Ciclo B Completo
Ciclo B Completo
Ciclo B Completo
Introducción
“Moisés alzó la mano y golpeó la roca con su vara dos veces.
El agua brotó en abundancia y bebió la comunidad” (Números 20, 11)
“Todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca
espiritual que les seguía y la roca era Cristo” (1ª Corintios 10, 4)
Muchos son los símbolos o comparaciones usados para expresar las
cualidades y propiedades de la Palabra de Dios. La Palabra es lámpara para
los pasos y luz en el sendero, es espada de doble filo que penetra hasta lo
más profundo del interior de la persona Cf Heb 4, 12), es roca sobre la que
cimentar la propia vida (Cf Mt 7, 24), es alimento que sacia el hambre
espiritual, porque “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que
sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4; Cf Dt 8, 3). Y es también agua para el
alma sedienta de Dios (Cf Sal 42, 2), agua que calma la sed de sentido y de
paz, agua que da vigor a todo aquel que ha nacido del Espíritu.
En todos los tiempos, también hoy, se cumple el oráculo del profeta: “He
aquí que vienen días - oráculo del Señor Yahveh - en que yo mandaré
hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra
de Yahveh” (Am 8, 11). Esa hambre y esa sed hay quién las calme: “el
último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: “si alguno
tiene sed, venga a mí, y beba” (Jn 7, 37) y “al que tenga sed, yo le daré del
manantial del agua de la vida gratis” (Ap 21, 6).
Jesús llama bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, de la
justicia que hace santos a quienes reciben su palabra con fe. Sus palabras son
espíritu y vida. Quien las escucha y las guarda no sabrá lo que es morir para
siempre (Cf Jn 8, 51). Él es la Roca de la que brota un manantial perenne. Él
mismo es La Palabra cuya conversación calmó la sed de felicidad del
corazón de la mujer samaritana, agua viva, para que nunca más volviera a
tener sed.
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Por otra parte, el agua de la palabra tiene en sí el poder de hacer lo que dice.
“Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino
después de empapar la tierra, fecundarla y hacerla germinar, para que dé
simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de
mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me
plugo y haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55, 10-11). Es viva y
eficaz esta agua. Por sí misma, si no pones obstáculo, irá haciendo crecer en
ti la vida nueva en Cristo.
Pero ¿quién está dispuesto a saciar la sed en Él? Dios se queja por Jeremías
de que su pueblo no lo escucha, no quiere beber de su fuente: “doble mal ha
hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse
cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). Muchos
hoy intentan saciar su sed en aguas saladas que, lejos de quitar la sed, la
aumentan o en aguas sucias, mezcladas con barro, o incluso en aguas
contaminadas, sabrosas al paladar, pero que envenenan el alma. Tú, amigo
lector, quieres saciarte de agua pura, natural, mineral, cristalina.
Pues bien, la tienes a la mano. Y además gratis. Basta que abras tu Biblia y
brotará agua de la Roca; deja que el Verbo te hable a través de sus páginas y
que el Espíritu te dé a beber vida eterna. La Palabra se bebe mediante la
lectura, la escucha atenta y la meditación. Un modo práctico de beber, cada
día, esos dos litros de agua espiritual necesarios para una buena salud, es la
lectio divina o lectura orante de la Palabra de Dios.
Seguramente ya conoces los pasos de la lectio divina: lectio (lectura
comprensiva del texto: qué dice), meditatio (reflexión y aplicación de la
Palabra a la propia vida: qué me dice el Señor a mí a través de esta palabra),
oratio (oración, diálogo con el Señor, con y desde la Palabra: qué le digo yo
al Señor) y contemplatio (contemplación o adoración silenciosa). El material
que contiene este libro lo podemos ubicar entre el primer y el segundo paso,
en la lectio y la meditatio. Es una simple ayuda que puedes usar, en la
medida que te sea útil, para asimilar mejor la Palabra, nutrirte de ella, saciar
tu sed, orar con ella y sumergirte, en adoración, en el misterio del amor
personal de la Trinidad.
Puesto que estas reflexiones se ubican entre el primer y el segundo momento
de la lectio divina, no deberías leerlas antes de haber realizado una lectura
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Tiempo de adviento
DOMINGO I DE ADVIENTO
Lecturas:
Is 63, 16b-17; 64, 1.2b-7. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!
Sal 79. Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
1Co 1,3-9. Aguardamos la manifestación de Jesucristo nuestro Señor.
Mc 13,33-37. Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa.
VIVIR ESPERANDO LA VENIDA GLORIOSA DEL SEÑOR
Iniciamos un nuevo año litúrgico
Ya sabes que la Iglesia comienza la celebración anual de los misterios de
Cristo el domingo más cercano al treinta de noviembre. A esa celebración,
que abarca desde la encarnación del Verbo hasta la expectativa de su venida
gloriosa, y que tiene su momento semanal importante cada domingo, le
llamamos año litúrgico. El año litúrgico no es un simple recuerdo de cosas o
acontecimientos ocurridos hace muchos años, sino una actualización para
nosotros del poder salvador de aquellos misterios: al celebrar la navidad, por
ejemplo, vamos a entrar realmente en contacto con el Verbo encarnado que
nació de María, al celebrar su pasión, muerte y resurrección nos vamos a
hacer presentes en el calvario y podremos tocar su cuerpo resucitado como
Tomás. Esa es la gracia del año litúrgico. El tiempo litúrgico –los diversos
tiempos litúrgicos: adviento, navidad, cuaresma, pascua, tiempo ordinario-
son “kairos”, es decir, tiempos de salvación, momentos oportunos para el
encuentro con el Señor.
Adviento
El año litúrgico empieza como acaba, invitándonos a vivir esperando la
venida gloriosa del Señor. El tiempo de adviento, que hoy inicia, tiene dos
partes diferenciadas: la primera, hasta el 16 de diciembre, más centrada en la
expectativa de la Parusía y la segunda, del 17 al 24, es ya preparación
inmediata a la navidad. En la primera parte contamos, sobre todo, con el
acompañamiento del profeta Isaías y de Juan Bautista, además de la
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DOMINGO II DE A DVIENTO
Lecturas:
Is 40,1-5.9-11. Preparadle un camino al Señor.
Sal 84. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
2P 3,8-14. Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Mc 1,1-8. Allanad los senderos del Señor.
DOMINGO IV DE ADVIENTO
Lecturas:
2S 7,1-5.8b-12.14a.16. El reino de David durará por siempre en la
presencia del Señor.
Sal 88. Cantaré eternamente las misericordias del Señor.
Rm 16,25-27. El misterio mantenido en secreto durante siglos, ahora se ha
manifestado.
Lc 1,26-38. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.
Tiempo de Navidad
Las cosas humanas necesitan ser conocidas para ser amadas; las divinas
necesitan ser amadas para ser conocidas. No lo olviden: el eje de la perfección
es el amor. Quien está centrado en el amor, vive en Dios, porque Dios es
Amor, como lo dice el Apóstol. El amor y el temor deben estar unidos: el
temor sin amor se vuelve cobardía; el amor sin temor, se transforma en
presunción. Entonces uno pierde el rumbo. El corazón de nuestro divino
Maestro no conoce más que la ley del amor, la dulzura y la humildad.
Pongan su confianza en la divina bondad de Dios, y estén seguros de que la
tierra y el cielo fallarán antes que la protección de su Salvador.
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modo práctico es leer los textos litúrgicos de todos estos días: antífonas,
oraciones, lecturas, prefacios… y detenerse un poco a meditarlos y
confrontar su mensaje con nuestros esquemas e ideas. Hoy, gracias a Dios,
esto es fácil pues son abundantes, en todos los países, los folletos que
contienen toda la liturgia navideña y pueden verse por internet.
Para el día de Navidad, la actual liturgia de la Iglesia tiene cuatro Misas:
de la vigilia, de medianoche, de la aurora y del día, cada una con sus propias
oraciones y lecturas bíblicas. En la conciencia popular, la más destacada es
la de medianoche (“La Misa del Gallo”), al suponer que el nacimiento de
Jesucristo tuvo lugar a esa hora o tal vez haciendo un parangón con la
Vigilia pascual; sin embargo, la Iglesia pone la centralidad en la Misa del
día. Y en ella escuchamos unos textos bíblicos que, a primera vista, nada
tienen que ver con la navidad, pues no hablan del niño que nace ni de María
y José ni de pastores, pero que nos elevan o nos hacen penetrar en una visión
mucho más profunda del misterio de la encarnación del Verbo.
La Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria
Es verdad que el Verbo del Padre nació de mujer una sola vez, pero sigue
hecho carne, está ahí, encarnado, para que podamos verlo, oírlo, tocarlo y
contemplar su gloria. Quien nos anuncia hoy esta buena noticia es la Iglesia
y es en la misma Iglesia donde podemos contemplar la gloria del Verbo
encarnado. La Iglesia misma es el Cuerpo de Cristo. Es, de manera especial
(no únicamente, por supuesto, como diré más adelante), en las celebraciones
litúrgicas, donde le vamos a ver, tocar, oír y contemplar. Para quienes
tenemos ya fe, esto no nos resultará difícil, con un poco de esfuerzo que
hagamos por actualizarla y proyectar su luz al participar en la celebración
eucarística. Ahí, además de verle, tocarle, oírle y contemplarle vamos a
poder incluso comerle, entrar en comunión más íntima con él, hacernos
nosotros también Verbo encarnado. El ambón y la mesa eucarística son
ahora el pesebre desde el cual se nos da.
¿Y qué pasa con quienes están alejados, con quienes ya no tienen fe o nunca
la han tenido? El evangelio de la Misa del día advierte que “la luz brilla en la
tiniebla y la tiniebla no la recibió” y también que “vino a su casa y los suyos
no la recibieron”, pero la Luz, la Palabra, no ha venido al mundo para ser
rechazada sino para que el mundo se salve por medio de ella. Nosotros,
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evangelio, los ángeles hablan de una buena noticia que causará una gran
alegría a todo el pueblo.
Navidad, fiesta de un nacimiento
“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” que se llama “Consejero
admirable, Dios poderoso, Padre sempiterno, Príncipe de la paz” (Is 9, 5).
Eso es ante todo navidad: celebración de un nacimiento: “hoy en la ciudad
de David les ha nacido un Salvador”. Y esa es la causa principal de la gran
alegría. Vivimos en un mundo hostil a la natalidad, el niño imprevisto
(“no deseado”) ha pasado a ser una especie de “enfermedad” a evitar o a
destruir. Y hoy se nos invita a alegrarnos por el nacimiento de un niño,
un niño aparentemente muy pobre, pero muy grande.
Navidad, fiesta de paz
Es “Príncipe de la paz, para extender el principado con una paz sin límites”
(Is 9, 6). Su nacimiento es cantado por los ángeles como momento para la
gloria de Dios en el cielo y la paz a los hombres de buena voluntad. Ese niño
trae la paz. Nosotros podemos deseárnosla unos a otros, Él no la da.
Navidad es tiempo para recuperar la paz, tiempo para crecer en paz,
tiempo para hacer las paces, tiempo para sembrar la paz, tiempo para
aprender a vivir en paz en medio del barullo.
Navidad, fiesta de salvación
La luz, la alegría, la paz, son signos de la salvación que este niño nos trae.
“Les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2). “Se ha
manifestado para salvar” dice el apóstol Pablo en la segunda lectura. Todo el
adviento hemos venido escuchando el mismo mensaje: viene a salvar.
Dejémonos salvar. Si estas cuatro semanas de adviento nos han convencido
de que necesitamos salvación, ahora es el momento privilegiado para
recibirla. Estemos, pues, muy atentos estos días, no sea que en vez de
salvación abramos las manos para recibir “el mundo” y las cerremos al
Salvador. Porque la salvación es, antes que nada, encontrarse con él,
abrazarle, nutrirse de él, dejarse cautivar por él.
Navidad, fiesta de gracia
Gracia es gratuidad, don gratuito, regalo. “La gracia de Dios se ha
manifestado para salvar a todos los hombres y nos ha enseñado a renunciar a
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haciendo una descripción errada, aunque sea pesimista, sino realista. Sería
bueno recordar aquí las palabras de Jesús “vigilen y oren para no caer en
tentación”. Dicho esto, pasemos a comentar brevemente los textos de la Misa
del día de Navidad.
La reflexión de la Misa de Medianoche la titulé “Decálogo festivo de
Navidad” y ésta pensaba haberla titulado “Decálogo reflexivo de Navidad”,
pero luego me pareció mejor “Decálogo contemplativo” o “Decálogo
receptivo”. Porque las lecturas de esta Misa del Día presentan una lectura
“teológica” de la encarnación del Verbo, más adecuadas para reflexionar y
contemplar. Si los textos de la noche parecen más aptos para festejar, estos
del día invitan a recibir, no vuelva a repetirse que “vino a los suyos y los
suyos no lo recibieron”. ¡Ah! Y al final he decidido no ponerle título.
Tiempo de escuchar y contemplar
Siempre es tiempo de escucha, pero particularmente estos días de navidad,
porque el Niño –infante (literalmente: el que no habla)- es también el
Verbo, la Palabra. Isaías, en la primera lectura, dice que es hermoso ver
correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz y trae la buena
nueva, al mensajero que pregona la salvación. También los centinelas de la
ciudad alzan la voz y, todos a una, gritan. Dios nos grita estos días. Grita
con voz de niño, tal vez por eso nos cuesta escucharle. ¿Y qué grita el
Señor? ¿Qué gritan sus mensajeros? Una buena noticia. Que Dios ama al
hombre, que Dios rescata y consuela a su pueblo.
Es tiempo de escucha porque “en distintas ocasiones y de muchas maneras
habló Dios en el pasado a nuestros padres por boca de los profetas, ahora, en
estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo”. El Hijo nos ha
revelado al Padre. El Verbo de Dios, “resplandor de la gloria de Dios, la
imagen fiel de su ser”, nos habla de su Padre. Nos habla de nuestro Padre,
porque “a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de
Dios”. En estos días, nuestro Padre celestial quiere, por Jesús,
manifestársenos más íntimamente. Los centinelas del libro de Isaías dicen
que “ven con sus propios ojos al Señor que retorna a Sión” y que “el Señor
descubre su santo brazo a la vista de todas las naciones y toda la tierra verá
la salvación que viene de nuestro Dios”.
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SAGRADA FAMILIA
Lecturas:
Si 2-6.12-14. El que teme al Señor honra a sus padres.
Sal 127. ¡Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos!
O bien: Gn 15,1-6; 21,1-3. Te heredará uno salido de tus entrañas.
Sal 104. El Señor es nuestro Dios, se acuerda de su alianza eternamente.
Col 3, 12-21: La vida de familia vivida en el Señor.
O bien: Hb 11,8.11-12.17-19. Fe de Abrahán, de Sara y de Isaac.
Lc 2,22-40. El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría.
Gran cantidad de seres humanos más que vivir se desviven, más que hacerse
se van destruyendo. Hay actitudes y comportamientos no sólo irracionales
sino infrahumanos, degradados. A diario somos testigos de cómo
desgraciadamente se deteriora, progresiva y aceleradamente, la sociedad,
familias que se destruyen, personas hundidas en el mal, en la corrupción, en
el orgullo y soberbia, esclavas del poder, del dinero y de las bajas pasiones.
Podemos buscar muchas razones coyunturales, superficiales, pero, en último
término, sólo hay una razón: el rechazo de Dios, el rechazo de Jesucristo, el
único Nombre en quien hay salvación.
San Pablo ora para que Dios dé a los efesios “espíritu de sabiduría y
revelación para conocerlo e ilumine los ojos de su corazón para que
comprendan cual es la esperanza a la que los llama”. Oremos también
nosotros, unos por otros, por nosotros mismos, por el mundo, para que la
celebración de esta Navidad abra el corazón de muchas personas a la
sabiduría y revelación de Dios, que los ojos de su corazón sean iluminados y
lleguen a comprender la grandeza a la que Dios los llama.
Como Juan Bautista, quienes ya conocemos a Jesús, seamos testigos de la
luz, para que todos puedan venir a la fe. No se es testigo de la luz
simplemente hablando de ella, sino siendo luz, ardiendo por dentro y
dejando que el fuego y calor de Dios simplemente aparezca. Madre de la luz,
ayúdanos a iluminar con la luz de tu Hijo Jesús.
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puedes ser una de esas estrellas: “cualquiera que tiene en sí el brillo de una
vida santa, muestra a la multitud, como una estrella, el camino que conduce
al Señor”.
La estrella de la epifanía preludia ya el signo de la cruz. Cuando tiempos
atrás le preguntabas a un niño que cuál era la señal del cristiano, sin dudar te
respondía inmediatamente, hasta canturreando: “la señal del cristiano es la
santa cruz”. No es casualidad que la estrella conduzca a los magos a
Jerusalén, ciudad donde va a morir el Rey que buscan. Después de dejar
Jerusalén –continúa el relato evangélico-, la estrella reaparece y, al verla, se
llenaron de inmensa alegría. Hay una señal inapelable de la presencia de
Dios: la alegría de un creyente clavado a la cruz; un hombre con cáncer
terminal, por ejemplo, u otra enfermedad grave, que rezuma paz y alegría, es
una señal, una estrella, que no deja indiferente a nadie. Es la señal más
genuina del Salvador.
Herodes y Jerusalén
“Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él”. Hoy
muchos consideran a Dios un ser innecesario, algunos como una idea
superada que hay que rebatir e incluso un enemigo a destruir porque se
opone a la autonomía personal y a la felicidad; y como a Él no se le ve, se
convierten en centro de iras y rechazo los creyentes, especialmente los
cristianos. La nueva del nacimiento de un “rey de los judíos”, buena noticia
para los pastores y los magos, se le presenta a Herodes, en su mente
calenturienta, como amenaza e infortunio que hay que disipar y destruir
al precio que dé lugar.
Llama la atención que la ciudad depositaria de la Escritura, que espera el
cumplimiento de las promesas de Dios, y sus dirigentes, que tienen el saber y
conocen la Escritura, se ciegan y se niegan a ponerse en camino, mientras
que los representantes de la astrología van a postrarte ante el Rey. “Vino
a su casa y los suyos no lo recibieron”. Misterio de la libertad humana.
Misterio de la ceguera y rechazo de Jesús por parte de quienes dicen creer en
él y conocerle. Advertencia para todos nosotros que decimos conocer y
celebrar la navidad.
La casa
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Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio
rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una
voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido”. No parece interesarle
mucho al evangelista el hecho del bautismo sino lo que sucedió después.
Jesús entra en el Jordán para ser bautizado por Juan, entra cargando con
nuestros pecados que ha asumido al hacerse hombre, para que allá queden
sumergidos, lavados, como profecía de su descenso al abismo de la muerte
en donde expirará por ellos. Por la encarnación se unió a todo hombre y
ahora toda la humanidad desciende también con él. “Hoy Cristo ha entrado
en el cauce del Jordán –dice san Pedro Crisólogo- para lavar el pecado del
mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: este es el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. En el bautismo de Jesús
está ya presente la Pascua.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo. El cielo, que estaba cerrado
por la soberbia y el pecado de Adán, se abre gracias a la humillación de
Cristo, el nuevo Adán, y, desde el cielo, desciende el Espíritu como una
paloma. En la creación, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas y
después el diluvio una paloma le anunció a Noé que había llegado el
momento de una nueva creación y una nueva alianza. Ahora, con Cristo,
comienza una nueva creación y una alianza nueva, ya definitivas. Jesús es el
Ungido, el Mesías. La unción de Jesús en el bautismo está unida a su
concepción por obra del Espíritu Santo y a la vivificación de su cuerpo por el
Espíritu en el momento de la resurrección. Ungido por el Espíritu Santo, es
quien va a bautizar con Espíritu Santo. Nuestra salvación, como perdón
del pecado y donación del Espíritu, está ya activa en el bautismo de Jesús.
Y se oyó una voz del cielo, la voz de Dios Padre. “Este es el testimonio de
Dios, un testimonio acerca de su Hijo”. El Padre, que está pronunciando su
voz, su Palabra, desde toda la eternidad, dando el ser, de su propia sustancia,
al Hijo, le habla ahora, en el tiempo; al Verbo encarnado le confirma en su
identidad: “Tú eres mi hijo amado, mi preferido”. Estas palabras
recuerdan las que dirige, en el Libro de Isaías, Dios mismo al pueblo
presentando a su Siervo: “miren a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, a
quien prefiero”. Jesús es su Hijo, pero ha venido en condición de Siervo y
va a realizar su misión como Siervo de Dios. San Juan nos recuerda en la
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segunda lectura: “Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo” y
tres son los testigos: “el Espíritu, el agua y la sangre”. Es el Siervo que va a
entregar su sangre en rescate por todos.
En el texto de Isaías que escuchamos este año, Dios afirma que su Palabra es
como la lluvia y la nieve, que no descienden a la tierra y vuelven a subir al
cielo sino después de haber realizado su voluntad y cumplido su encargo.
Así será. El Hijo amado y preferido, el Verbo, la Palabra del Padre va a
comenzar su misión pública y no hará otra cosa que llevar a
cumplimiento la voluntad de su Padre, ella será su alimento. Al final,
podrá exclamar “todo está cumplido”.
Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios
También el Padre da hoy testimonio para nosotros, al igual que el Espíritu, el
agua y la sangre, de que ese hombre que acaba de salir del agua del Jordán es
el Ungido por el Espíritu, el Hijo de Dios, el Siervo del Señor, que carga con
nuestros pecados y nos bautiza con Espíritu Santo. ¿Y qué podemos hacer
nosotros para participar de su Unción? Escuchar y creer. “Inclinen el
oído, vengan a mí: escúchenme y vivirán” nos dice el Señor por medio de
Isaías, en la primera lectura de hoy.
En días pasados oímos que la Palabra se hizo carne, que ha acampado entre
nosotros, que nos está hablando continuamente y que, a quienes creen en su
nombre, les da poder para ser hijos de Dios. Escuchémosle y creamos para
nacer de nuevo, para nacer de Dios. “Todo el que cree que Jesús es el Cristo
ha nacido de Dios”. El bautismo de Jesús en el Jordán nos lleva a pensar en
nuestro propio bautismo. Hoy es un día propicio para reavivar el
bautismo que un día recibimos y especialmente para reavivar la fe. Tras
haber celebrado el ciclo litúrgico del adviento y la navidad, nuestra
capacidad de escucha y nuestra fe -que van de la mano- deberían estar
mucho más crecidas.
La fe, nos dice san Juan en la segunda lectura, es nuestra arma para
alcanzar la victoria. “Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es
nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el
Hijo de Dios?”. Evidentemente no se trata de victorias al estilo del mundo.
Las victorias de la fe son victorias, en primer lugar, sobre uno mismo, pues
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la fe nos hace libres del mundo, cada vez menos dependientes de él. La fe
nos pone en una situación personal, real, de capacidad de victoria. Nos da
ánimo y espíritu de vencedores. Es ciertamente una victoria paradójica,
pues, aparentemente, pudiera parecer que estamos siendo vencidos: somos
humillados, objeto de injusticias, relegados al último puesto, da la impresión
de que no somos nadie en la vida o de que no conseguimos metas y logros
socialmente apreciados. La victoria que nos da la fe recibida en el bautismo
es una victoria al estilo de Jesús y participada de Él.
La fe nos impulsa a mirar al cielo, esperar al Espíritu y escuchar también
nosotros la voz del Padre. El cielo está ahora constantemente abierto para
quien, en actitud de siervo, baja cada día a las aguas del arrepentimiento. El
Espíritu Santo está dispuesto a venir y permanecer con nosotros, darnos la
vida eterna del Padre y de Jesús –nacidos de Dios- y conducirnos en la vida,
desde dentro, como nuestro principio vital. El Padre cada día, al
despertarte, te susurra con ternura al oído: “tú eres hijo mío amado, tú eres
uno de mis predilectos”. Esa voz te dará fuerza para caminar, en fe, durante
todo el día, en medio de los problemas y dificultades, con ánimo de victoria.
Hoy miramos al Jordán, donde ha sido bautizado el Salvador, pero la mirada
interior se concentra en otro manantial del que brota agua viva, un agua que
sacia gratis la sed del corazón: la Santísima Trinidad. El amor del Padre, que
nos hace hijos, la gracia de Cristo, que nos lava del pecado, y la comunión
del Espíritu Santo, que nos da vida eterna ¡he ahí la fuente esencial! Para
esto hemos celebrado el misterio del Verbo encarnado: conocer al Dios vivo
y verdadero que nos ha revelado Jesucristo, participar de su vida eterna y
permanecer en comunión con Él.
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¿Te consideras enviado? ¿Estás tan llena del amor de Dios hasta el punto de
no poder dejar de anunciarlo? ¿No será que lo que más nos falta hoy es el
“celo apostólico”, es decir, la fuerza del amor -caridad pastoral o apostólica-
y el fuego del Espíritu?
Francisco nos ha recordado: “En virtud del Bautismo recibido, cada
miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt
28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la
Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería
inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por
actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus
acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo
de cada uno de los bautizados” (EG 120). “¡Cómo quisiera encontrar las
palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre,
generosa, audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que
ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del
Espíritu” (EG 261).
¿En qué consiste mi recompensa? En predicar el evangelio gratis
San Pablo nos ha dejado plasmado, tal vez mejor que ningún otro apóstol, el
estilo o espíritu que necesita todo evangelizador. Uno de los rasgos de este
estilo es la gratuidad. Reconoce que “el Señor ha ordenado que los que
predican el Evangelio vivan del Evangelio” (1Co 9, 14), pero él ha
renunciado a ese derecho. En su célebre Sermón 46, Sobre los Pastores, san
Agustín, recordando el testimonio de Pablo, dice: “¿Y qué más vamos a
decir de aquellos pastores que no necesitan la leche del rebaño? Que son
misericordiosos o, mejor, que desempeñan con más largueza su deber de
misericordia. Pueden hacerlo y por esto lo hacen. Han de ser alabados por
ello, sin por eso condenar a los otros”.
Sabe san Agustín que la gratuidad no es sólo monetaria: “las dos cosas que
esperan del pueblo los que se apacientan a sí mismos en vez de apacentar a
las ovejas: la satisfacción de sus necesidades con holgura y el favor del
honor y la gloria”. Hay actividades evangelizadoras que no dan ni dinero ni
honores, sino todo lo contrario, pero hay actividades eclesiales que pueden
tener cierto prestigio, al menos entre los creyentes. Hay iniciativas
evangelizadoras que, con el tiempo, se dejan porque no se les ve el fruto o no
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Por otra parte, no podemos olvidar el rasgo más destacado por Francisco: la
alegría. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta
Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos, para invitarlos a una
nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría” (EG 1). Esta alegría no
se improvisa, es fruto del encuentro renovado con Jesús; por eso el Papa
invita “a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a
renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo” (EG 3).
Predicar, sanar enfermos y expulsar demonios
¿Y qué es evangelizar? Los pasajes evangélicos que estamos escuchando
estos domingos nos lo dejan claro: predicar el Evangelio, la buena noticia del
amor y la salvación de Dios, sanar enfermos y expulsar demonios. Eso es lo
que hace Jesús. ¿Qué significa esto para nosotros? ¿Qué tiene que ver lo que
hace Jesús con la nueva evangelización? Para nosotros, anunciar el evangelio
es, ante todo, anunciar a Jesucristo, buena noticia para el mundo, y
propiciar el encuentro personal con él. Evangelizar es también hacer
presente el ministerio de misericordia de Jesús.
“La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida
cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es
necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el
pueblo. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una
prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la
miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (EG 24.
270). Esa “carne sufriente” que hay que tocar y sanar, como parte esencial de
la evangelización, son enfermos físicos, pero mucho más todos aquellos a
quienes el pecado personal e incluso el demonio tienen oprimidos, tristes,
degradados y espiritualmente muertos. Tocar y sanar es imposible sin amor
cristiano y, desde él, cercanía y encuentro personal.
¡Ay de nosotros si no anunciamos hoy el evangelio! Tomémonos en serio
el grito de san Pablo. María, Estrella de la Evangelización, ruega por
nosotros.
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contar a los demás lo que Jesús ha hecho con nosotros, en anunciar sin
complejos lo que hemos experimentado y lo que hemos visto y oído acerca
del Verbo de la vida. Y todo ello “para la gloria de Dios”, como hoy nos
recuerda el apóstol Pablo.
Todo lo que hagan ustedes, háganlo para gloria de Dios
San Pablo nos trazaba, el domingo pasado, algunos rasgos importantes de
todo evangelizador. Hoy añade que todo, sea comer o beber o cualquier otra
cosa, lo hagamos para gloria de Dios. En esto nos da ejemplo el propio
Pablo, pero, sobre todo, Jesús. Jesús nos dice expresamente que no buscó en
nada su propia gloria ni la gloria o alabanza de los hombres, sino que fuera
glorificado su Padre. Desde su encarnación, la vida humana de Cristo es
alabanza del Padre. Cuando nace, los ángeles proclaman “gloria a Dios en el
cielo”.
¿Dios necesita nuestra glorificación? ¿Qué significa hacerlo todo para
gloria de Dios? Evidentemente, en sentido estricto, Dios no necesita nada de
nosotros. A Dios no le añadimos nada glorificándolo. Somos nosotros
quienes nos beneficiamos al hacerlo. Podemos glorificar a Dios mediante el
agradecimiento y la oración de alabanza, pero san Pablo no se refiere aquí a
ese modo, sino a la glorificación de Dios mediante la propia vida. Es lo
mismo que Jesús había dicho: “brille así vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está
en los cielos” (Mt 5, 16). En este caso, son los otros quienes glorifican a
Dios con palabras, pero gracias a que los cristianos lo glorifican con sus
obras. En otro lugar, afirma San Pablo que hemos sido elegidos antes de la
fundación del mundo, como hijos de Dios, “para alabanza de la gloria de su
gracia” y “para ser nosotros alabanza de su gloria”.
El apóstol dice que lo hagamos todo para gloria de Dios, si bien habla
expresamente de la comida y la bebida. Cualquier actividad y cualquier
momento son buenos para glorificar a Dios. Hacerlo todo de modo que, en
todo, sea Dios glorificado, significa, en último término, hacerlo todo
movidos por el Espíritu Santo. Comer y beber para gloria de Dios no es
solamente “bendecir la mesa” o dar gracias por los alimentos, sino comer y
beber adecuadamente, guiados por la virtud de la templanza. Y así en todo.
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con lo que ahora va a hacer. Nosotros sabemos que el profeta tenía razón. La
encarnación del Verbo y la redención realizada en su muerte y resurrección
no tienen ni punto de comparación con los prodigios que narra el Antiguo
Testamento. Lo que Dios había hecho ya en aquel paralítico: darle la vida,
hacerle miembro del pueblo elegido, era insignificante comparado con lo que
Jesús realizó en él. Eso mismo podemos pensar nosotros al escuchar las
promesas del Libro de Isaías a la luz del relato del Evangelio: Jesús quiere
realizar algo nuevo en mí, mucho más grandioso que lo ya realizado.
Dios le reprocha a Israel no haberle invocado ni servido, sino haber puesto
sobre Él la carga de sus pecados. Pero Dios es fiel a sí mismo: “si he borrado
tus crímenes y no he querido acordarme de tus pecados, ha sido únicamente
por amor de mí mismo”. Esta fidelidad de Dios es el motivo de nuestra
esperanza. Tal vez tampoco nosotros invocamos al Señor suficientemente ni
le servimos, pero confiamos en su palabra: Él quiere hacer algo nuevo en
cada uno, algo grandioso, espectacular, abrir caminos nuevos en nuestra
vida que nunca habíamos imaginado, hacer brotar ríos de fecundidad en
nuestra esterilidad y sequedad.
Tú y yo somos ese paralítico del evangelio, incapaces tal vez de movernos
en la dirección que nos parece correcta, pero podemos ponernos delante de
Jesús, con fe, y escuchar sus palabras de perdón y sanación. El sacramento
de la penitencia, recibido con sincera contrición, con humildad, con fe, tiene
mucho que ver con esa novedad de vida que el Señor piensa realizar en ti.
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Tiempo de Cuaresma
Si obras bien, alaba y dale gracias al Señor por ello; si te acaece obrar mal,
humíllate, sonrójate ante Dios de tu infidelidad, pero sin desanimarte: pide
perdón, haz propósito, vuelve al buen camino y tira derecho con mayor
vigilancia. Es tiempo de gran corrupción en el mundo, pero es también
tiempo de gran Misericordia por parte de Dios, que sigue esperando que sean
utilizados sus méritos infinitos. Aunque hayas cometido todos los pecados
del mundo, Jesús te repite: se te perdonarán muchos pecados, porque has
amado mucho. ¡La esperanza en su inagotable misericordia nos sostenga en
la conjura de pasiones y adversidades!
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MIÉRCOLES DE CENIZA
Lecturas:
- Jl 2,12-18. Rasgad los corazones y no las vestiduras.
- Sal 50. R. Misericordia, Señor: hemos pecado.
- 2Cor 5,20-6,2. Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable.
- Mt 6,1-6.16-18. Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cierras los ojos a los pecados de los hombres… Cerrar los ojos a los
pecados de los hombres, en el sentido de no fijarme en ellos en cuanto
fijarme en ellos me lleva a juzgar y hacerme una imagen negativa del otro.
Cerrar los ojos es desfijar, negar, la imagen negativa/errada/distorsionada
que tengo respecto de tanta gente. He de disponerme a recibir esta gracia.
Cerrar los ojos por la compasión, por el amor. Una madre conoce los
defectos de sus hijos, pero cierra los ojos para no verlos; ama a sus hijos
simplemente por serlo. ¡Cuánta conversión necesito en este punto! ¡Tantas
imágenes erróneas arraigadas! Erróneas porque, aunque tengan un poco de
verdad y objetividad, mucho más verdadero y objetivo es ver al otro en lo
más esencial que es: imagen de Dios, hijo de Dios.
Y los perdonas porque tú eres nuestro Dios y Señor. Somos tuyos, nos has
comprado con la sangre de tu Hijo. Le pertenecemos. Por eso nos perdonas.
Así te manifiestas como Dios y Señor. Es necesario, siempre, pero
especialmente en este tiempo de cuaresma, ver a los demás como míos,
como partes de mí mismo, del mismo cuerpo. Ser consciente de que
perdonando a los demás me hago bien a mí mismo, no sólo porque recupero
la paz interior, sino porque es un bien para el cuerpo del que soy parte, mi
cuerpo místico.
En cierto sentido puedo perdonar a todos, pues todos son pecadores y todos
hacen daño a mi cuerpo con sus pecados. En otro sentido, no tengo que
perdonar a nadie, ni aun a quien me ofende directamente, pues un miembro
del cuerpo no le pide disculpas a otro por estar enfermo o haberle causado
daño (yo no me pido perdón a mí mismo, simplemente me acepto y busco
sanarme).
El perdón debe incluir, por mi parte, la devolución de lo que el otro ha
perdido en cuanto a mí respecta: tal vez su imagen deteriorada, confianza,
cercanía, aprecio… Podría incluir el no verme ofendido, el no recibir nada
como ofensa. El que ninguna acción o actitud del otro me afecte
negativamente. Positivamente, el perdón incluye la oración por el otro y la
expiación, mi buen ejemplo, cuya ausencia, en uno u otro aspecto, ha
contribuido a su falta. Dios da con sobreabundancia, por tanto, he de
disponerme a recibir esta cuaresma la gracia del perdón y la capacidad
de perdonar.
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muestre dónde está Dios, el rostro de Cristo. Lo que no debería pasar es que
la gente me vea y no note nada, ser un signo insignificante, que ni siquiera se
hagan la pregunta o que la pregunta quede sin respuesta. Esta cuaresma,
pues, estoy llamado a transparentar a Dios; un hijo se parece a su padre; la
gente que conoce al padre se acuerda de él al ver al hijo. Si la gente conoce a
Dios, al verme deberían acordarse de Él; más aún, concluir que está en la
Iglesia. Que nadie que se me acerque o me vea tenga que marcharse diciendo
¿dónde está su Dios? ¿Dónde está ese Dios que predican?
Conciencia de que Dios quiere empezar a concederme esto a partir de
mañana. Actitud de receptividad. Quiere concederme experimentar su
misericordia y una renovación profunda, como expresa el salmo 50: “lava
del todo mi delito…Contra ti, contra ti solo pequé…” Atención a la
dimensión teologal del pecado y no tanto a sus repercusiones psicológicas
de remordimiento en mí ni a las reacciones de los demás. “Crea en mí un
corazón puro” Todo ello es condición para orar mejor: proclamar su
alabanza y evangelizar más decididamente: "Señor me abrirás los labios".
Somos embajadores de Cristo (2ª lectura)
Como Pablo, debo sentirme embajador de Cristo a lo largo de esta cuaresma.
El mensaje de la embajada es, ante todo, comunicar, en nombre de Cristo,
que “ahora es tiempo de gracia, ahora es el día de la salvación”. Mis
actitudes, mis palabras, mi modo de vivir este tiempo deberían transparentar
que es un tiempo especial, un tiempo de gracia y salvación. Yo mismo soy
exhortado a vivir este tiempo así, como tiempo de especial comunicación de
gracias por parte de Dios, yo mismo soy exhortado a no echar en saco roto
la gracia de Dios, es decir, a dejar que las gracias cuaresmales fructifiquen.
Siempre tengo el riesgo de la inconstancia, la falta de perseverancia en
actitudes y acciones que el Señor empieza a concederme y que, al poco
tiempo, pierdo. Las gracias en este tiempo van a ser abundantes, puedo tener
esta convicción. Se trata de mantenerme en ellas. Dios quiere manifestarme
su amor con gracias abundantes. Ese amor por el que, por nosotros, hizo
pecado al que no conocía el pecado, para que, por él, llegáramos a ser
justicia de Dios.
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No para ser vistos por los hombres, sino por Dios… Él te recompensará
(evangelio)
Evidentemente, la Iglesia, hoy miércoles de ceniza, nos ofrece este evangelio
indicando que la cuaresma es tiempo de oración, limosna y ayuno. Debo,
por tanto, suponer y esperar que Dios me quiere conceder con más
abundancia oración, limosna y ayuno. La abundancia puede consistir
simplemente en vivir mejor, con más intensidad, los momentos de oración
que ya tengo o también esperar más tiempo; igual respecto a la limosna y
ayuno: la limosna, en cuanto caridad, como un mejor aprovechamiento de
vivir en caridad tantas ocasiones a lo largo del día, tanto evitando el pecado
(crítica, juicio, omisiones conscientes, mal ejemplo…) como positivamente
(pequeños favores, servicio, testimonio, palabra – consejo, intercesión…).
El ayuno: en un sentido amplio, empezar por la abnegación de gustos que
pueden llevarme al pecado o a la pérdida de tiempo innecesaria (tv, internet,
conversaciones, curiosidades, impulsividades…); en sentido estricto: ayuno
de comida, que abre el espíritu a Dios, a la oración, y al hermano. Si la
cuaresma es un retiro de cuarenta días y cualquier retiro implica ayuno de
diversiones, conversaciones, de algunas ocupaciones…, intentar vivir así la
cuaresma: ayunando de lo no estrictamente necesario (en la medida posible a
cada uno), para vivir en ambiente de retiro (oración, silencio, alimentación
más abundante de la Palabra de Dios). Todo esto tenerlo presente y
esperarlo de Dios, no de mis fuerzas. Vivirlo con paz, con deseo, con
esperanza. Pero sin voluntarismos ni complejos de culpabilidad.
La recompensa: los dones que la Iglesia pide y los que la Palabra de Dios
expresa. Sobre todo, la recompensa será la conversión misma: el corazón
nuevo, la reconciliación con Dios, el dominio de nosotros mismos, poder
llegar a la Pascua y a Pentecostés totalmente dispuestos a recibir una efusión
más intensa del Espíritu Santo.
“No para ser vistos por los hombres, sino por Dios”. No con los criterios de
los hombres, no en la medida y forma que esperan los hombres. No para
quedar bien ante los hombres y en aquello en que quede bien ante ellos. Es
decir, la cuaresma hay que vivirla desde Dios y no, en principio, desde las
expectativas de los hombres. O con otras palabras, el criterio de la oración
(tiempo, modo…), la limosna y el ayuno, no han de ser los hombres sino
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DOMINGO I DE CUARESMA
Lecturas:
Gn 9,8-15. El pacto de Dios con Noé salvado del diluvio.
Sal 24. Tus sendas, Señor, son mi misericordia y lealtad para los que
guardan tu alianza.
1P 3,18-22. Actualmente os salva el bautismo.
Mc 1,12-15. Se dejaba tentar por Satanás, y los ángeles le servían
AL DESIERTO CON JESÚS A QUITARTE LAS MÁSCARAS
Interrumpimos el tiempo ordinario, durante tres meses largos, para
adentrarnos en los tiempos litúrgicos de Cuaresma y Pascua, cuyo centro es
el Triduo Pascual de Nuestro Señor Jesucristo muerto, sepultado y
resucitado, tiempos litúrgicos que culminarán el domingo de Pentecostés.
Cuaresma y Pascua constituyen el centro del año litúrgico. Por tanto, su
celebración tiene un poder, una eficacia especial, capaz de hacernos pasar
del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, de una vida cristiana
estancada a un nuevo dinamismo espiritual, de una vida según la carne a una
vida guiada por el Espíritu. Esta eficacia será efectiva de acuerdo a nuestras
disposiciones.
La mayoría de las personas de esta sociedad o cultura pos-cristiana y
secularizada siguen todavía metidas en los carnavales y seguramente menos
dispuestas a quitarse las máscaras y aceptar la realidad de lo que son y lo que
podrían ser si pusieran su vida con sinceridad delante de Dios. Razón de más
para que, quienes tenemos la dicha de creer en Jesucristo, pongamos todo el
interés posible en entrar en la cuaresma. Dos actitudes básicas nos van a
permitir entrar en cuaresma: la humildad de reconocer que necesitamos
conversión y el deseo (esperanza) de centrar más profundamente nuestra
vida en Cristo. Hoy sobran las palabras y lo que la gente más necesita es el
testimonio de creyentes a quienes se les ve distintos, en cierto modo, más
diferentes, porque están en cuaresma.
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Notemos también que es el Espíritu Santo, con el que acaba de ser ungido,
quien impulsa a Jesús a retirarse al desierto. También es el Espíritu quien
quiere ponernos a nosotros esta cuaresma en desierto; no se trata, por tanto,
de proponernos un esfuerzo voluntarista por buscar silencio, soledad,
oración, penitencia o cambio de nuestros pecados y defectos, sino de dejarse
guiar por el Espíritu. Con él, siéndole dóciles, seremos capaces y hasta nos
sentiremos felices de hacer silencio, dedicar un tiempo diario a la lectura de
la Palabra de Dios, reconocer el pecado e ir dando los pasos necesarios en el
proceso de nuestra conversión. Con la luz del Espíritu Santo, descubriremos
los caminos a dejar y los caminos a recorrer, pues él “guía por la senda recta
a los humildes y descubre a los pobres sus caminos” (salmo 24). Con él, nos
sentiremos atraídos a buscar la misericordia y la ternura de Dios, que son
eternas.
Establezco una alianza con ustedes
Escuchamos, en la primera lectura de este año, el pacto o alianza que Dios
hizo con Noé y con toda la creación: “no volveré a exterminar la vida con
el diluvio ni habrá otro diluvio que destruya la tierra”. En este episodio de la
historia de la salvación, sobre todo en el arca flotando sobre el agua, en la
que se salvaron Noé, su familia y los animales que habían entrado con ellos,
ve san Pedro un símbolo del bautismo. “Aquella (el agua o el arca) –afirma
el apóstol en la segunda lectura- era figura del bautismo, que ahora los
salva a ustedes”. Con estas dos lecturas se nos recuerda otro de los
elementos u objetivos esenciales de la cuaresma: la renovación de la
alianza bautismal.
La cuaresma, poniéndonos en desierto, enfrentándonos con Satanás, nos
prepara para la solemne renovación de las promesas bautismales que
haremos en la celebración nocturna de la Vigilia pascual. Todo bautizado es
invitado a mirar a su raíz espiritual y a permitirle retoñar e incluso revivir, si
hubiera sido cortada, paralizada o incluso consumida. Cualquiera que sea su
situación. A quienes estamos viviendo conscientemente el bautismo como
fundamento de nuestra vida, nos toca despertar, dar un toque de atención, a
quienes viven totalmente de espaldas a él.
No habrá renovación de la alianza bautismal sin encuentro personal con el
Señor. Ir al desierto, entrar en cuaresma, supone ante todo abrir el corazón a
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DOMINGO II DE CUARESMA
Lecturas:
Gn 22,1-2.9-13.15-18. El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Sal 115. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Rm 8,31b-34. Dios no perdonó a su propio Hijo.
Mc 9,2-10. Éste es mi Hijo amado.
Hay personas que, al leer este relato o al escuchar, por ejemplo, la historia de
Job, dicen: yo no creo en ese Dios tan “maluco”. Dios es ciertamente
misterioso o, mejor, Dios es claridad y transparencia que deslumbra y ciega.
Hay que abandonar, respecto de Dios, todo calificativo y centrarse en la
respuesta adecuada a su acción o proyecto. La cuaresma es un tiempo para
ofrecerle a Dios en sacrificio no sólo el pecado sino el bien cuyo apego nos
impide recibir un bien mayor. Ese “toma a tu hijo y ofrécemelo en
sacrificio” puede significar para nosotros: renuncia a ese proyecto en el que
has puesto tanto empeño, renuncia a esa obra que has ido dando a luz con
tanto esfuerzo, deja ese trabajo que ha significado para ti seguridad y
esperanza de calidad de vida, deja ese cargo al que has llegado a base de
méritos y años, renuncia a esa amistad que tanto apoyo te ha dado, renuncia
a tenerlo todo controlado…
Por no haberte reservado a tu hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus
descendientes
La cuaresma es un tiempo propicio para abrirse a nuevos horizontes y, para
ello, estar dispuestos a sacrificar lo que haga falta. En realidad, Dios no
siempre pide la renuncia efectiva. Sí la afectiva. Abrahán estuvo dispuesto a
sacrificar a su único hijo, pero no era la muerte del hijo lo que Dios quería,
sino la ofrenda del desapego y de la obediencia. El mejor desapego es no
apegarse a nada, vivir soltando, vivir sin saberse dueño o propietario de
nada. “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, ¡bendito sea el nombre del
Señor!” exclama Job. Abrahán no dice nada, simplemente obedece en
silencio, al igual que san José.
En realidad, Dios no nos pide nada que no hay hecho él mismo. El Padre
se desprendió de su Hijo y -como dice la segunda lectura de hoy- “no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. El
Hijo “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios,
al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando
por uno de tantos”. La renuncia a algo, el sacrificio de algo, la muerte, no es
otra cosa que la condición necesaria para recibir más, para adquirir
dones mejores, para recibir vida más plena. Para que Dios pueda darse
totalmente al hombre, el hombre ha de renunciar a todo y a sí mismo
completamente.
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DOMINGO IV DE CUARESMA
Lecturas:
2Cro 36,14-16.19-23. La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la
deportación y en la liberación del pueblo.
Sal 136. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Ef 2,4-10. Estando muertos por los pecados, nos has hecho vivir con Cristo.
Jn 3,14-21. Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.
INFIDELIDAD Y DESTRUCCIÓN – FE, GRACIA Y SALVACIÓN
Después de haber leído y meditado un poco las lecturas de la Palabra de
Dios de este domingo, se ha reafirmado en mí la convicción de cuán actual
es la Palabra de Dios. No es letra muerta ni simples relatos de una historia
pasada encuadrada en otros contextos culturales. No, no. Es verdad que tal
convicción sólo puede brotar de la fe. No en vano decían ya los antiguos que
la Sagrada Escritura ha de ser leída con el mismo espíritu (Espíritu) con que
fue escrita. De lo contrario, la Biblia se cae de las manos o conserva un
interés puramente literario y cultural. Tratando de sintetizar el mensaje de la
Palabra de este cuarto domingo de cuaresma, me parecían adecuados estos
tres o cuatro conjuntos de términos y realidades: infidelidad y destrucción,
misericordia y compasión, salvación y gracia, fe e incredulidad.
Los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades
Estamos a finales del siglo séptimo y comienzos del siglo sexto antes de
Cristo. El libro de las Crónicas, que escuchamos en la primera lectura de
hoy, dice que “todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus
infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles. El Señor,
Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus
mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo. Pero ellos se burlaron de
los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus
profetas”. ¿Y en qué terminó aquello? En ruina, destrucción y exilio:
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DOMINGO V DE CUARESMA
Lecturas:
Jr 31,31-34. Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados.
Sal 50. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
Hb 5,7-9. Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación
eterna.
Jn 12,20-33. Si el grano de trigo cae en tierra y muerte, da mucho fruto.
que le espera, está decidido a llegar hasta el final y sabe que en su muerte
van a ser glorificados el Padre y él mismo.
También la Carta a los Hebreos recoge, con palabras dramáticas, la oración
angustiada del Señor: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con
lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte,
cuando en su angustia fue escuchado”. Es interesante notar que Jesús no
busca, en ese momento, consuelos humanos (aunque invita a sus discípulos a
que velen a su lado) ni una paz psicológica basada en técnicas naturales
(respiración, relajación…), sino que recurre a la oración. Una oración
angustiada, con lágrimas, con sudor de sangre (según indica san Lucas),
incluso con gritos, pero oración, súplica insistente dirigida a su Padre,
porque sabe que es el único que le puede ayudar. Sorprendentemente, afirma
la carta a los hebreos que “en su angustia fue escuchado”. ¿Cómo es esto?
¿Acaso le fue evitada la cruz? ¿Acaso el Padre envió una legión de ángeles
para que no cayera en manos de los judíos? No. Pero fue escuchado por el
Padre. El Padre le dio consuelo y ánimo. Durante el resto de la pasión,
Jesús permanece sereno y firme, lleno de fortaleza.
Si, como afirma san Pedro, en un himno que recitamos en las vísperas de
estos domingos de cuaresma, “Cristo padeció por nosotros, dejándonos un
ejemplo para que sigamos sus huellas”, la contemplación de Jesús
angustiado, triste, agitado, deprimido en cierto modo y, al mismo tiempo,
elevando sus manos y la mirada con esperanza al Padre en oración
clamorosa, debe llevarnos a reflexión: en mis momentos de angustia,
tristeza o turbación interior ante cualquier situación dolorosa que se me
presente, ya sé qué hacer. Como Jesús, oraré, clamaré, pero no dejaré pasar
de largo la “gloria” de esa hora.
“Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer”. Quiso
experimentar el sufrimiento de la obediencia. No es que la obediencia por sí
misma sea dolorosa o fastidiosa. En otro momento dice Jesús que su
alimento es hacer la voluntad de su Padre. Jesús se goza habitualmente de
obedecer a Dios. Al igual que se gozaba de obedecer a María y a José. Sabe
Jesús que la obediencia no es otra cosa que la actitud filial de apertura a los
dones paternales de Dios. Obediencia es capacidad de recibir. Sin embargo,
quiso también asimilarse a nosotros en esto, porque a nosotros nos cuesta
114
pedirle consejo. Los Hogares de caridad fundados por ella están hoy en
Europa, América, África y Asia.
Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí
Jesús ve en su misterio pascual de pasión, muerte y resurrección, su
glorificación: “ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”.
También la condición para atraer a todos hacia él. “Mirarán al que
traspasaron”. Hacia el crucificado han de dirigirse las miradas de quienes
desean salvación. En el corazón de todo ser humano hay una secreta
atracción hacia este Hombre. Muchos la niegan, otros intentan convencerse
de que es hacia otro lado a donde hay que mirar, pero quienes, aceptándola,
elevan una mirada de fe hacia Cristo, crucificado y resucitado, reciben
salvación, perdón y vida eterna.
Decídete también tú a caminar por la vida con los ojos clavados en Aquel
que está clavado –elevado- en una cruz. “Corramos con fortaleza la prueba
que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el
cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la
ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios” (Heb 12, 1-2).
Recuerda que Pedro, cuando dejó de mirar a Jesús, empezó a hundirse.
Ahora bien, tener la mirada puesta en el Crucificado significa, ahora,
reconocerle en la propia cruz y en la del hermano. No se trata
evidentemente de estar absorto ante un crucifijo (por supuesto, puedes orar
ante una cruz, la Iglesia nos invita a adorarla el viernes santo), sino, sobre
todo, de mirar con fe y reconocer a Jesús en las propias cruces y en los
crucificados de nuestro mundo. Ahora ya sabemos cómo se realiza el deseo
de aquellos griegos que se acercaron a Felipe y le dijeron “queremos ver a
Jesús”. Si tienes deseos ardientes de ver a Jesús, ya sabes dónde le puedes
encontrar, ya sabes hacia dónde Él mismo te atrae. Que la Virgen dolorosa te
lo muestre y te ayude a dejarte atraer hacia él.
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Semana Santa
JUEVES SANTO
Lecturas:
- Éx 12, 1-8. 11-14. Prescripciones sobre la cena pascual.
- Sal 115. R. El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo.
- 1Co 11, 23-26. Cada vez que coméis y bebéis proclamáis la muerte del
Señor.
- Jn 13, 1-15. Los amó hasta el extremo.
VIERNES SANTO
Lecturas:
- Is 52, 13-53, 12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
- Sal 30. R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
- Hb 4, 14-16; 5, 7-9. Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los
que le obedecen en autor de salvación.
- Jn 18, 1-19, 42. Pasión de nuestro Señor Jesucristo.
VIGILIA PASCUAL
Lecturas:
- Gn 1, 1-2, 2. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.
- Sal 103. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
O bien: - Sal 32. La misericordia del Señor llena la tierra.
- Gn 22, 1-18. El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
- Sal 15. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
- Éx 14, 15-15, 1. Los Israelitas en medio del mar, a pie enjuto.
- Sal: Éx 15, 1-18. Cantaré al Señor, sublime es su victoria.
- Is 54, 5-14. Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
- Sal 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
- Is 55, 1-11. Venid a mí y viviréis, sellaré con vosotros alianza perpetua.
- Sal: Is 12, 2-6. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.
- Ba 3, 9-15. 32-4, 4. Caminad a la claridad del resplandor del Señor.
- Sal 18. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
- Ez 36,16-28. Derramaré sobre vosotros un agua pura y os daré un corazón
nuevo.
- Sal 41. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti,
Dios mío. O bien: - Sal 50. Oh Dios, crea en mí un corazón puro.
- Rm 6, 3-11. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere
más.
- Sal 117. Aleluya, aleluya, aleluya.
- Mc 16, 1-7. Jesús el Nazareno, el crucificado, ha resucitado.
NOCHE QUE LAVA LAS CULPAS Y DA ALEGRÍA A LOS TRISTES
Ya lo sabíamos… ¡Ha resucitado! Hemos recordado su cena, su humillación,
su muerte ignominiosa, con la certeza de que no estábamos celebrando
hechos de la vida de un muerto sino de Alguien que vive. En virtud de su
presencia, hemos podido celebrar este santo Triduo pascual. Cristo ha
resucitado. El amor del viernes santo no termina en la cruz. El amor de
Cristo al Padre y a nosotros se prolonga en la resurrección. La resurrección
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es la respuesta del Padre al amor del Hijo y la manifestación de ese amor del
Padre a nosotros, que entregó a su Hijo a la cruz precisamente por nosotros,
y ahora nos lo entrega lleno de vida. En él tenemos vida eterna. Celebrar la
Pascua es celebrar el amor de Dios.
En el resucitado, nosotros somos hijos. Por el bautismo, el Padre nos da su
propia vida, nos hace participar en la vida del Resucitado. Al renovar esta
noche las promesas de nuestro bautismo, nos disponemos a que Dios
renueve en nosotros la resurrección que es el bautismo. Morir y resucitar. En
esta noche volvemos a nacer.
“Esta noche santa –escuchamos en el pregón pascual- ahuyenta los pecados,
lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes,
expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los potentes”. En tres dones
podemos resumir la gracia que, según este texto del pregón, se nos regala
esta noche: la actualización del bautismo como limpieza total de pecado, el
amor y la alegría.
¿Hemos de hacer algo para ser partícipes de estos dones? ¿Qué
necesitamos para recibirlos? Son pura gracia de Dios. Pero, ciertamente, se
requieren unas disposiciones a las que la cuaresma nos ha debido preparar.
La principal es el desapego total del pecado, la renuncia sincera al pecado.
Lo que la teología llama la contrición perfecta. La contemplación del amor
del crucificado debería habernos llegado a lo profundo del corazón como la
lanza que le clavó a él el soldado y haber salido no sangre y agua, sino el
deseo sincero de morir al pecado. Con esta actitud, la sangre del Resucitado
nos limpia totalmente las culpas, ahuyenta los pecados, nos devuelve la
inocencia y dispone nuestro corazón a llenarse del amor de Dios.
Esta noche expulsa el odio y trae la concordia. Pone en nosotros una
participación en ese amor de la Trinidad que resume todo el Triduo pascual:
el amor del Padre al Hijo, el amor del Hijo al Padre y a nosotros, el amor del
Espíritu Santo a Cristo. Pero, recibimos en la medida que deseamos y
esperamos. Por eso, otra disposición necesaria también es la esperanza. Los
apóstoles habían perdido la esperanza. Nosotros, que sabemos que El
resucitó, seríamos realmente impíos si no esperáramos.
133
DOMINGO DE PASCUA DE LA
RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Lecturas:
Hch 10,34a.37-43. Hemos comido y bebido con él después de la
resurrección.
Sal 117. Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro
gozo.
Col 3,1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
O bien: 1Co 5,6b-8. Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva.
Jn 20,1-9. Él había de resucitar de entre los muertos.
O bien: (tarde) Lc 24,13-35. Le reconocieron al partir el pan.
parroquias a las que cada vez asiste menos gente… ¡Qué duda cabe que
necesitamos un aire fresco de esperanza!
Pero ya no estamos para pequeñas ilusiones ni -creo que estarás de acuerdo
conmigo- para seguir engañándonos a nosotros mismos con recetas simples
de autoayuda: “piensa y siente en positivo”, “dile a tu subconsciente que lo
vas a conseguir”, “dentro de ti tienes la energía positiva para lograrlo y ser
feliz”… u otras -permíteme la expresión- pendejadas por el estilo. A estas
alturas de la vida sabemos bien lo que da de sí el propio esfuerzo o los
recursos puramente humanos. Necesitamos una gran esperanza, una
esperanza posible, real. El mundo la necesita. Y esa esperanza existe, está
ahí.
Esa esperanza es una persona, un hombre que ha muerto y ha resucitado,
alguien que ha vencido la muerte. Tú sabes muy bien quién es esa Persona.
Cometerías una gran injusticia si no tomaras la determinación de anunciarlo,
de proponer a los hombres de este tiempo a Aquel en quien pueden encontrar
la única esperanza firme para salir del tedio existencial y el pesimismo. Está
ahí, en medio de ellos, pero sus ojos no son capaces de reconocerlo.
¡Anúncialo! ¡Muéstraselo! ¡Verdaderamente Cristo ha resucitado y Él es
nuestra esperanza!
Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día
Pedro es uno de los hombres que salió a la calle a anunciar la buena noticia,
la alegre esperanza: “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo. Nosotros somos testigos. Lo mataron colgándolo de
un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver. Los que
creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”. Pedro sabe
que ese hombre muerto y resucitado no es un fantasma, no es una utopía,
no es tampoco un ser lejano. Pedro te dice que ese Jesús de Nazaret está vivo
y dispuesto a apiadarse de la miseria humana y darte parte en su victoria
santa.
Su victoria santa no se queda en la superficie. Los remedios humanos para
los males de nuestro mundo no pueden ir más allá de reparar ciertas
manifestaciones externas. Y son siempre muy temporales. Los médicos
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Tiempo pascual
Has venido a visitarme / Como Padre y como Amigo /
Jesús, no me dejes solo. ¡Quédate Señor conmigo!
Por el mundo envuelto en sombras / soy errante peregrino /
Dame tu luz y tu gracia. ¡Quédate Señor conmigo!
En este precioso instante / abrazado estoy contigo /
Que esta unión nunca me falte. ¡Quédate Señor conmigo!
Acompáñame en la vida / tu presencia necesito /
Sin ti desfallezco y caigo. ¡Quédate Señor conmigo!
Declinando está la tarde / voy corriendo como río /
al hondo mar de la muerte. ¡Quédate Señor conmigo!
En la pena y en el gozo / sé mi aliento mientras vivo /
Hasta que muera en tus brazos. ¡Quédate Señor conmigo!
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DOMINGO II DE PASCUA
-DE LA DIVINA MISERICORDIA-
Lecturas:
Hch 4,32-35. Todos pensaban y sentían lo mismo.
Sal 117. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia.
1Jn 5,1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Jn 20,19-31. A los ocho días, llegó Jesús.
abierta como manantial de vida nueva. Al igual que Moisés golpeó la roca
en el desierto y, de ella, brotó agua para que bebiera el pueblo, así ahora, del
costado de Cristo resucitado, mana la misericordia que salva al mundo.
Acércate, pues, a recibirla. También la pascua es tiempo oportuno, día de
salvación. Más incluso que el tiempo de cuaresma.
Si no veo, si no toco, si no… no creo
Otro de los nombres que recibe este domingo segundo de pascua es el de
“domingo de Tomás”, por el protagonismo, no precisamente ejemplar, que
tiene este apóstol. Con su incredulidad y obstinación para aceptar el
testimonio de los demás apóstoles, ha quedado como paradigma o prototipo
de persona obstinada y dura de corazón. También esta es la actitud de
muchos de nuestros contemporáneos y, en mayor o menor medida, de
nosotros mismos. Una postura insensata, porque estas personas, que dicen
querer ver para creer, aceptan ciegamente miles y miles de noticias e
informaciones del presente y hechos del pasado que no están en condiciones
de comprobar.
La misericordia de Cristo quiere alcanzarles también, incluso especialmente,
a ellas. Como a Tomás, hoy Jesús se les acerca para que toquen con sus
dedos los agujeros de los clavos y metan la mano en su costado y no sean
incrédulos sino creyentes. No se trata, evidentemente, de tocar
materialmente el cuerpo de Jesús, pero sí de palpar algunos signos de su
presencia. San Juan nos dice que Jesús hizo muchos signos a la vista de sus
discípulos y que los que él narra “se han escrito para que crean que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengan vida en su Nombre”.
¿Cuáles son los signos de credibilidad a través de los cuáles Jesús resucitado
quiere mostrarse hoy al mundo?
El signo principal es su Cuerpo místico, su Iglesia. Y más concretamente, las
heridas de su Iglesia. Sólo una Iglesia agujereada y traspasada será capaz de
mostrar al Resucitado. Sólo a través de las huellas de los martillazos y la
lanzada, de los agujeros y las heridas que el misterio pascual, la cruz, ha ido
dejando en tu vida como miembro de Cristo serás capaz de ser signo del
Resucitado para tus contemporáneos. Una Iglesia perseguida, como es hoy
la iglesia de muchos países, es una iglesia significativa. Sólo una Iglesia
que sufra a diario golpes en su imagen y obstáculos en su actividad, una
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iglesia humillada, y que los viva al estilo de Jesús en su pasión, será signo de
credibilidad. Y esto es así también en cada uno de sus miembros. Jesús no se
avergüenza de las huellas de los clavos y la lanza, es más, las muestra como
signo de identidad y credibilidad.
En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo
Otro signo de credibilidad, a través del cual Jesús resucitado quiere
mostrarse hoy al mundo es una vida eclesial al estilo de la primera
comunidad cristiana, tal como nos la relata la primera lectura de este
domingo. No recoge la lectura de Hechos 4, 32-35 todos los aspectos de la
vida de la comunidad que ha indicado antes en 2, 42-47. El texto de este
domingo nos dice que “en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían
lo mismo, lo poseían todo en común… y daban testimonio de la resurrección
del Señor con mucho valor”. Se trata de la comunión de pensamiento
(unidad en la fe), de sentimientos (concordia y amor fraterno) y de bienes.
¿Cómo puede la Iglesia esperar que el mundo crea en Jesús cuando cada
cristiano presenta un Jesús a su manera? ¿Cómo pretende una parroquia salir
a evangelizar eficazmente si entre sus grupos y movimientos hay divisiones
y resentimientos? ¿Creerá el mundo en un Jesús que entregó su vida por él si
sus seguidores no están dispuestos a entregar parte de sus bienes para que
nadie pase necesidad? Y esto que digo de la Iglesia en general o de cualquier
parroquia en particular hay que aplicarlo a cada uno de sus miembros: ¿Qué
credibilidad tendrá la predicación de un evangelizador, de un sacerdote o de
un teólogo que no acepta algunas enseñanzas de la Iglesia? ¿Cómo podrán
creer en Jesús quienes viven en la miseria si los que van a anunciárselo no se
interesan por ayudarles en sus necesidades materiales? Revisa, pues, tu
espíritu de comunión eclesial: comunión en la misma fe, comunión en el
amor fraterno, comunión en los bienes materiales.
A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados
La fe en Jesús resucitado, necesaria para tener vida eterna en su Nombre y
para vencer al mundo, lleva necesariamente a la fe en el perdón de los
pecados a través del ministerio de la Iglesia. Cuando una persona dice que
no cree en los curas o pregunta por qué tiene que confesar sus pecados a un
hombre, está dejando ver la debilidad de su fe. Cristo no te pide que creas en
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los curas, sino que aceptes su mediación, consecuencia del ministerio que
han recibido. Jesús resucitado se hace presente a través de ellos; a través de
ellos quiere hacerte llegar su misericordia.
Por supuesto, esta mediación eclesial, este ministerio de reconciliación,
compromete al ministro que lo ha recibido en toda su persona y en su modo
de vivir. No basta sentarse en un confesionario, sino hacer presente en todo
momento la misericordia y la compasión de Cristo. El Papa Francisco no
se cansa de insistir en ello: “a imagen del Buen Pastor, el sacerdote es un
hombre de misericordia y de compasión, cerca de su gente y servidor de
todos. En particular el sacerdote demuestra entrañas de misericordia en el
administrar el sacramento de la reconciliación; lo demuestra en toda su
actitud, en la forma de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver”
(Discurso a los sacerdotes de Roma, 6/3/14). “Misericordia es, antes que
nada, dijo en esa misma ocasión el Papa, curar las heridas”.
La Iglesia ha recibido el Espíritu Santo para hacer presente en el mundo la
misericordia de Cristo. Una misericordia que es eterna. La misericordia de
Dios, además del perdón, siempre trae consigo la paz y la alegría. Las
palabras de Jesús “paz a ustedes” y la constatación de que los discípulos “se
llenaron de alegría al ver al Señor” se hacen patentes de modo extraordinario
cuando recibimos el sacramento de la reconciliación. Si ya lo recibiste
durante la cuaresma, vuelve a recibirlo durante la pascua.
No te canses de acoger y repartir la misericordia de Dios. A eso somos
enviados por Jesús como el Padre lo envió a Él. Con su mismo Espíritu, con
su mismo amor, con su mismo poder. Concluyó el año de la misericordia,
reguemos y abonemos sus semillas. María, madre de misericordia, ayúdanos
a ser testigos de la misericordia de Cristo.
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DOMINGO IV DE PASCUA
Lecturas:
Hch 4,8-12. Ningún otro puede salvar.
Sal 117. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular.
1Jn 3,1-2. Veremos a Dios tal cual es.
Jn 10,11-18. El buen pastor da la vida por las ovejas.
JESÚS, BUEN PASTOR, TE CONOCE Y SE TE DA A CONOCER
Suele denominarse a este cuarto domingo de Pascua Domingo del Buen
Pastor pues todos los años escuchamos algún pasaje del capítulo 10 del
evangelio de san Juan en el que Jesús se presenta a sí mismo como el buen
pastor de su rebaño. Además de invitarnos a contemplarle a él, Jesús quiere
que reflexionemos sobre su presencia en los pastores de la Iglesia.
Coincidiendo con este día, desde hace ya más de cincuenta años, se celebra
la Jornada mundial de oración por las vocaciones que, aunque se refiere a
todas las vocaciones dentro de la vida cristiana, pone un énfasis especial en
las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa.
Jesús es la piedra desechada y que se ha convertido en piedra angular
En la primera lectura de la Misa de hoy, continuamos escuchando el
testimonio que Pedro, lleno del Espíritu Santo, da sobre Jesús. “Jesús es -
dice Pedro a los judíos- la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y
que se ha convertido en piedra angular”. La piedra angular es la piedra clave,
la piedra fundamental de un edificio; si la quitamos, el edificio no se
sostiene, amenaza ruina. Pedro toma estas palabras prestadas del salmo 117
que anuncia proféticamente la resurrección del Señor. Jesús resucitado es “la
piedra angular” de la Iglesia y del edificio de la humanidad. Toda realización
eclesial y humana, para que sea realmente positiva y provechosa, ha de estar
fundamentada en Él.
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Jesús es la piedra angular que fue desechada por los jefes judíos (los
arquitectos). También hoy Jesús es piedra desechada por los dirigentes
(políticos, económicos, científicos, culturales…) y una parte considerable
de la sociedad, por mucha gente. No por todos, por supuesto, pero sí por una
gran mayoría. Por eso, el edificio humano se ve constantemente amenazado
por tantos males. Esa es la razón o causa más profunda. Igual puede pasar
dentro de la Iglesia: si dejamos a Jesús de lado, si Él no es el centro, por
muy buenas estructuras y buenos proyectos pastorales que tengamos, por
muy buena organización…, todo edificio espiritual (una parroquia, una
comunidad religiosa, un movimiento, un grupo…) no se sostiene, va
derrumbándose.
Y lo mismo hemos de decir de la vida de cada persona en particular. Si tu
vida no está firme y fuertemente arraigada en Jesús, si no es él tu piedra
angular, la base fundamental sobre la que estás edificando todo lo demás,
tarde o temprano, se derrumbará. Te darás cuenta de que tu vida es un
fracaso existencial, que no tiene sentido. Dios es tan bueno que no suele
permitir que haya un derrumbe total, pero sí derrumbes parciales
(matrimonio, profesión, educación de los hijos…) que deberían ponernos
alerta y hacernos reflexionar. No basta que Jesús ocupe un lugar junto a otras
personas o actividades. Ese es el error de algunos. Jesús ha de ocupar el
centro.
Pedro concluye: “ningún otro puede salvar y, bajo el cielo, no se nos ha
dado otro nombre que pueda salvarnos”. El “nombre” es la persona.
Ninguna otra persona, fuera de Jesucristo, puede salvarnos. Ningún
gobernante, ningún líder social, ni la ciencia y la técnica con su progreso
(que tiene muchas cosas buenas, por supuesto), ninguna ideología, ni
nuestras propias cualidades y esfuerzos… puede salvarnos. Sólo Jesús. No
se trata de rechazar todas esas realidades. Jesús cuenta también con todo eso
(gobernantes, avances científicos, preparación personal…) para nuestra
perfección integral, pero sin él y sin la mediación de su Iglesia a través de la
cual él se hace presente hoy en el mundo, no hay salvación.
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas
Junto a la imagen de la piedra angular, la liturgia de hoy nos ofrece otra
imagen de Jesús, la que da nombre a este domingo. El propio Jesús se
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denomina a sí mismo buen pastor: “yo soy el buen pastor”. El pasaje de este
año destaca dos características esenciales del buen pastor: que da la vida
por las ovejas -en esto insiste varias veces- y que las conoce como él y el
Padre se conocen. En contraposición al buen pastor, está el asalariado que,
ante el peligro, abandona las ovejas y huye porque en verdad no le importan.
Personalicemos estas afirmaciones y realidades. Jesús es mi piedra
angular, la piedra-clave del edificio mi vida. ¿Lo es realmente? Jesús es la
única persona, el único nombre, en quien puedo encontrar salvación. ¿Estoy
plenamente convencido/a de ello? Jesús es el buen pastor que ha dado su
vida por mí (“me amó y se entregó por mí” Gal 2, 20). ¿Lo he aceptado
como el guía de mi vida, el guía de todos los ámbitos integrantes (personal,
conyugal, laboral…) de mi vida? Jesús me conoce como él y el Padre se
conocen. ¿Me siento plenamente conocido/a y comprendido/a por él? De la
contemplación personalizada de estas realidades y la respuesta a los
interrogantes necesariamente ha de brotar la admiración, alabanza, la acción
de gracias, la petición de perdón y de gracias.
Jesús es el Buen Pastor que da la vida por las ovejas. La dio en la cruz y la
sigue dando. Una vez resucitado se ha convertido en fuente de vida eterna
para cuantos creen en él. La da y la acrecienta. Continúa dándonos vida en
la celebración de cada Eucaristía y de los demás sacramentos. La da en el
bautismo y la devuelve, a quien la ha perdido, en la Penitencia. La da y la
acrecienta también a través de su Palabra proclamada en la Liturgia y
predicada por los pastores de su Iglesia. ¿Cómo la estás recibiendo?
¿Cómo valoras la vida eterna? ¿Cómo estás de vitalidad espiritual?
Yo soy el buen pastor que conozco a mis ovejas y las mías me conocen
El conocimiento que tiene Jesús, el Buen Pastor, de todas y cada una de sus
“ovejas”, es decir, de todos y cada uno de nosotros, no es un simple
conocimiento de datos (origen, edad, estudios, estado civil…) ni un
conocimiento exterior y superficial. Por muy bien que nosotros podamos
conocer a una persona, en realidad casi no la conocemos porque no podemos
penetrar en su interioridad. Por mucho que nos hable e incluso nos cuente
cosas íntimas, una cosa es lo que expresa y otra lo que en realidad
experimenta y otra el modo como yo lo percibo. Por muchos años que
convivamos con una persona, no acabamos nunca de conocerla bien (así lo
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afirman parejas que llevan casadas muchos años). Pues bien, Jesús sí nos
conoce, Jesús es el único que nos conoce perfecta y totalmente. Conoce la
interioridad, lo que realmente es una persona. ¡Hay Alguien que me conoce
plenamente! ¡Hay Alguien que me entiende, que me comprende,
perfectamente!
Por otra parte, a veces, un mejor conocimiento de las personas nos lleva a
distanciarnos de ellas, a desconfiar, a amarlas menos… No sucede eso en
Jesús, el Buen Pastor. Jesús conoce amando. El suyo es un conocimiento
amoroso. Conocimiento y amor de complacencia y de misericordia. Me ama
complaciéndose en lo bueno y me ama compadeciéndose de lo malo que hay
en mí. Me conoce comprendiéndome.
La conciencia de este conocimiento amoroso, de complacencia y de
misericordia, que Cristo tiene de mí, es fuente de paz permanente, de
aceptación propia y autoestima, de aceptación de los demás, de esperanza en
mi propia sanación (¡también es pastor-médico que cura!) y realización
personal (santidad).
Y yo, ¿conozco a Jesús? ¿Cómo lo conozco? ¿Superficial o profundamente?
¿Fría o amorosamente? ¿Un simple conocimiento de datos sobre su vida y de
verdades del credo o por amistad? ¿Por lectura y estudio o por Espíritu
Santo? A Jesús podemos conocerle íntimamente, porque Él quiere
dársenos a conocer. Sensible, intelectual y amorosamente. Comunicarnos
vida eterna va unido a conocerle: “esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3).
Sólo conociéndolo, podrás darlo a conocer. Él tiene otras ovejas a las que
quiere traer a ser parte de su rebaño. Para esa tarea te necesita y quiere contar
contigo. Pero ¿cómo le vas a anunciar si no le conoces y amas
apasionadamente?
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DOMINGO V DE PASCUA
Lecturas:
Hch 9,26-31. Les contó cómo había visto al Señor en el camino.
Sal 21. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
1Jn 15,1-8. Éste es su mandamiento: que creamos y que amemos.
Jn 15,1-8. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante
sabia de la cepa es la que corre por los sarmientos, así la misma vida divino-
humana -eterna- de Jesús es la que debe correr interiormente por cada
cristiano. Esto es así gracias a la inhabitación del Espíritu Santo. No somos
sólo discípulos que siguen a su Maestro a distancia, sino sarmientos
injertados en él que participan de su misma Vida y Espíritu. Contempla
en silencio, adora, alaba, da gracias.
A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y al que da fruto lo
poda para que dé más fruto
El sarmiento unido a la vid necesariamente ha de dar fruto. Hablaremos más
adelante de ello. Pero, para dar fruto abundante, hay que dejarse podar. La
vid es precisamente una planta que necesita ser podada después de cada
cosecha como condición imprescindible para dar una nueva producción de
calidad. La imagen de la poda indica purificación. Estamos en Pascua, pero
también este tiempo es momento oportuno de conversión. La poda es, en
cierto modo, una amputación dolorosa: la mayor parte del sarmiento ha de
ser separada de la cepa y dada por perdida. ¿Qué ha de ser podado en tu
vida? No te resistas y verás el resultado.
Jesús afirma que, a los sarmientos que no dan fruto, el Padre los arranca. Así
hacen los viticultores. Pero en realidad no los arranca el Padre sino que ellos
mismos se arrancan, al separarse de Cristo por sus actitudes de pecado.
Se trata de aquellos creyentes que no permanecen en Jesús: “al que no
permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca”.
Permanezcan en mí y yo en ustedes
“Permanezcan” indica constancia, perseverancia. “En mí y yo en ustedes”,
expresa intimidad, unión vital de amistad. Pero incluso podemos decir que
hay diversos niveles de intensidad en el permanecer. Con frecuencia uno de
los problemas de tanta gente, sobre todo de las nuevas generaciones, es la
inconstancia. Personas que parecían muy firmes en la fe y la vida cristiana,
de la noche a la mañana, dicen que han perdido la fe o que dudan de todo o
se han ido a otra confesión cristiana. Grupos de jóvenes, que parecían
consolidados, casi de repente se desintegran. Matrimonios que incluso
trabajaban en pastoral familiar…, y te enteras que se han separado y ni
siquiera vienen a la iglesia…
157
Un amor que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”
(1Cor 13, 4-7). Ese amor sólo brota de una unión íntima con Jesús. De ese
amor podrán surgir grandes obras sociales o pequeños detalles cotidianos.
Es un amor extraordinario vivido en lo cotidiano. Si quieres que en tu vida se
produzca ese fruto no hay otro camino que permanecer en Jesús, vivir en
profunda comunión con Él.
Y el otro fruto nos lo muestra el apóstol Pablo que, después de aquel
encuentro con el Resucitado que transformó totalmente su vida, “se movía
libremente en Jerusalén predicando públicamente el nombre del Señor”.
Nada ni nadie será capaz de detenerlo. El fuego del amor de Cristo que
ardía en su corazón lo impulsaba a evangelizar. “¡Ay de mí si no predicara el
evangelio!” (1Cor 9, 16). Nadie puede dudar de que el antiguo perseguidor
dio fruto abundante. ¿Cuál fue su secreto? La unión profunda que mantuvo
con Cristo, hasta el punto de llegar a decir: “con Cristo estoy crucificado: y
no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente
en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gal 2, 19-20).
“Con Cristo estoy crucificado…” Permanecer en Jesús, para dar fruto con
él, implica dejarse crucificar con él. Tal vez este sea nuestro problema. No se
puede permanecer en Jesús sin dejarse podar por el Padre. No se puede
llegar a una íntima unión con Jesús sin haberse negado uno a sí mismo.
¿Quieres ser capaz de moverte libremente por la ciudad, por el mundo,
predicando públicamente a Jesús? Déjate crucificar con él, como Pablo, ve
olvidándote cada día un poco más de ti mismo, y así permanecerás siempre
en él, tu vida será exitosa y dará fruto.
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DOMINGO VI DE PASCUA
Lecturas:
Hch 10,25-26.34-35.44-48. El don del Espíritu Santo se ha derramado
también sobre los gentiles.
Sal 97. El Señor revela a las naciones su salvación.
1Jn 4,7-10. Dios es amor.
Jn 15,9-17. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos.
o el simple instinto pasional) que hay que detenerse a reflexionar sobre qué
es en realidad el amor.
El modelo de referencia para toda expresión de amor humano debe ser
Dios. Si podemos hablar de amor humano es porque los seres humanos
hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios que es Amor. En la
sociedad actual, en general, el “amor” de referencia es el amor de pareja (que
ya no es siquiera la relación varón-mujer). Habríamos de matizar, primero,
que hay muchos modos de amor, cada uno con sus características y
expresiones peculiares: paternal, maternal, filial, fraternal, conyugal, de
amistad, de noviazgo. Y además precisar que todo amor está hecho de
voluntad y sentimiento y que lo más importante no es el sentimiento -que a
veces puede quedar apagado, insensible- sino la decisión y fuerza de la
voluntad.
La esencia del amor es el deseo de unión con alguien (Dios, un amigo, la
esposa, los hijos). El amor humano se vive y expresa también corporalmente,
de modo diferente según cada una de sus modalidades. Hay amor posesivo
(que desea poseer y gozar de la cosa o persona amada) y amor oblativo
(desinteresado, de entrega y donación). No se puede meter todo en el
mismo “saco”. No tener en cuenta estas matizaciones lleva al error, a la
confusión y, en último término, a la perversión del amor.
Más todavía, hay un amor natural y un amor sobrenatural o amor de
caridad. Las personas que viven en pecado pueden amar -hasta cierto punto,
porque siguen siendo imagen de Dios, pero sólo con un amor natural.
Quienes viven en Cristo, en la gracia de Cristo, han recibido el amor de
caridad, el mismo amor de Dios, porque “el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 5).
Este es el amor en que nos invita Jesús a permanecer. Este es el amor que
ha de penetrar todas las modalidades de amor humano (paternal, maternal,
conyugal, filial, fraternal, de amistad, de noviazgo) y con sus características,
tan bien descritas por san Pablo en 1Cor 13, 3-7.
El amor no va de abajo hacia arriba, sino al revés: Dios nos ha amado
primero. El amor de Dios Padre se ha manifestado en que “mandó a su Hijo
único, para que vivamos por medio de él. Él nos amó y nos envió a su Hijo
como propiciación por nuestros pecados”. Se trata de un amor universal que
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no excluye a nadie, como reconoce san Pedro: “está claro que Dios no hace
distinciones”. El amor del Padre se ha manifestado también dándonos al
Espíritu Santo (como vemos en la primera lectura de hoy). Jesús nos ama
como el Padre le ha amado a él. Su amor es un amor de amistad, que ha
llegado hasta el extremo de dar la vida por nosotros.
A ustedes los llamo amigos
La verdadera amistad es el amor por el cual dos personas se relacionan
buscando la unidad, el bien y el perfeccionamiento mutuo. Santo Tomás de
Aquino afirma que «cuando alguien ama a alguien con amor amistoso,
quiere para él el bien como lo quiere para sí mismo, es decir, le capta como
si fuera un otro yo» (Suma Teológica, I-II, 28,1). En el amor de amistad hay
compartir, conversación y mutuo conocimiento, ayuda, consejo,
colaboración y prestación de bienes. Jesús dice que no nos llama siervos,
sino amigos, porque todo lo que ha oído a su Padre nos lo ha dado a conocer.
Jesús nos ama con un amor de amistad. Esta amistad con Jesús implica,
por su parte, habernos unido a él como los sarmientos a la vid, habernos
comunicado su misma vida eterna y habernos dado su mismo principio vital,
el Espíritu Santo; su amistad significa que nos conoce y comprende
perfectamente y quiere lo mejor para cada uno de nosotros, nuestro
crecimiento y perfección personal. Significa que quiere comunicarse con
nosotros y dársenos a conocer cada vez más profundamente. Jesús nos ama
afectiva y efectivamente: nos une a él y comparte todo lo suyo con nosotros.
Es una amistad eficaz, que no se queda en buenos deseos.
Por nuestra parte, vivir esa amistad con Jesús implica conocerle mejor y,
según vamos conociéndole, amarle más, conversar con él, sabernos
conocidos y comprendidos por él. ¡Él está vivo¡ ¡Es una persona real! ¡Dios
y ser humano de carne y hueso, ahora resucitado! ¡Es posible ser su amigo!
¡Es posible compartir con él en cualquier momento y lugar! Permanecer en
él, en su amor, en su amistad, lleva consigo también guardar sus
mandamientos: “ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”.
Ninguna amistad humana, ni siquiera la unión matrimonial, puede
compararse a la unión de amistad con Jesús, pues en la relación humana cada
uno permanece él mismo en su propia alma, mientras que en la amistad con
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de todo nombre. Y todo lo puso bajo sus pies”. Vencedor del pecado, del
demonio y de la muerte, mediador entre Dios y los hombres. ¡Pueblos todos,
aplaudan, aclamen al Señor con gritos de júbilo! ¡Toquen para Dios, toquen,
toquen para nuestro Rey, toquen¡ ¡Jesús es el Rey del mundo!
¿Qué supone hoy para nosotros la ascensión? Jesús “no se ha ido para
desentenderse de este mundo” (prefacio 1), “fue elevado al cielo para
hacernos compartir su divinidad” (prefacio 2), “no, yo no dejo la tierra, no,
yo no olvido a los hombres” (Himno litúrgico). “Yo estaré con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Se ha ido para estar más
cercano. Se ha ido para que podamos compartir su victoria y su gloria. La
ascensión del Señor ha de confirmarnos en el espíritu de vencedores. Es
posible vivir, ya en este mundo, como “señores”, es decir, dueños de
nosotros mismos y libres del mundo, en la medida que Jesús vive en
nosotros. En la medida en que es el Señor de nuestra propia vida.
Aguarden la promesa de mi Padre: serán bautizados con Espíritu Santo
Ante el desconcierto o ensimismamiento con que los apóstoles se quedan,
mirando al cielo, una vez que Jesús ha ascendido, “dos hombres vestido de
blanco, les dijeron: “galileos, ¿qué hacen ahí plantados mirando al cielo?”.
¿Qué puede significar hoy para nosotros este reproche? ¿Cuál es ese “cielo”
al que hay que dejar de mirar? Recuerdo, en mis años de seminario, un canto
que decía: “hoy no se puede estar mirando al cielo” y que el rector censuró.
¿Es que hay que dejar de mirar al cielo? San Pablo nos exhortaba, el mismo
día de Pascua a aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra. ¿Cuál es,
entonces, ese “cielo” al que conviene no mirar? Podemos pensar que se
refiere a cualquier espejismo espiritual que nos fija, detiene y paraliza en la
vida cristiana.
Puede significar el pasado o el futuro. El pasado hacia el que algunos miran
como tiempos mejores que hay que recuperar (liturgia tridentina, por
ejemplo). O un futuro utópico (la “comunidad” o iglesia ideal) con el que
otros llevan soñando décadas, mientras siguen anclados en métodos
pastorales o movimientos, que nada han movido, excepto las nalgas en
abundantes e interminables reuniones. Ese “cielo” al que hay que dejar de
mirar, una vez que Jesús ha ascendido al cielo, es el autoengaño espiritual
y pastoral que nos detiene, inhibe, estanca y paraliza.
166
Porque Jesús no nos quiere detenidos. Jesús nos recuerda de nuevo hoy que
tenemos una misión: “vayan al mundo entero y proclamen el evangelio a
toda la creación”. Es verdad que, antes de iniciar esa misión, hay que
esperar: “aguarden que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo les
he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días ustedes serán
bautizados con Espíritu Santo (…) Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
ustedes, recibirán fuerza para ser mis testigos hasta los confines del mundo”.
Advierte el P. Cantalamessa que, antes de emprender cualquier cosa y de
lanzarse por los caminos del mundo, la Iglesia necesita recibir el Espíritu
Santo. No se puede predicar con éxito por las calles sin haber pasado
anteriormente por el cenáculo para ser revestido del poder de lo alto. Todas
las cosas de la Iglesia o toman fuerza y sentido del Espíritu Santo o
carecen de fuerza y de sentido cristiano (Cf María espejo de la Iglesia,
Edicep, Valencia 19984, 175-201).
Todo el tiempo de pascua es tiempo de espera del Espíritu Santo, pero
especialmente esta última semana. Una espera que -sabemos-, en los
apóstoles, no fue inactiva u ociosa. Lucas afirma, en el evangelio, que “se
volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios” (24, 53) y, en el Libro de los Hechos, que
“perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de
algunas mujeres y de María, la Madre de Jesús” (1, 14).
Sí hermanos, intensifiquemos estos días la oración, en unión con María y los
santos. Clamemos, desde lo más profundo de nuestro corazón: ¡Ven
Espíritu Santo! ¡Ven, Consolador buenísimo, don del Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, amor y unción espiritual. Ven!
167
DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Lecturas -Misa del día:
Hch 2,1-11. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.
Sal 103. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Co 12,3b-7.12-13. Hemos sido bautizados en un mismo espíritu, para
formar un solo cuerpo. O bien Ga 5,16-25. El fruto del Espíritu.
Jn 20,19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid
el Espíritu Santo. O bien Jn 15,26-27; 16, 12-15. El Espíritu de la verdad os
guiará hasta la verdad plena.
sus manos, sino que volvían llevando al Espíritu Santo en sus corazones...,
convertidos, mediante su gracia, en una ley viva, en un libro animado».
Como toda celebración litúrgica, Pentecostés no es hoy, para nosotros, un
simple recuerdo de lo sucedido en Jerusalén hace casi dos mil años, sino una
actualización eficaz. También hoy el Señor quiere realizar una nueva
efusión de su Espíritu sobre la Iglesia. La oración colecta lo expresa en
forma de petición: “no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles,
aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación
evangélica”. El Señor quiere realizar hoy aquellas mismas maravillas que
obró el día de Pentecostés. Si no sucede así, no será por culpa suya, sino
nuestra.
Contemplación
Contemplemos lo sucedido aquel día en Jerusalén. Imaginemos la escena.
Son las primeras horas de la mañana. Escuchemos el relato del Libro de los
Hechos: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un
mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de
viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron
sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se
pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía
expresarse”.
Jesús les había dicho que no se alejaran de Jerusalén, sino que aguardaran a
que se cumpliera la promesa de su Padre de ser bautizados con Espíritu
Santo. La promesa se cumple y el bautismo con Espíritu Santo se realiza a
través de unos signos sensibles: el ruido como de ráfaga de viento y las
lenguas como de fuego, signos que expresan los efectos que la efusión del
Espíritu va a producir en ellos: como el viento impetuoso mueve y traslada
los objetos de un lugar a otro, así los discípulos que reciben el Espíritu van a
ser sacados de su encerramiento y puestos en medio de las calles y las
plazas de Jerusalén y, más adelante, del mundo entero; al igual que la lengua
sirve para hablar, así los bautizados con Espíritu Santo no van a poder
callar ya lo que han visto y oído y lo van a hacer con “fuego”, con
fogosidad, con fervor. El Espíritu Santo es energía impetuosa, imparable,
lengua incontenible que proclama las maravillas de Dios en cualquier
169
SANTÍSIMA TRINIDAD
Lecturas:
Dt 4,32-34.39-40. El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí
abajo en la tierra; no hay otro.
Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Rm 8,14-17. Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
gritar: «¡Abba!» (Padre).
Mt 28,16-20. Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.
valiente; mostrar al Espíritu Santo mediante la pasión por una vida santa y
misericordiosa.
Conocer la gloria de la eterna Trinidad
Dios ha querido revelar a los hombres su admirable misterio
progresivamente y progresivamente lo va dando a conocer a cada uno. Un
bello texto de san Gregorio Nacianceno, recogido en el Catecismo (684) lo
expone así: “El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y
más oscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace
entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de
ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En
efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del
Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no
era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si
empleamos una expresión un poco atrevida... Así por avances y progresos
“de gloria en gloria”, es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores
cada vez más espléndidos” (Discursos Teológicos 5, 26).
El conocimiento de la Trinidad es también, para cada uno, progresivo; no se
trata de un conocimiento intelectual sino experiencial. La vida eterna, según
Jesús, consiste en conocer al Padre y al que Él ha enviado, Jesucristo (Cf Jn
17, 3). Aunque la historia espiritual de cada persona es diferente, única, lo
normal es empezar conociendo al Padre Todopoderoso, que en su
designio eterno nos ha amado y destinado a ser sus hijos, después a Jesús, el
Hijo, Palabra de verdad, que nos ha redimido y llamado a ser sus discípulos
y amigos y, en tercer lugar, al Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que
se ha dignado habitar en nosotros. El conocimiento de la Trinidad nos saca
de la esclavitud y del temor y nos permite vivir en la libertad y la confianza
de quien ha sido sumergido (bautizado) en el seno del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
Adorar su unidad todopoderosa
Es lo esencial. Antes que proclamar hay que adorar. Incluso para conocer
hay que adorar. Los textos litúrgicos de hoy abundan en doxologías. Ya
desde la antífona de entrada: “bendito sea Dios Padre y su Hijo Unigénito y
el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros”. Es verdad que
176
La comunión bajo las dos especies fue una práctica habitual en toda la
Iglesia hasta el siglo XII; ciertas razones prácticas y de prudencia hicieron
que fuera decayendo, hasta que el año 1621 fue suprimida definitivamente.
Actualmente el Obispo diocesano puede permitir a cualquier párroco que la
administre cuantas veces le parezca oportuno, “con tal de que los fieles estén
bien instruidos y que esté ausente todo peligro de profanación del
Sacramento, o que el rito se torne más dificultoso por la multitud de
participantes, o por otra causa” (Ordenación del Misal, 283).
La sangre de Cristo es un arma invencible frente al demonio, afirma san
Juan Crisóstomo: “Si le muestras [al maligno] tu lengua tinta con la preciosa
sangre no podrá ni tenerse en pie: si le muestras tu boca enrojecida, él
volverá grupas a todo correr, como cualquier animalejo (…) Si ahora el
diablo ve, no ya la sangre de la figura [el cordero pascual, en Egipto]
asperjada en las puertas, sino la sangre de la verdad rociando la boca de los
fieles, puerta del templo portador de Cristo, ¿no va a detenerse con mucho
mayor motivo? Porque, si el ángel tuvo miedo al ver la figura [la sangre del
cordero], con mayor razón el diablo emprenderá la huida al ver la verdad”
[la sangre de Cristo] (Catequesis bautismales, VII, 12.15).
La sangre de Cristo santifica todo el cuerpo, enseña san Cirilo de Jerusalén:
“Después que has participado del cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz
de la sangre; no extendiendo las manos, sino inclinado y en actitud de
adoración y veneración, di el amén y santifícate tomando también la sangre
de Cristo. Cuando aún tienes tus labios húmedos, acariciándolos
suavemente, santifica los ojos, y la frente y los otros sentidos. Luego,
mientras esperas la plegaria de bendición, da gracias a Dios que te consideró
digno de tan grandes misterios” (Catequesis 23, 22).
¡Gracias, Señor, por tu presencia en tu Cuerpo y tu Sangre eucarísticos!
181
espiritual, al menos para una persona bautizada, fuera de los atrios del Señor,
al margen de la Iglesia, al margen de las celebraciones litúrgicas y de la
comunión y obediencia a los pastores.
Tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo
San Pablo nos advierte también que “todos tendremos que comparecer ante
el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho
en esta vida” y Jesús concluye la primera parábola con estas palabras:
“cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”,
una imagen también de juicio (Cf Joel 4, 12-13; Ap 14, 15. 18). Las semillas
del Reino están ahí haciendo fuerza para crecer y realizar en nosotros algo
grande. Habremos de dar cuentas, tanto si hemos dejado que se desarrollen
como si hemos obstaculizado su empuje.
La parábola del grano de mostaza muestra la fecunda y grata
desproporción que hay entre la semillita y el arbusto a que da lugar. Dios
quiere hacer en ti una obra desproporcionada humanamente hablando, es
decir, que apenas haya comparación entre lo que eras en los comienzos de tu
vida cristiana y lo que habrás llegado a ser al final. Por eso, echando mano
de otra parábola, no podrás presentarte tranquilo ante Dios con el talento que
recibiste, porque Él está constantemente intentando hacerlo producir.
El mundo de hoy muestra una gran contradicción: exige cada vez más
calidad y perfección en todo, pide a los niños y jóvenes una preparación cada
vez más amplia, pero no cree en la capacidad de un nivel moral ni siquiera
razonable ni espera apenas nada de Dios. Nosotros sabemos, con María, que
el Poderoso ha hecho ya obras grandes en nosotros y las seguirá haciendo
aún mayores. Mantengamos firme esa esperanza.
185
Hay que aventurarse, hay que ponerse en camino, hay que echarse a la
mar…, si queremos llegar a la otra orilla. Los hay que pasan la vida en el
puerto, siempre indecisos, siempre temerosos de hacerse a la mar…, por
miedo a las posibles -y sin duda seguras- tormentas. Como contraposición a
esta actitud, me vienen a la mente algunas escenas de la vida de san
Francisco Javier, lleno de valor y decisión, dispuesto a emprender nuevas
travesías, a sabiendas de peligrosas, con tal de llevar el evangelio de Cristo a
la otra orilla. No tengas miedo a ir más allá, a soñar con la otra orilla. Es
posible alcanzarla, y no sólo a pesar de las tormentas, sino a través de ellas.
Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
Claro que le importa. Más incluso que a ti mismo. El maestro no quiere que
nadie se hunda. El maestro no quiere tampoco que pierdas la esperanza. El
maestro no quiere que se hunda tu matrimonio ni que haga aguas tu vida
cristiana, ni que tu hijo caiga en la droga o la delincuencia. El maestro no
quiere que se hunda tu vocación ni menos tu vida religiosa o sacerdotal.
Pero, incluso si llegara a hundirse, puede sacarte del abismo. Hay quienes
esperaban que el Señor interviniera, que evitara el hundimiento, pero,
después que todo acabó, ya no esperan que pueda sacarlos del fondo. ¡No
pongas límites a Dios! La tormenta siempre tiene un límite, el hundimiento
siempre tiene un fondo, pero Dios no.
Dios es también señor del mar. A Job le responde que ha puesto un límite a
la impetuosidad del mar: “hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá
la arrogancia de tus olas”. El salmo responsorial recuerda una tormenta en la
que Dios levanta las olas y las apacigua: “él habló y levantó un viento
tormentoso, que alzaba las olas a lo alto (…) Pero gritaron al Señor en su
angustia y los arrancó de la tribulación: apaciguó la tormenta en suave brisa
y enmudecieron las olas del mar”. Los apóstoles despertaron a gritos a Jesús
y Él “se puso de pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio, cállate!” Y
el viento cesó y vino una gran calma”.
Después de la tempestad viene la calma, solemos decir. Y así es. En
nuestra barca -la de Pedro- siempre va Jesús, su presencia nos garantiza que
nuestros gritos van a ser escuchados. Puede ser que tarde en reaccionar,
puede ser que se haga el dormido. Tal vez quiere que tomemos conciencia
de nuestra situación, de nuestra realidad, que no la enmascaremos, que
188
Todopoderoso, pero no actúa de manera mágica, sino que quiere, por ser
nosotros personas inteligentes y libres, que colaboremos con él a través de la
fe. No basta tocar el manto, hay que tocar con fe. La sanación es fruto de un
encuentro personal.
Tu hija se ha muerto, ¿para qué molestar más al maestro? “No temas,
basta que tengas fe”
¿Hasta dónde llega tu fe? ¿Crees que Jesús puede dar sanación, pero no llega
más allá? A veces damos la impresión de pensar así. Tenemos la certeza -por
ejemplo- de que la oración puede ayudar a una pareja a superar una crisis
matrimonial, pero una vez que se ha producido la ruptura, nos parece ya
imposible la reconciliación… Y así en tantas otras circunstancias. La escena
que sigue a continuación en el evangelio deja claro que Jesús puede devolver
la vida a los muertos, tanto corporales como espirituales. Como a Jairo, nos
dice: “no temas, basta que tengas fe”.
Jesús quiere dejar claro que “Dios no hizo la muerte ni se recrea en la
destrucción de los vivientes”, sino que “por envidia del diablo entró la
muerte en el mundo y la experimentan los que le pertenecen”. El Reino que
Jesús trae incluye la vida eterna y la resurrección al final de los tiempos. La
vuelta a la vida de algunos muertos es la primicia, el signo profético, de la
suerte final de todos los que crean en él. Es también signo de la vitalidad
espiritual que quiere, ya aquí, para todos, porque Él ha venido para que todos
tengan vida y vida abundante.
También ha hablado el Papa Francisco del luto en la familia. “La muerte es
una experiencia que afecta a todas las familias, sin ninguna excepción. La
muerte toca y cuando es un hijo toca profundamente. Para los padres,
sobrevivir a los propios hijos es algo particularmente desgarrador Toda la
familia queda como paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre el niño que
se queda solo, por la pérdida de un padre o de ambos (…) Pero la muerte
física tiene “cómplices” que son también peores que ella, y que se llaman
odio, envidia, soberbia, avaricia; en resumen, el pecado del mundo que
trabaja para la muerte y la hace aún más dolorosa e injusta”.
Cuando Jesús sanó a la hija de Jairo, su gesto iba mucho más allá de
devolver la vida a una adolescente y la alegría a unos padres desgarrados.
192
Pablo, que también fue profeta rechazado y hubo de sufrir cárceles, azotes y
calamidades sin cuento, nos recuerda, en la segunda lectura de la Carta a los
Efesios (que escucharemos a lo largo de siete domingos), que la misión de
los profetas y evangelizadores de hoy es también ser dispensadores de las
bendiciones espirituales y celestiales con las que Dios quiere bendecir a todo
ser humano: la elección para la santidad y la filiación, la redención y el
perdón de los pecados, la revelación del misterio de su voluntad, la herencia
eterna, la unción y el sello de su Espíritu. Y todo para ser “una alabanza
continua de su gloria”.
En el fondo, la gran bendición de Dios es Jesús. Esa es la bendición, la
Palabra benéfica, que el Padre ha pronunciado sobre el mundo, la Palabra
que hay que anunciar. Todas las bendiciones particulares nos vienen por él
y en él. En Cristo, el Padre te ha elegido, antes de crear el mundo, para que
fueras santo, santa, e irreprochable en su presencia por amor. ¡Qué
maravilla! Por Cristo y en Cristo, el Padre te ha hecho su hijo, su hija,
favoreciéndote con su gracia de un modo espléndido y marcándote y
ungiéndote con el Espíritu Santo. ¡Qué gran dignidad la nuestra! Esto hay
que anunciarlo y transmitirlo.
Por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención y el perdón de los
pecados. Anunciar el arrepentimiento va de la mano del anuncio del
perdón. Por Cristo, Dios nos ha dado a conocer el misterio de su voluntad,
una voluntad que ahora descubrimos concreta, personal, providente,
salvadora, llena de sabiduría. Y todo para ser un día herederos con Cristo,
herederos de su Reino y, desde ya y por toda la eternidad, alabanza de la
gloria de Dios.
201
todavía insegura. Aquí viene bien aplica el refrán: “más vale pájaro en mano
que ciento volando”.
¡Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer a las ovejas!
Hemos dejado para el final el rapapolvo. En la primera lectura de hoy
escuchamos parte de la reprimenda de Dios a los guías de Israel. Les va a
tomar cuentas de la maldad de sus acciones. Han dejado perecer a las ovejas.
En contraste, Jeremías anuncia un futuro vástago de David, un pastor que
pastoreará a su pueblo con prudencia y justicia. Ya sabemos quién es este
buen pastor que guía a los suyos por sendero justo, que los conduce hacia
fuentes tranquilas y repara sus fuerzas.
En estos pastores reprendidos, incluyámonos todos aquellos que tenemos
alguna responsabilidad sobre otras personas: sacerdotes, padres y madres de
familia, educadores, catequistas, gobernantes. Se nos exhorta a reconocer lo
que no estamos haciendo bien. Si en otros tiempos se pecaba de
autoritarismo, hoy pecamos de permisivismo y dejación de nuestra misión.
Apelamos a la libertad, a que hoy no hay que hacer “proselitismo”, pero en
muchos casos, en realidad, es comodidad, pereza, poco interés y, en último
término, poco amor cristiano, poca caridad pastoral, poco espíritu apostólico.
Nuestro malo o deficiente pastoreo se vuelve contra nosotros mismos:
hemos perdido autoridad moral, credibilidad y eficacia. ¿Qué hacer? Los
pastores también hemos de dejarnos pastorear. Tal vez sea esto lo primero.
Necesitamos que se nos peguen algo más -o mucho- las actitudes del buen
pastor, sobre todo la compasión y el amor.
Tal vez necesitamos, sí, enseñar más, pero hablando menos. Más gestos de
misericordia y menos declaraciones. Más palabras y gestos personales de
compasión y apoyo, incluso de corrección, y menos homilías eruditas y
aburridas.
205
necesario que cada uno tome su propia vida y, libremente, la ponga en las
manos de Dios, dispuesto a que Él haga lo que quiera, sabiendo que no va a
hacer otra cosa que bendecirle, es decir, transformar su vida, para que, a su
vez, sea bendición para los demás.
El presbítero, en la celebración de la Eucaristía, realiza los mismos gestos
de Jesús: toma el pan, da gracias y entrega, pero no entrega pan, sino pan
transformado, transubstanciado, por el Espíritu Santo en Cuerpo de Cristo.
Una acción cuya finalidad, en último término, es que, quienes vamos a
comulgarlo, seamos tomados por Él, bendecidos, es decir, transformados, y
entregados. Sólo así nuestra pobreza personal se convertirá en riqueza
espiritual y material para el prójimo y la Iglesia entera.
Sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, huyó a la
montaña él solo
Los líderes políticos -y otros líderes, también entre los religiosos- se pelean
por conseguir el poder y, una vez conseguido, por mantener el apoyo social.
Les gustan los baños de multitudes. Con frecuencia apelan a los votos
obtenidos cuando es cuestionada su gestión; antes decían “vox populi, vox
Dei” (la voz del pueblo es la voz de Dios), ahora ya no, porque la voz de
Dios cuenta para ellos menos que la del limpiacristales de la esquina.
Todo lo contrario que Jesús. Jesús huye de toda aclamación popular.
Jesús busca únicamente hacer la voluntad de su Padre, no dejarse llevar por
las expectativas sociales. A veces –parece querer decirnos- la mejor
respuesta a las pretensiones equivocadas no es la discusión ni el consenso
sino la huida. Pero no deja de hacer lo que tiene que hacer aun a riesgo de
ser malinterpretado.
209
santa nos dice también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: <¡No
dejen de estar alegres!> (Carta 284, 4)”.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echarón atrás y no volvieron
a ir con él
Llegamos hoy al final del capítulo 6 del evangelio de san Juan, que hemos
venido siguiendo durante los últimos cuatro domingos. Podemos decir que
hoy asistimos al desenlace del discurso y de la discusión de los judíos con
Jesús: ¡una espantada casi general! Hasta el punto que Jesús va a
preguntar, a los doce, si también ellos quieren marcharse. Tras una primera
etapa de cierta fama y un seguimiento interesado por parte de las masas,
Jesús empieza a quedarse casi solo. Los judíos llegan a la conclusión de que
“ese modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?”.
También hoy venimos asistiendo, en cierto modo, a una desbandada general
entre los bautizados en la Iglesia católica, con matices diversos según
países: unos han abandonado la fe, otros no la practican apenas, bastantes se
han ido a otras iglesias cristianas o a grupos sectarios; algunos dicen “Cristo
sí, Iglesia no”; y, aun entre los que no se han ido o siguen sintiéndose dentro,
hay bastantes a quienes el modo de hablar de Jesús y -más aún- el modo de
hablar de la Iglesia les parece inaceptable. Y tú, ¿dónde estás?, ¿dónde te
ubicas?, ¿hay algo en la enseñanza de Jesús y de la Iglesia que te parezca
inaceptable?, ¿también quieres irte?
Hermanos, sean sumisos unos a otros con respeto cristiano
Estoy casi seguro de que en las exhortaciones de san Pablo, de la segunda
lectura de hoy, tenemos algunas de esas palabras que a muchos les
parecerán “inaceptables”. El apóstol se dirige a los esposos cristianos. Lo
primero de todo -y no podemos olvidar esto, si queremos entender lo que
dice después-, pide que todos -esposos y esposas- sean sumisos unos a
otros con respecto cristiano. La palabra sumisión tal vez nos resulte hoy un
poco fuerte (el libro Cásate y sé sumisa, de la italiana Costanza Miriano,
causó mucha polémica); sin embargo, los primeros sinónimos de sumiso que
veo en el diccionario no son sometido o esclavizado, sino dócil, obediente,
manejable, disciplinado, manso, fiel… Además, el apóstol pide que lo sean
223
los dos, mutuamente: el esposo para con la esposa y la esposa para con el
esposo.
Después, dice a las mujeres que “se sometan a sus maridos como al Señor
(…) en todo” y a los esposos que “amen a sus esposas como Cristo amó a su
Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”, extendiéndose bastante más en esta
exigencia a los esposos. No podemos separar las tres exhortaciones: ser
sumisos el uno al otro, que la mujer se someta a su marido y que el marido
ame como Cristo a su esposa. Cuando se viven las tres, todo va bien, pero
cuando la atención se pone en una, o se quiere exigir sin cumplir con el
propio compromiso, es cuando pueden resultar “inaceptables”. Si un esposo
no ama a su esposa como Cristo amó a la Iglesia, ¿qué derecho tiene a
pedirle que le sea sumisa? Y, si la ama de verdad, la obediencia de ella no
tendrá nada de humillante. Por otra parte, el mismo amor del esposo, como
el de Cristo, ha de ser amor obediente, porque Cristo “se sometió incluso a la
muerte y muerte de cruz”.
En este ámbito del amor, la sexualidad y el matrimonio, hay otras
palabras del evangelio y de la Iglesia que hoy, a mucha gente, le resultan
inaceptables. Son de todos conocidas (relaciones sexuales sólo en el
matrimonio, no a las relaciones homosexuales, indisolubilidad del
matrimonio, uso exclusivo de métodos naturales de regulación de la
natalidad, no a la “procreación asistida”, respeto a toda vida concebida…)
Jesús les dice a quienes rechazan su discurso: “el espíritu es quien da vida; la
carne no sirve de nada; las palabras que les he dicho son espíritu y son vida”.
Las palabras del evangelio y las palabras autorizadas de la Iglesia son
espíritu y vida, la mentalidad sociológica mundana es “carne”. Puedes
aceptarlas o rechazarlas. Jesús y la Iglesia proponen, no imponen. Pero si
quieres ser de verdad discípulo de Jesús, acepta su palabra. No se puede ser
cristiano “a mi manera”, “a la carta”, sería engañarse.
Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
A Jesús no le importa quedarse solo. No está dispuesto a acomodar su
pensamiento al de la gente. Jesús no es populista ni demagogo. Jesús no
rebaja el ideal apelando a una falsa, aparente, o engañosa misericordia. La
pregunta a los Doce “¿también ustedes quieren marcharse?”, deja entrever
224
Tradición - tradiciones
Dice el evangelio de hoy que, en tiempo de Jesús, los fariseos, como los
demás judíos, se aferraban a muchas tradiciones de sus mayores, sobre
todo lavarse las manos y lavar ollas y vasos. Y reclamaban a Jesús que sus
discípulos no seguían esas tradiciones. Jesús les hace ver que una cosa es el
mandamiento de Dios y otra la tradición de los hombres y les reprocha que
han dejado de lado el mandamiento de Dios, lo primero y duradero, y se han
apegado a la tradición de los hombres, secundaria y pasajera.
La Iglesia ha distinguido también entre la Tradición apostólica “que viene
de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del
ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo” (Catecismo 83)
y otras tradiciones eclesiales: teológicas, disciplinares, litúrgicas o
devocionales, que “constituyen formas particulares en las que la gran
Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas
épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas,
modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la
Iglesia” (Catecismo 83).
Desgraciadamente, también hoy, para muchos, son más importantes las
tradiciones de su pueblo (procesiones, romerías, cofradías, imágenes,
novenas, cabalgatas, bendiciones…), reducidas frecuentemente a puras
expresiones culturales, ya sin sentido y motivación religiosa, e incluso
ciertas devociones privadas que la Tradición apostólica y la Liturgia de la
Iglesia. Sería bueno que nos revisáramos al respecto.
Mandamientos de Dios - preceptos humanos
Algo parecido sucede respecto a los mandamientos de Dios y ciertos
preceptos humanos. No tendría por qué haber conflicto entre ambos. El
problema se presenta cuando lo secundario –los preceptos humanos- pasa
a estar por encima de lo primario –el mandamiento de Dios- y más todavía
cuando los preceptos humanos se oponen a los mandamientos de Dios.
Cuando, por ejemplo, en la familia se da más importancia a las normas de
cortesía que a la formación en valores o religiosa, cuando en la catequesis se
insiste en las normas éticas mucho más que en suscitar la fe y conocer al
Señor, cuando las autoridades religiosas (y otros) apelan más al derecho
228
cruz, coinciden casi textualmente con estas del Libro de la Sabiduría: “si es
el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos”.
Jesús es ese justo que resultaba incómodo para algunos, sobre todo para
los dirigentes religiosos judíos. Incómodo por lo que decía y hacía.
Incómodo porque les llamaba hipócritas. Incómodo porque decía a los
fariseos que los publicanos y las prostitutas los aventajarían en el reino de
los cielos. Incómodo porque comía con pecadores y publicanos, porque se
consideraba señor del sábado, porque se llamaba a sí mismo hijo de Dios,
porque curaba en sábado. Incómodo también para sus mismos discípulos que
no entendían lo que les decía ni su modo de actuar.
Y a ti, ¿no te resulta nada incómodo Jesús? Jesús no es “monedita de oro”
para caer bien a todos. Necesariamente sus palabras y su manera de ser y
actuar han de chocar con nuestros criterios y modos de entender y vivir la
vida, incluso la vida cristiana. A quienes se toman en serio a Cristo, ha de
incomodarles. Sólo a los indiferentes puede dejarles “tranquilos”. Muy a
gusto aceptaríamos un Jesús que dejara más tranquila nuestra conciencia, un
Jesús que no cuestionara nuestra manera de seguirle, un Jesús que no se
metiera donde no debe…
Aceptar a un Jesús que incomoda es necesario también para asumir nuestra
propia condición de personas que incomodan, que deben incomodar. El
discípulo de Jesús, aquel que se renuncia a sí mismo, que toma su cruz y le
sigue, ha de resultar necesariamente alguien incómodo para los demás. ¿Por
qué? Los impíos del Libro de la Sabiduría dicen de él: “es un reproche para
nuestras ideas y sólo verlo, da grima; lleva una vida distinta de los demás y
su conducta es diferente”. Piensa diferente, educa diferente, gasta el dinero
de modo diferente, viste diferente, se divierte de manera diferente… Los
nuevos fariseos laicos (laicistas) no pueden soportarlo.
Es más, si estás muy identificado con Jesús, tampoco podrán soportarte
los nuevos fariseos religiosos. Para unos será demasiado conservador, para
otros, demasiado avanzado, para unos un espiritualista, para otros, exagerado
en la entrega a los demás y en la opción por los pobres. La mediocridad
espiritual no tolera fácilmente las disidencias. Le cuesta aceptar los carismas
y otras expresiones de vida cristiana distintas de la suya. Recordemos
aquello de “¡Ay si todo el mundo habla bien de ustedes!”. De todos modos,
239
“el Señor”, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les
he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Jn
13, 13-14). Jesús se ha entregado ya en la Eucaristía, se ha hecho el servidor
y el último al lavarles los pies y va a llevar esas actitudes hasta el final en la
cruz. Sus seguidores no pueden tener otras aspiraciones.
Sólo las discusiones que tienen por objeto cómo servir mejor, tienen sentido.
Sólo las iniciativas de promoción personal que tengan por objeto hacerse el
último de todos y el servidor de todos son cristianas. Hay servicios que no te
hacen el último, otros sí. Un modo de hacerse el último es acoger y servir a
los últimos, a los “descartados”, a los que nadie quiere, a los que la sociedad
rechaza (ex-presidiarios, drogodependientes, delincuentes, emigrantes,
gitanos…) Podría darse el caso de quien se apuntara a ciertos “servicios
sociales” (voluntariado, ongs, reivindicaciones…), que están de moda en ese
momento y dan cierto prestigio social, no para bajar sino para subir.
Decidirse a ser el último de todos y el servidor de todos, al estilo de Jesús,
implica estar dispuesto a renunciar a sí mismo y llevar una existencia
crucificada. Hacerse el último, hacerse servidor, exige morir a uno mismo,
renunciar a la propia voluntad, poner en segundo lugar los propios intereses.
Pero, ¿es posible en estos tiempos ese estilo de vida? Ciertamente se
requiere una madurez poco corrinte.
Una madre es capaz de hacerlo por sus hijos, aunque sea una mujer no
creyente. ¿Y no podremos hacerlo nosotros con la gracia de Dios? Requiere
mucha humildad y amor (de calidad: caridad), cierto. ¿Y el Espíritu Santo no
será capaz de realizar esa obra en nosotros? Los apóstoles, tan reacios a
entender y vivir estas enseñanzas de Jesús, dieron mil pruebas de ponerlas en
práctica una vez que hubieron recibido al Espíritu Santo. Pidámosle que nos
haga capaces también a nosotros.
241
mano significa renunciar a ellos. Aunque cueste, como cuesta tener que
amputar una mano.
Hay lugares, personas, proyectos hacia los que nos dirigimos, que nos alejan
de los caminos de Dios. Ir a tal fiesta, salir con tal persona, conservar tal
amistad, volar con la imaginación hacia tal o cual lugar o situación, pueden
alejarte del Señor, de la Iglesia, debilitar tu fe. ¿Hacia dónde estás dirigiendo
tus pasos? ¿Hacia dónde te sientes atraído? ¿Dónde vas, por ejemplo, los
domingos? Cortarse los pies significa renunciar a toda movilidad física o
virtual que te hace caer, que te lleva al pecado o te debilita espiritualmente.
En la visión podemos ver representado no sólo el uso del sentido de la vista,
sino las metas, proyectos, sueños… Por supuesto, con la vista se puede
pecar mucho. No sólo en aquello que dice Jesús de mirar a una mujer casada
deseándola y todo lo relacionado con ello (la pornografía, por ejemplo). Con
la vista se fomenta también la codicia y el consumo excesivo y se juzga a los
demás. Pero piensa también, ¿qué sueños, qué expectativas, qué proyectos
tienes que, sin necesidad de mucho discernimiento, aparecen claramente
dañinos para tu vida espiritual? No tengas miedo en renunciar a ellos.
Jesús invita a tomar decisiones radicales, aunque puedan ser dolorosas. Por
ejemplo: romper la relación con tal persona, renunciar a tal trabajo, cortar
internet o bien, positivamente, hacer una promesa, no volver a discutir una
decisión tomada con suficiente discernimiento y seguridad, etc. Estas
renuncias o decisiones se realizan por algo mejor, por el reino de Dios. Se
hacen también -Jesús insiste en esto- para no ir “al infierno, al fuego que
no se apaga”, eso sí en perfecto estado de salud. Es una posibilidad real,
tenlo en cuenta. Es mejor entrar en el Reino, aunque sea mancos, cojos y
ciegos, sordos, arrugados y andrajosos.
245
fuerza germinadora: proyectará su luz para ver de otro modo, cambiará tus
actitudes y tu manera de actuar.
Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Se ve que este hombre era una persona inteligente, sabia. Su preocupación
principal no es cómo ganar más dinero, qué hacer para una mejor vida
sentimental o cómo mejorar su aspecto físico. Su preocupación es cómo
alcanzar la salvación, la vida eterna. Hoy no parece ser este el interés
principal de la mayoría de la gente. ¿Y cuál es tu preocupación primordial?,
¿cuáles son los principales deseos para tu familia, para tus hijos?, ¿hacia
dónde van tus sueños e intereses?, ¿cuál es el objetivo último de tus metas
inmediatas?
Además de sabio, aquel hombre que se acercó a Jesús cuando salía al
camino, era buena persona. Desde pequeño cumplía los mandamientos.
Difícil también hoy encontrar personas así. Sin embargo, sentía, intuía, que
algo le faltaba (Cf Mt 19, 20). Las personas satisfechas del todo,
acomodadas, sin más pretensiones en la vida, sin ideales, en cierto sentido,
ya están muertas. Esto puede entenderse y justificarse respecto a algunos de
los aspectos más superficiales de la vida, fruto de la experiencia, de los
desengaños, etc., pero no respecto al propio crecimiento personal. Es un
riesgo también en la vida espiritual, síntoma de mediocridad, apatía, tibieza.
Anda, vende lo que tienes y luego sígueme
A aquel hombre, buena gente, Jesús lo mira con cariño y le hace otra
propuesta: “una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los
pobres -así tendrás un tesoro en el cielo- y luego sígueme. Pero esta nueva o
más alta sabiduría le desconcierta. Lo deja perplejo. “A estas palabras,
frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”. Hay personas
dispuestas a guardar los mandamientos, a ser honestos, pero hasta ahí. Tal
vez la mayoría de los bautizados.
No nos engañemos diciendo que Jesús llamó a aquel hombre a ser uno de los
doce apóstoles o un discípulo especial y que a la mayoría de las personas no
las llama a eso. Porque, a continuación, Jesús dijo: “¡Qué difícil les va a ser
a los ricos entrar en el Reino de Dios! ¡Qué difícil les es entrar en el Reino
de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!” Las riquezas y la
252
Esta pregunta nos interroga también a nosotros. ¿Qué quieres que haga por
ti?, parece decirnos el Señor. De otro modo, ¿qué esperamos del Señor? Tal
vez, como el hombre del domingo pasado, guardamos los mandamientos, tal
vez, como los apóstoles, hemos dejado todo o algunas cosas para seguir al
Señor… y ahora, ¿qué esperamos de él?, ¿en qué dirección van nuestras
expectativas? Una vez que uno está ya integrado en la parroquia, en el
presbiterio, en una comunidad religiosa, no debe dar por supuesto que todo
lo que busca y todo lo que hace es “para la gloria de Dios”.
A Jesús lo seguía mucha gente porque habían llenado el estómago y habían
visto curaciones y otros signos. Hoy, en lugares menos desarrollados o entre
personas más necesitadas, ha surgido la llamada “teología de la
prosperidad”, una visión del cristianismo en retroceso hacia el Antiguo
Testamento: la fe en Jesús como fuente de bendiciones materiales
(prosperidad económica, salud, buen puesto de trabajo, etc.) Hasta en
ambientes muy secularizados, sobre todo ante enfermedades incurables,
puede caerse en esta religiosidad interesada.
Sin caer burdamente en esa mentalidad, sí podemos albergar secretas
expectativas –secretas porque no las confesamos abiertamente- más o
menos conscientes –a veces ni uno mismo se da cuenta de ellas- que no van
en la línea del evangelio. Conservar un puesto para satisfacer el deseo de
mandar sobre los demás, sentirse importante o manifestar las propias
cualidades. Mantenerse cerca del obispo a fin de conseguir una parroquia
que parece más boyante económicamente o más prestigiosa. Realizar más
actividades que el coordinador anterior para demostrar la propia valía, etc.
Si Jesús nos preguntara “¿qué quieres que haga por ti?”, la respuesta sincera
tal vez, desgraciadamente, tendría que ser: quiero el mejor puesto, quiero
que todo el mundo me admire, quiero tener muchos éxitos pastorales…,
suponiendo que no haya aspiraciones y deseos más rastreros y mundanos
(que a veces también los hay).
No saben lo que piden. ¿Son capaces de beber el cáliz que yo voy a
beber?
Con mucha suavidad, pero también con claridad y firmeza, Jesús responde a
Santiago y Juan que sus expectativas están fuera de lugar. En todo caso, si
quieren tener un buen sitio en su gloria, el camino es compartir con Él la
255
de la muerte del Mesías: “el Señor quiso triturarlo con sufrimientos, cuando
entregue su vida como expiación, verá su descendencia (…) Mi siervo
justificará a muchos cargando con los crímenes de ellos”.
Querer ser el primero, querer ser grande, desear estar a la derecha y a la
izquierda del Señor en su gloria, son modos de “guardar la vida” y, en último
término, de perderla. Hacerse servidor, hacerse esclavo y dar la vida es el
camino para compartir la suerte gloriosa del Maestro. Incluso en esta vida.
Ya he recordado en varias ocasiones que dar la vida significa ir dando, poco
a poco, todo aquello que la gente aprecia en la vida: salud y belleza, dinero y
bienes materiales, poder y éxitos profesionales, prestigio social y buena
fama… y si llegara el caso entregar literalmente la vida física. Pregúntate
cómo puedes hacerlo en tu situación y vocación concreta.
Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia
Es evidente que, tanto el cambiar de mentalidad como el poner en práctica
esta palabra de Jesús no se consigue con el propio esfuerzo ni mediante
estudios o técnicas psicológicas especiales. Es una gracia que hay que
desear, pedir y esperar con confianza. El texto de la carta a los Hebreos
que escuchamos en la segunda lectura de este domingo nos invita a mirar al
Sumo Sacerdote que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, que se
compadece de nuestras debilidades. “Por eso, acerquémonos con seguridad
al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos
auxilie oportunamente”. Sí, pidámosle el don de ser servidores y esclavos
alegres de los demás, pidámosle fortaleza para saber dar la vida, como él,
por todos.
Acerquémonos también a Aquella que es “trono de la sabiduría” y
“madre de la divina gracia”, para que nos alcance de su Hijo la gracia de
seguirle por el camino del servicio y la entrega. Contemplémosla, en la
anunciación, aceptando ser la “esclava del Señor”, en la visitación y en las
bodas de Caná, como alegre servidora de los demás y, en el calvario, al pie
de la cruz, bebiendo el cáliz y bautizándose en el bautismo de su Hijo.
Acerquémonos a ella, este mes, en el rezo del rosario.
257
borde del camino. Cansados, desanimados, tal vez sin saber por dónde ir,
hechos un mar de confusiones.
Al borde del camino pidiendo limosna al mundo. Mucha gente vive
mendigando al mundo unas migajas de amor, de éxitos, de atención o de
bienes. Están anclados en eso. No vislumbran otro futuro. No ven un camino
que merezca realmente la pena recorrer. Un mal de nuestra sociedad
contemporánea es la falta de esperanza, la falta de ideales y metas altas.
Cayeron las grandes utopías, los grandes relatos del paraíso en la tierra, se
tornó esquiva y engañosa la fe en el progreso, y no parece que quede otra
alternativa que instalarse al borde del camino de la vida disfrutando, mal que
bien, de sus migajas placenteras.
Sin embargo, esa vida no puede resultar a nadie satisfactoria. Termina en el
hastío. Pero desgraciadamente uno se acostumbra a todo, incluso a vivir en
el sinsentido. Los grandes interrogantes del corazón se acallan y la
oscuridad va ganando la batalla. En el caso de Bartimeo, lo que le hace
despertar de su inercia y rutina mendicante es haber escuchado un nombre:
Jesús Nazareno. Se trata de un nombre que no puede dejar indiferente a
nadie. Sólo el anuncio de ese Nombre es capaz de sacar de la apatía, la
desesperanza, el sinsentido y la ceguera.
Empecemos a gritar: Hijo de David, ten compasión de nosotros
Sí, aquel nombre, aquel ciego, lanzó un grito de angustia y esperanza:
Hijo de David, ten compasión de mí. Se dio cuenta de que, o aprovechaba
aquella oportunidad, o todo estaba ya perdido para el resto de su vida.
“Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: Hijo de
David, ten compasión de mí”. Unos le han anunciado el nombre y otros le
regañan, le ponen obstáculos y pretenden ahogar aquel grito. Y seguramente
eran algunos de los que seguían a Jesús.
¿No estaremos también hoy los discípulos mediocres de Jesús impidiendo el
grito de muchos que, desde su hastío, desde la desesperanza, desde el dolor,
el caos y la ceguera desearían gritar? ¿No estaremos obstaculizando, con
nuestro silencio y falta de testimonio, que se acerquen a Aquel que puede
devolverles la vista y la alegría? ¿No será nuestra cobardía la responsable de
que no les llegue la palabra salvadora: “ánimo, levántate, que te llama”?
259
El encuentro
“Jesús se detuvo y dijo: llámenlo”. Llamaron al ciego y él “soltó el manto,
dio un salto y se acercó a Jesús”. Jesús y el ciego frente a frente. Están
rodeados de mucha gente, pero el encuentro es personal. El diálogo es
personal: “¿Qué quieres que haga por ti? -Maestro, que pueda ver”. Esta
escena, este acontecimiento, quiere Jesús renovarlo con cada persona. Con
todo ser humano. Recordemos que los milagros son signos del reino: lo que
Jesús hizo físicamente con algunos, quiere ahora hacerlo espiritualmente con
todos. A quienes ya hemos tenido la oportunidad y la gracia de habernos
encontrado con el Señor y haber experimentado la alegría de ver, nos toca
ahora propiciar en otros ese encuentro, motivar el grito, anunciar el
Nombre, animar a dar el salto.
También hoy es un día especial para agradecerle al Señor aquel encuentro
que nos puso en pie y nos curó la ceguera, la gran oportunidad de nuestra
vida que no dejamos escapar. El salmo responsorial nos presta sus palabras:
“cuando el Señor cambio la suerte de Sión, nos parecía soñar, la boca se nos
llenaba de risas, la lengua de cantares. El Señor ha estado grande con
nosotros y estamos alegres”. Veamos cumplida en nosotros la profecía de
Jeremías: “el Señor ha salvado a su pueblo. Se marcharon llorando, los
guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua por un camino llano en
que no tropezarán”.
Incluso para reavivarlo. Seguramente nuestra visión no es perfecta o
incluso, en vez de haberse hecho más intensa y clara, ha ido decayendo con
el paso del tiempo. Tal vez, tantas certezas de otro tiempo se han ido
oscureciendo, lo que vimos y sentimos con tanta intensidad ahora parece
haberse esfumado. Renueva, hoy, con todas tus fuerzas, el grito de auxilio:
“Jesús, Hijo de David, Jesús, Hijo de Dios, Jesús, Amigo, ten compasión de
mí, que soy pecador”. Y escucha de nuevo al Maestro que, frente a ti, te
dice: “anda, tu fe te ha curado”.
Al momento recobró la vista y lo seguía por el camino
La recuperación de la vista fue la ocasión para que Bartimeo conociera a
Jesús y se decidiera a ser discípulo suyo. Dejó la soledad de su oscuridad y
260
entró a formar parte del pueblo de los hijos de la luz. No regresa a recuperar
su manto, se olvida de las limosnas que recibía de los transeúntes y de su
lugar reservado al borde del camino, ha descubierto algo –Alguien- mucho
mejor. La recuperación de la vista física ha sido el punto de partida para
iniciar una nueva vida. Para muchas personas, la quiebra de la salud ha sido
la ocasión para que el Señor haya podido entrar en sus vidas, la grieta por la
que el Maestro ha sido invitado a entrar. A veces, una enfermedad, una
desgracia familiar, una situación económica difícil es, desgraciadamente, el
único resquicio que le permite hacerse presente y salvar.
¿Qué puede significar para ti recobrar la vista, acrecentar la visión?,
¿qué puede significar, en tus actuales circunstancias, seguir a Jesús por el
camino, seguirle mejor? Y antes, ¿cómo volver a tener un encuentro
especial con el Señor que restaure tu vida, que reavive el llamado y el
espíritu de fervor? Este encuentro puede tener lugar en cualquier momento;
ahora estamos en mejores circunstancias que entonces para encontrarnos con
el Señor.
La recepción del sacramento de la Penitencia, la participación en la
Eucaristía, la acogida al Señor en el pobre, el enfermo, el inmigrante…,
pueden ser ocasión oportuna. Cuando estos “lugares de encuentro” parecen
no tocarnos ya el corazón, será necesario un retiro, una jornada, una
misión, unos ejercicios espirituales. No dejes pasar estas oportunidades, no
le obligues al Señor a precisar de ocasiones más drásticas para devolverte la
vista, hacerte volver al camino o sacarte de la flojera con que le sigues.
-O-O-
dice M. Guerra- jugarse la vida a una carta. Pero, querámoslo o no, esta vida
terrena y la muerte que pone fin a ella, sólo sucede, gracias a Dios, una vez.
E, inmediatamente después de la muerte, el juicio particular. El Catecismo
de la Iglesia Católica (1021-1022), afirma, al respecto: “La muerte pone fin a
la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la
gracia divina manifestada en Cristo. El Nuevo Testamento habla del juicio
principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su
segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la
retribución inmediata después de la muerte de cada uno como
consecuencia de sus obras y de su fe. Cada hombre, después de morir, recibe
en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere
su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar
inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse
inmediatamente para siempre. A la tarde te examinarán en el amor (Juan de
la Cruz)”.
Dos viudas pobres, un profeta extraordinario, ricos sobrados y letrados
vanidosos
Esos son los personajes que aparecen en la primera lectura y el evangelio de
este domingo, además de Jesús, sus discípulos y la gente que le escucha. La
viuda de Sarepta y la viuda del evangelio tienen en común que son pobres,
muy pobres, apenas les queda nada para vivir, y generosas. No digo “pero
generosas”, porque es más fácil ser generoso siendo pobre que rico. Las dos
hacen un acto intenso de fe. Elías es un profeta extraordinario, firme en su
fidelidad a Dios, a pesar de la crisis que le sobreviene después de haber
vencido a los profetas de baal; también él hace un acto de fe en el poder de
Dios, “que guarda a los peregrinos y sustenta al huérfano y a la viuda”.
En contraste con la viuda pobre del evangelio, que echa en la alcancía todo
lo que tiene, aparecen en escena, primero, los letrados. Jesús advierte,
enseñando a la multitud, que se cuiden de ellos. ¡Cuídate tú también de los
letrados de hoy, pues! ¿Cómo reconocer a los letrados de los que Jesús nos
previene? “Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan
reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en la sinagogas y los
primeros puestos en los banquetes y devoran los bienes de las viudas con
pretexto de largos rezos”. ¿Existen también hoy “letrados” -sean clérigos,
267
Y cuando Pilato le dice: “conque ¿tú eres rey?”, Jesús le contesta: “tú lo
dices: soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para
ser testigo de la verdad, todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Jesús
reina, pues, dando testimonio de la verdad. No entra en competencia con
los reinos de este mundo, en sus estructuras políticas, sociales o económicas;
no es un Rey en pugna con los reyes (monarcas, presidentes de la república o
del gobierno…), sino con el Dragón y la Bestia y su reino de mentira y
pecado (Cf Ap 12-13).
Todo el que es de la verdad se pone bajo su señorío. No es un rey que se
imponga por la fuerza. Lo tienen por rey quienes libremente acogen su
palabra. Participan en su señorío y realeza quienes buscan, viven,
defienden y proclaman la verdad; como él lo hizo, con valentía, pero sin
violencia, proponiendo, no imponiendo, no atacando sino dejándose matar.
Él es “el Testigo fiel”, manso y humilde. Hay un dicho popular que afirma
“por la verdad murió Cristo”. Por la verdad de Cristo murieron también los
mártires, conscientes de que la muerte les llevaría a reinar plenamente
con él. No es casualidad que muchos mártires del siglo XX murieran con el
grito “¡Viva Cristo Rey!” en la boca. Sabían en qué bando estaban. Y que su
Rey no los defraudaría.
No podemos cerrar los ojos a la realidad. Hemos de ser conscientes que
vivimos en un mundo de tanta mentira y donde el mal parece reinar. Y
que si nuestro Rey fue llevado a la muerte por dar testimonio de la verdad, y
el discípulo no es más que su maestro, vivir en la verdad, defenderla y
anunciarla, no nos va a salir gratis. Pero no nos acobardemos, nuestro Rey
está con nosotros y nos da su Espíritu para que hable por nosotros. Cada vez
que vivimos más acordemente con la verdad y la anunciamos,
misteriosamente, somos más reyes con Él.
El reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia,
el amor y la paz
Jesús Rey no sólo es testigo y dispensador de la verdad, sino de la vida.
Reinan con él quienes han nacido de nuevo, de lo alto, y han recibido vida
eterna (Cf Jn 3). A los reinos de este mundo se pertenece por nacimiento, y
adquirimos una nacionalidad por el hecho de ver la luz en un país. También
para pertenecer al reino de Jesús es necesario nacer, pero se trata de un
276
Solemnidades y fiestas
grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre”. Corazón de niño en conciencia y
experiencia de adulto.
A mí, el más insignificante de todos los fieles, se me ha dado la gracia de
anunciar este misterio
Pablo parece vivir esta experiencia de infancia espiritual y saberse como un
niño en las manos del Señor que le tumbó la arrogancia de adulto y le hizo
nacer como niño a una vida nueva. Se siente, por una parte, el más
insignificante de los fieles, pero, por otra, llamado a proclamar la
incalculable riqueza que hay en Cristo y el misterio de su salvación. Pablo se
arrodilla ante el Padre celestial para que el Espíritu fortalezca a los efesios y
Cristo habite por la fe en sus corazones. Así podrán vivir “arraigados y
cimentados en el amor” y comprender “la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad del amor de Cristo y experimentar ese amor que sobrepasa todo
conocimiento humano”, de modo que queden “colmados con la plenitud
misma de Dios”.
Para Pablo, pues, la experiencia del amor de Dios no es puro sentimiento
ni, mucho menos, sentimentalismo. La experiencia del amor de Dios es una
realidad objetiva, consecuencia del reconocimiento de la paternidad de Dios,
de la iluminación del Espíritu y de la presencia de Cristo en el corazón de los
creyentes. Por la fe viva, Cristo habita en mi corazón, en mi alma, en todo mi
ser. Su amor es una realidad Increada y creada que me diviniza. Ahí, en lo
más íntimo de mí mismo, me ama. Por eso, no puede ser una sensación
puramente superficial, sólo o preferentemente sensible, sino interior y,
habitualmente -al menos mientras nuestra vida cristiana es poco profunda-
apenas consciente.
Pablo pide que podamos vivir “cimentados y arraigados” en ese amor. Dos
imágenes: cimiento y raíz. Una de la construcción, la otra de la vida
vegetal. Sin cimiento, el edificio no se sostiene. Sin raíz, la planta no tiene
vida. Sólo la fe en el amor fiel e incondicional de Dios puede sostenernos a
lo largo de toda la vida. Me atrevo a decir que todo aquel que rechace
cimentar su vida en el amor de Dios, tarde o temprano, se hunde incluso
psicológicamente. Sólo arraigados en el amor de Dios, lo que implica
perseverancia y profundidad en la fe, podemos tener vitalidad cristiana,
284
EN TI MANIFESTARÉ MI GLORIA
De san Juan celebramos su natividad y su martirio. Con más categoría
litúrgica la natividad, por los hechos extraordinarios que la rodearon. Al
mismo tiempo que vamos contemplando la vocación y misión de Juan, a la
luz de las lecturas, recordemos también nuestra propia identidad, vocación
y misión. Y todo para contemplar y alabar la gloria de Dios.
El Señor me llamó desde el vientre de mi madre
El segundo canto del siervo de Dios, del Libro de Isaías, que en adviento y
cuaresma escuchamos como profecía del Mesías, lo presenta hoy la liturgia
como recordatorio de la concepción y nacimiento de Juan Bautista. Zacarías
e Isabel eran ya mayores y no habían tenido hijos. No obstante, seguían
pidiéndole a Dios esa bendición. San Lucas nos relata la visión que Zacarías
tuvo en el templo en la que el ángel Gabriel le anunció la concepción de Juan
como respuesta a sus súplicas. Poco después, a los seis meses de embarazo,
el mismo evangelio nos relata la visita de María a Isabel y cómo el niño
“aun antes de nacer, saltó de gozo por la visita del Salvador” (prefacio) y,
junto con su madre, se llenó del Espíritu Santo.
“En ti manifestaré mi gloria”, le dice Dios a su siervo. En Juan, Dios quiso
manifestar su gloria y su misericordia, tanto en su concepción y nacimiento
como a lo largo de su vida. Zacarías e Isabel son muy conscientes de la
grande misericordia que Dios ha tenido con ellos, por eso “su nombre será
Juan”, es decir, “Dios es misericordioso”, “Dios se ha apiadado”. Sabe
286
Zacarías que aquel niño irá delante del Señor “anunciando a su pueblo la
salvación y el perdón de los pecados”. Juan, a pesar de sus rasgos de profeta
anunciador del juicio y voz que clama por la conversión, es precursor de
Aquel que ha venido a dar al mundo el perdón y la misericordia de Dios.
¿Qué va a ser este niño?
Era la pregunta que se hacían los vecinos de la región montañosa de Judea.
Será un profeta, profeta del Altísimo. Hablará de parte de Dios sin pelos en
la lengua (claro y raspao). Su boca será “espada filosa” y “flecha
puntiaguda”; será servidor de Dios y dará testimonio de la luz. Le
preparará al Mesías un pueblo bien dispuesto. El mismo se definirá en
relación a Jesús: “yo no soy el que ustedes piensan, detrás de mí viene uno
que es más que yo”. Fue “un hombre enviado por Dios”, “el mayor de los
nacidos de mujer”.
“Realmente la mano de Dios estaba con él”. En la mano reside la fuerza,
para trabajar y para luchar. La mano de Dios es su fuerza, su poder. La
fuerza y el poder de Dios estuvieron con Juan desde antes de nacer. La
mano de Dios lo preparó para la misión y lo sostuvo hasta “dar el
testimonio supremo de su sangre” (prefacio). La mano de Dios lo llevó al
desierto “hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel”. El
desierto es el lugar donde se curten los profetas. Lugar de la soledad y el
silencio para escuchar a Aquel en cuyo nombre van a hablar y la palabra que
deberán decir. Lugar de lucha contra las fuerzas del mal y de superación de
sí mismo.
Preparó la venida del Salvador predicando a todo el pueblo un bautismo
de penitencia
El tiempo de adviento nos presenta ampliamente la figura del Bautista, tanto
las circunstancias de su concepción y nacimiento como el desarrollo de su
misión en la orilla del Jordán: “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”,
sobre todo predicando la conversión y administrando un bautismo de
penitencia. Fue un hombre que supo dejar paso al Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo y, mientras Cristo empieza a tener cierta fama, él
se ve en el fondo de una mazmorra por no haber callado, esperando el final
de sus días y pasando por momentos de noche. También podemos aplicarle
287
a él las palabras del canto del siervo de Dios “en vano me he cansado,
inútilmente he gastado mis fuerzas; en realidad mi causa estaba en manos del
Señor, mi recompensa la tenía mi Dios”.
Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente
Al contemplar la figura de Juan alabamos la grandeza de Dios, “que quiso
distinguirlo con particular honor entre todos los hombres” (prefacio) y
podemos volver la mirada a nosotros mismos. A la luz del Bautista,
alabemos al Señor porque también en nosotros ha manifestado su gloria.
Jesús llegó a decir que, si bien Juan era el mayor de los nacidos de mujer, el
más pequeño en el Reino es más grande que él. Si comparamos lo que se
dice de Juan con todo lo que el Nuevo Testamento afirma de los cristianos,
es evidente que el más pequeño en el Reino es mucho más que el Bautista en
su etapa terrena. Pensemos solamente, por ejemplo, en lo que dice la carta a
los Efesios: “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales
en el cielo, y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo, para que
fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos
predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo” (1, 4-5).
A la luz de la vida del Bautista, tomemos conciencia, hagamos memoria, de
nuestra propia identidad, vocación y misión. Reconozcamos nuestra propia
grandeza. Ahora todos somos “profetas del Altísimo”, “sal de la tierra y luz
del mundo”, discípulos y amigos del Cordero de Dios, llamados no sólo a
prepararle el camino en los lugares donde piensa ir él, sino a hacerle
presente, a llevar su mensaje y su obra salvadora. Santos y templos del
Espíritu Santo. Hombres y mujeres enviados por Dios a llevar su paz de
casa en casa, con poder para expulsar demonios y sanar enfermos. Eso sí,
Juan nos sirve de ejemplo.
De Juan necesitamos el fervor y la valentía, para no decaer ante las
dificultades ni siquiera ante la perspectiva de la muerte inesperada, injusta o
violenta. De Juan aprendemos la libertad de espíritu para no callar, cuando
debamos hablar, y proclamar sin miedo lo que tengamos que decir, moleste a
quien moleste. Juan nos enseña la necesidad del desierto como lugar al que
hay que estar volviendo constantemente para oír la voz del Señor y tener
certeza de que son palabras suyas, no simplemente nuestras, las que
proclamamos.
288
detalles que, por otra parte, conoces, pero es bueno volver sobre ello,
detenerse un poco.
Es incuestionable que, el encuentro con Jesús Resucitado, marca un antes y
un después en la vida de una persona. En otros términos, el conocimiento
experiencial de Cristo, no puramente teórico o intelectual, sino un encuentro
de tú a tú, hace de una persona alguien muy diferente, distinta del resto de
aquellas con quienes convive o trabaja. Si no existiera esa diferencia,
podríamos dudar de que haya habido un conocimiento y encuentro personal.
Se trata -he dicho- del encuentro con Jesús ya Resucitado, que es con quien
se encontró Pablo; en el caso de Pedro, aunque lo conoció antes, su
conversión definitiva tuvo lugar también después de la muerte y resurrección
de Cristo.
Pedro era pescador. Los primeros contactos con Jesús le impresionaron
hasta el punto de dejar su trabajo e irse con él. Durante la vida pública de
Jesús el cambio de Pedro es lento. Hecho de avances y retrocesos. Sólo una
vez que Cristo muere, resucita, asciende al cielo y especialmente cuando
envía el Espíritu Santo, será Pedro otra persona, capaz de arrostrar la cárcel y
la muerte. Notemos que, para primer Papa, no elige Jesús a un superdotado
sino a un pescador, eso sí, lleno del Espíritu Santo. La Iglesia no está
edificada sobre intelectuales sino sobre hombres sencillos llenos de Espíritu
Santo. La Iglesia no se extiende gracias a hombres talentosos y hábiles para
el marketing sino gracias a gente sencilla, eso sí, apasionada por Jesús y
ungida de su Espíritu.
Pablo era un intelectual. Sin embargo, su conversión va a consistir
cabalmente en la renuncia a apoyarse en sus conocimientos y sabiduría
humana, pasando a tomar como apoyo sus debilidades y predicar a Cristo
crucificado. Una señal inequívoca, que vemos tanto en Pedro como en
Pablo, de la autenticidad del encuentro con Cristo, es el cambio de actitud
ante la cruz. Ambos pierden el miedo a las dificultades y persecuciones.
Ambos se alegran de poder padecer algo por Jesús y por extender su Reino.
Y ambos van a terminar su carrera entregando la vida por Cristo en el
martirio, uno en la cruz y el otro bajo la espada.
Cuando Jesús y sus discípulos llegaron a Cesarea, primero les preguntó
sobre la opinión que la gente tenía de él y después sobre la suya propia: “y
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ustedes ¿quién dicen que soy yo?”; Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios vivo”; sin embargo la respuesta completa acerca de quién es
Jesús, la empezó a dar Pedro a partir de Pentecostés. La predicación de su
“Nombre”, las curaciones “en nombre de Jesús”, la cárcel y el martirio
sufridos por él, son la confesión de que Jesús de Nazaret es aquel en quien
únicamente hay salvación. Pablo, por su parte, dirá: “para mí, la vida es
Cristo”. Jesús es, para Pablo, aquel que “me amó y se entregó a sí mismo
por mí”.
También a nosotros hoy, al celebrar la vida, el testimonio y la muerte santa
de estos dos apóstoles, se nos pregunta por Jesús. ¿Quién es Jesús para ti?
¿Qué significa realmente en tu vida? ¿Es el centro o algo periférico? De la
respuesta que des, va a depender tu identidad personal, el modo como vas a
desenvolverte en la vida y tu misión. No se trata de una pregunta y respuesta
intrascendentes. En ello nos va la vida.
Volver a las raíces
En cierta ocasión, un periodista de habla española, aunque de origen judío,
entrevistó al Papa Francisco. Entre otras cuestiones, traía el reportero a la
memoria de Francisco su rechazo a medidas excepcionales de seguridad,
como carros (coches) blindados, y le preguntaba si no temía por su vida. La
respuesta del Papa fue más o menos así: “a mi edad, no tengo ya mucho
que perder”. En nuestro tiempo, nos parece excepcional la muerte violenta
de un Obispo o de un Papa, sin embargo, cuando la Iglesia nació, era lo
normal: Cristo murió en la cruz, los apóstoles fueron mártires y así ha
sucedido a lo largo de la historia, por tanto, no nos debería extrañar hoy. Es
más, deberíamos considerarlo como lo normal. De Pedro y Pablo afirma la
antífona de entrada de la Misa: “mientras estuvieron en la tierra, con su
sangre plantaron la Iglesia”.
La nueva evangelización, a realizar en ambientes neopaganos, ha de tener en
la Iglesia primitiva su principal modelo. En la primera lectura de la Misa
de hoy, vemos a Pedro en la cárcel y a punto de ser ejecutado. Y mientras él
está preso, la comunidad no se dedica a recoger firmas, hacer diligencias o
buscar apoyos para mediar por él ante Herodes, sino que “la Iglesia oraba
insistentemente a Dios por él”. Y Pedro salió ileso de la cárcel. También hoy
la Iglesia -todos nosotros-, a la hora de realizar la nueva evangelización,
292
señal de que ella cuenta poco en tu vida o de que no sabes realmente de qué
se trata; incluso podría provocarte envidia, al pensar que ella es ahora tan
feliz y tú sigues aquí, en este valle de lágrimas, pasándolas canutas
(estrechas). Pero, lo sepas o no, lo quieras o no, Ella es alguien muy cercano
a ti y su triunfo te afecta.
“Ella es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada”
(prefacio). Podemos alegrarnos por el triunfo de María porque ella es
nuestra madre. Podemos alegrarnos porque su triunfo será el de la Iglesia y
el de cada uno de sus miembros. Lo que ella ya ha alcanzado puede ser
objeto de nuestra esperanza. Las aspiraciones que todo hombre tiene al
conocimiento y goce de la verdad, a alcanzar y gozar del bien y de la
felicidad, a la salud total, física, corporal, y psicológica, en plenitud, a un
amor fiel, pleno y sin fin, a la madurez personal…, se han realizado ya en
María y se nos han prometido también a los demás discípulos de su Hijo. Su
asunción es, para nosotros, todavía peregrinos en la tierra, consuelo y
esperanza.
El filósofo existencialista ateo francés J.P. Sartre decía: “el hombre es una
pasión inútil” y “los otros: he ahí el infierno”. La vida será una pasión inútil
para quienes esperan su plenitud y felicidad de y en este mundo. Desde
luego, san Pablo ya había afirmado: “Si solamente para esta vida tenemos
puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de
todos los hombres!” y, si no va a haber resurrección, “comamos y bebamos,
que mañana moriremos”. “¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos
como primicias de los que durmieron” (1 Cor 15, 19. 32. 20).
La solemnidad de la Asunción de María es un canto de esperanza, un canto
al futuro de la humanidad que, poniendo su esperanza en Cristo, se lanza a
buscar los bienes de allá arriba. María es, para nosotros, motivo de
consuelo, de ayuda, y de firme esperanza.
297
Él, por tanto, es posible alcanzar esa santidad que nos hace irreprochables a
sus ojos, pero Dios es fiel a sí mismo y no da un paso si no le dejamos.
Es verdad que la máxima libertad acontece en la medida que, día a día,
vivimos y expresamos la misma actitud de María: “yo soy la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra”. María nos acompaña en este
adviento, María es maestra del adviento. Pidámosle que, como madre,
haga crecer en nosotros la actitud de acogida de la vida eterna y el deseo de
santidad. Que, como mujer redimida y salvada, nos ayude detestar el pecado
y acercarnos sin miedo a su Hijo que viene a salvarnos. Que, como virgen de
la esperanza, avive en nosotros el deseo confiado de las promesas de Dios.
Madre inmaculada, todasanta, alabanza de la gloria de Dios, ruega por
nosotros pecadores.
-o-o-
“¡Virgen Inmaculada!
Tu intacta belleza espiritual
es para nosotros manantial vivo
de confianza y de esperanza.
Tenerte por Madre, Virgen Santa,
nos da confianza en el camino de la vida,
como prenda de salvación eterna.
Por esto recurrimos a ti, María, con confianza.
Ayúdanos a construir un mundo
en el que la vida del hombre siempre sea amada y defendida,
toda forma de violencia desterrada,
y todos busquen tenazmente la paz”.
(Juan Pablo II, en el 150 aniversario de la proclamación del dogma de la
Inmaculada)
305
ANIVERSARIO DE LA DEDICACIÓN
DE UNA IGLESIA
Lecturas:
Ez 43, 1-2. 4-7ª: la gloria del Señor llenaba el templo.
Sal 83: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor!
Ef 2, 19-22: todo el edificio se va levantando hasta formar un templo
consagrado al Señor.
Mt 5, 23-24: ve a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu
ofrenda.
Tenía que parecerse en todo a sus hermanos y expiar así los pecados del
pueblo
El niño presentado en el templo y “rescatado” es, en realidad, quien viene a
“rescatar” a la humanidad. La profetisa Ana “hablaba del niño a todos los
que aguardaban la liberación de Israel”. Este niño viene a liberar al mundo
de la cautividad del pecado. La fiesta de la presentación y consagración de
Jesús en el templo, a mitad de camino entre la navidad y la pascua, quiere
abrirnos una rendija, una saetera por donde entrever ya el misterio de la
cruz.
Es también ésta una fiesta de epifanía: se nos manifiesta aquí el Salvador, al
que han visto los ojos de Simeón, aquel que es luz de las naciones y gloria de
Israel, como mesías rechazado, humillado y traspasado. “Mientras todavía
nos encontramos al comienzo de la vida de Jesús, ya estamos orientados
hacia el Calvario. En la cruz Jesús se confirmará de modo definitivo como
signo de contradicción, y allí el corazón de su Madre será traspasado por la
espada del dolor” (Juan Pablo II, Homilía en la fiesta de la Presentación del
Señor de 1997).
No nos quedemos, pues, en el episodio anecdótico de ver a María, a José y
al Niño entrar en el imponente templo de Jerusalén a cumplir con una
tradición judía, ni mucho menos dejemos que la cera (o la parafina) de las
velas nos distraiga. Admirémonos por lo que se dice de Él. Como Ana,
demos gracias a Dios y hablemos del Niño a todos aquellos que, al menos
inconscientemente, aguardan ser liberados. Demos testimonio a todos
aquellos que pasan por la prueba, pues Él pasó por la prueba del dolor, y
“puede auxiliar a los que ahora pasan por ella”.
313
Hace algún tiempo leí un mensaje que circula por internet sobre un joven no
creyente que había asistido a un curso sobre la fe; al despedirse del profesor
le preguntó: “¿cree que yo encontraré a Jesucristo?”; el profesor,
sorprendido, intentó darle una respuesta ocurrente, pero que fue decisiva: “tú
no le encontrarás. Pero El sí te encontrará a ti”; y Jesús le encontró. Así fue
lo de Pablo: Jesús le buscó y le encontró. ¡Jesús es verdaderamente
maravilloso! No es un fantasma o uno de esos muertos que -dice la gente-
andan saliendo (o espantando) a todo el mundo en cualquier parte. No es un
tampoco un extra o ultraterrestre exhibicionista.
Normalmente nos busca de una manera discreta; más que dejarnos
“patidifusos”, con la boca abierta, le gusta sugerirse; quiere darnos
protagonismo en el encuentro y en la decisión y no apabullarnos o atraparnos
por sorpresa. Es verdad que, en Pablo, fue de ese modo brusco, directo, ante
el cual el apóstol quedó totalmente rendido. Con todo, Jesús no hizo más que
iniciar un camino de discipulado para Saulo, un camino sin vuelta a atrás,
pero un camino. Los años inmediatos serán para Pablo un noviciado, una
etapa formativa.
La conversión de Pablo comienza con una luz que le deslumbra, que le
deja ciego y lo tumba al suelo. Eso es lo primero. Cristo es la luz del mundo,
una luz que deslumbra a quien cree ver y le deja ciego. Independientemente
de la realidad física de estos signos, su realidad simbólico-espiritual es clara:
la verdad que es Cristo deja a oscuras o, más bien, quita todo brillo a las
verdades y convicciones que se creían seguras. La Verdad es otra cosa
inmensamente más “verdadera” y maravillosa.
Si nadie puede ver a Dios y quedar con vida, a Pablo la visión de Jesucristo
resucitado, luz del mundo, le costó quedar ciego durante unos días. Pero no
basta la iluminación; ésta sola puede llevar al iluminismo. Después vino la
palabra del que es la Luz; en las palabras de Jesús hay un reproche: “pero,
Saulo, si tú eres buenagente ¿por qué me persigues?... Yo soy Jesús de
Nazaret”…
“¿Qué debo hacer, Señor?”. Pablo queda de tal modo “desarmado”
intelectual y espiritualmente, que no sabe ya qué hacer ni siquiera por
dónde caminar. Y Jesús no le dice a Pablo lo que tiene que hacer, le remite a
su Iglesia, a un hombre destacado de la comunidad, al que Pablo obedecerá
315
seres humanos y los arrastran, pero son eso, bienes aparentes, que tras
haberlos gustado dejan mal sabor de boca y, lo que es peor, nos desnudan
de la gracia de Dios y de la vida eterna. Al probar de estos frutos
pensábamos salir vencedores pero, en realidad, somos vencidos por la
serpiente astuta. Ahora bien, la serpiente astuta no tiene la última
palabra.
El árbol o estandarte del desierto fue un anuncio o profecía del árbol de
la cruz. El pueblo hebreo era, como nosotros, un pueblo rebelde, vivían
protestando, de todo se quejaba y sus protestas y rebeldía se volvieron
contra ellos. Siempre es así. Raro es encontrar alguien que no proteste:
del jefe o los compañeros de trabajo, de los vecinos, de la propia familia o
los hermanos de comunidad, del obispo o la superiora, del gobierno, los
políticos, la mala suerte, el mal tiempo… y contra Dios. Y el corazón se
resiente. Todo nos molesta, no nos aguantamos ni a nosotros mismos. Y
nos enfermamos. Espiritual y psicológicamente. Aquel estandarte que
Dios mandó hacer a Moisés para que el pueblo levantara la vista hacia él y
se curara era un signo de la mirada hacia el cielo de donde viene la
sanación. Nosotros ahora, si queremos ser sanados, necesitamos mirar a la
cruz de Cristo.
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida
eterna”. Recordemos ese canto carismático que dice: “una mirada de fe es
la que puede salvar al pecador y si tu vienes a Cristo Jesús él te
perdonará”. Es la mirada de fe hacia la cruz la que nos sana de las
heridas de la serpiente. Es la aceptación de la propia cruz, a la luz de la fe,
la que nos salva de la rebeldía y la amargura interior. Las ayudas
psicológicas y los métodos de relajación pueden ser buenos, pero lo
profundo del corazón solo puede sanarlo un Médico y el remedio que
receta son las hojas y frutos del árbol de la cruz.
Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz
La contemplación o la mirada de fe a la cruz, no es la contemplación o la
mirada a un pedazo de madera, sino la mirada hacia Aquel que estuvo
clavado en ella. San Pablo, en el famoso himno de su carta a los filipenses,
322
nos exhorta a tener los mismos sentimientos de Cristo y, para ello, nos
propone contemplar su trayectoria: su rebajamiento o anonadamiento
hasta morir en la cruz y su levantamiento o exaltación hasta ser constituido
Señor. Hace algunos domingos, Jesús nos invitaba a negarnos a nosotros
mismos, a tomar la cruz y a seguirle. Es necesario contemplar su
trayectoria para hacernos idea de cuál es la que nosotros mismos hemos de
recorrer. Según este himno paulino, la vida cristiana en la tierra no es un
camino de subida, de ascenso, al modo como se entiende habitualmente:
dinero, éxitos profesionales, fama…, sino de descenso, de humillación.
Podríamos decir que es camino de subida y ascenso, pero hacia el
calvario, como Jesús.
Es el camino que han seguido los santos. Pensemos en san Juan de la
Cruz, desprestigiado y encerrado durante meses en una celda pequeña y
oscura por sus hermanos contrarios a la reforma y acaba sus días enfermo,
rechazado y casi expulsado de la propia orden reformada. “¿Qué sabe
quien no ha sufrido?” es un dicho suyo. Hace poco se ha publicado una
biografía de D. José Rivera, un sacerdote diocesano de Toledo, muerto el
año 1991, un hombre verdaderamente santo, entregado totalmente a la
predicación, al acompañamiento espiritual y a los pobres; en los últimos
años de su vida, hasta el obispo-cardenal de su diócesis llegó a pensar que
se había vuelto loco. La misma santa Teresa de Calcuta, que conoció las
alabanzas y reconocimiento del mundo, aunque también había quienes la
criticaban porque decían que su modo de mirar a los pobres era
paternalista y que su actividad apostólica no cambiaba la pobreza
estructural, vivió muchos años en sequedad y oscuridad interior
tremendas. Los ejemplos podrían multiplicarse. La gloria y exaltación
definitivas vienen después de haber subido a la cruz.
Para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida
Jesús ha salvado al mundo muriendo en la cruz, por eso la salvación viene
de la cruz. “Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él”. Y el mundo se salva por él, por la
fe en él y siguiéndole a él. No hay otro camino. La cruz es fuente de vida.
323
1
La presente introducción al evangelio de san Marcos es muy sencilla. Si quieres
profundizar más, puedes leer: R. Aguirre M – A. Rodríguez Carmona, Evangelios
sinópticos y Hechos de los apóstoles, Evd, Estella (Navarra) 1992, 99-189; J. Delorme, El
evangelio según san Marcos, CB 15-16, Estella, (Navarra) 1990; Ph. Leonard, Evangelio
de Jesucristo según san Marcos, CB 133, Estella (Navarra) 2010. Muy útil para la lectio
divina te será la lectura de: R. Schnackenburg, El evangelio según san Marcos, I y II,
Herder, Barcelona 1980; Puedes verlo en:
http://www.mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/Mc/MC-00.htm Para una introducción
elemental en: http://www.mercaba.org/DJN/M/marcos_evangelio_de_san.htm.
328
2
D. Montero, Evangelio de san Marcos, en: http://www.mercaba.org/DJN/M/marcos_evangelio_de_san.htm
329
INDICE
Introducción 5
Tiempo de Adviento 9
Domingo I de Adviento 11
Domingo II de Adviento 15
Domingo III de Adviento 19
Domingo IV de Adviento 23
Tiempo de Navidad 27
Natividad del Señor – Misa de Medianoche 33
Natividad del Señor – Misa del Día 37
Sagrada Familia 41
Santa María Madre de Dios 45
Domingo II después de Navidad 49
Epifanía del Señor 53
Bautismo del Señor 57
Tiempo Ordinario (primera parte) 61
Domingo II del Tiempo ordinario 63
Domingo III del Tiempo ordinario 67
Domingo IV del Tiempo ordinario 71
Domingo V del Tiempo ordinario 75
Domingo VI del Tiempo ordinario 79
Domingo VII del Tiempo ordinario 83
Tiempo de Cuaresma 87
Miércoles de ceniza 89
Domingo I de Cuaresma 96
Domingo II de Cuaresma 100
Domingo III de Cuaresma 104
Domingo IV de Cuaresma 108
332
¡Gloria a Dios!