PREDICA San Mateo 18,21-35
PREDICA San Mateo 18,21-35
PREDICA San Mateo 18,21-35
“AMAR Y PERDONAR”
La figura del apóstol San Pedro vuelve a aparecer. Esta vez en el diálogo
con Jesús se invierte el “canto de Lamec” que nos cuenta el libro del
Génesis: de la venganza “Caín será vengado siete veces, más Lamec lo
será 70 veces 7”. En este canto, Lamek expone su hombría delante de sus
mujeres con acto de ferocidad contra el enemigo. La mención de Caín
muestra cómo aún entre los hermanos se puede llegar a lo peor.
Perdonar nos libera, nos sana, es el medio que Dios nos ha dejado para
volver a una vida plena, a disfrutar de la vida, entonces, perdonar es el
regalo más grande que podemos dar y que debemos darnos. Pero… ¿por
qué es tan difícil de perdonar?
¿Cómo dar un verdadero perdón a todos ellos? Y más allá del hogar, cómo
perdonar y no tomar venganza de los hombres de una sociedad en la que
se roba, se viola, se mata y se espera inútilmente que llegue la justicia.
El rey se deja tocar el corazón por la angustia y la necesidad del pobre que
suplica. No piensa en la gran suma de dinero que tiene el peligro de perder,
no persiste en hacerle cumplir con la justicia, sino que, lleno de compasión
y de misericordia, le perdona todo y lo deja marcharse en libertad. Por
supuesto el rey es Dios Padre, que nos perdona todo, la magnanimidad de
su corazón ha superado inmensamente aquella deuda que sobrepasaba ya
toda medida.
La parábola nos enseña que ante Dios, el rey de la parábola que ama y
siempre perdona, todos somos deudores insolventes que no podemos
pagar nada; pero Dios, si le suplicamos reconociendo nuestra indigencia,
nos perdona absolutamente todo; pero exige que hagamos lo mismo con
quienes nos ofenden. Por esta misma razón en la oración del Padrenuestro
decimos: “Perdónanos como también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden”. Comprendemos ahora que el perdón es lo que hace posible
la vida comunitaria.
Pero hay que observar la última frase de este pasaje: el perdón que Jesús
pide es un perdón que viene desde el “corazón”. En este “corazón”, es
decir, en lo más profundo de mí mismo, debe permanecer, no el rencor por
la pequeña ofensa que recibo del hermano, sino el amor infinito e
incondicional del Padre.