La Lactancia Salvaje (LAURA GUTMAN)

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La lactancia salvaje

La mayoría de las madres que consultamos por dificultades en la lactancia estamos


preocupadas por saber cómo hacer las cosas correctamente, en lugar de buscar el silencio
interior, las raíces profundas, los vestigios de femineidad y apoyo efectivo por parte de los
individuos o las comunidades que favorezcan el encuentro con su esencia personal.

La lactancia es manifestación pura de nuestros aspectos más terrenales y salvajes que


responden a la memoria filogenética de nuestra especie. Para dar de mamar sólo
necesitamos pasar casi todo el tiempo desnudas, sin largar a nuestra cría, inmersas en un
tiempo fuera del tiempo, sin intelecto ni elaboración de pensamientos, sin necesidad de
defenderse de nada ni de nadie, sino solamente sumergidas en un espacio imaginario e
invisible para los demás.

Eso es dar de mamar. Es dejar aflorar nuestros rincones ancestralemente olvidados o


negados, nuestros instintos animales que surgen sin imaginar que anidaban en nuestro
interior. Es dejarse llevar por la sorpresa de vernos lamer a nuestros bebés, de oler la
frescura de su sangre, de chorrear entre un cuerpo y otro, de convertirse en cuerpo y fluidos
danzantes.

Dar de mamar es despojarse de las mentiras que nos hemos contado toda la vida sobre
quienes somos o quienes deberíamos ser. Es estar desprolijas, poderosas, hambrientas,
como lobas, como leonas, como tigresas, como canguras, como gatas. Muy relacionadas
con las mamíferas de otras especies en su total apego hacia la cría, descuidando al resto de
la comunidad, pero milimétricamente atentas a las necesidades del recién nacido.

Deleitadas con el milagro, tratando de reconocer que fuimos nosotras las que lo hicimos
posible, y reencontrándonos con lo que haya de sublime. Es una experiencia mística si nos
permitimos que así sea.

Esto es todo lo que necesitamos para poder dar de mamar a un hijo. Ni métodos, ni
horarios, ni consejos, ni relojes, ni cursos. Pero sí apoyo, contención y confianza de otros
(marido, red de mujeres, sociedad, ámbito social) para ser sí misma más que nunca. Sólo
permiso para ser lo que queremos, hacer lo que queremos, y dejarse llevar por la locura de
lo salvaje.

Esto es posible si se comprende que la psicología femenina incluye este profundo arraigo a
la madre-tierra, que el ser una con la naturaleza es intrínseco al ser esencial de la mujer, y
que si este aspecto no se pone de manifiesto, la lactancia simplemente no fluye. No somos
tan diferentes a los ríos, a los volcanes, a los bosques. Sólo es necesario preservarlos de los
ataques.

Las mujeres que deseamos amamantar tenemos el desafío de no alejarnos desmedidamente


de nuestros instintos salvajes. Lamentablemente solemos razonar y leer libros de
puericultura, y de esta manera perdemos el eje entre tantos consejos supuestamente
“profesionales”.
La insistencia social y en algunos casos las sugerencias médicas y psicológicas que insisten
en que las madres nos separemos de los bebés, desactiva la animalidad de la lactancia.
Posiblemente la situación que más depreda y devasta la confianza que las madres tenemos
en nuestros propios recursos internos, es esta creencia de que los bebés se van a
malacostrumbrar si pasan demasiado tiempo en nuestros brazos. La separación física a la
que nos sometemos como díada entorpece la fluidez de la lactancia. Los bebés occidentales
duermen en los moisés o en los cochecitos o en sus cunas demasiadas horas. Esta conducta
sencillamente atenta contra la lactancia. Porque dar de mamar es una actividad corporal y
energética constante. Es como un río que no puede parar de fluir: si lo bloqueamos, desvía
su caudal.

Contrariamente a lo que se supone, los bebés deberían ser cargados por sus madres todo el
tiempo, incluso y sobre todo cuando duermen. Porque se alimentan también de calor,
brazos, ternura, contacto corporal, olor, ritmo cardíaco, transpiración y perfume. La leche
fluye si el cuerpo está permanentemente disponible. La lactancia no es un tema aparte. O
estamos madre y bebé compenetrados, fusionados y entremezclados, o no lo estamos. Por
eso, dar de mamar equivale a tener al bebé a upa, todo el tiempo que sea posible. No hay
motivos para separar al bebé de nuestro cuerpo, salvo para cumplir con poquísimas
necesidades personales. La lactancia es cuerpo, es silencio, es conexión con el submundo
invisible, es fusión emocional, es entrega.

Dar de mamar es posible si dejamos de atender las reglas, los horarios, las indicaciones
lógicas y si estamos dispuestas a sumergirnos en este tiempo sin tiempo ni formas ni
bordes. También si nos despojamos de tantas sillitas, cochecitos y mueblería infantil, ya
que un pañuelo atado a nuestro cuerpo es suficiente para ayudar a los brazos y las espaldas
cansadas. Incluso si trabajamos, incluso si hay horas durante el día en que no tenemos la
opción de permanecer con nuestros bebés, tenemos la posibilidad de cargarlos en brazos
todo el tiempo que estemos en contacto con ellos.

Es verdad que hay que volverse un poco loca para maternar. Esa locura nos habilita para
entrar en contacto con los aspectos más genuinos, inabordables, despojados, salvajes,
impresentables, sangrantes de nuestro ser femenino. Así las cosas, que nos acompañe quien
quiera y quien sea capaz de no asustarse de la potencia animal que ruge desde nuestras
entrañas.

Laura Gutman

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