Mitos y Supersticiones PDF

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M.

RIGOBERTO PARI5DÍF

MITOS, SUPERSTICIONES
Y SUPERVIVENCIAS
POPULARES DE BOLIVIA

PROLOGO
DEL DR. BELISARIO DÍAZ ROMERO

ARFíO Hermanos —Libreros Editores

I-'.i Vi\¿. — tuip. Artística. — S<>cal)a_va 22.

MCMXX
^.^:«í.avt>¿;-
i
^^/j[ ifusfre escrUcr ij aSnegado propagandista de

estudios fiistóricos
y geográficos de Solivia

dedica esta oSra —


SI flutor.
/
-^y
y

PROLOGO

El autor de este libro, D. Manuel Rigoberto


Paredes, nos ha honrado con el encargo de prece-
der a su obra por un corto juicio acerca de ella.
Tan delicada comisión la realizaremos con
el mejor gusto, aun cuando reconocemos nuestra
insuficiencia y escasos merecimientos en una la-
bor de esta naturaleza, labor que habría podido
llevarla a cabo con mayores prendas de acierto
quien poseyera, es claro, una vasta preparación en
el dominio de la sociología boliviana. Pero si vo-
luntad nos sobra, en cambio, lo que seguramente
ha de faltarnos será la competencia especial que
exigiría el análisis del medio ambiente en que se
desenvuelve la psicología de toda una raza, muy
difícil de caracterizarla en sus polícromos matices,

cual es la raza aymara-khechua, objeto de las in-


— —II

vestigaciones del minucioso observador que ha


querido dejar a los futuros estudiosos de nuestro
país, el dossier o autos del proceso, con el que se
puede juzgar la psiquis nacional aborígene.
El libroque nos honramos en presentar hoy
al público lector, no es uno de aquellos que se es-
criben, como dijéramos por pasatiempo; preci-
si

samente no, es el fruto de largos años de exégesis


atenta y controlada en ei teatro mismo de la ac-
ción, o sea de la convivencia y contacto con el
propio elemento étnico cuyo espíritu se trata de
escudriñar. El autor ha nacido, ha pasado su
existencia casi toda, en medio de las capas socia-
les cuyo íolk-lort ha querido desentrañar, dándose
cuenta exacta del psiquismo tan enrevesado de
nuestro pueblo.
Los estudios que son el objeto de esta
obra, ningún autor boliviano los había emprendido
antes que el doctor Paredes, porque
dado el ca-
rácter frivolo de nuestros compatriotas, cosa que
tenemos que enrostrarnos, duélanos cuanto sea,
¿quién hubiera sido el zamacuco (en concepto
filisteo se entiende) que se preocupe de las abu-
siones, (bolivianismo puro), creencias y tonterías
de los indios? Nadie que no esté tan desocupado
o pierda su tiempo en averiguar y describir asun-
tos insulsos como esos. Mas, contemplando con
criterio racional y no de calabaza, el género de la-

bores a que se entregara el autor, ¿puede supo-


.

— 111

nerse por un segundo siquiera, que él ha perdido
lamentablemente su tiempo? Nequáquam domi-
ni! ; precisamente, no ha podido emplearse mejor
un talento alimentado y bien nutrido en el espíritu
científico de nuestro siglo, un talento observador

y sagaz, patriota,diligentey concienzudo a la vez;


un talento, decimos, que posea esas bellas cuali-
dades, no pudo tener más plausible dedicación
que el ser útil, útilísimo a la ciencia sociológica en
general y a la psicología del pueblo boliviano en
particular. Es por esto —
y en términos de justicia
absoluta— que Paredes es acreedor al aplauso del
mundo entero.
Hasta aquí solamente algunos hombres de
ciencia europeos o norteamericanos, habían esbo-
zado algo de la psiquis de nuestros aborígenes en
el tópico a que nos referimos. El libro Mitos,
supersticiones y supervivencias populares en
Boíivia, es, pues, primer trabajo serio en su
el

género que ha salido de la pluma de un escritor

nacional, Y un trabajo muy curioso en verdad


Recibámoslo, entonces, con simpático al-

borozo, leámoslo con placer y sepamos darle el

mérito que le corresponde.


El modo de ser íntimo de nuestras masas
populares, de las que el indio aymara-khechua es
su representante más genuino, es, ciertamente, ca-
si idéntico que el que caracteriza almestizo y aun
al criollo, porque sobre la mente del indígena mis-
— IV -

mo está moldeada la de los otros componentes de


nuestra población nativa. Oh sí, esas creencias y
supersticiones, harto primitivas o pueriles, forman
también el fondo de reserva de la economía men-

tal boliviana, y dígase lo que se quiera en contra-


rio, la clase media o la parte más considerable,
aquella que forma el bloque de nuestro pueblo,
participa de la religiosidad y moralidad del habi-
tante originario de esta nacionalidad americana.
A veces en las clases que se reputan cul-
tas, vemos con frecuencia subsistir esas mismas
supersticiones, que no han podido aún desarrai-
garse, ni con el trato de los europeos civilizados.
Las brujerías de un callahaaya impresionan to-
davía fuertemente a la dama más aristocrática y
pesan bastante en el ánimo de la mayoría de
nuestros uerajjochas, que visten levita y calan
guantes. ¡Cuánta más fuerza sugestiva no deja
de tener en el ignaro provinciano o en el poco le-
trado cholo!
Al reflexionar sobre el grado de atraso in-

telectual en que se ha quedado el infeliz indígena


boliviano, cuyo patrimonio de ignorancia se ha
mantenido casi el mismo desde los remotos tiem-
pos pre-incaicos, no sabemos qué de amargo de-
sencanto y qué de mortificante desazón embarga
nuestro sentimiento patrio! Hace sangrar el alma
el percatarse de la triste condición en que yace la

mentalidad de nuestros pobres compatriotas in-


—V—
dios. Y, sin embargo, ai examinar con cuidado las

aptitudes mentales de los aymarakhechuas, se


advierte que ellos son capaces de un alto desarro-
llo .intelectual,conocedores como somos de su
plasticidad cerebral adaptativa y de la elasticidad
de su espíritu. En otra ocasión decíamos ya: «Nues-
tros indígenas, según lo comprueba la experiencia,
no son refractiirios al estudio, al perfeccionamien-
to moral, a la meditación y aun a exceder en con-
diciones iguales a las razas europeas mejor dota-
das » así es efectivamente, pero si hemos de
conservar en su actual cristalización psíquica este
infortunado elemento étnico de Bolivia, si nada
hacemos por disolver en las aguas benéficas de la
civilización esos valores brutos, que tornaríanse
inmediatamente en solutos fértiles para esta tie-
digna de mejor suerte, el indio seguirá el mis-
rra,

mo paria, salvaje, supersticioso, estúpido, fe-


roz
Indudablemente que la obra del doctor Pa-
redes tiende también a hacer conocer a los pode-
res públicos, el estado religioso-social de la colec-
tividad boliviana y a ese título es toda una reve-
lación para los dirigentes de la cosa pública. En
ello estriba así.su utilidad fundamental.
Como producción literaria acaso el último
trabajo del autor, a quien prologamos, no ofrezca
ni las bellezas retóricas que más agradan al gran
público, ni los relumbrones de una afectada fra-
— —VI

seología, pero en su sencillez ruda, en el desnudo


candoroso con que descubre el ser moral de la
masa gruesa de nuestro pueblo, no hace otra cosa
que presentarse sincero y leal; en tal caso es como
el anatómico, que diseca el cadáver de una virgen

nubil y hermosa sin pararse en la descripción de


sus morbideces y atractivos sexuales, opera con
la indiferencia y frialdad del sabio.

El surco está abierto ya para otros. ¿Ven-


drán nuevos cultores que prosigan la tarea? ¡Quién
sabe!

La Paz, agosto de 1920.

Sí. 'Díaz Homero.


^^^^^m^^^^^^^^
'V

Erratas y Correcciones

Página

Mitos, Supersticiones y Supervivencias

populares en Bolivia.

Capítulo I

Factores primordiales

1
— ,El alma de la raza. — La fe en
objetos inanimados y en Santiago. — ¥A
layka, cJunnacani, tJialiri, ka-mili, jarn-
piri y yatlri, — La poca importancia de
las mujeres en la hechicería, — IT_ — Ins-
trumentos y manera cómo actúan los bru-
jos. —lll. —
Influencia de éí^tos, sus ar-
timañas para seducir a las multitudes.

IV. — Causas para persistencia de


la ¡as
supersticiones. — Papel del sacerdote y
confusión del fraile con el mito del kJia-
risiri, — V. — Influencia de los sueños.
1
Las supersticiones son inherentes a la na-
turaleza humana; ellas son mayores y más domi-
nantes según estado de civilización de cada
el
país. Eíü el nuestro se adquieren en la niñez }'
nos acompañan hasta la tumba. A medida que
los individuos descienden en escala social 3' dis-
minu3^e su instrucción, vanaumentando en nú-
mero y haciéndose imprescindibles en el dominio
de la vida. Tal sucede con los habitantes de es-
cala inferior de nuestrasciudades y pueblos de
provincia, llámense blancos, mestizos o indios,
los cuales son orgánicamente supersticiosos. En
el espíritu de estos diversos componentes étnicos

apenas han podido tener cabida algunas ideas


religiosas o principios de ciencia médica, que le-
jos de amortiguar los impulsos naturales de su
idiosincracia mediocre, les han servido para disi"
Ulularlos y encubrirlos. Continúan creyendo in-

dios y mestizos, en la eficacia de los sortilegios


y maleficios, y en el poder de los que los hacen;
veneran aún las cuevas tétricas, los cerros eleva-
dos, desiertos y desprovistos de vegetación, los
lagos, ríos, o figuras de barro toscamente traba-
jados, o piedras que tienen venas atravesadas en
cruz, o formando arabescos, que se aproximen a
figuras humanas, y a cuanta cosa encuentran con
alguna particularidad extraña, suponiendo, aun-
que confusamente, que tras de todo eso existe
una voluntad personal, que les da movimiento,
les hace obrar, o se maiiiñesta en ellos, o repre-
senta los desdobles de sus antepasados. Sus an-
tig"UOs mitos y leyendas siguen teniendo contur-
bada y esclavizada su alma sencilla. ICn la men-
te de niño de aquellos, la relij.^ión y la medicina,
se confunden aún con la brujería; el hechicero
con el médico y el sacerdote, a quien con su se-
gunda intención, se complacen en llamarlo tntn-
cura. (l).

Los párrocos tan ignorantes, como sus fe-


ligreses, son los que dan pábulo a esas creencias,
predicándoles, enseñándoles a menudo, que los
males son obra del diablo, venganzas de la divi-
nidad; bendiciendo los objetos presentados por
los indios y cholos, colocándolos después en los
altares, junto a las efigies de los santos. Así al
lado de una Virgen, se ve un trozo de piedra,
junto a un crucifijo, un retazo de madera.

La ignorancia de las causas que motivan


los fenómenos naturales, en párrocos y feligre-
ses, han influido, en forma decisiva, para que el
fetichismo y las supersticiones indígenas encuen-
tren aceptación y aliento en las costumbres del
pueblo, dando lugar para que el remedio a cual-

(1). iTata Auqui: Padre o Señor. Tata: El Hechi-


cero». Lengua Ayynara^ compuesto por el
\^ocabulario de la
P. Ludovico líertouio. Publicado de nuevo por Julio Platz-
man. Parte segunda, página 339. El indio en este caso, le

da acepción de hechicero, al tratarse del cura.


— 4 —
quiera desgracia o enfermedad, se busque, no en
la ciencia, sino en la hechicería.
Kntre que de-
los santos del catolicismo, al
veras adora el indio y en quién tiene plena fe, es
en Santiago, porque lo confunde con el rayo; lo
toma por su imagen.
Como los antiguos griego?, creían que Jú-
piter lo lan7.aba, suponen los indios que Santia-
go es el que lo forja y envía a la tierra; por eso
se llaman Apu-illapu, o sea, senor-rayo.
Kl indio se extasía al contemplar al santo
montado con aire marcial y saíiudo de
a caballo,
fiero y apuesto caj^itán, cubierto la testa con
sombrero de plata, de ancha falda levantada, de-
jando al descubierto su arrogante rostro; man-
teo encarnado, con flecos de oro sobre la espalda,
armada sit diestra de flamígera espada, en acti-
tud de descargar el arma sobre infieles que se le
han puesto atrevidos al paso, y a quienes les ha-
ce triturar con los pesados cascos de su brioso
corcel.
Tal que la gente del pueblo tiene
es la fe
en Santiago, que cuando alguien ha podido sal-
ver de la descarga eléctrica del rayo, lo concep-
túan como su hijo, favorecido con un bautismo
de fuego, en señal de haberlo elegido el santo pa-
ra revelarle los arcanos de lo venidero, prevenir
los males, descubrir las cosas ocultas y ahuyen-
tar por su intermedio al espíritu malo, al temi-
ble auka escapado del centro de la tierra, y la
fractura o cicatriz producida por el rayo, la con-
—5—
sidera, el que la tiene, como comprobante del pa-
pel sobrenatural que debe desempeñar entre bus
semejantes.
Asimismo, cuando un niño nace el momen-
to en que estallan chispas en el cielo, lo llaman
hijo de Santiago. También tienen igual condi-
ción los mellizos, o el hijo que la madre Imbiese

afirmado estar concebido para el santo, cierto


día que la sorprendió la tempestad en el campo,
o la cubrió el sol con sus rayos ardientes hasta
haberla dejado desmayada.
Kl lugar en que ha caído el rayo lo consi-
deran como digno de respeto, por haber sido vi-
sitado por el santo, tatitiin-purita, como dicen,
y le llevan ofrendas y lo veneran, creyendo que
aun se encuentra presente allí Santiago, y con
objeto de despedirlo, se visten con sus mejores
trajes, se adornan de blanco y junto con sus mu-
jeres, igualmente ataviadas, al son de alegre mú-
sica, se dirigen al sitio, hacen reventar cohetes

y después de sacrificar una llama blanca, y rea-


lizar otrasceremonias, cual si realmente estuvie-
ran despidiendo a una persona, regresan bai-
lando a sus casas. Desde entonces, el lugar es
tenido por sagrado, y le denominan, unas veces.
ajntha, atravesado, y otras illapiijatha, o herido
por el rayo.
Kl momento en que cae averiada o muer-
ta una persona, a consecuencia del rayo, es im-
posible que nadie la auxilie; todos los presentes
inmediatamente vuelven la vista y ninguno se
—6—
atreve a mirarla siquiera. Mantienen la idea de
que viéndola, se muere definitivamente, porque
al santo no le agrada ser sorprendido el momen-
to en que desciende a caballo sobre un individuo
quien puede regresar en sí cuando no lo lian
visto.
Lnikas es el nombre genérico de los bru-
jos; pero, cuando tratan de diferenciar cierta ca-
tegoría de éstos dan tal denominación al que se
encarga de hechizar, de descubrir e inutilizar los
maleficios y de echar suertes en todas circuns-
tancias de la vida. Ccbnmncani (tenebroso) es
una especie de nigromanta, que ejerce la magia,
aplicando sus poderes al daño y a lo malo, a
quien se atribuye por ello, estar en contacto con
los espíritus perversos, evocando a los muertos,
particularmente los manes de los ajusticiados 3^
de los malvados. El Thaliri (que sacude) es el
(]ue la da principalmente de adivino, y se dis-
tingue por ejecutar sus operaciones cubierto de
un poncho grueso, de burdo tejido, y de color
negro, puesto en cuclillas, con los ojos cerrados
aparentando dormitar o hallarse realmente dor-
mido, o tal vez, en estado cataléptico. Sus res-
puestas son en voz débil^ queda, cual si alguien
les inspiraba sílaba por sílaba, palabra por pala-
bra, hasta formular su pensamiento, Las tres
clases se titulan hijos de Santiago y reconocen
entre ellos ciertas jerarquías y preeminencias.
Cuando el consultado o funcionante no puede ab-
solver la pregunta o la cree de suma gravedad.
se declaraimpotente 3^ recomienda al cliente
otro colega, según él de conocimientos superio-
res a los que tiene, y éste, si duda, lo manda al
que lo supone de mayor jerarquía. Ha llegado
el caso de reconocer todos ellos a un solo brujo
supremo, que era quien salvaba, y en definitiva
resolvía, consultas difíciles y consideradas de
mucha importancia. Los lugares en que habi-
tan éstos, que probablemente han debido ser
afamados desde tiempos inmemoriales, o tal vez
residencias conocidas de prestig"iosos brujo?, in-
fluyen |)ara que se les teng-a como a tales.
Se singularizan cada
los pertenecientes a
una de esas categorías, sólo en los asuntos de
trascendencia o ante ofertas lucrativas con apa-
ratos y solemnidades especiales; en la generali-
dad de los casos siguen procedimientos comu-
nes.
Kamilis o Jampins, llaman los pueblos
del centro y sud de la República a los Gallahua-
yas, o a los que ejercen la medi ciña y hechicería
a la vez. a quienes se les conoce también con la
denominación de Yntiris o sabios. Este nombre
lo emplean con preferencia a los de amaota, to-
capu, cbarmani, achancara- chuymani, apinco-
ya, musani, chuyinldhtara, que significan lo
mismo. Kl IVií/r; es siempre un hcmbre viejo,
de experiencia, de consejo y de venerable aspec-
to: es el mago indígena.

Los indios, al revés de lo que ocurre entre


los blancos, consideran a las mujeres inca pa-
—8—
ees de adivinar el porvenir, ni de descubrir los se-

cretos de alguna importancia referentes a los


hombres. El aymara tiene un profundo despre-
cio pur la mujer y, en los únicos casos que la to-
ma en cuenta es cuando se trata de asuntos re-
lacionados con el amor sexual, o necesita de vene-
nos, maleficios abortivos, o de remedios que pro-
duzcan la esterilidad. La hechicera no se en-
tiende sino con esas consultas y cuando falla en
sus previsiones, es objeto de los malos tratos de
su cliente. Las que se dedican, son comúnmen-
te, viejas andrajosas, de aspecto repugnante y
entregadas al vicio de la coca o del alcohol. Kn
hechicería, la importancia de la mujer queda
muy atrás a la que se da al varón; en competen-
cia con éste, es siempre vencida aquella. San-
tiago dicen, huye de la mujer y jamás ha llegado
el caso de dotarla del don adivinatorio. Con se-
mejante prejuicio su inferioridad en la materia,
queda ejecutoriada para el vulgo.

II

Los instrumentos que acostumbra poseer


el brujo se reducen a pedazos de soga de ahorca-
dos, muelas o dientes de difuntos, calaveras, fi-
guras de ovejas hechas de diferentes cosas, ca-
bellos de muertos, uñas de tigres, sapos vi^^os o
disecados, cabezas de perros, plumas de pájaros,
lanas y caítos de diversos colores, muchas raí-
ces, culebras, aranas y lechuzas domesticadas
—9—
Seg"ún es la consulta, el brujo da aljj;-unode esos
objetos, hace actuar cualquiera de los animales
domesticados. Generalmente ejerce sus funciones
de noche y de preferencia cuando ésta es lóbre-
ga, en una habitación silenciosa y apartada de
la casa. La invitación la hace para una hora en
(jjue no puede ser visto por indiscretos o sorpren-

dido en sus ojjeraciones.


Alfombra la habitación con lienzos negros,
coloca en el centro una mesa o un poyo de ado-
bes, cubierto también de negro; pone encima un
mechero con tres luces o tres velas de sebo, en-
cendidas por la parte del asiento y colocadas ca-
bizbajo. Algunas veces adorna las paredes con
lechuzas y lagartijas disecadas, cuando estos ob-
jetos no están siempre ocultos. El brujo espera
al cliente en la puerta, le introduce al interior
apenas llega, cuidando de hablarle a media voz
y poco, prefiriendo entenderse por seibas y visa-
jes, E)l misterio en todo y para todo, la mímica

y lenguaje de acción sólo dominan allí.


el
Coloca al interesado junto a la mesa, don-
de hay, además de las luces, montoncitos de coca,
una botella de aguardiente y cigarros. Toma su
trago y derramando antes algunas gotas al suelo,
con los ojos entornados hacia arriba, musita cier-
tas palabrasiininteligiblesy enigmáticas. Convida
alconcurrente su brebaje, quien también derrama
algunas got;is antes de beber y ambos mascan la
coca y fuman cigarros, conversando sobre el mo-
tivo de la visita, averigúale con maña lo sucedi-
— io-
do en todos sus detalles. Kn seguida le aconse-
ja lo que debe hacer. Abre una olla, sacando
de allí una lagartija adiestrada para lamer la
mano de su dueño, o un sapo que croa al salir, o
una araña en cuyas patas se fija, o hace graz-
nar la lechuza, en una forma que responda a sus
intenciones. Kn vista de lo que han hecho estos
animales le dice que ha acertado en sus consejos.
Si es cchamacani, invoca la presencia del diablo
y después de haberse agachado hasta pegarse al
suelo, le dice que traiga un ratón vivo o gato y
cuando tiene presente al animal, le atraviesa en
los pies con espinas para tullir a su enemigo, o le
punza en los ojos para cegarlo, o le traspasa la
cabeza para que se vuelva loco o demente. Otras
veces le pide la orina de su enemigo, o el agua en
la que se haya o hayan lavado su ropa, o algún
objeto suyo, con ella hace su sortilegio y lo de-
vuelve para que la vierta a su puerta. Tanto lai-
kas como cchamacanis, emplean también con el
mismo objeto, coca mascada, granos de maíz y
distintas yerbas, o matan un cobaya, y en sus vis-
ceras tratan de sorprender el secreto buscado,
consultando los manes délos muertos. Los thaliris
examinan las irradiaciones de los astros, las osci-
laciones de las llamas en las velas o mecheros, el
vuelo de las aves, fuera de que algunos son mag-
netizadores, fascinadores y aún ventrílocuos.
El brujo representa con mayor solemni-
dad la escena en que se propone hacer venir y
actuar a Santiago en persona. Cita al cliente
— 11 —
parí! la inedia noche y apenas lo tiene en su poder,
le hace fumar cig'arms, le da de beber aguardiente,

le cuenta cosas pertinentes al hecho que motiva

su visita, y, poco a poco, va sugestionándolo, va


imponiéndose en su voluntad y apoderándosede su
ánimo, hasta que, cuando cree haber legrado su
objeto y de que ha llegado el momento oportuno
de obrar, le manda repentinamente con tono im-
perioso, que apague las luces y que no resuelle
siquiera. Kse instante asume el brujo un aspec-
to imponente, con los ojos que le salen de las ór-
bitas, el cuerpo que le tiembla, y todo su ser que
se estremece, cual si estuviera poseído por un
espíritu diabólico. E)n medio del silencio profun-
do y la soledad que tiene algo de aterradora, sien-
te de improviso en el recinto, un ruido metálico,
que el asistente, sugestionado como se encuen-
tra, cree ser producido por las áureas espuelas y
jaeces del bridón del santo que llega; no dándose
cuenta que el ruido es causado por la diestra
mano del actuante que agita unos cascabeles
acondicionados en hilos invisibles. Aprovechan-
do de la credulidad ciega y absoluta que domina
al sujeto hace, figurar a Santiago, saludándole en
mal castellano, y dirigiéndole palabras incohe-
rentes en su lengua, con voz cavernosa y tono
impositivo. Kse efecto consigue el brujo aco-
modándose a la boca un instrumento de cuerno,
hecho a propósito para producir sonidos extra-
nos; y antes que su cliente se reponga, volvien-
do a su voz natural, le invita respetuoso, para
:

— 12 —
que liag-a sus preg-untas directamente al mismo
Santiago. El que lia perdido sus corderos, le
interroga
<íSeflor^ bendito señor, perdóname si te
importuno: he perdido mis ovejas, ladrones de-
salmados ine las han robado; envano las he
buscado, ¿parecerán? Dímelo, santo adorado;
dímelo protector de huérfanos y defensor de
desgraciados, C07t toda mi alma en tí puesta te
lo pido-». Y solloza El hechicero, fin-
el inieli?:.

giendo 1h voz contcí^ta: Bíiscalas contnás inte-


rés y las encontrarás, o tu vecino se las ha de-
vorado; o están lejos y es imposible que puedas
recogerlas.
Si la pregunta se refiere al robo de semo-
vientes ma3'ores, como muías, burros, bueyes o
llamas respuesta suele ser: «.Busca, rastrea
la
un poco fnás y los ladrones serán sorprendidos
porque no están '¡nuy lejos de tí; o ya no los ha-
llarás porque han sido vendidos y conducidos
a tierras lejanas^ o devorados, si se trata de
bueyes o llamas'^.
Otras veces se interi-oga: ^Hace un año
qtie mi mujer se encuentra tullida, postrada
e7t cama, y me dicen las gentes que está, embru-

jada, ¿con qué iDodré curarla? ¿Hay o no re-


medio a sti malF^ Contesta: <^Hay re^nedio;
investiga el paradero del hechizo, que es un sa-
po, lagartija o gato, que tiene los pies atrave-
sados con espinas. Apúrate en buscarlo, sino
tu mujer morirá.
— 13 —
De antemano, para este caso, el brujo tie-
ne dispuesto el animal. Después de pasada la
consulta, recibidos nuevos obsequios y otra can-
tidad de dinero, descubre el objeto del hechizo y
learranca las es])inas.
Por el estilo, suelen ser las preguntas in-
numerables y diversas, y las respuestas vag^as,
evasivas, ingeniosas o eficaces, según las condi-
ciones económicas del cliente y el conocimiento
que el brujo puede tener sobre las cosas consul-
tadas.
Terminado el acto y antes de encender las
luces hace retirarse al santo, repitiendo el mismo
ruido que al presentarlo. Kn la crédula mente
del indio que vino en su busca, queda la persua-
ción de que se ha entrevistado con el mismo san-
to, por descorazonado que esté, y el hijo de San-
tiago bien pagado por su embuste hábilmente
ejecutado.
La hechicera mestiza, al absolver las con-
sultas que también la hacen, suele combinar los
procedimientos indígenas con algunas prácticas
religiosas. Por lo común, masca primero coca,
dedicada la masticación al hombre que debe ser
embrujado; después reza a las ánimas del pur-
gatorio, o invoca a las condenadas en el infier-
no. Hace un muñeco o pinta una estampa con
dos caras, una de mujer otra de hombre, le en-
ciende tres velas, y les reza tres padre-nues-
tros y tres ave-marías a las almas solicitadas, y
envuelve la estampa con un hilo que tiene tres
— 14 —
nudos y en seguida conjura a las ánimas, di-
ciendo: «3'o os conjuro por el día en que nacis-
teis, por el bautismo que recibisteis, por la pri-
mera misa que oísteis, que hagáis que fulana o
fulano ame y sea esclavo o esclava de la pasión
de sutano o sutana». Con lo que se cree tener
buen resultado.

III

El cholo y el indio se encuentran tan do-


minados por la idea de los sortilegios y malefi-
cios, que todo lo que no pueden explicar o es pa-
ra ellos misterioso, extraordinario, o sobrenatu-
ral, lo tienen por obra de brujos.
Cuando el indio al navegar en frágil bar-
quilla de totora, ocupado en la pesca, es sor-
prendido por recios vientos o tempestades, que
le producen alguna desgracia, supone que es víc-

tima del hechizo de algún enemigo suyo, que


se ha valido de los elementos para causarle per-
juicio; y.cualquier daño que recibe, lo atribuye
siempre a malificios, y para evitar sus fatales
consecuencias, a tiempo, busca otros brujos, que
los tietie por superiores a los que han dañado y
cree que por este medio, destruirá, o por lo me-
nos, neutralizará los efectos de aquellos. En la
lucha, que para salvarlo, sostendrán los brujos,
tiene seguridad, que el suyo saldrá vencedor; y
si este realmente ha logrado evitar el mal o cu-

rarlo de una enfermedad, su prestigio toma gran-


— 15 —
des proporciones. Kntonces llega a adquirir el
favorecido por la suerte nuevos clientes, el que
lo traten con miedo 3' con respeto, le consulten
en los trances difíciles de la vida, y que nadie
pueda pasar en su comarca sin acudir a él.
Kl favorito de la suerte, se convierte en
ídolo de la multitud. Todos le colman de aten-
ciones y le hacen obsequios. í)l indio que nece-

sita de él, le entrega gratis el cordero más gor-


do de su majada, los productos escogidos de su
cosecha, y, cuando aquél le exige pernoctar en
compañía de la hija de éste, joven y bien pareci-
da, consiente en ello sin escrúpulos ni vacila-
ciones.
Kstos indios ladinos, insignes rebuscado-
res de vidas agenas y de misterios recónditos,
que desempeñan, a maravilla, su lucrativo y di-
choso papel de hechiceros, son fecundos en re-
cursos para salir airosos del paso. Cierta oca-
sión fué capturado en una Policía de ¡)rovincia
un célebre brujo y en vista de las fechorías que
había hecho y disturbios que había provocado
entre los indios, ordenó la autoridad que, en cas-
tigo de sus faltas, se le flajelase. Sufrió la dura
pena impasible y cuando volvió a su casa, lejos
de manifestar algún escarmiento, explicaba ufa-
no a los indios que habían ido a expresarle su pe-
sar por lo ocurrido, de que nada había sufrido,
porque el momento en que lo tendieron al suelo
vino en su auxilio Santiago, en forma invisible
para los que presenciaban o debían ejecutar la
- 16 —
pena, y le cubrió con su manto, impidiendo que
los azotes rozaran siquiera la parte desnuda de
su cuerpo ! Y siguió ejerciendo su oficio ve-
dado, con más ánimo 3^ éxito que antes.

miedo que inspira a los indios el brujo


í)l

es tan grande, que cuando se embriaga o se des-


cuida en guardar algún objeto suyo, nadie se
atreve a tocarlo o robarle. Sólo cuando abusa
de su poder y se liace peligroso e insoportable
en la comarca, sus moradores se reúnen sigilo-
samente y acuerdan matarlo, sin darle tiempo pa-
ra nada, como lo hacen en efecto, sorprendiéndo-
leen su morada y quemándolo vivo. En segui-
da entierran sus huesos o sus cenizas en un pozo
profundo, a fin de que no quede huella de él.
íOl indio preocupación de que
tiene la

cuando no se le da ese género de muerte, su al-


ma sigue causando daños a sus victimadores.
Con la incineración de su cuerpo creen que tam-
bién su alma ha sido reducida a la nada.

Kl indio da virtud de remedio eficaz contra


los hechizos a la sangre y orina del brujo. Con
ese objeto suele romperle la cabeza y dar de be-
ber la sangre que brota de la herida al hechiza-
do o la orina de aquél. El brujo, a su vez, cuida
mucho que tal cosa no ocurra, por temor de que
el maleficio se torne contra él.

Alguna cuando no suena muy bien su


vez,
título de hijo de Santiago, lo cambia con el hijo
de la Madre de Dios, o sea Maniitan-- huahua-
17

pa, suponiendo con esta alteración poseer ma^o-


res facultades que bajo aquel nombre.

IV

La persistencia de las supersticiones en el

alma poj>ular se debe, además de las circunstan-


cias ya anotadas, a la influencia de los españoles,
queaportaron las suyas aAmérica en la conquista
y durante el período colonial, quienes eran tan
llenos de preocupaciones como los indios. Si bien
los misioneros, destruían los ídolos y adoratorios
de estos, era para reemplazarlos con los que ellos
acataban. Las censuras eclesiásticas tendían a
extirpar las prácticas antiguas, para sustituir-
lar más fácilmente con las religiosas profesadas
por el catolicismo, que trataban de implantar en
el país, pero como no lograron su objeto por
completo, las supersticiones indígenas llegaron a
mezclarse y confundirse con las de los españoles,
sin poderse distinguir, en muchas de ellas, su
origen, ni su esfera de acción exclusiv^a. Raro o
casi imposible es hallar una persona que se en-
cuentre en lo absoluto libre de supersticiones.
Las provenientes de los naturales y las traídas
por los conquistadores, han venido a converger,
por todos los lados, sobre el espíritu de nuestra
raza, que obra muchas veces al impulso de aque-
llas, aun sin darse cuenta de ello. Cuando el in-
dio o mestizo practica por primera vez alguna
— 18 —
superstición nueva, no la olvida.
ya Estase
grava en su espíritu y le domina, convirtiéndose
en una segunda naturaleza, de la que ya no puede
prescindir. Son fáciles para adquirir supersti-
ciones, y difíciles para sacudirse de ellas.
Los sacerdotes católicos, enseñando a la
par de los brujos, que se pueden contrariar los
fenómenos y leyes naturales con rezos o hechizos,
hacen igual propaganda. La diferencia está, en
que el brujo llama en su auxilio a Santiago,
cuando no Diablo, y los sacerdotes a sus divi
al

nidades y santos. Ambos lo que persiguen es


que se tenga más confianza, en lo imprevisto, en
lo sobrenatural, en lo maravilloso antes que en
el esfuerzo propio o en el concurso de la ciencia.
Por tales antecedentes, blancos, mestizos e in-
dios, se han vuelto tan crédulos y supersticiosos
dentro del culto católico, que cuando no son en-
tretenidos por artes diabólicas, se entregan con
frenesí a celebrar fiestas religiosas, abrigando la
profunda convicción de que con cualesquiera de
estos procedimientos lograrán obtener lo que
desean.
La multiplicación de fiestas religiosas, la

profusión con que se erigen templos y capillas,


la excesiva sed alcohólica de las clases popula-
res y de las que no son, mantienen y hacen más
firmes las supersticiones. En los santuarios de
los pueblos de provincia, es común el encontrar
al lado de una efigie católica, objetos de hechice-
ría, v el día de la conmemoración del santo, me-
— 19 —
recen también estos últimos la bendición del clé-

rigo que celebra la misa.


Kl indio por todos esos motivos, conside-
ra de la mismaclase y con iguales pretenciones,
al sacerdote y al brujo de su estancia; al menos
al fraile lo tiene como a un nigroinanta peli-

groso. Le llama kharisiri, es decir degollador,

y cuenta de que desde mediados de julio has-


él,

ta mediados de agosto de cada ano, sale de su


convento y recorre las estancias y rancherías
del campo, en busca de grasa humana para con-
feccionar la crisma de los bautismos, seguido a
la distancia de un lego que lleva los cajoncitos
de lata en que aquella especie será depositada.
Creeque el fraile, apenas encuentra un ser humano,
lo halaga y le da un narcótico con el que le ador-
mece, y cuando está inerte, le hace una incisión
en la barriga, hacia el lado derecho, por donde le
extrae toda la grasa que contiene su cuerpo y
se retira después de curarlo y conseguir que de
la herida no quede más huella que un ligero car-
denal. La
víctima al despertar de su letargo y
volver en no encuentra al funesto fraile pero

siente un fuerte dolor en el vientre que le anun-


cia que algo ha ocurrido con él y agobiado por
este presentimiento, comienzan sus fuerzas a de-
caer rápidas y consumirse su cuerpo, hasta que
muere a los pocos días del hecho.
Al principio de la conquista española lla-
maban Kharisiri al verdugo que degollaba a los
ajusticiados, y creían que después de consuma-
— 20 —
do el hecho andaba en las noches vestido del
hábito despojado al difunto y aún lleno de tie-
rra y sang-re, cubierta la cabeza de un capuchón,
que sólo dejaba descubierto su rostro })álido co-
mo la muerte y sombrío como la noche, llevando
ei la mano una campanilla, cuyo lúgubre sonido
se escuchaba de rato en rato. Decían de él que
se alimentaba de carne humana, prefiriendo de-
vorar la de los niños que encontraba a su paso.
Poco a poco y a medida qne las ejecucio-
nes en esa forma disminuyeron, la imaginación
de los indios fué confundiendo al verdugo con el
faaile que acompañaba al condenado a la pena
de muerte, hasta que el primero se borró de su
memoria y sólo el último quedó con el mote de
Kharisiri, terminando por tenerle miedo, a cau-
sa de considerarlo ladrón de grasa humana.
Probable es que la circunstancia de ver
traginar con alguna frecuencia a los frailes solos
y por caminos silenciosos y desiertos, haya dado
también lugar a la formación de esta leyenda
con todos sus lúgubres contornos, o tal vez coin-
cida, y esto es lo más seguro, con algiíu mito
propio que tuvieron antes de la conquista, 3' al
cual, por su semejanza, han sustituido con el
fraile, dándole la terrible denominación de Kha-
risiri. (1).

(1). Parece en efecto, que e&ta leyenda, uo es siuo


uua reproducción o mejor dicho una continuación desnaturali-
— 21 —
Cuando el indio no ha visto ni se ha en-
contrado con este personaje de lúgubre fama
y siente, sin embargo, dolor al vientre y se pre-
senta en la parte exterior la terrible mancha ro-
ja.creeel vampiro que se hizo invisible para mejor
y más cómodamente extraerle la grasa, y el infe-
liz dominado por tal idea desconfía de los reme-

dios y muere por consunción.

Kl fraile también simboliza para el indio


al autor de la carestía y hambre en los ranchos,
porque supone que en las grandes alforjas que
lleva consigo, con el poder de la nigromancia
que profesa recoge cuantos víveres encuentra
dejando al pobre indio que muera, por falta de
ellos, con la barriga pegada al espinazo.

zada del mito mnop mickjuyj de los keehuas, del que dice
el Obispo Villagómez. «En varios Ayllos o tribus hay maes-
tros a ios 4"'^ ahora dan nuestro nombre de «Capitán» y de
las cuales cada uno tenía sus propios alumnus y soldados a
los que anunciaba y señalaba una noche cualquiera a su anto-
jo dará que se reunieran en un sitio dado [porque estas reu-
niones se celebraban de noche] En seguida, el maestro acom-
pañado de uno o dos de sus discípulos, se acerca en esa noche
señalada a uua casa que ya tiene determinada de antemano y
dejando a loe discípulos en la puerta, entra el sólo y desparra,

raa en el suelo un polvo de huesos de muerto y de otros que no


sé, preparado de antemano para el objeto^ pronunciando ala
vez palabras cabalísticas, y de esta manera adormece a todos
los que se hallan en la casa al extremo de que los hombres y
ios animales ni se mueven ni los sienten. Y entonces se acer-
- 22 —
V

Los sueños tienen influencia decisiva en


las determinaciones de las clases populares, las
cuales creen que según son aquellos les sucederá
algo en la vida real. 3' con este motivo les dan in-

terpretaciones varias.
Soñarse con llamas u ovejas es para que
se frustre algún negocio que se proyecta.
Con cóndor, es para que se tenga éxito en
lo que se propone.

ca a la persona que quiere raatar, le hace una pequeña herida


en la uña, en una parte cualquiera del cuerpo y en cuanto sa-
le un poco de sangre se pone a chuparla cuanto puede. Por
esto a estos brujos les llaman también chupadores de sangre.

Una vez que han chupado la sangre se echan un poco en el

hueco de la mano o en una vasija y la dan a probar a otros,

volviendo al lugar de la reunión y ellos dicen que multiplica

el demonio aquella sangre o se la convierte en carne (yo creo


que las mezclan con otras carnes) y la cocinan en la reunión y
se la comen; y sucede, en efecto, que la persona a quien se le
ha chupado esa sangre se muera a los dos o tres días.
Continúa el autor: «Cuando tienen esas juntas dicen
generalmente; «esta noche nos vamos a comer el alma de tal
o cual persona». Habiendo preguntado a una persona que
había comido varias veces esa carne o que sabía, contestó con
un gesto de asco, que era muy mala y de mal gusto, parecién-
dose a la carne seca de vaca», — Villagómez. — Carta x>astoral
de Exortación e Instrucción contra las idolatrías de los indios

del Arzobis2mdo de Zima, 164I. — Página 42.


— 23 —
Sonarse con cadáver es para tener dinero.
Cocinando es para que alguien muera.
Cuando alguna mujer embarazada se sue-
na con víboras, es para tener hijo varón; con Ra-
pos, para tener mujer; con cóndor, para que el

hijo que nazca sea un gran, hombre.

Recibir en sueños dinero en el templo, es


para tener aviso de la muerte de un pariente o
amigo.
Arrancarse un diente, es para recibir di-
nero, o que se le muera un pariente próximo.
Incendiarse en sueños la casa en que se vi-
ve, es para romper con la persona que nos pro-
tege.
Poseer a una mujer en sueños, es para no
lograrla nunca en la realidad.
Soñarse con un negro o negra es para en-
fermarse.
Con perros que nos han mordido, para que
nos roben.
Con una víbora ponzoñosa que nos ha pi-
cado, para que nos envenenen .

Con fuegos, para tener penas.


Con un niño gordo, para recibir dinero.

Con conejos, para ser embrujado.


Se suena con una persona^ cuando ésta
piensa mucho en la que la suena.
Ser arrastrado en sueños por una corrien-
24

te de agua turbia es para que muera el que ha


soñado.
Igual cosa le ocurrirá si ha sido emba-
rrancado por una bestia.
Por lo carne en sueños denota
general, la

muerte, el escremento deshonra y los animales


con astas infidelidad de la esposa, o concubina
que se tiene; y así, las interpretaciones son infi-
nitas. Cada individuo cuando sueña con deter-
minada persona cree que le irá bien o mal según
el concepto que se ha formado de ella, a la que

la considera su sombra benéfica o fatal, Al si-


guiente día de un mal sueño, quien lo ha tenido
se encuentra inquieto, temeroso 3^ esperando mo-
mento a momento le ocurra alguna desgracia; al
contrario si fué bueno, está contento y feliz.

Semejante proceder de las clases sociales


no es excepcional ni extraño. Las supersticio-
nes y tradiciones se trasmiten de generación en
generación: ellas se heredan, forman el patrimo-
nio que recibimos de los antepasados; se modifi-
can, varían y aún mejoran, pero no se extinguen;
son persistentes porque en la especie humana la
memoria no se borra y su existencia y desenvolvi-
miento se encuentra fuertemente eslabonada al
través de las edades. Para que ellas desapare-
ciesen, sería necesario que en la vida de la huma-
nidad se produjese, una solución de continuidad
y como esto es imposible, las ideas y sentimien-
tos ancestrales forzosamente tienen que predo-
25 —
minar en los actos inconscientes. Se envanece
nuestro siglo de haber dado muerte a las supers-
ticiones con los progresos de la ciencia, cuando
nutre en sus pechos mayor parte de ellas y os-
la
tenta y da vida precisamente a la superstición
de no querer ser supersticioso.
——

Capítulo II

Mitos

— Huirakhocha y su actuación místi-


I.

ca.— — Achachilas, huacas y kono_


IT,

pas. — — El Huari y su le3"enda,


III.
IV. — Pacha- Mama y su culto actual.
V.— El Ekekoy su — V^I.— ThuD.
historia.
nupa, Makuri y Cruz. — Vil. — El
la

Huasa-Mallcu, su dominio y el homena-


je que se le rinde; /a kuilara y el sarniri,

VIII. —
El concepto que se tiene del Su-
paya. — IX. — ElAnchanchu. X.— — La
Mekala.— XI.— El Katekate y sus de.
rivaciones — XII.— Los Japiñuñus.
XIII. -El Takca-takca.— XIV.— El cul-
to a la piedra —
XV. — Ideas respecto
del Cuurmi

En cúspide de lamitolog-ía de los koUas


la
se encuentra el dios Huirakhocha, a quien se Je
,

— 27 —
tiene por hacedor de la luz, de la tierra y de
el

los hombres. Diversas interpretaciones se han


dado a la etiniología de ese nombre: unos creen
que proviene de las palabras kechuas vira, gra-
sa y khocha, mar, o sea grasa del mar. Ksta
interpretación extravagante, no se confirma con
el origen de la divinidad, que es kolla, y, por con-

siguiente, que de buscarse su sig"nificado en la


lengua de esta nación. Además, conviene no ol-
vidar que el nombre primitivo, como ha ocurrido
con el desenvolvimiento de las palabras en todos
los idiomas, ha debido sufrir serias alteraciones
con el transcurso del tiempo y el roce con pue-
blos de distinta índole 3^ lenguaje, hasta llegar
a tener la estructura y fonética, que actualmen-
te conserva.
Uira, según Bertonio, es el suelo (1). Es-
ta acepción es la principal. Khocha, parece una
alteración á^ Jucha, pecado, negocio, pleito, se-
gún el mismo autor. Palabra que comprendía
también al que hacía o ejecutaba alguna cosa: al
hacedor por excelencia. De suerte que Uira-jjo-
cAíz, convertido hoy en Huirá Kocha, por ha-
berse kuichuizado la frase, podría decir hacedor
del suelo con más propiedad: hacedor de la
^

tierra.
También pudo haber provenido de las pa-

(1). — Vocahulario Aymara — Edición Platzman. — Se-


gunda parte. — Página, 388.
— 28 -
labras aymarás, j'uíra, producto y kota lago, al-
terada después en ¡chocha por los quechuas. Ro-
cha y kkasahui son, en el leng-uaje kolla, deno-
minaciones del aluvión. Tal vez, nombre tan dis-
cutido, se ha formado de las palabras aymarás:
tiru, día, jake ge'úi^, jjocha hacedcr, o Fea, ha-
cedor del día y de las gentes; convertidas por di-
similaciones, metátisis y apentésis continuados,
en Htiairakhocha. Los nombres tienen su for-
mación definitiva a través de siglos: son como
las piedras, de los ríos, que para perder sus extre-
midades y asperezas, y ponerse lucias y redon-
deadas, tienen las corrientes que arrastrarlas
por enormes distancias.
Según la tradición generalizada y acepta-
da comúnmente por los indios, con ligeros va-
riantes, Huirakhocha surgió del Lago Titica-
ca, hizo el cielo y la tierra, creó a los hombres y
dándoles un señor que debía gobernarlos regresó
al lago. Pero como las gentes no habían cum-
plido los mandamientos que les impuso, volvió a
salir del seno de las aguas del Titicaca, acompa-
ñado de otros hombres, y se dirigió a Tiahuana-
cu, en donde encolerizado por la desobediencia,
redujoa piedrasa losculpables, que hasta enton-
ces habían vivido en la oscuridad; «mandó que
luego saliesen el sol, luna y estrellas y se fuesen
al cielo para dar luz al mundo y así fué hecho, y

dicen que creó la luna con más claridad que el


sol, y por eso el sol envidioso al tiempo que iban

a subir al cielo, le dio con un puñado de ceniza en



29

la cara y que de allí quedó oscurecida de la co-


lor que ahora parece» (1). Creó en seguida nu-
merosas gentes y naciones, haciéndolas de barro,
pintando los trajes que cada uno debía tener, «y
los que habían de traer, cabellos con cabellos y
los que cortado cortaúo el cabello, y que concluí-
do a cada nación dio la leng-ua que debía hablar,
los cantos que había de cantar y las simientes
y
comidas que habían de sembrar. Y acabado de
pintar y hacerlas dichas naciones y bultos de ba-
rro, dio ser y ánimo a cada uno por sí, así a los
hombres como a las mujeres, y les mandó se su-
miesen de bajo de tierra, cada nación por sí; y
que de allí cada nación fuese a salir a las partes
y lugares que él les mandase; y así dicen que los
unos salieron de las cuevas, los otros de cerros y
otros desatinos de esta manera, y que por haber
salido y empezado a multiplicar de estos lugares,
en memoria del primero de su linaje que de allí
procedió, y así cada nación se viste y trae el tra-
je con que a su guaca vestían. dicen que el Y
primero que de aquel lugar nació, y allí se vol-
vio a convertir en piedras; y otros en halcones 3'
cóndores y otros animales y aves; y así son de

(1). Historia Indica de Sarmiento de Gamboa. — Cita


tomada de la Colección de libros y documentos referentes a la

Historia del Peni, por Horacio H. Urteaga y Carlos A. Rome-


ro. — Tomo — Página
I. 7.
— —
— 30 —
diferentes figuras los g-uacas que adoran y que
usan>. (l)
En
esta tradición se encuentra el origen
de los achachilas y adoración a las piedras, que
aun persiste en las creencias de los indios.
Después ordenó Huirakhocha a sus com-
pañeros que fuese cada cual a lugares determi-
nados, de donde aquellas gentes debían de salir y
les mandasen para que saliesen. Así fué que a
la palabra de los comisionados fueron surgiendo

de las cuevas, ríos, lagunas y cerros los llama-


dos, poblando los sitios que se les señalaban.
Mandó también Huirakhocha, a los dos últimos
compañeros que habían quedado con él en Tia-
huanacu, que el uno marchase hacia la parte de
Gondesuyo y el otro a la de Andesuyo, y dieran
voces a las gentes que debían salir de esas re-
giones. Kn seguida él, en persona, se dirigió
hacia el Kusco, llamando por el camino a los in-
dios que vivían en cuevas y sierras. Cerca a Ca-
cha, sus moradores salieron armados y descono-
ciendo a Huirakhocha, trataron de matarlo, lo
que dio lugar a que hiciera descender fuego del
cielo, el que iba quemando y azolando los sitios
ocupados por los indios rebeldes. Visto lo cual
por estos, arrojaron amedrentados las armas y

(1)^ Relación de las fábulas y ritos de los Incas, por


Cri8tóbal de Molina, ete. — De la colección citada, — Tomo 1.

Página 6.
— 31 —
postrándose a los pies de Huirakhocha, le
implo-
raron perdón por su atrevimiento.
Viéndolos
éste humillados y arrepentidos, tomó
una vara y
encaminándose hacia el fuego, con dos
y tres
golpes que le dio, hizo que se apagase.
Los in-
dios en señal de reconocimiento le
erigieren allí
un famoso templo, donde colocaron su
estatua la-
brada de piedra y le ofrecían en ofrenda mucho
oro y plata.

Siguió su camino Huirakhocha,


y en el
Tambo de Urcus se subió a una altura de allí
y
llamó ajos indios que debían poblar
aquella tie-
rra. Kn cumbre y altura hicieron los in-
esta
dios otra muy rica huaca, donde
sobre un escaño
de oro colocaron la imagen de
Huirakhocha. De
ahí se dirigió al Kusco, donde creó
un señor que
gobernase a las gentes del lugar, nombrado
Al-
cahuisa. De allí se fué hasta Puerto
Viejo, don-
de juntándose con los suyos, que habían ido
a es-
perarlo, se metió con ellos mar adentro, cami-
nando sobre las aguas, como si estuvieran sobre
la tierra y desapareció de la vista de los que lo
contemplaron irse.

Tal es la relación que hicieron los indios a


los cronistasde su divinidod suprema. Por eso
cuando vieron por primera vez surgir a los es-
pañoles de la mar, creyeron que regresaban a la
tierra Huirakhocha y sus compañeros
y los reci-
bieron con veneración, dándoles el nombre de su
dios, nunca supieron, que estos les trajeran la
.

?
^4 —
esclavitud y la muerte, en vez de la vida y bie-
nestar que el anterior les había prodigado.
E)ste dios tau popular y venerado en la
antigüedad va desapareciendo de la imaginación
de los indios actuales; pocos son los que al pre-
sente lo mencionan. Los más lo confunden
con Jesucristo o el Padre iCterno y, por último,
otros terminan por decir que no se acuerdan de
él: que Huirakhocha es el blanco, que pudo más

que aquél, destruyendo sus efigies y reduciendo


a sus hijos a la más dura servidumbre. El Hui-
rakhocha, pero terrible y desalmado huirakho-
cha, es para el indio, el blanco o el mestizo que
ocupa su rango.
Los templos principales dedicados a esta
célebre divinidad estaban situados en la isla o
Huattd del Titicaca, sobre cuyas ruinas edifica-
ron después los kechuas su templo al Sol; otro,
elmás famoso, en Tiahuanacu y otro en Cacha.
Estos fueron ios más célebres adoratarios de la
antigüedad y de los que al presente no quedan
sino ruinas.

II

Mayor vitalidad ha tenido en la mitología


indígena y sigue teniendo aún la creencia en los
Ach'zchilas, o sea la de considerar a las monta-
ñas, cerros, cuevas, ríos y peñas como puntos de
donde se originaron los antecesores de cada pue-
- 33 —
blo, y que ijoreste motivo nunca descuidan aque-
llos de velar por el bien de su prole.
Kntre los Ac/cachilas, a unos los tienen
como a principales troncos de j^randes pueblos,
tales eran el lago Titicaca, el Illampu, el Illima-
ni, Caca-hake o Huayna-Potosí y el Potosí;
el

otros eran de menor importancia y cepa de tri-


bus insig-uifirantes. Kl Aeliacliila de los urus,
decían que era el fango, de donde estos habían
brotado y que por eso eran despreciables, de po
co entendimiento, ásperos y zahereSos; que vi-
vían en balsas do totora, contemplando constan-
temente desde de las aguas a su pro-
la superficie
genitor, el limo del lago.
(1) Los lupi-hakes o
lupakas, los iimasiiyus y pacajjas, se suponían
de prosapia superior, nacidos de los amores del
Illampu con el lago Titicaca. Al Potosí se le
tenía como antecesor de los chayantas, y al Ta-
ta-Sabaya, los kara-cankas o carangas. El Sa-
jaraa, y el Tunari, el río Cachimayu, el Pilcoma-
yo, etc. etc., se les consideraba como Achachi-

(1). —
A los uros les llaman tamlñéu diancumuukheris,
comedores de ciertas plantas acuáticas de los géneros Myrio-
phyUum, Potomogeton, Clanophora, Elodea y Chara), La
tradición cuenta de ellos que fueron trasladados, en tiempos
remotos, en calidad de esclavos de las costas del Pacífico
por gran conquistador kolla Tacuilla, y distribuidos en las
el

riberas de los lagos del altiplano, donde se les dedicó exclusi-


vamente a la pesca. De aqui proviene que se nombre chan-
cas, u los que aun quedan por aquellas regiones.
5
— 34 —
las de los pueblos próximos a esas montanas o
ríos.
Sin perjuicio de adorar el indio a su pro-
pio Achachila, cuando, al trasmontar una altura
o doblar una ladera, ve por primera vez cualquie-
ra de esas montañas, cerros o ríoí?, inmediata-
mente pone de rodillas, se destoca el sombre-
se
ro y se encomiendaa ese Achachila, aunque no
sea el suyo y en señal de reverencia, le ofrenda
con la coca mascada que tiene en la boca, arro-
jándola al suelo, y dirigiéndose a aquél.
Cuando en 1898, Sir Martín Gonway, tra-
tó de realizar su ascensión al Illampu, los indios
quisieron sublevarse y atacarlo, porque temían
que el extranjero profanase a su deidad y esta
les enviará castigos, por lo que Conway sólo pu-
efectuar a medias su intento, y en ausencia de los
indios.
Denominaban Huacas a las deidades par-
ticulares adoradas por un ayllu o pueblo, común-
mente formadas de piedra, algunas sin figura
ninguna. Otras, dice el P. Oliva: «tienen diver-
sas figuras do hombres, o mujeres de otras hua-
cas; otras tienen figuras de animales y todas tie-
nen sus nombres particulares, con que las invo-
can y está tan establecida esta adoración, que no-
hay muchacho en algunos pueblos' o en algu-
nas provincias, que en sabiendo liablar no sepa
el nombre de la huaca de su ayllu, por cuanto ca-

da parcialidad tiene su huaca principal y otras


menos principales, y de ellas suelen tomar el
— 35 —
nombre de aquel ayllu; alg-iinas de estas las tie-
nen como a g-uardas y patrones de sus pueblos,
porque sobre el nombre j)r()pio, llaman Marca-
aparao o Mareadla ra». (1)
Las Ko7iopas y Khanapas (2), como pro-
nunciaban los Kollas, eran dioses tutelares des-
tinados a proteger las familas. Los fabricaban
indistintamente de metal, de barro .o de piedra, o
solamente era alg^una piedra preciosa u objeto
raro. Tenían
las más el aspecto de figuritas
cuyos brazos y manos formaban sobre el pecho
un ángulo recto, según la geometría mística y
sacerdotal. Algunas eran de forma fálica, otras
representaban pescados, Kl cronista citado di-
ce; «Herédanse estas Konopas de padres a hijos
y están siempre en el mayorazgo de la casa como

(1). — Historia del Ferú y varones insigaes etc., pag.


133.
(2).^Ksta palabra quiere decir: «su luz de él o su de-
mostración de él>. Secoüipoue de dos voces, khana, que sig-
nifica — «claridad^ luz, día y también verdad y demostración
de ella>. La otrtí es la partícula pa, que es un sub-fijo po-
sitivo(le la leügua aymara que significa «suyo, suya, su». De

manera qne klianapa es la luz de él o su demostración. ¿De


quién? Del fenómeno producido o de su autor; del hecho mo-
ral o material que simboliza la figura representante y del cual
es su demostración.
De este modo el pueblo ajmara ha logrado trasmitir la
memoria de los hechos de una manera constante y eterna, sj

se quiei-e^porque ese modo de ser social del Kolla hace parte


integrante de sus propios hábitos y costumbres.
— 36 —
vínculo principal de ella a ciu'o cargo está guar-
dar los vestidos de las Huecas que nunca entran
en división entre los hermanos, porque son cosas
dedicadas al culto. Kntre estos Konopas solían
tener algunas piedras vezares que los indios lla-
maban quicu y el P. Pablo Joseph certifica en su
tratado que en algunas de las misiones que hizo
se hallaron no pocas de ellas manchadas con la
sangre de los sacrificios que les habían he-
cho» (1)
Konopas aún conservan las familias indí-
genas en sus casas con mucha veneración.

III

Huari, llamaban los antiguos kollas a un


cuadrúpedo semejante a la llama, probablemen-
te el Macrauchenia ya extinguido, y lo tenían
por su dios totémico, representante del vigor y
de la fuerza de la raza. Le erigieron templos en
diversas partes y su imagen esculpida en piedra
era objeto de culto muy solemne.
Al Huari lo consideraban como coetáneo
del dios Huirakhocha, viviendo en la época en
que las divinidades habitaban la tierra junto
con los primeros hombres, a quienes se les llama-
ba huari-hakes gentes del huari, o sea descen-
dientes de éste.

(1), — Historia del Perú citada^ pag. 135.


— 37 —
Los adoratorios del Huari se conocían con
la denominación de Huari-uillcas y doñ hubie-
ron muy celebrados; una en la ribera del laj^o
Titicaca, en el lug'ar que ho}- ocupa el pueblo de
Huarina y otro cerca al lag-o Poopó, donde des-
pués se fundó el pueblo Real de Huari. Las hua-
cas que en ambos parajes existían, como en otros
muchos sitios del altiplano, fueron destruidas
por los misioneros quedando como recuerdo úni'
camente el nombre de la divinidad aplicado al lu-
gar.
Se ha dado en confundir el huari con la
huikcufia, la que es distinta de aquel. La hui-
kcuña se la ha conocido siempre con este nombre
y, además, con \o^ áe sarrakha y saalla. Kl de
huari parece que se le dio posteriormente.
También acostumbran llamarlo Htíari-
uillca, sin tener en cuenta que la palabra uillca
tiene distintas acepciones. Antiguamente l];i-
maban uilJca al sol y a los adoratorios que se le
dedicaban, o se dedicaban a otros ídolos como el
huari. Después se denominó uillca al sacerdote-
E)n este sentido se expresa
el anónimo autor déla

Relación de las costumbres de los naturales del


Perú, denominando uillcas j vanan i Ileas di \os,
prelados y sacerdotes [1]. Kxiste además una
yerba dedicadaal sol que ue llama uillca. Los

[M-— Ti'^s relaciones de antigüedades pervanas^ publi.


cadas por Marcos Jiménez de la Espada. Pag. 103.
— 38 —
brujos emplean como purgante, con objeto des.
la

pues del efecto, de que la persona o que ha su.


frido alg'ún robo se duerma y en sueños descubra
al ladrón, o este se presente por su propia vo-
luntad, durante ese acto, a restituir lo robado.
Dicen los naturales que este don dio a la 3'erba
el sol.

IV

Kl mito de Pacha- Mama, por los vesti-


gios que aun quedan, debió referirse primitiva-
mente al tiempo^ tal vez vinculado en alguna for-
ma con la tierra; al tiempo que cura los mayores
dolores, como extingue las alegrías más intensas;
al tiempo que distribuye las estaciones, fecundi-
za la tierra, su compañera; da y absorve la vida
de los seres en el universo. Pacha significa ori-
ginariamente ¿/em/>í? en lenguaje koUa; sólo con
el transcurso de los años y adulteraciones de la

lengua y predominio de otras razas, ha podido


confundirse con la tierra y hacerse que a ésta y
no aquél se rinda preferente culto. Kl Saturno
indígena no llegó, pues, a conservarse como per-
sonalidad independiente en la imaginación de sus
prosélitos; al identificarse con la Démater india,
desapareció de la mitología aborigen.
Los indios antes de su contacto con los
españoles llamaban en é\ Kolla-éuyu, Pacha Acha-
chi a esta deidad; después se sustituyó el Acha-
chi, que quiere decir viejo y también cepa de una
.

— 39 —
casa o familia, con la palabra mama, que si(j^nifi-
ca grande, inmenso, cuando se refiere a los ani
males o cosas, y superior, cuando a las personas.
En este caso, tiene aplicación la palabra, única-
mente con las del sexo femenino. Los términos
mamatay y raamay, con los que en aymara y ke-
chua, respectivamente, se designa al presente a
la madre, es de introducción posterior a la con-
quista española parece que proviene á^X mamá
;

castellano. Probable es que algún misionero la


introdujo en el habla indígena, por no encontrar
otra palabra más expresiva para el vulgo, con
que nombrar a la Virgen María, a quien la ple-
be, llama siemi)re con unción y ternura, mama.
Matay era el nombre que daba el indio a la ma-
dre o señora principal, aunque prefería y era de
uso más común el llamarla tayca, como se escu-
cha actualmente. De manera que Facha-Mama,
según el concepto que tiene entre los indios, se
podría traducir en sentido de tierra grande, di-
rectora y sustentadora de la vida
La fiesta de Pacha, la celebran los natu-
rales en un día determinado del ano, que después
ha venido a concuasar con la del Espíritu Santo.
Consiste ella al presente, en sacar la víspera del
Espíritu, en la noche, las joyas de los habitan-
tes de una casa, dinero que han ganado ese
el

ano, y exponerlos en una mesa colocada en me-


dio patio al aire libre;invocar la protección de la
Pacha-Mama, derramando en su homenaje aguar-
diente en el suelo y antes de probar ellos siquiera
— 40 —
una gota. Al contorno de la mesa colocan bra-
seros encendidos, sobre los cuales, ponen el mo-
mento preciso, ramas de lihoa o poleo silvestre
i^Mentha pulegimn), con pedazos de feto seco de
llama, cordero o vaca, porque dicen cjue los ani-
males son puros en este estado; agregan a esas
especies, tallos y hojas de
cardo santo, millii,
confites, mixtura, y cuando comienza a arder to-
do esto, desocupan los presentes la casa, a fin de
no recibir el humo; porque mantienen la creencia
de que reduciéndose los males en humo, debe
evaporarse y perderse para siempre en el espa-
cio, sin allegarse a una persona, a cuyo cuerpo
penetraría en caso contrario, haciendo que ad-
quiera alguna enfermedad, osea víctima de cons-
tantes desgracias. Después de que las brasas
se han consumido y extiguídose el fuego, vuel-
ven a la casa, y en señal de contento derraman
en el suelo confites y flores.
Ksta ceremonia conocida con el nombre
de khoaña, es muy popular y'la celebran las fami-
lias, además de la fecha expresada, toda vez que

tienen que trasladarse de una casa a otra, aun-


que no con las solemnidades anteriores, concre-
tándose a sahumar, con hojas del arbusto men-
cionado y trozos de feto las habitaciones que se
han de ocupar, con lo que tienen por expulsados
a los malos espíritus y los males que pudieran
haber dejado los anteriores ocupantes.
Kl martes de Carnaval, también en home-
naje a la Pacha-Mama, acostumbran derramar
— 41 —
en todas las habitaciones de la casa, flores, con-
fites y mixtura; pidiéndole conserve con salud a
sus dueños y la propiedad ¡¡ermanezca en poder
de estos.
Por regular las ofrendas no deben le-
lo

vantarse del suelo y aprovecharse de ellas, por-


que, quien tal hace, atrae sobre sí el enojo de la
deidad honrada, que puede mandarle en castigo
de su desacato, la muerte, o una enfermedad, o
alguna desgracia. Lo ofrecido a la Pacha-Ma-
ma debe destruirse y consumirse por la acción
del tiempo.
Los pastores acostumbran a su vez dego-
llar cada ano, uno o dos corderos tiernos, con ob-
jeto de que su sangre sea ofrecida a esta deidad,
empapando con ella el suelo en su honor y espar-
ciéndola antes en direcciones distintas. Kste ac-
to llamado huilara, lo tienen por obligatorio y a
él le dan suma importancia para la conservación

y aumento del ganado.


Samiri, descansadero, es el sitio señalado
como morada, originaria de los antepasados, sea
de los hombres o animales y que por esta circuns-
tancia ha quedado localizado en el lugar, una ex-
traña fuerza vital, que toda vez, que el descen-
diente va allí recibe un soplo vivificador y re-
gresa alentado. En ese sitio ha sido reservada
semejante virtud por la Pacha-Mama, que no
quiso dar a sus moradores de entonces todo lo
que dar podía, con la morada que a sus hijos,
mientras durase la vida, mientras existiese el
6
— 42 —
mundo, no algún remedio a pus desa-
les faltare
lientos, o de sus fuerza?. Ese sitio
al deí^g-aste

es una madre que reanima al ser viviente, que le


implora ayuda. A estos lugares, tenidos por sa-
grados, los veneran y les ofrecen sacrificios.
Mi samiri, dice el indio, y muestra una
prominencia, cerrito, campo o cueva. El scnniri
de mi ganado es aquel otro paraje, e indica otros
lugares parecidos, por más que a ellos jamás ha-
va ido.

El Ekaho, popularizado con el nombre al-


terado de Eheho, era el dios de la prosperidad de
los antiguos kollas. Algún cronista lo ha con-
fundido con Huirakhocha: Bertonio lo llamaba
también Thunnupa, en la creencia de correspon-
der ambas denominaciones a UMa sola persona,
cuando fueron distintas, con leyendas diferentes,
como se verá en su lugar.
Al Ekako se rendía culto constantemente;
se le invocaba a menudo y cuando alguna desgra-
cia turbaba la alegría del hogar. Su imagen fa-
bricada de oro, plata, estaño y aun de barro, se
encontraba en todas las casas, en lugar preferen-
te o colgado del cuello. Se le daba la forma de
un hombrecito panzudo, con un casquete en la
cabeza unas veces y, otras con un adorno de plu-
mas terminadas en forma de abanicos, o bien cu-
- 43 —
bierta por un chucu piiiiteagudo; con los brazos
abiertos y doblados hacia arriba, las palmas ex-
tendidas y el cuerpo devsniído y bien conformado.
Los rasgeos de su fisonomía denotaban serena
bondad y completa dicha. Este idolillo, encar-
g"ado de traer al ht-gar fortuna y alearía y de
la

ahu3'entar las desg^racias, era el mimado de las


familias: el inseparable compañero de la casa.
No había choza de indio, donde no se le viera
carg-ado con los frutos menudos de cosecha o
la

retazos de telas y lanas de colores, siempre ri-


sueño, siempre con los brazos abiertos. Lo ha-
cían de distintos tamaños, pero el más grande no
pasaba de una tercia de largo. Los pequeñitos
eran ensartados en collares y los llevan las jóve-
nes al cuello, para que les sirviese de amuletos
contra las desdicha?.
Kl P. Bertouio en su notable Vocabulario
aymara, dice: <^EcaGO I Thunnupa nombre de
quien los indios cuentan muchas fábulas; y mu-
chos en estos tiempos las tienen por verdaderas:
y así sería bien procurar deshacer esta persua-
ción que tienen, por embuste del demonio». Kn
otra })arte llamíin Ecaco al «hombre ingenioso
que tiene muchas trazas».
P^sas fábulas, a las que se refiere Bertonio,
son los milagros y recompensáis que los indios
contaban haberlos recibido del Ekalco, y la ciega
confianza que tenían en él, la cual no pudieron
desvanecer los misioneros con sus prédicas ni
persuaciones.
— 44 —
La fiesta consagrada al El-aho, se celebraba
durante varios días, en el solsticio de verano. Le
ofrecían los agricultores algunos frutos extraños
de sus cosechas, los industriales objetos de arte,
tales como utensilios de cerámica, tejidos primo-
rosos, y pequeñas figuras de barro, estarlo o plo-
mo. Él que nada podía dar de lo suyo adquiría
esos objetos con piedrecitas, que recogía del cam-
po V que se distinguían por alguna extraña par-
ticularidad. Nadie podía negarse a recibirlas
en cambio de sus objetos, sino quería incurrir en
elenojo del dios, a quien se conmemoraba; por
cuyo motivo se hizo de uso corriente tal sistema
de compra- ventas.
Durante el período colonial, continuaron
los Ehahos imperando en las creencias populares
y siendo objetos de veneración, sin embargo de
los esfuerzos que hacían los misioneros para ri-
diculizarlos y arrancarlos de las costumbres. Kl
Kkako salió victorioso de la dura prueba; se im-
puso a pesar de todo, y su fiesta siguió celebrán-
dose.
Don Sebastián Seguróla, Gobernador In-
tendente de La Paz, que había salvado a la ciu-
dad del terrible asedio de indios de 1781, después
de debelada la sublevación y firmado su triunfo,
en acción de gracias a la Virgen de La Paz, cu-
yo devoto era y a quien atribuía la victoria, es-
tableció la fiesta del 24 de enero, en su honor, or-
denando que el mercado de miniaturas y dijes
— 45 —
que se bacía en distintas ocasiones del año, se
realizase únicamente esos días.

La fiesta se inauguró el 24 de enero de


1783, y para que ella tuviese toda la solemnidad
posible, se mandó a los indios de los contornos de
la población, trajesen los objetos pequeños, que
en otras circunstancias acostumbraban ofrecer-
los por monedas de piedras. Los indios más lis-
tos que el Gobernador, se aprovecharon de la li-
cencia para tornar la fiesta de la Virg-eu en ho-
menaje de su legendario Ekako, cu3'a imagen co-
menzaron a distribuir recibiendo en cambio pie-
dras.
La fiesta comenzó a celebrarse con deli-
rante entusiasmo de todas las clases sociales. Kn
la noche, cuando las familias se encontraban en
la plaza principal, espectaudo las luminarias y
escuchando la música de bailarines, entraron por
los cuatro ángulos, que eran, de chaulla hhatu, el
colegio, el cabildo y la casa del judio, comparsas
de jóvenes decentes disfrazados, golpeando ca-
jas, piedras, tocando instrumentos músicos, lle-
vando cada cual alguna chuchería, que la ofrecían
en venta, con las palabras aymarás: alacita, ala-
cita, es decir, cómprame, cómprame.
El estruendo y alboroto que estos disfra-
zados hicieron, era tal, que muchas jóvenes fue-
ron arrancadas en medio de la confusión, de la
compañía de sus familias y sólo regresaron al si-
guiente día
— 46 —
indias y cholas sentadas al margen de
Las
las aceras de la plaza y calles contiguas, acos-
tumbraron, desde entonces, a encender en fila
sus mecheros y velas eu homenaje a la Virgen,
cuando en su interior, tal vez le consagraban a
su predilecto Ekako, cuya imagen modelada de
yeso y pintada de colores vivos, ofrecían en pro-
fusión los escultores indígenas en venta o permu-
ta a los asistentes a la fiesta.
Algunos idolillos los hicieron sentados,
con gorro triangular o cónico sobre la cabeza y
vestido de una túnica hasta las rodillas, otros
parados en la misma forma que los de Tiahua-
cu, la cual persiste hasta hoy. Ambos tienen el
aspecto risueño, de hombres satisfechos de la
vida, gordos y bien comidos.

En los años sucesivos fueron modificándo-


se las costumbres de adquirir objetos con pie-
dras, a las que se daba valor sólo en esa fiesta,
con botones amarillos de bronce, lucios y brillan-
tes, y, por último, los botones fueron substituí-
dos con moneda corriente, desde algunos años
atrás.

práctica consentida y generalmente ce-


La
lebrada, de permitir a los muchachos arrebatar
a sus dueños las especies sobrantes de la venta
del día, apenas tocaba la oración y comenzaban
las sombras de la noche a cubrir la plaza, tam-
bién ha desaparecido. Si antes en honor del
Kkako, nadie debía regresar a su casa, lo que ha-
— 47 —
bía destiíiado para vender opermutar ese día,
los policías impiden al presente que tal merodeo
se repita.
Lo que alprincipiotuvouu aspecto netamen-
te religioso vpagano, se ha convertido poco a poco
en feria industrial de miniaturas, y lo que es más
singular, en una oportunidad para adquirir al
legendario Ekako, que se encargue del cuidado
de la casa del adquirente. El idolillo, que en
tiempos pasados era objeto de veneración única-
mente de los indios, hoy es acatado por todas
las clases sociales. Rara será la familia que no
tenga acomodado en sitio visible de sus habita-
ciones, un Ekako, cubierto de dijes y pequeños
instrumentos y objetos de arte diminutos, y
en quien confían los moradores de la casa
que atraerá la buena suerte al hogar, y evitará
que les sobrevengan infortunios. El diosecillo
de la fortuna, es la única divinidad que ha triun-
fado de las persecuciones de los misioneros y del
fanatismo católico.
A este ídolo que siempre se le representó
solo, se le ha dado una compañera por los mesti-
zos, que. como toda creación artificial, no tiene
importancia ni el prestigio de aquél. A la mujer
del ídolo, se la mira con desprecio y nadie se es-
fuerza por adquirirla, ni se la presta acatamien-
to. Falta para ella la fe de la multitud y cuando

media este antecedente, una creación religiosa no


tiene razón de ser.
48

VI

Éntrelas leyendas místicas deloskollas


existe la de un misterioso personaje, a quien no
le consideran un dios, pero le conceden la facul-
tad de hacer milagros. Le llaman Thunnupa, y
dicen qae vino del norte acompañado de cinco
discípulos, trayendo sobre sus hombros una cruz
grande de madera y que se presentó en el pueblo
de Carabuco, entonces residencia del célebre Ma-
huri, el más famoso de sus conquistadores \ hé.
roes legendarios, que ha sobrevivido en la memo-
ria colectiva de los pueblos, junto con otro igual-
mente notable, aunque de tiempos relativamente
posteriores, llamado Tacuilla. Estos dos nom-
bres son los únicos recitados en sus can-
tares y aun mencionados por los indios viejos,
ellos los tienden a desaparecer, porque los más
de los indígenas ya no se dan cuenta.
Thunnupa, a quien se la dan también los
nombres de Tonapa, Tunapa, Taapac, según los
padres agustinos que escribieron sobre él, era
un hombre venerable en su presencia, zarco, bár-
baro, destocado y vestido de cuxma, sobrio, ene-
migo de la chicha y de la poligamia. Reconvino
a Makuri por las devastaciones que hacía en los
pueblos enemigos, por su sed de conquistas y su
crueldad con los vencidos, pero éste no hizo apre-
cio de sus palabras, y lo más que pudo fué per-
— 49 —
mitirle residir en sus vastos dominios sin moles-
tarlo. Makuri era demasiado poderoso 3' sober-
bio para darle importancia. La presencia de
TliLinniipa, parece que a los únicos que tenía
preocupados era a los sacerdotes y brujos de su
imperio, quienes le hicieron guerra encarnizada
sin perder ocasión para denigrarle.
Tliunnupa se dirigió el puel)lo de los suca-
sucas, hoy Sicasica, donde les predicó sus doctri-
nas. Los indios alarmados de sus enseñanzas,
comenzaron a hostilizarle y, por último, prendie-
ron fuego a la paja en la que dormía; logrando
salvar del incendio regresó a Carabuco. Aquí
las circunstancias habían variado duratite su au-
sencia, debido a uno de sus discípulos, llamado
Kolhe huynaka, que enamorado de Khana-huara,
hija de MaJcuri, logró persuadirla para que se
convirtiese a las doctrinas de su maestro y cuan-
do éste regresó hizo que la bautizara. Sabedor
el padre de lo que había ocurrido con su hija, or-
denó que Thunnupay sus discípulos fuesen apre-
sados. A los discípulos los hizomartirizar y
como Thunmipa, les rejírochasede esa crueldad,
lo atormentaron hasta dejarlo examine, «echa-
ron el cuerpo bendito en una balsa de junco o
totora, dice el P. Calancha, ^\ lo arrojaron en la
gran laguna dicha [el Titicaca] y sirviéndole las
aguas mansas de remeros y los blandos vientos
de piloto, navegó con tan gran velocidad que de-
jó con admiración espantada a los mismos que lo
mataron sin piedad; y crecióles el espanto, por-
— 50 —
que no tiene casi corriente la laguna y entonces
ninguna Llegó la balsa con el rico tesoro en
la playa de Cachamarca, donde agora es el De-

saguadero. Y es muy asentada en la tradición


de los Indios, que la misma balsa rompiendo la
tierra, abrió el Desaguadero, porque antes nunca
le tuvo y desde entonces corre, y sobre las aguas

que por allí encaminó se fué el santo cuerpo has-


ta el pueblo de Aullagas muchas leguas dií^tante
de Chucuito y Titicaca hacia a la costa de Ari-
ca». (1) A este mismo personaje, vuelto en sí,

se hace peregrinar en las tradiciones indíge-


le

nas por Carangas, donde vio junto a un cerro


que lleva su nombre, entre los Calchaquies, Chu-
quisaca y Paraguay.
La cruz que había traído consigo, dicen
que trataron de destruirla, sin poder lograr su
objeto, ni con la acción de los golpes; que enton-
ces quisieron echar la agua y como no se sumer-
giese al fondo, la enterraron en un pozo, de don-
de la extrajeron en 1569. (2),

(1). — Corónica 3Ioralizada, volumen I^ página 337 y


388.
(2). — Este descubrimiento cuenta el P. Eanios de la
manera siguiente: «En un día del Corpus (Cliristi) los ürin-
sajas que estaban de guerra con los Anansayae ee retaron
unos a otros, los Anausayas dijeron a los Urinsayas que es-
tos eran inmorales (viciosos); brujos y que sus antepasados
habían lapidado un santo, intentando quemar una cruz que
consigo cargaba, y que ellos la guardaron la cruz en luíiar
— 51 —
A ha confundido con Huí-
Thuiinu¡>a ?o lo

raklioclia, y aun con Pacha Achachi, sin embar-

co de ser tan distintas las leyendas que rodean a


cada uno de estos personajes, y de ser compléta-
me ite diferentes los mitos que representan, o la
esfera de acción en que se desenvuelven. Uni-
forme, cou lig-eras variantes en los detalles, es la
tradición que hace surg-ir a Huirakhocha del la-
go Titicaca y marchar hacia el Norte, hasta de-
saparecer en Puerto Viejo; en cambio, a Thun-
uupa se le hace descender del norte hacia el pue-
blo de Carabuco, que está en la ribera oriental
del Titicaca, y, después, caminar hacia el gud y
al oeste.

3ecretj^ qo quoriondo mostrarla, Hiibiéudose traslueiíkj esto


p )r al^aaos inachaeli)áj se lo oomuuieuroa al padre Sarmituto
que era el cura. Este descubrió
cruz en tres pedazos y uca
la

plancaa da cobre (uaa hoja) cou la cual la cruz estaba forrí.da


(ceñida)j con la cruz se encontraron solamente dos clavos. El
señor dou Alfonso Piamírcz de Vergara^ 01)ispo de Charcas
mandó hacer nuevas excavaciones y encontróse el teicer cla-
vo que tomó, y a su muerte el Licenciado AdolfD Maldo-
lo

nadOj Presidente de la Audiencia (de la Plata o Charcas) lo


tuvo en herencia y llevóselo a España. Cuando se hizo la di-
visión de los obispados, éstos (asimismo )se partieren la cu;z,
aserrándola en dos partes, haciendo dos de ella, una de Ims
cuales quedó en Ca^ubuco v la otra está en la catedral dt? la

Plata (Sucre)». Historia del célebre if milor/mso Santuarij de


de la insigne imayen de N'uestra Seriara de Copacuhana —
Lima, 1621. —
Cita lomada del importante trabajo de Adolfo

F. Bandelier, titulado; La Cruz de Carabuco en Jíclitia,

tarducido al castellano por don Manuel "V. Ballivián.


Es un afán manifiesto en varios cronistas,
el acumular en una sola creación mítica, todos
los nombres de la variada teogfonía indí^icDa;
particularmente con Huirakhocha se ha hecho
esa aglomeración, en una forma en que, si a ello
se diera entero asentimiento, resultaría que los
primitivos pueblos de esta parte del continente
americano, no tuvieron sino una divinidad, que
fué Huirakhocha; puesto que a él también se le
llama Kon, Tisi, £hako, Thun7iupa, Pachacamah,
Pachayachachic, Paccliacan, etc., etc.
Rastreando con algún cuidado los restos
de tradiciones que aún quedan, y comparándolos
con los relatos délos cronistas, se comprende que
la conquista española sobrevino, cuando los in-
cas hacían un esfuerzo de identificación y fusión
de los dioses de los pueblos conquistados con los
suyos propios, y que los españoles, lejos de se-
pararlos los confundieron más, guiados por los
prejuicios religiosos de encontrar la concepción
del misterio de la Trinidad en los nombres de
Con, Tisi, Huirakhocha, y la obra del diablo en
otros; llegando así a convertir el politeísmo in-
dígena, en imitación borrosa de la religión cató-
lica, y a embarullar y confundir en la mente de
los indios susdivinidades con las cristianas. Hui-
rakhocha, Kkako y Thunnupa son los que más
han sufrido las consecuencias de este sistema, el
cual se ha tratado de evitar en lo posible en los
presentes estudios.
— 53 —
VII

El indio cree que los campos desiertos y


silenciosos, constitU3'en el dominio de una pode-
rosa deidad, a quien Huasa-Mallcu, o sim-
W'atcí:^

plemente Iluasa . También las mujeres que de-


sean tener hijos, dan el nombre de Hiiasa a una
piedrecilla larga, que cogen del suelo, la envuel-
ven en telas y ciñéndola con hilos de lana, la co-
locan junto a un peñasco solitario, donde le pi-
den con veneración y ofrendas, les conceda des-
cendencia.
Dicen que Hiiasa Mallcu es un gigante
vestido de blanco, de carácter ingenuo y primi-
tivo, de fisonomía austeray porte imponente, que
en veces toma la forma de un inmenso cóndor,
que vive eternamente célibe, con intachable mo-
ralidad, reinando satisfecho en plena naturaleza
y en medio de la paz de ese medio ambiente ca-
llado. Todos los animales salvajes de aquellos
desiertos, llamados en aymara Huasa-jaras, o
sea campamentos del Huasa, le pertenecen y se
prestan sumisos y diligentes a las ocupaciones
que les señala. Las huihouñas le sirven de bes-
tias de carga, para transportar de una parte a
otra, y donde él crea conveniente, sus inmensos
tesoros; la zorra para velar por su persona y lan-
zar el grito de alarma a la presencia de indivi-
duos extraños; las aves están obligadas a ento-
nar cautos melodiosos cuando él despierta en las
— 54 —
mañanas, o pasa junto a sus nidos; los vientos
deben cesar cuando él se presenta; la atmósfera
tranquilizarse y suavizarse a su presencia; las
flores desprender sus aromas y cubrir con sus
hojas el camino que ha de seguir.
Al Huasa Aíallcu, lo describen benigno y
compasivo con los desgraciados; duro o severo
con los perversos. Contiene a los ladrones, for-
mando alrededor de la casa de sus protegidos un
muro impenetrable, el cual desaparece apenas
cesa el peligro; hace invisibles a sus animales fa-
voritos cuando los persigue el cazador, quién só-
lo logra su intento cuando aquellos se han extra-
viado de sus dominios; evita crímenes y robosen
los caminos y despoblados.
Cuentan que un pobre hombre, honrado y
cargado de^hijos, que iba en busca de alimento
para su familia, se encontró una vez con el Hua-
sa -Mallcu en su camino y le pidió tuviera com-
pasión de él. Conmovido con el ruego, descargó
de sus hiiikoiuias cierta cantidad de oro, y se la
entregó para que aliviara sus miserias.
Lo contrario del Anchanchu, el Huasa-
Mallcu no hace daño a nadie, y más bien favore-
ce al que invoca su amparo.
le

Nunca dejan los indios de ofrecerle algu-


na ofrenda en cualquiera circunstancia. Si de-
güellan un cordero, llama o buey, rocían preci-
samente con la sangre, el frontón o remate trian-
gular de la pared principal de su casa, en home-
naje del Mallcu, quien al notar que no se han ol-
DD

vidado de él, envía un rayo de felicidad a ese ho-


g-ar en correspondencia a la ofrenda.
En las fiestas, cuando los indios se encuen-
tran libres de las miradas de extraños, colocan
en el extremo superior de un palo un muñeco
muy adornado, y enhiesto al centro del sitio de
reunión, bailan en contorno con grandes muestras
de alegría y entonándole algunos cantares, en los
que manifiesta su profundo respeto, le hacen re-
verencia en cada vuelta que dan, y cuando algún
desconocido se aproxima, ocultan el muñeco y di-
cen que están bailando para el santo cuya fiesta
celebran,
Los viejos de la comarca y los hechiceros
suelen pedir a los indios ,de la circunscripción
chaquiras, coca, cuys y otras cosas para ofren-
dar Mallcu el día señalado a su^conmemoración
al
Kse brujo acompañado de su ayudante,
día, el
antes de comenzar el baile, se aproxima al ídolo
con muchas reverencias, y a vista de los asisten-
tes conmovidos les dirige, sollozando la siguiente
oración:
«Huasa-Afa/ícu bondadoso: 2^adre del huér-
fano y iwotector de infelices, óyenos; un momento
no te hemos olvidado y ahora venimos a tus pies a
agradecerte de tus favores, trayéndote estas cosas
que te ofreceJt tus pobres hijos, tus miserables cria-

turas, víctimas de la crueldad de los blancos; recí-


belas, no te enojes; sólo confiamos en tu corazón
misericordioso, que nos compadezca y atenúe núes
tras desgracias. En la tierra misma que nos vio
— 56 —
nacer y que recihirá nuestro último aliento, no me-
recemos más que un trato inhumano. Envíanos^
pues, alivio y una existencia menos tiñste y ynise-
rahle; concede este año salad y contentento a nues-
tros hogares, que produzcan abundantes nuestras
cosechas y que sólo haya dolor, lágrimas e infortu-
nios en las casas de nuestros enemigos » Calla
elbrujo, las lágrimas corren abnndanles por las
mejillas de las concurrentes, y en seguida derra-
ma la chicha delante de la efigie y, a veces sobre
ella; con sangre de los conejos, que degüella
la

ese momento, le unta la cara y el cuerpo, la coca


le pone en los labios y con las chaquiras le adorna,
quemando lo restante y aventando las cenizas a
los cuatro vientos. Durante la ceremonia y mien-
tras se disipa por Completo el humo y polvo de
la ceniza, permanece toda la concurrencia con-
trita, de rodillas y con la mano izquierda levan-
tada hacia arriba. Después de pasada ella, se
entregan satisfechos al baile y a las bebidas,
cuidando de que la efigie de suMallcu no sea vis-
ta por ningún extraño, hasta que a hora deter-
minada, el brujo la recoge y guarda en lugar re-
servado, para volverla a sacar sólo cuando haya
motivos de rendirle nuevo culto.

Esta efigie suele ser, unas veces, un mu-


ñeco adornado, otras, de piedra labrada, y algu-
nas veces una figura modelada de yeso, o sólo
un palo envuelto con telas de colores, al que su-
ponen los indios se anima de una vida carnal y
— 57 —
I)alpitanle, apenas se quiere adorar en el Huaica
MallcLi.

VIII

presencia del hambre, de las enferme-


En
dades, de las guerras y desgracias imprevistas,
ha debido reflexionar el hombre primitivo del al-
tiplano y pensar sobre la existencia de un ente
malo, que, contrariando los designios de los dio-
ses bu¿no3, desencadena todas esas calamidades,
apenas descuida en evitarlas, por satisfacer
se
sus instintos de destrucción y causar daños. A
ese genio maléfico le llamaron, antiguamente
Hahuari, que equivale a fantasma malo, y des-
pués, Supaya, que es el nombre con el que actual-
mente se le conoce.
Mas, el indio llegó a perturbarse en sus
dogmas, cuando los misioneros cristianos seña-
laban como a Supaya a sus mismos ídolos, y co-
mo a sus intermediarios, a sus propios sacerdo-
tes o huillcas; su confusión aumentó cuando de
los nuevos dioses y de sus adoradores no reci-
bían sino sufrimientos. Poco a poco, y a medi-
da que era víctima de las crueldades de los espa-
ñoles y mestizos, con las prédicas insistentes de
los misioneros y sacerdotes, de ser culto diabóli-
co su antiguo culto, el Supaya fué haciéndose
simpático en su sencillo espíritu y comenzó a
fiarse más en él. En vano seamenazaba a los
indios con las penas del Infierno; en vano se pin-
— 58 —
taba cuadros espeluznantes que se les pc-nían de
manifiesto; continuó la duda turbando su mente.
El Supaya fué creciendo en su imaginación y
ocupando el lugar de sus antiguas divinidades.
De ahí que el indio le tema, pero que no le repul-
se, y cuantas veces puede invocar sus favores lo
hace sin escrúpulos. Busca a los Cchamacanis^
porque supoue que están en relación con él y les
paga cualquiera cosa para que al Supaya le ha-
gan propicio a sus deseos.

El ayraara conceptúa al Supaya menos ma-


lo de lo que dicen, y para explicar el origen de
sus desventuras y señalar a sus causantes, ha
inventado otros espíritus malignos, como el An-
chanchu, la Mekala y los Jajipiñuñus. Sin embar-
go, cree que aquél, entregado a sus propios ins-
tintos, hace siempre daño; cuando se le implora,
cede y se torna bueno, en tanto que a los últimos
los tiene como orgánicamente malos. Con estos
no valen ruegos ni ofrendas; sólo la intervención
del Ekako, de la Pacha-Mama, del Huasa Mallcu
y de otras deidades benéficas, puede evitarse que
hagan daño,
El aymara tiene muy poca fe en las divi-
nidades del cristianismo, más confía en sus ído-
los; aún no se han dado cuenta de lo que llaman
Gloria los católicos; la idea de los goces eternos
junto a Dios, no los ambiciona, porque no los com-
prende. Lo que le agrada en el culto católico
son las fiestas, porque le presentan ocasiones de
— 59 —
embring'arBe, di vertirse \' entreg'arpe a los pla-
cares sin freno ni medida.
Por manía, y a causa de que se describe
al Supaya con dimensiones extraordinarias que
impresionan su imaginación, ha dado en califi-
car con esta denominación a todo hombre perver-
so, a toda mujer mala; 'pero no lo hace porque
siente realmente horror por este personaje, pues-
to que. en determinadas circunstancias, le busca
y demanda susfavores. Al aymara no le asus-
ta Supaya, desearía verlo personalmente, para
el

pedirle que lo vengara de sus enemigos, y des-


pués de ver satisfechos sus odios, entregarle, si
posible es, su alma; ya que le predican sus opre-
sores que eso exige demonio. Sufre tanto, la
el

existencia se le ha hecho tan amarga, que al in-


dio no le importa lo que le puede suceder en el
otro mundo, con tal de ser aliviado en éste del
peso de los sufrimientos que gravitan sobre él.
Es? es en síntesis, la idea que en su men-
te encierra respecto al famoso Supaya o Diablo
indígena.

IX

Al Anchanchu,\o pintan como un viejecito


enano, barrigón, calvo, de cabeza grande y des-
proporcionada al cuerpo; con rostro socarrón, 3^
dotado de una sonrisa fascinadora. Dicen que
viste telas recamadas de oro y que lleva en la ca-
— 60 —
beza un sombrero de plata de copa baja y ancha
falda; que mora en las cuevas, en el fondo de los
ríos y en edificiosruinosos y abandonados; allí
donde las gentes no aproximan sino rara vez, o
residen solo por cortas temporadas.
El Anchanchu atrae a sus víctimas con
sus salamerías, y las recibe regocijado y ansio-
so; y cuando adormecido se halla el huésped con
tanto halago, castiga su incauta confianza dán-
dole muerte, o inoculándole en el cuerpo una gra-
ve enfermedad. Lo suponen, cuando se hace vi-
sible, tan amable y meloso, que engaña al hom-
bre más avisado y mundano con su astucia y sa-
gacidad. Personifican en ella deslealtad, la per-
fidia, la refinada perversidad y la lúgubre iro-
nía. El Anchanchu es una deidad siniestra, que
sonríe siempre y sonriendo prepara y causa los
mayores daños; lleva la desolación a los hogares
y destruve los edificios y campos sembrados.
Huid de él, aconsejan, porque la dicha que brin-
da no es cierta, porque su trato cortés y afable,
es la red con la que apresará a su víctima.
Cuando transita por los caminos, produce
huracanes y remolinos de viento, por eso el indio
asustado ante estos fenómenos atmosféricos, se
para y exclama: «spasa, pasa Anchanchu; no me
hagas ningún mal, porque el Mallcu me am-
para».
La hacienda, casa, o cualquier otro fundo
donde mueren los propietarios con alguna fre-
cuencia, la suponen habitada por el Anchanchu,
— 61 —
que en la noche, durante el sueño, les ha cliupa-
do la sangre o introducido alguna enfermedad,
a cuya consecuencia se deben esas muertes,
Kl indio rara vez se atreve a pernoctar
cerca a los ríos o en casas deshabitadas, por te-
mor a esta terrible deidad, cuyo nombre excusa
aún pronunciarlo y se limita a decir: Yanhhani-
hua^ tiene maligno, o Sajjranihua, que significa
lo mismo. Con las denominaciones Yantiha y
Sajjra, designan indistintamente a los espíritus
maléficos.
Cuando un terreno derrumba o sufre
se
frecuentes denudaciones^ lo atribuyen al Anchan-
chu, que posesionándose de su interior, produce
aquellos desperfectos telúricos.

La Mélgala, es otra deid?d maléfica que


preocupa campesinos. Según éstos, es una
a los
mujer alta, flaca, de color lívido, carnes lacias,
cabellera desgreñada y suelta al aire, pocos v
afilados dientes, ojos pequeños y fosforescentes
chata, con las fosas nasales demasiado abiertas
y boca grande, labios descarnados, con la barri-
ga que desciende hasta las rodillas y una cola de
fuego, semejante a la de un cometa. Dicen que
anda a saltos, vestida de una larga túnica roja,
cubierta de pequeños bolsillos en toda su exten-
sión. Cuando salta a una sementera, se apodera
— 62 —
de los mejores frutos y los introduce en todos
sus bolsillos, imposibles de ser rellenados, porque,
a medida que reciben las especies, van ensan-
chándose indefinidamente por virtud diabólica.
Su paso se señala por las devastaciones
que deja tras sí.
Si la Alehala, penetra a un aprisco chu-
pa la sangre de los corderitos tiernos, cual vo-
raz vampiro, hasta causarles la muerte. Si sor-
prende dormida a una criatura, le extrae los se-
sos y le arranca el alma, llevándosela aprisiona-
pa en los bolsillitos de su terrible túnica.
Para impedir que la Mekala lleve a cabo
losdanos a que le impulsan sus malos instintos,
invocaban los indios la intervención de sus Ko-
napas o sean dioses penates, y colocaban en el
centro de sus chacras la imagen de una Mama-
Sara, y en las habitaciones la de alguna deidad
benéfica.
Los misioneros católicos exhortaban y
aconsejaban a los indios a no buscar el amparo
de sus ídolos contra \b. Alekala, sino contener su
osadía con cruces que ponían en las sementeras
y tras la puerta de las majadas, con agua bendi-
ta que rociaban en todos los lugares sospecho-
sos; también empleaban con el mismo objeto, la
sal y hojas de romero.
í)l 77iito de la Mehala encierra el simbo-
lismo de los desastres que causan las sequías, he-
ladas y epidemias.
— 63 —
XI

Kl Katekate, conceptúíin que es la cabeza


desprendida de un cadáver humano, que saltan-
do de su sepultura, va rodando en busca del ene-
migo que en vida le causó males y lanzando a su
paso gritos inarticulados y muy guturales, que
en el silencio de la noche hacen un ruido extraño
Y espeluznante. Cuentan que, cuando encuentra
al individuo perseguido, le liga las manos y los
pies con el cabello crecido en su sepulcro, el cual
es duro y resistente; le derriba al suelo y se colo-
ca sobre el pecho del enemigo; le hinca los des-
carnados y afilados dientes y le chapa la sangre,
mientras sus miradas de fuego están fijas, siem-
pre fijas, en el rostro del perseguido. La cabe-
za, conforme succiona, toma mayores proporcio-
nes y con su volumen, que no cesa de crecer y au-
mentar de peso, ahoga paulatinamente a su víc-
tima, haciéndole antes sufrir una agonía doloro-
sa. y cuando ha conseguido darle muerte vuelve,
rebotando de contento por el suelo, hasta el lugar
de su eterno descanso, la cabeza vengativa.
Sugestionadas con la idea de este mito
macabro, suelen las mujeres que odian a sus es-
posos, aprovecharse del estado de embriaguez en
que se encuentran, para cortarles la cabeza, y
después, cuando la justicia las persigue, discul-
parse del crimen con que eran aquéllos, brujos, y
que en momentos de hechicería, por haber erra-
- 64 —
do ea algún accidente o fórmula, la cabeza des-
prendida del cuerpo, se fué como una ave fugiti-
v^a, huyendo por los aires, sirviéndole de alas los
cabellos esparcidos y que está voltijeando ya, de
Katehate\ la prueba délo dicho, aseguran tener-
la, en que vuelve a la casa en las noches lóbre-

gas, rebota al techo, espía con ojos de fuego por


la abertura estrecha de chimenea, alumbran-
la

do su interior con sus miradas fosforescentes;


laméntase con gemidos tristes y lastimeros, en
momentos el que el viento silba y la lechuza graz-
na por ahí cerca. Si entonces no salieron a su
encuentro, fué por temor de que la temible ca-
beza diera el ósculo de carino al miembro de su
familia, a quien quiso mucho en vida, causándole
la muerte con ese beso, según ellas, frío y pene-
trante como la hoia acerada de un puñal.
Cuando un individuo se acuesta con sed,
también creen que, mientras duerme, se despren-
de su cabeza y va a la fuente próxima a beber
agua.
Kl antiguo gato de fuego, que solía pre-
sentarse de tiempo en tiempo, a media noche, so"
bre el techo de la casa, en la que habitaban uno
o varios individuos perversos, y que lo tenían por
el alma de éstos, que tomaba tal forma por vo-

luntad de sus divinidades, se ha convertido, des-


de la venida de los españoles, en gallo de fuego,
que representa al dueño que se encuentra conde-
nado en vida a las penas del Infierno.
La cabeza humana, particularmente en es-
— 65 —
tado de calavera, objeto de varias aplicaciones
supersticiosas. Los brujos y los que no lo son,
entre la gente del pueblo, la emplean para ave-
rií,niar los robos, introduciendo dentro de su
ar-

mazón huesosa uno o dos reales, y pidiéndola con


lágrimas en los ojos y fe en el corazón, que les
haga devolver lo sustraído. La calavera, supo-
nen que conmovida con el caso, irá a saltos a
deshoras de la noche, a la casa del ladrón y le
causará pesadillas en sus sueños, o lo tendrá
constantemente inquieto, hasta hacerle restituir
lo ageno, o causarle la muerte por
consunción
sino lo hace.
Otras veces, en iguales casos y con el mis-
mo objeto, hacen arder velas a una calavera, du-
rante tres días martes y tres días viernes, en las
noches, haciendo que, en esta única ocasión, se
consuman por competo las velas.

XII

hos Jappiñuñus, cuya denominación pro-


viene délas palabras y^^ií)/, asir, coger, y ñuñu\R
teta de la mujer, eran duendes en forma de mu-
jer,con largas tetas colgantes, los cuales vola-
ban por los aires en las noches diáfanas y a horas
silenciosas, cogían a las gentes con sus tetas y se
las llevaban.
Toda vez que el indio siente volar en el

aire a deshoras de la noche alguna ave nocturna,


— 66 —
no cree que es ave sino supone que es algúny<2^--
piñtiñu, que lo está acechando para arrebatarlo
y huye apresurado al interior de su casa, o se
acurruca junto a un pedrón para que lo proteja.
Si ha desaparecido un individuo en la noche, por
algún motivo inexplicable, como por ejemplo un
crimen o una huida intencionada, atribuyen a
sus parientes cuando no han podido tener noti-
cias de él, que el jappinunu, se lo ha llevado.

Sin embargo, este mito va perdiendo mu-


cho de su importancia en la imaginación popular
5' no será estraSo que desaparezca a la larga.

XIII

Los indios charcas invocan a su divinidad


Tangatanga, cuando se ven acosados por truenos
y rayos y creen que esta tiene suficiente poder
para impedir que les hagan daño. Ksta deidad,
a semejanza del Hiiasa Mallcu, es protector de
los hombres y su misión es contrarrestar los efec-
tos del rayo.

XIV

El culto a la piedra es general entre los


indios que la tienen como la base del mundo y el
principio eficiente de los fenómenos de la vida.
— 67 —
Sus huacas más notables son de piedra, y de
piedra son sus grandes ídolos y konopas más
queridos.

A las piedras esquinadas y aisladas, las


veneraban, porque decían qre al estallar la gue-
rra y durante los combates, se tornaban en gue-
rreros y después de haber luchado por la tribu
hasta vencer a los enemigos, se volvían a sus in-
mutables asientos.

Sienten aún gran predilección por los pe-


ñascos o ciertas piedras que tienen la figura de
gente o animal. Cerca a la ciudad de Oruro,
existía un pedrejón en forma de sapo, el que era
considerado por el pueblo como una huaca mila-
grosa y, en consecuencia, se la reverenciaba cu-
briéndola constantemente de flores, mixtura y de-
rramando encima de ella chicha, vino y aguar*^
diente. La piedra contenía en su base un hueco,
por donde pasaban ararstrándose las personas
que deseaban saber sobre el término de su vida.
La que se atracaba y no podía franquear el paso
suponía que iba a morir pronto, o por lo menos,
no ser larga la existencia que le quedaba: la que
salvaba sin dificultad alguna, creía que viviría
mucho, y que su muerte estaba muy distante. Un
militar despreocupado y torpe, redujo a pedazos
la piedra sagrada con un tiro de dinamita, cau-
sando el hecho, general y profundo sentimiento
en el pueblo, que se vio privado de su preciada
huaca.
— 68 —
En los suburbios de la ciudad de La Paz,
había antiguamente una gran piedra, cuya for-
ma se ignora, a la que los indios rendían culto,
y les imitaban los primeros pobladores de la ciu-
dad. Alarmados los frailes y misioneros, dieron
en predicar contra la piedra y derramar basura
encima, hasta convertir el paraje en muladar.
Los indios y vecinos al ver tanto desacato que no
era castigado por ella^ la apellidaron la piedra
de la paciencia. Destruida por íin, quedó el lu-
gar con el nombre hasta ha poco, de ce7íizal de
la paciencia.
De tal modo confiaban todos en las pie-
dras, que solían poner y adorar una en cada tii-
pu o campo, y otro en cada acequia. Aun a las
que servían de lindes, bien para las heredades o
bien para los pueblos, consagraban fiestas y ho-
locaustos. No estimaban menos los meteoritos
y las piedras que hubiera partido el rayo.
Las piedras preciosas eran a los ojos de
siguen siendo, otros tantos fetiches.
los indios, y
Cuando alguien se encuentra una, la conserva con
gran afecto y la reverencia teniéndola, desde en-
tonces, como pénate de la familia.
«Del especial culto a las piedras hablan
todos los autores, incluso Cieza, dice Pi y Mar-
gall. Según Cieza alcanzó a los mismos Incas.
«Afirmaban, que había Hacedor de todas
dice,
las cosas y al Sol tenían por dios soberano, al
cual hicieron grandes templos; y, engañados del

— 69 —
demonio adoraban en árboles y piedras como loe
g^entiles». Describe el mismo autor en otro lugar
a los antig-uos pobladores de Huamachuco, y es-
cribe que adoraban piedras grandes como huevos
y en otras mayores de diversas tintas que habían
puesto en los templos o huacas de los altos y sie-
rras de nieve.
«Ese culto debió ser antiquísimo. Lo in-
fiero de que en Tiahuanacu hay largas filas de
piedras mnv
parecidas a los menhirs de los cel-
tas. Lo fleduce Girard de Rialle de la leyenda
peruana de los tres o cuatro hermanos que salie-
ron de Pacarec Tampu, y es posible que acierte.
Algo significa que el mayor de los hermanos de-
rribase los cerros con las piedras que disparaba
su honda, y en piedras quedaren al fin converti-
dos por lo menos dos de tan misteriosos persona-
jes». (1)
XV
Kl arco-iris o cuhurmi, es considerado de
buen o mal agüero, según los casos; prohiben a
los niño? que lo miren de frente, por temor de
que se mueran; y los mismos jóvenes o viejos no
osan hacerlo, cuando lo miran cierran la boca, a
fin de no descubrir los dientes que se gastarían
o carearían a su presencia, y es imposible que le
señalen con el dedo. A las partes que caen los
pies del arco las tienen por parajes peligrosos.

(1). Historia de la América AntecolomMana por don


Francisco Fi y Margall. — Tomo — Piíg.
1. 1 392
— 70 —
tal vez asientos de huaca, dig-nos de temor y aca-
tamiento.
A pesar de sus prejuicios, los indios reve-
rencian al arco-iris y no faltan quienes lo ten-
gan como a su Achachila.
Capítulo III

Supersticiones relacionadas con plantas,


animales y objetos.

I, — Empleo de la coca y de la vela:

suposiciones sobre laMisa y algo de psi-


cología iüdígena. — IT. —
Preocupacicnes
al edificar las casas. —
III. —
Referen_
cias al cóndor^ al puma^ jaguar, zorrino,
zorrOj arañaSj feto de llama chincliol,
reptiles, gato, perro, gallinas y ruiseñor.
IV. —Huakanquis^ mullits^ illas y la
piedra bezoar. — V. — Forma
y figuras
para causar daños, animales domésticos
que lo evitan. — Empleo del hunto y sus
diferentes aplicaciones. — Resultado del
consumo de las carnes de vizcacha cón-
dor, gato, de la sangre de toro y de las
comidas saladas. —
El buho, la lechuza y
las mariposas nocturnas. VI. Empelo— —
del tabaco y del cigarro.
72

Las hojas de la coca iErythroxilon perú-


vianutn), que sirven a los hechiceros pa-
sotí las

ra efectuar gran parte desús sortileg-ios y augu-


res, desempeñando éntrelos indios el mismo pa-
pel que los naipes entre los blancos, en casos se-
mejantes. Por medio de la coca que arrojan so-
bre uü tendido preparado para el objeto, descu-
bren los robos y las cosas reservadas.
El hombre que desea saber las infidencias
las acciones ignoradas y aun las intenciones de
su esposa o concubina, o estas las de aquél, ocu-
rren al hechicero, quien después de niuclios rue-
gos y dádivas, les da un atado de coca prepara-
do de antemano, para que de cualquier modo pon-
gan en contacto con el cuerpo de la persona, cu-
yos secretos tratan de sorprender. Realizada la
instrucción, devuelven el atado al brujo quien en
presencia del interesado o interesados hace'ciertas
ceremonias y bruscamente sacude el atado, des-
parramando las hojas de cocapor el suelo, y por
la situación en que se han colocado ellas, hace

sus conjeturas, o da sus respuestas.


Para tener noticias de un ausente, de su
salud, o del estado en que se hallan sus negocios,
derrama la coca sobre sus vestidos o especies
que ha usado, extendidos en el suelo. El requisi-
to exigido por el brujo es que la acción de la co-
ca se efectúe sobre alguna cosa que pertenezca o
haya recibido el calor continuo del cuerpo de la
— 73 —
persona, materia del brujerío; por cuyo motivo
prefieren para ese objeto su ropa vieja, no lava-
da; porque, creen que encierra muchos secretos
y posee la cualidad atribuida de trasmitir al que
la ha envejecido, cual conductor eléctrico, y ha-
cerle soportar cuánto bueno y malo se hace en
ella, o descubrir al que investiga lo que desea

saber. Kn la ropa, dicen, que se. aparta y que-


da algo del espíritu de quien se la ha puesto, que
permanece en comunicación mental y directa con
éste, de loque uo se da cuenta el individuo. La
vida, según la creencia indígena, se reduce al
constante desgaste del ente que anima el cuerpo
que va abandonándolo, ya en una u otra forma, ya
rápida o lenta, hasta que llega la muerte, que
para el indio no es sino el desprendimiento del
último resto del ser de una persona, que va a reu-
nirse con las demás partes esparcidas en el es-
pacio, que nunca dejaron de estar en relación, ni
desvinculadas las unas de las otras, para volver a
reintegrarse en el mismo todo incorpóreo y com-
pacto. A este ser, se llama ajayu, que equivale
a la idea del alma.
La coca mascada sirvede amuleto para
determinados brujeríos y también se emplea pa-
ra ofrendarla a los ídolos y huacas. Asimismo,
la usan en los viajes como preservativo contra el
hambre, la sed y el cansancio; para respirar sin
fatiga al subir las cuestas y en las cumbres, de
enrarecida atmósfera.
10
— 74 —
Echando el zumo de la coca con saliva en
la palma de mano, tendiendo los dedos mayo-
la

res de ella, conforme cae por ellos, predicen y


jiizg-an el suceso que se consulta, si será malo o
bueno.
La coca se pone amarga en la boca, man-
do tiene que acaecer una desgracia a quien la
mastica^ a su familia, o salir mal en la comisión
que se le encomienda.
ívncontrar en tin montoncito de coca o en-
tre varios, una hoja doble, es para tener dinero.
Probablemente legada por los españoles,
es la costumbre de hacer presagios por la forma
de arder de la vela que se enciende, ya sea a la
imagen de un santo o para alumbrarse en la no-
che. Cuando la llama flamea mucho y el pábilo
se encorva, sin hacer ceniza y su cebo se chorrea,
es señal de mal augurio, y de bueno si arde rec-
ta y apacible, cubriéndose el pábilo de ceniza
blanca. E)n ambos casos aconsejan no permitir
que se consuma toda la vela, sin quedar un peda-
zo de cabo en el asiento, a fin de que no se rea -

grave la desgracia en el primer caso y en el se-


gundo, se produzca un efecto contrario al de-
seado.
También acomodan en un pequeño plato
cubierto de sebo tres mechas y hacen sus presa-
gios por el movimiento de las luces o combinan-
do el flameo de éstas.
La luz de la vela o mecha que está ardien-
do se oscurece de un momento a otro sin causal
— 75 —
ostensible que la motive, cuando el alma de al-
guna persona de la casa, que debe morir, s-^ colo-
ca entre la luz y la vista de los espectadores.
La llama flamea a saltos cuando alguno de
los presente;^ tiene que viajar.
Nodebe permitirse que ardan tres velas, a
la vez, en una habitación, porque es de mal ag-üe-
ro. Kn todo, el número tres es antipático al in-
dio.
El que quiere causar daño, enciende la ve-
la por la parte del asiento y la coloca volcada de
abajo para arriba, dedicándosela y haciendo vo-
tos porque ^e verifique en alguien lo que persigue.
Es característico en el indio la idea de que
cualquiera cosa usada en sentido contrario al ha-
bitual, se convierte en maleficio o amuleto', se-
gún las circunstancias. Es así cómo supoi:en que
se puede dañar aún con la misma Misa, a lo que
llaman ffíisjayaña, en sentido de aniquilar con la
Misa, celebrando con el misal acomodado cabiz-
bajo en un atril y sierviéndose el clérigo el vino
en el hueco que tiene el cáliz en su asiento y con
los ornamentos puestos al revés.
Su espíritu suspicaz y profundamente pe-
simista, de todo duda 3^ en todo supone más po-
sible el mal que el bien. Parece que los ojos del
indio no tuvieran vista sino para percibir el lado
obscuro de las cosas, y su corazón sensibilidad,
sólo para sentir las penas. Comprende más pres-
to los proyectos siniestros que los alegres o be-
néficos. Camina en el mundo lleco de decepcio-
— yo-
nes y poseído de un terrible miedo. En cada pa-
so que da teme encontrarse con un enemigo que
le dañe, o con alguien que gratuitamente le per-

judique en sus intereses, y en cada acto que eje-


cuta por propia voluntad espera siempre un re-
sultado desfavorable. La duda y el miedo en-
traban su Ubre albedrio, de tal manera que, im-
sibilitan a que se desenvuelva su ser en toda su
plenitud; la duda ymiedo han carcomido las
el

raices de su voluntad. Debido a ello es que ten-


ga mayor confianza en los consejos del brujo, que
en su impulso propio. La fe en lo maravilloso
es signo de la debilidad y atraso intelectual de
una raza, Se busca al hechicero cuando no se
comprende lo que se ha de hacer, ni se cuenta
con el valor del esfuerzo propio. Tal sucede en
esta raza infeliz. La tristeza de la pobre exis-
tencia de sus componentes, se refleja aún en la
mustia fisonomía de ellos, en la miserable condi-
ción en la que viven, y eu su candidez para aca-
tar los sortilegios o hechizos, para dejarse con-
ducir sumisos por quienes se creen dispensadores
de lo sobrenatural.

II

Para colocar los cimientos de un edificio


los indígenas acostumbran derramar chicha en el
hueco abierto con ese fin, enterrando en una es-
quina un conejo blanco 3" algunas monedas. Si
el que construye es rico, se da el lujo de sepultar
una llama tierna. Esta ofrenda denominada cu-
chUy es el tributo que se paga a la Pacha-Mama,
para que tenga duración la caea que se edifica,
para que se muestre propicia con los que la habi-
ten, y no se enoje por el atrevimiento que han te
nido eu cavar la superficie del suelo para los ci-
mientos. Dicen los indios que la capa terrestre
es la vestidura de aquella deidad, y el que la ras-
ga, la ofiende y lastima con esa herida.
Cuando los muros se encuentran termina-
dos, se fija el día en que se ha de techar la casa,
y como este acto lo consideran de suma impor-
tancia, se proveen los dueños, con la anticiíjación
debida, de chicha, aguardiente y otros licores.
lo? cuales deben ser abundantes, para que abas-
tezcan a todos los asistentes durante la fiesta
proyectada. Llegado el día, concurren los pa-
rientes y amigos del propietario, llevando consi-
go botellas de bebidas alcohólicas. Desde los
primeros momentos comienza el consumo de las
bebidas, en copas que no cesan de circular de ma-
no en mano; lo que no obsta para que las muje-
res se impongan la tarea de formar manojos de
paja, que los hombres entusiastas arrojan al te-
cho. A esta ocupación, realizada con grande al-
gazara y gritos, se creen obligados todos los asis-
tentes, causando resentimientos su excusa inmo-
tivada.
Concluida la techa, que debe ser siempre
el mismo día en que se dio comienzo^ se presen-
— 78 —
tan loscompadres del propietario, al son de los
golpes de un tambor y de las agudas notas de una
flauta,trayendo cruces, botellas de licores }' vian-
das. Las cruces deben estar adornadas con fi-
guras de víboras, colocadas diagonalmente, con
objeto de que sirveu para X)roteoer la nueva casa
de las descargas del rayo. Kstos reptiles son
tenidos por los indios como dioses tutelares y sus
antepasados, los de Tiahuanacu, adoraban una
culebra enroscada.
Los indios compadres traen, además, le-
gumbres, ctiys y que obsequian a los due-
flores,
ños, a quienes les adornan los sombreros con flo-
res. En seguida, colocan las cruces en la cumbre
del nuevo techo, sahumando el interior de la casa
con ají, para purificar el aire nocivo y ahuyen-

tar el esx:)íritu malo. Después se entregan a un


juego bárbaro, llamado achokalla, el que con-
siste en hacer corretear a una persona, azotán-
dola con los retazos de cordel de paja o cchahua-
ra, que han sobrado. Este sobrante enovillado,
lo arrojan a la tijera más firme, teniendo una
punta en la mano y con la otra amarran al dueño
y lo suspenden y azotan. Otro tanto hacen con
varias personas. Algunos se van con estos cor-
deles atados al pes'cuezo, aparentando bailar.
Finalizados tales actos se entregan al jol-
gorio. Kstando embriagados y hartos de comi-
das, comienzan a bailar, haciendo grandes ruedas
en hasta que terminanjpor salir a la pla-
el patio,

za en rigle, jaleando y zapateando ruidosamente.


- 79 —
Esta costumbre de salir a ostentar en público su
alegría, la conceptúan indispensable 3' de buen
tono, y cuando lahan omitido creen haber verifi-
cado la techa de manera triste y desapercibida.
Al día siguiente los que trajeron cruces,
van de casa en casa, al rayar el día, con manojos
de paja encendida, al son de música y estalbdcs
de cohetes, en busca de los principales concur-
rentes del día anterior, los hacen levantar de ca-
ma y los llevan a la nueva casa, de donde se di-
rigen al aposento de los dueños, los azotan y ha-
cen que se vistan y les sirven tazas de ponche
y
continua la borrachera. Los propietarios y asis-
tentes se complacen en recibir los azotes, porque
suponen, que en razón de los dolores, estará la
duración de la casa. A medio día tiran a la taba
híicendo que los perdidosos costeen las bebidas.
Semejantes diversiones suelen durar muchos días
e importar demasiado a los interesados.

La casa nueva se come al propietario si


éste se olvida de ofrendar a la Pacha-Mama an-
tes de habitarla. No debe alquilarse una casa
por diez anos, porque lapropiedad ya no vuelve
a poder de su dueño.

III

Kl cóndor, el puma, el jaguar y la llama,


eran los totems de los antiguos kollas. Al pre-
sente sólo prestan múltiples reverencias a los
tres primeros, siendo imposible que los cazen; in-
— 80 —
vocándoles, por el contrario, protección en sus
empresas cuando los ven. Lii llama, ya no es to-
mada en cuenta por los indios; si bien, en épocas
pretéticas adoraban una llama blanca, hoy el
animal de este color, sólo lo emplean para ofre-
cerlo en sacrificio al ra\'o.
El zorrino [Mephitis suffocans) que es
un pariente de la comadreja y que se le conoce
con el nombre de añathuya, es tenido por animal
completamente de mal agüero, 3" el cjue siente el
olor fétido que exhala el líquido que exjjele por
sus g-lándulas situadas cerca del ano, espera, con
seguridad que le sobrevendrá alguna desgracia y
coincidencias no faltan, Al individuo perseguido
por continuos infortunios y que sale mal en todo,
lo suponen orinado por aquel nefasto animal.
Kl zorro indígena o hamake (Canis Aza-
rae), es considerado comúnmente, como animal
funesto, y cuando el indio o mestizo lo ven de im-
proviso, o momento en que están formando algún
plan, o al comienzo de algún negocio, escupen
Jabiosos al suelo, lanzr. n una dura interjección, le
muestran los puños cerrados en amenaza, pero
después, se apodera de ellos el desaliento; la des-
confianza principia a dominarlos.
La influencia del zorro en las determina-
iones de aquellos componentes étnicos es de
gran peso, y sólo vuelve la esperanza a sus cora-
zones cuando han logrado matarle, entonces se
reaniman, dicen que la felicidad les sonríe, por-
que la mala suerte se ha cumplido en quien la
.

— 81 —
presagiaba. El historiador Santiváñez refiere,
el caso siguiente: «Cuéntase que pocos días an-

tes de la victoria de Ingavi, un zorro que había


penetrado en la torre de la iglesia de Calamarca,
royendo la correa atada al badajo de una de las
campanas, produjo uu repique extraño. Alar-
mado el sacristán con esta novedad, acudió al
campanario para averiguar la causa y se encon-
tró con el animal que le había remplazado en su
oficio. Salió inmediatamente de la torre dejan-
do cerrada la puerta, y dio aviso a los vecinos,
que acudieron armados de palos y mataron al in-
truso cam{íanero. Terminada la ejecución, uno
de los concurrentes que la daba de augur, pues
nunca falta augures en las aldeas, tomó la pala-
bra y dijo: «Este zorro representa a Gamarra y
su muerte anuncia que este caudillo ha de pere-
cer en el campo de batalla».
«Añádese que los indios que andaban un
tanto desalentados con la superioridad del ene-
migo, cobraron aliento con este augurio y se di-
rigieron en tropel al cuartel general, a partici-
par del botín de la próxima victoria. (1).
Efectivamente el general Gamarra fué de-
rrotado y murió en el campo de batalla
Al zorro lo tienen también por muy astu-
to y antojadizo. Cuentan de él, que una vez, se
enamoró de la Luna y con objeto de verla de cer-

(1). — Vida del General José Ballividn, por el doc-


José María Santiváñez. — New York — 1891 — Fas 353.
— 82 —
ca, logró subir al cielo y Jaabrazó y besó tanto,
que dejó estampadas las manchas que hasta aho-
ra se notan en su brillante faz.
Cuando el zorro se para y fija mucho eu
una persona, es para que a esta le ocurra una
desgracia.
Los que pretenden ser listos y hábiles la-
drones, toman la sangre del zorro. También co-
men su carne, para ganar de las pulmonías.
Por los muchos danos que eseanimal cau-
sa a los pastores, devorando las crías de corde-
ros, llamas y aun de vacas, buscan con ahinco,
lo
no excusando medio alguno para capturarlo y
darle muerte. Antes acostumbraban sorprender-
lo en su madriguera y por medio del humo ha-
cerlo salir afuera y matarlo a palos, o asfixiarlo
allí mismo. Como tiene mucha pachorra para
andar, suelen enredarle los pies con lihuiñas y
matarlo. Otras veces cazan zorros envenenando
las carnes para que se las coman y mueran.
Pero tienen mucho cuidado en no perse-
guir de noche al zorro, porque dicen queeste ani-
mal es muy querido por el Huasa-Mallcu, quien
le hace servir de su perro, y que suele favorecer-
lo en casos de peligro convirtiendo a todas las
piedras y prominencias de terreno en zorros, que
rodean a sus perseguidores y los enloquecen.
La mina en la que se cría un zorro irá
mal en su explotación,
Kl zorro es centro de un ciclo de narracio-
nes indígenas, en las que el ingenio y la inventi-
— 83 —
va de los indios campean a sus anchas, En todas
ellas, el zorro sale siempre airoso, merced a la as-
tuta malicia con que procede y a los múltiples
recursos que, inagotables, brotan de su solapado
y artero ing-enio. Ya encaña a la mujer casada
durante la ausencia del marido, dándose modos
para representar a éste; ya seduce a la oveja
más ^orda y de vellón coposo y blanco que hay
en la majada, y la conduce por riscosos lugares
para devorarla a su gusto, y después cuenta a
SU3 compañeras que aquella habita en praderas
matizadas de verde y jugoso pasto y duerme en
mullido y abrigado lecho; ya engaña a los perros
que vigilan el aprisco, con promesas que nunca
las cumple. Veces hay en que celebra sus espon-
sales con la cuidadora del rebaño y cuando a sa-
tisfecho su voracidad la deja burlada. El zorro
es temido por el indio, a la vez que en sus vela-
das es objeto de alusiones divertidas y pican-
tes.

La araña o cusicusi, representa la alegría


y cuando la encuentran casualmente, al menos si
es blanca, la tienen como buen i^resagio. Desde
los tiempos remotos a la arañase ha empleado co-
mo instrumento para las brujerías. «También
usan para las suertes de unas arañas grandes,
dice Polo de Ondegardo, que las tienen tapadas
con unas ollas, y les dan allí de comer, y cuando
viene alguno a saber el suceso de lo que ha de ha-
cer, efectúa primero un sacrificio el hechicero
y
luego destapa la olla y si la araña tiene algún pie
— 84 —
encogido ha de ser el suceso malo, y si tiene to-
dos extendidos el suceso será bueno2>. (1).
Débese a esta preocupación que los indios
en la actualidad, apenas notan una arana, lo pri-
mero en que se fijan es en los pies para de la si-
tuación en que se encuentran deducir sus presa-
gios.
Kl armadillo o quirquincho, lo emplean
para ejercitar sus venganzas, derramando sobre
su escamosa concha azufre molido, combinando
con los cabellos, o suciedad pertenecientes al in-
dividuo que tratan de hacer daño; cuyo rostro y
cuerpo, dicen que, desde ese momento, se cubren
de granos y aun de escoriaciones.
Poner cara, llaman el volver un lado del
rostro de una persona, de blanca o rubia, en co-
lor negro, por medio de sapos, que crían con ese
objeto y a causa de haber traicionado aquél a
sus compromisos de amor,
La bestia se inquieta y se espanta, cuando
se aproxima a ella un ladrón, o una persona que
tiene que morir pronto, o cuando algún fantasma
o espíritu maléfico la persigue, o cuando las pie-
dras, pastos y arbustos se han tornado ante su
vista en otros animales.
Al ginete, cuya bestia tropieza o se cae al
franquear la puerta de su casa, o en presencia de


(1), Información acerca de la Religión y Gobierno

de los Incas^ por el licenciado Polo de Oudegardo. Edición
de Horacio H. Urteaga.— Tomo 111.— Pág. 32.
— 85 -
su rival o enemigo, le irá mal en los negocios
que proyecta, o en sus asuntos con aquel,
Los que se ponen en los ojos las legarías
del perro, ven almas en las roches oscuras.
E)l feto del gato atraemala suerte en la
la

casa donde se entierra, o produce la enfermedad


del dueño de ella.

El feto de la llama, al revés de lo que ocu-


rre con el de gato, atrae riquezas y es mayor su
bondad si lo entierran inmediatamente después
de sacarlo del vientre de la madre.
Kl chincbol o pfichitanca(Zonotrichia
pileata) pia constante en la cumbre del techo de
una casa cuando alguien tiene que llegar; mas, si
el momento en que se está formando mentalmen-

te algún proyecto, o se está conviniendo algún


negocio, silba o canta estridente, es presagio de
que fracasará lo que se piensa o proyecta.

Sorprender peleando dos animales es para


tener disgusto o reyerta, particularmente si son
canes.
Kl ser cruzado en el trayecto que se atra-
viesa por una víbora o culebra, o algún otro rep-
til, presagia desgracia.

Cuando las golondrinas vuelan junto a la


tierra o al agua, rozando con las alas la superfi-
cie del agua o del suelo, anuncian fuertes venta-
rrones.
Cuando lospatos se estiran y atesan las
plumas can el pico denotan vientos; si se ponen
— 86 —
contentos y aletean con frecuencia indican llu-

vias También es señal de un próximo aguace-


ro el sentir punzadas en los callos del pie.

Cuando los gallinazos graznan presagian


huracanes.
Cuando gato corretea, anuncia lluvia,
el

si maulla constantemente eu el techo, sin querer

descender, o tiene frecuentes luchas con otros


gatos, es para que fallezca alguien de la casa.
El canto de la gallina es de pésimo augu-
rio, atrae y arraiga la fnala suerte. De aquí
dimana el conocido dicho «desgraciada la casa

en la que canta la gallina:^, refiriéndose a la fa-


milia, en la que domina la mujer al hombre y
asume la dirección de ella.
Ei perro ladra delante de un individuo y
quiere embestirle, cuando éste tiene costumbre
de robar; siendo imposible que permanezca quie-
to y callado delante de un ladrón.
El silbido del cuy anuncíala muerte de
algún individuo de la casa.
Cuando el ruiseñor o gilguero cantan de
noche, presagian que habrá riña al siguiente día.

IV

Se llaman huahanqui, fnullo e illa a los


fetiches, talismanes y amuletos empleados por
los brujos y hechiceros, para hacer aficionar y
rendir mujeres y hombres a la voluntad de ena.
— 87 —
morados corazones; para tener fortuna, para
evitar o causar danos, entre los cuales, los más
apreciados son los de procedencia callahua3'a.
Ha)" huakanquis, como el conocido con
la denominación de huar^ni-tnunachi, o mejor
dicho, huarmimpi-munayasiña, que son tan
populares que pocos ignoran su aplicaciÓD. Es-
te famoso talismán lo venden nayas y
los Callah
tienen, la fi«-ura de un hombreuna mujer en ac-
3^

to carnal o abrazados, o la forma de un falo. Los


huakanquis los fabrican de huesos, metal o de
alabastro blanco^ del cual decían que había caído
del cielo con el rayo, que era quien engendraba
o traía esa piedra a la tierra.
También tienen la calidad de huakanquis
las unas del tigre, los huayrurus, pequeños puños
cerrados de hueso, y otros objetos modelados en
formas caprichosas, a los cuales les atribuyen la
virtud de hacer afortunado a quien los posee.
Mtillu, es la piedra o hueso colorado con
que hacen gargantillas. Les dan la propiedad
de amuletos y también de talismanes. Estos fe-
tiches se confunden con los huakanquis.
Illa, según Bertonio, es cualquier cosa que
uno guarda para provisión de su casa, como chu-
no, maiz, plata, ropa, y aun joyas. Al presente
se da este nombre a las monedas antiguas o re-
tiradas de la circulación, que se conservan en las
bolsas y monetarios, con objeto de que atraigan
dinero y no permitan que esos útiles, estén des-
provistos de plata.

— 88 —
Coü la misma palabra illa, se designa en
aymara la piedra bezoar que se encuentra en los
intestinos de la taruka \cervus antisiensis] y aun
de las vicuñas y que en kechua se llama kiku, a ia
que atribuía muchas virtudes, tales como evitar
algunas desdichas al que lo llevaba y la de curar
ciertas enfermedades, Hablando de las vicuñas,
dice el Obispo de La Paz, doctor Antonio de]
Castro y Castillo: «se estiman por la lana y por
las piedras bezoares, que sacan del estómago de
ellas donde las crían y muchas veces las despi-
den ellas mismas, cuando llegan a estar grandes
y tienen tal instinto, que sienten el despedirlas y
cavando la tierra las entierran y es de notar que
cuando las hallan los indios, ya despedidas, ente-
rrándolas en mismo estiércol, con el calor cre-
el

cen, se ponen de más maduro y perfecto color,


aunque en largo tiempo, y en las partes que hay
salitre, no las crían de ninguna manera, porque
el salitre las deshace». (1) A
las piedras be-
zoar las conservaban algunos como amuletos y
otros los reverenciaban como a Konopas.
Kl uso de talismanes data desde épocas
anteriores a la conquista, y no se ha podido im-
pedir su continuación con las prédicas de los reli-
giosos, ni con el avance de una cultura adelanta-
da. Polo de Ondegardo da los siguientes deta-

(1) —Jíoletín Eclesiástico de la Diócesis de N^iiestra Se-


ñora de La Paz, — —
Tomo I.— No. 10. Páginas 113 y 114.
Año 1909.
- 89 —
lies al respecto: «Es cosa usada en todas partes
tener, o traer consigo una manera de hechizos, o
nóminas de Demonio, que llaman (Huacanqui^
para efecto de alcanzar mujeres, o aficionarlas, o
ellas a los varones. Son escos huacanquis he-
chos de plumas de pájaros, o de otras cosas dife-
rentes, conforme a la invención de cada provin-
cia. También suelen poner en la cama del cóm-
plice, o de la persona que quieren atraer o en ro-
pa, o en otra parte donde les parezca que pueden
hacer efecto, estos huacanquis y otros hechizos
semejantes hechos de yerbas, de conchas de la
mar, o de maíz o de otras cosas diferentes. Tam-
bién las mujeros suelen quebrar sus topos, o es-
pinas con que hacen mantas o Ilicllas, cre-
las
yendo que por esto el varón no tendrá fuerza pa-
ra juntarse con ellas, o la que tiene se la quita-
rá luego: y hacen otras cosas diferentes para es-
te mismo También los varones y las muje-
flu.

res hacen otras diferentes supersticiones, o de


yerbas o de otras cosas, creyendo que por allí
habrá efecto en la generación, o en la esterilidad
si la pretenden». (1).

Pertenecen al mismo orden de huakanquis


las figuritas talladas, que representan llamitas,
zorros o aves, y tienen por objeto desenvolver en
los que las llevan consigo, las cualidades que dis-

(1). Información acerca de la Religión y Gobierno


de los Incas^ etc. — Pag. 196.
12
— 90 —
tingaen a esos animales, cuando uo preservarles
de la desgracia o hacer que veugan riquezas.
Aunque nunca matan propiamente con he.
chizos, suelen algunos brujos aprovecharse de
alguna enfermedad que aqueja a su cliente, co-
mo la tisis, para decir que está hechizado, que
de noche, durante su sueno, la hechicera, de la
que se han valido sus enemigos^ tomando la for-
ma de un horrible vampiro, le chupa la sangre
del cuerpo; y así cuando muere atribuyen la cau-
sa a ese hecho. Kl remedio que aconsejan para
librarse de la brujería, es sobornar al que la rea-
liza o buscar otros brujos de mayor poder, o sino
se puede conseguir la sanidad por medio de esos
recursos quemar vivo al brujo o hechicera, que
han motivado y continúan reagravando el mal.

Suponen que formando la imagen de un


enemigo de papas o maíz )' en seguida atravezan-
dola de cierto modo, en alguna parte del cuerpo,
con espinas, o deformándola, y conserván-
dola así, se obtiene que el hechizo le atraiga

desgracias, o que el miembro señalado en la efi-


gie, sufra una visible alteración, ya resultando
en una pantonilla gruesa y la otra delgada,
o ya un brazo gordo y el otro descarnado, o
un ojo grande y el otro pequeño, o una oreja lar-
— 91 —
ga Y la otra encogida, o un órgano corriente y el

otro entorpecido, dañado o debilitado en sus fun-


ciones normales.
Para que un individuo adquiera el vicio
alcohólico, modelan también un muñeco de brea,
que se le parezca y poniéndole en una mano una
capita de estaño y en la otra una botellita. y en-
volviéndolo con retazos de hilos de colores, lo
arrojan fuera de la población, en paraje silencio-
so y poco frecuentado.
Un matrimonio o concubinato se disuelve,
ocultando en la puerta de calle de la casa donde
viven los perseguidos, dos pajariílos ahorcados
con hilos retorcidos y colocados con los picos en
direcciones opuestas.
Con el mismo objeto, o con
de producir
el

el odio y la separación entre dos personas que se

quieren, amarran juntas dos figuras semejantes


con cerdas de gato y las entierran con un sapo
vivo al lado.
Otras veces atraviesan algún miembro del
cuerpo de un sapo o lagarto vivo, y envueltos con
los cabellos o lienzo, pertenecientes a la persona
que desean causarle mal, lo entierran, de tal suer-
te, que muera después de haber sufrido por al-

gún tiempo. Con esta brujería creen que la per-


sona aludida tiene que sentir alguna dolencia, en
la misma parte del cuerpo, en que el sapo o la-

garto está padeciendo y que es segura su muerte,


si no se arranca la espina del animal y se le po-

ne en libertad.

— 92 —
También fabrican figuras de barro, yeso
o cera, parecidas a la persona enemiga, o pintan
la cara de un ratón o gato a su semejanza, y en

seguida vistiéndoles con las ropas o géneros de


su uso, las cuelgan, para escupirlas, insultarlas
y maltratarlas, hasta destruirlas, si son objetos
inanimados, o matarlos si son animales. Esta
superstición data de una ép(>ca muy antigua. El
P. Cobo la consigna en su obra. «Para que vi-
niese a mal o muriese el que aborrecían», dice:
«vestían con su ropa y vestidos alguna estatua
que hacían en nombre de aquella persona, y la
maldecían colgándola de alto y escupiéndola; y
así mismo hacían estatuas pequeñas de cera o de
barro o de masa y las ponían en el fuego, para
que allí se derritiese la cera, o se endureciere el
barro o masa, o hiciese otros efectos que ellos
pretendían, cre3'endo que por este modo queda-
ban vengados y hacía mal a sus enemigos». (l).
En de robo acostumbran arro-
los casos
jar cuatro reales de plata en una olla que con-
tenga tinta negra, acompañando el acto con una
maldición al culpable, a fin de que pague su deli-
to, con el ennegrecimiento de su rostro.
El hunto o cebo de llama, alpaca o vicu-
ña, lo usan como agente principal y de gran efi-
cacia en los brujeríos, ya quemando delante de

(1). Historia del Xuevo 31ando, por el F, Beruabé


Cobo. — Tomo IV, pag. 151.
— 93 —
las y konopas, y según las direccio-
bitacas
nes y densidades del humo que se ha producido,
hacer los vaticinios, ya también, y esto es lo más
ordinario, formando del cebo, un muíieco que ten-
ga las apariencias de la persona a la que se desea
hacer daño, al cual, lo queman, con la mira de
que el alma, inteligencia o voluntad de aquella,
se reduzca, según los casos a la nada, o se amen-
güe por completo, tornándose en amenté, en abú-
lico, o en individuo sin talento ni sentimientos.
Cuando la figura representa un individuo, suelen
mezclar el cebo con harina de maíz; si es a un
blanco con la de trigo.
Con esta grasa, que acomodan junto a los
tallos de la paja, ceñida con hilos de colores ha-
cen encantamientos con los caminos, para que.
quien haya ido por ellos ya no regrese.
Además, creen que pasando con una lige-
ra capa de hunto a los huakanquis y inullusáo:
hueso, piedra o metal, estos conservan sus vir-
tudes, en las mismas condiciones que al salir de
manos del brujo.
Es muy común criar animales domésticos
con el objeto principal de que las brujerías he-
chas por los enemigos, recaigan sobre ellos, sin
herir a sus dueños, Proviene de aquí, que toda
vez que un animal muere repentinamente, o se
encuentra aquejado de una enfermedad descono-
cida, atribuyan al hechicero que ha fallado en su
ataque, haciendo una víctima distinta a la per-
seguida, merced a la probable intervención de la
— 94 —
Pacha-Mama, de algún otro ídolo, o del santo de
su devoción, que desvió el terrible efecto del ma-
leficio.

El uso decarne de viscacha creen que


la

envejece muy la persona que la consu-


pronto, a
me; la de cóndor, que da longrividad, por lo que
la apetecen los indios, sin embargo de su mal
gusto. Del gato dicen que tiene siete vidas y
con objeto de que esa resistencia vital atribuida,
les sea trasmitida, Jas personas aprensivas, no
pierden ocasión de comer su carne. La sangre
del toro la beben aún tibia, inmediatamente de
degollarlo, con preferencia, la que fluye del pe-
cho, porque están convencidos, de que con ella
tendrán el vigor y la fuerza del buey.

Acomidas saladas atribuyen la pro-


las
piedad de envejecer rápidamente; a las con es-
casa sal o sin ella la de dilatar la juventud.

El buho y la lechuza son tenidos como pá-


jaros de mal agüero, y según se manifiestan ha-
cen sus presagios. Cuando el estridente canto
de cualquiera de los dos, se escucha en la noche,
dicen que llama el alma de quien habita por don-
de pasa .Si alguna de estas aves fatídicas se
cierne con sus alas obscuras y suavemente se po-
sa en el techo, por una vez, que sobrevendrá
desgracias a sus moradores, o que morirá uno
de estos si lo frecuenta o hace por ahí su nido;
si cae o tropieza con una persona, que afligirá

muy pronto una epidemia a la comarca.


— 95 —
Como se dijo en otra parte, los brujos las
domestican o disecan, para hacerlas servir en sus
operaciones.
Las mariposas nocturnas son considera-
das ig-ualmente de mal agüero por los dueños en
cu3'a morada se presentan. Las llaman alma
kkepis, o sea cargadores de almas, y tienden
siempre a matarlas, cuando de que
las ven, a fin
la suerte reservada a las personas sufran estos
insectos.

Las bestias domésticas, anuncian la muer-


te de alguno de sus dueños, espantándose ante su
presencia.

A la gallina comedora de huevos se cura de


su defecto introduciendo su pico en el fuego o
atravesando con una pluma la nariz.
La casa en la que procrean mucho las pa-
lomas, domina la mala suerte.

VI

El tabaco ha sido desde la antigüedad,


planta muy apreciada por los brujos. Usaban
sus hojas en inhalaciones y zahumerios, aspi-
rando el humo por las fosas nasales y la boca y
cuando caían en un estado de éxtasis y arroba-
miento, hacían sus prediciones o se adormecían,
y
después de volver en sí, contaban cuanto supo-
nían haber visto en ese estado.
— 96 —
Al presente, usan los laykas^ al principio

de sus operaciones, y los thaliris, para simular


su estado cataléptico,
El tabaco convertido en cigarro se em^J
plea, con objeto de preparar al cliente, o como
amuleto, fumando los viernes y martes en la no-
che. Evl humo del cigarro en tales noches, des-

truye o enerva los efectos de cualquier bruje-


río.
Al supaya conceptúan los lavkas gran vi-

cioso a la coca y al cigarro, por cuyo motivo, en


sus operaciones piden siempre esas dos cosas al
que va a consultarles, para ofrecer a aquél.
El cigarro que se apaga en medio uso, lo
tienen de mal agüero y repiten la siguiente es-
trofa:
Cigarro que se apagó,
no lo vuelvas a encender.
Mujer que te olvidó,
No la vuelvas a querer.
La insistencia en estos casos, creen que
trae más males que bienes. «Insistir en el vicio,

cuando el destino se opones*, dicen, «es buscar su


ruina».
Capítulo TV

Cn las faenas agrícolas y otros actos

I Lo que se hace en los barbechos.

Días aciagos, fases de la luua y esta-

ciones.— IT. Ceremonias para sembrar.


Prácticas para evitar las heladas y
se.

-Los eclipses V presagios malos.


quías.
111 —Formalidades para recoger las co-
sechas.— La cosecha y desgrane del
maiz - IV. —
Ceremonias en la delimi^
tación y toma de posesión de los terre-
nos— V.— La ccholla —
VI.— Efectos
del cambio de traje eu el indio.

del
El terreno destinado para el cultivo
el agricultor indí-
año, W^m^áo yapu, motiva en
constante preocupación, al menos, si
o-ena una
— 98 —
nunca o rara vez ha sido sembrado, en cuyo ca^o
lo denomina purunta y hhallpa cuando no lia
descansado. De la piirtuna se encariña tanto, que
la visita con frecuencia, contemplándola con an-
sias de enamorado y cifrando en los dones de su
fertilidad acumulada todas sus esperanzas y
anhelos. Muestra el sitio a sus allegados y po-
seído de amor filial intenso a su sembradío, les
dice,que allí, en su seno privilegiado duermen
papas del tamaño de cabezas humanas. Cuando
celebra alguna fiesta lo primero que hace es ir al
terrazgo querido, ira su^'¿7/>7/, rociarlo con aguar-
diente antes de haberse servido, y dirigiéndose a
la Pacha-Mama, exclama: ¡Oh tierra! ¡mi ver-
dadera madre! Tu hijo soy y como a tal, con-
cédeme buenos y abundantes frutos: has que tu
ubérrimo seno sea pródigo esta vez más, y re-
compensa los trabajos y desvelos de quién sólo
fía en tu inagotable fecundidad.
Cuando está cercano el día de la siembra
recoge todas las yerbas que crecen en el labran-
tío, las amontona y espera que sequen y apenas
se hallan en estado, les prende fuego, invocando
al hacerlo, puesto de rodillas, la protección de la
Pacha-Mama. Según la dirección que da el aire
alhumo predice sobre el resultado de la próxima
cosecha.
El momento en que por primera vez ha de
penetrar el arado en el suelo, el indio que debe
efectuarlo, se destoca el sombrero, levanta la vis-
ta al cielo, pide el favor de sus deidades, y des-
— 99 —
pues hinca la reja y raBga la corteza terrestre.
Antes de comenzar las faenas agrícolas,
consulta en el almanaque, si el día no está mar-
cado de aciago. En caso de que lo esté, suspen-
de el trabajo hasta mejores díjis; pero si lo lle-
va a cabo a pesar de ello, está siempre temeroso
de que será mala su cosecha.
En los calendarios de los primeros tiem-
pos de la República, se leían los siguientes párra-
fos,de los que se guiaban los agricultores y loe
que no lo eran:
^McTnoria de los días crifnaterios y ma-
los que tiene el año, con los cuatro Lunes.
«Juicio hecho por un grande Astrólogo de
París, que dice que el año tiene treinta y dos
días malos, y tanto que las personas, que en tales
días cayeron enfermas, tarde o nunca se levanta-
rán: y si se levantasen serán
y vivirán con dolo-
res; si en tales días se casan, la mujer no será
leal, ni se querrán bien, y siempre vivirán inquie

tos y pobres. Si en tales días se ausentaran, no


volverán con honra, negociarán a lo que fue-
ni
ron, y vivirán en grandespeligros de sus perso-
nas. Kn tales días no compren ni vendan, ni
hagan tratos y contratos, que así lo prueba su
juicio, porque no son buenos para conseguir
Siendo estos treinta y dos días tan malos, hay
entre ellos, tres que son adversísimos sobre ma-
nera para todos, y en particular para sangrías,
heridas y caídas. Tienen peligro de muerte, si
en tales días sucede cualquiera de estas cosas, y

— 100 —
son el 15 de Marzo, 18 de Agosto y ]8 de Sep-
tiembre; los lunes son los cuatro siguientes más
peligrosos, para tener actos carnales con las mu-
jeres, por la mala generación que en ellos se con-
sigue. El primer lunes de Abril, en el cual se
abrazó Sodoma }' Gomorra. El primero de Agos-
to en el cual nació Caín que mató a su hermano
Abel. El primero de Septiembre en el cual na-
ció Judas Iscariote, que vendió a Nuestro Señor
Jesucristo 3^ el cuarto de Septiembre, en el cual
nació Herodes, que mató a los inocentes.

Enero 1, 2. 3, 4, 5, 6, 11. 15 y 20.


Febrero 7 y 8.
1 ,

Marzo 15. 16 y 20.


Abril 7 y 15.
Mayo 7, l7 y 15.

Junio 6.

Julio 13 y 15.
Agosto 1, 18 y 20.
Septiembre 15 y 18.
Octubre 6
Noviembre 15 y 17.
Diciembre 6 y 7. (1) s>

(1). Almanake Departamento para el Año 80,


del
después del bisiesto de 1856, Imprenta Paceña adm.inistrada
por Eugenio Alarcón, Pequeño folleto que coatieae^ además,
algunas otras noticias y curiosidades. En los alnoanaques au-
teriored y en algunos pv<steriores, se registra también esa céle-
bre Memoria.
— 101 —
almanaques que circulaban en las
E/ti los
provincias en una sola hoja, estaban marcados
esos días con una raya negra y con una cruz grie.
ga los que eran de doble aciago. Las personas
que no los tenían, se prestaban de his poseedoras,
para sacar copias. Así ha podido trasmitirse
hasta hoy, una vez que los actuales almanaques
no contienen ya esas anotaciones.

También siguen en las labranzas las fases


de la luna, a la que dan doble nombre, llamándola
Pfajjsi, cuando la consideran como satélite de
la Tierra y Ati, cuando la tienen como a divini-
dad, [ayri, es la palabra que emplean para de-
signar la conjunción. Khanauri o huahua-ffajj-
si, la luna nueva; AlantÍ7'i o hayppu sunaka, la

creciente. A la denominan Urtta


luna llena
pfajjsi. Amenguante en general Khantati
la

sunaka; a la de un día, Huahua iqut misturi


pfajjsi\ a la de dos o tres ái?.^ /aecha Jake iqui
misturi pfajjsi\ y según las horas de la noche
dicen. Chica, a la de media noche, Jakoquipata
volteada, Jila huallpa aru del primer canto
del gallo; Khantati pfajjsi, luna que sale antes
del amanecer; Intimpi ^nisturi pafjjsi, que sa-
le con el sol.

Los agricnltores prefieren efectuar sus


siembras cuando la luna está en cuarto menguan-
te; en la creciente dicen que las plantas se van
en ramas y hojas y dan poco fruto.

Las cosechas las hacen en luna nueva o


— 102 —
llena, con la idea de que entonces se obtienen fru-
tos grandes y pesados.
Los brujos, tampoco actúan cuando la lu-
na brilla en el firmamento con majestuoso res-
plendor: esperan que ella se esconda y la obscu-

ridad cubra la tierra, para entregarse a sus ope-


raciones ocultistas.
Para el indio no hay propiamente sino
tres estaciones: Jallti- pacha, tiempo lluvioso
en que germinan las plantas; Juip/i pacha,
o thaya-pacha, tiempo de heladas y fríos, en el

que cosechan y hacen chuno, y tupi- pacha, el

estío. A
esta última estación le dan también el

nombre de Auti-pacha, tiempo seco, dividiéndo-


la en dos \)Q:v\oáoQ\ Jaccha-auti, que es por Cor-
pus Christi, hasta dos meses después, y en jiskca
auti que comprende los meses de Septiembre y
Octubre. Dan la misma denomir.ación de auti-
pocha, al tiempo de hambre. Al equinoccio, lla-
ma arumampi iirumpi chicasiri pacha, es de-
cir, tiempo de igual duración en la noche y en el

día.
Caando luna nueva se presenta con los
la

cuernos encendidos, color fuego, dicen que el mes


será seco y caluroso, si pálidos y planteados, que
será lluvioso.
No ropa sucia en men-
debe lavarse la

guante porque se deshila, agujerea o envejece


prematuramente.
Los cabellos crecen cuando se lava la ca-
beza en cuarto creciente.
— 103 —
La madera de los árboles cortados en la
creciente se apelilla pronto.
Para qne no falte dinero en el bolsillo, hay
que mostrar medio real a la luna nueva, ape-
nas sale y se la ve, diciéndole: lu7ia hermosa lie

na mi bolsa, y conservarlo a todo trance y no


gastarlo en el mayor apuro.

II

Escogen para la lo mismo que


siembra,
hicieron para roturar el terreno, una fecha que
no sea señalada como aciaga, porque de estarlo
supónese que la semilla será destruida por los
gusanos que ese día, seg^ún los campesinos, se
hallan en movimiento.
L/Os días de la siembra se presenta a los
toros adornadas las espaldas de enjalmas que
contienen monedas antiguas dt plata y pequeños
espejos, y de frenteras vistosas. En el yugo que
une la })areja de aradores, ponen dos banderitas
en los extremos y una en el centro. Mientras
abren surcos en el terreno arde un montón de bo-
ñiga seca, para que con su humo ahuyente los es-
píritus malos.
Al dar comienzo faena claman a sus
a la
huacas para que proteja sementera y aleje la
la
sequía y heladas; vierten chicha en el surco hu-
meante, recién abierto y después arrojan en éb
coca mascada. Las jóvenes suelen entonar sus
— 104 —
cantares o Jayllitas, diciéndolas unas y respon-
diendo otras, al seguir al labrador que conduce
la yunta, derramando a la vez en el surco abono

y semilla. Si ese momento cruza por el aire un


cóndor o una águila, prorrumpen los concurren-
tes en un grito de alegría y presagian que la cose-
cha será buena.
Todo el tiempo de la siembra no dejan de
invocar a sus huacas, para que les mande abun-
dantes y sazonados frutos y que las lluvias no es-
caseen, ni hayan heladas. Los blancos suelen re-
sitar oraciones a los santos con igual objeto.
Terminada la siembra, si la parte labrada
es de maíz, colocan en el centro una piedra lar-
ga, que se asemeja a nna mazorca y que es la
Mama Sara, encargada de impedir la presencia
de la Mekala y dar una copiosa cosecha; si es
de papas u otras raíces, ponen otra piedra empi-
nada con el nombre de konipa, que tiene la misma
misión y la de evitar ladrones. El agricultor rara
vez o casi nunca se olvida ejecutar tales ceremo-
nias. (1)

{\\ _E1 P. Oliva, refiriéufiose a esl:i costumbre inme-


que aúa subsiste, dice: «Ponen por guardae de las cha-
rjfll,

cras unas piedras largas, o de color peque entienden que es-


tas conservan la humedad de la tierra }• para asegurarlas de
los ladrones ponen por guardas conchas de tortuga que lla-
man quirquincho que causan tan grande temor a los qi'e pa-
pan V las miran, que ninguno de ellos se atrevería entrar en
la chacra donde ellas están porque entienden. Se han de
enchir de lepra. > Libro primero del munuscrito original dtl
R. P. Anello Oliva. S. J. et<\, pag 113,
.
-105 —
Durante tiempo en que germinan los
el

frutos, el indio vive inquieto y temeroso de que


sobrevenga algún mal temporal. En las mañanas
contempla la forma en que se posan las nubes en
los picos de la cordillera andina; si tienen la de
un sombrero, augura que caerá una granizada en
la tarde, como en efecto sucede. En
noches se
las

halla examinando el cielo y cuando se convence


de que habrán heladas y se suspenderán las llu-
vias,tal vez cuando más necesiten sus sementeras,
se apodera de él un profundo abatimiento. Apela,
cuanto antes, a las brujerías: si el mal tiempo es
causado por las heladas, adora las estrellas, pren-
de foeatas en las alturas, lleva las plantas ave-
riadas al templo y hace celebrar misas, a la vez,
que no cesa de implorar a la Pacha Mama y a sus
huacas; si lo motiva, la sequía, rinde fervoroso
culto a las lagunas, ríos y represas de agua, Va
a las balsas que se forman en cumbres de los
las

montes, las adora y después trae el agua de allí


para rociar alguna parte de sus sembrados, supo-
niendo que con este acto volverán las lluvias.
En esos días, en que las heladas y el calor
abrasan sus sementeras, matan los gérmenes y
sepultan en frío sueño, tal vez definitivo las semi-
llas, su atribulado espíritu se entrega por com-

pleto a la dirección de los brujos, y cuando éstos,


no alcanzan a remediar el mal, duda de que pro-
cedan con sinceridad y les atribuye connivencias
con sus enemigos; haber sido sobornado por és-
-loó-
los, y en trance tan difícil y desesperado como é]

se encuentra termina por ejecutar, por su cuenta,


actos de hechicería. Toda la comarca se presen-
ta entonces como habitada por ana población de
alucinados, en espera de algo maravilloso que de-
ba suceder, 3' en la tensión de ánimo que domina
a sus moradores, lo más insignificante que ocu-
rre, les x>íirfce señales favorables de sus divini-
dades o augurios fatales, que empeorarán su
afdctiva situación.
En aquellos días viven los desgraciados in-
dígenas, tristes, en constantes sobresaltos, sin
apartar la vista desús sembrados, derramando lá-
grimas sobre la tierra que ayer humedecieron con
su sudor, y que hoy, a medida que aumentan los
calores van covirtiéndose en desolados campos.
Los yatiris, laykas y thaliris son consultados a
menudo, no cesando éstos a su vez de investigar
el porvenir, en la coca y en el vientre de los ani-
males que con ese objeto matan, los cuales sean

perros, corderos, cuys, o gallinas, deben ser siem-


pre de color negro. Cogen a los sapos y los expo.
nen en rocas áridas, o los encierran en ollas para
que viéndose en esa dura situación clamen al cie-
lo por agua revuelven los hormigueros y obligan
;

a cuanto animal viv^e bajo de la tierra a que sal-


o-a fuera. También acostumbran hacer que los ni-

ños completamente desnudos suban a los cerros


y alturas, llevando velas encendidas y cruces,
gritando en coro: Misericordia Señor .Agua
, . .

por amor de Dios


- 107 —
Si el mal tiempo persiste y pierden las espe-
ranzas de recoger sus cosechas, los más cierran
las puertas de sus casas y tapiándolas con adobes,
emig-ran a las ciudades en busca de trabajo y ali-
mentos; si, por el contrario, mejora el tiempo, la
alegría es general: las jóvenes cubren sus sombre,
ros con las primeras flores y entonan cantos; los
indios jóvenes tocar, sus kenas y pinquillos,
mientras rodean y agasajan respetuosos
los viejos

al brujo, que ha acertado para (jue, según ellos,


se produzca aquel cambio feliz.
Por lo común mantienen la idea, desde el
principio de la cosecha, de que cuando caen agua-
ceros a principios del mes de agosto, el ano agrí.
cola será lluvioso y abundante en productos;
cuando no, que será seco y escaso. Además, bajo
el nombre de cabañuelas, acostumbran calcular
los agricultores la mayor o menor humedad de los
meses posteriores a agosto, levantado indistinta-
mente una ])iedra del campo, durante los primeros
siete días de este mes. Si la piedra levantada el
primer día tiene humedad, dicen que en septiem-
bre lloverá, si no, que será seco. Al siguiente
día que corresponde a octubre hacen el mismo
pronóstico, continuando en los día restantes, ad-
judicados a los meses sucesivos, en igual forma.
Los eclipses son siempre considerados por
los indios como presagios de grandes calamida-
des que, sin duda alguna, tienen que sobrevenir,
más o menos tarde sobre el país. Por esta
creencia, tan arraigada en ellos, un eclipse los
- 108 —
apena tanto, que para conjurar el peligro que les
amenaza, ocurren a la intervención de sus hechi -

ceros. Kl momento en que se realiza el eclipse,


sacan al patio platos y utensilios de plata, llenos
de agua, levantan el grito al cielo, cual si alguien
los maltratara; castigan a los muchachos }' a los
perros, para que con sus chillidos y ladridos es-
panten el espíritu malo que trata de devorar a la
luna y privarles de ese benéfico astro de la noche,
Suponen los indios que sin ese bullicio estrepito-
so, la luna no despertaría de su letargo y sería
víctima cómoda de aquél.
Las mujeres dan a luz mellizos, cuando el año
será estéril y, para conjurar el mal, suelen matar,
en secreto una de las criaturas, o enterrarla vi-
va Este es uno de los pocos casos en que el in-
.

dio se desprende de un niño, sea su hijo o ageno-


Kn esta raza son muy raras las acusaciones de fi-

porque las mujeres se muestran incapaces


licidio,
de dar muerte a un hijo suyo, sea que éste i)ro-
venga de un comercio ilícito o de legítima unión.
La razón es obvia: los hijos no constituyen
desventaja, en ninguna forma, en las casas indí-
genas, por las múltiples ocupaciones pastoriles
y agrícolas que los hacen necesarios. A los cua-
tro o cinco años el hijo es, por lo general, el pastor
del pequeño rebaño que provee a la familia de la
carne para vender o sustentarse, de la lana que
ha de servir para su vestido y de la leche para for-
mar quesos. Desde la adolescencia, hasta que lle-
ga a la mayoridad, ayuda a sus padres o a los que
— 109 —
lo criaron, en la labranza del campo. Un miem-
bro masque sobreviene en. la familia indígena, no
es una carg-a p;;ra ésta, sino una esperanza de
alivio.
No
permiten que las mujeres preñadas o
que están menstruando pasen porlas sementera?,
porque temen qne al ejecutarlo, absorvan con sus
órganos genitales predispuestos para la fecunda-
ción o ya fecundados, la virtud productiva de la
tierra y que, a causa de ello, resulten escasos y
débiles los frutos que se recojan en la cosecha
próxima.
Cuando caen rayos, hay que hacer una
Cruz en el suelo y poner en el centro un huevo
para que cesen aquellos.
Para que la granizada se suspenda, se de-
ben aprisionar los granizos y maltratarlos, y cesa
la tempestad.
Soplando el humo del incienso a la tem-
pestad, se suspende ésta.
Las polillas corretean en las paredes agi-
tando sus alas' para que llueva.
El agua corriente se entibia, para que llue-
va.
La alegría de los puercos anuncia lluvia.
Los sapos se letiran del río, cuando está
próxima a estallar la tempestad, temiendo que la
avenida que entre los arrastre lejos.
— lio —
III

Los días en que se efectúan las cosechas


son de fiesta y alegaría para los agricnltores.

Concurren al lugar, llev^ando chicha y


eonsig-o
coca. Al principio de la faena piden a la Pacha-
Mania que la cosecha sea buena y abundante. De-
rraman algunas gotas de aguardiente y tiran al-
gunos pedazos de coca mascada y dan comienzo
a su labor. En el escarbe de papas y otros tu-
bérculos, acostumbran formar sobre el mií^mo
campo, pequeños hornos, construidos provisio.
nalmente con terrones y cuando fe encuen-
tran caldeados, introducen en su interior papas
escogidas y, después de acondicionarlas con mol-
des de queso o trozos de carne, derrumban el
horno encima de esos objetos, para que se cuezan
dentro de él.

Después de un rato, más o menos largo,


según sea el cálculo que se haga para el conoci-
miento de aquellas especies, se las extrae y en
seguida colocándolas sobre manteles o lienzos ex-
tendidos en el suelo, se sientan de cuclillas o se
recuestan, en rueda, en su rededor y comienzan a
servirse de los productos cocidos, los cuales hati
sido antes rociados con la sangre de los corderos
que degollaron con ese objeto, reinando entre los
asistentes la mayor alegría. En cuatro puntos
opuestos de la rueda, se sitúan indios que tocan
flautas que llevan poritos en la extremidades in-
— in-
feriores ya que se WdwvA pululus.
las Tal ce-
remonia se realiza con el fin de no ahuyentar el
alma de los frutos, que debe continuar vivifican-
do ese terreno para que al año próximo, se ma-
nifieste más pródic^o en sus dones.
Terminada la merienda, arrastran a los
dueños sobre cueros por encima del terreno es-
carbado y concluido el acto, dan vueltas bailando,
y, en cierto momento, se paran cuatro
de los más
caracterizados, con la vista fija al oriente e im-
precan la protección del sol. Pasada esta cere"
monia, sig-ue la danza en rueda de los dueños de
la cosecha y de sus invitados; beben abundante

chicha y licores, retirándose en la noche a sus


hogares, completamente embriagados.
En el imperio incaico los labradores tenían
una danza especial denominada y<2_>'//¿. La rea-
lizaban llevando hombres y mujeres instrumen-
tos de labranza: «los hombres con sus Tactllas^
c|ue son sus arados» —
dice el P. Cobo — y las mu-
jeres con sus Atunas, que son unos instrumentos
de palo a manera de azada de carpintero, con que
quebrantan los terrenos y allanan la tierra». (1)
En cosecha de cebada, trigo o de quí-
la

nua, extienden los cereales en el mismo terreno


del que han sido cortados o arrancados y cuando
se encuentran secos, la cebada debe servir
de alimento a los animales, si la recogen en

(1) — Historia del Nuevo Mundo, étc^ tomo IV; pag.


230
— 112 —
los depósitoB, y si está destiiiadn a dar grano, lo
mismo que la quínua, la desgranan a golpes de
palo, para lo que se colocan en filas paralelaslos
indios necesarios, armados de largos palos, lige-
ramente encorbados, los cuales caen sobre las
parvas guiados por la diestra mano de sus tene-
dores^ quienes descargan los golpes con regula-
ridad, produciendo un sonido seco y acompasado.
El trigo se siega con la hoz y se trilla en la era,
echando las gavillas bajo las patas de los caba-
llos trilladores. La selección del grano se ob-
tiene lanzando al aire paletadas de la mies des-
granada, la que con el viento que hace, al caer en
el suelo queda separada del polvo y partículas de
tallos y hojas machacadas con las pisadas
Dn las haciendas acostumbran cosechar el
maíz, apartando las mazorcas de la caña y des-

nudándolas de sus envolturas y recogidas en


una manta, que llevan amarrada al pescuezo por
dos de sus extremos,
Llenada la manta de mazorcas, se echan a
la espalda y la derraman en un montón, que todos
los ocupados en esta tarea van formando del to-
tal que ha producido el terreno. Las mujeres se
dedican a separarlas panojas de buen grano de
las que tienen menudo o podrido, haciendo otros
montones.
Terminada la recolección del producto,
miden en costales o grandes canastos, con capa-
cidad para recibir varias cargas, y así se cercio-
ran de la cantidad que se ha cosechado.
— 113 —
Se cuentan cuidadosamente las mazorcas
de la primera porción que se ha medido, y con el
nombre de muestra, se guardan para que des-
pués sirvan, a su vez. de medida para recibir el
'^
producto seco y desgranado.
Entregado el maíz a un cuidador, espe-
cialmente nombrado, con el título de Camani,
lo extiende éste en un canclión apropiado, que se
le denomina tendal, donde permanece hasta se-
car por completo.

Llegando el día designado para el desgra-


ne, se reúnen en el tendal los colonos de la ha-
cienda, acompañados de su
familia, allegados y
ayudantes; cuentan las panojas de la tniiestra, y
las desgranan en algún costal o cajón, el cual des-
pués sirve de medida para recibir la cosecha y
ver si se halla conforme con la cantidad que se
ha entregado al Camajii.
Cada colono, formando con
suyos un gru-
los
po independiente, coloca en el centro un cuero
seco de vaca, pone encima las mazorcas, 3' hace
que el más robusto del círculo, que comúnmente
es algún joven, calzado de sandalias de cuero du-
ro o zapatos de grandes tacones, comienza a pi-
sotear las panojas, haciendo que con los repeti-
dos golpes que da, se desprenden los granos y va-
yan siendo arrojados a los extremos las raspas v
los marlos. Vaciados los cueros, vuelven a relle-
narlos inmediatamente dos indios ágiles que ha-
cen de repartidores, sin que el zapateo cese has-
— 114 —
ta que el montón de mazorcas se ha5'a agotado.
Las mujeres se encargan de apartar los últimos
granos, que no hayan podido ser separados por
el contacto de los pies.

Kl día aquel es convertido por los indios


en festivo, durante él beben abundante chicha y
comen de lo mejor que tienen en su cosecha; sólo
ese día, en homenaje a la Pacha-Mama, que se
ha mostrado bondadosa, se permiten guisar sus
conejos, gallinas y corderos. Ese día, realmente
gozan y se divierten los agricultores, penetra
una racha de verdadera alegría en sus corazo-
nes.
Las papas grandes, o que tienen distinta
forma de las demás y que se llaman llallahuas,
así como las panojas de gran tamaño, o compues-
tas dedos o tres unidas, las tienen cual portado-
ras de buen agüero y las colocan en sitios de prefe-
nombre de tomincos, prestándoles
rencia, con el
muchas reverencias, como si fueran cosas divi-
nas.

IV

Las clases populares dan mayor impor-


tancia a la delimitación y posesión judiciales de
sus terrenos que a los títulos de propiedad, ra-
zón por la que cuando se realiza alguna de esas
diligencias, observan multitud de ceremonias que
—lis-
ies den solemnidad y sea lo actuado imperecedero
en la memoria de los asistentes.
Kn los casos de delimitación, deslindes,
recorrida de mojones, concurre comúnmente,
numeroso público y los indios antes de colo-
car el mojón, o en el límite reconocido por
las partes interesadas, estiran a un niño que
tenga vinculaciones con éstos, y le dan de azo-
tes en nalga pelada, encargándole en cada la-
tigazo, que se acuerde y grave en la memoria que
en ese punto fué castigado y en seguida ponen
la señal. El indiecito, con semejante reco-
mendación, nunca se olvida del lugar ni de lo ocu-
rrido y cuando llega a la vejez, siempre repite:
«este es límite de estos terrenos, porque aquí
me azotaron», y sus afirmaciones en juicio, son
al respecto precisas, llenas de detalles \' reúnen
las condiciones requeridas para una plena prue-
ba, dando a los jueces mucha luz en caso de liti-
gio. Kn la colocación de cada señal o Achachi,
siguen el mismo procedimiento, hasta que, des-
pués de concluidas las diligencias se entregan a
una franca diversión.
Kn las posesiones ministradas personal-
mente por los jueces, las solemnidades y gastos
son mayores. Kl interesado acopia desde días
antes, abundantes provisiones de comer y bebi-
das; llegado el día de la operación, conducen al
juez con muchos miramientos al lugar en que de
be verificarse el acto, y éste, a su vez, asume un
aspecto tan grave y da tanta importancia a su
— 116 —
persona, que despierta uo vivo interés en los con-
currentes. Ordena al actuario o secretario de
su juzgado, lea los obrados que sean pertinentes,
la solicitud del peticionario, el decreto que
ha le

cabido: pregunta si las partes y colindantes han


sido notificados con ese decreto y si no ha habido
oposición al acto; y en seguida, tomando de la
mano al interesado le da posesión del terreno,
consistiendo ella, en hacerle revolcar en el suelo,
mientras los asistentes le arrojíin piedras pe-
queñas, tierra, flores y yerbas. El actuante,
aunque algunas veces con contusiones en el cuer-
po, se levanta alegre y satisfecho, porque supone
que no son los presentes los que le han lastima-
do, sino el suelo, que al recibirlo como a dueño le
ha prodigado duras caricias.
El indio y por más que estén en
el cholo,
posesión real y efectiva de un terreno, sin ser
molestados por nadie, nunca creen ser sus pro-
pietarios, sino han aprehendido, o no media una
posesión judicial. Esta diligencia es de vital
importancia para ellos, y la consideran como la
única que pueda realmente dar vida a su derecho
y orillar dificultades posteriores; en una palabra,
la posesiónlo es todo para ellos.

Ensemejante función, que toma las pro-


porciones de una solemne fiesta de familia, no se
arredran ante cualquier gasto ni se detienen en
ocultar el placer y orgullo que en hacerlo expe-
rimentan.
117

No habiéndose conocido entre los indios,


antCvS de la conquista, la facultad de adquirir por
compra-venta, la propiedad de cosas muebles o
inmuebles, también fué por lo mismo, desconoci-
da la práctica de agazajar al vendedor 3^ a los
que intervienen en la venta, o sea la práctica del
alboroque o robla, la que fué introducida, jun-
tamente con aquella en las costumbres del indio
pero éste, lejos de concretar la manifestación a
los presentes, la convirtió en una ceremonia pa-
ra dar gracias a la Pacha Mama por la adquisi-
ción, y en seguida, recién atender a los concu-
rrentes.
El alboroque indígena, conocido con la deno-
minación aymara de cchalla o cchallaña [rocia-
miento o rociar], consiste en que el comprador
de algún 'objeto, terreno o casa, en momentos de
posesionarse de lo que. ya es suyo, invite al ven-
de dor, alos amigos y parientes, a beber copas de
aguardiente, festejando la compra y antes deque
nadie se sirva, derrama alguna porción de la guar-
diente de su copa en el suelo, pidiendo a la Pa
cha-Mama, que la compra sea con éxito, y se lo
consume en seguida el resto. Igual cosa hacen
algunos asistentes caracterizados y respetables.
Antes de realizar esa invocación y rociar el sue-
lo con aguardiente, es imposible que ninguno be-
— 118 —
ba el contenido de la copa que tiene en la ma-
no.

La cchalla, es repetida con mayor solem-


nidad, cuando se refiere a la adquisición de fun-
dos, el martes de carnaval, para cuyo día, hacen
sus invitaciones y preparativos en más grande
escala, debiendo efectuarse la fiesta en el paraje
adquirido. después de cubrir de flores, mix-
Allí
turas y confites el suelo y de hacer reventar
cohetes, rociarlo de bebidas, se sirven licores,
bailan y se embriagan con exceso.
Sin estos requisitos, efectuados con toda
pompa y entusiasmo, suponen que la compra
no será duradera ni feliz; que la Pacha-Mama, no
se mostrará benévola con el nuevo propietario.
Asimismo, hacen extensiva la cchalla a los
propietarios que estrenan casas nuevas, quienes
efectúan la fiesta, i)ara que aquellas duren o no se
rajen las paredes.

VI

Kl indio que abandona su traje para ves-


tir a la moda de los blancos, se convierte en ene-

migo de su raza.
El indio no cree que el acto se reduce a
una simple alteración del indumento, sino que,
en el alma de que lo ha efectuado cambian por
completo, desde ese momento, las ideas 5^ senti-
mientos que abrigaba referentes a su raza^ a la
— 119 —
vez, que abandona sus ocupaciones habituales.
El labrador, dice, desaparece con el vestido. Y,
así es. Apenas el aborigen se trajea a la moda
europea, huye délas labores agrícolas, desconoce
a sus padres, reniega de su raza y se pone frente
a ella; obedece las sugestiones de mestizos y
los
blancos para ultrajarla y perseguir a sus miem-
bros, toda vez, que se le presentan ocasiones de
hacerlo. El jndio trasfigurado es el peor verdugo
de los suyos.

Los padres del niño, que ha experimenta-


do esa mudanza de traje, apenas lo ven vestido
a la manera del blanco, se conmueven hondamente
aún lloran; pero después se consuelan con la es-
peranza de que para él ha concluido el porvenir
de sufrimientos, de angustias y de melancolía
que pesa sobre los naturales, y de que su vida go.
zara de garantías que ellos no tuvieron.

El campo ya no retiene al indio; la ilusión


de vivir mejor y más tranquilo en las ciudades in-
fluye para que huya de su casa y cambie de ocu-
paciones. Los labradoresdisminuyen visiblemente
3^ aumentan los cholos, que adcjuieren cualquier
profesión o se dedican a cualquier labor que no sea
la agricultura. El aborigen cesa de ser labrador

apenas cubre sus carnes con telas cortadas y con-


feccionadas a la usanza de sus opresores, adquie-
re con prontitud costumbres y maneras exóticas,
detestando las suyas; pero su cambio, por mu-
chos que sean sus esfuerzos se reduce a exterio-
— 120 —
ridades, porque eu el fondo permanece siempre
indígena. ¿Acaso novemos a diario mostrarse
al indio letrado con todos los caracteres de su

raza? Kl hecho mismo de compartir con el mes-


tizo y aplaudir la destrucción de cuanta huella
pudiera quedar, eu las costumbres populares que
lerecuerden su origen y a sus progenitores, es
propio de su índole presuntuosa, que le hace re-
negar de su pasado, por temor, sólo por temor,
de que pudiese avergonzar ante el extranjero-
lo

cuando éste, si se preocupa de él es para estu-


diarlo etnográficamente o para explotar su igno-
rancia y vanidad. El vestido hace del indio, cho-
lo, y lo aparta del hogar paterno y del cultivo de
la tierra, que para sus mayores constituyó la

única delicia apetecible en este mundo; y de cho-


lo a titularse caballero, no hay sino un paso, que
el indio lo salta con rapidez, cuando es industrio-
so, económico y aspirante. Muchos descendien-
tes de estos indios metamorfoseados suelen ocu-
par puestos públicos, 3^a de jueces, diputados, o
de funcionarios administrativos, desempeñando
los cargos con acierto, brillo y competencia. El
indio posee aptitudes singulares para la aboga-
cía e intriga política, que favorecen sus aspira-
ciones.
¡Raro destiro de una raza, cuya evolución
social depende, en gran parte, de la tijera de un
sastre!
que estrena vestido, debe festej arse
El
invitando aguardiente a sus amigos, si quiere,
— 121 —
que su ropa dure. Este acto se conoce con ti
nombre vulgar de remojo y se halla muy gene-
ralizado.

El hombre no debe abrigarse con la falda


o zagalejo de la mujer, porque se afemina.

La ropa no hay que con torpeza,


tratar
porque no sabe comer para que tenga resisten-
cia.

16
— —

Capítulo V

En viajes y en caminos

I, — Cómo se forraa]):\n y funciona-


ban los chasqjiis en el imperio incaico.
Los tambos )' postas. — Abusos que
existían en estos establecimientos.
11. — Preocupaciones de postillones los

en los — — Preparativos de
viajes. III.
los indios para viajar; en el camino, sus
entretenimientos; robos y manera de en-
contrar lo sustraido; su amor a los ani-
males y a la naturaleza. — IV. — Invo-
caciones a los Achacliilas. La Apachita.
Culto de las piedras'y de los ríos. — — El
\'.

regreso.— La fiesta del huisl-ja jaraka.


Ilesistencia de los nativos para los viajes

y carreras.
— 124

En el imperio incaico existían peatones


especiales, con el nombre de chasquis, encargados

de trasmitir con la mayor rapidez los mensajes


de los gobernadores al Inca, o los de éste a aque-
llos, 3' también de conducir sobre sus espaldas al-

guna cosa que el Inca pidiese y la necesitase de


inmediato. Según el P. Morúa, los chasquis
constituían una casta especial, «y el primero que
encontró y mandó que hubiese de estos Chasquis
y Correo, fué el famoso Rey y Señor Topa Inga
Yupanqui, y puso casas y también aparte para
los dichos Chasquis todo el abiamiento necesario

y el que no corría bien la posta y era haragán, le


quebraban las piernas, y a sus hijos les criaban
solo con panca, que significa maíz tostado, y sin
que bebiesen más que una vez al día, y los probaban
a ver si eran ligeros y prestos, para el propósi-
to, y si no lo eran, les daban el mismo castigo, y

asítoda esta casta de Chasquis era de indios


muy prestos y ligeros y que había entre ellos in-
dios que alcanzaban una vicuña y le corría, y
aun la pasaba con harto trecho de ventaja, (l)
Las casas de los chasquis se hallaban si-


(1)— Origen e Historia de los Incas. Obra escrita en
el Cuzco (1,575-90) por Fray Martin de Moriía de la Orden
de la ^lerced Publicada y anotada por Manuel González de
la Rosa, etc. Limnl911: pag. 128.
— 125 —
tuadas de trecho en trecho, a la distancia de cin-
co millas una casa de otra, y en cada casa había
cuatro indios, vestidos con uniformes especiales
que servían durante un mes, pasado el cual iban a
descansar a las casas que habían construido con
ese objeto, en donde se les daba de comer y
y se les proveía de todo lo que r.ecesita-
sen de los depósitos del Inca, siendo reem-
plazados en su puesto por otros de la misma
casta. Kstos chasquis gop'aban entre le s indios
de muchos privilegios y deferencias y sus mu-
jeres e hijos eran atendidos por cuenta del Es-
tado. No tenían más ocupación que la de ca-
minar en la forma enunciada, estando relevados
de todo otro servicio o faena pública.
Además, en toda la longitud de los cami-
nos y a la distancia de cuarenta a cincuenta le-
guas^ se habían establecido posadas o tampus,
provistas de toda clase de recursos tcmadfs de
la hacienda del Inca, y destinadas para alojar al
soberano y a su comitiva, o a los que viajaban
con carácter oficial.
Durante el período colonial ambos servi-
cios, el de chasquis y tampus, decayeron rápi-
damente, a causa de los abusos y descuido de los
conquistadores, siendo sustituidos por el á^ pos-
tas.
Este servicio, tal como ha llegado hasta
nosotros, consiste en que en los caminos princi-
pales y a la distancia de cinco leguas, más o me
nos, exista un tambo, servido por un maestro
— 126 —
de posta ya mestizo o indio, que tiene a sus órde-
nes un determinarlo número de naturales, que se
turnan anualmente y son enviados por las comu-
nidades, a las que se ha impuesto tal oblig-a-
ción.
Los chasquis ya no gozan de las preemi"
neucias, retribuciones y exenciones que tenían sus
antepasados. Conocidos hoy con el nombre de
postillones, desempeñan el rudo servicio de pea-
tones y espoliques, mereciendo de los que los ocu-
pan riguroso trato.
Los indios, a los que corresponde el turno,
se despiden de sus familias, cual si fueran a una
muerte segura La noche antes de partir, hacen
.

como Carlos V, sus funerales en vida, y al día si-


guiente todos sus parientes y amigos los acom-
pañan llorando a voces, cual si condujeran un
cadáver, hasta alguna distancia del pueblo, don-
de les hacen la cacharpaya, regresando de allí

a sus casas.
Al ejecutar tales ceremonias, no pueden
ser tachados los actores de exagerados. Kl ser-

vicio de posta, fué muy pesado para los indios.


Kn los primeros tiempos de la República y en los
posteriores, hasta hace un cuarto de siglo, los
militares que llegaban a una posta, lo primero
que hacían, apenas desmontaban de la bestia, era
agarrar a sablazos, puntapiés y puñetazos al indio
encargado del servicio y después pedían lo que
deseaban. Kl objeto era intimidarlos para ob-
— 127 —
tener por ese medio todo grativS y no pagarles de
ningún consumo ni servicio. En Bolivia, el
militar ha sido hasta hace poco tiempo el opresor
más cruel e inhumano que ha tenido el indio.

Contaba un militar envejecido en la carre-


ra de las armas, que una ocasión llegó a una pos-
ta, en la que enfrenó y ensilló al indio encarga-
do del establecimiento, por no haberle propor-
cionado inmediatamente la bestia y el postillón
que necesitaba, a causa de que otros los habían
agotado y, que hubiera montado en él, a no ha-
berse presentado ese momento quien salvase del
apuro al atribulado indio. Kl abusar de la mu-
jer del postero, el dejarlo desprovisto de todo lo
que tenía, el hacerlo caminar a la carrera delan-

te de su caballería, el no aceptarle ninguna ra-

zón ni disculpa, y entenderse con él sólo a palos,


ha sido el sistema que se ha seguido con esta
desgraciada raza en aquellas casas.

II

Kl postillón, en los cases extrordinarics o


cuando siente flojedad en los nervios, se pasa por
los pies y pantorrillas grasa de vicuña y cree que
con ese ingrediente restablecerá su vigor y se
hará mas ligero.
El momento de partir sahuman las muje-
res los pies de la bestia que ha de hacer lacarre-
— 128 —
ra y encomiendan al postillón a sus dioses pena-
tes. K.ste, parte tocando su bocina o pututu\
en seguida cuelga a la espalda el instrumento y
se pone en marcha. Cuando se halla en la cima
de una altura o cerca de un poblado, descuelga
^\ pututu y vuelve a soplarlo. Igual cosa hace
cuando está próximo a la posta, en la que debe
finalizar su corto y rápido viaje. Apenas llega
se tiende de espaldas, con los j^ies levantados
arriba y apoyadas las plantas contra la pared, y
de esta manara descansa y restablece las fuerzas
gastadas en el camino.
Los postillones que han cumplido su ser-
vicio, antes de abandonar la un día
posta, hacen
de verd'idera fiesta y al volver a sus hogares
creen haber salvado de una pesadilla y se entre-
gan a nuevas borracheras.

III

Cuando el jefe de una familia tiene que


emprender viaje largo, o de importancia, consul-
ta al brujo para que le diga, si ha de ser aquel
propicio o desgraciado; si conviene realizarlo
o no, y según su respuesta, lo efectúa, alegre o
triste. A falta de brujos hace los vaticinios con
las hojas de la coca y también se guía por la
manera de arder de la vela que ha encendido
con ese objeto al santo de su devoción.
— 129 —
El día de la partida acompañan al que
viaja hasta cierta distancia del camino, hacién-
dole beber chicha y licores en el trayecto, y des-
pués lo despiden vertiendo lágrimas, por lo que
a este acto se llamaba jacharpaaña, 2S decir»
despedir con lloriqueos y con pena de que se va.
ya; palabra que adulterada por el uso se ha con-
vertido en cacharpaya, con laque actualmente se
la conoce. Llenado el cumplido, regresa la co-
mitiva embriagad^ no sin antes desear al viaje-
ro que le vaya bien en el camino y sea protegido
por sus divinidades Algunos, el momento de la
.

separación echan sobre brasas encendidas algu-


na resina o queman algo en homenaje de la dei-

dad que debe proteger al caminante.


Si el la partida cruza raudo
momento de
por los aires un cóndor, es signo de que el viaje
será feliz y motiva la alegría del que lo efectúa,
que desde ese momento camina alborozado, no
dudando de su buen éxito.
y:i

Si un zorro se le presenta o aparece por


el lado derecho del camino, anuncia al viajero
que sobrevendrá alguna desgracia, que puede
le

evitarse invocando la protección del Huasa-


Mallcu, y tomando las precauciones necesarias,
pero si se muestra por el lado izquierdo, lo cree
de pésimo augurio, no faltando quien renuncie al
viaje, temeroso de lo que pueda ocurrir.
Ha llegado también a infiltrarse en las
costumbres indígenas, la preocupación española
de no principiar ningún negocio ni partir de su
17
— 130 —
casa el día martes. El conocido adagio: «día mar
tes, no te cases ni te embarques, ni de tu casa te
apartes», lo repite con frecuencia y es imposible
que lo infrinja; si por mucha urgencia lo ha he-
cho, atribuye las desgracias que le suceden en el

camino a esta circunstancia.


Constituye otro augurio funesto, que
anuncia el seguro fracaso de lo que se proyecta o
del objeto de un viaje, el encontrarse al salir de
casa o en el trayecto con un tuerto. Por el con-
trario, si el encuentro es con un cojo, se tiene co-
mo buen presagio. Los negociantes y viaje-
ros huyen siempre de la presencia del tuerto y
buscan con ansia la del cojo.
Cuando el indio se ve cruzado en su cami-
no por una vicuña, sigue tranquilo, pero si por
huir tropieza con ella, es señal de que morirá;
igual temor se apodera de su ánimo cuando el he-
cho le sucede con un venado.
Al paso tardo de las llamas o del poco li-
gero de las acémilas y burros, atraviesa largas
distancias, entretenido en esas horas lentas y
cansadas, en relatar historietas a sus compañe
ros o en escuchar las que ignoraba, referentes a
sus antepasados, o a los lugares que toca, o a lo
ocurrido en viajes anteriores, mientras con las
manos, hila alguna vez, o hace labores de punto.
En los viajes descubre el indio secretos de fami-
iia,porque se vuelve indiscreto y comunicativo, y
adquiere experiencia y conocimientos útiles.
— 131 —
En las noches prefiere alojarse y dormir
en campo raso, al aire libre, tanto por hábito ad-
quirido, como porque sus bestias aprovechen del
pasto existente, siéndole indiferentes los rigores
del clima y de la intemperie. Su sueno es ligero
y despierta al ruido más débil. Antes de acos-
tarse se encomienda al Huasa-Mallcu, señor de
los caminos y desiertos, para que los ladrones no
le roben. Ai día siguiente, si algún animal se le
ha perdido o extraviado durante la noche, por el
rastro que dejan sus pisadas, por tenues que
sean, lo encuentra con seguridad. Rara vez fa-
lla en sus investigaciones; para que tal cosa su-
ceda, es necesario que el viajero sea novel
y po-
co ejercitado en rastrear. Al indio avezado a
los viajes, le basta el más ligero indicio para dar
con su semoviente perdido: es un rastreador in-
digne. Le roban, sólo cuando se ha dormido, y
ésto, atribuye a haber empleado el ladrón algún
brujerío con é! para adormecerlo y hacer que na-
da sienta. A su vez, los ladrones indígenas
so»
muy astutos, ágiles, listos
y ejercitados para el
robo. Ellos prefieren, sustraer sin dar muerte
a su dueño, al contrario de lo que hacen el mes-
tizo blanco, que en más de los casos matan
para
robar.
La veterinaria indígena se reduce al em-
pleo de la orina y el alcohol, puestos en fomen-
to a las bestias, en los casos de hinchazón, o pa-
ra lavarles la matadura,si ésta se ha abierto. Sin
embargo, si el indio pudiera emplear todos los re-
— 132 —
medios posibles para sanar a sus animales lo ha-
i'ía con la mejor voluntad. En las mañanas, lo
primero que hace, antes de volver a aparejarlos,
es examinarles el lomo y la barriga y cuando
encuentra alguna lastimadura siente un profun-
do pesar y se esmera en curarla. Es imposible
que monte a su acémila por molido y cansado que
esté, temeroso de maltratarla; sólo cabalga a la
bestia agena. Cuando la suya se cansa, gustoso
se echa a la espalda la carga, y la lleva hasta que
se encuentre en posibilid de conducirla de nue-
vo. Nunca castiga a los animales inofensivos,
Creyendo que quien, por maldad lo ejecuta, cae-
rá en algunas desgracia.
Merced a ese inmenso carino, el ganado
lanar acrescienta en su poder. Apenas pare una
llama u oveja, abriga a la cría, la coloca aún
Junto a su cuerpo para trasmitirle calor y sólo
la aparta, cuando la vida del animalillo se halla
salvada. Los mismos cuidados prodiga al gana-
do mayor que se enferma. La muerte de un cor-
dero le hace sufrir mucho, y mayor es su pesar
cuando se trata de un buey, o de un burro o acé-
mila. La desesperación que experimenta enton-
ces es superior a la causada por la muerte de un
hijo.
Los indios esquilan de las llamas
el vellón

y corderos con el cuidado más exquisito, y cuan-


do las llamas se encuentran en celo, realizan una
fiesta ruidosa: mezclan a los machos con lashem-
— 133— •

bras y les ayudan a introLiucir a éstas el miem-


bro de aquellos.
Antecedentes tales pesan de sobra para
que se hallen los aborígenes familiarizados con
sus animales domésticos y aún salvajes, que vi-
ven en sus casas o en los campos. Triscan los
Corderinos junto a ellos, se les apegan y les si-
guen obedeciendo sus mandatos; el buey se hace
manosear y uncir al yugo sin resistencia y el ma-
cho mañero o indómito les cede; el gallo canta a
su lado, sin mostrarse uraño; las mismas visca-
chas tan ariscas para personas extrañas, cuando
ellos andan cerca a sus madrigueras, no se es-
pantan . Pero nada ama tanto el indio, en su sim-
plicidad, como la naturaleza varia y libre, que le
rodea. Lejos de las ciudades, albergado en ca-
suchas miserables, ante montañas elevadas y eri-
zadas de peñascos o cubiertas de nieves eternas,
ante vastas y silenciosas llanuras y hondos va-
lles, supone estar en su verdadero centro y viv-e

contento. A de las primeras flores, que


la vista
en cada primavera, brotan en el campo y en sus
sembrados, siente transportes y raptos vivos y
profundos: su espíritu parece renacer con las
plantas y vincularse más a la tierra, así como s^
entristece, cuando el invierno la amortaja y las
heladas destruyen el tallo, hojas y botones de los
vegetales. Kn los actos religiosos, el momento
más solemne, se arrodilla, inclina la cara hasta
pegar al suelo y lo besa con reverencia difícil de
pintar, cual si para él no existiese otra deidad
— 134 —
que la tierra. Eu caminos, sigue su ruta con-
los
tento; su alma se expansiona y gozoso da rienda
suelta a los efluvios del inmenso amor que siente
por todo lo que le rodea.
El indio idolatra la naturaleza, a la que
considera como la divinidad suprema, porque
cree que la Pacha-Mama encierra en su seno las
fuerzas creadoras de vida, que las prodiga a
quienes confían en ella. Aprovechado de las
condescendencias y avidez precuniaria de los clé-
rigos, la rinde culto haciendo celebrar Misas a
los cerros, campos, terrazgos, frutos, casas, la -
gunas, ríos y al ganado, y oyéndolas con profun-
da devoción, en el concepto, de que en esos obje-
tos visibles la está adorando.

III

que el indio de-


ICn sus viajes es imposible
je de encomendarse a su Achachila favorito, pi-
diéndole su protección. Cuando en el camino
encuentra un peñasco o pedruzco, se aproxima a
él y se destoca el sombrero, le saluda y reveren-

cia, ofrendándole coca mascada que arroja sobre


él y en seguida descansa a sus pies.

<Cosa muy usada era antiguamente, dice


Arriaga, ahora no lo es menos, cuando suben algu-
nas cuestas o cerros, o se cansan en el camino
llegando a alguna piedra grande, que tienen ya
señalada para este efecto, escupir sobre ella (y
— 135 -

por esto llaman a esta piedra y a esta ceremonia


Tocanca) coca o maíz n^tscado, otras veces dejan
allí las ojotas^ o calzado viejo, o la Hiiarakca o
Unas soguillas, o manojillos de j'ichhus o paja^ o
ponen otras piedras pequeñrs encima, y ron esto
dicen^ que se les quita cansancio». [1]
el

Ksta costumbre con ligeras modificaciones»


subsiste aún. El indio al llegar a la cumbre de
alguna montaña, cerro o altura, casi involunta-
riamente repite lapalabra sagrada de apachiia
j se aproxima al montón de piedras que siempre
existe allí, formado por los pasajeros, y que cons-
tituye el altar eregido a la piedra del lugar, e in-
clinándose respetuoso, agrega al montón otro
guijarro, diciendo: jV'O íe ofreridopara que me
des fuerzas, alejes cansancio de mi cuerpo
el
y m,e evites de infortunios. Después hace en el
mochadero algunas combinaciones con piedreci-
llas, figurando ser casas o majadas, con ánimo
de que su petición, así materializada, sea atendi-
da o adorna alguna piedra con lanas o hilos de
colores, manifestando ser industrias, a las que se
dedica el ofrendante, y que pide vayan en auge.
A continuación ofrece su sacrificio en este altar,
sacando de su boca coca mascada, o de su alfor-
ja maíz tostado y arrojando con reverencia, al
montón, o se descalza una sandalia y la pone en
cima, o hace una banderita con algún pedazo de

(1;. —Extirpación de la idoktría en el Perü por Pablo


•)o9eph de Arriaga, pag. 64, Edición Urteaga
— 136 —
tela de su vestido y la coloca allí, o pone entre
las piedras alguDa pluma de ave. Se hinca de
rodillas y pide a las piedras con toda su alma

que le deje pasar con salud; que aparte de su ca-


mino las desgracias o ckhijis, y le dé vigor para
seguir sil viaje. Se para, arranca un pelo de sus
pestañas o cejas y se las ofrece, soplando al aire
obre la palma de la mano y después descansa en
el lugar.
Al llegar a la ribera de un río^ lo primero
que hace el indio en metiendo el pie dentro, es sa-

ludar a las aguas, y bebiendo en el hueco de la


mano dos o tres buchadas de ellas, aun cuando el
líquido esté turbio, pedirle que le deje pasar sin
causarle ningún daño y después de ofrecerle un
poco de coca o maíz mascado, arrojando a la su-
perficie, atravesarlo ya sin temor ninguno.
Las lluvias torrenciales se suspenden cuan-
do los ríos se llevan algunas personas. El agua
aplaca su voracidad con ese tributo humano^ co-
mo los individuos sedientos, se calman bebiendo
^an preciado líquido.
No constituye para el indio una gran des-

o-racia el morir de esa manera^ soportable v aun


de desear le parece recibir el abrazo de la deidad
acuática que lo ha elegido para llevárselo lejos
tal vez a una mansión de delicias. Por último,
piensa que alguien debe sacrificarse para que las
tormentas no causen más desgracias.
También cesan los aguaceros cuando el
rayo mata a una persona.
— 137 -
Las pascanas son los sitios de descanso o
de alojamiento, por sagrados y al llegar
Jos tiene
a ellos los reverencian, bajándose el sombrero.
Las cuestas cansan demasiado cuando el
subsuelo encierra substancias metalíferavS.
Kn el camino se vuelven más supersticiosos
de lo que realmente son y cualquier cosa extra-
ña, grito o sonido particular,los alarma y lo tienen
por avisos de sus divinidades para no hacerse
sorprender por algún accidente improvisto.

El probable día en que el viajero debe lle-


gar a su casa, es calculado por su familia, que va
a su encuentro a la distancia de media legua, lle-
vándole comida, chicha y aguardiente. Suele
regirse para esto del anuncio de los sueños o del
piar del chincol opfichitanca.
El golpearse el codo involuntariamente es
para ver a una persona querida después de mucho
tiempo de separación.
El día de la llegada es siempre de alegría
y embriaguez.
Concurren los parientes del viajero a dar-
le la bienvenida y con este motivo se realiza una
fiesta, llamada huiskju-jaraka o sea desate de
sandalia (1), la que suele durar varios días.

[1] — Kl Jiuiskja^ es propiamente la sandalia, puescons-


ta de unas suelas de cuero atadas con correas al empeine has.
18
— 138 —
La esposa del recién llegado manda de ob-
sequio alas familias délos amigos y parientes de
HU esposo y de ella, un poco de las especies de
comer o beber que aquel ha traído, rogándoles que
lehagan el favor de aceptar ese pequeño regalo-
Los faA^orecidos tienen en mucha cuenta esta
atención y cuando llega el caso de corresponder
lo hacen de la misma manera.
El indio y el mestizo no sienten hastío ni
se enferman con los largos viajes; apenas cesan
los festejos de su llegada, vuelve a sus tareas or-
dinariascomo si no hubiesen experimentado nin-
guna fatiga; son andariegos insignes, y los via-
jes más penosos los consideran como caminatas
y se ríen de los sufrimientos de los blancos que
para realizarlos dificultan tanto y tantos prepa-
rativos hacen.

En las carreras de resistencia, el indio es


invencible: cruza enormes distancias en pocas
horas y llega a la meta sin estar rendido por el

ta la garganta del pie. Se prefiere que la suela sea de la piel


del pescuezo de llama. La ojota^ que también usan los in-

dios, sellama ppoUko, y se compone de un pedazo de cuero,


levantado en los bordes, fruncido y asegurado por correas,
sobre el empeine. El pie se halla protegido por todos los la-
dos, a diferencia del huiskju^ que los deja al descubierto. El
P2)ollko se asemeja mucho a la alpargata.
— 139 —
cansancio ni la sed. (1) Más de uno se hace acree-
dor, a que se le dirija el histórico dicho del Inca;
que Tiay //z/a/^acz/, siéntate huanaco, frase con la
fué recibido, dice, en caso análogo, el mensajero
que partiendo del Cuzco, llegó a la famosa y cé-
lebre capital de los kollas, en un tiempo relativa-
mente corto, dando lugar a que el nombre del
pueblo se cambie de Chucahara, en Tiahuana-
cu.

[1]. — Es común eu estos o;\su3 ver al iadio camiüar 50


kil(ímetros en tres horas
Capítulo VI

Desdoblamiento de la vida social

I,— Supersticiones referentes al emba-


razo, nacimiento crianza de los niños.
y
II.— En la enfermedad y muerte de éstos.
III. — Relativas amor sexual: la
al
práctica de musxirar,— IV.—
Amores y
matrimonios indígenas.— V.— Ideas
pre-
dominantes en los concubinatos
y matri-
nios de la chola y de la india

Desde el momento en que la mujer


siente ha-
ber concebido [a cuyo acto llama
hacutatha. si
es en matrimonio, hacutaracatha,
si fuera de él
— 142 —
o también hapitatha y hapihuarkhatatha, res-
pectivamente) evita comer garbanzos, por temor
de que su hijo nazca cabezón. Igual cosa presu-
me que le sucederá si no anda mucho y lleva vida
sedentaria.
La mujer preñada o kapi (1) uo debe ver
un cadáver, ni manejar animales muertos, ni con-
sentirlos próximos a ella, sino quiere dar a luz
un hijo aquejado de raquitismo o sea larphata.
parto no reviste entre los indios aquel
£)1

solemne significado que tiene para las mujeres


de razas superiores y civilizadas. Apenas la in-
dia siente los dolores, se retira a su casa, si el
tiempo le alcanza, allí realiza el alumbramiento,
\^

cuando no lo verifica al aire libre, por haber sido


sorprendida en el campo, y llevando en brazos al
recién nacido se recoge al hogar. Kn los más de
los casos,pare sin recibir auxilios de ninguna per-
sona extraña. A
los dos o tres días del hecho, al-

guna vez, al día siguiente, se la ve trabajando cual


si no hubiera estado de parto; de la única región

del cuerpo que cuida es délas plantas de los pies,


que las abriga para no resfriarse.
Durante el alumbramiento se acostumbra
poner bajo la almohada de la enferma y sin que

(1). — Esta es la palabra con que en aymara se designa


propiamente la preñez de la mujer. Hiiallkke^ corresponde
a la hembra de los animales.
— 143 —
ésta sepa, una tijera abierta en cruz y se clava en
la puerta un cuchillo, con objeto de que no
hagan
daño al recién nacido los malos espíritus.
Tam-
bién se pone un cuchillo o tijera
junto a la cria-
tura para dejarle sola en una habitación.

La placenta deberá enterrarse bien lavada


y cubierta de flores, en paraje donde no llegue el
sol, para evitar irritaciones
en la matriz de la
madre o enfermedades al párvulo. Añaden cuan-
do ha sido varón el recién nacido,
útilesde la-
branza o albanilería, pedazos de papel o de
madera
para que sea un buen agricultor o albañil, o un
pe-
queño libro para que sea doctor o cura. Si es ni-
ña, dedal, aguja, o tijera de papel
y figuras de
enseres de cocina, para que sea una mujer hacen-
dosa y buena madre de familia. Tienen por cosa
cierta que la Pacha-Mama al recibir en
su seno
aquel objeto con tales agregados, concede lo que
le piden.

ICl nacimiento de mellizos,


pachahuahuas
o pachachahatahuahuas lo tienen de mal agüe-
ro, como se dijo en otra parte. Al primero de
los niños que sale a luz, llaman uisa, al segundo
caka. Si son mujeres, a la primera, ahualla,
a la segunda hispalla.
El que se entretiene en contar las estre-
llas tendrá numerosa prole.
Los esposos que no tienen descendencia
y
crían y miman un perro, apenas notan que les
— 144 —
nacerá un hijo, matan el perro para que este no
pida a San Roque la muerte del recién nacido, a
fin de no verse privado del carino que le profesa-
ban sus amos.
La criatura que nace muy desarrollada es-
tá destinada a morir pronto.
Uu niño se enferma de los ojos, cuando
alguna persona le ha dirigido miradas de odio o
con ánimo de dañarle. í^sta enfermedad llaman
miqui.
Kl párvulo que llora y grita el momento
que se le bautiza, vivirá hasta la vejez; si se ori-
na durante la ceremonia, es señal de que morirá
antes del ano, así como cuando no llora en ese
acto. Si tiene los piesecitos siempre fríos, también
denota que no vivirá muchos meses; igual resul-
tado anuncia la costumbre de morder el pezón del
pecho de su madre al lactar,o la de comer tierra.
Para que un niño viva hay que criarlo con
camisa Je mujer.
No debe comer fréjoles la que hace lactar,
porque se le secará la leche en los pechos.
La abundancia de liendres en la cabeza de
un niño es señal de que será huérfano.
Si a la madre que se encuentra fuera de

su casa, le sale leche de sus pechos, es porque su


niño está llorando y la reclama.
Cuando una criatura se atora la madre de-
be darle tres palmadas en el pecho e inmediata-
mente cesa el accidente.
—145 —
La criatura que se besa las extremidades
de los pies tardará en andar.
A la madre le duelen los pechos para que
el hijo que hace lactar se enferme.

No debe rascarse la planta de los pies a


los niños porque les da gusanera en el estómago
Las criaturas lloran mucho en la noche
cuando han sido agitados o llevados por el vien-
to sus panales en el día .

Kl niño que se chupa los dedos hace caer


el cabello de su madre. Sucede lo mismo cuan-
do ha fallecido, durante el período en que entran
en putrefacción sus manecitas.
La madre que desea tener abundante le-
che debe hacer hervir chuño y tomar su caldo
con frecuencia.

II

Se dice que un niño está catjata, es decir,


agarrado, cuaudo se enferma a consecuencia de
una caída, de haber llorado en el campo, o de ha-
berse asustado, accidentes en los que creen que
parte de su alma se ha desprendido con la conmo-
ción del cuerpecito y quedándose a vagar en
esos puntos, pugnan por reunirse a la otra,
que sufre por ello. El tratamiento que siguen
en estos casos, para curarlo, consiste en darle de
comer un poco de tierra levantada del paraje don-
de ha ocurrido el hecho, y si esto no es bastante
y sigue llorando, llaman al brujo o hechicera pa-
19
— 146 —
ra que quien, desde el primer momento
lo cure,

manifiesta que su ánima se ha quedado en el lu-


gar donde ha caído, llorado o asustádose, y que
para su sanidad conviene recogerla. Con éste
objeto hacen de los pañales o vestidos del niño
enfermo un envoltorio, que tiene la forma de una
criatura arropada, el que es conducido en brazos
por aquél, quien, además, lleva consigo, confites»
mixtura, figuritas de estaño y se dirige al sitio
en que tuvo lugar el accidente, acompañado de
algunas personas. Allí el brujo o hechicero
azota el envoltorio, reconviniéndole, cual si ha-
blara con un ser viviente, porque ha permitido
que su anima lo abandone, y llama en seguida a
ésta, con las palabras: Anima de minino que-
rido vente; ánima adorada de mi niño vuélve-
te; ánima idolatrada de 'tni niño vamonos a ca-
sa. Tu cuna está dispuesta, tus Pañales ca-
lientes, te espera el tierno regazo de tu pobre
fnadre que llora por verte a su lado, que se de-
sespera por estrecharte contra su pecho y que
no sufras más el hambre y frío que reinan en
estos desiertos y tristes lugares

Kn seguida entierran en el sitio las espe-


cies que trajeron, ofreciéndolas a la Pacha-Ma-
ma V resfresan a la carrera, haciendo acostar el
envoltorio inmediatamente que llegan, junto al
niño enfermo, con la seguridad de que este sana-
rá debido a todo lo que se ha realizado en obse-
quio a él.
— 147 —
iOl niño pone el oído
en actitud de
al suelo,
escuchar, cuando su madre está nuevamente em-
barazada y aquel siente que el feto llora y le lla-
ma.
Cuando la mujer se embaraza de una cria-
tura de sexo contrario al que hace lactar, morirá
éste; pero si ambos son del mismo sexo el hecho
no le causará efecto mortal.
La cabecera de la cama debe ponerse ha-
cia el norte j^ara que un niño duerma tranquilo.
Al niño que acostumbra orinarse en la ca-
ma, en las noches, debe hacérsele mear sobre
brazas, o sobre un pedazo de adobe caliente y que
el vapor que se desprende, llegue a sus partes

genitales y queda curado.

E^l hipo en los niños esSL.ñal decrecimiento;

en los jóvenes y viejos, augurio de embriaguez.

Cuando un niño tiene que ser trasladado,


de una casa a otra, hacen que el momento de
conducirlo definitivamente, golpee la persona
que lo lleva, con dos piedrecitas, llamando el áni-
ma de aquel y rogándole que se venga íntegra-
mente, porque sin ese procedimiento pueda que-
dar alguna fracción de ella y motivarle una en-
fermedad.
Kl niño que cumpleaños, anun-
llora en su
cia queseráde carácter cobarde cuando crezca.
El cabello con el que han nacido, debe cor-
tarse a los niños para que no se críen soberbios.
— 148 —
El primer diente que bota un niSo, debe
colocarse en el agujero de un ratón para que ten-
ga una buena dentadura.
Para hacer olvidar el cariño de un niño
hay que lavar alguna especie sucia de la persona
a quien quiere y hacerle beber esa agua,
Al niño que se amartela, hay que sacarlo
de la casa, llevando consigo excremento de llama
o cordero y algunas piedrecitas, y conducirlo a
la vera de un río y obligar al paciente a que ti-
re al agua una a una las piedrecitas y excremen-
tos y la corriente se llevará la dolencia lejos.
El niño que corretea llevando las manos
atrás, está destinado a morir, porque prepara
sus alas para volar al cielo.
El que se frota mucho la nariz, manifiesta
que adolece de gusanera.
El párvulo que nace muerto debe ser arro-
jado al río o quemado, para que su alma no va-
ya limbo a sufrir.
al

La que hace lactar una niña, se niega a


dar su pecho a un varón, porque supone que esto
causará la muerte de aquella.
En ciertos casos, atribuyen la enfermedad
del niño a un espíritu maligno, llamado Larila-
ri (1) que ha logrado apoderarse de su cuerpo, y

(1)— Líirilari: Gente de la puna qiu: no reconoce casi


que cimarrones. Vocabulario del padre Lndovico Bertonio
Edición Platzmann pag. 191. Probablemente &e le ha apli-
— 149 —
para ahuyentarlo y hacer que sane, queman kkoa
la habitación del enfermo, suponiendo
con añil en
que con el fuerte humo que debe producirse
abandonará a su víctima. Dicen que el Larila-
ri se hace vipible en forma de un gato de pelaje
colorado, que trepa a los árboles y de allí silba a
los incautos, y los atrae. Apenas los ve próxi-
mos al árbol, baja rápido. 3^ al escapar va a ro-
zarse precisamente con ellos, inoculándoles el

momento de pasar una enfermedad, cu^'os sínto-


mas son: ojos inyectados en sangre; cuerpo amo-
rotado y decaimiento completo del organismo.
Las equimosis y manchas de sangre que
resultan en cadáver del niño, ya sea a causa de
el

haberse producido una congestión pulmonar, o


por otro motivo explicable, le culpan al larilari,
quien aprovechando del descuido de la madre o
de las encargadas de atender al enfermo, dicen,
que maltrató y azotó su cuerpecito, hasta ocasio-
narle la muerte, según lo manifiestan esas seña-
les.

DI niño que duerme con los ojos abiertos


morirá en temprana edad.
jEI que no se halla bautizado, se encuen-

propenso a que le caiga el rayo.

cado este nombre por considerar un espíritu vagabundo y re-


belde, el que daña a los niños.
— 150 —
La criatura moribunda sufre mucho y su
agonía se dilata, mientras la madre está presen-
te o la tiene en su regazo. Para morir tranquila
y pronto, necesita no ver a su madre.
También el niño tiene una larga agonía,
cuando espía las faltas de sus padres. Muere
apacible si no las tienen y recibe oportunamen-
te la bendición de su padrino.
Cuando dos niños que son parientes o per-
tenecen a personas amigas, que viven en una mis-
ma casa, mueren simultáneamente, dicen que se
han puesto de acuerdo para marcharse juntos al
otro mundo.
Los ojos del cadáver de un párvulo, per-
manecen abiertos, cuando debe seguirle su her-
mano o algún niño de su edad, en quien fijó la

vista elmomento de espirar.


La mortaja no debe ser adquirida ni

puesta pequeño cadáver por la misma madre,


al

sino por la madrina o terceras [)ersonas. A quien


infrinje esta costumbre le sucederá algo malo.
Los retazos que sobran de la mortaja de
un párvulo, deben encerrarse en su ataúd o ente-
rrarse en su sepultura, porque, cuando algún pe-
dazo queda en la casa, atrae desgracias.
Personas extrañas acostumbran añadir a
la mortaja como adorno, una cinta o
cordón, con

objeto de que el alma del pequeñuelo que se con.


alto un
vierte en ángel, les arroje desde lo
extremo de aquel cordón, para asirse de él y su-
— 151 —
bir al cielo, cuando ellas mueran y llegue la oca-
sión de querer ascender allí.
Las especies sucias pertenecientes al fina-
do,no deben lavarse mientras esté presente el ca-
dáver, sino después de los tres días de su entie-
rro, a fin de que su alma no pene, por la suciedad
que ha dejado, y se presente con frecuencia a sus
padres, en sueños.
Cuando muere un niño no debe llorarse
porque se obstaculiza la rápida subida de su alma
al cielo. Kl llanto de la madre conmueve al mis-
mo Dios, quien ordena al alma de la criatura
vuelva al mundo a consolarla y a secar sus lágri-
mas. En ese sentido, en vez de ascender al cielo
baja y vaga en la tierra, clamando porque su ma-
dre tenga hijos que ocupen su lugar y la consue-
len. Por eso la madre que llora mucho por un
hijo muerto, tiene a la larga una numerosa pro-
le.

Al que sana de una enfermedad no


niño
debe cortársele las uñas inmediatamente después
de su convalescencia, porque vuelve el mal.
Para que sane por completo hay que dar-
le de beber, en leche.la ceniza de un mechón de
sus cabellos.
El niño tiene hambre voraz e insaciable
cuando tiene que morir uno de sus padres, con
cuyo fallecimiento se le calmará.
Sobre la cabeza del niño no debe ponerse
plato, fuente ni objetos cóncavos, porque se en-
— 152 —
torpece su crecimiento 3' se hace de pequeñíi es-
tatura.

III

Kn época del celo, dicen que el lagarto


la

lleva atravesada en la boca un pedazo de paja, y


sigue así a la hembra. El amante desdeñado de-
berá apropiarse de esa paja y envolver con ella
un cabello de la mujer deseada v logrará
que ésta cambie inmediatamente de sentimien-
tos hacia él, haciendo que su aversión se true-
que en ardiente amor v se le entregue por com"
pleto.
La mujer que no quiere ser abandonada
por su amante le da en alguna bebida la sanj^re
de su menstruación.
Para que la pasión se torne en odio, ingie-
ren en alguna bebida, partículas del excremento
de la persona que se quiere hacerla aborrecer y
la dan a la que deba experimentar el cambio.
Kl cariño de una mujer también se obtie-
ne poniendo bajo su cama ciertos amuletos, for-
mados de plumas, conchas o piedras de color
que se envuelven, en alguna especie suya.
La mujer que se halla acosada por un
hombre, puede librarse de ser poseída por éste,
con sólo partir o doblar el topo o prendedor con
el que se asegura el manto, o tenerlo en la mano

envuelto en un extremo de él; con esto hará que


— 153 —
los bríos de su perseguidor desfallezcan y se
muestre repentinamente impotente para abusar
de ella.
No debe contraerse matrimonio el día do-
mingo, para que no abunden las desgracias en el
nuevo hogar.
Cuando el momento, o después de la cere-
monia del desposorio, se cae al suelo el anillo de
compromiso, a uno de los novios, augura que mo-
rirá éste muy pronto. Si durante ella, o eu el
festín que celebran los novios, se rompe algúu
objeto destinado para el uso particular de éstos,
denota que no habrá armonía entre ellos y que
se separarán más o menos tarde.
Para triunfar en el corazón de un esposo
o amante y poseerlo por completo, hay que azo-
tar la nalga pelada de la rival, con uno de los za-
patos que se usa. Se debe a esta superstición
que la mujer del pueblo, haga esfuerzos en una
riña, para derribar a su contraria al suelo y le-
vantándole la falda y los refajos, sacarse un zapa-
to de los pies y descargarle en nalga desnuda
uno o dos golpes.
Los jóvenes que desean saber la clase de
mujer que les corresponderá por esposa, consul-
tan al brujo, quien escarba un sitio particular,
si en él encuentra cabellos blancos, dise que se

casarán con vieja, si negros con moza y si casta-


ños con muchacha.
Para descubrir el persona de
cariño de la

quien se halla uno enamorado, acostumbran sacar


— 154 —
de la calavera dejos par de huecesitos con
cu}'S,nr\

forma de que llaman zorros, y echar-


aniínalillos,
los en un vaso de chicha, si después de beber el lí-
quido encuentran los huecesitos unidos, dicen que
ambos se quieren, o bien que los sentimientos de
aquella persona son fingidos. E.ste acto llaman
simpasiña.
También hacen iguales consultas los jó-
venes, con cordeles que revuelven en los de-
dos.

El amante que se retira vuelve a la casa


de mujer, de quien trata de apartarse, cuando
la

ésta ha clavado tras de la puerta de su dormito-


rio, el calzado viejo perteneciente al pie derecho

de aquél. Creen que con este acto ha quedado


apresada una parte de su ser, que lo atraerá for-
5:osamente al hogar desdeñado.

Los enamorados indígenas acostumbran


pellizcar a sus parejas, si estas so¡)ortan el do-
lor que causa el acto, y les responden con
les
iguales pellizcos, suponen que están correspondi-
dos.

Kl indio nunca besa a su enamorada; el

beso, como manifestación de amor es desconoci-


do en esta raza. Lo que hace, en los momentos
de cariñosa intimidad, es agarrarla de las sienes
con la palma de sus manos y frotarla con su bar-
billa la frente, causándole con este alago, llama-
do musuraña, una placentera sensación de vo-
luptuosidad. La joven, cuanto más quiere a su
-155 —
galán más a menudo le presenta su frente para
recibir tal caricia.

IV

E)l amor sexual es, entre los indios, libre,


instintivo y deslig-ado de trabas que lo coarten y
de educación que lo dignifique.
El hombre posee a la joven soltera, casi
siempre por la violencia; la fuerza y no la volun-
tad es que prima en esos actos, sin motivar
la

escándalo, ni atraer la cólera de los padres de la


ofendida. Ninguna importancia dan a la virgi-
nidad de la mujer; por el contrario, la virginidad
conservada por mucho tiempo, la consideran de-
primente, como signo de haber sido despreciada
por los hombres. Morirás doncella, dice la ca-
sada a la joven a quién trata de injuriar. La
idea de llegar a la vejez y morir virgen, horrori-
za a la india: cree ésta que si tal cosa sucediera,
su existencia resultaría, sin objeto e inútil. El
amor, repiten, dignifica a la hembra, porque
la hace cumplir sit misión en la tierra, que es
la de tener hijos y perpetuar la especie
Semejante criterio proviene de la condi-
ción excepcional en la que está colocada la mujer
en la economía doméstica, que le hace ver claro
su destino. Desde muy niñas se crían en agres-
te libertad, dedicadas al pastoreo del ganado en
campos apartados o desiertos, junto a varones

— 156 —
que se ocupan de las mismas tareas, con quienes
se establecen relaciones estrechas de compañe-
rismo, que dan lugar a que, presenciando juntos
elfrecuente ayuntamiento de los ganados, sien-
tan despertarse precozmente en su naturaleza los
instintos sexuales, y excitados p( r la ociosidad y
el trato familiar y libre, se vean impulsadas a
satisfacerlos, estando aún en la adolescencia.
Además, nunca han considerado las muje-
res, desde los tiempos precolombianos, que fuera
reprensible el dedicarse a carnales entretenimien-
tos, cuando están solteras y no tienen amantes
que las cohiban hacerlo. «También sorprende,
dice Lorente, su manera de pensar [la del indio]
sobre la castidad de las mujeres. Tenían en po-
co la de las solteras y solía ser estimada en más
la que había sido más licenciosa. Tal vez pro-
cedían así porque en las mujeres de trato libre,
y estimadas por eso de la muchedumbre, creían
ver mujeres hacendosas que les ayudarían en sus
faenas. Lo cierto es que concediendo tanta li-
bertad a las solteras, condenaban a muerte a la
casada que era convencida de adulterio^*. (1)
«Andan vestidos de ropa de lana ellos y sus mu-

jeres dice por su parte Cieza de León las cua- —
les dicen que^ puesto que antes que se casen pue-
den andar sueltamente, si después de entregada

(1). Historia aíitigna del Perú, por Sebastián Loren-


te. Lima, 1860, pag. 77

— 157 —
al marido, le hace traición, usando de su cuerpo
con otro varón, la mataban» (1). Igual opinión
tiene Garcilaso de la Vega, que dice: «Demás-
de esta burlería, consentían en muchas provin-
cias del Collao, una gran infamia; y era, que las
mujeres antes de casarse podían ser cuan malas
quisiesen de sus personas, y las más disolutas se
casaban más aina, como que fuese mayor calidad
haber sido malísimas.» (2)
a esa manera de pensar tradicio-
Debido
nal, la india casada o aynom, es muy fiel a su
esposo o ayno; en tanto que la soltera o huar-
mikkalae^ liviana, sin que ello sea sea un obstá-
culo para que se case. Con la chola ocurre lo
mismo; se matrimonia después de haber tenido •

contacto con varios hombres. La diferencia es-


tá, en que lachóla, si bien no tiene el concepto de
la india sobre la virginidad, la cual, su pérdida
la trasluce y la tiene a honra, cuando aún no es
concubina o sipasi de alguien, tampoco es en
aquella un inconveniente, para que no pueda con-
traer matrimonio (3),

(1). Historiadores primitivos de — Colección


Zucft"</,9.

dirigida e ilustrada por don Enrique de Vedia. — Tomo II.


Madrid 1900, pag. 443.
[2]

Los Comentarios reales de los Incas, — Libro TI.
Cap. XIX.
[3]. —A semejanza de los mestizos que llaman a la es-
Pv»sa mi mujer, los indios casi no usan las palabras ayno
y
aynoni sino que las han reemplazado con el de c/iac/iaja, que
.

— 158 —
Dividían las jóvenes o tahuakos, en cua-
tro categ"orías. A las hermosas llamaban paco-
hakhllas\ a las de mayor belleza, Jianko-hakh-
llas\ a las medianas huayrurus y al c«>mún de
mozas, hahua-tahuakos
El indio joven o huayna, que se ha ena-
morado de una joven y es correspendido por ésta
a cuyo estado psicológico llaman hiíayllusiña,
es decir, amarse tiernamente, para diferenciar
del munasiña que significa quererse, pero en un
sentido general, busca la ocasión para tener pre-
cisamente comercio ilícito con ella antes de ca-
sarse. Entre los indios el concubinato precede
siempre al matrimonio. Y el concubinato lo ini-
cia el varón obligando a la mujer a seguirle, con
objeto de recobrar alguna prenda de vestir que
le ha arrebatado al final de una entrevista. Es
de uso entre ellos que la mujer vaya en pos de
su enamorado sólo en este caso, siendo imposible
que haga, sino ha ocurrido tal cosa, aunque
lo
esté ardiendo en deseos de hacerlo y nadie la
coharte en su libertad. Conocedor el indio de

quiere decir literalmente mi hombre refiriéndose al esposo y


huarmija, mi mujer tratándose de
^ la esposa. A la concubi-
na se dice tahuakoja^ mi moza^ o ufitathaja. mi conocida, y
al amante huar/naja^ mi joven. La dulce palabra sipasi está
en desuso, y tanto está como las de ayno o a¡/nom \sl9 em-
plean sólo en sus cantares, o en comarcas apartadas que man.
tienen escaso trato social con pueblos de otra índole.
- 159 -
esta costumbre, apenas nota que fu enamorada
cede a sus insinuaciones, le quita violentamente
el sombrero oel manto y se aparta apresurado.

La joven entre risueña y aparentando enfado va


siguiéndole hasta donde aqnél cree conveniente
pararse y esperarla, que es en un sitio regular-
mente solitario y cubierto a las miradas iudis-
cretas.
Cuando se disgustan, la mujer le echa en
cara ese acto, diciéndole: yo no te quise^ tu abu-
saste de mi persona por la fuerza, y me hiciste
tuya contra mi voluntad.
Los padres del indio que trata de contraer
matrimonio se dirigen a la casa de la novia, lle-
vando consigo aguardiente y un atadito de coca.
Después de manifestar a los padres de ésta sus
pretensiones, les invitan
el aguardiente que han
traído, quienes aceptan la invitación y beben
si

el aguardiente, lo que efectúan tras de muchos

ruegos, se suponen que asienten a la petición; si


por el contrario, se niegan a beber, es señal de
que la rechazan, retirándose en seguida en este
caso. A
continuación de las copas de aguardien-
te viene el atadito de coca que los peticionarios
alcanzan a los dueños de casa; si lo reciben
y
abren, está resuelta favorablemente la petición:
entonces, el padre de la novia toma algunas ho-
jas de la sagrada planta y les alcanza a los pa-
dres del novio, expresándoles que sea en buena
hora el matrimonio, que haya armonía entre los
futuros contrayentes, y que lleguen a tener bie-
— 160 —
nes y sea el hombre
que domine su comarca.
el

Reparte a los asistentes algunas hojas más y


después el resto se lo guarda para devolver la
manta o tari, al vacía y atada
día siguiente
de un modo especial. En
inesperado caso de
el

retractación, el envoltorio es devuelto tal como


fué recibido.
La ceremoniíi de la petición, conocida con
la palabra sartasifla^ es común entre los indios y
mestizos, con la diferencia de que estos últimos
no hacen uso de la coca. Generalmente suele
degenerar el acto, cuando avienen las partes, en
una orgía desenfrenada, en la que los concurren-
tes no se percatan de embriagarse por completo
ni de cometer acciones las más licenciosas.

Kn el nombramiento de padrinos cuidan


mucho de que estos sean de moralidad reconoci-
da, trabajadores y buenos esposos, porque supo-
nen que sus ahijados seguirán sus pasos. Los
padrinos^ dicen, son como la luz que alumbra y
guía a aquellos en el sendero de la vida y si esa
luz es mala, forzosamente andarán mal. Asegu-
ran que entre padrinos y ahijados hay una corre-
lación mental, que no debe olvidarse. Los últi-
mos imitan siempre a los primeros, o disculpan
sus faltas con los de estos.
Hasta hace poco tiempo, acostumbraban
los indios mandar a la casa del cura a las irdieci-
tas que debían contraer matrimonio próximamen-
te, con objeto de que se las instruyera en el rezo

con algunas prácticas religiosas, las cuales, cono


— 161 —
cidas concia denominación ^^ depositada sM]o^diK-.
aprender nociones de moralidad, eran corrompi-
das por el cura, que abusando de la candidez
y
sencillo espíritu de estas, las hacían víctimas
de
sus lúbricos instintos, cuando no las abrumaban
con fuertes trabajos, por lo que, en buena hora,
llegó a suprimirse tal práctica.

Verificado matrimonio, se distribuyen


el
entre lospadres de los novios, éstos y los
padrinos los días en que cada cual hará su
estival. Regularmente comienzan loa novios,
siendo este día el celebrado con mayor solemni-
d:id. A mediodía vienen todos los parientes
de aquellos, entre quienes, los tíos y cuñados
con el nombre común de laris, y los parientes
ae la mujer de tollkas (1), son los que se distin-
guen en traer consigo para obsequiar a los re-
cién desposados, una o dos cargas de algún pro-
ducto del país, o un cordero y aun un torito; ob-
sequios que en su caso están obligados a de-
volver a sus favorecedores. Después concu-
rren los aynis, comprendiéndose en esta pala-
bra a los obligados a corresponder a los con-
trayentes con algún objeto o dinero, lo que
en otra ocasión lo recibieron uno de ellos o

(1).— Con la denominar-ión de tollkas, se compreude


también a personas que se distinguen por sus obsequios
las
y
familiaridad con los xiO\\o% o alftreces Laris y tollkas son
.

las categorías de importancia que acttían en tedas las fiestas

indígrenas.

21
— 162 —
de ambos. Conducen los aynis, dinero con el
nombre de arcos, que varía entre diez, quince,
veinticinco y treinta pesos fuertes, acondiciona-
dos en alguna fruta o charola bien adornada.
Fuera de estos hay otros, que sin estar obliga-
dos traen sus arcos, con objeto de que les de-
vuelvan los novios en su oportunidad, cuando
tengan alguna fiesta, quienes se convierten, res-
pecto a estos, en aynis. La deuda contraída en
esta forma la consideran sagrada y es imposible
que dejen de satisfacerla.
La finalidad perseguida con este sistema
de entrega de especies y valores, sujetos a una
devolución tardía, es dar a los recién casados, un
corto capital, para que puedan subvenir a las
múltiples necesidades del hogar que establecen.
Los conductores traen sus especies al son de un
tambor y pitii, o flauta indígena, cuyos agudos
y alegres aires tienen por objeto principal llamar
la atención del público.

Los novios permanecen en el día sin apar-


tarse el uno del otro, ya sea que se encuentren
sentados, hagan atenciones o se levanten a reci-
bir los obsequios. Cuando uno de ellos sien-
te alguna necesidad corporal, participa a su con-
sorte; ambos acompañados de los padrinos salen
fuera y después de llenar su objeto, regresan
siempre juntos. La preocupación es que no de-
deben separarse ni un solo instante para que así
vivan en su nuevo estado y que la infidelidad no
— 163 —
turbe con sus ásperos y disolventes sinsabores la
paz y armonía del hogar (jue se forma bajo tan
felices auspicios.
La fiesta que se desarrolla durante el día
es bulliciosa y de excesiva embriag^uez, Los más
cuando llega la noche se encuentran en estado de
no poderse tener ya en pie. Kl momento en que
deben recogerse a dormir los novios, la madre del
esposo conduce a su xi\x^x2^ o yojjccha, hasta el
dintel de puerta del dormitorio,
la des-
de donde se hace cargo la madrina. Al novio lo
acompaiían hasta el mismo linde, el suegro, y lo
entrega al padrino, todos juntos, con un par de
velas encendidas en la mano, penetran a la
habi-
tación, dan una vuelta el lecho nupcial, apagan
las luces y mientras dura la oscuridad, dice ei
padrino, dirigiéndose a sus ahijados: Hijos míos,
así como se han apagado estas velas, ha tei-mi-
minado vuestra vida libre de solteros, ahora
otra luz, la luz sagrada del himeneo alumbra-
rá vuestra existencia futura, si vosotros la ali-
mentáis siempre con vuestro recíproco cariño,
con el trabajo y la mutua protección que os
prestéis^ ella nunca se oscurecerá y seréis
felices, sinoDios os compadezca.
En seguida prenden nuevamente las velas,
se despiden los padres y demás acompañantes,
quedando los padrinos solos con sus ahijados. El
padrino desviste al novio y lo acuesta; la madri-
na hace lo mismo con la novia, después, reco-
mendándoles que sean esposos ejemplares v ten-
— 164 —
g-an numerosa prole, se retiran cerrando la puer-
ta por fuera. Junto a ella, los concurrentes a la
boda hacen reventar cohetes v comienzan los
hombres a gritar que el nuevo vastago que naz-
ca sea varón, y las mujeres que sea del sexo fe-
menino.
La fiesta se realiza al día siguiente en la
casa de los padres y el tercer día en la de los pa-
drinos. Prácticas son estas de las que no pueden
prescindir, sin causar murmuraciones en la co-
marca.
Correspondiendo a los padrinos
de sus
afanes y gastos, los recién casados, cuando aque-
llos invisten alguna función pública, están obli-
gados a visitarlos a medio año. al son de tambor
y flauta, llevándoles algunos obsequios y hacién-
doles beber ese día. Llaman este cumplido c/¿i-
cancha.
Las vinculaciones que se forman con mo-
tivo de los padrinazgos y compadrazgos, son fuer-
tes en las clases populares, estando comúnmente
obligados los ahijados a seguir las opiniones po-
líticas de sus padrinos o compadres, o siquiera
a3^udarlos y servirlos cuantas veces estos se les
exijan.

Kn las discordias matrimoniales, son los


padrinos, los que intervienen i)ara zanjar las di-
ferencias que se suscitan y devolver la tranquili-
dad y armonía en el hogar de los ahijados, con
sus amonestaciones autorizadas; si apesar de los
— 165 —
consejos se desquicia el matrimonio, los padri-
nos se enojan con el culpable y no vuelven a di-
riííirle la palabra y se constituyen en protecto-

res de la inocente.

Desde el momento que la mujer del pueblo


o india se compromete a ser concubina o se ma-
trimonia con un hombre, cree que éste no sólo
dispone de su persona sino también de su exis-
tencia. La chola y la india son por lo regular
sobrias, laboriosas y económicas; se absorven en
los quehaceres déla casa y cuando el hombre des-
cuida el sostenimiento de la familia, ellas se ar-
bitran recursos y con su dilig^encia, evitan que
sus hijos perezcan de hambre; no se abaten en los
trances más difíciles; miden las dificultades y las
vencen mediante los esfuerzos de su poderosa vo-
luntad. Sabia y previsora se muestra la Provi-
dencia haber dado por compañera a un ser tan
al
defectuoso como el cholo, una criatura abnegada

y hacendosa como la chola, sin cuya cooperación


sería imposible la subsistencia de la familia en
esta clase.
Admirable es la resignación de la mujer
plebeya para soportar las privaciones, causadas
por la conducta disipada de su hombre, y las vio-
lencias y malos tratos que la prodiga, y cuanto
más vicioso 3" violento es, mayor apego manifies-
— 166 —
ta por él. La chola prefiere siempre al peor en-
tre los que se presentan a ser sus concubinarios;
está en su naturaleza decidirse por quien no me-
rece la pena de sacrificarse. Klla se compromete
gustosa, con elmal entretenido, con el petardista,
con el matón, y el soldado, por lo menos si pro-

duce en su ánimo la ilusión de la fuerza, del abu-


so y del mayor encanto masculino, antes que con
el hombre de bien; prefiere una vida desordena-

da a las ventajas de un hog^ar normal. Es par-


tidaria convencida déla unión libre, y cuando al-
guien le pregunta, por que no se casa, responde
riáueña: porque es mejor estar unida al hombre
que se quiere por su propia voluntad y no por
haberlo dispuesto el cura De cien cholas,
son casadas cuando más cuarenta, y de estas vi-
ven separadas de sus esposos la mitad. No dan
gran importancia al matrimonio ni las atrae. Kl
concubinato tiene entre las cholas mayor fuerza
de vinculación, porque les representa la poesía de
la vida, el triunfo del amor, causándoles por lo
mismo, más respeto que el contrato establecido
con arreglo a los ritos eclesiásticos o leyes civiles.
Los casados se separan fácilmente, porque pron-
to se hastían con la rigidez moral, con el monó-
tono cumplimiento de sus deberes y el prosaismo
de este estado, pero los amancebados con mucha
dificultad. Están convencidas de que sus
hombres tienen derecho de pegarlas, de darles
malos tratos y de que las puñadas y puntapiés,
— 167 —
hacen parte de las caricias del amor. Después
de una pelea, exclaman conformes: soy su chola:
tiene mi atnanto derecho de pegarme, porque
m,e quiere me pega y condensan esa conducta
y

brutal, en el conocido adagio: donde no hay


tnakacu, no hay munacu, es decir: donde no
hay palos, no hay amor. Lo raro en la chola y
en la india es que las palizas producen el efecto
de infundir en ellas un profundo cariño al espo-
so o al amante que las prodiga y hacerlas prefe-
rir cualquier sufrimiento antes que la separa-

ción.

Nacida la chola de la promiscuidad del


blanco con la india, en esos momentos libres en
que la fuerza de transformación étnica de la es-
pecie, hace olvidar toda distinción y miramien-
tos impuestos por la cultura y triunfar los ins-
tintos animales, se distingue en sus ideas por la
ausencia de concepciones morales, en sus senti-
mientos por el apasionamiento, en sus juicios por
la parcialidad y en rus caprichos por el ardimien-

to con que los hacen triunfar a todo trance.


Ha heredado de la india su fortaleza y del
blanco su audacia. Desempeña en la casa y fue-
ra de ella, cuantas ocupaciones se le ofrezcan,
sin arredrarse ante ninguna labor ardua, con tal
de aliviar sus necesidades o las de su prole y ga-
nar dinero. Klla es vivandera, mercachifle, te-
jedora, cocinera, lavandera, parece lle-
etc., etc.,
var sobre sus espaldas la carga de todo un pue-
— 168 —
blo, comodice un escritor chileno. Es por lo co-
mún de facciones toscas, aunque no faltan boni-
tas. Kstos tipos agraciados suelen resultar de
un feliz cruzamiento.

«Visten ordinariamente una falda roja,


azul, verde o café, superpuesta sobre otras mu-
chas que le hacen verse como si llevara bajo su
ropa una crinolina. Estas faldas son cortas, lle-
gan poco más abajo de la rodilla y dejan ver las
piernas bien torne. idas cubiertas por botas de ca-
ña mu}^ larga y pretenciosa. El pie es breve, gor-
do, de empeine eminente. Sobre la cabeza llevan
un minúsculo sombrero de pita, muy blanco y re-
vestido de cierta materia que lo hace brillante.
Dos trenzas descienden bajo de él, hasta las es-
j)aldas. Toda chola luce hermosos pendientes,
joyas antiguas y rudas, en las cuales, viejas per-
las albean con raros orientes. Sobre sus hom-
bros ostentan chales multicolores, los unos rojos,
o azules, los otros verdes o amarillos, los más de
simple dibujo escocés semejantea a los rebozos
,

de nuestras mujeres del pueblo


«En los días de fiesta su tocado es muy
primoroso. Para entonces los chales de seda
bordados de color celeste, lila o azul, las joyas
macizas, las botas de seda rosa, las enaguas con
encajes prolijos y costosos, y el jubón de fel-
pa Ella cree que el summum de la elegan-
cia es vestir faldas abultadas, de colores fuertes
y tan cortas que dejan ver la caña entera de las
— 169 —
botas caladas y aún un poco de la media rosada
o celeste». (1)

Kn su traje, que es una transición entre el

vestido de blanca y el de la india, descubre la


la
chola su gracia decorativa, su íimor a atavíos po-
lícromos, que hagan más atrayentes las exube-
rancias de sus carnes sensuales y llenas de vida.
Ks coqueta por inclinación natural y frágil por
temperamento; gusta agradar y ser cortejada,
y cuando alguna vez ama de veras es de pasiones
ardientes. Nada le importa atropellar con tal
de poseer y vivir con el bien amado de su cora-
zón. A sus hijos consagra los cariños más vehe-
mentes, y ninguna fatiga ahorra para criarlos y
darles educación, por que después no se avergüen-
cen de su origen.

Las cholas sobresalen, además, por su de-


cir sin trabas ni pelos en la lengua. Kn las ri-
ñas tienen particular gracia para insultar a su
contrincante en lenguaje pintoresco, recargado
de figuras retóricas e ingeniosas que mueven más
^ risaque a disgusto cuando se las escucha.
La mujer en la familia india, sin embar-
go de que trabaja a la par de su marido, ocupa
un lugar secundario, sin derecho para observar

(1). — Fárrafos tomados del artículo «La Chola> por Car-


los Varas, — [MoDt Calm].
22
— 170 —
los contratos, o loque hace éste. Supone que la
intervención de la mujer hace que cualquier ne-
gocio salga mal. En una hacienda, cuando mue-
re el propietario y queda el fundo a cargo de su
viuda, los colonos comienzan a desalentarse y to-
dos piensan, que se haráu bajo ese dominio afemi-
nados y cobardes. A la mujer no le conceden
capacidad para dar un buen consejo, ni realizar
con acierto ninguna cosa, y cuando notan que
merced a ella han salido bien en un asunto, se
desentienden y es imposible que el indio reconoz-
ca esa verdad. Más que companera, sirve a su
marido, como esclava; cultiva sus campos, mien-
tras él pasa la vida entregado a indolente ociosi-
dad o se alquila como jornalero; le prepara la
comida y cría a los hijos, Cuando viaja,ella es
quien va a pie. tras de su marido, caballero en el
asno. Al incesante trabajo con que abruma a su
mujer, se agrega el trato brutal que le da pegán-
dola cada vez y con mayor rigor cuando está bo-
rracho, en cuyo estado la empeña délos cabellos,la
golpea de la cara y cuerpo con mucha rudeza.
Esta falta de benevolencia, lejos de entibiar el
afecto de la mujer hacia su hombre, la hace en-
cariñarse más de él, como se ha dicho, porque su-
pone que los maltratos son manifestaciones
del profundo amor que le profesa. Kl que
no es celoso y no pega no tiene cariño, por su
mujer, dicen, y temen más la indiferencia, que
la consideran precursora del desapego y olvido que
las zurras cuando alguien la favorece el momento
— 171 —
que la está pegando su marido o concubiniario.
se molesta contra éste y generalmente le repro-
cha por su intervención.
El indio es implacable en sus celos y cas-
tiga duramente a su mujer cuando sospecha de
ella. «Tienen sobre este punto, supersticiones sin-
gulares», dice Haenke. «Cuando van de viaje,cu-
riosos de saber las ofensas que su mujer les hace,
dejan en un paraje extraviado un montoncito de
piedras, las que a la vuelta buscan con cuidado
en el sitio que marcaron, cuentan las piedras y,
si les faltan algunas, eso les indica otras tantas
culpasen la consorte. Otros ponen, en algún
agujero de pared o piedra un poco de coca mas-
cada o trapo liado con ella, y si cuando vuelven
hallan el trapillo fuera de sn agujero y desatado
es señal que les ha ofendido su mujer, y llueven
palos y golpes sobre la desdichada!. (1)
El indio es comúnmente monógamo, cuan_
do tiene una mujer distinta de la propia, aban-
dona a ésta o la mata, y vive con aquella. Los
archivos judiciales registran frecuentes casos en
este orden. Nunca cohabita con dos mujeres a
la vez, ni sus facultades económicas le alcanzan
para ello. Además, el indio que tal hace, es nia-

(1). — Descripción del Perú ^^üg. 101- .


— í^sta obra se
atribuye a Tadeo Haenke y bajo este concepto se la ha publi-
do en Lima. Groussac demuestra que no pertenece a Haen-
ke, sino a Felipe Bauza, uno de los oficiales que con Malas-
pina^ realizó el viaje al rededor del mundo.
.

—172 —
mirado y aún repudiado por los de su clase.
Kl padre o jefe de la casa ejerce la patria
potestad en una forma absoluta sobre los hijos,
sin que la mujer tenga derecho para contrariar
sus determinaciones. Los indios son tan apega-
dos a su prole, que sólo se desprenden de ella,
cuando no tienen con qué alimentarla, y mien-
tras pasen los momentos de crisis, para después
recogerla de cualquier modo. Kl hijo represen-
ta en la familia indígena un factor económico,
ayudando a sus padres, desde tierna edad, en las
faenas agrícolas y en apacentar el ganado, como
en otra parte se dijo. Las viudas y solteras con
hijos, se casan más pronto que las que no los tie^
nen. Las mujeres que no conciben, son profun-
damente despreciadas por los hombres. La este-
rilidad constituye una verdadera desgracia en la
india
Entre las preocupaciones dominantes en
los matrimonios indígenas, llama la atención la
que tienen los recién casados, de no querer pres-
tar dinero a intereses por más que lo tengan, bajo
el pretexto de que siendo reciente su unión, ape-

nas cuentan lo necesario para vivir. Mantienen


la idea de que, dando ese capital a otros, lo que
debían ganar los prestamistas en su nuevo esta-
de, se los lleva un extraño. Al principio debe
trabajarse, dicen, y sólo lo que se ha ganado de-
be darse a crédito.
Desgraciado del que quebranta este pre-
cepto: el marido se hará flojo y la fortuna se di-
— 173 —
sipará sin saberse cómo.
A un hombre le duele la muela sin estar
picada, cuando su esposa o concubina le es infiel-
El líquido proveniente de haberse hecho
hervir un casco de muía, o que contiene raspadu-
ras de este objeto, esteriliza a la mujer que lo
bebe.
La mujer que acostumbra sentarse en las
puertas hace mucho hablar mal de su persona.
No se debe prestar dinero, cobrar ni pa-
gar deudas de noche, porque la fortuna huye del
que lo hace.
Al hombre soltero que mantiene relacio-
nes ilícitas con mujer casada o viciversa, les sa-
le mal todo, porque se vuelven aciagos, o sea
hchenchas.
Iva mujer que se amanceba con un sacer-
dote se convierte, en la otra vida, en muía, y en
esta,cuando su alma se desprende del cuerpo,
toma siemore la forma de muía, y la de sus hijos
de candeleros, de los cuales el diablo se sirve pa-
ra darse luz en sus fechorías.
El que causa un grave daño, es empujado
por los espíritus vengadores, al encuentro del
castigo en un momento denominado hora de bu-
rro, en que su entendimiento se ciega y obra en
forma inexplicable para sí y para los que se iu-
reriorizan del hecho, h^i hora de burro persi-
gue a los malafes.
, —

Capítulo YII

A través de las fiestas

I. — Los alferazgos y sus excesos ¡pres-


tes y la práctica de cxcrar d cuerpo, —
II. — Particularidades del carnaval,
III. — La khespia — IV. — La chicha y
su fiesta en Cochabamba; educación de
la mujer cochabambina. La chicha, li-
cor nacional. — —
V. Lo que fué la fiesta
de la Cruz en Jjs Paz. Pliuma-cancha
y q\ sihiiny-sahxia, — VI. — Los altares
del Corpu?. — VII. — J^a víspera y el din
de San Juan Bautista. — \'1II.— Los
compadrazgos. — IX. — El taripacu, —
X. -Vanas supersticiones complementa-
rias y loque se entiende por arvjaña.
— 176 —

La persona que quiere conmemorar el día


del santo titular o patrono de la capilla o pueblo
de donde es domiciliario, o que con ese objeto e^
nombrado por su párroco, por haberle lleg^ado el
turno, se inviste del cargo el mismo día del santo»
o después que su antecesor ha finalizado con las
obligaciones que se impuso el ano anterior. Al
recién designado que toma, desde luego, el título
de alferez\Q corresponde celebrar la fiesta al año
entrante. El número de estos alféreces, varía
en razón de la ma3'ür o menor popularidad que
rodea al santo por sus milagros. Hay ocasiones,
cuando la efigie tiene prestigio de milagrosa, que
se reciben hasta quince personas, otras, no pasan
de uno, y éste se compromete, sólo porque la cos-

tumbre no desaparezca del lugar.


Kl nombrado, apenas lo aclaman el párro-
co y los asistentes, se dirige a su casa, conducien-
do el guión de la iglesia, acompañado de su fa-
milia, compadres y amigos, y allí es felicitado y
motivo de ceremoniosas atenciones, pasadas las
cuales se disuelve el grupo. Desde entonces aquél
no tiene otra preocupación que pasar bien su fies-
ta: trabaja noche y día, acopia víveres, hace sus
YÍajes, se fatiga y suda incesante, todo por tener
dinero y por que llegada sa fiesta, se realice ella
con pompa inusitada, de tal suerte, que digan en
— 177 —
elpueblo que fué la más solemne y la mejor de
cuantas se sucedieron en la comarca.
Próximo el esperado día, el alférez visita
al cura, tra\'éadole regalos y sus derechos que
suelen ser de diez a cuarenta bolivianos, que se
los paga en el acto. La víspera obsequia ceras
altemplo'y alguna especie al santo, loque llama
obra. Estos objetos son conducidos con gran
ostentación, por individuos que se ponen en fila,
llevando cada acompañante, colgada de la mano
Una cera adornada o en el re.gazo inores. E^l pá-
rroco los recibe en el templo, mostrándose muy
ceremonioso y presumido; arreglan en seguida el
altar del santo y visten a este con sus mejores
ropas,. Más tarde hace el clérigo las vísperas
y después, en el atrio del templo o en la casa del
alfarez, comienzan a beber licores, aunque sm ex-
cederse mucho.
Al siguiente día, desde la maíiana, empie-
zan a servirse tazas de bebidas calientes mezcladas
con abundante aguardiente, de tal manera que
cuando llega el momento de asistir a lamisa
el alférez se halla achispado, pero no al extemo de
no poder asistirá esa ceremonia religio.^a,lo cual
a suceder, habría causado gran escándalo en el
pueblo. Asiste a la misa vestido de su mejor
traje, y seguido de su comitiva. YA cura lo co-
loca en lugar preferente y le presta durante su
^stádía en el templo las deferencias prescritas
por el ritual. Si hay procesión lleva el guión v
— 178 —
terminadas las solemnidades de iglesia, vuelve a
su casa en medio de acompañantes, entre quienes
nunca faltan el cura, el corregidor y de-
más funcionarios de la localidad.
Constituidos en la morada del alférez^ se
reanuda la borrachera interrumpida. Las copas
de bebidas alcohólicas son vaciadas a menudoj
elbrevaje o ponche desprendiendo acre vapor d^
aguardiente, va siendo renovado en las tazas con
frecuencia Los aynis, se presentan a medida
que pasan las horas, con arcos y obsequios de
víveres. Con mayores o menores presentes, con-
curren también los tíos o /aris y los tollkas o
parientes y compadres y los que hacen su cumpli-
do por primera vez, Al atardecer, el alférez con
su cortejo de borrachos, sale en pandilla, a reco-
rrer la plaza y mostrarse al público, haciendo
rueda en las esquinas y constante rebullicio en
todas partes. De regreso a la casa y durante las
primeras horas de la noche se entregan losconcu-
rrentes a un furioso baile y a beber, en cada des-
canso o intermedio, tazas de bebida caliente, va-
sos de chicha, alcoholizándose al extremo de
que, cuando llega la hora de dormir, todos, hom-
bres y mujeres, se encuentran completamente
embriagados, no faltando quienes se hallan ron-
cando en sus mismos asientos.
Apagadas las luces,, comienzan, los que
holgar aún pueden, por apoderarse y poseerá las
primeras mujeres que se les vienen a las manos y
que las encuentran tan acaloradas y dispuestas
— 179 —
como ellos lo están. Ksto, que se conoce con la
gráfica palabra de gateo, consideran las clases po-
pulares tan natural que nadie extraña ni se da
por ofendido de ello. Ninguna idea de profana-
ción al santo, cuyo día se solemniza, cruza por la
mente de los actores y contiene su ejecución en
esas bacanales litúrgicas. La fuerza de la cos-
tumbre, sostenida por una devoción sensual y de-
senfrenada, hace que esos actos sean de uso co-
rriente y tengan el carácter de sabroso comple-
mento a la fiesta religiosa, Al otro día, todos
despiertan en sus propias camas, como si nada
hubiera ocurrido durante la noche; repiten la di-
versión con más entusiasmo y mayores apetitos
alcohólicos que el día anterior; y así siguen días
consecutivos, hasta agotar provisiones, resisten-
cia, salud y no poder ya más.
Enimportante y extensa provincia de
la

Chayanta, como en toda población de aborígenes,


cada indio que valer quiere, está obligado a pa-
sar la fiesta llamada de tabla, porque entre los
naturales, quien no se encarga de esa celebra-
ción, siquierapor una vez, en el curso de su exis-
tencia, es despreciado por los demás y mirado
como ser inferior a sus congéneres. Los curas
han conseguido inculcar esta idea en el cerebro
indígena con sus constantes prédicas y amigables
exhortaciones. <<Perro es y no gente, repiten con
frecuencia y en cualquier circunstancia o acto
público, quien no festeja al patrono de supue.
hlo^^. Losqnehan llenado tan onerosa función
— 180 —
les apoyan, por egoísmo y deseo de no ser los
únicos arruinados por la fiesta.
Finalizados los preparativos, como se tie-
ne dicho, visitan al cura la víspera, llevando!^
sus derechos que son quince bolivianos, además
obsequios de papas, pan, cebollas, trigo pelado y
Cordero desollado. El cura les da la propina o
ttinka, consistente en una botella de alcohol y en-
trega al alférez el guión de la iglesia. Los in-
dios se retiran borrachos de la casa cural, ha-
ciendo algazara y gritando por la plaza y calles,
eer,cer con lo que dan a entender que se refieren
al cerro de Potosí. Este cerro lo tienen como a
su Achachila, aunque terrible para ellos y gene-
roso para los blancos. Los recuerdos del jíerío-
do colonial, no se han borrado de la memoria de
los indios.
Después de haberse llevado a cabo la pro-
cesión acostumbrada del santo, el cura presta su
caballo al alférez, el que montado sobre él recorre
por dos veces la plaza, vestido de general o coro-
nel, con el guión en la mano y entre los relinchos

y aclamaciones délos curiosos,


música de los bai-
larines y el toque de campanas. Es necesario
que caiga de su cabalgadura una o dos veces,
para que con los golpes que recibe enardezca más
y más entusiasmo de la concurrencia, que, pa-
el

ra mejor hacerlo, comisiona a uno de los suyos


para que espante al rocín sacerdotal, con un y,Q-
Ijo vivo que le entrega. De trecho en trecho^
cuando el gíuete no cae, desmonta de su cabalga.
— 181 —
dura y con los acompaíiantes se ponen a beber
aguardiente y a bailar al rededor del guión. Ter-
minado el paseo ecuestre, se retira borracho y
magullado a su estancia, acompañado de sus co-
frades. Las mujeres se encuentran obligadas a
conducirlo cargado sobre sus espaldas, desde la
salida del pueblo hasta su casa, alternándose las
cargadoras, momento a momento y a medida que
se cansan. Es el único gaje que goza el alférez,
en pago de las muchas molestias y gastos que le
han proporcionado.
Se denomina preste 2\ individuo que ha
manifestado su voluntad para celebrar el aniver-
sario de alguna fiesta religiosa. Para el efecto
el interesado, que comúnmente es una mujer obre-

ra o chola, comienza por enviar uno o dos meses


antes de la fiesta, tarjetas de recuerdo a las per-
sonas que se han comprometido a prestarle su ayu-
da o cooperación pecuniarias, según la lista for-
mada en su oportunidad. Entre estas, las hav
de diversas condiciones; las llamadas de foco^
son las que se han encargado de costear cierto
número de focos de luz eléctrica, lámparas o ce-
ras, quienes al recibo de la tarjeta, envían la can-
tidad respectiva de dinero; otras que han anun-
ciado que pagarán la banda de música, ya sea pa-
ra la víspera o misa, también mandan su cuo-
las que deben abonar las vísperas, igualmente
ta remiten la suya, la del sermón, el precio
que ha de costar, y así cada cual cumple su ofer-
ta. Las que mayores sumas erogan entre estas
— 182 —
colaboradoras, son las que se han obligado a can-
celar a] párroco la novena, trecena o quincena
que hará rezar a los fieles, ya sea en la mañana o
en la noche, por lo que son siempre dos las que
se encargan. Kstas convienen directamente con
el clérigo y avisan a la preste para que asista al
acto. En la mañana y durante la misa, se entre-
ga a la preste una cera ardiendo, lo que la llena
de satisfacción y orgullo, porque todas las mira-
das se dirigen a ella y para ella son todas las
atenciones.
A encargadas de esta parte del festi-
las
val, así como a la que aspira a recibirse de pres-
te^ lo ha manifestado, les envían de visita la efi-
gie de un Niño Jesús, en bulto, muy ataviado,
con sombrerito y calzados relucientes de plata,
traje de raso, adornado con bordado y alamares
de oro, bastoncito de este metal, quien permane-
ce en cada una de ellas dos o tres días, pasados
los cuales es recogido con igual solemnidad con
que se le trajo, habiendo quedado, con su presen-
cia,cerrado el compromiso, con el sello de una
imposible retractación.
Kl día antes de la fiesta se reparten invi-
taciones para que concurran tanto a las vísperas
como a la misa solemne que ha de celebrarse en
la mañana siguiente, acompañándolas, para de
terminadas mujeres, consideradas meritorias y
de respeto, bracerillos de plata, vulgarmente ca-
lificados de sahumerios, con la mira de que los
traisran con carbones encendidos v alimentados
-183 —

con materias aromáticas, a fin de que el humo


que hagan, perfume a la santa imagen, en su tra-
yecto, de la casa al templo y en su regreso.
La víspera en la noche, acomódase \¡x pres-
te con su comitiva en el atrio del templo y allí

les hace beber ponches y tazas de té con


abun-
dante alcohol mientras la música entona aires na
Clónales, truenan a menudo los cohetes y esta-
llan fuegos artificiales.
A misa concurre aquélla bien trajeada
la

V adornada de joyas de oro. ocupando


en el tem-
plo el lugar de preferencia. Terminada la cere-
monia, se presenta al público llevando en las ma-
nos al Niño Jesús y sigue su camino a la cabeza
de su comitiva en medio del humo aromático,
que desprenden los bracerillos.
'í^íi preste apenas llega a la casa, es objeto

de calurosas felicitaciones y enhorabuenas de


costumbre. A continuación se destapan bote-
llas y comienza el servicio no interrumpido de
copas de licores alcoholices. A las dos déla tarde.
achispados y alegres,pasan a ocupar su asiento, jun
to ala larga mesa enmantelada limpiamente y cu-
bierta de carnes friambradas, panes, tortas, pas-
teles, biscochuelos, galletas, pastillas de choco-
late, confites y abundantes botellas de vino, ])is-
co, cerveza, y toman las once o lunch, como se es-
tan copiosa almentación. Al final
tila calificar
del agazajo, nombran, por votación, a la persona
que debe celebrar la fiesta al año entrante, e in-
imediatamente le colocan delante al Niño Jesús
—184—
la aclaman y echan con mixtura y le ponen una
banda tricolor. En caso de excusa o resistencia
para aceptar el nombramiento se busca otra perso
na. Y, cuando nadie quiere aceptar, suelen traer
una gran torta cortada en tajadas, habiendo in_
troducido ocultamente en una de ellas el bastón
del Niño y las distribuyen a los asistentes. Quien
descubre en su rebanada el bastón, es elegida, ya
no, seg^ún ellos, por acto humano, sino por el mis-
mo Dios, lo que la hace aceptar el nombramiento
sin titubeos, con cierta docilidad, que pone en
claro, que el mandato concuerda cou su voluntad
y gusto. A raiz del hecho y sin dar tregua al
entusiasmo y nerviosa agitación que despertara
él, se forma la lista de las personas que se prestan

a ayudar a la nueva preste con alguno de los gas.


tos o funciones ya enunciadas, lista que se la en-
tregan después de revisada y cuidadosamente en-
mendada .

Satisfechos los ánimos con la designación


de la sucesora, y los estómagos con abundantes
alimentos, regocijada la sangre en las venas con
las bebidas, abandonan los asistentes la mesa y
principia el ruidoso baile, el cual sólo se inte-
rrumpe para volver a ocupar de nuevo la mesa a
la hora del yantar y ahitos de comidas y licores,
regresan después a la sala del baile a continuar
con la danza y el bureo hasta horas avanzadas de
la noche.
Al día siguiente se presentan nuevamente
os invitados del día anterior, ansiosos de comen-
— 185 —
tar los incidentes que hubiesen sucedido en la
noche y de repetir el jol(^orio a j^retexto de cu-
rar el cuerpo. Ksta frase inventada y religio
sámente practicada por los alcohólicos.se ha con-
vertido en la memoria popular en artículo de fe,
(}ue sirve de disculpa a los que se embriagan
días consecutivos, «.La ^nordedura del jperro se
cura con la lana del tnisino animal», dicen es-
tos y continúan desgastando sus fuerzas y sus
organismos cou tantas libaciones y placeres.
La noche del segundo o tercer día, acom-
pañan a su casa a la nueva preste, llevando siem-
pre al Niño Jesús, que es el encargado de presi-
dir, en todos estos correteos báquicos, donde se
reproduce el consumo de licores. De esta mane-
ra, en una y otra parte, siguen las gentes del
pueblo derrochando su salud y dinero, hasta en-
fermarse de veras, y sólo entonces ee |)one punto
final al pasado regocijo.
De prestes pasan también los indios, con
la diferencia de que los gastos son menores a los

realizados por el cholo, o a los que realizan en


los alferazgos. La principal fiesta que deman-
da enormes gastos, es la de la Virgen de Copaca-
bana, y, a quien desempeña la función de preste
en aquella, se le tiene en mucha cueutrt.
Kl interés de ser recompensado en alguna
forma por la imagen religiosa festejada y la de

darse importancia, influyen grandemente en los


cholos, más que la devoción o algún ideal místico»
el que ocupa lugar muy secundario en su ánimo
— 186 —
y miras, para que no se arredren en aceptar y
desempeñar tan honrosos carg'os, así como im-
pulsan al indio para deseo de divertirse,
ello, el

embriagarse a sus anchas, y el de satisfacer su


pedantesca vanidad. Soy gente, pregona y repi-
te en toda ocasión, el indio que fué alférez o pres-
te, y desde que pasa su fiesta, anda orgulloso
y
orondo.

II

Ninguna fiesta ha llegado a adaptarse tan-


to al carácter de la raza, hasta tomar un aspec-
to indígena en sus manifestaciones, como el car-
naval. Ivas clases populares, sin exclusión de
sexos y edades, la esperan con ansias, se ejercí
tan con anticipación en las danzas; acopian de
antemano provisiones de boca y licores para ce-
lebrarla con el mayor entusiasmo posible.

Llegado el domingo de Carnaval, el deseo


de gozar se apodera de todos los corazones; una
corriente de alegría comienza a hormiguearen los
espíritus, aumentando de intensidad, y a medida
que avanzan las horas, que se consumen bebidas
y se propaga el entusiasmo y la zambra.
Bn la mayor parte de ciudades y pue-
las
blos, se usa harina de maíz o trigo acondicionada
en pequeños cartuchos para arrojarse y empol-
varse unos a otros, el rostro, la cabeza y todo el
— 187 —
cuerpo. Los indios echan con flores y confites,
vse

con la denominación de chayahua, y se golpean


las espaldas con el fruto del membrillo o la luc-
ma, embutidos en unos aparatos colgantes, teji-
dos de hilos de lana de colores diversos y pinto-
rescos, llamados htiichi-huichi.
£)1 domingo, trajeados con sus mejores

vestidos entran a bailar sus hliachuas a la plaza


del pueblo, seguidos de sus mujeres y después de
haberse regocijado bastante, se retiran a sus es-
tancias a continuar la diversión los siguientes
días del carnaval, quedando en el pueblo, alguna

que otra pandilla de indios moradores de las


proximidades, que penetran a bailar a la plaza,
de tarde en tarde.
Kn la ciudad de Oruro se singulariza la en~
trada de carnaval, ingresando a la población e^
domingo, cada tropa de bailarines, acompañada
de un cargamento de camas, y petacas, asegura-
das en muías, cubiertas las cargas de vajilla de
plata y enseres nuevos de cocina, y colocado en la
cima, un niño, perro y mono. Los organizado-
res o jefes de cada comparsa, comprometidos a
fomentar la borrachera, vienen en traje de cami-
no detrás de las cargas, caballeros sobre bestias
bien enjaezadas y en monturas chapeadas con
plata, espuelas del mismo metal, cual si vinieran
de larga distancia, acompañados de sus mujeres
que también visten de viaje. Se dirigen ala pla-
za, seguidos de comparsas de pintorescos baila-
rines; de aquí continúan al templo, donde el sa-
— 188 —
cerdote que los espera, recibe algunas ofrendas
y les da su bendición. Cumplida esta ceremonia
en laque se mezclan íntimamente, lo pagano i:on
o religioso, se retiran a sus casas a entregarse a
la diversión más desenfrenada.
Con todo eso, quieren significar, que du-
rante el año se han fatigado.han trabajado mucho

para adquirir aquellos objetos, y que ahora lle-


gan cansados para gozar del fruto de sus esfuer-
zos; que son portadores de la alegría: viajeros
que hacen su parada en la vida para divertirse
y, después de agotados sus dineros, volver a la du-
ra labor del trabajo coutidiano.

El domingo de tentación, acostumbraban


salir el día al campo las familias que desea-
en
ban rematar la fiesta, y regresaban en la noche
formando pandillas de bailarines, al son de ban-
das de música, cada mujer cubierta con alguna
prenda de vestir del varón, de cuyo bracero venía
agarrada, y este con las enaguas de su pareja,
puestas al cuello, llevando su sombrero en la ca-
beza. Ambos entraban entonando alegres can-
tares que finalizaban con el estribillo: apesar de
— —
todo hoy y mañana \viva la nación bolivia-
na\
La mujer casada sólo podía entregar suS
enaguas y sombrero a su esposo y la soltera a
quien tenía compromisos de amor con ella o era
su amante, no eran arbitrarias y sin sentido prác-
ticas semejantes.
— 189 —
Alg-unas veces, durante el día, no faltaba
alguien en el campo que, para amenizar la fiesta
hacía de cura y comenzaba a casar a las solteras
con los solteros, a las viudas con loH viudos, en
medio de estrepitosos aplausos, risas y alusio-
nes picantes. Los novios carnavalescos, apenas
recibían la zurda bendición del falso clérigo, se
hacían deferencias, terminando algunos por cor-
tejar deveras a su supuesta esposa y tratarla con
más soltura y confianza. Estos matrimonios en
broma, solían convertirse en verdaderos o ser co
mienzos de concubinatos.
En los pueblos de provincia, los funciona

ríos indios acostumbran visitar a sus autorida-
des el martes de carnaval, llevándoles muchos ob-
vsequios y en seguida vestir al sub- prefecto y a su
esposa, si la tuviera, o alguna otramujer que le
den por pareja, o al corregidor y a su compañe-
ra, con trajes indígenas y sacarlos a la plaza a
bailar con ellos, en correspondencia a las aten-
ciones y servicios que le han prestado durante el
año.
Kn muchospueblos se llevan a cabo carre-
ras de caballos el miércoles de ceniza, en las que
arrancan sortijas y conclyen la diversión colo-
cando un gallo vivo en reemplazo de la sortija, el
que es disputado por los más diestros ginetes,
colmándose de aplausos al que a toda carrera de su
caballería se lleva consigo el bípedo, y después
finalizan el día guerreándose entusiastas con pe-
ras y duraznos.
— 190 —
Kn generalidad de los pueblos se despi-
la
de el carnaval la tarde del domingo de tentación,
haciendo que un grupo de personas disfrazadas
de viejos, encorbados y con inmensas jibas con-
duzcan guitarras e instrumentos músicos destem
piados, botellas vacías y vasijas rotas y &e diri-
gen a las afueras de la población, en medio de un
bullicio ensordecedor, gritos, vociferaciones de
muchachos y personas alegres, o que exte-
riorizan su contento a voces y allí, en el sitio de

costumbre, descargen los objetos, templen las


guitarras y acompañándolas con los otros instru-
mentos, hagan oir aires nacionales, y dancen con-
tentos, interrumpiéndose sólo cuando tienen que
servirse copasde algún licor embriagador, lo que
se repite a menudo. Momentos después resuenan
carcajadas frenéticas, crece el clamoreo, los
bailes se suceden unos a otros y en el auge de la
fiesta asalta a alguno la idea de que este carnaval
sera tal vez el último que pase, porque presciente
su muerte. La idea se propaga. Los ánimos se por
nen sombríos porque todos se ponen en el mismo
trance. la risa se paraliza en los labios de muchos;
se acuerdan de sus sufrimientos; pugnan por salir
las lágrimas de los ojos y terminas algunos por
llorar.
En mayores diversiones del indio, del
las
cholo y del mestizo, apenas se marean, nunca fal-
tan los ayes de pesar, arrancados por el recuer-
do de su vida miserable o de sus desgracias. Kn
Su naturaleza está ese algo tierno, triste, inten-
— 191 —
sámente agriado y lastimado por los hombres y
las cosas, que de súbito rompe con el olvido y se
abre camino y nublando sus horas de regocijo es-
talla en sollozos. El Momo indígena es llorón.
La mueca del dolor, condensación de honda amar'
gura de siglos de sufrimiento, no ^desaparece por
completo de su rostro risueño por grande que
sea su alegría,

III

La noche del viernes santo, es costumbre


hurtar alguna especie o llevarse a la joven con
quien se tiene compromisos de amor. Kste acto
llamado khuespicha, que quiere decir despojo o
liberación, es una práctica que los indios la han
tenido desde una época inmemcrial, y que la han
seguido ejecutando después de la conquista es-
pañola, con la circunstancia de haber buscado
para efectuarla la noche del viernes santo, en
que suponen muerto a Cristo. Ksta combinación
de la fiesta pagana del indio con la celebrada por
la iglesia a la muerte del Salvador, ha debido ser
obra de algún indio hábil que supo encubrir sus
verdaderos alcances con preocupaciones cristia-
nas.
Kl indio cuando algo j)ierde en aquella no-
che, ni se molesta ni lo busca, se conforma con lo
sucedido: rne han hhespiado, repite y culpa a
— 192 —
su falta de pericia y cuidado el haber sido vícti -

nía de otro más listo que él.

Esa noche, sabe ya que deben sustraerle y


de antemano se halla en vela, no desprendiendo

la vistade sus cosas ni de sus hijas, si las tiene


crecidas. Ks una lucha entre el propietario y pa-
dre con el que intenta arrebatarle furtivamente
alo-o.
fe
E)n esta contienda, vence el más avisado v
astuto y pierden los tontos Al siguiente día,
cuando nada le ha sucedido, el indio se alegra y
cree haber triunfado de las asechanzas de quienes
trataron de hacerle daño entre broma y broma
y se ríe del hhespiador que marró el golpe.

IV

IjU chicha es el niaiz divinizado, dicen


hiperbólicamente los partidarios de este Soma
índígena.y a ella le atribuyen el don de atraer la
dicha, dar plenitud y vigor a la vida, ahuyentan-
do los pesares. La chicha constituye una am-
brosía apetecida y de uso habitual para las cla-
ses populares. La ofrecen a sus dioses, hacen par-
te de su culto, escancian en sus fiestas y sin ella
no comprenden cómo se pueda existir en la tierra.
Kste licor proviene en la harina de maíz
maztizada o amazada y secada al sol, que con el
nombre de Mukcu, es elaborada en fábricas es-
— 193 —
peciales denominadas Chacas que a (1), en las
fuerza de conocimiento ^e hace el arrope, que es
diluido en depósitos apiO[)icjdoy que contienen de
antemano agua tibia ven los que se deja bien ta-
pados para su fermentación.
Alguna vez cuaruiu se desea que la chicha
tenga bastante fuerza alcohólica y sea a.gradable
al paladar, se la cierra en cántaros, introducien-

(1).— La chakha es unacor-ioa que tiene un techo pi-


raiiii;lal forniaJo de barro. Ei piso de su interior es húmedo,
eu el centro hay un perolo /"o/ví/c, coiüo lo üanian los fabri-
cantes que antes era de cobre y que ahora es de fierro por
imposición de las municipalidades. Eu los extremos^ cercti.

de la pared se ven des o tres cántaros u ollas de barro en Iob

que se disuelve el mukcu y después se le somete n


caldo del
cocimiento^ hasta que obtenga cierta temperatura. La parte
espesa de esta sustancia se precipita^ es decir, en el perol ee
trabaja la extracción de la parte azucarada que tiene el nuik-
cu o mejor dicho, el maíz. y esa solución cuando ya ha tomado
pu/ito, como se dice vulgarmente, se disuelve en el caldo, pa.
ra que una vez producida la fermentación en los depósitos o

tiua.j se obtenga la chicha,

Lns munioipnlidí.des j>or rfn prurrito qjc distingue al

mestizo de sacudirse de todo lo nacional, para dar preferen-


cia a lo exótico, han gravado estas chakhas^ que no deben va-
ler con todos sus utensiMos^ más de trescientos boliviano^
con impuesto gradual de cien, ciento cincuenta y doscientoe
el
bolivianos al año, cuando lo que ganan no alcanza muchas
veces a esa suma, porque loque cobran por la fabricado d^
cada fanega de mukcu, que se llama viaje^ es cinco, seis-,

hasta ocho bolivianos. El objeto que se persigue es ir, poc


a poco, extinguiendo hi elaboración de la chicha y reempla-
zarla con alcohol v otras bebidas destiladas.
— 194 —
do adentro gallinas \^ polonias peladas, cabezas
de corderos y de vaca desolladas,}' después de ta-
parlos bien, se entierran los cántaros en el sue-
lo, donde con fermentación llegan a deshacer-
la
se todas esas especies y la chicha a ser tan fuer-
te que un vaso de ella embriaga. Tal bebida es-
pecial se la distingue con el nombre de Hila.
Si en estado de fermentación la chicha se
enturbia y no puede clarificarse, o como dicen laS
del oficio, rebota la borra a la superficie, es
señal de que morirá la dueño o alguien de su fa-
milia.
Cuando el licor se halla en sazón, para con-
sumirlo pretextan los dueños que harán celebrar
una misa de salud, o a la Virgen o algún santo
de su devoción, bajo cuyos auspicios piensan dar
comií^nzo al consumo. Ks imposible que levan-
ten las tapas délos cántaros sin ejecutar antes
alguna otra ceremonia religiosa, a falta de misa,
ni se sirvan las primeras copas sin ponerles una
cruz y exclamar: que se Comience en huenahora....
El día de la misa se agregan los que ela-
boraron la chicha al cortejo de los invitados y en
séquito concurren al templo. La dueña del áureo
líquido, suele ser una chola robusta de anchas ca'
deras, pechos abultados y rostro simpático, la
que se pone a la cabeza de los suyos y risueña los
conduce a la iglesia, alguna vez seguida de una
pequeña banda de músicos, que tocan alegres
aires nacionales y de una partida de muchachos
que hacen reventar cohetes, Presiden la co-
— 195 —
mitiva dos cholas jóvenes, elegante 3' pintoresca-
mente trajeadas, que llevan en las manos, acon-
dicionada en panos limpios, bien almidonados y
planchados el busto o cuadro de la Virgen o san-
to, bajo cuyo patrocinio consumirán la chicha.

Al llegara la puerta del templo se arrodi-


llan, aparentando un fervor religioso que está
muy lejos de sentir sus corazones turbados por
las alegrías que le esperan; recitan ligeramente
una breve oración y persignándose varias veces
franquean el umbral del santo recinto. Las con-
ductoras de colocan sobre el altar v
la efigie, la

haciendo varias genuflexiones se retiran. Em-


pieza la misa, acompañada con la música traida
o con la del órgano del templo, infundiendo en los
asistentes cierto pesar que se manifiesta en sus
rostros contritos y melancólicos. A la conclusión
de la misa, el sacerdote se desprende del altar,
pone el manípulo sobre la cabeza de los que le han
hecho celebrar y después de expresar algunas
breves palabras les da su bendición.
Regresa el séquito a la casa de la patrona
de la fiesta,con el mismo bullicio de muchachos
cohetes y música. La propietaria saca un vaso
de chicha de la primera tinaja que se abre, y se
la presenta arrodillándose a la Virgen o santo,
cuya protección invoca, y que tiene sn altar im-
provisado con ramos de flores, cintas de diverses
colores y velas encendidas, después de humedecer
los labios de la imagen con gotas del líquido, in-
— 196 —
invita a los concurrentes a btberlo ya sin temor
ninguno, porque los requisitos que la preocupa-
ción popular le exigía han sido cumjjlidos reli-
giosamente.
Desde ese momento se enarbola en la
puerta el pendón, consistente en unabanderita de
color o un muñeco colgado, que sirve de anuncio
para la venta de la chicha. Circulan his vasos
llenos del rubio licor; se compran unos, e invitan
otros; mientras la música sigue tocar.do sus ai-
res.
A cierta hora la dueña convida a los asis-
tes varios platos de picantes, que comunmente
son de Culjs, gallinas, o osados con bastante ají
molido. Esto no lo hace con el objeto de que les
sirva principalmente de alimento, sino que les in-
cite a beber más chicha. El ají es considerado
como poderoso excitante.
Todo el que pasa por la puerta es llamado
a participar de la fiesta. Se encuentran al ser-
vicio del establecimiento, por lo común, algunas
jóvenes majas, encargadas de atraer varones, en-
labiarlos, dándoles esperanzas de que cederán a
sus insinuaciones y galanteos, a fin de que estos
paguen los gastos del consumo de la chicha, para
corresponderías.
La chola cochabambina nace, por lo regu-
lar, en la chichería, crece, desarrolla y vive para
la chichería; sus horas plácidas o tristes se de-
senvuelven allí y allí, después de una existencia

borrascosa entrega su último aliento. «Ella es


— 197 —
lanzada al mundo en condiciones de completa in-
defensión e imprejíaración j)ara la lucha de la vi-
da», dice un escritor nacional y continua: «No
exige ning-iina escuela profesional. Ninj^ún ro^
útil es abierto por la acción fi^cal o municipal
para hacer actuar las aptitudes de las mujeres de
'as clasestrabajadoras sobre un plano de inde-
pendencia, de producción y de dignidad. Las es-
cuelas reciben a las muchachas en su infancia, las
enseñan a leer, a rezar, a cantar y a vestirse de
encajes y llevar flores para el día de exámenes,
En seguida las echan a la calle. Después de ese
florido paréntesis de la escuela, la muchacha del
hogar obrero, entra de lleno en laa rudezas de b''
vida ordinaria. Aprende a soportar las paliza^
del padre, toda vez que egte se emborracha.
Cuando ella misma no hace chicha y sirve de
atracción a los parroquianos que al atardecer se
se recogen en las tabernas, va a buscar chicha en
el barrio para que su madre y su padre se em-
briaguen. Lo vida es penosa, agria .. Solamen-
te las borracheras y el fandango
sirven para
amenizarla. Llegan de fiesta, los carna-
los días
vales, los días de los santos. Detrás de las caras
escuálidas de todos los santos del calendario, la
gente adora a Baco, rollizo e inyectado. Baco
es dios absoluto y esencial. El Baco nacional di-
fiere mucho de sonriente Dionisio griego, fres"
^o como un efebo, coronado de yedra y con los
ojos verdes, brillantes de vida y seducción. Nues-
tro Baco no ha nacido como el dios griego del
—198 —
racimo de uvas, entre las alegrías de la vendimia
y del aire libre. Surge de la taberna, a puerta
cerrada, bajo el aire infecto y denso, entre los
picantes/ fermentos de la chicha. De este mo-
do, el Baco cochabambiuo, es sucio e hirsuto.
Su caballera es grasienta y su nariz colorada y
velluda, Y así, en vez de las aladas ménades y
bacantes, que rodeaban a Dionisio, nuestro culto
a Baco, que es el culto nacional por excelencia,
pide el sacrificio de la inocencia, de la limpieza,
de la juventud, de la hacendosidad y de todas las
virtudes femeninas» (1).
Pero ah! ese culto al dios nacional, ha de
ser dificil de arrancar por completo de las cos-
tumbres del cholo y del indio. El uso y abuso de
la chicha está arraigado fuertemente en los
hábitos populares. El procedente de la raza
khechua, sobre todo, desespera i)or esa bebida, y
en Cochabamba, rara será la persona que pase
el día sin consumir siquiera un vaso de tan pre-

ciado líquido. Cuando mucho ee les censura, lo

hacen ocultamente
Los moralistas, desde aquel célebre Go-
bernador Viedma, que apellidaba a la chicha
asqueroso hrevaje, no cesan de reprobar su
consumo; sin embargo, a despecho de sus apasio-
nadas críticas, sigue aumentando su fabricación

(1) «La Patria» Oruro, 31 de julio de 1919,


No. 121.
— 199 —
y expendio de día en día. ¿A cjiíé Be debe esto?
¿Será que en la naturalcí^a humana existe un^
propensión invencible a buscar el agregado del
licor, para enervar las penas o acrecentar las
alegrías? Pueda ser que así sea; pero, ele lo
que no cabe duda es que cada nación, cuando tie-
ne costumbres definidas, posee su licor propio: el
alemán la cerveza, el francés el vino 3^ el inglés
el wllisk3^ La chicha es el licor nacional de Bo-
livia, el único llamado a contrarrestar el Cí:)nsu-
mo del alcohol y dem.ás una
licores destilados,
vez que la elaboración, internación y expendio
de estos se encuentra permitido, y de impedir por
lo mismo, que el país se sumerja en un mar de al
cohol, como teme el citado periodista.

La fiesta de la Invención de la Santa Cruz


fué en tieuipos pasados una de las más ruidosa-
mente celebradas. Duraba tres días, siendo la
noche del tresde mayo grande el entusiasmo y ma-
yor el desenfreno de la muchedumbre. En la ciu-
dad de La Paz, se desenvolvía ella en la región de-
nominada antiguamente Cvsisíñapata,a.\íuYci para
alegrarse, y después en Caja del Agua, con cuya
denominación se conoce hoy, a donde afluían en
las noches, las pandillas de disfrazados, bailando
al son de orquestas entusiastas, poseídas de loca
alegría, seguidas de un público que no lo estaba
menos.
-200 —
A media noche, en aquel sitio, todos los
asistentes parecííin atacados de locura colectiva

y se entre.s^aban a los excesos de la lubricidad,


acicatados por el alcohol, la chicha y al amparo
de extraños disfraces, donde femeninas enaguas
ocultaban a una puesto galán y la púdica doncella
cubría con elegante frac o levita, la blancura im-
poluta de su cuerpo; donde frailes o clérigos
aparentado el papel de robustas hembras hacían
danzar a sus barr:iganas vestidas de hombres.
Kra una fiesta dionisiaca realizada en ho-
menaje a la Cruz. Caballeros, religiosos y ple-
beyos, en franca promiscuidad, dominados por la
misma fiebre de divertirse, embriagarse y satis-
facer sus apetitos sensuales, se sentían herma-
nos en aquellos fugaces momentos y bebían lico-
res, danzaban frenéticos y se entregan a cuan-

tos placeres les brindaba la ocasión propicia.

No
era raro que la blanca y pudorosa ni-
ña, perteneciente a una casa de abolengo sonoro,
se estremeciese amorosa entre loe brazas de al-
gún pobre, pero robusto gañan de su servidum-
bre y que el jefe de ella ofreciese rendido su co-
razón a su sirvienta, si bien tosca en sus mane -

ras, de carnes frescas y turgentes.


Cuando la sutiles palideces del alba apro-
ximaban por las plateadas cumbres del Ilíimani
las parejas acopladas por la casualidad se sepa-
raban y las pandillas cansadas y en medio de lap
extridentes risas de las mujeres } de los rocson
-201 —
j^rritos dehombres, volvían a su? casas. (1)
los
Kn la ciudad de Potosí se realizaba otra
fiesta semejante a la anterior en el fondo, aunque
reducido a una clase social y distinta en la for-
ma, denominada Phnna Cancha, también noctur-
na y consagrada a tíaco y a Venus indígenas.
«Las criadas y doncellas de labor-dice Brecha
Gorda-se escapan atraidas por el imán de lo
misterioso y lo desconocido, por el incentivo del
peligro a que los inducía el demonio, desplegan-
do a su vista todo un panorama de concupiscen-
cia.
cuantas muchachas lograban
«Allí iban
tomar la puerta y se perdían generalmente en
sus orgías las preciosas flores que hicieron decir
a un poeta:
«Ks de vidrio la mujer
y conviene averiguar,
si se puede o no poner

en peligro de romper
lo que no se ha de soldar» (2)

(1) '^'éase al ros\)ectü lu deáoripcióu (]ue se hace eu el folleto

tilulado 'Maldición y superstición''. Leyenda boliviana


del siglo XVUI, por José Rosendo Gutiérrez. Paz de
Ayacucho, año 1857. p-áginas 27 y 28. que se halla

conforme con la que hemos hecho,

(2) "La Villa Imperial de Potosí". — Su historia anec--

dótica -bus tradiciones y leyendas fantásticas etc.


por Brocha Gorda (Julio Lucas Jaimes) 1905, pag. 13ü
y 140.
— 202 —
Igual vértigo de lujuria y embriaguez
que en la fiesta anterior se apoderaba de los? con-
currentes a esta última, cesando >u íuror única-
mente con la claridad del nuevo día.
Con la misma o mayor libertad desen-
frenada se festejaba la Cruz en las demás po-
blaciones. Hoy ha decaido por completo
la fiesta

y de ella no se conserva en algunos pueblos sino


^a costumbre de dirigirse recíprocamente esa no-
che frases injuriosas, con el aditamento de Sihuay-
sahua. Uno al encontrarse con otro le llama
ladrón y en seguida repite, Sihuay-sahua, y todo
queda remediado: es una especie de carnaval en
que se insultan impunemente.
Ksta costumbre de reñir con semejante
añadidura, que atenúe y disculpe la ofensa debe
ser rezago de tiempos inmemoriales.

VI

Knaños no muy alejados del tiempo pre-


sente Corpus Christi, se celebraba en todos los
el

pueblos de la República con solemnidades y prác-


ticas singulares. Seis días antes de la fiesta
comenzaban los nombrados el año anterior a le-
vantar altares, armándolos en los lugares de cos-
tumbre,debiendo ser colocado cada palo con gran
algazara de la concurrencia que acudía a prestar
su colaboración a los interesados. Kl altarero des-
de ese día estaba obligado a proporcionar abun-
— 203 —
dantechichri y licores para el consumo de los ope-
rarios e invitados que honraban el acto con su
presencia.
Terminada la armazón del altar, el que
tenía que ser lomas elevado posible, la forraban
interiormente con sábanas y géneros de colores,
adornándola en seguida con espejos, plata labra-
da, flores y cintas, colocando en el
centro el si-
descansar Santísimo, el día
tialdonde debía el

de la procesión.
En base del altar existía un hueco, don-
la

de dormían en las noches los cuidadores y bebían


ponches los invitados o compadres del propieta-
tario. Era costumbre que durante el tiempo que
permaneciese el altar, los dueños debían convidar
en las mañanas, mazamorras de harina de maíz
que las servían humeantes y haciendo burbujas
en los platos, a consecuencia de pequeñas i)iedras
planas y caldeadas que soltaban en ellos, el mo-
mento d^- invitarlas a los visitantes. Este plato
de lagrado de los concurrentes, se llama halapari.
Tras él se servían tazas de té y ponches.
El día de Corpus, los altareros y acompa-
ñantes, casi siempre se encontraban achispados,y
la procesión del Santí-
y en ese estado asistían a
simo. Pasada ella, invitaban aquellos fruta, ma-

ní, cañas dulces, pastas con


el nombre de tagua-

taguas, aloja, chicha y aguardiente. Este día

era de comer fruta. Las personas amigas se


preguntaban eu las visitas o en la calle: ¿Está
— 204 —
usted invitado a tomar fruta? — No.— En ese caso
]a esperamos en casa.
La fiesta duraba hasta la octava, día en
que, apena»; pasaba la nueva procesión del San-
tísimo, se desataban los altares con igual bulli-
cio 3'^ gritos con que se habían formado
y después
de efectuada la operación, cada concurrente con-
ducía en hombros y bailando a la casa del alta-
rero, algún objeto perteneciente al altar.
En la casa del altarero seguía la fiesta con
más entusiasmo días consecutivos, habta cuando
las provisiones se encontrasen próximas a ser
consumidas; entonces sah'nn los asistentes con el
dueño de ia casa, cada cual con un atado a la es'

palda, en actitud de viajar y se dirigían en ale-


gres pandillas, seguidos por una banda de músi-
cos, fuera déla población a despedir el Corpus»

y después de hnberse divertido en el campo, re-


gresaban en la noche a sus casas. Sólo desde ese
momento cesaba la fiesta.
Los altares los hacían muy elevados con
la preocupación de que ellos, cuando muriesen,
les servirían de escalas en la otra vida, para su-
bir con más presteza al cielo.
Otra particularidad de la fiesta érala pre.
sencia de un personaje llamado la dama de Corpus
que era un hombre disfrazado de mujer, que vi-
sitaba las casas y andaba por las calles haciendo
contorsiones y ridiculizando a las del sexo feme-
nino, provocando la risa y la hilaridad de los
presentes La mayor injuria, que en aquellos
— 205 —
lienipoB, se podía dirigir a una mujer melindro-
sa, ode muchos humos y pretensiones, era lla-
marla dama dñ Corpus.

VII

San Juan Bautista, suponen que es el san-


to bajo cuyo amparo se aescubren les secretos
del porvenir y se obtiene el acrecentamiento de
los bienes. Se conmemora su fiesta, encerdien-
(lo la víspera en la noche grandes fogatas delan-

te de las casas en honor del santo, para que este


no se olvide de sus moradores y haga que su ha-
cienda progrese y sus ganadoí-, si los tienen, se
conserven exentos de enfermedades y se multi-
pliquen con profusión.
Los indios queman, a su vez, en el campo,
la paja y los arbustos secos de los cerros, pro-
duciendo incendios enormes, que suelen abarcar
grandes extensiones de terreno. Conceptúan
que el fuego, en esta noche, lejos de destruir de-
finitivamente la vegetación y esterilizar el sue-
lo, posee la virtud, concedida por el Santo, de

hacerla rebrotar con más lozanía y exuberancia


y que los pastos nuevos tengan mayor vigor y
fuerza nutritiva. Mantienen la convicción deque
el fuego de San Juan, limpia la tierra para que

al poco tiempo, se cubra de verde césped y se en-


galane de fraganciosas flores.
Esa noche, se ilumina el suelo de una luz
rojiza y por doquiera se ven levantarse en el cam
— 206 —
po inmensas columnas de fuego, que hacen pesa-
da la atmósfera por el mucho humo 3' calor de
que se halla impregnada.
Desde la víspera hasta las doce del si-
guiente, día acostumbran Irs gente echarse indis-
tintamente con agua y bañarse sin reparo algu-
no. Kl fuego y el agua son los dos elementos
que se ponen en acción duiante la fiesta. Kl
agua de San Juan, por más helada que sea y por
mucho que haga frío esa noche, no resfría ni pro-
duce ninguna enfermedad en el cuerpo del que ha
sido empapado.
Rara será lapersona del pueblo que ese
día no se lave la cabeza y asee su cuerpo con
abundante agua. También acostumbran cortar-
se los cabellos porque dicen, que vuelven a crecer
más abundantes, lustrosos y bellos.
La víspera y el día de San Juan, no hay
casa donde no se consulte un oráculo o se haga
preguntas al destino, derramando en una vasija
de agua, estaño {chaantaca) o plomo [malla) de-
rretidos y según la forma en que ^e enfrían las
partículas, preven el porvenir de la persona a
la que va dedicado el acto. Si el metal vaciado
adquiere la forma de monedas, dicen que ten-
drá fortuna, si de una espada, que será militar, si
de un libro que sera abogado o escritor; si en
forma de hoyo que morirá; si de un puñal, que
será asesinado, si de flores que tendrá dichas,
si de dos seres humanos unidos, que se casara, si

de hilos enredados, que tendrá pleitos.


— 207 —
Ponen tumbién y do-
pa])Llit()S egcrilos
blados en un cajón o sombrero, con inscripciones
íifirnuilivas y negativas de, lo que deseen saber,
e invocan en seguida la intervención del Santo,
después de agitarlos, sacan o dejan uuo, que e-
el que decide la suerte. Asimismo, baten la cla-
ra de un huevo y según la espuma que hace pre-
sagian sobre lo que debe suceder.
En cualquier forma que se haga, la creen-
cia general, es que esa noche se descubren siem-
pre loe arcanos del destino; se sorprenden siem-
pre los verdaderos sentimientos ocultos en el co-
razón humano. Kl enamorado, el esposo engaña-
do, el que busca fortuna, el negociante, el agri-
cultor^ la joven soltera que desea saber su por-
venir, todos los que aquella noche y día han he-
su pregunta a lasuerte, sorprenden el camino por
donde los guiará el destino o la verdad de lo que
ansiaban conocer.
Con agua 3' fuego celebran a San Juan
y éste les corresponde, levantando por un mo-
mento el velo que cubre los misterios de lo des-
conocido.

VIII

En los últimos jueves anteriores al carna-


val y que se llaman jueves de compadres y de
comadres, visitaban los tales a sus protectores en
la mañana, llevándoles muchos obsequios, con el
— 208 —
nombre de taripacii, cubrían de flores los pisos
de habitaciones del compadre, de los corredo-
las
res y pasillos, coronándoles a él y su esposa de
guirnaldas de frescas y olorosas flores. Kstos
en correspondencia les hacían beber licores y los
agaza jaban durante el día.

Generalmente el íaripacu.^oM'Á efectuarse


a las cinco de la mañana, hora en que los compa-
dres, se presentaban en la casa del individuo al

que trataban de cumplimentarlo, acompañados


de músicos y haciendo tronar cohetes.
Esta costumbre, como muchas otras, va
camino a la decadencia; pocas veces se ven ya
taripacus.
Además de ios compadrazgos religiosos,
existen otros emanados de las preocupaciones
sociales, en los que no intervienen los curas, pe-
ro que crean vínculos entre los contrayentes y
dan origen a que éstos intimen sus relaciones y
se tomen muchas confianzas. Por lo común, es-
te género de compadrazgos, se forman entre jó'
venes solteros de ambos sexos, que deseoí-os de
estrecharse más, se valen de ese pretexto, que
disimule sus amores ante las miradas de extra-
ños.

ICn la fiesta de Todos los Santos, acos-


tumbran realizarlos, enviando coa la sirvienta, a la
niña de su predilección un munequito de rostro
muy coloradas mejillas, bien atavia-
infautil^yde
do, o a la casa de un pariente de aquella para
que se lo bautice. La persona que pone el nom-
— 209 —
bre ess el compadre de la dueña del muñequillo.
También ocurre lo contrario que el galán haga
bautizar con la señora de sus pensamientos el mu
ñeco- entonces ésta es la comadre.

En las clasespopulares se signe la prácti-


ca de que cuando llega el natalicio de un niño o
niña, los padres eligen una persona, que la vís-
pera del cumpleaños o el mismo día, le ponga al
interesado un rosario en el cuello y al siguiente
le lleve a misa y después de hacer que el cura le
dé su bendición, de regreso a la casa, le saca el
rosario con muchas ceremonias, recomendándole
que sea un buen ahijado; le regala algún dinero o
especie y desde ese momento lo tienen los padres
del niño como a su compadre, y el ahijado lo res-
peta, más que a su padrino de bautismo, llamán-
dole yara>í:<2S¿r¿ auqui, o sea padrino de desate.

Kl primer recorte que se hace a un niño


del cabello con que ha nacido, acto que se llama
rutu-chico, también crea compadrazgos. El día
señalado visten decentemente al niño, lo peinan y
distribuyen su cabellera en multitud de trenzas y
llegado el momento de la fiesta, cada invitado
toma una trenza y la recorta y después deposita
una suma de dinero en el plato que se halla jun-
to al niño. Pelada la cabeza de éste, invitan los
padres licores ymanjares a los concurrentes, y se
baila a continuación con gran entusiasmo.
Antiguamente"; existía otra costumbre
que ha desaparecido, denominada sucullu, la que
a?
— 210—
consistía en sacar uu niño en su cuna o pañales a
la plaza y ponerle allí, «Puesto allí— dice Berto-
nio —
venían los mozos de la casa que traían la
sangre de las vicuñas, metida en la panza de
éstas, con que el tío o lari untaba la cara del
niño cruzándole la nariz de un carrillo a otro, y
después repartía la carne de las vicuñas a las
madres que habían traído allí su niños, para esta
ceremonia, porque de ordinario juntaban para
esto todos los niños que habían nacido aquel año
y solía hacer esto en acabando de cog^er sus pa.
pas, cuando los cristianos celebramos la fiesta
de Corpus christi. Añadían a todo esto el vestir
a los niños una camiseta negra, que tenía entre-
tejidos tres hilos coloríidos, una en el medio y do^
a los lados de alto a bajo, y por delante y de
atrás. La mismo hacían con las niñas de aquel
año, solamente se diferenciaban en el nombre
porque se llamaban huampafia: y en los hilos
colorados que eran muchos y entretejidos no de
altóa bajo,slno alderredor, y caían en medio de su
urquesillo o bayeta, uu poco más abajo de donde
se faja las mujeres grandes; aunque las niñas de
aquella edad no usan de faja o huakca que lla-
man» (1) En este acto se hacía ofrecimiento
del niño o niña a la Tiuahca preferida. Ksta era
una fiesta de familia que creaba vinculaciones.

(2) Vocabulario de la lengua Aimara por Ludovico Bertonio,


edicióa Platzmann. Parte segunda, pag. 323.
— 211 -
IV

Otro género de iaripacns, lo realizan Iob


iiidios en días anteriores y posteriores a la Na-
vidad, hasta el Año Nuevo, ei; que se cambian
los funcionarios indígenas, llevando de regalo a
sus compadres blancos, al son de música, corde!ros
hasta un novillo joven, cubierto el cuerpo de mo-
nedas y de cintas,y varios productos del país. Kl
agazajado recibe los obsequios y les hace beber
abundante aguardiente.
También hacen taripacus a las iglesias
introduciendo largas pilas de ceras o espermae,
adornadas on cintas de diversos colores, segui-
<

dos los del obsequio por una banda de música y \\^


ciendo reventar petardos y bombas criollas. El
sacerdote los recibe en la puerta del templo, po-
ne en la cabeza del principal 3^ de su famillia el
manípulo.los hace rociar con agua bendita y des-
pués de darles su bendición, manda que todo se
entregue al sacristán.
Los indios que deben celebrar la fiesta de
Navidad, llamados huaranís, por entregárseles
la vara de la autoridad para este objeto, condu-

cen la víspera en la noche, al templo o capilla un


arco de madera adornado con' cintas multico'
lores, banderillas, plata labrada y espejos; ar-
co que es colocado delante del altar mayor y al
alojamiento o casa del alférez, a la danza, usan-
do instrumentos de cuerda y viento. Gada alfé-
rez tiene un grupo o comparsa de bailr.rires.
— 212 —
Pasada la hora de las doce el día de la Na-
vidad, se reúnen las comparsas con objeto de
proceder a la lucha a honda. Esta lucha fs pre-
sidida por el alcalde o jllakata, de quién solici-
tan permiso los duelistas, que ejecutan el acto al

son de música. Sólo pueden tomar parte en la


lucha los jóvenes casados.
Se colocan dos guardando una dis-
indios,
tancia de ocho metros entre sí; uno de ellos le da
la espalda otro y este comienza a propinarle
al

una serie de hondazos,que despiden peras. La mis


ma operación repite a su vez el otro. La destreza
Consiste en que las peras hagan blanco en el occi-
pital del contrario, y la mayor parte de ellos son
diestros hondeadores; de manera que las seis

peras que a cada uno le corresponde arrojar a su


antagonista, dan en el blanco, cayendo la pera
con el choque en menudos pedamos.
El veintisiete concluye la fiesta con la
acostumbrada despedida o cacharpaya.
Lavíspera de Navidad acostumbran fa-
bricar los hijos de los indios y mestizos dedica-
dos a la agricultara, figuras de barro, que repre-
sentan corderos, toritos, llamas y cerdos, lleván-
dolas al templo, y colocándolas en el altar del ni-
ño Jesús. Al siguiente día, después de pasada
la misa, es que han recibido aquellas figuras la
bendición del párroco, las recogen y acomodan
sobre las puertas, en el espacio formado por los
aleros con objeto de que el ganado que poseen se
conserve incólume o que se acreciente; y si no lo
— 213 —
tienen que les conceda Dios el adquirirlos, Su-
ponen que tales figuras tienen la virtud de favo-
recer las intenciones de sus obreros y en ese sen-
tido no omiten adornarlos de flores en la fiesta
que les dedican.

X
Cuando que está dormida, se
a la persona
le pone sobre pecho el zapato correspondiente
el

al pie izquierdo del que ejecuta el acto, revela


los secretos que tiene contra éste.
Las personas que se lavan de una misma
agua, se aborrecen.
La mano izquierda escuece para recibir di-
nero y derecha para pagar.
la
No hay que
consentir que nos rasquen la

palma de la mano, porque atraen y se llevan el

dinero que debíamos ganar o recibir.


No deben quemárselas prendas de vestir
cubiertas de piojos, porque el fuego tiene la par-
ticularidad de hacer que aquellos parásitos, se
propaguen rápidamente en el cuerpo de la per-
sona a laque pertenecen las especies quemadas.
Las patatas no pueden cocerse en la comi-
da cuando la cocinera ha resuelto retirarse de
la casa.
No hayque agitar en la noche tizones en-
cendidos, haciendo círculos en el aire, porque se
atrae a los ladrones.
Los que han nacido en el invierno, pue-
den detener o desvanecer las nubes cargadas de
— lU—
lluvia, con sólo soplarlas desde la tierra con fuer-
za.
Cuando el perrito faldero se alegra, es pa-
ra que haya dinero en la casa.

Si al salir fuera de la casa se atraca en el


empedrado el bastón, debe regresarse porque al-
go malo le ocurrirá a quien insista en continuar
su camino.
Tropezar con un remolino de viento, es
j)ara tener pelea con alguien.
Cae de la boca lo que tratamos de comer
cuando alguien se acuerda de nosotros.
Se siente zumbido en el oído derecho para
tener noticias malas y calor en las orejas, cuan-
do hablan mal de nosotros.
El bostezo dado inadvertidamente es sena
de aburrimiento con el (jue se está.
No debe pegarse con escoba sino se quierf^
hacer desgraciada a la persona que sufre los
golpes.
El que recoge cosas viejas de los basure-
ros nunca tendrá fortuna,
No debe barrerla casa tarde o en la no.
se
che, porque se ahuyenta la buena suerte.
Kl que tiene costumbre de defecar en su
dormitorio será simpre desgraciado.
El equivocarse en una oración que se sa-
bía bien de memoria es de mal augurio.
La avaricia ]hace crecer verrugas en las
nalgas.
— 215 —
El que toma el sobrante de un líquido, quH
queda en el vaso, sabe los secretos de quien la ha
dejado.
Cuando
el hombre sirve platos dn comida

en mesa, siguen con hambre los concurrentes.


la
Para que queden satisfechos, es necesario que les
distribuya la mujer.
No se debe señalar con el dedo en cuerpo
propio el lugar en que recibió otro una herida
causada por alguna arma blanca o de fuego, por-
que puede repetirse en el mismo sitio el hecho.
No hay que mirarse de noche en el espejo
porque suele mostrarse el diablo.
Cuando se golpea el rostso, tampoco debe
mirarse inmediatamente en el espejo, porque sale
el cardenal con mayor fuer7.a.

Kl viudo o viuda, son los únicos que pueden


limpiar el hollín de las cocinas, porque cuando lo
hace un soltero o soltera, se augura que en el ma-
trimonio que realice, nunca conservará con vida
a su consorte.
Los cabellos de la mujer comienzan a caer
cuando los manosea el hombre.
La mosca penetra en la copa de licor. cuan-
do el que deba servirse tiene que embriagarse.
Quien pasa por debajo de una escalera
tendrá algún disgusto doméstico.
Para evitar los brujeríos, aconsejan po-
nerse las enaguas al revés los días martes y vier-
nes.
La persona que encuentra nueve granos
— 216 —
(ie arvejas en una sola vaina, tendrá buena suerte
en lo que se propone hacer.
Kn el comienzo de una faena o en el estre-
no de algún objeto, nunca se debe desconfiar de
su buen éxito, o decir que durará poco o traerá
inconvenientes el objeto estrenado, porque se pre-
dice y se atrae el mal sin pensarlo, a lo que lla-

man Al menos rechazan y motiva un dis-


arjafía.
gusto, el pronosticar mal de una persona. Temen
que por haberse dicho en mala hora se cumpla
el vaticinio. Suponen que en el curso del tiempo
hay momentos buenos y malos, que influyen deci-
sivamente sobre el resultado de lo que se desea,
dice o hace.
——

Capítulo VIII

Ideas médicas indígenas

I^ Carácter general de la me-


dicina indígena. — II. — Conoci-
mientos médicos de los empíneos
dedicados a curaciones: empleo de
drogas; sus aptitudes para la ana-
tomía y cirugía. — Un c'iso referido

por el P, Cobo. Cómo se forman


actualmente los cirujanos. III. —
Los calla]luayaa; sus curaciones
y hechizos; sus costumbres y es-
tado actual. — ÍV.— Explicación
de las palabras.yawí;>t y jampiri.
llelación de otro caso. V. Mé. —
todos curativss: thalaidaña^ mi-
Uucliaña, trucaka^ pidiaka y

Ihimpaka. VI.— Empleo de ani-
males muertos y varias otras preo-
cupaciones. Vil.— —
Sanidad del
indio V la influencia de la coca.

La terapétitica indígena se compone de


y curiosos remedios, algunos de
rar.->s
ellos eflca-
.

-Sis-
ees,pero aplicados siempre con la ayuda de pro-
cedimientos supersticiosos; porque el indio y el
cholo personifican las enfermedades e infecciones
y suponen que son atraídas a su hogar por medio
de maleficios y hechizos empleados por sus ene-
migos, y cuando la enfermedad no es susceptible
de ser personificada, la tienen como resultado in-
falible dealgún embrujamiento, y con objeto de
conseguir, en el primer caso, que se vaya la en-
fermedad y recobrar la salud, o deshacerse del
hechizo, en segundo, y sanar.los enfermos acu-
el

den prestos a los auxilios e intervención de cu-


randeros que, a la vez, deben ser precisamente
brujos, sin cuyo requisito indispensable, nada de
provecho podrían hacer en favor de sus clientes,
ni tendrían influencia sobre éstos y su familia.
El arte de curar de los indios se reduce, en
consecuencia, a que abandone la casa la persona
de la enfermedad, y en seguida, en desembrujar
al enfermo, o en obtener únicamente este último

resultado, inutilizando las armas y recursos de


hechicería, que contraél se han puesto en ejecu-

ción, mediante empleo de otros más poderosos


el

La convicción que al respecto tienen aquéllos, es


tan arraigada que no admiten réplica en contra-
rio, y sólo les merece fe y dan importancia a
quien acompaña sus curaciones con prácticas su-
persticiosas. Muchos de esos curanderos-brujos
o holla-camanas, son herbolarios entendidos y
diestros cirujanos, que proceden con entera con-
— 219 —
ciencia de lo que hacen y de la eficacia de sus re-
cetas, pero los más son embusteros e ignorantes
de su oficio. No faltan quienes manifiesten en
sus curaciones medios derivados del espiritismo
o hipnotismo. Mas, en lo que se parecen todos
ellos, es en darlas de zahories y en fanfarronear
de que nada hay desconocido o difícil para su sa-
ber, en materias relativas a su profesión.
Indios y cholos, con el prejuicio de no pro-
venir las enfermedades de sus excesos o de
contagios e infecciones, sino de los manejos avie-
sos de sus enemigos, que los han hecho embrujar,
o de la acción de seresmalignos, atraídos por
los mismos, dificultan a que la medicina prospere
en forma científica en estas clases, sacudiéndose
de la hechicería, y de que al médico se exija que
sea a la vez brujo.

II

E^n el imperio incaico los curanderos ha-


cían dimanar sus conocimientos médicos del es-
tudio de las yerbas y del carácter esencial de los
fenómenos mórbidos. Despojando a la medicina
de aquellos tiempos, y que es la que aun practican
los indios, de las preocupaciones que la rodean,
se nota que contiene principios 3^ descubrimientos
de suma importancia. Los amantas khechuas y los
yatiris koUas, conocían el método homeopático,
fundado en la fuerza reactiva de los semejantes,
— 220 —
y en la disminución de las dosis y la eficacia del
remedio único; estabnn familiarizados con el em-
pleo de drogas, como la quinina, la ipecacuana,
la copniba.el azufre y los tónicos amargos y aro-
máticos, como agentes terapéuticos de primer
orden. gran específico contra las fiebres pa-
E)l

lúdicas y malignas fué conocido en Kuropa por la


revelación que aquéllos hicieron de las propieda-
des de la quiua. Razón tuvo un escritor argen-
tino, para decir que la antigüedad no ha poseído
más que dos escuelas esencialmente clásicas; la
de Hipócrates y la de los khechuas (1), o más
propiamente de los l^ollanas.
En
cuanto a la anatomía y cirugía, tam-
poco se puede negar, que las poseían, siquiera en
sus generalidades. Dedúcese esto de la casi per-
fecta preparación de las momias; circunstancia
que induce, de paso, a suponer el conocimiento de
otra rama completamente moderna en la medici-
na europea, llamada de los métodos de asepsia y
antisepsia.
La preparación de las momias implica que
se daban perfecta cuenta de las tres cavidades
conocidas del organismo humano y de su consi-
guiente sometimiento al método antiséptico, que
tanto entre los egipcios como entre los kollas y

(1) Vicente Fidel López^ Les races Aryén7ies clu Pe-


rón; leur lam/xie, leiir religión, leur histoire, París^ 1871.
— 221 —
ha quedado en secreto inescrutable.
kliecliiias,

Los pálidos vestigios que aun quedan de la cien-


cia médica de los yatiris y los amauttas, siguen
revistiendo en sus sucesores imperfectos, los ca-
ilahuayas, caracteres de culto sacerdotal, desde
su iniciación; especie de ciencia oculta, la de cu-
rar, se trasmite ella, de padre a liijo. o entre
miembros de la misma familia y tribu, con la
desventaja de que cada generación recibe merma-
da la herencia del saber de sus antepasados y no
será extraño que terminen p^or ignorarlo todo con
el trascurso del tiempo.

El callahuaya, tiene entre los indios la


misma importancia del mago entre los egipcios, y
apenas él se presente en la casa de un enfermo^
desaloja a los demás curanderos que le atendían,
quienes reconociendo la superioridad de aquél, se
retiran voluntariamente y acatan sin observación
sus procedimientos terapéuticos o supersticiosos-

Los cráneos excavados de las antiguas se-


pulturas comprueban que los yatiris y amaititas
empleaban también con rara corrección el sistema
de las trepanaciones craneanas en sus curacionesi
sin embargo de los instrumentos imperfectos y
deficientes que debieron poseer para ese objeto.
Rezago de tal sistema puede ser el que actual-
mente aplican los indios del altiplano, para los
corderos atacados de la enfermedad del torneo,
trepanándoles el cráneo y extrayéndoles con mu-
— 222 —
cho cuidado del interior ciertas materias extrañas
que las creen causantes del mal.

La innegable competencia de los médicos


indígenas de aquellos tiempos, se encuentra co-
rroborada por el P. Cobo, que dice: «En lo que
comunmente acertaban, era en curar heridas, pa-
ra las cuales conocían yerbas extraordinarias y
de muy gran virtud; y para que más claro sea es-
to, contaré aquí una cura que hizo un indio en la
ciudad de Chuquiabo, como lo refiere un caballero
que hubo en aquella ciudad, llamado D. Diego de
Avalos, en ciertos papeles suyos que llegaron a
mis manos, y es así: De una gran caída que dio
un muchacho indio, hijo de D. Alonso Ouisimayta
(de la generación de los Incas), cacique de la en-
comienda y repartimiento del dicho D. Diego, se
le quebró una pierna por medio de la espinilla, de
manera que el hueso de ella rompióla carne y se
hincó en el suelo, donde se derramó mucha parte
de la médula, lo cual prometía varios accidentes y
dificultad en la cura; y por ser hijo del cacique
principal y de real sangre, hizo el dicho caballero
llamar a los cirujanos para que le curasen con
todo cuidado; los cuales, viendo el daño que había
recibido el pariente en la pierna se determinarotí
de cortarla y de aventurar por este camino, por-
que, de no hacerlo, tenían por cierta su muerte.
Mas, como de tal remedio rara vez se haya visto
buen suceso en este reyno, hubo diversos parece-
res en los circunstantes; y su padre del muchacho
— 223 —
fué del contrario, el cual mandó llamar a un indi-
viduo viejo, cuyo oñcio era curar eutre ellos y le
preguntó qué cura se le ofrecía para su hijo. Kl
viejo se apartó un poco del camino (estaban fuera
del pueblo) y cogió cierta yerba que luego que-
brantó en las piedras, a fin de que no pudiese ser
conocida, como no lo fué; y llegando donde el en-
fermo estaba, la esprimió, y con el zumo de ella
mojó el hilo de lana y con él le ató el hueso que
salía de la carne y a raíz de ella, prometiendo
cierta salud al enfermo, y otro día estando pre-
sente el sobredicho D. Diego de Avalos, con otras
personas, volvió el indio a curar al enfermo, y
vieron todos los. circunstantes, con no poca ad-
miración suya, cómo el hilo de lana con el sumo
de la yerba, con su fortaleza había cortado el hue-
so sin dolor alguno, según el enfermo dijo; y apli-
cándole el viejo herbolario la misma yerba mez-
clada con otras, en breve fué sano, quedando por
señal un i)oqueño hoyo en la espinilla, por donde
el hueso había salido; pero tan sano y ágil el mo-

zo, como si semejante desastre no le hubiera su-


cedido.

«Quedó tan deseoso de conocer aquella


yerba el dicho D. Diego, que prometiéndole bue-
na paga al indio, con halagos y caricias le pidió
la mostrase; y aunque él prometió hacerlo, nunca
lo cumplió, sino que le fué entreteniendo con va-

rias excusas, hasta que el hielo del invierno que-


— 224 —
mó los prados, lo cual tuvo el indio por bastante
causa para no cumplir la promesa»» (1)
Semejantes curaciones no son extrañas al
])resente entre los indios. Como no existen en las
poblaciones rurales médicos ni boticas, son los
curanderos indígenas los que hacen las reduccio-
nes, en los casos de luxaciones 3^ fracturas, con
singular maestría y después ponen emplastos de
yerbas en las partes enfermas hasta que sane el
enfermo. Kn lo que fallan por completo es en
el tratamiento y curación de las enfermedades

importadas por los españoles y en las que poste-


riormente han aparecido, a las que el organismo
indígena no está habituado y que por esta causa
y por faltar medios para curarlas hacen estragos
entre los indios, quienes sucumben sin el menor
auxilio médico. En presencia de tales dolencias,
para las que se declara impotente su primitiva
farmacopea, sólo tienen el recurso de las bruje-
rías.
De dos maneras aprende a curar el ciruja-
no indígena o Sircamana, por trasmisión de co-
nocimientos, en la forma ya indicada, o por ob-
servación directa en su persona, cuando ha su-
frido una fractura o luxación y consigue sanar
por propio esfuerzo. Kn ambos casos, estos em-

(1) Historia del Nuevo Mundo por el P. Bernabé Co-


bo, etc. Tomo IV. Sevilla, 1893, pág. 200 y 201.
— 225 —
píricos suelen hacerse tan hábiles en su profe-
sión, que realizan curaciones sorprendentes.

III

El yatiri o sabio por excelencia, que a sus


conocimientos médicos une los prestigios de un
aventajado brujo, constituye entre los indios, el
Callahuaya. En el iuterior de la república le
llaman Karnili; le temen y buscan. Kl nombre
propio de estos famosos curanderos, herbolarios
y hechiceros, fué el de Kolla-huaijtis o sea porta-
dores de medicinas, que con la corrupción foné-
tica y disimilación producidas en las palabras con
el uso y el que
tiempo, llegó a convertirse en el

tienen, Es un error suponer que llevan ese nom-


bre por haber sido provenientes sus antepasados
de los valles de Carabaya. No existe entre ellos
la tradición más remota de tal procedencia; por
el contrario, se notan completas desemejanzas

con los habitantes de aquellas regiones y éstos.


Los callahuayas formaban una casta apar-
te en la antigüedad; se les consideraba como úni-
cos depositarios de la ciencia médica de los Ko-
llanas, sus sabios antepasados. Sus costumbres
eran y siguen siendo especiales y diferentes de
las que tienen los indios que habitan en la misma
región. Su principal obligación consistía en re-
— 226 —
correr todos los pueblos, llevando consigo reme-
dios variados y curando a cuantos enfermos de-
mandaban su asistencia, o les pedían auxilios
contra los embrujamientos, o amuletos para evi-
tarlos. Tampoco rehusaban ejercer la hechice-
ría,cuando les exigían, ya sea para causar un da-
ño al prójimo o vaticinar el porvenir.
Durante el régimen colonial siguieron de-
sempeñando el mismo papel^ y son ellos los que
hicieron conocer casi todas las plantas que hoy
se usan en la farmacopea indígena, con la cir-
cunstancia, de que las propiedades que les señala-
ron, han sido admitidas por la ciencia y justifi-
cadas así sus perspicaces observaciones.
En notables y célebres
la actualidad, estos
herbolarios y brujos, habitan ciertas circunscrip-
ciones de los cantones de Charazani y Curva del
Departamento de La Paz, y han perdido mucho
de su antiguo prestigio, ya porque han descuida-
do las observaciones y métodos de curación de sus
antepasados, ya porque la enseñanza médica se
encuentra adelantada en nuestro país y los médi-
cos abundan relativamente a la época colonial, en
la que éstos, por sus escasos y deficientes conoci-
mientos, eran inferiores a los empíricos.
El Callahuaya no se contenta con ser un
brujo y curandero, confundido en el común de los
que siguen estos oficios, sino que trata siempre
de sobresalir en su porte y relaciones con los de-
más; la vanidad y el orgullo, son pasiones quel®
— 227 —
dominan demasiado. En que ce-
las festividades
lebran sus pueblos, se les ve bien y singularmen-
te trajeados: la cabeza envuelta con un elegante
pañuelo de seda y encima un sombrero de paja
de Guayaquil, pantalón de casimir fino, sujetado
a la cintura por una chiripá o cinturón adornado
con monedas de plata extranjeras. Los callahua-
yas de Curva se presentan montados en caballos,
ensillados con aperos chapeados de plata, estri-
bos del mismo metal, riendas y cabezada, forma-
das algunas de cadenas de plata. Su afán es imi-
tar a los gauchos de las pampas argentinas, por
lo que cargan puñal en el cinto y pronuncian el

castellano con acento gauchesco.


Las mujeres son feas y muy sucias; sujetan
su manto con tres grandes tupus o prendedores
de plata, que forman sobre el pecho un triángu-
lo; la frente la cruzan con una faja de hilos de

varios colores, y encima se ponen un sombrero de


paja. Evlcorte de su falda lo usan hasta la rodi-
lla, haciendo que las pantorrillas queden al des-
cubierto.
Los callahuayas hablan' aymara, khechua,
puquina y castellano, Son tan suspicaces que
cuando tratan coa los indios, se entienden entre
ellos en el lenguaje que ignoran los que se hallan
presentes.
La vida que llevan es misteriosa. Los de
Curva, regresan de sus viajes arreando cada cual
una tropa, más o menos numerosa, de muías ar-
— 228 —
gentinas, y los de Charazani, trayendo mercade-
rías valiosas y raras. Los vecinos mestizos de
ambos pueblos, particularmente los que desempe-
ñan alguna función pública, los exaccionan mu-
cho; si no les arrebatan a viva fuerza lo que traen,
les compran por precios ínfimos; a tal punto que

han establecido la costumbre de permutar una


buena muía con una caja de alcohol. Las mismas
autoridades superiores de la provincia, no se ex-
cusan de explotar, en igual forma, a estos des-
graciados, ya directamente o ya por intermedio
de los corregidores; por lo menos estos últimos
funcionarios llegan en sus abusos a extremos in-
concebibles.
iSo se han podido averiguar aún los medios
de que se valen los callahua3'as para conseguir
bestias y objetos valiosos en sus viajes; lo pro-
bable es que explotando el espíritu supersticioso
de los campesinos, se hacen de dinero, con el que
compran todas esas especies, o reciben directa-
mente éstas, en pago de sus curaciones y pronós-
ticos.
De conocimientos botánicos, les quedan los
suficientes para darse cuenta de las propiedades
de algunas plantas, y hacen uso ie ellas en sus
recetas, que unidas éstas en su aplicación al con-
junto de supersticiones que emplean en cada ca-
so, logran su objeto de conseguir la sanidad del
enfermo,o la tranquilidad de quien se cree vícti-
ma de maleficios. Cuentan, que los callahuayas

— 229
en sus viajes, van averiguando de los indios^ que
en el tránsito se hallan enfermos y cuando de ello
se convencen y de que es rico el paciente, entie-
rran cerca de la casa de éste, un sapo u otro ani-
mal apropiado, con el cuerpo maltratado o entor-
pecido en el libre ejercicio de alguno de sus miem-
bros, con ligaduras o alfileres, y al siguiente día
se presentan, cual si aportaran por casualidad e
ignorando en lo absoluto lo que ocurre en la
casa.
Kl enfermo y su familia, reciben la visita
de éste, como presagio de buen augurio, e inme-
diatamente acuden a su saber, £^1 callahuaya,
después de muchos ruegos y halagos, accede en
hacerse cargo del enfermo. Ks entonces que da
principio a sus operaciones, revistiéndose de toda
la solemne majestad de un agorero. Se provee
de una cantidad de coca, que coloca sobre el pecho

de su cliente; en seguida le hace varias preguntas


relacionadas con sus costumbres y enemigos que
puede tener; a continuación, extiende en el suelo
un paño negro, y sobre él derrama la coca, exa-
mina la forma en que han caído las hojas; sale
afuera, mira el cielo y después de pronunciar al-
gunas frases ininteligibles, manifiesta que el en-
fermo está embrujado en un animal y que él des-
cubrirá el lugar en que el hechizo se encuentra.
Kn efecto, después de nuevas manipulaciones y
trebejeos, se dirige, acompañado de los de la casa,
al lugar en que enterró el animal expresado, lo
- 230 —
saca fuera, le desliga o arranca el alfiler, le cura
la herida y predice la pronta sanidad de aquél, a
quien le da de beber para mayor éxito, algún ma-
te o yerba en infusión o le pone ciertos parches,
con cuyos remedios y la impresión que ha recibi-
do con el encuentro del sortilegio, queda sano el
enfermo,y el callahuaya después de recibir su sa-
ario y muchos obsequios, se marcha satisfecho.
Antes de emprender sus largos viajes, pe-
netran estos curanderos a los valles de Camata,
de donde se proveen de yerbas y raíces, y hasta
que llega el día de la partida, se entretienen en
pintar de colores diferentes a varias de las últi-
mas, y labrar de huesos manecillas y otros dijes
extraños, que después venden a los crédulos, dán-
doles virtudes sobrenaturales. Aseguran, cuando
ningún funcionario o persona ilustrada les ve, de
que son talismanes para hacer amar u olvidar a
quienes les soliciten su compra. Se jactan de
poseer el secreto para tener fortuna y ser dichoso
en la vida. La vez que son sorprendidos por la
presencia de alguna persona sospechosa, cambian
de conversación y al momento contestan a la pre-
gunta de éste: ^el secreto para ser amado por la
mujer está en tener dinero. La plata es el verda.
dero huarmimunachi . . >

Otros aforismos que respecto al dinero tie-


nen, son: «Bl creador deuna fortuna es siempre
un hábil y audaz estafador.»
— 231 —
«Las riquezas, casi en la totalidad de los
casos, son en su origen, productos no del trabajo
honrado, sino de la estafa.»

«El rico es un vencedor de los prejuicios so-


ciales; el pobre un paria sujeto a ellos.»

«Los jueces, sólo castigan al estafador que


se ha portado como un asno; al listo le lisonjean
y aun se prestan a formar parte del séquito de
sus aduladores.»
Cuatro días antes del Carnaval hacen una
magnífica cabalgata, en la que campean las me-
jores muías y caballos enjaezados con todo lujo.
Las chapas de plata están esparcidas con profu-
sión en las cabezadas, riendas, arretrancas y es-

tribos de sus monturas. La espuela roncadora de


plata, el poncho largo de rico paño y el sombrero
delcampesino de las pampas de SaltayTucumán
hacen del callahuaya un gaucho completo, pero
gaucho de lujo.
«Presididos por el Corregidor, a quien le

calzan con espuelas de plata, salen a la campaña


a recibir la porción de tierras que la autoridad
reparte para su cultivo en ese año. Antes de em-
prender esta tarea llevan a su casa al más sabio
de sus brujos. Los aislan en un cuarto, en el que
colocan una mesa con tapete negro; sobre los
cuatro ángulos de este mueble arden cuatro velas
y en el centro hay una botella de aguardiente so-
bre un montón de coca. Hecbo esto, el brujo
— 232 —
einpie;^a con sus exorcismos 3- conjuros en su dia-
lecto cal/ahuaya^ que es muy diferente del khe-
chua, que es su lenguaje común. Los ministros le
presentan en seguida un costal de conejos vivos,
colectados de diferentes casas. De entre éstos
escoge cuatro para enterrarlos vivos en los pun-
tos cardinales del terreno que se ha de cultivar,
procurando ocultar este acto en las altas horas
de uua noche oscura. Después de embriagar
completamente al Corregidor, lo vuelven del cam-
po con mucha algazara y principian entre ellos
las danzas y verbenas hasta después de la ceniza.

Los indios en pago de esa molestia, abonan


al Corregidor una contribución con el nombre de
chajjra-hoco, que asciende, más o menos, a tres-
cientos bolivianos. Además, le hacen varios ob-
sequios de frutos del país y objetos raros que han
traído de sus viajes.
Cuando tratan de tomar por esposa a una
joven, comienzan por darles pellizcos en los bra-
zos, entre halagos y obsequios que las prodigan,
hasta que le quitan su anillo o alguna prenda de

vestir a viva fuerza; dueños de alguno de esos ob-


jetos, se creen con derecho sobre la mujer y es-
peran una fiesta en la que las hacen embriagar y
después se las llevan muchas veces cargadas sobre
sus hombros, a guisa de fardos, acompañados de
sus amigos. Por lo regular, la tienen a su lado
el tiempo, llamado de prueba. Si la novia demues-
— 233 —
tra poseer cualidades ventajosas, el amante pe
casa con ella, y si no la devuelve a eus padres,
previa indemnización pecuniaria, por su honor y
pago de servicioB, llegando ambas familias a con-
vertirse en enemigas. Con ligeras variaciones
estas costumbres son comunes en los indios. (1) .

«Desde que termina la ceremonia religiosa


del matrimonio, parientes del novio llevan
los
obsequios a la casa de la novia: lena, chuño, chi-
cha y botellas de licor, artículos que son igual-
mente regalados por los parientes de la novia al
novio. La tercera noche se celebra la ceremonia
nupcial en casa de los padrinos del matrimonio.
El varón al saludar a sus ahijados, les dirige en
tono magistral estas palabras: Como esposos con-
sagrados por la iglesia, debéis comprender que
vuestra misión en la vida conyugal, es ejercer la
suprema autoridad sobre vuestra mujer y sobre
vuestros hijos. Sin ella seríais como el humo que
se disipa al soplo del viento, y con ella seréis el
padre de vuestros hijos y el marido de vuestra mu-
jer. Para ejercer el poder que se os ha dado, recibid
este látigo, que es el símbolo de la fuerza, de la

(1)En Curva ha llegado a arraigarse en los últimos


tiempos, abuso de pagar diez bolivianos al Corregidor, el
el

joven que quiere contraer matrimonio. El Corregidor envía


algunos comisionados pura que conduzcan a la mujer por la
fuerzH, y sin escuchar reclamos^ la entrega a su pretendiente.
30
— 234 —
razón y de la justicia, que lo usaréis cuando lo exi-
jan las circunstancias. Y vos mujer, nacida para
el dolor y el sufrimiento, inclinad vuestra frente
en señal de sumisión y respeto al que es vuestro
marido y armaos de la resignación que el deber os
impone, V^ais a recibir la lección del poder de vues-
tro marido, de ese poder que dan el derecho y el
le

amor. Entonces el marido armado ya del látigo


fatal, lodescarga sobre la infeliz, que gime, llora
y grita en medio de un círculo de espectadores,
hasta que el padrino levanta la mano para que
cese la flabelación. Terminada esta ceremonia
bárbara y cruel, el llanto se cambia en risa y el
dolor en placer al sonido de las guitarras que
amenizan las danzas del festín.» (1).
Kl regalo de preferencia que se acostum-
bra ofrecer en las bodas que realizan los de la ra-
za indígena, es de un gallo para la esposa y de una
gallina para el novio. Representan estas aves
para los indios, los símbolos de la potencia gene-
ratriz y de la fecundidad, que deben predominar
en la sociedad conyugal que se establece.
Pasados algunos meses emprende el recién
casado un viaje sin rumbo fijo ni destino señalado

(1) Este párrafo, nsí como el anterior, que está entre


comillas, hemos tomado, por considerarlos verídicos, de un ar-
tículo que se publicó anónimo en un periódico extranjero, con el

título de El Callahuaya^
— 235 —
con antelación. Antes de hacerlo, se despide de
los suyos embriagándose con ellos y encargando
a SU8 augures y brujos que le vaticinen buen éxi-
to. Parte a media noche y la mujer lo acompaña
hasta dos leguas de distancia, de donde, llorando
86 despide y regresa.
Kl vestido de viaje del callahuaya se com-
pone de un pantalón de paño azul, viejo, raído y
con flecos en las extremidades inferiorev<i; de un
poncho largo y angosto, listado horizontalmente,
por lo común, de blanco y colorado; sombrero de
paja y sobre su espalda o bajo su brazo derecho,
asegurada a uno de los hombros, una bolsa cua-
drada, grande y de vistosos colores, de la que
nunca se separa, porque constituye la divisa de su
profesión de curandero. Klla está repleta de yer-
bas, raíces, cascaras, semillas, ete-, que son reem-
plazadas a medida que se venden y utilizan, es-
tando todo ello en su interior revuelto y en de-
sordenado maremagnum. Fuera de esto, condu-
ce, algunas veces, dos o más burros cargados de

provisiones y especies relacionadas con sus ocu.


paciones de herbolario y hechicero. Mientras
dura su ausencia, que por lo regular es de tres,
cinco, hasta diez anos, la mujer acostumbra no
lavarse ni peinarse, ni ataviarse con nuevos tra"

jes; vive dedicada a su? labores agrícolas y que-


haceres de su casa, guardando estricta fidelidad
a su esposo ausente y excusándose en lo absoluto
de asistir a diversiones v fiestas. Para el calla-
.

— 236 —
hiiaya tiene la fuerza de una convicción indiscu-
tible, la ideade que la mujer siempre se asea y
atavía sólopara parecer bien y agradar a los
hombres, con objeto de atraerlos. La mujer casa-
da, dicen, cuida mucho de su persona, en ausen-
cia del esposo, cuando siente la necesidad de un
amante. ...
Tienen un profundo conocimiento del co-
razón humano.
El regreso del viajero, que siempre debe
coincidir con la fiesta de la pascua, es anunciado
con anticipación. La mujer va a su encuentro
hasta el río, situado a legua y media del pueblo
de Curva, llevándole chicha y abundante comida
Si aquél acepta esos obsequios, es señal de que
se encuentra satisfecho de la conducta que su
consorte ha observado durante su ausencia; pero
si se muestra serio y la rechaza, es prueba de que

se halla disgustado con ella, por haber sabido


alguna falta suya. Kntonces la afligida esposa»
le llora, le ruega, se arrastra a sus pies de rodi-

llas implorando su perdón; si no lo obtiene y con-


tinúa el callahuaya implacable, no le queda a la
infeliz más recurso que volver al pueblo y arro-
jarse de una altura, que se encuentra a dos cua-
dras de la plaza y que se llama Karka y morir
embarrancada.
Los callahuayas son celosos, crueles y lle-
vados de augurios. Las mujeres asesinan íre-
cuentemente a sus esposos por celos; viven en ha-
— 237 —
bitaciones ma1 construidas, ficsmantelíidas, fríaf*
V pobres. A
los vecinos mestizos los aborrecen,
porque exaccionan desapiadadamente; les
los
ocultan sus mercaderías, y sólo las sacan y ofre-
cen al extraño. El lujo para ellos consiste en
hacer llegar íntegra la tropa de muías o merca-
derías que adquirieron en sus viajes, y ostentar a.
las miradas de sus relacionados y paisanos. No son
capaces de vender una sola cabeza en el camino,
aunque les ofrezcan precios subidos.
Con el prestigio que gozan los callahua-
yas, de poseer facultades extraordinarias para
descubrir porvenir o las cosas ocultas, y de ser
el

médicos acertados, son temidos por los indios,


quienes les brindan todo género de distinciones,
les alojan obsequian y jamás se atre-
bien, les
ven a sustraer nada de las abultadas y misterio-
sas bolsas que llevan consigo.
El baile usado por esta raza, es el que en
otro trabajo hemos descrito con la denominación
de cinta kcaniris, o sea trenzadores de cinta.
En
cuanto a las prácticas religiosas, son
muy desidiosos y sus actos no están conformes
con las exigencias del culto católico, del cual, no
aprecian sino la parte que les permite divertirse
y embriagarse. El cristianismo no ha penetrado
en el alma indígena por falta de una enseñanza
seria y de sanos ejemplos que les debieron ofrecer
los encargados de su propagación. El callahuaya
ni concurre a misa, fuera de las que él o sus reía-
— 238 —
ciones hacen tíspecialmeiite celebrar, ni se confie-
sa ni comulga. Muere como ha vivido, auxiliado
por sus brujoiS.
Cuando alguien se enferma, creen que el alma
del paciente pugna por dejar su cuerpo atraído
por la persona de la doleucia y para impedirlo se
reúnen a media noche sus amigos, y colocados en
fila, a la entrada de su casa, ruegan a la enfer.

medad que se vaya, pero que no se lleve el espíri-


tu del enfermo y si lo ha seducido, que desista de
su empeño. Le piden con ruegos los más cariño-
sos, ofreciendo tratarle bien: darle pan, dulce,
viandas y licores para su viaje de regreso.
Son estos indios poco hospitalarios y no
consienten que un extraño permanezca muchos
días en su comarca.
No obstante de que los callahuayas viajan
por países remotos y civilizados y aun varios de
ellos reciben instrucción en escuelas extranjeras,
no han adelantado ni en su manera de ser indivi-
dual, ni en sus costumbres sociales; lo que fueron
sus antepasados, continíiau siendo ellos hoy: con
las mismas preocupaciones e iguales resistencias
para amoldarse a la vida civilizada. En los via-
jes, lo único que aprenden es hablar un poco el
castellano y mostrar cierto despejo en sus rela-
ciones con personas extrañas; maneras que desa-
parecen en presencia del Corregidor o vecino
principal de su pueblo, ante quienes se muestran
cohibidos y acortados; porque éstos lejos de coo-
— 239 —
perar a tendencia? de adelanto qne traen
las
aquellos de afuera, no pierden ripio para humi
liarlos ydeprimirlos de la manera más brutal,
fuera de robarles con descaro los objetos que
traen. El cholo de provincia, particularmente el
de aquellos pueblos, ostenta con el indio, que las
más de las veces vale más que él, una vanidad ri-
dicula y feroz, que se hace de todo punto impres-
cindible el reprimirla. Una ocasión regresó al
pueblo de Curva un callahuaya joven que habien-
do permanecido en Buenos Aires algunos años,
pudo ilustrarse y adquirir maneras cultas, muy
superiores a los de los vecinos principales del lu-
gar. Mortificado el Corregidor con aquel porte
correcto del indio y herido en su amor propio con
la manera decente de vestir, lo asesinó sin que me-

diara provocación por parte de aquél, en la pri-


mera fiesta que celebraba el pueblo, y sin que
hasta hoy el delincuente hubiera sufrido ninguna
sanción.
Quizás esas causas influyen para que los
callahuayas se entreguen a la embriaguez y se
pongan furiosos en ese estado, e indiferentes y
melancólicos, cuando no se hallan dominados por
el alcohol.

«Más somos en tierras extrañas que


felices
en el suelo donde nacimos». Esa es la verdad;
amarguras y desengaños solamente les esperan
en sus pueblos. En vano se fatigan con largos
viajes; los frutos de sus ímprobos trabajos sólo
— 240 —
sirven para enriquecer a sus famélicos opresores,
cual si una maldita ley evolutiva los hubiera con-
denado a desaparecer, torturados en las últimas
etapas de sudecadenciu étnica.
Tales son estos famosos herbolarios y he-
chiceros de la raza indiVena.

IV

Kl Jampiri, llamado más propiamente


jampicarnana, ko//aGamana,\Yd\iibr3.^ con las que
se designa al médico en aymara, y con las de ^í?-
lla^hampi, la medicina, y con \iisáekollana, /lam-
piña, el acto de curar, no es sino el mismo calla-

huaya que toma ese nombre, o se lo dan las clases


populares, según su costumbre y el prestigio que
goza entre ellas. A sus imitadores o discípulos,
por lo regular a todo individuo dedicado a curar,
les dan también tales denominaciones, particu-
larmente si acompañan a sus procedimientos las
prácticas supersticiosas de los callahuayas, aun-
que sin la pericia y variadas formalidades de és-
tos.
La curación hecha por un Jampirí, con to-
do aparato que en semejantes casos emplea, la
el

describe un escritor como sigue:


<A poca distancia del sendero que seguían
las cabalgaduras, había un grupo de gente (in-
.

— 241--
accionaban ruidosamen-
díos), qufc vociferaban y
te. En medio de
todos una mujer cubierta de ha-
rapos, escuálida y repugnante, se retorcía }'
gemía dolorosamente. At'^aídos por la curiosi-
dad, y con impulsos de turismo, nos acercamos
al g-rupo, con ciertas precauciones de defensa La .

mujer protestaba, en medio de estridentes alari-


dos, que habían quitado su hija y
le la habían
embrujado por una venganza.
«El indio que en el grupo parecía tener
mayor autoridad, era un hechicero de la región, y
había sido traído para curar y desembrujar a Un
histérica [que no era otra cosa en mi opinión].
«Mientras seguía el tumulto y los prepa-
rativos de la ceremonia, el arriero nos dijo:
«El brujo es el médico de los indios y le llaman
janipiri curandero). Esta bolsa que tiene a la es
(

paldaestá llena de hojas, floressecas, raices macha-


cadas, polvos y mil cosas, minerales y vegetales
que son los remedios que administra. También
tiene grasa de animales, pedazos de cuero, hue-
sos de conejo y ratón etc. etc
«En momento empezóla operación de des-
este
embrujar. Los indígenas formaron un gran círcu-
lo, dejando en medio a la posesa y al brujo, que
se arrodilló junto a ella y empezó a proferir pa-
labras ínintelegibles, haciendo pases semejantes a
los que ejecutan los hipnotizadores. La mujer
abría y cerraba los ojos precipitadamente, cris-
pando las manos y dejando escapar leves aulli-
— 242 —
dos. Los espectadores conservaban un silencio
religioso.

«Después de un momento pasado así, el bru-


jo sirvió medio calabacin de ag-uardiente y, de-
rramando un poco en el puelo, mientras continua-
ba su misteriosa guturación, hizo asperges sobre
el rostro de la mujer y obligóla a beber, bebiendo

él también. Entonces todos los espectadores lan-

j^aron gritos extraños, y los hombres con los som-


breros alones y las mujeres con un extremo del
vestido se cubrieron el rostro. ICl brujo, en eso, sa-
có un poco de hojas de coca y las esparció sobre
la paciente embrujada, que permanecía quieta y
callada, luego tomó una gran calabaza llena de
chicha y virtió el líquido eu direcciones distin-
tas, extrajo de su bolsa un par de muñequillos de
hueso amarrólos fuertemente uno con otro, ocul-
tándolos en el seno de mujer. En seguida
la
púsose en pie, y dejando a un lado sombrero y
bolsa, cinturón y sanda lias [hojotas] batió con
fuerza poncho sobre la posesa, aventando las
el

hojas de coca, que volaron en distintas direccio-


nes. Por tres veces repitió el brujo esta ope-
ración, que según la referencia del arriero era la
expulsión de los "malos genios" que se habían
apoderado de esa mujer."

«Pasado esto, todos inclusive el brujo^ se


retiraron silenciosos, comentando la habilidad y
maestría del jampiri.
— 243 —
«Estos brujos, continúa, son muy inteli-
gentes como médico?., conocen todas las plantas
y curan de cualquiera enfermedad. Llevan en la
ílioila, oculta bajo poncho.gran cantidad de re-
el

medios, como g-rasa de serpiente, pelo de ga-


to, huesos molidos, pedazos de madera, carne se-

ca, yeso, mollejas de gallina y tierras de todos co-


lores; y con eso hacen mil operaciones entre es-
tos indios de Chichas y Lipez; pero más al Norte
ya no se les encuentra con ese cargamenlo, sino
con yerbal completo, y ahí curan de otra mane-
ra; ya parecen médicos deciudad y no hablan de
brujería, porque los matarían, como pasó ahora
muchos años en el Río Chico, que a una bruja la
chancaron sin perdón" [1].

Kntre los pocos métodos curativos indí-


genas que aún quedan y que están en boga, dis-
tingüese aquel que la medicina europea inicia
recién con el nombre de kienesiterafña y que es
conocida por los indios con la denominación de
thalantaña o chuyma hakoña, el cual consiste en

(1) Un viaje al Sud de Bolima. El Jampiri, por


Franz Pinochet, inserto en el Boleiin de la Sociedad Geográ-
fica de La Paz, No 47, correspondiente al mes de julio de
1918, páginas 176, l77 y 178.
— 244 —
sacudir suavemente de los brazos al enfermo, mo-
ver con cuidíido su cuerpo a uno y otro lado, ce-
ñirle el pecho con una faja, logrando así calmar
lasagitaciones ¡lervioáas del corazón por medio
de la acción refleja del masaje. Esta operación
Kiemplean comunmente en las personas que se
enferman a consecuencia de golpes o caldas y en
todas las dislocaciones viscerales.
E)n los casos de fiebres y calenturas, co-
mienza el cur'indero por frotar el cu-erpo del pa-
ciente, con millu o sea sulfato de alúmina en
costra, con preferencia por los sobacos y pecho;
después le ponen el miliu cerca a la boca para
que el enfermo sople con todo su aliento, por tres
veces conserutivas.a fin de que elremedio que se
lleva el mal de la superficie arranque también
el del interior. Kn seguida le pasa por el cuer-
po con un lienzo empapado en orina caliente, y
antes de que se entibie eíla, arroja en el líquido el
millu, el que produce espuma, y según ésta se
presenta. inter|)reta las causas que motivaron la
enfermedad y sobre si esta es grave o leve, Ter-
minados los pronósticos envuelve con trapos la
vasija que contiene la orina 3' el millu, emplea-
dos en la curación y la lleva a la carrera hasta un
lugar apartado, que debe estar desierto y allí en
el silencio de la noche, se oye la débil voz del cu-

randero, que ruega a la enfermedad para que se


retire lejos, reconviniéndole por su venida y pre-
guntándole el nombre de la persona que la ha
— 245 —
llíimadoy atraído.y cuando cree haber descubier-
to al autor del mal, y obtenido la promesa de que
se irá, torna corriendo, sin volver la vista atrás,
a la casa del paciente. Esta manera de medici-
nar llamada miUuchaña, suele efectuarse con al-
gunos variantes, denominándose entonces truca-
ka: ambos métodos los tienen por muy eficaces.

También suelen pasar por cuerpo de los


el

enfermos, yerbas, maíz, cuys y junto con la ropa


que le sacan, tiacer un atado, llevarlo al cami-
no próximo y abandonarlo allí, para que el mal
siga su terrible y lúgubre viaje, empujado por e
viento o conducido por los incautos viajeros que
se apropian del atado. A este procedimiento
llaman ptcka ka.

Cuando se presenta una epidemia, los in-


dios de la circunscripción afligida por ella, tra-
tan de hacer que el mal los abandone por medio
de la práctica llamada llumpaka, que quiere de-
cir purificar, porque suponen que con este pro-
cedimiento supersticioso, la enfermedad se
marchara y quedará la comarca libre de sus
perniciosos efectos. Reunidos el yatiri y sus
ayudantes en casa de un enfermo o persona que
ha fallecido y después de los acullicos (mastica-
ción de la coca) y libaciones, llevadas a efecto, en
medio de invocaciones a sus divinidades y sú-
plicas a la enfermedad, friccionan el cuerpo del
enfermo con fetos de oveja o chancho y algunas
— 246 —
mecliciuas caseras. Luego envuelven todo esío
en taris uuevos osean pequeños lienzos en forma de
servilletas, agregando a atados caitos y la
los
ñas de colores, coca y otros objetos semejantes
en los que incluyen la ropa del enfermo, va-
rias prendas nuevas, algunos comestibles, como
carne de cordero, panes, tostado, pastillas, confi-
tes, huevos dorados con pan de oro y plata, co-
locándolos por orden de colores y en filas apiña-
das. Acompañan también a los bultos dine-
ro, particularmente monedas antiguas, que
ponen en parte visible pendientes de hilos y
junto a banderillas de colores vistosos y de bote-
Hitas de licor o bolsitas. El cargamento acondi-
cionado y distribuido en varios bultos, constitu-
ye el equipaje de la enfermedad, a la que no
cesan de rogarle que se vaya, y a fin deque se re-
tire contenta, van conduciendo todo aquello
hasta el lindero próximo, donde descar-
gan y imploran que no vuelva más, invocando
le

la intervención del Huasa-Mallcu, para que la


obligue a irse. Sobre la carga ponen un rótulo en
aymara.respecto aladirección que debe seguir. Los
mandones de la comarca vecina están obligados
a hacer pasar el cargamento, con iguales
formalidades hasta el lindero opuesto, para que
siga su viaje y pare donde le plazca hacerlo, so
pena de ser castigado, por la epidemia,
si así no lo hacen. Vuelven los conductores
corriendo después de descargar el cargamento y
— 247 —
de implorar por última yez epidemia, que no
a la
aflija más a la estancia y se contente con las
víctimas que ha causado, y al siguiente día, ha-
cen uua fiesta suponiendo q.ie la epidemia se ha
ausentado para siempre.
Otras veces, un miembro de la familia, o el
brujo, recoge las cosas del finado o sólo las pren-
das de vestir con las que ha enfermado y las co-
loca amontonadas sobre el camino, cubiertas de
un lienzo colorado o azul, en cuyas cuatro extre-
midades ponen banderitas de papel vistosas o
lanas de color, y debajo un conejo muerto. Ge-
neralmente el conejo es dedicado al enemigo, y
por ese medio suponen enviarle el mal. £/sta
llumpaka individual no tiene la resonancia de la
anterior, ni se realiza con solemnidades y
las
aparatos empleados en aquella/ pero suponen
que sus efectos son los mismos, aunque en escala
reducida.
Las tercianas y cuartanas, cuando se pre-
sentan, imaginan que toman siempre la forma de
mujeres escuálidas, reducidas a piel y huesos,
con las rústicas cabelleras desgreñadas, de
colores lívidos transparentes, que andan cha-
poteando en los charcos de los lugares cálidos y
en las riberas de los ríos, que corren en los valles
profundos y ardientes, donde causando espanto a
las personas ante quienes se hacen visibles, desa-
parecen introduciéndose en los cuerpos de estas
durante la emoción del susto. Creen curar la áo-
— 248 —
lencia dando una fuerte sorpresa que
al paciente
e causa tal efecto de terror, que aquella abando-
na su organismo con el miedo. No faltan per-
sonas que acostumbran insultar a la enferme-
dad, para que esta molestada con el mal trato se
vaya fuera, avergonzada y resentida.
De las demás fiebres tienen iguales opi-
niones. De las pulmonías y tisis, dicen que son
seres flacos, largos, helados yde.voracidad insacia-
ble, que viven chupando la sangre de sus vícti-
mas, royéndoles su vitalidad, y a quienes tratan
de arrojarlos por parecidos procedimientos. La
idea de que las enfermedades se deben en parte a
la introducción de cuerpos extraños y vivos en el

organismo, está muy generalizada eutre los na-


turales.
Además los curanderos indígenas emplean
con algún acierto el sistema denominado medici-
na simpática, que constituye algo así como una
zooterapía indígena, consistente en la comunica-
ción de ciertas propiedades orgánicas del reino
anima!, que parece que tienen analogías patoló-
gicas con el ser humano. Tal es la que aplican
en los casos de fiebre tifoidea, abriendo las entra-
ñas de una gallinas de plumaje negro y colocán-
dola sobre el vientre del enfermo, o introduciendo
sus pies en la barriga de un perro recién muer-
to, o poniéndole sobre el estómago conejos ne-
gros, inmediatamente después de ser desollados,
para que los cadáveres de la animales empleados
— 249 —
en esa forma arranquen a la enfermedad, por lo

que éstos quedan materiahnente descompuestos


y en putrefacción a los pocos momentos, lo que
les hace suponer que el remf'dio ha absorvido en
su tegumento los gérmenes patógenos del enfer-
mo. Análogas a este sistema son las curaciones
por medio de lagartijas vivas o muertas, según
los casos, ya sea empleándolas en parches para
soldar fracturas, curar luxaciones, o comiéndolas
crudas o remojadas en vino. La carne de este
reptil posee mucha fuerza alimenticia y cuando
se la usa con frecuencia fortifica notablemente el
organismo.
La erisipela acostumbran curar, rosando
una y otra vez, con la barriga de los sapos las
placas erisipelatosas; con cuyo procedimiento,
quedan contagiados estos batracios y mueren a
las pocas horas y dejan, en cambio, sano al en-
fermo.
La atrepsia infantil, llamada por los in-
dios y mestizos larpha, curan de varias maneras:
pero lo más común es cubrir al enfermo con las
hojas del arbusto llamado ñuñuma^a (Solanum
pacense), bien calentadas, casi quemantes y ha-
cerlo sudar dentro copiosamente; o bien envol-
viéndolo en el interior de la panza de un toro re-
cién degollado. Según los partidarios de este
método, el secreto está en que después no se res-
fríe el medicinado. Otras veces hacen tomar al niño
32
— 250 —
cocimiento de huesos de perro. No faltan cu-
randeros que aconsejan como remedio eficaz, pa-
ra esta dolencia, el bañar freciientamente al en-
fermo con agua de la ^^erba rokhe. La plebe
atribuj^e, como ya dijimos, la larpha, al haber
contemplado la madre, en estado de embarazo^ un
cadáver.
Para que sane de la ictericia hacen beber
al niño enfermo as^ua de chuño.
Para que sea poco afectuoso }' aún ingrato
con alguno desús padres, le dan al niño agua en
la que se ha lavado la ropa sucia de aquél.

A mujer que tiene quebradura o descen-


la
so de la matriz se le hace poner el pie por el que
cojea sobre la corteza de higuera y cortándola
conforme a su planta, se coloca esta forma en la
chimenea. A medida que va secando la corteza
irá sanando la persona enferma.
La mordedura del perro la curan hiriendo
al can, que dio la dentellada, en la misma parte
en que está la herida de la persona mordida, con
objeto de que lamiéndose el animal la sangre que
fluya por la suya, vaya curando, por simpatía,
la que ha causado. Enseguida cortan su lana
la queman y con la ceniza espolvorean la herida
del enfermo, después de lavarla con orina podrida.
De este tratamiento, que lo tienen por eficaz es-
peran su sanidad, con la circunstancia de supo-
ner que ella seguirá el mismo curso del perro, por
— 251 —
lo que es imposible
que a éste lo maten, temero-
sos de que el paciente ten^a igual muerte. Las
lesiones de ambos, según la creencia indígena, de-
beráu correr las mismas contingencias en su cu-
ración^ empeoramiento o desenlace mortal. Al
hincar el can sus dientes en la carne del serhuma-
no y corresponder este hiriéndole se establecen
una identidad de sufrimientos, una correlación de
sus destinos, que sólo desaparecen con la cicatri-
zación de las heridas.
El cuerno de ciervo goza de mucha fama
como remedio para los desvanecimientos pasán-
dole por las sienes al que los sufre.
El humo producido por la quemazón de las
plumas de la Abubilla ahuyenta las moscas de
una habitación.
La motivada por una quemadura,
flictena
sana, si se aplica sobre ella, algodón escarmenado,

Para arrancar una muela sin dolor, se to-


ma una lagartija viva, se la introduce en una olla
y después de taparla bien se la pone en un horno
ardiente y se la tiene hasta que la lagartija se
reduzca a ceniza y con estos polvos que se apli-
can a la encía, aseguran que sale la muela o dien-
te con facilidad.
El aguardiente recetan para el catarro
y
y los constipados, repitiendo a menudo la sigien-
te fórmula: El catarro se cura con el jarro; si
la enfermedad 710 se quita. -con la copíta; si a
— 252 —
pesar de eso sigue ella, -con la botella ^ y si vien
con tos, con dos.
Para neutralizíir los efectos de un hechiz<^>
debe bañarse el cuerpo los martes y vierDes, en la
noche, con agua de retama y derramar 'esta y*^
sucia en la puerta de la persona de quién se te-
me el daño, y do transitar por allí des})ués, has-
ta que pase algún tiempo; en seguida.empaquetar
en saquitos de género, precisamente colorado ho-
jas de retama o solimán y llevar cosido al vestido
o a guisa de escapulario. También acostumbran,
con el mismo fin, regar la habitación con licores
o chicha, sahumando después con kkoa.
Después de comer una mazorca de maíz, se
debe partir en dos el marlo para que de él no se
valgan los enemigos para embrujar al que lo ha
comido. El marlo partido ya no sirve para el ca-
so.

Cuando una persona enferma a conse-


se
cuencia en un embrujamiento, debe buscarse el
objeto de que le ha hecho el mal y encontrado él,
pasarle por el cuerpo botarlo empapado en
3^^

aceite. Kntonces se aliviará el enfermo y los


efectos del hechizo se tornan contra su autor.

El aullido del perro preocupa tanto al in-


dio, cuando lo oye a media noche, que se enferma
si está sano y se empeora si está postrado en ca-

ma.
La mosca o el moscardón hacen mucho rui-
— 2S3 —
do en una habitación, sin fjuerer salir de ella,
cuando alguno de sus moradores tiene que en-
fermarse.
Los parches o vendas que se desprenden
de las heridas y tumores, nunca deben arrojarse
en parajes donde cae el sol, porque hacen que se
calienten aquellos y se agrave el mal. Deben bo-
tarse siempre al agua, o mejor en un río para
Que su corriente se los lleve lejos incluso, la en-
fermedad,
El que señala en su rostro el sitio en
que otro tiene sarna, se contagia de la enferme-
dad, haciendo que ésta se reproduzca en el mis-
mo lugar.
Las dolencias morales tienen para los in-
dios remedios tan eficaces como las físicas. Las
pretenden curar contemplando la caída de un
arroyo cristalino a cuyas aguas aconsejan confiar
losmotivos que las causan y con fe absoluta pe-
dirlas que laven el corazón apenado.
Se vuelve a un individuo demente con só-
lo darle ccheqtíeccheque, ingeriéndolo con alguna
bebida o molido en algún líquido.
Curan el vicio alcohólico dando de beber
al enviciado, aguardiente en el que se han remo-

jado y diluido ratones tiernos, o bien introducen


en una botella de aquel licor pescados vivos y la
tienen bien tapada, hasta que por la acción alco-
hólica se deshagan y ese brevaje le sirven por co-
pitas.
— 254 —
La cresta del gallo, inmediatamente des-
pués de per recortada, recetan para hacer brotar
los dientes a los niños que se han atrasado en la
dentición, pasándoles por las encías, una y otra
vez, y haciendo que penetre su sangre en las par-
tes precii-as.
En los casos de locura dan de comer al ata-
cado, sesos de perro, o hacen hervir la cabeza de
de este animal y le sirven en caldo.
Para (jiiü 1<'S niños tengan un estómago
sano les nutroi con leche de perra .

La pulmonía se ciirn poniendo sobre el


pulmón enfermo el cuero de un gato negro, inme-
diatamente después de desollarlo.
No hay que escupir al sapo porque salen
granos en el cuerpo. A este hecho llaman la re-
salivación de ese bicho.
No se debe dar muerte a las moscas o hur-
gar las crías de ratones porque salen paperag

En desvanecimientos producidos por


los
las corrientes de aire, aconsejan hacer abrir el

pico del pato y obligarle a que absorba el mal


aire.
La orina humana fresca se emplea para
curar los sabañones, bañando con antes de ella,
acostarse, las manos o pies afectados del mal; la
guardada y corrompida, para lavar las heridas y
la cabeza de los quea dolecen de caspa o granos. La
— 255 —
orina ocupa lugar preferente en la farmacopea
indíg-ena,por las virtudes medicinales, podtrcsrap
y seguras, que se la atribuye, y, en consecueDcia.
por las múltiples y variadas aplicaciones que se
la da.

VI

Los indios son por lo común sanos


y robus-
to:^; no conocen muchas dolencias que tanto afli-
gen a los blancos, tales como y el reuma-
la tisis
tismo. Las enfermedades que contraen con faci-
lidad y suelen hacer estragos entre ellos, son las
tifoideas, disenterías y cólicos. Entre los niSos
causan una mortalidad crecida la viruela y la co-
queluche .

Ksta relativa sanidad, es tanto más nota-


que indio no practica
ble, si se tiene en cuenta, el
ningún principio higiénico; raras veces se lava la
cara y nunca se da baños de cuerpo entero; sus
habitaciones carecen de ventilación y su lecho es-
ta formado de andrajos. La salud robusta de
que goza el indio, no se puede atribuir sino a sus
costumbres frugales y a su alimentación comple-
tamente vegeteriana.
Kl se acuesta temprano y se levanta al
amanecer, trabaja con método, sin rendirse ni
hartarse con alimentos de tardía digestión. Es
sólo alcohólico ocasionaly cuando se embriaga
por completo, adquiere siempre alguna enferme-
— 256-
(lad que lo postra en cama.Tiene mucha resis-
tencia para soportar las mayores fatigas 3- com-
batir las dolencias más graves. Los que no son
aficionados a bebidas alcohólicas, viven muchos
años y solo fallecen a edad avanzada.
La coca desempeña entre los indios el pa-
pelde un tónico poderoso y mientras continúen
masticándola serán poco propensos a contagiarse
de muchas enfermedades, según ellos creen. La
extraordinaria resistencia para el trabajo, con
que se distinguen, proviene del consumoqu e ha'
chu de esa yerba. Cargados de pesos enormes, re-

corren distancias largas y por caminos escabrosos^


sin más alimento que la coca.
La cocaína contenida en la coca, da lugar
a una anestesia en el sistema muscular, que se
traduce en la menor fatigabilidad de los músculos
y en la anestesia del estómago, de manera que
pueden pasar algún tiempo sin comer, es decir,
sin hambre. Apenas el indio advierte un cambio
de sabor en la papilla y que en su cuerpo se pro*
duce una sensación de fatiga, renueva la provi-
sión de coca y muerde un pedacito de la ílujtta
que llevan y se restablecen inmediatamente sus
fuerzas decaídas.
La coca es la panacea del indio.
— —

Cn pitillo IX

Prácticas funerarias

I. — Idea que tienen los indios


y cholos del alma y de la muerte*
ciertas creencias referentes a los
difuntos, a los que han eido victi-
mados y el culto de los muertos.
TI. — Deferencias al moribundo;
velorio, entierro, los últimos gas-
tos y los ocho días. — III. -Debe-
res que se tiene con los muertos,
i^a fiesta de
lof difuntos. Los co-

lumpios de Cochabamlm; sinceri-


dad de estos regocijos. IV
Motivos por los que se festejan a
losque dejaron de ser. V.- Al- —
gunos dichos supersticiosos.

La muerte entre los indios, ya lo hptnos


dicho, es la separación del último resto, sin duda
— 258 —
resto de suma importancia,
del ser que animó la
materia que va reunirse con las otras partes que
se le adelantaron; porque el alma indígena oaja-
yu, tal como la concibe el aborigen, es un ente
plástico, susceptible de dilatarse, esparcirse en
todo que se desprende o ha usado el organis-
lo
mo humano al que pertenece, para después de la
descomposición de éste, contraerse y condensarse
en un conjunto invisible, misterioso y sutil, que
vuelve cuantas veces lo requieren las circunstan-
cias, al cuerpo de donde se desligó, dándole nue-
vamente movimiento y existencia, aunque transi-
toria y visible sólo para quienes debe serlo. A
este aparecido le atribuyen que discurre, come.be-
be.habla, llora, canta, ríe, visita a los suyos, se lle-
va al otro mundo a los que conceptúa necesario
arrebatarlos de la tierra; frecuenta los sitios ^
que habitualmente en su vida mortal;
solía asistir
vela por sus parientes y por su comunidad, ahuyen-
tándolas desgracias que pueden sobrevenirles, con*
jurándolos males que les amenazany oponiéndose
en toda ocasión a la nefasta obra de los espírilus
adversos a sus protegidos. A esío se debe que
antiguamente acostumbrasen embalsamar los ca-
dáveres con esmero, arropándolos con vendas y
envulturas tejidas de paja y acomodarlos senta-
dos en túmulos de fácil acceso, con sus útiles, ali-
mentos y bebidas, para cuando el ajayu regresa-
se a su cuerpo no sufriera la falta de nada, ni nada
dificultase sus andadas y acciones postumas.
.

— 259 —
Alguna vez, cuando el iüdio cree sentir el

eco débil de un suspiro, gemido, llanto en el silen-

cio de la noche, supone que proviene del muerto


o muertos que se lamentan t)or los infortunios
que sufren sus parientes o su ayllii; si es de risa,
que se alegran de sus dichas. Se halla convenci-
do de que los muertos nunca abandonan a los vi-
vos, ni les hacen faltar su sombra protectora o
sus castigos si los merecen; y de que aquellos
son los verdaderos vengadores de las injusticias
que cometen con los suyos.
En concepto de que el alma se halla siem-
pre alerta, la persona que habla mal de un finado
dice en seguida, por vía de satisfacción: que no
lao/ienda mis palabras ni le proporcionen dis-
gustos que la hagan penar
Si a continuación o a poco tiempo del fa-
llecimiento de una persona, muere algún caballo
su3^o, dicen que necesitaba de esa bestia para
atravesar rápido el fúnebre camino que conduce
a la otra vida y volver en él, cual negro y som-
brío centauro, cuantas veces lo quiera; si es ani-
mal de carga, para trasportar sus cosas; si un
buey, llama o cordero para dar banquete de lle-
gada a sus amigos que le antecedieron y salen a
su encuentro.
El ajayu, cree, que puede separarse del
cuerpo aun en vida del individuo, mientras este
duerme o se halle distraido.Así cuando éste atra-
viesa a prisa y sin fatigarse una larga distancia,
— 260 —
supone que su alma viajó antes por ese camino,
allanando de antemano cualquierobstáculo o difi-
cultad que pudiere quebrantar sus fuerzas o de-
bilitar la actividad de sus músculos.
La leche se corta, cuando el alma de la co-
cinera la enturbia o descompone.
Kl indio abriga la idea de que en la conme-
moración de los difuntos vienen las almas del
otro mundo a ocupar transitoriamente sus cuer-
pos y contemplar, una vez más, con sus ojos a los
suyos. Si el día llovizna o se presenta con fuer-
te aguacero, dice, que vienen llorando; si hace
buen tiempo, bastante sol y la atmósfera se en-
cuentra diáfana y el cielo azal, que están alegres
y contentas. Entonces los vivos participan con
gusto de la alegría de los muertos y sus ofrendas
Be las dedican satisfechos.

El alma del que ha sido victimado por


alguien, suponen que persigue siempre a su mata-
dor:lo empuja hacia sus vengadores; lo atrae al
lugar del teatro del crimen, si se ha alejado. Kl
criminal está condenado a expiar su delito donde
lo ha cometido. El cuerpo permanece inerte pe-
ro el ajayu es imposible que en ese caso quede
tranquilo, cuando fué expulsado violentamente de
él y clama venganza. Kl indio y el cholo, que han
perpetrado un crimen, creen ver a cada momen-
to V en cualquier incidente casual el tétrico es-
pectro de su víctima, lo que suele tenerlos tan
desazonados y violentos, que terminan por sui-
— 261 —
cidarse; enviciarse al alcohol o repetir otros crí-
menes o entregarse a la justicia, La creencia
popular mantiene la convicción de que tXajayuáe
lavíctima no abandona a su matador y condensa
esta idea en la frase alma liuatan, o sea ag"arran
do o apresado por el alma del occiso.
Kl indio que quita la vida a un semejante
suyo, para librarse de esos inconvenientes, hace
todo los posible por extraer la grasa de la ba-
rrig-a delcadáver, untarse con ella las manos y
y llevar consigo un pedazo, creyendo que con eso
evitará que el alma de su víctima venga a in-
quietar su sueno y a turbar su conciencia, fuera
de que mientras permanezca el ingrediente en su
poder nunca caerá en manos de la justicia. A la

grasa humana le concede la virtud de reí-guar-


dar al delincuente contra todo peligro. Otras ve-
tees, cuando la muerte que se ha dado a la víctima

ha sido muy rápida, le cortan la cabeza, para


que el alma aletargada, que no ha tenido tiempo
para apartarse del cuerpo, permanezca en él y no
condenándose se convierta el difunto en apareci-
do que persiguiera a su victamador por siempre.
Kl indio entiende por condenarse el vagar furiosa
y sin descanso por la tierra hasta conseguir s"
Venganza. El condenado, tal como lo concibe un
católico no tiene cabida en su imaginación. El
alma para él, permanece en el mundo y no en el
infierno.
El cuerpo del individuo destinado a falle-
— 262-
cer pronto desprende olores en la habitación don-
de tiene su morada^ desagradables si es de avan-
zada edad; soportables si es joven y aromáticos-
si es niño.
Siente percibir olor a sangre humana el
individuo que está próximo a perpetrar algún
homicidio o asesinato.
Para que muera una persona reúnen sus
cabellos con incienso 3" copal y poniéndolos so-
bre brasas los ofrecen al rayo.
El alma del que muere ahogado en algún río,

lago o corriente de agua, sigue vagando indefini-


damente por sus orillas y sitios próximos, o hasta
que la deidad acuática compadecida se la lleva le-

jos.
Si del alma mantenían y siguen abrigan
dótales preocupaciones, el cuerpo del muerto era
entre los antiguos indios, objeto de profunda ve-
neración y en su homenaje se estableció un culto
solemne, rendido constantemente por sus deudos,
un verdadero y ceremonioso culto de familia. Ko
tenían miedo ni deseo de alejar.se de los cadáveres
de sus antepasados; vivían junto con ellos, les lle-
vaban en sus fiestas, viandas y chicha. En las
vasijas y utensilios, con los que se habíanin huma-
do se renovaban las provisiones y, en la piedra, que
en forma de asiento se les había erigido, se hacían
sacrificios propiciatorios. Los muertos se con-
vertían en dioses lares de su familia.
A medida que avanzaba el tiempo, cons-
— 263 —
titulan esos restos reliquias sagradas; ee les lla-

maba malquis y se les tenía como encargados de


velar por bienestar de su descendencia y por el
el

progreso y acrecentamiento de su ayllu. Cuando


porja acción de los años, se reducían en polvo y de-
saparecíau.terminaban por adorar el cerro o sitio
«n el que habían acostumbrado acatarlos, creyen-
do que Be habían transformado en ese cerro, pie-
dra o río, los cuales se tornaban en Achachtias-
^Tienen estos Malquis, dice Oliva, sus particu-
lares sacerdotes y ministros y les ofrecen los mis-
mos sacrificios y hacen las mismas fiestas que a

a las y suelen tener con ellos los instru-


Ruacas
mentos de que ellos usaban en vida, las mujeres.usos
y mazorcas de algodón hilado y los hombres, las
tacllas o lampas con que labraban el campo, o
las armas con que peleaban. En estos Malquis y
Huacas hay su vajilla para darles de comer y be-
ber que son mates y vasos; unos de barro, otroS
de madera y algunas veces de plata, pero para
losyncas eran siempre de este metal y de oro» (!)•
Kl indio tenía en vida una constante
preocupación para que su eterna morada fuese
construida de la mejor manera posible y recomen-
daba a sus parientes que pudieran sobrevenirle
que nada faltase en ella después de su muerte.
Los conquistadores fueron los que tras-

(1) Obra citada, pag. 134


— 264 —
toniarou esas ideas y prácticasfunerarias coa ¿u
pronunciado temor a los cadáveres y su afán
de enterrarlo? lo más presto, en sepulturas abier-
tas en cementerios destinados a ese objeto. Sin
embargo, al esta-blecer la iglesia la Convierao-
ración de santos di fmitos y rogar por las al-
los
onas de/ purgatorio, ha contribuido para que el in-
dio crea que se trata del culto de sus venerados
muertos y por ello, sin omitir ningún sacriíicio,
manifiesta en todas esas fiestas o ceremonias, fer-
vor y fanatismo por celebrarlas. Rogar por las
almas del purgatorio y conmemorar a los muer'
tos importan para el indio el restablecimiento
aunque de extraño modo, del culto a sus malquis.

II

Di momento en que el enfermo se pone mal,


iosbrujos y curanderos menean tristemente la
cabeza y se declaran impotentes para salvarlo.
— —
«La enfermedad dicen ha penetrado bástala
médula délos huesos y es ya imposible arrancar-
la.» Las mujeres principian a lloraren silencio,
los hombres quedan estupefactos y callados,
y todos cuando andan lo hacen con la pun-
ta de los pies, cuidando de no producir luido.
Desde ese instante una tensión dolorosa se apo-
dera del espíritu de los concurrentes, quienes po-
nen las caras compungidas, las miradas vagas y
— 265 —
nocasan de repetir;<s:quédesgracia, quéfatalidnd,
tan bueno él .» .

Cada uno comunica que la noche anterior


hubo ruido en su casa, lo que quiere decir que el
alma o ajayuáQ\ enfermo cumplió con la obliga-
ción de despedirse personalmente de los suyos,
antes de apartarse de la compañía de los vivos
para habitar con los muertos. Ya nadie confía,
entonces, en que pueda vivir un día más.
Comienza la agonía, que para el indio sig-
nifica la postrer lucha que el alma vencida por la
enfermedad sostiene con el cuerpo, que trata de
reteuarla y correr con ella la misma suerte que le
espera. El estertor del moribundo es el ruego
ronco, triste y sollozante que le hace para que no
le abandone a merced de la victoriosa, que libre

de cortapisas y poseída de satánica alegría, le


dejará en su ausencia la maldita simiente de gu-
sanos que se propaguen en sus carnes inertes,
con la pasmosa fecundidad que poseen 3' las des-
truyen. Más antes, cuando la agonía se prolon-
gaba mucho, ahorcaban al paciente, con obi'eto
de salvar el alma y que no se descomponga con el
cuerpo, ni sufra mancilla ni desmedro, ponien-
dD supuesta lucha, con la estrangu-
tér.uitio a e^a
lación. Este procedimiento considerado necesa-
rio y eficaz llamaban despenar ;x\ enfermo. Para
expulsar la simiente de los muy prolíficos, y ho-
rribles gusanos y evitar que el cadáver se desha-
ga por completo lo embalsamaban y lo colocaban

— 266 —
en actitud de descansar y ponerse en acción cual-
quier momento, con la mira de que estando así
neutralizados los efectos postumos de la dokn
cia, volvería su ajayu a ocuparlo cuantas veces
quiera sacudir su inercia y darle movimiento. Am-
bas operaciones, fuertemente cambatidas por los
sacerdotes católicos y autoridades han
civiles,
caido en desuso. Al presente, los indios inhuman
sus muertos, confiados en que la Pacha Mama,]os
recibirá en su seno generoso, para devolverlos al
mundo, las ocasiones en que las almas tengan ne*
cesidad de cubrirse con su antigua envoltura.
Acaecida la muerte, rodean el cadáver los
deudos y amigos, llorando de voz en grito y rela-
tando en medio de lágrimas sus buenas acciones,
para que su ajayu que se hala presente les oiga.
Las mujeres se cubren inmediatamente la cabeza
con mantos negros, los hombres se ponen j9C;/í'/? 05
del mismo color y tapan el cadáver con un lienzo
ceñido en la parte del cuello.
Es imposible que el mismo día loentierren,
por uiás que haya ocurrido el fallecimiento en la
mañana y la enfermedad que ha causado el hecho
sea contagiosa. El cadáver deberá permanecer
expuesto en la noche, rodeado de ceras ardien-
tes, de su familia, amigos y personas pobres que
acuden al recinto fúnebre con ánimo áo-rezar por
el difunto en cambio de alguna retribución. Los
veIado7'es como se llama a los asistentes, beben
tazas de té con abundante alcohol y mastican coca
— 267 —
durante laspesadas horas de aquella fúnebre no-
che, llegando muchos a embriagarse y hacerse
impertinentes, exigiendo más de lo necesario, a
pretexto de que es el último gasto que se hace
por el extinto. Con la palabra de «último gas-
to», repetida a menudo, son capaces de con-
sumir con todos los bienes dejados por el muer-
to.

A la media noche, cuando ni un leve soplo


del viento interrumpe el sosiego y serenidad del
ambiente, los veladores salen de la habitación
mortuoria, encabezados por el brujo y se dirigen
callados, con pnso suave y sin hacer el más ligero
ruido, fuera de la casa, a un lugar desierto, para
escuchar el tenue y débil acento o sonido que des-
prenden las almas de quienes vienen a visitar el
cadáver, comprometerse con su alma, que ronda
alrededor de sus restos, mientras estos se entie-
rren, para abandonar pronto la sociedad de los
vivos, e irse con ella. El brujo impone absoluto
silencio y aguzando el oído un momento, dice des-
pacio, he escuchado la voz de fulano o el llanto de
zutano o el suspiro de mengano, y recomienda
que a estos no se les deje ponerse de acuerdo con
el alma del difunto, a fin de impedir que se vayan

prestos a hacerle compañía en la eternidad. Log


presentes, sugestionados por aquél, creen tam-
bién escuchar el mismo e:o y predicen el tiempo
de la muerte del aludido, según la distancia en
en que la sienten producirse el ruido: pronto si
— 268 —
se ha escuchado cerca, tarde si es distante. Para
evitar esa sombría charla y que sellen el fúnebre
pacto, se arman de hondas y descargándolas,
exclaman: a que vienes alma de tal o cual per-
sonal; ^ndate, vuelve a tu casa: tienes mu-
jer, tienes hijos
que vestir y mantenerlos. Si los
tiene. En caso de ser soltero }' vivir con sus pa-
dres, agregan: Tus padres han de llorar, tu
hogar quedaríí desierto, tu has venido al mundo
para trabajar y tener descendencia y no puedes
abandonarlo sin cumplir tu misión y, siguen los
hondazos, las súplicas y las imprecaciones o el
llanto de las mujeres. Cuando ya nada se supo-
ne percibir, vuelven junto al cadáver y el dueño
de la casa les sirve una comida condimentada
con bastante ají, por lo que llaman el diCio hiiay-
hca urasa, o sea la hora del ají.
Terminada comida y cuando ya nadie
la
debe salir fuera, pasar por la puerta, esparcen
ni
ceniza en el suelo, a la entrada de la habitación
mortuoria y continúan los veladores con la vigi-
lancia del cadáver, compungidos, cuchicheándose
y consumiendo siempre tazas de agua caliente
alcohoHzada.No falta alguno que rompe el silencio
con la narración délas virtudes y buenas acciones
del niueito, o llora increpándole por su falleci-
miento. ¿Por qué nos dejas en la orfandad"^ pre-
gunta y continúa lamentándose: «mientras tú
tranquilo descansas, flojo, nosotros quedamos
a sufrir. La carga de tus obligaciones que has
— 269 —
abandonado en el camino de la vida, tenemos
sólo nosotrosque continuar llevándola. Con tu
muerte has puesto termino a tus cotidianos eni
peños y ha cesado todo padecimiento para ti;
en tanto que tu casa quedará sin quien la vele y
proteja como tú lo hacías y a tu viudéi y a tus
hijos ya no habrá quién les de sustento. Ingrato,
cruel, no debías haberte muerto » . . . .

Unos escuchan esos acentos de amargura


y desolación eon los ojos enturbiados por el al-
cohol, otros dormitan con los rostros abotaga-
dos, los cuerpos temblorosos y los belfos caídos.
Cuando algún borracho quiere perturbar la so-
lemnidad de aquellas horas sombrías, lo sacan
afuera a rastras, arreglando después la ceniza
esparcida y lo echan al granero, para que duer-
ma.
Al día siguiente del velorio y antes de que
ninguna persona transite, examinan la ceniza co-
locada la noche anterior, para observar las hue-
llas de las pisadas que pudieran encontrarse; la

edad y el sexo a que pertenecen, y, por ellas, pre-


dicen quienes morirán tras del finado. Supo-
nen que, sin embargo de los ruegos y de los inci-
dentes de la noche anterior, han logrado entre-
vistarse algunas almas de individuos vivos con el

difunto y de seguro que se han comprometido a


seguirle. Los investigadores hacen una mueca
de desagrado y quedan conformes con la suerte
que espera a los sindicados.
— 270 —
El cortejo fúnebre es encabezado por la
viuda qne marcha desolada por detrás de los con-
coudiictores del cadáver del que fué su esposo,
lamentándose, entre sollozos de su suerte y del
abandono en que Ja deja. Cuando ella no asiste
personalmente al entierro, dicen, que el cadáver
se hace pesado y se resiste a ser conducido al ce-
menterio.
Al franquear la puerta de la morada de los
que dejaron de ser, nadie quiere atravesar pri-
mero el umbral, porque temen que aquel será el
que le si^^a. Para evitar los malos presagios, en-
tran todos de golpe o por lo menos los que
conducen la carga fúnebre.
Antes de hacer descender a la sepultura,
la viuda coloca junto al cadáver un atadito de to-
ca y un pedacito del lujta,y después, cuando se ha-
lla en el fondo, le arroja unos puñados de tierra

y en seguida lo cubren los sepultureros.


De vuelta al hogar continúan las velas ar-
diendo sobre la cama vacía del finado, no debien-
do apagarse ellas durante los ocho días siguien-
tes.ni en ese tiempo descubrirse la cabeza la viuda
e hijas de aquél. Comen y beben ese día en la
casa de la doliente los del cortejo fúnebre y va-
rios de ellos acompañan a velar a la viuda en las
noches, porque no debe enfriarse el calor de la
habitación en esos días.
La víspera del octavo día, los parientes
— 271 —
compadres y amigos, van al río a lavar la rc^pa y
camas del difunto. De regreso y en la noche, se
reúnen a velar en la liabilacióa en la que falleció
aquel, A la media noche, salen a las afueras del
pueblo, regularmente al paraje por donde corre
algún riachuelo, que por este motivo suele llamar-
se ijmaj ahuira o sea río de la viuda. En este
sitio cambian el vestido de la viuda o viudo, la

entregan al oreo del viento; azotan ^u cuerpo


con ramas de ortiga, para que las aflicciones hu-
yan con el castigo: mastica cada nno tres hojas
de coca, lo que llaman qqui/iÍ7tto;heher\ aguardiente
y chicha, que llevan en pequeños cantaritos, arro-
jándolos lejos cuando ya están vacíos. Después
loshombres se ponen los ponchos al revés y las
mujeres hacen lo mismo con sus sayas, y apode-
rándose dos jóvenes solteros del viudo o dos sol-
teras, si es viuda, parten a la carrera, sin mirar
atrás, seguidos de los presentes Bn la puerta
de la casa arde una fogata por encima de la cual
deben saltar para introducirse a su interior. Es-
te acto tiene por objeto quemar las desgracias
que pudieran haberse prendido en los vestidos.

En la habitación invita el doliente, asado,


con panecillos de harina de quinua, conocidos, con
el nombre de aqtiisjnña. y chuño cocido. Traen
la sartén con manteca tibia para que cada con-

currente, se pase con ella la palma de mano, ala

fin de que las penas sean ahuyentadas. Perma-


— 272 —
necen hasta el amanecer, teniéndolos compadres
la obligación de doblar las campanas
en la noche-

Al día siguiente a la hora señalada asisten

al templo a oír misa de réquiem, celebrada en


la

sufragio de la alma del extinto, y de vuelta de


ella, convida a los que le acomxjanaron la noche
anterior a celebrar \o?>ocho días, siendo práctica
establecida de comenzarla fiesta, tomando cada
cual tres hojas de coca del montoncito que ponen
en el centro del cuarto.
P^u medio festín.cuando los ánimos exaltados por
las bebidas alcohólicas han desterrado la pesadez
del duelo y se ha hecho imposible la gravedad, de
improviso cesan los lloros, y las fisonomías se tor-
nan de tristes y serias en risueñas, apenas uno de
los asistentes, que hace de faraute, toma un ins-
trumento músico, que en esas circunstancias sue-
le estar siempre amano, y exclama con autori-
la

dad: el finado era alegre y hay que recordarlo


ahora, corno a él le gustaría si ettuviera vivo y
comienza a tocar y cantar, invitando a los presen-
tes a que bailen. Desde este momento la danza
y los cantares reemplazan al llanto de la viuda y
de los hijos, cuyos ayes sólo se escuchan de cuan-
do en cuando y en los instantes de silencio, pero
proferidos más por fórmula que por verdadero
dolor. En estas gentes la muerte no les impre-
siona y la conformidad muy pronto ahuyenta el
pesar que pudieran sentir «¿Acaso,^dicen- los
— 273 —
que quedamos no hemos de seguir el mismo cami-
no? ¿Por qué suicidarse con lloros si se puede
aprovechar de la ocasión para hacer grata, si-
quiera un momento, la amarga vida? El que
muere descansa, mientras que el vivo se queda a
sufrir y es él verdadero digno de compasión »

Débese a que profesan esta filosofía que


no cause extraneza a nadie tal ])roceder y que
sea, por el contrario, aplaudida la conducta de
los dolientes, por haber fomentado ef^a fiesta, que
para los clases populares significa comen-
sar a ejecutar bien los deberes con el difunto,
empleando los dineros correspondientes al fondo
llamado de los últimos gastos, que muchas veces
guele consumir la herencia de los vivos, quienes se
conforman del resultado con repetir el dicho vul-
gar, de que la plata se hizo ii ara gastarla

III

La familia en cuyo seno ha fallecido algu-


no de los suyos, que por sus méritos y edad me-
recía respeto y consideraciones y que se la de-
signa con el calificativo áe junttu amayani, o sea
con cadáver caliente, está obligada a erogar lo^
últimos gastos a su memoria durante tres años el
día de la conmemoración de los difuntos; sobre
todo, el primer ano debe ser el más solemne y
— 274 —
costoso, Ksta costumbre llamada de hacer rezar,
constitU3'e una obligación rigurosa, de la que
nadie puede prescindir, sin dar lugar a las acer-
vas censuras y aversión de cuantos se encuentran
al cabo del asunto.

Desde meses antes al dos de noviembre se


preparan para celebrar dignamente
los dolientes
su fiesta fúnebre. Acopian víveres, se proveen de
licores y mandan a trabajar panecillos de maíz j
trigo, que tienen figura de aves, animales y niños,
dando preferencia a todo aquello que era del
agrado del finado, para que su alma esté conten-
ta al ver que se le hace rezar con loque le gusta-
taba en vida. Compran abundante fruta y lle-

gado el día esperado, se dirigen al cementerio lle-


vando gran parte de las provisiones. Colocan
cerca a la tumba de su difunto una mesa cubier-
ta con un lienzo negro, encima unas cuantas ce-
ras que arden, un crucifijo, y llaman a cuantos
pasan, para que recen por su finado, alcanzándo-
les antes en un platillo, algunos panecillos con
una copa de vino al centro, o sólo fruta; como
son tantos los invitados apenas tienen estos
tiempo para beberse el vino y vaciar en sus bol-
sillos los objetos servidos, y después de mascu-
jar rápidamente alguna oración, siguen su cami-
no, a fin de dar campo a otros. Iguales ceremo-
nias se efectúan en la multitud de mesas esparci-
das en toda la superficie del cementerio, de tal
— 275 —
suerte, que el murmullo de los rezadores, se ase-
meja al ruido de un avispero, en el cual, los res-
ponsos cantados por los sacerdotes, son las úni-
cas voces que sobresalen en aquel bullicio.
Los indios practicanconmemoración de
la
de sus difuntos en dos ocasiones; la primera ev
octubre, presidida por un párroco. La fiesta e^
costeada por K)8 indios destinados al efecto, que
son los amaya huaraninakas, es decir, que tiener
lavara de autoridad para festejar a los muertos.
Estos se encargan pagar las misas dedicadas a los
difuntos, en general, y antes de que se celebren
ellas se constituyen a primera hora del día seña-
lado, en el lugar del cementerio donde está la fo-
sa común y extraen de ella una media docena de
cráneos, que son luego adornados, con pan de oro
o plata, o con papeles dorados y puestos en la ca-
pilla en lugar adecuado y preferente. Termi-
nada la misa en que
calaveras reciben espe
la las
cíales atenciones del oficiante, son conduci"-
das en andas y paseados en procesión. Pa-
sadas estas ceremonias religiosas y la tanda de
responsos los cráneos son colocados en la casa
del huarani principal y festejados en medio de
una gran borrachera, y al día siguiente restitui-
dos al lugar que ocupaban en el cementerio. Vuel-
tos de aquí, se entregan al baile durante el día yel
siguiente lo convierten en una desenfrenada orgía.
Este día que es el tercero de la fiesta, despiden a
as almas, que han venido a preceneiar los home
— 276 —
najes que les tributan y alentar a los vivos para
que se reproduzcan y hagan que la raza no Se
extinga, como dicen los indios, terminando ella
con una excursión al campo a distancia déla ca-
pilla, donde cometen mayores excesos que en los

anteriores.

La segunda vez festejan a los muertos el


dos de noviembre, fecha en la que se reúnen en el
cementerio, los que tienen algún pariente muerto
en el año trascurrido y ofrecen panes, granos^
fruta,comida y demás ofrendas en cambio de una
Oración para su difunto. Al día siguiente, que
es el más solemne, se repiten allí las ofertas, las
oraciones y responsos en grande escala.

Del cementerio regresan los que fueron a


hacer rezar.y los rezadores embriagados a conti-
nuar en sus casas la fiesta fúnebre con más calor
y entusiasmo. En las noches, los mestizos for-
mando pandillas de bailarines salen a divertirse
en la plaza y calles, Al siguiente día de la con-
memoración de los difuntos se dirigen a las afue-
ras del pueblo a repetir en pleno campo el bai-
le y holgar de la mejor manera posible. Una
alegría frescosa, viva, natural e intensa se apode-
ra de los corazones al traer a la memoria a los
que dejaron de ser.

Cochabamba, las com-


lOn los pueblos de
parsas que se constituyen en el campo, arman
además un columpio o huay llunkca^caáa. una, ase-
— 277-
gurada a las ramas de árboles altos y íiimee. al
que suban las mujeres por turno, con preferencia
las jóvenes, a mecerse veloces y a gran eleva-
ción. Con el raudo movimiento y gozo que ex-
perimentan con el aereo ejercicio aparecen ataca'
das de inspiración poética-epigramática, pues,
con rara facilidad e ingenio dan por describir en
Verso el traje, la traza, el porte, o mencionar la^
acciones íntimas de los concurrrentes, espectado-
res o se dirigen a las que se encuentran en igua-
les situaciones en columpios próximos, con quienes
se entablan un cambio de alusiones satíricas y de
color subido, causando la hilaridad de los oyen-
tes. Estas improvisaciones las hacen cantando y
terminando cada dicho con la palabra expresiva
y tonadeada de huipaylalita.T)es]j\\é^ de una ac-
tuación de cuarto de hora, más o menos, bajan a
tomar chicha, bailar y recibir las felicitaciones
de sus companeras, han portado con luci-
si se

de2,y suben otras a reemplazarlas, renovándose a


menudo las columpiadoras. A la que no quiere
improvisar coplas ni cantarlas la agitan con tan-
ta violencia, que la obligan sin remedio a llenar
su cometido de amenizar la diversión con tales ac-
tos.En la noche regresan en pandilla los grupos,
al son de animadas orquestas, entonando siempre,

cantares alusivos, que son actos lanzados rápida-


mente, contra los dueños o personas que viven en
las casas por donde pasan bailando. Regocijo»
son estos, que los realizao en obsequio de las al-
— 278 —
mas. con ánimo de despedirlas o de hacerles c«-
Gharj?aya 2L fin áe que se retiren satisfechas a la
mansión eterna, y que suelen durar cinco o se»»
días, y aún más tiempo después del día de fina-
dos.

En la mayor parte de los pueblos de pro-


vi ncia de la República, la fiesta dedicada a loe

muertos es más celebrada y de mayor excitación


que la del carnaval. De semejante costumbre
no se excluye ninguna clase social provinciana,
porque ella se encuentra muy generalizada entre
blancos, mestizos e indígenas, aun de las ciuda-
des. Estos factores étnicos, cuando se codean
con los muertos; cuando junto a las sepulturas
se alegran parecen hallarse en un centro confor-
me con su carácter sombrío y sus pensamientos,
encaminados hacia lo tétrico y a las extrañas ex-
pansiones que guarden consonancia con su índoie
pesimista.

IV

segundo ano.la fiesta es menos solemne


El
y el tercero débil y poco entusiasta. Terminados
los tres años quedan satisfechos los celebrantes,
descansando con la conciencia tranquila de haber
cumplido, sin omitir ningún sacrificio, las obliga-
ciones que tenían con iu difunto.
— 279 —
En la mente popular, no tiene cabida la

idea de que coa esos actos, se profana la memo-


ria de los muertos. Estos,dicen, siguieron en vi-
da la misma costumbre con sus antepasados
gozaron y bailaron al recordarlos. A su vez, los
antecesores de aquellos, practicaron lo mismo.con
los que les precedieron, y así ha sido y continúa
siendo la humanidad. ¡Hipócritas son, repiten, los
que no aceptan esa herencia ancestral y se escan-
dalizan porque los vivos hagan fiesta a nombre
de los muertos, estando el alma de estos presen-
te en su conmemoración!

La creencia en la supervivencia del alma


y de que la vida vuelye a circularen esa ocasión
bajo las mortajas de los muertos que se recuer-
dan, influye para que prosperen tales ideas. El
cadáver nunca causa miedo ni es motivo de re-
pulsión para el indio, quién sería capaz de dor-
mir junto a él o encima de la fosa donde se halla
sepultado sin temor alguno. Le tiene, sí, respe-
to y lo venera a su modo el día en que supone
que ha vuelto su alma. Se alegra, porque, confía
en que viene a visitarlo, a ver lo que hace y en
qué condiciones de fortuna y bienestar se en-
cuentra ¿Cómo.exclama, recibirlo con lágrimas,
cara triste y estúpida?Contrariamentea lareligión
católica.que conmemora a lo- muertos con misa»
vigiliadas, con tétricos responsos, que adorna
las tumbas con figuras de buhos, lechuzas y es-
queletos, los indios proclaman en esas circunstan.
— 280 —
muéstranse contentos de
cías el placer de vivir y,
que las almas de los suyos aporten a sus hogares.
Tal vez tengan razón. Si el ajayu [del
muerto, sigue viviendo en el eterno cosmos y vol-
viendo, de. cuando en cuando, como supone el in
dio, a ocupar la envoltura que abandonó en la
tierra, ¿a qué desesperar y cubrir la cabeza de lu
to y el rostro de negra melancolía, la vez que vie
ne y se le tiene i)resente? Las clases populares,
particularmente las mujeres, concurren al ce-
menterio ataviadas con bUS mejores prendas de
de vestir y cubiertas de valiosas joyas, no para
ostentara los vivos, sino para que las almas de
sus muertos, las vean y se convenzan de que la
miseria no ba invadido los hogares que dejaron,
y de que la dicha continúa teniendo sitio en sus
corazones. La tristeza, piensan, apena más al
que viene ese dia (]ue al que la sufre. Embria-
gadas, lloran no porque sienten de los difuntos,
sino porque les viene a la mente las buenas ac-
ciones de estos en contraoposición a sus padeci-
mientos y desgracias actuales, y entonce?, l^s ha-
cen cargos directos, diciendo: Desde que me fal-
ta tu presencia, querida, desde que no veo ya tv
rostro inolvidable, ni siento tus pasos acostumbra-
dos padezco sin consuelo las mayores amarguras.
La vida contigo era feliz, sin ti sólo es de pesa-
j.es Dirigen reproches a los muertos, les habían
les ruegan, con palabras dulces y cariñosas, cual
si realmente estuvieran presentes^ es el aparente
. .

— 281 —
coloquio de los vivos con las almas sugerido
por las costumbres y exteriorizado por la influen
cía alcohólica.

Ka a cuanto se reduce la manera de pen-


car indígena sobre cuestiones de ultratumba.

El titilar de los párpados se produce cuan-


do algún pariente tiene que morir.
Amenaza por manía con viajes lejanos y
mudar de domicilo, quién está próximo a morir.
El morderse involuntariamente la lengua
anuncia la muerte de un pariente.
A una persona le invaden los piojos cuan-
tío está próxima su muerte.o la de alguno de sue
padres o de uno de sus hijos.
Cuando inadvertidamente se reúnen en al-

gún acto social trece personas,denotaque duran-


te ese ano morirá una de ellas.
El perro ahulla en las noches, cuando se le
presenta el alma de alguna persona cuya muerte
se halla próxima.
El gallo canta en las primeras horas de la
noche cuando alguno de la casa tiene que dejar
de existir.
El perro desconoce y ladra a su dueño,
cuando su muerte esta cercana
ae
— 282 —
Lo3 cuys procrean con exceso cuando tiene
que morir el dueño de la casa.
Hace ruido en una casa, cuando el que la
habita debe morir o cuando hay en ella un tesoro
oculto y el alma del dueño se encuentra vagando
an torno de él, produciendo los ruidos que se sien-
ten.
Cuatro velas encendidas sobre un lienzo
negro y apagadas una a una, después de un credo
^ezado de cierta manera, producen la muerte del
individuo que se quiere que muera.
Se rompe el tenedor o cuchara el momento
de servir la comida para que muera una persona
de la casa.

Oruro. diciembre de 1918.


— —

Páginas

Dedicatoria, t

t'rólogo __ lí

Capítulo 1. —i^aoíores primordiales — El alma de la

raza.— La fe en los objetos inanimados j en


Santiago. — El Ictyka^ chamacani, thaliri, ka.
mili, jampiriy yatiri^ — La poca importancia
de las mujeres en la hechicería. - II, Instru.
mentos y manera como actúan los brajos.

III. Influencia de éstos, sus artimañas para

seducir a las multitudes. IV. Causas para


la persistencia de las supersticiones. — Papel
del sacerdote y confusión del fraile con el mi.

to del kharisiri, — V. Influencia de los sue-


ños j

Capítulo II. — Mitos, — 1. Huirakhocha y su actuación


mítica.— II. Achachilas, Huacas y Konapas.
—III. El Huari y su leyenda. IV. Pacha-
— —— —— — —

— — II

Páginits

Mama y su culto actual. V. El Ekeko y su


historia. VI. Thunnupa, Makuri y la Cruz,

--VII. El Hu3sa-Mnllcu, su dominio ye


homenaje que s» le rinde. — La huilara y el

samiri. — VIH. El concepto que se tiene del

Supaya. IX. ElAnchanchu. X. l^a Me-


kala. — XI. El Tanca-tanca.— XII. Los Ja-
piñuñus. — XÍII. El culto de la piedra,— XIV,
Ideas respecto del Cuurmi ..,, 2t)

Capítulo III. — Svperst¡cio7ies relacionadas con ploii-


tas, anímales y objetos. — I. Empleo de la

coca y de la vela; suposiciones sobre la Misa

y algo de psicología indígena. — H. Preocu-


paciones al edificar las casas. — HI. Prefe-
rencias al cóndor, al puma, jaguar^ zorrino

zorro, arañas, feto de llama, chinchol, repti-

les, gato, perro, gallinas y ruiseñor. IV.


fíuakanquis. Mullas, Illas y la piedra be-

zoar. V. Forma }• figuras para causar daños;

animales domésticos que lo evitan — Empleo


del huato y sus diferentes aplicaciones. — Ke-
aultado del consumo de las carnes de vizca-

cha, cóndor gato; de la sangre de toro y de

las comidas saladas. — El buho, la lechuza j


las mariposas nocturnas. V. Empleo del

tabaco y del cigarro .....,,. 71


Capítulo IV. —^n las faenas agrícolas y otros actos,

— Lo que se hace en barbechos. — Días


I. loa
—— —

— III

Páginas

aciagos, fases do la luna y estaeionee. —H.


Ceremonias para sembrar, — Prócticas para
evitar las heladas sequías. — Los eclipses y
presagios malos. —m. Formalidades parare,
coger las cosechas, — La cosecha y desgrane
del mats. — IV. Ceremonias en la delimita-
ción y toma de posesióa de los terrenos. V.
La rehalla. —VI. Efectos del cambio de tra-

je en el indio, ....••.- !Í7

Capítulo V. — En viajes y caminos. — I. Cómo se for-

maban y funcionaban los chasquis en el im-


perio incaico. — Los tambos y postas. — Abu-
ses que se cometían en estos establecimientos.
— II. Preocupaciones de los postillones en los

viajes. III. Preparativos de los indios pa-


ra viajar; en el camino, sus entretenimientos;

robos y manera de encontrar lo sustraído; su


amor a los animales y a la naturaleza. — IV.
Invocaciones a los Achachilas. — La Apache-
ta. — Culto de las piedras y de los ríos. V.
El regreso. —La fiesta del huskju jaraka. —
Resistencia de los nativos para los viajes y

carreras , , , ,
123
Capítulo VI. Desdoblamiento de la vida social. —I.
Supersticiones referentes al embarazo, naci-
miento y crianza de lus niños. — H. En la

enfermedad y muerte de éstos. —m. Rela-


tivos al amor sexual: la práctica de m,usurar.
—— — — — —

— IV —
Págioae

IV. Amores y matrimonios indígenas. V.


Ideas predominantes en los concubinato» y
matrimonios de la chola y de la india - 141
Oapftulo VII. — Á través de las fiestas. — I. Los alfe-
razgos y sus excesos- prestes y práctica de
curar el cuerpo. II. Particularidades del
carnaval. — m. La khespia. — IV. La chicha
y f-u fiesta en Cochabamba; educación de la

mujer cochabambina.— La chicha, licor na-


cional. - V. J-iO que fué la fiesta de la Cruz en
La Paz. Phuna cajicha y el sihuay sahua. -

— VI. Los altares del Corpus. — Vil. La


víspera y el día de San Juan Bautista. — VIH.
Los compadrazgos. IX. — El Taripocu. — X.
Varias supersticiones complementarias y lo

que se entiende por urvjaña 17í>

Capítulo VIH Ideas médicas indígenas I. Carác.


ter general de la medicina indígena. — H. Co-
nocimientos médicos de los empíricos dedica-
dos a curaciones; empleo de drogas; sus apti-
tudes para la anatomía y cirugía. — Tin caso

referido por el P. Cobo. — Cómo se forman


actualmente los cirujanos. — m. Los Calla-
huayas; sus curaciones y hechizos; sus cos-
tumbres y estajo actual. IV. Explicacióij

de las palabrae Jaw_^?í y Relación


jaynpiri. —
de otro caso. V. Métodos curativos; thalan.
taña, milluchaña^ trucaka, pichaka j ¡licm-
— ——

—V—
Págir.íis

paka, — VI. Empleo de animales muertos j


varias otras preocupaciones. VII. Sanidad
del indio y la influencia de la coca •JlT

Capítulo IX,— -Prácíicas funtrarias. — I, Idea que


tienen los indics y cholos del alma y de la

muerte; ciertas creencias referentes a los di-

funtos, a los que han sido victimados y el

culto de los muertos. — H. Deferencias ai mo-


ribundo; velorio, entierro^ los últimos gastos

y los ocho días. — m. Deberes que se tiene


con los muertos. — La fiesta de los difuntos.—
Los columpios de Cochabamba; sinceridad de
estos regocijos, IV. Motivos por los que se
festeja a los que dejaron de ser. V. Algu-
nos dichos supersticiosos. 2?) 7

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