El Sentido de La Enfermedad
El Sentido de La Enfermedad
El Sentido de La Enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
SUMARIO
Introducción........................................................................................................3
1. La enfermedad y el alma..........................................................................5
2. La tierra se abre bajo nuestros pies..........................................................12
3. El heraldo de la verdad............................................................................25
4. Como carne podrida en un gancho...........................................................35
5. El desmembramiento de Procusto............................................................43
6. La enfermedad como punto de inflexión...................................................53
7. A veces necesitamos historias..................................................................64
8. Conexiones espirituales...........................................................................79
9. Invocar a los ángeles: la oración..............................................................93
10. Recetar imaginación................................................................................104
11. Rituales: la representación del mito.........................................................115
12. Ayudar al prójimo.....................................................................................132
13. Meditaciones............................................................................................144
Agradecimientos.................................................................................................156
Bibliografía..........................................................................................................157
Contraportada.....................................................................................................158
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
INTRODUCCIÓN
El pictograma chino para la “crisis” está formado por los ideogramas de “peligro” y
“oportunidad”. Para aquellos a quienes afecta, una enfermedad moral supone una
profunda crisis que sacude los cimientos de las concepciones previas. Una crisis de esta
naturaleza no atañe sólo a la persona enferma, ni afecta tan sólo al organismo. La
condición de postración hace que todos los aspectos de la vida del paciente y todas sus
relaciones significativas se precipiten en un período de transición e incertidumbre. Una
enfermedad mortal constituye una crisis para el espíritu. Cuando la muerte y la invalidez
están próximas, en realidad nos sumergimos en un período de peligro y azares que plantea
interrogantes acerca del sentido de la vida y pone a prueba los vínculos interpersonales.
Este libro es fruto de una serie de conferencias y seminarios sobre la enfermedad
como un descenso del alma al inframundo y la curación que pueda resultar de ello. El
mensaje central, que la enfermedad es una experiencia espiritual, fue uno de los motivos
que inspiraron una serie de conferencias acerca de mujeres que luchaban contra el cáncer,
titulada «Viajes curativos: el cáncer como punto de inflexión», junto al revolucionario libro
de Lawrence LeShan, cuyo título sugirió la segunda parte del epígrafe de la conferencia. El
cáncer como punto de inflexión era la perspectiva de las cuatro organizadoras; a tres de
ellas se les había diagnosticado y tratado el cáncer de mama.
He acompañado a familiares, amigos y pacientes a lo largo de enfermedades y
hospitalizaciones que constituyen descensos al inframundo. Es un terreno muy conocido,
aunque la entrada de la enfermedad física no es tan familiar como los puntos de acceso
psicológico que conducen a personas inmersas en un camino espiritual a un análisis
junguiano bajo mi supervisión.
Tanto si la enfermedad mortal es física o psicológica, cuando la depresión
ensombrece e influye en el pensamiento y en los actos a menudo la gente se da por
vencida y renuncia al futuro. En ese momento no basta con tratar la depresión con
medicamentos ni prestar atención únicamente a los aspectos físicos y los síntomas de la
enfermedad, cuando el asunto a vida o muerte que subyace a esta cuestión supone
renunciar al sentido de la propia vida, en el presente o en el porvenir.
Al haber tenido puentes entre ambos mundos, me resulta fácil advertir las
semejanzas físicas y psiquiátricas graves. Antes de ser psiquiatra e incluso ahora, como
analista, aún soy, esencialmente, médico. La facultad de medicina y una estancia rotativa
en un gran hospital comarcal no fueron un mero proceso educativo: fueron una iniciación.
Ser médico del cuerpo o del alma significa habitar los pasajes fronterizos entre la vida
cotidiana y el más allá. Una enfermedad mortal concluye una fase de la vida, cuando no la
vida misma. El médico del cuerpo o del alma es testigo y partícipe del desenlace.
El impacto de una enfermedad mortal es semejante al de una piedra al caer en la
superficie remansada de un lago, la conmoción se proyecta en anillos concéntricos
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conforme las emociones, los pensamientos y las reacciones irradian desde ese centro.
Afecta a las relaciones entre personas, conmueve profundamente a los demás, implica
potencialmente al paciente y a cuantos se ven afectados en lo más profundo de sí mismo,
en el alma. Cuando el cuerpo o la mente padecen o caen presa de la enfermedad, afloran
preguntas espirituales acerca del sentido de la vida. La curación y recuperación puede
depender tanto o más de una profundización de las relaciones y de la implicación con la
propia vida espiritual que de la pericia médica o psiquiátrica.
En reiteradas ocasiones he aprendido que una enfermedad mortal resulta
traumática para todos aquellos a los que concierne, que nos ofrenda la oportunidad de
obtener indicios e intuiciones acerca de por qué estamos aquí, y qué y quién nos importa
realmente. Esta experiencia, y el fundamento arquetípico que proporciona la mitología,
conforman el alma de este libro.
Espero que este volumen sea un compañero interior en tiempos de penuria o
dificultad. Puede que llegue a tus manos gracias a la sincronicidad, para afirmar lo que ya
conoces intuitivamente y estimularte a emprender aquello que pueda curarte. Me lo
imagino leído en voz alta, un capítulo o un fragmento. Espero que abra el camino para una
conversación fructífera con los demás y un provechoso diálogo con uno mismo.
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I . LA ENFERMEDAD Y EL ALMA
La enfermedad y el alma
La posibilidad y el hecho de una enfermedad seria invoca el alma desde el primer
estadio de su desarrollo: puede ocurrir tras recibir la noticia de que los rayos X, los
escáneres más sofisticados o muestras enviadas al laboratorio han revelado un trastorno
grave, o después de que la propia enfermedad se manifieste con la brusca irrupción de un
dolor agudo, desmayos o hemorragias, o tras el descubrimiento de un bulto o mancha
sospechosos, o tras haber sobrevivido a un intento de suicidio o a una lesión que provoca
una minusvalía. Cuando quiera y como quiera que atravesemos ese umbral entre la
enfermedad y la salud, advenimos al reino del espíritu. La enfermedad conmocionan el
alma y la hace presente tanto para el paciente como para aquellos a quienes les importa.
Perdemos la inocencia, no sabemos vulnerables, dejamos de ser quienes éramos antes de
este acontecimiento y nunca volveremos a nuestro estado anterior. Estamos en un
territorio inexplorado y no hay vuelta atrás. La enfermedad es un acontecimiento
profundamente espiritual, y sin embargo esta realidad se ignora y prácticamente no se
aborda. En cambio, todo parece concentrarse en la parte del cuerpo que ha enfermado, ha
sido herida, sufre una disfunción o permanece fuera de control.
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las mismas. La enfermedad constituye una ordalía tanto para el cuerpo como para la
mente, y un período que ha de concluir con su curación.
Hubo un tiempo, o eso parecía, en el que las enfermedades potencialmente fatales
eran acontecimientos trágicos inesperados que les sobrevenían a los niños pequeños, y las
enfermedades terminales eran fundamentalmente estados crónicos que afectaban a los
mayores. Los exámenes médicos y las biopsias han hecho posible diagnosticar
enfermedades mortales en una fase temprana y tratarlas agresivamente, de tal modo que
los propios tratamientos invasivos suponen un riesgo para la salud y la vida. Ahora muchas
personas corren el peligro de morir o quedar impedidas en su madurez. El sida y el cáncer
reclaman a tantos en los primeros años de su vida adulta que muchos consideramos que la
madurez es un campo de batalla en el que un gran número de individuos caen abatidos a
nuestro alrededor; para los que trabajamos en profesiones relacionadas con la salud, el
impacto de las cifras es aún más demoledor. Las enfermedades mortales nos golpean de
cerca. Una de ellas puede amenazar a nuestra mujer, a nuestro amante, a nuestro hijo o
hija, a uno de nuestros padres, a un amigo o a uno mismo.
Ser un paciente obediente y pasivo o el campo de batalla en el que los médicos
combaten la contra el reducido grupo de personas que cuestionan la autoridad, ven la vida
desde un punto de vista alternativo y comprenden que hay un vínculo entre el cuerpo y la
mente. Tanto como paciente o como individuo que asume una responsabilidad y se
encuentra emocionalmente ligado a éste, las decisiones que adoptemos o permitamos que
otros adopten tendrán consecuencias a vida o muerte. Actuar con miedo o sin confianza,
siguiendo los dictados de la intuición o ignorándola, hacer lo que sabemos que es
adecuado aun cuando moleste a alguien; estas cuestiones vitales adquieren una inusitada
relevancia cuando la muerte y la convalecencia dependen de nuestras decisiones. Además,
si la medicina pierde la batalla por la curación, a menudo los doctores abandonan el
terreno desahuciando al paciente, que en lo sucesivo es un recuerdo de la derrota.
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una biopsia o un examen médico revelen una enfermedad grave, alguien que vive en el
presente a menudo descarta las contingencias aciagas: la actitud de “¿por qué
preocuparse?” se instala de un modo natural. Por el otro lado, una persona que proyecte su
vida en el futuro, sobre todo si es alguien que se preocupa o es consciente de las
probabilidades y de la dimensión de la situación, prácticamente puede asumir que el
paciente está muerto y enterrado antes de tener los resultados. Cuando algunas personas
caen presa de la angustia del dolor, los impedimentos, la debilidad o las náuseas, esa
experiencia desagradable no será sólo momentánea sino que la supondrán interminable,
mientras que otras que afrontan los mismos síntomas los vivirán como parte de una etapa
difícil que tendrá su fin. Si no se alivia el dolor, o la mente se ve asaltada por pensamientos
negativos y obsesivos, hay poco espacio para ocuparse de asuntos espirituales.
Momentos espirituales
Para atender al alma, la mente ha de aquietarse. Entonces como de una fuente
profunda en nuestro interior, podrán emerger los pensamientos, que a menudo no
compartimos con nadie. Cuando lo hacemos, el alma se asoma un momento al mundo
exterior, y ansiamos compartir sinceramente la profundidad a que nos aboca la
enfermedad. Si vamos a morir, nos preguntamos: ¿habrá tenido sentido nuestra vida?
¿Lamentamos algo de lo que hemos hecho o dejado de hacer? ¿Qué queremos hacer con el
tiempo que nos resta? ¿Importamos algo? ¿Nos importan algo los seres que han
compartido nuestra vida? ¿Existe Dios? ¿Hay un más allá? ¿Qué asuntos pendientes nos
reconcomen? ¿Qué pensamientos y recuerdos caídos en el olvido se nos hacen presentes?
¿Qué nos dicen nuestros sueños?
Al expresar cuitas y asuntos de esta naturaleza, desnudamos nuestra alma. En esos
momentos nos mostramos desguarnecidos, y muy a menudo, al referirnos a estos demás,
los demás tienden a silenciar apresuradamente nuestras palabras con una delgada capa de
tranquilidad, a la que respondemos retrayéndonos. Mostrar el aspecto espiritual de uno
mismo perturba a aquellos que habitan en aguas más calmas. Las preguntas de naturaleza
espiritual son aquellas que las personas adictas al trabajo, al alcohol o a actividades
frívolas conjuran mediante sus adicciones. No se atreven a ahondar en esas dudas, tal
como nosotros las expresamos.
En ocasiones nos sorprenden ensimismados, absortos en lo más recóndito de
nosotros mismos –en un recuerdo o pensamiento, una emoción, una intuición o un
razonamiento--, y alguien nos pregunta: «¿Qué estás pensando?». Entonces nos retraemos
tímidamente, o bien expresamos nuestros temores en voz alta, y nos es grato encontrar un
alma afín. Un amigo del alma es un santuario, alguien a quien podemos decir la verdad de
lo que sentimos, sabemos o percibimos. Cuando expresamos algo de profundidad
espiritual, los demás no pueden desdeñarlo. Minimizarlo, negarlo o tomárselo
personalmente; lo que decimos ha se ser acogido, escuchado, aceptado y sostenido, como
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en una matriz que pueda desarrollar y traer enteramente a la conciencia cuanto nos
importa y la imagen que tenemos de nosotros mismos
Esos momentos de calma, cuando la mirada parece interiorizarse, se manifiestan en
silencios elocuentes, momentos en los que entramos en comunión con nuestras
percepciones y pensamientos más recónditos o albergamos una sensación o imagen que
puede ser efímera; el ánimo oscila y, al tratar de apresarlo, lo que hemos aprehendido por
un instante puede desvanecerse como un retazo de sueño.
La premisa de este libro es que la enfermedad puede invocar al alma y que el reino
espiritual es semejante al sueño o la ensoñación, una fuente de sabiduría y significación
personal que puede transformar la vida y curarnos. Esto no quiere decir que la enfermedad
sea bienvenida. Sólo puede ser valorada retrospectivamente por aquellos para los que
supuso una experiencia espiritual, pero asumir esta perspectiva hará que su potencial
resulte más prometedor.
El restablecimiento de la salud del alma y del cuerpo puede darse o no
simultáneamente; puede advenir la curación y que el cuerpo no sobreviva. Después de
todo, la vida es una situación Terminal. La cuestión es cómo y cuándo moriremos, no si
hemos de morir. La enfermedad nos priva de nuestra vida y asuntos cotidianos y nos
enfrenta a grandes interrogantes y a la oportunidad de acceder a un conocimiento
espiritual que puede transformar la situación y a nosotros mismos. Las oraciones y los ritos
que cumplimos ayudan a concentrarnos y acceder a energías espirituales.
En un nivel espiritual podemos advertir claramente lo que importa y reconocer la
realidad de nuestra situación personal. Nos hacemos conscientes de que somos seres
espirituales abocados a una senda humana antes que seres humanos que pueden seguir
un camino espiritual. Reconocemos lo que es sagrado y eterno. Desde una perspectiva
espiritual, una enfermedad, aun terminal, es un indicio, una tapa liminal en la que nos
encontramos entre el mundo cotidiano y el mundo invisible.
Preguntas espirituales
Creo que en cada enfermedad concreta, así como en cada vida individual, las
preguntas espirituales son idénticas: ¿Qué hemos venido a hacer aquí? ¿Qué hemos
aprendido? ¿Qué hemos de curar? ¿Qué y a quién hemos amado? ¿Para qué estamos aquí?
Preguntas que tienen que ver con la esencia de lo que somos. Estoy convencida de que la
enfermedad es una llamada a la conciencia (algunos dirán que es una llamada al
despertar), que implica un descenso a las profundidades y una exposición a cuento
tememos. He visto cómo la enfermedad desenterraba los afectos y revelaba fortaleza de
carácter, y soy consciente de que constituye una oportunidad para el crecimiento
espiritual. O no. Creo que los cuentos y los mitos, los sueños y las experiencias místicas
pueden tornarse más vívidos durante las enfermedades, y que incorporar el conocimiento
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espiritual emanado de esas fuentes a la vida cotidiana hace que tanto la vida como la
muerte adquieran sentido.
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Todos los que acudieron a mi consulta para analizarse me hablaron de los temas
que más les afectaban. Contemplar la profundidad y envergadura de esta experiencia me
convenció de que a lo largo de toda la vida es imposible no verse directa o indirectamente
afectado por enfermedades potencialmente fatales o incapacitadotas: nos puede pasar y
nos pasará a nosotros o a quienes nos rodean. Tanto si somos el paciente o un testigo,
cuando la dolencia invade nuestro círculo íntimo provoca una tremenda conmoción. Las
enfermedades mortales condicen a los pacientes, a quienes los aman y a quienes lo tratan
al reino del espíritu.
Esas enfermedades a menudo nos toman por sorpresa. El cambio entre la salud y la
enfermedad puede suceder tan repentinamente que nos deja anonadados y sin palabras
ante la gravedad de aquello en lo que nos hundimos. El consejo de alguien familiarizado
con el tema quizá proporcione alguna orientación: imágenes y metáforas que reflejan lo
que concibo como un punto de partida para la reflexión o la base para un diálogo con el
otro en un nivel espiritual. Ya sea repentina o gradualmente, una enfermedad mortal tiene
el poder de destruir toda ilusión y mostrarnos lo que realmente importa, quizá por vez
primera en nuestras vidas.
Que la adversidad de la enfermedad, la proximidad de la muerte y el conocimiento
de que no controlamos la situación nos lleven a la esencia de las cosas significa acercarnos
al fundamente de lo que somos como individuos únicos y como seres humanos. Como en
los rayos X, donde los huesos son la parte más visible debido a que son los elementos más
duros e indestructibles del organismo, del mismo modo la adversidad revela las eternas y
por ello inalterables cualidades del espíritu.
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1
Para una versión más amplia acerca del mito, véase Jean Shinoda Bolen, Demeter and Persephone: The Abductión into the
Underworld. Boulder, Colorado: Trae Recordings, 1992, casete.
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Helms, estaba de cuerpo presente en un vídeo. En una entrevista grabada pocos días antes
de su muerte por sida, nos contó que en dos ocasiones había recibido la visita de un
hombre que había fallecido hacía poco y que parte de los presentes conocía. A pesar de
que Gary estaba físicamente muy deteriorado, se mostraba abierto, franco y muy
convincente. Afirmó que no estaba dormido y no sufría alucinaciones cuando aquel hombre
apareció en su habitación y le dijo que no se preocupara, que él estaría allí cuando muriera.
Gary le pidió, en in tono incrédulo, que volviera a aparecérsele. Dos días más tarde, cuando
se encontraba despierto y mentalmente lúcido, aquel hombre volvió a aparecer por un
breve espacio de tiempo; se mostró impaciente y reiteró que estaría allí cuando Gary
muriera, obviamente enfadado por tener que hacer esa visita extra, ya que tenía “otras
cosas de que ocuparse”.
2
Véase Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, Inanna: Queen of Heaven and Earth. Nueva York: Harper and Row, 1983, pp.
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identidad femenina. Con frecuencia es una etapa depresiva. El rostro que nos devuelve el
espejo nos es ajeno. «¿Quién es ésa?».
Inanna estaba desnuda y cabizbaja cuando penetró en el inframundo; en su
descenso había sido humillada y desprovista de sus atributos, pero la ordalía aún no había
concluido. Cuando se presento ante Ereshkigal, la reina del inframundo no se mostró
complacida con la visita. Llena de ira y condena, Ereshkigal contempló a Inanna con los
lúgubres ojos de la muerte y ésta cayó fulminada. Entonces colgaron el cuerpo de Inanna
de un gancho, y tres días más tarde empezó a descomponerse y ser convirtió en un
montón de carne putrefacta.
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hallazgos inesperados. Porque lo que en definitiva importa no es lo que nos ocurre, sino
cómo reaccionamos a ello; esa reacción puede cambiar drásticamente nuestra vida.
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hacerle una transfusión de sangre, y como quería que los demás contrajeran en sida, cabía
la aterradora posibilidad de contaminarse con su sangre. Las enfermeras llegaron a odiarlo
y temían los incidentes que podía provocar. Algunas incluso desearon que muriera. Sus
sentimientos negativos mostraban tal disonancia respecto a su comprensión intelectual
acerca de por qué se comportaba de esa manera y su propia imagen como profesionales y
personas íntegras, que cuando murió, solo y sin nadie que lo llorara, se sintieron culpables
y avergonzadas. Ambos hombres modelaron el final de sus vidas de acuerdo con su
reacción al haber contraído el sida y cómo trataron a quienes les rodeaban. El reguero de
sentimientos que había dejado tras de sí estaba directamente relacionado con esas
elecciones.
La elección del modo en que respondemos a lo que nos ocurre suele prevalecer, al
margen de la dificultad del camino recorrido. Cuando perdemos, es difícil determinar esta
elección, porque aun cuando hay un bloqueo mental, la personalidad tiende a permanecer
e influye en la reacción. Tampoco es sólo la circunstancia la que nos conforma. Los adultos
que han conservado la capacidad de amar, la esperanza y la fe y no se han convertido en
aquellos que abusaron de ellos en la infancia, de algún modo han recurrido a una gran
sabiduría interior y han elegido no hacer lo que les hicieron a ellos, no dejar de creer en sí
mismos y en los demás o sucumbir a la desesperanza o el cinismo y la autocompasión,
opciones que otros han adoptado en circunstancias similares y que menguan su aliento y
su alma. Las variaciones de las opciones respecto a cómo reaccionaremos y qué
llegaremos a ser como resultado de ello se nos presentan reiteradamente en el transcurso
de nuestra vida. Si nuestra personalidad y desarrollo espiritual ha sido modelado durante
largo tiempo, del mismo modo en que se trabaja la arcilla antes de introducirla en el horno,
entonces somos a un tiempo del artista y la obra. Somos un trabajo en plena evolución
hasta la pincelada final. El modo en que reaccionamos cuando sufrimos nos define
injustamente, y lo que hacemos cuando somos conscientes de que vamos a morir es
diferente si somos seres espirituales sinceramente comprometidos en una senda humana.
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Phil Head, «I Immediately Took Action», en Denis Wholey (ed.), When the Worst That Can Happen Already Has.
Nueva York: Hyperion Press, 1992, pág. 159
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Hay muchas buenas razones para el ingreso inmediato en un hospital, tales como
traumatismos debidos a accidentes, quemaduras graves, un probable infarto de miocardio,
hemorragias, pérdida de conciencia, accesos de fiebre virulenta; cualquier estado en el que
los cuidados inmediatos puedan suponer la diferencia entre la vida y la muerte. En el
hospital general del distrito de Los Ángeles, donde estuve como médica interna, llamaban
“manta roja” a cualquiera que llegara en un estado grave. De inmediato colocaban al
paciente en una camilla y lo cubrían con una manta roja (en realidad, una sábana rojo
claro), y un enfermero conducía suavemente la camilla hasta un ascensor directo a una
sala de ingresos. Cuando una manta roja llegaba a la planta, el paciente era
inmediatamente reconocido.
Por el contrario, hay mucha gente que acude a la consulta del médico presentando
síntomas que se han manifestado desde hace un tiempo, frecuentemente después de
haber tenido que esperar días o incluso semanas para la cita, y se les indica que han de
acudir al hospital de inmediato. Sumidos en un ambiente de temor y premura, no hay
tiempo para preparar a los demás, resolver algunos asuntos que de otro modo constituirán
serios problemas, recabar una segunda opinión, explorar posibles alternativas o prepararse
psicológicamente y espiritualmente para una empresa que pondrá a prueba el cuerpo y el
alma del paciente. Los médicos que infunden miedo, no discuten las opciones y se hacen
cargo del asunto en estados graves, normalmente dejan al paciente impotente a la hora de
trazar su propio camino. El temor a juicios por negligencia, el desconocimiento del paciente
como ser humano y el alcance económico de la cobertura del seguro pueden hacer que el
médico actúe con prudencia y que el paciente encuentre intolerable la situación.
Ése en un momento crítico. Acaso la decisión de ingresar de inmediato en un
hospital es la adecuada y eso nos alivie, pues teníamos la sensación de que no se prestaba
atención a algo bastante grave, cosa que ahora sí se hace. Acaso confiamos intuitivamente
en la decisión del médico. O bien, como suele ocurrir a veces, experimentamos una
resistencia interna, la sensación o intuición de que necesitamos más información, hacernos
cargo de la situación o resolver otros asuntos antes de ocuparnos de ella. Para el alma, y
seguramente también para el cuerpo, es importante si estamos preparados o no. Porque no
sólo hemos ingresado en un hospital, hemos emprendido un viaje espiritual que nos llevará
al inframundo.
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Una enfermedad grave nos sumerge en una etapa que resulta extraña y aterradora
para casi todo el mundo. Es un acontecimiento relevante que altera el curso de nuestra
vida y nos acerca a la posibilidad de morir o quedar impedidos. «Apretar los dientes» ―esa
expresión occidental relacionada con someterse a una operación absolutamente necesaria
en la que se carece de anestesia y en la que hay que reprimirse en lugar de gritar― 5 es lo
que nos urge metafóricamente. Implica tener el valor de afrontar la realidad o la posibilidad
de tener una enfermedad que quizá acabará con nuestra vida. Implica soportar el
tratamiento. Lo que aflige al cuerpo constituye una preocupación inmediata, pero la
necesidad de atender a lo que afecta al alma y no está en consonancia con nuestra vida a
menudo no se encuentra demasiado lejos. Toda situación médica grave ―un ataque al
corazón, una úlcera sangrante, hipertensión de riesgo, un tumor maligno― puede afectar
drásticamente a la psique atravesando los sucesivos estratos de la negación. Una
enfermedad puede enfrentarnos a lo que visceralmente sabemos acerca de nuestra
infelicidad a los impulsos autodestructivos que hemos desatendido o ignorado. En ese
momento de «apretar los dientes» no sólo se aplica al problema médico; consiste en
afrontar lo que está mal en otros aspectos de nuestra vida y qué debemos hacer al
respecto. Una vez que asumimos una verdad médica y nos plegamos a cuanto sea
necesario hacer para nuestra supervivencia, a menudo las barreras de otras verdades
también se desmoronan. Cuando esto ocurre, es como un heraldo del cambio que a
continuación operará en un nivel espiritual
Al enfrentarnos a una enfermedad mortal, normalmente reconocemos lo
insignificantes y triviales que resultan la mayor parte de nuestras preocupaciones
cotidianas. Acaso advirtamos que, en esta ocasión, nos liberamos de nuestras neurosis; lo
que importa, para variar, es lo que realmente es importante. «El cáncer puede suponer la
curación instantánea de la neurosis»; así es como lo expresaron en un congreso muchas
mujeres que superaron un cáncer de mama.
En este mismo encuentro, algunas mujeres que habían procurado cambios
sustanciales en sus vidas como resultado de un diagnóstico de cáncer, y que no sólo lo
habían superado sino que mostraban una salud espléndida, observaron que su enfermedad
era «lo peor y lo mejor que les había ocurrido». Hombres que eran adictos al trabajo,
agresivos y ambiciosos hasta que habían sufrido un ataque al corazón, y que aflojaron el
ritmo y se plantearon de nuevo su vida, venían a decir lo mismo. Como norma general,
esos hombres y mujeres observaron detenidamente lo que andaba mal en sus vidas y
actuaron con contundencia para abortar lo que les perjudicaba ―física y espiritualmente―,
5
Extraído de Jean Shinoda Bolen, The Myth of Eros and Psyche. Colorado: Sounds True Recording, 1992, casete.
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tras lo cual orientaron su vida hacia aquello que les proporcionaba aliento y apoyo,
también física y espiritualmente.
Quizá al fin cortaran toda relación disfuncional y espiritualmente agotadora con
personas narcisistas, dominantes, mezquinas, ofensivas o perpetuamente airadas, que
reaccionaron a la enfermedad mortal de acuerdo con su modo de ser egocéntrico. O quizá
al fin se liberaron de una autodestructiva adicción al tabaco, el alcohol o el trabajo.
Normalmente actuaron en su propio interés, pues eran conscientes de que su vida
dependía de ello. En estos casos, la enfermedad fue una llamada que los despertó y les
permitió enfrentarse a lo que padecían.
La lámpara y el cuchillo
Cuando conocemos la verdad, la mente —el alma—precisa de estos dos símbolos, la
lámpara y el cuchillo, para actuar con contundencia. La lámpara simboliza la iluminación, la
conciencia, el medio para ver una situación con claridad. El cuchillo, como la espada, es un
símbolo de la acción resuelta, de la capacidad de atajar la confusión y cortar las ataduras
cuando sea necesario. La lámpara sin el cuchillo es ineficaz: implica el conocimiento de una
situación sin la capacidad de actuar de acuerdo con esta percepción. Normalmente, si no
podemos actuar de acuerdo con lo que sabemos, mengua la claridad: es incómodo ser
conscientes; la adaptación, la racionalización y el rechazo operan contra el estado de
conciencia.
Tras ser diagnosticada de cáncer, una mujer tuvo la intuición de que su vida
dependía de cortar los lazos con muchas personas que suponían un lastre; se reunió con
cada una de ellas para anunciarles su enfermedad y, con tacto y una claridad que no
dejaba lujar a dudas, decirles que ya no dispondría de tiempo para conversar por teléfono o
quedar con ellas. Después del diagnóstico, a otra mujer le fue posible distanciarse de su
madre egocéntrica y superar la culpa de las acusaciones que esa relación le reportaba. A
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Transcripción de Jean Shinoda Bolen, The Myth of Eros and Psyche. Boulder, Colorado: Sounds True Recordings, 1992, casete.
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una tercera mujer le resultó evidente que su vida dependía de divorciarse de su marido;
por primera y última vez escuchó una enérgica voz interior que le decía: «Tienes que
divorciarte». Esto le ocurrió cuando se encontraba en la consulta del médico para recibir
los resultados de una biopsia que confirmó que tenía cáncer.
Las personas que han de cambiar o liberarse de relaciones difíciles, perniciosas o
destructivas necesitan del conocimiento seguido de una acción contundente: la lámpara y
la espada. Antes del diagnóstico, muchas de estas mujeres tenían la lámpara pero no la
espada; eran conscientes de mantener relaciones que suponían un gran perjuicio para
ellas, pero no se sentían legitimadas para actuar de acuerdo con ese conocimiento. A
menudo las mujeres se someten al imperativo emocional o las intimidantes exigencias de
los demás, unidas a una incapacidad de decir «¡No!». Esas personas nos consumen, nos
vampirizan; hay un desgaste emocional y físico, en tiempo y energía. El resentimiento
aumenta cuando lo sabemos, pero no lo denunciamos ni actuamos para alterar el rumbo o
romper esas relaciones. Mantenerlas proyecta un efecto depresivo en nuestro ánimo y
bienestar, y ello puede debilitar nuestro sistema inmunológico y reducir nuestra
resistencia a la enfermedad.
Sabiduría interior
Hay momentos cruciales en los que la muerte o la salud se mantienen en un
delicado equilibrio que puede escorarse en cualquier dirección. En esos momentos, atender
a lo que sabe el alma a lo que le es necesario al cuerpo puede ser decisivo. Hay una
sabiduría interior que conoce estos asuntos y de la que nos hacemos conscientes a través
de poderosas intuiciones, como la gnosis o el autoconocimiento, como una certeza interior
que escapa a toda lógica, o incluso como una voz reconocible; es lo que sabemos en lo más
profundo de nosotros mismos.
Los mitos y los símbolos residen en el lenguaje del alma. Untito nos ayuda a
comprender una situación y saber qué tenemos que hacer: si se trata de aprehender la
verdad y actuar de acuerdo con ella, la imagen de Psique con su lámpara y su cuchillo nos
proporciona una perspectiva mítica. Un objeto simbólico puede convertirse entonces en un
talismán que nos ayude a hacer lo que tenemos que hacer. Por ejemplo, yo conservo una
espada hermosamente labrada con una empañadura de plata y una hoja de cristal de sólo
cinco centímetros de longitud. Puedo depositarla en la palma de la mano y contemplar
mentalmente lo que simboliza para a continuación trasladarlo a una situación en la que
necesito recurrir a esas cualidades. Cuando le entregué una espada parecido a una amiga
mía para que la llevara con ella, lo hice para darle el apoyo que ella necesitaba para lo que
iba a emprender. Si un símbolo se presenta con palabras que transmiten la intención del
regalo, el momento y el objeto se cargan con un significado ritual. Como pasar una
antorcha, son rituales que nos otorgan un poder mediante un acto que tiene un sentido
más profundo. Pensar y actuar de este modo supone un pensamiento mágico y metafórico
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que puede hacer emerger cualidades que yacen en nuestro ser profundo y acaso
descubran fuentes de ayuda más allá de nosotros mismo, como la oración.
La necesidad de decir no
En el mito, el cometido final de Psique implicaba descender al inframundo y
regresar. Llevaba un bizcocho en cada mano para el Cerbero, el temible perro tricéfalo; uno
para que la dejara entrar en el reino de Hades, otro para que la dejara salir. Llevaba
monedas para el barquero Caronte, el pago por cruzar la laguna Estigia y volver, le
advirtieron que le pedirían ayuda y que no debía ofrecerla. Por el contrario, debía hacer
oídos sordos a la compasión, negarse y continuar el camino. En tres ocasiones oyó súplicas
de ayuda: un anciano decrépito como un asno tullido le pidió que recogiera algunos leños
que se habían desprendido de su carga; más tarde, un muerto que no disponía de la
moneda para entregar al barquero y que se encontraba flotando en la laguna Estigia alzo
sus manos intentando aferrarla, suplicándole que le ayudara a cruzar al otro lado; por
último con la vista cansada le pidieron que se detuviera y las ayudara a tejer. Suponemos
que las tres veces se vio impelida a ayudar, pero en cada ocasión siguió el consejo
recibido, volvió su corazón inmune a la compasión, dijo “no” y continuó su camino.
Si se hubiera parado para ayudar, habría tenido que dejar el biscocho que llevaba
en la mano. Aunque puede parecer una pérdida minúscula, sin él no hubiera podido volver
a ver la luz del día, porque sin este segundo bizcocho no hubiera logrado amansar al
temible perro tricéfalo y no habría podido abandonar el inframundo. Si hubiera sido capaz
de negarse, habría perdido lo que necesitaba para realizar su viaje y regresar.
Cuando nos encontramos gravemente enfermos o estamos convalecientes como
resultado de una operación, de la radioterapia, quimioterapia o cualquier otro trastorno que
altere la salud y suponga un riesgo para nuestra vida, nos encontramos en el inframundo.
O quizá nos toque acompañar a un ser querido a través de los infiernos, y necesitamos
todos nuestros recursos. La necesidad de conservar nuestra fuerza, de no ir más allá de
nuestros límites en esos momentos, es un consejo que nos conviene adoptar. El mito de
Psique nos lo explica de un modo más profundo que cualquier interpretación racional,
sobre todo cuando —como a menudo ocurre— las personas que nos vacían y nos agotan
nos mantienen en la relación a través de la culpa y dando por supuesto que son
responsabilidad nuestra.
La hora de la verdad
Cuando atravesamos el inframundo existe la posibilidad de que no regresemos su
no nos apegamos a lo que nos es necesario. Si nos involucramos en este aspecto del mito
de Psique, somos conscientes de que la diferencia entre volver a la salud física, psicológica
y espiritual depende de muy poco. Como le ocurre a Psique, puede que nos pidan que
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
hagamos algo que aparentemente supone una pequeña inversión en tiempo y energía, y
quizá nos sintamos obligados a ayudar movidos por la compasión y porque nos sentiremos
mezquinos y egoístas (culpables) si respondemos negativamente. No se trata de algo
trivial; es la hora de la verdad. Atenernos al mensaje del mito cuando sabemos que esto es
cierto (y sin embargo nos angustia tener que justificarnos ante los demás) tal vez resulte
factible si imaginamos que somos Psique en su descenso al inframundo y nos hacemos
conscientes de que nuestro regreso depende de que endurezcamos nuestro corazón y
neguemos nuestro apoyo a quienquiera que sepamos que mermará nuestro aliento y nos
arrebatará la energía y el optimismo que no estamos en condiciones de perder.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
deparaban sus respectivas vidas. Era extenuante. Aunque no quería hablar de sí misma, no
quería quedarse rechazando las visitas, pero urgía adoptar una resolución. Con un
sentimiento de ecuanimidad para sopesar lo que era propicio o lo que no, tomó una
decisión y el resultado fue extraordinario.
Lo que se resolvió a hacer se adaptó a las necesidades de su personalidad y a su
situación de una manera muy hermosa. Apreciaba la soledad, sobre todo por la mañana, y
en esos momentos carecía de la habilidad para confortar a los demás. Conocía bien a
algunos miembros de su congregación y les había aconsejado y había rezado con ellos
cuando atravesaban dificultades. Aunque no quería hablar de sí misma, sabía que rezar
juntos o permanecer unidos en un nivel espiritual supondría un beneficio mutuo. Otra
consideración tenía que ver con sus fuerzas. Recibir largas visitas, o la visita de más de una
persona, y conversar aunque fuera sólo un poco la agotaba. A partir de estas
consideraciones, expuso sus necesidades, que fueron bien recibidas por quienes se
preocupaban por ella.
A tenor de sus peticiones, la dejaban sola por la mañana. Nadie la molestaba. La
visitaban por la tarde, por espacio de media hora; la saludaban con un abrazo, tomaban
una taza de té y oraban con ella en silencio. Ella los aguardaba y entraban en una
habitación imbuida por el sosiego; compartían unos momentos beatíficos, llenos de cariño.
Cada día venían dos personas, normalmente por separado y de acuerdo con unos horarios
preestablecidos, ya que la programación era parte de la solución.
Escuchar la experiencia de esta mujer sugiere la posibilidad de actuar de igual
modo: si ella pudo hacerlo, ¿por qué no nosotros? Su historia me ha hecho pensar en qué
haría yo si estuviera convaleciente o sometida a terapias agotadoras. La idea de tener que
fingir con las visitas estando enferma es más de lo que puedo tolerar. En lugar de
conversar, cosa que me resultaría extenuante, pediría a alguien que me leyera en voz alta
algún párrafo de un libro querido. Pediría que sostuvieran mi mano y meditaran y oraran
conmigo, en silencio; como la mujer sacerdote, también soy consciente de lo reconfortante
y benéfico que supone recogerse juntos en el silencio de la oración y la meditación. Si
necesitara curar una parte de mi organismo, pediría a ciertas visitas que aplicaran sus
manos en esa zona, pues sé que el amor es curativo, y que las personas, los animales y las
plantas medran y sanan cuando reciben caricias. Me gustaría que mi visión estuviera
ungida de belleza, y dejar espacio para el humor, la risa, las caricias, la música, la oración;
para el espíritu.
¿Qué es lo que tú quieres? ¿Qué te ayudará a sanar? ¿Puedes pedirlo? ¿Exigirlo?
¿Puedes negarte a aquello o aquellos que expolian tu fuerza, y procurarte lo que es
propicio? ¿Acaso tu vida presente, y por supuesto la calidad de la misma, depende de
elegir lo que estimule tu alma con tu tiempo y energía? Si te encuentras en el inframundo
de una enfermedad, entonces estás en esa etapa del viaje en la que has de rechazar
aquello que no quieres hacer y que supone un lastre en tus mermadas fuerzas, rechazar
todo cuanto percibes como intuitivamente nocivo o inadecuado en ese momento; has de
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
adoptar decisiones acerca de los médicos y los tratamientos que más de convienen. La
facultad de actuar como un guerrero, en tu propio beneficio, quizá empiece con decisiones
que atañen a tus visitas y de ahí al conjunto de tu vida.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
rito fue en verdad admirable. Inspirándome en el título del libro de Alice Walter, pensé que
sus cicatrices quirúrgicas eran como los “estigmas del guerrero”
Las penalidades moldean nuestra alma; son lecciones que nos enseñan a
conocernos mejor y pueden imbuirnos de una apertura espiritual que nos haga más
humanos de lo que éramos. El modo en que respondemos a circunstancias inesperadas e
impuestas —tales como las que nos depara el diagnóstico y la urgencia de una operación—
nos templa tanto o más que la propia adversidad.
Una vez afrontamos lo que está mal y nos preparamos para actuar, adoptamos el
mito de Psique como referente, así como su lámpara y su puñal. Al igual que ella, una vez
que estamos decididos a conocer la verdad y nos preparamos para actuar con
contundencia, no hay vuelta atrás aun cuando las dudas y penalidades nos abrumen. En el
transcurso de una enfermedad y su tratamiento o los ingresos en el hospital que
constituyen bajadas al inframundo, acaso encontremos, como Psique, inesperadas fuentes
internas de valor, fuerza y sabiduría en el momento en que nos son necesarias. Las
cualidades halladas, las lecciones aprendidas, los cambios de actitud o las alteraciones que
derivan de sobrevivir a una enfermedad mortal proyectan entonces su eco en todos los
aspectos de la vida de una persona.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Cuando Inanna descendió a los infierno atravesando las siete puertas, la altanera y
poderosa diosa entró desnuda y haciendo una reverencia, miró a los lúgubres ojos de la
muerte y cayó abatida. Colocaron su cadáver en un gancho para que se pudriera. Se
convirtió en un jirón de carne en descomposición. Esto es una metáfora de lo que se siente
cuando nos humillan y abaten y nos dejan impotentes, sin ilusiones, cuando nos sentimos
vulnerables y rechazados, una mera carroña. Hay etapas de la enfermedad en la que la
gente se siente como Inanna colgada del gancho, cuando el nivel celular tumoral, infectado
o disfuncional de su ser impregna el alma, y se sienten como cadáveres en
descomposición. Esta sensación la comparten muchos de los que, en el duro trabajo que
realizó como analista junguiana, bajan psicológicamente al inframundo para descubrir el
germen de la ansiedad o de una depresión crónica.
Esa situación también se refleja poderosamente en la experiencia de mujeres y
hombres que han mantenido relaciones perniciosas que los han despojado de su
autoestima y de sus defensas psicológicas. Hay malos tratos físicos, emocionales y
espirituales en las relaciones nocivas, y las más perversas de ellas pueden suponer un
riesgo serio para la vida. La necesidad de romper la relación y la dificultad inherente a ello,
junto al esfuerzo por recuperar el equilibrio psicológico y no recaer, guarda muchas
semejanzas con lo que conlleva restablecerse de una enfermedad. Vivir con una
enfermedad crónica como la diabetes o la hipertensión, cuando escapa a nuestro control y
se agudiza en crisis peligrosas en las que se suceden los ingresos en urgencias, comporta
cierto parecido —en el nivel espiritual— con la persona que tienen reiterados y
progresivamente devastadores encuentros con el alcohol. Tocar fondo, de una u otra
manera, es una caída en el sufrimiento.
Cualquiera que padezca un tumor o una enfermedad crónica, sea alcohólico, sufra
una enfermedad mental o un traume puede identificarse con Inanna en esta fase del mito.
Quizás te has sentido deprimido y ansioso antes de caer enfermo. O antes te has sentido
psicológicamente desprotegido y humillado, y los síntomas de la enfermedad han
desalentado aún más tú ánimo. Con el organismo enfermo, tal vez adviertas que las células
de tu cuerpo mueren y se pudren. Y acaso la enfermedad logrará lo que no pudo la
angustia psicológica: provocar el descenso a tus propios abismos psicológicos para reunirte
con tu dolor, los lamentos y la ira que hay allí; en ese lugar de la mente en el que un
hombre o una mujer es a un tiempo la doliente Inanna y la doliente Ereshkigal.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Sin embargo, ¿por qué emprendió Inanna este descenso? ¿Qué la empujó a
abandonar el empíreo en el que era la reina del Cielo y de la Tierra para bajar al
inframundo? Cuando llamó con fuerza a la puerta de los infiernos y exigió que le abrieran,
el guardián le preguntó quién era, y ella respondió: «Soy Inanna, la reina del Cielo, y voy de
camino a Oriente». Cuando aquél inquirió: «¿por qué tu corazón te ha hecho emprender un
camino del que no regresa viajero alguno?», Inanna replicó: «Por mi hermana Ereshkigal».
Una vez supo que su hermana, la diosa Ereshkigal, sufría y estaba de luto, Inanna se vio
impelida a emprender ese descenso, a ser testigo de ello.
Trasladado a un contexto médico, la razón de Inanna para iniciar su baja al
inframundo ignorando la causa es como cuando nos informan de que algo no va bien en
nuestro organismo —«Ereshkigal está sufriendo» puede traducir un hallazgo sospechoso
en un chequeo médico rutinario, o un descubrimiento que no podemos ignorar— y nos
sentimos apremiados a atravesar las puertas del hospital, la clínica, el laboratorio de
análisis o la consulta del especialista para someternos a las pruebas necesarias para el
diagnóstico y al tratamiento.
La razón por la que Inanna emprendió su viaje es metafóricamente idéntica a la que
tiene una persona que entra en la consulta de un psicoterapeuta: la necesidad de conocer
lo que yace bajo el nivel normal de la conciencia, descubrir qué aspecto de ella misma es el
que padece, sumergirse profundamente en la aflicción y el dolor que mana de los infiernos.
Llamar a mi consulta para emprender un dilatado proceso psicológico es llamar a la puerta
del inframundo. Pesadillas, sueños recurrentes, pensamientos reprimidos, imágenes e
impulsos, angustia incisiva, depresión, incapacidad de reconocer las propias emociones,
infelicidad profunda… son algunas de las razones para emprender el descenso, gracias al
cual podemos convertirnos en testigos, sentir, conocer, recordar y lamentar lo que
subyace. A pesar de lo constrictivas que resultan las razones para iniciar ese viaje, a
menudo la gente se resiste empleando sus adicciones al trabajo, sus relaciones, la
actividad física, la televisión, el alcohol u otras estrategias evasivas para impedir el
descenso, pues todos ellos son métodos que mantienen a raya la conciencia del dolor. A
menos que los síntomas psicológicos nos inhabiliten de tal modo que no podamos
continuar con nuestra vida normal, es posible resistir. No obstante, la enfermedad mortal
nos expulsa de la realidad ordinaria y nos conduce al inframundo. A partir de ahí el
descenso ya no es algo que podamos elegir.
Inanna le dijo al guardián que se encontraba de camino a Oriente, lo cual parece
una curiosa observación si lo que deseaba era penetrar en el inframundo; sin embargo,
tiene un sentido simbólico. El amanecer llega cuando el sol se alza en el Oriente, y por lo
tanto éste representa el renacimiento, la fragilidad de una nueva vida, la inocencia y la
esperanza. La bajada al inframundo conduce a la persona al reino de la muerte, la
metamorfosis y la resurrección. En el descenso se producen muertes simbólicas: la muerte
de parte de la vieja personalidad o la anterior identidad, en fin de una ilusión o esperanza
concretas. En la bajada, algo que hemos ocultado en la mente puede desenterrarse y
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
los hombres se decantan por el poder y el control sobre los demás, y las mujeres tienden a
buscar la aprobación ajena.
La configuración Inanna-Ereshkigal deriva de infancias en las que el
comportamiento, la apariencia y la aprobación social se tomaban en serio y era factible
alcanzarlos. Estas mujeres articulan modos de granjearse el reconocimiento: desde el
modo en que visten y se acicalan, gracias al que son aceptadas socialmente y acceden a
matrimonios opulentos, hasta el mundo laboral, desde sacar buenas notas hasta el éxito
profesional: el reconocimiento remite a la personalidad Inanna. Sin embargo, sus
experiencias de desamor (y esto también se aplica a los hombres), de ser el receptáculo
del abuso y la negligencia de sus padres, de no ser amadas por sí mismas, pueden
condensarse en la figura simbólica de Ereshkigal. Aparentemente muestran la superficie de
Inanna, y ocultan su infelicidad como Ereshkigal en el inframundo. Hasta que no
emprendan el descenso, la silenciada Ereshkigal puede resultarles tan ajena como al resto
del mundo.
La enfermedad hace imposible continuar siendo Inanna. Al atravesar las puertas y
ser despojada de sus atavíos, ya no hay manera posible de mantener la apariencia y la
ilusión y seguridad que ofrecen la posición y los propios méritos; desnuda, encorvada,
sintiéndose como un montón de carne pútrida ensartada a un gancho, una mujer que ya no
puede ser Inanna empieza a convertirse en Ereshkigal y descubre el odio que abriga hacia
sí misma, la hostilidad, el dolor, el sentimiento de inferioridad y la ira que hasta ese
momento no se había permitido sentir y reconocer. La furia de Ereshkigal arremete contra
la situación. La rabia, el pánico y la pesadumbre emergen en oleadas y la invaden
completamente. La ira evoluciona desde el «¡No merezco esto!» hasta «¡Yo tengo la
culpa!». Se siente rabia por la injusticia, rabia hacia uno mismo, rabia hacia los demás que
continúan viviendo sus vidas normales. Morir provoca pánico, así como el dolor o la
posibilidad de quedar desfigurados; que la propia vida se vea irremisiblemente alterada
aboca a un estado de abatimiento. Ereshkigal se lamenta en su dolor. Una vez que las
“buenas mujeres” ven cómo el precipicio se abre bajo sus pies, se les caen las lentes y
advierten la indiferencia y el egoísmo ajenos, y empieza a embargarles la ira. Pero
expresar estos sentimientos resulta incómodo: son emociones incompatibles con su
apariencia de “buenas mujeres”. Asimismo, temen alejarse de las personas de las que
dependen, sobre todo ahora que están enfermas y tienen miedo. Por lo tanto, la recién
descubierta ira se expresa o se reprime intempestivamente: en un momento dado, la mujer
está furiosa; poco más tarde, ahoga sus emociones o las proyecta sobre sí misma y se
deprime o sucumbe a la impotencia. En el ínterin, se suceden las citas con el médico, los
trámites, la toma de decisiones, y la vida que continúa hasta que hay que hacer frente a
las consecuencias del diagnóstico y el tratamiento. El punto más bajo lo constituye el
hecho de no poder seguir siendo Inanna y ser, en cambio, una airada y doliente Ereshkigal,
tanto en el mito como en la vida de las mujeres que padecen una enfermedad mortal.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
todos se enteraran, elevó quejumbrosas, tocó el tambor en las asambleas y fue a pedir
ayuda a los dioses primigenios. Se prosternó ante cada uno de ellos, diciendo: «No dejes
que tu hija Inanna parezca en el inframundo». Los dos primeros dioses a los que acudió no
quisieron que los apuros de Inanna les turbaran, y reaccionaron airados ante la sola
petición de ayuda. El tercer dios se sintió afligido y confuso, quiso escuchar lo que le había
ocurrido a Inanna y actuó de inmediato, de un modo curioso. Se limpió la parte inferior de
las uñas y extrajo la mugre y las virutas, o lo que allí hubiera, y modeló dos pequeñas
criaturas. Carecían de sexo y podían volar y atravesar, inadvertidas, las siete puertas,
colándose por diminutas grietas; eran demasiado pequeñas como para ser descubiertas,
acaso del tamaño de moscas. El dios entregó a una de ellas unas gotas de néctar de la
vida; a la otra le dio unas migajas de ambrosía. Les advirtió de que encontrarían a
Ereshkigal lamentando su dolor, «gritando como una mujer dando a luz», desnuda con los
pechos descubiertos y el cabello enmarañado, y que debían responder compasivamente a
esos lamentos.
Cada vez que Ereshkigal aullaba de dolor: «¡Ay, mis entrañas!», las criaturas
aullaban: «¡Ay, tus entrañas!». Cada vez que gritaba: «¡Ay, mi piel!, », ellas respondían:
«¡Ay, tu piel!». Cuando vociferó: «¡Ay, mi espalda! ¡Ay, mi vientre! ¡Ay, mi corazón! ¡Ay, mi
pecho!», ellas replicaron aullando, gimiendo y suspirando con una extraordinaria virulencia,
y al hacerlo presenciaron y compartieron su dolor, hasta que por último éste se
desvaneció, y a partir de ese momento Ereshkigal dejó de ser la diosa iracunda y lúgubre
cuya sola visión ocasionaba la muerte. Por el contrario, ahora se mostró agradecida y
generosa. Los agasajó con magníficos presentes; ante cada uno, ellos respondían: «No es
esto lo que deseamos», hasta que ella se rindió y dijo: «Entonces, decidme, ¿qué es lo que
queréis?». Replicaron que se llevarían «el cadáver que cuelga de un gancho en el muro».
La agradecida Ereshkigal les entregó el cadáver en descomposición que había sido Inanna.
Uno de los emisarios vertió las gotas de agua de la vida en sus labios muertos; el otro le
hizo ingerir las migajas de ambrosía. Así, Inanna se levanto de entre los muertos, dispuesta
a abandonar a Hades y regresar al empíreo.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
8
Susan Weinwe y Helene Smith. «A Tale of Two Sisters», en Ways of the Healer, Fall 1994/Winter, 1995. San
Francisco: Program of Medicine & Philosophy, California-Pacific Medical Center, pág. 8-10.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Las diminutas criaturas andróginas que atravesaban volando las puertas alcanzaron
a Ereshkigal, cuyo sufrimiento le confería el aspecto de una parturienta; asistieron a su
dolor y no lo ridiculizaron, ni indagaron en su naturaleza, tampoco la acusaron ni le
restaron importancia. Tan sólo mostraron compasión y permanecieron con ella. En
presencia de la aceptación y la misericordia, el dolor y la ira de Ereshkigal se transformaron
en gratitud y, gracias a ello, Inanna pudo volver a la vida.
Sin embargo tal como le dijeron los jueces del Hades: «Nadie regresa del
inframundo sin estigmas».
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
V . EL DESMEMBRAMIENTO DE PROCUSTO
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
*
En el original, re-membering, juego de palabras intraducible que alude al hecho de recordar y de re-member, esto es, reunir o
recuperar los miembros que hemos perdido o nos han cercenado, en un ejercicio de síntesis y unidad. (N. del T.)
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
cumplamos las promesas que nos hicimos a nosotros mismos o a los demás. Las buenas
intenciones carecen de sentido cuando tal vez perdamos la vida o no recuperemos la salud.
En salas de espera y habitaciones de hospital, en largas noches de sueño intermitente,
aparecen las imágenes y los recuerdos; emergen pensamientos y emociones. Tal vez nos
invada el remordimiento, el pesar y la ira por el modo en que hemos vivido nuestra vida, o
la manera en que nos hemos privado de vivirla. Nos desconsuelan las personas y pasiones
de las que nos separamos porque eran inconveniente y que frustramos porque no estaban
en consonancia con nuestras ambiciones, o bien reprimimos en medio de cambios
profesionales y personales. O tal vez las hemos sacrificado para conservar la tranquilidad, o
evitar los celos, la envidia, el temor o el resentimiento de nuestra pareja o de nuestros
padres.
Una enfermedad mortal puede desenterrar los aspectos cercenados de nuestro ser
que fueron arrancados y depositados en el inconsciente. Para muchas mujeres, sobre todo
las que han sufrido depresión o ansiedad, o han padecido adicciones al trabajo, al alcohol o
cualquier otro elemento que haya frustrado sus emociones, el encuentro con Ereshkigal
resulta potencialmente transformador. Ereshkigal no era agradable ni acogedora. Sufría.
Estaba endurecida y podía dispensar la muerte a quien se aproximara; rasgos y emociones
que las mujeres y los hombres de pro reprimen y ocultan a los demás y a sí mismos.
Cuando presenciaron su padecimiento y la escucharon y atendieron compasivamente, se
operó un cambio. Se volvió agradable y generosa, capaz de ofrendar regalos opulentos.
Ereshkigal es poderosa. Asumir sus poderes confiere a la persona el don de la firmeza a la
hora de imponer premios y castigos.
Asumir a Ereshkigal
Una mujer que reconoce a su Ereshkigal interior y recupera las emociones y
facultades que había reprimido y enterrado, emerge metamorfoseada del inframundo, tal
como hizo Inanna. Al volver a la vida, la resucitada Inanna ascendió al mundo superior
lastrada por los demonios que se adhirieron a ella, prestos a saltar y reclamar a quien ella
señalara para volver con ellos y ocupar su lugar en el inframundo.
La primera persona con la que se encontraron fue la fiel Ninshubur, vestida de
arpillera. Los demonios dijeron: «Vamos, Inanna, nos llevaremos a Ninshubur en tu lugar».
Inanna replicó: «¡No, Ninshubur es mi firma alidada!». En primer lugar describió su
sabiduría y sus virtudes marciales. Luego enumeró cuanto había hecho por ayudarla, y por
último espetó a los demonios: «He vuelto a la vida gracias a ella. Jamás os entregaré a
Ninshubur».
A continuación, Inanna y los demonios encontraron a sus hijos Shara y Lulal. Ambos
vestían de arpillera, y estaban de luto por su madre. Los demonios se dispusieron a
llevarse ora a uno, ora al otro. Inanna les explicó quiénes eran y que no renunciaría a ellos.
Por último, llegaron a su ciudad, y allí encontraron a su marido, Dumazi, vistiendo
magníficos atavíos y sentado en el trono (desde Lugo, no estaba de luto por su esposa).
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
El paciente excepcional
Trasladando el mito a la experiencia cotidiana, una enfermedad mortal tal vez sea el
medio a través del cual nos hagamos conscientes de la cólera y el discernimiento. Podemos
decir que ha tenido lugar una transformación cuando las cualidades simbolizadas por
Ereshkigal dejan de estar cercenadas y las emociones y percepciones no se mantienen al
margen de la conciencia sino que se manifiestan y se admiten. Ya no reprimimos la cólera
ni la transmutamos en depresión, no disimulamos la dolorosa realidad bajo el manto de
adicciones que entumecen nuestra capacidad sensible. El resultado final es una persona
que expresa sus emociones y actúa en su propio interés.
Éstos son los rasgos que el doctor Bernie Siegel, en su libro Love, Medicine and
Miracles, considera necesarios para llegar a ser “pacientes excepcionales”, aquellos
pacientes con enfermedades graves que tienen más probabilidades de mejoría. También
son los pacientes que los médicos consideran difíciles o problemáticos porque hacen
preguntas, expresan sus emociones y se vuelven especialistas de su propia dolencia9.
Siegel describe tres tipos de pacientes. Define a un 15 o 20% de los mismos como
personas que consciente o inconscientemente desean morir. Son personas que de algún
modo dan la bienvenida al cáncer u otra enfermedad grave como un remedio para sus
problemas. No muestran síntomas de preocupación cuando reciben el diagnóstico. Mientras
el doctor lucha por restablecerlos, ellos se resisten y se empecinan en morir. Si les
preguntas cómo se encuentran, responden que bien. Si inquieres qué es lo que les pasa, te
dirán que nada.
La mayor parte de los pacientes caen dentro de la media, en torno a un 60 o 70%.
Siegel los describe como personas que tratan de satisfacer al médico. Los integrantes de
este grupo hacen lo que se les dice, a menos que el médico sugiera un cambio drástico en
su modo de vida. Nunca cuestionan las decisiones médicas ni vuelan con sus propias alas.
En el extremo opuesto está el 15 o 20%, constituido por los pacientes
excepcionales. Quieren conocer cada detalle de sus informes de rayos X, el significado de
cada cifra en las copias impresas de sus pruebas de laboratorio, todas las opciones que
9
Bernie S. Siegel. Amor, medicina milagrosa. Madrid: Espasa-Calpe, 1993
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
tiene su tratamiento, por qué se recomienda una opción concreta y cuáles son los efectos
secundarios. Buscan otras opiniones e indagan alternativas. Se involucran en el proceso de
su mejoría; harán todo lo que crean que redunda en su beneficio y resulta factible. Se los
puede encontrar en grupos de apoyo, meditando, buceando en sus recuerdos, inmersos en
psicoterapias, desinhibiéndose, cambiando su modo de vida y alterando su dieta. Son
activistas de su propia causa; los mueve la creencia de que su implicación puede resultar
decisiva en el desenlace de su enfermedad.
Siegel hizo balance de las investigaciones que poyaban estos hechos. En un estudio
de treinta y cinco mujeres con metástasis de cáncer de mama, las supervivientes a largo
plazo mantenían pésimas relaciones con los médicos, a juzgar por lo que éstos afirmaban;
los bombardeaban a preguntas y expresaban sus emociones. En otro estudio, los pacientes
“malos” y agresivos tendían a generar más linfocitos T —los agentes que destruyen las
células cancerígenas— que los pacientes “buenos” y dóciles. Un tercer informe mostraba
un promedio de supervivencia de diez años en el 75% de los enfermos de cáncer que
reaccionaron al diagnóstico con espíritu combativo, comparando con una tasa del 22% de
supervivencia entre lo que respondieron con una resignación estoica o con sentimientos de
impotencia y desesperanza.
Gratitud e integridad
Recuperar partes de nosotros mismos que reprimíamos cuando no gustaban a los
demás tienen que ver con convertirnos en una persona íntegra dotada de un amplio
espectro de emociones, con capacidad de discernir y escoger, y de expresar lo que
sentimos y actuar de acuerdo con ello. Como resultado, aprendemos a confiar en lo que
nos es válido o propicio.
Una enfermedad mortal puede abocarnos a un cambio drástico en el sentido de
nuestra vida. Puede trazarnos un rumbo personal en lugar de emprender el viaje a Atenas
con sus convenciones colectivas procusteanas. Cuando evitó la muerte a los treinta y cinco
años, una médico con la que compartí residencia interna en el Hospital General de Los
Ángeles consideraba cada año de su existencia ulterior como un regalo que le había hecho
la vida. Hasta entonces, había pasado la mayor parte de su tiempo saturada de trabajo,
primero como estudiante de medicina, luego como estudiante en prácticas y especialista
en medicina interna, y más tarde como radióloga. Había pasado más tiempo en los
hospitales que en ningún otro lugar, había prestado escasa atención a otros intereses o
aptitudes y no se había casado. Ahora empezó a vivir la vida.
Cuando era posible, prefería el tiempo libre al dinero, y como tenía compañeros de
profesión dispuestos a sustituirla, pasaba los veranos en Maine dedicada a trabajar la
arcilla, a esculpir y hacer lo que le apetecía en su torno de alfarero. Ahora se consagraba a
lo que realmente quería, concentrándose y modelándose como modelaba la arcilla, en
lugar de dejarse atrapar por la ambición profesional. Viajó mucho, consciente de que esa
oportunidad formaba parte del suplemento de tiempo que aún se dilataba. Y cultivó una
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
vida interior modelada por su conciencia y la familiaridad con la muerte. Antes de morir,
vivió quince maravillosos años.
Las personas que, como ella, han aprendido un descenso, y por lo tanto son
conscientes del valor de la vida interior y la cercanía del otro mundo, incorporan ese
conocimiento a su vida consciente. El alma les habita, y de algún modo los demás perciben
la sinceridad que la aureola. Aun en sus últimos meses de vida, los amigos que la visitaban
pensando que tendrían que animarla de pronto descubrían que no sólo no era necesario,
sino que su compañía les reconfortaba. Se acercó a la muerte con serenidad.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Círculos curativos
En un retiro reciente, me senté en círculo con veintiséis mujeres, veinte de las
cuales luchaban contra el cáncer; todas ellas atravesaban grandes cambios en sus vidas. El
futuro era incierto (como lo es para todos, pero las componentes de este grupo eran
especialmente sensibles a ello). Hablaron de lo que habían sufrido y de lo que aún
padecían, de cómo habían sido sus vidas antes del cáncer y de los cambios que habían
tenido lugar desde entonces. La mayoría de ellas contaron variaciones de dos historias. El
primer grupo, que mostraba una gran lucidez, se identificaba como adictas al trabajo.
Contaban cómo sus profesiones las habían extenuado, no sólo por las sesenta u ochenta
horas semanales, sino porque el trabajo era el centro de sus vidas. La segunda historia
describía la extenuación de tener que cuidar a otros. En el período anterior el diagnóstico,
esas mujeres se habían ocupado de un padre enfermo, un marido impedido o alcohólico, y
a menudo habían tenido que trabajar para mantener a sus familias. Tuve la impresión de
que el trabajo y las relaciones que en un principio era importantes habían empezado a
dominarlas, hasta que ya no fue posible desprenderse de ellas, y tampoco continuar
manteniéndolas indefinidamente. El cáncer había hecho imposible que mantuvieran el
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
trabajo o la atención a otra persona como el centro de sus vidas. Les exigió que empezaran
a ocuparse de sí mismas y dejaran que los otros se encargaran de ellas.
Cada mujer en el círculo era un ser único, pero al sentarnos juntas advertía que
cada una de ellas también representaba un aspecto de las demás, y que al hablar
expresaba algo que no sólo hacía referencia a ella, sino al conjunto de las presentes. Nos
reunimos en un nivel espiritual y confesamos la verdad de cuanto sentíamos y sabíamos
por nuestra experiencia. Llovía y el ambiente era lóbrego, como venía ocurriendo desde
hacía semanas; además, una de las fundadoras de la organización patrocinadora había
muerto de un cáncer de mama con metástasis apenas en dos días antes de nuestro
encuentro y otra se había descubierto un nuevo bulto. Sin embargo, había una calidez
emocional y espiritual; era como si Hestia, la diosa de la tierra y del templo, estuviera
presente en la llama depositada en el centro de nuestro círculo. Había risas, lágrimas,
cariño. El círculo era un crisol alquímico para el crecimiento espiritual, era un receptáculo
de apoyo y solidaridad cuyo interior albergaba consuelo suficiente para resistir. Habíamos
abandonado el mundo cotidiano para estar juntas, y parecía que una cálida luminosidad
nos inundara y emanara de nosotras, y nos sumergiéramos en el inframundo o en el más
allá, rememorando la experiencia humana de sentarse alrededor de calor y la seguridad
del fuego, al abrigo de las inclemencias externas.
Asimismo, las parejas que enfrentaban una enfermedad mortal que afecta a uno de
sus miembros, y que inician juntas el descenso a los infiernos, describen cómo, de un modo
inesperado, se vieron sumidas en un círculo mágico de amor y confianza mutua al vivir esa
experiencia. Nada se da por supuesto, las emociones se encarnan en palabras y con cada
nueva crisis ambos renuevan el compromiso de asistir al otro emocionalmente. Cuando no
existe una red de apoyo, la conexión entre dos almas es dulce y hermosa. Los amigos y
allegados también entran a formar parte de este crisol alquímico si tienen un espíritu
abierto, en una relación de tú a tú donde cada cual advierte el amor del otro. En el
momento de la caída se da una conexión que de otro modo no se habría fraguado a la que
no se habría dado cauce.
El hecho de dar y recibir amor incondicional, de ser conscientes de que en ese
momento somos verdaderamente amados por nosotros mismos, y que a cambio amamos
con toda plenitud, constituye una epifanía humana penetrada por la gracia. Desde una
perspectiva espiritual, al amar sin medida nos abrimos a la gracia. La gracia es esa energía
o presencia inefable, misteriosa y curativa que unge los acontecimientos de un aura
sagrada y les infunde su alma.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
olores y el calor, por la pesada atmósfera que planeaba sobre la ciudad, y por el conjunto
visual de todo aquello. Entrar en el hospicio, dejando atrás las puertas y los sólidos muros,
era como penetrar en otro mundo de paz y serenidad, un tempo fresco y silencioso. Estaba
dispuesto como los pabellones abiertos de los viejos hospitales generales, unos para los
hombres y otros para las mujeres. Muchas hermanas ataviadas con el sari atendían a las
necesidades de los que yacían en camillas colocadas en el suelo. Un voluntario, en el que
reconocí a Jerry Brown, ex gobernador de California, lavaba a un hombre que acababa de
ingresar. Jamás había sentido tanta paz en hospital alguno. Allí, donde yacían moribundos
recogidos de las aceras y los arrabales de Calcuta. Un vehículo hacía rondas diarias para
llevarlos al hospicio. Aunque muchos morían allí, otros se recuperaban y podían marcharse.
Los llevaban al hospicio para que antes de morir pudieran verse imbuidos del amor
desinteresado y sin reservas, que no proviniera de alguien a quien conocieran
personalmente, sino procedente del corazón, el alma, las caricias y miradas de aquellas
hermanas y voluntarios que atendían a la belleza de sus almas a pesar de la condición
miserable de sus cuerpos y a menudo de sus vidas. Yacían postrados en sus camillas, y en
ese aire imbuido de serenidad respiraban un inefable consuelo espiritual. Me pregunto si
aquello no era un vislumbre de cuanto llegamos a sentir en esta vida, del amor sin medida
que regocija el corazón y templa el alma, amor divino y sin embargo entregado y recibido
por los hombres; la profunda calma que infunden abrazos invisibles; la sensación de ser
amados que destilan las suaves caricias de nuestros hermanos para que no temamos y
entremos confiados en el umbral de la muerte.
He reflexionado acerca de la idea de que toda práctica espiritual tiene que ver con
la vuelta a la inocencia y cómo una enfermedad mortal puede facilitarnos esa tarea, y me
pregunto si ese regreso a la inocencia no explica la profunda serenidad del hospicio de la
madre Teresa. ¿Acaso esos hombres y mujeres, tan delicadamente bañados y atendidos,
que ahora descansan en posición fetal en sus camillas y que morirán en paz dentro de
poco, no duermen el sueño de los inocentes?
Los más desheredados, recogidos entre los moribundos e indigentes de las calles de
Calcuta para que descansen en una camilla, comparten una experiencia esencialmente
parecida con las mujeres en los círculos curativos, o los pacientes de cáncer que acuden a
las comunidades curativas como Comonweal o el Centro para el Cambio Actitudinal, o los
enfermos del sida que viven en hospicios. Comparten el amor sin medida, y se sienten
aceptados e integrados. Como consecuencia de ellos, sanan almas destruidas.
En cambio, las expectativas y convenciones de Procusto hacen que resulte
imposible que nos sintamos aceptados e integrados. En un círculo de amor sin reservas es
posible recuperar lo que tanto nosotros como los demás rechazamos de nosotros mismos.
Creo que esto incluye la inocencia con la que llegamos al mundo y que preludiaba el amor
venidero.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Los equipos suelen pedir un tiempo muerto cuando van perdiendo y hay que parar
el cronómetro, hacer un descanso para tomar aliento, establecer una nueva estrategia o
cambiar algún jugador. Cuando se apiñan alrededor del entrenador, nos preguntamos si
conseguirán remontar y ganar. Los pacientes que Lawence Le Shan describió en Cancer as
a Turning Point se encontraba en una situación análoga. Su pronóstico aciago indicaba que
el tiempo se estaba acabando. En esa tesitura empezaron una psicoterapia con LeShan.
Éste les hacía preguntas que la inteligencia no podía responder, relativas a la
búsqueda de sentido espiritual, que requerían una inmersión mental profunda y la
recuperación de evocaciones olvidadas relacionadas con el consuelo y el regocijo; exigían
ser sincero respecto a la paralizante desesperación y la falta se sentido (que se dan juntas)
en sus vidas. Cuando esto ocurre, la vida pierda su sabor. En sus treinta y cinco años con
enfermos de cáncer, LeShan, investigador y psicólogo clínico, descubrió cómo el cambio
psicológico, junto al tratamiento médico, estimula la curación de un sistema inmunitario
puesto en peligro. Descubrió que reforzar la vida alarga la vida.
Preguntaba: ¿Qué tipo de vida haría que te gustara levantarte por la mañana y
acostarte “agradablemente cansado” a la noche? ¿Qué es lo que más te animaría y
entusiasmaría en la vida? ¿Qué tipo de vida imaginas que daría cauce a todas tus
potencialidades, y con la que estarías en armonía física, psíquica y espiritualmente? ¿Qué
estilo de vida supones que se sería afín a tu ser? ¿Cómo vivirías si pudieras hacer que el
mundo conspirara a tu favor?10
Encontrar tu mito
Las preguntas de LeShan me recuerdan a la respuesta de Joseph Campbell a un
joven de público que le había escuchado hablar de la necesidad de encontrar nuestro
propio mito. Puedes encontrar el propio mito y hallar respuesta a las preguntas de LeShan
constituyen variaciones de un mismo tema: descubrir quiénes somos y vivir de acuerdo con
esa verdad.
Aquel hombre le preguntó a Campbell: ¿Cómo puede alguien encontrar su propio
mito?
Campbell respondió a su vez con una pregunta:
—¿Cuál es su sentido más profundo de la armonía y la felicidad?
—No lo sé, no estoy seguro —replicó.
10
Todas las referencias a LeShan están tomadas de Lawence LeShan, Cancer as a Turning Point: A Handbook for People with
Cancer, Their Familias, and Health Professionals, edición revisada, Nueva York: Plume, 1994.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Arquetipos
Carl Gustav Jung introdujo el concepto de arquetipos en la psicología. Son
predisposiciones innatas que afectan a la personalidad, las relaciones y el trabajo. Cuando
la vida parece dura y sin sentido, y nos da la impresión de que el modo en que vivimos está
profundamente equivocado, probablemente hay discrepancias entre los arquetipos que nos
habitan y los roles visibles, entre el estrato superficial y nuestra esencia y modo de sentir
internos. Me sentí atraída por los dioses y diosas griegos como medio para describir esos
patrones internos, cosa que hice en Las diosas de cada mujer y Los dioses de cada hombre.
Vivir una vida auténtica, hallarle un sentido y hacernos con un mito personal son elementos
que están vinculados con el estrato arquetípico de la mente. Las respuestas a las
preguntas de LeShan se encuentran cuando descubrimos estas fuentes arquetípicas de
sentido. Pero no es necesario que conozcas los nombres de tus arquetipos o que le pongas
un título a tu mito. Ahí es donde tú encuentras la armonía y la felicidad.
La armonía consiste en recorrer el camino adecuado y ser uno con él: desarrollar
una vida apasionada y coherente con los valores personales, hacer aquello para lo que está
naturalmente dotado. La armonía consiste en permanecer con nuestra pareja, amigos o en
soledad, con animales o inmersos en la naturaleza, en una ciudad, país o lugar concretos, y
que nos embargue la impresión de estamos en el lugar que nos pertenece. La armonía
consiste en experimentar una gran aflicción que corresponde a una inmensa pérdida. La
armonía es una espontaneidad natural, desinhibida; la inmediatez de la risa, la irrupción
del llanto. La armonía se cuando el comportamiento y la creencia caminan juntos, cuando
la vida arquetípica y la vida exterior se reflejan mutuamente y nos mantenemos fieles a
nosotros mismos. Lo único que podemos expresar es: «Me siento en casa», «Lo que hago
me tienen completamente absorbido», «Me hace feliz», «Te quiero», «Esto es la felicidad».
La felicidad y el regocijo nos invaden en los momentos en que habitamos nuestra
verdad más alta, momentos en los que todo lo que hacemos es coherente con las
11
Keith Thompson . «Myths as Souls of the World» reseña de Inner Reaches of Outer Space, de Joseph Campbell,
Noetics Sciences Review (invierno, 1986), pág. 24.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Aptitudes innatas
Cada uno de nosotros nace con talentos y aptitudes innatas que no se desarrollan ni
se aprecian a menos que se den las oportunidades para expresarlas. Las aulas y los patios
de recreo, la familia y el trabajo sólo premian y reconocen algunas destrezas. Hay muchos
tipos de inteligencia y diferentes modos de ver el mundo, y sin embargo sólo se estimulan
unos pocos. Hay muchos talentos distintos, pero sólo algunos son apreciados. Las juntas
escolares deciden qué aprendemos, cómo se nos enseña, y la secuencia temporal del
currículo. Los padres deciden qué lecciones aprenderemos después de clase. Si tenemos
suerte, quizá algo de lo que hemos de aprender encaje con alguna de nuestras aptitudes, y
en ese caso nos encantará y probablemente destacaremos en ello.
El trabajo (como la vida) que nos exige aplicar y desarrollar nuestros dones innatos
resulta personalmente significativo. Un trabajo que nos interesa impone retos a nuestro
crecimiento y nos facilita oportunidades de ser creativos nos sumerge de lleno en la vida.
Al realizarlo, nos sentimos sinceros y fieles a nosotros mismos. Cuando lo que hacemos es
aquello que amamos, el trabajo se convierte en expresión de nuestra verdadera
naturaleza.
Recuperarnos de una enfermedad grave tal vez dependa de encontrar nuestras
aptitudes. En este caso, un prueba de aptitud que nos permita explorar un amplio espectro
de posibilidades a fin de descubrir nuestras aptitudes naturales, descubrir el
funcionamiento de nuestra mente y revelar nuestras preferencias innatas puede señalar el
camino.
Por ejemplo, ¿nos resultará divertido o frustrante ver a alguien doblar una hoja de
papel, atravesar las capas con un bolígrafo y que luego nos pidieran señalar un dibujo
entre muchos que muestra el emplazamiento de los agujeros si el papel estuviera
extendido y sin arrugas?12 Esta prueba para medir las aptitudes espaciales es un juego
deliciosa para aquellos que poseen ese don.
La frustración o la diversión son dos adjetivos subjetivos antitéticos. Es divertido
especular o ampliar un aspecto de nuestra mente, intentar una tarea física que requiere
destreza, unir colores o sonidos, o emparejar palabras que pertenezcan al un mismo campo
semántico si esas tareas requieren habilidades que poseemos. Resulta muy frustrante no
ser capaz de destacar, aun cuando lo intentemos y practiquemos mucho, simplemente
porque esa tarea no cae dentro de nuestros talentos particulares. Es duro comprobar que
el esfuerzo no se traduce en satisfacción personal. No es divertido ser una ficha cuadrara
en un agujero circular, aun cuando seamos capaces de atravesarlo.
12
Esta prueba fue realizada en la Jonson O’Connor Research Foundation.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Los pacientes de LeShan lograron mejorías a largo plazo tras hallar un entusiasmo
por la vida que, como consecuencia, influyó en la reacción defensiva del organismo. El
entusiasmo fue un elemento definitivo: en mi opinión, esto ocurre cuando el alma se
involucra en la vida y ésta tiene un propósito. El entusiasmo por la vida nos atrapa cuando
somos poseídos por el espíritu o la divinidad; la palabra deriva de entheos (que en griego
significa “dios”). No creo que sea posible apasionarse de verdad a menos que a la vez
seamos realmente nosotros mismos. Esto ocurre cuando somos fieles a nuestros
arquetipos y aptitudes personales.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
equivalente psicológico de la tierra baldía que nos arroja a una vida estática. Cuando el
dolor, la cólera y el desconsuelo están sepultados bajo la superficie y han de ser
desenterrados, la primavera nunca llegará si lo que aflige a la persona es una enfermedad
física grave y la psicoterapia se centra en las experiencias negativas de la infancia y las
motivaciones patológicas.
Después de trabajar empleando los métodos y conceptos de la tradicional terapia
psicoanalítica freudiana, LeShan se percató de que «ninguno de mis pacientes
experimentaba mejoría. Pueden que esperen con impaciencia mis visitas y que después se
sientan mejor, pero se siguen muriendo al ritmo, como si no estuviera haciendo nada en
absoluto». LeShan concluyó que todo proceso psicoterapéutico (no sólo freudiano)
centrado en las preguntas «¿Qué le ocurre a este paciente» «¿Cómo ha llegado a
encontrarse así» y «¿Qué puede hacerse al respecto?», que puede resultar positivo en una
amplia gama de trastornos emocionales y cognitivos, carece de efecto en los pacientes de
cáncer. «Simplemente, no potencia los recursos autocurativos de la persona, que redundan
en beneficio de programa médico».
¿Cuál es tu verdad?
El enfoque terapéutico de LeShan desarrolla en su investigación con enfermos de
cáncer se basa en preguntas completamente diferentes. Son las siguientes:
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Aparte del cáncer, hay muchas enfermedades potencialmente letales. Hay otras que
degeneran y acaban siendo terminales. La hipertensión, la diabetes y las enfermedades
del sistema inmunitario no provocan metástasis, pero afectan al conjunto del organismo y
pueden ocasionar graves trastornos en un órgano en concreto. Además del cáncer y el
sida, hay numerosas enfermedades incurables que se mantienen bajo control, y cuyos
efectos se aplazan año tras año. Esto es lo que ocurre con la mayoría de las afecciones
psiquiátricas. Esos pacientes mantienen una salud o razonable si atienden
conscientemente a lo que los mantiene en ese estado y si tienen suerte.
La disposición o actitud colectiva ante una enfermedad tiene mucho que ver con el
impacto psicológico de un diagnóstico en concreto. Hay grandes expectativas. La palabra
cáncer provoca un efecto aterrador en la mayoría de las personas, mucho más que los
nombres de otras enfermedades crónicas y degenerativas (e excepción del sida), que para
un individuo particular puede resultar fatal.
La disposición colectiva respecto a los cánceres que se han propagado más allá del
foco de origen, sobre todo cuando se alojan en los huesos u otros órganos, a menudo
semeja la de una comunidad que cree en el vudú ante la noticia de que alguien ha sido
hechizado. Una mujer cuyo cáncer de mama se había extendido a los huesos refirió la
conversación con una joven madre que fue interrumpida por su hijo pequeño. Al escuchar
con quién habla su madre por teléfono, el chico soltó de sopetón, en voz lo suficientemente
alta para ser oída al otro lado: «¿Todavía no se ha muerto?». Obviamente, el niño repetía
las conversaciones familiares que reflejaban el convencimiento de que un cáncer con
metástasis suponía una sentencia de muerte tanto como una maldición en una comunidad
que creyera en el vudú.
Los pacientes excepcionales descritos por el doctor Siegel no aceptan los prejuicios
colectivos o convencionales y desean efectuar cambios sustantivos en sus vidas a fin de
mantenerse vivos y recuperar la salud, y los psicoterapeutas excepcionales como el doctor
LeShan les ayudan a lograrlo. El punto de inflexión comienza con la creencia de que esto es
posible y actuando en consecuencia.
La medicina es capaz de logros formidables, a menudo drásticamente, pero
recuperar la salud depende de muchos otros factores después de la intervención médica.
La salud física mejora cuando mejora la predisposición emocional y nos ayudan fuentes
espirituales, una buena alimentación, ejercicio, cuando se apartan de las influencias
perniciosas y las personas tienen algo por lo que vivir y hacen lo que les ayuda a
mantenerse sanas.
Un buen ejemplo es el método del doctor Dean Ornish para tratar enfermedades
cardíacas.13 Con una dieta vegetariana con una baja ingesta de grasas, hacer ejercicio con
regularidad, la práctica del yoga y la meditación y la participación de una terapia grupal es
posible evitar el quirófano y revertir la enfermedad cardiaca. Los pacientes de Ornish han
13
Deam Ornish, Dr. Dean Ornish’s Program for Reversing Heart Disease: The Only System Scientifically Proven to Reverse
Heart Disease Without Drugs or Surgery. Nueva York: Ballantine, 1990.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Kairos y Kronos
Cuando el amor es una presencia activa, nos mantenemos concentrados en lo que
hacemos y con quienes estamos. El tiempo adopta una naturaleza diferente, y a menudo
nos olvidamos de él. Recordad cómo transcurría el tiempo al estar enamorados: las horas
se sucedían como minutos, los minutos solían parecer horas, el tiempo podía detenerse.
Esto ocurre cuando abordamos algo que nos colma nuestra naturaleza espiritual o anímica.
Los griegos tenían dos palabras para designar el tiempo: kairos y kronos. Cuando
formamos parte del tiempo y, por lo tanto, perdemos el sentido de la sucesión cronológica,
nos sumimos en el kairos; estamos completamente concentrados en el momento presente,
que en realidad puede ocupar muchas horas. Cuando estamos enamorados de una persona
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
o actividad, cuando algo nos absorbe, nos involucra y nos fascina, ingresamos en el kairos.
La creatividad que hunde sus raíces en las profundidades permitiendo a la persona
convertirse en el espíritu que vehiculará las palabras, la música o las respuestas, acontece
en el kairos, así como la recepción de las palabras o la música que parecen manar de
nosotros mismos: es una «música tan profundamente sentida que no es música en
absoluto, pero tú eres la música mientras ésta dura».14
Kairos es un tiempo que nutre el espíritu. Aquello que acometemos en el kairos nos
resulta espiritualmente satisfactorio. Si arranco las malas hierbas y planto flores en
primavera, sólo existe la tierra bajo mis rodillas, nada más puebla mi mente; al practicar el
submarinismo en las templadas y seguras aguas del Caribe, yo también soy como un pez:
mis ojos siguen fácilmente a un hermoso pez, se demoran en los contornos de una
formación coralina u observan una nube de pececillos translúcidos. A veces, preparar un
guisado en un día frío y neblinoso me transporta al kairos. Casi todo el mundo tiene
recursos equivalentes. Si pienso en las personas que conozco, hay quien recurre al
bordado, la costura, cortar leña, pescar, arreglar el motor de un coche, tocar el bajo,
dibujar, e incluso limpiar la casa. Algo que para algunos es una carga onerosa, pesada o
aburrida, resulta feliz y armoniosa para otros.
¿Qué te trasporta al kairos? ¿Cuándo pierdes la noción del tiempo? ¿Qué estimula tu
espíritu?
Según el parecer de los demás (según sus juicios externos y tal como nos
imaginamos éstos), concentramos en estas actividades improductivas significa perder un
tiempo muy valioso, en lugar de suponer una riqueza en sí mismas. La práctica de aquietar
la propia mente es uno de los objetivos de la meditación; constituye la esencia de cualquier
actividad espiritualmente estimulante. Cuando hacemos estos, se da una «condición de
absoluta sencillez (su precio es incalculable)».15
La segunda acepción de la palabra tiempo, kronos, hace referencia al tiempo
mensurable. Es lo que normalmente queremos decir cuando pensamos en el tiempo. Es el
tiempo del calendario, del reloj, de la fecha límite; es un tiempo que medimos y en el cual
insertamos nuestras citas; es la agenda sin la cual estamos perdidos; es aquello que
siempre nos parece insuficiente para todas las cosas que tenemos que hacer. Lo que nos
angustia en clase cuando queremos que termine o que concluya el semestre. Tenemos la
palabra cronómetro, un nombre para un tipo de relojes, derivado de chronos; también
llamamos así a Chronos o Kronos, el dios griego que devoraba a sus hijos tan pronto
nacían. Kronos está simbolizado por un recién nacido que nace el q de enero de cada año y
acaba como un anciano encorvado el 31 de diciembre; el padre tiempo. Kronos es un
tiempo lineal, con el que nos ponemos en deuda con los demás, equiparándolo a menudo
con el dinero en la fórmula «El tiempo es oro».
14
T.S. Eliot. Cuatro cuartetos. Barcelona: Altaya, 1996.
15
Eliot, Four Quartets, pág. 59
59
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Si sólo trabajas por tu sueldo, si has de estar en algún lugar por obligación pero
desearías encontrarte en otro sitio, si da la impresión de que te arrastras por el tiempo en
lugar de vivir, la vida cotidiana se convierte en un yugo. En cambio, si realizas un trabajo
que te implica en cuerpo y alma, que es importante para ti en el que empleas tus
aptitudes, entonces no importa lo difícil o exigente que sea, tu trabajo será creativo y te
reportará momentos de deleite cuando descubras algo en lo que no habías caído y de lo
que participas activamente. Encontrar este trabajo es una de las respuestas a la pregunta:
«¿Qué tipo de vida hará queme alegre levantarme?».
Sólo tú, y nadie más, puede responder a las preguntas formuladas por LeShan.
Comprender la noción de kairos frente a kronos es un comienzo, un modo de identificar lo
que reporta beneficios espirituales a partir de tu propia experiencia. Al realizar tareas que
son sencillas, creativas, contemplativas y satisfactorias, tal vez recuerdes lo que una vez
amaste y procures que tu memoria te muestre otras fuentes de sentido.
En la vida cotidiana, la propia experiencia del kairos produce un efecto de
concentración, lo que de hecho nos imbuye de la sensación de estar en armonía con
nosotros mismos y de tener un lugar en el universo. Todo aquello que aliente nuestro
espíritu y nos abstraiga se da en el kairos. Aquello que elijamos hacer a partir de un centro
interior —el alma o el Sí mismo— tendrá más probabilidades de colmarnos de entusiasmo y
exaltación. Al prestar atención al alma, hallamos nuestro giroscopio interno, gracias al cual
respondemos sinceramente a lo que nos resulta significativo.
Al advertir que somos seres espirituales en un camino humano, y verdaderamente
concebimos la vida como un viaje espiritual, poseemos un conocimiento interior. Esto
supone, asimismo, un cambio drástico de perspectiva: pasamos de preocuparnos por lo
que piensen de nosotros los proverbiales vecinos a lo que realmente nos importa.
Impelidas por las expectativas de los padres, por la necesidad de compensar la baja
autoestima, por la interiorización de deberes y responsabilidades, hay personas exitosas
que nunca se han preguntado si hacían lo que realmente querían hacer con sus vidas hasta
que una enfermedad mortal vino a interrumpir su camino.
Respuestas personales
Una enfermedad grave interrumpe el devenir vital puede rendir un servicio al
espíritu si nos alienta a formular preguntas y encontrar, cada día, respuestas a estas otras:
¿Hoy vas hacer algo que querías hacer? En el día de hoy, ¿emplearías parte de tu
tiempo en algo que amas? ¿Estarás con alguien querido? ¿Seguirás hoy tus instintos,
vagando hasta que encuentres tu lugar? ¿Realizaras algún trabajo de tu agrado?
¿Encontrarás hoy belleza en tu vida? ¿Estimularás tu alma? ¿Cantará tu espíritu?
Hace poco leí un poema de Mary Oliver que ofrecía un retrato de un día semejante.
En escasas líneas, describe un día deambulando por el campo, imbuida de dicha y
ociosidad. Nos cuenta cómo sostiene un saltamontes en la palma de su mano, y advertimos
que en realidad lo ha visto como sólo puede hacerlo alguien completamente ensimismado.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Da la impresión de que ha escrito el poema sometida al escrutinio ajeno de las razones por
las que malgasta ese día —¿o es su vida?— con tan aparente falta de propósito. Y, sin
embargo, también resulta evidente que ha pasado el día siendo absolutamente fiel a sí
misma, una elección que también honra su comprensión de la impermanencia de todo
cuanto existe. Quizá el lector ha comenzado siendo espectador, pero el poeta nos sale al
paso y nos lleva a la esencia de la cuestión con los dos últimos versos:
Realizando una elección tras otra y caminando paso a paso, descubrimos lo que nos
es verdaderamente afín. Tal vez este proceso se inicie cómo pasar una tarde y se extienda
a cómo queremos vivir nuestra vida y qué queremos hacer con ella, al margen de su
duración. Aquello que estimula el alma también puede alentar y alargar la vida.
Aprendiendo a adoptar decisiones internas, y actuando de acuerdo con lo que nos importa,
la vida adquiere un cariz de viveza. Y si padeces una enfermedad mortal y te encuentras
en un punto de inflexión en tu vida, también puedes recuperar la salud. Podemos seguir
estos principios, y creo que, si lo hacemos, se nos mostrará un camino que nos llevará a
nuestra morada y a un creativo fuego interior.
16
Mary Oliver. «The Summer Day», House of Ligth. Boston: Beacon Press, 1990, pág. 60
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
A veces la diferencia entre la vida y la muerte empieza con una historia, sobre todo
si el paciente ha recibido la noticia de que no hay esperanza. Las expectativas se
recrudecen. Las palabras y actitudes de los demás —sobre todo, las de los médicos—
cobran especial relevancia. Ayudan o conjuran la curación y el restablecimiento. Cuando
una persona es arrastrada al inframundo merced a una enfermedad mortal o un quebranto
espiritual, tiene lugar una representación emocional del rapto de Perséfone. Al principio,
recogía flores en un prado, pero la tierra se abrió y Hades surgió de las profundidades para
secuestrarla.
Sólo cuando Hermes, el mensajero de los dioses, descendió a los infiernos y se le
apareció, ella supo que no permanecería allí para siempre. Hermes, cuyo nombre latino era
Mercurio, era el dios que, con sus sandalias aladas y su capa de la invisivilidad, atravesaba
y frecuentaba los distintos mundos. Lo llamaban el guía de las almas. Cuando Hermes se le
apreció a Perséfone, le dio la noticia de que podía regresar al mundo superior, que la
recuperación era posible.
Hermes está presente simbólicamente en las historias que atañen a los individuos
que han descendido al inframundo debido a su enfermedad; les indica que la recuperación
es posible, sobre todo si se han rendido o han sido desahuciados y escuchan y crecen en
una historia que puede aplicarse a su situación. Estos relatos adoptan diversos ropajes. Tal
vez vengan de la mano de la segunda opinión que solicitamos u otro médico; quizá sea el
artículo de un periódico o información recabada en Internet, o el relato de alguien que
estaba enfermo y consiguió recuperarse. Estas palabras insuflan esperanza e impelen a la
acción, que, a su vez, influye en la respuesta defensiva del organismo. Para que las
palabras se conviertan en un relato curativo, hay que creer en el mensaje y en el
mensajero.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
que el médico ha elegido ese tratamiento porque cree que puede ser efectivo. Las
estadísticas están ahí, pero nos arropa una cierta seguridad: «Puedo estar entre aquellos
que reaccionan positivamente».
La enfermedad y el tratamiento a menudo acarrean sufrimiento, incomodidad,
humillaciones, temor y dolor físico. Los seres humanos pueden soportar mucho sufrimiento
por una causa o una buena razón; por una tarea en la que están comprometidos o algo en
lo que creen. No es el sufrimiento en sí mismo lo que resulta tan duro espiritualmente; lo
que resulta abrumador es el dolor sin sentido y el sentimiento de impotencia a la hora de
afrontarlo. Cuando esto ocurre, frecuentemente se potencia el dolor físico y emocional. Al
entrar en el juego del sufrimiento, y si la trayectoria de la acción puede alterar una
situación crítica, la actitud adquiere una especial relevancia: «Si creo que esto funciona o
que lo que estoy haciendo es beneficioso, puedo soportarlo. Si creo que dará resultado,
puede que en efecto así sea».
17
«Candence, Pert: Neuropeptides, AIDS, and the Science of Mind-Body Healing», entrevista realizada por
Bonnie Horrigan en Alternative Therapies in Health and Medicine, 1995; 1 (3): 71-75.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
18
Bruno Klopfer. «Psycologal Variables in Human Cancer». Journal of Projective Techniques. 1957; 21: 329-340.
65
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
«las masas tumorales se habían derretido como bolas de nieve en un horno, y en pocos
días tenían la mitad de su tamaño original».
En diez días, el señor Wrigth fue dado de alta; prácticamente se había desvanecido
todo rastro de la enfermedad. Estaba curado e incluso reanudó los vuelos en su avión
privado. Sin embargo, tras dos meses de salud perfecta, leyó que todas las pruebas clínicas
con Krebiozen arrojaban sombríos resultados. Se desanimó y recayó en su anterior
condición.
Al volver a la clínica, su médico tomó una audaz decisión: «Como sabía algo del
optimismo innato de mi paciente, ésta vez me adelanté a él. Le dije que esos resultados
aludían a variables puramente científicas, a fin de realizar un control experimental perfecto
que pudiera responder a todas las perplejidades que formulaba. Además, no le causarían
perjuicio alguno, de eso estaba seguro, y no sabía de otra cosa que pudiera ayudarle».
Mintiendo deliberadamente, le dijo al señor Wrigth que no creyera en lo que leía en
los periódicos, pues después de todo el fármaco prometía resultados alentadores. Cuando
el paciente pregunto, lógicamente, por qué había recaído, le dijo que se había descubierto
que la sustancia perdí su efecto si el paciente permanecía de pie, y que un nuevo producto
reforzado y mejorado les llegaría al día siguiente. El disimulo llegó hasta el punto de
retrasar el envío ficticio para que la «anticipación de la salvación alcanzara su cota más
alta».
Con mucha fanfarria, y revistiendo el acto de solemnidad, el médico le administró
una inyección que sólo contenía agua destilada. La segunda recuperación del señor Wrigth
fue aún, más drástica. Otra vez se derritieron las formaciones tumorales y despareció el
líquido en los pulmones; fue la viva imagen de la salud hasta dos meses más tarde, cuando
un informe definitivo de la American Medical Association demostró la ineficacia del
Krebiozen. Pocos días después, el señor Wrigth volvió al hospital, y a los dos días estaba
muerto.
Al reflexionar acerca de este caso, me he preguntado si su cáncer habría remitido si
le hubieran dicho que su organismo tenía la capacidad de curarse a sí mismo. Que era él, y
no una medicina mágica, la que había hecho desaparecer su cáncer; que su historia era
como la del Dumbo de Walt Disney y sus plumas. Pensando que con las plumas lograría
volar, Dumbo batió sus orejas y despegó. La pluma y un relato hicieron posible que hiciera
aquello para lo que mostraba una predisposición innata. Sabiendo que el informe sobre
Krebiozen estaba a punto de aparecer y que la última inyección era agua, ¿qué habría
pasado si el médico le hubiera dicho al señor Wrigth que, en efecto, su historia era como la
de Dumbo?
Se realizaron las pruebas por Krebiozen a petición de una serie de pacientes que
decían haberse curado gracias a él. Era una cura contra el cáncer desarrollada por un
respetado médico cuya convicción se había visto amparada por sus resultado. Tras recibir
el medicamento, algunos pacientes habían experimentado notables remisiones, y la prensa
se había encargado de difundir esos hechos. Cuando otros llevaron a cabo las pruebas
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
clínicas, se inoculó la misma sustancia sin la convicción del médico y sin que el paciente
anticipara su curación, y resultó ineficaz. La American Medical Association dijo que era tan
inútil como agua destilada.
El hecho de que los tumores «se deshicieran como bolas de nieve en un horno»
porque un hombre creía que le estaban administrando un medicamento milagroso resulta
una historia admirable. No acerca del Krebiozen o de la credulidad, sino acerca de la
notable vinculación entre la mente y el organismo que puede darse en el ser humano
cuando un paciente está convencido de que una milagrosa panacea lo curará, y el sistema
inmunológico actúa en consecuencia. A su manera, el señor Wrigth poseía un talento
excepcional que no había sido reconocido.
Los informes de otras remisiones milagrosas o espontáneas acreditan estas
notables curaciones como experiencias internas. En 1993, el Institut of Noetic Sciences
publicó Spontaneus Remission: An Annotated Bibliography,19 que fue el primer estudiante
que dio cuenta del fenómeno de la remisión a lo largo y ancho del espectro de
enfermedades. Se documentaron 430 casos en los que el diagnóstico había sido
rotundamente establecido y con un seguimiento continuado, y había escaso o nulo
tratamiento alopático, o en los que, según los médicos responsables, no existía tratamiento
posible para procurar mejoría, lo que normalmente significa que la medicina ya no tiene
nada que ofrecer o que no espera resultados de las medidas adoptadas.
Todos estos casos apuntan a la realidad de la capacidad del organismo para
responder aun cuando los médicos han tirado la toalla. La historia de cada caso es un
relato. Las narraciones que nos cuentan que algo puede sernos útil son como alimento
espiritual, que a la postre influye en el cuerpo y en la mente. También señalan el camino
de lo que hemos de hacer, y que ya han probado otros, a fin de reforzar la respuesta
curativa del organismo. Hacer esto implica explorar las posibilidades y reaccionar ante lo
que nos es beneficioso. Cuando las convenciones nos dicen que hay que arriesgarse y
morir, la creencia de que podemos hacer algo o de que podemos proba alguna otra
posibilidad altera el rumbo del viaje.
Si él lo hizo, ¿por qué yo no?
Elaine Nussbaum padecía un sarcoma uterino muy profundo, un cáncer que se
había extendido a la columna y los pulmones y que no reaccionaba al tratamiento médico
convencional; leyó un artículo acerca de un médico, Anthony Sattilaro, que había
experimentado una asombrosa remisión de un cáncer de próstata con metástasis tras
realizar cambios decisivos en su alimentación y su filosofía vital, y algo se despertó en ella.
El 16 de abril de 1980, tras once meses de prolongadas y excesivas
menstruaciones, le practicaron una dilatación rutinaria y un raspado que reveló el tumor.
Menos de tres años después, e incluso tras la radioterapia y una cirugía y quimioterapia
agresivas, su enfermedad se había agravado con metástasis, estaba confinada en una silla
de ruedas, llevaba un corsé y su dolor era insoportable.
19
Brenden O’Reagan y Caryle Hirshberg. Spontaneous Remission: An Annotated Bibliography. Sausalito, California: IONS, 1993.
67
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20
Elaine Nussbaum. Recovery: From Cancer to Healing through Macrobiotics. Tokyo: Japan Publications, 1986, pág. 130;
distribuido en Estados Unidos por Kodansha International a través de Harper and Row.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Unos anos antes de que Patricia sufriera esa recaída, conocí a Carl Simonton. Un
oncólogo especialista en radioterapia, y quedé muy impresionada por los resultados de su
empleo de la visualización del sistema inmunitario en el tratamiento del cáncer (lo
describiré en un capítulo posterior). Sostenía que las células cancerígenas —células
malignas, defectuosas— aparecen cotidianamente en el proceso de nacimiento de millones
de células nuevas que sustituirán las viejas, lo que nuestro organismo hace de forma
automática. Sin embargo, estas células nocivas normalmente no se multiplican y se
convierten en cánceres porque el organismo las reconoce como anormales y las destruye.
El sistema inmunitario posee linfocitos en la sangre y en el sistema linfático que acuden a
defender al organismo de infecciones de todo tipo, y también del cáncer. El efecto de la
depresión en el sistema inmunitario me resultaba familiar gracias a la investigación en
medicina psicosomática llevada a cabo por la Universidad de Rochester, que mostraba una
relación entre “darse por vencido y creerlo” y el desarrollo del cáncer. La investigación
confirmó que el estado anímico y la salud física están relacionados; ¿quién no se ha sentido
presa fácil de la enfermedad tras encontrarse deprimido o cansado?
El enfoque macrobiótico elegido por Patricia tenía una base filosófica y nutricional
que se fundamentaba en mejorar los recursos autocurativos del organismo, lo que me
parecía un medio de reforzar el sistema inmunitario. Junto a mi creencia en la conexión
entre mente y materia y la posibilidad de acceder a fuentes curativas espirituales, colaboré
en su proceso haciendo ejercicios prácticos y visualizaciones con ella; ella también las
hacía cuando estaba sola. Mi grupo de oración rezó por ella, que se mostraba receptiva a
cuanto pudiera serle de ayuda; al menos, no le haría daño.
Siete meses más tarde, la mayor parte de la masa tumoral de Patricia se había
disuelto; sólo quedaba un borde endurecido que parecía un tejido cicatrizado. En los meses
siguientes, esto también desapareció. Cuando dejó de apreciar indicios de cáncer, acudió a
su oncólogo para que le realizaran una Fotomamografía Computarizada y una resonancia
magnética, que no dieron resultados negativos. No había rastro de cáncer. Quizá fue
resultado de la dieta macrobiótica. O quizá todo lo que hicimos juntas, y el Tamoxifen, fue
lo que provocó ese extraordinario desenlace.
Sea lo que fuere que procurara esta remisión, empezó con la convicción de Patricia
de que era posible, lo cual es un punto de partida espiritual. Para ella, esa convicción
derivaba de los relatos y experiencias ajenos y de su juicio intelectual respecto a los
principios transpersonales y la filosofía que subyace en la macrobiótica. Su razón alentaba
incondicionalmente lo que había elegido hacer, y su voluntad la mantuvo firme. Desde una
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
perspectiva médica, la remisión fue extraordinaria, mucho más de lo que cabría esperar
con el solo uso del Tamoxifen.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
de mía. El día que había elegido para liberarme de la alergia, me desperté con el animal
sentado en mi pecho, observándome fijamente. Al principio me asusté y permanecí
inmóvil, pero entonces advertí que aquél era el día, y hete aquí que estaba respirando el
mismo aire que el gato. Consideré que se había dado una sincronididad. Así que respiramos
juntos, mirándonos. Casi rozándonos la nariz, y comprobé que mis ojos no estaban
irritados, que no resollaba, que entre aquel gato y yo se había establecido un vínculo
diferente. Después de lo que pareció un tiempo muy largo, abandonó su posición. Como si
su trabajo hubiera concluido, y a partir de entonces me ignoró, el trato usual que
dispensaba a los extraños. No reaccioné alérgicamente. Visité a mi madre esa tarde, y
mientras me sumía en un ligero trance, me pidió que me imaginara de nuevo frente al
gato. A partir de ese día, mi alegría pareció haberse esfumado. La prueba definitiva tuvo
lugar cuando mi hija trajo a casa un precioso gatito que pronto se convirtió en un miembro
de la familia.
La marca de cuatro minutos de Bannister, mi experiencia caminando sobre las
brasas y la superación de mi alergia eran relatos que me contaba a mí misma. Recurrí a
ellos para reforzar mi convicción de que cuanto Patricia hacía, y cuanto llevábamos a cabo
juntas, daría resultado. Me recordaron el asombroso efecto que la mente puede ejercer
sobre el cuerpo, lo que puede acontecer cuando en la primera se instala una creencia y la
materia actúa de acuerdo con ella.
Hermes, el mensajero
La información es una poderosa medicina cuando la reciben las células, donde el
espíritu y el organismo se hermanan. Esta medicina llega en forma de un relato en el que
podemos creer. Metafóricamente, quien porta eses relatos es Hermes, el dios mensajero
que acudió a Perséfone para decirle que podía abandonar el inframundo y la trajo de
regreso. Intuyo que Hermes y las neuropeptidas son expresiones de ese vínculo
comunicativo —el mensajero—entre cuerpo y alma. Traen el mensaje de que la curación es
posible, o que es posible ir más allá de lo convencionalmente establecido respecto a los
límites físicos como la milla recorrida en cuatro minutos, o que hacen posible desafiar las
leyes físicas que nos dicen que la piel desnuda se quemará si se acerca a brasas ardientes.
Así como Hermes llevó el mensaje a Perséfone y facilitó su regreso, si instintivamente
creemos en una historia curativa, ésta puede tener lugar.
Cuando no haya curas definitivas para una enfermedad en concreto o una fase de la
misma. Sobre todo cuando se trata del sida, los relatos curativos acaso adopten la forma
de procedimientos alopáticos experimentales, exámenes médicos o métodos alternativos.
Como ejemplo tenemos el caso del paciente de sida y activista Jeff Getty, que entró en la
historia de la medicina en diciembre de 1995 al serle transplantada células de la médula
ósea de un mandril. Jeff encontró sus relatos curativos en la medicina de vanguardia.
72
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21
Charles Petit. «A Soldier in the War on AIDS». San Francisco Chronicle. Sunday Section Interview 1996: 1-3.
73
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Rupert Sheldrake, que sostenía que el ADN nos conectaba con el conocimiento que
subyace en lo más profundo de nuestra mente y en el nivel celular. Nuestros actos y
emociones, y las historias que creemos, activan los contenidos del campo mórfico o
inconsciente colectivo. Hay una semejanza alegórica entre Hermes y nuestro ADN.
Un relato curativo nos llega como Hermes con su caduceo. El mensaje de que la
recuperación es posible se aloja en lo más recóndito; es atendido por el nivel celular de
nuestro ser, y el organismo responde en consecuencia.
Mientras escribía este capítulo, pensaba en el final de mi autobiografía, Viaje a
Avalón. Usé una cita de un libro infantil titulado Crow and Weasel, de Barry López: «Si los
relatos viene a ti, cuídalos. Y aprende a propagarlos donde sean necesarios. A veces la
supervivencia de una persona se cifra más en un relato que en el propio alimento».22 En
aquel momento lo entendía en sentido figurado. Ahora me doy cuenta de que esto puede
ser literalmente cierto en el caso de una persona con una enfermedad mortal. Para seguir
vivos, a veces necesitamos un relato que nos aporte sentido o esperanza y que aliente
nuestra voluntad.
22
Barry López. Crow and Weasel. San Francisco: Nortj Point Press, 1990, pág. 48
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
hace falta valor y entereza para concertar las citas, realizar las pruebas y recibir el
tratamiento. La reacción de los demás complica aún más todo el asunto.
A menudo se da también un sentimiento de vergüenza. La gente sana tal vez se
extrañe de esto, pero cadi todos los adultos con enfermedades crónicas que conozco saben
que es así. Una enfermedad crónica o recurrente no sólo resulta difícil de soportar
físicamente, sino que se hace doblemente difícil en el terreno psicológico debido a la
sensación de ser un fracaso. En la era de la publicidad, cuando una imagen que impera
consiste en ser guapos, jóvenes, prósperos y rebosantes de salud, cualquier cosa que
suponga un menoscabo a esos rasgos nos avergüenza. En su fuero interno, la gente se
acobarda ante un nuevo asalto de la enfermedad y el hecho de tener que volver a implicar
a los demás. Lo que resulta desalentador es esa reacción interna, unida a encontrarnos en
peligro una vez más.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
En los primeros años de mi consulta privada, estas personas en apuros eran mis
pacientes y mis maestros. Me impliqué en conversaciones de tú a tú respecto a temas
como la vida y la muerte. Abandoné la postura psiquiátrica de la neutralidad, de ser una
pantalla vacía o que reflejara todo lo que el paciente dijera. En estas conversaciones
advertí intuitivamente que, en un nivel espiritual —más allá de lo que el yo conoce o es
capaz de definir—, ellos reconocían la verdad de cuanto hablábamos; si la vida de otra
persona está en peligro, sólo cabe la rectitud y la esperanza sincera.
Si alguien es una tabla de salvación para otro durante una crisis, es porque ama y
respeta al otro y la pugna en que está inmerso. En un momento en el que la luz del otro ser
empalidece, el mensaje de «Me importas» y «Este esfuerzo tiene sentido», cifrado en un
vínculo entre dos almas —al margen de su se explicita o no— es la tabla de salvación.
Cuando el suicidio es lo que amenaza la vida y el sufrimiento es psicológico, es esfuerzo
por seguir viviendo es diferente, y sin embargo, de un modo existencial, se asemeja al
padecimiento espiritual que deriva de una enfermedad física crónica o recurrente. El
vínculo espiritual con otro, ya sea con un amigo íntimo, un terapeuta o un compañero,
puede marcar la diferencia entre rendirse y seguir luchando.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
describió como un espíritu apasionado, alguien «que no dejaría que los nubarrones
ensombrecieran su alma preclara». Rechazó un transplante de pulmón, asegurando que
deseaba conservar los órganos con los que había venido al mundo. Aceptó sus pulmones
como eran, así como había aceptado su vida con la fibrosis quística como un destino; pero
la aceptación no equivalía a la resignación. Para su amiga, era un ejemplo de alguien que
«realmente seguía su karma», lo que es otra manera de ver la vida desde una perspectiva
espiritual. Continuamente iba más allá de sus fuerzas, no sólo sobrepasando su esperanza
de vida sino haciendo cosas extraordinarias para alguien con su enfermedad. Había
aceptado vivir con plenitud su abreviada existencia, y lo había hecho intensamente.
Cuando escuché hablar de ella, me vinieron a la mente algunos versos de los Cuatro
cuartetos, de T.S. Elliot. Algunos ejemplares de este libro me han acompañado a lo largo de
las décadas; creo que es una teología del Sí mismo, cuyas palabras enigmáticas finalmente
adquieren sentido; cuando así ocurre, advertimos que su enunciado es perfecto, lo que
equivale a decir que los versos son extractos de sabiduría e imágenes que se funden su las
asumimos mental y espiritualmente. En este caso, en los versos reverberó la realidad de
una existencia mermada pero hermosa y plenamente vivida, recortada contra el telón de
fondo de la eternidad: «El momento de la rosa y el momento del tejo / son de igual
duración».23
Martin Buber, el filósofo y teólogo, concibió el “tú a tú” como la expresión de una
característica de la relación, una intimidad en el nivel espiritual, que es aprenhidida
inmediatamente por quienquiera que haya experimentado una relación semejante con otra
persona, o con la presencia divina en una unión mística. Desde la perspectiva psicológica
de C.G. Jung, una relación de tú a tú es la que se construye o se percibe en Sí mismo:
tenemos una percepción subjetiva respecto al sentido de esa experiencia; acudimos a
recursos o fuentes espirituales. La relación de complicidad remite al amor, la fraternidad y
la confianza entre dos almas, o entre un alma y la divinidad.
23
Eliot. Cuatro cuartetos. Barcelona: Altaya, 1996
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Una enfermedad mortal que sobreviene a un ser querido nos arrastra al inframundo
como compañeros de viaje, y considerando que nos llevará a nuestras profundidades
emocionales y al sentido último de la vida, también tendrá consecuencias para nosotros.
Una dolencia que concierne a un ser querido nos pone en la picota, nos enfrenta a
la esencia de lo que somos y para qué estamos aquí, en un nivel espiritual. La enfermedad
no sólo supone una prueba para el paciente; también para los demás. Aunque la vida
amenazada por el organismo enfermo no nos pertenezcan, nos afectan profundamente;
puede llegar a ser una experiencia del alma. Si somos seres espirituales en una senda
humana y en ella nos encontramos con una enfermedad mortal, se nos plantean idénticas
preguntas tanto si somos pacientes como potenciales compañeros; en esa vida y en esa
situación, ¿qué hemos hecho?, ¿qué hemos aprendido?
Cuando alguien afronta un grave problema o lo golpea un desastre personal, todos
lo que se encuentren en su vecindad emocional se ven afectados y reaccionan a las
noticias. Es la hora de la verdad, un momento revelador que lo dice todo. Hay decisiones
conscientes o respuestas automáticas respecto a ayudar o alejarnos de esa persona. Tal
vez nos anuncien una enfermedad mortal, pero también puede tratarse de otro problema
grave que sacude a la gente: una enfermedad mental, una violación o robo, un intento de
suicidio, problemas financieros o legales, la pérdida de una relación merced al divorcio o la
muerte, todo lo que entraña dificultad, forma parte de la vida y no queremos que nos
ocurra a nosotros. Si alguien que me es próximo emocionalmente atraviesa duras
momentos, está enfermo o moribundo, ¿acaso mi amigo, mi mujer o familiar han de
afrontarlo en soledad? ¿O habrá alguien más allí, alguien que esté realmente allí? ¿Seré yo?
¿Puedo ser yo?
La hora de la verdad
El diagnóstico de una enfermedad mortal supone la hora de la verdad para la
mayoría de las personas. Al margen del grado de implicación antes del diagnóstico, lo que
importa es el compromiso que adoptaremos ahora; éste nos urgirá reiteradamente. La
lección de Viktor Frankl —que, a pesar de las circunstancias, siempre nos queda un margen
de maniobra— se aplica de muchos modos a quien escolta al enfermo en esta parte del
viaje, o a quien se aleja de él. El distanciamiento emocional es una reacción común, y el
abandono real también es frecuente.
El temor a la pérdida y al abandono son lo que impiden que seamos siempre
nosotros mismos ante los demás. ¿Qué ocurre entonces cuando sabemos que alguien que
nos importa tal vez muera? ¿O cuando una enfermedad ha avanzado hasta el punto de que
sabemos que alguien a quien amamos está muriendo ya? ¿Nos alejamos? ¿Permanecemos
junto a él? ¿Emprendemos una relación más profunda e íntima, o lo abandonamos física y
emocionalmente antes de que sea él quien nos abandone?
Como seres espirituales en una senda humana, las relaciones nos ofrecen mejores
oportunidades para aprender y crecer, y el mayor riesgo de ser heridos psicológicamente
80
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
socialmente. ¿Qué ocurre entonces? En ese momento la alquimia de las relaciones arrastra
a la gente al crisol. ¿Se refugiará la persona enferma en sí misma, y no dejará que nadie se
le acerque? ¿La abandonará emocional o físicamente aquel que rebosa salud?
Cuando el atractivo físico o tener una posición de poder o prestigio eran esenciales
en el sostenimiento de la relación, una enfermedad grave la somete a una prueba aún más
dura. La belleza, la vitalidad y la juventud requieren buena salud, así como mantenerse en
la liza en un terreno competitivo. Si ya no es posible ser o hacer aquello que nos confería el
atractivo inicial, ¿morirá la relación antes que el paciente? ¿Será la enfermedad el medio a
través del que ambos individuos descubrirán un amor y una fraternidad profundos cuya
existencia desconocían? Las enfermedades nos privan del atractivo físico y de las defensas
emocionales tales como la ilusión de mantener el control de la situación, la invulnerabilidad
o la eterna juventud del paciente y su compañero. El comienzo de semejante enfermedad
representa un reto para ambos: una etapa de crecimiento y de profundización en el propio
ser.
En la novela de Tony Kishner Angels in America, ganadora del premio Pulitzer, hay
muchas escenas poderosas que se centran en la relación entre el compañero sano (Louis
Ironson) y su amante (Prior Walter), que tiene sida. Antes de que Louis abandone a Prior, le
habla de una enfermedad del tapiz de Bayona, que le hace fantasear de la diferencia entre
la reina Matilde, que bordó el tapiz, y su propia reacción a la enfermedad del Prior:
24
Tony Kushner. Angels in America, primera parte: Millennium Approaches, segundo acto, escena 3. Nueva York: Theater
Communications Group, 1992, 1993, págs. 51-52.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
nueva situación con una acción o actitud determinadas gracias a la cual crecemos siendo
compañeros espirituales de un enfermo o moribundo. Lo que “Louis” tampoco sabe es que
el amor transforma a la persona en alguien capaz de seguir amando tras la pérdida; el
corazón, o la capacidad de amar, no se entierra con la muerte del ser querido.
Si los sacrificios se hacen gustosamente, proceden del corazón y no del miedo a la
obligación. Es una opción que se ve recompensada con el crecimiento espiritual, una
sensación de fortaleza interior y un conocimiento directo del amor. A ojos de los demás,
esto puede parecer una dependencia mutua, un martirio o victimización, pero no es así si
hemos elegido amar y permanecer ahí. Cuando el afecto y la lealtad son las razones que
nos hacen ser files a quien yace enfermo, y la respuesta a lo que ocurre es actuar de
acuerdo con lo que sea necesario, entonces el viaje se convierte en una senda espiritual
con inesperados momentos de plenitud.
Sé que esto les ha ocurrido a hombres cuyos compañeros tenían sida o cuyas
mujeres sufrían de cáncer; su corazón se abrió y fueron fieles de un modo que previamente
sólo concebían en la experiencia femenina. Sobre todo los homosexuales varones han
vivido un salto espiritual cuántico desde la epidemia del sida. Bajo estas circunstancias, la
relación se vuelve una práctica espiritual, y las tareas cotidianas, repetitivas y mundanas
pasar a ser las devociones diarias mediante las que el amante, cónyuge o amigo expresa
su amor sin reservas. Cuando por un momento todo va bien, o se produce una mejoría, nos
embarga una intensa felicidad. Una gran ternura que no se parece a nada aflora en
momentos inesperados; mirar un rostro dormido templa nuestro ánimo. Y hay gratitud.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
solo, y tema ser rechazado si lo expresa. ¿Las preguntas que yacen muy adentro serán
formuladas y atendidas?
La cólera, el resentimiento hacia el otro y el temor afloran en ambos cuando uno
padece una enfermedad mortal y el otro se encuentra en perfecto estado de salud. Por
supuesto, esto ocurre no sólo por la enfermedad en sí misma, sino porque ambos son
vulnerables, a menudo sufren de insomnio y se preocupan de que la crisis no implique a
los demás. Es una etapa llena de temor pero inestimable, gracias a la cual germinan y se
expanden las relaciones de tú a tú.
Conexiones espirituales
Al hacerse realidad la posibilidad de la muerte, las relaciones con los demás y con
Dios se hacen más intensas. Se alteran las prioridades, caen las máscaras y la necesidad
en encontrar un sentido y forjar conexiones espirituales se hace perentoria, todo lo cual
afecta a las relaciones. Un encuentro o momento espiritual compartido en un momento
especialmente significativo del camino puede marcar la diferencia entre abandonar o
seguir resistiendo. En el Himalaya, cuando un viajero adelante a otro en la montaña, inclina
la cabeza o le hace una reverencia y dice: «Namaste», que puede traducirse como «El dios
que hay en mí vela por el que hay en ti». Cuando quiera que dos individuos se encuentren
en un camino que es una metáfora de la vida y ambos compartan un momento espiritual,
éste es el saludo silencioso y subyacente. Namaste reconoce la relación entre dos seres.
Hay momentos íntimos que se comparten con compañeros con los que se mantiene
una intimidad profunda. Éstos pueden caminar a nuestro lado o sentarse frente a nosotros;
también pueden darnos la espalda cuando protegen nuestra retaguardia. Para que dos
personas sean compañeros espirituales, la relación ha de ser un tenemos o santuario
donde es seguro ser uno mismo o mostrarse al desnudo; donde podemos confiar en que la
vasija no derramará su contenido. La vasija es más grande que el amor entre las dos
personas, aunque éste es un ingrediente esencial.
Para que la relación sea un santuario, en principio hemos de poder expresar la
verdad de nuestros sentimientos, pensamientos e intuiciones; en la práctica es un proceso
continuado que requiere tiempo, confianza y asumir ciertos riesgos, porque todos
entablamos relaciones guardando secretos y puntos débiles. La posibilidad de que uno de
los dos se desilusione cuando abordamos un asunto espinos, el deseo de intimidad y el
temor a quedar atrapados, que ambos podemos albergar en diferente proporción, las
diversas defensas y rechazos que operan inconscientemente y el dolor que depara una
inevitable disonancia entre lo que esperamos del otro y lo que la realidad nos ofrece, hacen
que la unión de tú a tú sea una ardua empresa. Ese tipo de relaciones nos exigen amar sin
medida, personar y decir la verdad; actuar de acuerdo con ella y conservar intacta nuestra
fe hacen que la relación sea un camino espiritual en sí misma.
Una conexión espiritual puede ser la llave de un restablecimiento extraordinario,
que desafía las expectativas médicas convencionales. En su estudio de curaciones
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
notables, Caryle Hirshberg y Marc Ian Barasch describieron sus hallazgos como
“conexiones sociales”, mientras que yo considero esas relaciones como “conexiones
espirituales” en las que tanto el paciente como la otra persona significativa o figura interna
mantienen una relación de complicidad. Hirshberg y Barasch escribieron: «A menudo la
gente “sobrevive” a ciertos momentos críticos, o aparecen nuevos amigos o aliados para
apoyarles en su viaje. Incluso quienes han atribuido su recuperación a poderosas
experiencias interiores parecían abrigar una profunda conexión personal con las figuras
imaginadas o la presencia espiritual con la que tomaron contacto».25
Hirshberg y Barasch observaron: «Una y otra vez hemos comprobado el poder de
matrimonios bien avenidos, amistades fieles, actos altruistas y del amor indestructible.
Unas palabras bien escogidas, una convicción poderosamente expresada, un gesto
palpable de un amigo o un ser querido a menudo fueron el empujón que sacó a alguien del
abismo».
La relación significativa que ha marcado la diferencia tal vez no existiera antes en la
vida del paciente: «Frecuentemente los pacientes fraguan relaciones inusualmente sólidas
con un doctor, un terapeuta, un amigo o un grupo de apoyo. Una y otra vez nos ha
sorprendido la fuerza de un individuo aislado, cómo el valor de una sola persona a la hora
de enfrentarse a las más horribles vicisitudes constituyó la base de la curación, y cómo una
recuperación admirable a menudo supone una inspiración para los demás y, a veces,
influye en la sociedad en su conjunto».
Circulos de apoyo
Las relaciones de complicidad también se forjan en un círculo de personas que
crean un tenemos donde poder hablar de lo que realmente importa, y en el que todas se
implican para escuchar compasivamente. Un círculo de estas características supone un
entorno curativo que no sólo estimula el bienestar emocional de sus miembros sino que,
sobre todo cuando es un grupo de apoyo contra el cáncer, también alarga la vida.
Esto fue advertido por primera vez, como un hallazgo inesperado en su
investigación, por David Spiegel, un profesor de psiquiatría de la Universidad de Stanford
que a mediados de la década de 1970 impulsó un estudio con ochenta y seis mujeres
afectadas de cáncer de mama con metástasis. Quería comprobar «si una intervención
psicológica ayudaría a las mujeres con este tipo de cáncer a hacer frente de un modo más
efectivo a la soledad y los temores específicos que normalmente arrastraban»26 Para ello,
una serie de mujeres con características y enfermedades similares, que recibían el
tratamiento médico convencional, fueron seleccionadas aleatoriamente para ingresar o no
en un grupo de apoyo. Como un patrón que sirviera para la medición de los cambios, se
compararía a las que estaban en el grupo y a las que no; estas últimas formaron el grupo
25
Todas las referencias a Hirshberg y Barasch se han tomado de Caryle Hirshberg y Marc Ian Barasch. Remarkable Recovery.
Nueva York: Riverhead Books, 1995
26
David Spiegel «A Psychosocial Intervention and Survival Time of Patients eith Metastatic Breast Cancer».
Advances: The Journal of Mind-Body Health 1991; 7(3):12.
85
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
de control. Las mujeres en el grupo de apoyo llegaron a cuidar muy atentamente las unas
de las otras. Además de compartir lo que estaban viendo y hablar de la muerte y la agonía,
la radioterapia y la quimioterapia, el dolor y la postración, se apoyaron recíprocamente a la
hora de volver a establecer las prioridades y las redes sociales, compartir información y
experiencias respecto al tratamiento alternativos. Se las alentaba a pergeñar un proyecto
vital, a hacer algo que les resultara esencial en lo que les restaba de vida. También había
un encuentro mensual con miembros de sus familias, y entrenamiento en técnicas de
autohipnosis para controlar el dolor.
Spiege y sus compañeros estudiaron las alteraciones del estado anímico y la
experiencia con el dolor, y establecieron que las mujeres en grupos de apoyo se
desenvolvían considerablemente mejor que las que estaban en los grupos de control.
Publicaron sus resultados y se desentendieron de ellos durante algunos años. Entonces,
provocado por las afirmaciones de que el poder de la mente podía curar el cáncer, lo que él
consideraba absurdo. Spiegel retomó su estudio originario con la pretensión de demostrar
que pertenecer a un grupo de apoyo no había causado afecto alguno en la progresión de la
enfermedad. Lo que descubrió lo dejó anonadado: las mujeres en grupos de apoyo habían
sobrevivido un promedio de más del doble del tiempo que las que pertenecían al grupo de
control. Al cabo de diez años, en 1989, habían vivido una media de 36,6 meses, mientras
que las participantes en el grupo de control, que sólo habían recibido tratamiento médico
convencional, sobrevivieron una media de 18,9 meses. Además, tres mujeres de los grupos
de apoyo continuaban con vida.
Mi experiencia en los círculos de mujeres me dice que cuando se establecen lazos
de confianza, los círculos se convierten en un medio para crecer. Las mujeres ejercen un
poderoso efecto en las otras si se unen a grupos seguros; se ven reflejados en las
respuestas de los demás. Poseen una notable capacidad para mostrar entereza en un
momento dado y fragilidad al siguiente. En un círculo, cada mujer es única; es ella misma y
sin embargo también es un aspecto de cada una de las integrantes del círculo. Expresamos
nuestras emociones, nos reconfortamos recíprocamente, nos abrazamos, reímos y lloramos
juntas. Celebramos los momentos especiales, los rituales que honran los pequeños y
grandes avances, los logros personales y aquellos acontecimientos de cuya relevancia nos
hacemos conscientes. Lo que le ocurre a una reverbera poderosamente en la mente de las
demás.
En los grupos de apoyo hay un intercambio de información específica si ésta resulta
de utilidad: nombres de personas, artículos, casetes, libros, consejos útiles e incluso
recetas médicas. Como conozco a las mujeres, supongo que lo grupos de Spiegel eran
parecidos a aquellos en los que he participado. En un grupo de apoyo contra el cáncer,
compartirían lo que estaban haciendo y lo que aprendían de sus respectivas enfermedades.
Las personas que han pasado por la cirugía, la radioterapia, quimioterapia,
transplantes, tratamientos hormonales, diálisis —la variedad de herramientas a veces
efectivas y frecuentemente dolorosas de la medicina moderna— lo han hecho merced a
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
pruebas personales que constituyeron un extraordinario desafío. El hecho de que haya una
analogía entre esto y la escalada de montaña sirvió de inspiración a la expedición
emprendida por las supervivientes de cáncer de mama, para subir los 6.900 metros del
Aconcagua, el pico más alto de América de Sur. Esta expedición tenía como lema: «Nadie
dijo nunca que la lucha contra el cáncer de mama fuera un paseo por el parque». Para
realizar semejantes ascensos, los individuos permanecen atados. Si uno resbala, los demás
pueden frenar la caída. Cuando esto ocurre, la cuerda es una tabla de salvación, y el éxito
depende del trabajo en equipo. Mientras que una persona que escala sola puede sufrir una
caída mortal o una mujer que afronte en soledad el cáncer de mama tal vez sucumba, el
vínculo o tabla de salvación con los demás hace posible la supervivencia. Ésta es la
importancia de las relaciones íntimas en los grupos de apoyo.
Los individuos con sida y quienes les rodean experimentan la misma sensación de
compartir una batalla, aunque la metáfora más común consiste en un ser que vive inmerso
en la peste mientras los demás continúan con su vida cotidiana, indiferentes a la lucha
circundante.
La combinación de intención, voluntad, tiempo y compromiso crean el espacio o la
vasija para que advengan la gracia y el amor, para que un alma alcance a otra, aun en el
contexto de un proyecto de investigación. Los momentos de intimidad tienen un puente
entre quienes están separados y curan la soledad auspiciada por el alejamiento de los
demás y de la divinidad. Esos momentos ayudan a sanar el alma y, por ende, influyen en el
organismo. Mejora la calidad de vida, y la propia vida se prolonga.
Vínculos espirituales
Los encuentros de tú a tú también pueden transcurrir en silencio. Pienso en una
mujer que me contó como se sentaba junto a su padre, quien tenía Alzheimer. Hasta
entonces lo había conocido como un hombre emocionalmente distante, ofensivo y colérico
al que había temido y odiado, y al que ahora se veía obligada a visitar. Sin embargo, a
partir de cierto momento, el temor de su infancia se desvaneció y empezó a sentir un
asomo de compasión hacia él. Un día llegó hasta él, depositó afectuosamente su mano en
la suya y se sentó en el silencio a su lado, dejando que una sensación de paz los inundara.
Aun cuando su conciencia hubiera desaparecido —quizá por ello mismo— su esencia
permanecía allí, y ella sintió un vínculo espiritual. A partir de entonces, lo visitó
regularmente y se sentó a la cabecera de su cama en un silencio meditativo, advirtiendo
cómo se encontraban en un nivel espiritual. Continuó sintiendo este vínculo durante lo que
le restó de vida. No pongo en duda su apreciación de que en esos momentos compartía
una hermosa relación con su padre. También estoy de acuerdo con ella respecto a su
especulación de que para que ello ocurriera la mente y la coraza de la personalidad
paterna tenían que desaparecer. Su experiencia me impulsó a sugerir esta opción a otros:
que antes que rendirnos cuando un padre o un compañero han dejado de ser ellos mismos,
aún es posible compartir la esencia de ese ser y reunirse con él en un nivel espiritual.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
«Cuando rezamos por alguien, un ángel acude a su lado.» Pat Hopkins, coautora de
The Feminine Gace of Gold, planteó esta imagen en una conversación sobre la oración, y la
he conservado como una certera descripción no sólo de lo que espero que ocurra cuando
rezo, sino como una metáfora de una invocación y materialización de un consuelo invisible.
Cuando más frágiles o desesperados nos sentimos respecto a nosotros mismos o las
demás, acudimos a la oración. Rezamos si nosotros mismos, o un ser querido, padece una
enfermedad mortal. Rezamos si la propia supervivencia o la de un ser querido depende de
la cirugía u otras medidas drásticas. Seguimos rezando cuando ya no hay curación posible.
La oración revela nuestros temores, esperanzas; nos centramos en lo que verdaderamente
nos importa, rezamos pidiendo cosas que de otro modo no habríamos guardado en nuestro
fuero interno. La oración puede sosegar nuestro aislamiento, fortalecer nuestra capacidad
de resistencia y alentar nuestro espíritu. Al orar nos sumergimos en la fuente y el misterio
divinos, entablamos relación con una dimensión que nos supera. Buscamos y encontramos
un vínculo entre el ego y el Sí mismo, entre nosotros y Dios.
90
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
santuario en el centro de situaciones tenebrosas. Tal vez la curación es más fácil cuando
los ángeles velan por nosotros. Tal vez los ángeles somos nosotros y las energías curativas
son extensiones de amor que proyectamos al rezar o acercarnos a alguien con la intención
de consolarlo o curarlo.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
pluma que cae en una balanza en precario equilibrio e inclina el proceso en la dirección de
la curación, sobre todo su la pérdida de fe ha contribuido al desarrollo de la enfermedad.
Al rezar por otro o por nosotros mismos, de hecho enviamos un ángel, pues
demandamos o estimulamos la interacción entre el mundo material y el invisible. Puesto
que los seres humanos no saben realmente qué es Dios o qué es un ángel, aun después de
toda un vida consagrada a la plegaria o predicando la existencia divina, las consecuencias
de la oración caen en el reino de la fe y la especulación. No obstante, como advierte el libro
de Dossey, éstas vienen apoyadas por la investigación. Tanto su nuestras oraciones
median en la mente divina, alteran un arquetipo o activan un campo mórfico, hay algo
sobre lo que nuestras plegarias ejercen su influjo.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Prosternarse ante Dios, que consiste en echarse en el suelo con los brazos extendidos en
señal de humildad, se parece mucho a la posición adoptada por una mujer que se tiende en
el suelo, como hace Alice Walker, para sentir el consuelo y verse fortalecida por el contacto
con la propia tierra, la Madre Tierra, la diosa.
Contacto curativo
En el principio y el fin de la vida, una mujer puede actuar como partera; en esta
última ocasión como partera para el alma mientras cruza el umbral. Sosteniendo en brazos
de una mujer, o más raramente en los de un hombre cuya feminidad interna permite
invocar el arquetipo materno, acaso un moribundo se sienta sostenido por la Madre,
imbuido de una energía que los incluye a ambos, participando en una oración sin palabras,
recibiendo amor sin reservas a través del cauce de un cuerpo femenino.
Las oraciones son palabras curativas. El contacto curativo también es una oración.
Hace años, cuando mis hijos eran pequeños y uno de los dos enfermaba, se sentaba en el
borde de la cama, colocaba la palma de mi mano o ambas manos en la parte que les dolía
y me quedaba con ellos. Rezaba para que el amor fluyera a través de mí, a lo largo de mis
brazos y hasta mis manos, y llegara hasta ellos y les hiciera sentirse mejor. Estaba lejos de
ser un experimento supervisado, pero daba la impresión de que las gargantas irritadas y
los resfriados incipientes experimentaban una notable mejoría, y muy rara vez enfermaron
siendo niños. Me sentía bien porque hacía algo que podía ayudar. Compartir este tipo de
momentos sagrados implica sumirse en una esfera común de meditación, unidos por un
contacto físico y espiritual.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Contacto terapéutico
Lo que practiqué con mis hijos fue una versión “casera” de la imposición de manos.
El contacto terapéutico, difundido en el mundo de la enfermería por Dolores Krieger,
profesora de enfermería de la Universidad de Nueva York, y que ahora se emplea en
hospitales y hospicios, en un método contemporáneo de imposición de manos que tiene
una base teórica en la física y en conceptos orientales como las energías qi o prana. Una
enfermera que ensaye estas técnicas ha de concentrarse en primer lugar, aquietar su
mente y volverse receptiva en su meditación. A continuación, recorre con sus manos el
cuerpo del paciente, a unos centímetros de la piel, para detectar las perturbaciones en el
campo energético. Entonces, con las manos aún a cierta distancia de la piel, trabaja
reequilibrando el campo de energía que circunda al paciente, deshaciendo los nudos de
tensión y distribuyendo la energía curativa hacia los puntos dañados. El proceso completo
dura entre quince y veinte minutos y no debería prolongarse más tiempo. El libro Choices
in Healing (1994), de Michael Lerner, es un repaso de la investigación sobre el contacto
terapéutico; muestra que éste puede resultar un medio efectivo para aliviar el dolor,
acelerar la cicatrización, mejorar el metabolismo básico del organismo, aumentar la
relajación y optimizar la calidad y duración del sueño. Ha reducido el estrés en niños
prematuros y ha disminuido la ansiedad en pacientes con enfermedades cardiovasculares.
Si abriga el propósito de ayudar o curar mediante el tacto, la enfermera entabla una
relación de tú a tú con el paciente, y la energía que extrae de sí misma merced a la
concentración también revierte en ella. En el Commonweal Cancer Help Program,
desarrollado en Bolinas, California, los participantes, enfermos de cáncer, trabajan
ayudándose unos a otros a fin de que cada uno de ellos ofrezca y reciba un contacto
curativo. En el programa se forjan vínculos, empatía y reciprocidad. El círculo se convierte
en un ambiente íntimo. Se refuerza la concentración. Michael Lerner, presidente de
Commonweal, observa que, en este contexto, dar y recibir por el simple contacto resulta
94
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
28
Michael Lerner. Choices in Healing: Integrating the Best of Conventional and Complementary Approaches to Cancer.
Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 1994, pág. 365
95
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Marion no sabía que un indio le había pedido a su mujer que se sentara junto a ella,
a una distancia socialmente inapropiada entre extraños; desconocía el motivo de
semejante acción hasta que se recuperó y él le dijo que había advertido que se moría, lo
cual le impulsó a enviar a su mujer. Creo que Marion recibió una transfusión de energía, de
fuerza vital y compasión a través del contacto directo con el cuerpo de la mujer india. Su
espíritu se había cernido sobre su cuerpo enfermo, y aunque habría logrado volver a él, el
indio seguramente advirtió la debilidad de ese vínculo.
En una conferencia sobre medicina humanista en Alemania, escuché a la doctora
Jeanne Achterberg contar algo parecido. Cuando su marido Frank sufrió un ataque al
corazón, Jeanne se tumbó junto a él en la cama del hospital, a fin de ofrendarle su energía
vital en un momento en que su vida corría peligro. Antes de acudir al hospital, también
había pedido que rezaran por él.
Sin ser consciente de ello, yo también hice lo mismo por mi madre cuando ambas
creímos que se estaba muriendo. Barruntando la cercanía del fin, yací junto a ella en su
lecho para abrazarla y acompañarla como hija y matrona en su tránsito espiritual. La
abracé toda la noche, y, con la llegada del alba, el peligro había desaparecido.
La transfusión de energía de una persona sana a otra enferma a fin de infundirle
fuerzas y ayudar en el proceso curativo es un concepto tan extendido en Oriente como el
hecho de esperar resultados favorables de una transfusión sanguínea en Occidente. Se
entiende que una persona sana abunda en el prana o qi, del que el enfermo carece.
29
Marion Woodman. Los frutos de la virginidad. Luciérnaga. Barcelona, 1990
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Cualquiera que con esa intención deposite sus manos sobre él, le ofrenda o canaliza su
energía si el otro está dispuesto a recibirla.
Hace poco tuve noticia de un enfermo de sida que estaba conectado a la respiración
artificial: esperaban que muriera pero no lo hizo. La oración que había aprendido y repetido
incesantemente, y que en concreto solicitaba ayuda angélica, era la oración del ángel de la
guarda. Muchos adultos recuerdan haberla aprendido en el primer o segundo curso de los
colegios católicos. He aquí una versión:
Ángel de Dios,
mi bienamado protector
gracias a quien el amor de Dios
me mantiene aquí.
A partir de hoy
quédate a mi lado
para iluminarme y protegerme
para aconsejarme y guiarme.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Al advertir que nunca sería capaz de volver ala India para trabajar con
su amiga, le escribió una carta angustiada, el adiós desesperado de una
mujer que veía cómo se desvanecía su sueño y el sentido de su vida-
Tiempo después, recibió un aerograma azul con el sello de la oficina
central de correos de Calcuta. En breves líneas la madre Teresa le bosquejó
un proyecto único: la creación de una asociación que urdiría, sobre el mar y
la tierra, los lazos de una comunión mística entre aquellos que padecían
físicamente y necesitaban permanecer activos, y aquellos que necesitaban
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
La alquimia de la oración
Hay una alquimia en la oración: si la persona por la que se reza siente sus efectos,
quien reza también experimentará ciertos cambios. Rezar por alguien puede hacerse como
un servicio, que también implica una práctica espiritual, como ocurre en los vínculos de la
madre Teresa. El propio dolor y sufrimiento engendrados por una enfermedad crónica, que
carece se sentido su lo vivimos en soledad, se convierte en el medio que vehicula la
compasión ante el sufrimiento ajeno y el deseo de aliviarlo.
Como experimento personal para transformar el dolor a través de la oración,
alguien que padezca una dolencia o minusvalía crónica tiene la opción de rezar por una
persona concreta. Puede tratarse del alguien que desempeñe un trabajo de ayuda a los
demás y a quien quiera apoyar por medio de la oración; puede tratarse de alguien
comprometido como activista social, político o medioambiental; alguien que ayuda al
prójimo de una modo relevante para quien reza. Quizá se haga para consolar a otro
enfermo o para alentar la fe y el trabajo de alguien que nos es próximo. El compromiso tal
vez consista en rezar dos o tres veces al día durante muchos meses. Adoptar una decisión
semejante implica embarcarse en un viaje espiritual, creer que la oración tal vez ayude a
los demás y mantenerse fiel al compromiso.
Si crees que rezar alterará el curso de los acontecimientos, lo hará, de una manera
psicológica y espiritual. En la oración, el yo se relaciona con el Sí mismo, con el arquetipo
30
Dominique Lapierre. Más grandes que el amor. Barcelona: Seix Barral 2002.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
del sentido interno, así como con todo lo sagrado que hay a nuestro alrededor. Este
encuentro y comunión estimula y lleva el alma a su antigua plenitud. Tal vez los ángeles
aparezcan cuando rezamos, pululen en nuestro derredor y se acerquen a aquellos por
quienes alzamos nuestras plegarias. Tal vez los ángeles sean porciones de aliento divino,
que necesitamos a un nivel corporal y espiritual.
Las oraciones que dedicamos a los demás son expresiones de amor. Cuando más
amor ofrecemos, más amor obtenemos y más amor proyectamos en el mundo. El mismo
principio se aplica a los ángeles, si orar consiste en invocarlos.
100
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
X . RECETAR IMAGINACIÓN
The Little Engine That Could es una historia curativa.31 Si adoptas su esencia como
una medicina, te ayudará a recuperarte. Es gratis y no tienen efectos secundarios, pero
exige un esfuerzo individual y la magia de la imaginación. Me refiero al empleo de la
visualización y las aserciones a la hora de reestablecerse. Mis compañeros médicos
racionales se encogerán de hombros ante esto, como ante una mera credulidad, os se
enfurecerán como si fiera una tontería, pues desestiman o no toman en consideración los
métodos para estimular la respuesta curativa del organismo. Su autoridad es intimidante,
así como su convencimiento de que nada resulta efectivo a menos que sea químico e
invasivo. Entiendo que este elemento de la medicina es “cosa de hombres”, con su énfasis
en subyugar y conquistar la enfermedad. Quizá tenga que ver con tener atrofiado el
hemisferio cerebral derecho, y por lo tanto con la carencia de un enfoque desde la
perspectiva curativa. Las visualizaciones y aserciones parten de la base de una conexión
entre el cuerpo y la mente, de que cuanto piensas y sientes influye a la hora de
recuperarse o continuar enfermo.
En este libro para niños, la pequeña locomotora, ascendiendo una colina, arrastraba
una carga mayor de lo que nunca había llevado, diciéndose a sí misma: «Creo que puedo,
creo que puedo, creo que puedo», y más tarde, conforme ganaba ímpetu y confianza: «Sé
que puedo, sé que puedo, sé que puedo», hasta que llega a la cima del promontorio y
desciende al otro lado, diciendo: «Sabía que podía, sabía que podía, sabía que podía», para
alegría de los niños.
En The Litlle Engine That Could, tenemos una historia con un mensaje emocional,
imágenes que lo acompañan y una declaración positiva que la locomotora (y el niño)
repiten una y otra vez. Cada uno de estos tres elementos tiene algo en común con el modo
en que la gente activa sus recursos curativos recurriendo a energías físicas y psicológicas.
La identificación con la historia se produce emocionalmente. Sin saber lo que significa esa
palabra, el niño utiliza la historia de la pequeña locomotora como una metáfora: lo que
quiere decir que sabe que no es una locomotora, y que se trata de su historia. El niño hace
una conexión entre el exitoso esfuerzo de la locomotora y su ascensión a la colina y la
dificultad concreta que ha de superar.
Los relatos inspirados que escuchamos, creemos y nos aplicamos a nosotros
mismos se interiorizan profundamente e influyen en la mejoría y la curación. Gracias a los
receptores de peptidas, las células del organismo responden a las historias verídicas de
curaciones asombrosas, historias que son metáforas de lo que el organismo es capaz de
31
Warry Piper. The Little Engine That Could. Nueva York: Platt and Munk, 1930
101
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Visualización
La visualización es una técnica que vincula la mente y el cuerpo y que el niño utiliza
instintivamente cuando aplica The Little Engine That Could a una dificultad que aparece en
su vida. Como una técnica de sanación, para mitigar el dolor o estimular el sistema
inmunitario, podemos aprender a formar imágenes mentales tan simples como las
ilustraciones de los libros infantiles. Cuando visualizamos una metáfora, se produce una
reacción orgánica a nivel fisiológico. Así como el niño ve las ilustraciones del tren cuando
se identifica con el cuento, los pacientes contemplan el relato que insuflan en su organismo
a través de la visualización. La capacidad de activar el arquetipo del niño, de suspender la
lógica (y el escepticismo) e integrar en el mundo mágico del niño interior, para quien la
metáfora es real, hace que la visualización funcione en los adultos.
Visualización y cáncer
El doctor O. Carl Simonton, oncólogo experto en radiación, fue pionero en el empleo
de la visualización en el tratamiento contra el cáncer. En 1978 fue coautor de Getting Well
Again,32 el libro que despertó un interés nacional e internacional en el uso de la
visualización en el tratamiento del cáncer. Me familiaricé con su trabajo en 1973. En aquel
momento estaba cumpliendo con el servicio militar en las instalaciones médicas de la base
de la fuerza aérea de Travis, en el norte de California; asistí a una conferencia en la que
mostró diapositivas acerca de la conexión entre visualización y curación en un modesto
congreso junguiano en el sur de California.
Carl era un orador carismático, amable y persuasivo que estaba convencido no sólo
de que había un vínculo entre la mente y el desarrollo del cáncer, cosa que ya habían
sugerido otros en la medicina psicosomática, sino también de que existía una conexión
entre la mente y el organismo que podía estimularse para el tratamiento exitoso de esta
enfermedad. Empleaba una combinación de visualización, meditación y psicoterapia con
los pacientes cancerosos adscritos a su departamento de radioterapia.
Intuitivamente, me pareció que su método tenía sentido, y poco después fui en
persona a observar lo que hacía. Acudí a su departamento, asistí a su trabajo con un grupo
de pacientes a través de una luna de efecto espejo, hablé con él de su tarea y de cómo se
había basado en los resultados de la enseñanza de la visualización a uno de sus primeros
pacientes.
Se trataba de un hombre de sesenta y un años con un avanzado cáncer de
garganta. Se encontraba muy débil, había perdido una cuarta parte de su masa corporal,
32
Todas las referencias a Carl Simonton se han extraído de Carl Simonton, Stephanie Matthews-Simonton y James L. Creighton.
Recuperar la salud. Una apuesta por la vida. Madrid: Los Libros del Comienzo, 1998
102
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
apenas podía tragar su propia saliva y tenía dificultades para respirar. Tenía menos del 5%
de posibilidades de vivir cinco años más, que era el límite previsto para su resistencia.
Carl quería ayudarlo, pero el hombre se moría. La estancia en los hospitales y la
administración del tratamiento no resultaban efectivos, pero ahí estaba Carl, uno de sus
jóvenes doctores, asegurándole que podía hacer algo más que permanecer allí
pasivamente, hundiéndose en su enfermedad. No tenía nada que perder. Escuchó mientras
aquel médico interno convincente y optimista le hablaba de la capacidad de la mente para
influir en el organismo, y cómo el sistema inmunitario trabajaba para librar al cuerpo del
cáncer. Todo lo que tenía que hacer para sentirse mejor era aprender a relajarse en un
estado mental contemplativo y visualizar su cáncer, el tratamiento por radioterapia y la
reacción de sus linfocitos tan vívidamente como le fuera posible.
Accedió a hacerlo de cinco a quince minutos, tres veces al día. Se relajaría
echándose en silencio y concentrándose en los músculos de su cuerpo, empezando por la
cabeza y acabando por los pues, ordenando a cada músculo que se distendiera. Entonces,
en ese estado relajado, se imaginaría a sí mismo en un lugar tranquilo y agradable;
sentado al pie de un árbol, junto a un arroyo o cualquier lugar que agradara a su fantasía y
le resultara placentero. Tras estas disposiciones, estaría preparado para imaginar su cáncer
en las diversas formas que adoptara.
A continuación, Carl le pidió que se imaginara la radioterapia como una lluvia de
diminutas partículas de energía que caían en la parte de su cuerpo arrasada por el cáncer.
Las células normales de la zona también se verían afectadas, pero resistirían la radiación
que mataría a las cancerígenas. En ese momento tenía que imaginar la llegada de los
linfocitos, cómo se arremolinaban alrededor de las células cancerígenas debilitadas, las
arrancaban y transportaban con las muertas o moribundas y las expulsaban del
organismo. Con el ojo de su mente, pudo ver cómo su cáncer menguaba y recuperaba su
salud.
Los resultados fueron espectaculares. La terapia funcionó excepcionalmente bien; el
hombre no presentó ninguna reacción negativa a la radioterapia en su piel ni en las
mucosas de la boca y el cuello. A la mitad del tratamiento pudo volver a comer. Recuperó
su peso y su fuerza. El cáncer desapareció progresivamente. Dos meses más tarde, no
quedaba rastro de él.
El paciente era un ejecutivo, acostumbrado a impartir órdenes y a que las
cumplieran. Atendió a lo que le dijo Carl y confió en él. Que pudiera decirle a sus linfocitos
que se libraran de las células cancerígenas no requirió un gran esfuerzo de fe: una vez que
Carl le aseguró que era posible ordenarles hacer lo que quisiera, asumió fácilmente el
mando. Después de todo, no era distinto de dar órdenes y ver como se cumplían.
Tras la remisión de su cáncer, el paciente decidió utilizar la visualización para curar
su artritis, que le había causado problemas durante años. Imaginó mentalmente que sus
linfocitos pulían las articulaciones de sus brazos y piernas, eliminando todo residuo, hasta
que las superficies quedaban limpias y relucientes. Los síntomas de su artritis
103
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
desaparecieron poco a poco, y aunque de vez en cuando, ahora era capaz de ir a pescar al
río con regularidad. Entonces decidió utilizar la visualización para mejorar su vida sexual, y
se libro de un problema de impotencia que arrastraba desde los últimos veinte años.
Cuando se publicó Recuperar tu salud, habían transcurrido cinco años y su cáncer estaba
en remisión; había recuperado su potencia sexual y su artritis le molestaba muy poco.
Así como la visualización y Carl Simonton había ejercido una gran influencia en él, a
su vez había provocado una gran impresión en el médico. Cuando hablé con Carl Simonton
acerca de esta paciente, recordé cómo el doctor J.B. Rhine, el padre de la parapsicología
que hizo de la experiencia extrasensorial una expresión conocida, hablaba de las
espectaculares facultades paranormales de su primer sujeto relevante. El destino le
proporcionó a cada uno, muy temprano en sus carreras, un sujeto excepcional. Aunque
otros tal vez dudaran y se burlaban, este sujeto asombroso les había confirmado aquello en
lo que creían.
104
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Las imágenes más efectivas son aquellas que mejor se adecuan intuitivamente, las
que forjamos, creamos y adoptamos como propias. Por ejemplo, si se nos sugieren escenas
bélicas como metáfora, las escenas de combate entre los linfocitos T y las células
cancerosas se adecuan a los fans de las películas de Rambo o Terminator. Las mujeres que
rechazan esta opción pensarán que es “demasiado sangrienta”, y a mí tampoco me gustan
este tipo de películas.
Después de reflexionar acerca de la oración como un medio para enviar energía
curativa y protectora —o ángeles— hacia aquellos por los que oramos, pensé en los
teólogos medievales que discutían sobre cuántos ángeles podían bailar en una cabeza de
alfiler, y de pronto pude imaginarme a los linfocitos como millones de microscópicos
ángeles de la guarda que me protegían circulando a través de los tejidos de mi organismo,
capaces de reconocer lo que no debería de estar ahí y librarse de ello. Tal vez esta imagen
se acerque a lo que ocurre en realidad: acaso un ángel sea un cuanto de energía sutil sobre
el que podemos influir o al que dirigimos mediante nuestras visualizaciones y oraciones a
fin de que nos cure o proteja. Acaso son los mensajes que activan y estimulan el sistema
inmunitario de los linfocitos para que vele por nosotros.
No se puede acusar a los escépticos por no creer que pueda dirigirse el complejo
sistema inmunitario, y menos aún que pueda verse afectado a partir de ejercicios con la
imaginación. Yo también habría tenido la misma reacción a no ser por las experiencias que
tuve antes de iniciarme en la visualización, así que cuando escuché a Simonton describir su
empleo en el tratamiento contra el cáncer, y el efecto de la mente y las emociones en su
desarrollo, no sólo tuvo sentido, sino que fue la continuación lógica de lo que ya había
observado respecto a la respuesta del organismo a las imágenes metáforicas.
105
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33
Reynolds Pryce. A Whole New Life: An Illness and a Healing. Nueva York; Scribner, 1994, págs 58-59.
106
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la enfría. Pensó que si esta técnica permitía influir en el riego sanguíneo de las manos,
quizá podría aumentar el riego coronario.34
En las instrucciones que da a sus pacientes, Ornish comienza con la observación:
«Tu cuerpo responde a imágenes mentales», y a continuación, paso a paso, enseña a
visualizar. El contenido de la visualización corresponde al paciente. Uno de ellos imaginó
que las obstrucciones se deshacían con una escobilla; otro utilizó un desatascador. La
evaporación y la perforación fueron imágenes empleadas por otros dos hombres.
Algunas personas necesitas que se les “prescriba” su visualización porque así la
adoptan más fácilmente y porque se adecua a su mente. Sin embargo, creo que cuanto
más te comprometas en el proceso, mejor. Formar la visualización de implica en la
enfermedad, los efectos del tratamiento y el modo en que la respuesta curativa orgánica
puede ser beneficiosa. Como un artista gráfico o dramaturgo, se te pide entonces que
traduzcas tu enfermedad, el tratamiento y la respuesta curativa del organismo en un
lenguaje e imaginería visual metafóricos, y que imagines que te restableces. Supón que tu
vida depende de esbozar una serie de dibujos que alguien ha de seguir. Imagina que son
las únicas instrucciones disponibles. Mente y cuerpo han de aunar esfuerzos, y la autoridad
que acepta una metáfora específica como correcta reside en nuestro interior. Acaso
descubras que hay un conocimiento interno y aprendas a confiar en él, lo que a la hora de
seguir un camino curativo es tan importante como crear una visualización eficaz.
Aserciones
The Little Engine That Could también enseña el uso de otra técnica que vincula
cuerpo y alma y que conocemos como aserciones. La locomotora (y el niño) repiten
palabras alentadoras una y otra vez. Éstas tienen la cadencia de un tambor o del latido del
corazón: «Creo que puedo, creo que puedo, creo que puedo». El mensaje es una
afirmación, y la repetición de afirmaciones en momentos difíciles puede influir en la mente
y en el cuerpo. Una aserción también es un relato; un relato que nos contamos a nosotros
mismos, acerca de nosotros mismos. A menudo antes de que se haga realidad; es un relato
que influye y modela el porvenir.
Las aserciones consisten en declaraciones positivas recurrentes que nos hacemos a
nosotros mismos. Pueden ser tan sencillas como las de la pequeña locomotora cuando
decía: «Creo que puedo, creo que puedo, creo que puedo», en lugar de centrarse en lo alta
que es la montaña o lo pesada que resulta la carga o la tarea que ha de abordar; o lo
diminuto de su tamaño o su inexperiencia, o quizá la posibilidad de que se agote el
combustible. En lugar de lamentarse su carga o compararla con la de los demás, la
pequeña locomotora se limita a repetir que puede conseguirlo. Así es como funcionan las
aserciones. Definen la situación actual y auguran el éxito.
34
Dean Ornish. Stress, Diet and Your Heart. Nueva York: Penguin, 1982, págs, 9,115-128
107
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35
David Bohm y John Welwood. «Issues in Physics, Psychology and Metaphysics: A Conversation», The Journal of
Transpersonal Psychology, 1980; 12(1):30.
108
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Aserciones eficaces
36
Louise L. Hay. Usted puede sanar su vida. Barcelona: Urano, 1989.
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111
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Los rituales señalan los umbrales, colectivamente compartidos, que tienen que ver
con los principios y los desenlaces: fiestas de cumpleaños, Nochevieja y Año Nuevo,
bautizos, compromisos, ceremonias matrimoniales, graduaciones, jubilaciones y servicios
fúnebres son algunos de estos acontecimientos. Desde hace unos años, las mujeres que
piensan que el cuerpo es un santuario y honran sus transiciones físicas han comenzado a
celebrar la llegada de la menstruación en sus hijas y su propia menopausia, lo que, unido a
la maternidad, constituye las tres fases biológicas esenciales en la vida de una mujer. Estas
iniciaciones físicas, a veces denominadas misterios de la sangre, alteran el cuerpo y la
mente femeninos; cada una de ellas inagura la siguiente etapa importante de su vida.
Una enfermedad mortal también supone una transición e iniciación a una fase de la
vida que se traduce en cambios orgánicos. Con aparición de la dolencia, éstos se
manifiestan en acontecimientos y crisis con consecuencias físicas y espirituales. Tiene
lugar una alteración sustantiva de los roles, y todo los que están implicados experimentan
la necesidad de apoyo espiritual, todo lo cual hace que esta situación regida por la
medicina, sea una etapa en la que el ritual resulta espiritualmente esencial. Por ejemplo,
ingresar en un hospital para someterse a una operación a vida o muerte es un
acontecimiento espiritual, y los rituales que reconocen este hecho aportan un respaldo
psicológico y espiritual que permiten que cuerpo y alma atraviesen juntos esa prueba.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
indica para qué sirve el ritual y quién ha de participar en él. Lo que otros han hecho puede
servirnos de inspiración.
Por ejemplo: antes de la quimioterapia, a Patricia le advirtieron que seguramente el
cabello se le iría cayendo en mechones. Le habían prestado o regalado sombreros y
pelucas en previsión de que esto ocurriera (compartidas como ropa de bebé usadas años
antes, en lo que parecía una vida anterior), lo que constituía un modo práctico de
prepararse. En otro nivel, simbólico o espiritual, quería que sus amigos compartieran un
ritual curativo. Entonces se enteró de que ciertas mujeres sometidas a la “quimio” se
cortaban o rapaban su cabello en lugar de esperar a que se cayera. Asumían el control de
la situación. Algunas lo hacían como parte de un ritual. De inmediato, reaccionó
afirmativamente a la idea.
De forma instintiva, muchas mujeres se cortan el cabello cuando necesitan
mostrarse fuertes, así que una posibilidad era contemplarlo como un ritual simbólico de
atribución de poder. Una amiga budista le contó que, en una de las tradiciones del
budismo, una cabeza afeitada simboliza la iluminación, lo que también tenía sentido. Le
hablaron de una mujer que compartió la ordalía de una amiga, y de otra que se
compadeció del sufrimiento ajeno: ambas decidieron cortarse sus largas y hermosas
cabelleras en un acto simbólico. Al adoptar los votos, las monjas de muchas tradiciones se
afeitan la cabeza. Es un acto con un significado arquetípico que a un tiempo es individual y
muy personal. Para que los rituales creados funcionen en un nivel profundo, han de estar
formados por una base arquetípica y un elemento personal.
Su ritual fue simple, solemne y espontáneamente divertido. Pidió a sus amigas más
íntimas que estuviéramos presentes. En el interior de la casa se había creado un espacio
sagrado; se había dispuesto un círculo de piedras con una vela en el centro para albergar al
círculo de mujeres que unirían sus manos e invocarían el aliento espiritual para la tarea
que estaba por venir. Nos agradeció nuestra presencia, nuestro cariño y apoyo, y nos contó
por qué había decidido hacerlo. Algunas de nosotras aportamos lo que sabíamos acerca del
significado de raparse la cabeza, pero todas temíamos y abrigábamos nuestras dudas al
respecto.
Una vez hecho, ya no podría cambiar de opinión. ¿Cómo resultaría? ¿Qué aspecto
tendría? En ese momento el círculo estaba sumergido en la energía; era realmente un
espacio sagrado, y la transformación que habíamos acudido a presenciar ya estaba
teniendo lugar. Nuestra amiga estaba sentada y nosotras permanecíamos de pie; sin
embargo, parecía muy alta, o tal vez había una presencia y un aplomo que la hacía parecer
así. Como nos contó más tarde, se sentía querida y apoyada, y eufórica, liberada y aterrada
por lo que estaba haciendo y lo que estaba a punto de ocurrir.
Patricia le pidió a su hija mayor, que nunca había hecho nada parecido, que le
cortara el cabello. Primero usó unas tijeras, luego una máquina de afeitar eléctrica para
procurar un rapado uniforme. Sus amigas eran su espejo; le devolvíamos cuando
presenciábamos: valor, y un buen cráneo de líneas bien perfiladas. Con su cabeza afeitada,
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
parecía un bebé, un monje budista, una Nefertiti, o un nuevo ser. Hubo risas y alivio; fue
una experiencia espiritual que nos dio fuerza a todas, y a la vez una “sesión de peluquería
entre chicas”, con risas, comentarios y apoyo a nuestra valiente y rapada amiga. Fue un
ritual y una fiesta.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Contar la historia forma parte del ritual. Si eres la persona en quien recaen todas las
miradas, lo que expreses dependerá de quién esté presente. Si hay niños, familiares y
otras personas presentes que nos importan pero a las que no necesariamente nos
confiamos, cuando digamos quizá no sea tan revelador como para nuestros mejores
amigos. Narrar los acontecimientos que nos han conducido a este umbral específico forma
parte del asunto. Puede incluir los síntomas o todo lo que el médico nos ha contado
respecto al diagnóstico y qué debemos esperar. Puede ser el momento y el lugar para
admitir los sentimientos de rabia y desconsuelo, o para hablar de la vergüenza y el temor
relacionados con esta travesía. ¿Qué podemos decir?
Si un grupo se reúne para un ritual, es diferente del trabajo de un grupo de apoyo.
Se centra en una persona y un hecho específico. Tal vez incluso expresemos los
sentimientos a flor de piel que nos provoca lo que hemos de asumir, y ahora que les
decimos lo que va a ocurrir y lo que esto significa, es algo que nos resulta familiar y en lo
que hemos pensado mucho. Al borde de una experiencia desconocida y peligrosa,
recurrimos al cariño y el apoyo de los demás y lo buscamos en nosotros mismos.
En este momento es importante ser capaz de traer a la memoria y recordar pruebas
y acontecimientos pasados que superamos y de los que aprendimos, y que nos ayudaron a
crecer. Entonces, lo que ahora afrontamos tienen su lugar en nuestro contexto vital. Somos
protagonistas de nuestra historia. Forma parte de nuestro viaje. Nos enfrentamos a un
travesía especialmente significativa, y lo que nos quieren han de saberlo, así como qué
necesitamos de ellos.
Quienes forman parte en nuestro ritual pueden ser testigos como participantes
activos. Tal vez tengan que decirnos algo, o nos entreguen objetos simbólicos que nos
acompañarán y que simbolizan cualidades que nos alientan a reforzar. Acaso queremos
que lleven consigo un elemento simbólico, un vínculo con nosotros mientras emprendemos
el descenso: hijos simbólicos en la muñeca, o un lazo en nuestro nombre, al igual que se
portan lazos amarillos por los desaparecidos en combate o lazos rojos en apoyo a los
enfermos del sida.
El ritual puede acabar con una oración, una imposición de manos, la audición de un
sonido o una canción, o con palabras espontáneas escogidas y pronunciadas. Cuanto nos
otorga un sentido nos hace compartir una comunidad personal., cuanto queremos hacer y
puede resultar útil es adecuado, un ritual sin ataduras formales, basado en la sinceridad.
115
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
pura, como un relámpago o una explosión nuclear: era calor, luz, resplandor. Ningún mortal
podía sobrevivir a esto. Antes de que Selene muriera, Zeus salvó al feto que transportaba
en su útero arrancándolo de él y cosiéndolo —trasplantándolo— a su propio muslo. En su
forma divina, Zeus es una personificación de la radiación letal en estado puro.
Me recuerda a las altas dosis de radiación (O quimioterapia) y a la extirpación de las
células del tuétano de la médula ósea ( que son como células fetales). Se procede así
porque el paciente tienen una enfermedad terminal y la radioterapia y quimioterapia
administradas pueden resultar fatales salvo si esas células se extirpan y se injertan
posteriormente. Las células salvan al paciente, así como el feto que Zeus extrajo del
interior de Selene, convertido en el dios Dionisio en un mito posterior, viajó al inframundo y
resucitó a su madre.
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una vez fuera su útero se transformaría en una nueva vida. El ritual marcó un final y un
nuevo inicio esperanzado.
Los rituales poshospitalarios eran actos simbólicos dirigidos a asumir el cambio
personal; la transformación del dolor y la pérdida en la nueva vida. Semejantes rituales son
dramatizaciones o representaciones simbólicas de la pérdida como una parte de la vida
que continúa. Ritualizar la pérdida es sumergirse en el reino de los sueños y los mitos, que
señalan transiciones en el lenguaje de la muerte y el renacimiento, donde el entierro
precede a la renovación, la resurrección o la promesa de que, con el tiempo, volverá la
primavera. Como parte de un proceso anímico espiritual, no es necesario enterrar el tejido
extirpado; para algunas personas hacerlo volverá más significativo el ritual; para otras, la
mera idea es desagradable. En cambio, se escoge o se fabrica un objeto que simbolice la
pérdida, y se lo carga o se le infunde el sentido o significado personal.
En el estrato simbólico del inconsciente colectivo, los modos en que los seres
humanos, desde el principio de los tiempos, han señalado el fin de la vida como una
transición al otro mundo se convierten en una metáfora de lo que empieza y lo que
concluye. La metáfora evoca imágenes y un sentido arquetípico, al que aluden los rituales.
Entregar un símbolo a la tierra, al mar o al fuego, o legarlo a la intemperie en las ramas de
un árbol, se incorporan fácilmente en los rituales personales porque no son inventados sino
que proceden del alma.
Una terapeuta que había sido sometida a cirugía y quimioterapia por un cáncer de
mama el año anterior acudió a la isla de San Salvador en las Bahamas a un encuentro de
mujeres que yo dirigía. Vino con la intención de celebrar un ritual. Me había escuchado
hablar de lo que había hecho mi amiga Anthea, y quería hacer algo parecido. Había una
larga extensión de playas desiertas, recogidas, orladas de maleza autóctona. En el círculo
previo, habló del cáncer en su contexto vital, de todo lo que había pasado desde el
diagnóstico, y de su intención de superar el cáncer y lo que éste representaba. Pensaba
que tenía que ofrendarlo, ritualmente, al mar. Más tarde, cuando nos reunimos con ella en
la playa, se sinceró profundamente, y lloró. Aún no podía hacerlo. No podía obligarse a
coger lo que había traído y arrojarlo físicamente al mar. Ésa era la verdad. Lo que había
pensado hacer de enfrentó con emociones inesperadas, más profundas: afloró un «No» en
su fuero interno. Su mente había planeado algo que su alma consideraba prematuro. Un
ritual significativo y la verdad profunda suelen venir juntos. El ritual no es un juego
inventado en el que podemos fingir creer. Nos compromete verdaderamente, en cuerpo y
alma.
En estos momentos, es importante formularnos preguntas espirituales, hasta que
emerja lo que resulta propicio para esta persona en concreto. Le pregunté si quería volver
a casa con lo que había traído con ella. La respuesta fue un «No» rotundo. Las respuestas a
las preguntas subsiguientes revelaron que era cuestión de tiempo. En algún momento del
pasado, había querido morir, y el cáncer parecía ser un reflejo de ello. Ahora, se obligaba a
una afirmación vital, y hacía una serie de cambios en su vida, pero aún no estaba lo
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
suficientemente preparada para abrazar la vida y renunciar a ser una paciente. Lo que le
era ritualmente propicio —según un conocimiento interior— era enterrarlo a unos metros
de profundidad, en la orilla. Allí, bajo la superficie y en la oscuridad, la arena, el agua y el
tiempo trabajarían hasta disolverlo; gradualmente e inevitablemente, se operaría una
transformación. Cuando el acto ritual propuesto estuvo acorde con lo que interiormente
sabía que le convenía, pudo seguir adelante. La pequeña ceremonia de entierro que llevó a
cabo, con nosotras como testigos, fue intensa y poderosa, y, por encima de todo, cargada
de sentido.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
imán, por las células malignas. Le recordé que el rojo era su color favorito, y que simboliza
la sangre vital, la pasión, la intensidad y el calor. Entre ambas sustancias, recibió un
antiemético para evitar la náusea y los vómitos. Entonces le inocularon el segundo
fármaco, diluido en una solución intravenosa. En esta ocasión, tenía que imaginar y
conducir las moléculas opalescentes hasta el cáncer. Eran brillantes, cristalinas, y
envenerarían a las células cancerígenas, que se debilitarían y morirían para que ella
pudiera vivir. Estos medicamentes estaban de su parte y la ayudarían.
En ese momento llegó su hijo, escuchó y participó; ahora éramos cuatro, el círculo
había crecido, con él al pie de la cama. El pequeño círculo inicial había creado un espacio
sagrado, y las paredes de la habitación marcaban sus confines. Cada uno de nosotros la
alentaba con su cariño y con caricias. La enfermera se convirtió en parte de lo que
hacíamos con su actitud respetuosa. El espacio ritual se mantuvo aun cuando comprobó el
goteo de la intravenosa, explicó lo que estaba pasando y respondió a las preguntas que le
formulábamos. También hubo una breve conversación y risas. Una vez creado y
compartido, un espacio espiritual no tiene por qué ser sombrío.
Si acudimos solos a la quimioterapia, incluso si nos privan de la intimidad, siempre
es posible crear un espacio curativo cerrando los ojos, concentrándonos en nosotros
mismos gracias a la respiración e insuflando sosiego en nuestro organismo. Creamos un
santuario a nuestro alrededor trayendo imágenes a la mente y el alma. Tal vez nos
imaginemos en un círculo curativo, rodeado de personas que nos quieren pero no han
podido acompañarnos. O quizás nos imaginemos en otro escenario, hermoso y agradable,
en la naturaleza o en cualquier otro lugar. Acaso traigamos un objeto que nos resulte
especial, y que podamos apretar en las manos. Acaso nos repitamos algo, o nos
sumerjamos en una visualización que hemos preparado. Y siempre podemos rezar.
Estos métodos rituales invitan a la mente a participar en la curación del organismo
a partir de medios fisiológicos y espirituales. La misma actitud ritual y la creación de un
santuario pueden manifestarse junto a nuestro lecho si recibimos una transfusión
sanguínea, o si la medicación es un antibiótico o esteroide agresivo. Puede acompañar a la
medicación oral. Las decisiones médicas resultarán más efectivas en ausencia de temor y
si la mente y el alma se concentran en su efectos.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
presentado una atención superficial, pero ahora, en medio de una crisis, adquieren un gran
sentido. El alma permanece a la escucha.
El salmo treinta y tres, leído a mi padre moribundo, tuvo un poder semejante: «[…]
aunque camine por el valle de la sombra de la muerte». Meses antes de su muerte, su
hermano menor, Daniel, que es sacerdote, se la leyó en nuestra cocina, en ese tiempo de
espera en el que la medicina ya no podía hacer nada más y era cuestión de tiempo que
muriera:
37
La Sagrada Biblia, edición estándar revisada. Nueva York: Thomas Nelson & Sons, 1953, pág. 576
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Pidió a una de sus amigas que la acompañara al hospital para participar en un ritual
antes de cruzar sus puertas, o antes de franquear la primera de ellas. Anthea llevaba
collares y vestidos simbólicos que se fue quitando conforme su amiga leía «The Descent of
Inanna, II: The First Gate», de Truth or Dare, de Starhawk. He aquí un fragmento de ese
largo poema.38
Los poemas de Starhawk dedicados a Inanna fueron muy significativos para Anthea
durante su hospitalización. El siguiente poema comienza con el verso: «La segunda puerta
es temor». Cada paciente ha de atraversarla.
El temor no desaparece
pero caminas hacia él,
desnudo,
y la puerta se abre.
38
Starhawk. Truth or Dare: Encounters with Power, Authority, and Mystery y San Francisco: Harper & Row, 1987, págs, 115-116.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
en el agua en un hospital, como médico, pero representar un ritual por vez primera, en ese
lugar, era algo muy distinto). La canción que me vino a la mente fue un verso de la canción
sobre los derechos civiles, «We Shall Overcome». Hacía poco había visto un documental en
la televisión pública. La parte que me hizo llorar fue un incidente en Missisippi, durante el
cual cantaba esa canción. Una noche, cuando una serie de personas, en su mayoría partes
negras, se reunía en los sótanos de una iglesia como parte de la campaña para censar a los
votantes, oyeron el ruido de coches aparcando junto a la iglesia. Acto seguido escucharon
fuertes voces de hombres blancos y ladridos de perros, y se fue la luz. Ahora estaban a
oscuras, aterrados por lo que pudiera pasar. Alguien empezó a cantar, y todos se unieron a
él y cantaron: «No tenemos miedo, no tenemos miedo, hoy no. En el fondo de mi corazón,
lo sé, hoy no tenemos miedo». Mientras alzaban sus voces y repetían el verso una y otra
vez, la canción se tradujo en una realidad. Una vez se hubo disipado el temor, y como
respuesta, ocurrió un milagro. Los hombres volvieron a sus coches y se marcharon. Así que
canté esas mismas palabras, «No tenemos miedo….», conforme entrábamos en el ascensor
y las puertas se cerraban.
Esta canción en concreto, como el salmo veintitrés, nos conmueve al cantarla o
escucharla, sobre todo si las circunstancias corresponden a un período de crisis o
transición. Constituye una afirmación de aquello en lo que creemos y lo que queremos ser.
Hunde sus raíces en la memoria y en el sentido hallado en el pasado, y tienen el poder de
conmovernos emocional y espiritualmente. Quizá la explicación resida en que alcanza a los
arquetipos, o invoca una resonancia morfogénica. Por una u otra razón, los rituales se
fortalecen cuando se emplean canciones y palabras semejantes.
125
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
cambios que ha han tenido lugar, o a reconocer que hemos acabado un camino. Teniendo
esto presente, me llevé una apreciable cantidad de arcilla a un retiro, del que era
responsable, con mujeres que se recuperaban de un cáncer. La arcilla era para que las
mujeres moldearan una representación o un símbolo de la parte de su cuerpo que había
sido extirpada o sometida a una terapia contra el cáncer, que a continuación formaría parte
de un ritual personal. Conforme se da forma a la arcilla, los recuerdos, pensamientos y
emociones emergen a la superficie; a veces da la impresión de que las manos moldean
inconscientemente, y sólo cuando hemos acabado la mente advierte lo que representa. Si
las mujeres se disponen a representar el pecho o el útero extirpado en la operación, a
menudo afloran sentimientos ligados a ese órgano, lo que resulta revelador. Aparecen
sentimientos de gratitud o excusas. Algunas descubren que habían rechazado, desatendido
e incluso odiado esta parte de su cuerpo. Sobre todo si la sometieron a cirugía por un
cáncer, lo que surge espontáneamente es el sentido arquetípico del sacrificio: «Esta parte
de mí ha sido sacrificada para que pueda vivir».
La parte del cuerpo que ha sido extirpada acaso también haya hecho las veces de
simbólico chivo expiatorio. En los rituales antiguos, el chivo era el animal sacrificial en el
que la gente proyectaba sus miedos, sus pecados, o aquello de lo que la comunidad quería
liberarse; cuando el animal moría, se llevaba consigo todos los elementos negativos que se
le habían atribuido.
Al extirpar un pecho o el útero, acuden a la superficie las emociones relativas a la
reproducción, la sexualidad, la sensualidad y el sentido de la propia feminidad. El dolor o el
gozo de la mujer respecto al embarazo, el parto y el aborto influyen en el sentido y en el
duelo por el útero extirpado. Las emociones que derivan de la pérdida de un pecho
dependen de si la mujer aceptaba o rechazaba esa parte de su cuerpo, si a su amigo o
amante y a ella misma les gustaba o no; si constituía una fuente de placer para ella misma
y para otro; si deseaba amamantar a un niño y ahora ya no es posible, o su ya lo hizo con
alguno de sus hijos. No es solamente una parte de ella lo que se extirpa, sino el papel que
esa parte desempeñaba o ya no desempeñará en su vida.
Las metáforas pueden ayudarnos a encontrar un sentido. ¿Hay una correlación
simbólica entre la parte sacrificada de nuestro cuerpo y nuestra mente? Reflexionar
metafóricamente consiste en contemplar los acontecimientos de la vigilia como si de
sueños se tratara: ¿qué simboliza esto?, ¿cuál es la analogía o metáfora? Si tengo un sueño
en el que esa parte de mi organismo enferma o es ampliada, ¿qué es lo que representa? Si
la pérdida de ese órgano es el precio que he de pagar por algo, ¿qué cosa puede ser? Si
hubo que sacrificarlo para sobrevivir, qué haré con mi vida a partir de ahora? ¿qué sentido
tendrá mi convalecencia? ¿de qué modo esta enfermedad será un capítulo revelador en la
historia de mi vida? ¿qué sentido puedo extraer de lo que me ocurre ahora?
Para encontrar respuestas a estas preguntas hemos de volvernos hacia nosotros
mismos, pues es allí donde las encontraremos. En cada uno de nosotros yace la exigencia
de vivir nuestra propia historia, no las suposiciones o expectativas que los demás
126
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
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cosa», así es como lo expresan muchas personas que han estado a punto de morir o
superan una enfermedad. La sensación de tener un objetivo que cumplir, o saber cuál es,
guarda relación con el alma. En términos de psicología junguiana, tiene que ver con la
individualización porque deriva de quienes somos y de lo que hemos aprendido a través de
la experiencia, de nuestros temores y alegrías. Un sendero a la individualización es único y
personal. Al mismo tiempo, es un viaje arquetípico, lo que significa que el modelo
subyacente de semejante empresa corresponde a un patrón humano. Tienen que ver con
un anhelo universal de realizar aquello para lo que estamos destinados.
129
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
regía la fertilidad de la tierra. Ahora, a Deméter dejó de importarle si el mundo moría. Nada
germinó en el orbe. No hubo más retoños verdes, ni flores, ni vida nueva. El mundo
empezó a convertirse en un erial.
Nada crecería a no ser que Perséfone fuera entregada a Deméter, y como la
hambruna amenazaba con extinguir a la raza humana, Zeus advirtió que, si esto llegaba a
ocurrir, no habría quien le rindiera culto. Por lo tanto, mandó a Hermes para que trajera de
vuelta a Perséfone.
Deméter permanecía en su templo, apesadumbrada, cuando oyó el ruido de un
carro. Podemos imaginar sus sentimientos cuando descubrió que era Hermes devolviéndole
a su hija. Salió del templo y corrió hacia ella, mientras Perséfone, que no pensó volver a ver
su madre, saltaba del carro. Cuando sus pies tocaron el suelo yermo, las flores y hierbas
brotaron a su alrededor. Había vuelto la primavera.
El regreso del hijo divino es lo que pone un fin metafórico al descenso al inframundo
de la enfermedad. La alegría, la inocencia y la juventud vuelven a la mente. La primavera
supone el retorno de la salud, del crecimiento y la creatividad.
Si el agradecimiento acompaña la vuelta a la salud y la vitalidad y hay compasión
por los otros que aún sufren, un profundo deseo de ayudarlos puede surgir de la
experiencia. Cuando ocurre así y encontramos el modo de ofrecernos a los demás, hemos
asistido al nacimiento de una vida pródiga o una vida en un suelo fértil.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Norman Cousins cuenta cómo halló esta misma senda y vivió un fulminante
reconocimiento. A los diez años lo internaron en un sanatorio para enfermos de
tuberculosis. «El dolor que sentí no fue el de la enfermedad, sino el de la soledad. Era el
dolor de verse exiliado de todo cuanto en la vida es cálido, alegre y con sentido».
Una vez se hubo restablecido, Cousins observó lo siguiente: «Aun cuando fui capaz
de aceptar definitivamente el hecho de que podía vivir una vida normal, me obsesionaba la
intuición de que tenía la obligación de dar algo a cambio. La dimensión de la deuda
escapaba a la mera comprensión intelectual. Yacía en lo más profundo de mí ser, y no
podía ignorarla. Realmente, desde el momento en que salí del sanatorio y volví la vista a
mi sombrero de domingo colgado en el viejo muro junto a la entrada, supe que mi vida
sería insoportable a menos que pudiera hallar la manera de pagar la deuda que aún no
podía definir pero que sabía que estaría conmigo el resto de mi vida».41
Beth, una psiquiatra que había logrado ingresar en este grupo a partir de una
hospitalización psiquiátrica, me entregó fotocopias de la «Hermandad de los que Soportan
el Estigma del Dolor». Los rayos X no muestran marcas quirúrgicas o calcificaciones en los
pulmones que revelen una tuberculosis curada; la fuente de su dolor era una herida
emocional. Cuando se matriculó en la facultad de medicina, las emociones y la confusión
reprimida a lo largo de los años, originadas por la soledad y los abusos sufridos en la
infancia y la adolescencia, ya no pudieron mantenerse a raya. Apelando a un conocimiento
interior, que le indicaba lo que era necesario, aceptó que la recluyeran en un pabellón
psiquiátrico cerrado, donde pudieran contenerse el caos y la autodestrucción que la
habitaban. A partir de esa experiencia, fue capaz de volver a la facultad y más tarde
40
Albert Schweitzer. «On the Edge of the Primaveral Forest», Charles R. Joy (comp) En: Albert Schweitzer: An
Anthology. Boston: Beacon Press, 1947, págs 287 – 288.
41
Norman Cousins. Albert Schweitzer’s Mission. Nueva York: W.W. Norton, 1985, pág. 130-133.
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La transformación de Ereshkigal
El escritor Stephen Levine, conocido por su trabajo con moribundos y el duelo de
sus allegados, relata su experiencia con una mujer que estaba en el hospital con
metástasis ósea, un cáncer que se había infiltrado en los huesos y le provocaba un dolor
agónico. En su sufrimiento, era una encarnación de Ereshkigal, que recibió a Inanna con un
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
odio tal que ésta cayó fulminada. Si las miradas mataran, este paciente habría cometido
múltiples asesinatos:
La transformación que operó esta experiencia fue notable. Abrió su corazón al dolor
de los demás y al suyo propio, y empezó a concebir su sufrimiento como un vínculo con los
otros. Levine cuenta cómo se convirtió en una mujer completamente diferente:
133
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
Evidentemente, la suya no fue una curación física; fue un asombroso cambio interior
el que la curó espiritual y emocionalmente. La compasión fue la fuerza curativa que rompió
su aislamiento y abrió su corazón a los demás. La redimió de la separación, de la ilusión de
que estaba sola. Tengo la impresión de que la experiencia de esta mujer está lejos de ser
única, aun cuando las imágenes concretas que vislumbró fueron exclusivamente suyas.
Muchas otras personas han experimentado semejantes momentos de trascendencia en
medio de un intenso dolor, que les condujo a la compasión ante el sufrimiento ajeno y les
infundió el deseo de ayudar.
El mío tuvo lugar al final del parto, cuando el dolor me asaltaba en oleadas
conforme las contracciones se dilataban. En un momento preciso, fui intuitivamente
consciente de que el dolor que estaba sufriendo lo habían conocido las mujeres desde el
principio de los tiempos, que yo no era diferente de cualquiera de ellas, a pesar de mi
educación y mis méritos. Junto al dolor que me inundaba en oleadas, adiviné una nueva
empatía, un vínculo con todas las mujeres, que supuso mi iniciación en el movimiento
feminista.
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Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
albergado y fue testigo de las enajenantes elecciones de su vida. Sintió remordimientos por
el pasado, lo que le permitió abrir su corazón y dejarse inundar por la sencilla alegría y el
calor de la familia de Bob Cratchit. Más tarde, cuando el fantasma de las Navidades futuras
le mostró lo que les iba a ocurrir, quedó atónito. Estaba dispuesto a hacer cuanto estuviera
en sus manos para evitar la muerte de Tiny Tim y el desgarro de esa familia. Al advertir
que aún no era demasiado tarde para actuar en consecuencia y protegerlos, se sintió
aliviado y agradecido. Al final del relato, un alegre y afectuoso Scrooge comparte la
Navidad con los Cratchit.
Este personaje habita en las personas incapaces de sentir afecto o de dejaste
querer. Si “Scrooge” forma una dura coraza en el alma, habrá que romper esa resistencia
para revelar las virtudes innatas de la inocencia, fragilidad, confianza, camaradería y la
capacidad de amar y ser amados, con las que todos llegamos al mundo como almas recién
nacidas.
Si hay una coraza alrededor del corazón o el alma de la persona, y hay que
romperla o desintegrarla, esto podrá hacerse merced a la expresión de las emociones y
sentimientos a menudo preludiados por la aflicción, que deriva de la pérdida, las
decepciones, las traiciones, los traumas de todo tipo, que se extiende como una fuerza de
la naturaleza a través del organismo y se manifiesta en lágrimas y sollozos que provienen
de una profundidad tal que nos maravillamos preguntándonos dónde se encontraban.
Como consecuencia, nuestra alma se desnuda, volvemos a nacer, abiertos a recibir a los
otros y a uno mismo. En la conciencia se manifiesta una presencia interior, un testigo de la
aflicción, un observador que se apiada del sufrimiento ajeno u del propio. Cuando el
espíritu y la personalidad son uno, cuanto hacemos y somos se hace coherente e
integrado. Las palabras, emociones y actos vienen juntos. Si una enfermedad mortal nos
aporta una transformación semejante, y cuerpo y mente resultan curados, el trabajo como
expresión de una acción es a menudo el ingrediente que define la nueva vida y tal vez sea
un elemento de la misma convalecencia.
Scrooge llegó a sentir piedad por los otros, así como la mítica Ereshkigal y la
paciente de Stephen Levine, al desvanecerse los muros de amargura y aislamiento que los
separaba del prójimo. La compasión engendra compasión: empieza con la capacidad de
reconocer nuestras propias heridas, remordimientos, lamentos y aflicciones. Antes de
poder expresarlos abiertamente, las emociones se mantienen aparte y se reprimen. En las
familias en las que se ridiculiza el llanto y el modelo impuesto es el rechazo al dolor, poder
manifestar los sentimientos requiere una iniciación en la vida adulta. Es normal, sin
embargo, en ambientes donde la compasión y la atención al otro están bien asentadas. Los
hombres que se unieron en el movimiento formado a partir de la escritura del poeta Robert
Bly, autor de Iron John. Una nueva versión de la masculinidad, la encontraron la compasión
en reuniones donde se sumergían en su pasado y expresaban lo que descubrían en él, que
solía ser dolor engendrado por una relación inexistente, distante u ofensiva con sus padres.
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A veces es una enfermedad mortal, que nos afecta a nosotros o a un ser querido, la
que inicia este proceso de entregarnos a nuestros propios sentimientos en lugar de ser
insensibles a ellos. Cuando las esclusas de la emoción se abren, a menudo fluye la
compasión hacia los demás y el sentimiento de comunidad, de humanidad compartida.
43
Lawrence Le Shan. Cancer as a Turning Point: A Handbook for People with Cancer, Their Families, and Health Professsionals.
Edición revisada. Nueva York: Plume, 1994, págs. 134-135, 140.
44
Caryle Hirshberg y Marc Ian Barasch. Remarkable Recovery. Nueva York: Riverhead Book, 1995, pág. 23.
45
Elaine Nussbaum. Recovery: From Cancer to Health Through Macrobiotics. Tokyo: Japan Publications, 1986 (distribuido en
Estados Unidos por Kodansha International a través de Harper and Row), págs 207-208
136
Jean Shinoda Bolen El sentido de la enfermedad
alimentación durante los últimos diez años. Aunque el dolor que ella y su familia
experimentaron es cosa del pasado, estoy segura de que recurre a él a la hora de guiar a
los demás. Obviamente, para la gente es un ejemplo vivo de que la remisión es factible. El
trabajo que ahora desarrolla no habría sido posible si no hubiera descendido a la
profundidad del dolor y el cáncer terminal y hubiera regresado.
La acción compasiva
En octubre de 1989 formé parte del grupo de siete psicólogos y psiquiatras ( los
otros eran Daniel Goleman, Stephen Levine, Daniel Brown, Jack Engler, Margaret Brenman-
Gibson y Joanna Macy) que durante tres días mantuvo conversaciones con Su Santidad el
decimocuarto Dalai Lama, que esa misma semana había recibido el premio Nobel de la Paz.
Se le considera la encarnación o manifestación de la divinidad de la compasión, y un
bodhisattva, un alma que ha alcanzado la iluminación en una vida anterior y se ha
reencarnado voluntariamente para ayudar a los demás. El fundamento de la práctica
espiritual de un bodhisattva consiste en permanecer activamente al servicio del prójimo.
Estas conversaciones me abrieron la mente respecto a la experiencia del sufrimiento y la
naturaleza de la compasión como inseparable del compromiso.
Le pregunté: «¿Basta con ser compasivos, o hemos de actuar compasivamente?».
Respondió así: «No es suficiente con ser compasivo. Hay que actuar…Cuando hay que
hacer algo para rectificar el error en el mundo, si uno atiende realmente al provecho de los
otros, no basta con ser sólo compasivo. No hay un provecho directo en ello. Junto a la
compasión, necesitamos comprometernos, implicarnos ».46
En un punto más avanzado de la conversación, Daniel Brown comentó los
resultados de la investigación en psicología social referentes a la acción altruista, en la que
muchos individuos en situaciones en las que podría ofrecer su ayuda a los demás no se
implicaron y sencillamente ignoraron la situación, y aquellos que lo hicieron actuaron más
impelidos por la rabia que por el amor. Señaló que quienes habían padecido abusos
sexuales en la infancia y se habían curado, reaccionaban airados y se comprometían a
partir de ese sentimiento.
La rabia y la compasión pueden correr paralelas. A menudo los activistas sociales se
enfadan por las violaciones a la dignidad y se compadecen de las víctimas. Su estilo tal vez
no guarde semejanza con el Dalai Lama, pero si están motivados por un amor a la
dignidad, a las personas, animales o a la naturaleza, hay una semejanza esencial. Lo
contrario de la compasión es la indiferencia.
El deseo de aliviar el sufrimiento ajeno es un rasgo distintivo entre los miembros de
la Hermandad de los que Soportan el Estigma del Dolor, tal como la describió Albert
Schweitzer. Muchas vocaciones surgen del deseo de aligerar a los demás de su sufrimiento.
No pertenecen únicamente a la medicina u otras profesiones que prestan su ayuda a los
demás, ni necesariamente requieren un cambio de ocupación o de trabajo, aunque a veces
46
Su Santidad el Dalai Lama y otros. Mundos en armonía. Diálogos sobre la acción compasiva. Barcelona: Oniro, 2001
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esto puede ocurrir. Una vez que alguien desea ayudar a la gente previniendo o aliviando su
dolor, las oportunidades para ello se dan por doquier. Las profesiones consagradas al otro
atraen a las personas que quieren ayudar a los demás, a menudo porque fueron testigos
del sufrimiento en sus familias, y se muestran agradecidos, convencidos o determinado a
encontrarse en posición de hacer algo.
El jubilado se convierte en voluntario tal vez encuentre su vocación en ese
momento. Un voluntario puede tener un trabajo o profesión remunerables, y sin embargo
saber que su voluntariado es lo que realmente le llena. Un hombre de negocios puede
implicarse en un trabajo comunitario y facilitar que sus empleados también le dediquen
parte de su tiempo. Hacer un trabajo que nos realice espiritualmente tiene que ver con el
respeto y el cariño hacia quienes colaboran con nosotros, consentir que damos lo mejor de
nosotros mismos y de nuestras capacidades, y que hacemos el bien allí donde nos
encontramos.
Ayudar a los demás nos hace felices. Es uno de los secretos de la vida.
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XIII . MEDITACIONES
«Me pregunto qué irá a pasar ahora», es algo que he repetido una y otra vez cuando, en
alguna ocasión, todo era impredecible, se desencadenaban todos los infortunios posibles y
las sorpresas no dejaban de acechar. Ocurrió en un viaje a Grecia y las Islas Griegas. Para
empezar, el barco era demasiado pequeño para acomodar al pasaje. El barómetro
fluctuante indicaba un tiempo inestable. En dos ocasiones tuvimos que atracar en un
puerto cercano debido a una tormenta, y a cada momento me oía a mí misma
preguntándome: «¿Y ahora qué pasará?». Había comenzado como un viaje programado,
que sólo se interrumpiría si se dieran “circunstancias incontrolables. A cada evento
inesperado, algunos desagradables, otros encantadores, siempre me hacía la misma
pregunta. Durante muchos días nos referíamos a este crucero como “un viaje al infierno”, y
luego tuvo lugar un punto de inflexión: algunos miembros del grupo, descontentos, lo
abandonaron, y hubo un cambio drástico en el mar; las aguas del Egeo se volvieron
cristalinas y de un hermoso azul, y pudimos retozar en ellas como delfines. Tomando el
cálido sol, al que ya había renunciado, oí de nuevo una voz interior: «Me pregunto qué irá a
pasar ahora». Entonces asistimos a una hermosa puesta de sol en Santorini, un momento
delicioso en el que pensé que la vida no podía ser más hermosa. Al día siguiente, evitamos
un desastre, y mi respuesta fue, invariablemente: «¿Y ahora qué pasará?».
Aunque el viaje duró algo menos de tres semanas, aprendí a estar atenta a lo que
pudiera sobrevenir, y apliqué esa actitud al conjunto de mi vida. Ya no considero que
controle las situaciones o que la gente y los acontecimientos hayan de plegarse a mis
expectativas. En cambio, cuanto con que la vida será aún más impredecible que el tiempo.
Si reflexionamos sobre ello y volvemos atrás en nuestra vida. ¿podíamos haber anticipado
lo que iba a ocurrirnos hace tiempo? ¿Acaso no fueron sorpresas mayúsculas?
Predecir si tendrá lugar un desastre natural o su intensidad cae dentro del reino de
la especulación, semejante a los temores que albergamos respecto a las enfermedades
que podrían acabar con nosotros. Vivo en una zona en la que los peligros inminentes son
los terremotos y los incendios; la sequía viene a continuación. En otras partes del mundo,
las personas viven sujetas al riesgo de otras catástrofes naturales: tornados, volcanes,
huracanes, sequías extenuantes e inundaciones. Dondequiera que vivamos —en un lugar o
en un cuerpo determinado— estamos sometidos a cataclismos y enfermedades específicas.
Hay zonas en las que los riesgos son mayores, así como personas más propensas a la
enfermedad.
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Si en este momento padecemos una enfermedad mortal, creo que es realista tener
una actitud expectante, al margen de lo que nos ocurra y lo que nos hayan dicho. Un
pronóstico es sólo una expectativa, algo así como un itinerario que no puede tener en
cuenta todos los aspectos. Se parece al pronóstico del tiempo, que emplea los datos
reunidos por los instrumentos técnicamente más avanzados. El médico, como el
meteorólogo, hace predicciones y a veces utiliza estadísticas: hay un 90% de posibilidades
de supervivencia, un 50% o tal sólo un 10%, por ejemplo, lo cual es tan impreciso como
predecir la lluvia o anunciar el año en el que ocurrirá una catástrofe natural, con una
notable diferencia: tal vez podamos influir en el desenlace.
Si creemos que formamos parte de porcentaje que sobrevivirá, y hacemos todo
cuento esté en nuestras manos para que esto sea posible, acaso nuestra vida se alargue.
Durante el tiempo que nos reste de vida la medicina puede ofrecer un tratamiento
innovador, o uno que nos resulte adecuado. Tal vez alcancemos un delicado equilibrio con
la enfermedad que en teoría ha de matarnos, si nuestra capacidad de resistencia evita que
éste avance. Acaso descubramos una buena razón para vivir, que antes no teníamos, y tal
vez eso marque la diferencia
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«¿Por qué? ¿Por qué a mí?». Nunca me la hice; por supuesto, la respuesta es «¿Por qué
no?». Toda una vida atendiendo a la mudable suerte de mi dilatada familia me ha curado el
imperativo de proferir la afirmación, igualmente frecuentemente, de que mi destino era
injusto o inmerecido. Consciente de los problemas de tantos amables parientes durante mi
infancia y juventud, casi nunca he esperado justicia».47
Al hacernos conscientes de que el sufrimiento es una experiencia universal, no
consideramos que la prosperidad, el trabajo, el amor o la salud sea algo que se nos deba,
ni clamamos contra la adversidad, el infortunio o la enfermedad como violaciones de algún
acuerdo que indicara que eso no debe pasar a nosotros. De una u otra forma, el
sufrimiento está ligado al territorio de la experiencia human. La forma que adoptará, su
intensidad y duración, son impredecibles, y no está equitativamente distribuido.
Las expectativas defraudadas respecto a que nada malo puede ocurrirnos nos
llevan a hacernos preguntas como «¿Por qué a mí?» o «¡Alguien tiene que pagar por esto!
». La furia y la cólera pueden entonces ocupar una posición central como respuesta a la
enfermedad o incapacidad; si estos sentimientos se vuelven contra uno mismo, aparecerá
la depresión.
Si tenemos una perspectiva amplia y sabia de la condición humana, como la de
Reynolds Price, y conocemos los problemas ajenos, la ira por lo que nos ha ocurrido puede
parecer tan fuera de contexto como enfadarnos por el mal tiempo, cuando la mejor
respuesta consiste en concentrarnos en reparar el daño y hacernos fuertes contra él. Price
observa: «Aún hoy me siento perplejo ante aquellos amigos y confidente esporádicos que
repetían uno de los remedios televisivos más obcecados de aquella época y me urgían a
dar libre curso a mi rabia, a gritar mi cólera. Rabia ante quién o qué es algo que no pude
adivinar. ¿Ante una célula sin inteligencia, que se multiplica en respuesta a su naturaleza
enloquecida? ¿Ante el destino y el designio de mi vida, si existe tal cosa?».
Elaborar la cólera porque alguien piensa que deberíamos estar enfadados y no lo
estamos o pegarnos a una rabia autocompasiva no conduce al paciente a ninguna parte.
Contrapongamos esto al tipo de cólera auténtica que nos impele a actuar, que es una
afirmación de que importamos a otros o de que alguien, en cuyo interés nos enfadamos,
nos importa; o con la ira que nos alienta y nos permite actuar decisivamente y hacer lo que
es preciso; la ira que es una expresión de vitalidad y de albergar expectativas de que
somos capaces de cambiar algo que hay que cambiar. Ésta es la cólera que pueden
expresar las mujeres Inanna que han interiorizado aspectos de Ereshkigal. Es una energía
que nos permite ser unos pacientes de excepción, supervivientes capaces de sentir ira si es
necesario para que la situación se resuelva óptimamente.
47
Todas las referencias a Reynolds Price están tomadas de su libro A Whole New Life: An Illness and a Healing (Nueva York:
Scribner, 1994).
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dices». A continuación tienen lugar una ordalía de la fe en la que tanto nosotros como
nuestras creencias se ponen en entredicho.
La vida es muy dura para los pacientes cuya enfermedad presenta un patrón
progresivo, o con frases agudas seguidas de lentas convalecencias, o con agravamientos y
remisiones. Si el descenso implica una pérdida tras otra y aumenta la lista de las cosas que
ya no somos capaces de hacer, y ya no sabemos hasta qué punto recuperaremos la salud,
es duro seguir resistiendo. Dada la magnitud de la pérdida, el desconsuelo y el duelo por
nuestra anterior salud, por cuanto una vez dimos por supuesto, es natural y apropiado. Y,
sin embargo, normalmente los médicos responden a las lágrimas de los pacientes
recetando antidepresivos, o simplemente enfadándose y censurando ese comportamiento.
Una aflicción moderada forma parte del proceso de duelo. El duelo es parte de la
curación y es la reacción espiritual frente a la pérdida, una experiencia arquetípica a través
de la cual el corazón del enlutado crece en discernimiento, y se abre más al sufrimiento
ajeno. Tanto si lamentamos la pérdida de nuestra salud o de un ser querido, nos aflige lo
que nos han arrebatado, y nos hacemos conscientes, más intensamente que antes, de lo
preciosas que son la vida y la salud.
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La búsqueda de sentido
49
T.S. Eliot «The dry Salvages», Cuatro cuartetos. Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1943, pág 44.
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Muchas veces he acabado una conferencia o seminario con una sencilla canción de
John Dnver, titulada «All This Joy», porque sus palabras lo dicen todo; resumen los
ingredientes de la vida y su plenitud. Te sugiero que la leas lentamente, en voz alta.
Con amor.
50
John Denver. «All This Joy». Higher Ground. Windstar Records, 1990.
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AGRADECIMIENTOS
*
Título original inglés de este libro (N, del T.)
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BIBLIOGRAFÍA
LeShan, Lawrence Cancer as a Turning Point: A Handbook for People with Cancer, Their
Families, and Health Professionals. Edición revisada. Nueva York:
Plume, Penguin Books USA, 1994.
Ornish, Dean Dr. Dean Ornish’s Program for Reversing Heart Disease: The Only
System Sicentifically Proven to Reverse Heart Disease Without Drugs
or Surgery. Nueva York: Ballantine, 1990.
Siegel, Bernie S. Love, Medicine and Miracles: Lessons Learned About Self-Healing
from a Surgeonn’s Experience with Exceptional Patients. Nueva York:
Harper and Row, 1986. [Versión en castellano: Amor, medicina
milagrosa. Madrid: Espasa-Calpe, 1993.]
Weil, Andrew Spontaneus Healing: How to Discover and Enhance Your Body’s
Natural Ability to Maintain and Heal Itself. Nueva York: Knopf, 1995.
CONTRAPORTADA
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amor, son algunas de las herramientas y sabiduría que nos ofrece este libro extraordinario. Gracias,
Jean.»
«Jean Shinoda va más allá de las ideas convencionales de la medicina, los tratamientos e incluso el
sufrimiento para observar la enfermedad desde una perspectiva humana. Cuando enfermes, lee
algunas páginas de este libro para recordar que tu enfermedad y tú estáis inmersos en el espíritu.»
«Este libro será un compañero para quien se encuentre en una crisis o preso del dolor físico y mental.»
«Jean Shinoda Bolen ha creado un ritmo poético que templará el espíritu. Éste es un libro profundo,
poderoso y amable, en el que la doctora Bolen habla magistralmente de la búsqueda de sentido y del
poder de la oración y los ángeles.»
«Debería ser lectura obligatoria en las facultades de Medicina y para quienes deseen comprender cómo
la enfermedad puede ser una partera que ayuda al alma a nacer.»
«La doctora Bolen ahonda con una visión perspicaz en el verdadero sentido de la enfermedad. ¡Un libro
compasivo e irresistible!»
Cubierta: Uroboros, símbolo del ciclo eterno. De un manuscrito de Theodoros Pelecanos, 1478. Bibliothèque
Nationale, Paris.
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