Barroco e Ilustracion
Barroco e Ilustracion
Barroco e Ilustracion
El Barroco fue un período de la historia en la cultura occidental originado por una nueva forma de
concebir el arte (el «estilo barroco») y que, partiendo desde diferentes contextos histórico-
culturales, produjo obras en numerosos campos
artísticos: literatura, arquitectura, escultura, pintura, música, ópera, danza, teatro, etc. Se manifestó
principalmente en la Europa occidental, aunque debido al colonialismo también se dio en
numerosas colonias de las potencias europeas, principalmente en Latinoamérica.
Cronológicamente, abarcó todo el siglo XVII y principios del XVIII, con mayor o menor prolongación
en el tiempo dependiendo de cada país. Se suele situar entre el Manierismo y el Rococó, en una
época caracterizada por fuertes disputas religiosas entre países católicos y protestantes, así como
marcadas diferencias políticas entre los Estados absolutistas y los parlamentarios, donde una
incipiente burguesía empezaba a poner los cimientos del capitalismo.
Como estilo artístico, el Barroco surgió a principios del siglo XVII (según otros autores a finales
del XVI) en Italia —período también conocido en este país como Seicento—, desde donde se
extendió hacia la mayor parte de Europa. Durante mucho tiempo (siglos XVIII y XIX) el término
«barroco» tuvo un sentido peyorativo, con el significado de recargado, engañoso, caprichoso,
hasta que fue posteriormente revalorizado a finales del siglo XIX por Jacob Burckhardt y, en el XX,
por Benedetto Croce y Eugenio d'Ors. Algunos historiadores dividen el Barroco en tres períodos:
«primitivo» (1580-1630), «maduro» o «pleno» (1630-1680) y «tardío» (1680-1750).
Aunque se suele entender como un período artístico específico, estéticamente el término
«barroco» también indica cualquier estilo artístico contrapuesto al clasicismo, concepto introducido
por Heinrich Wölfflin en 1915. Así pues, el término «barroco» se puede emplear tanto
como sustantivo como adjetivo. Según este planteamiento, cualquier estilo artístico atraviesa por
tres fases: arcaica, clásica y barroca. Ejemplos de fases barrocas serían el arte helenístico, el arte
gótico, el romanticismo o el modernismo.
El arte se volvió más refinado y ornamentado, con pervivencia de un cierto racionalismo clasicista
pero adoptando formas más dinámicas y efectistas y un gusto por lo sorprendente y anecdótico,
por las ilusiones ópticas y los golpes de efecto. Se observa una preponderancia de la
representación realista: en una época de penuria económica, el hombre se enfrenta de forma más
cruda a la realidad. Por otro lado, a menudo esta cruda realidad se somete a la mentalidad de una
época turbada y desengañada, lo que se manifiesta en una cierta distorsión de las formas, en
efectos forzados y violentos, fuertes contrastes de luces y sombras y cierta tendencia al
desequilibrio y la exageración.
Contexto histórico y cultural
El siglo XVII fue por lo general una época de depresión económica, consecuencia de la prolongada
expansión del siglo anterior causada principalmente por el descubrimiento de América. Las malas
cosechas conllevaron el aumento del precio del trigo y demás productos básicos, con las
subsiguientes hambrunas. El comercio se estancó, especialmente en el área mediterránea, y solo
floreció en Inglaterra y Países Bajos gracias al comercio con Oriente y la creación de grandes
compañías comerciales, que sentaron las bases del capitalismo y el auge de la burguesía. La mala
situación económica se agravó con las plagas de peste que asolaron Europa a mediados del siglo
XVII, que afectaron especialmente a la zona mediterránea. Otro factor que generó miseria y
pobreza fueron las guerras, provocadas en su mayoría por el enfrentamiento entre católicos y
protestantes, como es el caso de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Todos estos factores
provocaron una grave depauperación de la población; en muchos países, el número de pobres y
mendigos llegó a alcanzar la cuarta parte de la población.
Por otro lado, el poder hegemónico en Europa basculó de la España imperial a
la Francia absolutista, que tras la Paz de Westfalia (1648) y la Paz de los Pirineos (1659) se
consolidó como el más poderoso estado del continente, prácticamente indiscutido hasta la
ascensión de Inglaterra en el siglo XVIII. Así, la Francia de los Luises y la Roma papal fueron los
principales núcleos de la cultura barroca, como centros de poder político y religioso —
respectivamente— y centros difusores del absolutismo y el contrarreformismo. España, aunque en
decadencia política y económica, tuvo sin embargo un esplendoroso período cultural —el
llamado Siglo de Oro— que, aunque marcado por su aspecto religioso de incontrovertible
proselitismo contrarreformista, tuvo un acentuado componente popular, y llevó tanto a
la literaturacomo a las artes plásticas a cotas de elevada calidad. En el resto de países donde llegó
la cultura barroca (Inglaterra, Alemania, Países Bajos), su implantación fue irregular y con distintos
sellos peculiarizados por sus distintivas características nacionales.
El Barroco se forjó en Italia, principalmente en la sede pontificia, Roma, donde el arte fue utilizado
como medio propagandístico para la difusión de la doctrina contrarreformista. La Reforma
protestante sumió a la Iglesia católica en una profunda crisis durante la primera mitad del siglo XVI,
que evidenció tanto la corrupción en numerosos estratos eclesiásticos como la necesidad de una
renovación del mensaje y la obra católica, así como de un mayor acercamiento a los fieles.
El Concilio de Trento (1545-1563) se celebró para contrarrestar el avance del protestantismo y
consolidar el culto católico en los países donde aún prevalecía, sentando las bases del dogma
católico (sacerdocio sacramental, celibato, culto a la Virgen y los santos, uso litúrgico del latín) y
creando nuevos instrumentos de comunicación y expansión de la fe católica, poniendo especial
énfasis en la educación, la predicación y la difusión del
mensaje católico, que adquirió un fuerte sello propagandístico —para lo que se creó
la Congregación para la Propagación de la Fe—. Este ideario se plasmó en la recién
fundada Compañía de Jesús, que mediante la predicación y la enseñanza tuvo una notable y
rápida difusión por todo el mundo, frenando el avance del protestantismo y recuperando
numerosos territorios para la fe católica (Austria, Baviera, Suiza, Flandes, Polonia). Otro efecto de
la Contrarreforma fue la consolidación de la figura del papa, cuyo poder salió reforzado, y que se
tradujo en un ambicioso programa de ampliación y renovación urbanística de Roma, especialmente
de sus iglesias, con especial énfasis en la basílica de San Pedro y sus aledaños. La Iglesia fue el
mayor comitente artístico de la época, y utilizó el arte como caballo de batalla de la propaganda
religiosa, al ser un medio de carácter popular fácilmente accesible e inteligible. El arte fue utilizado
como un vehículo de expresión ad maiorem Dei et Ecclesiae gloriam, y papas como Sixto
V, Clemente VIII, Paulo V, Gregorio XV, Urbano VIII, Inocencio X y Alejandro VII se convirtieron en
grandes mecenas y propiciaron grandes mejoras y construcciones en la ciudad eterna, ya
calificada entonces como Roma triumphans, caput mundi («Roma triunfante, cabeza del mundo»).
Culturalmente, el Barroco fue una época de grandes adelantos científicos: William
Harvey comprobó la circulación de la sangre; Galileo Galilei perfeccionó el telescopio y afianzó la
teoría heliocéntrica establecida el siglo anterior por Copérnico y Kepler; Isaac Newton formuló
la teoría de la gravitación universal; Evangelista Torricelli inventó el barómetro. Francis
Bacon estableció con su Novum Organum el método experimental como base de la investigación
científica, poniendo las bases del empirismo. Por su parte, René Descartes llevó a la filosofía hacia
el racionalismo, con su famoso «pienso, luego existo».
Debido a las nuevas teorías heliocéntricas y la consecuente pérdida del
sentimiento antropocéntrico propio del hombre renacentista, el hombre del Barroco perdió la fe en
el orden y la razón, en la armonía y la proporción; la naturaleza, no reglamentada ni ordenada, sino
libre y voluble, misteriosa e inabarcable, pasó a ser una fuente directa de inspiración más
conveniente a la mentalidad barroca. Perdiendo la fe en la verdad, todo pasa a ser aparente e
ilusorio (Calderón: La vida es sueño); ya no hay nada revelado, por lo que todo debe investigarse y
experimentarse. Descartes convirtió la duda en el punto de partida de su sistema filosófico:
«considerando que todos los pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también
ocurrírsenos durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que todas las
cosas que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más verdaderas que las ilusiones
de mis sueños» (Discurso del método, 1637). Así, mientras la ciencia se circunscribía a la
búsqueda de la verdad, el arte se encaminaba a la expresión de lo imaginario, del ansia de infinito
que anhelaba el hombre barroco. De ahí el gusto por los efectos ópticos y los juegos ilusorios, por
las construcciones efímeras y el valor de lo transitorio; o el gusto por lo sugestivo y seductor
en poesía, por lo maravilloso, sensual y evocador, por los efectos lingüísticos y sintácticos, por la
fuerza de la imagen y el poder de la retórica, revitalizados por la reivindicación de autores
como Aristóteles o Cicerón.
La cultura barroca era, en definición de José Antonio Maravall, «dirigida» —enfocada en la
comunicación—, «masiva» —de carácter popular— y «conservadora» —para mantener el orden
establecido—. Cualquier medio de expresión artístico debía ser principalmente didáctico y
seductor, debía llegar fácilmente al público y debía entusiasmarle, hacerle comulgar con el
mensaje que transmitía, un mensaje puesto al servicio de las instancias del poder —político o
religioso—, que era el que sufragaba los costes de producción de las obras artísticas, ya que
Iglesia y aristocracia —también incipientemente la burguesía— eran los principales comitentes de
artistas y escritores. Si la Iglesia quería transmitir su mensaje contrarreformista, las monarquías
absolutas vieron en el arte una forma de magnificar su imagen y mostrar su poder, a través de
obras monumentales y pomposas que transmitían una imagen de grandeza y ayudaban a
consolidar el poder centralista del monarca, reafirmando su autoridad.
Por ello y pese a la crisis económica, el arte floreció gracias sobre todo al mecenazgo eclesiástico
y aristocrático. Las cortes de los estados monárquicos —especialmente los absolutistas—
favorecieron el arte como una forma de plasmar la magnificencia de sus reinos, un instrumento
propagandístico que daba fe de la grandiosidad del monarca (un ejemplo paradigmático es la
construcción de Versalles por Luis XIV). El auge del coleccionismo, que conllevaba la circulación
de artistas y obras de arte por todo el continente europeo, condujo al alza del mercado artístico.
Algunos de los principales coleccionistas de arte de la época fueron monarcas, como el
emperador Rodolfo II, Carlos I de Inglaterra, Felipe IV de España o la reina Cristina de Suecia.
Floreció notablemente el mercado artístico, centrado principalmente en el ámbito holandés
(Amberes y Ámsterdam) y alemán (Núremberg y Augsburgo). También proliferaron
las academias de arte —siguiendo la estela de las surgidas en Italia en el siglo XVI—, como
instituciones encargadas de preservar el arte como fenómeno cultural, de reglamentar su estudio y
su conservación, y de promocionarlo mediante exposiciones y concursos; las principales
academias surgidas en el siglo XVII fueron la Académie Royale d'Art, fundada en París en 1648, y
la Akademie der Künste de Berlín (1696)
El estilo barroco
El Barroco fue un estilo heredero del escepticismo manierista, que se vio reflejado en un
sentimiento de fatalidad y dramatismo entre los autores de la época. El arte se volvió más artificial,
más recargado, decorativo, ornamentado. Destacó el uso ilusionista de los efectos ópticos; la
belleza buscó nuevas vías de expresión y cobró relevancia lo asombroso y los efectos
sorprendentes. Surgieron nuevos conceptos estéticos como los de «ingenio», «perspicacia» o
«agudeza». En la conducta personal se destacaba sobre todo el aspecto exterior, de forma que
reflejara una actitud altiva, elegante, refinada y exagerada que cobró el nombre de préciosité.
Según Wölfflin, el Barroco se define principalmente por oposición al Renacimiento: frente a la
visión lineal renacentista, la visión barroca es pictórica; frente a la composición en planos, la
basada en la profundidad; frente a la forma cerrada, la abierta; frente a la unidad compositiva
basada en la armonía, la subordinación a un motivo principal; frente a la claridad absoluta del
objeto, la claridad relativa del efecto. Así, el Barroco «es el estilo del punto de vista pictórico con
perspectiva y profundidad, que somete la multiplicidad de sus elementos a una idea central, con
una visión sin límites y una relativa oscuridad que evita los detalles y los perfiles agudos, siendo al
mismo tiempo un estilo que, en lugar de revelar su arte, lo esconde».
El arte barroco se expresó estilísticamente en dos vías: por un lado, hay un énfasis en la realidad,
el aspecto mundano de la vida, la cotidianeidad y el carácter efímero de la vida, que se materializó
en una cierta «vulgarización» del fenómeno religioso en los países católicos, así como en un mayor
gusto por las cualidades sensibles del mundo circundante en los protestantes; por otro lado, se
manifiesta una visión grandilocuente y exaltada de los conceptos nacionales y religiosos como una
expresión del poder, que se traduce en el gusto por lo monumental, lo fastuoso y recargado, el
carácter magnificente otorgado a la realeza y la Iglesia, a menudo con un fuerte sello
propagandístico.
El Barroco fue una cultura de la imagen, donde todas las artes confluyeron para crear una obra de
arte total, con una estética teatral, escenográfica, una mise en scène que pone de manifiesto el
esplendor del poder dominante (Iglesia o Estado), con ciertos toques naturalistas pero en un
conjunto que expresa dinamismo y vitalidad. La interacción de todas las artes expresa la utilización
del lenguaje visual como un medio de comunicación de masas, plasmado en una concepción
dinámica de la naturaleza y el espacio envolvente.
Una de las principales características del arte barroco es su carácter ilusorio y artificioso: «el
ingenio y el diseño son el arte mágico a través del cual se llega a engañar a la vista hasta
asombrar» (Gian Lorenzo Bernini). Se valoraba especialmente lo visual y efímero, por lo que
cobraron auge el teatro y los diversos géneros de artes escénicas y espectáculos:
danza, pantomima, drama musical (oratorio y melodrama), espectáculos
de marionetas, acrobáticos, circenses, etc. Existía el sentimiento de que el mundo es un teatro
(theatrum mundi) y la vida una función teatral: «todo el mundo es un escenario, y todos los
hombres y mujeres meros actores» (Como gustéis, William Shakespeare, 1599). De igual manera
se tendía a teatralizar las demás artes, especialmente la arquitectura. Es un arte que se basa en la
inversión de la realidad: en la «simulación», en convertir lo falso en verdadero, y en la
«disimulación», pasar lo verdadero por falso. No se muestran las cosas como son, sino como se
querría que fuesen, especialmente en el mundo católico, donde la Contrarreforma tuvo un éxito
exiguo, ya que media Europa se pasó al protestantismo. En literatura se manifestó dando rienda
suelta al artificio retórico, como un medio de expresión propagandístico en que la suntuosidad del
lenguaje pretendía reflejar la realidad de forma edulcorada, recurriendo a figuras retóricas como
la metáfora, la paradoja, la hipérbole, la antítesis, el hipérbaton, la elipsis, etc. Esta transposición
de la realidad, que se ve distorsionada y magnificada, alterada en sus proporciones y sometida al
criterio subjetivo de la ficción, pasó igualmente al terreno de la pintura, donde se abusa
del escorzo y la perspectiva ilusionista en aras de efectos mayores, llamativos y sorprendentes.
El arte barroco buscaba la creación de una realidad alternativa a través de la ficción y la ilusión.
Esta tendencia tuvo su máxima expresión en la fiesta y la celebración lúdica; edificios como
iglesias o palacios, o bien un barrio o una ciudad entera, se convertían en teatros de la vida, en
escenarios donde se mezclaba la realidad y la ilusión, donde los sentidos se sometían al engaño y
el artificio. En ese aspecto tuvo especial protagonismo la Iglesia contrarreformista, que buscaba a
través de la pompa y el boato mostrar su superioridad sobre las iglesias protestantes, con actos
como misas solemnes, canonizaciones, jubileos, procesiones o investiduras papales. Pero igual de
fastuosas eran las celebraciones de la monarquía y la aristocracia, con eventos como
coronaciones, bodas y nacimientos reales, funerales, visitas de embajadores o cualquier
acontecimiento que permitiese al monarca desplegar su poder para admirar al pueblo. Las fiestas
barrocas suponían una conjugación de todas las artes, desde la arquitectura y las artes plásticas
hasta la poesía, la música, la danza, el teatro, la pirotecnia, arreglos florales, juegos de agua, etc.
Arquitectos como Bernini o Pietro da Cortona, o Alonso Cano y Sebastián Herrera Barnuevo en
España, aportaron su talento a tales eventos, diseñando estructuras, coreografías, iluminaciones y
demás elementos, que a menudo les servían como campo de pruebas para futuras realizaciones
más serias: así, el baldaquino para la canonización de Santa Isabel de Portugal sirvió a Bernini
para su futuro diseño del baldaquino de San Pedro, y el quarantore (teatro sacro de los jesuitas)
de Carlo Rainaldi fue una maqueta de la iglesia de Santa Maria in Campitelli.
Durante el Barroco, el carácter ornamental, artificioso y recargado del arte de este tiempo traslucía
un sentido vital transitorio, relacionado con el memento mori, el valor efímero de las riquezas frente
a la inevitabilidad de la muerte, en paralelo al género pictórico de las vanitas. Este sentimiento llevó
a valorar de forma vitalista la fugacidad del instante, a disfrutar de los leves momentos de
esparcimiento que otorga la vida, o de las celebraciones y actos solemnes. Así, los nacimientos,
bodas, defunciones, actos religiosos, o las coronaciones reales y demás actos lúdicos o
ceremoniales, se revestían de una pompa y una artificiosidad de carácter escenográfico, donde se
elaboraban grandes montajes que aglutinaban arquitectura y decorados para proporcionar una
magnificencia elocuente a cualquier celebración, que se convertía en un espectáculo de carácter
casi catártico, donde cobraba especial relevancia el elemento ilusorio, la atenuación de la frontera
entre realidad y fantasía.
Cabe destacar que el Barroco es un concepto heterogéneo que no presentó una unidad estilística
ni geográfica ni cronológicamente, sino que en su seno se encuentran diversas tendencias
estilísticas, principalmente en el terreno de la pintura. Las principales serían: naturalismo, estilo
basado en la observación de la naturaleza pero sometida a ciertas directrices establecidas por el
artista, basadas en criterios morales y estéticos o, simplemente, derivados de la libre interpretación
del artista a la hora de concebir su obra; realismo, tendencia surgida de la estricta imitación de la
naturaleza, ni interpretada ni edulcorada, sino representada minuciosamente hasta en sus más
pequeños detalles; clasicismo, corriente centrada en la idealización y perfección de la naturaleza,
evocadora de elevados sentimientos y profundas reflexiones, con la aspiración de reflejar la belleza
en toda su plenitud.
Estilos
Naturalismo
Realismo:
Clasicismo:
Por último, cabe señalar que en el Barroco surgieron o se desarrollaron nuevos géneros pictóricos.
Si hasta entonces había preponderado en el arte la representación de temas
históricos, mitológicos o religiosos, los profundos cambios sociales vividos en el siglo XVII
propiciaron el interés por nuevos temas, especialmente en los países protestantes, cuya severa
moralidad impedía la representación de imágenes religiosas por considerarlas idolatría. Por otro
lado, el auge de la burguesía, que para remarcar su estatus invirtió de forma decidida en el arte,
trajo consigo la representación de nuevos temas alejados de las grandilocuentes escenas
preferidas por la aristocracia. Entre los géneros desarrollados profusamente en el Barroco
destacan: la pintura de género, que toma sus modelos de la realidad circundante, de la vida diaria,
de temas campesinos o urbanos, de pobres y mendigos, comerciantes y artesanos, o de fiestas y
ambientes folklóricos; el paisaje, que eleva a categoría independiente la representación de la
naturaleza, que hasta entonces solo servía de telón de fondo de las escenas con personajes
históricos o religiosos; el retrato, que centra su representación en la figura humana, generalmente
con un componente realista aunque a veces no exento de idealización; el bodegón o naturaleza
muerta, que consiste en la representación de objetos inanimados, ya sean piezas de ajuar
doméstico, flores, frutas u otros alimentos, muebles, instrumentos musicales, etc.; y la vanitas, un
tipo de bodegón que alude a lo efímero de la existencia humana, simbolizado generalmente por la
presencia de calaveras o esqueletos, o bien velas o relojes de arena.
Géneros
Pintura de género:
Paisaje:
Retrato:
Bodegón:
Arquitectura
La arquitectura barroca asumió unas formas más dinámicas, con una exuberante decoración y un
sentido escenográfico de las formas y los volúmenes. Cobró relevancia la modulación del espacio,
con preferencia por las curvas cóncavas y convexas, poniendo especial atención en los juegos
ópticos (trompe-l'œil) y el punto de vista del espectador. También cobró una gran importancia
el urbanismo, debido a los monumentales programas desarrollados por reyes y papas, con un
concepto integrador de la arquitectura y el paisaje que buscaba la recreación de
un continuum espacial, de la expansión de las formas hacia el infinito, como expresión de unos
elevados ideales, sean políticos o religiosos.
En España, la arquitectura de la primera mitad del siglo XVII acusó la herencia herreriana, con una
austeridad y simplicidad geométrica de influencia escurialense. Lo barroco se fue introduciendo
paulatinamente sobre todo en la recargada decoración interior de iglesias y palacios, donde
los retablos fueron evolucionando hacia cotas de cada vez más elevada magnificencia. En este
período fue Juan Gómez de Mora la figura más destacada, siendo autor de la Clerecía de
Salamanca (1617), el Ayuntamiento (1644-1702) y la plaza Mayor de Madrid (1617-1619). Otros
autores de la época fueron: Alonso Carbonel, autor del palacio del Buen Retiro (1630-1640); Pedro
Sánchez y Francisco Bautista, autores de la Colegiata de San Isidro de Madrid (1620-1664).
Hacia mediados de siglo fueron ganando terreno las formas más ricas y los volúmenes más libres y
dinámicos, con decoraciones naturalistas (guirnaldas, cartelas vegetales) o de formas abstractas
(molduras y baquetones recortados, generalmente de forma mixtilínea). En esta época conviene
recordar los nombres de Pedro de la Torre, José de Villarreal, José del Olmo, Sebastián Herrera
Barnuevo y, especialmente, Alonso Cano, autor de la fachada de la catedral de Granada (1667).
Entre finales de siglo y comienzos del XVIII se dio el estilo churrigueresco (por los hermanos
Churriguera), caracterizado por su exuberante decorativismo y el uso de columnas salomónicas
Escultura
La escultura barroca adquirió el mismo carácter dinámico, sinuoso, expresivo, ornamental, que la
arquitectura —con la que llegará a una perfecta simbiosis sobre todo en edificios religiosos—,
destacando el movimiento y la expresión, partiendo de una base naturalista pero deformada a
capricho del artista. La evolución de la escultura no fue uniforme en todos los países, ya que en
ámbitos como España y Alemania, donde el arte gótico había tenido mucho asentamiento —
especialmente en la imaginería religiosa—, aún pervivían ciertas formas estilísticas de la tradición
local, mientras que en países donde el Renacimiento había supuesto la implantación de las formas
clásicas (Italia y Francia) la perduración de estas es más acentuada. Por temática, junto a la
religiosa tuvo bastante importancia la mitológica, sobre todo en palacios, fuentes y jardines.
Literatura
La literatura barroca, como el resto de las artes, se desarrolló bajo preceptos políticos absolutistas
y religiosos contrarreformistas, y se caracterizó principalmente por el escepticismo y el pesimismo,
con una visión de la vida planteada como lucha, sueño o mentira, donde todo es fugaz y
perecedero, y donde la actitud frente a la vida es la duda o el desengaño, y la prudencia como
norma de conducta. Su estilo era suntuoso y recargado, con un lenguaje
muy adjetivado, alegórico y metafórico, y un empleo frecuente de figuras retóricas. Los principales
géneros que se cultivaron fueron la novela utópica y la poesía bucólica, que junto al teatro —que
por su importancia se trata en otro apartado—, fueron los principales vehículos de expresión de la
literatura barroca. Como ocurrió igualmente con el resto de las artes, la literatura barroca no fue
homogénea en todo el continente, sino que se formaron diversas escuelas nacionales, cada una
con sus peculiaridades, hecho que fomentó el auge de las lenguas vernáculas y el progresivo
abandono del latín.
España
En España, donde el siglo XVII sería denominado el «Siglo de oro», la literatura estuvo más que en
ningún otro sitio al servicio del poder, tanto político como religioso. La mayoría de obras van
encaminadas a la exaltación del monarca como elegido por Dios, y de la Iglesia como redentora de
la humanidad, al mismo tiempo que se procura una evasión de la realidad para diluir la penosa
situación económica de la mayoría de la población. Sin embargo, pese a estas limitaciones, la
creatividad de los escritores de la época y la riqueza del lenguaje desarrollado produjeron un
elevado nivel de calidad, que convierten a la literatura española de la época en el paradigma de la
literatura barroca y en una de las más altas cimas de la historia de la literatura. La descripción de la
realidad se basa en dos ejes vertebradores: la transitoriedad de los fenómenos terrenales, donde
todo es vanidad (vanitas vanitatum); y el omnipresente recuerdo de la muerte (memento mori), que
hace apreciar con más intensidad la vida (carpe diem).
En la lírica se dieron dos corrientes: el culteranismo (o cultismo), liderado por Luis de Góngora (por
lo que también se le llama «gongorismo»), donde destacaba la belleza formal, con un estilo
suntuoso, metafórico, con abundancia de paráfrasis y una gran proliferación de latinismos y juegos
gramaticales; y el conceptismo, representado por Francisco de Quevedo y donde predominaba el
ingenio, la agudeza, la paradoja, con un lenguaje conciso pero polisémico, con múltiples
significados en pocas palabras. Góngora fue uno de los mejores poetas de principios del siglo XVII,
actividad que cultivaba en sus ratos libres como sacerdote. Su obra está influida por Garcilaso,
aunque sin el sentido armónico y equilibrado que mostró este en toda su producción. El estilo de
Góngora es más ornamental, musical, colorista, con abundancia de hipérbatos y metáforas, por lo
que resulta difícil de leer y se dirige especialmente a minorías cultas. En cuanto a temática,
predomina la amorosa, la satírica-burlesca y la religioso-moral. Empleó métricas como las silvas y
las octavas reales, pero también formas más populares como sonetos, romances y redondillas. Sus
principales obras son la Fábula de Polifemo y Galatea (1613) y Soledades (1613). Otros poetas
culteranistas fueron: Juan de Tassis, conde de Villamediana, Gabriel Bocángel, Pedro Soto de
Rojas, Anastasio Pantaleón de Ribera, Salvador Jacinto Polo de Medina, Francisco de Trillo y
Figueroa, Miguel Colodrero de Villalobos y fray Hortensio Félix Paravicino. Por su parte, Quevedo
osciló en su vida personal entre importantes cargos políticos o la cárcel y el destierro, según su
relación temperamental con las autoridades. En su obra se vislumbra un sentimiento desgarrado
por la realidad cotidiana de su país, donde predomina el desengaño, la presencia del dolor y la
muerte. Esta visión se desarrolla en dos líneas contrapuestas: o bien la cruda descripción de la
realidad, o bien burlándose de ella y caricaturizándola. Sus poemas fueron publicados tras su
muerte en dos volúmenes: Parnaso español (1648) y Las tres Musas (1670). Otros poetas
conceptistas fueron: Alonso de Ledesma, Miguel Toledano, Pedro de Quirós y Diego de Silva y
Mendoza, conde de Salinas. Aparte de estas dos corrientes merece destacarse la figura de Lope
de Vega, un gran dramaturgo que también cultivó la poesía y la novela, tanto de inspiración
religiosa como profana, a menudo con un trasfondo autobiográfico. Utilizó principalmente la métrica
de romances y sonetos, como en Rimas sacras (1614) y Rimas humanas y divinas del licenciado
Tomé de Burguillos (1634); y también realizó poemas épicos, como La Dragontea (1598), El
Isidro (1599) y La Gatomaquia (1634). La prosa estuvo dominada por la gran figura de Miguel de
Cervantes, que si bien se sitúa entre el Renacimiento y el Barroco supuso una figura de transición
que marcó a una nueva generación de escritores españoles. Militar en su juventud —participó en
la batalla de Lepanto—, estuvo prisionero de los turcos durante cinco años; posteriormente ocupó
diversos cargos burocráticos, que compaginó con la escritura, que si bien le proporcionó una inicial
fama no impidió que muriese en la pobreza. Cultivó la novela, el teatro y la poesía, aunque esta
última con escaso éxito. Pero indudablemente su talento estaba en la prosa, que oscila entre el
realismo y el idealismo, a menudo con una fuerte intención moralizadora, como en sus Novelas
ejemplares. Su gran obra, y una de las cumbres de la literatura universal, es Don Quijote (1605), la
historia de un hidalgo que emprende una serie de alocadas aventuras creyéndose un gran paladín
como los de las novelas de caballería. Si bien la primera intención de Cervantes era hacer una
parodia, conforme se fue gestando la historia adquirió un fuerte sello filosófico y de introspección
de la mente y el sentimiento humanos, pasando del humor a la fina ironía que, sin embargo, está
exenta de resentimiento o acritud, y pone de manifiesto que la cualidad esencial del ser humano es
su capacidad de soñar. Otro terreno donde se desarrolló la prosa barroca española fue la novela
picaresca, continuando la tradición iniciada el siglo anterior con el Lazarillo de Tormes (1554).
Estuvo representada principalmente por tres nombres: Francisco de Quevedo, autor de La vida del
Buscón (1604), de aspecto amargo y crudamente realista; Mateo Alemán, que firmó el Guzmán de
Alfarache (en dos partes: 1599 y 1604), quizá la mejor en su género, donde el pícaro es más un
filósofo que un pobre vagabundo; y Vicente Espinel, que en El escudero Marcos de
Obregón (1618) ofrece una visión agridulce del pícaro, que pese a sus infortunios encuentra el lado
amable de la vida. Otro género fue el de la novela pastoril, cultivada principalmente por Lope de
Vega, autor de La Arcadia (1598) y La Dorotea (1632), esta última un drama en prosa cuyos largos
diálogos la hacen irrepresentable como drama teatral. Por último, otra vertiente de la prosa de la
época fue la conceptista, que en paralelo a la poesía desarrolló un estilo de escritura intelectual y
cultivado, que se servía de los recursos de la lingüística y la sintaxis para describir la realidad
circundante, generalmente de forma realista y desengañada, reflejando la amargura de una época
donde la mayoría sobrevivía en duras condiciones sociales. Su principal exponente fue Baltasar
Gracián, autor de Agudeza y arte de ingenio (1648), un tratado que desarrolla las posibilidades de
la retórica; y El Criticón(1651-1655), novela de corte filosófico cuyo argumento es una alegoría de
la vida humana, que oscila entre la civilización y la naturaleza, entre la cultura y la ignorancia, entre
el espíritu y la materia. Como escritor conceptista también merece nombrarse a Luis Vélez de
Guevara, autor de El diablo cojuelo (1641), novela satírica cercana a la picaresca pero sin sus
elementos más comunes, por lo que cabría más calificarla de costumbrista.
Ilustración
La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual, primordialmente europea que nació a
mediados del siglo XVIII y duró hasta los primeros años del siglo XIX. Fue especialmente activo
en Francia, Inglaterra y Alemania Inspiró profundos cambios culturales y sociales, y uno de los más
dramáticos fue la Revolución francesa. Se denominó de este modo por su declarada finalidad de
disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces del conocimiento y
la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces y del asentamiento
de la fe en el progreso.
Los pensadores de la Ilustración sostenían que el conocimiento humano podía combatir
la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una
gran influencia en aspectos científicos, económicos, políticos y sociales de la época. Este tipo de
pensamiento se expandió en la burguesía y en una parte de la aristocracia, a través de nuevos
medios de publicación y difusión, así como reuniones, realizadas en casa de gente adinerada o de
aristócratas, en las que participaban intelectuales y políticos a fin de exponer y debatir acerca de
ciencia, filosofía, política o literatura.
Esquema general
Desde Gran Bretaña, donde algunos de los rasgos esenciales del movimiento se dieron antes que
en ningún otro lugar, la Ilustración se asentó en Francia, donde la anglofilia fue difundida
por Voltaire, y produjo en Francia un cuerpo ideológico, el enciclopedismo, y sus más difundidas
personalidades (Montesquieu, Diderot, Rousseau, Buffon, etc). Ahora bien, la filosofía ilustrada
más sólida fue sin duda la más tardía alemana, que con Kant culminará la creación del
pensamiento propiamente moderno, ya muy por encima de la ideología enciclopedista. La
Ilustración también dio sus frutos propios en otras lugares europeos y americanos. En ocasiones
se recrearon proyectos ilustrados más o menos autónomamente, pero en la mayoría de casos
vinculados al pensamiento inglés y, sobre todo en lo que se refiere a la ideología enciclopedista, a
Francia (así en Países Bajos, Polonia, Rusia, Suecia, la península italiana y la ibérica, etc., o en
sus colonias americanas). Desde el punto de vista sociopolítico fueron frutos condicionados por el
grado de desarrollo ideológico adquirido en el momento de lanzamiento de la nueva ideología y por
el proceso interno seguido a lo largo de su desarrollo. Si la Ilustración alemana fue por necesidad
teórica de asimilación lenta y compleja, el ideologismo ilustrado lo fue rápido y con la
superficialidad característica que le amparaba en la vida mundana, de la moda y las costumbres.
La Ilustración en España
En España la Ilustración coincidió con los reinados de Fernando VI y Carlos III. Si bien la
decadencia profunda en que se encontraba el país en el punto de partida obstaculizó una posterior
eclosión, el auge dinámico de algunas de sus zonas geográficas (especialmente Cataluña) a lo
largo del período y la actuación coadyuvante (aunque tímida) desde el poder político facilitaron la
aparición de un nutrido y valioso grupo de ilustrados
(Cabarrús, Cadalso, Campomanes, Capmany, Feijoo, Floridablanca, Jovellanos, etc.)
condicionado, no obstante, por el arraigo y la preponderancia del pensamiento escolástico
tradicional. La creación de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia, de la Medicina y
del Real Gabinete de Historia Natural (actual Museo Nacional de Ciencias Naturales), fueron
algunos de los logros de la Ilustración española, que ni mucho menos es unilateralmente relativa a
influjo francés.
La Ilustración en Hispanoamérica
En los ámbitos de la política y la economía, las reformas impulsadas por el despotismo ilustrado a
finales del reinado de Fernando VI y durante el de su sucesor Carlos III tenían por objeto reafirmar
el dominio efectivo del gobierno de Madrid sobre la sociedad colonial y contener o frenar el
ascenso de las elites criollas.Las autoridades españolas procedían a una explotación más
sistemática y profunda de las colonias. Procuraban, además, fortalecer y aumentar la marina de
guerra y establecer unidades del ejército regular español en las diversas regiones de América.
En la Nueva España (México), en el ámbito de los colegios de la Compañía de Jesús, vemos surgir
un importante grupo de científicos y filósofos ilustrados, encabezados por José Rafael
Campoy (1723-1777), que defienden una clara separación entre la filosofía y las ciencias naturales,
una mayor especialización en el estudio científico y una simplificación en el método de la
enseñanza filosófica, evitando las sutilezas silogísticas, así como la sumisión incondicional a las
autoridades. En este grupo de estudiosos que trabaja principalmente en la Ciudad de
México, Tepotzotlán, Guadalajara y Valladolid (Morelia), destacan el historiador y naturalista,
jesuita expulso, Francisco Javier Clavijero (1731-1787), miembro sobresaliente de la Escuela
Universalista Española del siglo XVIII, que empleaba un método histórico sistemático y
sorprendentemente moderno; el filósofo Andrés de Guevara y Basoazábal (1748-1801), que se
basa en Bacon, Descartes y los censistas para plantear la necesidad de una filosofía moderna,
justificar el método inductivo y experimental, y denunciar el abuso del método deductivo; y
principalmente Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos (1745-1783), crítico de la escolástica y
defensor de la ciencia y de la modernidad, cuyo eclecticismo ilustrado está principalmente regido
por los valores del buen sentido, la racionalidad, la tolerancia y la utilidad para el hombre.En el sur
del continente, el pensamiento ilustrado tuvo un primer gran empuje en la RealAudiencia de
Quito mediante la llamada Escuela de la Concordia, fundada en la ciudad de Quito por el
Dr. Eugenio Espejo en 1791, y a la cual pertenecían nobles de la élite criolla y profesionales
mestizos. Los pensamientos y debates surgidos en la Escuela de la Concordia plantaron las
primeras semillas de nacionalismo e independencia de Sudamérica, ya que de a partir de varios
sucesos ocurridos con sus diferentes miembros, la ilustración se propagaría hacia el resto de
territorios de los virreinatos de Nueva Granada y Perú.
Contexto histórico
Características
En la segunda mitad del siglo XVIII, pese a que más del 70 % de los europeos eran analfabetos, la
intelectualidad y los grupos sociales más relevantes descubrieron el papel que podría desempeñar
la razón, íntimamente unida a las leyes sencillas y naturales, en la transformación y mejora de
todos los aspectos de la vida humana.
Para entender correctamente el fenómeno de la Ilustración hay que recurrir a sus fuentes de
inspiración fundamentales: la filosofía de Descartes -basada en la duda metódica para admitir solo
las verdades claras y evidentes- y la revolución científica de Isaac Newton, apoyada en unas
sencillas leyes generales de tipo físico. Los ilustrados pensaban que estas leyes podían ser
descubiertas por el método cartesiano y aplicadas universalmente al gobierno y a las sociedades
humanas. Por ello la élite de esta época sentía enormes deseos de aprender y de enseñar lo
aprendido, siendo fundamental la labor desarrollada por Diderot y D'Alembert cuando publicaron
la Encyclopédie raisonée des Sciences et des Arts entre 1751 y 1765, inspirada por los principios
laicos y materialistas de la burguesía francesa y completada en 1764 con el crítico Dictionnaire
philosophique, de Voltaire. La obra Ensayo de John Locke es uno de los precursores.
Como característica común hay que señalar una extraordinaria fe en el progreso y en las
posibilidades de los varones y mujeres para dominar y transformar el mundo. Los ilustrados
exaltaron la capacidad de la razón laica para descubrir las leyes naturales y la tomaron como guía
en sus análisis e investigaciones científicas. Defendían la posesión de una serie de derechos
naturales inviolables, así como el reformismo frente al abuso de poder del absolutismo y la rigidez
de la sociedad estamental del Antiguo Régimen; fue precisamente el fracaso de este reformismo el
que convirtió a la Ilustración en Liberalismo al estallar la Revolución francesa. Criticó la intolerancia
en materia de religión, las formas religiosas tradicionales y al Dios castigador de la Biblia, y
rechazó toda creencia que no estuviera fundamentada en una concepción naturalista de la religión.
Estos planteamientos, relacionados íntimamente con las aspiraciones y valores laicos y
materialistas de la burguesía ascendente, penetraron en otras capas sociales potenciando un
ánimo crítico hacia el sistema económico, social y político establecido por los estamentos nobiliario
y clerical que culminó en la Revolución francesa.
Antropocentrismo: Hay un nuevo Renacimiento en que todo gira en torno al ser humano y en
particular en torno a su razón material y sensible de forma aún más pronunciada que en el siglo
XVI, aunque el papel que entonces representó Italia lo desempeña esta vez Francia. La fe se
traslada de Dios al hombre: hay confianza y optimismo en lo que éste puede hacer, y se piensa en
que el progreso (surge en este siglo la palabra) humano es continuo e indefinido,
(Condorcet escribe su Cuadro de los progresos del espíritu humano) y los autores modernos son
mejores que los antiguos y los pueden perfeccionar. Se formuló la filosofía del optimismo (Leibniz)
frente al pesimismo característico de la Edad Media y el Barroco. La sociedad se seculariza y la
noción de Dios y la religión empieza a perder, ya definitivamente (como había empezado a
mediados del XVII con la Paz de Westfalia), la importancia que en todos los órdenes había tenido
hasta ahora; se desarrolla una cultura exclusivamente laica e incluso antirreligiosa y anticlerical.
Empiezan a formularse las expresiones más tolerantes de espiritualidad: nihilismolibertario
(Casanova, Pierre Choderlos de Laclos), Masonería, deísmo (Voltaire), agnosticismo; incluso se
formulan ya claramente las propuestas del ateísmo (Pierre Bayle, Baruch Spinoza, Paul Henri
Dietrich) y el libertinismo, expuesto por algunos personajes de novelas escandalosas de la época
(Marqués de Sade, etc.). La atención a los aspectos más oscuros del hombre constituye lo que se
ha venido a llamar "la cara oscura del siglo de las luces".
Racionalismo: Todo se reduce a la razón y la experiencia sensible, y lo que ella no admite no
puede ser creído. Durante la Revolución francesa, incluso se rindió culto a la «diosa Razón», que
se asocia con la luz y el progreso del espíritu humano (Condorcet). Las pasiones y sentimientos
son un mal en sí mismos. Todo lo desprovisto de armonía, todo lo desequilibrado y asimétrico, todo
lo desproporcionado y exagerado se considera monstruoso en estética.
Hipercriticismo y su subsecuente reformismo: Los ilustrados no asumen sin crítica
la tradición del pasado: con la Enciclopedia se replantean todo el conocimiento anterior filtrándolo a
la luz de la razón y desdeñan cuanto no se somete a los principios laicos y materialistas que esta
impone. Por ello desdeñan toda superstición y superchería (los "errores comunes" de Benito
Jerónimo Feijoo), incluyendo a menudo la religión. Los consideran signos de oscurantismo y de
una sociedad periclitada: es preciso depurar el pasado de todo lo que es oscuro y poco racional
para construir una sociedad mejor y más pura. Se usa la literatura (el teatro, la fábula, la sátira)
para corregir los defectos de la sociedad y mejorarla (castigat ridendo mores, "corrige riendo las
costumbres", escribe Horacio): se educa, no se entretiene sino para conseguir lo primero. La
tragedia expone los funestos resultados de la pasión o sentimiento fuera de control; la comedia
ridiculiza los defectos morales del ser humano; la fábula suministra ejemplos de conductas útiles y
prudentes y antiejemplos opuestos. La historia se empieza a documentar con rigor; las ciencias se
vuelven exclusivamente empíricas y experimentales; la sociedad misma y sus formas de gobierno
comienzan a ser sometidas a la crítica social, lo que culmina en las revoluciones al fin del periodo.
Hay un enorme deseo de utopía política, que Jean-Jacques Rousseauformula con su concepto
de voluntad general para inspirar gobiernos más justos; igualmente, Montesquieu exige una justicia
mejor preconizando el principio de separación de poderes; la revolución americana declara buscar
la felicidad aquí en la tierra y proclama el derecho democrático a elegir los gobernantes frente al
modelo monárquico. Empieza a hablarse de constituciones. Se crean sociedades para mejorar
todas las disciplinas (academias científicas como la Royal Society, bibliotecas públicas,
museos, Sociedades económicas de amigos del país...), las ciencias (Isaac
Newton, Leibniz, Georges Louis Leclerc, Linneo, Lavoisier, Euler, Franklin), la medicina (vacuna,
primeros intentos de higienización), la tecnología (máquina de vapor, pila voltaica, reinvención de
la porcelana, lanzadera volante, lámpara de gas, cronómetro, termómetro, sextante), la economía
(Adam Smith) avanzan notablemente gracias a esta preocupación, por lo que hay un gran
crecimiento demográfico..
Pragmatismo: Sólo lo útil merece hacerse; se desarrolla la filosofía del Utilitarismo preconizada
por Jeremías Bentham, que halla un principio ético general en la felicidad enunciada por Epicuro,
bajo la fórmula de «la mayor felicidad para el mayor número de gente». Las literaturas y las artes
en general han de tener un fin útil, que puede ser didáctico (enseñanza), moral (depurar de las
insanas pasiones) o social (sátira de las malas costumbres, para corregirlas). De ahí que entren en
crisis géneros como la novela o que se cultiven las novelas de aprendizaje y que se pongan de
moda las fábulas, las enciclopedias, los ensayos, las sátiras, los informes y en general los géneros
ensayísticos. El teatro pretende corregir las costumbres con la comedia y limpiar de pasiones el
alma con la tragedia. Es ésta la Poética finalista del Neoclasicismo francés, comúnmente
rechazada por el Empirismo inglés y la Ilustración alemana.
Imitación: La mímesis se hace relativa a la mathesis cartesiana. La originalidad se considera un
defecto en el restrictivo neoclasicismo francés, que no supo asumir a Shakespeare, y se estima
que se pueden lograr obras maestras «con receta», imitando lo mejor de los autores
grecorromanos (clasicismo o neoclasicismo), que se constituyen en modelos para la arquitectura,
la escultura, la pintura y la literatura. El academicismo impera en el terreno artístico y sofoca toda
creatividad en Francia y toda cultura sujeta a su influencia El buen gusto es el criterio principal y se
excluye lo imperfecto, lo feo, lo decadente, lo supersticioso y oscuro, la violencia, la noche, las
pasiones desatadas y la muerte. El teatro debe someterse a las reglas de las tres unidades, no ya
estatuidas por Aristóteles sino un tanto burdamente simplificadas: unidad de acción, lugar y tiempo;
es más, los franceses añaden la unidad de estilo. Inglaterra mediante la estética empirista y, en
especial, Alemania, es decir, los pivotes representados paradigmáticamente por Lessing y Kant,
definirán una posición evolucionada, que rechazará frontalmente todo teatro francés, y la propuesta
de la originalidad del genio.17
Idealismo: El buen gusto exige rechazar lo vulgar: no se cuenta con los criterios estéticos del
pueblo y la realidad que ofrece la literatura es mejor de lo que la realidad es, es estilizada,
neoclásica. El lenguaje no admite groserías ni insultos, y busca el purismo, aunque con frecuencia
se contagia de galicismos; no se presentan crímenes ni críticas a un poder que es inmutable (no se
trata, por ejemplo, el tema del tiranicidio en el teatro, ni aparecen mezcladas las clases populares
con las elevadas por decoro, ni temas de mal gusto como el suicidio (que solo aparecerá en
el Romanticismo con el Werther de Goethe), y todo es amable y elevado. Se excluye lo temporal y
lo histórico, cualquier forma de cambio "desde abajo" de la cosmovisión ilustrada.
Universalismo: El molde generalizador y objetivizador de la razón conduce a los ilustrados a
asumir una tradición cultural cosmopolita, a asumir la relatividad cultural (Cartas
persas de Montesquieu, críticas a la diversidad de las religiones de Voltaire, gusto por el exotismo
de los libros de viajes) y funden todo tipo de tradiciones en la horma grecorromana que les sirve de
fuente principal. Sienten interés por lo exótico, pero no lo asumen, porque buscan en él lo
específicamente humano y universal. Y como la tradición literaria más universal es la clásica y el
academicismo francés la ha incorporado, todo lo francés se pone de moda y poseer la lengua
francesa se transforma en un signo de distinción: el arte y la cultura francesa influye
en Alemania, España y Rusia y sus lenguas se llenan de galicismos. Se habla de "las Grecias, las
Romas y las Francias" porque no existe (aún) el subjetivo nacionalismo romántico ni la teoría de
los caracteres nacionales y se siguen los géneros puros e intemporales del clasicismo grecolatino:
la fábula, la tragedia, la comedia, la oda, la elegía, la égloga o pastoral, la sátira, el poema
didáctico o moral y se arrinconan géneros propios de otras culturas barrocas como
la tragicomedialopesca o el drama isabelino, o de aire medieval como la comedia de santos o
el auto sacramental, modelos desviados y apartados del clasicismo universal. Es más, el
universalismo ilustrado empieza a elaborar utopías de gobierno colectivo cuyo choque con la
realidad desencadenará la Revolución francesa. Por otra parte, la Ilustración inglesa, empirista, y la
Ilustración alemana, de tendencia idealista, promoverán una filosofía y un arte, sobre todo esta
última, de mucho mayor calado que el formado por el neoclasicismo francés. De raíz española, si
bien en gran medida transterrada a Italia por la expulsión jesuita de 1767, fue la importante y tardía
Ilustración española o hispánica, universalista y comparatista encabezada por Juan Andrés, el
lingüista Lorenzo Hervás, el musicólogo Antonio Eximeno y los grandes botánicos y los filipinistas y
americanistas.
La política en la Ilustración.
En política surge el despotismo ilustrado que llevará pronto, aún a su pesar, a la teoría de
la separación de poderes. Se subordina el poder religioso al civil (secularización) y dentro del
religioso aparecen las primeras señales de independencia de las iglesias nacionales respecto al
absolutismo del papa (regalismo) y aparece el concepto de contrato social que se hará fuerte
con Rousseau y el socialismo utópico.
Para los ilustrados, el destino del hombre es la epicúrea felicidad, y la propia Constitución de los
Estados Unidos acogerá este propósito como uno de los derechos de los ciudadanos. Hacia el final
del siglo el liberalismo, con la Revolución francesa a partir de 1789 aunque iniciado en Gran
Bretaña de forma menos traumática con las ideas de John Locke, Adam Smith, Jeremías
Bentham y John Stuart Mill, expande las conquistas sociales de la Ilustración por Europa y
Norteamérica, dándose fin al Antiguo Régimen.
Acaba progresivamente la sociedad estamental que se viene arrastrando desde el feudalismo y
emerge una nueva clase social, la burguesía, que adquiere conciencia de su poder económico y su
impotencia política, de forma que conquistará el gobierno de su destino a lo largo del siglo
siguiente a través de diversas revoluciones (1820, 1830, 1848) en que va ampliando su presencia
en los órganos políticos del estado relegando a la aristocracia a un papel subalterno.
En el ámbito de la jurisprudencia, Cesare Beccaria (1738-1794) publicó en Livorno en 1764 Dei
delitti e delle pene,obra que sienta las bases de la moderna ciencia criminal. Beccaria establece la
gravedad de los delitos y la proporción de las penas a partir de los principios de la filosofía ilustrada
francesa y la teoría contractualista y utilitarista (J. Locke). El jurista italiano entiende el delito como
violación del orden social y la pena como una defensa del mismo. En Dei delitti e delle
pene plantea también una dura crítica a los métodos judiciarios de la época (como la tortura o la
pena de muerte, “ni útil ni necesaria”). Algunos legisladores europeos asimilaron la lección de
Beccaria: Catalina II de Rusia, por ejemplo, promovió una reforma del código penal inspirada en la
obra del filósofo italiano.
Las artes y las ciencias en la Ilustración
Si la Ilustración francesa permanece consustancial al Neoclasicismo, según antes quedó referido,
la inglesa y el Empirismo se constituyen en importante esfera prerromántica y preidealista en los
más diferentes campos del saber, al margen de las ciencias experimentales y la sociales que
entonces se atisban. La Ilustración alemana será, en las artes, fundamento de la
inmediata Romantik, tras el Sturm und Drang.
En física, óptica y matemáticas, los avances son decisivos gracias a las contribuciones de sir Isaac
Newton y otros estudiosos. Igualmente en botánica. Surge la economía políticacomo ciencia
moderna gracias a las aportaciones de los fisiócratas y sobre todo del liberalismo de Adam Smith y
su monumental obra La riqueza de las naciones. Para la visión del mundo es importante que la
geografía terminase de cartografiar todo el globo, a excepción de los círculos polares y algunas
regiones de África.
La Enciclopedia significó una ruptura del concepto histórico en favor de una visión esquematizada.
Sin embargo, por otra parte, la historiografía moderna y su fundamentación epistemológica fue una
de las grandes realizaciones ilustradas, tanto desde el punto de vista del tratamiento del objeto
como del método, lo cual pretendió oscurecer el romanticismo.