El Arbol de La Mujer Dragon PDF

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S O P A D E L I B R O S

Ana María Shua

El árbol de la
mujer dragón
y otros cuentos
Ilustraciones
de María Hergueta
© Del texto: Ana María Shua, 2013
© De la ilustración: María Hergueta, 2013
© De esta edición: Grupo Anaya, S. A., 2013
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
www.anayainfantilyjuvenil.com
e-mail: [email protected]

Primera edición, abril 2013

Diseño: Manuel Estrada

ISBN: 978-84-678-4045-2
Depósito legal: M-6696-2013

Impreso en España - Printed in Spain

Las normas ortográficas seguidas son las establecidas por la Real Academia
Española en la Ortografía de la lengua española, publicada en 2010.

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Shua, Ana María


El árbol de la mujer dragón y otros cuentos / Ana María Shua ;
ilustraciones de María Hergueta . — Madrid : Anaya, 2013
152 p. : il. n. ; 20 cm. — (Sopa de Libros ; 158)
ISBN 978-84-678-4045-2
1. Mujeres. 2. Ingenio. 3. Magia. I. Hergueta, María, il.
087.5: 821.134.282-3
SOPA DE LIBROS

Ana María Shua

El árbol de la
mujer dragón
y otros cuentos
Ilustraciones
de María Hergueta
Introducción

¿Quiénes son las mujeres que protagonizan los


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cuentos de este libro? ¿Son especiales, únicas, diferen­
tes de las mujeres que conocemos, con las que trata­
mos todos los días? ¿Son distintas de las madres, las
maestras, las médicas, las policías, las tías, las profe­
soras, las hermanas, las ingenieras, las abuelas… que
conocemos en el mundo real?
Es posible que algunas sean más fuertes o más
valientes o más inteligentes que la mayoría. Pero
casi todas son simplemente mujeres comunes a las
que la vida ha llevado a situaciones tan difíciles que
solo se podían resolver de una forma especial.
Aquí encontrarán mujeres muy valerosas. Hay
muchas formas de ser valiente y no todas se de­
muestran peleando. El esfuerzo, la resistencia, la
dis­posición al sacrificio son algunas de las muestras
de coraje que dan las mujeres de este libro.
También encontrarán mujeres sabias que, cuan­
do no tienen la respuesta correcta a todas las pre­
guntas, tienen una respuesta tan ingeniosa que no
se les puede discutir. Son originales y divertidas, y
en lugar de usar su inteligencia para asustar a los
hombres, la usan para enamorarlos.
Y también hay mujeres que tienen poderes mági­
cos que solo existen en los cuentos, como las hadas
y las brujas. A veces, la magia de los cuentos sirve
para solucionar problemas en el momento de con­
tarlos. Por ejemplo, cuando se sabe que la muerte
de un personaje pondría muy triste a quienes escu­
chan, siempre se lo puede convertir en otra cosa, en
un árbol, una roca o un pez. Otras veces, la historia
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se ha complicado tanto que en algún momento hace
falta un poco de magia para arreglarla.
En algunos de los cuentos se mezclan el coraje, la
magia, el amor, la inteligencia, y los podríamos ha­
ber puesto en cualquiera de las tres secciones en que
se divide este libro.
Estos cuentos no los inventé yo. Fueron pasando
de boca en boca, son relatos que las abuelas les con­
taban a los nietos dentro de cierta cultura, de cierto
pueblo. De pronto a alguien se le ocurrió anotarlos,
escribirlos. Así es como los pude conocer, y tuve ga­
nas de contarlos a mi manera para acercarlos a los
lectores de hoy. Espero que los disfruten tanto como
yo cuando los descubrí por primera vez.
El coraje
El árbol
de la mujer dragón
Cuento popular naxi

En la región de Lijiang vivía un rey cruel y codicio­


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so que solo pensaba en tener bajo su dominio todos
los territorios que rodeaban su reino. Constantemen­
te organizaba expediciones guerreras para someter
a los pueblos vecinos; y cuando no lo lograba por
la fuerza, tramaba intrigas para apoderarse de ellos.
Este mal rey tenía una hija joven, bella, inteligen­
te y buena a la que todos llamaban Longnü, que
significa «mujer dragón». La joven no estaba de
acuerdo con la conducta de su padre, sobre todo
por los sufrimientos que imponía al pueblo ese per­
manente estado de guerra.
El rey Mutián sabía que al norte, en el país de
los pumi, había prosperidad. Y deseaba extender su
dominio sobre esas tierras fértiles, esclavizar a la
población y apoderarse de sus cultivos y sus gana­
dos. Como los pumi tenían un ejército poderoso, el
rey decidió que, por el momento, una alianza le se­
ría más útil que la guerra. Envió un emisario al rey
pumi para proponerle el casamiento de sus hijos.
El hijo del rey pumi era tan atractivo y tan valio­
so como la princesa naxi. En compañía de su padre,
visitó el palacio del rey Mutián. En cuanto se cono­
cieron, los príncipes se enamoraron perdidamente y
se sintieron muy felices de que sus padres se pusie­
ran de acuerdo en concertar las bodas. Longnü par­
tió hacia el país de su marido y comenzó una nueva
vida en paz y felicidad, respetada y amada por el
pueblo pumi.
Poco tiempo después murió el padre del prínci­
pe, que subió al trono. Entonces, el rey Mutián le
envió mensajeros al nuevo rey exigiéndole que se
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convirtiese en su súbdito. Con el apoyo de su espo­
sa, él se negó. Mutián hubiera deseado aplastarlo
con su ejército, pero el reino pumi estaba muy lejos
y cada vez le costaba más conseguir soldados. Enfu­
recido, tramó uno de sus malvados planes.
El primer paso fue mandar llamar a su hija, di­
ciéndole que estaba muy enfermo. Cuando ella lle­
gó y lo encontró perfectamente sano, quiso volver
a Yongning, capital del país de los pumi, pero su
padre no se lo permitió. La princesa se había
­convertido en una virtual prisionera en su propio
palacio.
Una noche, Longnü paseaba por el patio a la luz
de la luna, cuando escuchó una conversación en los
aposentos del rey.
—… y le dirás al rey pumi que también su mujer
ha enfermado gravemente. Que debe venir a bus­
carla. Cuando esté aquí, acabaré con él… Por fin
será mío el país de los pumi.
Horrorizada por las intenciones de su padre, la
princesa lloraba en su habitación cuando sintió una
caricia suave y tibia. Era su fiel perro amarillo. Eso
le dio una idea. Dos cargas de aceite para la lámpa­
ra gastó la princesa antes de terminar la larga carta
que le escribió a su marido explicándole todo
lo que había pasado. Cortó un trozo de tela, envol­
vió la carta y cosió el paquete por dentro del collar
del perro. Le acarició la cabeza y le palmeó el lomo.
Estaba aclarando cuando el perro salió del palacio,
trotando con energía.
Apenas recibió el mensaje de su esposa, el joven
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rey reunió a la caballería, se colgó al hombro el
arco y las flechas, tomó su sable, y partió con su
ejército hacia la capital de Lijiang.
El joven era valiente, pero el viejo rey Mutián era
astuto y tenía experiencia. En cuanto tuvo noticias de
que el ejército pumi había salido de su reino, organizó
una emboscada a mitad de camino. La sangre de los
pumi tiñó las aguas del río. Lleno de heridas, atrave­
sado por flechas y lanzas, el rey pumi murió en la ba­
talla junto con la mayor parte de sus soldados. Entre
sus ropas, el rey Mutián encontró la carta de su hija.
¡De su propia hija! Ahora su furia no tuvo límites.
—¡Traicionaste a tu padre! —le gritó a su hija en
el palacio.
—Cumplí con mi deber de esposa —contestó
ella, orgullosa.
—Tu marido ha muerto.
—Entonces, solo me queda irme con él —dijo
Longnü, deshecha en llanto.
—Si lo que quieres es morir, no lo conseguirás
tan fácilmente —le aseguró su padre.
Para castigar a su hija, el rey dio órdenes de que
encerraran a la princesa en el pabellón que había en
el centro del Lago de Jade, sin darle de comer ni de
beber. Siguiendo sus instrucciones, los soldados
rompieron cientos de tejas y tazones de porcelana y
desparramaron por el piso los trozos rotos, cubrién­
dolo por completo, para que los pies descalzos de la
princesa se lastimaran pisándolos.
La desdichada Longnü podría ver desde el pabe­
llón el campo de batalla donde estaba todavía ten­
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dido el cadáver de su amado esposo, la tierra y las
piedras cubiertas de sangre. Desesperada, comenzó
a llorar y a gritar, yendo y viniendo sobre los filosos
trozos de porcelana, como si no sintiera el dolor.
Sus pies heridos pronto tiñeron de rojo el suelo del
pabellón.
Con el curso de los días, la pérdida de sangre y
la sed terminaron por secar sus lágrimas. Sus labios
se agrietaron. Longnü, bella, inteligente y buena, se
tendió en el suelo sanguinolento y se dejó morir.
Pero su sacrificio no fue en vano. Enfurecidos
por los crímenes cometidos por su rey, los súbditos
se levantaron en rebelión. Dieron sepultura al cadá­
ver del joven rey pumi, atacaron y vencieron a los
soldados del rey Mutián, quemaron el pabellón del
lago y celebraron una solemne ceremonia fúnebre
en honor de Longnü.
En las ruinas del pabellón quemado brotó un
manzano silvestre, que creció con milagrosa rapi­
dez. Sus ramas verde jade caían sobre la superficie
del lago como si estuvieran contando una historia de
dolor y tristeza, como si fuera la reencarnación de la
princesa denunciando la crueldad de su padre. Lo
llamaron para siempre «el árbol Longnü».

Los naxis, una minoría china descendiente de


nómadas tibetanos, vivían hasta hace muy poco or­
ganizados en familias matriarcales, es decir, domi­
nadas por mujeres. Cuando una pareja se casaba,
el hombre y la mujer seguían viviendo en sus res­
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pectivas casas. El muchacho podía pasar la noche
en la casa de su esposa, pero debía volver a la de su
madre durante el día y trabajar para ella. Los hijos
pertenecían a la mujer, que era responsable de su
crianza. Solo las mujeres podían heredar. Las dis­
putas eran zanjadas por mujeres mayores que ha­
cían de jueces. Los pumi, por su parte, son un gru­
po étnico muy pequeño, que hoy consta apenas de
30 000 personas, en la provincia de Yunnan, tam­
bién de ascendencia tibetana.
Este cuento naxi nos muestra a una protagonista
fuerte, inteligente y llena de recursos propios. Es
muy poco común que en un cuento popular de ori­
gen oriental se aplauda el comportamiento de una
joven que desafía la autoridad de su padre.
S O P A D E L I B R O S

A partir de 12 años
Una colección de relatos,
basados en cuentos y leyendas
tradicionales de pueblos de todo
el mundo, protagonizados por
mujeres. Unas heroínas que son
como cualquier madre, hermana,
abuela, amiga..., pero a las que
la vida ha llevado a unas situaciones
tan difíciles que solo pueden
resolverse de forma extraordinaria.
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