Primado de Pedro

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Las Sagradas Escrituras afirman que nadie puede poner otro fundamento al que

ya está puesto, el cual es Jesucristo; el mismo apóstol Pedro en una de sus cartas
proclama que Cristo ha venido a ser piedra angular de la Iglesia. Por otra parte,
en Mateo 16,18, Cristo habla con Pedro y le dice: “Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia”. En la versión de la Biblia en griego, Pedro se traduce
como pequeña piedra, y a la piedra donde se edificará la Iglesia se traduce de
manera diferente. ¿Es entonces Pedro la base de la Iglesia?
Quisiera saber... acerca de la veracidad de que San Pedro estuvo en Roma y fue
el primer Papa y cómo podría yo decirles o demostrar que esto es cierto a quienes
lo cuestionan.
Son varias preguntas muy relacionadas entre sí, y que encierran cuestiones que
afectan no sólo a la exégesis de los textos bíblicos, sino también a la historia (por
ejemplo, la última sobre si Pedro estuvo en Roma) y a la interpretación
tradicional. Antes de responder este tipo de cuestionamientos, ha de tenerse
presente la Nota Introductoria con la que empezamos cada una de nuestras
respuestas, y también que en el primer capítulo hemos indicado cómo la Biblia
misma nos dice que ella no es la única fuente de autoridad y revelación,
enviándonos a la Tradición (con mayúsculas); por tanto, no necesariamente
todo lo que creemos ha de contenerse exclusivamente en la Biblia. Pretender
esto no es bíblico y sería ir contra la Biblia misma. De todos modos, podemos
adelantar que las objeciones principales pueden responderse adecuadamente
con la Biblia bien interpretada.

El Primado de Pedro

Para los católicos es una verdad de fe que Cristo constituyó al apóstol San Pedro

como primero entre los apóstoles y como cabeza visible de toda la Iglesia,

confiriéndole inmediata y personalmente el primado de jurisdicción.

El Concilio Vaticano I definió y lo repitió con fuerza el Concilio Vaticano II1; sin

embargo, esta verdad fue reconocida desde los primeros tiempos, como podemos

constatar apelando a la historia y a los textos de los primeros escritores cristianos


(algunos de ellos llamados Padres de la Iglesia). Éstos, de acuerdo con la promesa

bíblica del primado, dan testimonio de que la Iglesia está edificada sobre Pedro y

reconocen la primacía de éste sobre todos los demás apóstoles. Tertuliano (fines

del siglo II y comienzos del III) dice de la Iglesia: “Fue edificada sobre él”2. San

Cipriano dice, refiriéndose a Mt 16,18s: “Sobre uno edifica la Iglesia”3. Clemente

de Alejandría llama a San Pedro “el elegido, el escogido, el primero entre los

discípulos, el único por el cual, además de por sí mismo, pagó tributo el Señor” 4.

San Cirilo de Jerusalén le llama “el sumo y príncipe de los apóstoles” 5. Según

San León Magno, “Pedro fue el único escogido entre todo el mundo para ser la

cabeza de todos los pueblos llamados, de todos los apóstoles y de todos los padres

de la Iglesia”6.

En su lucha contra el arrianismo, muchos padres interpretaron que la roca sobre

la cual el Señor edificó su Iglesia era la fe en la divinidad de Cristo, confesada

por San Pedro, pero sin excluir por eso la relación de esa fe con la persona de

Pedro, relación que se indica claramente en el texto sagrado. La fe de Pedro fue

la razón de que Cristo le destinara para ser fundamento sobre el cual habría de

edificar su Iglesia.

No negamos –sino que es parte esencial de nuestra fe– que la cabeza invisible de

la Iglesia es Cristo glorioso. Lo que sostenemos es que Pedro hace las veces de
Cristo en el gobierno exterior de la Iglesia militante, y es, por tanto, vicario de

Cristo en la tierra.

Se opusieron a este dogma la Iglesia ortodoxa griega y las sectas orientales,

algunos adversarios medievales del papado (Marsilio de Padua y Juan de Jandun,

Wicleff y Hus), todos los protestantes, los galicanos y febronianos, los viejos

católicos (Altkatholiken) y los modernistas7.

Fundamento bíblico

No puede negarse esta verdad si tenemos ante los ojos los Evangelios y el resto

de los escritos del Nuevo Testamento (salvo que tengamos partido tomado de

antemano en contra del primado de Pedro y forcemos los textos o les hagamos

callar lo que dicen a voces).

Cristo distinguió desde un principio al apóstol San Pedro entre todos los demás

apóstoles. Cuando le encontró por primera vez, le anunció que cambiaría su

nombre de Simón por el de Cefas, que significa “roca”: Tú eres Simón, el hijo de

Juan [Jonás]; tú serás llamado Cefas (Jn 1,42; cf. Mc 3,16). El nombre de Cefas

indica claramente el oficio para el cual le ha destinado el Señor (cf. Mt 16,18).

En todas las menciones de los apóstoles, siempre se cita en primer lugar a Pedro.
En Mateo se le llama expresamente “el primero” (Mt 10,2). Como, según el

tiempo de la elección, Andrés precedía a Pedro, el hecho de aparecer Pedro en

primer lugar indica su oficio de primado. Pedro, juntamente con Santiago y Juan,

pudo ser testigo de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37), de la

transfiguración (Mt 17,1) y de la agonía del Huerto (Mt 26,37). El Señor predica

a la multitud desde la barca de Pedro (Lc 5,3), paga por sí mismo y por él el

tributo del templo (Mt 17,27), le exhorta a que, después de su propia conversión,

corrobore en la fe a sus hermanos (Lc 22,32); después de la resurrección se le

aparece a él solo antes que a los demás apóstoles (Lc 24,34; 1Co 15,5).

A San Pedro se le prometió el primado después que hubo confesado

solemnemente, en Cesarea de Filipo, la mesianidad de Cristo. Le dijo el Señor:

Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no es la carne ni la sangre (Mt

16,17-19).

Estas palabras se dirigen inmediata y exclusivamente a Pedro. Ponen ante su vista

en tres imágenes la idea del poder supremo en la nueva sociedad que Cristo va a

fundar. Pedro dará a esta sociedad la unidad y firmeza inquebrantable que da a

una casa el estar asentada sobre roca viva (cf. Mt 7,24 y siguientes). Pedro ha de

ser también el poseedor de las llaves, es decir, el administrador del reino de Dios

en la tierra (cf. Is 22,22; Apoc 1,18; 3,7: las llaves son el símbolo del poder y la

soberanía). A él le incumbe finalmente atar y desatar, es decir (según la


terminología rabínica): lanzar la excomunión o levantarla, o también interpretar

la ley en el sentido de que una cosa está permitida (desatada) o no (atada).

De acuerdo con Mt 18,18, donde se concede a todos los apóstoles el poder de atar

y desatar en el sentido de excomulgar o recibir en la comunidad a los fieles, y

teniendo en cuenta la expresión universal (cuanto atares... cuanto desatares), no

es lícito entender que el pleno poder concedido a Pedro se limita al poder de

enseñar, sino que resulta necesario extenderlo a todo el ámbito del poder de

jurisdicción. Dios confirmará en los cielos todas las obligaciones que imponga o

suprima San Pedro en la tierra.

Algunos han tratado de interpretar este pasaje en el sentido de que Cristo habría

dicho: tú eres Pedro y (señalando ahora no a Pedro sino a sí mismo) sobre esta

Piedra (Jesucristo) edificaré mi Iglesia. Según éstos, esta interpretación se deduce

de que en el texto griego la palabra usada para Pedro es Petros y la palabra usada

para piedra es petra. Quisiera responder a esto usando las palabras de un

protestante convertido, James Akin:

"Según la regla de interpretación anticatólica, petros significa ‘piedra pequeña’

mientras que petra significa ‘piedra grande’. La declaración: ‘Tú eres Pedro

[Petros]’ debería ser interpretada como una frase que subraya la insignificancia

de Pedro"
Los evangélicos creen que lo que Cristo quiso decir es: ‘Pedro, tú eres una

piedrita, pero yo edificaré mi Iglesia en esta masa grande de piedra que es la

revelación de mi identidad’. Un problema con esta interpretación, que muchos

estudiosos protestantes de la Biblia admiten8, es que mientras que petros y petra

tuvieron estos significados en la poesía griega antigua, la distinción había

desaparecido ya en el primer siglo, cuando fue escrito el evangelio de Mateo. En

ese momento, las dos palabras significaban lo mismo: una piedra. Otro problema

es que cuando Jesús le habló a Pedro, no le habló en griego sino en arameo. En

arameo no existe una diferencia entre las dos palabras que en griego se escriben

petros y petra. Las dos son kêfa; es por eso que Pablo a menudo se refiere a Pedro

como Cefas (cf. 1Co 15,5; Gal 2,9). Lo que Cristo dijo en realidad fue: ‘Tú eres

Kêfa y sobre esta kêfa edificaré mi Iglesia’. Pero aun si las palabras petros y petra

tuvieran significados diferentes, la lectura protestante de dos ‘piedras’ diferentes

no encuadraría con el contexto. La segunda declaración a Pedro sería algo que lo

disminuye, subrayando su insignificancia con el resultado que Jesús estaría

diciendo: ‘¡Bendito eres tú Simón hijo de Jonás! Tú eres una piedrita

insignificante. Aquí están las llaves del reino’. Tal serie de incongruencias

hubiera sido no sólo rara sino inexplicable. (Muchos comentaristas protestantes

reconocen esto y hacen todo lo posible para negar el significado evidente de este

pasaje, a pesar de lo poco convincentes que puedan ser sus explicaciones).


También me di cuenta de que las tres declaraciones del Señor a Pedro estaban

compuestas por dos partes, y las segundas partes explican las primeras. La razón

porque Pedro es ‘bienaventurado’ fue porque ‘la carne y sangre no te han revelado

esto, sino mi Padre que está en los cielos’ (v. 17). El significado del cambio de

nombre, ‘Tú eres Piedra’ es explicado por la promesa, ‘Sobre esta piedra edificaré

mi Iglesia y los poderes de la muerte no prevalecerán contra ella’ (v.18). El

propósito de las llaves es explicado por el encargo de Jesús: ‘Lo que ates en la

tierra será atado en el cielo’ (v.19). Una lectura cuidadosa de estas tres

declaraciones, poniendo atención en el contexto inmediato y en interrelación,

muestra claramente que Pedro fue la piedra de la cual habló Jesús. Éstas y otras

consideraciones me revelaron que las interpretaciones estándar anticatólicas de

este texto no podían quedar en pie después de un cuidadoso estudio bíblico.

Habían arrancado a la fuerza la segunda declaración de Pedro de su contexto. Yo

ratifiqué mi interpretación, concluyendo que Pedro era verdaderamente la piedra

sobre la cual Jesús edificó su Iglesia. Creo que esto es lo que un lector sin

prejuicios concluiría después de un cuidadoso estudio gramatical y literario de la

estructura del texto. Si Pedro era, de hecho, la piedra de que hablaba Jesús, eso

quería decir que él era la cabeza de los apóstoles (...) Y si Pedro era la cabeza

terrenal de la Iglesia, él reflejaba la definición más básica del Papado”. 9


Contra todos los intentos por declarar este pasaje (que aparece únicamente en San

Mateo) como total o parcialmente interpolado en época posterior, resalta su

autenticidad de manera que no deja lugar a duda. Hasta se halla garantizada, no

sólo por la tradición unánime con que aparece en todos los códices y versiones

antiguas, sino también por el colorido semítico del texto, que salta bien a la vista.

No es posible negar con razones convincentes que estas palabras fueron

pronunciadas por el Señor mismo. No es posible mostrar tampoco que se hallen

en contradicción con otras enseñanzas y hechos referidos en el Evangelio.

El primado se lo concedió definitivamente el Señor a Pedro cuando, después de

la resurrección, le preguntó tres veces si le amaba y le hizo el siguiente encargo:

Apacienta mis corderos, apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-

17). Estas palabras, lo mismo que las de Mt 16,18s, se refieren inmediata y

exclusivamente a San Pedro. Los “corderos” y las “ovejas” representan todo el

rebaño de Cristo, es decir, toda la Iglesia (cf. Jn 10). “Apacentar”, referido a

hombres, significa lo mismo que gobernar (cf. Hch 20,28), según la terminología

de la antigüedad profana y bíblica.

Pedro, por este triple encargo de Cristo, recibió el supremo poder gubernativo

sobre toda la Iglesia.


Después de la ascensión a los cielos, Pedro ejerció su primado. Desde el primer

momento ocupa en la comunidad primitiva un puesto preeminente: Dispone la

elección de Matías (Hch 1,15ss); es el primero en anunciar, el día de Pentecostés,

el mensaje de Cristo, que es el Mesías muerto en la cruz y resucitado (2,14 ss);

da testimonio del mensaje de Cristo delante del Sanedrín (4,8 ss); recibe en la

Iglesia al primer gentil: el centurión Cornelio (10,1 ss); es el primero en hablar

en el concilio de los apóstoles (15,17 ss); San Pablo marcha a Jerusalén “para

conocer a Cefas” (Gal 1,18).

Pedro, obispo de Roma y Primer Papa

Una antigua tradición, basada en los anales de la Iglesia y de la Arqueología

romana, nos indica que Pedro muere en Roma, donde fue obispo. Éste es el origen

de la preeminencia del obispo de Roma sobre los demás obispos sucesores de los

Apóstoles.

Tiene fundamento escriturístico en el texto de 1Pe 5,13: La Iglesia que está en la

Babilonia, elegida juntamente con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan. La

expresión “Babilonia” se refiere a Roma, como notan todos los exegetas: “casi

todos los autores antiguos y la mayor parte de los modernos, ven designada en

esta expresión a la Iglesia de Roma... El nombre de Babilonia era de uso corriente


entre los judíos cristianos para designar la Roma pagana. Así es llamada también

en el Apocalipsis (14,8; 16,19; 17,15; 18,2.10), en los libros apócrifos y en la

literatura rabínica. La Babilonia del Éufrates, que en tiempo de San Pedro era un

montón de ruinas, y la Babilonia de Egipto, pequeña estación militar, han de ser

excluidas”10.

Esto lo reconocen incluso los autores protestantes serios. Por ejemplo, Keneth

Scott Laturet, prestigioso historiador, escribe en su libro “Historia de la Iglesia”:

“Pedro viajaba, porque sabemos estuvo en Antioquía, y lo que parece una

tradición digna de confianza, sabemos que estuvo en Roma y allí murió”11.

La Enciclopedia Británica da la referencia de todos los obispos de Roma,

comenzando por San Pedro y terminando por Juan Pablo II, 264 Obispos en

sucesión sin interrupción12. Si ya ha sido actualizada, figurará Benedicto XVI

como el número 265.

La “New American Encyclopedia” dice en su sección sobre los Papas: “Cuando

San Pedro dejó Jerusalén vivió por un tiempo en Antioquía antes de viajar a Roma

donde ejerció como Primado”.

Muy fuerte es también el testimonio de la tradición que manifiesta la enorme

importancia que tuvieron los primeros obispos de Roma sobre la naciente

Cristiandad, justamente por ser sucesores de Pedro. Así, por ejemplo, en el año
96, o sea 63 años después de la muerte de Cristo, ante un grave conflicto en la

comunidad de Corinto, quien tomó cartas para poner orden fue el Obispo de

Roma, el Papa Clemente, y esto a pesar de que en ese tiempo, todavía vivía el

Apóstol Juan en la cercana ciudad griega de Éfeso. Sin embargo, fue una carta de

Clemente la que solucionó el problema y aún doscientos años después de este

hecho se leía esta carta en esa Iglesia. Esto sólo es explicable por la autoridad del

sucesor de Pedro en la primitiva Iglesia.

Ireneo, obispo de Lyon, y Padre de la Iglesia de la segunda generación después

de los Apóstoles, escribía pocos años después: “Pudiera darles si hubiera habido

espacio las listas de obispos de todas las iglesias, mas escojo sólo la línea de la

sucesión de los obispos de Roma fundada sobre Pedro y Pablo hasta el duodécimo

sucesor hoy”.

Según el primer historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea (año 312), esta

sucesión es una señal y una seguridad de que el Evangelio ha sido conservado y

transmitido por la Iglesia Católica.


Bibliografía:
Hubert Jedin, Historia de la Iglesia, Herder, Barcelona, tomo I; Llorca-García Villoslada, Montalbán, Historia de
la Iglesia Católica, Tomo I, Edad Antigua, BAC, Madrid 1976, pp. 112-122 (en las notas a pie de página puede
verse una abundante bibliografía bíblica, histórica y arqueológica referida a estos hechos); Vizmanos-Riudor,
Teología Fundamental, BAC, Madrid 1966, pp. 594-624; M. Schmaus, Teología dogmática, Rialp, Madrid 1962, T.
IV: La Iglesia, 448-484 y 764-785; C. Journet, L´Église du Verbe incarné, T. I: La hiérarchie apostolique, 2ª ed.
1955; G. Glez, Primauté du Pape, “Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 344 ss.; E. Dublanchy,
Infaillibilité
du Pape, en “Dictionnaire de Théologie Catholique”, VII, col. 1638-1717; J. Madoz, El primado romano, Madrid
1936; O. Karrer, La sucesión apostólica y el Primado, en: “Panorama de la teología actual”, Madrid 1961, 225-
266; G. Philipe, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona 1969, T. I, pp. 363-380; C. Fouard,
Saint Pierre et les premiéres années du Christianisme, 10ª ed. París 1908; P. De Ambroggi, S. Pietro Apostolo,
Rovigo 1951; A. Penna, San Pedro, Madrid 1958; R. Leconte, Pierre, en DB (Suppl.) IV,128 ss.; G. Glez, Pierre (St.),
“Dictionnaire de Théologie Catholique”, XIII, col. 247-344; E. Kirschbaum, E. Jynyent, J. Vives, La tumba de S.
Pedro y las catacumbas romanas, Madrid 1954; G. Chevrot, Simón Pedro, Madrid 1970.

Notas
1 Cf. DS 3055; Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n.18; etc.
2 Tertuliano, De monog. 8.
3 San Cipriano, De unit. eccl. 4.
4 Clemente Alejandrino, Quis dives salvetur 21,4.
5 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, 2, 19.
6 San León Magno, Sermón 4,2.
7 Según la doctrina de los galicanos (E. Richer) y de los febronianos (N. Hontheim), la plenitud del poder espiritual
fue concedida por Cristo inmediatamente a toda la Iglesia, y por medio de ésta pasó a San Pedro, de suerte que
éste fue el primer ministro de la Iglesia, designado por la Iglesia (“caput ministeriale”). Según el modernismo, el
primado no fue establecido por Cristo, sino que se ha ido formando por las circunstancias externas en la época
postapostólica (DS 3452 ss).
8 El autor indica en nota: “Por ejemplo, D.A. Carson confiesa esto en su comentario sobre Mateo en: “Expositor’s
Bible Commentary”, Frank Gaebelein, ed. (Grand Rapids: Zondervan, primera edición)”.
9 James Akin, Un triunfo y una tragedia, en: Patrick Madrid, op. cit., p. 77-82.
10 José Salguero, O.P., Biblia Comentada, tomo VII, BAC, Madrid 1965, p. 145.
11 Keneth Scott Laturet, Historia de la Iglesia, Ed. Casa Bautista de Publicaciones,

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