8 El Oidor Cortes de Mesa
8 El Oidor Cortes de Mesa
8 El Oidor Cortes de Mesa
I.
Qud feiices hubieran corrido sits dias sin esa noche! Pero
cstaa escnito pie seria Is óltima fiesta de su vida, y que ci des-
Lino no respeta ni las rosas del amor, ni Is quietud del sabio, °k
los laureles del guerrero.
Ella se divirtió curnpletamente; a funcion estuvo lucida. A.
las onoeya los muchachos so dormian, 6 jugaban con los perros 3'
gatos pot Is sala en inedlo de los concurjrentes y ci baile se acabO.
H
T R!LAC1OYE DX VIAlS. • 53
IT.
III.
Muchos than habian pasado sin quo nada turban el reposo
de Don Salvador y de Clara Rosa, y in que tampoco nada ate-
noase ci atnor del Oldor, y Is pens, 4ue profundainente lo con-
sumia: sus facciones manifestaban los interiores combates, 7 SIt
aire distraiao le dabs un aspecto terrible, al mismo tiempo quo
causaba lástima y compasion.
Despues de rezarlas oracionea eh can de don Salvador,
vino a. sorvir el chocolate Is tia Cecilia, y con mil escrApulos y
reserves hizo sense uI amo, como quo tenia que contarle aigo.
Aquel no advirtiô 6 so did por desei$endido, asf es que Is vieja
estaba en UCUM; peru ludgo so acosiaron y no hubo ticinpo
yarn decir nada.
Y lflSC[oNfl BE VISIt 69
Al otro dia, may temprano, salle Clara Rosa a misa, segun
on costumbre, y Cecilia dijo a don Salvador quo permaneciese.
Pretest6 squat gana do almorzar, y so qued6pam ver qué cosa
era. No bien hobo salido Clara Rosa cuando la vieja, mirando
pars todos lados y advirtiendo quo no babia gente, dijo 4. don
Salvador:
—Pun cierto, senor, quo el Oidor no nos dL treguas.
—Y qué ha sucedido? dijo don Salvador, retiréndose de Is
mesa, y sin acabar de pasar an pedazo de pan qua se habia echa-
do a Ia boca.
—Nada, señor.
—Cémo nada 1
—Olga usted con paciencia, qua an una horn no se tomó
Zamora.
—Then, bien; deja refranes, y al clavo.
—Pun como vuesamerced me dijo qua .........
—Y qué has visto, pucs?
—L Pero cémo quiere quo so 10 diga, si 4. ada niomento
me interrumpe?
—No interrumpo was; df breve.
—Pues como iba diciendo de ml cuento: y los tiempos
están, senor don Salvador, muy peliagudos, pun boy se levanta
uno bueno, y a lit noche. . -. Dios sea servido de rernediar las
cosas!
—Por Dios, Cecilia! dl pronto, quo p no puedo aguantar
más, dijo don Salvador, levantándose y cerrando la puerta, vino
el Oldor?
—$f vino, senor; pero no liable noted tan redo.
—Bien, y oiste qué le dijo Clam?
—Sf, señor; pero veamos si viene Ilguien, porque, como
suele decirse, las parades tienen oldos, y no metas tus pulgares.
—A un lado cbácharaa, Cecilia, y at asunto, al asunto.
—Pun sI, softer, dijo Cecilia, arrimándose 4. don Salvador,
ayer tarde, cuando estaba an la tienda, vino; yo, al momenta qua
lo scntf entrar, we vine, dejando el duke an ci fogon, quo pox eso
so acarainelé.
—Bien, dijo don Salvador, eso no es del caso, prosigne.
—No me interrumpa mAs, senor, porque ent6nces..... me
callard.
Don Salvador hizo una send de quo escucharia an silencio,
y In vieja prosiguió:
—Pues, come iba diciendo: vino ci Oldor y yo me eacon-
81 detras do esas cortuias do la puerta de la alcoha y me puse 4.
60 CUSDBOS fl 008T%TM BR! B
Iv.
V.
Dificil seria describir los sentimientos que agitaban al or-
gulloso Oidor don Luis, despues cue par su pasion habia des-
cendido A Is clase de los criminalS. Sus primeras ideas fueron
matarse; pero Simon, Uorando, le piit6 las armas; Iuégo pens&
en buir; y par fin, sin resolverse Is nada, se propuso dejarse lie-
var del rio de Is desgtacia hasta tdier ci fin quo Is suerte deere-
tars. Simon, sinembargo, se opuso Is tal determinacion, y abogó
tan valientemente por la fuga, que su amo cediö Is todo Jo quo
aquel quisiera disponer. Indiferentç cosa Ic era ya vivir 6 morir,
despises do quo se veia tan degra4ado por su crimen, cuyo re-
T RELACIONEB DX YIAJX.
VI.
Segun.todas Ins presunciones, don Luis Cortée de Mesa era
el asesino de don Salvador. La justicia quiso prendcrlo; pero
no parecia en la ciudad. Enviáronse requisitorias a todos
108 corregidares de Los pueblos, y no dilató mucho en ser aprchen-
dido el reo. Habia pasado ya Ia cabuya do Cáqueza cuando fud
sorprendido por un piqucte do granaderos, a quien so diÔ aviso
pot into pie ks viO pasar, y quo sabiendo Ia muerte, hahia oido
el nombrc del autor. Entóncos no dormia tanto la poiicfa como
ahora; ahora pie parece habor tornado gruesa canthlad de opio,
y no entreabre tnás pie un ojo para inirar la parte opuesta 6. la
en que se cometen los atentados.
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