El Neoliberalismo en Argentina para El Plenario

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El neoliberalismo en Argentina

25 de octubre de 2012 Publicado por Hilda

El neoliberalismo en el mundo llegó de la mano de la crisis del Estado de bienestar, hacia


1970, cuando el Estado intervencionista y protector que cobraba impuestos a los más ricos,
subsidiaba a los pobres y controlaba precios, surgido a fines de la Segunda Guerra Mundial,
para amparar a una sociedad desigual y necesitada, mostró signos de agotamiento, al no
contar el Estado con los suficientes recursos para sostener los servicios sociales.

Argentina no quedó afuera de este proceso, y comenzó a sentir en esa época (1970) los
impactos de la carencia de fondos públicos, por lo cual se endeudó externamente y emitió
moneda. Los precios subieron y con ello la inflación. Es así que se comienza a pensar en este
nuevo modelo, que no es más que un regreso al primero que se adoptó tras la Revolución
Francesa, en los albores del liberalismo, pero reformado de acuerdo al nuevo contexto socio
político. Aparece entonces un nuevo Estado liberal, llamado neoliberal, donde al igual que en
el anterior el Estado se hace a un costado, salvo en lo estrictamente necesario, con respecto a
la actividad de los particulares. El regulador económico, volvió a ser el mercado, con su
conocida ley de oferta y demanda (los precios no necesitan tope, pues si suben demasiado, la
gente no comprará los productos o no contratará los servicios, y entonces, bajarán).

Fue la dictadura militar la que comenzó a aplicar este modelo, y Carlos Menem el que lo
profundizó y lo llevó hasta su máxima expresión, gobernando entre 1989 y 1995, al lograr ser
reelecto, con la reforma constitucional de 1994.
Entre otras medidas se realizó una reducción de gastos públicos: se privatizaron empresas del
Estado, se abandonó la obra pública, y se congelaron las vacantes en empleos estatales,
culminando con la política de retiros voluntarios, donde la gente recibía dinero por abandonar
sus trabajos antes de la edad jubilatoria, con lo que supuestamente podrían realizar
inversiones de empleo, privadas (convertirse en comerciantes, remiseros, etcétera).

En el ámbito del empleo privado se protegió a las empresas y no a los trabajadores que
perdieron muchas de sus conquistas, especialmente la estabilidad en sus trabajos, con la
implementación de la flexibilización laboral.

La industria local se vio fuertemente resentida con la apertura indiscriminada a los productos
importados.

El modelo menemista neoliberal comenzó a mostrar signos de agotamiento durante su


segundo mandato tras un primer período presidencial favorable, donde la paridad del peso con
el dólar fue de uno a uno, a partir de una fórmula utópica; y condujo a un estallido social
durante el gobierno de su sucesor, el radical Fernando de la Rúa, cuando los depósitos de los
ahorristas fueron congelados, ante la suposición real de una fuga desproporcionada, por la
creciente desconfianza de los depositantes.
Neoliberalismo en Argentina:
De la dictadura a la
democracia

Publicado 21 marzo 2016


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Con la última dictadura se inició una larga etapa histórica de Argentina marcada por
las transformaciones económicas, políticas y sociales debidas a la aplicación de las
políticas neoliberales. En la actualidad, el macrismo retoma el impulso para
profundizar esa línea.
El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 tuvo, en lo económico, un objetivo muy claro:
instaurar a sangre y fuego el neoliberalismo en la Argentina. Para ello, desplegó un conjunto
de medidas –en línea con lo propuesto por los principales organismos internacionales– que
reconfiguraron la economía local y su inserción en la economía internacional. A su vez, dieron
paso a una brutal transferencia del ingreso de los sectores asalariados a los capitalistas a
través de la represión estatal más violenta de la historia argentina, en complicidad con algunas
de las empresas más importantes del país.

Neoliberalismo a sangre y fuego

La dictadura cívico-militar no fue simplemente un cambio en el régimen político en


Argentina. El gobierno de facto vino a impulsar un profundo proceso de transferencia de
ingresos y a quebrar el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones que
imperaba en el país para reemplazarlo por un esquema donde las finanzas tomaron un rol
preponderante.
En relación a la distribución del ingreso, se observa que los salarios reales se retrajeron un 52
por ciento entre 1976 y 1983, es decir, perdieron la mitad de su poder de compra. De esta
manera, se redujo la participación de los trabajadores en el ingreso de 47,5 por ciento en 1976
a tan solo 33,2 por ciento en 1983. Esta brutal transferencia de ingresos no hubiera sido
posible sin la desarticulación y censura total del movimiento obrero, que presentaba altos
niveles de organización y sindicalización. Para ello, el gobierno de facto recurrió a la
prohibición de los sindicatos, a la brutal represión y desaparición de personas y al
desmantelamiento de las industrias. Justamente en el sector industrial se encontraban los
sindicatos más fuertes (ver entrevista a Victoria Basualdo en la página 8 de este mismo
número).
En línea con los preceptos del neoliberalismo, la dictadura retrajo la intervención del Estado en
el comercio exterior y en el mercado financiero, impulsando así un nuevo modelo económico.
Asistimos a una liberalización de las importaciones a partir de la rebaja de aranceles que
permitió el ingreso de productos de manera indiscriminada.

Resulta interesante ver la propaganda de la época que muestra que los productos nacionales
que se vendían en el país eran de mala calidad y que, una vez liberadas las importaciones, la
competencia haría que la producción nacional mejorara. Lo cierto es que los productos
extranjeros desplazaron a los locales y, como resultado, la participación de la industria en la
producción total del país se redujo del 21,8 por ciento en 1976 al 13,2 por ciento en 1983. A su
vez, se eliminaron regulaciones y subsidios a las exportaciones luego de una fuerte campaña
contra la intervención estatal. De este modo, se observó una caída en la participación de las
exportaciones industriales: de 20,8 por ciento al inicio de la dictadura, a 13,3 por ciento al
finalizar.

En este marco, las empresas transnacionales se vieron beneficiadas por la nueva Ley de
Inversiones Extranjeras que estipulaba la igualdad de derechos y obligaciones entre el capital
nacional y el internacional y, entre otras cosas, eliminaba la posibilidad de que el Estado
oriente el capital extranjero a determinadas actividades.

Al mismo tiempo que la industria perdía protagonismo en la economía, las finanzas se


convertían en el foco central. En febrero de 1977, se aprobó la Ley de Entidades Financieras
que sentaba las bases institucionales para el proceso de apertura financiera y posterior
endeudamiento. Para dimensionar la magnitud de este movimiento, entre 1978 y 1979 se
autorizó la apertura de mil 197 sucursales financieras. Hasta mayo de 1977, la cantidad de
bancos y entidades de esta índole apenas superaban las 100 en todo el país.

El gobierno de facto generó un modelo en el que las tasas de interés locales eran muy altas y
las internacionales, bajas. Esto gestó una afluencia de fondos especulativos hacia la plaza
financiera argentina, proceso conocido como “bicicleta financiera”: las empresas nacionales y
extranjeras se endeudaban barato en dólares en el exterior, ingresaban el dinero en la plaza
financiera local para ganar con tasas de interés más altas que las extranjeras, y luego
compraban nuevamente dólares y giraban la plata al exterior. Como la plata que salía en el
mediano plazo era mayor que la que ingresaba, de alguna manera fue necesario garantizar los
dólares para este proceso.

>> Opinión: Unidad para resistir


Así fue que la deuda externa cumplió el rol de garantizar que esta dinámica se pueda llevar
adelante. Si en 1976 la deuda externa argentina era de 8 mil 200 millones de dólares, para
1983 se había quintuplicado a 45 mil millones. Esta deuda no fue solamente generada por
préstamos internacionales otorgados por organismos de crédito a Argentina. Mucha de esta
deuda se originó producto de la intención deliberada del gobierno militar de beneficiar a
diferentes grupos económicos. Por ejemplo, en 1981 se comenzaron a aplicar seguros de
cambio donde el gobierno le aseguraba a las empresas cubrir la diferencia del tipo de cambio
que pudiera surgir entre determinados periodos. Esto generó un aumento del endeudamiento
externo, tan solo en 1981, del 32 por ciento.

A su vez, muchas de las empresas que se endeudaron en esos años no devolvieron los
préstamos que solicitaron en el exterior. Así fue que hacia el fin de la dictadura, y bajo el
argumento de que si esas empresas quebraban el país iba a entrar en crisis, el gobierno de
facto decide nacionalizar esas deudas y hacerse cargo de ellas. Se estima que el Estado
argentino se hizo cargo de 23 mil millones de dólares de empresas privadas que declararon no
poder afrontar los pagos que tenían que hacer, entre ellas Socma y Sevel, firmas
pertenecientes a Franco Macri, padre del actual presidente.

De la coerción al consenso

Mientras en la década del 70 la instauración del neoliberalismo se dio a la fuerza, en los


20 años posteriores se intentó crear un consenso en torno al nuevo sistema económico, tarea
que en Argentina la dictadura cívico-militar había allanado al desaparecer a una generación
entera de personas que resistían estas políticas.
Para dar legitimidad a estas ideas, un grupo de economistas y pensadores en la década del
50, entre los que se destacan los de la Universidad de Chicago, creó diversas instituciones,
revistas académicas y premios, entre ellos el Nobel de economía, donde desarrollaban y
premiaban sus ideas. La caída del muro de Berlín, sumado a la derrota de los principales
intentos revolucionarios y movimientos de resistencia de las últimas décadas, contribuyó a
instaurar la idea de que el capitalismo había triunfado irremediablemente. Como se proclamó
en ese entonces, era “el fin de la historia”.

>> Opinión: La gira de Obama busca una nueva subordinación a Estados Unidos
Por eso, no es casual que el decálogo de políticas neoliberales impulsado por los Estados
Unidos para llevar adelante en todo el mundo esta ideología económica se haya denominado
“Consenso de Washington”. De repente, el neoliberalismo era un sistema de “consenso” que
se aplicó desde el Chile de Pinochet a los países de la ex Unión Soviética.

Lo cierto es que el nuevo esquema de producción mundial, basado en la globalización y la


deslocalización de la producción, requería el fortalecimiento de las medidas de desregulación
de la economía. La liberalización financiera era necesaria para poder desplazar los capitales
de un país a otro y la reducción de las barreras aduaneras para deslocalizar la producción en
distintos países hasta ensamblar los productos: el Estado no debía intervenir en estas
decisiones.

Este nuevo esquema de producción, sustentado en las políticas neoliberales, dio lugar a una
transferencia de ingreso regresiva (es decir, en detrimento de los que menos tienen), no solo
en la Argentina, sino en el mundo entero. Como plantea el reconocido economista Thomas
Piketty, mientras que durante la década del 40 el 10 por ciento más rico de la población se
apropiaba 35 por ciento del ingreso, hoy se queda con 50%.

El consenso de la deuda

A partir de las crisis que azotaron nuestra región a principios del siglo XXI, Latinoamérica
registró un quiebre en la tendencia y se registró una mejora en la distribución del ingreso, a
contramano de lo que seguía sucediendo en Europa y Estados Unidos.
Sin embargo, actualmente en Argentina estamos asistiendo otra vez a una redistribución
regresiva del ingreso. Como demostró un reciente trabajo del CITRA-CONICET, las medidas
tomadas por el gobierno de Macri afectaron principalmente a los más pobres. Tras la suba de
precios que implicó la devaluación, la quita de retenciones, la suba de la luz y el aumento de
los alquileres, el 10 por ciento más pobre de la población vio reducido su poder adquisitivo en
un 24 por ciento, siendo la franja de la población más afectada. Asimismo, la inflación se ubica
actualmente en torno al 35 por ciento anual en un contexto en el que el gobierno nacional
manifestó su intención de cerrar las paritarias en 25 por ciento, lo que generará disputas a lo
largo de todo el año.

La dictadura cívico-militar marcó el quiebre de una serie de políticas proteccionistas y el final


de un Estado de tipo benefactor, dando paso a una ideología y a un sistema económico que
se mantiene al día de hoy. A pesar de que el kirchnerismo desafió algunas de estas
tendencias y postulados, las continuidades son claras: siguen vigentes las leyes de Entidades
Financieras y de Inversiones Extranjeras Directas y la estructura productiva heredada de ese
entonces. En este continuum, las instituciones económicas internacionales cumplen un rol
preponderante y determinante ya que exigen ciertas políticas que no pueden ser modificadas
a gusto de cada país si quiere permanecer en los mercados internacionales. Un ejemplo de
esto son los límites que impone la Organización Mundial del Comercio al manejo de la política
comercial.

Actualmente, el PRO busca “reinsertar” a Argentina en el mundo a partir del acuerdo


multimillonario con los fondos buitres para iniciar un nuevo ciclo de endeudamiento externo.
Esto sería la plena reinserción de Argentina a un mundo donde perduran las reglas del
Consenso de Washington. Un mundo donde la soberanía nacional debe abandonarse para dar
paso a las reglas internacionales dictadas por los organismos internacionales y las grandes
potencias. Un mundo donde la deuda opera como mecanismo de dominación y transferencia
de rentas de los países pobres a los ricos.

Los planteos ideológicos del PRO justifican que la apertura de Argentina en el mundo será
beneficiosa, el sentido común instaurado durante décadas por un mundo neoliberal lleva a que
esta idea no suene descabellada a pesar de que la historia ha demostrado lo contrario.
Por Pablo Wahren y Daniel Dveksler

Para comenzar, voy a definir el sistema llamado neoliberalismo y usado por la izquierda para
descalificar al liberalismo en nombre de la falacia política de la igualdad económica. El
neoliberalismo, sistema comenzado por la Argentina, fue un intento de cumplir con las ideas
liberales de respetar los derechos individuales, que están reconocidos en la Constitución
Nacional. Así, antes de referirme al gobierno de Macri voy a recurrir al pensamiento de Alexis
de Tocqueville: “Tales son más fuertes los vicios del sistema, que la virtud de los que lo
practican”.

RESUMEN DEL GOBIERNO DE


RICARDO ALFONSÍN HISTORIA
ARGENTINA
Inicio » Historia Antigua » Resumen del Gobierno de Ricardo Alfonsín Historia Argentina

RESUMEN DEL GOBIERNO DE


RICARDO ALFONSÍN HISTORIA
ARGENTINA
RAÚL ALFONSÍN:
PRESIDENTE ARGENTINO (1983-1989)
Gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989)
SÍMBOLO DE LA DEMOCRACIA NACIONAL
“Con la democracia se come, se cura y se educa”
Ver: Juicio a las Juntas Militares
Luego de casi ocho años de interrupción democrática a manos de las Juntas Militares, terrorismo de
Estadoy vuelco total de la economía nacional desde los sectores de la producción y la industria a los de
las finanzas y los servicios. y tras la guerra de Malvinas, se reiniciaba el camino dala normalización
institucional.
En las elecciones de 1983, Raúl Alfonsín se adjudicó el 51.7% de los votos contra el 40,1% de Italo
Argentino Luder. convirtiéndose en el primer postulante radical en derrotara un justicialista.

La U.C.R. estableció también un precedente histórico al obtener 128 de las 254 bancas que componían a
Cámara de Diputados, 16 más que el PI y con ello la mayoría absoluta.

En el interior hicieron sentir su fuerza el P.J. y las pequeñas formaciones regionales conservadoras. La
UCR sólo ganó los gobiernos de siete de las veintitrés provincias. Esta desequilibrio entre el peso
electoral de la UCR a nivel nacional y el predominio geográfico del P.J., más homogéneamente
implantado en las provincias, quedó reflejado en el Senado, donde de los 46 miembros del partido de
Alfonsín sólo conquisté 18 bancas, es decir, la minoría.
Durante su campaña, Alfonsín fue el candidato que más claramente habló sobre el futuro papel de has
Fuerzas Armadas como institución subordinada al poder civil, y en particular a él como Comandante en
Jefe en su carácter de Presidente de La Nación. Propuso recortar en un tercio el presupuesto militar y que
la lucha antisubversiva quedara en manos deja policía dentro del marco de la ley y el respeto a los
Derechos Humanos.

Anuncié además un reordenamiento de los sindicatos, hasta entonces mayoritariamente en manos


peronistas. Indicó que el objetivo era democratizar tas instituciones gremiales y hacerlas representativas
de la mayoría de los trabajadores. Señalé la existencia de un pacto militar-sindical que atentaba contra la
democracia argentina y se propuso desbaratarlo apenas asumiera la Presidencia de a Nación.

El electorado no se volcó a la propuesta del radicalismo por sus promesas de progreso económico, sino
porque Alfonsín irrumpía como la garantía de una normalización institucional donde la Libertad, la paz,
la democracia y el respeto por las garantías individuales y los derechos humanos -mutilados por las
Juntas Militares- expresaban justicia y modernidad.

El Gobierno de Raúl Alfonsín estuvo signado por tres hechos o temas fundamentales relacionados a la
temática militar: el juicio a los ex comandantes, la política de derechos humanos y el problema militar en
si mismo, no sólo con temas relacionados con las fuerzas en forma interna, sino también con los diversos
levantamientos que tuvo que afrontar.

La dictadura militar había provocado una profunda fractura entre la sociedad y les Fuerzas Armadas.
Esto se debía al rotundo fracaso del Proceso de Reorganización Nacional para solucionar Los gravísimos
problemas que tenía el país, al terrorismo de Estado, implantado por las Fuerzas Armadas ya los
métodos utilizados para deshacerse de todo aquel que no compartiera sus planes, y por último, a la
derrota en la guerra de Malvinas y los hechos que allí se habían producido.

Alfonsín sabía que no podía sentar bases sólidas para el futuro si no se zanjaba la cuestión civil-militar
Por ello, manifestó en su campaña política algunas ideas a partir de las cuales superarla. Por un lado,
eliminar el cargo de Comandante en Jefe de cualquiera de las armas. La jerarquía militar se terminaría en
el cargo de Jefe do Estado Mayor y el Comandante en Jefe seria quien la Constitución establece: el
Presidente de la Nación.
Por otro lado, proponía rechazar toda auto amnistía, declarando nula toda ley que quisiera enmendarla
acción realizada por el gobierno militar, pero a la vez, reconocer que existían distintas responsabilidades
entre los actuantes: una responsabilidad de quien toma la decisión de actuar como lo hizo: otra
responsabilidad distinta de quienes, en definitiva, cometieron excesos en la represión, y otra muy distinta
de quienes no hicieron otra cosa que cumplir órdenes, La teoría de los tres nivele fue expresada por
Alfonsín en un discurso pronunciado en la cancha de Ferro durante la campaña de 1983. Por último se
buscaría disminuir el presupuesto de las Fuerzas Armadas. Es decir, pretendía tener a las Fuerzas
Armadas de La Nación en el marco de la Constitución la democracia.

Inmediatamente después de asumir, Alfonsín comenzó a concretar algunos de los puntos que había
enunciado antes. A sólo tres días de haber tomado posesión de su cargo, dicta los decretos 167 y 158. El
primero establecía la necesidad de perseguir penalmente a los conductores de grupos armados como los
Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (E.R.P.). El segundo ordenaba el juicio a los ex
comandantes que integraron as tres Juntas Militares ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Arma-das
por su responsabilidad en los homicidios, torturas y detenciones ilegales perpetrados entre 1976 y 1983
inspirados en la Doctrina de la Seguridad Nacional.

También inicia la reestructuración del Ministerio de Defensa, con el objeto de transformarlo en un


instrumento a través del cual el gobierno democrático pudiera controlar efectivamente el sector
redefensa y por medio de éste a las Fuerzas Armadas.

El Juicio a las Juntas contaría con el aporte de las investigaciones realizadas por la Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas Conadep). convocada por Alfonsín el 15 de diciembre de 1983 y cuya
presidencia se otorgó al escritor Ernesto Sábato. Su objetivo era intervenir en el esclarecimiento de los
hechos relacionados con la desaparición de personas otorgándoles la autoridad para recibir denuncias y
pruebas y girarlos con posterioridad a la justicia. El Informe, que luego fuera publicado bajo el titulo
Nunca más, fue entregado al Presidente el 20 de septiembre do 1984 y determinaba que fueron 8.960 los
desaparecidos forzosos durante la dictadura, aunque Amnistía Internacional estimó que el número de
victimas superaba los 16.000 y organizaciones argentinas como Madres de Plaza de Mayo hablaron de
30.000 afectados entre muertos y desaparecidos.
El juicio a los ex militares comenzó en forma oral y pública el 22 de abril de l985yconcluyó con la
sentencia de a Cámara Federal en diciembre del mismo año- Los Tenientes Generales y ex Presidentes
de Facto Jorge Rafael Videla y Roberto Eduardo Viola, el Brigadier General Orlando Ramón Agosti y
los Almirantes Emilio Eduardo Massera y Armando Lambruschini fueron acusados y sentenciados por
los delitos de homicidio, privación ilegítima do la libertad y aplicación de tormentos a los detenidos.
También fueron sentenciados por e1 Consejo Supremo de as Fuerzas Arma-das el Teniente General
Leopoldo Fortunato Galtieri, el Brigadier General Basilio Lamí Dozo y el Almirante Jorge Isaac Anaya
(absuelto por la justicia civil en el anterior proceso»
Si bien esta experiencia de enjuiciamiento generó un precedente histórico no sólo para Argentina, sino
también para Latinoamérica, donde las experiencias de los Golpes de Estado siempre hablan quedado
impunes, ciertos sectores de la sociedad consideraron que las penas otorgadas eran insuficientes además
muchos acusados de m000rrango habían quedado absueltos.

Seguidamente, y para dar por concluido el capítulo correspondiente a los crímenes cometidos durante la
dictadura, Alfonsín envía al Congreso el proyecto de ley que se conocería como de Punto Final y que
fuera aprobado el 23 de diciembre de 1986.

Según esta ley quedaba extinguida toda acción penal contra civiles y/o militares que no hubieran sido
imputados por delitos cometidos en las operaciones antisubversivas dentro de un determinado plazo
(basta el 23102/87). La Ley de Punto Final produjo el rechazo y malestar en importantes sectores de la
sociedad civil, pero también en el seno de los sectores castrenses.
El 16 de abril de 1987 el Teniente Coronel Aldo Rico y un grupo que lo acompañaba! conocidos como
los carapintadas, se amotinaron en la Escuela de infantería de Campo de Mayo resistiendo la citación
que la Justicia fe hiciera al Mayor Ernesto Guillermo Barreiro (refugiado en el XIV Regimiento de
Infantería Aerotransportada, en La Calera! Córdoba, declarada también en rebelión).

Los insurrectos solicitaban el cese de la campaña de agresión do los medios de comunicación contra las
Fuerzas Armadas, un aumento del presupuesto para esas fuerzas! la elección de un nuevo Jefe del Estado
Mayor del Ejército de entre cinco postulantes que ellos propondrían y a exculpación para todos aquellos
que hubieran participado en los hechos que se estaban sucediendo. Mientras tanto en todo el país, la
gente se agolpó en las calles y las plazas para expresar su apoyo al gobierno constitucional y su repudio
a la actitud de los carapintadas.

Luego de varios intentos para solucionar la crisis fue el mismo Alfonsín quien tuvo que hacerse presente
en Campo de Mayo y lograr que Aldo Rico depusiera su actitud. Esto fue comunicado rápidamente a
gente reunida en la Plaza de Mayo.

Inmediatamente se produjo la sustitución del General Héctor Ríos Ereñú como Jefe del Estado Mayor
por el General José Dante Caridi. Pocos días después Alfonsín envió al Congreso el proyecto de Ley de
Obediencia Debida promulgada el 8/6/87) que sólo admitía el procesamiento de quienes se
desempeñaban por encima del rango de brigadier, es decir! aquellos que habían impartido órdenes yque
habían contado con capacidad operativa para ejecutarlas. Hubo sólo una excepción: era el caso de los
delitos de sustitución de estado civil y de sustracción y ocultación de menores.
Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida ponían al descubierto, ante la sociedad, la fragilidad del
gobierno constitucional frente a las presiones ejercidas por ciertos sectores de las Fuerzas Armadas -
particularmente el Ejército para que se concluyera con la persecución a sus camaradas de armas.
Otros alzamientos militares se sucedieron. En Monte Caseros provincia de Corrientes, entre el 16 y la de
enero de 1988 Alda Rico volvió a sublevarse, repudiando la prolongación de su arresto por los hechos de
Semana Santa.

Esta vez las fuerzas leales” reencauzaron la situación. Era el primer enfrentamiento entre militares, luego
del de los ‘azules y colorados en 1962. El 4 de junio del mismo año el coronel Mohamed Seineldin fue el
cabecilla de un nuevo alzamiento! Esta ve en Villa Martelli. Pugnaban por restaurar el honor y la
dignidad del personal y la institución militar, reivindicar la guerra contra La subversión, lo actuado en la
guerra de Malvinas y alcanzar una amplia amnistía. La rebelión fue sofocada rápidamente.

En 1988, se promulgó la Ley de Defensa Nacional (Nro 23.554), que establece las bases jurídicas,
orgánicas y funcionales para la preparación, ejecución y control de la Defensa Nacional, Fijando sus
finalidades y diferencias con la Ley de Seguridad Interior.

Pero el problema de los derechos humanos y la conflictiva relación con las Fuerzas Armadas no fue
e1 único que el gobierno radical tuvo que encarar. El poder económico, formado por los grandes grupos
financieros internacionales y por los grandes grupos económicos locales, había logrado hacerse del
control de todo el proceso productivo y financiero sobre la base de la explotación de los trabajadores y la
subordinación del Estado a sus intereses particulares.
Una inflación mensual deL 20%, una deuda externa que rondaba los 45.000 millones de dólares -el 70%
de ésta había sido contraído por los grupos privados y estatizada por el entonces presidente del Banco
Central! Domingo Felipe Cavallo. en 1932- y una tasa de desocupación que ascendía al 7%. fueron as
secuelas que la dictadura había dejado en el campo económico. Para paliar la situación de aquellas
familias que no podían satisfacer sus necesidades básicas se lanzó el Plan Alimentario Nacional (PAN).

Una de las ideas de Alfonsín era quitarle a la Confederación General del Trabajo (CGT) el monopolio en
la representación de los derechos de los trabajadores. Para alcanzar ese objetivo, en febrero de 1984 la
Cámara de Diputados aprobó el proyecto de ley sobre Reordenamiento Sindical que permitía la creación
de nuevas uniones gremiales, pero que ponía en pie de guerra a la central que se encontraba dividida
(CGT Azopardo y CGT Brasil) y que! a comienzos de 1984 y como consecuencia de la política sindical
alfonsinista, se unificó bajo el liderazgo de Saúl Ubaldini. Durante este gobierno hubo 13 paros
generales organizados por la CGT defensa de los intereses sectoriales que representaba.
En junio de 1985 se anunció el Plan Austral. Nuestra moneda cambió el nombre de peso argentino por el
de austral. El austral equivalía a 1.000 pesos argentinos y nació cotizando con un tipo de cambio fijo de
0,80 centavos de austral por dólar.

Las medidas incluidas en el plan eran: control de los precios de los productos y tarifas de los servicios
públicos, congelamiento salarial y no emisión monetaria. Se pretendía así detener la inflación que crecía
por entonces un 1% diario.

Muchas de esas medidas eran condiciones que el FMI exigía para continuar las negociaciones que
llegaron a buen puerto cuando Alfonsín firmó con esa entidad un acuerdo de re – escalonamiento del
pago de la deuda externa que vencía ese año y el otorgamiento de un crédito suplementario de 4.200
millones de dólares, pese a que en los primeros meses de su gobierno promovió la creación de una
comisión legislativa para que estableciera el monto de la deuda legítima y a que intentó no negociar el
pago de ella solamente con el FMI, acudiendo al Banco Mundial ,a Club de Paris. al Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) y a la banca privada. El éxito inicial del Plan Austral se reflejé en
las elecciones legislativas de noviembre de 1985. La U.C.R. reforzó su mayoría absoluta en la Cámara
de Diputados manteniendo intactas sus 128 bancas. El PJ, en cambio, disminuyó su representación a 101
bancas.

El radicalismo ganó, además, 17 de las 23 gobernaciones, incluyendo la Capital Federal. El triunfo daba
indicios de que la sociedad continuaba confiando en la capacidad de Alfonsín para encarar tos grandes
problemas que aquejaban a los argentinos.

Pero a fines del 986, el Plan Austral dio muestras de agotamiento. El austral comenzó a desvalorizarse
fuertemente con respecto al dólar en e’ mercado de cambió. La inflación volvió a trepar mientras que la
recesión y los conflictos sociales se agravaban más y más. Ante esta situación, se opté por el abandono
de tos estrictos controles y por la liberalización económica.

Esto significó el rompimiento con el modelo de economía semi cerrada puesto en marcha desde hacia
medio siglo y la apertura del mercado a los productos extranjeros, acompañada por la reforma del
Estado. Tal política estuvo enmarcada en los cambios que se operaron a nivel internacional. Tanto
Inglaterra como EE.UU. propiciaron una serie de reformas en las cuales el Estado ya no intervendría en
los problemas económicos y sociales. Así, una ola de privatizaciones, reducción de las prestaciones
sociales y del empleo público abrían el camino hacia el neoliberalismo.

En agosto de 1986 la Cámara de Diputados empezó a tratar y aprobó en pocos días el proyecto de Ley de
Divorcio. El trámite fue más lento en Senadores, pero luego de algunas modificaciones, el 3 de junio de
1987 el divorcio vincular se hacia Legal en la Argentina <Ley 23.515>.

Muchos festejaron la sanción de la ley, especialmente quienes pudieron regularizar su situación (había
más de 1.500.000 parejas separadas de hecho). Fueron la Iglesia y los sectores conservadores los que no
estuvieron de acuerdo con la nueva ley y preanunciaban una avalancha de rupturas matrimoniales con la
consecuente repercusión en a disolución familiar. El Episcopado emitió un comunicado donde pedía que
elmal que no se ha podido evitar se difunda lo menos posible. Y convoca una marcha a Plaza de Mayo
en defensa de la familia.
Durante su gobierno. Alfonsín trató de dar impulso a la política exterior, abandonada por la dictadura y
fue el canciller Dante Caputo el encargado de esa tarea. Se resolvió con Chile el conflicto por la
demarcación fronteriza en elCanal de Beagle. a partir del cual casi se inicia una guerra en 1978 y que, en
vísperas de las elecciones de 1983, suscité nuevas tensiones.

Con la mediación del Vaticano, los dos países australes suscribieron en 1984 primero una declaración de
paz y fraternidad y luego un acuerdo sobre e1 canal, que fuera ratificado por la sociedad argentina con un
devotos favorables en una consulta popular convocada al efecto. En 1985 el Vaticano rubricó el tratado
bilateral, En relación a las negociaciones con el Reino Unido por las Malvinas, sólo consiguió de
Londres la reanudación del diálogo bilateral, excluyendo lo relativo a la soberanía de as islas.
Alfonsín inició también tratativas para alcanzar la integración regional con Brasil y Uruguay y firmé en
1988, junto a los mandatarios de ambos países, el Tratado de Integración, Cooperación y Desarrollo, que
sería la piedra angular del Mercado Común del Sur (MERCOSUR). El tratado comprometía la creación
de un espacio comercial común en diez años, mediante la eliminación dejas barreras arancelarias y no
arancelarias y armonización de políticas comerciales.
En los 80 el cine argentino le abrió sus puertas a la voluntad de cambio. Los directores no exiliados se
habían volcado al cine publicitario como otra alternativa de trabajo y luego, con la vuelta a la
democracia, instauran implícitamente una nueva forma de hacer cine: este ese caso de Pino Solanas y
Luis Puenzo.

Durante el gobierno de Alfonsín. los principales organismos relacionados con la cultura fueron ocupados
por figuras y personalidades relacionadas con ese campo, como por ejemplo el actor Luis Brandoni en la
asesoría presidencial en temas de cultura; el escritor Pacho O`Donnell, como secretario do Cultura de la
Municipalidad de Buenos Aires, Carlos Gorostiza en la Secretaria de Cultura de La Nación, Miguel
Angel Merellano en A.T.C.. Todas estas transformaciones de base alentaron la verdadera idea de
cambio, pero aun así, la reprobación de las películas seguía vigente. Por este motivo se votó en el
Congreso la ley 23.052 que estableció la abolición de la censura cinematográfica que durante casi 30
años había coartado la libertad del público y la creatividad de los autores.

En 1984, hubo 24 estrenos. El primero en democracia fue Camila, de María Luisa Bemberg. A partir de
ese momento! muchas de las películas intentan reflejar a través de sus historias os años de la dictadura
militar. Con la vuelta a la democracia, poco a poco, las diferentes expresiones artísticas y sus creadores
que habían estado censurados o exiliados- pudieron plasmar sus ideas libremente e intentar reconstruir el
patrimonio cultural argentino. La gente estaba ávida por leer, ver y escuchar. Y los creadores (cineastas,
músicos, escritores) ávidos do mostrar y cantar verdades.

Hacia 1986 Alfonsín anunció un ambicioso proyecto para fundar una ‘Segunda Repúblicas. Incluía la
incorporación de Fa figura de un primer ministro, la posibilidad de un segundo mandato presidencial
consecutivo, reformas administrativas y el traslado de la Capital Federal a la provincia de Río Negro, en
la ciudad de Viedma. La idea fue evaluada como inoportuna por gran parle de la opinión pública, que
también consideré que lo que se pretendía era tapar la dura realidad a la que se asistía: 1986 culminó con
una inflación acumulada del 82% y llegó en 1987 al 175%.

A mediados de 1987, el gobierno declaró oficialmente fenecido el Plan Austral (aunque la moneda que
le dio nombre siguió funcionando) y anunció un nuevo paquete de medidas que atraerían el apoyo del
FMI a través de otro crédito stand-by. Se atacaría a la inflación y el déficit fiscal interno y externo. Se
establecían además pautas estrictas en relación al tipo oficial de cambio del dólar, los salarios, impuestos
y tarifas de servicios públicos.

La aplicación de estas medidas, que provocaron una gran disminución en la capacidad adquisitiva de
algunos sectores sociales, sumadas a la tibia respuesta al problema militar, a la imposibilidad de hacer
frente a los problemas sindicales y otros, repercutieron en los resultados de los comicios electorales de
septiembre de 1987.

También influyó en ellos el proceso de depuración interna que se dio en el seno del l, conocido como
Renovación Peronista, liderada por Antonio Cafiero y Manuel de la Sota. En las elecciones de diputados
nacionales de 1987 el P.J. obtuvo el 41.5 % de los sufragios frente al 37,3% de la UCR; en las
provinciales, los radicales sólo mantuvieron las gobernaciones de Córdoba y Río Negro junto a la
Capital Federal.

Estos resultados electorales y el agravamiento de la situación económica llevaron al Gobierno a


abandonar algunos proyectos y a replantear su política económica. En agosto de 1988 se lanzó el Plan
Primavera (Programa para Fa recuperación económica y el crecimiento sostenido>.

Estaba centrado, una vez más, en contener el ascenso inflacionario a través del control de precios de as
tarifas públicas y el congelamiento de los salarios estatales. Incluía control de cambio y precios, y
negociación con el movimiento obrero. la Unión Industrial Argentina y la Cámara de Comercio.
Quedaban fuera de la negociación Confederaciones Rurales Argentinas. la Federación Agraria, la
Sociedad Rural y Coninagro.

1989 sería un año adverso para el gobierno:


• Las sequías afectaron las cosechas y la provisión do energía,

• EL copamiento al Regimiento 3 de Infantería de La Tablada llevado a cabo por miembros del


Movimiento Todos por la Patria. Su recuperación -encargada a la policía y al Ejército- generó un saldo
de 39 muertos y explicaciones turbias y oscuridad respecto de los móviles y conexiones de la acción
ultraizquierdista -como la denominó el gobierno-y también sobre la forma en que fue resuelta la
cuestión,

• Alza incontrolada de las tasas de interés, agotamiento de las reservas del Banco Central para intentar
mantener el valor de un austral queso depreciaba cada vez más frente al dólar.

• Golpe de morcado producido por los principales grupos económicos al retirar sus depósitos de los
bancos, retener divisas producidas por exportaciones y demorar el pago de impuestos.

La campaña para las elecciones presidenciales del 14 de mayo de 1989 se llevó adelante en este merco.
La situación se tornaba cada vez meros manejable: hiperinflación, pérdida del poder adquisitivo de los
salarios, remarcación de precios, compra compulsiva de dólares por parte de los especuladores.

En los comicios, el candidato del P.J., Carlos Saúl Menem, se impuso a Eduardo Angeloz. de la U.C.R.,
con el 47% de los votos, En medio de saqueos a supermercados. la situación social se tornaba
insostenible para Alfonsín. Jesús Rodríguez reemplazó a Juan Sourrouille como Ministro de Economía.

El 30 de mayo se decretó el estado de sitio y se adoptaron medidas económicas de emergencia.


Comenzaba a sonar la palabra ingobernabilidad. Alfonsín se retiró antes del gobierno, sin haber podido
cumplir su promesa de recuperación de ‘el orden. Era la primera vez en mucho tiempo que un gobierno
civil y elegido constitucionalmente era sucedido por otro de igual condición.

Su presidencia había restaurado y abierto la puerta a la consolidación de la democracia en el país y roto


con el aislamiento internacional, pero no había podido lograr un crecimiento positivo, la deuda externa
había crecido y los salarios decrecido enormemente, Menem llegaba optimista proponiendo síganme,
revolución productiva y salariazo, en una Argentina con recesión del 6% de P.B.I., una deuda externa de
63.000 millones de dólares y una hiperinflación cercana al 5000% anual.

Falleció el 31 de marzo de 2009 a las 20:30 Hs. enfermo de cáncer pulmonar con metástasis ósea.

En la segunda mitad de 1983, disipadas las dudas sobre la voluntad militar de entregar el poder y
mientras el régimen se concentraba en impedir a futuro las investigaciones respecto de Malvinas y
sobre lo que oficialmente se denominaba guerra sucia, se produjo la más eufórica afiliación a los
partidos políticos de que se tenga memoria. Las preferencias por el justicialismo, que conquistó
alrededor de tres millones de afiliados (el doble que la UCR), fue uno de los datos que indujeron a
muchos a creer que se estaba en vísperas de un nuevo triunfo peronista. Tras una campaña
caracterizada por movilizaciones masivas de una magnitud que nunca se repetiría, devino, en cambio,
la primera derrota del peronismo en elecciones libres. Alfonsín capitalizó la esperanza puesta por la
mayoría en la nueva democracia.
CRÓNICA DE LA ÉPOCA
Una multitud aguardó el paso de Alfonsín en medio de un fervor que caracterizó uno de los momentos
mas esperados en la actual etapa nacional. A paso de hombre escoltado por el cuerpo de Granaderos a
Caballo, motociclistas policiales y agentes de seguridad uniformados, el auto que trasladó a Alfonsín
junto a su esposa hasta la Casa de gobierno completó el trayecto sin dificultades.

El Presidente se mantuvo de pie junto al asiento del automóvil, con una permanente sonrisa. Sus manos
respondieron constantemente los saludos del público ubicado en las aceras, balcones y azoteas.

Un clima distinto animaba a la Plaza de Mayo. Acompañándose en la espera con un sinnúmero de


estribillos, el público se encendió de euforia cuando el paso de las delegaciones extranjeras provenientes
del Congreso hacía presumir que la llegada del doctor Alfonsín a la zona era inminente. Inclusive, por
confusión, el primero de los vehículos que apareció fue saludado con un entusiasmo que seguramente
habrá dejado absorto a su ocupante, un simpático señor en nada parecido al Presidente. Pero no importó
el error: para el público sirvió de ensayo.

A las 10.15, el viejo Cadillac que trasladaba al Presidente se asomó a la plaza. La gente comenzó a
saltar. Nadie dejó de saltar. Y para que no quedaran dudas de su origen, los más remisos se sumaron
azuzados con la consigna “el que no salta es un militar”, a la que le siguió “siga, siga, siga el baile, al
compás del tamboril, que ya somos gobierno de la mano de Alfonsín”.

Silbatos, matracas y bombos también se ganaron su espacio. El espectáculo, entonces, quedó


definitivamente animado. Y quienes intentaron, tras desbordar el cordón policial, acercarse a Alfonsín,
debieron resignar sus propósitos ante la firme presencia de los motociclistas de la Policía. En tanto,
estallaron algunos petardos y varios caballos de los Granaderos estuvieron a punto de espantarse, pero
afortunadamente fueron controlados por sus jinetes.

Cuando el nuevo presidente tuvo acceso a la Casa de Gobierno, los presentes derramaron la fiesta, que
logró mayor ritmo sobre Rivadavia y San Martín, donde se improvisó una “batucada”.
Predominaron las banderas rojo y blanco. Pero también tuvieron presencia significativa la del
justicialismo, el Partido Intransigente y el Partido Socialista Popular, así como de las entidades
defensoras de los derechos humanos.

En el orden internacional, se vieron estandartes de paraguayos en el exilio (“Basta. 30 años de


dictadura”, era su leyenda), de chilenos, de madres de desaparecidos uruguayos, del Móvimiento
Independiente de Unidad Latinoamericana, del Brasil y hasta una bandera vasca.

Resumen

En el presente trabajo haré un recorrido histórico que va desde la primera


presidencia de Carlos Saúl Menem, haciendo hincapié en el análisis de la
aplicación de políticas neoliberales durante su mandato, para luego continuar por
lo que fue su segunda presidencia, prestando especial atención a la figura de
quién fue su Ministro de economía más sobresaliente: Domingo Felipe Cavallo y
en su plan de convertibilidad, el cual se mantuvo a lo largo de once años.

Finalmente me detendré en los episodios ocurridos durante la presidencia de


Fernando De la Rúa, tratando de encontrarle una justificación a la crisis argentina
del 2001 en las políticas económicas aplicadas por ambos gobiernos, haciendo un
recorrido por los planos políticos, económicos y sociales, y finalizando con el
nombramiento como presidente de Eduardo Duhalde en enero del 2002.

Abstract

In this paper I will make a historical journey that goes from the first presidency
of Carlos Saúl Menem, with emphasis on the analysis of the implementation of
neoliberal policies during his tenure, and then continue on what was his second
term, paying particular attention to figure who was his most outstanding Minister
of Economy, Domingo Cavallo and its convertibility plan, which was maintained
over eleven years.

Finally I will focus on episodes that occurred during the presidency of Fernando
De la Rúa, trying to find a justification for Argentina's 2001 crisis in the
economic policies implemented by both governments, reviewing plans for
political economic and social, and ending with the appointment of Eduardo
Duhalde as president in January 2002.
“Argentina, Neoliberalismo y las consecuencias de la Convertibilidad en la
década de 1990”.

Por: Mateo Archiópoli*

Introducción

Justificación:

La apertura Neoliberal en la República Argentina comenzará con las políticas


económicas que se implementaron durante la dictadura militar de 1976-1983,
ésta va a profundizarse aún más, bajo las dos presidencias de Carlos Saúl Menem
en 1989-1995 y 1995-1999, y sobre todo con la asunción de Domingo Felipe
Cavallo en 1991 como ministro de economía.

Durante esta etapa, van a darse grandes cambios y transformaciones en todas las
esferas de la sociedad, las cuales afectarán el curso de la historia Argentina hasta
la actualidad, por este motivo es relevante realizar un análisis sobre la forma en
que el gobierno de Menem se condujo política y económicamente durante esta
etapa, para lograr comprender las graves consecuencias que se desprendieron
luego de todo este proceso.

Objetivo:

El objetivo del presente trabajo es intentar analizar las medidas políticas y


económicas tomadas bajo los dos gobiernos del menemato, para así lograr
comprender las consecuencias y el impacto que éstas causaron tanto en la política
como en la sociedad Argentina.

Esbozo del Problema y Problema:

Como consecuencia de la hiperinflación y los altos índices de pobreza e


indigencia que experimentaba la Argentina desde fines de la década del ´80,
Carlos Saúl Menem decide como una de sus premisas desarrollar un plan que
ponga fin al proceso inflacionario. Para esto logra que el Congreso sancione la
Ley de Convertibilidad de la moneda en Mayo de 1991, bajo la iniciativa de su
Ministro de Economía que por ese entonces era el Dr. Domingo Felipe Cavallo.

Dicha ley establecía un nuevo tipo de cambio fijo con el Dólar estadounidense,
en el cual un peso nacional equivalía a un dólar. Como consecuencias inmediatas
a la sanción de la Ley se logró estabilizar la economía, reducir los índices de
pobreza, favorecer las importaciones y sacar al país rápidamente de la crisis que
puso fin al mandato de Raúl Alfonsín en 1989.

Sin embargo este plan que debería haber sido una medida de corto plazo se
convirtió en una herramienta política esencial durante los diez años que
abracaron las dos presidencias de Menem, trayendo consecuencias nefastas para
su sucesor Fernando De la Rúa, quién no pudo poner fin al modelo económico
menemista, y determinó una profunda recesión económica a partir de 1998 y
finalmente el estallido de la crisis social, política y económica a finales del 2001.

Hipótesis:

“Si bien la Ley de Convertibilidad había logrado sacar el país adelante luego del
proceso inflacionario que se dio luego del fin del mandato de Alfonsín y sirvió
muy bien como medida económica de corto plazo, utilizarla durante los
siguientes once años a su sanción podría haber sido la causa principal del
estallido de la crisis en 2001”.

Marco teórico:

Durante todo el trabajo se recurrirá a la postura de diferentes autores para lograr


una mayor comprensión de porqué el gobierno de Carlos Saúl Menem se basó en
políticas económicas neoliberales, y de cómo la implementación de La Ley de
Convertibilidad desembocó en la crisis social, política y económica del 2001.

Para la realización de la investigación, en todos sus puntos me basaré en los


autores Finochietto, Muñoz Mayorga, Carpenter, Fraschina, Castro Pueyrredón,
Fucci, De Simone, Molina, Di Gregorio, Gorosito y Tarditi con el fin de poder
explicitar y demarcar todo el camino trazado por la implementación del Plan de
Convertibilidad, no solo en la duración del mismo, sino que también en la
situación económica anterior y posterior a la misma, como así también, intentaré
estructurar una respuesta hacia el interrogante planteado con respecto a la posible
implementación del Plan a corto plazo y no a largo plazo.

Desarrollo histórico de la ascensión al poder de Carlos Saúl Menem

Hacia finales de la década de los ´80, la Argentina se vio afectada por una fuerte
crisis económica marcada principalmente por una creciente espiral inflacionaria
que trajo como consecuencia una suba en los precios al consumidor, así también
como la disminución del stock de divisas, atrasos en los pagos externos y el
incremento en el desequilibrio fiscal.
Este nefasto panorama derivó de los sucesivos fracasos en materia
socioeconómica llevados a cabo por el gobierno de Raúl Alfonsín, entre ellos el
“Plan Austral”, el “Plan Primavera”, y un frustrado pacto social entre los
sindicatos y los empresarios.

Es en este período donde se vislumbra un amplio crecimiento de las tasas de


desempleo, el aumento de la recesión económica y de la deuda externa; así como
también la creciente fuga de capitales hacia el extranjero.

En Mayo de 1989, se llevarían a cabo por segunda vez consecutiva desde la


dictadura militar de 1976, las elecciones presidenciales, obteniendo la victoria
por un poco más del 47% de los votos, el candidato del Justicialismo Carlos
Saúl Menem, por sobre su opositor, Eduardo Angeloz de la Unión Cívica
Radical, quién obtuvo alrededor del 32% de los sufragios. Por primera vez en la
historia política Argentina se produjo el traspaso del poder directamente a un
candidato opositor por la vía democrática.

Ante la delicada situación económica y social que atravesaba el país, Menem se


hizo con el cargo el 8 de julio de ese año, o sea cinco meses antes de lo
estipulado, ya que el traspaso de poder estaba previsto para el 10 de diciembre.

1- Medidas económicas y políticas durante la primera presidencia:

Si bien durante toda su campaña Menem había utilizado un discurso de corte


populista, centrado en lo social y más acorde a lo planteado históricamente por la
doctrina peronista, como por ejemplo, las alusiones a la “Revolución Productiva”
para atraer los intereses del sector rural, y al “Salariazo” apuntado a obtener el
apoyo de las clases trabajadoras; una vez asumidas sus facultades como
presidente realiza un giro en su plan de gobierno, definiéndose por la adopción de
políticas de ajuste de carácter neoliberal para hacerle frente a la crisis económica
y fiscal en la que Argentina se encontraba inmersa.

Este cambio provocó entre otras cosas, el disgusto de algunos sindicatos, lo que
derivó en la fractura de la CGT el 10 de octubre de 1989 en dos sectores: la CGT
“San Martín” (a cargo de Güerino Andreoni) que respondía a los intereses
menemistas y gozaba del reconocimiento estatal; y la CGT “Azopardo”
(conducida por Saúl Ubaldini) en confrontación con el gobierno, la cual cayó en
un creciente aislamiento político.

Para poner en marcha su plan de gobierno, Menem se suma a las propuestas


planteadas en el denominado “Consenso de Washington” formuladas por
académicos, economistas y funcionarios estadounidenses, además de miembros
del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, entre otros.

Este documento contaba con diez puntos básicos que apuntaban: a la


desregularización del mercado laboral y del Estado, al mantenimiento de un tipo
de cambio competitivo, a la apertura al mercado internacional, a la afluencia de
capital extranjero, asi también como a una mayor disciplina fiscal, la
centralización de los recursos del Estado en salud y educación, reforma tributaria,
privatizaciones de las empresas públicas, y por último, a la desregulación y
protección de la propiedad privada.

Para poder aplicar estas medidas en el País, el presidente nombró como ministro
de economía a Miguel Roig, quien falleció el 14 de julio de 1989 a sólo seis días
de la asunción de Menem, siendo sucedido en el cargo por Néstor Rapanelli
(ambos pertenecientes al grupo Bunge y Born).

Es durante esta etapa donde se aprobaron las leyes de “Reforma del Estado” (el
17 de agosto de 1989), y la de “Emergencia económica” (el 1 de septiembre de
1989); las cuales a grandes rasgos trazaban un amplio plan de privatizaciones y
dotaban al Poder Ejecutivo de grandes facultades. Sin embargo la inflación no
logró detenerse y la recesión económica fue en aumento a partir de noviembre,
provocando la renuncia de Rapanelli y su reemplazo en el cargo por Antonio
Erman González (ex ministro de economía de La Rioja bajo la gobernación de
Menem).

Las nuevas medidas fueron presentadas por el reciente ministro como una
apuesta al “todo o nada”, y apuntaban entre otras cosas a la liberación de los
precios, la unificación del mercado cambiario, la liberación del tipo de cambio, la
eliminación de todas las regulaciones para la compra y venta de divisas, la
anulación del aumento de las retenciones a la exportación y la prevención de un
nuevo salto inflacionario.

En diciembre de 1989, González lanza el denominado “Plan Bonex” el cual


consistió en un canje compulsivo de los depósitos a plazo fijo por títulos públicos
denominados “Bonex”, o “Bonos Externos”. Dicho plan causó un profundo
impacto en la población y significó una gran pérdida para aquellos poseedores de
plazos fijos, así mismo se adoptaron algunas medidas extra, como por ejemplo
prohibir por cuatro meses las licitaciones para compras de bienes e inversiones
del Estado, y establecer la obligatoriedad de la autorización previa del Ministerio
de Economía para cualquier compra o contratación de organismos del Estado.
En 1990 el Ministro de Economía volvió a anunciar un nuevo plan de ajuste en
cuyos puntos salientes se rescatan los recortes de gastos en la administración
central y las empresas públicas, los despidos y jubilaciones forzosas de
empleados estatales, la eliminación de exenciones impositivas e indexación de
pagos impositivos, y la aceleración de las privatizaciones de empresas estatales,
obteniendo un resultado exitoso en la reducción de la tasa inflacionaria.

Si bien durante 1990 se vivió un período de equilibrio inestable en el cual se


redujo el nivel de la inflación, la situación todavía era de estanflación.

Con respecto al sector del empresariado, la industria y la construcción se vieron


afectadas por la recesión y el aumento de la carga impositiva la cual también
influía al sector agropecuario, además de la devaluación del dólar. Esto produjo
un cierto distanciamiento del empresariado con la política económica que estaba
llevando a cabo el gobierno.

La combinación de la incertidumbre sobre la capacidad del Estado para controlar


el déficit fiscal, el inesperado incremento del dólar y las denuncias a funcionarios
cercanos al presidente por supuestos cobros y pagos de “coimas” (sobre todo a
las empresas Swift e IBM), desembocó en la renuncia del ministro Erman
González y su reemplazo por Domingo Cavallo en 1991.

2 - La llegada de Domingo Felipe Cavallo:

El 1 de marzo de 1991 Domingo Felipe Cavallo fue nombrado Ministro de


Economía por el presidente Carlos Saúl Menem. Se trataba de una figura
aceptada tanto por el establishment local como por el internacional, debido a los
cargos que anteriormente había ocupado.

Habiendo estudiado en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de


Córdoba, logró recibirse con honores de Contador Público en 1967 y de
Licenciado en Economía en 1968, consiguiendo luego un doctorado en dicha
materia en 1970, año en el cual además sería nombrado profesor titular, tanto en
la Universidad Nacional de Córdoba como en la Universidad Católica de
Córdoba. Tras ello obtuvo una beca en la OEA (Organización de los Estados
Americanos) para completar sus estudios en la Universidad Norteamericana de
Harvard, donde conseguiría un segundo doctorado en 1977.

Su participación en la política comienza en 1969, al ser designado Subsecretario


de Desarrollo del gobierno en su Provincia natal. Permaneció en dicho cargo
hasta 1970 cuando fue nombrado vicepresidente del directorio del Banco de la
Provincia de Córdoba.
En 1982 fue nombrado Presidente del Banco Central de la República Argentina
por el General Leopoldo Fortunato Galtieri, es en este período donde consigue
estatizar la deuda de los grandes grupos económicos privados del país, con lo
cual se gana su aprobación.

Tras la difícil situación que atravesaba el país por la guerra de Malvinas decide
retornar a su provincia, apostando claramente por la vía política, y en 1987 es
electo diputado en la asamblea nacional por la provincia de Córdoba.

Es en 1989 cuando Carlos Menem lo nombra Ministro de Relaciones Exteriores y


de Culto, cuando pasa a formar parte del gobierno. Su principal misión al frente
de dicho Ministerio consistió en mejorar las relaciones con el Gobierno de los
Estados Unidos, así como también con los organismos de crédito internacional
(FMI y BM).

Finalmente, como bien se ha mencionado anteriormente, es en 1991 cuando


Cavallo pasa al que debería haber sido originalmente su puesto: Ministro de
Economía, Obras y Servicios Públicos con la difícil tarea de frenar
definitivamente la inflación de la economía argentina.

“La era Cavallo”

1 - Primeras medidas económicas:

Cavallo se encontró con una situación fiscal un tanto más manejable que la de sus
predecesores, ya que si bien tenía urgencias de corto plazo, las reservas se
encontraban en un nivel alto.

El nuevo Ministro lanzó inmediatamente un plan de ajuste, lo cual tuvo como


primer escollo la reacción del bloque de diputados peronistas, remarcando la
persistencia de las tensiones entre éstos y el Poder Ejecutivo, aunque de todas
formas logró que el proyecto se transformase en ley.

Un segundo problema al que Cavallo tuvo que hacer frente fue el de la huelga
ferroviaria de febrero de 1991 en reclamo por mejoras salariales, la cual paralizó
la totalidad del servicio. Para esto el Ministro recurrió al uso de las atribuciones
que le otorgaba el decreto/ley que limitaba el derecho de huelga y declarándola
como “ilegal” por el hecho de afectar a un servicio público, a lo que le siguió una
serie de despidos masivos, el cierre de talleres y la privatización de ramales,
ocasionando un levantamiento del paro.
El tercero de los escollos a superar por el Ministro de Economía surgió cuando
las cámaras agropecuarias realizaron una propuesta para acordar un “pacto fiscal”
con el gobierno a fin de equilibrar las necesidades fiscales con las de los
productores, a la que el gobierno no respondió y por la cual Cavallo amenazó con
enfrentar un no cumplimiento de las obligaciones impositivas por parte de los
productores agropecuarios de la misma manera que lo había hecho con la huelga
de los ferroviarios, lo que desembocó en un llamado a paro de dos días por parte
de las tres principales asociaciones rurales de la Argentina. Finalmente este
problema se superó con la suspensión del paro frente al anuncio de una serie de
concesiones gubernamentales, tales como la eliminación de las retenciones a las
exportaciones agropecuarias, la refinanciación de pasivos y líneas de créditos
específicas para la producción rural, entre otras.

2 - Puesta en marcha del Plan de Convertibilidad:

Habiendo superado los problemas anteriormente descriptos, y en un clima


político de mayor tranquilidad para el Ministerio de Economía, Cavallo logra que
el 27 de marzo de 1991 se sancione la Ley N° 23.928 más conocida como la Ley
de Convertibilidad del Austral.

El plan, que comenzó a regir a partir del 1 de abril del mismo año, establecía una
relación cambiaria fija entre la moneda nacional y la estadounidense, a razón de
un Dólar estadounidense por cada 10.000 Australes, que luego serían
reemplazados por una nueva moneda; el Peso Convertible, de valor fijo también
en un Dólar. Dicha ley tenía como objetivo principal establecer un control
definitivo sobre la hiperinflación.

“(…) Para asegurar la paridad cambiaria Cavallo fijó la obligación de que el


Banco Central mantuviese la relación entre las reservas y la base monetaria,
suspendiendo toda cláusula indexatoria en contratos o acuerdos salariales, lo
que aseguró la desaparición del déficit fiscal a partir de abril, aclarando que en
caso de haberlo, éste no podrá ser cubierto por emisión sino tomando crédito
interno (…)”.[1]

Los efectos en el mercado del nuevo tipo de cambio fueron inmediatos, el 1 de


abril las tasas de interés anuales cayeron de un 44 a un 22% y el dólar se
mantuvo estable, se produjo también una notable reducción en el índice de
precios al consumidor, además se logró una mayor estabilidad, la reaparición del
crédito con bajas tasas de interés, las negociaciones con cámaras representantes
de ramas de la industria tendientes a intercambiar reducciones impositivas por
reducciones de precios, así como se vislumbró una tendencia alcista en la bolsa,
un aumento de la demanda de bienes de consumo y una importante reactivación
industrial.

Sin embargo, para mantener en vigencia este tipo cambiario, el Estado estaba
obligado a obtener una mayor cantidad de ingresos que de gastos. Es por eso que
se llevaron a cabo medidas tales como reformas tributarias, luchas contra las
evasiones fiscales, disminución de los empleados públicos, aceleración en las
privatizaciones (las cuales durante el mandato presidencial de Menem estuvieron
a cargo de José Roberto Dromi y María Julia Alsogaray, dejando virtualmente
ninguna empresa en manos del Estado) y el control absoluto de las remesas a las
provincias, las cuales debían ajustar sus gastos a sus recursos propios y
coparticipables.

“(…) En ese contexto, el gobierno nacional promovió varios acuerdos con las
administraciones provinciales tratando de establecer una nueva distribución de
los fondos coparticipados distinta de la que estaba fijada por la legislación
vigente. Se destaca, en este sentido, el llamado Pacto Fiscal, firmado en 1992 y
renovado en 1993. (…)”.[2]

Durante 1992 los éxitos de la política económica fueron obvios: “(…) El PBI
creció un 9%, los precios al consumidor aumentaron un 17,5% (la tasa más baja
desde 1970) y los precios mayoristas un 3,1%. Desde principios del plan (abril
de 1991), hasta el fin de 1992, la inflación de precios al consumidor había sido
del 42,2% y la de los mayoristas del 6,6% (…)”. [3]

Este aumento de la recaudación se logró mejorando notablemente la calidad de


los ingresos, disminuyendo la regresividad de la carga tributaria y la distorsión
del sistema económico. Además, se eliminó el impuesto inflacionario y
desaparecieron otros como los que gravaban las exportaciones, los débitos
bancarios y los sellos. Ya en 1993 el 80% de la recaudación total provino del
IVA.

Una de las principales fuentes de confrontación durante la gestión de Cavallo,


sobre todo con los gobernadores provinciales y los jubilados, fue lo referente al
gasto público. En 1993, las dos terceras partes del gasto público total se
destinaron al denominado “gasto público social”, y el 30% del gasto público total
se destinó a seguridad social.

Un ítem en el gasto que se negoció sin tantas dificultades fue el de la deuda


externa pública. En abril de 1992 se acordó con la banca acreedora y se oficializó
el respectivo Plan Brady (estrategia para reestructurar la deuda, respaldada por el
FMI y otros acreedores multilaterales y bilaterales oficiales), en diciembre del
mismo año, a lo que oficialmente se informó que esto traía un alivio en los pagos
del orden del 35%.

De todo esto puede rescatarse que en su corto plazo, el Plan de Convertibilidad


fue exitoso ya que se logró el objetivo de terminar con la inflación y se consiguió
un inmenso ingreso de capitales, lo que permitió su continuidad.

Es consecuencia de dicho éxito que los organismos de crédito internacional,


quiénes habían considerado que la aplicación de un tipo de cambio fijo era
anacrónico y no respondía a la lógica de libertad del mercado monetario, dejen de
lado rápidamente esta concepción generando aplausos al modelo y finalmente su
financiación.

En este punto se puede ver una transformación de la imagen que poseía


Argentina en el mundo, la cual se modificó positivamente, trayendo de la mano
mayor cantidad de inversiones y el reconocimiento de nuestro país como parte
del sistema internacional.

Este momento es bien descripto en las palabras de Paola De Simone quien


argumenta que: “(…) Argentina se consideró a sí misma occidental y cristiana,
con un pasado rico y un futuro prometedor. Se vio mas europea que
latinoamericana, más desarrollada que el resto de la región y líder natural de la
misma (…)”.[4] Lo que viene a justificar el clima de confianza que inspiraba el
nuevo proyecto económico, tanto a los ojos externos como a los del interior de la
Nación, y que en pocas palabras generó la base que posibilitó la reelección de
Carlos Menem en 1995 de manera avasallante, logrando aproximadamente un
49,6 % de los votos.

3 - Segunda presidencia de Menem (Pobreza, desempleo y corrupción):

Luego de haber asumido por segunda vez como presidente de la Nación, Menem
se dedicó a mantener la continuidad de su programa, sin embargo, en el contexto
internacional las cosas comenzaban a cambiar su rumbo. En diferentes países del
mundo se desata una fuerte crisis económica y financiera que afectó sobre todo a
las naciones en vías de desarrollo entre las cuales se encontraban los casos de
Rusia, México, Brasil y Argentina.

“(…) Las crisis evidenciaron las falencias de las medidas neoliberales


implementadas en los países emergentes para recibir inversiones externas
directas. Esto se tradujo en un endeudamiento profundo con dificultades de
repago y estrangulamiento de las posibilidades de desarrollo sustentable
(…)”. [5]
En 1995, se desata una fuerte crisis en México más conocida como “la crisis del
Tequila”, la cual llevó a ese país a devaluar un 15% su moneda; en Argentina, la
situación monetaria era muy similar a la mexicana y con el efecto tequila se
vieron afectados el sistema financiero y el mercado de valores, indicando su
vulnerabilidad ante cambios imprevistos en la economía internacional.

Si bien la crisis logró ser controlada con financiamiento de los organismos


económicos internacionales, Argentina mantuvo su tipo de cambio fijo, a
diferencia del caso mexicano.

Los efectos producidos debido a esta cuestión son el aumento del déficit fiscal, el
fuerte endeudamiento con los organismos de crédito internacionales y una
marcada y creciente desocupación.

Este es un cuadro muy diferente al de los primeros años de la convertibilidad,


donde la imagen del país se asemejaba a la de una creciente potencia
latinoamericana, es en este momento donde surge otra Argentina, la de los
pobres, cuyo número se multiplica en estos años, quedando mucha gente sin
hogar, sin salud, sin trabajo y sin educación.

Por otro lado, los escándalos por corrupción comenzaban a aflorar aún más que
en los comienzos del menemismo, son bien conocidos los casos escandalosos
como por ejemplo la acusación al gobierno por venta de armas a Ecuador y
Croacia, los crímenes de María Soledad Morales y José Luis Cabezas, y los
atentados a la AMIA, la embajada de Israel, y el de Río Tercero.

Hacia 1996, la relación entre el ministro Cavallo y el presidente Menem comenzó


a deteriorarse entre otras cosas por el hecho de que el primero instaló en la
discusión pública el tema de la corrupción gubernamental, a lo cual en julio de
ese año se lo reemplazó por Roque Fernández quién por entonces ocupaba el
cargo de Presidente del Banco Central.

Llegando al año 1999, se desató una nueva crisis que afectó profundamente la
economía Argentina. Poco después de enero de ese año, Brasil, luego de corridas
bancarias, devaluó el Real. Dada la integración regional, las exportaciones
argentinas tenían una inserción importante en el mercado brasilero. Con la
devaluación, los productos argentinos perdieron la competitividad, con lo cual se
redujo la posibilidad de compra de los mismos.

Además, la reducción de costos en Brasil lo hacía más atractivo para las


inversiones, con lo cual muchas de las empresas grandes de nuestro país
empezaron a considerar la posibilidad de trasladarse a la nación vecina, o al
menos subcontratar allí parte de lo que producían.

Para concluir este capítulo, es necesario mencionar, que el presidente Menem


intentó buscar una nueva reforma constitucional que le permitiese obtener un
tercer mandato consecutivo y así mantener una continuidad en su programa, sin
embargo esto no pudo ser posible debido a que no consiguió el apoyo necesario
para hacerlo por lo que tuvo que dejar el paso a otra alternativa política.

Es por eso que en las elecciones del 24 de octubre de 1999, el candidato que se
presento por el partido justicialista fue quién había sido su vicepresidente en su
primer mandato: Eduardo Duhalde, quién en su campaña planteaba la idea de la
devaluación de la moneda como forma de paliar la crisis y fomentar la
exportación, rompiendo con el modelo del 1 a 1 que venía manteniendo desde
hacía años el menemismo.

Sin embargo quién se alzó con la victoria en dicho comicio fue el candidato de la
Alianza conformada por el radicalismo y parte del peronismo disidente
(FREPASO), el doctor Fernando De la Rúa con aproximadamente el 48,5% de
los votos, quién se presentaba como la ruptura con todo el “viejo aparato político
corrupto menemista”.

Presidencia de Fernando De la Rúa:

La victoria del nuevo presidente se debió en parte al rechazo público hacia la


figura de Carlos Menem, sobre todo por su imagen deteriorada debido a los
escándalos por corrupción y no tanto por su desempeño en la gestión
administrativa.

Otro de los puntos clave de su victoria fue el buen uso de la propaganda, son bien
recordados los spots publicitarios donde De la Rúa enunciaba frases tales
como “conmigo un peso, un dólar” lo que dejaba entrever que planeaba ya de
desde su campaña mantener la continuidad del mismo tipo de cambio debido por
sobre todas las cosas a la gran aceptación que el 1 a 1 tenía en todas las capas de
la sociedad argentina, y pese a que cada vez resultaba más complicado
mantenerlo, sobre todo por la creciente deuda que arrastraba el país y por las
crisis económicas que estaban llegando a su punto cúlmine.

Su discurso de campaña también se centró en el tema de la educación, la


seguridad y la reducción de la pobreza, cuestiones que durante el menemismo
habían quedado de lado y que la población reclamaba cada vez con mayor
firmeza.
Entre los problemas que debía enfrentar el nuevo gobierno estaban la caída en un
3,4% del PBI, el aumento de la desocupación que alcanzaba índices de
aproximadamente el 14% y la multiplicación de los índices de pobreza e
indigencia. Además, el gobierno peronista había dejado un elevado déficit fiscal
de más de mil millones de pesos y una deuda externa aún mayor.

Para hacer frente a la crisis, el gobierno comenzó a implementar severas políticas


de ajuste con el objetivo de controlar el gasto público, bajar las tasas de interés y
mantener la estabilidad monetaria y financiera. Además se recurrió al Fondo
Monetario Internacional y a los bancos privados en busca de ayuda para reducir
la presión de la deuda externa.

Sin embargo el clima se complicaría aún más llegando a octubre del año 2000 a
partir de la renuncia del vicepresidente y líder del FREPASO Carlos Álvarez en
un contexto un tanto escandaloso donde se denunciaron supuestos sobornos en el
senado para aprobar una polémica ley de reforma laboral, cuyo objetivo consistía
en debilitar el poder gremial de los sindicatos más grandes, lo que ocasiono una
fuerte resistencia proveniente del justicialismo y también del líder sindical de la
CGT Hugo Moyano.

La renuncia del vicepresidente produjo un quiebre en la Alianza, sobre todo en el


parlamento, donde el oficialismo iba reduciendo su escasa mayoría mes a mes a
medida que los legisladores de los partidos de centro-izquierda iban abandonando
la coalición por diferencias políticas con el estilo de gobierno llevado por De la
Rúa.

A fines del 2000, la situación política se tornaría muy desfavorable para el


gobierno, ya que el justicialismo poseía la mayoría en la cámara de senadores y
tenía gobernadores de su partido en casi todas las provincias argentinas. A esto
deben sumarse las fracturas dentro de la Alianza que se encontraba cada vez más
debilitada.

Esto se acrecentó aún más a partir de las elecciones legislativas de octubre del
2001 donde el justicialismo logró imponerse con cerca del 40% en todo el país,
dejando como saldo un Congreso totalmente opositor al gobierno. En estas
elecciones ya se podía ver que el descontento social era cada vez mayor y que
había una concepción instalada en la sociedad de desconfianza hacia toda la
política en general, esto queda demostrado en las cifras récord en el país de votos
en blanco o nulos.

Con respecto a materia económica, los fracasos de José Luis Machinea y de


Ricardo López Murphy, derivaron en el nombramiento de un viejo conocido,
nuevamente Domingo Felipe Cavallo se encontraría al frente del Ministerio de
economía de la Nación. Este llegó respaldado por la mayoría parlamentaria del
PJ y con un fuerte impulso del Líder del FREPASO, Carlos Álvarez.

Cavallo inició su nueva gestión prometiendo rebajar impuestos y reanimar la


industria, sin embargo no encontró la respuesta esperada ni en los mercados ni en
los organismos de crédito internacional para llevar a cabo sus planes.

En julio del 2001, debido a su incapacidad para normalizar la economía, su


política tomó un rumbo un tanto más ortodoxo. Presentó un plan de “déficit
cero”, con un nuevo recorte general de gastos en la administración pública para
evitar gastar más de lo que ingresaba en el Estado, a lo que encontró gran
resistencia para obtener dicha ley en el Congreso tanto por sectores del
radicalismo como del justicialismo, Teniendo que interceder el propio presidente
De la Rúa para lograr el acuerdo.

Sin embargo el plan tampoco funcionó y la economía se contrajo aún más,


debido a los ajustes y al contexto internacional de recesión regional y global que
tampoco ayudaba a Argentina a salir de la crisis.

En noviembre del mismo año, se lanzó el plan “Megacanje”, cuyo objetivo


consistió en reestructurar los compromisos de la deuda externa. Hacia fines de
ese mes, el agravamiento de la situación económica, con inversiones que se
alejaban debido a la complicada situación política, provocó la desconfianza
pública en el sistema financiero por lo que se produjeron fuertes retiros de
depósitos bancarios. Es curioso mencionar cómo La Argentina pasó de ser un
“alumno ejemplar” en cuanto a la aplicación de los proyectos neoliberales, a
“todo lo que no se debe hacer”. Es decir que a los ojos de los organismos
internacionales, el país fue condenado a la categoría de los más riesgosos para
invertir en él.

Para frenar los retiros masivos de dinero de los bancos, Cavallo lanzó una medida
de contención más conocida como el “corralito” la cual originalmente permitía
retirar sólo 250 pesos en efectivo semanales, la prohibición de enviar dinero al
exterior del país y la obligación de realizar la mayor parte de las operaciones
comerciales mediante cheques, tarjetas de crédito o de débito.

Esta medida tuvo un impacto altamente impopular, perjudicando aún más a


numerosos sectores de la economía argentina.

1 - Estallido social y crisis del 2001:


Hacia finales de diciembre del 2001, y como consecuencia de las nuevas medidas
económicas, la situación social se volvió incontrolable. Los saqueos y los
desmanes que tuvieron lugar en los puntos más importantes del país llevaron al
presidente a llamar a la población a la calma.

Sin embargo la rebelión popular estaba lejos de terminar, no sólo el discurso


presidencial no logró calmarlas, sino que además se sumó a ésta el apoyo de la
clase media, enfurecida por el congelamiento de los depósitos bancarios. Esto
llevó a la renuncia de Cavallo el 19 de diciembre de ese año.

Un día después, la Ciudad de Buenos Aires se encontraba desbordada por una ola
de saqueos a supermercados y establecimientos comerciales de diverso tipo, a lo
que De la Rúa respondió declarando el “estado de sitio” en todo el país. Sin
embargo esta medida no logró que cesara el vandalismo.

Las consecuencias de la manifestación dejaron un saldo oficial de 27 muertos y


más de dos mil heridos. A esto se sumó la marcha de miles de personas auto
convocadas que reclamaban la renuncia de todo el aparato político al grito
de “que se vayan todos”, además de una huelga convocada por los gremios
encabezadas por la CTA y la CGT, como protesta hacia el estado de sitio.

El presidente había perdido así el respaldo de la mayoría de su propio partido, la


Unión Cívica Radical, e intentó convocar sin éxito al justicialismo en un acuerdo
para sumarlo al gobierno. El rechazo del PJ no le dejó otra salida que presentar su
renuncia el 20 de diciembre del 2001, cuando no había cumplido ni la mitad de
su mandato presidencial.

Una imagen que resume todo el clima de caos y desorden que se vivía en ese
momento es la del mismo presidente escapando en helicóptero de la Casa
Rosada, imagen que quedará grabada para siempre en los ojos de todos los
argentinos, y que como consecuencia afectaría fuertemente a la imagen del
partido radical, debilitándola a tal punto de que hasta la actualidad no logró ganar
nunca más una elección. En palabras de Osvaldo Fucci, puede decirse también
que “(…) El argentinazo del 19 y 20 de diciembre del 2001no sólo fue el fin del
presidente De la Rúa que en 1999 había cosechado más de 9 millones y medio de
votos, sino que también provocó el entierro político de los dos referentes
máximos de las políticas neoliberales en la Argentina: Domingo Cavallo y
Carlos Menem (…)”.[6]

De la Rúa fue sucedido inmediatamente por el presidente previsional del Senado,


Ramón Puerta, y pocos meses después la mayoría Justicialista en el Congreso
designaría como presidente interino al gobernador de San Luis, Adolfo
Rodríguez Saa, quién ocuparía el cargo por pocos meses y que en el corto tiempo
que estuvo al frente de la presidencia tomó medidas importantes como la
declaración del “default” financiero, con lo cual Argentina se declaraba
insolvente para pagar las deudas contraídas, acción que tuvo un impacto muy
positivo en términos populares.

Sin embargo el apoyo popular no duró mucho debido a la inclusión en su


gabinete a figuras que contaban con una imagen pública muy negativa. Así, una
semana después de haber asumido, Rodríguez Saa debió presentar su renuncia y
su sucesión recayó en el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño
quién llevó a cabo la transición mientras el Congreso elegía un nuevo presidente.
Paradójicamente, este resultó siendo Eduardo Duhalde quién había resultado
segundo en las elecciones de 1999 detrás de De la Rúa.

2 - Fin de la convertibilidad:

Duhalde fue electo presidente de la Nación el 2 de enero de 2002 por la


Asamblea Legislativa a través de un consenso entre el peronismo y la oposición.

En vísperas de su asunción presidencial éste había expresado su temor a una


“guerra civil” debido a los conflictos callejeros que aún no cesaban en el
territorio nacional, y reconoció que el país se encontraba en quiebra, anunciando
un Gobierno de unidad nacional, cuyos objetivos deberían ser “reconstruir la
autoridad política e institucional, garantizar la paz social y sentar las bases para
el cambio del modelo económico y social”.

El anuncio del nuevo Presidente de que la devaluación debía darse cuanto antes
marcó el fin de la Convertibilidad, un plan que originalmente había sido ideado
como una medida a corto plazo para afrontar las crisis inflacionarias y que se
convirtió en una política de cabecera para dos presidentes diferentes, durando
once largos años. Finalmente el 6 de enero del 2002 se sancionó la ley que
terminó definitivamente con el tipo de cambio fijo del 1 a 1.

La devaluación trajo consigo una crisis de confianza muy profunda,


especialmente generando expectativas negativas en la población y aumentado los
niveles de protestas, sin embargo para la segunda mitad del año 2003 se
revirtieron esas tendencias gracias a que el peso devaluado estaba espoleando el
comercio exportador y la producción industrial local en detrimento de las
importaciones de bienes, no redundando igualmente en un cambio de imagen a
nivel internacional.

Conclusiones finales:
Las principales conclusiones a las que arribo, siguiendo el orden conceptual de
este trabajo para desarrollar la problemática de la aplicación de políticas
neoliberales en nuestro país son varias.

Primero quisiera resaltar el cambio drástico que sufrió la imagen de Argentina a


nivel internacional desde 1995 durante el auge del menemismo, hasta el 2002
luego de la crisis sufrida en el año anterior. Es preciso aquí rescatar cómo se paso
de ser un ejemplo a imitar por otras naciones en vías de desarrollo a uno de los
países donde era más riesgoso invertir, ya que durante el período de tiempo
señalado se intentó seguir al pie de la letra todo lo dictado por los organismos de
crédito internacionales.

Es por eso que también llego a la conclusión de que todas las medidas en materia
económica que comenzaron a implementarse desde el primer mandato de
Menem, deberían haber sido de corto plazo, orientadas a alcanzar una mejoría en
el territorio nacional de una manera más gradual y no creando la imagen ilusoria
de un país del primer mundo que se pretendió crear para alcanzar el apoyo
económico y el consenso de las principales potencias mundiales.

La segunda cuestión que quisiera abordar es el tema de la duración del plan de


convertibilidad el cual, como varias de las medidas económicas implementadas
en esta época, debió haberse terminado una vez alcanzado su objetivo principal
que era acabar con la hiperinflación. Sin embargo, la gran aceptación popular que
había alcanzado el nuevo tipo de cambio fue favorable a la estrategia clientelista
del gobierno de Menem, permitiéndole el apoyo popular que necesitaba para su
reelección.

Es también por la popularidad que alcanzó el 1 a 1 en la sociedad que De la Rúa


decidió continuar con este plan, ya que daba por sentado que si terminaba con él
perdería los votos que necesitaba para ganar en las elecciones de 1999.

Como consecuencia final, la recesión económica que comenzó en 1998 y terminó


con la gran crisis del 2001, se debió en gran parte a que no se logró devaluar la
moneda a tiempo y a la insistencia de los gobiernos por tratar de mantener este
tipo de cambio fijo cuando sabían que esto ya no era posible.

Bibliografía
· Acuña, Carlos H. (1995): “Política y Economía en la Argentina de los
Noventa (O por qué el futuro ya no es lo que solía ser) en “La Nueva matriz
política argentina. Editorial Nueva visión, Buenos Aires.

· Botana, Natalio, (1995): “Las transformaciones institucionales en los años


del menemismo” en Revista Sociedad de la Facultad de Ciencias Sociales U.B.A.

· Gerchunoff, Pablo y Torre, Juan Carlos (1996): “La política de


liberalización económica en la Administración de Menem” en Revista de
Desarrollo Económico, vol. 36, N° 143.

· Gorosito, Eduardo y Fraschina, Santiago, (2004): “La Argentina después de


la Convertibilidad”, Ediciones de la Universidad (Buenos Aires).

· Ruiz Valiente, Rolando, (2006): “Principales Doctrinas del Pensamiento


Económico”, Ediciones de la Universidad (Buenos Aires).
Neoliberalismo en Argentina: un
arma mortal

Por Marcelo Colussi


Publicada: miércoles, 27 de junio de 2018 11:43

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Con los planes neoliberales que dirigió el ex ministro de economía José


Alfredo Martínez de Hoz (1976- 1981), Argentina vio naufragar su industria
nacional.
De la riqueza a la pobreza
El economista ruso-estadounidense Simon Kuznets, ganador del Premio Nobel de
Economía en 1971, dijo alguna vez que existen cuatro categorías de países: los
desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. ¿Por qué estos dos
últimos? El caso del país asiático, porque constituye un verdadero “milagro”:
habiendo sido prácticamente destruido durante la Segunda Guerra Mundial –con
el agregado de dos bombas atómicas sobre su población civil– en pocos años
resurgió monumentalmente, transformándose en un par de décadas en la segunda
economía mundial. El caso de Argentina, por el contrario, es también digno de
estudio (la “paradoja” argentina, pudo llamársele): ¿cómo fue posible que una
sociedad próspera, con elevados índices de lo que hoy llamaríamos “desarrollo
humano”, con abundantes tierras fértiles, numerosos recursos hídricos, petróleo,
un enorme litoral atlántico y un parque industrial considerable, que para la primera
mitad del siglo XX tenía una pujanza mayor que Canadá, Australia o España, en
unos años pudiera descender tanto, convirtiendo a uno de cada tres de sus
habitantes en pobres? ¿Cómo fue posible eso? ¿Cómo se pudo llegar a esa
patética realidad donde buena parte de su juventud piensa que la única salida que
tiene el país… es Ezeiza? (el aeropuerto internacional).
Hacia 1913 Argentina era el décimo país del mundo con mayores ingresos per
capita. Con el proceso de sustitución de importaciones, que en realidad empezó
antes de la primera presidencia de Juan Domingo Perón, pero que durante su
mandato se acrecentó poderosamente, la capacidad industrial argentina fue
creciendo en forma exponencial en la primera mitad del siglo pasado. El valor
agregado de la producción manufacturera superó al de la agricultura por primera
vez en 1943. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando
Europa estaba destrozada y comenzaba su lento proceso de recuperación con la
inyección del Plan Marshall estadounidense, Argentina rebosaba de divisas,
siendo la décima economía mundial. El desarrollismo, como teoría económico-
político-social que encontró en Raúl Prebisch su principal mentor, marcó la época,
llevando la industrialización a niveles insospechados.
A partir del empuje que recibe la industria nacional durante el gobierno peronista,
para finales de la década de los 50 el país aportaba la mitad de todo el Producto
Interno Bruto –PIB– de Latinoamérica. Además de las tradicionales exportaciones
de cereales y carne vacuna, la industria argentina marcaba época. La producción
global era el doble de la de su vecino Brasil. Junto a ese dinamismo, la sociedad
en su conjunto tenía un nivel comparativamente muy alto con otros países de la
región. Los salarios eran los mejores de todo el sub-continente, y la clase
trabajadora –urbana y rural– estaba sindicalizada, gozando de importantes
beneficios.
La pobreza nunca superaba el 10 % de la población, y la participación de los
salarios de los trabajadores en la riqueza nacional rondaba el 50 %. Había
considerables desarrollos, tanto científico-técnicos como culturales en su sentido
más amplio. Hacia 1950 Argentina se encontraba entre los tres países más
avanzados en el aprovechamiento del gas natural, junto con Estados Unidos y la
Unión Soviética. En 1947 se construye en el país el primer avión a reacción de
toda Latinoamérica, noveno en su tipo en todo el mundo: el Pulqui I. Para
mediados de siglo Argentina fue pionera en todo el Tercer Mundo en investigación
nuclear: en 1958 entra en operaciones el primer reactor de su tipo en toda
América Latina, y en 1968 se comienza a construir la primera usina atómica de la
región: Atucha, que se inaugura en 1974.
Para 1958 en Argentina se encontraba la empresa industrial más grande de
Latinoamérica: Siam, con más de 9000 trabajadores, con una muy importante
producción de manufacturas varias. En 1955, el país contaba con una reserva de
371 millones de dólares, pasando a ser acreedor. Todo este desarrollo se traduce
en un considerable bienestar general, con servicios públicos de calidad: educación
universal gratuita que termina con el analfabetismo, y un sistema de salud pública
y de seguridad social de gran vuelo.
La producción científica y cultural también alcanza altas cotas: tres Premios Nobel
en Ciencia, una gran industria editorial, discográfica y cinematográfica que marca
rumbo en el continente, masivo acceso a la educación (el país más lector de la
región, por ejemplo). Para la década de los 60, el 40 % de la población podía
considerarse de clase media, con importantes cuotas de consumo y con
indicadores socioeconómicos inhallables en otros países latinoamericanos, más
cercanos al perfil de un país europeo con desarrollo medio.
Pero algo pasó. Todo ese nivel de bienestar se vino abajo. Ese histórico índice de
pobreza siempre bajo, hoy día trepó a niveles exagerados. En estos momentos,
año 2018, 35 % de la población se considera pobre a nivel nacional, mientras que
en algunas provincias esa cifra supera el 50 %. El salario mínimo actual cubre solo
el 45 % de la canasta básica, y las jubilaciones son vergonzosas, pues no
permiten pasar la primera quincena. Como cosa inédita en un país que siempre
fue productor neto de alimentos (carne vacuna y cereales en cantidad, el “país de
las vacas”), actualmente la desnutrición infantil es de más del 20 %. La
desocupación se ubica en el 7,6 % de la Población Económicamente Activa, y a
nivel global Argentina descendió a ser la tercera economía en Latinoamérica –
detrás de Brasil, que presenta un PIB cuatro veces mayor, y de México– habiendo
caído al 26.° lugar a nivel mundial.
Solo para ejemplificar el fenómeno en juego: en el corto período de cuatro años
que va de 1999 a 2002, el PIB decreció en más de 20 %.Por otro lado, el
ingreso per capita del año 2004 fue aproximadamente el mismo que el de 1974.
Pero –y esto es lo importante a remarcar– el nivel de población en situación de
pobreza fue mucho mayor en el 2004, lo que refleja una creciente desigualdad en
la distribución del ingreso en el país.
Paisajes sociales impensables décadas atrás, hoy hacen parte de la cotidianeidad
argentina: población precarizada, cinturones de pobreza (villas miserias) por
doquier, ejércitos de vendedores ambulantes informales, niños de la calle,
delincuencia callejera a niveles alarmantes y desconocidos anteriormente,
consumo de drogas generalizado. Aunque Raúl Alfonsín pregonaba a los cuatro
vientos durante su campaña presidencial en 1983 que “con la democracia se
come, se cura y se educa”, la obstinada realidad enseña que el hambre, la
reaparición de enfermedades endémicas otrora superadas y la deserción escolar,
hoy son una constante en Argentina. En el “país de las vacas” no fueron pocas las
veces en que la población, desesperada, saqueó un zoológico para comer algo de
carne roja.
¿Qué pasó? ¿Cómo se dio esta paradoja? ¿Cómo fue posible que, de ser un
territorio libre de analfabetismo, donde un tercio de la población tenía vivienda
propia y la clase trabajadora mostraba una organización sindical envidiable, hoy
día Argentina no pueda salir de su marasmo?
Las consecuencias de esta caída fueron estrepitosas: el aumento en el consumo
de sustancias psicoactivas es un elocuente índice (¿por qué huir de la realidad si
todo anduviera bien?). En estos últimos años Argentina tuvo indicadores trágicos:
uno de los primeros lugares, a nivel mundial, en suicidios y en disfunción eréctil.
Definitivamente, todo se vino abajo. ¿Cómo entenderlo?
¿Qué pasó?
Dejando de lado explicaciones superficiales (¿supuesta “vocación” al fracaso de
los argentinos?), la apelación a “los malos gobernantes” es el expediente más
sencillo. Pero allí radica un enorme peligro en términos ideológicos: además de
ser una mirada banal, se juega un prejuicio cuestionable. La marcha de las
sociedades, y menos aún hoy día en estas “democracias” capitalistas, no está
fijada en modo alguno por las administraciones de turno, por el presidente y sus
ministros, ni por las legislaturas. En último análisis, podría decirse que los equipos
gobernantes son meros administradores, meros gerentes que fijan (a medias) las
políticas públicas. Los verdaderos actores que establecen los carriles por donde
transita la humanidad son poderes mucho más omnímodos. Hoy día –y evidenciar
esto es la intención del presente escrito– esos poderes van infinitamente mucho
más allá de los Estados nacionales: la arquitectura del mundo, cada vez más, está
dada por monumentales capitales globales. Capitales que deciden qué y cómo se
consume, cuándo hay guerras, qué población sobra en el mundo y qué debe
producir cada país. ¿Por qué hoy día Argentina, de nación autosuficiente donde no
se compraba prácticamente nada en el extranjero –salvo productos de lujo
prescindibles en la economía cotidiana– pasó a ser un monoproductor de soja
transgénica, inundado de producción industrial externa, con una población
empobrecida? ¿Quién fijó eso: los presidentes de turno?
“Argentina, para los años 70, consumía demasiado petróleo. Cada familia quería
tener un automóvil… ¡y eso es mucho!”, dijo ya entrado el siglo XXI un funcionario
estadounidense de la USAID1 explicando la “necesidad” de imponer planes de
austeridad en el país. Mucho consumo de petróleo, pero ¿para quién? Eso hace
recordar aquella famosa frase de Henry Kissinger: “Controla el petróleo y
controlarás a las naciones; controla los alimentos y controlarás a la gente”.
Insistamos en la fórmula: capitales que deciden qué y cómo se consume, cuándo
hay guerras, qué población sobra en el mundo y qué debe producir cada país.
Desde hace unas cuatro décadas, esos mega-capitales han impuesto unas
políticas específicas que se han conocido como “neoliberalismo”. Son esas
políticas, establecidas por grandes centros de poder con capacidad de incidencia
global, las que hicieron de Argentina lo que es actualmente. Los gobernantes de
turno han navegado en medio de esas imposiciones, sin ser ellos directamente los
responsables de la actual monumental debacle.
Con la dictadura impuesta el 24 de marzo de 1976, bajo la dirección del general
Jorge Rafael Videla, el verdadero personaje fuerte que empezó imponiendo esas
políticas neoliberales fue el entonces ministro de economía, José Alfredo Martínez
de Hoz, conspicuo miembro de la oligarquía nacional, formado en la Universidad
de Cambridge, Estados Unidos, y ligado directamente a las ideas neoliberales en
boga. “Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Esto proviene no
sólo de una larga amistad entre nosotros, a pesar de las distancias geográficas
que nos separan, sino de la creatividad y rigor de su desempeño en el plano
económico. [...] Pocos como él tuvieron la valentía de informar en Estados Unidos
que el problema de Argentina anterior a su gestión radicaba en la promoción de
una excesiva intervención estatal en la economía y en el sobre dimensionamiento
de las funciones del Estado, que indebidamente ponían sobre las espaldas del
país el costo social de la acción”, dijo el magnate estadounidense David
Rockefeller refiriéndose a su persona en 1978.
Fueron esas políticas específicas las que comenzaron con el terrorífico deterioro
argentino. Con los planes neoliberales que dirigió Martínez de Hoz –asentados en
30 000 desaparecidos, campos de concentración clandestinos y picanas eléctricas
a la orden del día– Argentina vio naufragar su industria nacional. Miles de
pequeñas y medianas empresas quebraron debido a las reducciones arancelarias
que permitieron una invasión de mercadería extranjera, con la consecuente
pauperización de enormes masas de trabajadores que fueron quedando
desocupados. El cinturón industrial Rosario-San Nicolás, donde se asentaba
buena parte de un muy desarrollado parque productivo, con dos grandes acerías
incluidas y una pujante industria petroquímica, alcanzó cotas de desempleo únicas
en el mundo, con más del 30 % de la PEA sin salario. Para el año 1980 la
producción industrial había reducido un 10 % su aporte al PIB, y en algunas
ramas, como la textil, la caída había superado el 15 %.
Esas políticas de desfinanciamiento del país en beneficio de centros de poder
externo dieron como resultado un crecimiento exponencial de la deuda externa. La
misma creció de 7.875 millones de dólares, al finalizar 1975, a 45 087 millones de
dólares en 1983. Ello trajo como resultado la sujeción inmediata de Argentina a los
organismos crediticios internacionales, hipotecando por largas décadas su futuro.
La situación de los trabajadores asalariados fue de empobrecimiento acelerado: la
participación del salario en el PIB, que para 1975 era de un 43 %, en un par de
años se redujo al 25 %. El nivel de vida, naturalmente, cayó en forma estrepitosa.
Pero la situación deja ver el trasfondo de esas políticas: si bien los salarios
pasaron a ser miserables, tener un trabajo fijo en esas condiciones dominantes
era ya un lujo. Por tanto, la consigna para todo trabajador pasó a ser cuidar como
el bien más preciado su sacrosanto puesto de trabajo. Consecuencia obligada:
“No meterse en nada”, eufemismo por decir: olvidarse de toda actitud crítica, no
protestar, no organizarse. Las desapariciones forzadas de personas (el temible
Ford Falcon verde con varios sujetos armados a bordo) eran el siniestro
recordatorio.
Está claro que esas políticas, fijadas desde los organismos financieros
internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional,
marcan el rumbo, tanto en Argentina como en todos los países latinoamericanos, e
incluso de todo el orbe. Los presidentes de turno, con distintas características y
estilos personales, no son más que buenos colegiales a los que se les obliga a
hacer la tarea. Los presidentes de los Bancos Centrales, por otro lado –con
relación directa con esos organismos crediticios– pasaron a tener mayores cuotas
de poder que los propios mandatarios. De hecho, hacia finales de la dictadura
militar, en septiembre de 1982, el por ese entonces presidente del Banco Central,
Domingo Cavallo, seguidor a ultranza de las recetas neoliberales (formado en
Harvard, Estados Unidos), estatizó 17 000 millones de dólares de deuda externa
privada, transformándola en deuda pública. Entre otras empresas beneficiadas
con esas medidas está el Grupo Macri, de donde proviene el actual presidente. En
otros términos: se socializan las pérdidas (empobrecimiento de las mayorías
populares) mientras que se privatizan las ganancias (de grandes grupos
económicos, nacionales y extranjeros). El Estado no sirve, según la prédica
neoliberal. Pero sí sirve para salvar a la empresa privada en dificultades,
fenómeno que se dio en numerosos países, como se verá más adelante.
Está claro, entonces, que el actual deterioro de Argentina no fue “culpa” de algún
funcionario público en especial, de la corrupción de algún político venal o de
desacertadas decisiones de un ministro de Economía, del “corralito” de Fernando
de la Rúa o del malhadado destino. Es algo estructural, y hay que leerlo en clave
histórica.Las “relaciones carnales” de Carlos Menem fueron más vergonzosas que
los intentos socialdemócratas (engañosos) de Néstor Kirchner2 o de Cristina
Fernández, pero todos, indefectiblemente, se vieron constreñidos a seguir reglas
de juego que no fijaron, que les fueron impuestas. Y, preciso es decirlo, con estos
últimos dos mandatarios, si bien hubo una relativa mejoría en la situación de la
pauperizada clase trabajadora –merced a programas asistenciales en muy buena
medida– la transformación del país (de industrial en agrícola) es un proceso que
no depende de decisiones tomadas en la Casa Rosada. Si “es mucho el petróleo
que consumen los argentinos”, eso no lo decidió ningún ciudadano argentino. La
pobreza actual (1 de cada 3 argentinos es pobre) tiene causas mucho más
concretas y profundas que la “mala suerte” o que la corruptela de algún ministro o
legislador.
Las políticas neoliberales que hace años marcan el ritmo del planeta tienen como
objetivo, en definitiva, repartir el mundo de una forma donde los habitantes del Sur
no cuentan en la toma de esa decisión. La agenda oculta pareciera ser tener
postrada a la población mayoritaria en beneficio de unos pocos, muy pocos
grandes centros decisorios.
¿Qué es, entonces, el neoliberalismo?
Lo que hoy día conocemos como “neoliberalismo”, siempre asociado a la idea de
globalización, es una forma que el sistema capitalista adquirió entre los años 70 y
80 del siglo pasado, surgido como doctrina en los llamados países centrales, en el
que retoma la iniciativa económica, política, militar e ideológico-cultural que había
ido perdiendo a través de décadas de avance popular. Recuérdese que los años
60/70 marcaron un alza significativa de las luchas anti-sistémicas, con distintas
expresiones de rechazo que van desde organizaciones sindicales combativas
hasta movimientos campesinos organizados, el desarrollo de guerrillas de
orientación socialista hasta la aparición de un ala progresista de la Iglesia Católica
surgida luego del Concilio Vaticano II y su opción preferencial por los pobres, el
rechazo a la guerra de Vietnam y el movimiento hippie llamando al pacifismo y el
no-consumismo al Mayo Francés como fuente inspiradora de protestas, el auge de
los procesos de liberación nacional en África al impetuoso avance de los
movimientos feministas y de liberación sexual, la mística guevarista que va
marcando esos años así como el auge de un espíritu contestatario y rebelde que
se expande por doquier. Vale recordar que para los años 80 del siglo XX, al
menos un 25 % de la población mundial vivía en sistemas que, salvando las
diferencias históricas y culturales existentes entre sí, podían ser catalogados como
socialistas (Unión Soviética y el este europeo, China, Vietnam, Corea del Norte,
Laos, Camboya, Cuba, Nicaragua, muchos países africanos de reciente liberación,
etc.).
Ante todo esto, para el sistema capitalista dominante entendido como unidad
global y monolítica, más allá de diferencias y pujas intercapitalistas, se prendieron
las luces rojas de alarma. El llamado neoliberalismo fue la reacción a ese estado
de cosas. Los Documentos de Santa Fe3 (elaborados por los más ultraderechistas
tanques de pensamiento neoconservador estadounidenses) son el complemento
político para América Latina de la arquitectura económica que fija el
neoliberalismo. De hecho, la primera experiencia neoliberal como tal –en alguna
medida: laboratorio para lo que vendrá después– tiene lugar en el medio de una
sangrienta dictadura latinoamericana: el Chile del general Augusto Pinochet. A
partir de ahí, el modelo se expande por innumerables países del Sur, para llegar
luego a las naciones metropolitanas. Allí, Estados Unidos bajo la presidencia de
Ronald Reagan y Gran Bretaña, dirigida por Margaret Tatcher, son los países que
enarbolan el neoliberalismo como insignia triunfal, para impulsarlo a escala
planetaria. Sus mentores intelectuales: los austríacos Friedrich von Hayek, Ludwig
von Mises (la llamada Escuela de Viena) y lo que luego se conocerá como la
Escuela de Chicago, capitaneada por el estadounidense Milton Friedman y sus
acólitos Chicago Boys, reflotan y llevan a un grado sumo los principios liberales
del capitalismo inglés clásico.
En pocas palabras, este nuevo liberalismo se emparenta directamente con el viejo
liberalismo dieciochesco y decimonónico de los padres de aquella economía
política clásica burguesa, aquellos que inspiraron a Marx en su lectura crítica del
capitalismo: Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus, John Stuart Mill: el
acento está puesto en la entronización absoluta de la libertad de mercado,
reduciendo drásticamente el papel del Estado a un mero mecanismo garante que
asegura la renta de la empresa privada. El actual neoliberalismo y sus recetas de
privatización de los principales servicios estatales, desarman el Estado de
bienestar keynesiano surgido después de la Gran Depresión de 1930, teniendo
como resultado dos elementos fundamentales: 1) el enriquecimiento exponencial
de los grandes capitales en detrimento de toda la masa asalariada (trabajadores
varios y sectores medios), y 2) el descabezamiento de toda protesta popular. Es
elocuente al respecto lo expresado por la Dama de Hierro, Margaret Tatcher, para
resumir esta nueva perspectiva: “No hay alternativa”. Dicho de otro modo: “O
capitalismo ¡o capitalismo! Eso no se discute”.
El instrumento desde donde se impulsaron esas nuevas políticas fueron los
grandes organismos crediticios de Bretton Woods: el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial, instancias financieras manejadas por los
grandes capitales corporativos de unos pocos países centrales, Estados Unidos
fundamentalmente. Desde ahí se fijaron las recetas neoliberales que
prácticamente la casi totalidad de países del mundo debieron impulsar estas
últimas décadas. Y por supuesto, no para beneficio de las grandes mayorías
populares sino para provecho de esos pocos capitales transnacionales.
Las dos tareas mencionadas (acumulación de riquezas y freno de la protesta
popular) se han venido cumpliendo a la perfección en estas últimas cuatro
décadas. La acumulación de riquezas de los más acaudalados se llevó a niveles
descomunales. A partir de ello, hoy día 500 corporaciones multinacionales
globales manejan prácticamente la economía mundial, con fracturaciones que se
miden por decenas o centenas de miles de millones de dólares (una sola empresa
con más renta que el PIB total de muchos países del Sur), y el patrimonio de las
358 personas cuyos activos sobrepasan los 1000 millones de dólares –selecto
grupo que cabe en un Boeing 747, en su gran mayoría de origen estadounidense–
supera el ingreso anual combinado de naciones en las que vive el 45 % de la
población mundial. En otros términos: la polarización económico-social se llevó a
extremos que nunca antes había conocido el capitalismo, surgido con los ideales
(perversamente engañosos) de “libertad, igualdad y fraternidad”. Esa acumulación
fabulosa de riqueza se hizo sobre la base de un empobrecimiento mayúsculo de
las grandes mayorías.
Ese fabuloso acrecentamiento de riquezas vino de la mano de las nuevas
tecnologías de la comunicación que convirtieron el planeta en una verdadera aldea
global, eliminando distancias y homogeneizando culturas, gustos y tendencias,
aplastando tradiciones locales de un modo impiadoso. El internet fue su ícono por
antonomasia. De ahí que, en muy buena medida como producto de una ilusión
mediática que así lo presenta, esa nueva forma de capitalismo despiadado que se
erigió contra el alza de las luchas populares de décadas anteriores, suele estar
asociado a la mundialización o planetarización, a lo que hoy se llama
globalización, y siempre de la mano de las nuevas tecnologías de la comunicación
y la información. Pero ese fenómeno no es nuevo. “La tarea específica de la
sociedad burguesa es el establecimiento del mercado mundial (…) y de la
producción basada en ese mercado. Como el mundo es redondo, esto parece
tener ya pleno sentido [por lo que ahora estamos presenciando]”, anunciaba Marx
en 1858. En realidad, la globalización no comenzó con la caída del Muro de Berlín
en 1989, como malintencionadamente se arguye, cuando el “mundo libre” vence a
la “tiranía comunista”, sino la madrugada del 12 de octubre de 1492, cuando
Rodrigo de Triana avistó tierra desde la nave insignia de la expedición de Cristóbal
Colón.
La otra faceta del neoliberalismo: la neutralización de todo tipo de protesta popular
anti-sistémica, igualmente se llevó a cabo de modo perfecto. En América Latina
los planes neoliberales se asentaron a partir de feroces dictaduras sangrientas
que prepararon el terreno. Fueron gobiernos civiles, llamados “democracias”, las
que profundizaron las recetas fondomonetaristas y privatistas (Carlos Menem en
Argentina, por ejemplo, o Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Carlos Salinas de
Gortari en México, Collor de Melo en Brasil, Virgilio Barco en Colombia, Álvaro
Arzú en Guatemala, etc.), sobre montañas de cadáveres y ríos de sangre que les
antecedieron. En el llamado Primer Mundo, esas políticas se impusieron también a
sangre y fuego, pero sin la necesidad de dictaduras militares previas. El resultado
fue similar en todo el mundo: los sindicatos obreros fueron cooptados, la ideología
conservadora fue imponiéndose, y toda forma de descontento y/o contestación fue
reducida a “oprobiosa rémora de un pasado que no debía volver”. Desmoronado el
bloque socialista (fenecida la revolución en la Unión Soviética y revertida la
revolución hacia un confuso “socialismo de mercado” en la República Popular
China), Cuba y Norcorea fueron prácticamente los únicos baluartes que
permanecieron fieles al ideario socialista. Y así les fue. En Cuba, el capitalismo
global le ajustó cuentas, haciéndole sufrir el penoso “período especial”, y en Corea
del Norte se le llevó a un tremendo nivel de asfixia que forzó al gobierno coreano a
emprender su militarización nuclear como único modo de sobrevivencia. Sin
ningún lugar a dudas, estas nuevas políticas neoliberales (o capitalismo sin
anestesia, para ser más explícito, sin el colchón que había generado el Estado
socialdemócrata de las ideas keynesianas) desarmaron, desmovilizaron e hicieron
retroceder toda protesta social. Conservar el puesto de trabajo (indignamente en
muchos casos) pasó a ser lo único que se podía hacer. La protesta significa el
desempleo, y ante el nuevo paisaje que crearon estas políticas, eso es equivalente
casi a la muerte. En Latinoamérica los campos de concentración clandestinos, la
desaparición forzada de personas y las torturas pavimentaron el camino para
estos planes, de los que todos los trabajadores del mundo, Norte próspero y Sur
mísero, siguen sufriendo hoy las consecuencias. Eso explica la pobreza y la
precarización actual de Argentina (segundo país en Latinoamérica –30 000–, tras
Guatemala –45 000–, en personas desparecidas previas a los planes
neoliberales).
Estas recetas de entronización absoluta del libre mercado se complementan
necesariamente con el achicamiento / desmantelamiento de los Estados
nacionales: todas las empresas públicas son privatizadas, la inversión social se
reduce a porcentajes ínfimos y la prédica constante, que termina por hacerse una
verdad (“Una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad”
enseñó Joseph Goebbels, ministro de Propaganda nazi) hace del Estado un
“paquidermo inservible, corrupto, disfuncional”. Esa ideología, esas prácticas
concretas de ajuste estructural, las vemos recorriendo todo el mundo. En
Argentina, como no podía ser de otro modo, también terminaron afianzándose,
siendo la piedra angular de todos los gobiernos. Desde la implementación de los
primeros planteos neoliberales en 1976, con Martínez de Hoz, pasando por todas
las administraciones hasta la actual de Mauricio Macri (¡todas!, sin excepción), el
neoliberalismo ha marcado el rumbo. Por eso –y no por ninguna otra cosa– el país
presenta el estado calamitoso actual, con proliferación de “cirujas” y villas miseria,
junto a ghettos ultra refinados para los que “se salvaron”.
El neoliberalismo, digámoslo claramente, es una expresión determinada del
sistema capitalista, de ese modo de producción en un momento de su desarrollo
histórico, con capitales monopolistas y transnacionalizados en su actual fase de
imperialismo guerrerista. Ese sistema –nunca está de más recordarlo– se
fundamenta en la explotación del trabajador a partir de la propiedad privada de los
medios de producción, no importando la forma que ese trabajo asuma:
proletariado industrial urbano, proletariado agrícola –incluso si se trata de
trabajadores estacionales–, productores intelectuales, trabajo hogareño no
remunerado, habitualmente desarrollado por mujeres amas de casa. El corazón
del problema está en la plusvalía, el trabajo no remunerado apropiado por los
dueños de los medios de producción bajo la forma de renta, de ganancia, sean
ellos industriales, terratenientes o banqueros. Ese es el verdadero problema a
enfrentar.
Todo esto remite a la pregunta sobre cómo se estructura verdaderamente el
sistema capitalista actual. Está claro que quien manda, quien pone las condiciones
y fija las líneas a largo plazo, son estos capitales globales, financieros en muy
buena medida, que establecen las vías por donde habrá de circular la población
del planeta. Esos megacapitales realmente no tienen patria. Los Estados
nacionales modernos conformados con el triunfo de la sociedad burguesa sobre el
feudalismo medieval en Europa, y luego replicados en todas partes del orbe, ya no
les son funcionales ni necesarios. El capitalismo globalizado actual no se maneja
desde las casas de gobierno. La Casa Blanca, representación por antonomasia
del poder mundial (con acceso a uno de los dos botones nucleares más poderosos
del planeta) no es la que realmente decide por dónde van las estrategias.
Extremando las cosas, el presidente de la primera potencia mundial es un
operador de esos grandes capitales, donde el complejo militar-industrial juega un
papel de primera importancia, así como las compañías petroleras. Si ese
presidente de turno no le quiere escuchar a esas megaempresas, puede terminar
con un balazo en la cabeza, como le pasó a John Kennedy. ¿A quién pertenece,
por ejemplo, la empresa automotriz más grande del orbe actualmente, el gigante
Daimler-Chrysler? A los accionistas, que pueden ser tanto estadounidenses como
alemanes…, o de cualquier parte del mundo (¿quién sabe realmente la
composición de esos capitales? ¿Podrán tener ahí acciones el Vaticano, o algún
cartel de la droga? ¿Por qué no?) Los dueños del capital no tienen color de
bandera: su único himno nacional es el billete de banco, que se tiñe de rojo
(sangre) cuando alguien se les opone. El Plan Marshall posterior a la Segunda
Guerra Mundial buscó justamente eso: internacionalizar los capitales para evitar
nuevas confrontaciones bélicas entre los países centrales.
Hay tantas armas y tantas guerras en el mundo, en casi todos los casos
impulsadas desde Washington, porque ese entramado industrial necesita realizar
su plusvalía, no descender su tasa de ganancia. ¿Quién decide las guerras
entonces: los gobiernos, o los poderes que le hablan al oído (dándole órdenes)?
¿Por qué el gobierno argentino comprórecientemente con Macri en la presidencia
64 helicópteros de alta tecnología militar, 182 tanquetas y 36 aviones de guerra a
proveedores estadounidenses, incluso modelos de cazas similares a los que ya se
producen en el país? ¿Quién decide eso? ¿Se tomará la decisión en Buenos
Aires? No parece posible.
Del mismo modo: existe una cantidad insufrible de vehículos automotores
circulando por el globo impulsados por motores de combustión interna que
necesitan derivados del petróleo; sabido es que a) se podrían reemplazar tantos
vehículos particulares por transporte público de pasajeros para hacer más
amigable la circulación y, fundamentalmente, b) se podría prescindir de los
motores alimentados por sub-productos del oro negro reemplazándolos por otros
menos contaminantes: agua, energía solar, electricidad. Todo ello, sin embargo,
no pasa. ¿Quién lo decide: los gobiernos o las megaempresas productoras de
petróleo y/o de vehículos? (que le hablan al oído y les dan órdenes a esas
administraciones). Los ejemplos podrían multiplicarse bastante abundantemente.
La salud de la población mundial se beneficiaría infinitamente más con atención
primaria que con la profusión monumental de medicamentos que llegan al
mercado; los ministros de salud lo saben. ¿Quién decide que eso así suceda: los
gobiernos o las mega-empresas farmacéuticas? Con la producción de
transgénicos se podría acabar con el hambre en el mundo; cualquier gobierno lo
sabe, pero ello no sucede. ¿Quién decide eso? Y ni qué decir del capital financiero
global: ¿son necesarios esos paraísos fiscales donde, a velocidad de la luz, se
mueven cifras astronómicas de dinero virtual? ¿A quién beneficia eso?
Obviamente, no a la población. Pero cuando quiebran esos gigantes, son los
Estados (con fondos públicos, obviamente) los que los socorren, cosa que no
sucede cuando los trabajadores pierden su empleo, por ejemplo.
Esos megacapitales, que cuando tienen traspiés son asistidos por ese mismo
Estado que tanto critican desde su visión neoliberal (por ejemplo, el fabricante de
vehículos General Motors, o la gran banca, como sucedió con el Bank of America,
o el Citigroup, o el JP Morgan, todos en Estados Unidos, o el Lloyds Bank en Gran
Bretaña, o el Deutsche Bank en Alemania), son los que conducen finalmente las
políticas mundiales. Obviamente la humanidad no necesita ni tantas armas ni
guerras, ni tantos medicamentos ni tantos automotores circulando, ni la infinita
variedad de productos prescindibles que deben reciclarse de continuo; si eso se
da generando el cambio climático –eufemismo moderado por no decir catástrofe
medioambiental por la sobreexplotación de recursos–, y gobiernos como los de
Washington o los de la Unión Europea lo avalan, es porque el complejo de mega-
empresas globales lo imponen.
En esta nueva fase del capitalismo iniciada entre los 70 y 80 del siglo pasado, la
globalización neoliberal encontró que es más fácil producir fuera de los países del
Norte, trasladando su parque industrial al Sur, pues allí la mano de obra es mucho
más barata y desorganizada, se pueden evitar impuestos y las regulaciones
medioambientales son mucho más laxas o inexistentes. Es por eso que llegan call
centers a la Argentina, no por otra cosa. Esa globalización de la producción para
un mercado igualmente global (lo que ya entreveía Marx a mediados del siglo
XIX), que tomó su forma acabada desde fines del siglo XX con tecnologías que
eliminan distancias, llegó para quedarse. Sin dudas, a lo interno de los países
metropolitanos (Estados Unidos, Unión Europea, Japón), esa nueva
recomposición del capital provocó severos daños a la clase trabajadora,
aumentando en forma creciente su desocupación, lo que permitió recortar el precio
de la mano de obra –congelamiento de salarios y de beneficios varios–. Eso es lo
que produjo hace un par de años el notorio descontento de británicos y
estadounidenses, que ante una elección determinada (el referéndum para ver si el
Reino Unido de Gran Bretaña permanecía o no en la Unión Europea, la última
elección presidencial en Estados Unidos ganada por Donald Trump) dijeron no a
esas políticas. Pero eso en modo alguno significa que el neoliberalismo está en
vías de extinción, como más de alguno triunfal (o irresponsablemente) ha
anunciado o pretendido ver.
Neoliberalismo y lucha de clases
Las actuales políticas neoliberales impulsadas por los organismos crediticios
internacionales y puestas en práctica mansamente por los distintos gobiernos
nacionales (en Argentina también: todos los gobiernos, sin excepción, aunque en
la era Kirchner se manipuló la ilusión que el país se desentendía de la deuda con
los bancos mundiales), son responsables del empobrecimiento acelerado de la
clase trabajadora y de la nueva arquitectura global que reduce Argentina a
proveedor de materias primas. Dichas políticas, entonces, deben entenderse como
una nueva expresión, corregida y aumentada, de la nunca jamás terminada lucha
de clases, un elemento que intenta domesticar a la clase oprimida, doblegarla,
ponerla de rodillas, en beneficio de la clase burguesa global, de esos
megacapitales que manejan el mundo.
Si el discurso triunfal de la derecha intentó hacernos creer estos años que la lucha
de clases había sido superada (¿?), el neoliberalismo mismo es una forma de
negar eso, sin saberlo explícitamente. De Marx (con x) se nos dijo que pasábamos
a marc’s: métodos alternativos de resolución de conflictos. ¿Qué “método
alternativo” existe para “superar” la explotación? ¿La negociación? ¿Nos lo
podremos creer? Se negocia algo, superficial, tolerable por el sistema (un
aguinaldo, o dos, o cuatro), pero si el reclamo sube de tono (expropiación, reforma
agraria), ahí están los campos de concentración, las picanas eléctricas, las fosas
clandestinas. ¡No olvidarlo nunca! Quienes a veces lo olvidamos somos los que
pertenecemos al campo popular, pues nos lo hacen olvidar con sobredosis de
fútbol, o con las nuevas iglesias neopentecostales que invadieron Latinoamérica, y
también Argentina. Pero la clase dominante no lo olvida ni por un instante. La
lucha de clases sigue tan al rojo vivo como siempre. Si alguien tiene memoria
histórica, es la clase dirigente (porque tiene mucho que perder. En el campo
popular, perderemos nuestras cadenas. Y eso de vivir encadenados, mejor ni
saberlo, según la ideología dominante).
Esta nueva cara del capitalismo, que dejó atrás de una vez el keynesianismo con
su Estado benefactor, ahora polariza de un modo patético las diferencias sociales.
Pero no solo acumula de un modo grotesco: sirve, además, para mantener el
sistema de un modo más eficaz que con las peores armas, con la tortura o con la
desaparición forzada de personas. El neoliberalismo golpea en el corazón mismo
de la relación capital-trabajo, haciendo del trabajador un ser absolutamente
indemne, precario, mucho más que en los albores del capitalismo, cuando la lucha
sindical aún era verdadera y honesta. Se precarizaron las condiciones de trabajo a
tal nivel de humillación que eso sirve mucho más que cualquier arma para
maniatar a la clase trabajadora. Y los sindicatos pasaron a ser algo absolutamente
inservible para la clase trabajadora, total –y vergonzosamente– cooptados por la
ideología conservadora, transformándolos en entes burocráticos y
desmovilizadores.
En ese sentido pueden entenderse las actuales políticas privatistas e hiper
liberales (transformando al mercado en un nuevo dios) como el más eficiente
antídoto contra la organización de los trabajadores. Ahora no se les reprime con
cachiporras o con balas: se les niega la posibilidad de trabajar, se fragilizan y
empobrecen sus condiciones de contratación. Eso desarma, desarticula e
inmoviliza mucho más que un ejército de ocupación con armas de alta tecnología.
Tan efectivo para acallar la protesta como el Ford Falcon verde es la precarización
laboral.
Si a mediados del siglo XIX el fantasma que recorría Europa (atemorizando a la
clase propietaria) era el comunismo, hoy, con las políticas ultraconservadoras
inspiradas en Milton Friedman y Friedrich von Hayeck, ese fantasma aterroriza a la
clase trabajadora, y es la desocupación.
De acuerdo a datos proporcionados a fines del 2016 por la Organización
Internacional del Trabajo –OIT–, nada sospechosa de marxista precisamente,
2000 millones de personas en el mundo (es decir: dos tercios del total de
trabajadores de todo el planeta) carecen de contrato laboral, no tienen ninguna ley
de protección social, no se les permite estar sindicalizados y trabajan en las más
terribles condiciones laborales, sujetos a todo tipo de vejámenes. Eso, valga
aclararlo, rige para una cantidad enorme de trabajadores y trabajadoras, desde un
obrero agrícola estacional hasta un profesor universitario (aunque se le llame
“Licenciado” o “Doctor”), desde el personal doméstico a un consultor de la
Organización de Naciones Unidas. La precariedad laboral barre el planeta.
Argentina, por cierto, no escapa a las generales de la ley. Tener un título
universitario no es garantía de absolutamente nada (por eso, patéticamente, para
muchos jóvenes la única salida del país sigue siendo Ezeiza…).
Junto a lo anterior, 200 millones de personas a lo largo del mundo no tienen
trabajo, siendo los jóvenes los más golpeados en esto. Para muy buena cantidad
de desocupados, jóvenes en particular, marchar hacia el “sueño dorado” de algún
presunto paraíso (Estados Unidos para los latinoamericanos, Europa para los
africanos, Japón o Australia para muchos asiáticos o provenientes de Oceanía) es
la única salida, que muchas veces termina transformándose en una trampa mortal.
La precarización que permitieron las políticas neoliberales fue haciendo de la
seguridad social un vago recuerdo del pasado. De ahí que 75 % de los
trabajadores de todo el planeta tiene una escasa o mala cobertura en leyes
laborales (seguros de salud, fondo de pensión, servicios de maternidad, seguro
por incapacidad o desempleo.), y un 50 % carece absolutamente de ella. Muchos
(quizá la mayoría) de quienes estén leyendo este texto, seguramente sufrirán todo
esto en carne propia. En Argentina, como en cualquier parte del globo, todo esto
es hoy una cruda realidad, quizá con el agravante (psicológico en muy buena
medida) de sentirse derrotada, pues habiendo tenido cotas de alto desarrollo
socio-económico, la población sufre hoy lo que no había conocido nunca, siendo
algo común desde siempre en los países vecinos de América Latina.Caer desde
las alturas es, en todos los casos, más traumático que haber vivido siempre en el
llano4.
Si se tiene un trabajo, la lógica dominante impone cuidarlo como el bien más
preciado: no discutir, soportar cualquier condición por más ultrajante que sea,
aguantar… Si uno pasa a la lista de desocupados, sobreviene el drama.
Complementando estas infames lacras que han posibilitado los planes
neoliberales, desarmando sindicatos y desmovilizando la protesta, informa
también la OIT que 168 millones de niños trabajan, mientras que alrededor de 30
millones de personas en el mundo (niños y adultos) laboran en condiciones de
franca y abierta esclavitud (¡la que se abolió con la democracia moderna!, según
nos enseñaron…).Argentina no tenía décadas atrás niños de la calle; hoy sí
(mientras sigue siendo Cuba el único país en Latinoamérica que no los tiene.
¿Fracaso del socialismo?).
La situación de las mujeres trabadoras (cualquiera de ellas: rurales, urbanas,
manufactureras, campesinas, profesionales, sexuales, etc.) es peor aún que la de
los varones, porque además de sufrir todas estas injusticias se ven condenadas,
cultura machista-patriarcal mediante, a desarrollar el trabajo doméstico, no
remunerado y sin ninguna prestación social, faena que, en general, no realizan los
varones. Trabajo no pagado que es fundamental para el mantenimiento del
sistema en su conjunto, por lo que la explotación de las mujeres que trabajan fuera
de su casa devengando salario, es doble: en el espacio público y en el doméstico.
“Este retrato desolador de la situación laboral mundial muestra cuan inmenso es el
déficit de trabajo decente”, manifiesta la OIT, exigiendo entonces una apuesta
“decidida e innovadora” a los diferentes gobiernos para hacer poder llegar a
cumplir los llamados “Objetivos de Desarrollo Sostenible” impulsados por el
Sistema de Naciones Unidas para el período 2015-2030.
Lamentablemente, más allá de las buenas intenciones de una agencia de la ONU,
los cambios no vendrán por “decididos e innovadores” gobiernos que se apeguen
a bienintencionadas recomendaciones. Eso muestra que la lucha de clases, que
sigue siendo el imperecedero motor de la historia, continúa tan al rojo vivo como
siempre. Que el neoliberalismo sea un intento de enfriar esa situación, es una
cosa. Que lo consiga, una muy otra. Pero debe quedar claro que los capitalismos
son siempre eso: capitalismos, no importando si asumen el mote de “neoliberal”,
“fascista”, con “rostro humano” o “serio” (como pretendía la anterior mandataria
argentina, Cristina Fernández). Los planes asistenciales no pueden dejar de ser
sino eso: planes asistenciales que no tocan el corazón del problema; ayudan, pero
no resuelven de fondo.
El capitalismo, en cualquiera de sus versiones, sigue siendo lo que ya dejaba ver
hace 200 años: un sistema basado en el lucro privado empresarial a cualquier
costo. No hay capitalismo “bueno” y capitalismo “malo”, capitalismo “serio” versus
capitalismo “no serio”. Es una falacia pensar que el enemigo a vencer es el actual
neoliberalismo, ese supuesto “malo de la película”. ¿Acaso un capitalismo “serio” –
como pretendía la presidenta Cristina Fernández– es la salida de la actual
postración? Sin dudas, una agenda ultra neoliberal como la actual de Mauricio
Macri complica más aún las cosas para la clase trabajadora; pero el problema de
fondo sigue inalterable. Por último, queda claro que un cambio real en las
estructuras sociales y en las relaciones de poder no puede venir desde las casas
de gobierno, de arriba hacia abajo: se logra solo con la real y efectiva lucha
popular, con la gente movilizada, con la bronca desatada de la población y una
conducción revolucionaria. Si no, no se pasa de las buenas intenciones.
De lo que se trata es de revisar las bases sobre las que funcionan las sociedades.
Y Argentina, más allá de las luchas político-partidistas cotidianas con las que nos
podemos distraer (peronismo-antiperonismo) viendo por televisión, al igual que
todos los países de Latinoamérica, salvo Cuba, es un engranaje de ese sistema-
mundo capitalista que se decide desde Wall Street, o desde Londres, desde
alguna Bolsa de Valores o desde algún lujoso pent-house blindado. Las tibias
propuestas socialdemócratas / reformistas que se han visto por Latinoamérica
estos últimos años, si bien intentaron ser una suerte de alternativa ante los planes
liberales, no alcanzaron a torcer ese rumbo. La prueba está en cómo terminaron, o
hacia dónde se encaminan: ya no ocupan casas de gobierno, o sus
representantes están presos, o defenestrados. O, muy probablemente, camino de
serlo. ¿Por qué ninguno de los gobiernos llamados progresistas de estos últimos
años en América Latina pudo realmente afianzar modelos de desarrollo con
justicia social y profundizar esas “revoluciones”? (Venezuela está semi aplastada,
sin salir del rentismo petrolero y sin poder profundizar su “Socialismo del siglo
XXI”, Brasil y Argentina son ahora gobernados por administraciones ultraliberales
alineadas completamente a Washington, Chile y Uruguay siguen con sus planes
de capitalismo neoliberal, Nicaragua es impresentable con una nueva burguesía
sandinista traidora a sus ideales revolucionarios de otrora, Ecuador revirtió su
proceso popular, siendo quizá Bolivia el único país que, con Evo Morales a la
cabeza, sigue enfrentándose al imperio con planteos de algún modo
antisistémicos). ¿Por qué esta caída? Porque en ninguno de ellos hubo planteos
de cambio anticapitalistas reales, y finalizados los ciclos de bonanza en el precio
de los productos primarios que estos países exportan, ya no hubo con qué
mantener los planes asistenciales. Que hoy día la coyuntura internacional haga
muy difícil impulsar cambios revolucionarios como en décadas pasadas, con
Estados Unidos envalentonado y recuperando algún terreno perdido en
Latinoamérica, es otra cosa. Esta actual derechización (Macri en Argentina, así
como Temer en Brasil, Moreno en Ecuador, Piñera en Chile, etc.) que sigue al
auge de los reformismos de la década anterior debe hacer ver que los ideales de
cambio o se plantean claramente, o si no es altamente posible que terminen mal,
tal como vemos que está pasando en Latinoamérica con este resurgir de la
derecha más visceral.
Los cambios, queda claro, los cambios profundos y estructurales no se hacen
desde las casas presidenciales. Se hacen en la lucha popular, con la movilización
de grandes mayorías, y no por redes sociales digitales. Líderes carismáticos y con
gran imagen mediática son importantes…, pero no hacen una revolución. “Yo no
soy un libertador. Los libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan a
sí mismos”, expresó alguna vez Ernesto Guevara.
Lo que tuvimos en Latinoamérica estos años (PT en Brasil, matrimonio Kirchner en
Argentina, Chávez en Venezuela, Mujica en Uruguay, Lugo en Paraguay, el
proceso boliviano) fueron importantes movimientos de inconformidad con
discursos nacionalistas/antiimperialistas, pero de momento no pasaron de ahí. Lo
de Argentina es palmariamente evidente. ¿Por qué, si no, seguiría un personaje
como Mauricio Macri en la Casa Rodada? Y a ese presidente… ¡lo eligieron los
mismos argentinos!
Hoy día, hablar de lucha de clases, de socialismo, de revolución, parecieran cosas
de un pasado remoto, condenado a los museos. Quizá nos ilusionamos cuando se
comenzó a hablar de un renovado “Socialismo del siglo XXI”, pero la promesa se
quedó en el arranque. Hay cierta tendencia a ver como el “monstruo a vencer” a
esa forma especial de capitalismo sin anestesia que es el neoliberalismo. De todos
modos, la situación es más compleja. Si algo hay que cambiar, es la estructura de
base; la contradicción que pone en marcha el sistema, que lo hace funcionar:
capital-trabajo asalariado. La contradicción peronismo-antiperonismo, tan
arraigada en la historia argentina, es circunstancial, anecdótica. Pasaron
administraciones peronistas y no peronistas, pero lo que cuenta es que un tercio
de la población sigue en estado de pobreza, con “cartoneros” y barras bravas
haciendo parte de la normalidad aceptada, con countries hiper lujosos sobre un
mar de exclusión. Eso tampoco es “culpa” del peronismo o de los antiperonistas:
¡es el sistema! Si no se ve así, jamás estaremos en condiciones de entender el
fenómeno, y mucho menos, de transformarlo. Carlos Menem, ahora considerado
“El innombrable” por muchos de los argentinos que hace algunos años atrás lo
eligieron en las urnas, era peronista… y fue el más neoliberal de los presidentes
en toda Latinoamérica. La cuestión no pasa por partidos políticos tradicionales o
figuras carismáticas: es asunto estructural. Eso no se arregla en las urnas.
El marxismo, expresión de esas contradicciones fundantes del sistema, al que se
lo quiso dar por “superado” en reiteradas ocasiones, no ha muerto porque ¡las
luchas de clase no han muerto! “Curioso cadáver el del marxismo, que necesita
ser enterrado periódicamente”, dijo Néstor Kohan.Si tan muerto estuviera, no
habría necesidad de andar matándolo continuamente. Esta avanzada fenomenal
del capital sobre las fuerzas del trabajo nos lo deja ver de modo evidente. A los
cadáveres reales se les sepulta una sola vez… “Los muertos que vos matáis,
gozan de buena salud” (frase apócrifa erróneamente atribuida a José Zorrila)
pareciera que aplica aquí. ¡Por supuesto! Si el marxismo es la expresión de lucha
de las clases explotadas, eso de ningún modo “pasó de moda”.
Como dijera este decimonónico pensador alemán cuya obra se declaró muerta
innúmeras veces, pero que parece renacer siempre: “No se trata de reformar la
propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de
clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino
de establecer una nueva”. El neoliberalismo, que llegó a Argentina de la mano de
Martínez de Hoz y una feroz dictadura asesina y fue continuado por todas las
administraciones posteriores, es una expresión –despiadada, sin dudas– de esa
sociedad existente. ¿Nos atrevemos a establecer una nueva? ¿Cuándo
empezamos?
1 Comunicación personal escuchada en una reunión en Guatemala, en 2003.
2“No miren lo que digo sino lo que hago”, dijo Néstor Kirchner en una conferencia
con empresarios españoles. ¿Doble discurso de un supuesto “revolucionario
montonero”?
Cuatro documentos surgidos entre 1980 y el 2000, que toman su nombre del
3

Grupo de Santa Fe (en referencia a la capital del estado de Nuevo México,


Estados Unidos), redactados por pensadores de derecha y la Heritage Foundation.
Como ejemplo –uno entre tantos– de su significado histórico: en el Documento
Santa Fe II se establece la avanzada de los nuevos cultos evangélicos para
controlar la propuesta de izquierda de la Teología de la Liberación que en ese
entonces crecía por Latinoamérica.
4¿Cómo se suicida un argentino?, pregunta un inmisericorde chiste: subiendo a lo
alto de su ego y dejándose caer

El neoliberalismo en la actualidad
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3. El neoliberalismo en la actualidad

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Por Armando Ribas
Para comenzar, voy a definir el sistema llamado neoliberalismo y usado por la izquierda
para descalificar al liberalismo en nombre de la falacia política de la igualdad económica. El
neoliberalismo, sistema comenzado por la Argentina, fue un intento de cumplir con las ideas
liberales de respetar los derechos individuales, que están reconocidos en la Constitución
Nacional. Así, antes de referirme al gobierno de Macri voy a recurrir al pensamiento de Alexis
de Tocqueville: “Tales son más fuertes los vicios del sistema, que la virtud de los que lo
practican”.
Si tomamos a la política argentina como un parámetro repetido del neoliberalismo, ahí
encontramos los vicios del sistema que supera la virtud de los que lo practican. Y esos vicios
del sistema son el aumento del gasto público con la intención de mejorar la vida de los pobres,
y la revaluación del tipo de cambio como instrumento para reducir la tasa de inflación. El
resultado histórico evidente de esa política ha sido la caída de la tasa de crecimiento
económico, y consecuentemente la generación de más pobreza.
La consecuencia explicitada como causa primera que el aumento del gasto público implica
en primer término la violación de los derechos de propiedad. La consecuencia es la caída en
la inversión. O sea la mano invisile superada por la mano visible. En segundo lugar, la
revaluación de la moneda implica la caída en las exportaciones y el incremento de las
importaciones. Es decir es la causa de la caída en la rentabilidad en la producción nacional, y
por consiguiente el aumento del défict de balance de pagos.
En el análisis que estoy haciendo del neoliberalismo, no estoy poniendo en tela de juicio la
virtud de los que lo practican. O sea, no hago juicios morales, sino tan solo los resultados
prácticos de los intentos morales que se contradicen con los con los resultados de los intentos.
Recordemos: “De buenas intenciones está plagado el camino del infierno”.
El otro aspecto a tomar en cuenta es el intento de controlar la inflación restringiendo la
oferta monetaria. Ello provoca en gran medida el aumento de la tasa de interés por encima de
la rentabilidad del capital. La consecuencia es la quiebra del sistema financiero. Y me van a
perdonar que repita una cita de George Gilder al respecto que considero fundamental: “Más
tarde o más temprano los liberals americanos y los laboristas británicos van descubrir que las
restricciones monetarias son una forma brillante de destruir al sector privado, dejando al sector
público intacto”. Y este proceso se produjo en la Argentina con la 1050 y en Estados Unios en
la década del setenta cuando Paul Walker subió la tasa de interés al 23%.
A mi juicio, ese error conceptual fue compartido por el FMI con la supuesta instauración del
llamado modelo de Polak, el cual creo y espero haya sido superado. En el modelo Polak había
esablecido: “Si el aumento del gasto se financia mediante el aumento de impuestos o del
crédito externo, el desequilibrio no se poduciría”. Error virtual que es la insistencia en que el
problema es el déficit, y se ignoran las sabias palabras de Milton Friedman cuando escribió:
“El total del peso es lo que el gobierno gasta y no esos recibos llamados impuestos. Sin
reducir el gasto, por tanto la reducción nominal de impuestos meramente disimula más que
reduce el peso”.
Aquí llegó Mauricio Macri al poder en Argentina y como lo he repetido, creo en sus buenas
intenciones de recuperar la Argentina que fue respetando los derechos individuales y la
libertad internacional. No voy a repetir los aspectos favorables de su política que ha provocado
el apoyo total de Donald Trump y así como la aparente visión favorable del FMI en virtud de
las declaraciones de su presidente la Sra. Chrietine Lagarde, quien ya decidió que el acuerdo
con el FMI es Macri el que decide la política a seguir en Argentina.
Es un hecho manifiesto que a su llegada al poder encontró un desequilibrio sustancial de la
economía argentina, el cual ha tenido que superar, por más que hoy haya reconocido el
aparente fracaso de su intento seguido bajo rúbrica del gradualismo. Ese supuesto
gradualismo es en principio lo que considero la falacia de la política seguida, que parece estar
influenciada por el pensamiento de Thomas Sowell cuando dijo: “La izquierda ha
monopolizado la ética”.
No puedo creer que el gradualismo haya sido el determinante de que Macri en su llegada
en el 2016 aumentó el gasto público nacional en un 41% respecto al 2015, y el resultado fue la
inflación del 40% en el año. Y esa tendencia siguió en la prática del modelo de Polak de
financiar el déficit fiscal con moneda extranjera. El resultado ha sido la inflación del año
pasado de un 25% y en lo que va del año alcanza a un 11,70% que anualizado alcanza al
30,67%.
Oro aspecto de la política seguida supuestamente bajo el supuesto del gradualismo, ha sido
la creencia diría compartida con Sturzenegger de que la devaluación ha sido la causa de la
inflación, cuando es un hecho que la correlación es inversa. Por ello podemos estimar hoy que
el tipo de cambio de $25 por dollar, implica una revaluación del peso de un 18%.
Todo parece indicar que de conformidad con la política seguida, la Argentina ha caido
nuevamente en el llamdo neoliberalismo, tal como lo describí. La buena noticia es que Macri
como antes dije ha reconocido el fracaso de la política, y dijo: “Hay que acelerar el recorte del
gasto en el modelo económico del gradualista”. Es la primera vez que se ha reconocido la
problemática inmersa en el gasto público, pues en la continuidad del modelo gradualista se
refirió siempre al nivel del déficit. Y lamentablemente el FMI igualmete se ha referido siempre
a discutir el nivel del déficitt y no del gasto.

Ya debieramos saber y voy a insistir en el tema que la inflación no es el problema sino la


consecuencia. Al respecto podemos ver que la Unión Europea no tiene inflación y hace diez
años que no crece. Y si analizamos la evolución de la misma podemos ver que la caída en la
tasa de crecimiento coincidió con el incremento del gasto público. Por tanto es evidente que el
control de la inflación en nuestro caso depende de controlar el gasto público y no del control
monetario. Voy a citar nuevamente a George Gilder al respecto cuando escribió: “Más tarde o
más temprano los liberals americanos y los laborisas británicos van a descubrir que las
restricciones monetarias son una forma maravillosa de destruir al sector privado dejando al
sector público intacto”. Y añadió refiriéndose al gasto público: “La única forma de disminuir su
impacto en los precios es economizar en el, ya sea reduciendo su tamaño o incrementando su
productividad”.

Otro aspecto en el que disiento con la política seguida es la propuesta de Macri de reducir
la pobreza, que ignora que no es el gobierno el que lo puede hacer, sino el sector privado
productor de bienes y servicios, y no en colusion con el Estado. Al respecto vale recordar la
mano invisible de Adam Smith que escribió: “En la persecusión de su propio interés el
frecuentemente promueve el de la sociedad más efectivamente que cuando el realmente
intenta promoverlo. Yo nunca he visto mucho bien hecho por aquellos que afectan negociar
por el bien público”. Y al respecto vale recordar las palabras de Alberdi: “Hasta aquí el peor
enemigo de la riqueza del país es la riqueza del fisco. El ladrón privado es el más débil de los
enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el estado en nombre de la
utilidad pública”. No creo que el Football Para Todos reduzca la pobreza en la Argentina.

REFORMAS NEOLIBERALES EN EL
GOBIERNO DE MENEM
Carlos Saúl Menem provenía del justicialismo, al que él mismo definió alguna
vez como una corriente política nacionalista, populista y cristiana.
Durante la década en que fue presidente, entre 1989 y 1999, reconvirtió
al movimiento nacional y popular peronista en una fuerza política
neoliberal en lo económico y conservadora en lo político.
Este alejamiento ideológico de las bases doctrinarias peronistas le
permitió forjar una alianza electoral que lo llevó dos veces a la
presidencia. Esa coalición estuvo formada por las clases sociales
populares (en particular, los trabajadores) que tradicionalmente
apoyaron al justicialismo, y también por sus tradicionales enemigos: los
productores rurales, los financistas internacionales, los grandes
industriales y las clases sociales altas, en general.
El neoliberalismo: Durante la campaña presidencial, Menem había
prometido una revolución productiva que comenzaría con un salariazo,
al parecer, en la línea del viejo populismo. La política económica que
implemento contradijo esos postulados. Por el contrario, adhirió a los
principios de la economía de libre mercado; es decir, un modelo que
considera que todas las actividades económicas dependen únicamente
de la libre iniciativa de las personas, salvo aquellas que son
inevitablemente inherentes al Estado, como la defensa nacional y el
mantenimiento del orden público. En los hechos, la adopción de esta
ideología implicó el abandono de la concepción del Estado de Bienestar,
propia del peronismo tradicional.

Carlos Menem, Presidente de Argentina (1989-1999)

La economía de libre mercado tomó fuerza particularmente desde


principios de 1991 cuando, después de un nuevo estallido hiperinfla-
cionario, se puso en marcha el llamado Plan de Convertibilidad.
El economista Pablo Gerchunoff caracterizó al Plan de Convertibilidad
como una estrategia de auto atamiento; es decir, el Estado se
comprometió a no intervenir en la economía, como si se hubiera atado
las manos.
Lo hizo en dos planos.
1. En materia cambiaría, una ley fijó, estable y perdurablemente (solo
otra ley podía modificarlo), un tipo de cambio en el cual un peso es igual
a un dólar.
2. En materia monetaria, el Banco Central solo podía emitir un peso si
disponía de un dólar en sus reservas.
Como cinco años antes, la clave era el tamaño del Estado. Se inició,
entonces, una serie de apresuradas privatizaciones con reglas poco
claras. Los teléfonos, por ejemplo, fueron entregados en condiciones
oligopólicas (un reducido número de oferentes podía controlar el
mercado) y, previamente, el Estado debió hacerse cargo de las deudas
de la empresa estatal. Se demoró, asimismo, la creación de entes
reguladores que controlaran el poder de mercado, a menudo
monopólico, de las nuevas compañías privadas.
LA REFORMA DEL ESTADO: PRIVATIZACIONES, DESCENTRALIZACIÓN Y
REFORMAS ADMINISTRATIVA Y TRIBUTARIA:
En esta reforma se buscaba devolver al Estado la difícil tarea de
establecer normas precisas y aceptables para el gran capital nacional, el
capital extranjero y la banca acreedora. Desde el gobierno se
implementaron las medidas tendientes a satisfacer las demandas de
todos esos sectores, que casi nunca se llevaban bien entre sí. De esa
forma, se aseguró la estabilidad económica y la paridad cambiaría. Las
principales políticas económicas que se implementaron desde el
gobierno en relación con la reforma del Estado fueron las siguientes:
a. Privatizaciones
Apuntaban a “achicar al Estado”. Para eso se vendieron al capital
privado, nacional y extranjero, las empresas que manejaba el Estado.
Canales de televisión, radios, ferrocarriles, transporte marítimo,
transporte aéreo de pasajeros, teléfonos, gas, electricidad, servicio de
agua potable y la empresa nacional de explotación de petróleo, entre
otras, fueron vendidas en pocos años.
El Estado se comprometió a controlar las nuevas empresas privatizadas
con los llamados “entes reguladores”, que no en todos los casos fueron
exitosos y muchas veces intervinieron en favor de los nuevos
propietarios y no de los usuarios-clientes.
b. Descentralización
Esta reforma apuntó a transferir actividades o funciones del Estado
Nacional, como la salud y la educación, a las provincias. En algunas, a
su vez. se descentralizaron y delegaron funciones a los municipios. En
muchos casos, provincias con una base económica débil no pudieron
hacerse cargo en forma eficiente de las nuevas tareas.
c. Reforma administrativa
En algunas áreas, como el Ministerio de Economía, se buscó la
profesionalización de sus trabajadores y el reemplazo de algunos de
baja calificación por otros de un mejor nivel técnico. En general, esta
reforma estuvo supeditada a ahorrar gastos, de forma tal que se
implementaron los llamados “retiros voluntarios”. El Estado pagaba una
cifra de dinero para que el trabajador renunciara y se comprometiera a
no volver a trabajar en la administración pública.
d. Reforma tributaria
Decidió atacar la evasión impositiva, pero no hubo muy buenos
resultados porque se persiguió a los pequeños contribuyentes
(comerciantes y profesionales independientes). Por otra parte, los
grandes empresarios que pagaban eran siempre los mismos y a ellos les
creaban nuevos impuestos en vez de evitar la evasión de los demás.
Además, la Dirección General Impositiva (DGI) no se modernizó lo
suficiente, lo que tornaba muy complicados los trámites vinculados al
pago de impuestos.
La desregulación económica
Con este término se alude al cambio en la forma de control que realiza
el Estado a las empresas. El Estado pasa a controlar o regular “menos” y
de una manera más “libre”, es decir, dejando que los empresarios se
guíen de acuerdo con los beneficios económicos que recibirán al producir
bienes y servicios. Algunos de los elementos que se aplicaron para
posibilitar la desregulación son los siguientes:
• Eliminación de algunos subsidios o beneficios económicos a algunas
empresas. Las que se vieron más afectadas fueron las chicas y
medianas.
• Eliminación de antiguos “entes reguladores”, como la Junta Nacional
de Granos que imponía algunas restricciones a los empresarios.
• Menor atención a los problemas ambientales y a la calidad de los
productos que se consumen.
La flexibilización laboral
Si bien no se pudo establecer una ley que flexibilice el trabajo, dicha
flexibilización ya funciona en muchos lugares. Disminución de salarios,
desaparición del aguinaldo, imposibilidad del trabajador de elegir la
fecha de sus vacaciones, duración de la jornada de trabajo de más de
diez horas y ser despedido sin cobrar indemnización fueron algunos de
los cambios que se produjeron en la forma de contratación de los
trabajadores.
El gobierno sostiene que la flexibilización es necesaria para que
aumenten los puestos de trabajo, ya que contratar trabajadores en
estas condiciones es más “fácil”. No obstante, la desocupación aumentó
mucho. Lo que casi nadie pone en duda es que la flexibilización laboral
beneficia económicamente a los empresarios porque reduce los costos.

La renegociación de la deuda externa: el Plan Brady


Este acuerdo, que se realizó con la banca acreedora, consistió en la
disminución de un porcentaje pequeño de la deuda externa y en una
reducción de la tasa de interés a cambio del compromiso de la Argentina
de pagar puntualmente las “cuotas” de la deuda. La reducción de la
deuda no fue significativa y en poco tiempo los intereses acumulados
superaron largamente ese descuento.
Gran parte de lo obtenido por la privatización de las empresas estatales
fue destinado al pago de la deuda externa y aún así esta siguió
aumentando. A mediados de 1997, la deuda externa argentina ascendía
a 98 mil millones de dólares. Cuando no se puede pagar la “cuota”, el
FMI vuelve a prestar dinero a cambio de implementar políticas
económicas destinadas a la reforma estructural que esa institución
quiere que se aplique en la Argentina.
Fuente Consultada:

Sociedad Espacio y Cultura Siglo XX La Argentina en América y en Mundo

Tobio-Pipkin-Scaltritti – Kapeluz

PARA SABER MAS…: Como ampliación del tena publicamos una nota en El Bicentenario
Fasc. N° 10 período 1990-2010 a cargo de Mario Rapoport, economista e historiador.
Desde el punto de vista ideológico el neoliberalismo (una doctrina economica que declara el
predominio absoluto de la economía de mercado) juega un rol importante a través de las reglas que
brinda el llamado “Consenso de Washington”. Este recomienda políticas económicas cuyos ejes
centrales son el control del gasto público y la discilplina fiscal, la liberalización del comercio y del
sistema financiero, el fomento de la inversión extranjera, la privatización de las empresas públicas y la
desregulación y reforma del Estado. Los gobiernos deben limitarse a fijar el marco que permita el libre
juego de las fuerzas del mercado; sólo éste puede repartir de la mejor manera posible los recursos
productivos, las inversiones y el trabajo.
Esas ideas coincidieron en la Argentina con la feroz crisis hiperinflacionaria, producto de la herencia
del endeudamiento externo de la dictadura militar y del fracaso de las políticas implementadas por el
gobierno de Alfonsín para superarlo, y favorecida por intereses empresariales. Se esperaba que la
llegada de otro presidente justicialista, Carlos Menem, pudiera revertir la situación. Pero si en 1945 se
produjo la confluencia entre un líder histórico como Perón, y vastos sectores obreros y populares, que
dio impulso a la industrialización y sustanciales mejoras a los trabajadores, el año pasado se verificó
un escenario diferente.
Menem ganó las elecciones presidenciales con el apoyo de una gran mayoría popular que aspiraba a un
cambio de rumbo, creyendo en sus promesas de “salariazo” y “revolución productiva”. Pocos sabían
que ya había establecido antes de llegar al poder una alianza con el establishment y la derecha
neoliberal y estaba dispuesto a realizar políticas de signo contrario a las proclamadas. La derecha en la
Argentina nunca tuvo un partido fuerte como para poder triunfar electoralmente y desde la década de
1930 llegó al gobierno gracias a golpes de Estado militares. Ahora, impuso sus ideas y, sobre todo, sus
intereses al nuevo liderazgo justicialista, el llamado menemismo.
Se desplegó allí la etapa más importante del neoliberalismo en la Argentina. Se dictó una ley de
convertibilidad que llevó al abandono de toda política monetaria y a la sobrevaluación del peso; se dio
lugar a una apertura irrestricta de la economía; se liberalizaron los movimientos de capitales externos y
el sector financiero; se apoyó la flexibilización laboral y el ajuste salarial, y se realizó la privatización
de las principales empresas y activos públicos, cuyo resultado más lamentable fue la venta de la
compañía petrolera estatal YPF, perdiendo el Estado un recurso estratégico clave para la economía
nacional.
Muchas de esas privatizaciones, así como otras políticas del Gobierno, se realizaron por medio de actos
de corrupción. Se incluyó también en este proceso la privatización de la previsión social, una de las
causas principales del déficit fiscal en la Argentina. El predominio de las finanzas sobre el aparato
productivo afectó singularmente al sector industrial cuya participación en el PBI podría caer más de
diez puntos en la próxima década (del actual 27 por ciento a alrededor del 15 para 2002).
La clave del sistema resulta, sin duda, la convertibilidad de la moneda con un tipo de cambio fijo (un
dólar igual a un peso), que funciona como el patn in oro del siglo XIX y contradice todas las otras med
idas de liberalización.
En un sistema así, con apertura irrestricta de los mercados, la única forma de controlar el déficit
externo y el déficit fiscal es aplicando políticas necesivas y de ajuste a la espera de un milagroso finjo
de caí átales externos que compense la situación.
La falencia le ese proceso podrá observarse una vez agotadas las privatizaciones, que significan una
importante pérdida del patrimonio nacional y que, junto a la venta de empresas privadas nacionales,
dio lugar a una extranjerización sin precedentes de la economía sin que se ampliara su capacidad
productiva. Sólo se benefician grandes grupos económicos extranjeros y nacionales, hasta que se
produzca la caída final del modeló.
Fuente: El Bicentenario Fasc. N° 10 período 1990-2010 a cargo de Mario Rapoport,
economista e historiador.
Las dos caras de la moneda:
Por el Historiador Luis Alberto Romero
Cuadernillo de Historia Argentina El Bicentenario-Clarín
Otros países latinoamericanos adoptaron el giro neoliberal: Brasil, con Cardoso; Chile, con los
presidentes de la Concertación, y Perú, con Fujimori. La guerra civil se acalló en El Salvador y
la nueva guerrilla, que surgió en Chiapas, se adecuó al nuevo ambiente democrático.

El mismo optimismo imperaba entonces en Europa Occidental, que emprendió la ruta de la


Unión Europea y el euro, y sobre todo en Alemania, que en 1990 se reunificó. En cambio, el
bloque soviético se disgregó de manera conflictiva. De la URSS surgieron Rusia y muchas
otras repúblicas; Checoslovaquia se partió en dos y Yugoslavia se dividió y entró en una
guerra sangrienta, sólo aplacada por la intervención de la OTAN. La conciliación llegó a
Sudáfrica, donde Mándela fue liberado y electo presidente, y también a Palestina, pero la
guerra civil se ensañó en Somalia y en Sudán.

En los Estados Unidos comenzó la era Clinton y también un período recesivo de la economía.
El flujo fácil de dólares se interrumpió y, en la Argentina, emergió la otra cara de la fiesta.

Las privatizaciones dejaron un tendal de desocupados, en momentos en que el Estado


descuidaba la educación, la salud y la seguridad. Emergió un mundo de pobreza que se
manifestó con protestas exasperadas, como los cortes de rutas. Por otra parte, la corrupción
del gran cambio se hizo pública: hubo escándalos, como la venta de armas; crímenes, como el
de María Soledad y Cabezas; atentados, como los de la AMIA y Río Tercero, y en todos los
casos quedaba como secuela la sospecha de la connivencia y el encubrimiento, a veces
revelados por la implacable cámara oculta.

Por entonces, la jefatura de Menem comenzó a ser cuestionada: dentro del justicialismo, por
quienes se consideraban sus sucesores; por fuera, la oposición comenzó a tomar forma, en
torno del radicalismo y del Frepaso, nueva fuerza de centro-izquierda. Unidas desde 1997 en
la Alianza, ambas fuerzas ofrecieron una alternativa centrada en la honestidad y el respeto de
las instituciones.

No cuestionaron, en cambio, la convertibilidad, considerada por todos la clave de la


estabilidad. Pero la convertibilidad tambaleaba, y la protesta social crecía: tal la herencia de la
Alianza, que en 1999 derrotó al justicialismo y ganó la presidencia.

La política neoliberal y el
menemismo
El neoliberalismo menemista significó “relaciones carnales con el
imperialismo” y la intervención directa en las finanzas y las
decisiones del presupuesto educativo, para garantizar los pagos de
la deuda.
Jueves 22 de marzo | 15:44



 1
Disminuir la responsabilidad del estado; establecer aranceles y subsidiar la
educación privada; transferir las escuelas a las provincias y municipios,
tendiendo a su privatización; reducir las modalidades que no den rédito
económico, como la educación de adultos. El objetivo de “generar un
alumno para el ámbito laboral”, como parte de la flexibilización laboral

Menem: promesa de “salariazo”... privatizaciones y Ley Federal


de Educación

El menemismo desde 1989, completó la transferencia de las escuelas


medias y terciarias a las provincias y a la Ciudad de Buenos Aires,
mediante la Ley de Transferencia de Servicios Educativos (LTSE).

Si Onganía concretó la primera descentralización educativa y Videla y


Martínez de Hoz terminan esta primera transferencia, el menemismo
completa la tarea que impusieron esas dictaduras. La descentralización
generó la transferencia del financiamiento, generando una profunda y
extendida desigualdad entre los sistemas provinciales respecto a la
recaudación y el gasto. Avanzó en igualar la educación pública estatal con
la privada. Lo que antes se diferenciaba como educación pública por un
lado y educación privada por el otro, pasó a denominarse, bajo la Ley
Federal de Educación "educación pública de gestión privada" y "educación
pública de gestión estatal", como había postulado el Congreso Pedagógico
alfonsinista. En los años 90 se profundizó a saltos el ataque a la educación
pública. Se avanzó en el proceso privatista y se adaptaron aún más las
políticas educativas a los dictados del FMI y los organismos
internacionales.

https://prezi.com/qwxr2fa_fyw_/menem-neoliberalismo-y-globalizacion-argentina/

La ofensiva neoliberal bajo el


menemismo y su
continuidad con De la Rúa
13 MAY 2010 | 0 comentarios
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Menem ganó la elección apelando al descontento popular y a la promesa de producir un
“salariazo” y una “revolución productiva”, pero ni bien llegó al gobierno entabló primero una
alianza con el grupo Bunge y Born y, luego, aliándose a los “gorilas” de la Unión del Centro
Democrático de ˜álvaro Alsogaray, se transformó en el continuador y profundizador de la
política económica de la dictadura, con la privatización de las empresas estatales y la aplicación
de numerosas leyes antiobreras. Fue uno de los más fervientes impulsores de las políticas
“neoliberales” del llamado “consenso de Washington”. Junto a Domingo Cavallo como
ministro de Economía, avanzó en poner la economía nacional bajo un control mayor del capital
imperialista: durante su mandato las empresas extranjeras pasaron de tener el control de un
33% de las 500 principales empresas del país a un 67%. Pese a los dólares entrados con el
negociado de las privatizaciones, la deuda externa se incrementó a 146 mil millones de dólares.
Crecieron la desocupación y la pobreza, mientras las fuerzas de la clase obrera se vieron
fragmentadas, aumentando el trabajo en negro y diversas formas de trabajo precario. El grueso
de la burocracia sindical fue cómplice de esta política, transformándose parte de ella
directamente en lo que se llamó “sindicalismo empresario”, al quedarse con la explotación de
empresas privatizadas y sumarse a los bancos en la formación de las AFJP que surgieron con la
privatización de las jubilaciones y pensiones. Nuevamente, la burocracia sindical actuaba como
garantía de derrota de la clase obrera.

En la clase dominante se consolidó un bloque de poder a partir de las nuevas condiciones que
presentaba la paridad “1 a 1” entre el peso y el dólar y el ataque generalizado a la clase obrera.
Las empresas privatizadas, los bancos y la cúpula industrial exportadora constituyeron los
sectores burgueses más beneficiados, mientras gran parte de la “burguesía nacional” se
transformaba en rentista y fugaba capitales a diestra y siniestra.

Después de derrotadas las luchas contra las privatizaciones, la resistencia obrera y popular se
concentró primero en los levantamientos provinciales, que tuvieron como expresión más
importante al Santiagazo de diciembre de 1993. Ya a comienzos del segundo mandato de
Menem hicieron su entrada en escena los desocupados, que protagonizaron los levantamientos
de Cutral Có y Plaza Huincul en Neuquén, Tartagal en Salta y Libertador General San Martín
en Jujuy. En los sindicatos surgieron también sectores de oposición al menemismo, como la
CTA y el MTA, pero que lejos de sostener una política independiente de los trabajadores
apoyaron a las distintas variantes de recambio al menemismo preparadas por la burguesía: en
las de 1999, la CTA llamó a votar por la Alianza encabezada por De la Rúa y el MTA por el
candidato del Partido Justicialista, Eduardo Duhalde.

El gobierno de Fernando De la Rúa pretendió continuar con lo central de la política económica


del menemismo. No sólo asumió produciendo dos muertos en la represión a los manifestaban
que cortaban el puente entre Chaco y Corrientes sino que impuso, a pocos meses de iniciado su
gobierno, una ley de “flexibilización laboral” sostenida por la UIA y otros sectores patronales,
que fue aprobada mediante la “coima” a diversos senadores (con la famosa “Banelco”), en un
episodio que concluyó con la renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” ˜álvarez. Fue un
gobierno que vivió de crisis en crisis y enfrentó una fuerte resistencia obrera y popular, con
siete huelgas generales y numerosas manifestaciones y levantamientos de desocupados,
culminando con su expulsión producto de las “jornadas revolucionarias” del 19 y 20 de
diciembre de 2001. La crisis económica y la crisis social que se habían acrecentado a niveles
insoportables en estos meses (con la desocupación llegando a niveles cercanos al 25% y la
pobreza batiendo récords históricos) se combinaron con una crisis política de magnitud: una
verdadera “crisis orgánica”, para tomar la definición del marxista italiano Antonio Gramsci. Es
en este marco que se desarrollan las asambleas populares y cobran fuerza los movimientos
piqueteros y las fábricas ocupadas. Estas últimas tuvieron como expresión emblemática a las
obreras de Brukman y a los obreros de Zanon, agrupados estos en el Sindicato de Obreros y
Empleados de Neuquén (SOECN), transformado en una clara avanzada del conjunto de la clase
obrera. En el caso de los movimientos piqueteros, jugaron el muy importante papel de
“organizar a los desorganizados” y evitar que surjan grupos de rompehuelgas contra los
trabajadores ocupados.
Frente a la crisis de la “convertibilidad”, la clase dominante se encontraba dividida entre los
dolarizadores y los devaluadores. Este sector se impuso con la llegada al gobierno de Duhalde,
que contó con el apoyo del grueso del parlamento, así como de la burocracia sindical. La
devaluación, que fue apoyada por Moyano, significó un golpe brutal al salario obrero, que
sufrió una de las mayores caídas de su historia. Con esta medida se benefició el conjunto de la
clase dominante, pero en especial los sectores exportadores (que tenían costos en pesos pero
recaudaban en dólares). A su vez, el ciclo de crecimiento capitalista internacional favorecido
por la burbuja creada a partir del endeudamiento norteamericano impulsó un aumento de los
productos agrícolas exportados por Argentina, particularmente la soja, el grueso de cuya
producción se exportó a China. Ya con Duhalde comenzó a delinearse lo que serían las
características centrales del esquema económico que se continuaría bajo el kirchnerismo.

¿La desaparición de la economía


neoliberal?
Alan Cibils
Znet

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Los explosivos acontecimientos de mediados de diciembre de 2001,


que derribaron a dos presidentes y causaron 30 muertos en Argentina,
representan la culminación y el resultado lógico de casi 26 años de
políticas económicas neoliberales. La exigencia común de los
saqueadores, de los saqueados, y de la mayor parte de las clases
medias, fue que había que cambiar el régimen económico.

La gente también dijo "¡Basta!" a la política acostumbrada, a la


corrupción y a las clientelas. Consignas populares salpicadas con no
pocos insultos fueron dirigidas contra el ministro de finanzas Domingo
Cavallo, al presidente de entonces, Fernando De la Rúa, al ex Presidente
Menem, a la Corte Suprema, y a toda la clase política.

El neoliberalismo se arraiga en Argentina: 1976-1999

Lo que estuvo ausente de la mayor parte de la cobertura mediática, sin


embargo, fue el masivo pillaje de la riqueza y de los recursos de
Argentina, el producto de 25 años de políticas neoliberales.
El experimento neoliberal del país comenzó el 24 de marzo de 1976
cuando la más brutal dictadura en la historia del siglo XX de Argentina
llegó al poder a través de un golpe militar. La política económica militar
destruyó décadas de políticas proteccionistas de desarrollo, orientadas a
la industrialización y al desarrollo del mercado interno.

Las principales contribuciones del gobierno militar al neoliberalismo


fueron la apertura parcial de los mercados de bienes al comercio,
(causando la quiebra de numerosas empresas locales), la apertura de
los mercados de capitales llevando a la prominencia de la especulación
financiera internacional a Argentina, y la brutal represión de lo que era
un movimiento obrero militante y organizado, dejando a 30.000
"desaparecidos" y eliminando a toda una generación de activistas.

La dictadura terminó en un desastre económico, social y militar (¿se


recuerdan de la guerra de las Malvinas?). La capacidad industrial del
país se había reducido en un 30 por ciento y la huida de capitales había
aumentado dramáticamente la deuda externa argentina. Para empeorar
las cosas, la distribución de los ingresos se había hecho altamente
desigual, llevando a la desaparición de una gran parte de la clase media
argentina.

El civil Raúl Alfonsín llegó al poder en 1983 y trató de cambiar


radicalmente las políticas neoliberales de los militares. Aunque al
comienzo tuvo éxito, el fin del apoyo al plan de Alfonsín comenzó
cuando tanto la mano de obra como el capital se vieron enfrentados a
una disminución de sus ingresos reales.

Después de varios ajustes crecientemente ortodoxos, la situación


económica volvió a hacerse difícil de controlar. La deuda externa de
Argentina se disparó fuera de control, la huida de capitales recomenzó,
y la creciente hostilidad de las instituciones financieras internacionales
crearon una caótica situación interior que obligó a Alfonsín a realizar
elecciones y a abandonar el poder con cinco meses de anticipación.

Carlos Menem, el candidato del Partido Peronista, tradicionalmente


favorable a los sindicatos, llegó al poder en 1989. A pesar de haber
hecho su campaña utilizando temas populistas tradicionales, una vez
que llegó al poder hizo un giro de 180 grados hacia el fundamentalismo
neoliberal. Después de un año y medio de inestabilidad macroeconómica
y de dos rachas de hiperinflación, Menem nombró a Domingo Cavallo,
un economista con estudios en Harvard, como su ministro de finanzas.
Con el pleno respaldo de Menem y guiado por el FMI, Cavallo
implementó el programa de ajuste estructural de mayor alcance en la
historia argentina. Realizó una apertura inmediata y radical de los
mercados de bienes de Argentina, al comercio [internacional], una
apertura de los mercados de capitales al ingreso irrestricto de capitales
extranjeros, y la privatización de todas las empresas estatales.

La piedra angular del paquete político de Cavallo fue un sistema de


divisas que vinculó el Peso argentino al dólar estadounidense con un
cambio de uno a uno. Aunque esto ayudó inicialmente a controlar la
inflación, a medida que el dólar se fortalecía frente a otras monedas,
Argentina se vio crecientemente incapacitada para exportar.

Los diez años de gobierno de Menem resultaron en una reestructuración


radical de la economía y de la sociedad argentina. La abrupta
liberalización del comercio llevó a la quiebra a gran parte de la industria
y de la producción interna, convirtiendo a Argentina en una economía de
materias primas y servicios.

La privatización de las empresas estatales fue llevada a niveles ridículos:


los servicios de correos, los aeropuertos, el sistema ferroviario, la
seguridad social, la compañía petrolera nacional, y todos los servicios
públicos fueron vendidos, a menudo a precios ridículos. Los monopolios
estatales fueron transferidos al sector privado, resultando en el envío de
extraordinarios beneficios a las centrales de las compañías en el
extranjero.

Los masivos ingresos de capital extranjero a Argentina a comienzos de


los años 90 alimentaron un boom en el crédito para el consumo, que por
su parte resultó en un inmenso aumento de la demanda del consumo y
en tasas de crecimiento positivas de 1991 a 1994.

Sin embargo, la crisis del Peso mexicano en diciembre de 1994, resultó


en masivas salidas de capitales, que causaron una fuerte recesión en
1995, y que el desempleo llegara a una cifra récord de un 18,4 por
ciento. El efecto tequila, como se le denominó, subrayó la falla
estructural fundamental del experimento neoliberal de Argentina: la
dependencia de la economía del capital extranjero que podía abandonar
el país a velocidades vertiginosas.

Las crisis asiática, rusa, brasileña y turca de fines de los años 90,
tuvieron todas repercusiones importantes en Argentina. Las tasas de
crecimiento fueron erráticas después de 1994, y el desempleo nunca
descendió por debajo de un 13 por ciento. Además, la desigualdad
alcanzó niveles sin precedente, como lo hizo el número de argentinos
viviendo por debajo de la línea de pobreza.

1999: Llega De la Rúa

Fernando De la Ría, el candidato presidencial conservador de la coalición


de centro- izquierda de la Alianza, ganó la elección de 1999. Poco
después hizo un Menem: deliberada y descaradamente traicionó todas
sus promesas progresistas de la campaña y se ajustó servilmente al FMI
y al establishment del capital financiero internacional.

Sin embargo, había una diferencia importante entre De la Rúa y su


predecesor: Menem tuvo la habilidad de encaminar suficiente dinero a
los indigentes para mantener su número más o menos constante
durante sus diez años en el poder (unos 2,9 millones). De la Rúa no hizo
nada semejante, y cuando las masivas protestas lo expulsaron de su
puesto dos años más tarde, Argentina tenía 5,7 millones de indigentes.

La estrategia económica de De la Rúa fue administrar la economía que


heredó siguiendo las instrucciones de austeridad del FMI, Según el FMI,
cuando Argentina controlara sus gastos gubernamentales (es decir
redujera los gastos sociales que ya eran peligrosamente bajos) y
redujera su déficit fiscal a cero, el capital extranjero volvería a fluir al
país.

Como podía haber pronosticado cualquier estudiante de una introducción


a la macroeconomía, esas políticas de austeridad fiscal, empeoraron la
recesión de dos años de Argentina. Como resultado Argentina se vio
atrapada en una espiral descendiente de baja del crecimiento y de las
recaudaciones del gobierno, de mayores déficits, más austeridad,
etcétera, ectécetera.

Cuando en marzo de 2001 se hizo obvio que la estrategia económica


estaba fracasando, De la Rúa retornó al ministro de finanzas de Menem,
Cavallo, quien hizo un desesperado esfuerzo final por salvar a Argentina
del desastre.

Cavallo continuó con las brutales políticas de austeridad y ajuste de su


predecesor. La recesión se empeoró progresivamente con cada uno de
sus varios paquetes de ajuste en la segunda mitad de 2001. Los
inversionistas internos perdieron confianza en la economía, y
comenzaron a retirar sus depósitos bancarios en masa. Para detener la
corrida a los depósitos, Cavallo promulgó un decreto el 1 de diciembre
de 2001, conocido como el "corralito" limitando los retiros en efectivo
del banco a 250 dólares por semana.

El "corralito" afectó a todo el espectro social. Como resultado de la


recesión y del alto desempleo en Argentina (estimado actualmente como
por los menos un 20 por ciento), el sector informal y el empleo "bajo
cuerda" es substancial. Todo esto funciona exclusivamente en efectivo.
Además, casi toda la gente de clase media paga sus alquileres, los
gastos de expensas, el servicio doméstico, y la educación de los niños,
en efectivo. Las colas en los bancos se alargaron y la frustración de la
gente aumentó.

La crisis de diciembre

El primer signo de que Argentina estaba a punto de estallar ocurrió el


miércoles 12 de diciembre cuando apareció un poco difundido llamado a
un "cacerolazo" (una forma de protesta en la que la gente sale a las
calles batiendo ollas y cacerolas) publicado por una asociación de
pequeños comerciantes. Lo que se esperaba que iba a durar 15 minutos
se convirtió en un cacerolazo de media hora. Todos los involucrados se
sorprendieron de la dimensión de la protesta, aunque los que estaban
en el poder apenas tomaron nota.

Una segunda y dramática señal del descontento de la gente ocurrió del


14 al 17 de diciembre, cuando el Frente Nacional Contra la Pobreza
(FRENAPO) una amplia coalición de desocupados, organizaciones
sindicales progresistas, de derechos humanos y de pequeños
empresarios, realizó una consulta nacional, realizada exclusivamente por
voluntarios, sobre si el gobierno debería implementar un subsidio para
todos los jefes de hogar desocupados.

Más de 3 millones de personas votaron con "Sí" a la proposición –más


votos de los que los peronistas, el partido más exitoso, habían logrado
en la elección de mitad de período del 14 de octubre.

El 18 de diciembre, cuando los residentes pobres de la ciudad de Rosario


comenzaron a saquear supermercados, muchos analistas recordaron los
saqueos (exactamente en el mismo vecindario) que terminaron por
conducir a la caída de Alfonsín en 1989.

Los saqueos se extendieron a otras ciudades y a muchos suburbios de


Buenos Aires durante toda la noche del 18 de diciembre y del 19 de
diciembre,. Las imágenes de gente saqueando supermercados y
negocios de bienes de consumo duraderos llenaron las pantallas de la
televisión y recorrieron el mundo.

A las 22.45 del 19 de diciembre,el Presidente De la Rúa habló por la red


de televisión nacional. En su breve alocución declaró un estado de sitio
nacional, y condenó los saqueos oportunistas y violentos (estos últimos
reales pero pocos en cantidad), mostrando una profunda falta de
comprensión de las necesidades muy reales de millones de argentinos.

El discurso del Presidente no había terminado cuando se escuchaban ya


las cacerolas en toda la ciudad. A medianoche había miles de personas
en las calles batiendo ollas y sartenes, gritando consignas subidas de
tono e insultos contra Cavallo, el modelo económico, De la Rúa, y
Menem, en el mismo orden.

La gente comenzó a desfilar espontáneamente hacia cuatro puntos de


reunión: la residencia privada del ministro de finanzas en la elegante
Avenida del Libertador, la residencia presidencial en Olivos (un suburbio
en la parte norte de la capital), la Plaza de Mayo (el punto de
congregación de muchas manifestaciones históricamente importantes) y
el Congreso.

Las muchedumbres crecieron, exigiendo de manera calmada, pero


ruidosa el fin del neoliberalismo y de la corrupción política. A la 1.20 de
la mañana del 20 de diciembre, el ministro de finanzas presentó su
renuncia.

Las protestas pacíficas continuaron durante toda la noche y al día


siguiente, a pesar de la represión policial más brutal en décadas que
causó cinco muertes en el centro de la capital. A las 19.30, cuando
quedó en claro que los peronistas no acudirían a rescatar a De La Rúa,
el Presidente renunció. Los argentinos estaban extáticos. Movilizaciones
espontáneas, masivas, habían llevado a la caída de un odiado régimen.

La renuncia de De la Rúa tomó a la dividida oposición por sorpresa. Los


peronistas tenían por lo menos seis aspirantes a presidente, ninguno de
los cuales estaba dispuesto a dejar sus aspiraciones políticas personales
de lado por el bien del país.

Además, al principio de los peronistas malentendieron burdamente el


humor popular y el sentido de la insurrección popular y del cacerolazo.
Esto quedó en claro viendo la forma como se manejó el primer
presidente interino, Adolfo Rodríguez Saá, y cuando nombró a varios
funcionarios corruptos de la era de Menem como miembros de su
gabinete.

Los argentinos volvieron a salir a las calles, protestando esta vez contra
la corrupción y las restricciones bancarias que seguían en vigencia. La
vieja creencia popular de que los peronistas, "roban pero hacen" parecía
haber perdido su vigencia. Cuando los gobernadores peronistas más
importantes se negaron a apoyarlo, Rodríguez Saá se vio obligado a
renunciar después de sólo una semana en su cargo.

¿Qué sucederá en el futuro?

Después de muchas discusiones internas, los peronistas nombraron a


Eduardo Duhalde, senador por la provincia de Buenos Aires, para que
completara el período de De La Rúa, que lo había derrotado claramente
en la elección presidencial de 1999. También había sido el primer
Vicepresidente de Menem y después Gobernador de la Provincia de
Buenos Aires, con muchas imputaciones de corrupción y tráfico de
drogas. Pero, a pesar de todo, según los parlamentarios peronistas, era
lo mejor que podían ofrecer.

Duhalde declaró que el antiguo matrimonio entre gobierno y el capital


financiero se había acabado, defendió el no pago de la deuda externa, y
decidió terminar con la vinculación de diez años del peso con el dólar,
convirtiendo en pesos, para comenzar, los contratos de arriendo, las
cuentas de los servicios públicos, y algunas deudas.

¿Ha muerto el neoliberalismo en Argentina? Aunque ha recibido


claramente un golpe atroz, y se necesita terriblemente un cambio de
modelo económico, todavía hay algunos signos preocupantes.

En primer lugar, el gobierno continúa manteniendo la alianza entre la


política y los empresarios como la fuerza principal tras la formulación de
políticas. A esto se oponían precisamente los clamores de la gente en la
calle. Mientras los bancos extranjeros, los servicios públicos
privatizados, y los conglomerados petroleros, tengan acceso directo al
gobierno, será la misma política habida hasta ahora, a costa de las
necesidades básicas de los argentinos pobres e indigentes.

Aunque es verdad que el gobierno de Duhalde es estructuralmente débil


debido a su naturaleza transitoria, podría beneficiarlo si moviera el eje
del poder hacia la relación entre políticos y la gente, dejando fuera a los
grupos de presión empresariales y cambiando realmente el modelo
económico.
Segundo, una devaluación monetaria no constituye un rompimiento con
el neoliberalismo. La redistribución de los ingresos y las políticas de
reactivación del mercado interno son fundamentales para confrontar el
alto nivel de concentración y de desigualdad que han resultado de diez
años de neoliberalismo.

Además, debiera implementarse también alguna forma de control de


capital, como una manera de impedir la masiva huida de capitales que
ha tenido lugar durante el año pasado, sobre todo por parte de los
bancos, las grandes corporaciones y personas acaudaladas.

Finalmente, aunque el gobierno ha declarado explícitamente que


mantiene el no pago de la deuda pública declarado por Rodríguez Saá,
sigue buscando la aprobación del FMI. Ya que el FMI tiene que ser
considerado como el culpable por el desastre actual, es difícil ver cómo
podría ser parte de la solución de los problemas del país.

Sin embargo, hay signos de esperanza. La gente ha tomado conciencia


de su poder, y es poco probable que acepte pasivamente aún más
dificultades. Además, en muchos pueblos y ciudades la gente está
organizando consejos de vecindario para discutir la situación, hacer
proposiciones, y hacer responsables a los políticos locales.

También hay una creciente oposición progresista, que tuvo mucho éxito
en las elecciones de mitad de período en octubre. Podrían convertirse en
serios aspirantes al poder en las elecciones de 2003, o si la
administración de Duhalde cae y resultara en elecciones anticipadas. En
un sentido muy real, la historia no se ha terminado de escribir.

GOBIERNO DE FERNANDO DE LA RUA


RESUMEN POLITICO HISTORIA
ARGENTINA
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RESUMEN GOBIERNO DE FERNANDO
DE LA RUA – GANÓ LA ALIANZA

ASCENSO Y CAÍDA DE LA ALIANZA


Introducción
El 2 de agosto de 1997 se creó la Alianza para la Producción, el Trabajo y la Educación, que reunía a la
Unión Cívica Radical y al Frente para un País Solidario (FREPASO). Muy rápidamente recibió el apoyo
de otros partidos de la oposición al gobierno de Carlos Menem

El radicalismo había sufrido una derrota importante en 1995, pero mantenía un caudal electoral
significativo a nivel provincial y municipal, mientras que el Frente había obtenido casi un 30 % de los
sufragios, aunque su peso en el interior del país era muy limitado.

Desde su creación la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación intentó elaborar un discurso que
apuntaba a la superación de las falencias del modelo económico y social, sin poner en riesgo ninguno de
los supuestos éxitos alcanzados. Este discurso tenía enormes ambigüedades, lo que permitía que los
diferentes sectores que se oponían al menemismo encontraran en él respuestas a sus distintas propuestas
e intereses.
Por otra parte, en el seno de la coalición existían diferentes posiciones en tenias tan importantes como la
situación de las empresas privatizadas, el grado de apertura de la economía y los cambios en el plano
judicial. La mayor parte de esas desavenencias quedaba relegada a un segundo plano, el objetivo
fundamental era imponerse frente al menemismo.
La Alianza tenía un organismo que se encargaba de la elaboración de un programa, el Instituto
Programático de la Alianza (IPA), en el que desempeñaba un papel relevante el ex presidente Raúl
Alfonsín. Pero las líneas centrales del discurso de campaña eran definidas de hecho por Fernando De la
Rúa y Carlos “Chacho” Alvarez, integrantes de la fórmula presidencial, que por lo general adoptaban
posturas más moderadas que las elaboradas por el IPA.2
En las propuestas de la Alianza predominaban las buenas intenciones, la voluntad de acabar con la
corrupción y de ingresar a los sectores sociales postergados.

Políticas sociales y burocracia pública: intentos de cambios:

El gobierno de De la Rua intentó llevar adelante muchas de las reformas que en la administración
Ménem habían quedado inconclusas. Desde los comienzos de su gobierno la Alianza propuso reformas
que alivianaran las cargas que el sistema jubilatorio tenía para el Estado. Se reducía la Prestación
Compensatoria para aquellos que ganaran más de 640 pesos (Clarín, 27 de diciembre de 1999).
Asimismo, el diputado Eduardo Santín reveló que existía un proyecto para reducir las jubilaciones
superiores a 3.100 pesos, según un mecanismo de deducciones, con el objetivo de obtener mayores
fondos y mejorar los haberes mínimos (Clarín, 3 de enero de 2000). El entonces ministro de Economía
José Luis Machinea planteó que estaba trabajando en la presentación de un proyecto para eliminar los
regímenes previsionales especiales y aumentar la edad jubilatoria de las mujeres (Clarín, 6 de enero de
2000). Algunas de estas modificaciones, además, formaban parte de una negociación con el Fondo
Monetario Internacional.

Para mejorar la equidad del sistema, el 29 de diciembre de 2000 se dictó un Decreto por el que se
reemplazaba la Prestación Básica Universal (igual para todos los beneficiarios) por. una Prestación
Suplementaria que sería decreciente hasta los que se jubilaran con 800 pesos.

En la elección presidencial de octubre de 1999, la Alianza ganó con el 40% de los votos. Pero las
provincias más populosas tenían gobiernos peronistas y la bancada claramente mayoritaria en la Cámara
de Senadores del PJ.

Por otra parte, para proteger a algunos sectores que no estaban cubiertos, se instituía el beneficio
Universal de 100 pesos para mayores de 75 años, que no tuvieran ningún ingreso ni dispusieran de
propiedades, salvo la que usaran como vivienda propia. Quienes accedieran a ese beneficio recibirían
también la cobertura médica del PAMI. Además, se creaba la Prestación Proporcional para mujeres
mayores de 70 años que tuvieran entre 10 y 29 años de aportes, se generaba un beneficio de 10 pesos por
cada año aportado, con un piso de 150 pesos.
Finalmente, el gobierno podría flexibilizar el menú de inversiones de las AFJP, estableciendo además
que ninguna de ellas podría cubrir más del 27,5 % del mercado y que los que serían derivados a la
Administradora que cobrara la comisión más baja. Con esta medida se buscaba incrementar los niveles
de competencia y evitar el fortalecimiento excesivo de alguna AFJP.

El gobierno intentó en primera instancia realizar estos cambios por le» Cuando la iniciativa se estancó
en el Parlamento por el rechazo de un sector importante del radicalismo, encabezado por Leopoldo
Moreau, recurrió a un decreto de necesidad y urgencia. No obstante, toda esa situación generó un
enorme desgaste en el interior de la Alianza y la necesidad de estrechar vínculos con miembros de
Acción por la República (el partido de Domingo Cavallo) y con legisladores de partidos provinciales.

Además, la crisis económica llevó a que se forzara a las Administradoras a comprar bonos del Estado, se
alteró por completo la lógica del menú de inversiones que se venía produciendo hasta ese momento.

Con relación a la reforma laboral, luego de una negociación con la CGT para que se mantuvieran las
contribuciones obligatorias a las obras sociales, el presidente De la Rua logró generar consensos en torno
a un proyecto enviado al Congreso, que fue aprobado en el Senado una vez que le aseguró a los
representantes de los trabajadores que no habría recortes en los salarios durante los dos años posteriores
a la sanción de la ley.

Esta iniciativa intentaba profundizar el proceso flexibilizador que se había iniciado en el gobierno
menemista. Se proponía extender el período de prueba para los ocupados, se introducían modalidades
promovidas de trabajo, se descentralizaba la negociación a niveles de fábrica y se disminuían los montos
de las indemnizaciones para favorecer la contratación de nuevos operarios.

Sin embargo, rápidamente se acusé a varios senadores de haber recibido sobornos para la aprobación de
la iniciativa, situación que produjo fuertes divisiones en la coalición gobernante y llevó a las renuncias
del vicepresidente Alvarez y el Ministro de Trabajo Alberto Flamarique . La ley tardó mucho en
reglamentarse y el gobierno tuvo enorme dificultades para implementarla, al tiempo que crecían las
presiones para obtener su derogación.

Además, la sospecha de pago de sobornos para la sanción de la ley, reforzó en muchos sectores la
creencia (le que seguían existiendo mecanismos corruptos para la formulación e implementación de
políticas, lo cual era visto por la sociedad como una continuidad de las prácticas utilizadas por el
menemismo11.
Por otra parte, el gobierno trató de profundizar la reforma del sistema de obras sociales. Como no se
podía procesar los cambios por la vía legislativa, el 1° de Junio de 2000 el vicepresidente Carlos Álvarez
(en ejercicio del poder porque De la Rúa estaba en el exterior) firmó el decreto de necesidad y urgencia
para desregular las obras sociales, de ese modo entró en conflicto con algunos dirigentes de su partido.
Si bien esa era una medida solicitada por los organismos de crédito internacionales, la inexistencia de
apoyos concretos dentro de la coalición gobernante y entre los distintos actores sociales que la habían
impulsado, hizo que la implementación de la iniciativa se volviera crecientemente dificultosa.

También en el área de la burocracia gubernamental se introdujeron modificaciones para mejorar las


capacidades para la resolución de problemas y para controlar la corrupción. El programa Carta
Compromiso con el Ciudadano fue creado a través del decreto 229/00 que establecía en sus
considerando que uno de los objetivos del gobierno nacional era potenciar la transparencia y
receptividad del Estado hacia los ciudadanos para optimizar el uso de los recursos humanos y materiales
que estos financiaban a través de sus impuestos. En este sentido, el ámbito de aplicación del programa
eran todas aquellas dependencias de la Administración Pública Nacional (APN) que prestaran de
servicios a la ciudadanía. El decreto establecía el desarrollo de herramientas para simplificar y facilitar el
seguimiento de los procedimientos administrativos. También instauraba la necesidad de contar con un
sistema de información y seguimiento de la relación de los organismos con los usuarios que
transparentara su desempeño y rindiera cuenta en forma periódica del nivel de prestación alcanzado a
través de estándares de calidad de servicio.

El gobierno de De la Rúa continuó con la idea de mantener la práctica de asignar recursos y controlar la
administración a través del mecanismo de acuerdos programa para la realización de determinadas
actividades. Por ello, reglamentó estos acuerdos programa a través del decreto 103/01 que también
aprobaba el nuevo Plan Nacional de Modernización del Estado.

El Plan de Modernización partía de la idea de que el problema del Estado no era su excesiva dimensión
sino su forma inadecuada y buscaba mejorar su capacidad de gestión. Las reformas se basaban en tres
puntos: cambio en el modelo de gestión, proyectos de modernización estructural y transparencia y
política anticorrupción. El modelo de gestión por resultados y la carta compromiso con el ciudadano
hacían referencia al primer pilar, esto es, el cambio en el modelo de gestión para reorientarlo hacia los
resultados y los procesos de mejora continua. (Estevez y Lopreite, 2001).
La implementación de la Gestión por Resultados suponía transformar el presupuesto en una herramienta
de gestión que permitiera medir los resultados alcanzados y adoptar la reingeniería de procesos para
mejorar la gestión interna de los organismos.

El modelo buscaba introducir la idea de responsabilizar a los gerentes por los resultados alcanzados por
la organización e iba acompañado por la aplicación de incentivos monetarios para estos administradores
por el cumplimiento de las metas. En este sentido, la ley 25.152 permitía a los organismos que se
incorporaran a los acuerdos programa cierta flexibilidad en la asignación de los recursos (modificaciones
presupuestarias) y en las estructuras organizativas. (art. 5, inc. 3, 4 y 5).

Muchas de estas iniciativas no se pudieron aplicar a causa de la creciente inestabilidad que afectaba al
Gobierno que permanentemente introducía cambios de funcionarios. También, los conflictos en el
interior de la Alianza dificultaron la implementación de iniciativas en sectores claves de la burocracia
estatal. En tal sentido, en áreas como las políticas sociales había una enorme fragmentación entre las
diferentes secretarías. Existían más de noventa planes, con un muy bajo nivel de coordinación. Se
producían continuas pujas dentro del gabinete por el control de los recursos.

POLITICA EXTERIOR
En política exterior predominaron las continuidades con el gobierno menemista. El canciller Adalberto
Rodríguez Giavarini (un economista con una antigua y muy aceitada relación con De la Rua) favoreció
la continuación de la intervención de tropas argentinas en misiones de paz en el exterior, formando parte
de esa particular “milicia internacional”, surgida a instancias de los Estados Unidos tras la Primera
Guerra del Golfo. Asimismo, la Argentina siguió votando a favor de la investigación sobre la violación
de derechos humanos en Cuba, con lo que mantenía la posición sustentada en la década anterior. Esta
actitud contrariaba la voluntad de los sectores ligados con Alfonsín en la Unión Cívica Radical que se
inclinaban por la abstención en lo referente a Cuba.

Por otra parte, se mantuvo la idea de darle un fuerte peso a los condicionantes de la economía en las
decisiones de política exterior. La designación de un economista ortodoxo como Rodríguez Giavarini al
frente de la Cancillería revelaba las prioridades que tenía el Gobierno en lo referido a las relaciones del
país con el resto del mundo.

Relación con los actores políticos y sociales y factores que llevaron a la caída
El gobierno de Fernando de la Rúa sufrió un fuerte aislamiento casi desde su comienzo. La carencia de
apoyos concretos se vio tanto desde el punto de vista partidario como del de la relación con los
diferentes actores sociales. La Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación se fue desgranando a lo
largo de sus dos años de gobierno, se produjo la retirada de un importante número de legisladores que
pasaron a formar parte de otras agrupaciones. Inclusive los dos partidos que la integraban adoptaron
posturas muy críticas hacia la gestión gubernamental.

La Alianza había surgido como estrategia para vencer al menemismo. Más allá de este acuerdo, lo que
primaba era la falta de coincidencias programáticas explícitamente definidas. Esta carencia se tomó
evidente cuando la Alianza alcanzó ei gobierno en las elecciones de octubre de 1999.

Existían diferentes diagnósticos sobre la situación del país entre los distintos sectores que componían la
Alianza y, a partir de ellos, surgieron en el seno del Gobierno posiciones disímiles acerca de las
soluciones que debían implementarse. El jefe de gabinete, Rodolfo Terragno, criticaba duramente el
modelo económico vigente. Como no podía imponer los cambios que creía necesarios, terminó
renunciando en octubre de 2000. Este tipo de desacuerdos y alejamiento se repitió con otros miembros
originales de la coalición.

Asimismo, algunos analistas consideran que el resultado abrumador a favor de Fernando de la Rúa en la
interna presidencial frente a Graciela Fernández Meijide dejó al radicalismo y al FREPASO en
condiciones muy desiguales para negociar. En el momento de formar el gabinete, la fuerza liderada por
Carlos “Chacho” Alvarez se quedó disconforme con la situación subordinada en que había quedado. El
FREPASO solo contaba con dos ministerios y un reducido número de secretarías. Igualmente, la
necesidad de darle participación a algunas organizaciones menores dentro de la Alianza dificultó en
ocasiones la necesaria cohesión para tomar decisiones, que requerían un fuerte apoyo político.

El gobierno aliancista no logró establecer buenas relaciones con ningún sector del sindicalismo. En
primer lugar, se plantearon importantes diferencias con el Congreso de los Trabajadores Argentinos, la
organización gremial más afín a la administración en el ámbito gremial, del cual provenían algunos
diputados. A medida que el gobierno fue anunciando sus diferentes políticas, el CTA fue tomando
distancia. Esta tendencia se profundizó tras el recorte de los salarios estatales, el proyecto de reforma
laboral del entonces ministro de Trabajo Alberto Flamarique, y posteriormente con la llegada de
Domingo Cavallo al Ministerio de Economía.

La CGT disidente, encabezada por el camionero Hugo Moyano, tuvo también una postura claramente
opositora. Este sector del sindicalismo, que había tenido frecuentes reuniones con Raúl Alfonsín en el
último tramo del gobierno menemista, endureció su posición frente a la administración de De la Rúa,
convocó a paros generales y a movilizaciones de repudio a las medidas gubernamentales.

Por su parte, los sindicalistas de la CGT oficial, conocidos como “los gordos”, establecieron
negociaciones con el gobierno en circunstancias como el tratamiento de la reforma laboral. Pero en
general mantuvieron una actitud opositora. Muchas de las iniciativas de la ministro de Trabajo Patricia
Bullrich, referidas al manejo de los gremios y a la gestión de las obras sociales, fueron rotundamente
rechazadas por estos sectores, que no querían perder capacidad de negociación en temas centrales para
sus intereses.

Con relación a los grupos empresariales y en especial los ligados al sector financiero, el gobierno de De
la Rúa obtuvo el apoyo para muchas de sus iniciativas destinadas a alcanzar el equilibrio presupuestario
o bien a introducir reformas orientadas al desarrollo del mercado en relación con las políticas sociales.
Sin embargo. las divergencias existentes dentro de la coalición gobernante y el permanente intento
presidencial por alcanzar amplios consensos, llevaron a que los empresarios tampoco adoptaran un papel
muy activo como soportes de las políticas oficiales.

El estilo de gobierno del De la Rúa fue señalado también como causa de su progresiva pérdida de
legitimidad. En primer lugar, De la Rua no ejercía el liderazgo indiscutido sobre la UCR. De hecho, su
candidatura por la Unión Cívica Radical para las internas de la Alianza en 1998, se relacionó más con la
falta de otros candidatos, que con su capacidad para convertirse en un dirigente capaz de generar
importantes corrientes de identificación con su figura e ideas.

Por otra parte, numerosos sectores de la Alianza consideraban que el presidente se alejaba de los
postulados de la coalición. Lo criticaban por no escuchar los reclamos que sus aliados políticos le
formulaban, estando excesivamente influenciado por un círculo de colaboradores en el que se destacan
sus familiares más cercanos, que en muchas ocasiones no seguían los lineamientos impulsados por la
Alianza.
Justamente, muchos de sus críticos hacían hincapié en la forma en que De la Rúa tomaba decisiones,
resaltaban que demostraba un alto nivel de desconfianza hacia la mayoría de los que lo rodeaban. Por
ello, quedaba demasiado expuesto a la opinión de los pocos a los que escuchaba. Remarcaban su
meticulosidad y el hecho de que quería supervisar puntualmente todas las iniciativas, por lo que el
proceso decisorio se volvía extremadamente lento y complejo.

A diferencia del estilo que caracterizó a Carlos Menem, Fernando de la Rua prefirió adoptar otro, basado
en la búsqueda de consensos, lo que le quitaba dinamismo. Además, para muchos, De la Rúa era un
presidente débil porque muchas iniciativas anunciadas públicamente no se llevaban a la práctica por
presiones de los grupos afectados
. La debilidad del presidente se hacía visible, los propios miembros de su gabinete lo contradecían o
criticaban con dureza. Un ejemplo muy claro en este sentido fue el del ministro de Desarrollo Social
Juan Pablo Cafiero, el cual no solo tomó decisiones como la de mantener un diálogo con los piqueteros
de Salta sin consultar con el presidente, o formuló duras críticas a algunas de las iniciativas oficiales,
sino que incluso declaró que en el entono de Fernando de la Rúa se reunían con mafiosos que
frecuentaban la Casa Rosada, sin que el presidente le pidiera explicaciones.

Había, por otra parte, tina actitud bastante agresiva por parte del justicialismo, que eligió presidente de la
Cámara de Diputados al peronista Eduardo Caamaño y presidente provisional del Seriado a Ramón
Puerta. Se planteaba una situación compleja porque no había Vicepresidente debido a la renuncia de
Alvarez. Por lo tanto, cada vez que el presidente De la Rúa se ausentara del país, su lugar sería ocupado
por un político de la oposición en virtud de la Ley de Acefalía.

También hubo maniobras de algunos sectores del peronismo que conspiraron contra la gobernabilidad.
Por ejemplo, la presunta participación de algunos intendentes justicialistas del conurbano bonaerense en
las movilizaciones que terminaron en saqueos a supermercados y otros comercios minoristas fue
documentada en los medios de comunicación y complicó manifiestamente la continuidad del gobierno
delarruísta.

De hecho, se produjo una ruptura de la coalición gobernante, que se sumó a un retaceo de apoyo por
parte de importantes sectores del radicalismo. El gobierno sufrió en las elecciones de octubre de 2001 la
paradójica situación de no tener candidatos que apoyaran abiertamente la gestión oficial. Por el
contrario, hubo candidatos de la Alianza, como Terragno, que impugnaban la mayoría de las decisiones
que se estaban adoptando. El incremento de los votos nulos, la abstención y el voto en blanco, que
dieron lugar a lo que se denominé el fenómeno del ‘<voto bronca”, marcaron con claridad el descontento
de un sector importante de la sociedad frente a las alternativas que se presentaban.

Tras las elecciones, el peronismo quedó consolidado como primera fuerza., lo que complicó aún más la
debilitada situación del gobierno. El PJ no contribuyó a la gobernabilidad, por el contrario aprovechó las
limitaciones que el gobierno delarruísta tenía en ese momento para ocupar posiciones de poder.

Cuando Cavallo, con el “corralito”, confiscó los depósitos bancarios afectó en forma directa a los
sectores de clase media que reaccionaron con cacerolazos y otras Formas de protesta. Todos estos
factores desembocaron en dos fenómenos que se potenciaron mutuamente: una crisis político
institucional y la crisis en las calles. Esta combinación provocó tras los violentos episodios en la Plaza
de Mayo el 20 y 21 de diciembre de 2001 la renuncia del presidente.
En su discurso del 20 de diciembre, De la Rúa declaró el estado de sitio y ordenó la represión. Amplios
sectores de la sociedad reaccionaron haciendo sonar sus cacerolas y marchando hacia el domicilio del
ministro Domingo Cavallo, la Quinta Presidencial y la Plaza de Mayo. Su descontento ya se había
manifestado en las elecciones legislativas de octubre con el voto bronca”. La falta de respuestas por
parte del gobierno profundizó el descontento de la población y provocó finalmente su caída.
Es importante remarcar como elemento característico de esta crisis el proceso de vaciamiento de poder
que se fue produciendo. Este proceso no solo dificulté la aplicación de medidas necesarias para la
recuperación del país le quitó al gobierno mecanismos para sostenerse. La posición adoptada por el
Partido Justicialista que se negó a conformar un gobierno de coalición, o como se lo denominé de
“Salvación nacional”, fue un factor significativo. En esta visión las manifestaciones populares fueron un
componente en el proceso de caída del gobierno, pero no el determinante. Lo decisivo fue la debilidad de
la coalición oficialista.

A modo de conclusión
En cuanto a las dificultades que afronté la Alianza para consolidarse, puede señalarse la falta de una
clara definición programática. También la ausencia de estructura partidaria en el FREPASO ayudó a que
buena parte de sus dirigentes no pudieran contener la salida hacia otros horizontes políticos. Esta
carencia de contención partidaria se plasmé en la creación de agrupamientos políticos que rechazaban las
continuidades existentes con el menemismo por parte del gobierno aliancista, entre los que se pueden
mencionar Alternativa para una República de Iguales (ARI), encolumnado tras la ex radical Elisa Carrió,
y el Polo Social, que presentó la candidatura en la Provincia de Buenos Aires del sacerdote Luis
Farinello. Por su parte, algunos sectores se manifestaron solidarios con las experiencias piqueteras de
acción directa.

Fernando De la Rua no conté con el apoyo contundente de su propio partido, situación que se vio
agravada por el proceso de disgregación que sufrió el FREPASO.

Además, el Gobierno no pudo establecer vínculos fuertes con los distintos actores sociales. Respecto de
los trabajadores, incluso perdió las buenas relaciones que tenia con la Central de Trabajadores
Argentinos, de la cual provenían algunos de sus legisladores y funcionarios, como Alicia Castro y Mary
Sánchez. A medida que el gobierno fue proponiendo su plan económico, la CTA se fue distanciando
cada vez más.

Desde el punto de vista económico, la convertibilidad era incompatible con el rechazo del recorte del
gasto público, con la flexibilización de importan res áreas de la economía o con el incremento del ahorro
interno a partir de la expansión del sistema de capitalización previsional.

El resultado de esta tensión fue la profundización de los desequilibrios que presentaba el sistema
productivo, acompañado de un proceso de fuga de capitales que disminuyó las reservas internacionales
del país. y el cierre de los mercados para el acceso al crédito, reflejado en el constante aumento en el
índice de riesgo país a lo largo del año 2001.

Por ello, la crisis económica fue incrementándose a lo largo de los dos años de administración, siendo
sus aspectos más sensibles la caída del consumo y el decreciente ritmo de la actividad económica. Por
otra parte, la agudización de los problemas de empleo y de incremento en los índices de pobreza e
indigencia produjo la erosión de la popularidad del gobierno.

Por último, la Alianza tampoco logró terminar con la corrupción y dotar de mayor transparencia al
sistema político. Las denuncias de irregularidades en el PAMI, la ocupación de cargos públicos por parte
de familiares de los principales dirigentes aliancistas y el escándalo producido tras la aprobación de la
reforma laboral, que derivó en la renuncia del vicepresidente Carlos Álvarez, provocaron la sensación de
desconfianza y de frustración. Este rechazo no se limitó a los miembros del partido gobernante, sino que
se extendió a los políticos en general, lo que dio lugar a su identificación como “casta privilegiada” y
generó un reclamo de renovación en las prácticas políticas que se popularizó a partir del pedido “que se
vayan todos”.

Sin embargo, las elecciones de 2003, tanto en el ámbito nacional como en el provincial o municipal, no
presentaron sorpresas. Se consolidaron en las principales candidaturas, políticos experimentados que ya
habían ocupado cargos importantes, generaron poca adhesión aquellos que se identificaban con la
“nueva política” enfrentada con los tradicionales aparatos partidarios .

Notas al pie
(1) La diversidad ideológica dentro de la Alianza era tal que coexistían en ese espacio político dirigentes
del Partido Comunista y representantes de un partido de centro derecha como Rafael Martínez
Raymonda o Alberto Natale, que anteriormente habían apoyado las candidaturas presidenciales de
Alvaro Alsogarav en 1989 y de Carlos Menem en 1995.

(2) Los desacuerdos en torno de algunas de las propuestas formuladas por el IPA y rechazadas por el
binomio De la Rua y Alvarez, y el rol subordinado en que iba quedando el Instituto, motivaron que
Alfonsín decidiera renunciar a su dirección poco tiempo antes de las elecciones.

(3) Durante la discusión de la iniciativa en el Senado, el gremialista Hugo Moyano comentó que el
entonces ministro de Trabajo Alberto Flamarique le había dicho que a los senadores los manejaba con la
tarjeta Bandeo. Posteriormente a la sanción en la Cámara Alta se produjo una declaración a la periodista
del diario La Nación Fernanda Villosio de un supuesto arrepentido que relataba que se habían producido
sobornos a senadores para la aprobación de la ley’, con dinero proveniente de fondos reservados de la
Secretaría de Inteligencia del Estado.

El hecho de que los principales imputados en esa maniobra (Flamarique y De Santibáñez) no fueran
desplazados del Gobierno, sino fortalecidos, provocó la reacción del vicepresidente Alvarez y su
posterior renuncia. El caso de los sobornos en el Senado no fue aún resuelto por la justicia, por lo que se
desconoce la veracidad de las imputaciones del supuesto arrepentido.

El hecho de que un miembro del FREPASO como Flamarique estuviera implicado en la denuncia de
corrupción. se sumaba a las anteriores imputaciones realizadas a funcionarios de esa agrupación como
Tonietto en el PAMJ y el profesor de tenis de Fernández Meijide. Se lesionaba de ese modo la
credibilidad de un partido que se había fortalecido a partir de frecuentes denuncias sobre la falta de
transparencia en materia administrativa.
Fuente Consultada: Cuatro Décadas de Historia Argentina
Palmira Dobaño – Mariana Lewkowicz
PARA SABER MAS….Como ampliación del tema publicamos una nota en El Bicentenario Fasc. N°
10 período 1990-2010 a cargo de Gabriel Rafart , periodista.
1999 es un año de moderado optimismo político frente a la posibilidad de poner fin a diez años de
populismo neoliberal encarnado por Carlos Me-nem. Algo inédito ocurre. Desde el nacimiento de los
dos grandes partidos en la Argentina el peronismo nunca tuvo oportunidad de transferir el poder
presidencial a un candidato de
otro color político sin que mediara una salida castrense. Además por segunda vez el peronismo fue
derrotado en elecciones limpias.
En los comicios del 24 de octubre de 1999 de la Rúa y Alvarez se impuso sobre Eduardo Duhalde y
Ramón Ortega. La Alianza obtuvo 7.590.034 sufragios. El P.J. sumó 5.476.635 votos.
Quienes acceden al poder forman parte de una coalición que dio ¿H sus primeros pasos en 1997. Las
principales fuerzas reunidas son los radicales y frepasistas. La Alianza UCR-FREPASO había sido lan-
Pzada en agosto de 1998 con la presentación en sociedad de la Carta a los Argentinos. “Vamos a
cambiar el Irumbo. Creemos en la Argentina como un destino común y solidario, organizada como una
república democrática moderna y gobernada por funcionarios y mandatarios capaces y honestos.
Nos proponemos la eficiencia para aumentar la equidad. Queremos una sociedad abierta para ser más
fuertes como Nación” decía la Carta. Meses después en noviembre de 1998 se llevaron a cabo las
primarias abiertas de la coalición política para definir el candidato a presidente. Se impuso el poco
carismático y radical moderado Fernando de la Rúa.
El arribo de la Alianza al gobierno promete demostrar que es posible la convivencia de un vice con un
estilo y pensamiento divergente al del presidente. A la presencia de dos figuras distintas compartiendo
de manera civilizada la cabeza del ejecutivc se la identifico como presidencialismo de coalición. No son
pocos quienes considerar que con este tipo de presidencialismo se acabaran los males de nuestra escasa
ineficacia gubernamental y aún más, la democracia se vera reforzada. La otra ventaja es el cierre del
capitulo bipartidista en la Argentina y el inicio de las grandes ce ediciones. Otros, en cambio,
consideran muy difícil dicha convivencia.
El 10 de diciembre de 1999, jura como nuevo presidente de la República Fernando de la Rúa. Lo hizo a
las doce menos veinte en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno. Su mandato debe finalizar en 2003.
La UCR, apesar de ser socio igualitario del Frepaso se quedó con ocho de los diez ministerios.
Paradójicamente De la Rúa arma un Gabinete con figuras políticas adherentes al “modelo” que según
la “Carta de los Argen-I tinos” se propone desterrar. Ricardo López Murphy, en la Cartera de Defensa,
Juan José Llach, en Educación son hombres ligados al pensamiento neoliberal. Al frente del Ministerio
de Economía fue nombrado José l Luis Machinea, quién pertenece a una corriente desarrollista propia
del radicalismo histórico. Rodolfo Terragno es designado I Jefe de Gabinete, mientras Federico Storani
ocupa la cartera de Interior.
Desde el día de la victoria en las urnas, De la Rúa realizó contundentes declaraciones acerca de poner
punto final a los privilegios del poder y la impunidad que corroía al Estado. En su carácter de
Presidente el discurso se alza sobre el “modelo”. “No vengo a emprolijar modelos sino a que entre
todos luchemos por un país distinto. El 24 de octubre los argentinos expresamos una firme vocación de
cambio.
Ese cambio supone, en primer término, una estricta vigencia de los valores que deben estar
necesariamente vinculados al estilo de gestión de los intereses públicos: la transparencia, la honestidad,
la austeridad, la lucha contra cualquier forma de corrupción, la convicción profunda de servir a la
gente y no a sí mismo o a grupos privilegiados a la sombra del poder, serán un presupuesto insoslayable
de mi gestión”.
Al asumir el nuevo Presidente ofrece un panorama sombrío de la “herencia” de diez años de gobierno
de Carlos Menem. “Hoy asumo la Presidencia de la Nación sin que se haya aprobado el Presupuesto
para el año 2000. El gobierno que hoy concluye su gestión vivió el efecto de años de crecimiento global.
Reformó el Estado privatizando empresas públicas, tuvo estabilidad monetaria mediante la
convertibilidad, y en rigor debió entregar el país con las cuentas ordenadas.
En cambio, hay un enorme déficit presupuestario alejado de la Ley de Convertibilidad Fiscal votada por
este Congreso, el endeudamiento de las provincias creció ante la indiferencia del poder central que se
desentendió de ellos, la obra social de los jubilados fue derrumbándose a punto de arriesgar sus
prestaciones, la ANSeS carece de recursos suficientes, se multiplican los juicios contra el Estado …” y
remataba diciendo “La situación es grave”.
El Presidente sabía de lo que hablaba. La recesión de la economía lleva su segundo año consecutivo
provocada por la caída de las exportaciones y el alto endeudamiento del país. El déficit fiscal superaba
los 7.000 millones de dólares. La deuda externa, tanto pública como privada ronda los 170.000 millones
de dólares. La desocupación superaba el 14 % por ciento y la subo-cupación oscilaba en un 20 %. Más
de un tercio de la población tiene serios problemas de trabajo. La pobreza campeaba en gran parte del
país y la brecha entre las familias más ricas y los más pobres es abismal.
Fuente: El Bicentenario Fasc. N° 10 período 1990-2010 a cargo de Gabriel Rafart , periodista.

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