Aprender Siempre Aprender
Aprender Siempre Aprender
Aprender Siempre Aprender
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Adaptado de Unesco (1996): la educación encierra un tesoro, Unesco, París.
espiritualidad y, a partir de ahí crear un espíritu nuevo que impulse la realización de
metas comunes o la solución inteligente y pacífica de los inevitables conflictos.
Una educación que genere y sea base de ese espíritu nuevo no significa que deje de
lado otros tres pilares que proporcionan los elementos básicos para aprender a vivir
juntos.
Aprender a ser. Éste fue el tema central del informe Edgar Farreé (1972) auspiciado
por la Unesco. Sigue siendo actual, puesto que el siglo XXI nos exigirá mayor
autonomía y capacidad de juicio, además de una mayor responsabilidad personal en
la construcción del destino colectivo. Aprender a explorar todos los talentos que,
como tesoros, están enterrados en cada persona, como la memoria, el raciocinio, la
imaginación, las aptitudes físicas, el sentido de la estética, la facilidad para
comunicarse con los demás, el carisma personal, etcétera.
Con esos cuatro aprendizajes sería posible la construcción de una sociedad educativa
basada sobre la adquisición, la actualización y el uso de los conocimientos. Mientras la
sociedad de la información se desarrolla y se multiplican las posibilidades de acceso a
los datos y a los hechos, la educación debe permitir que todos puedan aprovechada,
recabada, seleccionada, ordenada, manejada y utilizarla. Por consiguiente, la
educación tiene que adaptarse en todo momento a los cambios de la sociedad, sin
dejar de transmitir por ello el saber adquirido, los principios y los frutos de la
experiencia.
EDUCAR, UN ACTO DE CORAJE
Tomado de: GÓMEZ BUENDÍA, Hernando. Educación la agenda del siglo XXI. Hacia
un desarrollo humano. Santa fe de Bogotá : Tercer Mundo S.A., 1999.
En alguna parte dice Graham Green que "ser humano es también un deber". Nacemos
humanos pero eso no basta: tenemos también que llegar a serio. Los demás seres
vivos nacen ya siendo lo que definitivamente son, mientras que de los humanos lo más
que parece prudente decir es que nacemos para la humanidad. Hay que nacer para
humano, pero sólo llegamos plenamente a serlo cuando los demás nos contagian su
humanidad, a propósito y con nuestra complicidad. La posibilidad de ser humano sólo
se realiza efectivamente por medio de los demás, de los semejantes, es decir, de aque-
llos a los que el niño hará todo lo posible por parecerse. Los adultos humanos reclaman
la atención de sus crías y escenifican ante ellos las maneras de la humanidad, para
que las aprendan.
Si la cultura es, como dice lean Rostand, "lo que el hombre añade al hombre", la
educación es el acuñamiento efectivo de lo humano allí donde sólo existe como
posibilidad. Lo propio del hombre no es tanto el mero aprender como el aprender de
otros hombres, ser enseñado por ellos. De las cosas podemos aprender efectos o
modos de funcionamiento, pero del comercio intersubjetivo con los semejantes
aprendemos significados. La vida humana consiste en habitar un mundo en donde las
cosas no sólo son lo que son, sino que también significan. Y por significado no hay que
entender una cualidad misteriosa de las cosas, sino la forma mental que les damos los
humanos para relacionamos por medio de ellas. De ahí que no es lo mismo procesar
información que comprender significados, ni mucho menos participar en su
transformación o en la creación de nuevos.
Resulta obligado admitir que cualquiera puede enseñar. Parecería innecesario que se
instituya la enseñanza como dedicación profesional de unos cuantos. Sin embargo, el
hecho de que cualquiera sea capaz de enseñar algo a alguien no quiere decir que
cualquiera sea capaz de enseñar cualquier cosa. La institución educativa aparece
cuando lo que ha de enseñarse es un saber científico, no meramente empírico o
tradicional, como las matemáticas superiores, la astronomía o la gramática. No todo
puede aprenderse en casa o en la calle, como creen algunos. Hoy resulta obsoleta la
contraposición entre educación e instrucción, es decir, entre pedagogo y maestro,
heredada de los griegos. El pedagogo pertenecía al ámbito interno del hogar y convivía
con los adolescentes, instruyéndoles en los valores de la ciudad, formando su carácter
y velando por el desarrollo de su integridad moral. El maestro era un colaborador
externo que enseñaba conocimientos instrumentales como la lectura, la escritura y la
aritmética.