Ferdydurke - Prologo
Ferdydurke - Prologo
Ferdydurke - Prologo
Este libro vió la luz del día en Polonia, un ano antes de la guerra y para comprender su clima
no hay que olvidarse de esta fecha. Yo antes había publicado un volumen de cuentos
intitulado Memorias del período de la maduración.
Como la mentalidad polaca de preguerra iba por caminos completamente distintos del que yo
había elegido, no abrigaba al publicar Ferdydurke mayores esperanzas de éxito. Si a fin de
cuentas las cosas no salieron tan mal, esto se debe a un grupo de decididos y fervientes
partidarios de esta aventura, que eran en su mayoría gente joven. Gracias a ellos el libro fué
ampliamente analizado y lo que se ha escrito sobre Ferdydurke en estudios, polémicas,
comentarios, etc., sobrepasa varias veces su tamaño No obstante, ni yo ni Ferdydurke hemos
entrado de lleno en la literatura oficial polaca lo que, por cierto, nos apena muy
profundamente.
Cuando las olas de la polémica estaban por calmarse y pensaba en escribir algo nuevo, fui
invitado a participar en el viaje de inauguración de un nuevo transatlántico nuestro, puesto en
servicio entre Polonia y la Argentina. Llegué aquí para tres semanas solamente, pero ellas se
prolongaron en más de seis años, ya que estalló la guerra. Los que a través de Ferdydurke
captarán ciertas particularidades de mi alma, comprenderán también por qué el alma, en vez
de buscar vinculaciones con los ''círculos" locales llevaba una vida anónima y bohemia muy
cercana, desgraciadamente, a la miseria. Perdido en este país, entontecido y aplastado por los
acontecimientos europeos, vagaba por las calles sin ganas de hacer nada, o, bajo una mesa
de café, lloraba amargamente. Me alejé por completo de las letras, y sólo debo a mi feliz
inclinación hacia el infantilismo que, a pesar de toda índole de desastres y humillaciones,
lograra conservar un grano de alegría. Últimamente me ha vuelto el ánimo para el trabajo
literario y creo que en breve tendré el placer de publicar alguna nueva obra.
Ahora ya sabéis de dónde os cayó este librito. Claro está que no se trata aquí de una novela
realista y por lo tanto no hay que imaginarse que –digamos– los escolares polacos en realidad
se preocupan hasta tal punto por su inocencia o que los criados fueran abofeteados por sus
señores. Tampoco se trata de un libelo político, pues este libelo no tiene nada que ver con la
derecha ni con la izquierda. ¿De qué se trata, entonces? Comprobé en Polonia que, a pesar de
la abundancia de prefacios y aclaraciones, el sentido general de Ferdydurke escapó a muchos
lectores, al extremo que varios llegaron a dudar si Ferdydurke tendría algún sentido. Sin
embargo lo tiene y no hay inconveniente en exponerlo así nomás –de modo sencillo y sin
ninguna clase de muecas– si esto puede facilitar la lectura.
Pero Ferdydurke no sólo se ocupa de lo que podríamos llamar la inmadurez natural del
hombre. sino ante todo de la inmadurez, lograda por medios artificiales: es decir que un
hombre empuja al otro en la inmadurez y que también –¡qué raro!– del mismo modo actúa la
cultura. Existen muchas razones por las cuales uno tiene interés en que otro caiga en la
inmadurez, pero la más importante es nuestro amor por la inmadurez en sí. Ahora, la cultura
infantiliza al hombre porque ella tiende a desarrollarse mecánicamente y por lo tanto le supera
y se aleja de él.
Ferdydurke sostiene que es justamente nuestro anhelo de madurez lo que nos arrastra hacia
esa inmadurez número dos, inmadurez artificial –y nuestro anhelo de forma el que nos lleva a
una forma mala. Parecidos a alguien, que temiese su propia desnudez, echamos mano a
cualquier vestimenta a nuestro alcance, aun la mas grotesca, y así se crea ese mundo hecho
de indolencia, insuficiencia, no-seriedad e irresponsabilidad, mundo de la subcultura. de las
formas caducas, malogradas, desviadas e impuras, donde se desarrolla nuestra vida intima.
Allí se fabrican sorprendentes sub-ideales, sub-religiones, sub-sentimientos, y varias otras
subcosas muy diferentes de las del mundo oficial. Y lo importante es que todo eso se efectúa
por vía formal: para que en tal sentido, dos personas se obliguen a la regresión no hace falta
que sean pacientes de Freud y del freudismo, porque aquí se trata de algo tan elemental como
que el estilo de ser de una persona influye sobre el estilo de ser de la otra.
¿Cuál debería ser nuestra actitud, en tanto que seres conscientes, frente a aquel infra-mundo?
El supremo anhelo de Ferdydurke es encontrar la forma para la inmadurez. Pero esto es
imposible. Podemos en forma madura expresar la inmadurez ajena, podemos, por ejemplo,
describirla artística o científicamente, pero con eso no logramos nada, porque así no
expresamos nuestra propia inmadurez, sino que –de modo maduro– describimos la inmadurez
ajena. Aun si nos pusiéramos a analizar y confesar nuestra propia insuficiencia cultural
siempre lo haríamos desde el punto de vista de la cultura y en forma madura. Mas para que
esta insuficiencia fuera expresada de modo consciente y a la vez directo, sería menester que
nos esforzásemos en escribir, no libros sabios sobre el tema de la tontería, sino sencillamente
libros tontos –y malos– e indolentes– lo que, claro está, es un disparate. Por eso ni la ciencia,
ni el arte, ni ningún otro medio de expresión cultural, permite al hombre manifestar por vía
directa su propia realidad inmadura, condenada al eterno mutismo. Mas por otra parte, si
todos vamos a seguir con esa mascarada obligatoria e inevitable, la cultura irá convirtiéndose
en un juego cada vez más mecánico y fragmentario, y por fin perdería todo contacto con
nosotros mismos. Si yo, hablando con Fulano, trato siempre de ser lo mejor educado posible y
el hacer lo mismo respecto de mí, nuestra conversación pronto se volverá tan bien educada
que terminaremos por sentirnos muy molestos –y eso es lo que ocurre con nuestro arte que
se vuelve demasiado "artístico", con nuestra sutileza que se vuelve demasiado sutil o nuestro
heroísmo que se vuelve demasiado heroico. ¿Qué nos queda entonces por hacer? Estamos en
la situación de un niño que se ve obligado a llevar un traje demasiado grande para el y en el
cual se siente incomodo y ridículo; el niño no puede quitárselo puesto que no tiene ningún
otro, pero, por lo menos, puede proclamar en voz bien alta que el traje no esta hecho a
medida, y de tal modo establecerá una distancia entre el traje y su persona. Esto significa:
tomar distancia frente a la forma. Cuando logremos compenetrarnos bien con la idea de que
nunca somos ni podemos ser auténticos, que todo lo que nos define –sean nuestros actos,
pensamientos o sentimientos– no proviene directamente de nosotros sino que es producto del
choque entre nuestro yo y la realidad exterior, fruto de una constante adaptación, entonces, a
lo mejor la cultura se nos volverá menos cargante.
Ferdydurke, ademas de plantear este postulado teóricamente, se propone realizarlo en la
práctica. Desde luego yo no podía hacer otra cosa sino tratar de escribir un libro bueno y no
un libro malo. Pero lo que quería conseguir a toda costa, era una mayor libertad de palabra en
este campo de la cultura, donde el escritor malo, no puede decir nada porque es malo y el
bueno tampoco puede decir algo porque es bueno –esclavo de su nivel y de su estilo–
asustado por su grandeza, su situación social y sus múltiples (a menudo ilusorias)
responsabilidades. Por eso en vez de ocultar mi propia persona en tanto que autor, la puse en
juego junto con las personas de mis héroes. En vez de esconder mi insuficiencia cultural, mi
dependencia de la esfera inferior y los móviles personales de mi trabajo, como lo hacen otros
autores, los desnude con toda crudeza y además demostré mi propia inconformidad con la
forma de la obra: el rector puede ver cómo me enloquece la tiranía de las formas idiomáticas,
el mecanismo del estilo, la construcción y la armonización de las partes, etc., etc.... Así que
Ferdydurke tiene un doble aspecto: por un lado es un relato y una novela, una descripción y,
por otro, un acto de mi lucha personal con la forma. Aquí el autor, confesando su propia
inmadurez, consigue –supongo– más soberanía y libertad frente a la forma y, al mismo
tiempo, deja entrever el mecanismo de su inmadurez.
Me atrevo a creer que en todo caso la publicación de Ferdydurke en la América Latina tiene su
razón de ser. Existen varias analogías entre la situación espiritual de Polonia y la de este
continente. Aquí como allá el problema de la inmadurez cultural es palpitante. Aquí como allá
el mayor esfuerzo de la literatura se pierde en imitar las "maduras" literaturas extranjeras.
Aquí y allá los literatos se preocupan por todo menos por verificar sus derechos a escribir
como escriben. En Polonia como en Sudamérica todos prefieren lamentarse de su condición
inferior de menores y peores, en vez de aceptarla como un nuevo y fecundo punto de partida.
Pero mientras en Polonia la formidable tensión de la vida echa por tierra toda esa "escuela
literaria" (la palabra "escuela" está aquí plenamente justificada) la apacible existencia del feliz
sudamericano le permite eludir la revisión básica de esas cuestiones, le induce a menudo al
cultivo de cominerías estéticas e intelectuales y un estéril formalismo sofoca toda su
expresión. Dudo mucho si mis razones serán compartidas por los maestros consagrados de
ambas literaturas, pero fijo mis esperanzas en los maestros que están por nacer.
Esta traducción fué efectuada por mí y sólo de lejos se parece al texto original. El lenguaje de
Ferdydurke ofrece dificultades muy grandes para el traductor. Yo no domino bastante el
castellano. Ni siquiera existe un vocabulario castellano-polaco. En estas condiciones la tarea
resultó, tan ardua, como, digamos, oscura y fué llevada a cabo a ciegas –sólo gracias a la
noble y eficaz ayuda de varios hijos de este continente, conmovidos por la parálisis idiomática
de un pobre extranjero.
Bajo la presidencia de Virgilio Piñera, distinguido representante de las letras de la lejana Cuba,
de visita en este país, se formó el comité de traducción compuesto por el poeta y pintor Luis
Centurión, el escritor Adolfo de Obieta, director de la revista literaria "Papeles de Buenos
Aires" y Humberto Rodríguez Tomeu, otro hijo intelectual de la lejana Cuba. Delante de todos
esos caballeros y gauchos me inclino profundamente. Pero, además, colaboraron en la
traducción con todo empeño y sacrificio tantos representantes de diversos países y de
diversas provincias, ciudades y barrios, que de pensar en ello no puedo defenderme contra un
adarme de legitimo orgullo. Colaboraron: Jorge Calvetti, Manuel Claps, Carlos Coldaroli, Adán
Hoszowski, Gustavo Kotkowski y Pablo Manen (pacientes pescadores del verbo), Mauricio
Ossorio, Eduardo Paciorkowski, Ernesto J. Plunkett y Luis Rocha (aquí se juntan Brasil,
Polonia, Inglaterra y la Argentina), Alejandro Russouich, Carlos Sandelin, Juan Seddon
(obstinados buscadores del giro adecuado), José Taurel, Luis Tello y José Patricio Villafuerte
(eficaces e intuitivos). Debo también eterno agradecimiento a un simpatiquísimo señor, ya de
edad, y muy aficionado al billar, que en un momento de feliz inspiración me procuró la palabra
"remover" de la cual me había olvidado por completo. Tengo que agradecer –¡por Dios!– a
todos esos nobles doctores en la "gauchada", y a los criollos les digo sólo eso: ¡viva la patria
que tiene tales hijos! Si a pesar de un número tan serio de colaboradores el texto castellano
tuviese alguna falla proveniente, no de las insuperables dificultades de la traducción, sino del
descuido, esto se debería, creo, al exceso de amenas discusiones que caracterizaba las
sesiones, realizadas casi todas en la sala de ajedrez de la confitería Rex bajo la enigmática y
bondadosa sonrisa del director de la sala, maestro Paulino Frgdman.
¡Me alegro que Ferdydurke haya nacido en castellano de tal modo, y no en los tristes talleres
del comercio libresco! Todavía una palabra: a lo mejor el libro pasará desapercibido, pero
seguramente algunas personas de mi amistad se sentirán obligadas a decirme una o dos
frases, de esas que siempre se dicen cuando un autor publica un libro. Quisiera pedirles que
no digan nada. No, no digan nada, porque, debido a toda clase de falsificaciones, la situación
social del así llamado "artista", se ha vuelto en nuestros tiempos tan pretenciosa que todo lo
que se le pueda decir suena a falso y, cuanta más sinceridad y sencillez pongáis en vuestro
"me gustó muchísimo" o "estoy encantado", tanta más vergüenza para él y para vosotros.
Callaos, pues, os lo ruego. Callaos en espera de un futuro mejor. Por el momento –si queréis
expresar que os gustó–, tocad sencillamente, al verme, vuestra oreja derecha. Si os agarráis
la oreja izquierda sabré que no os agradó, y la nariz significaría que vuestro juicio está en el
medio. Con un leve y discreto movimiento de la mano agradeceré esta atención para con mi
obra y así evitando situaciones incómodas y aún ridículas, nos comprenderemos en silencio.
Muchos saludos a todos.
WITOLD GOMBROWICZ.