Lectura
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La cultura no surge de la nada como el mundo que Dios crea: supone el ser y
actividad del hombre y de las cosas, que, bajo la acción espiritual inteligente y libre de la
persona, es transformado y convertido en un mundo nuevo, en que el ser o bien es
acrecentado para bien de la persona misma. La cultura es la continuación de la creación de
Dios, por el hombre, que por su espíritu, es imagen del Creador.
A diferencia de los demás seres que actúan de acuerdo a leyes necesarias, que los
conducen al bien o perfección propia, y al servicio del hombre a que Dios los ordena, sin
salirse nunca de esta órbita ordenada pero sujeta al determinismo causal; el hombre, por su
inteligencia es capaz de des-cubrir el ser o bien de las cosas y del propio ser y las relaciones
de medio-fin que las vinculan; y por su voluntad libre es capaz de elegir y poner en acción
los medios para obtener nuevos fines que se propone y transformar con ellos su propio ser o
el ser de las cosas en vista de conseguir su propio bien.
Tal actividad, que nace del espíritu y cambia los seres para perfeccionarlos, que
acrecienta el bien de la naturaleza, incluyendo la naturaleza del propio hombre, es la cultura
o humanismo. Ella no sólo tiene su causa eficiente sino también es causa final en el
espíritu. El espíritu la produce y el espíritu es el destinatario final. Y como la persona es
tal por el espíritu, la persona es el principio y el fin de la cultura.
La cultura es, pues, el mundo que la persona crea para su propio bien personal, es el
mundo que elabora con las demás personas a fin de poder desarrollar más adecuadamente
los distintos aspectos materiales y espirituales de su actividad y de su ser de un modo
jerárquicamente orgánico, de acuerdo a su Fin divino. La cultura es el mundo que la
persona -sólo ella- crea para nutrir y perfeccionar su ser personal en orden a la consecución
de su Bien o Fin definitivo. De aquí que ese mundo de la cultura sea ignorado o
desconocido por los demás seres, que no lo pueden elaborar, ni conocer ni usufructuar.
Esta segunda acción cultural perfecciona o acrecienta el ser o el bien del propio
hombre. A diferencia de la actividad técnica-artística, que transforma al hombre en un
buen artesano o en un buen artista -pintor, escultor, etc.- bueno como artesano o como
artista, la actividad moral transforma al hombre en un hombre bueno, bueno como hombre.
Comprende el perfeccionamiento humano en todo su ámbito individual y social y, dentro de
éste, el familiar y político y jurídico.
El perfeccionamiento humano o moral se logra más que con actos esporádicos, con
la creación de los hábitos o virtudes, con que de una manera permanente la voluntad libre
queda capacitada e inclinada a obrar el bien y liberada así en gran manera de su capacidad e
inclinación para hacer el mal. Esta bondad creada en el hombre por la cultura moral es
esencialmente superior a la anterior, como lo espiritual es superior a lo material, como el
hombre lo es al mundo.
Tal la situación de la cultura en el mundo actual. El fin que se propone gran parte
de los hombres es el bienestar material, todo su esfuerzo se concentra en la técnica y en la
economía y en la ciencia en cuanto se subordina a éstas. Se trabaja para vivir con mayor
comodidad y gozar de los sentidos. El desarrollo de los grados superiores del espíritu: el
arte y sobre todo la moral, la investigación y contemplación de la verdad en sus grados
desinteresados de la ciencia y principalmente de la Filosofía y de la Teología son apenas
cultivados por pequeños grupos y en muchos casos por caminos descarriados,
desconocidos, cuando no despreciados, por una gran parte de los hombres.