Adolfo Gilly Villa y Los Tres Mosqueteros

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Mosqueteros

en la Revolución
Adolfo Gilly

¿Qué relación tiene la novela europea de aventuras con la


Revolución mexicana? Este ensayo de Adolfo Gilly recupera
sorprendentes testimonios que vinculan a Los Tres Mosque-
teros de Alexandre Dumas con las figuras de Felipe Ángeles
y Francisco Villa.

Querido Víctor: “Volví la cara para verle y lo encontré poseído de la


Para sumarme a la celebración por tu oficio de his- melancolía a la que es tan propenso.
toriador y tus trabajos de profesor de generaciones de “—¿Qué le pasa?, le pregunté.
estudiantes, voy a contar un cuento verdadero. “—Hombre, esos árboles, ese cielo, esa luna pálida
Allá por abril de 1900, apenas iniciando el siglo que y la hora, me han entristecido.
en el vasto mundo sería el de las guerras y las revolucio- “—Galopemos. Imagínese que aquella casita es una
nes, el capitán primero de artillería Felipe Ángeles, venta francesa del tiempo de Luis XIII, que usted es
entonces en sus treinta años de edad y joven profesor D’Artagnan, que yo soy Athos, que ya Porthos y Ara-
del Colegio Militar de Chapultepec, publicó un artí- mís han sido heridos y que sólo quedamos nosotros pa-
culo en el Boletín Militar.1 “Un paseo a caballo” era su ra ir a Londres por los herretes de Ana de Austria”.
título. Los dos oficiales del Ejército Federal, el capitán Án-
Relata un recorrido ecuestre con su amigo, el te- geles y el teniente Salas, esa noche se sentían persona-
niente Gustavo Salas, por el bosque de Chapultepec, el jes de Dumas al rescate de las joyas de la reina contra las
río Consulado y otros lugares agrestes de la ciudad de intrigas del cardenal Richelieu. Ángeles, por supuesto,
entonces. Cuando iban de regreso al Colegio ya caía la era Athos, mientras al teniente le asignaba el papel del
noche. En cierto momento, escribe Ángeles, “distinguí joven gascón D’Artagnan.
unos eucaliptus elevados que en la semitristeza de aque-
lla tarde agonizante se me antojaron lúgubres”. Señaló
al teniente un punto en la penumbra y le dijo: “Creo ***
que allí está el Panteón Español”. “Puede ser”, contes-
tó Salas. Al inicio de junio de 1912 Pancho Villa estaba preso en
La respuesta vaga intrigó al capitán: la cárcel de México por un acuerdo chueco entre el ge-
neral Victoriano Huerta y el presidente Madero. Des-
1 Boletín Militar, primero de abril de 1900, pp. 13-14, y 8 de abril
pués de la batalla de Rellano, el 5 de junio Huerta había
de 1900, pp. 3-4. Revista quincenal dirigida por el Capitán de Ingenie- intentado fusilarlo por una supuesta insubordinación.
ros Samuel García Cuéllar. El coronel y artillero Guillermo Rubio Navarrete, a ul-

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timísima hora y ya con Villa ante el pelotón de ejecu- que comandaba un Batallón de Irregulares adscripto al
ción, lo había impedido. Ejército Federal.
La crisis no podía ser más grave. Poco más de un año El presidente Madero intercedió por Villa a pedido
antes la audaz iniciativa de Pancho Villa y de Pascual de su hermano Raúl Madero pero pactó con Huerta.
Orozco, sin el previo acuerdo de Madero, había sido Villa quedó preso acusado del robo de una yegua fina
decisiva para la toma de Ciudad Juárez, primer gran de un hacendado, sometido a proceso y enviado a la cár-
hecho de armas de la Revolución, mientras Huerta acon- cel de Lecumberri en la Ciudad de México. Le tocó co-
sejaba a Porfirio Díaz no pactar y aplastar a los insu- mo juez el licenciado Méndez Armendáriz. Unos vein-
rrectos con el Ejército Federal. te años después el semanario Todo entrevistó al juez
Don Porfirio, que sabía más, buscó una salida ne- sobre aquel caso.2 La memoria aún estaba fresca —y
gociada con Francisco I. Madero, firmó a fines de mayo cómo no, si de Villa se trataba— y el licenciado recordó:
de 1911 los Acuerdos de Ciudad Juárez y dejó su larga “El señor Madero recibió del general Huerta un lar-
presidencia, porque percibía mucho mejor que Madero go mensaje en que acusaba a Villa de los graves delitos
y Huerta que los tigres andaban sueltos y él ya no los de insubordinación, desobediencia, pillaje y uno o dos
iba a poder enjaular. Mejor salir en paz y dignidad por homicidios. Y el acuerdo para que el guerrillero fuese
propio pie que ser sacado a empujones. procesado fue escrito en el mismo mensaje de puño y
Un año después Victoriano Huerta, general renco- letra del presidente”. Madero, que siempre tuteó a Villa
roso, rasgo de peligro en quien comanda destacamentos mientras éste le hablaba de usted, nunca alcanzó a te-
armados, venció a Orozco en Rellano. Creyó entonces ner idea cabal de con quién estaba tratando.
llegado el momento de cobrarse el agravio sobre el otro “La yegua no figuró en la consignación”, agregó el
audaz de Ciudad Juárez y eliminar a Francisco Villa, el juez al reportero.
“general honorario”, que así lo llamaba con sorna por- A Méndez Armendáriz le atrajo la personalidad de
aquel jefe norteño. Solía llamar a Villa, dijo, “a la reja”
de la crujía para platicar con él, pues el preso “tenía facili-
dad de palabra” y “contaba muchas anécdotas interesantí-
simas”. “Pero tenía un defecto máximo: su extraordina-
ria irascibilidad. Cualquier contradicción lo sublevaba”.
Como muestra de aprecio, le prestó un ejemplar de
Los Tres Mosqueteros que a Villa “le agradó muchísimo”.
Desmentía así el juez, al pasar de su relato, la leyenda
de que Villa había aprendido a leer en la prisión, una de
las muchas consejas que corren en su entorno. Se ve que,
veinte años más tarde, aquel preso a su cargo aún le caía
simpático.

***

La señora Sara Aguilar Belden de Garza, de la buena


sociedad de Monterrey, escribió los recuerdos de la vi-
da de los suyos en la Revolución y los tiempos siguien-
tes en un ameno libro, Una ciudad y dos familias.3 Su
padre, don Jesús Aguilar González, era a inicios de 1915
un joven oficial de la División del Norte, a las órdenes
de Felipe Ángeles quien, por esos días, después de de-
rrotar a Antonio Villarreal en la batalla de Ramos Ariz-
pe, había tomado Monterrey y gobernaba con mano res-
petuosa la ciudad.
Entre el botín de guerra cayeron también el tren y
el lujoso carro donde tenía la sede de su mando el general

2 Semanario Todo, México, 23 de noviembre de 1933, pp. 13-14.


3 Sara Aguilar Belden de Garza, Una ciudad y dos familias, Edito-
rial Jus, México, 1970, pp. 347-350.

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Villarreal, que meses antes en la Convención de Aguas-
calientes había hecho campaña para ocupar la presi-
dencia finalmente otorgada a Eulalio Gutiérrez. Contó
Aguilar a su hija:
“—Yo me fui sobre el archivo que vi ahí y extraje un
grueso número de portafolios en que guardaban tele-
gramas y copias de telegramas que habían cambiado
entre los generales Antonio I. Villarreal, Pablo Gonzá-
lez y Eulalio Gutiérrez, todos tendientes a que éste tu-
viera un arreglo con don Venustiano”.
Aguilar llevó sin tardanza los documentos al gene-
ral Felipe Ángeles:
“Al enterarse el señor general me dijo: —Sale usted
inmediatamente hacia Torreón. Que le arreglen un tren
compuesto por una máquina, un carro de carbón, un
tanque de agua, un carro de caja y un cabús”.
La orden fue cumplida y el breve tren partió. Des-
pués de peripecias varias, entre ellas un rodeo para sor-
tear San Luis Potosí, ocupada por Eugenio Aguirre Be-
navides partidario ya de Eulalio Gutiérrez; un cambio
a otro tren donde iba Rodolfo Fierro en su pullman
“Leoncito”; un descarrilamiento al pasar un puente, pues
“por la intemperancia de Fierro iba el tren a velocidad
vertiginosa”, por fin, siguió contando Aguilar a su hija:
“—Llegué a Torreón a eso de las seis de la mañana y
me presenté de inmediato en el carro pullman donde el
general Villa tenía su cuartel general.
“Nada más me vio entrar Villa:
“—¡Yo he visto esas botas en la portada de una no-
Francisco Villa y Felipe Ángeles
vela! ¿Cuál es?— exclamó, apuntando con el dedo ín-
dice a mis botas.
“—Los Tres Mosqueteros, mi general—, le contesté. ***
“—¡Ésa! ¡Quíteselas, muchachito! Me gustan mucho:
a ver si me vienen… A estar al relato de Aguilar González (y no es el único),
“Me las quité sin replicar una sola palabra y trató de esos asuntos no eran cuestiones menores: que el general
ponérselas… ¡Imposible! Tenía Villa unos pies que… Santiago Ramírez se andaba insubordinando; que se ne-
“—Amiguito —me dijo— tiene usted unos pies de gó a participar en Ramos Arizpe; que “no quiso seguir
señorita. ¿Ónde las compró? al general Ángeles a Monterrey” sino que decidió que-
“—Me las hicieron en Monterrey, mi general —le darse ocupando Saltillo “por ser él de ahí” y retuvo con-
contesté al tiempo que me volvía a calzar mis botas. sigo dos baterías de artillería que correspondían al capi-
“—¡Pos cuando vaya yo p’allá, me manda a hacer tán Gustavo Durón González, artillero del Estado Mayor
unas iguales!”. de Felipe Ángeles. Más grave aún:
El calzado del joven Aguilar no era casual. Él mis- “Que si el General [Emilio] Madero no hubiera con-
mo cuenta que el ingeniero Ignacio Bonillas, el que travenido sus órdenes y hubiera ocupado San José, como
años después fue el frustrado candidato presidencial de el General Ángeles le había ordenado, esa misma noche
Carranza, lo llamaba festivamente “D’Artagnan”. habría terminado la campaña del Norte pues habrían
Sólo después de ese diálogo sobre las botas de los caído en su poder todos los Generales que mandaban la
Mosqueteros de Su Majestad Luis XIII, rey de Francia, llamada División del Bravo; y que sería bueno que él
pudo Jesús Aguilar informar a Villa: “—Mi general, [Villa], fuera a Monterrey para ponerse de acuerdo so-
aquí traigo el archivo de Villarreal y de Eulalio que bre la prosecución de la campaña”.4
recogimos en Ramos Arizpe”. Villa, contó Aguilar a su
hija Sara, “lo tomó, lo leyó, hizo varias exclamaciones 4 La gravedad de la situación, a estar al relato de su padre recogido
que no necesito repetir” y pasaron a otros asuntos mili- por la autora, tampoco se le escapaba a Villa. Mandó decir a Ángeles
tares urgentes. con el emisario: “que me dan muchas ganas de fusilar al general Made-

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Aquí el diálogo llegó a su tema urgente, bastante más lar el relato irónico, angustiado y angustiante de Mar-
serio —y, claro, más apremiante— que la elegancia de tín Luis Guzmán en El águila y la serpiente.
las botas de los mosqueteros y el archivo de Antonio Ángeles venía de hallar las pruebas escritas de la tra-
Villarreal. El mensaje de Ángeles era un indicador de la ma de la deserción y las enviaba a Villa. Las pruebas ma-
crisis que iba ganando las filas de la División del Norte teriales de la crisis ya las había tenido en las batallas, las
después de la ruptura de Eulalio Gutiérrez, Luis Agui- defecciones y las insubordinaciones, incluida la insólita
rre Benavides, Maclovio Herrera, José Isabel Robles, desobediencia de Emilio Madero, y se las hacía saber a Vi-
Antonio Villarreal y otros jefes convencionistas. Pedía lla en el informe verbal del mensajero. Urgía discutir la si-
a Villa que viniera a Monterrey, no tanto como refuer- tuación y los planes antes de proseguir con la campaña.
zo militar según apareció a ojos de Villa (o así se dijo), Felipe Ángeles, que antes había insistido en ir sobre
sino porque desde antes de la ocupación de la Ciudad de Veracruz, conquistar una salida al Atlántico y frustrar la
México veía Ángeles venir la crisis, que la ciudad acen- reorganización del gobierno de Carranza y el rearme de
tuó y que se confirmó con la defección de Eulalio Gu- Obregón en la gran ciudad del puerto, pensaba ahora
tiérrez y su gobierno a mediados de enero de 1915. en Tampico y el noreste para conquistar petróleo, puer-
Ése fue el momento del viraje hacia el desastre del to y aduana, alargar las líneas de abastecimiento de Obre-
Bajío. No hay reseña de esa encrucijada que pueda igua- gón y hacerse fuerte en una posición defensiva con el mar
a sus espaldas, antes que proseguir la guerra del propio
ro por haber desviado la orden que se le encomendó, pero no lo hago desgaste en diferentes batallas en el centro. Villa fue a
porque es hermano del señor Madero, pero… —y al decir esto se atu- Monterrey, en efecto, pero vio las cosas de otro modo.
saba su hirsuto bigote con el reverso de la mano— voy a ordenarle que
Contra las razones del técnico de la guerra privó el sen-
deje esas fuerzas en manos de Máximo García, y don Emilio que se
vaya pa’ su tierra, mejor a sembrar algodón…”. (Sara Aguilar Belden timiento, la intuición si se quiere, del caudillo de la gue-
de Garza, op. cit., p. 351). rra, que también sus razones tenía. Y la hasta entonces
invicta División del Norte fue al encuentro de su desti-
no en las batallas del Bajío.
© Colección Ricardo Espinosa

***

Este cuento empezó por los tres mosqueteros. ¿Era ca-


sualidad, era moda literaria que todos estos personajes,
entre sí tan diferentes, hubieran leído la novela france-
sa de Alexandre Dumas, escrita a la mitad del siglo XIX,
y la conversaran entre ellos: el capitán Ángeles, el te-
niente Salas, el juez Méndez Armendáriz, el general Villa,
el joven regiomontano Jesús Aguilar, su hija Sara des-
pués? Claro, esto sería tema de la historia literaria en
México y no de la Revolución. Pero una revolución no
es solamente un hecho de armas o un hecho político o
social sino, como bien sabemos, un movimiento com-
plejo de una sociedad donde todas sus estratificaciones
salen a la superficie e irrumpen y se cruzan en turbu-
lencias y remolinos insólitos e imprevisibles.
Sí, Los Tres Mosqueteros era ya un clásico popular en
las lecturas mexicanas. ¿Pero qué atraía en esos días a
cada uno de aquellos lectores en las personas de Athos,
Porthos, Aramis, y el cuarto del terceto, D’Artagnan?
Porque me resulta que era un tema de referencia y de mu-
tuo entendimiento: cada uno de los diversos lectores sa-
bía a qué rasgo de presencia o de carácter aludía el otro
cuando se refería a uno de los cuatro mosqueteros. Era
un terreno de reconocimiento y de conexión: explorar
esos terrenos nos dice de quienes en ellos se conocen y
se conectan. Y en eso consiste explorar, descubrir o in-
tuir los inesperados lazos que en su curso anuda una re-
Llegada de Francisco Villa y Emiliano Zapata a México, 6 de diciembre de 1914

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volución, difíciles o diferentes en las rutinas de una si- también había visto en aquella portada: “¡Pos cuando
tuación de estabilidad social donde rigen las jerarquías vaya yo p’allá, me manda a hacer unas iguales!”. Calzar
y las distancias impuestas por el dinero, la profesión, el esas botas era calzar las proezas deslumbrantes de los cua-
oficio, la educación formal, las instituciones, la vivien- tro o vestir las hazañas propias con la elegancia del uni-
da y varias más. forme mosquetero. Buen observador, para Villa esa ele-
Primera evidencia, a todos atraía la trama de aven- gancia se resumía en la calidad y el corte del calzado de
turas guerreras, intrigas de corte, encuentros de amor y Aguilar y en la finura de su piel antes que en el pantalón
lances de honor. Segunda, esa sensibilidad se había con- o la casaca, como es bien sabido en los grandes hoteles
formado en los años afrancesados del porfiriato en el donde no se fijan tanto en los jeans cuanto en los zapatos
siglo XIX, en la influencia cultural y literaria de la Fran- del recién llegado. Inteligencia vivaz, resultaba también
cia de la Bella Época sobre las capas letradas de la socie- buen lector cuando la lectura lo merecía y lo atraía.
dad mexicana, incluido el juez que tuvo el buen tino de Aquí entra el juez Méndez Armendáriz, que en la
llevar el libro a Pancho Villa porque supo darse cuenta conversación de Villa supo reconocer inteligencia y ras-
de su vivaz e inquieta inteligencia. gos del carácter donde otros sólo veían tosquedad o ame-
Pero, otra vez: ¿qué atraía en los mosqueteros de Luis naza, y tuvo el buen ojo y mejor tino de elegirle Los Tres
XIII a cada uno de los personajes de este cuento? Aquí Mosqueteros como lectura de cárcel. Por supuesto al juez
toca entrar en el reino de la conjetura, tan peligroso co- también le encantaba esa historia de aventuras, que ni qué.
mo indispensable en el oficio del historiador, siempre ¿Por qué existían esos literarios vasos comunican-
que la imaginación no le falte sin que tampoco se le des- tes? Literatura y novela son escritura e imaginación. Los
boque en fantasía. ¿Qué, entonces? varios diversos personajes de este cuento encontraron
En Felipe Ángeles su escrito juvenil es claro. Se ima- ambos rasgos en el libro de Dumas. Si no, lo habrían
gina Athos, el mosquetero soñador, melancólico, de por- desechado u olvidado. Ésa era la sustancia conectiva ac-
te elegante y noble estirpe: era el Conde de La Fère. Al tivada por los tiempos convulsos de la Revolución, la gran
teniente Salas, su amigo, le atribuye la figura juvenil y mezcladora y la gran igualadora mientras su movimien-
aventurera de D’Artagnan, sin que haya reclamo. to y su impulso permanecen.
Pero hay más. Tal vez esta identidad era cultivada por En Los Tres Mosqueteros esa sustancia conectiva de
Ángeles o asomaba en su porte, y fue esa aura indefini- las imaginaciones diferentes era la trama aventurera, sen-
ble que da el propio modo de estar en el mundo lo que timental y militar; la amistad guerrera del “todos para
hizo, mucho después de aquel escrito perdido en una re- uno, uno para todos”; el destino singular de cada mosque-
vista militar del año 1900, que Jesús Aguilar, el D’Ar- tero, donde la corpulencia y la nobleza rústica de Villa
tagnan de esta historia, describiera así al general al con- podía tal vez asumirse en Porthos y el refinamiento del
tar a su hija sus recuerdos de la Revolución: joven Aguilar en Aramís: vaya uno a saber, ya que también
“Cuando recuerdo la bondad reflejada en su mirada, en la División del Norte cada cabeza era un mundo.
cuando recuerdo la presencia de ánimo manifiesta en su Lo adjetivo de aquella sustancia es entonces cuál mo-
sonrisa al oír zumbar las balas —solamente un poeta mento recordaba y sentía mejor cada uno, cuál persona-
como Alejandro Dumas podría describir una persona- je se calzaba como quien calza unas botas suaves, firmes
lidad semejante, pues haz de cuenta que era Athos cuan- y refinadas. Eran esos guerreros de la novela figuras he-
do hizó la bandera que fue traspasada por tres balas en roicas, figuras nobles que se arriesgaban sin interés per-
el capítulo llamado El Bastión de San Gervasio—, yo no sonal, sólo por algo en lo cual creían o alguien en quien
encuentro palabras que ni medianamente puedan dar confiaban.
una idea de lo que es un hombre de la talla del señor El crepúsculo de ese sueño plebeyo los esperaba en
General don Felipe Ángeles”.5 los campos de Celaya, pero ellos aún no lo sabían. To-
A Jesús Aguilar, el joven regiomontano de familia davía era el tiempo de las virtudes guerreras, la amistad
acomodada lanzado a la gran aventura de la guerra re- heroica y el desinterés. Otros eran los defectos, las caren-
volucionaria, lo atrae el atuendo y el porte militar de los cias y las grietas que ya asomaban en la antes invencible
personajes en la portada de la novela y el calzado desa- División. Los esperaba en el Bajío la astucia, la sonrisa,
fiante de aquél con el cual también el ingeniero Boni- la imaginación bélica, el orden militar y la crueldad tea-
lla lo identificaba: D’Artagnan, mientras él mismo veía tral de Álvaro Obregón. ¿Soñaría también éste con Los
en su general un aire de ese Athos en cuya figura se ima- Tres Mosqueteros?
ginaba, quince años antes, el capitán Felipe Ángeles.
Francisco Villa reconoció al instante las botas que
Aguilar se había mandado a hacer en Monterrey y que él Leído en la sesión de apertura del coloquio Reconocimiento de la Trayec-
toria Académica del Doctor Víctor Orozco, Universidad Autónoma de Ciu-
dad Juárez, Chihuahua, 19 y 20 de abril de 2012. El maestro Edgar Urbi-
5 Sara Aguilar Belden de Garza, op. cit., p.301. na Sebastián colaboró en la investigación de este ensayo.

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