Milagro Eucaristico
Milagro Eucaristico
Milagro Eucaristico
El día 19 de enero de 1649, víspera de la fiesta del glorioso mártir San Sebastián, un grupo de miserables
indigenas, no instruidos todavía en las verdades de la fe católica, impulsados por la codicia, cometieron
un horrible sacrilegio en la iglesia de Santa Clara, situada en la ciudad de Quito (Ecuador). Los salvajes
penetraron durante la noche y, forzando el tabernáculo, robaron la custodia y el copón con las hostias
consagradas que contenía. Fácil es imaginar la consternación que este atropello produjo en la ciudad,
tanto más, cuanto que el hecho era inaudito en aquellos tiempos de fe viva y ardorosa. La circunstancia
de no haberse podido descubrir a los ladrones, ni dar con el paradero de las sagradas especies, aumentó
más y más el dolor. Una tradición popular asegura, que el lugar donde habian sido ocultas las hostias
fué revelado por las bestias de carga y otros animales que entraban y salían de la ciudad por el camino
real: todos, en un punto determinado, se inclinaban hasta el suelo; como si, dotados súbitamente de
razón, hubieran querido adorar, prosternándose, algún objeto misterioso. Este hecho singular serviría tal
vez para orientar las empeñosas diligencias que se hacían para encontrar las hostias robadas: éstas
fueran halladas bajo tierra, en un campo situado detrás del monasterio de Santa Clara. El augusto
sacramento, así abandonado, no había sido hollado por pie alguno, ni había sido manchado por el
polvo; hallábase en cambio, respetuosamente encerrado dentro de un extraño y curioso copón: un
enjambre de hormigas habían formado en derredor de las Hostias, un surco en forma de custodia, y
luego, a uno y otro lado los laboriosos insectos formaban guardia de honor a su Dios y Creador, como si
quisieran defender las especies sacramentales contra una nueva profanación.
Este milagro entusiasmó la piedad de los fieles. El obispo de Quito, D. Agustín de Ugarte y Sarabia,
ordenó preces públicas en reparación del sacrilegio y el pueblo respondió plenamente a sus
exhortaciones. Narra un cronista que la ciudad entera se vistió de luto, y entre lágrimas y sollozos
acompañó al clero que, procesionalmente, con los pies descalzos y una soga al cuello, fue a recoger las
santas hostias. Separada por una callejuela, del monasterio e iglesia de Santa Clara, sobre las verdes y
pintorescas faldas del Pichincha, se alza una graciosa capilla, conocida con el nombre popular de Capilla
del Robo. Sobre uno de los muros del pórtico que la rodea, se ve una pintura, deteriorada por la
intemperie que representa a la Virgea de los Dolores, contemplando con triste expresión las hostias
esparcidas sobre el suelo.