Que Es El Estado
Que Es El Estado
Que Es El Estado
Un Estado es una organización política constituida por instituciones burocráticas estables, a través
de las cuales ejerce el monopolio del uso de la fuerza (soberanía) aplicada a una población dentro
de unos límites territoriales establecidos.1234567
Muchas sociedades humanas han sido gobernadas por estados durante milenios, sin embargo, la
mayoría de las personas en la prehistoria vivían en sociedades sin estado. Los primeros estados
surgieron hace unos 5500 años junto con el rápido crecimiento de las ciudades, la invención de la
escritura y la codificación de nuevas formas de religión. Con el tiempo, se desarrolló una variedad
de formas diferentes, empleando una variedad de justificaciones para su existencia (como el
derecho divino, la teoría del contrato social, etc.). Hoy, sin embargo, el estado-nación moderno es
la forma predominante de estado a la que están sometidas las personas.
La palabra Estado viene del latín status,8 y este del verbo stare (estar parado).9 De ahí pasó a
significar a algo parado, detenido, como en statu quo. El verbo stare se vincula con una raíz
indoeuropea *sta-, que está presente en el verbo griego ίσταμαι (histamai que se puede traducir
como: establecer, poner en pie, detener, estar en pie).
Como término polisémico, designa también a todo aquel país soberano, reconocido como tal en el
orden internacional, así como al conjunto de atribuciones y órganos de gobierno de dicho país.8
Qué es la nación
Una nación en sentido amplio es una comunidad histórico-cultural con un territorio que considera
propio y que se ve a sí misma con un cierto grado de conciencia diferenciada de los otros. El
sentido moderno de nación nace en la segunda mitad del siglo XVIII, tanto en su concepción de
«nación política» o «cívica», como conjunto de los ciudadanos en los que reside la soberanía
constituyente del Estado, como en su concepción de «nación orgánico-historicista» o
«esencialista», como una comunidad humana definida por una lengua, unas raíces, una historia,
unas tradiciones, una cultura, una geografía, una «raza», un carácter, un espíritu (Volkgeist),...
específicos y diferenciados.12 Por otro lado, en sentido laxo, nación se emplea con variados
significados: Estado, país, territorio o habitantes de ellos, etnia, pueblo y otros.
El concepto de nación, en la actualidad, posee dos representaciones: una que se aborda desde la
perspectiva política, la cual está basada en criterios de tipo jurídico y político y habla sobre la
soberanía que rige dentro de un determinado Estado, y otra que describe a una nación de tipo
cultural, una noción socio-ideológica de espíritu más ambiguo y de mayor subjetividad que
describe a un grupo humano donde se comparten determinados aspectos culturales comunes. De
todas formas, en el lenguaje cotidiano se utiliza la palabra nación como sinónimo de país,
territorio, pueblo y Estado, por ejemplo.
La formación del estado nacional en Guatemala: etapas decisivas (1821-1985)
El estudio de la constitución del Estado en Guatemala se asume desde una óptica histórico-
estructural cuyo punto de partida es el fin del estatus colonial establecido por España desde 1524.
La «ruptura» de esa condición creó la oportunidad de un proyecto de Estado republicano,
independiente y nacional, tal como las élites en todo lo que hoy es América Latina se propusieron.
Se realizó, además, de acuerdo con la sensibilidad cultural de esa época en que surge la voluntad
de una élite de constituir un Estado moderno, pero sin considerar las condiciones del medio
socioeconómico. En el período estudiado, 1821-1985, se identifican seis momentos o etapas
decisivas en la formación del Estado nacional guatemalteco: primero, la formación del Estado,
durante el Gobierno provincial liberal de Mariano Gálvez (1828-1837); segundo, la restauración
conservadora (1839- 1871); tercero, las bases del Estado nacional (1871-1897); cuarto, el
estancamiento político (1898-1920); quinto, la crisis del Estado liberal (1930-1944); sexto, el
Estado desarrollista (1944-1985) con sus fases, democrática (1944-1954) y autoritaria (1954-1985).
En el abordaje de estos momentos, se retoman rasgos del Estado moderno descritos en el capítulo
I. En este recorrido histórico de más de 160 años, la preocupación del Estado por el bienestar de la
población, más allá de los intereses del grupo dominante, llega tardíamente con la Revolución de
Octubre de 1944, la cual marca la transición entre el Estado liberal y el Estado desarrollista.
Estudiar el proceso de transición del orden jurídico colonial al republicano durante el siglo XIX
implica analizar las instituciones en que se sustenta, asumiendo que la estructura administrativa y
normativa es insuficiente para comprenderlas, debido a que lo formal no trasciende directamente
a las prácticas en todas las ocasiones. Existe una tensión permanente entre el marco normativo y
las relaciones sociales que trata de regular, lo cual demanda entender el ordenamiento jurídico
como un sistema, sin concebirlo como una sucesión mecánicamente establecida y mudamente
sustituida, sino atendiendo a sus rasgos complejos, en los que se imbrican procedimientos, leyes e
interpretaciones.1 En este artículo analizaré el sistema de justicia y sus operadores por medio de
los argumentos de fiscales, defensores, reos, asesores y jueces. Estudiaré la interpretación y uso
que hacen del corpus jurídico disponible, en el que se conservan elementos y fundamentos
propios de las leyes coloniales del tipo de las Partidas; pero que empiezan progresivamente a
transformarse, en especial desde la expedición de las leyes contra ladrones, normatividad que
inicia el cierre de las posibilidades de interpretación y el contenido de los procedimientos.2
Examinar el proceso de transición del orden jurídico colonial al republicano contribuye a la
comprensión de la fase previa a los códigos del Distrito Federal y el Territorio de Baja California,
expedidos a principios de la década de 1870, los cuales han sido objeto de la mayor parte de los
estudios sobre el tema.3 Es fundamental conocer la experiencia de los estados para analizar desde
una región en particular "el modo de hacer justicia o entender lo justo", en la norma jurídica y en
la práctica judicial.4 Elegí el estado de Querétaro por ser un lugar de tránsito hacia las minas del
norte y puerta a las fértiles tierras del Bajío, que, en el trasiego de mercancías y personas,
despertó el interés de los asaltantes de caminos durante varios siglos.6 Igualmente la abundante
producción de lana que permitió el auge de los obrajes a mediados del XVIII decayó durante la
Independencia; esto provocó el aumento del desempleo y la criminalidad, afectando primero al
campo y luego a la ciudad
El Gobierno conservador de los 30 años corresponde al período en que el capitán general Rafael
Carrera y Turcios gobernó a Guatemala, junto con los miembros del Clan Aycinena. Los criollos del
Partido Liberal lo acusaban de ser un militar analfabeto, y se decía que él firmaba con el nombre
«Racaraca», nombre por el cual pasaría a ser conocido por los guatemaltecos luego de la Reforma
Liberal en 1871. Para los criollos conservadores, Carrera fue más conocido como «Caudillo
Adorado de los Pueblos».1 Fue un estratega militar, quien venció a El Salvador y Honduras en la
Batalla de La Arada. El régimen de los 30 años estuvo condicionado por la Guerra de Secesión de
los Estados Unidos, la expansión de Inglaterra en Centroamérica, particularmente en Belice,
Roatán en Honduras y el Reino de Mosquitia en Nicaragua, la ocupación militar de México por los
Estados Unidos que dio como resultado la incorporación a este país de cerca de 900 000 km²
mexicano, la «fiebre de oro» en California, la declaración de Nicaragua como un Estado más de los
Estados Unidos (esclavista y hablando inglés), gobernado por William Walker, y que desencadenó
la Guerra contra los Filibusteros. El 21 de marzo de 1847 firmó un decreto proclamando a
Guatemala como República soberana e independiente,2 separándola definitivamente de la patria
federada centroamericana, y se hizo llamar «fundador de la Nueva República». Con esta medida
Guatemala pudo iniciar sus acciones como Estado soberano y entablar relaciones con las potencias
europeas.
El 27 de enero de 1825, la Asamblea del Estado de Guatemala ordenó tempranamente que los
baldíos o tierras realengas se redujesen a propiedad particular;2 hubo sucesivas reglamentaciones,
hasta llegar a 1836, cuando se autorizó a los gobiernos municipales a vender sus propios ejidos y
las tierras de las cofradías. Y quienes se encontraban en calidad de usufructuarios de esas tierras,
mediante la modalidad del censo enfitéutico,3 podrían adquirirlas en propiedad, pagando un
canon. Aunque parezca contradictorio, negociar la tierra fue mal visto por indígenas y ladinos,
peor aún cuando se trataba de tierras ejidales; el impuesto territorial —lógica deducción del
nuevo régimen de propiedad— creó un rechazo muy fuerte, y dejar de sembrar para tener ganado
fue visto de manera todavía más negativa por la Iglesia, que calificó esta actividad como una
herejía, algo contra la ley natural. La ofensiva para lograr la redención de la propiedad pública, de
parte de la Iglesia tanto como de los pueblos, tuvo pocos resultados. Con la independencia, y sin la
autoridad de la Corona, se debilitó la red institucional regional con la que habían sido gobernadas
las provincias de la Capitanía General. Las fuerzas sociales locales quedaron «sueltas», apoyadas
en intereses económicos centrípetos que en los últimos decenios coloniales crecían en las
provincias, en especial en las ciudades clave del interior. La fuerza de las élites criollas provinciales,
apoyadas en un régimen de intendencias casi autónomas, crecía paulatinamente frente a una red
comercial controlada por la élite guatemalteca dominante. Esta se movió en el seno de una matriz
contradictoria: por un lado, el cerrado monopolio económico-comercial que ejercía y que
perjudicó siempre a las provincias; por el otro, la ausencia de una estructura real de poder militar
y político para apoyar aquel predominio. La independencia develó tal contradicción y el modelo
federal lo exacerbó, poniendo a prueba la capacidad de los criollos guatemaltecos para ejercer un
control político y militar que, por cierto, tampoco quisieron experimentar. Los primeros rasgos
estatales se conformaron a partir de 1824; ello ocurrió en la matriz colonial, en crisis y en el seno
del inicio de la guerra civil.
La restauración conservadora (1839-1871)
Este segundo momento se define como una restauración conservadora porque los actores que
dirigieron una nueva experiencia de poder (1839-1871) practicaron políticas y se apoyaron en
instituciones coloniales; pertenecían, asimismo, a la más tradicional oligarquía criolla, creían en las
razones de los Habsburgo y tenían una mentalidad conservadora. Fue una «restauración»
incompleta porque el peso de lo colonial no paralizó el proceso de emergencia de rasgos estatales
que, en algunos aspectos, continuaron produciéndose. El ímpetu restaurador alteró el perfil del
Estado postcolonial. Después de 1839 se restablecieron las comunidades religiosas, la católica
como religión oficial, el fuero eclesiástico y las fiestas religiosas; el Consulado de Comercio y la
Sociedad de Amigos del País volvieron a dirigir la vida económica, comercial y financiera.12 En
1840, se anuló la ley del matrimonio civil y se prohibió su disolución. En octubre de 1852, se firmó
un concordato con la Santa Sede y se reforzó la presencia de la Iglesia, que se hizo cargo de la
administración de los hospitales, cementerios, cárceles de mujeres y del Registro Civil (que se
ocupa de nacimientos, muertes, matrimonios, herencias, etc.). Y, sobre todo, de la educación, a la
que consideraban como una de sus funciones naturales.13 Dos hechos históricos revelan el
sentido estatal de este segundo momento. Uno, la derrota militar del proyecto político
autonomista de la importante élite agrario-artesanal altense, proyecto que tuvo propósitos
secesionistas alimentados largamente y que se fundamentó en la autonomía económica, así como
en la fuerte identidad regional que llevó a sus líderes a proclamar la República de los Altos (1840 y
1848). Un Ejército formado con pleno apoyo indígena, dirigido por Carrera (y luego por Mariano
Paredes), puso fin a la partición.14 Otro, fue la decisión del 20 de marzo de 1847 de abandonar la
República federal y proclamar a Guatemala como un Estado independiente. La decisión fue
valorada positivamente por la Iglesia católica, por los grupos dominantes de las provincias y, sobre
todo, por los intereses ingleses, dirigidos por Mr. Chatfield, cónsul británico. Por esa época, el
contrabando inglés era el símbolo del libre comercio en clave beliceña y el mercado del Reino
Unido se abría como el primero en importancia. La Constitución de 1851 ratificó la independencia
de la provincia vuelta Estado y definió la condición restrictiva de la ciudadanía: solo los hombres
alfabetos, con profesión, oficio o bienes significativos, «cabezas de familia», mayores de 25 años
(o 21, si fuesen casados). La nación de los conservadores era una comunidad ínfima, sólo la
formaba una élite criollamestiza con funciones dirigentes, una minoría que en una sociedad rural
acaparaba la tierra, la educación y el comercio.15 Esa élite se amplió paulatinamente con una
breve porción mestiza que satisfacía los criterios censatarios al aparecer como sacerdotes,
generales, licenciados, intelectuales, comerciantes, cosechadores. A la élite se agregaron
inmigrantes de piel blanca. La identidad «nacional» fue restrictiva y la nación no fue homogénea:
no podía serlo en sus orígenes. El orden interno, como en la colonia, se apoyaba en el régimen de
corregimientos con autonomía local, dirigido por militares mestizos. La Asamblea Constituyente de
1839 restituyó las Leyes de Indias y restableció la «República de indios», una política paternal-
racista que preconizaba que «los indios» no podían ser ciudadanos plenos: separados por una
prejuiciosa «minoría de edad», elegían sus propias autoridades, reforzaron el sistema de cofradías
y disfrutaron de una relativa autonomía. Siempre fueron fuerza de trabajo disponible, aunque
menos explotada que en el período liberal. Además, pagaban tributos —y luego impuestos— y
fueron milicianos cuando los llamaban. El control de aduanas produjo un ingreso fiscal destinado
casi exclusivamente al pago de la deuda externa (que, durante casi un siglo, fue la mayor carga
presupuestaria)16 y a los gastos militares (véase gráfica 2.1). Con el 21% de los ya flacos recursos
públicos, lo estatal era solo una minúscula
La victoria militar de 1871, encabezada por los generales Miguel García Granados y Justo Rufino
Barrios, dio inicio al período llamado liberal. Como se verá líneas adelante, durante esta etapa
(1871-1897), a la cual identificamos como
A continuación, se analizan sumariamente los rasgos estatales más delineados alcanzados durante
el período liberal, en un orden que no supone primacía alguna:
3.1 La clase o élite nacional En Guatemala, el «grupo nacional» lo formó la fracción más poderosa
de cafetaleros y comerciantes, que hacia la década de los 60 del siglo XIX ya conformaban una
coalición dominante junto a militares y políticos, sin ninguna relación con poderes externos. Por
élite o clase nacional se entiende la fracción dominante cuyos miembros tuvieron la capacidad (o
crearon las oportunidades para) de acceder al poder apoyados en recursos de fuerza,
promoviendo así sus intereses económicos; organizándose políticamente y produciendo ideologías
para acrecentar su dominio. No hay posibilidad de Estado sin clase nacional independiente y
dominante y ésta no puede serlo si no dispone de recursos económicos, instrumentos de fuerza y
de un aparato burocrático que le permitan ordenar a la sociedad según sus intereses. Define al
«grupo nacional» su capacidad para dominar y dirigir (con violencia o no) el Estado y promover la
economía a su servicio y a cualquier precio. Tal fue la hazaña satisfecha por la generación de
militares, políticos y productores que venía formándose, cuyos miembros permanecieron activos
después de la victoria militar de 1871, que encabezó el general Justo Rufino Barrios. A esta clase se
le llama oligarquía, como el recuadro 2.2 lo explica.
3.2 La economía y el mercado interior El poder no solo se desarrolla políticamente; requiere una
estructura económica de ámbito nacional, permanente, capaz de producir y sostener la
arquitectura política de la nación. Desde mediados del siglo XIX se constituyó una estructura
productiva con los colorantes, primero, y más dinámica con el café, después; la finca (o hacienda)
fue la unidad productiva y el sistema finquero el soporte político, el microcosmos socioeconómico
y cultural en el cual se procesaron las relaciones de dominio y se reprodujeron las desigualdades
existentes. La
En Guatemala primero se construyó el estado después la nación
La mencionada crisis afectó las funciones y rasgos estatales. Es en ese momento, cuando la
economía creció con tantas dificultades que pareció un estancamiento, llegó al Gobierno el
licenciado Manuel Estrada Cabrera (1898-1920). Por esa época, concurrieron otros factores
adversos, como el terremoto que destruyó parte de la capital (1917-1918) y los efectos causados
por la Primera Guerra Mundial. En estos años se materializó la presencia múltiple de Estados
Unidos, convertidos, después de la guerra con España, la toma de Puerto Rico (1898) y la casi
ocupación de Cuba, en el factor de poder más poderoso en la vida centroamericana.38 Estados
Unidos firmó compulsivamente los llamados Tratados de Washington (1906), para asegurar la paz
en la región y la no reelección presidencial. La explicación es de orden histórico y no es posible
afirmar que la crisis económica reforzó los componentes violentos del Estado liberal, o que
acentuó los peores rasgos del poder personal. Pero, sin duda, estos componentes alcanzaron
nuevas modalidades con Estrada Cabrera, con quien el sistema político se estancó, el consenso se
suplantó con reelecciones sin pluralismo y competencia. Ello no impidió que el dictador se apoyara
en la organización del pueblo, en Club Liberales, una suerte de populismo vertical que, en todo
caso, aparece como la primera experiencia de la utilización popular como masa de maniobra
electoral. Las reelecciones se basaron en apoyos de «los pueblos» del interior, como ocurrió en la
primera reelección de 1904, en la cual obtuvo 550 mil votos en un país de millón y medio de
habitantes y donde solo votaban los hombres, alfabetos y mayores de edad.39 En la última
reelección, en un denso clima de terror, Estrada Cabrera creó más de 500 clubes políticos, muchos
de ellos integrados por obreros y artesanos. Es este un aspecto ignorado y que se supone era el
contrabalance frente al poder militar.
La crisis del Estado liberal (1930-1944) La sustitución de Estrada Cabrera abrió un momento de
potencialidades políticas democráticas y desarrollistas que se frustraron. Una generación de
militares de convicción liberal retomó el control del poder. El Partido Unionista, formado por una
fracción conservadora de la oligarquía, se desorganizó con el golpe de Orellana en 1922. Ocurrió
un despertar de fuerzas sociales sofocadas por la dictadura en la forma de organizaciones obrero-
artesanales, intentos de formar partidos políticos por sectores medios y prácticas electorales que
no alcanzaron a consolidarse. Regresaron los generales de escuela José María Orellana (1924-
1926) y Lázaro Chacón (1926-1929). En febrero de 1931 fue electo como candidato de oposición el
general Jorge Ubico.
Lo relevante del decenio (1921-1929) fue la reforma a la Constitución para prohibir la reelección
presidencial (1927); se dieron nuevas concesiones a la IRCA y a la UFCO se le otorgó tierra a orillas
del Motagua, en condiciones onerosas para el país. El interés de Estados Unidos en cuanto a
ordenar al país incluyó apoyar las recomendaciones del experto E. W. Kenmmerer relativas a la
adopción del patrón oro y la creación de un Banco Central.48 Kenmmerer fue un ilustre experto de
la Reserva Federal que venía de Honduras. Sus recomendaciones se enfrentaron a la oposición de
los cafetaleros y banqueros. No obstante, la reforma monetaria, a fines de 1927, creó el quetzal a
la par del dólar e inició el fin de desorden económico y monetario tradicional. La crisis mundial de
1929-1930 no mostró tanto las debilidades inherentes al Estado liberal sino la naturaleza feble de
quienes lo dirigían, es decir, la autocracia liberal, la oligarquía como clase subordinada a los
intereses de las burguesías extranjeras. Las políticas procíclicas aplicadas demuestran un instinto
oligárquico tradicional, pues aunque ésta fue una crisis universal y profunda, sus manifestaciones
locales no acaecieron en el sector financiero, sino en la agricultura de exportación. En esta
oportunidad, coincidieron los efectos de políticas económicas y sociales equivocadas con otras
propias, personales, de un dictador con mentalidad propia del liberalismo del siglo XIX.
El Estado desarrollista (1944-1985) Aunque no hay acuerdo unánime, se calificó de esta manera al
Estado que surge en América Latina en la segunda posguerra y que se proyecta como el poder que
se asocia con el desarrollo capitalista más avanzado. Al contrario de lo que creían los economistas
clásicos, se empezó a pensar que el desarrollo económico y la modernización de la sociedad
podían ser promovidos, ser el resultado de decisiones racionales, de estrategias elaboradas y
aplicadas mediante decisiones políticas desde el Estado. Durante mucho tiempo, la creencia liberal
clásica afirmó que el desarrollo del capitalismo era un proceso aparentemente espontáneo, tenía
que acaecer; era ciertamente un capitalismo políticamente protegido (el orden militar lo
aseguraba), aunque no políticamente promovido. Pero en esta posguerra surgieron nuevos
intereses y aspiraciones sociales, el predominio de una población urbana, cambios en la
estratificación social. Aparecen las clases medias, diferenciadas profundamente en su interior y
caracterizadas por sus niveles de educación, el tipo de consumo y su activismo político. La
intensidad de las expectativas y demandas sociales que aparecieron por estos años planteaba la
necesidad del cambio, dejar atrás la sociedad agraria y considerar el desarrollo como una meta
política alcanzable, hacia la cual se pueden orientar procesos políticos e intereses dominantes.
Poder y desarrollo significaban que el cambio es un problema político.
Este tipo de Estado, con variaciones, reflejó esa composición social y se estructuró como si fuera
un «pacto político» entre intereses que no siempre coinciden plenamente en la doble y difícil
tarea de alcanzar el crecimiento económico y el bienestar social, por lo que se le ha llamado
también un Estado de compromiso. La estrategia era relacionar la estructura social con el poder
político; comprobar cómo algunos cambios positivos pueden hacer que el desarrollo gane una
aceptación aún entre sectores antaño reticentes. ¿La oligarquía interesada en la inversión
industrial? Prebisch calificó este período como la oportunidad externa e interna para empezar a
construir una sociedad industrial, en provecho de una élite empresarial transitoriamente ausente
a la que el Estado debía promover; era también la única vía para absorber a la población
redundante del campo.58 Bajo su influjo, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) lo
planteó como un modelo indicativo de crecimiento manufacturero para sustitución de
importaciones.
En Guatemala, la Revolución de Octubre inició la crisis del Estado liberal. A juzgar por sus
protagonistas y su retórica, esta gesta fue política, con hondas raíces económicas que la crisis
mundial y las políticas de Ubico profundizaron negativamente. En 1944 se manifestó como una
forma de desagregación del poder oligárquico y, como sucede en estos casos,61 evidenció el
desbalance entre el poder real que la oligarquía tiene y el que efectivamente practica; la dictadura
amenazó aquél y redujo a éste, llevando la contradicción a un momento insostenible. La crisis del
Estado liberal fue de largo plazo y su fase inicial corresponde a la década iniciada por la Revolución
de Octubre. Fue, sin duda, una revolución, calificada de esta manera atendiendo a su significación
histórica nacional, en la perspectiva que traza la crisis tardía del poder oligárquico, casi a la mitad
del siglo XX.62 La Revolución también puede pensarse en una dimensión teórica, nivel al que se
llega como una generalización de otras revoluciones. En este caso, se la define como un proceso
violento que destruye el viejo Estado, que sustituye unas clases por otras, que establece nuevas
formas de dominio social. Con la Revolución de Octubre se produjo una desagregación coyuntural
de la oligarquía cafetalera, una transitoria pérdida de hegemonía como fuerza dominante y, tal
vez, el inicio de su prolongado declive (aunque no hubo cambios en las raíces estructurales de su
dominio).
La experiencia de Octubre demuestra, una vez más, que una revolución se legitima por sí misma
porque tiene calidades fundacionales; si es revolución constituye un desafío a la historia, acarrea
una alteración de la política como juego de poder, promociona nuevos actores y nuevas relaciones
para una nueva legitimidad. Ese momento inicial, su epifanía, necesita un segundo momento, el de
las realizaciones, pues si se propone el cambio, hay que hacerlo. En Guatemala, el programa de
cambios (leyes e instituciones de esta década) fue una enorme esperanza que la participación
organizada del pueblo respaldó. A partir de 1944-1945, la estructura del Estado que venía del
período anterior se fue modificando al alterarse la naturaleza de sus funciones ahora orientadas
políticamente para impulsar el desarrollo capitalista, y por un manejo democrático del poder.
Ambas constituyeron innovaciones en relación con el Estado liberal. Fue en el mundo de la política
donde empezó a alterarse el sistema; fue desde la sociedad que se impulsaron modificaciones,
sucesivas y veloces, que se resumen inicialmente en cuatro hechos que como hitos políticos
señalan el destino del cambio. El primero, el 1 de julio, cuando la presión popular obligó al general
Ubico a renunciar;63 el resultado fue el aumento significativo de la organización y la participación
de fuerzas sociales inéditas que condujeron al alzamiento militar del 20 de octubre, fecha en la
que triunfó una breve e incruenta asonada del Cuartel Guardia de Honor, con apoyo de otros
cuarteles y la participación tumultuosa de estudiantes universitarios.
En América Latina, las fuerzas sociales que se unieron en torno a proyectos desarrollistas en su
versión autoritaria y el momento en que lo realizaron variaron de un país a otro; las causas se
definieron localmente, aunque tuvieron en común varios rasgos. Por lo general, esta etapa
corresponde a la preeminencia lograda por sectores de empresarios industriales vinculados con el
gran capital extranjero, medianos propietarios con ilusiones de movilidad social y mayoritarios
sectores de la clase media alta. Esta coalición política, de hecho, reaccionó a proyectos
democráticos distributivistas y con movilización popular, juzgados como barreras al crecimiento
económica y políticamente peligroso, en el cerrado horizonte de la Guerra Fría. Sostenían que el
desarrollo industrial no necesitaba reformas agrarias y que la estructura rural tiene pausado su
tiempo para modificarse. Con apoyo extranjero directo buscaron establecer un orden social
estable que disciplinara la fuerza laboral y abriera posibilidades de desarrollo
El ejercicio autoritario del Estado mantuvo de forma cerrada su impulso vital desarrollista que
como poder asegurara la capacidad para «tutelar» la llamada «lucha de clases», lo que en su
momento hizo pensar a Metternich que «gobernar es ordenar», lo que traducido actualmente al
lenguaje de la Seguridad Nacional se entendería como que «seguridad es desarrollo». Esta
situación sólo podían garantizarla un orden militar y la política estadounidense, comprometida con
esta modalidad de la modernización. Las funciones de este modelo de Estado son imponer y hacer
reconocer el orden y la seguridad como garantía del desarrollo capitalista, establecido al precio de
cancelar cualquier intento de participación y movilización social. No es éste un Estado democrático
cuya descripción corresponde a lo que O’Donnell llama Estado burocrático-autoritario, acerca del
cual hizo un notable esfuerzo modélico aplicado preferentemente a algunos países de Sudamérica.
En Guatemala, como en muchos países que tuvieron guerras internas han existido las
‘desapariciones forzosas’. En nuestro país a pesar de ser negadas por el ejército, durante la guerra
se dieron muchos casos. Hasta el 28 de febrero del año 2014, se han logrado demostrar al menos
5, dichos casos ya han tenido una sentencia en los tribunales nacionales. Esto a espera de que se
resuelva el caso del niño Marco Antonio Molina Theissen y CREOMPAZ. Estas cinco sentencias por
desaparición forzada representan menos del 0.5% de la totalidad de casos registrados en informes
como el REMHI y el CEH documentaron una totalidad de 45 mil casos denunciados por
desaparición forzada, de esos 5 mil son de niños y niñas.
En el artículo “Ocho preguntas para entender la desaparición forzada” [1] se afirma: “Esta práctica
fue implementada por el ejército de Guatemala en 1966 en contra de 28 dirigentes políticos de
oposición.”, aunque su auge se dio alrededor de los años 80 durante la guerra fría en la Unión
Soviética. Durante el conflicto armado interno se han reportado de más de cuarenta y cinco mil
familias afectadas, aún hay personas que lloran la pérdida de un familiar.
1957 Enero 16 - EL CACIF ES CREADO - Al caer la dictadura “ubiquista” en 1944, las clases medias
se vieron favorecidas con mejores oportunidades de trabajo y salario. La industria se pudo
expandir y en 1948, se fundó la Asociación General de Industriales de Guatemala (AGIG). Sin
embargo, las experiencias negativas vividas por algunos industriales y por el sector agrario durante
los gobiernos revolucionarios en 1945 a 1954, impulsaron al sector empresarial a organizarse en
asociaciones y cámaras para la defensa de sus intereses.
El CACIF se creó en un panorama político caracterizado por la lucha contra la amenaza comunista,
avivada tras la muerte del presidente Carlos Castillo Armas, que nunca fue aclarada, y la
convocatoria a elecciones.
Todo enmarcado en la Guerra Fría. Por otra parte, el CACIF también dio inicio a sus actividades en
un ambiente de optimismo por la integración del istmo centroamericano, no con miras políticas
sino económicas con la expectativa de un futuro más promisorio para las actividades productivas.
Durante las dos últimas décadas se ha hecho evidente la emergencia en América Latina de
diversos actores políticos que tienen como “identidad social básica” el indigenismo. Son muchos
los acontecimientos que dan muestras de ello: la irrupción del movimiento zapatista y el discurso
posteriormente elaborado por el subcomandante Marcos desde la Segunda hasta la Sexta
Declaración de la Selva Lacandona; el marcado acento multicultural contenido en el Acuerdo de
Paz Firme y Duradera en Guatemala, de 1996; la articulación y protagonismo de la Confederación
de Organizaciones Indígenas Panandinas en Ecuador; la intensa movilización de las organizaciones
aimaras y quechuas en Bolivia por medio del Movimiento Indígena Pachakuti (mip) y del
Movimiento al Socialismo (mas); la capacidad reivindicativa de las comunidades caribeñas en
Centroamérica; la presencia organizativa de los mapuches en Chile; o el impacto mediático de
algunos líderes de distintos pueblos amazónicos en Brasil, Ecuador, las Guayanas, Venezuela y
Colombia son una pequeña muestra de la trascendencia que ha ido cobrando este fenómeno. Esta
irrupción en el escenario político se ha dado en formas muy diferentes y con un éxito muy desigual
de país a país. Precisamente por ello muchos analistas se han cuestionado las razones de la
emergencia y, sobre todo, los efectos que ha tenido dicha emergencia en las arenas políticas de
los diversos países de América Latina. El objetivo de este texto va en esta dirección. Es mi interés
mostrar, por un lado, los elementos que puedan ayudar a interpretar la emergencia de actores
políticos de carácter étnico en la región y, por otro lado, esbozar el impacto de la aparición de
estos “nuevos actores” tanto en el espacio inter- 462 Salvador Martí i Puig FI XLIX-3 nacional como
en los sistemas políticos nacionales. El intento de responder a estas dos cuestiones no es baladí,
pues el objetivo de fondo se trata de debatir acerca de los procesos que hacen posible la aparición
de nuevos actores en los escenarios políticos, y sobre el grado de respuesta e inclusión que tienen
las poliarquías actuales en América Latina respecto a la irrupción de demandas de colectivos
históricamente oprimidos, ignorados y silenciados, como son las de los pueblos indígenas. Para
llevar a cabo esta tarea se utilizaron diversas estrategias analíticas. Para el análisis de la
emergencia de los actores, se emplearon las aportaciones de la teoría de los movimientos sociales,
que se refiere a la estructura de oportunidades políticas, y también las aportaciones derivadas de
la teoría de la governance o gobernanza. Respecto al análisis de los impactos, se observan cuáles
han sido, a nivel internacional, los efectos de la creación de un régimen internacional sobre los
derechos de los pueblos indígenas; y, a nivel nacional, la inserción de los derechos de los pueblos
indígenas en la mayoría de constituciones nacionales, y las políticas sobre la tenencia de la tierra y
la concesión de espacios de autogobierno.
LA POBLACIÓN INDÍGENA ES LA MÁS AFECTADA DURANTE LA GUERRA CIVIL
Guatemala es una sociedad multiétnica, pluricultural y multilingüe donde conviven los pueblos
indígenas maya, xinka, garífuna y los ladinos. Estos pueblos indígenas sufren una situación de
desigualdad y exclusión consecuencia del racismo y la discriminación estructural.
Si bien se han dado iniciativas estatales para atender a la situación de discriminación y exclusión
de los pueblos indígenas, estas se han presentado de modo desintegrado y sin ser concertadas con
los pueblos indígenas.
El informe aborda la situación de los derechos humanos en Guatemala, así como una serie de
desafíos estructurales en materia de acceso a la justicia e impunidad, seguridad ciudadana,
marginación y discriminación que han afectado en forma severa los derechos humanos de sus
habitantes.
Se reconocen cambios en pro de una sociedad más respetuosa de los derechos humanos,
promovidos y provocados por el trabajo de funcionarios públicos comprometidos con la justicia,
de las y los defensores de derechos humanos, y de las y los dirigentes sociales.
examina la formación reciente del Estado en Guatemala. No es posible entender la situación actual
del país y las expresiones de la ciudadanía sino se enmarcan en el contexto histórico.
El Informe sostiene que el proceso de democratización en Guatemala, a partir de 1985 y el fin del
conflicto armado interno en 1996, facilitó condiciones para establecer una agenda de país con
mayor justicia y equidad. No obstante, de forma contradictoria, se debilitó la capacidad pública
para cumplir con los compromisos, reduciéndose las funciones del Estado con privatizaciones poco
transparentes.
Los cinco países de la región centroamericana han logrado en los últimos lustros importantes
avances en el proceso de modernización y fortalecimiento democrático. Después de las décadas
de 1980 y 1990, en las cuales se afianzaron notablemente los procesos de transición democrática
en la región, las naciones de Centroamérica han experimentado progresos sustantivos en la
separación y el equilibrio de los principales poderes del Estado, desarrollo de sus institutos
políticos y jurídicos, así como algunos avances en el ámbito de la rendición de cuentas. Asimismo,
se ha procurado que los conflictos sociales sean dirimidos y articulados de acuerdo con las
estructuras normativas e institucionales democráticas. En la actualidad los sistemas electorales
garantizan, en forma aceptable, la realización de elecciones periódicas para definir los principales
cargos de representación. A diferencia de inicios de la década de 1980, al comenzar el siglo XXI
todos los países centroamericanos tienen como sistema de gobierno el modelo de democracia
representativa y el desarrollo de un ethos político que acepta su preeminencia (incluso en
situaciones de crisis) como forma indiscutible de gobierno.
La distinta evolución de los procesos económicos y sociales en los países de la región ha dado
lugar, sin embargo, a un paisaje institucional, político y normativo sumamente desigual, no
existiendo en la mayoría de los casos, información comparativa que genere retroalimentación de
las distintas experiencias. Como consecuencia de este hecho, los países centroamericanos –que
han experimentado durante los últimos tres lustros avances en la consolidación democrática– se
ven estancados y, en algunos casos, sufren retrocesos significativos, producto de su insuficiente
capacidad instalada desde el punto de vista institucional o del débil desarrollo de su sistema
jurídico y orgánico. Un patrón común en Centroamérica es, justamente, la existencia de lagunas y
deficiencias normativas en ámbitos fundamentales en el aparato jurídico e institucional. En
consecuencia, las certezas jurídica e institucionales requeridas para el correcto funcionamiento del
Estado de Derecho, fundamentalmente en lo que atañe a la eficacia de la Administración Pública,
el funcionamiento de organismos contralores y la práctica cotidiana de muchos derechos
ciudadanos, son, ciertamente, débiles e insuficientemente desarrolladas. Órganos constitucionales
e instituciones esenciales como los parlamentos, los sistemas judiciales, las Procuradurías de la
Nación (o “abogados del Estado”), o las propias Contralorías (o Tribunales de Cuentas) se
encuentran –tal y como lo confiesan sus mismos dirigentes en varios países de la región– presas
de un marasmo procedimental y de una débil o contradictoria dinámica institucional, como
resultado de problemas medulares en su diseño, funciones, competencias, alcances y objetivos.
Prácticamente en todos los países centroamericanos y latinoamericanos existen vacíos
institucionales y normativos que conspiran contra el correcto desarrollo de los modelos de
representación política, contra los principios de seguridad y certidumbre jurídica y, en sentido más
general, contra derechos ciudadanos de carácter fundamental.
La guerrilla surge como movimiento revolucionario, después de que se cierran todos los espacios
de participación política y social
La guerra de guerrillas es una táctica militar que consiste en atacar sin ser visto, hostigando al
enemigo en el propio terreno, que conocen muy bien, de las fuerzas defensoras con
destacamentos irregulares y dispersos. Actúan mediante ataques rápidos y sorpresivos, infiltrando
o interceptando las comunicaciones, volando infraestructuras como puentes y caminos, o
capturando armas y provisiones. Fundamentalmente es un tipo táctico de guerra que lo subordina
todo al desgaste, en vez de a la convencional conquista de terreno, por el cual la larga erosión de
una guerra atomizada y dispersa, en la que es esencial el arte de reunirse y dispersarse sin dejar
rastro. Así se pueden alcanzar objetivos estratégicos que un ejército organizado y al descubierto
no podrían jamás conseguir. En zonas montañosas, como las que se prodigan en España, esta
táctica ha sido determinante para repeler invasiones, tales como la de los romanos, los árabes y
los franceses de Carlomagno y Napoleón Bonaparte. Henry Kissinger dijo al respecto, con ocasión
de la guerra de Vietnam, que "un ejército pierde si no gana, una guerrilla gana si no pierde".
Así pues, este método de guerra se utiliza con frecuencia en situaciones de guerra asimétrica y
resultan muy difíciles de neutralizar gracias a su movilidad, a su habilidad para diluirse entre la
población civil y a su fácil dispersión en pequeños grupos y sin uniforme identificativo.1
El Estado Moderno surgió entre los siglos XV y XVI, cuando los reyes aprovecharon la crisis del
feudalismo para retomar su poder, y su proceso de surgimiento se aceleró en el Renacimiento, con
profundas transformaciones en los mecanismos del gobierno y en el ejercicio del poder. Este
proceso estuvo respaldado por la burguesía, clase social que se fue fortaleciendo con este tipo de
Estado. El Estado moderno poseía identidad, estaba organizado, estructurado y era formal; era
reconocido políticamente por esto y el poder estaba centralizado. Su formación tuvo varias
consecuencias a nivel político, económico y social.
En sociedades pre modernas, la violencia fue por lo común connatural a la vida de los grupos en
comunidad. En la sociedad feudal, la violencia no aparece como un fenómeno identificable, era un
dato que no merecía atención particular. Las relaciones sociales en la Edad Media incluían dar
muerte como hecho normal. Es como la desigualdad, que era algo que formaba parte de lo
habitual, que no era criticable.
Es notable la investigación de Norbert Elías y su libro El Proceso de la Civilización, donde encuentra
formas discernibles de violencia. Entiende por civilización el paso desde formas de conflicto
permanente, sin control, sin pautas de resolución a la situación en que hay establecimiento de
mecanismos explícitos de control social. El proceso civilizatorio coincide justamente con el
progreso del dominio de la efectividad, del control de la violencia.
Los conquistadores de Guatemala mataron sin control en la primera época a cuanto indígena
quisieron. Posteriormente algo cambió, la violencia primitiva dejó de utilizarse, pero la violencia
brutal siguió presente en las relaciones con los indígenas. El escenario es el mismo, el Señor de la
tierra, el capataz, lo jefes militares tenían el derecho a castigar, derecho de matar. Ubico autorizó
el homicidio de campesinos descubiertos en terreno ajeno. En los países más modernos se fue
criminalizando el acto de matar, censurándolo y luego, castigándolo.
A mediados de 2015, decenas de miles de ciudadanos guatemaltecos salieron a las calles para
protestar contra un sistema de corrupción multimillonario al más alto nivel del gobierno y para
exigir reformas. Hacia septiembre, ministros y consejeros clave habían tenido que abandonar sus
cargos, y el presidente del país estaba en la cárcel.
No obstante, hoy en día, dos años después de esa eufórica manifestación de poder popular, poco
ha cambiado en la dinámica estructural que tantos problemas ha generado en el país. En realidad,
en Guatemala la política sigue caracterizándose por un sistema de partidos con una base
institucional débil, al servicio de intereses creados y a menudo relacionado con fondos opacos.
Esa es al menos la opinión de Edgar Balsells, profesor y ex Ministro de Finanzas de Guatemala, que
participó en una reciente conferencia del BID sobre la formulación de políticas públicas en América
Latina. En esa conferencia y en un documento que será publicado próximamente, Balsells sostiene
que las debilidades del sistema de partidos están en el centro de numerosos problemas de su país
y que se requieren reformas urgentes para emprender una nueva dirección.
Hace ya tiempo que se considera que un sistema de partidos fuerte es crucial para la capacidad del
gobierno. En trabajos de investigadores pioneros del BID y de unos cuantos colaboradores
externos, realizados a comienzos de la década de 2000, se consideraba que en dicho sistema
normalmente habría un pequeño número de partidos bien organizados y programáticos (e
ideológicos) que perdurarían a lo largo del tiempo y que representarían posiciones relativamente
consistentes en materia de políticas. Esos partidos, que se consideraba fuertemente
institucionalizados, aumentarían la rendición de cuentas democrática y, además, contribuirían a
asegurar que las políticas importantes sobrevivieran a los cambios de gobierno.
El estado ejerció violencia política hacia su población para conservar el orden establecido
El ejército de Guatemala ha sido determinante en la historia del estado al igual que las élites
La República de Guatemala es firmante del Pacto de Río y miembro del Consejo de Defensa
Centroamericano (CONDECA).