08-Actas Del Martirio de Felicidad y Perpetua
08-Actas Del Martirio de Felicidad y Perpetua
08-Actas Del Martirio de Felicidad y Perpetua
Prólogo
Los antiguos ejemplos de fe, que manifiestan la gracia de Dios y fomentan la
edificación del hombre, se pusieron por escrito para que su lectura, al
evocarlos, sirva para honra de Dios y consuelo del hombre. Pues bien, ¿por
qué no poner por escrito también las nuevas hazañas que presentan las
mismas ventajas? Un día, también estos hechos llegarán a ser antiguos y
necesarios a la posteridad, aunque al presente gocen de menor autoridad a
causa de la veneración que favorece lo antiguo. El poder del único Espíritu
Santo es siempre idéntico. Por esto, ¡que abran bien los ojos los que valoran
ese poder según la cantidad de años! Más bien, habría que tener en más alta
estima los nuevos hechos como pertenecientes a los últimos tiempos, para
los cuales está decretada una superabundancia de gracia.
En los últimos días, dice el Señor, derramaré mi Espíritu sobre todos los
hombres y profetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes verán visiones y los
ancianos tendrán sueños proféticos (Hech 2,17). Por eso nosotros, que
aceptamos y honramos como igualmente prometidas las profecías y las
nuevas visiones, ponemos también las otras manifestaciones del Espíritu
Santo entre los documentos de la Iglesia, a la que el mismo Espíritu fue
enviado para distribuir todos sus carismas, en la medida en que el Señor los
distribuye a cada uno de nosotros. Es, pues, necesario poner por escrito
todas estas maravillas y difundir su lectura para gloria de Dios. De ese modo
nuestra fe, débil y desalentada, no debe creer que sólo los antiguos han
recibido la divina gracia, tanto en el carisma del martirio como de las
revelaciones. Dios cumple siempre sus promesas, para confundir a los
incrédulos y sostener a los creyentes. Por esto, queridos hermanos e hijitos,
cuanto hemos oído y tocado con la mano, se lo anunciamos ara que ustedes,
que asistieron a los sucesos, recuerden la gloria del Señor; y los que los
conocen de oídas, entren en comunión con los santos mártires y, por ellos,
con el Señor Jesucristo, a quien sean la gloria y el honor por los siglos de los
siglos. Amén.
El arresto
Fueron arrestados los jóvenes catecúmenos Revocato y Felicidad, su
compañera de esclavitud, Saturnino y Secúndulo. Entre ellos se hallaba
también Vibia Perpetua, de noble nacimiento, esmeradamente educada y
brillantemente casada. Perpetua tenía padre y madre y dos hermanos(uno,
catecúmeno como ella) y un hijo de pocos meses de vida. A partir de aquí,
ella misma relató toda la historia de su martirio, como lo dejó escrito de su
mano y según sus impresiones.
Relato de Perpetua
"Cuando nos hallábamos todavía con los guardias, mi padre, impulsado por
su cariño, deseaba ardientemente alejarme de la fe con sus discursos y
persistía en su empeño de conmoverme. Yo le dije:-Padre, ¿ves, por ejemplo,
ese cántaro que está en el suelo, esa taza u otra cosa?-Lo veo -me
respondió.-¿Acaso se les puede dar un nombre diverso del que tienen?-¡No!-
me respondió.-Yo tampoco puedo llamarme con nombre distinto de lo que
soy: ¡CRISTIANA! Entonces mi padre, exasperado, se arrojó sobre mí para
sacarme los ojos, pero sólo me maltrató. Después, vencido, se retiró con sus
argumentos diabólicos. Durante unos pocos días no vi más a mi padre. Por
eso di gracias a Dios y sentí alivio por su ausencia. Precisamente en el
intervalo de esos días fuimos bautizados y el Espíritu me inspiró,estando
dentro del agua, que no pidiera otra cosa que el poder resistir el amor
paternal. A los pocos días fuimos encarcelados. Yo experimenté pavor, porque
jamás me había hallado en tinieblas tan horrorosas. ¡Qué día terrible! El calor
era insoportable por el amontonamiento de tanta gente; los soldados nos
trataban brutalmente; y, sobre todo, yo estaba agobiada por la preocupación
por mi hijo. Tercio y Pomponio, benditos diáconos que nos asistían,
consiguieron con dinero que se nos permitiera recrearnos por unas horas en
un lugar más confortable de la cárcel. Saliendo entonces del calabozo, cada
uno podía hacer lo que quería. Yo amamantaba a mi hijo, casi muerto de
hambre. Preocupada por su suerte, hablaba a mi madre, confortaba a mi
hermano y les recomendaba mi hijo. Yo me consumía de dolor al verlos a
ellos consumirse por causa mía. Durante muchos días me sentí abrumada por
tales angustias. Finalmente logré que el niño se quedará conmigo en la
cárcel. Al punto me sentí con nuevas fuerzas y aliviada de la pena y
preocupación por el niño. Desde aquel momento, la cárcel me pareció un
palacio y prefería estar en ella a cualquier otro lugar.