Estudiar Cine, ¿Para Qué¿ - Jorge Luis Martínez

Está en la página 1de 4

Estudiar cine, ¿para qué?

JORGE LUIS MARTÍNEZ comenta qué se aprende y no se aprende estudiando cine,


cuando el meollo del asunto es hacer cine.

Publicado en Revista Cuadrivio, 7 de diciembre de 2014


CUADRIVIO-Revista de crítica, México [https://cuadrivio.net/]

El cine es un fenómeno digno de estudio desde diferentes disciplinas, pues


conjuga tecnología, industria, lenguaje y arte. Pero, ¿por qué estudiar al cine
desde el cine? Ni siquiera los grandes cineastas fueron a la escuela de cine; ellos
lo inventaron. Jorge Luis Martínez reflexiona sobre lo que se aprende y lo que no
se aprende estudiándolo, e incluso lo que se debería dejar de aprender para
llegar al meollo del asunto: hacer cine.
1. ¿Qué es el cine? Se preguntó hace medio siglo el padre de todos los críticos, el escritor
francés André Bazin. La pregunta cobra nueva vigencia, no porque carezca de respuestas,
sino porque, a pesar de que hubo bastantes, la realidad se esfuerza por ir algunos pasos
adelante. Preguntarnos qué es el cine hoy en día resulta decisivo porque, debido a la
desaparición de formatos tradicionales, la explosión de la tecnología digital, la proliferación
de escuelas de cine y el escepticismo de varios veteranos, no han sido pocos los que han
declarado su muerte.
Lo primero que hay que entender es la condición polisémica del concepto «cine», es decir,
sus múltiples significados. De entrada, cine puede referirse al aparato llamado
cinematógrafo, lanzado por los hermanos Louis y Auguste Lumière en 1885 y que
conquistó una empresa que se perseguía desde tiempos muy antiguos: capturar y
reproducir el movimiento. Cine es tecnología.
Sin embargo, los mismos Lumière no veían en su invento mayores posibilidades que la
simple comercialización del producto y su eventual desaparición. Fue hasta que el mago
Méliès entró a cuadro y manipuló la cinta, que el cine abrió sus puertas a la imaginación, la
puesta en escena y la narración. Esta primera división, entre el realismo documental de
Lumiére y la ficción mágica de Méliès, definiría la entrada de esta tecnología al terreno
estético, para conducirnos eventualmente a una verdad que muchos toman por total e
inequívoca: Cine es Arte
Pero la mera noción de arte resulta insuficiente para definir el fenómeno cinematográfico:
no alcanza a explicar los flujos económicos que giran en torno a él, la fascinación por las
estrellas, las implicaciones de que un país se erija como potencia cinematográfica, las
constantes transformaciones en la manera de comercializarlo (de las carpas a los
multiplex) o los indistintos soportes que puede tomar una película (del nitrato de plata a la
USB). El cine necesariamente implica a la economía para poder existir. Cine es Industria.
Fue a través de esta industria, de este ordenamiento de la actividad productiva, de esta
división y posterior especialización al trabajo, de la competencia ideológico-económica
entre naciones, de la unificación paulatina del modelo productivo, que se generaron las
condiciones para el desarrollo de distintas corrientes cinematográficas alrededor del
mundo (expresionismo alemán, realismo francés o neorrealismo italiano) y la posterior
consolidación del cine como un sistema de signos y convenciones, a través de tres autores
clave: D.W. Griffith (El Nacimiento de una Nación, Intolerancia), Jean Renoir (La Gran
Ilusión, Las Reglas del Juego) y Orson Welles (El Ciudadano Kane). Planos cercanos para
generar intimidad, planos lejanos para ubicar, disolvencias para marcar el paso del tiempo,
planos inclinados para transmitir desequilibrio en el personaje, sombras fuertes para el
terror, etcétera. El cine es, pues, un lenguaje.
2. Pero si el cine es tecnología, industria, lenguaje y arte, ¿desde dónde estudiarlo
entonces? Tal vez habría que recordar que el fundamento del cine no es el cine, puesto que
los grandes cineastas no estudiaron cine, sino otras cuestiones: Eisenstein recorrió la
caricatura y el teatro antes de dar con la teoría del montaje; Griffith retomó de la novela
costumbrista el modelo literario para las grandes épicas cinematográficas; Orson Welles
sacudió a la audiencia a través de la radio antes de ser filmado por Hollywood a los 24 años.
Hasta Werner Herzog tuvo que esperar a los 17 años para hacer su primera llamada
telefónica, ya no digamos ver su primera película. Ninguno de ellos tenía experiencia.
Ninguno de ellos pagó colegiatura para aprender lo que era un medium shot. Ellos lo
inventaron, porque tenía sentido.
De igual forma, el cine no necesitó de cineastas para comenzar a ser estudiado. Necesitó de
un modelo industrial que requiriera especialistas y trabajadores. Si el sistema educativo se
basa en la eficiencia más que en el desarrollo personal (como señala Ken Robinson), las
escuelas de cine no tendrían, en su origen, otro sentido que el de formar profesionistas de
la industria cinematográfica: no artistas, no mesías del audiovisual, no grandes fotógrafos y
mucho menos «autores», sino individuos eficientes y productivos para su sociedad. Esto
supone una realidad aterradora en nuestra juventud: el cine se hace, por lo tanto no
necesita ser estudiado. En otras palabras, no se necesita licenciatura para hacer cine.
¿Entonces por qué estudiarlo? Entre otras cuestiones, porque es inevitable. Más allá de su
realización, el cine nos brinda infinitas ventanas al universo, formas de representación
visual en una época donde las imágenes pueblan el mundo y la conquista de realidades a
través de la imaginación. Como periodistas, biólogos, físicos, antropólogos, sociólogos,
economistas, politólogos, filósofos o historiadores, es innegable la utilidad del cine como
herramienta de trabajo y análisis. Es auxiliar para la investigación, porque registra y
comprueba; y es susceptible de análisis, porque se trata de una construcción visual. Por lo
tanto, el cine, que tiene definiciones múltiples, también puede ser observado desde
múltiples ámbitos.
¿Cuál es entonces la necesidad de estudiar al cine desde el cine mismo? ¿Por qué levantar
carreras para la comprensión de un fenómeno que ha sido abordado desde su invención?
Quizá porque, como mencionamos arriba, el cine es un lenguaje. O mejor dicho: es una
construcción lingüística. Planos que se suceden hasta formar secuencias que cuentan una
historia. 79 planos para narrar un asesinato. Convenciones. Es necesario conocer y
comprender estas convenciones para poder realizarlas. O mejor dicho: para poder
concebirlas. Sin embargo, en el terreno del lenguaje nos enfrentamos a un problema mayor:
el lenguaje que generó el cine, ha dejado de ser meramente cine, para consolidarse bajo el
rubro de audiovisual. Y ahí comienzan los conflictos.
3. ¿Qué es el cine? ¿Ha muerto el cine, como aseguran Greenaway y Tarantino? ¿Será que
hemos adjudicado a la máquina las capacidades que ya eran inherentes al humano?
Entonces, ¿cuál es el papel de la tecnología? Hoy en día, se discute la muerte del cine a
pesar de que sigue siendo una de las industrias más poderosas del mundo. Sin embargo, ya
nadie discute la validez o autonomía del audiovisual. Celulares, televisores, computadoras,
pantallas de todos tamaños, pizarrones electrónicos, instalaciones virtuales: los medios,
que solían ser unos cuantos, hoy proliferan en cualquier forma o tamaño. Todas hacen uso
del audiovisual (matrimonio de la imagen y el sonido) desde el momento en que se les
enciende. Todas están en deuda con el cine, así como el cine está en deuda con la literatura,
el teatro o el cómic. Ningún lenguaje se formó aisladamente: todos corresponden a serie de
relaciones complejas entre las sociedades y sus tecnologías. Estamos ante la colisión de
lenguajes y soportes, y en ella el lenguaje audiovisual ocupa el lugar más privilegiado. En
otras palabras: sin cine no habría televisión, videojuegos, computadoras o realidad
aumentada. Ni todo lo que vendrá.
Pero no son pocos los estudiantes o críticos del cine que erizan la piel al comparar al cine
con sus descendientes. ¿Cuál es la causa del escozor? Pareciera que, a pesar del amplio
escenario que se extiende para la creación audiovisual, las escuelas de cine se encierran en
el esquema técnico (que no tecnológico), bajo un discurso estético. Es decir, enseñan la
operación de las máquinas, pero se venden como escuelas de arte. En medio, datos
históricos para llenar el vacío de 128 años de producción audiovisual. ¿Los resultados?
Críticos de cine, realizadores independientes, y un amplísimo ejército de reserva de
fotógrafos, guionistas, diseñadores de arte, sonidistas, continuistas o editores. La mayoría
desempleados o estancados en una forma de producción, sin posibilidad de crecimiento.
Muchos de ellos, incapaces de adaptarse a nuevas tecnologías y añorando un pasado mejor.
Es entonces que se vuelve necesario revitalizar el estudio y la comprensión del cine.
Comenzando por dejar de lado la visión de un Arte impoluto, de una tradición cuyas
lecciones habrá que aprender y seguir casi religiosamente. De la historia como anecdotario.
Pero también la de la Técnica perfecta: la lógica del medium shot y el steadycam –en
ocasiones, las revoluciones cinematográficas vienen de faltarle al respeto. Derribar el mito
del cine de autor, comprender que el cine es también (y acaso sobretodo) creación
colectiva. Entender las transformaciones que han sucedido y estar en forma para las que
están ocurriendo. Dejar de lado la visión del especialista o del marginal para asumir la del
creador, el empresario, o el productor. Y, si se es crítico, observar dejando de lado el
prejuicio y hasta después blandir el argumento. Abrirse al mundo, para comprenderlo y
después representarlo.

_______________
Jorge Luis Martínez es estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UNAM, con interés primordial hacia
el estudio de la narrativa gráfica y la producción audiovisual. De vez en cuando saca historias del sombrero y
hasta las dibuja.

También podría gustarte