Arte y Cultura
Arte y Cultura
Arte y Cultura
DEDICATORIA
DEDICO EL PRESENTE TRABAJO A MIS
PADRES POR SU APOYO EN ESTA
CARRERA PROFESIONAL Y ANIMARME
SIEMPRE PARA SEGUIR ADELANTE Y
SEGUIR CON ESTE TRABAJO ENCARGADO
TAMBIEN A MI DOCENTE POR
COMPARTIR SUS CONOCIMIENTOS PARA
ASI PODER ASIMILAR MIS ESTUDIOS EN
ESTA EESTP PNP-PUNO.
AGRADECIMIENTO
AGRADEZCO PRIMERAMENTE A DIOS
POR SUS BENDIONES EN MI VIDA Y POR
CUIDARME SIEMPRE BENDECIRME A MI
FAMILIA POR SU APOYO MORAL E
INCONDICIONAL SU COMPRENCION EN
MI CARRERA QUE ELEGI TAMBIEN
ADRADEZCO A MI DOCENTE POR SU
TIEMPO Y DEDICACION EN ENSEÑAR CON
GRAN DESEMPEÑO PARA FORMARME DE
ESA FORMA SERVIR MEJOR A LA
SOCIEDAD.
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ASIGNATURA:
Arte y cultura
TRABAJO ENCARGADO:
VÍCTOR DELFÍN
PRESENTADO POR:
ALUMNO PNP: FLORES LIVISI HUGO DAVID
DOCENTE:
GARABITO
I SEMESTRE
PUNO-PERÚ
2017
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TABLA DE CONTENIDO
INDICE
INTRODUCCION
Cuando uno se regala unos días para mirar la obra de Víctor Delfín, termina
preguntándose qué condiciones favorecieron al artista para que se desarrollara,
creciera y se manifestara como escultor, pintor, grabador y diseñador de joyas y
tapices. Es claro que la respuesta no la encontraremos en su obra. La
encontraremos en su trayectoria de vida. La obra de arte es el mapamundi del
espíritu del artista; el mapa de su naturaleza ambigua; el croquis de su
interioridad. La obra de arte es una manifestación física de las ideas, fantasías e
intuiciones del artista. Es también un testimonio de la época: de la realidad
espiritual, social y política que le toca vivir al artista. Este polifacético artista
nace el 20 de diciembre de 1927 en Lobitos, Piura, un pueblo del litoral peruano.
Nace en el seno de una familia compuesta por el padre que trabajaba de obrero en
una petrolera, la madre que se dedicaba al cuidado de la familia y seis hermanos
mayores. Nace en el corazón de una familia cuya diversidad étnica
Corre por las venas del artista. Su padre era un “mestizo descendiente de judíos
sefardíes” que llegaron a Perú como vendedores de cachivaches y terminaron
cambiando sus baratijas por perlas a los nativos. El mestizaje lo inició el abuelo
paterno, don Ernesto Delfín Atiaja, casándose con doña Filomena Mendives de
origen negro. Lo continuó Ruperto Delfín, el padre, uniéndose en matrimonio
con doña Santos Ramírez Puescas, “una india legítima de Sechura”. Víctor
Delfín llega al mundo siendo el séptimo y el último de los hijos. Por ser el
último, se encontró con una madre con la salud debilitada por las maternidades,
el paso de los años y los quehaceres de la casa. Por fortuna la leche en polvo,
importada de Inglaterra, complementó la escasa leche de pecho de doña Santos
Ramírez Puescas. Y, Elvira, su única hermana mujer, cuidó de él con los
atributos de una madre: ternura, dedicación y comprensión.
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GENERALIDADES
BIOGRAFIA
Víctor Delfín Ramírez (n. en Lobitos, Piura, Perú; 20 de diciembre de 1927). Sus
padres Ruperto Delfín Atiaja y su madre Santos Ramírez Puescas, tiene diez hijos y su
esposa actual la fotógrafa Ana María Ortiz. Su obra ha dejado una impronta
significativa en el arte peruano de las últimas décadas. Su trabajo como escultor del
metal desde mediados de los años sesenta, con sus series los Retablos, El Bestiario y
Aves de América, definió gran parte del panorama de la escultura por más de una
década. Posteriormente su regreso a la pintura, el grabado, la talla en madera o la
construcción de imponentes monumentos una obra que trasciende las fronteras y se ha
convertido en un ícono de Lima la Escultura El Beso / 1993, que se encuentra ubicado
en el Parque del Amor de Miraflores, representan dos cholos peruanos auto-retrato
del artista y su musa su actual esposa. Ha tenido una decisiva presencia en la escena
social y en defensa de los derechos humanos en nuestro país.
Su infancia
La infancia de Víctor Delfín transcurrió en un ambiente climatizado por “los
tangos y valses que Elvira cantaba a media voz”; por la fraternidad y buena
voluntad de esta “hermana juguetona y enérgica”; el afecto y las travesuras de
sus hermanos varones; el bondadoso apoyo del padre y la recta orientación moral
de la madre. Pero este clima cálido no era constante, este clima cálido se
intercalaba durante el día con un clima excesivamente caluroso debido a la
actitud permisiva del padre y de Elvira. Pero que sea el mismo Delfín quien narre
los detalles de su infancia: “Me preguntas cómo fue mi infancia… Mi infancia
fue larga y hermosa. Nací en un lugar donde la arena brillaba como oro. Donde
todo se veía dorado por el sol. Donde la playa tenía ese ocre amarillo que repito
constantemente en mis trabajos. De niño me gustaba caminar descalzo y solo por
la playa. Caminando contemplaba las enormes olas del mar de Cabo Blanco, o de
Lobitos, que es lo mismo. Y veía al fondo, de un azul a veces verdoso, a veces
gris, el mar igual que el cielo. Y de pronto aparecía el sol y todo se iluminaba,
todo adquiría fuerza, adquiría color; y mi cuerpo, de niño flaco y debilucho, se
llenaba de esa energía; y sentía que mi padre, el obrero Ruperto Delfín, me
abrazaba. Otras veces corría por la playa con mi hermano Ruperto, el
sordomudo; otras con Ricardo, otras con Santiago. “¿Cómo era yo de niño?
Múltiple, terrible. Creo que no ha habido niño en el mundo más malcriado y
engreído que yo. Creo que nadie puede competir conmigo en rabietas, que nadie
puede competir conmigo en engreimiento, en berrinches. Yo era un niño cruel,
egoísta, irrespetuoso y rebelde. No sé qué queda de eso, pero yo era lo que
llaman un niño de mierda. Cuando mis padres iban a una reunión y me llevaban,
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Alto, en la parte más empinada de los acantilados de Lobitos; en una de las casas
de madera que hacían parte del campamento de la petrolera. En Lobitos creció
Delfín rodeado de un paisaje marino que se volvía más atractivo a sus ojos al
caer el día y en la época de invierno por los charcos que se forman y los pájaros
Que aparecen. Los pájaros que de niño observó con embeleso y serían epicentro
en su obra de arte.
Pasión de crear
La pasión de crear en Víctor Delfín es parte de él como lo son sus rasgos físicos;
como lo es su carácter impulsivo; como lo es su alucinación por las aves, las
mujeres y el mar; como lo es su predisposición a lo monumental. Es una pasión
que el artista ha comparado con “una bacteria que entra en el cuerpo de la
persona elegida y se apodera de su voluntad y de sus días”. Esta pasión se le
despertó en la infancia. Afloró un día cualquiera en un novedoso encuentro con
las tonalidades del crepúsculo. Encuentro que repitió dos, tres, cincuenta veces
hasta que se tornó en fascinación gracias a las tonalidades de la caída del día.
Esta fascinación lo llevó al conocimiento del color. Aunque, según el artista, sus
primeras exploraciones las hizo en sus juegos con tizas, lápices de colores y
manchas en papel. Más adelante en los matices del crepúsculo. Y después, en su
deslumbramiento con los coloridos cachivaches de su tía abuela Elvira Ventura.
En cuanto a su frenesí con el dibujo, surgió primero como necesidad de
expresarse y después como medio de comunicación con su hermano Ruperto que
era sordomudo. Y, muy, pero muy en el fondo, como necesidad de seguir los
pasos de Elvira, que solía conversar con Ruperto en el lenguaje de las señas y los
gestos con naturalidad. Del mismo modo, Delfín encontró un lenguaje sencillo y
expresivo para trabar amistad con este hermano: el lenguaje del dibujo. Igual que
le sucedió con el crepúsculo, un día entendió que sus monadas le servían de
puente para llegar al corazón de Ruperto. Y se apresuró a intensificar y a
diversificar sus animados dibujos. Y los dibujos se convirtieron en el puente que
cruzaba para conversar con Ruperto; también en astros que iluminaron sus
fantasías y en rosa de los vientos que delineó su horizonte. El padre, orgulloso
del talento de Víctor y enternecido con la comunicación que se había establecido
entre estos dos hijos, apoyó con materiales de dibujo al futuro artista. Epíteto que
llevaría desde la infancia, porque en menos de lo que nace el día corrió la voz
entre los obreros de la petrolera que Delfín niño era un artista, un dibujante. Lo
bautizaron “el artista, el dibujante, cartulina”. Repito, esta temprana inclinación
al arte fue estimulada por la estela de colores que suele dejar el sol cuando
cambia de guardia con la luna. Por ello a los ocho años Víctor Delfín era un
adicto. Un adicto a la puesta del sol. Adicción que se tradujo en su diaria visita a
un mirador en el Alto, donde se sentaba a contemplar la fulguración de naranjas,
rojos y violetas que jugueteaban con los azules, grises y blancos del cielo. Este
jugueteo de colores cálidos y fríos, que producía una fosforescencia cromática en
la lejanía, lo sumía en un estado de alucinación que duraba hasta que se
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Que le producía el rugido de las máquinas que perforaban el suelo. Rugido que
su cándida imaginación consideraba “lamentos de la noche; chillidos fúnebres, o
pesadillas del demonio” Entre tanto, en casa, su hermana oteaba por la ventana.
Al
Verlo se apresuraba a abrir la puerta y con una exhalación de alivio le auscultaba
el pecho diciendo: “dónde te habías metido mocoso, parece que el corazón otra
vez se te va a estallar”. Delfín recuperaba la calma y Elvira se iba a la cocina sin
entender la fiebre del hermano benjamín por el crepúsculo. Ignoraba ella que ése
era “el primer contacto de Víctor Delfín con la belleza” Ignoraba Elvira que la
búsqueda de la belleza sería la pasión que le daría vuelo al alma del hermano
menor. Como también desconocía Delfín, en aquella época, que la belleza
aparecería en su vida, primero como contacto visual y después como búsqueda y
aplicación de la misma en su obra y en su vida personal. Que la búsqueda de la
armonía o integración de los opuestos le daría cuerpo emocional a su existencia y
perdurabilidad a su obra. Tampoco sabía que esta búsqueda sería una ardua y a la
vez placentera aventura a lo largo de su vida. En esta lírica sensibilidad y
desbordada fantasía de Víctor Delfín, participaron los hierros y los juguetes. Los
hierros que había por doquier en el campamento petrolero, y los juguetes que le
regalaba su padre. A los hierros los volvía juguetes, a los juguetes les cambiaba
la personalidad: un trompo lo volvía ave ballestita; un hierro caballito de mar. En
suma, este ambiente cálido, sencillo, circundado de oleaje y de gaviotas,
contribuyó también a fertilizar la semilla creativa que germinaba en Delfín desde
la infancia. Semilla que se fue llenando de un vigor y de una lozanía tal, que
cuando brotó y se abrió camino, todo lo que salió de ella heredó estas dos
cualidades. Toda la obra que manó del pecho del artista, toda la materia que sus
pequeñas manos trabajaron o moldearon posteriormente, nació con la vivacidad y
la lozanía de la semilla originaria. Entre tanto su lealtad a las puestas del sol le
enseñaba a mirar la naturaleza; a mirar las gaviotas aunque se estuviesen
comiendo los peces. Su disciplina con el dibujo le regalaba expresividad en el
trazo. Y años más tarde, su alma, ávida de saber, lo acercaría a las fuentes de la
historia del arte primero y, después, a los recintos donde orientan a personas con
inclinación a las artes. Se puede entrever en la intimidad de los párrafos
anteriores, que Delfín atravesó la infancia y la adolescencia en un ambiente que
le ofreció relaciones humanas cobijadas de significado; en un entorno lleno de
vida y en un ámbito familiar que festejó y apoyó su predisposición a las artes.
Creció con un objetivo: el dibujo y el color. Objetivo que se fue definiendo con
el tiempo. Por ello su profesor Eduardo Ji baja le dijo a su padre: “su hijo dibuja,
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lee y habla casi todo el tiempo de arte. Debería estudiar pintura apenas termine la
secundaria”
tiempo diría que a comienzos de los años cincuenta, Tingo María era una fantasía
porque al medio día gozaba de un sol tan fulgurante, que podía haber abarcado
con su luminosidad a todo el planeta.
Tingo María
Tingo María era un pueblo con una sola calle. En esa única calle estaba la vida
comercial y la vida familiar: el correo, la farmacia; la oficina y la sede de una
compañía de avionetas; el banco y una veintena de casas humildes que se perdían
en una larga fila. Al otro lado de la única calle, estaban los bares, el billar y, al
fondo, las casas de mujeres mundanas. A las diez de la mañana el billar y los
bares se llenaban de aves de paso: camioneros, aventureros y parroquianos
procedentes de Huánuco, Lima y la sierra. Parroquianos que se dedicaban a los
negocios. En el bar Las palmeras trabaron amistad Delfín y Guido Arboccó. A
este amigo el artista lo definiría como “un hombre trágico por dentro, pero con
una sonrisa permanente en los labios y un rictus de algarabía en su semblante”.
Guido Arboccó era oriundo de Lima y se había radicado desde hacía varios años
en la “fábrica de clorofila”, como él llamaba a la selva peruana. Era un bohemio
habituado a los conflictos, presto a cazar pelea para entretener y justificar su
vida. Este hombre pendenciero le enseñó un poema de André Gide que Delfín,
con el paso de los años, ha considerado decisivo en su vida. Dice: “Nataniel, mi
querido Nataniel, yo te voy a enseñar la exaltación, una vida palpitante y
desordenada mi querido Nataniel antes que la tranquilidad”. En este ámbito de
bares, billares, prostíbulos y personajes exaltados, estuvo Delfín hasta que sus
amigos y su compañera Aidé regresaron a Lima. Entonces cumplió su anhelo de
seguir el ejemplo de Gauguin: se internó en la selva, en Huallaga. Pero antes
solicitó apoyo al Ministerio de Agricultura como colono de la selva. A los pocos
meses le entregaron veinte hectáreas de tierra para que cultivara café. Delfín, que
había ido en busca de un modesto espacio donde pintar con tranquilidad, de
repente se convirtió en colono. Con el apoyo y la asesoría de Leandro, un
montañés, construyó su casa. Una casa típica de la selva: en madera, techo de
paja y piso de tierra. Sin un clavo y con una sola herramienta: machete. La casa
la construyó en lo alto de un promontorio cercano al río. El río era su fuente de
vida: le daba agua cristalina; lo abastecía en la cocina; le calmaba la sed y el
calor a sus cultivos; le servía de piscina; incluso era el espejo de su alma que
nunca se detenía y sabía hacia dónde iba aunque tuviera que trabajar la tierra.
Porque además de construir su casa, Delfín sembró piña, yuca, café, maíz. Pero
no fue un agricultor incondicional. En el tiempo que le dejaba el cultivo de la
tierra leyó a Pessoa, a Gide, Henry Miller, Rimbaud, Juan Ramón Jiménez;
disfrutó la selva en su tranquila hermandad con los animales; la colmó de
agradecimientos “por la libertad que le prodigaba al permitirle andar descalzo,
medio desnudo, barbado y sin vínculos con la tecnología: sin radio, sin
televisión, ni prensa, ni teléfono”. Esta vida libre y despreocupada le llevó a
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y trabajar sin sobresaltos. Con esta doble conciencia se dedicó a pintar para
exponer. Todos los materiales le sirvieron para crear: una piedra, un pedazo de
hierro, un trozo de madera, un tornillo. La vida la encontró rica en temas: un
animal apareándose, el vuelo de un pájaro, el aleteo de un pez, el relinchar de un
caballo, la bonachona mirada de un burro, una flor embelesada con el sol, un
colibrí sediento. Todo fue motivo de inspiración para el artista. Todo. Sólo
necesitó tener los ojos encendidos. Del resto se encargó la voz de su alma, su
disciplina y la confianza en él como artista. Con estas condiciones trabajó desde
el alba hasta las nueve de la noche. Hora en la que salía de su taller para tomar el
bus a Chorrillos. Hora en la que se desconectaba física y mentalmente de la
muestra de arte popular que estaba trabajando. El arte que lo había seducido en
los mercados artesanales del Puno y Ayacucho y lo había llevado a coleccionar
artesanías que harían parte de la exposición que planeaba hacer en Chile.
Vena artística
La vena artística de Delfín no es fortuita. Es una vena que se ha bañado en los
manantiales de la música. De la música del agua que ha fluido por el cauce de sus
días, unas veces como mar y otras como río; con notas aguamarinas aposentadas
en su alma como las raíces de los ficus en la tierra; notas aguamarinas que un día
rebosaron su corazón de nostalgia y lo sacaron corriendo de Quito porque no
tenían pentagrama. Vena artística que se ha bañado en la música de las palabras,
de la vida y en la música creada por el hombre. Manantial sonoro que lo ha
inducido a escribir poemas como El bosque imaginado. Canto 1. Confieso que he
gozado. La bestia. Poema marino. Lunes 9 de abril. Lunes 9 de abril: “Aquí
estoy/ reconstruyendo/ esta tarde/ para que no se deshaga,/ no se esfume, ni se
olvide,/ mientras una gaviota/ se desliza en la playa/ como una palabra./
“El viento canta a dúo/ con el mar una canción,/ el sol agita sus brazos de fuego y
me pide ayuda porque no/ quiere irse, como yo./ “Ya somos dos los que
queremos/ quedarnos con esta tarde, / con este abril,/ con este nueve.” Víctor
Delfín, 2007, Barranco. Manantial artístico que lo ha llevado a pintar poesía:
Vendedora de frutas”, Ayacucho”; a concebir la visualización erótica de los
Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda; a moldear
el Amor: El Beso -1992-: Escultura ubicada en el Parque del Amor. Grandiosa
obra que en la actualidad hace parte de uno de los espacios públicos más bellos
de Lima. Escultura que encierra la cosmovisión del escultor sobre el amor.
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Conclusiones
BIBLIOGRAFIA
INFANCIA:
Nació el 20 de diciembre de 1927, Víctor fue el menor de ocho hijos en una
familia; su madre, Santos Ramírez Puescas, indígena de Sechura , y su padre,
Ruperto Delfín, que trabajaba en la Petrolera de Lobitos, una pueblo de
pescadores. Su única hermana mujer, Elvira, fue también como una madre
mientras crecía observando y ayudando a su padre a enderezar las villas de acero
que se estropeaban durante le perforación de los pozos petroleros.
EDUCACION:
ANEXO
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