia, por el Papa y por la paz para que cesaran las guerras con los
musulmanes y triunfara el reino de Dios.
Uno de los días tuvimos capítulo de culpas (en el que cada una se
acusaba de sus faltas ante las demás). Me encomendé a María santísima, porque
ella era la abadesa y yo estuve fuera de mí. A todas les di algún ejercicio e hice
alguna amonestación, exhortando a todas a una nueva vida, a la caridad y unión
fraterna, a la humildad en el obrar, a la presencia de Dios y a obrar todo con
pureza de intención, con amor y por puro amor de Dios. María santísima habló
por mí 327.
325
Sum p. 207.
326
Sum p. 188.
327
Tomo VIII, p. 704.
125
María me confirmó en el oficio de Vicaria y me manifestó: “Hija, he sido
yo quien lo ha querido así. Te confirmo en el oficio: yo estoy contigo y haré todo
por medio de ti. Soy yo la Superiora, tú debes depender en todo de mí y hacer
todo conmigo” 328.
MILAGROS EN VIDA
328
Iriarte, p. 341.
329
Sum pp. 299-300.
126
manifesté al padre Raniero Guelfi, nuestro confesor, y le pedí que mandara por
obediencia a sor Verónica que fuera a ver el aceite. Ella recibió la orden y fue
conmigo a ver el aceite. Yo me retiré para dejarla sola. Ella salió de la despensa
y me dijo con rostro alegre y sonriente que había cumplido con la orden
mandada por la obediencia. Yo entré en la despensa, saboreé el aceite y sentí
que era buenísimo. Lo hice gustar a otras religiosas y también lo encontraron
buenísimo y esto lo reconocimos como algo milagroso, obtenido por intercesión
de la Madre Verónica 330.
127
Otro caso fue el de sor María Victoria. Le salieron a sor Victoria en las
manos unas úlceras de modo que parecía que no podría usar las manos para
ningún trabajo. Cuantos remedios le pusieron, no le hicieron nada y esto le duró
unos dos o tres años. Un día consiguió un pedazo de hábito de sor Verónica y me
dijo a mí y a otras religiosas que quería colocar esa tela en sus manos a ver si
conseguía la salud. Y de hecho se la puso una tarde, antes de acostarse, y por la
mañana se encontró totalmente sana. Solamente le quedó unas señales rojas, que
desaparecieron en dos o tres días 334.
Sor Francisca por su parte anota: Uno de mis sobrinos, llamado Ángel,
tenía una catarata en un ojo del que todos decían que era imposible que se
curase. De hecho, los remedios que le dieron no le hicieron nada. Yo le di un
poco de agua en la que se había lavado las manos sor Verónica. Me la había
dado mi hermana Jacinta y la había puesto en una vasija pequeña, que
mandamos al sobrino. Él bañó el ojo con el agua y quedó sano perfectamente en
dos o tres días. Su mujer me envió la vasija vacía, diciéndome que la vasija tenía
un olor muy suave y agradable. Y la hermana tornera al recibir la vasija, me
preguntó qué contenía, ya que se sentía un olor muy agradable. Yo le respondí
que le había mandado a mi sobrino esa vasija con agua buena para los ojos 335.
Otro caso contado por sor Gertrudis: Me acuerdo que, cuando yo era
novicia, sor María Costante Sparacciari tenía erisipela en una pierna y tuvo que
quedarse en la enfermería. Se encomendó a la Madre Verónica para que orase
al Señor y la curara. Sor Verónica era entonces Maestra de novicias y la animó
a confiar en el Señor y le desapareció de un momento a otro la erisipela y se le
apareció a la Madre Verónica en su pierna 337.
334
Sum p. 304.
335
Sum pp. 304-305.
336
Sum p. 305.
337
Sum p. 189.
128
SU MUERTE
Sor Florida informa que, antes de recibir la comunión, les decía algunas
palabras a las religiosas para que vivieran siempre en paz y observaran las Reglas
de la Orden, pidiendo perdón a todas por sus faltas y malos ejemplos. Cuando
vino el obispo, ella le pidió la cruz que él llevaba al cuello y ella la besó y se
hacía con ella la señal de la cruz. Al despedirse el obispo, le pidió ella su
bendición y él le puso la mano en la boca para que besara el anillo episcopal.
338
Sum pp. 326-327.
339
Sum p. 169.
129
Obediencia, paciencia o padecer y voluntad de Dios o humildad (umiltà en
italiano). Algunos meses antes de morir, le había concedido el Señor que en su
corazón quedaran grabadas las figuras de dos pequeñas llamas y de una
bandera, sobre la cual estaban las letras J. M. (Jesús y María). Y, cuando
abrieron el corazón el mismo día de su muerte, encontraron todas esas figuras
que ella ya había anunciado previamente.
Por orden del obispo, esperaron hasta la una de la noche del nueve de julio
para dar la noticia, tocando la campana del convento. De inmediato llegó un gran
concurso de gente de toda clase. Mucho mayor fue al día siguiente por la
mañana. Se llenó la iglesia de damas, caballeros y gente de toda clase social.
Todos querían ver su cadáver. Fue necesario meter el cadáver en la clausura y
cerrar las puertas, pero la gente llamaba y quería tirar las puertas. Después de
sacar su corazón y examinarlo, sacaron su cadáver para exponerlo a la vista de
los fieles y lo antes que pudieron lo enterraron en el pavimento del coro. Todo el
mundo quería reliquias y durante muchos días pedían desde distintos lugares
reliquias para pedir a Dios la salud por su intercesión.
Por estos dos milagros aceptados por la comisión vaticana, fue beatificada
el 17 de junio de 1804 por el Papa Pío VII.
130
Los otros dos milagros para su canonización fueron la curación de sor
María Geltrude Camilletti de tisis pulmonar, a raíz de una aparición de la beata
Verónica y el restablecimiento total de su salud en 1815.
REFLEXIONES
Una de las cosas que más impresionan al leer la vida de santa Verónica
Giuliani es la ternura de Dios. Un Dios humano y cercano. Un Dios que se hace
niño para jugar con los hombres, que son eternos niños. Un Dios omnipotente,
que se abaja hasta nosotros y no quiere títulos rimbombantes de Omnipotente,
altísimo y todopoderoso Señor, Dios eterno de cielos y tierra, sino que prefiere
una cercanía y confianza como un papá con su niño pequeñito, a quien abraza y
besa y acuna y juega para hacerlo feliz. Evidentemente para ello hace falta tener
fe. Las personas que no creen en Dios o que viven alejadas de él, aunque digan
que creen, no pueden comprender esta cercanía y ternura de un Dios maravilloso,
que es Papá y a la vez es todopoderoso.
Por otra parte, recordemos que Jesús, con los niños humildes y sencillos,
se manifestaba con todo su amor y cariño. Por eso, cuando se le acercaban los
niños, los besaba y sonreía, los abrazaba y les imponía las manos para darles su
bendición. San Marcos en el capítulo (10, 15-16) dice: Si no os hiciereis como
niños no entraréis en el reino de los cielos. Y abrazaba a los niños y los bendecía
imponiéndoles las manos. Evidentemente, aunque el texto no lo diga
expresamente, Jesús estaba muy contento y les sonreía y los besaba como un
papá a sus hijos.
131
Algo parecido le sucedió con el joven rico (Mc 10, 14). Nos dice el texto
sagrado que lo miró y lo amó. Esa mirada llena de ternura y de amor sería
también con una sonrisa, porque le estaba proponiendo lo mejor que tenía: su
reino. Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y ven y
sígueme. En esos momentos Jesús le estaba invitando a seguirlo a tiempo
completo y sin condiciones. El joven, dice el Evangelio, que se fue triste, porque
tenía muchos bienes. Si hubiera seguido a Jesús ahora seguramente sería uno de
sus apóstoles, un gran santo reconocido en el mundo entero, pero ¿dónde estará?
¿En el cielo? ¿En el infierno? En el caso del leproso curado por Jesús, se nos dice
que Jesús enternecido (con ternura) le tocó la cabeza (seguramente le sonrió) y lo
sanó (Mc 1, 41).
Y esto sin olvidarnos de los santos y ángeles que nos rodean y a quienes
también como hermanos y amigos podemos y debemos invocar para obtener
muchas bendiciones que de otra manera no podríamos recibir.
Para terminar esta reflexión, digamos que la vida de santa Verónica es una
mina de oro y una fuente inagotable de enseñanzas para nuestra vida espiritual.
Vivamos esta vida con Jesús y María, con los santos y los ángeles y todo será
más fácil en nuestro caminar. Que tengas buen viaje por la vida y no te olvides de
que un ángel bueno te acompaña y tienes una madre en María y que Jesús quiere
ser tu amigo y te espera todos los días en la Eucaristía.
132
CONCLUSIÓN
Y para terminar, solo nos queda elevar nuestra mente hacia Dios, nuestro
Padre, que ha hecho una obra maravillosa en su vida y nos ha marcado una vez
más en esta santa un camino para llegar a la santidad.
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133
CRONOLOGÍA
En 1663, con tres años frecuentes coloquios con el Niño Jesús y la Virgen María.
134
El 16 de mayo de 1993 el Papa Juan Pablo II beatificó a su vicaria sor Florida
Cevoli, que fue abadesa del monasterio después de la muerte de sor Verónica.
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