Insubordinación, Antagonismo y Lucha. Raquel Gutiérrez
Insubordinación, Antagonismo y Lucha. Raquel Gutiérrez
Insubordinación, Antagonismo y Lucha. Raquel Gutiérrez
¿Es fértil todavía la noción de “movimiento social” para comprender la lucha social en América
Latina?
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Raquel Gutiérrez Aguilar es una activista militante que ha participado en diversos procesos de lucha tanto en
Bolivia como en México. Maestra en Filosofía con mención en Lógica por la UNAM y Doctora en Sociología por
la BUAP, actualmente es profesora investigadora titular del Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Puebla. Coordina el Área de Investigación “Entramados
comunitarios y formas de lo político”.
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Mediante la expresión “capacidad colectiva de intervenir en asuntos públicos” designo la ola de luchas,
movilizaciones y levantamientos, locales, regionales y, a veces nacionales, que sacudió el continente entero a
comienzos del siglo XXI. Entiendo pues, que acciones tan significativas como la Guerra del Agua en Cochabamba
en 2000, los levantamientos urbanos en Argentina a finales de 2001, las reiteradas movilizaciones y levantamientos
de tramas comunitarias indígenas en Bolivia y en Ecuador durante varios años, las movilizaciones y marchas en
y enérgica que impugnaba y desbordaba el aparato institucional de la democracia procedimental
neoliberal; el término “movimiento social”, más allá de la manera en la que diversos teóricos
principalmente anglosajones lo habían pensado, se volvió de uso común justamente para
nombrar esa multiforme capacidad colectiva de insubordinación a lo que se iba imponiendo, de
manera diversa, como sistemático despojo de la riqueza social y de la posibilidad de intervenir
en la decisión sobre cuestiones públicas. Así, lo que también podemos nombrar como
protagonismo social3 reconstruido, que impugnaba y vetaba ciertas decisiones y planes del
capital confrontándose de manera belicosa contra los distintos gobiernos nacionales; pasó a ser
denominado “movimientos sociales” o incluso “nuevos movimientos sociales”.
Esta manera de nombrar resultaba pertinente para confrontar, en primer lugar, al abstracto y
vacío sujeto liberal que designa únicamente a un consumidor que vota o a un votante que
consume: el ciudadano/a y, a partir de tal crítica, cuestionaba y desordenaba el dispositivo
político liberal de la llamada “ciudadanía” volviendo a poner en el centro del debate, no los
ajustes al régimen de acumulación de capital transnacional que administran las instituciones
políticas democráticas procedimentales, sino las disputas y antagonismos de fondo que
continúan desgarrando la reproducción de la vida a lo largo y ancho del continente. Hablar de
“movimientos sociales”, entonces, a principios del siglo XXI, en medio del remolino de luchas
que agitaban la vida cotidana en diversos países, restituía con palabras la presencia pública y
política de sujetos colectivos de lucha que impugnaban los recurrentes y múltiples despojos de
que eran objeto. A mi juicio, esa fue la gran potencia que tuvo el término “movimiento social”
por lo cual adquirió notable relevancia durante unos años.
En segundo lugar, dado que el término en cuestión habilitaba la designación de sujetos
colectivos de lucha, permitía la recuperación de añejas tradiciones marxistas de pensamiento y
enunciación que durante la década de los 90`s –sobre todo tras el colapso del llamado
socialismo real- se habían quedado prácticamente mudas, desarmadas en medio del vendaval
liberal. Hasta cierto punto, si uno sigue una de las vetas de las teorías de los “movimientos
torno a la Minga en Colombia, etc., son básicamente acciones colectivas de lucha donde heterogéneos contingentes
sociales recuperan antes que cualquier otra cosa, capacidad colectiva de intervención en asuntos públicos a partir de
la impugnación de lo que se impone como decisión política ajena, perjudicial y dañina para la vida colectiva.
3
Protagonismo social es la manera en la cual el Colectivo Situaciones convocó a entender el levantamiento del 19
y 20 de diciembre de 2001 en Buenos Aires (Colectivo Situaciones, 2002)
sociales” –por ejemplo, la de Touraine en los años 80´s- existían algunos temas que, desde la
izquierda, ya habían comenzado a ser discutidos; como por ejemplo, la cuestión de la “no-
centralidad” del sujeto obrero en la conformación de las sociedades de fin de siglo. Por otra
parte, no únicamente estos argumentos, sino sobre todo el conjunto de luchas protagonizadas
por hombres y mujeres indígenas que organizan aspectos relevantes de su reproducción social
de una manera no plenamente capitalista, que se desplegaron en diversos países durante los 90´s
(México, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, Guatemala, etc.); contribuyeron a que la noción de
clase, entendida groseramente como estrato asalariado formal, se retirara paulatinamente del
escenario.
En este sentido, el término de “movimiento social” contribuyó hasta cierto punto a recuperar la
posibilidad de entender la historia a partir de la lucha; ya no de la “lucha de clases”, sino de la
lucha desplegada por los movimientos sociales. El punto fuerte de mi crítica a la noción -sobre
todo académica- de “movimientos sociales” es, entonces, que si bien permitió reinstalar la idea
de lucha como central para la comprensión del suceso político e histórico, de inmediato sintió la
tentación de clausurar la fuerza expresiva del término colapsándola en un concepto cerrado. El
peligro principal de esta clausura conceptual es que vuelve a expulsar la lucha como clave para
la intelección del asunto social, colocándola en un lugar secundario4. A partir de ello, en
diversos países ha ocurrido lo que podemos llamar la “paradoja de la teoría de los movimientos
sociales”: lo que pretendía ser una ampliación renovada de la comprensión de la lucha social y
de sus potencialidades transformativas -más allá del corsé clasista ortodoxo de corte obrerista
que entiende lo político y la política como la conformación de un gran sujeto colectivo
centralizado y jerarquizado, que disputa el poder del capital mediante la ocupación o toma del
estado-; paulatinamente ha reinstalado una calca del esquema argumental anterior, sobre todo en
el uso político del término, por la vía de la sustitución del término “clase obrera” por la más
polisémica noción de “movimiento social”. De esta forma, se reinstalaba con otras palabras la
lógica argumental que colapsa la comprensión mucho más amplia de lo político abierta por las
luchas sociales, a una perspectiva estado-céntrica que únicamente recompone ciertas formas de
acumulación del capital.
4
Percibiendo este problema, Raúl Zibechi a mediados de la década anterior comenzó a hablar de “sociedades en
movimiento” y ya no tanto de “movimientos sociales”.
Partiendo de lo anterior, mi intención en las siguientes páginas es exponer brevemente una
propuesta teórico-metodológica para la comprensión de las luchas sociales que, a mi juicio,
resulta más fértil; en tanto insiste en poner la atención en los rasgos, cualidades y
potencialidades que quedan ocultos u opacos mediante el uso del término “movimiento social”
(sobre todo en su versión de concepto clausurado).
En esta sección, expondré los rasgos generales de la perspectiva metodológica para comprender
los sucesos sociales que he desarrollado desde hace más de una década abrevando de dos
fuentes. Por un lado, adscribo mis reflexiones a la tradición del marxismo crítico o abierto5; por
otro, la perspectiva que ahora expongo de manera formal, se nutre también de casi tres décadas
de militancia en esfuerzos variados de transformación social y política de diverso tipo, llevados
a cabo tanto en Bolivia como en México.
Organizo la exposición de mi plataforma teórica en tres acápites. En el primero exhibo mi punto
de partida exhibiendo mis supuestos, esto es, las claves primeras que utilizo para la comprensión
de los fenómenos sociales y políticos más relevantes; en el segundo, esbozo la específica
manera en la cual he abordado el seguimiento y comprensión del despliegue concreto de los
antagonismos que desgarran el cuerpo social en múltiples niveles –locales, regionales,
nacionales, más allá de las naciones, etc.- argumentando, además, que es desde ahí desde donde
5
Por marxismo crítico se entiende la reflexión que recupera las posturas teóricas desarrolladas especialmente por
Adorno, Bloch y Horckheimer en el marco de la llamada Escuela de Franckfurt. Algunas veces se incluye también a
Walter Benjamin en esta escuela. Para mi trabajo recupero dos cuestiones centrales de esta tradición de
pensamiento. En primer término, la sistemática crítica de Adorno al programa científico positivista -basado en la
identificación exhaustiva de los objetos a estudiar- así como su compromiso por abordar las dificultades de una
teoría comprometida con la no-identificación, con la no-identidad. En segundo, la propuesta de Bloch –y también
de Benjamin- por desanudar el estudio de lo social –y en especial de las luchas sociales- de la noción de tiempo
homogénea y lineal típica de la modernidad capitalista dominante. En México, la tradición del marxismo crítico se
cultiva en el Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP, del cual formo
parte junto a profesores como John Holloway, Sergio Tischler, Francisco Gómez Carpinteiro, etcétera. Si bien la
responsabilidad por las afirmaciones y reflexiones aquí presentadas es únicamente mía; debo reconocer la profunda
influencia que todos estos autores han tenido en mi trabajo; y también agradecer el clima de diálogo y discusión del
que me nutro en el Posgrado: son quizá los aportes de todos mis colegas los que me permiten ahora presentar mis
puntos de vista de manera sistemática. Una primera versión del argumento que sigue la expuse en el Curso de
Estudios de Acción Colectiva y Movimientos Sociales organizado por el Centro de Estudios Sociológicos de la
UNAM y una parte de él fue publicada en Acta Sociológica No. 62, septiembre-diciembre de 2013, Centro de
Estudios Sociológicos, UNAM, México.
se pueden percibir-entender los caminos o vías de transformación política que se ensayan
colectivamente desde la lucha y, finalmente, en la tercera sección, presento una sinóptica
reflexión sobre los horizones políticos que distingo a partir del seguimiento de las luchas; cuya
confrontación se hace evidente, sobre todo, en los momentos más álgidos de movilización y
lucha social. En esa sección también argumento que las condiciones de posibilidad de otras
formas de lo político –no ceñidas ni plenamente concordantes con los cánones liberales
contemporáneos- hunden sus raíces en plurales y múltiples entramados comunitarios de
reproducción de la vida.
Son dos las ideas que para el estudio de lo social considero como fundamentales:
i) Estudiar los asuntos sociales a partir de sus contradicciones
ii) Rastrear las contradicciones desde el punto de vista de la inestabilidad.
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Recordar la conocida formulación “La historia hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” que es la
pieza clave de comprensión marxista de la historia. La dificultad, como veremos está en la diversidad de
interpretaciones que tal expresión puede entrañar.
prevalenciente, entre otras, en la academia anglosajona- así como ciertas escuelas francesas más
cercanas al estructuralismo, suelen concentrarse en la delimitación, primero, del “concepto de
clase” y, luego, de las “clases” realmente existentes. Se entabla, partiendo desde ahí, una disputa
en dos niveles: en primer lugar por el contenido mismo del concepto de “clase”; por otro, de los
distintos y variados referentes –realmente existentes- que han de quedar abarcados por el
“concepto de clase” una vez aclarado.
En contraposición con tales posturas, la tradición crítica coloca el énfasis de la reflexión en la
lucha. Sólo desde la lucha, desde su despliegue, desde lo que ésta ilumina y devela, a partir de la
sintaxis que exhibe y de la semántica que inaugura7, es posible entender y distinguir –en caso de
ser relevante- las clases que se confrontan. La contradicción que sistemáticamente se rastrea
desde la perspectiva crítica, y en cuyo despliegue se indaga, es aquella entre el hacer y el
capital8. Se parte desde ahí en tanto se pretende enfatizar las dinámicas de la propia
contradicción, en particular las maneras en que las diversas capacidades de hacer, crear y pensar
anidadas en los cuerpos y mentes de los hombres y las mujeres concretos, son sujetadas por el
trabajo objetivado convertido en capital, capturadas por la dinámica de valorización y, a la larga,
enajenadas y converitdas en su contrario. Estos son eventos que siempre están ocurriendo y
nunca culminan; es decir, nunca están plenamente concluidos y una y otra vez tales capacidades
humanas de hacer y crear escapan, erosionan, se confrontan y limitan ámbitos de la
subordinación y explotación en los que quedan sujetos.
Ahora bien, aún entre las posturas críticas que ponen el acento en la comprensión de lo social a
partir de la lucha es posible introducir otra distinción que ilumina el lugar específico desde el
cual se razona. La lucha social, el despliegue de múltiples confrontaciones que una y otra vez
sacuden y tensan el desgarrado cuerpo social –a diferentes escalas espacio-temporales y con
distintos alcances de impugnación al orden general impuesto- pueden ser abordados desde el
punto de vista de la estabilidad o de la inestabilidad; es decir, o bien desde la aspiración a la
7
Apelo a las nociones de sintaxis y semántica para expresar la idea de que en las luchas concretas subyacen una o
varias gramáticas. La sintaxis, que se refiere al conjunto de reglas que organizan la producción del lenguaje; la
recupero para comprender las formas del despliegue de la lucha. La semántica, en cambio, que es el puente para
estudiar la relación entre el lenguaje y la realidad que se nombra; la rescato pues casi siempre, durante las luchas
hay una aguda disputa por la manera en la que se expresan y designan los eventos.
8
John Holloway es quien con más profundidad ha trabajado sobre estos asuntos. En particular ver su Agrietar el
capitalismo, 2012
tendencial reconstitución-reordenamiento de tal contradictorio cuerpo social como unidad o
totalidad pretendidamente estable, a partir del encausamiento y/o gestión de las contradicciones
que lo desgarran; o bien desde la perspectiva de la amplificación de tales contradicciones. Hasta
cierto punto, la prespectiva de la estabilidad subyace a las luchas revolucionarias dirigidas a la
“toma del poder” entendido no única pero si principalmente como “ocupación” de aparatos e
instituciones del estado. Cabe hacer notar que razonar desde el punto de vista de la estabilidad
establece una serie de dificultades al propio pensamiento crítico. Por ejemplo, compromete casi
inmediatamente con la clasificación de las luchas –por lo general distinguiendo entre luchas
sociales y luchas políticas- de acuerdo a la ambición totalizante9 que –supuestamente- las luchas
sociales más generalizadas deben –acercamiento normativo- exhibir. Esto es, en tanto se
entiende la lucha y su generalización como un proceso de inestabilidad de un cuerpo o complejo
social supuestamente estable y tendiente a alcanzar –o a llegar a- otro estado estable; las propia
acciones de lucha se clasifican a partir de la manera y cantidad en la que se proponen –según la
postura en cuestión- alcanzar el nuevo momento de estabilidad.
En contraste con lo anterior, mirando desde la perspectiva de la inestabilidad, la cuestión central
consiste en la sistemática destotalización de lo que hay y en la reconstrucción parcial de
realidades nuevas que serán permanentemente destotalizadas en una especie de camino sin fin,
donde el porvenir no habita un hipotético futuro sino que se construye paso a paso disputando el
hoy y el ahora en múltiples niveles. Así, la maraña de contradicciones sociales, de flujos de
antagonismo y luchas clara, aunque dificultosamente, puede pensarse a partir de la inestabilidad;
esto es, desde el conjunto de polimorfas aspiraciones y prácticas políticas que habitan
incómodamente el cuerpo social, ocultas y constreñidas por el orden dominante, que se resisten
a ser nuevamente contenidas en formas políticas anteriores y que, más bien, se orientan a
sistemáticamente erosionar y desbordar tanto los límites morales y políticos inscritos en el
imaginario social, como las relaciones mando/obediencias conexos con aquellos. Por lo general,
mirando lo que las luchas emprenden desde el lugar de la inestabilidad, es decir, desde la
9
Diversos y fértiles acercamientos a la dinámica de la lucha social como destotalización del orden del capital las ha
desarrollado Sergio Tischler en múltiples trabajos. Para un acercamiento sintético a su postura sobre este punto
revisar http://www.herramienta.com.ar/herramienta-web-12/revolucion-y-destotalizacion-una-
aproximacion-agrietar-el-capitalismo-de-john-hol (Consultado el 1 de febero de 2013)
disposición a trastocar y subvertir lo que está establecido como fijo e inamovible se puede
distingur cómo lo que casi siempre está en disputa es la reapropiación colectiva –parcial y
tendencialmente general- de lo que existe, comenzando por el tiempo y los medios de
existencia10 hasta los llamados “recursos naturales” y todo tipo de riqueza social objetivada.
Ahora bien, cabe notar que pensar las luchas desde la contradicción y desde la estabilidad las
suele colocar dentro de la clásica posición estado-céntrica de izquierda; en contraste, entender
las luchas como despliegue sistemático de las contradicciones y razonar sobre ellas desde el
punto de vista de la inestabilidad sitúa la mirada en el punto exactamente contrapuesto: en el del
registro de la tendencial subversión y desborde de los límites aneriormente impuestos que
ilumina los diversos –a veces difusos e incluso contradictorios- horizontes interiores que
quienes luchan expresan, explican, practican y promueven. Así, la noción de horizonte interior
es central en mi argumento. A partir de la revisión del trabajo de Bloch, en particular de sus
reflexiones sobre lo que él llama “horizonte de deseo” a lo largo de la primera parte de El
Principio Esperanza; bosquejo la noción de horizonte interior de una lucha como aquel
conjunto de aspiraciones y anhelos, no siempre lógicamente coherentes entre sí, que animan el
despliegue de una lucha colectiva en un momento particular de la historia y se expresan a través
de ella11. Es un término, pues, para referirme a los contenidos más íntimos de las propuestas de
quienes luchan, comprendiéndolos en su dificultoso surgimiento. Enfatizo, además, que tales
contenidos –que en su reiterada expresión diagraman y alumbran el horizonte interior de una
lucha- con frecuencia son a su vez contradictorios, se exhiben sólo parcialmente, o pueden
hallarse antes que en formulaciones positivas, en el conjunto de desfases y rupturas entre lo que
se dice y lo que se hace, entre lo que no se dice y se hace, en la manera cómo se expresan los
deseos y las capacidades sociales con que se cuenta, etc. La dificultosa comprensión del
horizonte interior de una lucha o de un conjunto de luchas es, entonces, un punto central de esta
propuesta.
10
Notar que utilizo el término “modos de existencia” y no “modos de producción”. Recojo esta distinción de la
lectura que Mina Navarro hace del trabajo de Massimo De Angelis, “Marx and primitive accumulation: The
continuous carácter of capital´s enclosures” en The Commoner, No.2. En [www.commoner.org.uk]. Revisar,
Navarro 2013.
11
Para una discusión más profunda sobre esto ver Gutiérrez 2009.
Tales son los puntos de partida de mi postura metodológica –que como se puede notar se nutre
de una serie de diálogos y trabajos colectivos: el acercamiento a la lucha como clave central de
comprensión no se concentra en la posibilidad de cierre del proceso de lucha y/o reorganización
del cuerpo social a partir del reacomodo de los antagonismos que lo desgarran. Más bien,
asumiendo el curso de las luchas como flujos continuos aunque intermitentes de tales
antagonismos desplegados, pone atención tanto en documentar y comprender lo alcanzado en
cada episodio específico de impugnación colectiva del orden dominante –“triunfo parcial” suele
llamarse a lo anterior; como también en percibir-entender las novedades políticas que se
producen en cada ocasión de las más variadas maneras, las apiraciones colectivas explícitas y
las no plenamente formulables que se vuelven audibles en los distintos episodios enérgicos de
despliegue de la lucha y en las variadas maneras en las que se batalla para manetener abiertas las
posibilidades de reapropiación de la riqueza existente12 en su diversidad así como en los
heterogéneos ensayos que se ponen en juego para alcanzar breves momentos de equilibrio
inestable, a partir de los cuales la historia continúa su camino.
Tales son, en un gran nivel de generalidad mis puntos de partida.
13
Nótese cómo en cada acción significativa de lucha vuelve a presentarse la dificultad de establecer quién es el
sujeto de lucha, en tanto se difuminan y se quiebran los anteriores conceptos que buscaban identifica a tales sujetos.
Se puede rastrear, entre otras, la clásica dificultad para dotar de contenido el concepto “clase obrera” que
confrontan una y otra vez ciertas posturas de izquierda tradicional; similar dificultad confronta el concepto de
“campesinado”, “pueblo indígena” o “movimiento social”.
14
La expresión “sujeto de lucha” es utilizada por Francisco Gómez Carpinteiro para dar cuenta del tipo de
subjetividad insubordinada y antagónica que se manifiesta en cada lucha concreta. Algunos de sus argumentos
pueden recuperarse en Gómez Carpinteiro F., 2011.
en esa lucha particular sino de los alcances que tales acciones pueden tener; además de, por
supuesto, develarnos al sujeto de lucha.
Entonces, el asunto central que sostengo es que no es fértil entender a los sujetos como
constituidos previamente a la lucha que son capaces de desplegar. Por el contrario, la cuestión es
atender a las luchas y hacerse una serie de preguntas tan simples como difíciles, procurando
responderlas con el mayor cuidado. Tal serie de preguntas consiste básicamente en indagar:
¿Quiénes son los que en un momento determinado luchan?
¿A qué se dedican? ¿Cómo se asocian? ¿Qué tradiciones colectivas los impulsan?
¿Qué persiguen? ¿Qué fines los animan?
¿Cómo se movilizan, qué tipo de acciones despliegan, cómo las deciden y cómo las
evalúan?
¿De qué manera gestionan, cuando aparecen, sus conflictos internos? ¿Cómo se
autorregulan?
¿Cómo equilibran la tensión conservación-transformación?
Se trata, pués, de rastrear y documentar la manera en la que las luchas brotan y se presentan;
reconociendo a los hombres y mujeres que, o bien resisten y se oponen a alguna –nueva-
agresión, o se proponen conseguir algún propósito acordado en común. Registrar quiénes son las
personas que se movilizan e impugnan lo que hay es una actividad muy diferente a aquella que
consiste en “clasificar” a tales personas en categorías previamente establecidas. Así, las luchas
son, en cada ocasión, protagonizadas por múltiples y heterogéneos sujetos de lucha que, desde
su particularidad, imprimen a sus acciones rasgos distintivos y relevantes recuperando lo que
saben y construyendo novedades a partir de ahí. Además, en cada lucha, aquellos hombres y
mujeres que la protagonizan ensayan formatos asociativos y producen nuevas formas de
cooperación; por lo demás, las formas asociativas casi nunca consisten en novedades plenas sino
que, por lo general, se suelen recuperar, conservando y transformando, las tradiciones locales en
las cuales, quienes luchan han sido formados y de donde casi siempre brotan sus capacidades
tanto de creación como de insubordinación, adecúandolas, expandiéndolas o perfeccionándolas
para los propósitos que persiguen.
Finalmente, algo muy relevante de esta manera de ver las cosas consiste en que, a partir del
despliegue de las luchas, de las múltiples acciones de insubordinación e impugnación de lo que
se impone, se abren caminos de transformación social y política; los cuales, en muchas
ocasiones permiten ampliar las perspectivas de aquello a lo que se aspira. Es decir, el horizonte
interior, las diversas aspiraciones políticas de las luchas, tampoco están contenidas de antemano
en lo que inicialmente se afirma o se muestra al brotar una lucha. Más bien, es a partir del
despliegue de la propia lucha común que se aclaran los caminos a seguir, se precisan los
aspectos centrales a subvertir y se construye, paulatinamente, la capacidad material y la lucidez
y precisión para ampliar los fines a alcanzar. Esto quiere decir que las luchas no pueden ser
calificadas de antemano a partir de parámetros exteriores a sí mismas, clasificándolas mediante
las clásicas distinciones elaboradas desde el poder (lucha democrática, lucha política, lucha
social, entre otras etiquetas). Lo que sostengo es que las luchas, sobre todo cuando son amplias
y se generalizan, cuando tenencialmente impugnan elementos centrales del orden de cosas
existente, cuando se masifican y fortalecen; ellas mismas abren sus propias perspectivas, se
reinventan a cada momento y delinean horizontes de transformación política posibles.
Las posiciones teóricas y políticas que desde una radicalidad aparente se empecinan en catalogar
las luchas y se solazan en exhibir sus límites; lo único que hacen es contribuir al
empantanamiento de las posibilidades anidadas en las propias luchas concretas. Entonces, no se
trata de considerar que atrás de cada lucha se esconde la “hidra de la revolución” –como se
decía acerca de las huelgas en el siglo pasado. Más bien, se trata de no perder de vista que son
las luchas a través de sus acciones, logros y deliberaciones -y no los programas políticos, las
clasificaciones ex ante o los diseños de lo posible exteriormente pergeñados- las fuentes que
iluminan y dan contenido a las transformaciones posibles en cada ocasión.
Asentado lo anterior presento el siguiente “artefacto” práctico para comprender las luchas, para
distinguirlas entre sí, no a partir de colecciones exteriores de rasgos que tales acciones
colectivas exhiben o no, sino desde las posibilidades de transformación y las novedades políticas
que ellas mismas despliegan.
El artefacto en cuestión consiste en la:
Contrastación sistemática del horizonte interior desplegado en las acciones
de impugnación del orden establecido con el alcance práctico -material y simbólico- de tales
acciones y luchas.
Veamos esto con cierto detalle pues es quizá el nudo –la estrategia teórica- de esta propuesta
metodológica. Para estudiar las luchas y aprender de ellas es necesaria una manera de volverlas
comprensibles, de entender sus posibilidades transformadoras y de hacerlas comparables entre sí
–aun en su singularidad. Es decir, si bien cada lucha dibuja y constituye un evento singular, al
mismo tiempo presenta elementos comunes con otras experiencias en la medida en que en su
despliegue desborda y/o niega tanto el orden político del capital como las categorías que desde
cierta academia o desde el estado se construyen para fijarlas y volverlas manejables. Conviene
estar atentos a tales elementos comunes entre luchas singulares y distintas, a fin de habilitar
posibles diálogos entre ellas que contribuyan a su eventual reforzamiento. Para tal fin, el
artefacto propuesto propone la acción sistemática de contrastación entre el alcance práctico de
una lucha y su horizonte interior. Por alcance práctico de una lucha entiendo el conjunto de
rasgos y significados plenamente registrables a partir del seguimiento de la propia acción de
lucha: su carácter local, regional, nacional o internacional; su capacidad para trastocar y
suspender la normalidad capitalista de la vida cotidiana; la manera en la que rompe los tiempos
dados y prestablecidos de la acumulación del capital y del mando político estatal, etc. El registro
minucioso del despliegue de las luchas en sus alcances prácticos ilumina y permite percibir,
también, el horizonte interior que se abre paso a través de ellas –o las dificultades para que
ciertos rasgos broten o se expresen. Por ejemplo, las luchas locales, centradas en una acción
defensiva específica, quizá en ocasiones puedan carecer de un alcance práctico demasiado
ambicioso, aunque su horizonte interior puede ir poco a poco volviéndose profundamente
subversivo. En contraste con ello, algunas luchas cuyos alcances prácticos son de gran
relevancia, pueden incluir a su interior un confuso conjunto de tensiones y competencias entre
quienes protagonizan las luchas, que en ocasiones inhiben la expresión de sus posibilidades
subversivas más enérgicas.
La contrastación sistemática de esta pareja de rasgos analíticos: alcances prácticos de la lucha y
horizonte interior que se despliega en ella; permite una comprensión profunda del suceso social,
auspiciando el reconocimiento de las novedades políticas que de ahí brotan y volviendo visible
lo que de común se manifiesta en diversas luchas singulares.
Para cerrar esta sección y haciendome cargo de las dificultades contenidas en la propuesta
presentada, en particular dado el conjunto de problemas que suscita su expresión sistemática en
el lenguaje -tal como ahora existe-, al exigir la continua vigilancia del abuso de formulaciones
conceptuales ex ante para identificar y clasificar las luchas; presento un sustantivo distintivo que
quizá puede ser útil para nombrar de manera directa, algunos de los rasgos más relevantes de la
dinámica de despliegue de los antagonismos que desgarran a la sociedad.
En primer término, nombro “entramado comunitario” a una heterogenea multiplicidad de
mundos de la vida que pueblan y generan el mundo bajo pautas diversas de respeto,
colaboración, dignidad y reciprocidad no exentas de tensión y acosadas, sistemáticamente, por
el capital. Al nombrar esta trama de reproducción de la vida con una expresión lingüística
específica, pretendo no comprometerme con una formulación conceptual; pero sí establecer un
término -que considero necesario- para designar ciertos saberes y capacidades que, en el terreno
de las luchas me parecen relevantes: su carácter colectivo, la centralidad de aspectos inmediatos
de la reproducción social –tramas que generan mundo- así como algunos rasgos que tiñen las
relaciones –que tienden a ser de cooperación no exenta de tensión- entre quienes son miembros
de tales entramados. Aclaro nuevamente: al hablar de “entramado comunitario” mi intención no
es establecer un nuevo concepto que nos lleve al mismo punto de partida que fue criticado al
comienzo de este trabajo. Mi intención es otra: brindar un sustantivo común que permita aludir –
es decir, que nombre y designe- lo que una y otra vez se nos hace visible en aquellos momentos
intensos de despliegue del antagonismo social: que quienes se insubordinan y luchan, quienes
desbordan lo instituido y trastocan el orden, lo hacen con mucha frecuencia, a partir de la
generalización de múltiples acciones y saberes cooperativos que anidan en las más íntimas e
inmediatas relaciones de producción de la existencia cotidiana, sobre todo en aquellas relaciones
no plenamente subordinadas a las lógicas de valorización del valor15. El valor semántico de la
expresión que propongo está, claramente, siempre a discusión; su uso –de tal expresión- nos
permite, sin embargo, reflexionar sobre un último elemento que completa esta perspectiva: la
existencia de formas de lo político distintas e inconmensurables –ie, carentes de medida común-
entre lo que desde los heterogéneos mundos de la vida se rebela una y otra vez contra lo que se
15
Para una reflexión más amplia sobre el tema en relación a las luchas bolivianas de comienzos del siglo XXI ver
Linsalata 2012.
le impone como presente inadmisible; y las distintas propuestas de reconstitución de órdenes de
mando y acumulación –“estados” se les suele llamar- que en los tiempos actuales sólo se
distinguen entre sí a partir de los matices –sobre todo ideológicos- con que argumentan sus
acciones.
Para finalizar esta exposición intoduzco esquemáticamente, en primer lugar, una breve
panorámica de los rasgos más relevantes de dos horizontes políticos diferentes, que se han
vuelto distinguibles a partir del conjunto de luchas de los últimos veinte años16, protagonizadas
principal, aunque no únicamente, por diversos entramados comunitarios tanto locales como más
amplios, que se han expresado como luchas de pueblos, ayllus, consejos; o bien constituyendo
asambleas, frentes, coordinadoras, confederaciones, etcétera.
A partir, sobre todo, del trabajo de indagar en las posibilidades de transformación política,
económica y social desplegadas durante la ola de levantamientos y movilizaciones en Bolivia
entre 2000 y 2005, distinguí la existencia de dos horizontes políticos confrontados y en
competencia; si bien con posibilidades intermitentes, siempre plagadas de tensión, de
colaboración entre sí. Los horizontes que, desde mi perspectiva, se hicieron visibles en ese país
–y que hasta cierto punto pueden iluminar la reflexión y abrir el diálogo sobre otras
experiencias- son los siguientes. En primer término, un horizonte nacional-popular centrado en
la ambición de reconstrucción estatal y orientado por la voluntad beligerante –también
expresada en las luchas- de construir nuevos términos de inclusión en la relación estatal, a partir,
básicamente, de modificar la relación entre sociedad y gobierno, esto es, de modificar la
relación de mando que organiza el vínculo estatal17. En muy diversas ocasiones, esta fue la
16
Mis reflexiones sobre estos asuntos se nutren claramente de los aportes zapatistas, cuyas posiciones comenzaron
a dialogar con otros procesos de lucha desde 1994. Sin embargo, la experiencia que más íntimamente conozco es la
de las rebeliones y levantamientos que sacudieron Bolivia entre 2000 y 2005. En tal sentido, en esta sección planteo
lo que sobre estas luchas aprendí, a partir de reflexionar sobre ello utilizando la herramienta teórica que expuse
anteriormente. Una argumentación mucho más larga sobre todo esto puede revisarse en, Gutiérrez, 2009.
17
Una variante acotada, contradictoria y siempre tímida de este camino es lo que llevó adelante el primer gobierno
de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) entre 2006 y 2009. A partir del segundo período de gobierno
–que comenzó en 2010- es evidente que lo que desde ahí se está haciendo es restringir la capacidad de participación
política desde la sociedad, limitando de todas las maneras posibles la autonomía política de las organizaciones
manera de pensar e intentar abrir los caminos de lucha contra el capital, en particular, contra los
múltiples despojos reiterados o nuevos; y contra la negación de la posibilidad misma de
reproducción de la vida que la acumulación del capital impone.
En segundo término, durante los momentos más enérgicos de la lucha indígena, comunitaria y
popular en Bolivia, también se volvió claramente visible un horizonte político comunitario-
popular centrado en la disposición colectiva y sistemática a desbordar –alterando y
tendencialmente reconstruyendo- la trama de relaciones políticas liberales así como los formatos
legales e institucionales existentes. El nudo central de este horizonte político al que denomino
comunitario-popular no fue –ni creo que pueda ser- la reconstitución de ningún tipo de estado;
más bien, la cuestión central que desde este horizonte político fue puesto en el centro del debate
político durante varios años fue la cuestión de la reapropiación colectiva de la riqueza material
disponible, de la posibilidad de decisión sobre ella, es decir, de su gestión y usufructo.
Aclarando lo anterior, de ninguna manera estoy afirmando que el carácter principal de tales
luchas haya sido un anti-estatalismo extremo; más bien, lo que afirmo es que en Bolivia, entre
2000 y 2005 se visiblizaron con enorme claridad una clase de luchas no centradas en la
ocupación del estado sino orientadas, básicamente, por la reapropiación social de la riqueza
material disponible que, además, pusieron en el centro de la discusión el carácter común –no
privado- que tales riquezas y su administración debieran exhibir. Lo que se logró decir en torno
a esto fue expresado claramente a partir de lo que las luchas hicieron una y otra vez, aunque no
alcanzó a ser formulado explícitamente en todas las ocasiones18. Sin embargo, de acuerdo a lo
que he argumentado a lo largo de estas páginas, rastreando los momentos más intensos de las
luchas encontré una y otra vez desfases y contradicciones entre lo que hacían quienes luchaban
y lo que decían; entre lo que respondían a los funcionarios estatales con quienes en ocasiones
discutían y lo que inmediatamente después volvían a echar a andar. Creo haber registrado con
sociales a fin de consolidar, desde el estado, un nuevo orden de mando. Esto último es un asunto totalmente distinto
a los problemas más difíciles de la transformación política y social sobre los que versa mi argumentación.
18
Hay dos momentos en los que el nudo de la reapropiación social de la riqueza material fue claramente expresado:
durante la Guerra del Agua en Cochabamaba en 2000 y 2001 y también en la plataforma política que los hombres y
mujeres aymaras elaboraron entre 2001 y 2002 durante la ola de levantamientos en esa región. El asunto político
central que tales luchas pusieron a discusión fue la cuestión de la llamada “soberanía social”, es decir, el derecho a
tomar directamente decisiones colectivas sobre los asuntos que competen a todos. Sobre este tema ver Gutiérrez,
2009.
cuidado las grandes dificultad para expresar la gran radicalidad de las ambiciones
transformadoras que se desplegaron, sobre todo, durante los levantamientos y movilizaciones
ocurridos entre 2001 y 2003.
Tal horizonte de transformación social de raigambre comunitaria-popular que puso en el centro
del debate la cuestión de la reapropiación de la riqueza material comenzando por el agua,
siguiendo con los hidrocarburos y continuando con la tierra-territorio y otra serie de bienes;
implicó una fuerte sacudida al orden político liberal-capitalista que, entre otras cosas, centra la
ambición de estabilización de la vida social en la construcción de estado. Los aspectos políticos
más relevantes de este horizonte, que se volvieron audibles y visibles durante los años más
fértiles de las luchas, pueden resumirse en una formulación bastante simple aunque de gran
densidad: las luchas se esforzaron sistemáticamente por la desmonopolización del derecho a
decidir sobre aquellos asuntos generales que a todos incumben porque a todos afectan. Podemos
llamar a esto, qué duda cabe, democratización polifónica y radical de la sociedad 19; pero
también podemos nombrarlo: inversión del orden de mando que busca instituir el derecho a
decidir en común sobre la riqueza material de la que se dispone, es decir, Pachakuti20.
Así, con sus luchas, en las discusiones que abrieron y a partir de los logros que tuvieron, una y
otra vez, los y las movilizadas empujaron a que se mantuviera abierta la deliberación pública de
fondo sobre los asuntos relevantes de la conducción del país. Desde el espacio de la sociedad o,
con más precisión, desde los variados entramados comunitarios en estado de rebelión,
comenzaron a desorganizar una añeja y colonial relación de mando político excluyente,
discrecional y monopolizadora de las decisiones políticas. Con sus acciones reconstruyeron una
específica forma de lo político que no abreva ni directa ni únicamente de la herencia política
más persistente de la modernidad-capitalista: la centralidad del estado en la organización de la
vida civil -y pública- centrada en la acumulación del capital. Más bien, alumbraron caminos de
19
La noción de “democratización polifónica y radical” no pretende ser un concepto en esta argumentación. Lo que
se afirma es que las tendencias hacia la desmonopolización tanto del derecho a decidir, es decir, a que los más
intervengan en la decisión sobre los asuntos que les incumben porque les afectan; tanto como la desmonopolización
de la riqueza materia, son los contenidos de una acción democratizadora que puede ser plural –por tanto polifónica-
y al mismo tiempo profunda, por eso radical.
20
La voz aymara Pachakuti está compuesta de dos partículas: Pacha que significa tiempo-espacio, es decir, es un
término que alude a las bases más íntimas y fundamentales de los supuestos cosmogónicos en las culturas andinas.
Por su parte, kuti quiere decir vuelta, giro. Pachakuti entonces, refiere a la transformación profunda del espacio-
tiempo que habitamos, a la subversión y alteración radical del orden existente.
transformación social y política no centrados en la ocupación del aparato gubernamental;
aunque sin despreciar la eventual fuerza que tal extremo podría brindar a la propia empresa de
transformación social. Entre lo más relevante de esta forma de lo político está el protagonismo
de tales entramados comunitarios, dispuestos una y otra vez a no ceder, mediante reiteradas
luchas, la capacidad de decidir y establecer los caminos a seguir.
El horizonte político comunitario-popular cuyos rasgos principales he tratado de esbozar,
insisto, no se expresó en Bolivia ni en un programa ni en una figura única o caudillo; más bien,
se desplegó en el quehacer y en la deliberación colectiva sobre múltiples temas, estableció vetos
colectivos a las decisiones inadmisibles que se trataron de imponer, abriendo espacios-tiempos
de rebelión múltiple donde se sembraron nuevos criterios morales acerca de la vida social. Es
posible afirmar, entonces, que tal horizonte comunitario-popular se desplegó enérgicamente –si
bien con importantes dificultades para expresar explícitamente sus propuestas- desde la
autonomía política y material lograda por heterogéneos entramados comunitarios tanto rurales
como urbanos durante varios años. Tales novedades políticas que brotan en medio de las luchas,
tienen la calidad de experiencias singulares, pero también contienen, creo, la posibilidad del
diálogo y la conversación con otras luchas semejantes.
Tales son los rasgos epistemológicos principales de mi manera de entender los asuntos sociales
y lo relativo a la transformación social, partiendo y siempre aprendiendo de las luchas sociales
que una y otra vez iluminan nuestras vidas.
A manera de conclusión
En el presente texto discutí brevemente la pertinencia del término “movimiento social” y, sobre
todo, su fertilidad para alumbrar y volver inteligible el curso de las luchas sociales. En la
segunda parte, presenté sinópticamente mi propuesta de comprensión de las luchas y desde las
luchas; enfatizando en la difícil cuestión de cómo distinguir los propósitos y anhelos que
quienes se movilizan ponen en juego a la hora que despliegan sus movilizaciones y
levantamientos. Contrasté, a partir de una amplia investigación sobre la lucha social en Bolivia,
los diversos contenidos políticos que iluminan un horizonte interior nacional-popular centrado
en la reconstrucción de la capacidad estatal para regular ciertos ámbitos de la acumulación de
capital, distinguiéndolos de otra clase de horizonte político, el comunitario-popular cuyo eje
principal es la reapropiación multiforme de la riqueza social, comenzando por la capacidad
colectiva de intervenir en asuntos públicos que incumben y afectan de manera general. A partir
de tales argumentos, aclaro mi postura en torno a la noción de “movimiento social”, sobre todo
cuando se emprende un cierre conceptual de la misma: si bien su uso para fines nominativos e
inmediatos puede ser pertinente, tal noción suele dificultar la intelección de los contenidos más
filosos de las propias luchas y de las impugnaciones que desde ahí se hacen al orden de vida que
impone la acumulación de capital.
Bibliografía