Adolfo Gilly Villa y Los Tres Mosqueteros
Adolfo Gilly Villa y Los Tres Mosqueteros
Adolfo Gilly Villa y Los Tres Mosqueteros
en la Revolución
Adolfo Gilly
MOSQUETEROS EN LA REVOLUCIÓN | 49
timísima hora y ya con Villa ante el pelotón de ejecu- que comandaba un Batallón de Irregulares adscripto al
ción, lo había impedido. Ejército Federal.
La crisis no podía ser más grave. Poco más de un año El presidente Madero intercedió por Villa a pedido
antes la audaz iniciativa de Pancho Villa y de Pascual de su hermano Raúl Madero pero pactó con Huerta.
Orozco, sin el previo acuerdo de Madero, había sido Villa quedó preso acusado del robo de una yegua fina
decisiva para la toma de Ciudad Juárez, primer gran de un hacendado, sometido a proceso y enviado a la cár-
hecho de armas de la Revolución, mientras Huerta acon- cel de Lecumberri en la Ciudad de México. Le tocó co-
sejaba a Porfirio Díaz no pactar y aplastar a los insu- mo juez el licenciado Méndez Armendáriz. Unos vein-
rrectos con el Ejército Federal. te años después el semanario Todo entrevistó al juez
Don Porfirio, que sabía más, buscó una salida ne- sobre aquel caso.2 La memoria aún estaba fresca —y
gociada con Francisco I. Madero, firmó a fines de mayo cómo no, si de Villa se trataba— y el licenciado recordó:
de 1911 los Acuerdos de Ciudad Juárez y dejó su larga “El señor Madero recibió del general Huerta un lar-
presidencia, porque percibía mucho mejor que Madero go mensaje en que acusaba a Villa de los graves delitos
y Huerta que los tigres andaban sueltos y él ya no los de insubordinación, desobediencia, pillaje y uno o dos
iba a poder enjaular. Mejor salir en paz y dignidad por homicidios. Y el acuerdo para que el guerrillero fuese
propio pie que ser sacado a empujones. procesado fue escrito en el mismo mensaje de puño y
Un año después Victoriano Huerta, general renco- letra del presidente”. Madero, que siempre tuteó a Villa
roso, rasgo de peligro en quien comanda destacamentos mientras éste le hablaba de usted, nunca alcanzó a te-
armados, venció a Orozco en Rellano. Creyó entonces ner idea cabal de con quién estaba tratando.
llegado el momento de cobrarse el agravio sobre el otro “La yegua no figuró en la consignación”, agregó el
audaz de Ciudad Juárez y eliminar a Francisco Villa, el juez al reportero.
“general honorario”, que así lo llamaba con sorna por- A Méndez Armendáriz le atrajo la personalidad de
aquel jefe norteño. Solía llamar a Villa, dijo, “a la reja”
de la crujía para platicar con él, pues el preso “tenía facili-
dad de palabra” y “contaba muchas anécdotas interesantí-
simas”. “Pero tenía un defecto máximo: su extraordina-
ria irascibilidad. Cualquier contradicción lo sublevaba”.
Como muestra de aprecio, le prestó un ejemplar de
Los Tres Mosqueteros que a Villa “le agradó muchísimo”.
Desmentía así el juez, al pasar de su relato, la leyenda
de que Villa había aprendido a leer en la prisión, una de
las muchas consejas que corren en su entorno. Se ve que,
veinte años más tarde, aquel preso a su cargo aún le caía
simpático.
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Aquí el diálogo llegó a su tema urgente, bastante más lar el relato irónico, angustiado y angustiante de Mar-
serio —y, claro, más apremiante— que la elegancia de tín Luis Guzmán en El águila y la serpiente.
las botas de los mosqueteros y el archivo de Antonio Ángeles venía de hallar las pruebas escritas de la tra-
Villarreal. El mensaje de Ángeles era un indicador de la ma de la deserción y las enviaba a Villa. Las pruebas ma-
crisis que iba ganando las filas de la División del Norte teriales de la crisis ya las había tenido en las batallas, las
después de la ruptura de Eulalio Gutiérrez, Luis Agui- defecciones y las insubordinaciones, incluida la insólita
rre Benavides, Maclovio Herrera, José Isabel Robles, desobediencia de Emilio Madero, y se las hacía saber a Vi-
Antonio Villarreal y otros jefes convencionistas. Pedía lla en el informe verbal del mensajero. Urgía discutir la si-
a Villa que viniera a Monterrey, no tanto como refuer- tuación y los planes antes de proseguir con la campaña.
zo militar según apareció a ojos de Villa (o así se dijo), Felipe Ángeles, que antes había insistido en ir sobre
sino porque desde antes de la ocupación de la Ciudad de Veracruz, conquistar una salida al Atlántico y frustrar la
México veía Ángeles venir la crisis, que la ciudad acen- reorganización del gobierno de Carranza y el rearme de
tuó y que se confirmó con la defección de Eulalio Gu- Obregón en la gran ciudad del puerto, pensaba ahora
tiérrez y su gobierno a mediados de enero de 1915. en Tampico y el noreste para conquistar petróleo, puer-
Ése fue el momento del viraje hacia el desastre del to y aduana, alargar las líneas de abastecimiento de Obre-
Bajío. No hay reseña de esa encrucijada que pueda igua- gón y hacerse fuerte en una posición defensiva con el mar
a sus espaldas, antes que proseguir la guerra del propio
ro por haber desviado la orden que se le encomendó, pero no lo hago desgaste en diferentes batallas en el centro. Villa fue a
porque es hermano del señor Madero, pero… —y al decir esto se atu- Monterrey, en efecto, pero vio las cosas de otro modo.
saba su hirsuto bigote con el reverso de la mano— voy a ordenarle que
Contra las razones del técnico de la guerra privó el sen-
deje esas fuerzas en manos de Máximo García, y don Emilio que se
vaya pa’ su tierra, mejor a sembrar algodón…”. (Sara Aguilar Belden timiento, la intuición si se quiere, del caudillo de la gue-
de Garza, op. cit., p. 351). rra, que también sus razones tenía. Y la hasta entonces
invicta División del Norte fue al encuentro de su desti-
no en las batallas del Bajío.
© Colección Ricardo Espinosa
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