El Regreso de Los Libros
El Regreso de Los Libros
El Regreso de Los Libros
Propiedades únicas
El empleo habitual de los recursos tecnológicos, de los que ha sido uno de sus principales
artífices, ha llevado a Zuckerberg a redescubrir las propiedades del libro.
Aun los tecnófilos más empedernidos deben de haber abrigado la sospecha de que un rápido
vistazo en un medio virtual no permite adquirir un conocimiento real similar al que se logra
leyendo un estudio profundo realizado por un experto en la materia.
Uno se siente tentado a imaginar qué hubiera sucedido en un mundo en el que, al cabo de
700 años de Internet, en la década de 1990 alguien hubiera inventado el libro.
El hecho de que en lugar de rastrillar océanos de información semiconfiable resultara posible
contar con una fuente segura, portátil y económica de conocimiento expuesto por alguien que
Cuestión de cultura
Hace un tiempo, el pensador estadounidense Daniel Boorstin señaló acertadamente que
sostener hoy la vitalidad del libro “es afirmar la permanencia de la civilización frente a la
velocidad de lo inmediato”.
Es que nuestra civilización se identifica a sí misma por sus libros. Una casa sin libros es, tal
vez, un refugio, pero no una casa. Los niños y los jóvenes que no leen las grandes novelas pueden
estar entrenados, pero no educados.
Adquirir habilidad con las nuevas tecnologías constituye hoy una herramienta esencial para
vivir, como lo es manejar el dinero y prepararse para las relaciones personales. Pero
no tiene
nada que ver con la cultura.
Las pantallas contribuyen a conseguir información de manera sencilla e instantánea y, sobre
todo, ofrecen un entretenimiento, algunas veces no
dañino.
Precisamente, el auge de las modernas herramientas tecnológicas vinculadas con las
experiencias fugaces se explica por el desprestigio contemporáneo del esfuerzo.
Ese mismo horror al esfuerzo explica la decadencia de la lectura, porque leer un libro requiere
realizar un
esfuerzo intelectual que hoy pocos están dispuestos a emprender.
Tiempo de reflexión
Leer es una tarea formativa, porque la lectura –un hábito que se adquiere durante la infancia
y la adolescencia– nos hace reflexivos y racionales, nos enseña a escribir y a hablar. Sobre todo,
nos impulsa a meditar, a desarrollar nuestra imaginación.
No es casual que algunos niños, cuando se les pregunta acerca de lo que sienten cuando leen,
respondan: “¡Es como si soñáramos!”.
Cuando menciona que los libros permiten una “inmersión más profunda”, Zuckerberg
demuestra haber percibido la importancia de lo que en alguna ocasión he denominado el
“tiempo lento”, cuya dimensión estamos perdiendo al ritmo del videoclip en el que se han
convertido nuestras existencias.
Ese tiempo está vinculado con la reflexión y la imaginación; en fin, con la capacidad de
pensar el mundo y de pensarnos.
Nuestros jóvenes deben ser introducidos en esa dimensión temporal porque, además de
disciplinados consumidores, merecen ser creadores.
Crear supone adquirir el hábito de ingresar al sosegado tiempo lento, así como la capacidad
de instalarse en él con comodidad antes de actuar.
Precisamente, la revalorización de la lectura de libros se basa en la convicción de que
representa una puerta de entrada a ese ámbito intrínsecamente humano de lo lento.