F. B. Walbank - El Mundo Helenístico
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GRECIA
N°22
EL MUNDO HELENÍSTICO
F. B. Walbank
CAP. 5 – MACEDONIA Y GRECIA
Una parte importante del mundo helenístico quedó libre del choque de culturas que
caracteriza las monarquías orientales. Tal fue la patria de Filipo II y Alejandro, el reino de
Macedonia, que desde el 276 hasta su disolución a mano de Roma en el 168, estuvo
gobernado por la dinastía Antigónida.
Macedonia fue la última de las tres grandes áreas en establecer una sucesión dinástica
regular. Desde el 316 hasta su muerte en el 297, fue controlada por Casandro y la
estabilidad volvería tan sólo con la llegada de Antigono Gonatas, en el 276, y la muerte de
Pirro, ocurrida unos pocos años más tarde. Pero en Macedonia, estaba obligado a tomar
en consideración las actitudes nacionales. Resulta bastante difícil discernir hasta qué
punto estas actitudes tenían su contrapartida en una genuina participación del poder. Los
macedonios, intercambiaran solemnes juramentos con los epirotas: los reyes juraban
gobernar de acuerdo con las leyes y el pueblo se comprometía a mantener el reino de
acuerdo con las leyes. Existen algunos testimonios que sugieren que el pueblo macedonio,
o el ejército poseía un derecho tradicional por el que, a la muerte del soberano, elegía a
un sucesor.
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El otro derecho atribuido al pueblo macedonio es el de juzgar los casos de alta traición.
En el contexto de las acciones de Alejandro contra Filotas, que había sido acusado de alta
traición.
Alejandro y sus compañeros son los que adoptan, y no el ejército, la decisión final, tras
haber despedido al ejército. Entonces, el pueblo (o el ejército) ejercía tradicionalmente
un poder en los juicios por traición y estos derechos populares judiciales, junto con los
derechos -menos claros- ejercidos al final de un reinado, al parecer colocan al rey de
Macedonia en una base distinta de la que tenían en otras partes sus rivales.
Es decir que los derechos populares eran, en Macedonia, algo residual. Solamente los
macedonios influyentes representaban un elemento dentro del estado que no tenía
paralelo en Siria o en Egipto, donde los Amigos del rey, eran elegidos por el monarca en
todos los lugares del mundo helenístico y permanecían unidos a él tan sólo por lazos
personales (al menos durante el siglo tercero).
Además, los macedonios sobreviven como un elemento dentro del estado, por muy
endebles y en desuso que estuvieran sus derechos. Los macedonios también aparecen
denominados como koinón, palabra griega que posee un amplio campo semántico pero
que fundamentalmente significa «bien común» o «estado» o también «autoridad
pública» e incluso (y muy frecuente en este período) «confederación».
Los tratados macedonios en general estaban hechos sólo en nombre del rey. La presencia
de los macedonios en aquellos concluidos es excepcional y puede conectarse con una
referencia a los aliados griegos, que aparecen en el tratado púnico y es probable que haya
sido restaurada en el de la ciudad cretense.
Sin duda, los macedonios empleaban siempre una franqueza tradicional al dirigirse a su
rey. Además, a diferencia de las ciudades del país y de muchas de fuera del mismo, las
macedonias jamás convirtieron a su rey en objeto de un culto al gobernante. Pero, a pesar
de todo esto, en cuanto a finalidades prácticas, los Antigónidas eran el estado.
II
También en otros aspectos Macedonia creció de un modo cada vez más similar al de otros
estados helenísticos: los Amigos del rey, por ejemplo, eran elegidos fuera y dentro del
reino. Después de esto, muchos extranjeros ocuparon un lugar prominente en sus
consejos; la Macedonia de los Antigónidas alcanzó un alto grado de urbanización que la
acercaría al nivel cultural de la Grecia meridional.
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Bajo los reinados de Filipo y de Alejandro las tierras altas fueron divididas en cantones
gobernados por sus propios príncipes y, si no contamos las colonias griegas asentadas en
la costa, como Anfípolis y Pidna, había muy pocas ciudades en la baja Macedonia y la
mayoría de ellas eran apenas algo más que ciudades-mercado.
En tiempos de Filipo, las colonias griegas habían sido incorporadas al reino y existen
testimonios de que algunos de los griegos eminentes que integraban los grupos asesores
de Alejandro y que servían en su flota habían recibido tierras dentro del territorio de
Anfípolis y, de esa manera, habían adquirido la ciudadanía macedonia.
Bajo el gobierno de los sucesores, las ciudades se multiplicaron. Desde un punto de vista
formal, las ciudades poseían las estructuras y las instituciones de los estados democráticos
griegos. Como las ciudades de otras regiones, estaban divididas en tribus y en demos y se
mencionan generales, guardianes de la ley, tesoreros, arcontes y sacerdotes en distintas
ciudades. Otras inscripciones, dejan ver que las ciudades de Macedonia cultivaban
activamente un intercambio de embajadas y otorgamiento honorífico de derechos de
proxenía con todos los centros urbanos del mundo griego, como si se tratara, en el caso
de aquéllas, de ciudades-estado independientes. Pero, en la realidad, se hallaban muy
claramente bajo el control completo del rey. Pero dentro de esas limitaciones, las
ciudades poseían una autonomía local y controlaban sus propios recursos, además de
hallarse en condiciones de otorgar la propia ciudadanía local a macedonios oriundos de
otras ciudades.
La riqueza mineral obtenida de esta fuente sirvió también para pagar los costosos
desarrollos militares esenciales para los planes expansionistas de Filipo y para la
expedición persa. Un programa militar activo y una política de patronazgo hacia los
centros religiosos principales y secundarios en el exterior fueron los métodos para
asegurarse la igualdad de posición con respecto a rivales más ricos de otros reinos.
Sin embargo, la derrota que le infligieron los romanos en la Segunda guerra macedónica
(200-197) obligó Macedonia a pagar una indemnización de 1.000 talentos y poco después
de eso el monarca dio comienzo a una política cuyo objetivo era incrementar sus recursos.
No sólo aumentó los recursos del reino mediante impuestos sobre la producción agrícola
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y mediante imposiciones a la importación y a la exportación. Por otra parte, no sólo trató
de asegurar un crecimiento de la población nativa, sino que también introdujo una gran
cantidad de tracios en Macedonia. El período considerable de sosiego en la actividad
bélica le permitió dedicar toda su atención al acrecentamiento de los recursos de su reino.
Igual, Filipo V acuñó grandes cantidades de monedas y por primera vez en la historia de
la dinastía hubo acuñaciones en cecas regionales y en varias ciudades de Macedonia. Una
moneda bien acuñada podía favorecer el comercio y los distritos y ciudades locales quizá
hayan pagado por el privilegio de realizar la acuñación. Los esfuerzos de Filipo por
aumentar sus recursos fueron continuados por su hijo Perseo, que siguió acumulando
riquezas. El desarrollo de la urbanización en Macedonia bajo el mando de sus reyes desde
Filipo II hasta Perseo avanzó más allá de lo que se había supuesto en otros tiempos.
III
Su situación geográfica aseguraba a Macedonia una relación más directa y estrecha con
la Grecia continental que la que tenían algunos otros estados helenísticos y esto por la
simple razón de que Macedonia era esencial para la seguridad griega. Porque Grecia
experimentaría muy pronto la violencia carente de leyes de los tracios y de los galos, como
ya había ocurrido en más de una ocasión. Al librar una serie de guerras contra los ilirios,
los dárdanos y los tracios, Macedonia protegía en forma indirecta a los griegos y cuando
los romanos, en el 148, se apoderaron de Macedonia y la convirtieron en provincia, le
asignaron ese mismo papel.
Si, empero, los macedonios constituían un baluarte esencial para el norte de Grecia, los
Antigónidas consideraban el control de la misma Grecia esencial para su propia seguridad
y dado que jamás intentaron trasladar ese control al campo estricto de la conquista, se
debe deducir que el objetivo macedonio consistía en mantener la tierra griega libre de
todo otro poder-Ptolomeo, Pirro.
La relación con Macedonia era un tema tan embarazoso en los siglos tercero y segundo
como lo había sido en el cuarto. La política macedonia de controlar Grecia se alzaba contra
la pasión griega por la libertad y la independencia. No obstante, algunos estados, como
los del Peloponeso, se habían aprovechado de la conexión Macedonia y aún se hallaban
dispuestos a colaborar con el rey macedonio en contra de sus vecinos.
IV
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Se puede observar un esquema general en los intentos realizados, a lo largo de un siglo y
medio, por los reyes de Macedonia, para llevar a cabo y mantener un control firme sobre
Grecia. El método más usual era el de establecer guarniciones en puntos estratégicos de
Grecia.
El segundo, estaba pensado para alinear a los griegos dentro de la política macedonia y, a
largo plazo, se mostraría desastroso para la Helada. A su muerte, Antipatro dejó como
regente de Macedonia a Polípercon, quien en el 319 llamó a consejo a sus Amigos; una
vez enarbolada, la consigna de la «libertad griega» continuó siendo agitada como un tema
de propaganda para obtener el apoyo griego.
En el 276, Antigono Gonatas, hijo de Demetrio, puso fin al caos apoderándose del trono
de Macedonia, pero su rival, Pirro de Epiro, llevó a cabo un intento final por derrocarlo en
el 272, invadiendo para ello el Peloponeso; en tal ocasión, dijo a los embajadores
espartanos «que había llegado para liberar las ciudades que se hallaban sujetas a
Antigono» (Plutarco, Pirro, 26, 7).
Con la ayuda de estas guarniciones, durante muchos años apoyadas por tropas
establecidas en Atenas y en el Pireo, Antigono Gonatas aspiraba asegurarse Grecia
meridional. Hubo una corriente de oposición muy pronunciada y en el 268-267 las intrigas
de Ptolomeo II rindieron su fruto al estallar en Grecia una rebelión contra Macedonia,
conocida como la Guerra Cremonídea, por el nombre del ateniense Cremónides, quien
organizó una alianza entre Atenas y Esparta y los aliados de Esparta en el Peloponeso y en
Creta.
La guerra terminó en desastre para los griegos y en el 261 Atenas se vio obligada a rendirse.
Areos de Esparta perdió la vida en combate cerca de Corinto y en el lapso de unos diez
años el control de Antigono sobre Grecia no tendría rivales. Como gobernador de Corinto,
Crátero, su medio hermano, fue en rigor un virrey independiente, pero, tras su muerte,
su hijo Alejandro -que lo sucedió en el mandóse rebeló contra Antigono. Esto constituyó
un duro golpe para el poderío macedonio y, a pesar de que en el 245 Antigono recuperó
Corinto. Veinte años tendrían que transcurrir antes que la posición macedonia en Grecia
meridional pudiera ser restaurada.
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Los macedonios influyentes eligieron a cierto Antigono, primo de Demetrio, como regente
y poco más tarde como rey. Durante su reinado se produjo un cambio nunca visto antes
en los destinos macedonios.
En esta ocasión el poder macedonio habría de descansar sobre una base nueva, una
alianza que abarcaba organizaciones federales bajo la hegemonía del rey de Macedonia,
que bien pronto dejaría de ser Antigono (muerto en el 221) para pasar a ser el joven Filipo,
hijo de Demetrio, a quien Antigono había dejado abierta la sucesión. La nueva alianza
significó un retorno a las políticas de Filipo II y de Antigono I, con la excepción de que las
nuevas unidades ya no eran ciudades-estado sino confederaciones; este cambio refleja
un énfasis distinto en la forma política de Grecia.
Los nuevos miembros de la nueva Symmachía eran los aqueos, los macedonios, los
tesalios, los epirotas, los acamienses, los beocios y los focídeos. El Consejo de la
Symmachía podía ser convocado por el presidente y estaba encargado de la
responsabilidad de la paz y de la guerra y los asuntos referentes a los abastecimientos y
la admisión de miembros. Desde un comienzo, la Symmachía constituyó un compromiso
entre el ideal griego de libertad y el objetivo macedonio de lograr un control.
En el 198 los aqueos votaron unirse a Roma y la derrota de Filipo en Cinoscéfalos (197)
tuvo por resultado su confinamiento dentro de las antiguas fronteras de Macedonia.
Todos los pueblos mencionados habían estado bajo el control macedonio; algunos, como
los tesalios, desde los tiempos de Filipo II. Durante la guerra romana contra Antíoco III de
Siria (192-189), Filipo luchó junto a Roma y recuperó algunos territorios en las fronteras
de Tesalia, incluida Demetrias; pero en una serie de fatales adversidades los romanos se
los arrebataron gradualmente y la hostilidad de Roma hacia el sucesor Perseo (179-168),
culminaría en la Tercera guerra macedónica, y en el fin del remado de los Antigónidas.
Entre el 168 y el 150 Macedonia sobrevivió bajo la forma de cuatro repúblicas
independientes tributarias y la guerra con Antíoco y Etolia trajo consigo nuevas decisiones
y más comisiones romanas.
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Por fin, en el 146, la rebelión de la Liga Aquea terminó en la destrucción de Corinto, la
disolución de la Liga y el sometimiento de muchos estados al control del gobernador de
Macedonia.
El nuevo rey, dice Polibio, se mostraba poco interesado en el gobierno y resultaba difícil
acceder a él; trató con negligencia total y con indiferencia a quienes estaban encargados
de llevar los asuntos fuera de Egipto, a los que los reyes anteriores habían prestado una
atención mayor que la que les merecía el gobierno del propio Egipto. En consecuencia,
siempre se habían hallado en condiciones de mantener el respeto de los reyes de Siria,
tanto por mar como por tierra, adueñándose de Celesiria y de Chipre. Los reyes egipcios
jamás tuvieron temor por sus dominios y por este motivo siempre prestaron,
naturalmente, una atención seria a los asuntos exteriores.
Sin embargo, Celesiria siguió siendo un problema para ambos reinos y constituyó una de
las razones importantes para las cinco guerras libradas entre los Ptolomeos y los
Seléucidas en el transcurso del siglo tercero, hasta que en el 200, después de su victoria
de Panio, Antíoco III se convirtió en señor de Siria y de Fenicia.
Ptolomeo I llevó a cabo contactos con Chipre desde muy temprano, se apoderó de la isla
poco más tarde y, en el 310, nombró a su hermano Menelao jefe militar de la isla.
Probablemente hacia el 310 estableció una alianza con Rodas, una ciudad que «obtuvo la
mayor parte de sus ingresos de los mercaderes que navegaban hacia Egipto; en términos
generales, la ciudad se sostenía gracias a aquel reino» una afirmación confirmada en parte
por la gran cantidad de ánforas rodias estampilladas encontradas en Alejandría.
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Un poco más tarde, Ptolomeo asumió el patronazgo de la Liga de las Islas, organizada en
sus orígenes por Antigono. De modo que la decisión de Ptolomeo de controlar áreas
importantes fuera de Egipto está clara desde una fecha temprana, y como lo indica Polibio,
también se apoderó de diversas posesiones costeras en el Asia Menor.
Para Polibio, por lo tanto, la política ptolemaica estaba concebida en términos defensivos.
De todas formas, parece considerar que la política exterior de los Ptolomeos estaba
pensada, en primer término y directamente, para evitar ataques contra Egipto.
Pero también se ha argumentado que el control ptolemaico del Egeo tenía por finalidad
limitar la influencia macedonia en Grecia. Sin duda, existía un aspecto antimacedonio en
la política exterior ptolemaica, tal como queda manifiesto en la Guerra Cremonídea, que
fuera instigada y financiada por Ptolomeo II.
II
Este sistema puede ser descrito como un experimento en gran escala en el campo del
centralismo burocrático y del mercantilismo, en cuanto apuntaba a la acumulación de
metales preciosos, a través del control del comercio, y a la subordinación de la economía
al poder del estado. Esta política está formulada con toda claridad en una carta que data
del 258, escrita por Demetrio, quien era evidentemente el responsable de la ceca de
Alejandría, a Apolonio, el dioiketés de Ptolomeo II.
Es interesante comprobar que el sistema monetario cerrado de los Ptolomeos fue copiado
un siglo más tarde por los Atálidas de Pérgamo, cuyos ástóforos (monedas denominadas
así por la caja sagrada, cista, que se reproducía en ellas) fueron utilizados también como
una moneda de curso legal excluyente.
Dicha política estuvo respaldada por un control intensivo de producción a través de todo
el reino, con el propósito de aumentar al máximo las riquezas que entraban en las arcas
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de Ptolomeo. El primer requisito consistía en una burocracia eficiente y, en este sentido,
los Ptolomeos pudieron basarse en el sistema faraónico, que dividía el país en unos
cuarenta nomos, subdivididos en tópoi (zonas) y en kómai (aldeas). Sobre esta base, los
Ptolomeos injertaron un sistema más complejo, con tropas establecidas en todo el país
bajo el mando de generales (strategoí) y un servicio fiscal más elaborado a cargo de los
oikonómoi.
Los impuestos y los alquileres eran muy variados por su índole y contemplaban toda
posible fuente de ingresos. Las tierras retenidas en manos del rey eran trabajadas por
labriegos de la corona, a los que se asignaban parcelas, casi siempre en arriendos de
duración breve. La semilla de los cereales era suministrada por la corona, pero su
equivalente debía ser devuelto tras la cosecha y, como hemos visto, lo que sembraban los
labriegos estaba determinado por el gobierno central y registrado en planificaciones de
siembra.
Con el fin de gobernar el Egipto de manera segura frente a todos los rivales, los Ptolomeos
necesitaban fuerzas militares y existe un caudal muy grande de testimonios que indican
un gran aflujo de extranjeros, de todas las nacionalidades, durante los primeros cincuenta
años del control ptolemaico.
Estos hombres permitieron que el rey ahorrase una gran cantidad de dinero, que habría
sido necesario si hubiese empleado mercenarios en su lugar. No todos los productos
podían ser vendidos porque, además de esos impuestos obligatorios y gravosos, los
Ptolomeos impusieron diversos monopolios. Un ejemplo notable lo suministran las
cosechas de los productos oleíferos: sésamo, aceite de castor, semillas de lino, alazor o
falso azafrán y calabaza redonda; quizá sea exacto afirmar que ningún aspecto de la
agricultura o de la producción en el Egipto de los Ptolomeos escapaba a la atención del
gobierno de una u otra forma y que una combinación de elevados impuestos sobre la
mayor parte de los géneros imaginables y los precios fijos aseguraba que los beneficios
reales fuesen a parar al tesoro de los Ptolomeos.
Hemos de añadir que este sistema se aplicaba del mismo modo y por las mismas razones
a las posesiones ptolemaicas del exterior. El Estado era lo primero y este orden de
prioridad se inculcaba en la ideología oficial.
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En muchos ámbitos, los Ptolomeos simplemente se aprovecharon de lo que encontraron,
añadiendo a ello las medidas que exigía la existencia de una nueva clase gobernante
constituida por griegos y macedonios.
Como sistema de explotación era rudo y muchas veces resultaba ilógico, dominado como
estaba por la preocupación de evitar las estafas más que por la de asegurar los resultados
más eficientes. Pero tal vez débil. Como es natural, el sistema hallaba resistencias. Una
parte del interés del egipcio se centraba en subrayar con énfasis sus apuros y en exagerar
su incapacidad para el pago. A menudo los funcionarios se enfrentaban con quejas
exasperantes.
III
Los soldados reservistas se hallaban muy esparcidos en el medio rural porque los
Ptolomeos, a diferencia de los Seléucidas, no fomentaron la creación de ciudades y Egipto
poseía pocas.
Es decir que Alejandría configuraba un caso especial. Jamás se pensó que fuera una parte
enteramente egipcia y su nombre oficial en los tiempos romanos fue Alejandría de Egipto.
Además de Alejandría también se erguía Naucratis, un antiguo asentamiento griego y un
mercado a través del cual en el transcurso de varios cientos de años el gobierno faraónico
había regulado el comercio con el mundo griego. Por otra parte, estaba Ptolemaida en el
Alto Egipto, la única fundación ptolemaica, llevada a cabo por Ptolomeo I.
Está bien claro que las tradiciones del reino tan centralizado de Egipto y las inclinaciones
de la dinastía ptolemaica iban en contra de la fundación de centros locales, incluso de
autonomía limitada, que es en lo que inevitablemente se habían de convertir las ciudades.
Una burocracia centralizada constituía la mejor garantía para un control oficial completo.
IV
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Aun antes de Alejandro, griegos y egipcios habían tenido que adaptarse los unos a los
otros en el valle del Nilo, pero sólo con la conquista macedonia el problema de las dos
culturas se convertiría en un hecho central para ambos pueblos. Durante los reinados de
los primeros Ptolomeos, existen pocos testimonios de hostilidad profunda entre ambos
pueblos. Sin embargo, el contacto entre los dos pueblos fue mucho más estrecho en las
zonas rurales.
Sin duda alguna, los egipcios eran inferiores desde el punto de vista económico y
ocupaban los puestos más bajos en la escala social, porque es probable que no hubiera
en el país un número relevante de esclavos. Los esclavos jugaban su papel en la vida
doméstica de Alejandría, como en cualquier otra ciudad griega.
En términos generales, los griegos se mantuvieron apartados de los egipcios. Desde luego
que hubo excepciones. Algunos ejemplos de matrimonios mixtos entre los griegos más
pobres, de quienes sabemos muy poco, están testimoniados desde el 256 en adelante.
Hasta aquí hemos considerado las condiciones en Egipto sobre todo durante los primeros
cien años del gobierno de los Ptolomeos. Pero hacia finales del siglo tercero se produjo
un cambio en las posiciones relativas de los dos pueblos. Al hablar del período que siguió
a la victoria de Ptolomeo IV sobre el rey Seléucida Antíoco III en Rafia (217) sabemos que
la creciente influencia del elemento egipcio, que sin ninguna duda se produjo después del
217, se debió a algo más que a la arrogancia de los 20.000 soldados nativos que por
primera vez habían sido incluidos en la falange. El enrolamiento de estos hombres estuvo
motivado, hasta cierto punto, por apremios financieros; esto aparece indicado, de todas
formas, por el deterioro de la moneda durante el reinado de Ptolomeo III (246-221).
Después de la guerra, las dificultades financieras aumentaron.
También, al final, hubo un aumento general en las relaciones entre grupos étnicos y en
los matrimonios mixtos, aunque a medida que se llega a las clases más altas de la escala
social el contacto es menor.
VI
Los inmigrantes griegos, como era natural, llevaron consigo sus dioses propios, pero desde
un comienzo los Ptolomeos tuvieron el cuidado de prestar atención a las divinidades
tradicionales de Egipto.
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De todo el panteón griego, Dionisio recibió honores especiales por parte de Ptolomeo IV.
Pero existen dos desarrollos que deben sus orígenes a los Ptolomeos en especial: el culto
de la casa real y la adoración de un nuevo dios, Serapis.
Serapis jamás fue popular entre los egipcios, pero su culto tendría un éxito insospechado
en el extranjero: apareció en Délos con un sacerdote egipcio antes de finales del siglo
tercero y a continuación se expandió con rapidez entre los griegos y más tarde en el
mundo romano. Serapis estaba asociado con el mundo subterráneo, pero también tuvo
algunos de los atributos de una divinidad de la salud.
VII
El Egipto de los Ptolomeos fue la última monarquía helenística que cayó ante Roma, pero
mucho antes que Octaviano se apoderara de la tierra, arrebatándosela a Cleopatra y a
Antonio en el 30, la situación se había vuelto anárquica.
Los reyes habían perdido todo control real sobre éstos. En su esperanza de mantener la
buena voluntad, concedieron una serie de amnistías (philánthropa).
Para este colapso del poder ptolemaico existen varias causas, algunas de las cuales ya han
sido examinadas, pero a éstas han de sumarse: la desastrosa política extranjera, la pérdida
de los mercados extranjeros, el despilfarro ocasionado por los disturbios internos y las
guerras civiles, el gobierno incompetente, la corrupción burocrática y la depreciación de
la moneda.
Al considerar el conjunto de esta historia lastimera es difícil no hacerse eco del juicio de
E. Will acerca del Egipto ptolemaico, que habría caído como víctima de su propia riqueza,
empleada al servicio de unos intereses que jamás fueron los suyos.
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En Egipto, los Ptolomeos y un grupo selecto griego se enfrentaban a una población nativa
que contaba con una clase sacerdotal poderosa y con tradiciones nacionales que se
remontaban a cuatro milenios.
En primer lugar, su área de expansión fluctuó con violencia entre el 312, cuando Seleuco
se apoderó de Babilonia y el 129, cuando las pérdidas que siguieron a la muerte de Antíoco
VII dejaron a los jefes de la dinastía una pequeña región en el norte de Siria.
Hacia el 303 el lejano Oriente fue sumado a los dominios de Seleuco (pero se perdió la
India) y en los veinte años siguientes este monarca y su sucesor Antíoco I se hicieron con
la mayor parte de Siria, Mesopotamia y el Asia Menor.
Las campañas orientales de Antíoco III, llevadas a cabo entre el 210 y el 205, que dejaron
una impresión profunda en las tierras griegas, no tendrían ningún efecto duradero en el
lejano oriente, si bien consiguieron refirmar el poder de los Seléucidas en el territorio de
Media. Sin duda, el peso del poder de los Seléucidas se concretó en tiempos del fundador
de la dinastía, Seleuco I.
Cualquiera que fuese la unidad que poseía el reino Seléucida, el rey debía imponerse en
ella con la ayuda de la burocracia y el ejército. Antioquía del Orontes, en el norte de Siria,
era nominalmente la capital, correspondiente a Alejandría.
Tal como lo hicieron los Ptolomeos y otros reyes helenísticos, los Seléucidas gobernaban
con la ayuda de sus Amigos y un grupo selecto greco-macedonio muy apartado de la
población nativa a la que dominaban. El mundo seléucida mostraba una indiferencia
profunda ante los iraníes, que quizá haya contribuido a la facilidad con que los partos se
anexionaron todo el Irán hasta el Eufrates, antes que el siglo segundo tocara a su fin.
Enfrentados con una variedad de culturas indígenas, los Seléucidas prefirieron
fundamentar su poder en lo que les era familiar: la civilización de Grecia y Macedonia.
13
II
III
La fundación de una cadena de ciudades griegas nuevas, que se extendía sobre todo el
ámbito de sus dominios, desde Bactria y Sogdiana en el lejano oriente, es el logro más
asombroso de la dinastía Seléucida. A diferencia de las antiguas ciudades de Grecia y del
Asia Menor occidental, por lo común estaban trazadas según un esquema ortogonal,
teniendo en cuenta, no obstante, la topografía del emplazamiento.
Una extensa inscripción proveniente de Pérgamo, la capital de los Atálidas, establece con
detalle los deberes de los astynómoi, magistrados responsables del estado de las calles,
del abastecimiento de agua y de los servicios públicos, con la lista de las multas que se
aplicaban por contravención de las reglamentaciones.
La mayor parte de este trabajo de colonización fue llevada a cabo durante el reinado de
los tres primeros monarcas Seléucidas, Seleuco I (312-281), Antíoco I (281-261) y Antíoco
II (261-246).
El objetivo de la dinastía puede verse con mayor claridad en los nombres dinásticos
aplicados a las fundaciones más importantes y, además, a muchas otras.
En primer término, se hallan las cuatro grandes ciudades del norte de Siria: Antioquía, la
capital, que seguiría creciendo hasta los tiempos de Antíoco IV y fue famosa por su parque
de Dafne; Seleucia en Pieria, el puerto; Laodicea del Mar y Apamea sobre el Orontes
medio, un gran centro militar en el que los Seléucidas mantenían su caballería y sus
elefantes. La fundación más antigua hecha por Seleuco ¡fue Seleucia del Tigris, en
Babilonia; esta ciudad sirvió de centro administrativo y de influencia greco-macedonia
para toda Mesopotamia.
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Además de estas fundaciones principales, un sinnúmero de nombres dinásticos tomados
de los monarcas Seléucidas y de sus reinas están registrados en todas las zonas del reino.
El alcance de la influencia griega o macedonia en la fundación original variaba en mucho
de una ciudad a otra.
En general, se necesitaba una muralla para la defensa y era común que hubiera una
asamblea, aunque no siempre se la encuentre. La base económica casi siempre era la
agricultura, ya fuera practicada por los ciudadanos o por un campesinado sometido a
servidumbre.
Un derecho muy importante, que en el pasado era indicativo de la libertad genuina de las
ciudades, permanece ausente: el derecho de acuñar moneda. Básicamente, a lo largo de
la historia de la dinastía Seléucida-y no menos en el caso de otras casas reales-, las
relaciones con las ciudades se basaban en el poder relativo más que en la ley.
IV
Las ciudades nuevas fueron base e instrumento de helenización, (especie las zonas del
Este como hemos visto) de expansión de la cultura, las instituciones e ideas y la lengua
griega hasta zonas tan lejanas como Afghanistán y la India. Tampoco, las tierras estaban
distribuidas de modo uniforme en el territorio seléucida.
La gran proeza del reino Seléucida consiste en la helenización de la costa siria y de gran
parte del Asia Menor; una proeza que mantendría sus resultados hasta la llegada del Islam
y, en algunas regiones, hasta más tarde inclusive.
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