Santa Cristina Bolsena
Santa Cristina Bolsena
Santa Cristina Bolsena
mártir
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Vivió en Toscana, en la margen derecha del lago Bolsena, en un villorrio
frecuentemente sacudido por elementos naturales y al mismo tiempo transformado por
diversas culturas en el transcurso del tiempo.
Entre juego y travesura formal ha hecho algo que saca de quicio a su padre y será el
motivo que la lleve al martirio; no se le ha ocurrido otra cosa que apañar las estatuillas
de ídolos que su padre siempre ha conservado con esmero, casi como un patrimonio
familiar, las ha tomado por suyas, las ha destrozado y ha dado el rico material de que
estaban hechas a los pobres para remedio de su necesidad.
La historia
Por su situación en la Via Cassia y cercanía al lago de su
mismo nombre, Bolsena constituía una etapa obligatoria
para todos los peregrinos que, del norte se dirigían a las
tumbas de San Pedro, San Pablo y los mártires más
célebres de la ciudad de Roma. Así se la menciona en el
Itinerario de Sigerico (990-994) en el que Bolsena aparece
identificada con su mártir Santa Cristina. El sepulcro de
esta santa era venerado, desde la más remota antigüedad,
en la catacumba junto a la cual se edificaron después la
gran basilica dedicada a su memoria, las casas de
hospedaje para los peregrinos y los muros y torres para la
defensa. Todos estos elementos la acreditaron como una
ciudad de fe.
Un día no preciso del año 1263 o 1264, tal vez al final del
verano, llegó al santuario un sacerdote teutónico al que más tarde la tradición le dio el
nombre de Pedro, nacido en la cuadad de Praga. Siguiendo la tradición, Pedro había
iniciado el largo y difficultoso peregrinaje para erforzar su fe ya que en esos momentos
sus dudas ponían en crisis su identidad sacerdotal, siendo la más fuerte la duda sobre la
presencia real de Cristo en la Eucarestía.
En el ánimo de Pedro el recuerdo de la mártir
Cristina cuya fe no había vacilado ante el martirio,
motivó su esperanza. Después (le haber venerado
devotamente la tumba de la santa, celebró en ese
mismo lugar la Eucaristía. De nuevo las dudas
empezaron a turbar su mente y su corazón. Rezó
intensa-mente a la santa para que intercediera ante
Dios y le diera a él la fuerza v la certeza de fe que la
habían caracterizado en la máxima prueba. En el
momento de la consagracíon, mientras tenía la
Hostia sobre el Cáliz y pronunciaba el ritual
litúrgico, ésta apareció roja con la sangre que se
derramaba mojando el corporal. Al sacerdote le
faltó la fuerza para continuar el rito. Confuso y al
mismo tiempo feliz, cubrió la Eucaristía con el
corporal y se dirigió con ella a la sacristía. En el camino algunas gotas de sangre
cayeron sobre el mármol del piso y las gradas del altar.
La institución de la fiesta de Corpus Domini
Cuando apenas se repuso de la maravilla vivida, acompañado de los sacerdores de
Santa Cristina y de los testigos del prodigio, se dirigió a la ciudad de Orvieto donde el
Papa Urbano IV se encontraba temporalmente con su corte. Al mismo Papa confesó sus
dudas pidiendo perdón y absolución. El Sumo
Pontífice envió enseguida a Bolsena a Giacomo
obispo de Orvieto acompañado, según dice la
leyenda, por los teólogos Tomás de Aquino y
Buenaventura de Bagnoregio para verificar el
hecho y recoger las reliquias. En el puente del río
Chiaro, hoy puente del Sole, tuvo lugar el
encuentro del Obispo que regresaba de Bolsena
con las reliquias del milagro y el Papa que, con el
clero de Orvieto, los personajes de su corte y una
gran muchedumbre agitando ramos de olivo, se
había reunido y avanzaba en procesión. De
rodillas, Urbano IV recibió la Hostia y los linos
manchados de sangre y los Ilevó, entre la
conmoción y la exultación de todos, a la Catedral de Santa Maria en Orvieto. Después
de haberlos mostrado al pueblo, los puso en el sagrario. Del sacerdote teutónico no se
supo nada más.
Por esta misma época, durante su permanencia en Orvieto, Urbano IV instituyó la fie-
sta solenne del Corpus Dómini con la bula "Transiturus de hoc mundo" el 11 de
agosto de 1264 para el Patriarcado de Jerusalén y el 8 de septiembre para la Iglesia
universal. Fue asignado a Tomás de Aquino el deber de oficiar la misa de la nueva fiesta
y se estableció que ésta se celebrase el jueves después de la octava de Pentecostés.
"Después esta Hostia empapada de sangre, de aquí allá volando sobre algunas
piedras de mármol blanco, en todas las que tocaba dejaba la señal de la sangre
viva, así como hasta ahora se puede ver claramente, como tantas veces lo he
visto al pasar para ir y regresar de Roma: están conservadas las piedras de
mármol de dicha iglesia con gran veneración..."
(Fra Leandro Alberti, Descrittione di tutta Italia... 1.550)