Contar en Libertad

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Contar en libertad

Contar en libertad

brigada de arte narradores


comunitario salvajes
“Contar en Libertad”

ARTICLE19
UNIÓN EUROPEA
Colectivo Narradores Salvajes
Briga de Arte Independiente “Talimalakatsikinan Naku”

Coordinadora de proyecto
Itzia Miravete

Autores
Jorge Villegas
Arturo Campos Cuevas

Editor
Victor Hernández

Diseño e Ilustración
Hugo Andrade

La presente obra se respalda en una licencia de Creative


Commons Atribución- Licenciamiento Recíproco 2.5 México.

La reproducción de este material esta permitida


a través de cualquier medio y alentada siempre que se respete el crédito
de los autores y la organización.

ARTICLE19 promueve el uso de un lenguaje no discriminatorio y/o sexista.

Impreso en México.
ARTICLE19 agradece a todas y todos los periodistas y personas defensoras de derechos humanos
que nos han permitido aprender y trabajar en conjunto para que en este país se respeten los
derechos a la libertad de expresión, de información, así como el derecho
a defender derechos humanos.

Agradecemos al colectivo Narradores Salvajes y a la Bridade Arte Comunitario quienes


con mucha paciencia y pasión colaboraron para plasmar la importancia
del ejercicio de los derechos humanos en “Contar en Libertad”,
especialmente a:

Jorge Villegas
Arturo Campos Cuevas
Víctor Hernánez
Hugo Andrade

Agradecemos a la Unión Europea por el generosoapoyo y patrocinio para el


desarrollo del trabajo de la Oficina para México y Centroamérica
de ARTICLE19.

Ciudad de México a 20 de noviembre de 2018


Presentacion

Este libro escrito para niños y niñas habla sobre un tema que no es frecuente en la literatura infantil: la lucha
contra la censura. Se trata de cinco cuentos cortos sobre situaciones de personas que de manera fantástica
convirtieron sus vidas en viajes para poder expresarse libremente cuando alguien más lo estaba prohibien-
do. Estas historias tienen en común que parten de decisiones tomadas por personas que emprenden bús-
quedas para conocer la verdad y contarla a otros cuando la mentira se está imponiendo en sus sociedades.

Vivimos en tiempos en que poco se valora la importancia de poder hablar libremente, de componer y escu-
char canciones y vestir como queramos. Menos aún se valora nuestro derecho a creer y opinar libremente
sobre las cosas que están pasando a nuestro alrededor. De hecho, vivimos en una época en donde hay cada
vez más llamados de políticos, personas reconocidas y líderes mundiales para restringir la expresión de
aquellas personas que piensan distinto. A veces pareciera que caminamos hacia un mundo sin muchos
puntos de vista, sin diálogo y sin mayores diferencias entre sus habitantes.

Por eso estos cuentos nos recuerdan lo indispensable que es para nuestra sociedad que existan personas
que busquen la verdad. Desde una niña que escribe en su cuaderno las cosas que ve y toma fotos lo que le
parece importante cada día para incluirlas en su diario (periódico) hasta un abuelo mágico que se transforma
en zopilote para volar y contar a su pueblo quien secó el río en donde se bañaban los niños. Y desde la bús-
queda de la profesión ideal para cada ser humano recién llegado a marte hasta la vida de un músico que
inventa un instrumento con forma de caracol marino que con su sonido cuenta las verdades que no todos
querían escuchar.

ARTICLE19

ARTICLE 19 México y Centroamérica es una organización de la sociedad civil que promueve los derechos a
la libertad de expresión y al libre acceso a la información. Con el fin de invitar a reflexionar sobre el valor de
estos derechos en el mundo, ARTICLE 19 invitó a estos cuentistas a que escribieran historias para hacernos
preguntas sobre el papel de la palabra y el silencio en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean.

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Unas cuantas letras para leer antes que las otras letras
Todos pensamos que nuestras vidas son normales, que no tienen nada de especial, pero cuando una vida
ordinaria te la cuentan como un cuento se vuelve extraordinaria. Por ejemplo, llegas al colegio y tus compa-
ñeros te cuentan lo que ocurrió en el camión de la escuela, un auto se atravesó y por poco y chocan y de
pronto ya es una aventura.
Todos los días, a cada momento ocurren eventos en tu familia, en las familias de tus amigos, en tu escuela,
en tu calle, en tu ciudad, en tu país, en el mundo. Ocurren muchísimas cosas a las personas y somos tantos
por tantos lugares que es imposible que sepamos todo lo que le ocurre a la gente. Pero hay una profesión
muy importante que nos ayuda a saber qué es lo que le pasa a otros y así poder ayudarlos: esa profesión es
la de los periodistas.
Los periodistas están atentos a todo lo que ocurre a su derredor y lo cuentan. Así podemos alegrarnos si
nuestro equipo deportivo ganó algún premio, si van a exhibir una película interesante o si alguna persona
sufrió un accidente o le robaron sus cosas o su libertad. Es muy importante que sepamos esto para ayudar-
nos entre todos y tratar de vivir mejor.
Este libro que tienes en tus manos habla de lo importante del trabajo de esas personas, los periodistas, pero
se cuenta de tal manera que sea divertido ver cómo se hace su trabajo. Aquí hay cinco relatos sobre hechos
importantes que ocurren a cinco diferentes comunidades. ¿Cómo hacer que la gente se entere de lo que está
pasando? Los escritores buscaron en los huecos y túneles de su imaginación para encontrar la manera que
entendiéramos cómo puede hacerse para dar a conocer algún acontecimiento. Así, leeremos cuándo hay
que estar alerta porque se están haciendo agujeros en la tierra y esto hace daño al medio ambiente, cuando
hay un señor que se roba a las muchachas, cuando la gente se va de su tierra sin nada que ponerse ni qué
comer para buscar trabajo, cuando la sociedad intente comenzar desde cero en otro mundo, o la manera en
que un botella puede darnos un importantísimo mensaje. Todos los relatos nos hablan de lo importante que
es la labor de un buen periodista, del que relata lo que ve.
Te toca a ti leer estos relatos y quizá así sabrás que mirar atento y hablar con verdad es parte del trabajo del
periodista y de quienes se preocupan por lo que ocurre en el mundo.

Marcela Romero García

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RUDI DUTS

Autor: Jorge Villegas


Ilustraciónes: Hugo Andrade

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Dicen los que cuentos cuentan, que hace más de mil soles más mil lunas un hombre inmensamente rico
llegó a un reino tranquilo escondido entre las montañas anaranjadas de Cholutz. Nadie sabía quién era
aquel hombre que había llegado con grandes tesoros y numerosos vasallos bajo su mando; por su porte
elegante y sus deslumbrantes joyas los habitantes pensaron que se trataba de un auténtico príncipe. El
hombre compró la casa más grande del reino y todas las tardes salía a pasear en un carruaje de oro
tirado por más de 30 caballos. Cuando la gente lo veía pasar muchos lo saludaban con interés, pues
esperaban que algún día el acaudalado señor compartiera sus riquezas con ellos. Había algunos hom-
bres que incluso se acostaban sobre el suelo para que el hombre rico caminara por encima de ellos
cuando bajaba de su carruaje y así sus carísimos mocasines de piel de dragón no se llenaran de polvo.
Todos querían ser sus amigos.

Todos excepto la pequeña Rudi Duts.

Rudi era una niña de 12 años que siempre se paseaba de un lado a otro con su libreta y su cámara para
anotar y fotografiar todo lo que veía. Cada que alguien le preguntaba por qué hacía aquello ella siempre
respondía lo mismo:

—¡Estoy haciendo un reportaje para el Rudidutsidiario!

Sí, Rudi Duts era periodista y tenía su propio periódico, El Rudidutsidiario, para el que ella misma ilustra-
ba y escribía los reportajes. Todos los lunes Rudi llevaba muchos ejemplares del Rudidutsidiario y los
vendía por dos monedas afuera de la botica de los magos. Algunas veces los intercambiaba por sapos
cubiertos de chocolate que eran su golosina favorita. Lo único que preocupaba a Rudi era que aquel
reino era tan tranquilo que cada vez le era más difícil hacer reportajes nuevos para su periódico.

Rudi ya había investigado y documentado todo lo que se podía investigar y documentar en el reino de
Cholutz, desde el misterio de las libélulas gigantes que se comían a las mascotas hasta el extravío del
hijo de la señora gnomo que se había escondido dentro de una hamburguesa durante una semana para
que su mamá no lo bañara; incluso Rudi había hecho un recetario donde había registrado todas las
recetas de las abuelas del reino. Por tal razón, el día en que el hombre rico llegó a Cholutz, Rudi creyó
que sería una buena idea entrevistarlo, preguntarle de dónde venía, en qué trabajaba y, sobre todo, por
qué había llegado; mas en cuanto la pequeña toco la puerta del acaudalado hombre y le dijo que quería
hacer un reportaje para su periódico, él con voz molesta le gritó desde adentro que odiaba a los meti-
ches y que más le valía irse si no quería que le soltara sus perros de guardia. Esa tarde Rudi se asustó
tanto que se fue corriendo hasta su casa y el hombre rico le pareció detestable.

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A las pocas semanas de que aquel hombre llegara, dos muchachas desaparecieron. Eran las hijas del
herrero. Cuando el herrero y su esposa fueron con los guardias a pedir ayuda, estos sólo se rieron,
luego les dijeron que seguramente sus hijas se habían escapado con sus novios y se habían marchado
a vivir a otro reino, por lo tanto, no había nada que investigar. Los padres muy angustiados regresaron
a su casa. Ellos sabían que sus hijas jamás se habrían marchado sin decirles nada y les preocupaba
que algo terrible les hubiera sucedido; por tal razón, los padres decidieron salir a buscar a sus hijas y
pegaron retratos de ellas en todos los árboles del reino.

Una mañana Garún, un árbol viejo que era un poco despistado, se quedó mirando el retrato que el
herrero y su esposa le habían pegado en la panza y pensó: ”creo que a estas muchachas yo las he visto,
sólo que no me acuerdo bien dónde”. Intentó recordar pero no lo logró sino hasta varias horas después,
cuando a lo lejos vio pasar el carruaje dorado tirado por más de 30 caballos. ¡Él había visto dos días
antes a las hijas del herrero pasar dentro de ese carruaje! Entonces empezó a gritar: —¡Ese hombre se
llevó a las muchachas!

Pero los árboles que estaban junto a él le dijeron que se callara, porque ese hombre tenía tanto dinero
que si lo escuchaba podía mandar un ejército de taladores a derribar el bosque entero.
Garún calló, mas un pájaro que había escuchado la plática de los árboles voló hasta la ventana de Rudi
la niña periodista, y le contó lo que había escuchado en el bosque. Rudi tenía miedo. No quería que
aquel hombre soltara a sus perros de guardia para que la atacaran, pero aun así decidió ir a investigar.
Cogió su libreta, su cámara fotográfica y se dirigió hasta la casa del hombre del carruaje de oro. Cuando
pasó junto a los árboles éstos le dijeron:

—¡Ya sabemos a dónde vas! ¡No vayas... Es muy peligroso!

Sin embargo, Rudi venció el miedo y continuó su camino. Al llegar a la casa del hombre rico, la periodis-
ta aprovechó un descuido de los perros que estaban custodiando la entrada y logró saltar la barda.
Entonces vio que el hombre tenía una jaula enorme donde estaban encerradas las hijas del herrero
junto a otras mujeres de otros reinos, todas lloraban y sufrían mucho. Rudi tomó fotografías y regresó
corriendo hasta su casa.

No sabía qué hacer. Jamás había hecho un reportaje para el Rudidutsidiario que pusiera en peligro su
vida. Si aquel hombre del carruaje de oro se enteraba de que ella había descubierto su secreto segura-
mente lanzaría a sus perros para que la atacaran o, peor aún, se la robaría como a las otras mujeres.
Después de mucho pensar Rudi acudió con sus papás y les pidió ayuda. Sus papás vieron las fotos y
se las mostraron al resto de los habitantes del reino. Todos juntos acudieron a rescatar a las mujeres
que estaban encerradas. Cuando llegaron a la casa del hombre del carruaje de oro éste ya había huido,
así que tumbaron la puerta y liberaron a las mujeres que estaban encerradas. Ellas contaron que el
hombre del carruaje de oro era tan rico porque no era un príncipe sino un rufián que se dedicaba a robar
y vender mujeres a hombres malvados que pagaban mucho dinero por tenerlas como esclavas. Rudi
anotó todo lo que las mujeres le contaron en su libreta, lo juntó con las fotos que había tomado e hizo
un reportaje que se repartió por todos las aldeas de las montañas anaranjadas de Cholutz para que el
hombre del carruaje de oro no se robara más mujeres jamás.

Dicen los que cuentan que aunque aquel hombre del carruaje de oro huyó, después de que el reportaje
de Rudi la reportera del Rudidutsidiario fue visto por miles de personas, una mañana los guardias de un
reino vecino lo reconocieron y lograron atraparlo. Rudi recibió una medalla de honor de manos de los
ancianos del reino y el reconocimiento de toda la gente, pues gracias a su trabajo como periodista logró
salvar a muchas mujeres; además, la Reina de Cholutz, Greta Malgreta, decidió construir una escuela
para niñas periodistas para que otras niñas hicieran sus propios reportajes en beneficio de la gente.

La escuela fue llamada Rudi Duts.

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ESTEFANIA EN BICICLETA

Autor: Arturo Campos Cuevas


Ilustraciónes: Hugo Andrade

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Un sábado por la mañana Estefanía recogió una botella que llegaba del mar, con un mensa-
je dentro que decía: “Somos fuertes”. Estefanía la echó en un morralito y regresó a su casa.
A la mañana siguiente salió en bicicleta a pasear por la playa. A lo lejos venían tres botellas
que las olas llevaron hasta la arena. Todos los días de esa semana Estefanía se encontró
con mensajes embotellados; ella los recogía y los leía. A veces los mensajes parecían no
tener sentido: frases sueltas, dibujos, mapas, listas de precios… y hasta fragmentos de can-
ciones.

Estefanía era una niña muy querida por sus amigos. Como las botellas no dejaban de llegar,
cinco de ellos le ayudaron a recogerlas, llevarlas a una palapa frente a su casa, leer los
mensajes y clasificarlos. Las acomodaban por fecha de llegada y les hicieron fichas indivi-
duales donde anotaban qué día habían aparecido, de qué tamaño era la hoja que llevaban
dentro, y qué tipo de mensaje tenían. Se tomaban tan en serio su trabajo, y lo hacían tan
bien, que en el pueblo ya se sabía de su trabajo.

Un día un señor le ofreció a Estefanía un montón de billetes por las botellas, siempre y
cuando el equipo se las vendiera con todo y mensajes. No, señor, no le podemos vender
esto porque es de todos, le respondieron, nosotros sólo lo cuidamos y lo estudiamos, pero
los mensajes son de nuestro pueblo entero. En otra ocasión un loco aventó piedras a la
palapa, quebró unas botellas y quiso hurtar otras. Afortunadamente no lo logró. Pero desde
entonces el equipo comenzó a trabajar de otra manera: con ayuda de una joven universita-
ria crearon una página de internet donde estuviera toda la información: las fichas de cada
botella con una fotografía, y la transcripción del mensaje. El equipo creció tanto que lograron
que muchas personas apoyaran su trabajo asesorándoles, obsequiándoles material de
papelería o compartiendo su página.

La mamá de Estefanía la regañaba: “¡Niña, no pierdas el tiempo con esa basura!” “No es
basura”, respondía ella, “son palabras que escribieron otras personas: tú me has enseñado
que todas las palabras son importantes y que compartirlas nos une”. La verdad es que a la
mamá de Estefanía se le bajaba el enojo al ver el entusiasmo de su hija por aquellos mensa-
jes.
Tres meses después, Estefanía le dijo a su mamá: “Mi equipo y yo tenemos un plan: ¿me
ayudas a convocar a la gente para que vaya a la plaza?” A las siete de la noche llegaron los
habitantes de San Cristóbal. Los niños habían organizado un festival con música, cuentos y
venta de antojitos. A las ocho de la noche se desplegó una pantalla y, con un proyector que
fue donado al equipo, fueron proyectados en una pared muchos de los mensajes que
habían sido encontrados en las botellas. Una señora pidió ser lectora y en cascada le siguie-
ron muchas otras personas. Refranes, declaraciones de amor, datos históricos, versos de
poetas famosos, y versos de poetas desconocidos, combinaciones vocálicas sin sentido,
como ulular de búhos o quejidos de fantasmas, noticias de otros países, chistes y cancio-
nes. Después de una hora, aún faltaban muchos mensajes por leer, pero ya se hacía de
noche. Fue entonces que el pueblo llegó al acuerdo de reunirse dos veces al mes para leer
los mensajes de las botellas, y así se hizo durante algún tiempo hasta que…

“Señor Presidente Municipal, por medio de la presente queremos quejarnos de la atención


que está recibiendo la niña Estefanía Roldán. Cabe recordarle que la familia Roldán llegó
aquí a San Cristóbal hace apenas cinco años, por lo que no debería tener los mismos dere-
chos ni importancia que sí merecemos nosotros. Le pedimos que suspenda inmediatamente
las lecturas de mensajes en voz alta que se dan en la plaza, que se bloquee la página de
internet que difunde los mensajes embotellados, y que se clausure la palapa donde se
encuentran las botellas que ese grupo resguarda. Atentamente: 150 vecinos con sus res-
pectivas firmas.”

Estefanía y su equipo fueron informados del decreto. A la palapa se le pusieron cintas ama-
rillas con la palabra CLAUSURADO, y se les pidió a los papás de los niños su supervisión
para que dejaran de actualizar la página. El sábado de lectura de mensajes nadie fue a la
plaza y a la familia de Estefanía el pueblo le dejó de hablar. Además, los niños tuvieron la
prohibición de acercarse a la playa; para asegurarse de esto, se instaló una comisión de
vigilancia. Entonces los niños salieron a las calles a recitar de memoria los mensajes. A
pesar de las prohibiciones, acompañando a sus amigos Estefanía en su bicicleta se sentía
libre, libre como palabra a media plaza, libre como botella en medio del mar.

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El primer día la gente no les hizo caso, y a veces hasta los insultaba; el segundo día los
despreciaron, fingiendo que no los escuchaban; el tercero, pasó lo mismo… pero al sépti-
mo día, la gente del pueblo ya recitaba con los niños los mensajes que eran voceados en
calles, puentes y mercados. Sonreían al verlos venir y les deseaban suerte en su misión.
Al octavo día llegaron un montón de botellas a la playa, y cuando alguno de los integran-
tes de la Comisión de vigilancia abría una botella se encontraba un mensaje con la historia
de su familia y el nombre del lugar donde procedía: sí, San Cristóbal se había fundado,
como todos los pueblos del mundo, por familias que venían de rumbos lejanos. La familia
de Estefanía no era la única familia migrante.

Los pocos vecinos que aún se oponían al trabajo del equipo rompieron las botellas de la
palapa y pusieron redes en el mar para que no llegaran más mensajes. Pero entonces
ocurrió que las botellas, como delfines, saltaban de entre las olas y aterrizaban en la
playa; surgían de los pozos, aparecían en las bancas de los jardines, se dejaban ver entre
nidos y ramas. Todas las botellas con su corcho, su mensaje y su historia. Además, ya no
eran verdes sino de todos los colores. Y, después de que la gente leía, aprendía y compar-
tía los mensajes, las botellas desaparecían tronando ligeras, como burbujas. Pero los
mensajes no desaparecían, se quedaban fijos con sus letras nítidas y oscuras sobre el
papel. El siguiente sábado Estefanía y sus amigos se volvieron a reunir en la palapa y la
gente volvió a acercarse a ellos para preguntarles si se les ofrecía algo, y para pedirles
que no dejaran de compartir palabras.

El equipo de Estefanía había acertado al decir que los mensajes eran de todos. Al compar-
tirlos, la gente se volvió más tolerante, más conocedora y más solidaria. Se dieron cuenta
del respeto que merecen las familias migrantes, aprendieron que entre más saberes hay
más se enriquecen las conversaciones, y se dieron cuenta que cuidar entre todos la infor-
mación que llegaba al pueblo les mantenía unidos.

Hoy es un día importante: la gente de San Cristóbal le ha pedido a Estefanía que escriba
algo en un papel y lo ponga dentro de una botella que será lanzada al mar. Reunidos en la
playa los habitantes de ese pueblo observan cómo la botella es llevada al océano, lenta-
mente, por la marea. Después de conversar y mientras ven el horizonte, se alejan poco a
poco: unos en coche, otros caminando y Estefanía en bicicleta.

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En otro pueblo costero, poco después del mediodía, un niño encuentra la botella que
había sido lanzada al mar en San Cristóbal. Es una botella verde, alargada y transparente,
con un corcho en la boca y un mensaje en la panza. Sin saber de dónde viene ni quién la
envió, el pequeño la destapa y saca el mensaje. Allí en la hoja, con letras negras y firmes,
están escritas estas palabras: “Nosotros somos fuertes cuando estamos juntos”. Los
siguientes días seguirán llegando botellas.

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LA SAL

Autor: Jorge Villegas


Ilustraciónes: Hugo Andrade

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Muy cerca del pueblo donde vive Margarita atraviesa un río de agua tan clara como la luz del día. Ahí,
en la parte menos profunda, hay una poza con una gran piedra redonda al centro donde todas las niñas
y niños juegan en los días de calor más intenso. Luego de un buen chapuzón, Margarita suele trepar a
la enorme roca y, cuando llega hasta la parte más alta, se imagina que ella no es una niña sino una
lagartija pequeñita montada sobre el caparazón de una gigantesca tortuga que la lleva a navegar.

Una tarde de sol bravísimo, Margarita y sus amigos corrieron a nadar a la poza después de salir de la
primaria. Tenían varias semanas sin visitar a la gran tortuga. El calor era tan intenso que nadie dudó
cuando Margarita retó a todos a echar unas carreritas hasta llegar al río. Ella era la más veloz y, como
siempre sucedía, fue la primera en llegar hasta la orilla. Estaba tan emocionada que rápidamente se
quitó los huaraches, la falda y el suéter verde del uniforme; lanzó su ropa sobre el pasto puntiagudo que
le producía cosquillas en los pies y así, vestida con puritita playera y calzones, se preparó para pegar
un brinco.
Estaba a punto de saltar cuando Pedro, un niño flacucho que
era su amigo, le advirtió: “¡Cuidado, no te avientes así nomás
a lo tarugo! ¿Qué no estás viendo?” Desconcertada, Marga-
rita miró con atención a su alrededor… Donde antes estaba
el río ahora únicamente existía un suelo árido lleno de ramas
de árbol quebradizas que en vez de ramas parecían los
huesos de un animal prehistórico. La gran piedra ya no era
más aquella tortuga maravillosa, era simplemente una
enorme roca muerta, un cráneo gigante que inspiraba miedo.
El río estaba completamente seco.
Margarita corrió de regreso al pueblo y contó lo que ocurría. Durante muchos días la gente se preguntó
qué había originado aquella horrible sequía, pero nadie consiguió encontrar respuesta. Sucedió enton-
ces que, una tarde cuando ya nadie soportaba la sed, aparecieron en el pueblo un grupo de hombres
misteriosos acompañados por el presidente municipal. Traían consigo hartos refrescos fríos para convi-
darlos a todos. Pronto la gente se arremolinó a calmar la sed. En ese momento, el presidente encendió
un micrófono y empezó a decir que esos hombres eran gente buena, que lo único que querían era
ayudar a todos porque como el río se había secado, lo mejor era ir a buscar otro lugar donde vivir. Luego
dijo que esos hombres por pura bondad iban a comprar las casas de todos, para que con el dinerito que
ellos pagaran las personas pudieran ir a buscar otro lugar donde vivir.

Al principio nadie hizo caso; a las personas les gustaba mucho vivir en ese lugar donde habían crecido
sus padres y sus abuelos. Creían que pronto pasaría la sequía y no tendrían que abandonar sus casas
pero no fue así. El calor arreció tanto que cuando Margarita se limpiaba los hilitos de sudor que escu-
rrían por su cuello se acordaba del infierno, ese lugar lleno de lumbre del que al cura de la iglesia le gus-
taba mucho hablar. Luego de un par de semanas el último pozo quedó seco y los animales empezaron
a caer derribados por la deshidratación. Uno a uno se marchitaban y se desplomaban sobre el suelo,
moribundos. Se secaban hasta quedar convertidos en montoncitos de sal. La gente comenzó a preocu-
parse y algunos fueron a vender sus casas tal y como les había dicho el presidente municipal. Donde
antes hubo perros, pájaros y tlacuaches sólo quedaron montones de polvo salado que el viento levantó
y se llevó lejos en forma de remolinos blancos.

Lo peor fue cuando Pedro, el amigo de Margarita, también quedó transformado en sal y se le resbaló
por entre los dedos a su mamá mientras esta lo abrazaba llorando. Ahí sí la gente ya no aguantó más.
El pueblo entero fue a buscar a aquellos hombres misteriosos para venderles sus casas y partir lo antes
posible, pero éstos ya no quisieron pagar la cantidad de dinero que habían prometido. Dijeron que paga-
rían menos porque las casas habían perdido su valor porque la sequía había aumentado. Sin embargo,
antes de que la gente vendiera sus casas por tan poco dinero, Utamaro el abuelo maś respetado que
vivía en lo alto de los cerros, aconsejó que antes de tomar una decisión había que investigar cuál era la
verdadera razón de la sequía y quiénes eran en realidad aquellos hombres que querían comprar las
casas. Toda la gente escuchó a Utamaro y decidieron seguir su consejo.

Una vez que el abuelo terminó de hablar, de su morral tejido sacó un pedacito de carbón negro que puso
debajo de su lengua. Cuando el carbón se mezcló con su saliva… ¡Puf! ¡Utamaro se transformó inme-
diatamente en zopilote! El abuelo Utamaro salió volando convertido en aquella ave negra mientras la
gente lo seguía con la mirada puesta en el cielo. Voló siguiendo la ribera del río durante más de tres días
hasta que descubrió algo insólito que ocurría muy lejos del pueblo: aquellos hombres que el gobernador
había dicho que eran buenos eran los mismos que, con máquinas y tubos gigantescos, desviaban el
agua del río.

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Utamaro comprendió lo que pasaba. Aquellos hombres estaban provocando la sequía, desviaban el río
para engañar a la gente. Querían que todos se fueran para quedarse con sus tierras y sus casas.

Utamaro guardó en la memoria lo que había visto a través de sus ojos de ave y voló de regreso. Les dijo
a todos la verdad. El pueblo enojado se organizó y decidió caminar hasta ese lugar en donde Utamaro
había descubierto el engaño. Iban a detener lo que aquella gente estaba haciendo. No era justo que por
culpa de ellos todo se transformara en sal, no era justo que les robaran sus casas. Caminaron por varios
días. Estaban a punto de llegar cuando una decena de camionetas precedidas por una estela de polvo
les cerró el paso. Muchos hombres vestido de negro con el rostro cubierto bajaron e intentaron llevarse
a Utamaro para que no siguiera contando lo que había visto, pero la gente no lo permitió; sabían que las
palabras del abuelo eran muy valiosas porque él conocía la verdad. Lo defendieron y siguieron avanzan-
do.

Al llegar al lugar donde el río estaba siendo desviado nadie quiso escuchar el reclamo del pueblo de
Margarita. “¡Váyanse de aquí, bola de revoltosos, o los vamos a meter a la cárcel!”, gritaban los hombres
vestidos de negro con el rostro cubierto. Margarita sintió miedo y enojo porque ella sabía que la gente
de su pueblo no eran “revoltosos”. Ellos sólo querían que esos hombres les devolvieran el agua y los
dejaran vivir en paz como antes vivían. El abuelo Utamaro entonces recordó que las aves para hacerse
escuchar en medio de la noche, sin importar qué tan pequeñas sean o qué tan lejos se encuentres unas
de otras, silban. Pensó que aquello era una buena forma para que todos se enteraran de lo que estaba
pasando, así que transformó sus palabras que decían la verdad en un poderoso silbido y empezó a
hacer sonar sus labios.

Niñas, niños, hombres y mujeres de diversos lugares de la Tierra escucharon el silbido de Utamaro y
decidieron unirse también. Millones de labios alrededor del mundo silbaron juntos durante días para que
aquellos hombres que convertían las cosas en sal se marchasen del pueblo de Margarita. Silbaron en
un solo canto sin detenerse, sin perder la esperanza; silbaron hasta que el sonido fue tan fuerte que los
tubos y máquinas con las que aquellos hombres desviaban el río quedaron destruidos. Los hombres que
querían arrebatar las casas de la gente ya no pudieron engañar a nadie más y se tuvieron que marchar
para siempre. Nada ni nadie volvió a secarse hasta volverse sal.

Esto es lo que cuenta Margarita en las tardes de calor, mientras trepa en la gran piedra que se asoma
en medio de la poza de agua donde remansa el río que pasa por su pueblo. Entre risas ella imagina que
es una diminuta lagartija montada en el caparazón de una madre tortuga que, gracias a la palabra del
abuelo Utamaro, volvió para llevarla a navegar a través del río.

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EL PUEBLO MAS BONITO DEL MUNDO

Autor:Arturo Campos Cuevas


Ilustraciónes: Jan Calvario
Hugo Andrade

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La gente de Santa Anita dice que su pueblo es el pueblo más bonito del mundo. Todo comenzó hace
como treinta años, cuando alguien se paró a media plaza y gritó: “¡Tenemos que ser el pueblo más
bonito del mundo!”. Y todos los que estaban allí dijeron: “¡No, pos’ sí!”. Y comenzaron a organizarse en
comisiones de trabajo: la Comisión de Embellecimiento de Calles y Fachadas, la Comisión de Fuentes,
Jardines y Buenos Aromas, la Comisión de Recordamiento y Celebración de Fechas Inolvidables, la
Comisión de Música, la Comisión Supervisora de Comisiones, y otras tantas más. Cada comisión traba-
jaba en su especialidad, y cada persona se iba acomodando en la comisión que más le gustaba. En la
Comisión de Música solamente se anotó Enrico Valdez, el único habitante de Santa Anita que sabía
tocar y construir instrumentos musicales.

La tarea de la Comisión de Música era alegrar al pueblo, para disfrute de lugareños y visitantes, así que
todos los días Enrico iba al quiosco a cantar con su guitarra. Alrededor de las cinco de la tarde los habi-
tantes de Santa Anita se reunían para disfrutar de aquella música y comenzaban a despedirse hasta que
el sol recogía sus rayos.

Una de esas tardes Enrico tuvo una idea y fue a compartirla con quienes se habían reunido a escuchar-
lo: “La siguiente semana traeré un nuevo instrumento ¿Me lo permiten?” Y todos, que conocían bien a
Enrico y confiaban en él, dijeron sonriendo: “¡No, pos’ sí!”.

Durante varios días Enrico trabajó en su taller midiendo y cortando madera, alisando y barnizando.
Cuando terminó se fue a la plaza cargando su invento. Subió al quiosco, y antes de que comenzara a
tocar alguien le dijo: “Enrico, dijiste que traerías un instrumento nuevo, pero eso que traes allí es una
guitarra”. El músico no dijo nada, sólo sonrió orgulloso y comenzó a tocar. Pulsó la primera cuerda del
instrumento. ¡Sonaba como cantos de pájaros al amanecer! Pulsó la segunda y se escuchó la risa de
las montañas; pulsó la tercera y se oyeron pisadas de venados en la hojarasca; la cuarta emitía una
música parecida a la que hacen las piedras cuando comienza a llover; la quinta recordaba al maíz
cuando lo deshojan, y la sexta… la sexta sí sonaba como a guitarra. ¡Las seis cuerdas juntas eran la
conjugación de sonidos más bonita del mundo! “¿Ya vieron como sí les traje un instrumento nuevo?”
“¡No, pos’ sí!”, respondieron todos. Y comenzaron a bailar.

Enrico se hizo famoso y siguió inventando instrumentos que presentaba en el quiosco del pueblo. Unos
sonaban como las frutas cuando se muerden, o como los suspiros de los amigos que se reencuentran;
otros emitían sonidos de gatos mirando a la luna, de yerba fresca o de granizo tibio. Gracias al ingenio
de Enrico Valdez, Santa Anita comenzaba a ser el pueblo más bonito del mundo.

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Sin embargo, algo estaba mal. En Santa Anita había muchos problemas por resolver y Enrico lo sabía.
Entonces decidió crear otro instrumento para que la gente escuchara lo que el joven músico necesitaba
decir. Una tarde se le vio cargando un instrumento con forma de caracol marino. Enrico estaba nervioso.
¡Sabía que el instrumento molestaría a muchos!, pero, con decisión, subió al quiosco y sopló en un
extremo de su creación. ¡Se escuchó algo terrible! El instrumento reveló, con una voz llena de energía,
qué autoridades se estaban aprovechando de sus puestos para cometer delitos, los problemas ecológi-
cos causados por la imprudencia o indiferencia de los pobladores, en qué casas padecían por alguna
injusticia, quiénes eran las personas que mentían, las que no cumplían acuerdos o lastimaban a los
demás y en qué lugares la gente estaba padeciendo por falta de comida. Después, un silencio grande.
Unos pocos aplaudieron la valentía de Enrico y se acercaron a él para agradecerle. Pero otros poblado-
res abuchearon; unos más se fueron del lugar, pues aunque sabían de las cosas malas que ocurrían en
Santa Anita, preferían no escucharlas; y los más molestos, aquellos que el instrumento había delatado
como personas injustas o mentirosas, subieron al quiosco para atacar a Enrico… pero sólo le dijeron,
con amenazas, que si volvía a tocar ese instrumento, el “instrumento del ruido quejoso”, lo meterían a
la cárcel, lo sacarían del pueblo o incendiarían su taller.

El joven guardó el instrumento. Pero cuando Enrico regresó a casa su voz iba recitando versos que
hablaban de la necesidad de protestar contra los que no querían que en Santa Anita la gente viviera en
paz, pues de nada serviría tener un pueblo hermoso donde la gente padeciera injusticias y violencia.
Desde sus casas los pobladores escuchaban los problemas que el muchacho pregonaba. Algunos pen-
saron en unirse a él, pero al final de cuentas decidieron que lo mejor era no hacer más ruido y dejar que
las cosas siguieran como estaban. Aunque no estuvieran bien.

Un día la Comisión Supervisora de Comisiones fue al taller de Enrico para destruir su creación, le deco-
misó sus demás instrumentos y le prohibió volver a tocar en el quiosco. Al día siguiente la Comisión llevó
músicos de otro pueblo para alegrar la tarde. La música comenzó en el quiosco a las cinco en punto, y
la gente volvió a emocionarse. Pero entonces un niño, imitando a Enrico, hizo como que tocaba el “ins-
trumento del ruido quejoso”, revelando a grito pelado las cosas que estaban mal en Santa Anita y
muchas personas se le unieron, valientemente. Era como una orquesta de voces que se extendía como
lluvia hacia las orillas de Santa Anita. Los músicos tocaron más fuerte, mientras una autoridad ordenaba
callar a los que protestaban. Y los que protestaban callaron, y dejaron que los músicos siguieran tocan-
do. Pero no se bajaron del quiosco. Soportaron que algunas personas les insultaran y les lanzaran
piedras, y a la mañana siguiente siguieron usando sus voces como instrumentos para denunciar los
problemas del pueblo y exigir que no hubiera desigualdad ni injusticias. Al principio todo mundo se puso
de malas y se desesperó. Pero, poco a poco, los habitantes de Santa Anita fueron poniendo atención a
lo que aquellas voces decían, y paulatinamente entendieron que no podrían disfrutar del arte, de la
música ni del quiosco mientras en Santa Anita estuvieran ocurriendo cosas malas.

37
Enrico contagió con su valentía a la gente, y gracias a quienes creyeron en él una tarde regresó a tocar
al quiosco, aunque sus instrumentos no emitieran música, sino voces de denuncia. Y los habitantes de
Santa Anita comenzaron a atender los problemas que los instrumentos revelaban. Poco a poco, mien-
tras en comunidad resolvían lo que estaba mal, los instrumentos de Enrico volvieron a dar melodías,
ritmos y texturas de dulce musicalidad. Y Santa Anita se volvió un pueblo alegre otra vez. Desde enton-
ces la gente siempre está atenta a los ruidos que revelan que algo no está bien, y si saben de algún
problema o alguna injusticia lo dicen fuerte y claro, como si fueran instrumentos musicales, para que
todos los demás se enteren y para que entre todos le den solución.

—¿Y Santa Anita sí es el pueblo más bonito del mundo, doña Rosita?

—¡No, pos’ sí! Como que es el pueblo donde nací. Miren, muchachos, ya estamos llegando. Ese que
vino a recibirnos es mi esposo, el maestro que les mostrará el pueblo, nuestras costumbres y tradicio-
nes. ¡Enrico!

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EL DIA QUE LOS HUMANOS

Autor: Arturo Campos Cuevas


Ilustraciónes: Hugo Andrade

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Un domingo a las once de la mañana apareció en medio del cielo un punto gris que, mientras descendía,
parecía hacerse cada vez más grande. ¡Era una nave espacial que estaba cayendo al mar!
El objeto impactó en medio del océano, lejos de los continentes. Mientras la nave flotaba, su puerta se
abrió, y los tripulantes comenzaron a salir con sus chalecos salvavidas puestos. Un barco de rescate fue
enviado por el comité científico y cumplió con éxito su misión.

Adentro del barco se instaló un estudio de TV, donde ya esperaban varios reporteros. Cuando la capita-
na Elsie entró, todos se pusieron de pie y aplaudieron.

—Comandante, gracias por aceptar la entrevista.

—Es la primera vez que me entrevistan en un barco. Gracias a ustedes.

—No hay de qué, comandante. Cuéntenos, por favor ¿Cómo es Marte?

—Quiero decirles que Marte es un buen lugar para vivir: aún hay pocas plantas, pero las cuidamos
mejor de lo que ustedes cuidan las de la Tierra. Después de las jornadas diarias de experimentos, nos
reunimos a conversar mientras bebemos chocolate. Estamos construyendo caminos muy parecidos a
los de la Tierra, aunque nos faltan paisajes verdes y volcanes nevados. El sol se ve un poco más peque-
ño que aquí, pero hemos aprendido a aprovechar su luz. Ya tenemos caminos, plazas y edificios, trans-
portes terrestres y voladores. El año pasado inauguramos la tercera fábrica de acero y lo celebramos
con un torneo de futbol americano. La construcción de casas se hace moviendo pesadas piedras, pero
ha valido la pena. Hay algunos animales salvajes a los que tuvimos que domar; siete de ellos ya viven
en nuestro campamento y nos acompañan a las expediciones. Tenemos mucho orgullo de lo que hemos
logrado.

—Comandante, ¿quiénes se quedaron en Marte?

—Las exploradoras Érika y Guillermina, quienes, con ayuda de Malena, la cartógrafa, están actualizan-
do los mapas. La ingeniera Marysol está haciendo el proyecto de extracción de minerales para construir
caminos. Catalina, inventora, lleva varios meses en la adaptación de vehículos anfibios. Para la instala-
ción de sistemas, está Araceli. Las hermanas Mónica y Maricela se encargan de mover las piedras por
medio de maquinaria pesada que sólo ellas manejan (pero que ya me están enseñando). La entrenado-
ra Gertrudis nos dirige los ejercicios, para que no perdamos condición física. Tenemos a María Elena
como jefa de la defensa, encargada de hacer o evitar la guerra. Y, claro, Irma, mi copiloto en el viaje de
ida, quien fue nombrada coordinadora del equipo y se quedó al mando; por eso pude venir yo.

—Comandante, ¿por qué no pueden viajar hombres a Marte?


La capitana siguió hablando al micrófono.

—¿Sabe una cosa? Pronto necesitaremos más gente, porque nuestro campamento crecerá y se volve-
rá más complejo. Convocaremos a quien sepa preparar alimentos, a quien cante canciones de cuna, a
quién sepa bordar y coser, y un especialista en limpieza de trajes. Seguramente muchos hombres se
inscribirán. Por ahora tengo que terminar la charla. Gracias por haber venido.
De esa manera terminó la entrevista. Los reporteros aplaudieron para despedir a la Comandante Elsie
Paz, capitana de la primera misión de colonización de Marte. Dos de aquellos reporteros, que sabían
cocinar y bordar, pidieron ser los primeros hombres en la lista de candidatos para la Segunda Misión de
Colonización.

Mientras se hacía de noche, el barco navegaba despacio. En el cielo, Marte brillaba como una esperan-
za.

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indice
6 Presentación

8 Prólogo

10 Rudi Duts

18 Estefanía en Bicicleta

26 La sal

34 El pueblo más bonito del mundo

41 El día que los humano


Contar en Libertad
es una publicación de ARTICLE19
y la UNIÓN EUROPEA.
Se termino de imprimir en el mes de Noviembre del 218.
El tiraje consta de 1000 ejemplares

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