Maria Felix Diosa Del Cine Mexicano

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María Félix la diva con ojos reptilianos

Su amistad con los Rothschild, su ocultismo y pactos satánicos

La diva María Félix es una de las figuras que se inmortalizó en la historia mexicana, no solo por su belleza
sino por su figura como tal que hizo que se convirtiera en un referente de la época para las mujeres que
empezaron a buscar esa emancipación y abrirse paso hacia la liberación sexual y el feminismo... este
ícono del cine se convertiría en una de esas marionetas que son usadas por la élite para influenciar en las
masas y ella sí que lo hizo, influyendo en la mentalidad infantil de las mujeres de aquella época, nuestras
abuelas y madres! que veían en ella un ejemplo a seguir... en el video veremos otra faceta no tan
mostrada de esta diva, su lado ocultista y de cómo formaba parte de ese entramado satánico en que
están metidos todos los famosos, quienes han pactado a cambio de fama y dinero.

La diva del cine mexicano María Félix era devota de la Santa Muerte e incluso fue enterrada ataviada
como ella, dijo a el periodista José Gil Olmos, que considera este culto popular como el más importante de
los siglos XX y XXI.

El autor de "La Santa Muerte. La virgen de los olvidados", a la venta en las librerías de México, afirmó que
aunque ya se sabía que la actriz tenía interés por el mundo esotérico, le sorprendió que personas cercanas
a ella le informaran que "pedía favores a la Niña Blanca".

"Para pagarlos (Félix) pidió que la vistieran de Santa Muerte con corona y túnica. En eso, sólo estuvieron
presentes dos personas que son parte de una secta selecta de artistas, políticos y empresarios", según
Olmos.

La primera documentación de esta devoción, de herencia prehispánica, data de 1797 cuando la Inquisición
española halló en Guanajuato, México, a un grupo de indígenas que veneraban una calavera buscando
protección.

A lo largo del tiempo, este culto sincrético ha sufrido periodos de intolerancia y censura, pero según la
obra, resurge siempre en tiempos de recesión económica o de violencia, como sucedió poco después de la
Revolución mexicana (1910-1917) o tras la crisis en México de 1994.

A partir de esa crisis, tan dramática y desesperante, explicó el autor, "mucha gente comenzó a venerar a
la Santísima buscando protección y ayuda, ya no sólo los marginados sociales sino también la clase media
y algunos ricos".

El libro también vincula a otros personajes con su figura, como la líder del sindicato de maestros Elba
Esther Gordillo y el ministro de Seguridad Nacional, Genaro García Luna.

De acuerdo con esta investigación periodística, los devotos de este culto suman entre 5 000 y 8 000 en
Norte y Centroamérica, y siguen aumentando por el flujo migratorio. "Al pasar por México los migrantes
centroamericanos están desprotegidos, se enteran de su existencia encomendándose a ella", planteó el
periodista.

Lejos de la satanización que le brinda la Iglesia católica a la "Niña Blanca", la obra dice que esta práctica
es católica y que la muerte en el Catolicismo da presencia al gran milagro de la resurrección.
Para la historiadora Katia Perdigón, aseguró Olmos, es una devoción que se enriquece a diario: "la visten
de novia, mariachi o futbolista. Ha roto clases sociales, fronteras y medios porque hasta se da en la web o
en las redes sociales". Por otro lado, no requiere intermediarios, templos ni confesores. Otra de sus
particularidades es que a ella se le piden cosas diferentes a las que se piden a otros santos, porque su
moral es distinta.

Se lo digo, y no es por presumir, porque ese lunar lo he tenido cerca. Muy cerca, hace ya muchos años,
antes de que se nos fuera de este mundo, pero no mucho después de que entrara en la leyenda.

Porque el entonces director de ¡HOLA!, mi maestro Eduardo Sánchez Junco, del que tanto aprendí, me
envió a París con la misión de escribir las memorias de aquella mujer, sin género de dudas, única, a la que
llamaron La Divina. Mexicana universal, bellísima, que además, había tenido una intensa vida amorosa.
Fue la esposa, por ejemplo, de dos ídolos mexicanos. Del cantante Jorge Negrete, y del músico no menos
mítico Agustín Lara, autor, entre otras cosas, de aquella canción que tanto canto, porque es el himno de
mi ciudad, Granada…

Tierra soñada por mí

Mi cantar se vuelve gitano

Cuando es para ti…

Etc, etc.

Así que me fui a París, donde vivía en aquel barrio elegante, junto al Sena, aquella dama misteriosa,
fabulosa, con la que hablé varios días. Acababa de morir su último esposo, un francés que la amó mucho y
la hizo su heredera, y María, nunca sola, vivía con un pintor ruso, siempre vestido de ruso, que además la
estaba, lógicamente, pintando. De todas formas y colores. Vestida de odalisca, con un tigre domado al
pie, de maja, de diosa…María Félix, la bella, distinta y distante, con la que hablé un largo fin de semana.

Sí les puedo decir que su actualidad aquí y ahora es porque anoche la vi en una película en blanco y
negro, discutible pero interesante, muy interesante, al menos para mí. Camelia se llamaba y era una
película de coproducción hispano-azteca, como se decía entonces. Una historia de amor, una tragedia en
la que María hacía de dama de las camelias en la escena, y Jorge Mistral, su pareja en el cine, hacia el
papel de un torero llamado en los carteles Rafael Torres. En la cinta el drama era grande, como la
interpretación de los dos actores. A ella ya la había conocido yo en el festival de cine de Acapulco, al que
yo llamé en su día, La noche de las mandarinas. Ahí fui invitado por el entonces hijo del presidente
alemán, que llegó a ser gobernador de Veracruz en su tiempo. Cuando bajo aquel cielo estrellado, junto al
océano, yo tuve la suerte de que me presentaran a la bella, con aquel collar de esmeraldas que llevaba al
cuello, recuerdo que le dije:

– No sabe usted que alegría tengo, señora, al conocer en persona a una leyenda como es usted.

Y ella, me respondió desde su altura abriendo y cerrando las persianas de sus ojos oscuros, inmensos. Eso
sí, con su poderosa voz de siempre.
– Le agradezco sus palabras no sabe cuánto, pero le quiero decir que eso de leyenda me huele a muerto.

¡Vaya corte el de la bellísima! Así la conocí aquella noche mexicana, entre mariachis, y luego más tarde,
cuando me envió el jefe Eduardo para entrevistarla en su nueva casa de París. Bien es verdad que en
alguna otra ocasión tuve la alegría, el privilegio, de hablar con ella en su casa del barrio rosa de la capital
federal, y también aquella noche de fiesta, en su medio palacio de Cuernavaca entre buganvilias y
trompetas.

Siempre, María, siempre la Félix, cada vez más María Félix, antes y después de sus recuerdos para ¡HOLA!
Tenía un piso pequeño para ella, que siempre vivía en lugares de ensueño, y hablaba con pasión, diciendo
cosas como esta.

– ¿De Agustín Lara me dice? ¡Pobre Larita! ¡Me quiso tanto!

Superviviente de tantos amores, María, a la que Agustín le escribo una canción mágica llamada María
Bonita, María del alma, que se saben de memoria de tanto cantarla todos los mariachis de la plaza
Garibaldi.

Tan cerca de ella estuve que pude comprobar dos cosas.

Una, su olor a nardo y Chanel.

Dos, que sus pestañas enormes, inmensas, no eran falsas.

Tres, que su lunar del lado izquierdo del rostro como de cristal y jazmín, era suyo, si me permiten el
palabro, suyísimo. Que se aguantaba valientemente en el espejo. Casi respiraba cerca de él, levantando
un vaho como el del canasto a la espalda de aquella indita cargada de flores de pato que pintó Diego
Rivera.

Me contó muchas cosas, muchísimas, incluso salí con ella al París de la plaza Vendôme, en aquel Rolls
blanco que conducía un guapo efebo negro vestido a la usanza Chanel, que aumentaba el resplandor de
su leyenda.

Hablamos mucho. Si tienen tiempo, acudan a la casa ¡HOLA!, que publicó aquellos capítulos de la dama de
México, que ya se fue de entre nosotros. También entrevisté en su día al actor Jorge Mistral, que hizo
entre otras cosas aquella película con Carmen Sevilla, que se llamó La Siega. Le entrevisté muchas veces,
era guapo, galán, más bien de estatua normal y, por eso, en la película de anoche comprobé que María no
llevaba zapato de tacón sino sandalia plana, de e
sposa de Poncio Pilato. Cónsul de Roma en Palestina.

Debo tener por algún sitio aquella larga grabación, ¡ay si hablaba mi viejo magnetofón de pilas! Pero en
su día para él habló aquella mujer valiente, a la que no le importaban los espejos, que ya es decir, en una
dama excepcionalmente bella, sobre todo en blanco y negro, en el crepúsculo ya de su vida. Un día, una
noche, me llamó por teléfono.

– Soy María, y le llamo desde París. ¿Podrías decirme si es verdad que van a poner ahí en España mi
película aquella del Monte de la Ánimas? Si la ponen, no dejes de verla… sé que te va a gustar. Si voy por
España te llamo, me debes con cocido madrileño en Lardy, según me has prometido.

No tuvo que decirme el apellido. María, sí, pero además, la Félix, aquella dama inolvidable, para mi
colección de leyendas. De perfil, como aquella Nefertiti, la faraona de la historia del antiguo Egipto. Me
atrevería a decir que tal vez más bella.

Con la aparición de la autobiografía de María de los Ángeles Félix, la reconocida actriz mexicana de los
años cuarenta y cincuenta inicia un revival. Desde siempre, la propia María había declarado que sólo ella
podría describirse, que no habría biógrafo ni periodista osado que pudiera despojarla de su vida privada y
de sus secretos. Tuvieron que pasar varias décadas desde la génesis del mito para que el historiador
Enrique Krauze fuera el afortunado en escuchar la verdad de María. Lo único que le pidió ésta al
investigador fue que se olvidara de documentos y papeles.
"Si yo conviniera en que usted escribiese mi biografía, tendría que ser exclusivamente con mis recuerdos,
con mi sesera. Créame, no necesitamos más", le dijo a Krauze. Y así sucedió. Después del primer intento
de Krauze por investigar sobre un relato de María, se dio cuenta de que, una vez más, La Doña había
salido victoriosa. Y que "su verdad y la verdad son una sola". La presentación del primero de los cuatro
tomos que conforman la autobiografía María Félix. Todas mis guerras, producidos por la editorial Clío, que
dirige el mismo Krauze, ha sido el plato fuerte de estos primeros días de agosto en México.Elaborados en
Singapur, cada tomo es ilustrado con fotografías de la colección del hijo de María, Enrique Álvarez Félix, y
muchas de esas imágenes son inéditas.

"¿Ya viste qué guapa era María Félix desde pequeña?", se cuentan entre sí las admiradoras de María
Bonita. "Yo no sabía que María se había enamorado de su hermano", se cuentan unos a otros sus
admiradores. La historia se remonta a su temprana edad. En los recuerdos de María se adivina la emoción
al pasear a caballo abrazada a su hermano Pablo. Al embelesarse con su voz mientras tocaba la guitarra.
Al sentirse orgullosa de compartir con su hermano el mismo lunar en la mejilla. "El perfume del incesto no
lo tiene otro amor", le confesó entonces La Doña a Krauze. Y le contó su desventura.

Su relación con Pablo era tan estrecha que su madre adivinó una tragedia y decidió cortar por lo sano:
persuadió a su esposo para que enviaran a su hijo al colegio militar. María sufrió y lloró por mucho
tiempo, pero aún más, cuatro meses después, cuando le llegó la noticia de la muerte de Pablo. La versión
oficial fue que se trató de un suicidio. Pero la verdad de María es que alguien lo mató por la espalda.

Ésta es la verdad de María de los Ángeles Félix Güereña, la que nació y vivió su infancia en Álamos,
Sonora, bajo la estricta disciplina de su padre hacia ella y sus 11 hermanos.

El ingreso de María en el cine tuvo sus bemoles. Uno de ellos fue que tuvo que cambiar su nombre.
"Querían que me llamara Diana del Mar. Ni loca, les dije, yo no me pongo un nombre tan cursi. Luego me
propusieron otro peor: Marcia Maris. Me negué rotundamente a llevar seudónimo". Finalmente, sólo le
quitaron de los Ángeles para llamarla como se la conoce: María Félix.

El cine mexicano que le tocó vivir a María Félix era difícil. "Tuve la inmensa fortuna de que me rodeara
gente muy talentosa, muy brillante: eso me ayudó a contrarrestar las dificultades". La primera película
que María recuerda es la que rodara con Fernando de Fuentes. No olvida cuando fue invitada a una
comida, en donde no conocía a mucha gente, y de pronto alguien se levantó a su llegada y gritó: "¡Aquí
está mi doña Bárbara!". Habría de enterarse después de que se trataba del mismo Rómulo Gallegos, quien
la había ya seleccionado para protagonizar su novela llevada al cine.

Fue en esta época también cuando María conoció a su idolo desde la infancia, al compositor conocido
como El Flaco de Oro. Lo primero que pensó María cuando tuvo frente a sí a Agustín Lara fue: "Me lo voy
a conquistar esta noche". Y así sucedió. La relación María Félix-Agustín Lara fue la comidilla de la época.
"Toda la gente lo veía feo", cuenta María. "Pero en la intimidad le ganaba a cualquiera". Y aunque los
periodistas de entonces afirmaban que María andaba con él por conveniencia, ella aseguraba que "en ese
momento yo iba para arriba y él para abajo, de modo que fui yo quien le dio un levantón".
Una vida dedicada a Lara, que le escribió aquella canción inolvidable para muchos: María bonita. Pero la
pareja no se consolidó. Después de varias escenas de celos, en las filmaciones de María con Emilio, El
Indio Fernández y Gabriel Figueroa, la pareja se disolvió después de un intento de homicidio de Agustín
hacia María. Ella decidió aceptar la oferta de Cesáreo González para hacer varias películas en España, y así
fue como se lanzó a conquistar Europa. Éstas y otras muchas cosas cuenta La Doña en de su
autobiografía.

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