Decreto Sobre La Justificación
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Decreto Sobre La Justificación
PROEMIO
Habiéndose difundido en estos tiempos, no sin pérdida de muchas almas, y grave detrimento de
la unidad de la Iglesia, ciertas doctrinas erróneas sobre la Justificación;
el sacrosanto, ecuménico y generalConcilio de Trento, congregado legítimamente en
el Espíritu Santo, y presidido a nombre de nuestro santísimo Padre y señor en Cristo, Paulo por
la divina providencia Papa III de este nombre, por
los reverendísimos señores Juan María de Monte, Obispo de Palestina,
y Marcelo, Presbítero del título de santa Cruz en Jerusalén, Cardenales de
la santa Iglesia Romana, y Legados Apostólicos a latere, se propone declarar a todos
los fieles cristianos, a honra y gloria de Dios omnipotente, tranquilidad de la Iglesia,
y salvación de las almas, la verdadera y sana doctrina de la Justificación, que el sol de justicia
Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe enseñó, comunicaron sus Apóstoles,
y perpetuamente ha retenido la Iglesia católica inspirada por el Espíritu Santo; prohibiendo con
el mayor rigor, que ninguno en adelante se atreva a creer, predicar o enseñar de otro modo que
el que se establece y declara en el presente decreto.
Cap. IV. Se da idea de la justificación del pecador, y del modo con que se hace en
la ley de gracia.
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Cap. VII. Que sea la justificación del pecador, y cuáles sus causas.
A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es
el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por
la admisión voluntaria de la gracia y dones que la siguen; de donde resulta que
el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, para ser heredero en esperanza de
la vida eterna. Las causas de esta justificación son: la final, la gloria de Dios, y de Jesucristo, y
la vida eterna. La eficiente, es Dios misericordioso,
que gratuitamente nos limpia y santifica, sellados y ungidos con el Espíritu Santo, que
nos está prometido, y que es prenda de la herencia que hemos de recibir. La causa meritoria, es
su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro Señor, quien por la excesiva caridad con que
nos amó, siendo nosotros enemigos, nos mereció con su santísima pasión en el árbol de
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la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre. La instrumental, además de estas,
es el sacramento del bautismo, que es sacramento de fe, sin la cual ninguno jamás
ha logrado la justificación. Ultimamente la única causa formal es la santidad de Dios, no aquella
con que él mismo es santo, sino con la que nos hace santos; es a saber, con la que dotados por
él, somos renovados en lo interior de nuestras almas, y no sólo quedamos reputados justos, sino
que con verdad se nos llama así, y lo somos, participando cada uno de nosotros
la santidad según la medida que le reparte el Espíritu Santo, como quiere, y según la
propia disposición y cooperación de cada uno. Pues aunque nadie se puede justificar, sino aquel
a quien se comunican los méritos de la pasión de nuestro Señor Jesucristo; esto, no obstante,
se logra en la justificación del pecador, cuando por el mérito de la
misma santísima pasión se difunde el amor de Dios por medio del Espíritu Santo en
los corazones de los que se justifican, y queda inherente en ellos. Resulta de aquí que en la
misma justificación, además de la remisión de los pecados, se difunden al mismo tiempo en
el hombre por Jesucristo, con quien se une, la fe, la esperanza y la caridad; pues la fe, a
no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente con Cristo, ni
lo hace miembro vivo de su cuerpo. Por esta razón se dice con suma verdad: que
la fe sin obras es muerta y ociosa; y también: que para
con Jesucristo nada vale la circuncisión, ni la falta de ella, sino la fe que obra por
la caridad. Esta es aquella fe que por tradición de los Apóstoles, piden los Catecúmenos a
la Iglesia antes de recibir el sacramento del bautismo, cuando piden la fe que da vida eterna; la
cual no puede provenir de la fe sola, sin la esperanza ni la caridad. De aquí es,
queinmediatamente se les dan por respuesta las palabras de Jesucristo: Si quieres entrar en
el cielo, observa los mandamientos. En consecuencia de esto,
cuando reciben los renacidos o bautizados la verdadera y cristiana santidad, se
les manda inmediatamente que la conserven en toda su pureza y candor como la primera estola,
que en lugar de la que perdió Adan por su inobediencia, para sí y sus hijos, les
ha dadoJesucrito con el fin de que se presenten con ella ante su tribunal,
y logren la salvación eterna.
Cap. VIII. Cómo se entiende que el pecador se justifica por la fe, y gratuitamente.
Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe,
y gratuitamente; se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y
ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católicaa; es a saber, que en tanto
se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de
la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual
es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En
tanto también se dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de
las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de
la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de
otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.
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que merece las penas del infierno; así como los que afirman que los justos pecan en todas
sus obras, si alentando en la ejecución de ellas su flojedad, y exhortándose a correr en
la palestra de esta vida, se proponen por premio la bienaventuranza, con el objeto de
que principalmente Dios sea glorificado; pues la Escritura dice: Por
la recompensa incliné mi corazón a cumplir tus mandamientos que justifican. Y
de Moisés dice el Apóstol, que tenía presente, o aspiraba a la remuneración.
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Cap. XV. Con cualquier pecado mortal se pierde la gracia, pero no la fe.
Se ha de tener también por cierto, contra los astutos ingenios de algunos
que seducen con dulces palabras y bendiciones los corazones inocentes, que la gracia que se
ha recibido en la justificación, se pierde no solamente con la infidelidad, por la que perece aún
la misma fe, sino también con cualquiera
otro pecado mortal, aunque la fe se conserve: defendiendo en esto la doctrina de la divina ley,
que excluye del reino de Dios, no sólo los infieles, sino también los fieles que caen en
la fornicación,
los adúlteros, afeminados, sodomitas, ladrones, avaros, vinosos, maldicientes, arrebatadores, y
todos los demás que caen en pecados mortales; pues pueden abstenerse de ellos con el auxilio de
la divina gracia, y quedan por ellos separados de la gracia de Cristo.
Cap. XVI. Del fruto de la justificación; esto es, del mérito de las buenas obras, y de
la esencia de este mismo mérito.
A las personas que se hayan justificado de este modo,
ya conserven perpetuamente la gracia que recibieron, ya recobren la que perdieron,
se deben hacer presentes las palabras del Apóstol san Pablo: Abundad en
toda especie de obras buenas; bien entendidos de que vuestro trabajo no es en vano para
con Dios; pues no es Dios injusto de suerte que se olvide de vuestras obras, ni
del amor que manifestásteis en su nombre. Y: No perdáis vuestra confianza,
que tiene un gran galardón. Y esta es la causa porque a los que obran bien hasta la muerte,
y esperan en Dios, se les debe proponer la vida eterna, ya como gracia
prometida misericordiosamente por Jesucristo a los hijos de Dios, ya como premio con que
se han de recompensar fielmente, según la promesa de Dios, los méritos y buenas obras. Esta es,
pues, aquella corona de justicia que decía el Apóstol le estaba reservada para obtenerla después
de su contienda y carrera, la misma que le había de adjudicar el justo Juez, no solo a él, sino
también a todos los que desean su santo advenimiento. Pues como el
mismo Jesucristo difunda perennemente su virtud en los justificados, como la cabeza en
los miembros, y la cepa en los sarmientos; y constante que su virtud siempre
antecede, acompaña y sigue a las buenas obras, y sin ella no podrían ser
de modo alguno aceptas ni meritorias ante Dios; se debe tener por cierto, que ninguna
otra cosa falta a los mismos justificados para creer que han satisfecho plenamente a
la ley de Dios con aquellas mismas obras que han ejecutado, según Dios,
con proporción al estado de la vida presente; ni para
que verdaderamente hayan merecido la vida eterna (que conseguirán a su tiempo,
si murieren en gracia): pues Cristo nuestro Salvador dice: Si alguno bebiere del agua que yo
le daré, no tendrá sed por toda la eternidad, sino logrará en sí mismo
una fuente de agua que corra por toda la vida eterna. En consecuencia de esto, ni
se establece nuestra justificación como tomada de nosotros mismos, ni se desconoce,
ni desecha la santidad que viene de Dios; pues la santidad que llamamos nuestra,
porque estando inherente en nosotros nos justifica, esa misma es de Dios: porque Dios nos
la infunde por los méritos de Cristo. Ni tampoco debe omitirse, que aunque en
la sagrada Escritura se de a las buenas obras tanta estimación,
que promete Jesucristo no carecerá de su premio el que de a uno de
sus pequeñuelos de beber agua fría; y testifique el Apóstol, que el peso de la tribulación que en
este mundo es momentáneo y ligero, nos da en
el cielo un excesivo y eterno peso de gloria; sin embargo no permita Dios que
el cristiano confíe, o se gloríe en sí mismo, y no en el Señor; cuya bondad es tan grande para
con todos los hombres, que quiere sean méritos de estos los que son dones suyos. Y por cuanto
todos caemos en muchas ofensas, debe cada uno tener a la vista así como
la misericordia y bondad, la severidad y el juicio: sin que nadie sea capaz de calificarse a sí
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CAN. XIII. Si alguno dijere, que es necesario a todos los hombres para alcanzar el perdón de
los pecados creer con toda certidumbre, y sin la menor desconfianza de su
propia debilidad e indisposición, que les están perdonados los pecados; sea excomulgado.
CAN. XIV. Si alguno dijere, que el hombre queda absuelto de los pecados, y
se justifica precisamente porque cree con certidumbre que está absuelto y justificado; o que
ninguno lo está verdaderamente sino el que cree que lo está; y que
con sola esta creencia queda perfecta la absolución y justificación; sea excomulgado.
CAN. XV. Si alguno dijere, que el hombre renacido y justificado está obligado a creer de fe que
él es ciertamente del número de los predestinados; sea excomulgado.
CAN. XVI. Si alguno dijere con absoluta e infalible certidumbre, que ciertamente ha de tener
hasta el fin el gran don de la perseverancia, a no saber esto por especial revelación;
sea excomulgado.
CAN. XVII. Si alguno dijere, que no participan de la gracia de la justificación sino
los predestinados a la vida eterna; y que todos los demás que son llamados, lo son en efecto,
pero no reciben gracia, pues están predestinados al mal por el poder divino; sea excomulgado.
CAN. XVIII. Si alguno dijere, que
es imposible al hombre aun justificado y constituido en gracia, observar los mandamientos de D
ios; sea excomulgado.
CAN. XIX. Si alguno dijere, que el Evangelio no intima precepto alguno más que el de la fe,
que todo lo demás es indiferente, que ni está mandado, ni está prohibido, sino que es libre; o que
los diez mandamientos no hablan con los cristianos; sea excomulgado.
CAN. XX. Si alguno dijere, que el hombre justificado, por perfecto que sea,
no está obligado a observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sino sólo a creer; como si
el Evangelio fuese una mera y absoluta promesa de la salvación eterna sin
la condición de guardar los mandamientos; sea excomulgado.
CAN. XXI. Si alguno dijere, que Jesucristo fue enviado por Dios a
los hombres como redentor en quien confíen, pero no como legislador a quien obedezcan;
sea excomulgado.
CAN. XXII. Si alguno dijere, que el hombre justificado puede perseverar en
la santidad recibida sin especial auxilio de Dios, o que no puede perseverar con él;
sea excomulgado.
CAN. XXIII. Si alguno dijere, que el hombre una vez justificado no puede ya más pecar,
ni perder la gracia, y que por esta causa el que cae y peca nunca fue verdaderamente justificado;
o por el contrario que puede evitar todos los pecados en el discurso de su vida, aun los veniales,
a no ser por especial privilegio divino, como lo cree la Iglesia de
la bienaventurada virgen María; sea excomulgado.
CAN. XXIV. Si alguno dijere, que la santidad recibida no se conserva, ni tampoco
se aumenta en la presencia de Dios, por las buenas obras; sino que
estas son únicamente frutos y señales de la justificación que se alcanzó, pero no causa de que
se aumente; sea excomulgado.
CAN. XXV. Si alguno dijere, que el justo peca en cualquiera obra buena por lo
menos venialmente, o lo que es más intolerable, mortalmente, y que merece por esto
las penas del infierno; y que si no se condena por ellas, es precisamente porque Dios no
le imputa aquellas obras para su condenación; sea excomulgado.
CAN. XXVI. Si alguno dijere, que los justos por las buenas obras que hayan hecho según Dios,
no deben aguardar ni esperar de Dios retribución eterna por su misericordia,
y méritos de Jesucristo, si perseveraren hasta la muerte obrando bien,
y observando los mandamientos divinos; sea excomulgado.
CAN. XXVII. Si alguno dijere, que no hay más pecado mortal que el de la infidelidad, o que, a
no ser por este, con ningún otro, por grave y enorme que sea, se pierde la gracia que
una vez se adquirió; sea excomulgado.
CAN. XXVIII. Si alguno dijere, que perdida la gracia por el pecado, se pierde siempre, y al
mismo tiempo la fe; o que la fe que permanece no es verdadera fe, bien que no sea fe viva; o
que el que tiene fe sin caridad no es cristiano; sea excomulgado.
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CAN. XXIX. Si alguno dijere, que el que peca después del bautismo no puede levantarse con
la gracia de Dios; o que ciertamente puede, pero que recobra la santidad perdida con sola la fe, y
sin el sacramento de la penitencia, contra lo que ha profesado, observado y enseñado hasta
el presente la santa Romana, y universal Iglesia instruida por nuestro Señor Jesucristo y
sus Apóstoles; sea excomulgado.
CAN. XXX. Si alguno dijere, que recibida la gracia de la justificación, de tal modo se
le perdona a todo pecador arrepentido la culpa, y se le borra el reato de la pena eterna, que no
le queda reato de pena alguna temporal que pagar, o en este siglo, o en el futuro en
el purgatorio, antes que se le pueda franquear la entrada en el reino de los cielos;
sea excomulgado.
CAN. XXXI. Si alguno dijere, que
el hombre justificado peca cuando obra bien con respecto a remuneración eterna;
sea excomulgado.
CAN. XXXII. Si alguno dijere, que las buenas obras del hombre justificado de
tal modo son dones de Dios, que no son también méritos buenos del mismo justo; o que este
mismo justificado por las buenas obras que hace con la gracia de Dios, y méritos de Jesucristo,
de quien es miembro vivo, no merece en realidad aumento de gracia, la vida eterna, ni
la consecución de la gloria si muere en gracia, como ni tampoco el aumento de la gloria;
sea excomulgado.
CAN. XXXIII. Si alguno dijere, que la doctrina católica sobre la justificación expresada en
el presente decreto por el santo Concilio, deroga en alguna parte a la gloria de Dios, o a
los méritos de Jesucristo nuestro Señor; y no más bien que se ilustra con ella la verdad de
nuestra fe, y finalmente la gloria de Dios, y de Jesucristo; sea excomulgado.