Conociendo A Dios

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Conociendo a Dios en Espíritu por Revelación

La Iglesia de Efeso y algunas iglesias actuales "conocen" a Dios, pero solamente en forma
intelectual y en forma emotiva. Pablo les dice que el orará por ellos para que reciban el
Espíritu de Dios el cual les dará sabiduría y verdadero conocimiento de Dios
Este estudio que pondré a continuación fue publicado por el apóstol Nee to Sheng en China
y en el trata esta problemática de las diferentes maneras de conocer a Dios.
Cuando comenzamos a conocer a Dios, Su obra y Su plan eterno, el cual se había propuesto
desde la eternidad, empezamos a descubrir que la luz que encontramos en el libro de
Efesios, es abundante y especial.
Debemos entender ante el Señor, que en este libro Dios motivó a Pablo a hacer dos
oraciones. Una se encuentra en el primer capítulo, y la otra en el tercero. La oración del
capítulo uno es básica, mientras que la del capítulo tres está relacionada con la edificación.
En el capítulo uno Pablo oró para que recibiéramos luz acerca de nuestra relación con el
Señor. Pero en el capítulo tres no sólo pidió esto, sino que también oró para que
pudiéramos ver nuestra relación con la iglesia.
Hablemos de la oración de Pablo en el capítulo uno:
En el versículo 17 Pablo oró: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de
gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él”.
¿Por qué pidió Pablo a Dios que los santos tuvieran espíritu de sabiduría y revelación? Para
que recibieran lo siguiente:
1) “...el pleno conocimiento de Él” (v. 17). Esto significa conocer a Dios mismo.
2) “...cuál es la esperanza a que Él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de Su
herencia en los santos” (v. 18).
Esto se refiere al plan eterno de Dios y a su realización.
El llamado de Dios consiste en que seamos Sus hijos, Su heredad. Este llamado fue hecho
desde antes de la fundación del mundo. En la eternidad futura, El tendrá una heredad en
los santos, una herencia llena de las riquezas de Su gloria.
En la eternidad Dios tomó una decisión, y en el futuro, obtendrá el resultado.
Estos dos asuntos tienen su consumación en Su plan eterno y Su meta. Lo que Pablo estaba
tratando de hacer era darnos a conocer el plan eterno de Dios.
3) “Y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos” (v.
19).
Este es el poder que Dios utiliza para lograr Su meta y llevar a cabo Su plan; y tiene que ver
particularmente con la relación que Él tiene con el hombre en Su plan eterno.
Debemos conocer estos asuntos, y recibir la revelación acerca de ellos delante del Señor.

EL PLENO CONOCIMIENTO DE ÉL
Pablo oró a Dios para que nos diera espíritu de sabiduría y de revelación, a fin de que
conociéramos estos tres asuntos.
El primero es “el pleno conocimiento de Él”. Qué maravilloso es que podamos conocerlo
plenamente.
Cuando Pablo estuvo en Atenas, pasó junto a un altar que tenía la siguiente inscripción: “AL
DIOS NO CONOCIDO” (Hch. 17:23). En la mente de los atenienses era imposible conocer a
Dios.
Ellos no podían conocer a Dios por medio su intelecto o sus filosofías; lo único que podían
hacer era formular hipótesis y especulaciones acerca de Dios. Sin embargo, seguían sin
conocer a Dios. Es similar al presente, cuando el hombre reconoce que Dios existe pero
no lo conoce.
Antes de que el Señor Jesús muriera, dijo: “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti,
el único Dios verdadero, y a quien has enviado, Jesucristo” (Jn. 17:3).
Él nos mostró lo que es la vida eterna; ésta es simplemente el conocimiento de Dios.
Los santos de Efeso ya conocían a Dios; no podemos decir que no sabían nada acerca de Él.
Podemos asegurar que lo conocían, pues tenían vida eterna. Sin embargo, Pablo pidió en la
primera oración que Dios les diera “espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento
de Él”.
Mientras que los atenienses no conocían a Dios en absoluto, esta oración revela que alguien
que ha recibido la vida eterna y que tiene un conocimiento inicial de Dios, puede no
conocerlo debidamente.
Después de creer en el Señor, o unos años más adelante, no podemos decir que no
conozcamos nada acerca de Él.
No obstante, con frecuencia dependemos mucho de nuestro intelecto o nuestros
sentimientos como apoyo en nuestro camino.
Conocemos un poco a Dios, pero dependemos mucho de nuestros pensamientos e ideas,
pues nos parece que nuestro conocimiento de Dios no es tan seguro, y que nuestros
razonamientos no son dignos de confianza.
Por lo tanto, muchas veces requerimos la ayuda de nuestra mente para mantenernos en
la senda cristiana. Tal parece que cuando experimentamos un punto muerto en nuestros
razonamientos o doctrinas, no podemos seguir adelante.
En otras ocasiones necesitamos sentir ánimo, gozo o euforia. Requerimos de esta clase de
sentimientos además del conocimiento que tenemos de Dios para poder seguir adelante.
Pero un día Dios nos da un espíritu de sabiduría y de revelación. Él nos revela Su persona
de una manera nueva, especial y segura; de tal forma que no sólo decimos que lo
conocemos, sino que también podemos declarar: “Ahora sé y he visto claramente. Ya no
necesito apoyarme ni en la mente ni en los sentimientos. Ahora tengo el pleno
conocimiento de Dios”.
Tal vez algunos no entiendan de qué estoy hablando. Así que, les daré algunos ejemplos. En
cierta ocasión alguien dijo: “He sido creyente por veintidós años. Durante los dos primeros,
traté con todas mis fuerzas de creer. Si en ese tiempo me hubieran preguntado si era salvo,
sin vacilar habría dicho que sí. Yo sabía que era salvo y que tenía vida eterna. No obstante,
había un problema. Cuando me preguntaban si creía en Dios me era muy difícil responderles
que sí. Era como si estuviera rechazando mi fe como un incrédulo, en vez de asirme de ella.
Creer en el Señor era algo agotador.
¿No creía realmente en Dios? ¡Claro que sí! ¿Pero en verdad le conocía? No, no le conocía.
Necesitaba muchos argumentos y doctrina para apoyar mi fe. Sólo estaba en paz cuando
hallaba suficientes razones para justificarme y cuando recordaba las doctrinas correctas.
Sólo entonces podía hablarles a otros acerca de mi fe.
Necesitaba el respaldo de mi intelecto para ser creyente. Pero hoy puedo testificar que eso
quedó atrás. Ahora puedo afirmar que conozco a Dios. No necesito razones que sostengan
mi fe ni evidencias externas para defenderla.
Hermanos, esto es lo que sucede cuando verdaderamente conocemos a Dios. Este
conocimiento viene por revelación. No depende de qué tan claramente entendamos la
doctrina, sino de un conocimiento interior, el cual es distinto al que tuvimos cuando recién
creímos, el cual teníamos que manipular con mucho cuidado, como si fuera un vaso de agua
que no queríamos derramar. Para muchos creer en el Señor Jesús es como sostener un vaso
rebosante de agua, que temen derramar. Temen oír diferentes cosas. Pero un buen día Dios
les concede revelación, y llegan a conocerlo. Empiezan a recibir el pleno conocimiento de
Él, y en verdad lo ven. Entonces los problemas se desvanecen. Hermanos, si
verdaderamente conocen a Dios, toda la fe del mundo no les ayudará, ni les estorbará toda
la incredulidad del mundo. Aun si los razonamientos de otros parecen tener bases, y
demuestran convincentemente que la Biblia es falsa, y aun si existieran más razones para
dudar que para creer; nada de eso nos sacudiría.
Podrían declarar con atrevimiento: “Yo conozco interiormente; mi conocimiento es más
profundo que mi intelecto y que mis sentimientos. Nada externo puede sacudir el
conocimiento que tengo en mi interior”.
Este es un asunto crucial. Muchos cristianos viven de acuerdo con sus sentimientos. Si se
sienten felices y están llenos de gozo, dicen que Dios les ha dado gracia. Pero si se sienten
fríos e indiferentes y pierden el gusto por todo, casi pueden llegar a decir: “¿Dónde está
Dios?
¡Es difícil conocerle! Muchos se sostienen sólo por sus sentimientos. Una vez que sus
sentimientos se alejan, flaquean y son sacudidos. Esto se debe a que no tienen el pleno
conocimiento de Dios, y Dios tiene que llevarlos al nivel en que no importa si se sienten fríos
o fervientes, indiferentes o entusiasmados, pues conocen a Dios.
Nuestro conocimiento es más profundo que nuestro gozo, nuestras penas, o cualquier otro
sentimiento. Aunque exteriormente podamos tener gozo, dolor u otro sentimiento, nada
de esto nos moverá. Sólo creyentes que tengan este conocimiento permanecen y no son
sacudidos.
Dios sólo utiliza a tales creyentes.
Había un hermano a quien poco después de creer en el Señor alguien le dijo que la Biblia
tenía errores.
Se preocupó tanto que estaba a punto de llorar. El creía que la Biblia estaba correcta y que
era imposible que tuviera errores. Sin embargo, como le mostraron algunos presuntos
errores, se confundió mucho. Estaba muy preocupado pensando en lo que pasaría si la
Palabra de Dios verdaderamente tuviera dichos errores.
Le refirió estas cosas a una hermana mayor que él. Pensó que ella también se preocuparía
al escuchar acerca de aquellos errores de la Biblia, ya que ella amaba mucho al Señor y a Su
palabra.
Pero para su sorpresa, después de que le comentó el asunto, la hermana actuó como si
nada hubiera sucedido. Lo único que dijo fue: “No importa”. El hermano pensó: “Si a usted
no le importa, a mí sí”. El la presionó para que le diera una respuesta, y finalmente ella le
dijo que el conocimiento que uno pueda tener de Dios, no depende de que tales preguntas
sean contestadas.
Él pensó: “Tal vez una persona mayor como usted no necesite hacerse estas preguntas, pero
yo soy joven y tengo una mente activa. Yo no puedo descartar el asunto tan fácilmente”.
Así que aquel hermano dedicó un año a estudiar la Biblia e investigar tales controversias.
Con el tiempo encontró evidencias que le demostraron que no había errores en la Biblia.
Sintió que le habían quitado un gran peso de su corazón. Este hermano llegó a conocer
verdaderamente a Dios, pero no había necesidad de que hubiese perdido tanto tiempo
preocupándose.
Hermanos, si conocen plenamente a Dios, aunque surjan preguntas como ésas, no tendrán
ningún peso en sus corazones ni nada les perturbará. Otros pueden presentar sus
argumentos, pero los creyentes pueden comprobar una sola cosa: que Dios es Dios.
Nosotros conocemos a nuestro Dios y sabemos que Él es verdadero. Una vez que lo
conocemos; “lo conocemos”. Si lo conocemos en plenitud, todo problema desaparece. No
importarán los razonamientos ni las doctrinas, por más claras que parezcan; sólo
importará la revelación, la cual sí es indispensable. Debemos pedirle a Dios que nos dé un
espíritu de revelación, para recibir el pleno conocimiento de Él. Tal conocimiento es
fundamental y necesario para todo creyente.
EL LLAMAMIENTO DE DIOS Y SU HEREDAD
Dios no sólo quiere que lo conozcamos a Él, sino también a Su llamamiento. Él quiere que
sepamos lo que es nuestro llamamiento y nuestra herencia en los santos. En otras palabras,
no sólo quiere que conozcamos Su persona, sino también lo que está llevando a cabo de
eternidad a eternidad. El desea que conozcamos Su plan eterno y Su propósito.
Efesios nos habla de asuntos que abarcan toda la eternidad. Nos muestra el plan eterno de
Dios. Pablo habla del llamamiento de Dios, Su herencia en los santos, y Su poder para con
nosotros los que creemos. Nos dice que cuando un creyente verdaderamente entiende el
plan eterno de Dios, y cuando ve lo que Dios está llevando a cabo de eternidad a eternidad,
llega a comprender que el plan eterno de Dios tiene que ver con todo aquel que es llamado,
con la herencia que Dios tiene en los santos, y con el poder que El manifiesta en ellos.
Esto nos muestra que el plan eterno de Dios no es abstracto ni trivial ni podemos prescindir
de él ni desecharlo. Hermanos, el plan eterno de Dios tiene una estrecha relación con cada
uno de nosotros. Cuando hablamos de este plan no hablamos de algo misterioso e
incomprensible, pues este plan está relacionado con nuestro llamado, con la herencia de
Dios, y con Su poder y Su operación en nosotros.
Primero hablemos del llamamiento de Dios y Su heredad, y luego de Su poder, el cual se
manifiesta hacia nosotros.
En primer lugar, veamos el llamamiento de Dios. El versículo 18 dice: “Para que, alumbrados
los ojos de vuestro corazón, sepáis cuál es la esperanza a que Él os ha llamado”. No sé
cuántos creyentes estén enterados de que fueron llamados a una esperanza. Muchos sólo
tienen la esperanza de ir al cielo. Damos gracias al Señor porque existe un cielo; pero el cielo
no es la meta a la cual Dios nos ha llamado ni es la esperanza de Su llamamiento. ¿De qué
se trata entonces este llamamiento? el versículo 4 dice: “Según nos escogió en El antes de
la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de El en amor”.
Este es el llamamiento de Dios, que seamos como El. Por un lado, El desea que seamos
santos, y por otro, que seamos irreprensibles y sin mancha. ¡Qué gran llamamiento! Si
ustedes nunca se han sentido débiles, y nunca han reconocido que tienen errores, no
comprenderán lo especial de este llamamiento.
Pero si están conscientes, aunque sea un poco, de cuán débiles e inútiles son y de cuán
errados han estado, comprenderán lo valioso que es este llamado.
Entonces dirán: “Gracias Señor, Tú me has llamado para ser santo y sin mancha;
irreprensible y perfecto como Tú”.
Damos gracias al Señor porque un día alcanzaremos la meta por la cual nos escogió.
No importa cuán débiles e inútiles seamos ahora, ni cuántos defectos tengamos, pues
gracias a Él, un día, nos conducirá al nivel en que nos podremos presentar ante El, santos y
sin mancha, como El.
Esto es lo que Dios escogió para nosotros, y para esto nos llamó. Ya que El planeó esto, sin
duda lo cumplirá. Ya sabemos la esperanza que tenemos delante de Dios. Tenemos una
esperanza, y esta esperanza es llegar a ser como Dios. Pues para esto nos escogió y nos
llamó.
En segundo lugar, veamos lo que es la herencia en los santos. El versículo 18 dice: “Para
que, alumbrados los ojos de vuestro corazón, sepáis... cuáles las riquezas de la gloria de Su
herencia en los santos”.
¿Qué es la herencia de Dios en los santos? Los santos son la herencia de Dios; ellos son Su
posesión. Este versículo no dice que Dios dio a los santos una herencia, sino que los santos
mismos son Su herencia. Pablo dice que Dios tiene una herencia en los santos, la cual es
gloriosa. Y no sólo es gloriosa, sino que aun en ella se encuentran las riquezas de la gloria.
En Efesios 1:5 y 11 se utiliza la palabra predestinación. El versículo 5 dice:
“Predestinándonos para filiación por medio de Jesucristo para Sí mismo, según el
beneplácito de Su voluntad”. Fuimos predestinados para filiación.
Y el versículo 11 dice: “En El asimismo fuimos designados como herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el consejo de Su
voluntad”. Fuimos predestinados para ser Su herencia. Vemos una pequeña diferencia
entre los versículos 5 y 11, aunque están relacionados.
Dios tiene un plan eterno que se extiende de la eternidad a la eternidad. Su plan consiste
en obtener muchos hijos. Muchos no comprenden la grandeza de la filiación. Pero nosotros
debemos entender que la meta de Dios es tener muchos hijos.
Su plan se relaciona con “tener hijos”. En Gálatas 4:6 dice: “Y por cuanto sois hijos, Dios
envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”
Esto nos muestra que Dios puso el Espíritu de Su Hijo en nosotros para hacernos Sus hijos.
En Hebreos 2:10 leemos: “Porque convenía a Aquel para quién y por quien son todas las
cosas, que al llevar muchos hijos a la gloria...” Vemos que Dios llevará muchos hijos a la
gloria. Su propósito es obtener muchos hijos y llama a esos hijos Su herencia.
En Efesios 1 Dios nos muestra, por un lado, que Él nos predestinó para que seamos Sus hijos
(v. 5), y por otro, que nos predestinó para que seamos Su herencia (v. 11).
¿Qué significa ser la herencia de Dios? La herencia de Dios es algo que pertenece a El. Dios
nos predestinó para que seamos Sus hijos y para que seamos Su herencia.
Todos nosotros le pertenecemos a Él. Pablo oró pidiendo que los ojos de nuestro corazón
fueran iluminados, para que viéramos las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos.
¿Qué es la gloria? Esta gloria consiste en llegar a ser lo que Dios es y en glorificarlo. Este es
el deseo de Dios. Él nos escogido para que seamos Su pueblo, Su herencia y Sus hijos. Que
el Señor abra nuestros ojos para que veamos cuán glorioso es esto.
No sólo debemos conocerlo a Él; también debemos conocer Su obra, Su plan y Su meta.
Para tener este conocimiento, necesitamos una visión.
De no ser así, nuestra vista será muy pobre, limitada y temporal.
En cuanto a las obras espirituales, a menudo nos hallamos ocupados con los pequeños
proyectos que están en nuestras manos.
Nos alegramos cuando vemos resultados de nuestras obras, y tristes cuando no los vemos.
Nuestra visión se limita a una pequeña esfera, y no vemos las cosas grandes e importantes.
Lo que vemos es insignificante. Somos semejantes a un niño pequeño con un billete de diez
dólares; está asombrado con él, pues es todo lo que posee. Muchas veces nuestra visión es
tan pequeña que no vemos lo que es eterno. Debemos entender que la visión de Dios se
extiende de eternidad a eternidad. El desea abrir nuestros ojos y librarnos de nuestra
estrechez. El hombre es muy limitado. Nosotros somos tan estrechos como las obras de
nuestras manos. Dios quiere librarnos de esta esfera tan estrecha.
Quiere mostrarnos la esperanza de nuestro llamamiento y las riquezas de la gloria de Su
herencia en los santos. El asunto no se circunscribe a la necesidad del hombre, sino que se
relaciona con la necesidad de Dios. ¿Por qué tenemos que predicar el evangelio? No lo
hacemos sólo porque el hombre tenga una necesidad, sino porque Dios tiene una necesidad
aún mayor. No piense que el evangelio de la gracia y el evangelio del reino son diferentes.
Son un mismo evangelio pero visto desde dos perspectivas diferentes. Del lado humano, lo
vemos como el evangelio de la gracia; y del lado divino lo vemos como el evangelio del
reino.
Dios intenta atraer a muchos a Sí mismo, y contar con ellos para el cumplimiento de Su
propósito.
Esta es la razón por la que no debemos basar nuestro trabajo exclusivamente en el punto
de vista humano, sino en la perspectiva de Dios.
Dios desea obtener un pueblo; desea ganar a los hombres para glorificarse a Sí mismo. Al
predicar el evangelio y traer nuevos creyentes tenemos como fin satisfacer esta necesidad
de Dios.
Por tanto, los hijos de Dios necesitan una visión de la eternidad. Dicha visión cambiará
nuestra obra, nuestra perspectiva y nuestra vida cristiana. Una vez que la tengamos, no
tendremos que permanecer en nuestra insignificante obra, ni en los puntos de vista y
métodos del pasado; ni tendremos por qué estar preocupados todo el tiempo por nuestras
insignificantes ganancias o pérdidas.
Algunos hermanos ya han escuchado antes del plan de Dios y Su propósito. Pero cuando
vuelven a sus respectivas obras y predican el evangelio, dicen: “No sé cómo relacionar mi
trabajo con el plan de Dios, pues cuando me involucro con mi trabajo y me dedico a él,
pierdo de vista lo que había escuchado del plan de Dios y Su propósito.
El plan eterno de Dios y Su propósito se desvanecen por completo. Mientras escuchaba
acerca de ellos, los veía muy claro. Pero pronto lo olvido todo”.
Tenemos que estar conscientes de que lo que oímos puede olvidarse fácilmente, mas no así
lo que vemos. Es fácil olvidar doctrinas, pero no es fácil olvidar una visión.
Por lo tanto, es crucial que veamos algo y que en realidad los ojos de nuestro corazón sean
abiertos.
Si Dios abre los ojos de nuestro corazón y si en verdad hemos visto el llamamiento de Dios,
Su herencia, Su plan y Su propósito, espontáneamente entenderemos que toda nuestra
labor, sea pequeña o grande, debe estar relacionada con el plan de Dios.
Si nuestras actividades no están unidas al plan de Dios, no pueden contarse como Su obra.
Es necesario que Dios abra nuestros ojos y nos dé una visión, lo cual sería una gran
liberación de nosotros mismos y de nuestro estrecho mundo.
Comprenderemos que mientras la obra eterna no sea terminada, será imposible tener
reposo.
En tanto que el plan eterno de Dios no se cumpla, será imposible estar satisfechos. El
cometido de nuestro corazón, la carga que pesa sobre nuestros hombros y las obras de
nuestras manos, deben ocuparse exclusivamente en lo que Dios intenta llevar a cabo.
Aun la más pequeña acción debe estar encaminada hacia la edificación de la obra que se
extiende de eternidad a eternidad. Que el Señor nos conceda gracia para permanecer en
esta visión. Cuán fácil es que la perdamos de vista, y cuán fácil es que en nuestra obra
perdamos la visión.
Dios no quiere necesariamente que realicemos grandes obras.
Eso sí, cualquier obra que hagamos, debemos hacerla dentro de esta gran esfera, unida a la
gran meta, y debe ser parte de la gran obra.
No es fácil determinar si la obra de nuestra vida se limita a lo poco que estamos haciendo,
pero si es lo que Dios quiere que hagamos, en realidad es una gran obra porque forma parte
de la gran obra que Dios está llevando a cabo de eternidad a eternidad.
EL CONOCIMIENTO DE SU PODER
Efesios menciona algo que se extiende de eternidad a eternidad. Por un lado, tenemos la
eternidad pasada. En ella Dios llevó a cabo una predestinación, un plan y una voluntad. Por
otro, tenemos la eternidad futura. En ella Dios realizará Su propósito y obtendrá lo que El
será para siempre.
Pero, ¿qué está realizando en medio de las dos eternidades, dentro de la expansión del
tiempo? ¿Y qué está haciendo hoy para llevar a cabo lo que determinó desde la eternidad
pasada y lo que obtendrá en la eternidad futura?
La oración de Pablo presenta dos aspectos, uno general y uno personal. Desde la
perspectiva general, él oró para que tuviéramos el pleno conocimiento de Dios, para que
conociéramos la esperanza de nuestro llamamiento, y las riquezas de la gloria de Su
herencia en los santos. Y desde el ángulo de la aplicación personal, oró para que llegáramos
a conocer “la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos”.
Después de que conocemos a Dios y Su obra de eternidad a eternidad, experimentamos tal
poder dentro de nosotros, y sólo entonces el aspecto específico y personal empieza.
Primero necesitamos la visión general, para después tener la aplicación personal. Muchos
cristianos han descuidado por completo el primero de estos dos aspectos; piensan que
pueden prescindir del conocimiento de Dios y de Su voluntad eterna; y toman como su
prioridad obtener el poder de Dios para sí mismos.
Y llegar a ser más santos, más victoriosos y más espirituales en sí mismos. Su atención está
en ellos mismos y no en Dios. Pero el enfoque de Dios es diferente: por medio del
conocimiento que tengamos de Él y de Su propósito eterno, El obra en nosotros hasta
llevarnos a cumplir Su propósito eterno. Dios obra en nuestro interior con el fin de cumplir
Su voluntad eterna. Todas nuestras victorias personales y nuestras obras individuales deben
estar dirigidas al cumplimiento de la meta eterna de Dios.
Muchos hijos de Dios toman con reservas este asunto. Su atención está centrada
principalmente en sus cosas personales; les preocupan sobre todo sus victorias personales,
su santidad personal, y que sus oraciones individuales reciban respuesta. Esta es la
condición de los que no buscan al Señor de corazón y también de los que, aunque buscan
al Señor, les preocupa ante todo conducirse de la manera más apropiada ante el Señor.
Muchas veces no tienen interés en el Señor sino en que sus problemas personales se
resuelvan.
Su atención está fija en sus problemas personales. Todo su deseo y esperanza es
simplemente que Dios les dé paz y felicidad. Un gran número de creyentes están centrados
en sí mismos; toda su vida y toda su atención giran en torno de sí mismos, y no del Señor.
Es verdad que Dios desea obrar en nosotros y que necesitamos victorias personales,
santidad, poder, fortaleza, libertad y liberación.
Pero hay cosas mejores que ésas. Dios quiere que tengamos una visión, y que conozcamos
la meta de todo lo que Él está haciendo; además, El desea obrar en nosotros para cumplir
esa meta.
La meta de Dios no consiste simplemente en concedernos una vida santa y vencedora.
Su meta no es tan pequeña. Dios desea mostrarnos la obra que se propone a realizar de
eternidad a eternidad.
Toda persona redimida tiene parte en Su plan, y Dios obra en ella en conformidad con la
operación de la fuerza de Su poder, a fin de cumplir Su plan eterno.
Con base en todo lo anterior, debemos ver un principio crucial; que Su obra personal en el
individuo depende de la visión que éste tenga; y que el poder personal que la persona reciba
se basa en la visión que tenga.
Primero viene la visión y después el poder. Primero es lo general y luego lo específico y
personal.
Si alguien no tiene la visión, no puede esperar que Dios obre en su interior. Supongamos
que un padre le pide a su hijo que le compre algo, y le da el dinero para ello.
El padre no espera que su hijo obtenga más dinero, sino simplemente que le traiga lo que
le encargó. De igual manera, Dios nos dio poder no sólo para que tengamos un deleite
personal y espiritual, sino para lograr Su meta.
Debemos examinar a fondo este asunto delante del Señor. Tal vez pensemos que este
asunto es demasiado amplio. Y ciertamente lo es, pero está estrechamente relacionado con
nuestro futuro espiritual.
Muchos nunca experimentan una obra personal de Dios en sus vidas debido a que nunca
han recibido una visión.
Toda obra personal se basa en la visión que recibimos de Dios. La visión viene primero, y la
obra personal y específica luego. Primero obtenemos la visión, y luego experimentamos la
obra. Primero conocemos la esperanza del llamamiento y las riquezas de la gloria de Su
herencia en los santos; y luego experimentamos la supereminente grandeza de Su poder
para con nosotros.
Que el Señor nos conceda gracia para que veamos que no es suficiente ser siervos en la casa
de Dios; ni sólo llevar a cabo algunos deberes. Sólo los amigos de Dios conocen Su corazón.
Deben ver, conocer y tener una visión que los atraiga y que capture su corazón, hasta el
grado que comprendan que el Señor toma lo que ellos hagan como parte de Su obra.
Sólo llegamos a ser útiles al Señor cuando tenemos la visión; únicamente podemos ser
usados cuando conocemos la obra de Cristo y el poder de Dios en nosotros.
Tal visión nos permite ver el plan de Dios, y tal poder nos capacita para cumplirlo. La visión
nos permite entender el plan de Dios, mientras que el poder nos permite llevarlo a cabo.
El apóstol nos muestra que no sólo debemos conocer la esperanza del llamamiento de Dios
y las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos; sino también “la supereminente
grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos”.
No sólo debemos conocer a Dios, Su plan y Su meta, sino también el poder de Su fuerza.
Si el poder de Dios no ha realizado nada en nosotros, significa que no lo conocemos
realmente, ni Su plan ni Su propósito. Si conocemos a Dios, y conocemos Su plan y Su
propósito, mas no la supereminente grandeza de Su poder, estaremos sólo en un plano
general y no personal ni experimental.
Esta es la razón por la que debemos conocer a Dios cabalmente, tanto Su plan y propósito,
como el poder de Su resurrección.
El versículo 19 dice: “Y cuál la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros los
que creemos”. Este poder es sin duda grande. Es tan grande que Dios tiene que abrir
nuestros ojos para que podamos ver su grandeza. Es tan grande que ni aun los santos de
Efeso alcanzaron a conocer toda su magnitud, ni a comprenderlo solos; necesitaron que
Pablo orara por ellos para que Dios les concediera un espíritu de sabiduría y de revelación
y que abriera los ojos de su corazón. Ni siquiera podemos determinar cuán grande es este
poder. Sólo podemos decir que es muy grande; es más grande de lo que pensamos o nos
imaginamos.
Por lo tanto, nunca debemos subestimar lo que está dentro de este vaso terrenal. Debemos
entender que lo que está dentro de estos vasos terrenales es un tesoro (2 Co. 4:7).
¿Creemos esto?
Hay un tesoro dentro de nosotros los vasos de barro. Este tesoro es tan precioso que aun
nosotros mismos, quienes lo contenemos, no alcanzamos a ver cuán precioso es. Por un
lado, vemos que los vasos terrenales son sólo un tabernáculo terrenal que pronto pasará;
pero por otro, vemos la supereminente grandeza del poder del Señor para con nosotros.
Los hijos de Dios debemos saber lo que recibimos en el momento de ser regenerados.
Cuando un hombre es regenerado, recibe al Señor. Tal vez dicha experiencia dure sólo un
minuto, pero le toma treinta o cuarenta años descubrir lo que recibió en ese minuto. La
experiencia de aquel minuto sucede rápidamente, pero se necesitan treinta o cuarenta años
para poder experimentar de manera continua aquel gran don que recibió en ese momento
y para que Dios abra sus ojos a fin de que pueda ver tan grandioso don. De aquel minuto en
adelante, la supereminente grandeza del poder de Dios empieza a operar en él. La
regeneración acontece en un lapso muy corto. Sin embargo, aquellos cuyos ojos han sido
abiertos, estarán de acuerdo en que lo que ellos poseen es la vida eterna y estarán de
acuerdo también en que existe la supereminente grandeza del poder de Dios. Ningún hijo
de Dios comprende cabalmente la grandeza que recibe en el momento de su regeneración,
pero los que han experimentado un poco más de esta grandeza, son bienaventurados.
Nuestro crecimiento no depende de cuánto poder recibimos de parte del Señor, sino de
cuánto vemos de ese poder. En el momento de regenerarnos, Dios depositó tal tesoro en
nosotros los vasos terrenales; sin embargo, necesitamos toda una vida para descubrir la
grandeza de este tesoro. Necesitamos toda una vida para descubrir qué clase de tesoro es
éste. Si alguien no ve ninguna diferencia entre el tesoro que recibió el día en que fue salvo,
y el tesoro que tiene diez o veinte años después, realmente no ha progresado en absoluto.
Aunque ha vivido diez o veinte años como creyente, sigue siendo un niño recién nacido.
Dios desea que veamos la supereminente grandeza de Su poder para con nosotros, por
medio de la revelación del Espíritu Santo. Nuestra debilidad o fortaleza depende de cuánto
hayamos visto. Quienes tienen la visión, son fuertes; y los que no, son débiles. Los fuertes
no son los que han recibido, ni los débiles los que no han recibido; pues todos hemos
recibido. Lo crucial es si hemos visto o no. Dios obra en nuestro interior no porque le
pidamos cosas. El ya nos dio todo lo que nos puede dar; todo está dentro de nosotros. Lo
que tenemos que hacer ahora es pedir a Dios que nos dé espíritu de sabiduría y de
revelación para poder ver lo que ya recibimos. Aquellos que ven tienen la experiencia.
Muchos santos han experimentado un avance espiritual, no por haber recibido una infusión
del poder de Dios, sino porque, volviendo en sí, exclamaron: “Gracias Señor, todas estas
cosas son mías”. Ellos no rogaron incesantemente que se les concediera lo que les faltaba,
pues se dieron cuenta de que ya lo tenían todo, y sólo agradecieron y alabaron a Dios.
Aquellos que nunca han visto esto, no conocen la supereminente grandeza del poder de
Dios.
¿Cuán grande es el poder de Dios? Pablo habla de “según la operación del poder de Su
fuerza”. Debemos prestar especial atención a la expresión “según”. Debemos entender que
el poder que actúa en los que creen, actúa según la operación del poder de Su fuerza. En
otras palabras, el poder que opera en la iglesia es tan grande como el poder de la fuerza
que operó en Cristo. El poder de la fuerza con que Dios opera en nosotros es tan grande
como el poder de la fuerza con la que El operó en Cristo. No existe diferencia. No sé si
ustedes han visto esto. Si no lo han visto, deben orar. No deben pensar que están bien en
todo solamente porque leyeron el libro de Efesios unas cuantas veces o porque han
memorizado los versículos 19 y 20 del primer capítulo. Lo que verdaderamente cuenta es la
revelación y la visión que reciban. Pablo oró pidiendo que nosotros pudiésemos ver la
supereminente grandeza del poder de Dios que recibimos. Si no vemos que el poder que
está en nosotros es el mismo que está en Cristo, debemos seguir pidiendo que podamos
ver. Si el poder manifestado en nosotros no es el mismo manifestado en Cristo, tenemos
que confesar que todavía hay cosas que no hemos visto. Debemos reconocer humildemente
que hay muchas cosas que aún no vemos, y que necesitamos que Dios nos las muestre. Sea
que las hayamos visto o no, eso no cambia el hecho: el poder que se encuentra en los que
creen en Cristo, es tan grande como el poder que está en Cristo mismo. Damos gracias al
Señor porque éste es un hecho. Que el Señor abra nuestros ojos para que podamos ver. No
tenemos que pedir a Dios que nos transmita más poder. Sólo tenemos que pedirle que nos
ayude a descubrir lo que ya tenemos en nuestro interior. Si Dios abre nuestros ojos, y
vemos, le alabaremos por lo que ya tenemos.
Ahora veamos qué ha hecho este poder. Pablo dijo: “Según la operación del poder de Su
fuerza, que hizo operar en Cristo, resucitándole de los muertos” (vs. 19-20). Este poder
facultó a Cristo para resucitar de entre los muertos. Hablar de la resurrección es precioso
para nosotros. La resurrección significa ser librado de los dolores de la muerte (Hch. 2:24).
La muerte no puede detener a Cristo. Nadie que haya muerto ha podido volver a la vida.
Nunca ha habido tal persona. Todos los que murieron en otras épocas, permanecen
muertos; no pueden regresar. No obstante, hubo un hombre que resucitó de los muertos.
Este es nuestro Señor. Él dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). Él es la vida; por
lo tanto, todo aquel que cree en El nunca morirá. Él es la resurrección; así que quienes creen
en El, aunque mueran, resucitarán. Todo el que ha muerto, está aprisionado por la muerte,
nadie puede escapar de ella. Sólo un poder fue lo suficientemente grande como para entrar
en la muerte y salir de ella. Este poder es el poder de Dios. Cuando ustedes ven que alguien
muere y desean que pudiera seguir viviendo, en ese momento pueden comprobar cuán
grande es el poder de la muerte. Es fácil que un hombre entre en la muerte pero es
imposible que salga de ella. Es posible que un hombre se resista a vivir, pero es imposible
que se resista a morir. La obra de Satanás se lleva a cabo por medio de las tinieblas y de la
muerte. Pero el poder de Dios puede pasar por la muerte sin ser detenido por ella; el poder
del diablo no puede vencer tal poder, ni el poder del Hades lo puede absorber. Esta es la
resurrección. La resurrección pasa por la muerte y no es afectada por ésta. Este poder se
encuentra ahora en nosotros. El mismo poder que levantó a Cristo de entre los muertos,
nos capacita para pasar por la muerte sin ser atrapados por ella. El poder que permitió que
el Señor Jesús fuera levantado de la muerte nos permitirá también a nosotros resucitar de
entre los muertos.
Este poder no sólo levantó a Cristo de la muerte sino que también lo sentó “a Su diestra en
los lugares celestiales, por encima de todo”; además, “sometió todas las cosas bajo Sus pies,
y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”. Dios dio a Cristo por Cabeza sobre
todas las cosas a la iglesia. Cristo como cabeza sobre todas las cosas edifica la iglesia. Esta
es la razón por la que la iglesia puede recibir el poder del Señor. Hermanos, tal es el poder
que se encuentra en ustedes; tal es el tesoro que tienen en su interior. Si aun así, todavía
dicen que no pueden ser creyentes, ¿qué más puede darles Dios para que lo sean? Deben
decir al Señor: “No me tienes que dar nada más. Ya lo has hecho todo”. Este poder se
encuentra ahora en ustedes. Para un creyente no existe problema imposible de resolver, ni
tentación insuperable. El poder que el creyente tiene en su interior es el poder de
resurrección, el cual lo trasciende todo y es el mismo poder que puso todas las cosas bajo
los pies de Cristo. También es el mismo poder que operó en Cristo.
Pablo tuvo mucho cuidado al escribir el libro de Efesios. El temía que erróneamente
pudiéramos pensar que esta obra específica era personal, y por ello después de la
expresión: “lo dio por Cabeza sobre todas las cosas...”, añadió: “a la iglesia, la cual es Su
Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (vs. 22-23). La obra aplicada del
Señor no se dirige a creyentes individuales, sino al Cuerpo. Dios nos muestra que Su plan
eterno está relacionado con la iglesia, y no con los creyentes individuales. Es la iglesia la que
se relaciona con el plan eterno de Dios. En la eternidad pasada Su plan se relaciona con la
iglesia; en la futura también se relaciona con la iglesia y en la actualidad, la obra de Dios
también gira en torno a la iglesia. Todo tiene que ver con la iglesia, no con los creyentes en
forma particular. Dios quiere que la iglesia reciba este poder, no los individuos. Solos nunca
podremos adquirir este poder. Tenemos que pedir a Dios que nos dé Su gracia para que
veamos el Cuerpo de Cristo, y que nuestra vida sólo puede ser preservada en el Cuerpo.
Ningún miembro que esté aislado del Cuerpo será útil. La vida es preservada cuando ni
nuestra vida interior ni la de otros es interrumpida. Si un vaso sanguíneo se rompe y la
sangre brota sin parar, todo el cuerpo morirá. Por el lado positivo, cuando los oídos
escuchan, todo el cuerpo escucha; cuando los ojos ven, todo el cuerpo ve; lo que un
miembro recibe, lo reciben todos los miembros. Por lo tanto, tenemos que aprender a vivir
en el Cuerpo. Debemos aprender a estimarnos menos a nosotros mismos y a valorar más a
la iglesia. Tenemos que aprender a seguir adelante junto con todos los hijos de Dios y
entender que el Cuerpo es el vaso corporativo que preserva la vida. Pablo dijo: “La iglesia,
la cual es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”. La supereminente
grandeza del poder de Dios la experimentan aquellos que conocen la iglesia. Si alguien no
ve la iglesia ni se niega a sí mismo, no tendrá forma de que la supereminente grandeza del
poder de Dios se manifieste en él. Por lo tanto, cuando hablamos de la obra aplicada de
Dios en nosotros, la unidad básica es la iglesia, y no el creyente individual.
Que Dios abra nuestros ojos para que realmente veamos Su obra en nosotros. Este gran
poder viene de nuestra visión y no de otros medios de gracia. Lo más importante es la
revelación y la visión. Es inútil simplemente escuchar las doctrinas. Si oímos muchas
doctrinas, pero no tenemos ninguna revelación, no experimentaremos ningún poder en
nosotros; y las doctrinas que escuchemos serán como cheques sin fondos, que nunca
podemos cobrar ni hacer efectivos. Que el Señor nos libre de doctrinas huecas y nos
conceda un espíritu de sabiduría y de revelación, de manera que verdaderamente podamos
ver algo.
LA NECESIDAD DE REVELACION
Ya vimos la oración de Pablo en el primer capítulo del libro de Efesios. En esa oración hay
un punto principal: él esperaba que los creyentes recibieran un espíritu de sabiduría y de
revelación, con el fin de que sus ojos fueran abiertos para ver ciertos asuntos. Efesios 1
habla de que todas las obras de Dios fueron concluidas. No es necesario que El realice más
obras en nuestro favor, pero sí necesitamos recibir la revelación de las obras que ya efectuó.
Dios tiene un plan y un propósito. Y hoy Sus hijos deben conocer dicho plan y dicho
propósito. Hebreos 11:6 dice: “Es necesario que el que se acerca a Dios crea que existe”.
Dios simplemente es; El nunca cambia. Nosotros necesitamos una revelación para ver a
Dios. El apóstol oró para que Dios nos concediera un espíritu de sabiduría y de revelación
en el pleno conocimiento de Él, quien ya existe, para que pudiésemos tener un
conocimiento pleno del plan que hizo de antemano y de las obras que ya realizó. Muchos
creen que Dios hará nuevas determinaciones y nuevas obras en Su plan. Pero el apóstol nos
mostró que Dios no necesita hacer esto. No importa si deseamos que el plan de Dios sea de
esta o aquella forma; Él ya lo decidió todo; sólo falta que nosotros veamos lo que El ya
determinó. No tenemos necesidad de que haga nada nuevo; sólo debemos ver lo que ya
llevó a cabo. Al ver, llegamos a tener una experiencia nueva. Necesitamos un espíritu de
sabiduría para entender Su obra, y revelación para conocer lo que ha realizado. Solo así
llegaremos a ser útiles a Dios.
Pablo nos mostró dos secciones de la obra de Dios. La primera fue realizada antes de la
fundación del mundo, y la segunda en la cruz. Una se relaciona con Su plan eterno, el cual
fue hecho antes de la fundación del mundo. La otra con nuestra caída y nuestro fracaso, los
cuales El resolvió en la cruz. En la eternidad Dios determinó un llamamiento, una elección y
una predestinación. Todo lo que El deseaba lo decidió antes de la fundación del mundo.
Nadie puede cambiar lo que El escogió y predestinó. Desde la fundación del mundo el
hombre cayó, y Satanás se infiltró en él con el fin de destruir la obra de Dios. No obstante,
podemos contar con la supereminente grandeza del poder de Dios para con los que
creemos. Aunque hubo una caída, también hubo una redención. Hubo una muerte, pero
también una resurrección. Dios cuenta con un plan eterno y con una cruz para redención.
Parecería como si el plan eterno hubiera sido dañado por el hombre, pero lo que la caída
dañó, ha sido recobrado y restablecido por la resurrección. La cruz puede romper el hechizo
de la caída, y la resurrección puede eliminar la muerte. Podemos ver que la obra de Dios
fue concluida por medio de la cruz y la resurrección.
Dios culminó Su obra. Ninguno de nosotros tiene que pedirle que haga algo más. Algunos
pueden decir: “Habría sido maravilloso si Dios hubiera hecho un arreglo adicional antes de
la fundación del mundo”. Sin embargo, Pablo dice que el arreglo que Dios hizo antes de la
fundación del mundo era perfecto. Tal vez pensemos: “Qué maravilloso sería si Dios hiciera
algo más para nosotros hoy”. Pero lo que Dios desea es que entendamos que todas las cosas
ya se realizaron en la cruz y por medio de la resurrección. Los creyentes de hoy no tienen
que pedirle a Dios que haga nada más. Lo que necesitan es Su revelación. Pablo no oró para
que Dios hiciera algo más; ni deseaba que Dios nos diera una gracia más rica. Tampoco oró
para que Dios manifestara más de Su poder en nosotros. Sencillamente oró para que Dios
nos diera espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de Él, y para que
alumbrara los ojos de nuestro corazón a fin de que viéramos y conociéramos la esperanza
de nuestro llamamiento, las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos y la
supereminente grandeza de Su poder para con nosotros. Pablo tampoco oró para que se
nos diese más de Dios, sino para que viéramos la gloria, las riquezas y la grandeza de lo que
recibimos. En el presente no nos falta la obra de Dios, sino la revelación de Su obra.
Necesitamos ver más de la obra de Dios, no necesariamente que Dios haga más cosas. La
oración de Pablo en Efesios 1 estaba dirigida a que los santos vieran lo que Dios ya efectuó.
El no oró para que Dios les diera a los creyentes más poder; ni para que llevara a cabo más
obras. Su oración consistió en pedir sabiduría y revelación, las cuales nos capacitan para
que veamos lo que Dios ya realizó. La respuesta a esta oración es que nosotros veamos. No
es un asunto de si Dios hace algo o no, sino si nosotros recibimos revelación o no. Hay una
gran diferencia entre estos dos asuntos. Muchos creyentes esperan “cosas”, como si Dios
nunca hubiera hecho nada en ellos, ni les hubiera dado nada. Sin embargo, lo especial de
Efesios 1 es que nos muestra que Dios ya lo hizo todo; no nos dejó nada a nosotros. Dios
realizó todas las cosas en la eternidad pasada, sobre la cruz y en la resurrección. Sólo nos
resta hacernos una pregunta: ¿Podemos ver Su obra completa? Lo importante no es tanto
si Dios actúa o no, sino si nosotros hemos visto la obra que El ya realizó.
Supongamos que un hermano tiene un genio terrible y no puede controlarlo ni en una, ni
en dos, ni en tres ocasiones. Él se pregunta por qué Dios no lo libra de su ira. Parece como
si en parte culpara a Dios de ello. ¿Pueden ustedes notar que el problema radica en que él
todavía espera que Dios efectúe alguna obra? El piensa que todo estaría mejor si Dios
moviera un dedo para resolver su problema. Pero Efesios 1:3 dice que Dios “nos bendijo
con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. “Nos bendijo” indica algo
ya efectuado. Dios no quiere que le pidamos que haga algo más. El desea abrir nuestros
ojos para que nos demos cuenta de que Él ya lo efectuó todo. ¡Aleluya! Dios quiere que
veamos que Él ya lo hizo todo. Esto es lo que nos enseña Efesios 1. Es probable que oremos
de la siguiente manera: “Dios, ¿por favor dame más poder para hacer huir mi mal genio y
poner fin a mis malos hábitos?” Podemos orar por esto, pero la Biblia dice que lo que
necesitamos no es un poder más grande, sino un espíritu de sabiduría y de revelación para
ver la supereminente grandeza del poder que tenemos en nuestro interior. Si un día Dios
abre nuestros ojos, podremos ver cuán grande es el poder que llevamos dentro. Entonces,
de inmediato estaremos de acuerdo en que no hay nada más grande que este poder.
Hermanos, ¿se dan cuenta de que el poder de la resurrección es el mayor poder que Dios
tiene? La Biblia nos revela que la resurrección es la cúspide de la obra de Dios. En la
resurrección Dios llegó a la cumbre más elevada de Su obra. Dios quiere abrir nuestros ojos
para que veamos que El no necesita hacer ninguna otra obra. La obra de Dios, en Cristo
llegó a la cúspide más alta; no es posible añadirle algo más. Como resultado de esto, en
Efesios 1, Pablo no le pide a Dios que haga nada más. En su oración, él no espera que Dios
realice ninguna otra obra. ¡Agradezcamos y alabemos al Señor! Porque Su obra está
concluida. Es imposible añadirle algo. A Dios sólo le resta abrir nuestros ojos y mostrarnos
un poquito de esto. Tan pronto como veamos la clase de poder que tenemos, éste se
manifestará en nosotros.
Hay muchos hijos de Dios que esperan una salvación en el futuro. Para ellos la salvación
puede venir mañana o el próximo año. Pero Dios quiere mostrarnos una salvación ya
realizada. No tenemos que esperar al futuro. Para muchos, la victoria es algo que pertenece
al mañana o al futuro. Las aspiraciones, esperanzas y oraciones de muchos apuntan hacia
el futuro. Pero si tuvieran revelación, verían los hechos realizados de Dios. Apocalipsis nos
muestra claramente que Dios ya llevó a cabo Su obra, no que la va a realizar. Muchos
esperan liberación debido a que tienen ciertas debilidades. Pero a los ojos de Dios, todas
nuestras debilidades y fracasos ya fueron eliminados en la cruz. Cuando nuestros ojos sean
abiertos, exclamaremos: “Dios, te alabo y te agradezco porque has cumplido la obra, y
porque ya has vencido todos estos asuntos”.
Valoramos mucho Efesios 1 porque allí se nos muestra que el perdón, la redención y la
impartición del Espíritu, son hechos consumados. Ahí se nos muestra que todas estas cosas
ya nos pertenecen, y que sólo nos falta revelación, para que todo se acomode en su lugar.
Aún permanecemos muy débiles porque no hemos visto. Aunque el Señor Jesús tenía tanto
poder cuando estaba en la tierra, nosotros seguimos muy débiles, porque no hemos
recibido la visión. El poder que Dios tiene para con aquellos que creen es el mismo que
operó en Cristo. Dios nos ha dado ese poder. La diferencia radica en que no vemos como
nuestro Señor veía. Hoy la diferencia no se encuentra en el tipo ni en el grado de poder que
tengamos, sino en cuánto vemos. Lo que nos falta hoy es revelación. Una vez que la
tengamos, todo estará bien.
Esta es la razón por la que tan insistentemente recalcamos la necesidad de revelación. Sin
ella, no prevaleceremos. Hemos hecho énfasis repetidas veces en que no nos será de
ninguna utilidad escuchar acerca de algo nada más; necesitamos verlo. No es asunto de
doctrina, sino de revelación. No nos será de ningún provecho aun si nos familiarizamos con
el primer capítulo de Efesios y lo memorizamos. Pero en el momento en que veamos su
contenido, seremos transformados en otras personas. Pablo ora para que Dios nos “dé
espíritu de sabiduría y de revelación” (v. 17). Aparte del Espíritu Santo, nada nos será de
utilidad. La inteligencia será inútil, y las doctrinas no traerán ningún provecho. Sólo el
Espíritu Santo puede abrir nuestros ojos y concedernos visión. Cuando en verdad el Espíritu
Santo abra nuestros ojos y nos dé visión, inmediatamente diremos: “Te damos gracias Señor
porque esto ya se realizó”. No debemos esperar a que Dios nos dé un poder más grande.
Sólo tenemos que ver la grandeza del poder que ya nos dio. Un espíritu de sabiduría nos
hará entender, y un espíritu de revelación nos facultará para ver. Necesitamos sabiduría y
revelación; sabiduría para poder entender y revelación para poder ver.
Tal vez hemos oído muchas veces acerca del plan de Dios, y de la posición que tiene la iglesia
en relación con Su plan eterno. Pero, ¿cuándo nos hemos relacionado con este plan eterno?
La revelación que recibimos es el principio. La revelación nos capacita para poder ver lo que
Dios dispuso, Su obra realizada en la eternidad pasada y lo que logró en la cruz. La revelación
nos muestra el plan eterno y la obra de la cruz, y nos capacita para entender, ver y conocer
el poder que Dios tiene para con nosotros. La revelación nos hace parte de la iglesia, y desde
el momento en que la obtenemos, llegamos a ser vasos útiles en la mano del Señor.
Es posible que algunos de nosotros ya estemos familiarizados con estas palabras, pero
necesitamos recordar una vez más, ante el Señor, la importancia de la revelación. Creemos
que en los cielos a Dios le interesa que tengamos Su revelación, pues El ya realizó todo lo
que se había propuesto. La pregunta que nos queda por hacernos es ¿cuánto de esto ha
visto el hombre? No tenemos que pedir nada más. Sólo tenemos que orar como Pablo por
nosotros mismo y por los demás hermanos y hermanas, para que Dios les conceda un
espíritu de sabiduría y de revelación. Tenemos que humillarnos delante de Dios y orar:
“¡Señor, quiero ver, quiero ver!”

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