Alberto Giordano (Ed) - El Discurso Sobre El Ensayo PDF
Alberto Giordano (Ed) - El Discurso Sobre El Ensayo PDF
Alberto Giordano (Ed) - El Discurso Sobre El Ensayo PDF
Parabellum / Ensayos
Dirección Editorial
Miguel A. Villafañe
Diseño
Cubierta: Ana Armendariz
Interiores: Gustavo Bize ([email protected])
ISBN: 978-987-3960-04-8
Alberto Giordano
1
La situación no es privativa de nuestro país; se puede comprobar el
poder de sujeción de los mismos valores académicos a escala global. Si hay
alguna particularidad argentina en este estado de cosas, es la de las tradi-
ciones que se reavivan cuando el pensamiento crítico consigue despren-
derse o desbordar ese horizonte de consensos legitimadores.
2
En una carta a André Bosmans, Magritte afirma que el misterio es “lo
que se necesita para que lo real esté” (citado en Pontalis 2005: 80).
Prólogo - El discurso sobre el ensayo 9
3
“Se denominará ‘espiritualidad’ el conjunto de esas búsquedas, prác-
ticas y experiencias [modificadoras de sí mismo] (…) que constituyen, no
para el conocimiento sino para el sujeto, para el ser mismo del sujeto, el
precio a pagar por tener acceso a la verdad” (Foucault 2006: 33).
10 Alberto Giordano
4
“Político” en el sentido de que concierne a los intereses de la polis,
cualquiera sea el tema abordado.
Prólogo - El discurso sobre el ensayo 11
5
Desde hace años, en los cursos sobre retóricas y políticas del ensayo,
trabajamos con la diferencia entre “ensayo de los escritores” y lo “ensayís-
tico en la crítica académica”, para resistir la voluntad de homogenización y
12 Alberto Giordano
6
El estructuralismo comenzó, en Francia y en nuestro país, como una
crítica inteligente del reduccionismo historicista, pero ese momento fuerte
se eclipsó demasiado rápido, entre otras razones, por lo permeable que re-
sultó a la apropiación académica.
7
Las tentativas más interesantes en esta dirección son la de Cristófalo
1999 y Djament 2007.
Prólogo - El discurso sobre el ensayo 15
8
En el Nº 4 (1988) de Fahrenheit 450 (revista de la Carrera de Sociología
de la UBA), se publicó “El ensayista como rebelde y doctrinario”, de
Fernando Savater (rescatado, tal vez por Christian Ferrer, del Nº 22 (1978)
de El viejo topo). El ensayo de Savater anticipa algunos de los argumentos
centrales del dossier “Últimas funciones del ensayo”, que publicará Babel
en 1990.
9
Este catálogo no es el producto de una investigación exhaustiva, de-
seable y todavía pendiente, sino de la memoria y la biblioteca de un lector
apasionado por el tema. Aunque fragmentario, agrupa publicaciones de
los distintos campos en los que se invocó la figura del ensayista como suje-
to de una práctica transdisciplinar: la teoría y la crítica literaria, la filosofía,
el psicoanálisis, la sociología y la comunicación social.
16 Alberto Giordano
10
En el ensayo psicoanalítico, que parece extremar los problemas retó-
ricos que conciernen al ensayo en general (hablar de una generalidad en-
sayística es incurrir en una contradicción, lo sabemos, pero cómo evitarlo),
no se trata de la formulación de “otro” saber, sino de probar “la eficacia del
saber al constituirse de un modo ‘ladeado’, en fricción con la razón como
Orden” (Kuri 2001: 107).
Prólogo - El discurso sobre el ensayo 17
11
El análisis de la conferencia de Sarlo reescribe un fragmento de “La
crítica de la crítica y el recurso al ensayo”, publicado por primera vez en
1998, en Boletín/6 del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, y
recogido luego en Giordano 2005: 249-260.
18 Alberto Giordano
12
Sarlo no pudo asistir al Coloquio “Retóricas y políticas del ensa-
yo” que organizó el Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria de la
Universidad Nacional de Rosario, en agosto de 2001, pero colaboró en el
dossier “El ensayo de los escritores”, publicado en el Boletín/9 de dicho
Centro, con un texto sorprende, que desplaza los juicios sobre “la cualidad
ensayística” (Sarlo 2001: 18) hacia la valoración de los procedimientos for-
males que desvían o suspenden la lógica discursiva (la elipsis, la paradoja,
el aforismo y la condensación). Sarlo detenta el privilegio de ser, al mismo
tiempo, referente histórico de una de las orientaciones del discurso sobre
el ensayo y partícipe de la otra.
13
Contra este imaginario funcionalista se enuncia la máxima “no es-
cribir sobre ningún problema, si ese escribir no se constituye también en
20 Alberto Giordano
problema” (González 1990: 29), que condensa la ética del “Elogio del en-
sayo” con el que Horacio González participó en otra modulación decisiva
del proceso que investigamos, el dossier “Últimas funciones del ensayo”,
publicado en el Nº 18 de Babel, en 1990. El punto de partida es, de nue-
vo, el diagnóstico sobre el debilitamiento de la fuerza crítica que produjo
la especialización, pero la polémica con los protocolos académicos no se
realiza esta vez en nombre de una mayor eficacia (la que supuestamente
se lograría ampliando la audiencia), sino a través del cuestionamiento de
la eficacia como valor superior. Las intervenciones del dossier no apuestan
al establecimientos de nuevos pactos de lectura, si no a la potenciación del
impulso crítico, si se libera la experimentación conceptual de la necesidad
de justificarse por el consenso.
14
La gravitación de los argumentos de Weinberg sobre la crítica aca-
démica de nuestro país es notable en varias de las comunicaciones pre-
sentadas en el Simposio internacional sobre el ensayo que se realizó en
la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza), en noviembre de 2009 (ver
Maíz 2010).
Prólogo - El discurso sobre el ensayo 21
15
Ver Todorov 1991: 58-64.
24 Alberto Giordano
16
La traducción, impecable, la firma Jorge Jinkis, miembro de la direc-
ción de la revista, que a fines de los 60, junto a Vicky Palant, tradujo para
la editorial Paidós El espacio literario, uno de los libros más influyentes de
Blanchot.
Prólogo - El discurso sobre el ensayo 25
Referencias bibliográficas
Adorno, Theodor W. (1962). “El ensayo como forma”. En Notas de
literatura. Trad.: Manuel Sacristán. Barcelona: Ariel; pp.
11-36.
Badiou, Alain y Tarby, Fabien (2013). La filosofía y el acontecimiento.
Con una Breve introducción a la filosofía de Alain Badiou.
Trad.: Irene Agoff. Buenos Aires: Amorrotu.
28 Alberto Giordano
Raúl Beceyro
1
Publicado originalmente en Punto de vista 10, Buenos Aires, noviem-
bre de 1980; pp. 20-23.
32 Raúl Beceyro
Beatriz Sarlo
1
Conferencia pronunciada como parte del ciclo Los escritores, la pro
ducción y la crítica realizado en la Facultad de Filosofía y Letras de UBA en
noviembre de 1984. Publicado originalmente en Espacios de crítica y pro
ducción 1, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1994; pp. 6-11.
44 Beatriz Sarlo
Eduardo Grüner
Una gran novela puede ser una ballena blanca o una cuca-
racha: nos arrastra con ella o se agita bajo nuestros pies. Es lo
que Charles Olson y Walter Benjamin encuentran en Melville
y Kafka, respectivamente. La metáfora animal es el testimo-
nio de un límite absoluto, de un fracaso: imposibilidad de
“abrumar la naturaleza” (Olson), imposibilidad de constituir
a la bestia como “receptáculo del olvido” (Benjamin). Por
encima o por debajo de la humanidad, el fracaso es irriso-
rio: quizá acierte Gramsci cuando sugiere que el superhom-
1
Publicado originalmente en Sitio 4/5, Buenos Aires, 1985; pp. 51-55.
Reproducido en Un género culpable. La práctica del ensayo: entredichos,
preferencias e intromisiones, Rosario, Homo Sapiens Ediciones, 1996;
pp. 13-21, y en Un género culpable. La práctica del ensayo: entredichos, pre
ferencias e intromisiones, Buenos Aires, Ediciones Godot, 2013; pp. 25-37.
60 Eduardo Grüner
Ensayo/error
Inútil decir que la idea no es nueva: la hemos leído, desde
ya, en Blanchot: todo escritor está atado a un error con el cual
tiene un vínculo particular de intimidad. Todo arte se origina
en un defecto excepcional, toda obra es la puesta en escena
de esa falta: “Hay un error en Homero, de Shakespeare, que es
quizá, para uno y para el otro, el hecho de no haber existido”.
Afirmación feliz: pareciera que basta que haya Obra para que
haya Autor, fuera de toda comodidad de una existencia bio-
lógica. Figura que distingue al ensayo de la “ciencia literaria”,
en tanto supone que es la escritura la que constituye a un (su-
jeto) escritor —es lo que dice Sartre de Flaubert— así como
el discurso funda su propio sujeto. Al revés, la crítica (“cien-
tífica”, tal como hegemoniza hoy la Universidad) debe supo-
ner un Autor en el origen de la escritura. De la “tradicional”
a la “moderna”, la crítica ha hecho poco más que cambiarle
el nombre a esa instancia previa: la restitución de una auto
ridad en el origen, bautizada como la Vida, las Influencias o
las Condiciones de Producción. La crítica llamada estructu-
ral (que no privilegia contra lo que se dice, la “inmanencia
del texto”, sino la adaptación de los textos a otra inmanencia,
la de los códigos de la semiótica narrativa) no escapa a esta
lógica “autoritaria”: el sujeto–soporte de la Lengua —o de la
Ideología, formación lingüística de singular astucia— aplasta
bajo el peso de las estructuras la posibilidad de recupera al
Autor bajo una forma que no sea la del terrorismo académico.
Lo cual no exime, no nos exime, de la fascinación casi irresis-
62 Eduardo Grüner
Error/exclusión
Convengamos, entonces: la única manera de evitar un
error es excluir, de antemano, aquello que podría producirlo.
¿Y cómo? Despachando el riesgo: vale decir el acontecimien-
to. Aquélla exclusión preventiva puede entenderse a la mane-
El ensayo, un género culpable 67
Nicolás Casullo
1
Publicado originalmente en Babel. Revista de libros 18, Buenos Aires,
agosto 1990 (Dossier “Últimas funciones del ensayo”); p. 22.
74 Nicolás Casullo
Cristian Ferrer
1
Publicado originalmente en Babel. Revista de libros 18, Buenos Aires,
agosto 1990 (Dossier “Últimas funciones del ensayo”); pp. 22-23.
80 Cristian Ferrer
adecuado” de parte del lector. Por ello estilo es, según la teo-
logía novaliana, “escribir libros como se compondría música”,
y no la postulación del ensayo como forma inversa del paper.
Cabría mencionar, al fin, el motivo fundamental que hace
del texto sociológico un paper: se trata de un efecto de la de
serotización de la Universidad y de los espacios intelectua
les: Ni modo de autoconocimiento existencial, ni objeto de
amor y odio, apenas dinero cultural; los textos circulan por
la avenida académica sin el menor riesgo, pues no pasa nada.
Traducido al alemán, esto significa que se ha producido una
pérdida de “ser”, una ausencia espiritual en beneficio de la
espiritualidad catódica de las videopantallas. Por eso mismo,
en estos tiempos la forma más seria y ejemplo por antono-
masia del texto sociológico es esa presentación ridícula de la
carrera académica y de la vida llamada curriculum vitae.
Elogio del ensayo1
Horacio González
1
Publicado originalmente en Babel. Revista de libros 18, Buenos Aires,
agosto 1990 (Dossier “Últimas funciones del ensayo”); p. 29.
86 Horacio González
Américo Cristófalo
1
Publicado originalmente en El ojo mocho. Revista de crítica cultural
3, Buenos Aires, otoño de 1993; pp. 50-51.
92 Américo Cristófalo
Nicolás Casullo
1
Publicado originalmente en Marcelo Percia (Comp.): Ensayo y subjeti
vidad, Buenos Aires, Eudeba, 1998, pp. 29-44. (Nota del editor.)
98 Nicolás Casullo
2
El autor cita el fragmento ensayístico de Robert Musil identificado por
los editores de su obra con el título “Sobre el ensayo [1914]”, según la tra-
ducción española de José L. Arántegui (en Robert Musil, Ensayos y confe
rencias, Madrid, Visor, 1992; pp. 342-345). (Nota del Editor)
La in-quietud del alma 99
La respuesta
El ensayo como historia del alma es entonces lo que apa-
rece persistiendo en la palabra, frente a un mundo donde sólo
ha quedado la enunciación de los hechos desmesurantes, las
cosas alienadas bajo la lógica tecnoproductiva, la inercia de
una conciencia perpleja. El alma, en clave de inteligibilidad
de lo ensayístico, sería en cambio aquello que porta el cami-
nante como apenas literatura del testigo. Como testimonio
del que está entre ciudades construidas, terminales. Del que
es, pero ya no es, de una época. Testimoniante que desde sus
aproximaciones y distancias no corroborables, se involucra
con el mundo desde lo único que vive, sus particularidades,
diálogos interiores, la reminiscencia incompartible. Es decir,
a través de lo que comunica en tanto trance literario, ilumi-
nador, a través de lo que se percibe o deja de percibirse, de
lo que en lejanía se aproxima, y en cercanía se aparta defini-
tivamente, pero en su solo relato. Eso que para Musil, en otro
texto (De la posibilidad de la estética), significa una nueva
“pluralidad de sentidos”, representa lo que no puede captarse
102 Nicolás Casullo
El trastorno de la idea
Para Musil, el movimiento del alma, ensayo que ensaya re-
dibujar su silueta, se desliza hacia atrás, en un camino que
llevaría a comprender genuinamente las carencias del pen-
sar presente. La literatura sagrada-poética, nombrante de las
cosas y sus vínculos, abre el espacio para ese retroceder ha-
cia lo que la cultura considera ya muerto, extinguido, fuera
de tiempo. El ensayo trabaja, así, sobre esas facetas sepulta-
das por nuestra actual convivencia con las palabras y con las
formas agobiantes que a partir de ellas adquiere el mundo.
Trabaja sobre el fracaso racional lingüístico de la presente
historia, sobre sus estrategias barbarizantes, burocráticas y
de masas guerreras. Facetas extinguidas de la palabra que en
La in-quietud del alma 105
Escritura y fracaso
Entre una sensibilidad estética impedida cada vez más
de expresar la eclosión crítica en el plano de las ideas, y un
universo perdido de voces trascendentes que en el pasado
reunían desde lo cultural el sagrado significado de lo huma-
no, el ensayo desde las argumentaciones de Musil traería a
escena aquella limitación y este olvido. Reflexionando sobre
el ensayo como escritura descalificada o sospechosa de poca
verdad, de juego literario, de no fundamentada en reglado
108 Nicolás Casullo
Sueño agotado
¿Hasta qué punto puede entenderse esa escritura ensayís-
tica, reexaminada y revalidada en las primeras décadas del
siglo XX, como un resto onírico, pero diurno, consciente, que
pretendió deshacer los referentes? Que pretendió pensar lo
ilusorio de una cultura-escritura con respecto a las dimensio-
nes de valor y sentido de lo que quedaba depositado fuera de
ella. Aquellos referentes de piedra, de cera, siluetas diáfanas
o en las penumbras, a partir de esa palabra que desprendió el
significado de las cosas, el ser de las cosas, las formas en que
ellas se aposentaban.
Restos oníricos en nosotros ahora, también en Musil antes.
Restos olvidados quizá por la insoportabilidad de dar cuenta
de las palabras en las cosas, de las cosas en las palabras. De
eso que estuvo, que está en la palabra —imagen, presencia—.
Pero que se desentiende del nombre, de aquellas intencio-
nes aferrantes, tentáculos de sonidos y de letras. Desde lo
hesíoco, cuando el poeta-pastor descubre a las musas que “lo
saben todo desde el principio”, pero que a veces cuentan la
verdad y otras no, de la misma manera imperceptible, desde
ahí, ese relato —esa pura imaginación y palabra con las cua-
110 Nicolás Casullo
Gregorio Kaminsky
1
Publicado originalmente en Marcelo Persia (Comp.): Ensayo y subjeti
vidad, Buenos Aires, Eudeba, 1998, pp. 73-86.
2
Georg Lukács, El alma y las formas. Teoría de la novela, México,
Editorial Grijalbo, 1985. A continuación, todas las notas harán referencia a
páginas del texto citado.
114 Gregorio Kaminsky
3
Pág. 15.
4
Pág. 15 (subr. nuestro).
El alma y las formas del ensayo 115
5
Pág. 17
6
Pág. 22
El alma y las formas del ensayo 117
7
Pág. 23
118 Gregorio Kaminsky
8
Pág. 23
120 Gregorio Kaminsky
9
Pág. 27.
10
Pág. 29.
El alma y las formas del ensayo 121
11
Pág. 34 (subr. nuestro).
122 Gregorio Kaminsky
12
Pág. 34.
El alma y las formas del ensayo 123
vida: por eso una crítica así hablará siempre de la vida más
viva”.13
Posibilidad del ensayo y existencia actual del ensayis-
ta contemporáneo, a las nuevas fuentes que le dan origen y
sentido, dice Lukács, sería “casi justo decir… que crea de sí
mismo sus valores juzgadores. Pero nada está tan abismáti-
camente separado de lo justo como lo casi justo, esta bizca
categoría de un conocimiento pobre y autosatisfecho”.14
Nada más distante de lo justo que lo casi justo, ningún ma-
tiz referido a la injusticia, sino más bien a aquello que mero-
dea lo justo sin serlo plenamente. Porque lo que casi es, es un
modo apremiante, intolerable de aquello que, aún, no es. Y
además, porque el ensayo no se debate entre el ser y el no ser;
posiblemente por ello es que el ensayo es el género en el cual
la nada se piensa. Nada piensa en el ser del ensayo.
El ensayista no toma nada de nadie, por lo que plantea sus
propios criterios de juicio siempre a título personal. El autor
nunca es trascendente al texto, porque sus juicios crean en él,
“pero no es él el que los despierta a la vida y la acción: se los
inspira el gran determinador de valores de la estética, ese que
está siempre por llegar, que nunca ha llegado, el único auto-
rizado a juzgar…”
Quien es ensayista “...puede contraponer tranquila y or-
gullosamente su creación fragmentaria a la pequeñas perfec-
ciones de la exactitud científica y de la frescura impresionis-
ta”. Los ensayos... “estarán, pues, siempre, antes del sistema;
aunque el sistema estuviera ya realizado, ninguno de los en-
sayos sería una aplicación, sino siempre una creación nueva,
un hacerse vivo en la vivencia real”.15
13
Págs. 35 y 36.
14
Pág. 36.
15
Pág. 37 y 38 (subr. nuestro).
124 Gregorio Kaminsky
16
Pág. 38.
17
Pág. 39.
Lo ensayístico en la crítica académica1
Alberto Giordano
1
Publicado originalmente en Ana Porrúa (Compiladora): La escritura
y los críticos, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2001; pp. 102-95.
126 Alberto Giordano
2
Cf. David Hume: “Sobre el género ensayístico” y “Sobre la sencillez y
el refinamiento en el arte de escribir”, en Sobre el suicidio y otros ensayos,
Madrid, Alianza, 1988, pp. 23-30 y 31-39, respectivamente.
128 Alberto Giordano
3
Theodor W. Adorno: “El ensayo como forma”, en Notas de literatura,
Barcelona, Ariel, 1962.
4
En este volumen, p. 85.
Lo ensayístico en la crítica académica 129
Beatriz Sarlo
1
Publicado originalmente en Boletín/9, Centro de Estudios de Teoría y
Crítica Literaria, Universidad Nacional de Rosario, 2001, pp. 16-31.
2
Marcel Proust, Textes retrouvés, citado por Franco Rella, El silencio y
las palabras; el pensamiento en tiempo de crisis, Barcelona, Paidós, 1992,
p. 193.
134 Beatriz Sarlo
3
Heinrich von Kleist, “De l’élaboration progressive des pensées dans le
discours”, en Sur le théâtre de marionettes, Rezé, Séquences, 1991, pp. 47-8.
Salvo que se indique lo contrario, las traducciones de las citas son de BS.
4
Ibíd., p. 56.
5
Hans Blumenberg, La inquietud que atraviesa el río; un ensayo sobre
la metáfora, Barcelona, Península, 1992, p. 42.
136 Beatriz Sarlo
Metáfora
Nabokov estaba convencido de que ninguna traducción
de Pushkin podía capturar su poesía. Se ha intentado todo;
él mismo lo ha traducido pero no se engaña “sobre la calidad
de estas pocas traducciones”. El título del ensayo de Nabokov
es Pushkin o lo verdadero y lo verosímil. Comienza con un
extenso movimiento comparativo que encadena sucesivas
comparaciones hasta llegar, provisoriamente a un término,
que se abandona de inmediato. Más o menos así (voy a apar-
tarme de la norma de no parafrasear un ensayo y mostraré ta-
quigráficamente sus desvíos): un hombre cuya locura lo hace
retroceder en el tiempo y hablar de dos siglos atrás como si
ese fuera su presente; ese loco inculto ni siquiera puede pro-
ducir con su desvarío una imagen concreta del pasado que
dice haber vivido; lo convoca sólo con sus signos más exterio-
res, con anécdotas de manual y gestos arquetípicos; el loco
recuerda las “biografías noveladas”, que se apoderan trivial-
mente de un gran hombre, unen sus restos como quien ata
con alambre los huesos de un cadáver o producen “un vie-
jo mueble desvencijado”; inmediatamente, se evocan los al-
manaques populares que transcriben algunos versos de al-
gún gran poeta. Eso es todo lo que “el pequeño burgués ruso
habría sabido de Pushkin”; pero no es todo: Nabokov pasa
a una humillación mayor, la de las óperas escritas sobre sus
obras. Y todavía no alcanza porque también quedan los “jue-
gos de palabras escabrosas que uno se deleita en atribuirle”.6
Esta proliferación de recuerdos, configuraciones culturales,
géneros, desgracias y banalidades describe una curva que
va acercándose de a poco al centro, pero que sólo lo tocará
a través de un desvío de símiles. Pushkin es eso en las pri-
6
Vladimir Nabokov, Pushkin o lo verdadero y lo verosímil, Córdoba,
Ferreyra Editor, 1999, pp. 17-25.
Del otro lado del horizonte 139
Elipsis
Augusto Illuminati compone un pequeño libro, Il filoso
fo all’opera, una lectura, en clave de ideas, de óperas clási-
140 Beatriz Sarlo
7
Augusto Illuminati, Il filosofo all’opera, Roma, Manifesto Libri, 1999,
pp. 128-9.
Del otro lado del horizonte 141
Paradoja
Borges, por supuesto. La paradoja es una crítica radical de
la opinión, como lo enuncia la filología de su nombre, una
crítica también de las categorías del lenguaje y de los pasos
de la lógica. No puede irse más allá de la paradoja, excepto
cuando se toca el significativo límite del sin sentido, la sin-
taxis entrecortada o el balbuceo que ocupó a Deleuze tanto
como a Barthes. Deleuze escribió: “La paradoja es primera-
mente lo que destruye el buen sentido como sentido único,
pero luego es lo que destruye el sentido común como asigna-
ción de identidades fijas”.8 La paradoja es lo impensable que
el lenguaje deja pensar cuando se lo articula en asociaciones
que no están contempladas por la asignación habitual de sig-
nificados, identidades o lugares: los suicidas por felicidad,
que Borges cree descubrir en la novela rusa, están atravesa-
dos por la paradoja de una tensión resuelta en una dirección
opuesta a cualquier expectativa. La ironía de Borges redu-
plica el juego, multiplicando imposibilidades. Las clasifica-
8
Gilles Deleuze, Lógica del sentido, Barcelona, Paidós, 1989, p. 27.
Poco antes, p. 26, dice: La paradoja es la “identidad infinita de los dos sen-
tidos a la vez, del futuro y del pasado, de la víspera y el día después, del
más y el menos, de lo demasiado y lo insuficiente, de lo activo y lo pasivo,
de la causa y el efecto. El lenguaje es quien fija los límites (por ejemplo, el
momento en el que empieza lo demasiado) pero es también él quien so-
brepasa los límites y los restituye a la equivalencia infinita de un devenir
ilimitado”.
Del otro lado del horizonte 143
Exempla
Hans Blumenberg es un maestro del “ejemplo” (exem-
plum: prueba y ornato, según la retórica). En “Faltas”, la idea
del ensayo es sólo una imagen que Schopenhauer había pre-
sentado como brevísima historia: la coexistencia en un mis-
mo espacio de hombres cuyos relojes señalan horas diferen-
tes, cuyo final es una pregunta: ¿de qué sirve a quien tiene el
reloj justo estar convencido de que esa hora es la verdade-
ra? Sólo eso, la narración del malentendido que es duplica-
do por lo que Blumenberg llama un “absurdo”: “El solitario
poseedor de la hora verdadera en una ciudad en la que to-
dos los relojes de sus torres marchan mal no es un sabio, sino
un chiflado”.9 El “absurdo” es de hecho una paradoja, bajo su
forma más elemental, un practical joke de relativismo meta-
físico, ejercido por el tiempo sobre quienes piensan que pue-
den medirlo. Pero Blumenberg no desarrolla esta línea posi-
ble de la historia encontrada en Schopenhauer. Se ocupa, en
cambio, de presentar algunos exempla que muestran, cada
uno de manera diferente y en diferentes épocas, la emergen-
cia del malentendido que, en algunos casos, se resuelve y en
otros queda como prueba del asincronismo de los encuen-
tros entre personas que, de todos modos, buscaron encon-
trarse previendo quizás que sus relojes anduvieran acom-
pasadamente. Los exempla indican que el malentendido es
siempre la alternativa más probable, que siempre está prime-
ro, y que sólo en algunos casos, por sucesivas correcciones,
los protagonistas llegan a entenderse. Cada uno de los exem
pla presenta un caso anecdótico, sin ninguna pretensión ge-
neralizadora. Blumenberg no quiere construir una demostra-
ción inductiva a partir de las anécdotas, quiere desplegar una
9
Hans Blumenberg, La inquietud que atraviesa el río; un ensayo sobre
la metáfora, 1992, pp. 141-162. La cita corresponde a p. 142.
Del otro lado del horizonte 145
Casos
El ensayo hace movimientos discursivos de una amplitud
que otros géneros considerarían demasiado ambiciosa o de-
masiado inespecífica. Michel Butor no siente la timidez que
146 Beatriz Sarlo
10
Michel Butor, Les mots dans la peinture, Paris, Champs-Flammarion-
Skira, 1969, p. 5.
Del otro lado del horizonte 147
Aforismos
Cuando el ensayo presenta una certidumbre, sucede
como con el aforismo: se la comparte o se la rechaza. Por eso,
es convencional hablar de la fragmentariedad del ensayo. El
scorzo niega una perspectiva frontal, pero implica también
un extremismo que aplica sus reglas hasta el fin. Adorno des-
plaza el ensayo hacia el aforismo, a veces hasta un límite irri-
tante de inteligencia y arbitrariedad. No es necesario pensar
en Minima moralia. Cualquiera de sus notas sobre literatura
tienen aforismos en los lugares estratégicos. Allí donde se es-
pararía una argumentación, Adorno la elide para presentar,
como esferas perfectamente autosuficientes, frases cuya es-
critura se atiene a la brevedad del aforismo. Léanse las pri-
meras páginas de “Para un retrato de Thomas Mann”. Antes
del retrato psicológico y moral de Mann (una verdadera obra
maestra que todo el tiempo socava los clichés de la biografía
sin dejar de atender algunos puntos estrictamente biográfi-
cos), Adorno pone, al pasar, pero como verdaderos funda-
mentos semiocultos de su texto (como quien hubiera dejado,
después de terminado un edificio, algunos andamios para
significar no sólo su proceso de producción sino el tipo de sa-
ber necesario para construirlo, algunos rastros de lo que fue
la estructura primera necesaria para que esa otra estructura,
148 Beatriz Sarlo
11
T.W. Adorno, Note per la letteratura 1961-1968, Turín, Einaudi, 1979,
pp. 15-17.
Del otro lado del horizonte 149
ser vedutas sobre algo lejano que sólo tienen una relación se-
cundaria con el propósito del retrato, pero que lo coloca en la
única perspectiva justa, desde donde el retratado puede ver-
se realmente (como sucede con lo dicho sobre la novela de la
desilusión).
Condensaciones
Cacciari afirma que desde la iglesia de San Leopoldo,
en el Steinhof, “la mirada abraza el paisaje de los hombres
póstumos”.12 Esto quiere decir: desde el Steinhof puede verse
toda Viena. También quiere decir: la iglesia de Otto Wagner,
con los vitrales de Kolo Moser, es un modelo, una especie de
iluminación benjaminiana, de imagen sintética del paisa-
je intelectual vienés del novecientos. Se puedo leer la frase
como una descripción de un espacio o como una perspectiva
cultural. El texto no indica el modo y, precedido por una des-
cripción de San Leopoldo, abre el libro de Cacciari estable-
ciendo la perspectiva de lectura de todo lo que sigue. Desde
la iglesia del Steinhof se puede mirar Viena tanto como la
Viena de Cacciari, tanto como la Viena del novecientos, la de
los hombres póstumos. La figura del Steinhof compone un
paisaje material e intelectual. No es posible decidir entre es-
tas lecturas porque hacerlo sería rebajar la tensión que esta-
blece Cacciari entre pensamiento, arte y representación en la
cultura vienesa. En uno de los últimos ensayos, afirma: “Que
Viena sea vivida como ‘síntesis familiar de una armoniosa
multiplicidad’ (Magris), no me parece probable; preferiría
repetir las palabras de Bazlen sobre Trieste: ni crisol ni sín-
tesis armoniosa, sino cruce de caminos, dramático cruce de
acontecimientos y direcciones diversas. Este cruce de cami-
12
Massimo Cacciari, Hombres póstumos; la cultura vienesa del primer
novecientos, Barcelona, Península, 1989, p. 13.
150 Beatriz Sarlo
Biografía
El pasaje del modo impersonal al personal, el pasaje de
Pascal (on) a Montaigne (je) es un punto de giro que viene
acompañado de la palabra essaie. Es un lugar común la domi-
nancia de la primera persona en el ensayo. La primera perso-
na, evidente o enmascarada, establece un criterio de autori-
dad sobre el texto, incluso cuando no esté escrito en primera
persona: la novela es del narrador y el ensayo es del autor,
aunque la partición parezca demasiado simple. Se sabe que
en el ensayo hay refracciones entre el nombre de autor y la
forma de autor. Sin embargo, ellas no producen el efecto de
borramiento que es condición de la ficción: en el ensayo el
autor no muere para que nazca la primera persona, sino que
13
Ibíd., p. 188.
Del otro lado del horizonte 151
Profecía
Condenada como una de las formas de la soberbia inte-
lectual por Zygmunt Bauman, la profecía cargó al ensayo con
14
Carlos Correas, La operación Masotta (cuando la muerte también
fracasa), Buenos Aires, Catálogos, 1991, p. 16.
152 Beatriz Sarlo
15
“Discussion sur la critique à propos de L’enfance d’Ivan”, en Situations
VII, París, Gallimard, p. 341 (publicado originalmente en L’Unità, 9 de oc-
tubre de 1963.
Del otro lado del horizonte 153
Silvio Mattoni
1
Publicado originalmente en Silvio Mattoni: El Ensayo (La crítica de
la cultura en Adorno. La irrupción de la subjetividad en el saber). Córdoba,
epóKe editores, 2001.
2
Rest, Jaime, El cuarto en el recoveco, Buenos Aires, CEAL, 1982, p. 13.
156 Silvio Mattoni
3
Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española,
Vigésimo Primera Edición, Madrid, Espasa Calpe, 1992, p. 845.
El ensayo y la doxa 157
4
Benjamin, Walter, Dirección única, Madrid, Alfaguara, 1987, pp. 39-41.
5
Diccionario de la Lengua Española, op. cit., p. 845.
6
Ibíd.
158 Silvio Mattoni
7
Rest, Jaime, op. cit., p. 15.
8
Flawia de Fernández, N. M., El ensayo argentino. 1900-1950, Tucumán,
INSIL, 1988. Cfr. en especial el capítulo “El ensayo: texto y conformación
intertextual”, pp. 13-26.
9
Ibíd., p. 15.
El ensayo y la doxa 159
10
Cfr., Ibíd., p. 16.
11
Ibíd., p. 17.
160 Silvio Mattoni
12
Para el problema lógico de la necesidad de una excepción que ga-
rantiza la persistencia de las exclusividades que configuran conjuntos de-
terminados, cfr. Pradelles de Latour, Charles-Henry, “La excepción, la fal-
ta simbólica y su institucionalización”, en revista Litoral Nº 21, Córdoba,
Edelp, 1996.
13
Rest, Jaime, op. cit., p. 15.
El ensayo y la doxa 161
14
Ibíd., p. 16.
162 Silvio Mattoni
15
Ibíd.
16
Ibíd.
17
Citado por Grüner, Eduardo, en “El ensayo, un género culpable”, en
este volumen, p. 59.
164 Silvio Mattoni
18
Grüner, Eduardo, “El ensayo, un género culpable”, loc. cit., p. 59 (su-
brayado del autor).
19
Ibíd.
El ensayo y la doxa 165
20
Cfr. nuestro artículo “Roland Barthes: la ciencia imposible del ser
único”, en diario La voz del interior, Cultura, p. 4, 23 de marzo de 1995; allí
se postula, siguiendo a Barthes, que lo contrario de un saber transmisible,
sistemático, compendiable en la forma del tratado, sería “una singularidad,
lo que hay de irreductible en un cuerpo antes de que los saberes lleguen a
convertirlo en sujeto (principalmente, y quizá exclusivamente, sujeto de
enunciación)”, lo que en el ensayo se constituye como estilo que se autoa-
firma al afirmar la propia libertad del género.
21
Grüner, Eduardo, “El ensayo, un género culpable”, loc. cit., p. 59 (su-
brayado del autor).
22
Ibíd. (subrayado del autor). Justamente las palabras subrayadas se-
ñalan cómo se autoriza el ensayista leyendo una huella siempre diferente,
desviada de los senderos normalizados o canónicos. Lo que no es puro
subjetivismo, pues también la física contemporánea ha destacado que
el observador lee sus propias huellas en el experimento a la vez que lo
realiza.
166 Silvio Mattoni
23
Rest, Jaime, op. cit., pp. 16-17.
24
Ibíd., p. 17.
El ensayo y la doxa 167
25
Ibíd.
26
Ibíd.
27
Ibíd.
168 Silvio Mattoni
28
Auerbach, Erich, Mímesis. La representación de la realidad en la lite
ratura occidental, México, F.C.E., 1950, p. 279.
El ensayo y la doxa 169
29
Foucault, Michel, “Qu’est-ce que ce sont les Lumières?”, en Dits et
écrits IV, 1980-1988, París, Gallimard, 1994, pp. 568-571.
30
Cfr. Giordano, Alberto, Modos del ensayo, Rosario, Beatriz Viterbo,
1991, p. 17: “el ensayo como intrusión de la subjetividad —del cuerpo— en
el discurso del saber”, que lo transforma en “historia de lecturas” a través de
cuyas digresiones —”arte de ensayista— entra en los escritos la literatura”.
31
Grüner, Eduardo, “El ensayo, un género culpable”, loc. cit., p. 53.
32
Cfr. Grüner, Eduardo, loc. cit., donde se lee: “Ensayista es quien pue-
de decir, como Kafka: ‘no escribimos según lo que somos: somos según
aquello que escribimos’”.
170 Silvio Mattoni
33
Cfr. Lacan, Jacques, “Seminario sobre La carta robada de Edgar Poe”,
en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1986.
34
Lukács, Georg, “Sobre la esencia y forma del ensayo”, en El alma y las
formas, México, Grijalbo, 1985, p. 26.
El ensayo y la doxa 171
35
Ibíd., p. 27.
36
Martínez Estrada, Ezequiel, “Estudio preliminar”, en Montaigne,
Ensayos, Buenos Aires, Clásicos Jackson, 1952, p. IX.
37
Ibíd.
38
Ibíd.
172 Silvio Mattoni
39
Bense, Max, Estética, Buenos Aires, Nueva Visión, 1969, pp. 69-70.
40
Ibíd., p. 70.
El ensayo y la doxa 173
41
Ibíd.
42
Ibíd.
174 Silvio Mattoni
43
Rest, Jaime, op. cit., p. 17.
44
Rosa, Nicolás, Los fulgores del simulacro, Santa Fe, Cuadernos de
Extensión Universitaria de la Universidad Nacional del Litoral, 1987, p. 314.
El ensayo y la doxa 175
45
Ibíd. pp. 314-315.
46
Ibíd. p. 315.
47
Ibíd. p. 315.
176 Silvio Mattoni
48
Rest, Jaime, op. cit., p. 18.
49
Ibíd.
El ensayo y la doxa 177
50
Cfr. el fundamental estudio sobre los ensayistas alemanes de la
época de Goethe hecho por Peter Szondi titulado “Antigüedad clásica y
Modernidad en la estética de la época de Goethe”, en Poética y filosofía de
la historia I, Madrid, Visor, 1992, pp. 15-152.
51
Rest, Jaime, op. cit., p. 19.
178 Silvio Mattoni
52
Cfr. Szondi, Peter, “La teoría hegeliana de la poesía”, en Poética y filo
sofía de la historia I, op. cit., en especial pp. 170-172: “El carácter modélico
de los griegos tiene como consecuencia el que Hegel considere que la re-
flexión supera al arte, en vez de creer posible una especie de arte reflexivo
(...) un arte que debía llegar a ser casi todo el arte del siglo veinte. (...) Lo
que hemos dicho del arte reflexivo, que Hegel a la vez proyecta y rechaza,
vale también palabra por palabra para el arte realista (...). Hegel no podía
aceptarlo tampoco en las primeras décadas del siglo XIX, puesto que prác-
ticamente no existía, pero Hegel reconoció su necesidad histórica sin creer,
por cierto, en su posibilidad; se lo impedía el hecho de que su pensamiento
estético estaba completamente orientado hacia el arte griego”.
53
Rest, Jaime, op. cit., p. 19.
El ensayo y la doxa 179
54
Ibíd.
55
Ibíd.
180 Silvio Mattoni
56
Rest, Jaime, op. cit., p. 20.
El ensayo y la doxa 181
57
Ibíd., pp. 20-21.
58
Gusmán, Luis, “El ensayo de los escritores”, en revista Sitio Nº 4/5,
Buenos Aires, Mayo 1985, p. 56.
182 Silvio Mattoni
59
Cfr. Blanchot, Maurice, El libro que vendrá, Caracas, Monte Ávila,
1992; en especial, en el apartado IV “¿A dónde va la literatura?”, las seccio-
nes “I. La desaparición de la literatura” y “V. El libro que vendrá”.
De la subjetividad del ensayo
(problema de género) al sujeto del ensayo
(problema de estilo)1
Carlos Kuri
1
Publicado originalmente en Marcelo Percia (Comp): El ensayo
como clínica de la subjetividad, Buenos Aires, Lugar, 2001; pp. 100-118.
186 Carlos Kuri
I. El alma y el estilo
El estudio preliminar que hace Ezequiel Martínez Estrada
de los Ensayos de Montaigne ofrece una doble ventaja.2 Por
un lado nos permite observar justamente lo que determinaría
la naturaleza del ensayo como género —según el autor— en
2
Martínez Estrada, E.: “Estudio preliminar” de los Ensayos de Mon
taigne, Clásicos Jackson, Buenos Aires, 1948.
188 Carlos Kuri
3
Masotta, O.: “Leopoldo Lugones y Juan Carlos Ghiano: antimercan-
tilistas” (1956); en Conciencia y Estructura, Buenos Aires, Editorial Jorge
Álvarez, Buenos Aires 1968.
190 Carlos Kuri
4
Benjamin, W.: Iluminaciones I, Buenos Aires, Taurus, 1988.
De la subjetividad del ensayo 191
5
Cf. Kuri, C.: La argumentación incesante, Rosario, Editorial Homo
Sapiens, 1995.
194 Carlos Kuri
6
Ducrot, O. y Todorov, T.: Diccionario enciclopédico de las ciencias del
lenguaje, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974.
7
Saer, J.J.: “El arte de narrar la incertidumbre”, entrevista incluida en:
Saavedra, G.: La curiosidad impertinente, entrevistas con narradores argen
tinos, Rosario, Beatriz Viterbo, 1993.
De la subjetividad del ensayo 195
8
Esta, como algunas citas que siguen, pertenecen al libro de Alberto
Giordano, Modos del ensayo, uno de los más rigurosos acerca del tema.
Rosario, Beatriz Viterbo, 1991.
196 Carlos Kuri
9
Y hasta podríamos decir: la doxa que produce lo ensayístico altera
la episteme. Sobre este tipo de escisión habría que reconsiderar la distin-
ción entre episteme y figuras epistemológicas y de la ciencia, que Foucault
intenta hacer en La arqueología del saber (México, Siglo XXI, 1979).
De la subjetividad del ensayo 197
10
Giordano, A.: op. cit.
198 Carlos Kuri
V. El ojo y el nombre
Una situación teórica particular se da precisamente cuan-
do el ensayo toma como objeto lo estético. Lo estético parece
ser un tema fundamental del ensayo. Y si bien los escritos que
mejor representan esta elección se los puede hallar en Walter
Benjamin, debemos reconocer que en las últimas décadas
esta unión (ensayo o en todo caso estudios sobre estética),
viene padeciendo de una actitud escolarmente explicativa y
del recrudecimiento de aplicaciones del psicoanálisis sobre
el arte, ahora en clave lacaniana.
Es probable que la idea que Masotta fue definiendo acer-
ca de una disolución del campo de relación del psicoanalista
con la obra de arte, nos advierta de este tipo de situaciones.
Pero antes aún de su aproximación al psicoanálisis hay an-
tecedentes de esa actitud, muestra una soltura (ensayística)
fuera de toda tentación “académica” por convertir el objeto
estético en objeto de Manual.
Es el caso de la breve nota sobre la presencia de Le Parc
en la Bienal de Venecia. En Le Parc —dice Masotta— “nin-
guno de los materiales tradicionales se conservan. Pexiglass,
aluminio, cajas de madera: los materiales escogidos por Le
Parc definen el contexto perceptual neutro, en el sentido de
que las huellas del pintor, del propio artista, han sido borra-
das. Si entrar en una exposición de (Luis Felipe) Noé es visi-
De la subjetividad del ensayo 201
11
Massota, O.: “Un argentino en Venecia” (trad. V. Veliz), en Anuario
‘98-99, Departamento social, Facultad de Psicología, UNR, Rosario,
Laborde Editor, 1999.
202 Carlos Kuri
12
Deleuze, G.: Citado por Astutti, A. (en “Estilo e impropiedad”,
Boletín/4, UNR, Rosario, 1995) de Critique et Clinique, Paris, Les Éditions
de Minuit, 1993.
De la subjetividad del ensayo 203
13
Koyré, A.: “Actitud estética y pensamiento científico”, en Estudios de
historia del pensamiento científico, Buenos Aires, Siglo XXI, 1978.
204 Carlos Kuri
Horacio González
14
Publicado originalmente en Boletín/10, Centro de Estudios de
Teoría y Crítica Literaria, Universidad Nacional de Rosario, diciembre 2002;
pp. 9-23. Leído en el Coloquio “Retóricas y políticas del ensayo”, Rosario, 1
al 3 de agosto de 2001.
212 Horacio González
1
Publicado originalmente en Boletín/10, Centro de Teoría y Crítica
Literaria, Universidad Nacional de Rosario, diciembre 2002; pp. 25-35.
Leído en el Coloquio “Retóricas y políticas del ensayo”, Rosario, 1 al 3 de
agosto de 2001.
232 Juan B. Ritvo
***
Quiero poner el acento en un vocablo: interrupción.
El atomismo interrumpe la división cuando declara, pro-
visoria o definitivamente, que un elemento, sea el que sea,
es último. Se interrumpe el verso en el efecto de encabalga-
miento propio de la métrica, cuando su corte no coincide con
el de la sintaxis. No hablamos de interrupción si en la música
tonal clásica, la cadencia llega a su pacífico fin con el retorno
de la tónica; pero sí lo hacemos cuando un acorde disonan-
te, aglomerado, suspende el flujo equilibrado del sonido. En
la música de Webern, quien procede por supresión y no por
acumulación, hay una poética e incluso una mística de la in-
terrupción: en el extremo del despojamiento, un sonido, uno
solo, una única nota, crea el silencio en torno e interrumpe (y
al interrumpir interpreta) el denso continuum2 de la cultura
musical de Occidente. Hay interrupción si el versus (que es lo
vuelto o revuelto) se torna vertex (vuelta vertiginosa o torbe-
llino) sin que la superficie del verso se altere: basta que sea
rozada por el lejano vórtice del vértigo.
2
Webern reacciona, en particular, contra la ampulosidad del gesto
neorromántico y su gusto por la acumulación de medios: más instrumen-
tos, mayor extensión de las obras, más repeticiones de los temas, mayor
acumulación de técnicas y superposición de recursos, más programas li-
terarios. La reacción contra esta gastronomía musical es un síntoma que
atraviesa la coyuntura actual de la cultura y no sólo, como es evidente, el
campo musical.
234 Juan B. Ritvo
3
Serres, Michel, El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio, Va
lencia, Pre-textos, 1994; pp. 180-2.
4
Freud, Sigmund, “Más allá del principio del placer”, en Obras
completas, tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Ediciones, 1979, p. 40
(Freud, S., “Jenseits des Lustprinzips”, in Psychologie des Unbewussten,
Studienausgabe Bd. III, Conditio humana, S. Fischer, Franfurkt am Main,
1975, S. 250).
El ensayo de interrupción 235
no? O bien, ¿queremos que dure, que perdure todo lo que sea
posible, amparada, incluso fijada, en ciertos puntos de estir-
pe fetichista? Retener el orden momentáneo o protender a su
abolición: parecen estos los términos del dilema, quizá inde-
cidible, porque la vacilación indica, de un modo suficiente,
que hay un momento sin lugar, un momento cuyo lugar es
indiscernible, en el que la protensión y la retención, el tender
a la abolición del orden y el tratar de que el orden perdure en
el desgaste, en el plano inclinado, insidioso, tremendamen-
te insidioso, de la irreversibilidad, de la corriente que ya no
cede ante ninguna contracorriente, llegan a confundirse sin
remedio y sin posibilidad de desmezcla.
El ritmo titubea: Zauderrhytmus.
Y titubea como lo hacen las figuras en la obra del cineas-
ta Tarkovsky: las gotas de agua que caen, lentas; los reflejos
multiplicados en el silencio y en la ausencia de significación;
los vastos planos demorados a la espera de un sentido que
jamás se habrá de constituir, al igual que la nostalgia desliga-
da radicalmente de cualquier contenido, de cualquier esce-
na previa, y que sobrevuela, irreductible, apasionadamente
irreductible, a cualquier objeto; que se sobrepone, incluso, al
vuelo lento y sucio, sombrío y miserable de las Harpías, se-
ñoras de la violencia de los hombres cuando se confunden
con el horror de las mezclas elementales, con la tribu de los
impulsos gregarios.
El ritmo titubea allí donde la dirección progresiva y su in-
versión, no pueden distinguirse; allí donde el tiempo es, lite-
ralmente, pura desorientación. Pero este aspecto del tiempo
se correlaciona con el espacio de la inscripción. Nos hemos
habituado a pensar la inscripción en términos de borradura:
borrar las huellas es un modo de la perduración: lo borrado
perdura en tanto borrado. Es cierto pero también emerge el
aspecto complementario, que termina por ser distinto, suple-
236 Juan B. Ritvo
5
Al respecto sólo cabe decir que si Aristóteles sostiene que el ser se
dice de varias maneras, esto significa, lisa y llanamente, que no es posi-
ble decir al ser sino de un modo múltiple desde el comienzo y definiti-
El ensayo de interrupción 237
6
Por cierto, hay un elemento específicamente cristiano y es, como se
sabe, la concepción de la historia según un orden progresivo cuya meta es
la redención crística. Concepción de los Padres de la Iglesia que ha domi-
nado la filosofía de la historia del siglo XIX.
El ensayo de interrupción 239
7
Heidegger, Martin, Introduction a la Métaphysique, Gallimard, NRF,
p. 156.
8
Bataille, George, La Literatura y el Mal, Madrid, Taurus, 1979.
9
El debate del tradicionalismo (Burke) y el racionalismo (Voltaire) es
de una enorme fecundidad, a condición de que conservemos los derechos
respectivos de ambas posiciones. No es éste el lugar para discutir el tema:
el tradicionalismo denuncia la debilidad de la razón y las ilusiones del yo,
240 Juan B. Ritvo
10
Me refiero a una de las elegías más famosas de Ovidio (Tristes, I, 3),
en la que recuerda su última noche en Roma, antes del destierro. Su espo-
sa, ante los lares y penates, en la casa cercana al Capitolio, “besa con boca
temblorosa, el fuego ya apagado, las cenizas”.
242 Juan B. Ritvo
y sus pausas los que nos advierten de lo que fluye sin ritmo
ni pausa. La melancolía no es la tristeza ni su contrario, ni
siquiera el ardor frenético, heroico, sino el paso brusco y sin
mediación a los extremos que se propagan, como el fuego,
en todas las direcciones, se detienen como tierra endurecida,
bajo la cual fluye la lava y, súbitamente, se extinguen, de un
modo fulminante.
Y allí empezamos a entender cierta forma de aprehender
el cuerpo, como bolsa por la cual todo fluye, torbellinos, atas-
camientos, grietas; humores que van y vienen al ritmo del
brusco paso a los extremos, desde el frenesí hasta la estatua
de sal.
En este punctum (la punzada, el golpe que nos atrapa, de
que hablaba Barthes) es preciso recordar a Burton, el anato-
mista de la melancolía; le pido al lector que escuche el rit-
mo de estas frases, que comienzan, en el fragmento elegido,
por la cita emblemática de Montaigne en la versión de John
Florio; frases tesaurizadas al modo del barroco inglés de co-
mienzos del siglo XVII, por un autor que “vaga” de aquí para
allá y mestiza sus fuentes; él no compone orgánicamente un
tema, yuxtapone fragmentos, reúne voces, afanoso de acu-
mular citas, enumeraciones, rarezas, voces turbias como
voces del puerto o voces de la ciudad, transidas por el hu-
mor del ensayo y desbordadas por un éxtasis innombrado e
innombrable:
...es preciso grabar en todos los espíritus curiosos que
no hay que ser esclavo de una sola ciencia, ni tratar sólo
un tema como hace la mayoría, sino vagar (rove)11 por
todos lados, sirviente de cien oficios, tener una rama en
todos los barcos, gustar de todos los platos y beber de to-
11
La significación de “rove” es vastísima: implica enhebrar, vagar, me-
rodear, deambular, errar, hacer correrías, incluso las de piratería.
El ensayo de interrupción 245
das las copas, esto que, nos dice Montaigne, fue practi-
cado con éxito por su compatriota Adrian Turnèbe y por
Aristóteles. A este humor vagabundo (roving humor)
siempre lo he tenido, aunque con menos éxito, como un
spaniel caprichoso que abandona su presa para ladrar
a cualquier pájaro que se le presente; yo he perseguido
todo, menos lo que debía; y podría lamentarme, con ra-
zón (“el que está en todas partes no está en ninguna”)
como Gesner lo ha hecho con tanta modestia, de haber
leído tantos libros en vano, sin un método que fuera bue-
no, de haberme lanzado confusamente sobre diversos
autores de nuestras bibliotecas, con poco beneficio, sin
arte, ni orden, ni memoria, ni juicio. Sólo he viajado por
mapas o cartas en los cuales mis ilimitados pensamien-
tos (unconfined thoughts) se han explayado con libertad
(...) Un mero espectador de las aventuras y fortunas de
otros hombres, de cómo actúan sus partes, que se me
presentan de maneras variadas, como desde la escena
de un teatro público. Escucho cada día nuevas noticias,
rumores corrientes de guerras, plagas, incendios, inun-
daciones, robos, asesinatos, masacres, meteoros, co-
metas, espectros, prodigios, apariciones, de localidades
tomadas, de ciudades asediadas en Francia, Alemania,
Turquía, Persia, Polonia, etc., de preparaciones y diarias
revistas militares, al igual que cosas semejantes propias
de estos tiempos tempestuosos, batallas libradas, duelos,
hombres asesinados, piraterías, combates navales, paz,
alianzas, estratagemas, y nuevos peligros. Una vasta con-
fusión de votos golpea nuestros oídos todos los días, an-
helos, acciones, edictos, peticiones, procesos, lamentos,
leyes, proclamaciones, quejas, demandas. Nuevos libros
todos los días, panfletos, gacetas, historias, catálogos en-
teros con libros de todas las clases, nuevas paradojas,
opiniones, cismas, herejías, controversias, en filosofía, en
religión, etc. Nos enteramos de matrimonios, de bailes
de máscaras, mascaradas, festines, jubileos, embajadas,
de justas y torneos, trofeos, espectáculos, diversiones,
246 Juan B. Ritvo
12
Burton, Robert, Anatomy of melancholy, Kessinger Publishing
Company, Montana, USA; del mismo autor, la versión francesa: Anatomie de
la mélancolie, París, José Corti, París, 2000; y la edición castellana, Anatomía
de la melancolía, Madrid, Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1997.
Índice