El Poder de La Resurreccion
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Introducción
La historia de la agonía del Señor Jesucristo en el huerto de Getsemaní
es uno de los pasajes más profundos y misteriosos de la Biblia.
Contiene cosas que ningún hombre puede explicar satisfactoriamente.
Al estudiarlo, bien se podrían repetir las palabras que Dios le dijo a
Moisés cuando se le apareció en la zarza ardiendo: "Quita tu calzado
de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (Ex 3:5).
Sin lugar a dudas, el estudio de este pasaje nos debe llevar más bien
a la adoración que al análisis.
Allí el Señor solía juntarse con sus discípulos durante sus visitas a la
capital, buscando apartarse de las multitudes que constantemente le
presionaban y tener así un tiempo de enseñanza privada con ellos (Lc
22:39) (Jn 18:1-2). Por lo tanto, el lugar era bien conocido también
por Judas, que como más tarde veremos, no tardó en acudir con una
escuadrilla para arrestar a Jesús. Aunque no debemos olvidar que si
encontraron allí a Jesús en aquella noche, fue porque en él no había
ningún pensamiento de huida, a pesar de que conocía perfectamente
todas las maquinaciones de Judas, como antes había expresado con
toda claridad.
Pero en esta ocasión, aquel lugar donde Jesús había tenido tantas
hermosas pláticas con sus discípulos, ahora se iba a convertir en el
escenario de su terrible agonía antes de ir a la cruz.
Por otro lado, también debemos recordar que Jacobo y Juan habían
pedido anteriormente al Señor el sentarse a su derecha y a su izquierda
en su gloria, a lo que Jesús les había contestado que no sabían lo que
pedían. De hecho, cuando les preguntó si podían beber del vaso que él
bebía, ellos no dudaron en contestar que sí podían (Mr 10:35-39).
Seguramente, cuando en el huerto de Getsemaní vieron la agonía de
Jesús mientras oraba pidiendo que pasara de él aquella copa, ellos
tuvieron que darse cuenta de que realmente no sabían lo que habían
dicho.
Y por cuanto era el Hijo de Dios, podía ver con extrema claridad toda
la suciedad del mal que venía sobre él. Y por supuesto, para su
naturaleza completamente santa y pura, el tener que enfrentarse con
el pecado de toda la humanidad, producía un dolor que es imposible
expresar con palabras. En realidad, lo que estamos presenciando aquí
es el choque frontal entre la Luz y las tinieblas, entre la Vida y la
muerte.
(Mr 15:34) "Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi,
Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?"
Por supuesto, "aquella hora" a la que Jesús se refería, tenía que ver
con el momento determinado desde la eternidad en el que se habría de
resumir y concentrar toda la angustia, toda la pena, toda la muerte y
cada una de las consecuencias que han surgido del pecado. Era la
"hora" cuando Jesús, el Hombre representativo había de presentarse
ante la justicia divina para satisfacer sus exigencias por medio del
sacrificio de sí mismo en ofrenda por el pecado.
"Y decía: Abba, Padre"
Notemos que en su oración se dirige a Dios con la palabra "Abba", que
inmediatamente es traducida por Marcos para sus lectores gentiles
como "Padre".
La palabra "Abba" era usada por los niños para dirigirse a sus padres,
e implicaba confianza, intimidad y reconocimiento de autoridad.
Equivale a nuestro "papá".
Sin lugar a dudas, tuvo que sorprender a sus discípulos que se dirigiera
a Dios de esta manera. Ellos nunca habían escuchado a ningún santo
del Antiguo Testamento tratar así a Dios. En la forma de pensar de un
judío habría sido irreverente y, por tanto, habría sido impensable que
alguien pudiera llamar a Dios con una palabra tan familiar.
Pero el camino para que Cristo pudiera llegar a ser Sumo Sacerdote no
fue sencillo. Primeramente tenía que ser hombre, pero él no lo era, así
que fue necesario que se encarnase. Los más de treinta años que vivió
entre los hombres le proporcionaron el conocimiento directo de nuestra
situación, aprendiendo en su propia experiencia la fuerza de la
tentación, la prueba y la aflicción. Y también tuvo que aprender a
obedecer a Dios en un mundo caído y pecador como el nuestro. Por
supuesto, él no tuvo que aprender a obedecer, él siempre lo había
hecho en el cielo. Pero allí, obedecer la voluntad de Dios es fuente de
gozo y felicidad. Lo que realmente tuvo que aprender es lo que cuesta
obedecer a Dios en un mundo caído. Por eso, cuando el autor de
Hebreos nos habla del perfeccionamiento de Cristo no se está refiriendo
a su perfección moral, como si tuviera necesidad de ser corregido en
cuanto a alguna imperfección en su carácter. Jesús siempre vivió sin
pecado. Pero era necesario que padeciese a fin de ser perfeccionado
para el sacerdocio.
Cada vez estaba más claro que en el camino a la cruz, Jesús iba a
encontrarse absolutamente solo. Si sus más íntimos discípulos no
podían acompañarle en oración ni siquiera una hora, ¿qué se podría
esperar de ellos una vez que Jesús fuera arrestado y estuviera en
manos de sus enemigos? El mismo Pedro, que tan vehementemente
había protestado cuando Jesús les anunció que todos ellos le
abandonarían en esa noche, no fue capaz de mantenerse despierto
junto a Jesús orando con él por un poco de tiempo.
Todo esto era muy importante, porque no debemos olvidar que para
encontrar victoria en la hora de la tentación o de la prueba,
previamente necesitamos recibir poder mediante la oración. En este
sentido estaba claro que los discípulos no entendían la gravedad de la
situación que se avecinaba, y por lo tanto, tampoco se estaban
preparando adecuadamente para enfrentarla. ¿Y qué diremos de
nosotros mismos? ¿Cuántas veces no somos capaces de velar en
oración ni siquiera una hora? ¿Qué puede esperar el Señor de nosotros?
(1 P 4:7) "Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios,
y velad en oración."
Pero cuando Jesús regresó por tercera vez, ya no les animó a velar,
sino que les dijo que durmieran y descansaran. No debemos ver en
estas palabras una severa reprensión, sino más bien todo lo contrario.
Podemos incluso imaginarnos al Señor sentándose a su lado mientras
velaba sus sueños, como una madre que vigila tiernamente a sus
pequeños mientras duermen. Sin duda es un cuadro conmovedor.
Las frases entrecortadas que usa Jesús nos muestran su angustia ante
la hora final, pero en ningún momento plantea una huída, sino que por
el contrario dijo a sus discípulos "vamos", indicando de esta manera su
disposición de ir en busca de los que venían a arrestarle.
Preguntas
1. Razone sobre las posibles causas de la angustia de Jesús en
Getsemaní.
3. ¿Qué quería decir el Señor cuando oró pidiendo "que si fuese posible,
pasase de él aquella hora"? ¿Le parece que el Hijo tenía unos deseos
diferentes a los del Padre? ¿Qué podemos aprender de esto para
nuestras vidas de oración?
Un “Getsemaní” no era más que una piedra con un peso que sobrepasaba los 130 Kg. que se
usaba como prensa para extraer el aceite de los olivos que usualmente se encontraba en un
huerto o cerca de uno.
1. Luego de ser cosechadas las aceitunas, eran colocadas en un gran tazón para ser molidas
con una piedra de molino, piedra de la cual habló el Señor Yeshûa.
“Pero cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería
que le colgaran al cuello una piedra de molino de asno, y lo hundieran en lo profundo del
mar.” (Mateo 18:6).
2. Al dar vuelta a la piedra del molino, la cual era movida por un asno, pues era muy pesada,
la piedra rodaba sobre las aceitunas y las molía hasta hacerlas pulpa.
3. La pulpa era recogida en cestas y colocadas bajo una enorme piedra en un hoyo el cual se
conocía como Getsemaní, con el que se empezaba a extraer por el enorme peso, el aceite.
4. Bajo esta gran presión, el aceite de las aceitunas fluía de las canastas hacia un hoyo debajo.
5. Los grandes pesos y la viga usados para prensar el aceite eran el Getsemaní.
6. Se acostumbraba que el primer aceite que se extraía era usado para ungir o dedicar a los
reyes, sacerdotes y profetas.
En los Evangelios tanto Mateo como Lucas dan testimonio del sufrimiento, el estado de
ánimo, la agonía y el enorme peso que debió llevar el Mesías Yeshûa por causa del pecado
de la humanidad, el cual lo molió y aplastó hasta que brotó de él la sangre, por la cual fuimos
ungidos o escogidos para ser un reino de sacerdotes del Eterno Dios, tal como lo hacía un
Getsemaní.
“Y Yeshûa se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse afligido y
angustiado. Y les dijo: -Es tal la aflicción que me invade, que me siento morir-. Quédense
aquí y manténganse despiertos conmigo.” (Mateo 26:37).
“Y estando en agonía, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre
que caían a tierra.” (Lucas 22:44)
Ahora, podemos entender mucho mejor las palabras del profeta: “Mas Él fue molido por
nuestras transgresiones, aplastado por nuestras iniquidades. El peso de nuestra paz, cayó
sobre Él. Y por sus heridas [de las cuales brotó su sangre] hemos sido sanados.” (Isaías
53:5).
Por lo tanto, Yeshûa nuestro Salvador y Mesías ya pasó por el Getsemaní para que tú y yo
tengamos esperanza de vida eterna.
La luna de Pascua, ancha y llena, resplandecía desde un cielo sin nubes. La ciudad de
cabañas para los peregrinos estaba sumida en el silencio. Jesús había estado conversando
fervientemente con sus discípulos e instruyéndolos; pero al acercarse a Getsemaní se fue
sumiendo en un extraño silencio.
Con frecuencia, había visitado, este lugar para meditar y orar; pero nunca con un
corazón tan lleno de tristeza como esta noche de su última agonía.
Toda su vida en la tierra, había andado en la presencia de Dios. se hallaba en conflicto con
hombres animados por el espíritu de Satanás, pudo decir: "El que me envió, está; no me ha
dejado solo el Padre; porque yo, lo que a el le agrada, hagosiempre."
Pero ahora le parecía estar excluido de la luz de la presencia sostenedora de Dios. Ahora se
contaba con los transgresores. Debía llevar la culpabilidad de la humanidad caída. Sobre el
que no conoció pecado, debía ponerse la iniquidad de todos nosotros. Tan terrible le parece
tan grande el peso de la culpabilidad que debe llevar, que está tentado a temer que quedará
privado para siempre de su Padre. Sintiendo cuán terrible es la ira de Dios contra la
transgresión, exclama: "Mi alma está muy triste hasta la muerte."
Al acercarse al huerto, los discípulos notaron el cambio de ánimo en su Maestro. Nunca antes
le habían visto tan triste y callado. Mientras avanzaba, esta extraña se iba ahondando; pero no
se atrevían a interrogarle acerca de la causa. Su cuerpo se tambaleaba como si estuviese por
caer.. Al llegar al huerto, los discípulos buscaron ansiosamente el lugar donde solía retraerse,
para que su Maestro pudiese descansar. Cada paso le costaba un penoso esfuerzo.
Dejaba oír gemidos como si le agobiase una terrible carga. Dos veces le sostuvieron sus
compañeros, pues sin ellos habría caído al suelo.
Cerca de la entrada del huerto, Jesús dejó a todos sus discípulos, menos tres, rogándoles que
orasen por si mismos y por él. Acompañado de Pedro, Santiago y Juan, entró en los lugares
más retirados. Estos tres discípulos eran los compañeros más íntimos de Cristo. Habían
contemplado su gloria en el monte de la transfiguración; habían visto a Moisés y Elías
conversar con él; habían oído la voz del cielo; y ahora en su grande lucha Cristo deseaba su
presencia inmediata. Con frecuencia habían pasado la noche con él en este retiro. En esas
ocasiones, después de unos momentos de vigilia y oración, se dormían apaciblemente a corta
distancia de su Maestro, hasta que los despertaba por la mañana para salir de nuevo a
trabajar. Pero ahora deseaba que ellos pasasen la noche con él en oración.
Sin embargo, no podía sufrir que aun ellos presenciasen la agonía que iba a soportar.
Fue a corta distancia de ellos -no tan lejos que no pudiesen verle y oírle-- y cayó postrado en
el suelo. Sentía que el pecado le estaba separando de su Padre. La sima era tan ancha, negra
y profunda que su espíritu se estremecía ante ella. No debía ejercer su poder divino para
escapar de esa agonía. Como hombre, debía sufrir las consecuencias del pecado del hombre.
Como hombre, debía soportar la ira de Dios contra la transgresión.
Cristo asumía ahora una actitud diferente de la que jamás asumiera antes. Sus sufrimientos
pueden describirse mejor en las palabras del profeta: "Levántate, oh espada, sobre el
pastor, y sobre el hombre campanero mío, dice Jehová de los ejércitos" Como substituto
y garante del hombre pecaminoso, Cristo estaba sufriendo bajo la justicia divina. Veía lo que
significaba la justicia. Hasta entonces había obrado como intercesor por otros; ahora anhelaba
tener un intercesor para sí.
Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su naturaleza humana no pudiese
soportar el venidero conflicto con las potestades de las tinieblas. En el desierto de la tentación,
había estado en juego el destino de la raza humana. Cristo había vencido entonces. Ahora el
tentador había acudido a la última y terrible lucha, para la cual se había estado preparando
durante los tres años del ministerio de Cristo. Para él, todo estaba en juego. Si fracasaba aquí,
perdía su esperanza de dominio; los reinos del mundo llegarían a ser finalmente de Cristo; él
mismo seria derribado y desechado. Pero si podía vencer a Cristo, la tierra llegaría a ser el
reino de Satanás, y la familia humana estaría para siempre en su poder. Frente a las
consecuencias posibles del conflicto, embargaba el alma de Cristo el temor de quedar
separada de Dios. Satanás le decía que si se hacía garante de un mundo pecaminoso, la
separación seria eterna. Quedaría identificado con el reino de Satanás, y nunca mas seria uno
con Dios.
Y ¿qué se iba a ganar por este sacrificio? ¡Cuán irremisibles parecían la culpabilidad y la
ingratitud de los hombres! Satanás presentaba al Redentor la situación en sus rasgos mas
duros: El pueblo que pretende estar por encima de todos los demás en ventajas temporales y
espirituales te ha rechazado. Está tratando de destruirte a ti, fundamento, centro y sello de las
promesas a ellos hechas como pueblo peculiar. Uno de tus propios discípulos, que escuchó
tus instrucciones y se ha destacado en las actividades de tu iglesia, te traicionará. Uno de tus
más celosos seguidores te negará. Todos te abandonarán.
Todo el ser de Cristo aborrecía este pensamiento. Que aquellos a quienes se había
comprometido a salvar, aquellos a quienes amaba tanto se uniesen a las maquinaciones de
Satanás, esto traspasaba su alma. El conflicto era terrible. Se medía por la culpabilidad de su
nación, de sus acusadores y su traidor, por la de un mundo que yacía en la iniquidad. Los
pecados de los hombres descansaban pesadamente sobre Cristo, y el sentimiento de la ira de
Dios contra el pecado abrumaba su vida.
Mirémosle contemplando el precio que ha de pagar por el alma humana. En su agonía, se
aferra al suelo frío, como para evitar ser alejado más de Dios. El frío rocío de la noche cae
sobre su cuerpo postrado, pero él no le presta atención. De sus labios pálidos, brota el amargo
clamor: "Padre mío, si es posible, pase de mi este vaso." Pero aún entonces añade:
"Empero no como yo quiero, sino como tú."
El corazón humano anhela simpatía en el sufrimiento. Este anhelo lo sintió Cristo en las
profundidades de su ser. En la suprema agonía de su alma, vino a sus discípulos con un
anhelante deseo de oír algunas palabras de consuelo de aquellos a quienes había bendecido
y consolado con tanta frecuencia, y escudado en la tristeza y la angustia. El que siempre
había tenido palabras de simpatía para ellos, sufría ahora agonía sobrehumana, y anhelaba
saber que oraban por él y por sí mismos. ¡Cuán sombría parecía la malignidad del pecado!
Era terrible la tentación de dejar a la familia humana soportar las consecuencias de su propia
culpabilidad, mientras él permaneciese inocente delante de Dios. Si tan sólo pudiera saber
que sus discípulos comprendían y apreciaban esto, se sentiría fortalecido.
Levantándose con penoso esfuerzo, fue tambaleándose adonde había dejado a sus
compañeros. Pero "los halló durmiendo." Si los hubiese hallado orando, habría
quedado aliviado. Si ellos hubiesen estado buscando refugio en Dios para que los agentes
satánicos no pudiesen prevalecer sobre ellos, habría quedado consolado por su firme fe. Pero
no habían escuchado la amonestación repetida: "Velad y orad." Al principio, los había afligido
mucho el ver a su Maestro, generalmente tan sereno y digno, luchar con una tristeza
incomprensible. Habían orado al oír los fuertes clamores del que sufría. No se proponían
abandonar a su Señor, pero parecían paralizados por un estupor que podrían haber sacudido
sí hubiesen continuado suplicando a Dios. No comprendían la necesidad de velar y orar
fervientemente para resistir la tentación.
Precisamente antes de dirigir sus pasos al huerto, Jesús había dicho a los discípulos: "Todos
seréis escandalizados en mí esta noche." Ellos le habían asegurado enérgicamente que
irían con El a la cárcel y a la muerte. Y el pobre Pedro, en su suficiencia propia, había
añadido: "Aunque todos sean escandalizados, mas no yo." Pero los discípulos confiaban
en sí mismos. No miraron al poderoso Auxiliador como Cristo les había aconsejado que lo
hiciesen.
Así que cuando más necesitaba el Salvador su simpatía y oraciones, los halló
dormidos, Pedro mismo estaba durmiendo.
Y Juan, el amante discípulo que se había reclinado sobre el pecho de Jesús, dormía.
Ciertamente, el amor de Juan por su Maestro debiera haberlo mantenido despierto. Sus
fervientes oraciones debieran haberse mezclado con las de su amado Salvador en el
momento de su suprema tristeza. El Redentor había pasado noches enteras orando por sus
discípulos, para que su fe no faltase. Si Jesús hubiese dirigido a Santiago y a Juan la pregunta
que les había dirigido una vez: "¿Podéis beber el vaso que yo he de beber, y ser
bautizados del bautismo de que yo soy bautizado?" no se habrían atrevido a contestar:
"Podemos."
Los discípulos se despertaron al oír la voz de Jesús, pero casi no le conocieron, tan cambiado
por la angustia había quedado su rostro. Dirigiéndose a Pedro, Jesús dijo: "¡Simón!
¿duermes tú? ¿no has podido velar una sola hora? Velad, y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está pronto, mas la carne es débil." La debilidad de sus
discípulos despertó la simpatía de Jesús. Temió que no pudiesen soportar la prueba que iba a
sobrevenirles en la hora de su entrega y muerte. No los reprendió, sino dijo: "Velad, y orad,
para que no entréis en tentación." Aun en su gran agonía, procuraba disculpar su debilidad.
"El espíritu a la verdad está pronto --dijo,-- mas la carne es débil."
El Hijo de Dios volvió a quedar presa de agonía sobre humana, y tambaleándose volvió
agotado al lugar de su primera lucha. Su sufrimiento era aun mayor que antes. Al apoderarse
de él la agonía del alma, "fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la
tierra." Los cipreses y las palmeras eran los testigos silenciosos de su angustia. De su follaje
caía un pesado rocío sobre su cuerpo postrado, como si la naturaleza llorase sobre su Autor
que luchaba a solas con las potestades de las tinieblas.
Poco tiempo antes, Jesús había estado de pie como un cedro poderoso, presintiendo la
tormenta de oposición que agotaba su furia contra él. Voluntades tercas y corazones llenos de
malicia y sutileza habían procurado en vano confundirle y abrumarle. Se había erguido con
divina majestad como el Hijo de Dios. Ahora era como un junco azotado y doblegado por la
tempestad airada. Se había acercado a la consumación de su obra como vencedor, habiendo
ganado a cada paso la victoria sobre las potestades de las tinieblas. Como ya glorificado,
había aseverado su unidad con Dios. En acentos firmes, había elevado sus cantos de
alabanza. Había dirigido a sus discípulos palabras de estimulo y ternura. Pero ya había
llegado la hora de la potestad de las tinieblas. Su voz se oía en el tranquilo aire nocturno, no
en tonos de triunfo, sino impregnada de angustia humana. Estas palabras del Salvador
llegaban a los oídos de los soñolientos discípulos: "Padre mío, si no puede este vaso pasar
de mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad."
El primer impulso de los discípulos fue ir hacia él; pero les había invitado a quedarse allí
velando y orando. Cuando Jesús vino a ellos, los halló otra vez dormidos. Otra vez había
sentido un anhelo de compañía, de oír de sus discípulos algunas palabras que le aliviasen y
quebrantasen el ensalmo de las tinieblas que casi le dominaban. Pero "los dos de ellos
estaban cargados; y no sabían qué responderle." Su presencia los despertó. Vieron su rostro
surcado por el sangriento sudor de la agonía, y se llenaron de temor. No podían comprender
su angustia mental. "Tan desfigurado, era su aspecto más que el de cualquier hombre, y
su forma más que la de los hijos de Adán." Apartándose, Jesús volvió a su lugar de retiro y
cayó postrado, vencido por el horror de una gran obscuridad. La humanidad del Hijo de Dios
temblaba en esa hora penosa.
Oraba ahora no por sus discípulos, para que su fe no faltase, sino por su propia alma tentada
y agonizante. Había llegado el momento pavoroso, el momento que había de decidir el destino
del mundo. La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía aun ahora negarse a
beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era demasiado tarde. Podía enjugar
el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad. Podía decir:
Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. ¿Beberá el Hijo de
Dios la amarga copa de la humillación y la agonía? ¿Sufrirá el inocente las consecuencias de
la maldición del pecado, para salvar a los culpables? Las palabras caen temblorosamente de
los pálidos labios de Jesús: "Padre mío, si no puede este vaso pasar de mi sin que yo lo
beba, hágase tu voluntad."
Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante
sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la familia humana.
Ve que los transgresores de la ley, abandonados a si mismos, tendrían que perecer. Ve la
impotencia del hombre. Ve el poder del pecado. Los ayes y lamentos de un mundo condenado
surgen delante de él. Contempla la suerte que le tocarla, y su decisión queda hecha. Salvará
al hombre, sea cual fuere el costo. Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los
millones que perecen puedan obtener vida eterna. Dejó los atrios celestiales, donde todo es
pureza, felicidad y gloria, para salvar a la oveja perdida, al mundo que cayó por la
transgresión. Y no se apartará de su misión. Hará propiciación por una raza que quiso pecar.
Su oración expresa ahora solamente sumisión: "Si no puede este vaso pasar de mí sin que yo
lo beba, hágase tu voluntad."
Habiendo hecho la decisión, cayó moribundo al suelo del que se había levantado
parcialmente. ¿Dónde estaban ahora sus discípulos, para poner tiernamente sus manos bajo
la cabeza de su Maestro desmayado, y bañar esa frente desfigurada en verdad más que la de
los hijos de los hombres? El Salvador piso solo el lagar, y no hubo nadie del pueblo con él.
Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del Salvador. Vieron a su
Señor rodeado por las legiones de las fuerzas satánicas, y su naturaleza abrumada por un
pavor misterioso que lo hacia estremecerse. Hubo silencio en el cielo. Ningún arpa vibraba. Si
los mortales hubiesen percibido el asombro de la hueste angélica mientras en silencioso pesar
veía al Padre retirar sus rayos de luz, amor y gloria de su Hijo amado, comprenderían mejor
cuán odioso es a su vista el pecado.
Los mundos que no habían caído y los ángeles celestiales habían mirado con intenso interés
mientras el conflicto se acercaba a su fin. Satanás y su confederación del mal, las legiones de
la apostasía, presenciaban atentamente esta gran crisis de la obra de redención. Las
potestades del bien y del mal esperaban para ver qué respuesta recibirla la oración tres veces
repetida por Cristo. Los ángeles habían anhelado llevar alivio 643 al divino doliente, pero esto
no podía ser. Ninguna vía de escape había para el Hijo de Dios. En esta terrible crisis, cuando
todo estaba en juego, cuando la copa misteriosa temblaba en la mano del Doliente, los cielos
se abrieron, una luz resplandeció de en medio de la tempestuosa obscuridad de esa hora
crítica, y el poderoso ángel que está en la presencia de Dios ocupando el lugar del cual cayó
Satanás, vino al lado de Cristo. No vino para quitar de su mano la copa, sino para fortalecerle
a fin de que pudiese beberla, asegurado del amor de su Padre. Vino para dar poder al
suplicante divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le habló de las almas que se
salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que su Padre es mayor y más
poderoso que Satanás, que su muerte ocasionaría la derrota completa de Satanás, y que el
reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo. Le dijo que vería el trabajo de su
alma y quedaría satisfecho, porque vería una multitud de seres humanos salvados,
eternamente salvos.
Los discípulos dormidos habían sido despertados repentinamente por la luz que rodeaba al
Salvador. Vieron al ángel que se inclinaba sobre su Maestro postrado. Le vieron alzar la
cabeza del Salvador contra su pecho y señalarle el cielo. Oyeron su voz, como la música más
dulce, que pronunciaba palabras de consuelo y esperanza. Los discípulos recordaron la
escena transcurrida en el monte de la transfiguración. Recordaron la gloria que en el templo
había circuido a Jesús y la voz de Dios que hablara desde la nube. Ahora esa misma gloria se
volvía a revelar, y no sintieron ya temor por su Maestro. Estaba bajo el cuidado de Dios, y un
ángel poderoso había sido enviado para protegerle. Nuevamente los discípulos cedieron, en
su cansancio, al extraño estupor que los dominaba. Nuevamente Jesús los encontró
durmiendo.
Mirándolos tristemente, dijo: "Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo
del hombre es entregado en manos de pecadores."
Aun mientras decía estas palabras, oía los pasos de la turba que le buscaba, y añadió:
"Levantaos, vamos: he aquí ha llegado el que me ha entregado."
No se veían en Jesús huellas de su reciente agonía cuando se dirigió al encuentro de su
traidor. Adelantándose a sus discípulos, dijo: "¿A quién buscáis?"
Contestaron: "A Jesús Nazareno." Jesús respondió: "Yo soy." Mientras estas palabras eran
pronunciadas, el ángel que acababa de servir a Jesús, se puso entre él y la turba. Una luz
divina iluminó el rostro del Salvador, y le hizo sombra una figura como de paloma. En
presencia de esta gloria divina, la turba homicida no pudo resistir un momento. Retrocedió
tambaleándose. Sacerdotes, ancianos, soldados, y aún Judas, cayeron como muertos al
suelo.
El ángel se retiró, y la luz se desvaneció. Jesús tuvo oportunidad de escapar, pero permaneció
sereno y dueño de si. Permaneció en pie como un ser glorificado, en medio de esta banda
endurecida, ahora postrada e inerme a sus pies. Los discípulos miraban, mudos de asombro y
pavor.
Pero la escena cambió rápidamente. La turba se levantó. Los soldados romanos, los
sacerdotes y judas se reunieron en derredor de Cristo. Parecían avergonzados de su
debilidad, y temerosos de que se les escapase todavía, Volvió el Redentor a preguntar: "¿A
quién buscáis?" Habían tenido pruebas de que el que estaba delante de ellos era el Hijo de
Dios, pero no querían convencerse. A la pregunta: "¿A quién buscáis?" volvieron a contestar:
"A Jesús Nazareno." El Salvador les dijo entonces: "Os he dicho que yo soy: pues si a mí
buscáis, dejad ir a éstos," señalando a los discípulos. Sabía cuán débil era la fe de ellos, y
trataba de escudarlos de la tentación y la prueba. Estaba listo para sacrificarse por ellos.
El traidor Judas no se olvidó de la parte que debía desempeñar. Cuando entró la turba en el
huerto, iba delante, seguido de cerca por el sumo sacerdote. Había dado una señal a los
perseguidores de Jesús diciendo: "Al que yo besare, aquél es: prendedle." Ahora, fingiendo no
tener parte con ellos, se acercó a Jesús, le tomó de la mano como un amigo familiar, 645
diciendo: "Salve, Maestro," le besó repetidas veces, simulando llorar de simpatía por él en su
peligro.
Jesús le dijo: "Amigo, ¿a qué vienes?" Su voz temblaba de pesar al añadir: "Judas, ¿con beso
entregas al Hijo del hombre?" Esta súplica debiera haber despertado la conciencia del traidor
y conmovido su obstinado corazón; pero le habían abandonado la honra, la fidelidad y la
ternura humana. Se mostró audaz y desafiador, sin disposición a enternecerse. Se había
entregado a Satanás y no podía resistirle. Jesús no rechazó el beso del traidor.
La turba se envalentonó al ver a Judas tocar la persona de Aquel que había estado glorificado
ante sus ojos tan poco tiempo antes. Se apoderó entonces de Jesús y procedió a atar aquellas
preciosas manos que siempre se habían dedicado a hacer bien.
Los discípulos hablan pensado que su Maestro no se dejaría prender. Porque el mismo poder
que había hecho caer como muertos a esos hombres podía dominarlos hasta que Jesús y sus
compañeros escapasen. Se quedaron chasqueados e indignados al ver sacar las cuerdas
para atar las manos de Aquel a quien amaban. En su ira, Pedro sacó impulsivamente su
espada y trató de defender a su Maestro, pero no logró sino cortar una oreja del siervo del
sumo sacerdote. Cuando Jesús vio lo que había hecho, libró sus manos, aunque eran
sujetadas firmemente por los soldados romanos, y diciendo: "Dejad hasta aquí," tocó la oreja
herida, Y ésta quedó inmediatamente sana. Dijo luego a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar;
porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo
ahora orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles?"--una legión en lugar
de cada uno de los discípulos-- Pero los discípulos se preguntaban: ¿Oh, por qué no se salva
a sí mismo y a nosotros? Contestando a su pensamiento inexpresado, añadió: "¿Cómo, pues,
se cumplirían las Escrituras, que así conviene que sea hecho?" "El vaso que el Padre me ha
dado, ¿no lo tengo de beber?"
La dignidad oficial de los dirigentes judíos no les había impedido unirse al perseguimiento de
Jesús. Su arresto era un asunto demasiado importante para confiarlo a subordinados; así que
los astutos sacerdotes y ancianos se habían unido a la policía del templo y a la turba para
seguir a Judas hasta Getsemaní. ¡Qué compañía para estos dignatarios: una turba ávida de
excitación y armada con toda clase de instrumentos como para perseguir a una fiera!
Volviéndose a los sacerdotes y ancianos, Jesús fijó sobre ellos su mirada escrutadora.
Mientras viviesen, no se olvidarían de las palabras que pronunciara. Eran como agudas saetas
del Todopoderoso. Con dignidad dijo: Salisteis contra mí con espadas y palos como contra un
ladrón. Día tras día estaba sentado enseñando en el templo. Tuvisteis toda oportunidad de
echarme mano, y nada hicisteis. La noche se adapta mejor para vuestra obra. "Esta es
vuestra hora, y la potestad de las tinieblas."
Los discípulos quedaron aterrorizados al ver que Jesús permitía que se le prendiese y atase.
Se ofendieron porque sufría esta humillación para si y para ellos. No podían comprender su
conducta, y le inculpaban por someterse a la turba. En su indignación y temor, Pedro propuso
que se salvasen a si mismos. Siguiendo esta sugestión, "todos los discípulos huyeron,
dejándole." Pero Cristo había predicho esta deserción. "He aquí había dicho, la hora
viene, y ha venido, que seréis esparcidos cada uno por su parte, y me dejaréis solo:
mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo."
Getsemaní
Tema: En Getsemaní, nos encontramos con Jesús como el hijo obediente hasta la
muerte, muerte de cruz por un pueblo que lo deja en la absoluta soledad.
Diseño: Expositivo
Lógica: Inductiva
Introducción
El Jueves es el comienzo del fin. Al salir del "aposento alto ya dispuesto" (Mr.
14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos se enfrentaban a la escena
final que comienza y que les llevaba al sufrimiento de la cruz.
Puntos a desarrollar
1. Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado
están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le acompañaban en los momentos
más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.
2. En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está
angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta en su carácter de “Dios-ser humano”
con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo
religioso dispuesto a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e
injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha predicado la vida y
el mundo le depara la muerte y el sufrimiento.
3. Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular la
historia celebra a aquellos que enfrentan la muerte en forma heroica o estoica, es
decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la
cicuta y morir plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso
de Jesús.
1. Ahora bien hermanos, este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial
con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo. Es uno que tiene una relación más
profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías,
el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.
3. Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa
amarga. Copa que no era otra cosa que el destino que Dios le tenía deparado para el
futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las
instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, el la da
voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una muerte forzada por el
pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
4. En este sentido es importante el uso de la palabra "copa" y de la frase "la hora
señalada" los judíos utilizaban estas frases, para hablar del tiempo futuro, en el
cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra
"copa" se hablaba del momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la
manifestación del momento de Dios.
5. En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía
la exigencia de Dios porque su muerte sería instrumento, camino, puente por el
cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su
muerte --el tomar la "copa"-- marcaría "la hora señalada" por la cual Dios llegaría a
la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que le capacitaría
para decir "abba, Padre" (Ro. 8:15; Gal. 4:16).
3. Pero si bien por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el
monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que se expresa en el sueño, en la
dejadez, en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La
"debilidad" de los discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el
discernimiento para leer en el tiempo que el mal estaba a la mano, dispuesto a
destruir a su Maestro. La "debilidad de la carne" no consiste sólo en el cansancio
físico sino que nos habla principalmente de la condición humana; del pecador que
se resiste a hacer la voluntad divina y busca siempre su propia comodidad.
Conclusión
Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un
mundo que se pierde. Somos con quien único el Señor cuenta a su lado en esta
lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles --legiones de ángeles--
con sólo una palabra suya. Empero nos ha escogido a nosotros como mensajeros
suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos fallado; le hemos
dejado solo: "Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad
que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores" (v. 41).
En Getsemaní tuvieron lugar algunos hechos trascendentales, la noche del apresamiento del
Señor. Miremos el relato sagrado:
Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos
aquí, entre tanto que voy allí y oro. 37 Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó
a entristecerse y a angustiarse en gran manera. 38 Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste,
hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. 39 Yendo un poco adelante, se postró sobre su
rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo
quiero, sino como tú (Mt. 26:36-39)… “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su
sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:44).
Yo estuve en el huerto de Getsemaní en el año 2011, en mi primer viaje a Israel, y vi los enormes
Olivos milenarios, y el lugar donde la tradición dice que Jesús se arrodilló a orar aquella tétrica
noche de agonía. Pero, aunque anhelo regresar físicamente al sitio, quiero, mucho
más, frecuentar Getsemaní espiritualmente, por estas causas especiales:
3. Quiero frecuentar Getsemaní, porque allí se testifica que no se puede vivir una vida
espiritualmente victoriosa, ignorando el poder que Dios ha delegado a la Comunidad Cristiana
(Ver Mt. 16:18). Getsemaní me muestra una reunión de hermanos, convocados por Jesús para
ocuparse en la oración. Allí estaban tres de los pioneros del cristianismo, llamados a prevalecer
contra el desgaste de las fuerzas, la oscuridad de la noche, y el asedio de la potestad de las
tinieblas. Si ignorara que mis hermanos son muy importantes para mi en el ganar las batallas, ya
sería suficiente, para hundirme en mi propio peso de debilidad. Getsemaní me recuerda que me
debo congregar siempre para orar, y así poder estar en pie en los momentos de tormentas.
4. Quiero frecuentar Getsemaní, porque el ministerio no es más importante que la fuerza que
lo impulsa, a la que llamamos “oración”. No quiero desprenderme jamás de esa realidad que exige
estar a solas con Dios, como fuente indispensable de poder, para luego servir a los hombres con
la obligatoria unción que impone el sagrado ministerio (Ver Mr. 1:35).
5. Quiero frecuentar Getsemaní, porque es un sitio referente de la importancia que tiene
desechar mi propia voluntad, e imitar al Maestro quien decía al Padre en sumisa oración: “…
Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42). La única garantía que Dios nos ofrece
para vivir seguros, es abrazar su voluntad a cualquier costo, porque aunque al principio cause
dolor elegirla, al final se nos ofrece por ella, una corona de gloria.
6. Quiero frecuentar Getsemaní, porque allí aprendo que la oración que da victoria, es mucho
más agresiva que aquella que termina donde las fuerzas se acaban. Quiero ver a mi Maestro ir
tres veces a decirle al Padre la misma petición. Me alecciona verlo en el momento de su agonía,
orando, entonces, más intensamente, hasta que en una noche muy fría (Comp. Mr. 14:66-67; Jn.
18:18), sudaba como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. ¡Señor, ayúdame a
prevalecer en oración, hasta que venga del cielo una respuesta que me traiga fortaleza! (Ver Lc.
22:43).
7. Finalmente, quiero frecuentar Getsemaní, porque aunque allí, muchas veces, mi petición no
se responde por la vía que mi carne la prefiere, es allí donde soy sobrenaturalmente preparado
para enfrentar con valor la prueba de mi fe. Getsemaní me dispone para beber con determinación
inexplicable, la copa amarga del dolor, en cuyo mismo cáliz beberé luego el vino espiritual de
las consolaciones de Dios.
Hermano, si tu camino de consagración pasa por Getsemaní alguna vez, de seguro querrás volver
allí, igual que Jesús frecuentaba aquel lugar con sus discípulos durante su ministerio público (Ver
Lc. 21:37; Jn 18:2). ¡Que estas lecciones, nos ayuden a entender, que la vida cristiana no consiste
en una mera profesión nominal de una fe sin vida, sino que entraña un compromiso con Dios que
nos hace tenerlo a Él como el insustituible amigo para todas las circunstancias de nuestro
peregrinar!
EN GETSEMANÍ, JESÚS
RECUPERÓ NUESTRA FUERZA
DE VOLUNTAD.
La Biblia dice que el pueblo llevaba al Tabernáculo dos machos cabríos. Uno era para la
expiación del pecado. Al segundo se le debía poner en la cabeza la sangre del primero, para
después soltarlo en el desierto: " Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su
dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo
siete veces de aquella sangre. Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo
limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel " ( Levítico 16, 14-19).
Jesús derramó su sangre en la cruz. Sin embargo, no derramó su sangre sólo una vez, sino
siete veces distintas. La fuente del poder de Dios en cada uno de los aspectos de nuestra
vida, se halla en la sangre derramada por Jesucristo. Él derramó su sangre en siete lugares
para que usted y yo fuéramos sanos, perdonados y liberados de la esclavitud del pecado y
de la iniquidad que se han metido en nuestras familias.
El primer lugar donde Jesús derramó su sangre fue el huerto de Getsemaní, en la noche de
la Última Cena con sus discípulos. No es coincidencia que el primer lugar donde Jesús nos
rescató o derramó su sangre redentora fuera un huerto, puesto que el primer lugar donde
perdimos el poder de la bendición de Dios fue otro huerto, el del Edén.
En Lucas 22,43-46 leemos: " Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y
estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre
que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló
durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿ Por qué dormís ? Levantaos, y orad para que
no entréis en tentación ".
De los poros de Jesús salieron sudor y sangre, a causa de la ansiedad, el temor y la
agitación que estaba sintiendo. ¿ Por qué es esto tan significativo ? Debemos recordar que
hemos sido redimidos por su sangre. El primer Adán le entregó nuestra fuerza de voluntad a
Satanás. Jesús, el segundo Adán redimió nuestra fuerza de voluntad al decir: " Padre, no se
haga mi voluntad, sino la tuya ", mientras sudaba grandes gotas de sangre. Fue entonces
cuando recuperamos nuestra fuerza de voluntad para vencer los problemas de drogas, de
alcohol, de lujuria, de ira y la depresión.
Cuando el diablo se lance en contra nuestra, diciéndonos: " No puedes cambiar. No eres lo
suficientemente fuerte ", tendremos la fuerza de voluntad necesaria para levantarnos en
victoria, porque Jesús dijo: " No se haga mi voluntad, sino la tuya ". Gracias a que Jesús
derramó su sangre en el huerto de Getsemaní, usted puede rechazar al enemigo en su vida.