El Poder de La Resurreccion

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21 ABRIL, 2011 16 COMENTARIOS

En la vida, todos podemos experimentar momentos difíciles, el tema no es preguntarnos a


que se deben esos momentos sino cómo los enfrento en mi diario vivir; En Marcos leemos la
experiencia de Jesús en el momento más duro y difícil que le toco vivir aquí en la tierra, justo
en uno de sus lugares favoritos y que Él utilizaba para encontrarse con el Padre, en el huerto
de Getsemaní (la palabra Getsemaní proviene del Arameo y está compuesta por dos
palabras: Gat que significa prensa o lagar y semani que viene de Shmanei que
significa aceites o sea prensa de aceites) es decir, un lugar donde se extrae el aceite de los
olivos, un aceite muy preciado y usado en la alimentación. Este huerto forma parte del Monte
de los Olivos, “al otro lado del torrente de Cedrón” que Jesús conocía muy bien porque en
muchas ocasiones se había reunido allí con sus discípulos (Jn. 18:1-2b) un lugar muy especial
para Jesús “Y saliendo, se fue…como solía, al monte de los Olivos” (Lc. 22:39). En este lugar
Jesús literalmente fue prensado por nuestra salvación.
¿Qué fue hacer Jesús? Fue a orar porque sabía que la situación que se avecinaba era
muy difícil y necesitaba comunión con Dios.
“Tomo consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y angustiarse”. “Estoy
muy triste, y siento que me voy a morir– les dijo- Quédense aquí y no se duerman” (Mr. 14:33-
34) la situación se estaba tornando cada vez más complicada, tal como nos pasa algunas
veces a nosotros, cuando el panorama se pone negro y no vemos la salida por ningún lado.
“Yendo un poco más allá, se postró en tierra y empezó a orar para que, de ser posible, no
tuviera Él que pasar por aquella hora. Decía:- “Abba, Padre, todo es posible para Ti, no me
hagas beber este trago amargo; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tu” (Mr.
14:35-36). Vemos a Jesús abriendo su corazón delante de la Presencia de Dios, pidiendo que
esa prueba, esa situación pasara, que no tuviera que experimentarla y como siempre se refirió
a Dios como su Padre, sabiendo que Dios tiene un propósito para cada uno de nosotros y que
lo central era hacer la Voluntad de Dios antes que la de Él, esa fue la oración de Jesús. La
respuesta de Dios para esta oración fue un rotundo NO, Jesús tenía que pasar esa
prueba. Por encima de Su deseo estaba el Propósito de Dios. La Voluntad de Dios por sobre
nuestra voluntad (Mt. 6:10). Muchas veces deberemos enfrentarnos a pruebas, pero ello no
significa que Dios nos dejó, al contrario, Él está ahí siempre con nosotros en medio de la
prueba para ayudarnos; “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel
es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportarla” (1a Cor. 10:13) Dios siempre
nos da una salida, nos sostiene y nos ayuda. Las victorias se ganan en oración.
“Luego volvió a sus discípulos y los encontró dormidos. Simón- le dijo a Pedro – ¿estás
dormido? ¿No pudiste mantenerte despierto ni una hora? Vigilen y oren para que no caigan
en tentación. El Espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil” (Mr 14:37-38); muchas veces
nos “dormimos” pensando en el problema, o empezamos a evaluar de que manera en
nuestros recursos solucionamos las dificultades cuando, en realidad, lo primero que debemos
hacer siempre es orar para que Dios venga en nuestra ayuda y nos dé la respuesta.
Volvió al lugar en donde había estado orando e hizo nuevamente la misma oración. (Mr.
14:39) Jesús nos enseña que la oración debe ser en nosotros un estilo de vida caracterizada
por la perseverancia, sin aflojar ni bajar los brazos, no solo en momentos en que nos
aflige algún problema, o cuando nos encontramos agobiados, desesperados y no sabemos
qué hacer, sino en todo tiempo.
A su regreso Jesús los encontró nuevamente dormidos, porque “se les cerraban los ojos de
sueño”. Ellos no sabían que decirle. Volvió por tercera vez y les dijo ¿Siguen durmiendo y
descansando? ¡Se acabo! Ha llegado la hora. Miren, el Hijo del Hombre va a ser entregado en
manos de pecadores. ¡Levántense! ¡Vámonos! ¡Ahí viene el que me traiciona! (Mr. 14:40-42)
Luego de orar tres veces, Jesús estaba listo para enfrentar la prueba, viniera lo que viniera,
levantó a sus discípulos y les dijo “Ha llegado la hora”, “Levántense” viene la prueba, viene el
momento difícil, el problema , pero ¡estamos listos para enfrentarlo! Ya he estado con el
Padre, el Rey del Universo, y venga lo que venga Él ya me ha fortalecido para este
momento, que gran ejemplo nos da el Maestro de cómo debemos enfrentar las situaciones
complicadas y difíciles.
Frente a una situación, de la manera como reaccionamos, eso mostrará cómo será la oración
y nuestro clamor . Lucas relata que luego de la primer oración “…se le apareció un ángel del
cielo para fortalecerlo” (Lc. 22:43) Jesús nos prometió el Espíritu Santo y dijo que iba a ser
nuestro Consolador “Y yo pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los
acompañe siempre” (Jn 14:16) Al entrar al lugar de oración, la Presencia del Espíritu Santo
está con nosotros y recibimos consuelo y paz.
¿Tienes un Monte de los Olivos personal, un Getsemaní adonde ir cada día y entregar tus
cargas al Padre y compartir tiempo con Él cuando estás por enfrentar situaciones difíciles de
la vida? Debemos aprender que lo fundamental, lo importante para cada uno de nosotros
es: orar a Dios siempre y entregarle todo a Él. Él tendrá cuidado de nosotros.
Serie: El Evangelio de Marcos
Autor: Luis de Miguel Email: [email protected]

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Jesús ora en Getsemaní - Marcos 14:32-42


(Mr 14:32-42) "Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y
dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó
consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a
angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte;
quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra,
y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba,
Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa;
mas no lo que yo quiero, sino lo que tú. Vino luego y los halló
durmiendo; y dijo a Pedro; Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar
una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a
la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. Otra vez fue y oró,
diciendo las mismas palabras. Al volver, otra vez los halló durmiendo,
porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño; y no sabían qué
responderle. Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y descansad.
Basta, la hora ha venido; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en
manos de los pecadores. Levantaos, vamos; he aquí, se acerca el que
me entrega."

Introducción
La historia de la agonía del Señor Jesucristo en el huerto de Getsemaní
es uno de los pasajes más profundos y misteriosos de la Biblia.
Contiene cosas que ningún hombre puede explicar satisfactoriamente.
Al estudiarlo, bien se podrían repetir las palabras que Dios le dijo a
Moisés cuando se le apareció en la zarza ardiendo: "Quita tu calzado
de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es" (Ex 3:5).
Sin lugar a dudas, el estudio de este pasaje nos debe llevar más bien
a la adoración que al análisis.

Aquí veremos al Señor librando la batalla definitiva contra el pecado,


pero por alguna razón, esta batalla se nos presenta en dos actos:
Getsemaní y Gólgota. Esto nos lleva a preguntarnos ¿por qué fue
necesario pasar por Getsemaní? ¿No se podía haber evitado un episodio
tan doloroso de su vida? Pero a lo largo de estos estudios veremos que
fue en Getsemaní donde el Señor tomó la decisión de ir a la Cruz,
mientras que en el Calvario fue donde la materializó.

"Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní"


Como muchas otras noches, Jesús salió de la ciudad y fue a un olivar
cercano que era conocido como "Getsemaní", que significaba "prensa
de olivas", seguramente porque en él había habido o todavía había una
prensa de olivas.

Allí el Señor solía juntarse con sus discípulos durante sus visitas a la
capital, buscando apartarse de las multitudes que constantemente le
presionaban y tener así un tiempo de enseñanza privada con ellos (Lc
22:39) (Jn 18:1-2). Por lo tanto, el lugar era bien conocido también
por Judas, que como más tarde veremos, no tardó en acudir con una
escuadrilla para arrestar a Jesús. Aunque no debemos olvidar que si
encontraron allí a Jesús en aquella noche, fue porque en él no había
ningún pensamiento de huida, a pesar de que conocía perfectamente
todas las maquinaciones de Judas, como antes había expresado con
toda claridad.

Pero en esta ocasión, aquel lugar donde Jesús había tenido tantas
hermosas pláticas con sus discípulos, ahora se iba a convertir en el
escenario de su terrible agonía antes de ir a la cruz.

"Sentaos aquí, entre tanto que yo oro"


¿Cómo iba a enfrentar Jesús este duro trance? En esto también
apreciamos que Jesús era muy diferente a nosotros. Con frecuencia,
cuando pasamos por problemas que nos agobian, o estamos rodeados
de dificultades, pensamos que necesitamos un "respiro" y buscamos
algún tipo de diversión que nos relaje. Algunos llegan incluso a cosas
como el alcohol, las drogas, fiestas, pornografía y vicios similares, que
lejos de traerles paz al corazón, no hacen sino aumentar sus
problemas. Pero el Señor nos indicó que la solución pasaba por buscar
a Dios en oración.

(Stg 5:13) "¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración."

"Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan"


Parece que aunque Jesús oraba solo, sin embargo quería sentir la
cercanía de algunos de sus discípulos, así que escogió a varios de ellos
para que le acompañaran a cierta distancia. Estos tres discípulos,
Pedro, Jacobo y Juan, se convirtieron así en testigos de la terrible lucha
que Jesús mantuvo en esa noche.

Algunos se han preguntado por qué escogió a estos tres. Lo cierto es


que ésta era la tercera vez que lo hacía. Estos mismos discípulos habían
sido los únicos testigos de la transfiguración del Señor (Mr 9:2) y
también de la resurrección de la hija de Jairo (Mr 5:37-43).
Resumiendo podríamos decir que estas tres experiencias espirituales
tenían relación con tres momentos claves de la vida del Señor: su
agonía, resurrección y gloria.

Por otro lado, también debemos recordar que Jacobo y Juan habían
pedido anteriormente al Señor el sentarse a su derecha y a su izquierda
en su gloria, a lo que Jesús les había contestado que no sabían lo que
pedían. De hecho, cuando les preguntó si podían beber del vaso que él
bebía, ellos no dudaron en contestar que sí podían (Mr 10:35-39).
Seguramente, cuando en el huerto de Getsemaní vieron la agonía de
Jesús mientras oraba pidiendo que pasara de él aquella copa, ellos
tuvieron que darse cuenta de que realmente no sabían lo que habían
dicho.

"Y comenzó a entristecerse y a angustiarse"


Cuando Jesús se apartó para orar, el evangelista utiliza en el original
dos palabras muy fuertes para indicarnos su intensa perturbación
emocional ante la perspectiva que se le presentaba, y también su
estado de extremo dolor y angustia. Lucas completa este cuadro
diciéndonos que "estando en agonía, oraba más intensamente; y era
su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra" (Lc
22:44).
Podríamos preguntarnos qué era lo que producía este estado en Jesús.
Algunos han pensado que esta angustia era la reacción natural que
todos los seres humanos sienten ante la proximidad de la muerte. Pero
en el caso de Jesús, necesariamente tenemos que pensar que había
mucho más que eso. Se trataba del estremecimiento de aquel que era
la Vida misma al enfrentarse con todo el poder destructivo del mal, de
todo aquello que se opone a la santidad de Dios, y que en ese momento
se abatía directamente sobre él por cuanto había decidido presentarse
como el Cordero de Dios que muere por el pecado de la humanidad.

Y por cuanto era el Hijo de Dios, podía ver con extrema claridad toda
la suciedad del mal que venía sobre él. Y por supuesto, para su
naturaleza completamente santa y pura, el tener que enfrentarse con
el pecado de toda la humanidad, producía un dolor que es imposible
expresar con palabras. En realidad, lo que estamos presenciando aquí
es el choque frontal entre la Luz y las tinieblas, entre la Vida y la
muerte.

Más adelante consideraremos los sufrimientos físicos que Jesús pasó


durante su arresto y crucifixión, pero sin lugar a dudas, los más
dolorosos tuvieron que ser los de su alma santa e inocente cuando con
un conocimiento pleno de las consecuencias que este acto iba a tener,
asumió cargar sobre sí el pecado de los hombres.

(2 Co 5:21) "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,


para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él".

"Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la


muerte"
Sólo podremos entender la causa de esta "tristeza mortal" de Jesús si
nos damos cuenta de que no se trataba únicamente de la angustia ante
la muerte que los seres humanos atravesamos al final de nuestros días.
En su caso era una muerte diferente. El no moriría como consecuencia
de sus propios pecados, ya que no los tenía, sino que él moriría en
sustitución de los pecadores, cargando en ese momento la maldad de
toda la humanidad.

Muchas veces nosotros sufrimos como consecuencia de alguno de


nuestros pecados, y sabemos por experiencia lo doloroso que esto es,
pero ¿qué sería para el Señor sufrir de forma "condensada" por todos
los pecados de los hombres? No cabe duda que nunca nadie ha
experimentado un dolor y amargura semejante. Y en esos momentos,
su santa humanidad fue oprimida y agobiada hasta lo sumo.
Algunos han criticado a Jesús porque en esos momentos no asumió la
actitud heroica que debería esperarse de él. Argumentan que otros
hombres han afrontado la muerte con mucha más serenidad que él.
Pero quienes así hablan, es evidente que no han entendido lo que
implicaba la muerte para Jesús. Ya hemos hablado del terrible
sufrimiento que tuvo que suponer para un Ser santo e inocente como
Jesús el tener que cargar sobre sí la culpabilidad acumulada de toda la
humanidad, pero había otro aspecto unido a éste, que todavía tenía
que producirle mayor agonía, y era el hecho de que cuando fuera
colgado en la cruz quedaría bajo la maldición de Dios, mientras toda la
santa ira del Juez justo recaía sobre él.

(Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por


nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado
en un madero)."

De alguna manera inexplicable para nosotros, cuando llegó el momento


de la cruz, la relación de Jesús con Dios sería interrumpida.

(Mr 15:34) "Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi,
Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?"

No podemos imaginarnos lo que este hecho tuvo que haber significado


para Jesús, cuando el mayor deleite de su vida era la comunión con su
Padre celestial.

Cuando intentamos sondear en estos misterios, tenemos que reconocer


que nunca podremos comprenderlos en toda su intensidad, y en la
medida en que pobremente podemos entender algo, quedamos
sobrecogidos ante la magnitud de los hechos.

Pero en cualquier caso, hay ciertas lecciones prácticas que sí que


deberían quedar grabadas en nuestros corazones:

 Primeramente, viendo la impresión que nuestros pecados produjeron


en Jesús, esto nos debería llevar a ser mucho más sensibles y a tener
siempre un temor reverente para no pecar más.

 Y consideramos también que para que Jesús pudiera decir a sus


discípulos que "no se turbe vuestro corazón" (Jn 14:1), él mismo tuvo
que sufrir la angustia y la aflicción.

"Quedaos aquí y velad"


Cuando Jesús se apartó para orar, hizo un llamamiento a sus discípulos
para que velaran. Esta no era la primera vez que les exhortaba a esto,
puesto que cuando les había anunciado su segunda venida, ya les había
dicho que permanecieran en esa actitud (Mr 13:33-37). Ahora vuelve
a hacerlo, aunque con mayor urgencia debido a los acontecimientos
que inmediatamente iban a ocurrir.

Nosotros también debemos recibir esta exhortación apremiante a velar.


La somnolencia de los discípulos parece que ha alcanzado al
cristianismo de nuestro tiempo. Y no lo olvidemos; dejar de velar abre
la puerta al poder del mal en nuestras vidas.

Los efectos de esta somnolencia los podemos ver en el embotamiento


del alma que pierde la sensibilidad frente al pecado en nuestras vidas
y el poder del mal en el mundo. Nos deja anestesiados, ignorantes,
indiferentes y tranquilos frente al mal que nos rodea, pensando que en
el fondo, no es tan grave. Pero esta falta de sensibilidad, esta falta de
vigilancia, tanto por lo que se refiere a la cercanía de la segunda venida
de Cristo, como al poder amenazador del mal, otorga un poder en el
mundo al maligno.

"Yéndose un poco adelante, se postró en tierra"


Los discípulos quedaron a cierta distancia de Jesús, desde donde
todavía podrían verle y oírle. El evangelista nos dice que el Señor cayó
rostro en tierra. La postura que adoptó para orar expresaba su total
sumisión a la voluntad de Dios.

En cualquier caso, la escena no deja de sorprendernos. Recordamos


que unos días antes había descendido cabalgando desde ese mismo
monte de los Olivos en procesión real, aclamado justamente como
Rey (Mr 11:1-11). Sin embargo, ahora el contraste es total; el Rey está
de rodillas, rostro en tierra, sufriendo una angustia indescriptible. ¿Por
qué este cambio tan drástico de actitud? Para entenderlo, tenemos que
recordar que cuando Jesús entró en Jerusalén se encontró con la capital
en manos de rebeldes, y el mismo templo estaba infectado de ladrones.
La pregunta entonces era ¿cómo podrían esas personas rebeldes ser
salvados y restaurados a la obediencia y a la adoración a Dios?
Evidentemente, no lo conseguiría montando sobre una cabalgadura
real por las calles de Jerusalén. Nunca la pompa y la ceremonia han
conseguido convertir a un rebelde en un santo. Si alguna vez él podría
llevar a Jerusalén, Israel y el mundo a la obediencia a Dios, tendría que
ser necesariamente porque él mismo comenzara por obedecer a Dios
aquí mismo en la tierra. Así que el Rey se arrodilló, dispuesto a
obedecer por amor a su Dios y también a toda la raza humana. No
había otro camino.

(Ro 5:19) "Porque así como por la desobediencia de un hombre los


muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia
de uno, los muchos serán constituidos justos."

"Y oró que si fuese posible, pasase de él aquella


hora"
Una vez más, las Escrituras nos muestran a Jesús con total honestidad,
y no se avergüenza de hacernos saber que cuando se enfrentó al precio
de la obediencia, sus oraciones fueron acompañadas de clamor y
lágrimas.

Por supuesto, sus lágrimas no eran como en muchas ocasiones lo son


las nuestras; una expresión infantil de frustración porque no logramos
hacer lo que nos da la gana. Por el contrario, en su caso había un
corazón absolutamente rendido y sumiso a Dios, y por esa razón,
cuando pedía al Padre que pasase de él esa copa, siempre lo hacía bajo
la condición de que fuese compatible con la voluntad divina.

Por supuesto, no se trataba de dos voluntades diferentes; por un lado


la del Padre y por otro la del Hijo. El evangelista Juan recoge las
palabras de Jesús que nos muestran que no había contraposición entre
las dos voluntades:

(Jn 12:27-28) "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre,


sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre,
glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado,
y lo glorificaré otra vez."

En cuanto a su oración, Jesús preguntaba si había otra base justa sobre


la cual Dios podría salvar a los pecadores sin que él tuviera que ir a la
cruz. Aquí vemos todo el drama de nuestra redención. Y el silencio del
cielo indicó que no había otro modo; el Santo Hijo de Dios debía morir
por los pecadores.

Por supuesto, "aquella hora" a la que Jesús se refería, tenía que ver
con el momento determinado desde la eternidad en el que se habría de
resumir y concentrar toda la angustia, toda la pena, toda la muerte y
cada una de las consecuencias que han surgido del pecado. Era la
"hora" cuando Jesús, el Hombre representativo había de presentarse
ante la justicia divina para satisfacer sus exigencias por medio del
sacrificio de sí mismo en ofrenda por el pecado.
"Y decía: Abba, Padre"
Notemos que en su oración se dirige a Dios con la palabra "Abba", que
inmediatamente es traducida por Marcos para sus lectores gentiles
como "Padre".

La palabra "Abba" era usada por los niños para dirigirse a sus padres,
e implicaba confianza, intimidad y reconocimiento de autoridad.
Equivale a nuestro "papá".

Sin lugar a dudas, tuvo que sorprender a sus discípulos que se dirigiera
a Dios de esta manera. Ellos nunca habían escuchado a ningún santo
del Antiguo Testamento tratar así a Dios. En la forma de pensar de un
judío habría sido irreverente y, por tanto, habría sido impensable que
alguien pudiera llamar a Dios con una palabra tan familiar.

Pero al hacerlo, Jesús estaba revelando la naturaleza de su comunión


con Dios. De hecho, siempre que vemos a Jesús orando en los
evangelios, lo hizo de esta forma, salvo en una única ocasión. Esto tuvo
lugar en la cruz, cuando allí clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?" (Mr 15:34).

"Aparta de mí esta copa"


El acto de obediencia que el Hijo del Hombre se disponía a llevar a
cabo, tendría un sabor inconmensurablemente amargo. Tenía el sabor
de la muerte. El autor de Hebreos dice que él "gustó la muerte por
todos" (He 2:9). Además, el Antiguo Testamento se había referido con
frecuencia a esta "copa", que estaba reservada para los malos (Sal
11:6), y que contenía la indignación divina contra los impíos (Sal 75:8),
su ira (Is 51:17) y su furor (Jer 25:15).

La muerte que él gustó no sólo tuvo que ver con experimentar la


separación del alma del cuerpo, sino el abandono del Dios de justicia
por haberse identificado con el pecado del mundo.

Es inimaginable, por lo tanto, que la Santidad encarnada pudiera recibir


con agrado el pecado representado en esa copa, de ahí su petición:
"aparta de mí esta copa". Pero por otro lado, dejaba también
constancia de su absoluta devoción y amor a su Padre: "mas no lo que
yo quiero, sino lo que tú".

No había ningún conflicto entre la voluntad del Padre y la del Hijo. El


Hombre perfecto era también el Siervo obediente en todo, y aunque
todo su santo Ser se alzase en contra de la perspectiva de la cruz, y su
cuerpo sudase sangre en su agonía, él nunca dejaría de decir: "mas no
lo que yo quiero, sino lo que tú". No podemos imaginar un grado de
perfección más alto que el que aquí se nos presenta.

La interpretación que hace Hebreos de este pasaje


(He 5:7-10) "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y
súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte,
fue oído a causa de su temor reverente. Y aunque era Hijo, por lo que
padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a
ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue
declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec."

En el contexto de esta cita, el autor de Hebreos está razonando acerca


de lo imprescindible que es para los hombres pecadores tener un sumo
sacerdote que interceda por ellos ante Dios. Por supuesto, aquellos que
ocuparon esta posición en el Antiguo Testamento eran hombres
débiles, y por eso, el autor nos va a decir que en el cumplimiento de
los tiempos Dios constituyó a su propio Hijo como Sumo Sacerdote.

Pero el camino para que Cristo pudiera llegar a ser Sumo Sacerdote no
fue sencillo. Primeramente tenía que ser hombre, pero él no lo era, así
que fue necesario que se encarnase. Los más de treinta años que vivió
entre los hombres le proporcionaron el conocimiento directo de nuestra
situación, aprendiendo en su propia experiencia la fuerza de la
tentación, la prueba y la aflicción. Y también tuvo que aprender a
obedecer a Dios en un mundo caído y pecador como el nuestro. Por
supuesto, él no tuvo que aprender a obedecer, él siempre lo había
hecho en el cielo. Pero allí, obedecer la voluntad de Dios es fuente de
gozo y felicidad. Lo que realmente tuvo que aprender es lo que cuesta
obedecer a Dios en un mundo caído. Por eso, cuando el autor de
Hebreos nos habla del perfeccionamiento de Cristo no se está refiriendo
a su perfección moral, como si tuviera necesidad de ser corregido en
cuanto a alguna imperfección en su carácter. Jesús siempre vivió sin
pecado. Pero era necesario que padeciese a fin de ser perfeccionado
para el sacerdocio.

Los sufrimientos de Cristo después de su encarnación fueron reales. El


conoció auténticamente el hambre y el cansancio, sufrió el dolor de la
deslealtad y la intolerancia, la incomprensión y la injusticia, la
decepción de ver intereses creados en sus seguidores más cercanos y
la traición o cobardía en otros. Sufrió la agonía indescriptible de la cruz,
que de alguna manera nos queda reflejada en sus momentos de oración
previos en Getsemaní. Y además le esperaba la separación de su Padre
porque, al ser hecho pecado por nosotros, iba a ser abandonado y
desamparado por él. Sin duda, esto no podemos llegar a entenderlo
plenamente. A todo esto se sumaron las torturas de los soldados, la
burla sarcástica de los judíos, la hiriente arrogancia de los sacerdotes
y el abandono de los discípulos.

Cristo aprendió que la obediencia a Dios trae sufrimiento en un mundo


caído. Nosotros ya lo hemos experimentado muchas veces. Cuando
determinamos ser fieles al Señor y obedecerle, ¿cuál es la
consecuencia? La oposición de los familiares y amigos ante lo que ellos
perciben como "fanatismo religioso", el desprecio de los compañeros y
amigos porque nos ven diferentes, y en el peor de los casos, la
persecución política. Muchas veces la consecuencia de la fidelidad al
Señor es la burla, la crítica, la oposición o el insulto.

Pero en medio de todas estas circunstancias, el Señor Jesucristo es


nuestro Sumo Sacerdote, que nos entiende porque él mismo también
ofreció ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, por lo cual es
poderoso para ministrarnos como fiel Sumo Sacerdote. El ahora puede
socorrernos en nuestro peregrinaje por la vida, en el cual muchas veces
nuestra determinación de abrazar el camino de Dios nos involucrará en
el sufrimiento y la persecución.

Y finalmente, el autor de Hebreos nos dice que "fue oído a causa de su


temor reverente". A primera vista, la afirmación nos puede sorprender,
porque los Evangelios parece que dicen lo contrario. El pedía al Padre:
"Si es posible pase de mí esta copa". Y el Padre no intervino para
impedir que la bebiese. Pero sus oraciones fueron respondidas. La
noche de sufrimiento fue seguida por la mañana de la resurrección y
de la vindicación que Dios hizo de su fe. No fue librado de padecer la
muerte, sino que habiendo llegado a ella, fue sacado de sus garras por
el glorioso triunfo de la resurrección. Y no olvidemos que de la misma
manera, Dios no siempre contesta nuestras oraciones tal como
pensamos que debería hacerlo.

"Vino luego y los halló durmiendo"


Después de un tiempo en oración, Jesús volvió a donde había dejado a
sus discípulos y los encontró durmiendo. No fueron capaces de
compartir con él nada de su infinito dolor.

Cada vez estaba más claro que en el camino a la cruz, Jesús iba a
encontrarse absolutamente solo. Si sus más íntimos discípulos no
podían acompañarle en oración ni siquiera una hora, ¿qué se podría
esperar de ellos una vez que Jesús fuera arrestado y estuviera en
manos de sus enemigos? El mismo Pedro, que tan vehementemente
había protestado cuando Jesús les anunció que todos ellos le
abandonarían en esa noche, no fue capaz de mantenerse despierto
junto a Jesús orando con él por un poco de tiempo.

Todo esto era muy importante, porque no debemos olvidar que para
encontrar victoria en la hora de la tentación o de la prueba,
previamente necesitamos recibir poder mediante la oración. En este
sentido estaba claro que los discípulos no entendían la gravedad de la
situación que se avecinaba, y por lo tanto, tampoco se estaban
preparando adecuadamente para enfrentarla. ¿Y qué diremos de
nosotros mismos? ¿Cuántas veces no somos capaces de velar en
oración ni siquiera una hora? ¿Qué puede esperar el Señor de nosotros?

La debilidad de la que el Señor les había hablado durante la cena, se


empezaba a hacer evidente. Aquí vemos que el pecado ha dañado
incluso a nuestros propios cuerpos, que en muchas ocasiones actúan
como pesados lastres para nuestras almas.

"Velad y orad, para que no entréis en tentación"


La "tentación" a la que Jesús se refería, y para la que tendrían que
estar preparados, consistía en negar y escandalizarse de Jesús una vez
que fuera arrestado y crucificado. No es difícil imaginar el impacto que
debió tener para ellos ver a su Maestro siendo objeto de las burlas de
todos los hombres que se acercaban a él cuando estaba clavado en la
vergonzosa cruz. Por eso, aunque los mismos discípulos no percibían
la gravedad de la hora de prueba que iba a venir sobre ellos, el mismo
Señor ya había orado por ellos, y en especial por Pedro, para que su fe
no faltase (Lc 22:31-32).

Esta exhortación de Jesús a "velar y orar" debería estar presente


constantemente en nuestros corazones como la única forma real de
vencer las tentaciones. No nos engañemos; no hay ningún poder en
nosotros mismos que nos haga inmunes a los ataques de Satanás. Por
esta razón, cada cristiano debe estar permanentemente en un estado
de vigilancia y oración desde el momento de su conversión hasta la
hora de su muerte.

Pedro entendió finalmente la lección y él mismo exhortaba a esto en su


carta:

(1 P 4:7) "Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios,
y velad en oración."

"El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil"


El Señor señaló que la razón por la que era imprescindible que
mantuvieran esta actitud de vigilancia y oración, era porque dentro del
cristiano hay dos naturalezas que son contrarias entre sí; el espíritu y
la carne.

(Ga 5:16-17) "Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los


deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y
el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que
no hagáis lo que quisiereis."

Por un lado está la "carne", la vieja naturaleza caída, siempre inclinada


al mal. Y por otro lado está el "espíritu", es decir, la nueva naturaleza
que el Espíritu Santo ha dado a aquellos que creen en Cristo, y que
siempre está dispuesta a hacer el bien que agrada a Dios.

Es importante ser conscientes de que después de la conversión, Dios


no quita de nosotros la vieja naturaleza, ya que esto tendrá lugar en el
momento cuando seamos arrebatados o muramos. Mientras tanto, la
"carne" sigue luchando dentro de nosotros mismos con el fin de
hacernos caer. Y no olvidemos que la carne no mejora con el tiempo,
únicamente se adapta a las nuevas situaciones, y por lo tanto, no hay
ningún creyente que haya llegado a un estado de santidad que ya no
deba preocuparse de ella. Por el contrario, aquellos que realmente
viven una vida consagrada al Señor son los que, conscientes del grave
peligro que constantemente corren por su naturaleza caída, perseveran
en "velar y orar".

"Vino la tercera vez, y les dijo: Dormid ya, y


descansad"
El Señor interrumpió sus oraciones en tres ocasiones para ir a ver a
sus discípulos, y en todas ellas los encontró durmiendo. Y aunque
seguramente sentían cierta vergüenza por no estar orando tal como
Jesús les había pedido, sin embargo, no lograban resistir el sueño y
tampoco "sabían qué responderle".

Pero cuando Jesús regresó por tercera vez, ya no les animó a velar,
sino que les dijo que durmieran y descansaran. No debemos ver en
estas palabras una severa reprensión, sino más bien todo lo contrario.
Podemos incluso imaginarnos al Señor sentándose a su lado mientras
velaba sus sueños, como una madre que vigila tiernamente a sus
pequeños mientras duermen. Sin duda es un cuadro conmovedor.

Los discípulos se habían rendido a la comodidad del sueño bajo el peso


del cansancio y la tristeza (Lc 22:45). Aunque, por supuesto, esto no
había alejado de ellos el mal, sino que simplemente les había hecho
inconscientes de su existencia y les dejaba indefensos ante su
embestida. Pero por otro lado, Cristo no se rindió ante nada, sino que
en medio de su inmenso dolor afirmó positivamente su disposición de
hacer la voluntad de Dios al precio que fuera, e incluso, velaba por sus
discípulos con todo su amor y cuidado mientras ellos dormían.

"Basta, la hora ha venido"


Entendemos que entre la cariñosa invitación de Jesús a sus discípulos
para que durmieran y recuperaran fuerzas, hasta este momento que
se describe aquí, pasó un intervalo de tiempo no determinado. Pero
finalmente llegó "la hora" en que Jesús iba a ser entregado en manos
de pecadores.

Suponemos que el Señor escuchó el ruido de la compañía que,


conducida por Judas, cruzaba el arroyo y subía la cuesta hacia el
huerto, por lo que rápidamente despertó a sus discípulos para
advertirles de la presencia del peligro.

Las frases entrecortadas que usa Jesús nos muestran su angustia ante
la hora final, pero en ningún momento plantea una huída, sino que por
el contrario dijo a sus discípulos "vamos", indicando de esta manera su
disposición de ir en busca de los que venían a arrestarle.

Preguntas
1. Razone sobre las posibles causas de la angustia de Jesús en
Getsemaní.

2. ¿Por qué debían velar y orar los discípulos?

3. ¿Qué quería decir el Señor cuando oró pidiendo "que si fuese posible,
pasase de él aquella hora"? ¿Le parece que el Hijo tenía unos deseos
diferentes a los del Padre? ¿Qué podemos aprender de esto para
nuestras vidas de oración?

4. Explique con sus propias palabras el pasaje de (Hebreos 5:7-10) de


acuerdo a lo aprendido en esta lección.

5. Explique la frase "el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".


Mateo 26:36, Marcos 14:32 y en Juan 18:1se menciona el mismo huerto llamado Getsemaní.

La palabra “Getsemaní” en griego es “gethsimâni” “Γεθσημανῆ”, esta palabra es de origen


caldeo y significa “prensa de aceite o aceitunas”. Esta palabra fue adoptada como nombre
para un huerto que estaba cerca de Jerusalén.

Un “Getsemaní” no era más que una piedra con un peso que sobrepasaba los 130 Kg. que se
usaba como prensa para extraer el aceite de los olivos que usualmente se encontraba en un
huerto o cerca de uno.

¿Cómo funcionaba el Getsemaní?

1. Luego de ser cosechadas las aceitunas, eran colocadas en un gran tazón para ser molidas
con una piedra de molino, piedra de la cual habló el Señor Yeshûa.

“Pero cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería
que le colgaran al cuello una piedra de molino de asno, y lo hundieran en lo profundo del
mar.” (Mateo 18:6).

2. Al dar vuelta a la piedra del molino, la cual era movida por un asno, pues era muy pesada,
la piedra rodaba sobre las aceitunas y las molía hasta hacerlas pulpa.

3. La pulpa era recogida en cestas y colocadas bajo una enorme piedra en un hoyo el cual se
conocía como Getsemaní, con el que se empezaba a extraer por el enorme peso, el aceite.

4. Bajo esta gran presión, el aceite de las aceitunas fluía de las canastas hacia un hoyo debajo.

5. Los grandes pesos y la viga usados para prensar el aceite eran el Getsemaní.

6. Se acostumbraba que el primer aceite que se extraía era usado para ungir o dedicar a los
reyes, sacerdotes y profetas.

En los Evangelios tanto Mateo como Lucas dan testimonio del sufrimiento, el estado de
ánimo, la agonía y el enorme peso que debió llevar el Mesías Yeshûa por causa del pecado
de la humanidad, el cual lo molió y aplastó hasta que brotó de él la sangre, por la cual fuimos
ungidos o escogidos para ser un reino de sacerdotes del Eterno Dios, tal como lo hacía un
Getsemaní.

“Y Yeshûa se llevó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, y comenzó a sentirse afligido y
angustiado. Y les dijo: -Es tal la aflicción que me invade, que me siento morir-. Quédense
aquí y manténganse despiertos conmigo.” (Mateo 26:37).

“Y estando en agonía, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre
que caían a tierra.” (Lucas 22:44)

Ahora, podemos entender mucho mejor las palabras del profeta: “Mas Él fue molido por
nuestras transgresiones, aplastado por nuestras iniquidades. El peso de nuestra paz, cayó
sobre Él. Y por sus heridas [de las cuales brotó su sangre] hemos sido sanados.” (Isaías
53:5).

Por lo tanto, Yeshûa nuestro Salvador y Mesías ya pasó por el Getsemaní para que tú y yo
tengamos esperanza de vida eterna.

En compañía de sus discípulos, el Salvador se encaminó lentamente hacia el huerto de


Getsemaní.

La luna de Pascua, ancha y llena, resplandecía desde un cielo sin nubes. La ciudad de
cabañas para los peregrinos estaba sumida en el silencio. Jesús había estado conversando
fervientemente con sus discípulos e instruyéndolos; pero al acercarse a Getsemaní se fue
sumiendo en un extraño silencio.

Con frecuencia, había visitado, este lugar para meditar y orar; pero nunca con un
corazón tan lleno de tristeza como esta noche de su última agonía.

Toda su vida en la tierra, había andado en la presencia de Dios. se hallaba en conflicto con
hombres animados por el espíritu de Satanás, pudo decir: "El que me envió, está; no me ha
dejado solo el Padre; porque yo, lo que a el le agrada, hagosiempre."

Pero ahora le parecía estar excluido de la luz de la presencia sostenedora de Dios. Ahora se
contaba con los transgresores. Debía llevar la culpabilidad de la humanidad caída. Sobre el
que no conoció pecado, debía ponerse la iniquidad de todos nosotros. Tan terrible le parece
tan grande el peso de la culpabilidad que debe llevar, que está tentado a temer que quedará
privado para siempre de su Padre. Sintiendo cuán terrible es la ira de Dios contra la
transgresión, exclama: "Mi alma está muy triste hasta la muerte."

Al acercarse al huerto, los discípulos notaron el cambio de ánimo en su Maestro. Nunca antes
le habían visto tan triste y callado. Mientras avanzaba, esta extraña se iba ahondando; pero no
se atrevían a interrogarle acerca de la causa. Su cuerpo se tambaleaba como si estuviese por
caer.. Al llegar al huerto, los discípulos buscaron ansiosamente el lugar donde solía retraerse,
para que su Maestro pudiese descansar. Cada paso le costaba un penoso esfuerzo.

Dejaba oír gemidos como si le agobiase una terrible carga. Dos veces le sostuvieron sus
compañeros, pues sin ellos habría caído al suelo.

Cerca de la entrada del huerto, Jesús dejó a todos sus discípulos, menos tres, rogándoles que
orasen por si mismos y por él. Acompañado de Pedro, Santiago y Juan, entró en los lugares
más retirados. Estos tres discípulos eran los compañeros más íntimos de Cristo. Habían
contemplado su gloria en el monte de la transfiguración; habían visto a Moisés y Elías
conversar con él; habían oído la voz del cielo; y ahora en su grande lucha Cristo deseaba su
presencia inmediata. Con frecuencia habían pasado la noche con él en este retiro. En esas
ocasiones, después de unos momentos de vigilia y oración, se dormían apaciblemente a corta
distancia de su Maestro, hasta que los despertaba por la mañana para salir de nuevo a
trabajar. Pero ahora deseaba que ellos pasasen la noche con él en oración.

Sin embargo, no podía sufrir que aun ellos presenciasen la agonía que iba a soportar.

"Quedaos aquí --dijo,-- y velad conmigo."

Fue a corta distancia de ellos -no tan lejos que no pudiesen verle y oírle-- y cayó postrado en
el suelo. Sentía que el pecado le estaba separando de su Padre. La sima era tan ancha, negra
y profunda que su espíritu se estremecía ante ella. No debía ejercer su poder divino para
escapar de esa agonía. Como hombre, debía sufrir las consecuencias del pecado del hombre.
Como hombre, debía soportar la ira de Dios contra la transgresión.

Cristo asumía ahora una actitud diferente de la que jamás asumiera antes. Sus sufrimientos
pueden describirse mejor en las palabras del profeta: "Levántate, oh espada, sobre el
pastor, y sobre el hombre campanero mío, dice Jehová de los ejércitos" Como substituto
y garante del hombre pecaminoso, Cristo estaba sufriendo bajo la justicia divina. Veía lo que
significaba la justicia. Hasta entonces había obrado como intercesor por otros; ahora anhelaba
tener un intercesor para sí.

Sintiendo quebrantada su unidad con el Padre, temía que su naturaleza humana no pudiese
soportar el venidero conflicto con las potestades de las tinieblas. En el desierto de la tentación,
había estado en juego el destino de la raza humana. Cristo había vencido entonces. Ahora el
tentador había acudido a la última y terrible lucha, para la cual se había estado preparando
durante los tres años del ministerio de Cristo. Para él, todo estaba en juego. Si fracasaba aquí,
perdía su esperanza de dominio; los reinos del mundo llegarían a ser finalmente de Cristo; él
mismo seria derribado y desechado. Pero si podía vencer a Cristo, la tierra llegaría a ser el
reino de Satanás, y la familia humana estaría para siempre en su poder. Frente a las
consecuencias posibles del conflicto, embargaba el alma de Cristo el temor de quedar
separada de Dios. Satanás le decía que si se hacía garante de un mundo pecaminoso, la
separación seria eterna. Quedaría identificado con el reino de Satanás, y nunca mas seria uno
con Dios.

Y ¿qué se iba a ganar por este sacrificio? ¡Cuán irremisibles parecían la culpabilidad y la
ingratitud de los hombres! Satanás presentaba al Redentor la situación en sus rasgos mas
duros: El pueblo que pretende estar por encima de todos los demás en ventajas temporales y
espirituales te ha rechazado. Está tratando de destruirte a ti, fundamento, centro y sello de las
promesas a ellos hechas como pueblo peculiar. Uno de tus propios discípulos, que escuchó
tus instrucciones y se ha destacado en las actividades de tu iglesia, te traicionará. Uno de tus
más celosos seguidores te negará. Todos te abandonarán.

Todo el ser de Cristo aborrecía este pensamiento. Que aquellos a quienes se había
comprometido a salvar, aquellos a quienes amaba tanto se uniesen a las maquinaciones de
Satanás, esto traspasaba su alma. El conflicto era terrible. Se medía por la culpabilidad de su
nación, de sus acusadores y su traidor, por la de un mundo que yacía en la iniquidad. Los
pecados de los hombres descansaban pesadamente sobre Cristo, y el sentimiento de la ira de
Dios contra el pecado abrumaba su vida.
Mirémosle contemplando el precio que ha de pagar por el alma humana. En su agonía, se
aferra al suelo frío, como para evitar ser alejado más de Dios. El frío rocío de la noche cae
sobre su cuerpo postrado, pero él no le presta atención. De sus labios pálidos, brota el amargo
clamor: "Padre mío, si es posible, pase de mi este vaso." Pero aún entonces añade:
"Empero no como yo quiero, sino como tú."

El corazón humano anhela simpatía en el sufrimiento. Este anhelo lo sintió Cristo en las
profundidades de su ser. En la suprema agonía de su alma, vino a sus discípulos con un
anhelante deseo de oír algunas palabras de consuelo de aquellos a quienes había bendecido
y consolado con tanta frecuencia, y escudado en la tristeza y la angustia. El que siempre
había tenido palabras de simpatía para ellos, sufría ahora agonía sobrehumana, y anhelaba
saber que oraban por él y por sí mismos. ¡Cuán sombría parecía la malignidad del pecado!
Era terrible la tentación de dejar a la familia humana soportar las consecuencias de su propia
culpabilidad, mientras él permaneciese inocente delante de Dios. Si tan sólo pudiera saber
que sus discípulos comprendían y apreciaban esto, se sentiría fortalecido.

Levantándose con penoso esfuerzo, fue tambaleándose adonde había dejado a sus
compañeros. Pero "los halló durmiendo." Si los hubiese hallado orando, habría
quedado aliviado. Si ellos hubiesen estado buscando refugio en Dios para que los agentes
satánicos no pudiesen prevalecer sobre ellos, habría quedado consolado por su firme fe. Pero
no habían escuchado la amonestación repetida: "Velad y orad." Al principio, los había afligido
mucho el ver a su Maestro, generalmente tan sereno y digno, luchar con una tristeza
incomprensible. Habían orado al oír los fuertes clamores del que sufría. No se proponían
abandonar a su Señor, pero parecían paralizados por un estupor que podrían haber sacudido
sí hubiesen continuado suplicando a Dios. No comprendían la necesidad de velar y orar
fervientemente para resistir la tentación.

Precisamente antes de dirigir sus pasos al huerto, Jesús había dicho a los discípulos: "Todos
seréis escandalizados en mí esta noche." Ellos le habían asegurado enérgicamente que
irían con El a la cárcel y a la muerte. Y el pobre Pedro, en su suficiencia propia, había
añadido: "Aunque todos sean escandalizados, mas no yo." Pero los discípulos confiaban
en sí mismos. No miraron al poderoso Auxiliador como Cristo les había aconsejado que lo
hiciesen.

Así que cuando más necesitaba el Salvador su simpatía y oraciones, los halló
dormidos, Pedro mismo estaba durmiendo.

Y Juan, el amante discípulo que se había reclinado sobre el pecho de Jesús, dormía.
Ciertamente, el amor de Juan por su Maestro debiera haberlo mantenido despierto. Sus
fervientes oraciones debieran haberse mezclado con las de su amado Salvador en el
momento de su suprema tristeza. El Redentor había pasado noches enteras orando por sus
discípulos, para que su fe no faltase. Si Jesús hubiese dirigido a Santiago y a Juan la pregunta
que les había dirigido una vez: "¿Podéis beber el vaso que yo he de beber, y ser
bautizados del bautismo de que yo soy bautizado?" no se habrían atrevido a contestar:
"Podemos."

Los discípulos se despertaron al oír la voz de Jesús, pero casi no le conocieron, tan cambiado
por la angustia había quedado su rostro. Dirigiéndose a Pedro, Jesús dijo: "¡Simón!
¿duermes tú? ¿no has podido velar una sola hora? Velad, y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está pronto, mas la carne es débil." La debilidad de sus
discípulos despertó la simpatía de Jesús. Temió que no pudiesen soportar la prueba que iba a
sobrevenirles en la hora de su entrega y muerte. No los reprendió, sino dijo: "Velad, y orad,
para que no entréis en tentación." Aun en su gran agonía, procuraba disculpar su debilidad.
"El espíritu a la verdad está pronto --dijo,-- mas la carne es débil."
El Hijo de Dios volvió a quedar presa de agonía sobre humana, y tambaleándose volvió
agotado al lugar de su primera lucha. Su sufrimiento era aun mayor que antes. Al apoderarse
de él la agonía del alma, "fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la
tierra." Los cipreses y las palmeras eran los testigos silenciosos de su angustia. De su follaje
caía un pesado rocío sobre su cuerpo postrado, como si la naturaleza llorase sobre su Autor
que luchaba a solas con las potestades de las tinieblas.

Poco tiempo antes, Jesús había estado de pie como un cedro poderoso, presintiendo la
tormenta de oposición que agotaba su furia contra él. Voluntades tercas y corazones llenos de
malicia y sutileza habían procurado en vano confundirle y abrumarle. Se había erguido con
divina majestad como el Hijo de Dios. Ahora era como un junco azotado y doblegado por la
tempestad airada. Se había acercado a la consumación de su obra como vencedor, habiendo
ganado a cada paso la victoria sobre las potestades de las tinieblas. Como ya glorificado,
había aseverado su unidad con Dios. En acentos firmes, había elevado sus cantos de
alabanza. Había dirigido a sus discípulos palabras de estimulo y ternura. Pero ya había
llegado la hora de la potestad de las tinieblas. Su voz se oía en el tranquilo aire nocturno, no
en tonos de triunfo, sino impregnada de angustia humana. Estas palabras del Salvador
llegaban a los oídos de los soñolientos discípulos: "Padre mío, si no puede este vaso pasar
de mi sin que yo lo beba, hágase tu voluntad."

El primer impulso de los discípulos fue ir hacia él; pero les había invitado a quedarse allí
velando y orando. Cuando Jesús vino a ellos, los halló otra vez dormidos. Otra vez había
sentido un anhelo de compañía, de oír de sus discípulos algunas palabras que le aliviasen y
quebrantasen el ensalmo de las tinieblas que casi le dominaban. Pero "los dos de ellos
estaban cargados; y no sabían qué responderle." Su presencia los despertó. Vieron su rostro
surcado por el sangriento sudor de la agonía, y se llenaron de temor. No podían comprender
su angustia mental. "Tan desfigurado, era su aspecto más que el de cualquier hombre, y
su forma más que la de los hijos de Adán." Apartándose, Jesús volvió a su lugar de retiro y
cayó postrado, vencido por el horror de una gran obscuridad. La humanidad del Hijo de Dios
temblaba en esa hora penosa.

Oraba ahora no por sus discípulos, para que su fe no faltase, sino por su propia alma tentada
y agonizante. Había llegado el momento pavoroso, el momento que había de decidir el destino
del mundo. La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía aun ahora negarse a
beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era demasiado tarde. Podía enjugar
el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad. Podía decir:
Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. ¿Beberá el Hijo de
Dios la amarga copa de la humillación y la agonía? ¿Sufrirá el inocente las consecuencias de
la maldición del pecado, para salvar a los culpables? Las palabras caen temblorosamente de
los pálidos labios de Jesús: "Padre mío, si no puede este vaso pasar de mi sin que yo lo
beba, hágase tu voluntad."

Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante
sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la familia humana.
Ve que los transgresores de la ley, abandonados a si mismos, tendrían que perecer. Ve la
impotencia del hombre. Ve el poder del pecado. Los ayes y lamentos de un mundo condenado
surgen delante de él. Contempla la suerte que le tocarla, y su decisión queda hecha. Salvará
al hombre, sea cual fuere el costo. Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los
millones que perecen puedan obtener vida eterna. Dejó los atrios celestiales, donde todo es
pureza, felicidad y gloria, para salvar a la oveja perdida, al mundo que cayó por la
transgresión. Y no se apartará de su misión. Hará propiciación por una raza que quiso pecar.
Su oración expresa ahora solamente sumisión: "Si no puede este vaso pasar de mí sin que yo
lo beba, hágase tu voluntad."
Habiendo hecho la decisión, cayó moribundo al suelo del que se había levantado
parcialmente. ¿Dónde estaban ahora sus discípulos, para poner tiernamente sus manos bajo
la cabeza de su Maestro desmayado, y bañar esa frente desfigurada en verdad más que la de
los hijos de los hombres? El Salvador piso solo el lagar, y no hubo nadie del pueblo con él.

Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del Salvador. Vieron a su
Señor rodeado por las legiones de las fuerzas satánicas, y su naturaleza abrumada por un
pavor misterioso que lo hacia estremecerse. Hubo silencio en el cielo. Ningún arpa vibraba. Si
los mortales hubiesen percibido el asombro de la hueste angélica mientras en silencioso pesar
veía al Padre retirar sus rayos de luz, amor y gloria de su Hijo amado, comprenderían mejor
cuán odioso es a su vista el pecado.

Los mundos que no habían caído y los ángeles celestiales habían mirado con intenso interés
mientras el conflicto se acercaba a su fin. Satanás y su confederación del mal, las legiones de
la apostasía, presenciaban atentamente esta gran crisis de la obra de redención. Las
potestades del bien y del mal esperaban para ver qué respuesta recibirla la oración tres veces
repetida por Cristo. Los ángeles habían anhelado llevar alivio 643 al divino doliente, pero esto
no podía ser. Ninguna vía de escape había para el Hijo de Dios. En esta terrible crisis, cuando
todo estaba en juego, cuando la copa misteriosa temblaba en la mano del Doliente, los cielos
se abrieron, una luz resplandeció de en medio de la tempestuosa obscuridad de esa hora
crítica, y el poderoso ángel que está en la presencia de Dios ocupando el lugar del cual cayó
Satanás, vino al lado de Cristo. No vino para quitar de su mano la copa, sino para fortalecerle
a fin de que pudiese beberla, asegurado del amor de su Padre. Vino para dar poder al
suplicante divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le habló de las almas que se
salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que su Padre es mayor y más
poderoso que Satanás, que su muerte ocasionaría la derrota completa de Satanás, y que el
reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo. Le dijo que vería el trabajo de su
alma y quedaría satisfecho, porque vería una multitud de seres humanos salvados,
eternamente salvos.

La agonía de Cristo no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no


se había apaciguado, pero el que era su objeto fue fortalecido para soportar su furia. Salió de
la prueba sereno y henchido de calma. Una paz celestial se leía en su rostro manchado de
sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera podido soportar; porque había
gustado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres.

Los discípulos dormidos habían sido despertados repentinamente por la luz que rodeaba al
Salvador. Vieron al ángel que se inclinaba sobre su Maestro postrado. Le vieron alzar la
cabeza del Salvador contra su pecho y señalarle el cielo. Oyeron su voz, como la música más
dulce, que pronunciaba palabras de consuelo y esperanza. Los discípulos recordaron la
escena transcurrida en el monte de la transfiguración. Recordaron la gloria que en el templo
había circuido a Jesús y la voz de Dios que hablara desde la nube. Ahora esa misma gloria se
volvía a revelar, y no sintieron ya temor por su Maestro. Estaba bajo el cuidado de Dios, y un
ángel poderoso había sido enviado para protegerle. Nuevamente los discípulos cedieron, en
su cansancio, al extraño estupor que los dominaba. Nuevamente Jesús los encontró
durmiendo.

Mirándolos tristemente, dijo: "Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo
del hombre es entregado en manos de pecadores."

Aun mientras decía estas palabras, oía los pasos de la turba que le buscaba, y añadió:
"Levantaos, vamos: he aquí ha llegado el que me ha entregado."
No se veían en Jesús huellas de su reciente agonía cuando se dirigió al encuentro de su
traidor. Adelantándose a sus discípulos, dijo: "¿A quién buscáis?"

Contestaron: "A Jesús Nazareno." Jesús respondió: "Yo soy." Mientras estas palabras eran
pronunciadas, el ángel que acababa de servir a Jesús, se puso entre él y la turba. Una luz
divina iluminó el rostro del Salvador, y le hizo sombra una figura como de paloma. En
presencia de esta gloria divina, la turba homicida no pudo resistir un momento. Retrocedió
tambaleándose. Sacerdotes, ancianos, soldados, y aún Judas, cayeron como muertos al
suelo.

El ángel se retiró, y la luz se desvaneció. Jesús tuvo oportunidad de escapar, pero permaneció
sereno y dueño de si. Permaneció en pie como un ser glorificado, en medio de esta banda
endurecida, ahora postrada e inerme a sus pies. Los discípulos miraban, mudos de asombro y
pavor.

Pero la escena cambió rápidamente. La turba se levantó. Los soldados romanos, los
sacerdotes y judas se reunieron en derredor de Cristo. Parecían avergonzados de su
debilidad, y temerosos de que se les escapase todavía, Volvió el Redentor a preguntar: "¿A
quién buscáis?" Habían tenido pruebas de que el que estaba delante de ellos era el Hijo de
Dios, pero no querían convencerse. A la pregunta: "¿A quién buscáis?" volvieron a contestar:
"A Jesús Nazareno." El Salvador les dijo entonces: "Os he dicho que yo soy: pues si a mí
buscáis, dejad ir a éstos," señalando a los discípulos. Sabía cuán débil era la fe de ellos, y
trataba de escudarlos de la tentación y la prueba. Estaba listo para sacrificarse por ellos.

El traidor Judas no se olvidó de la parte que debía desempeñar. Cuando entró la turba en el
huerto, iba delante, seguido de cerca por el sumo sacerdote. Había dado una señal a los
perseguidores de Jesús diciendo: "Al que yo besare, aquél es: prendedle." Ahora, fingiendo no
tener parte con ellos, se acercó a Jesús, le tomó de la mano como un amigo familiar, 645
diciendo: "Salve, Maestro," le besó repetidas veces, simulando llorar de simpatía por él en su
peligro.

Jesús le dijo: "Amigo, ¿a qué vienes?" Su voz temblaba de pesar al añadir: "Judas, ¿con beso
entregas al Hijo del hombre?" Esta súplica debiera haber despertado la conciencia del traidor
y conmovido su obstinado corazón; pero le habían abandonado la honra, la fidelidad y la
ternura humana. Se mostró audaz y desafiador, sin disposición a enternecerse. Se había
entregado a Satanás y no podía resistirle. Jesús no rechazó el beso del traidor.

La turba se envalentonó al ver a Judas tocar la persona de Aquel que había estado glorificado
ante sus ojos tan poco tiempo antes. Se apoderó entonces de Jesús y procedió a atar aquellas
preciosas manos que siempre se habían dedicado a hacer bien.

Los discípulos hablan pensado que su Maestro no se dejaría prender. Porque el mismo poder
que había hecho caer como muertos a esos hombres podía dominarlos hasta que Jesús y sus
compañeros escapasen. Se quedaron chasqueados e indignados al ver sacar las cuerdas
para atar las manos de Aquel a quien amaban. En su ira, Pedro sacó impulsivamente su
espada y trató de defender a su Maestro, pero no logró sino cortar una oreja del siervo del
sumo sacerdote. Cuando Jesús vio lo que había hecho, libró sus manos, aunque eran
sujetadas firmemente por los soldados romanos, y diciendo: "Dejad hasta aquí," tocó la oreja
herida, Y ésta quedó inmediatamente sana. Dijo luego a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar;
porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo
ahora orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles?"--una legión en lugar
de cada uno de los discípulos-- Pero los discípulos se preguntaban: ¿Oh, por qué no se salva
a sí mismo y a nosotros? Contestando a su pensamiento inexpresado, añadió: "¿Cómo, pues,
se cumplirían las Escrituras, que así conviene que sea hecho?" "El vaso que el Padre me ha
dado, ¿no lo tengo de beber?"

La dignidad oficial de los dirigentes judíos no les había impedido unirse al perseguimiento de
Jesús. Su arresto era un asunto demasiado importante para confiarlo a subordinados; así que
los astutos sacerdotes y ancianos se habían unido a la policía del templo y a la turba para
seguir a Judas hasta Getsemaní. ¡Qué compañía para estos dignatarios: una turba ávida de
excitación y armada con toda clase de instrumentos como para perseguir a una fiera!

Volviéndose a los sacerdotes y ancianos, Jesús fijó sobre ellos su mirada escrutadora.
Mientras viviesen, no se olvidarían de las palabras que pronunciara. Eran como agudas saetas
del Todopoderoso. Con dignidad dijo: Salisteis contra mí con espadas y palos como contra un
ladrón. Día tras día estaba sentado enseñando en el templo. Tuvisteis toda oportunidad de
echarme mano, y nada hicisteis. La noche se adapta mejor para vuestra obra. "Esta es
vuestra hora, y la potestad de las tinieblas."

Los discípulos quedaron aterrorizados al ver que Jesús permitía que se le prendiese y atase.
Se ofendieron porque sufría esta humillación para si y para ellos. No podían comprender su
conducta, y le inculpaban por someterse a la turba. En su indignación y temor, Pedro propuso
que se salvasen a si mismos. Siguiendo esta sugestión, "todos los discípulos huyeron,
dejándole." Pero Cristo había predicho esta deserción. "He aquí había dicho, la hora
viene, y ha venido, que seréis esparcidos cada uno por su parte, y me dejaréis solo:
mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo."
Getsemaní

Por Pablo A. Jiménez

Texto: Marcos 14:32-42

Tema: En Getsemaní, nos encontramos con Jesús como el hijo obediente hasta la
muerte, muerte de cruz por un pueblo que lo deja en la absoluta soledad.

Área: Desafío profético

Propósito: Que la audiencia se identifique con los discípulos de Jesús.

Diseño: Expositivo

Lógica: Inductiva

Introducción

El Jueves es el comienzo del fin. Al salir del "aposento alto ya dispuesto" (Mr.
14:15) donde tomaban la cena, Jesús y sus discípulos se enfrentaban a la escena
final que comienza y que les llevaba al sufrimiento de la cruz.

Difícilmente hubieran podido encontrar un sitio más adecuado. Getsemaní, que


significaba "molino de aceite", era un pequeño jardín de olivos donde Jesús
acostumbraba a meditar y que hoy se convierte en el lugar de encuentro con la
voluntad de Dios.

Puntos a desarrollar

A. En Getsemaní, encontramos al Jesús-Hombre que se enfrenta a la


exigencia terrible de Dios.

1. Al llegar al jardín, el Señor divide a sus discípulos en dos grupos. Por un lado
están Pedro, Juan y Jacobo, quienes siempre le acompañaban en los momentos
más difíciles, y les insta a orar. Por otro, están el resto de los discípulos.

2. En esos momentos Jesús hace una revelación que nos parece extraña: Jesús está
angustiado y tiene miedo. El Señor se enfrenta en su carácter de “Dios-ser humano”
con la realidad del futuro. Le espera una muerte terrible a manos de un grupo
religioso dispuesto a romper su ley, por prenderle, y de un gobierno impersonal e
injusto. Jesús se enfrenta a las consecuencias de su mensaje: Ha predicado la vida y
el mundo le depara la muerte y el sufrimiento.
3. Esta revelación de la angustia de Jesús debe parecernos extraña. Por lo regular la
historia celebra a aquellos que enfrentan la muerte en forma heroica o estoica, es
decir, sin mostrar dolor o angustia. La historia recuerda a Sócrates por tomar la
cicuta y morir plácidamente, sin mostrar sentimiento alguno. Pero ese no es el caso
de Jesús.

 Tampoco tenemos en Jesús el místico para quien el cuerpo, no importa


porque lo importante son las "cosas espirituales". El Señor no es un “gurú”
que vive en el mundo como si la creación fuera la cárcel del alma.
 Mucho menos encontramos en Jesús, la actitud de algunos "super-
espirituales" que se han metido en la Iglesia de Cristo y que ven a todo aquel
que sufre, que llora y que está triste como un creyente de segunda categoría,
que está enfermo porque no ora lo suficiente.

4. No hermanos míos, Jesús no se encuentra en ninguna de estas categorías Jesús


sufre porque es verdadero hombre, porque su humanidad no es un juego. El Señor
se enfrenta a una muerte cruel e injusta que le obliga a dejar atrás la compañía y el
amor de sus amigos. Jesús sufre porque es hombre, porque es siervo de Dios y el
ministerio que Dios da en el mundo no es uno que nos lleva a evitar el sufrimiento,
sino que nos lleva a través del valle de la sombra de la muerte (Sal. 23:3).

5. Este hecho de la humanidad de Cristo es sumamente importante paranosotros,


porque significa que tenemos en él no un "Sumo Sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado" (Hebreos 4:15).

B. En Getsemaní encontramos a Jesús-siervo el que está dispuesto a


obedecer al Padre hasta la muerte.

1. Ahora bien hermanos, este siervo que sufre es uno que tiene una relación especial
con su amo. Este “siervo” no es esclavo, es hijo. Es uno que tiene una relación más
profunda de la que ha tenido ningún otro con Dios. El Siervo que sufre es el Mesías,
el Cristo, el Hijo del Dios viviente, el Santo de Israel.

2. Jesús es el único personaje en la historia de Israel que llamó a Dios “Padre” en


forma personal. La palabra “abba " es una expresión del lenguaje arameo, que era
utilizada solamente por los niños pequeños para dirigirse a su padre. En este
sentido, Jesús hace lo que sería la herejía frente a los fariseos de su época. Jesús
llama a Dios "papi" o "papito", algo que no había hecho ningún otro personaje en la
historia de Israel, donde Dios aparece como el Padre del pueblo en su totalidad.

3. Es este hombre con una relación especial con Dios el que se enfrenta con la copa
amarga. Copa que no era otra cosa que el destino que Dios le tenía deparado para el
futuro. Esto es importante, no es un destino preparado por los hombres, por las
instituciones o poderes de su época. Nadie le quita la vida a Jesús, el la da
voluntariamente (Jn. 10:18). La muerte de Jesús no es una muerte forzada por el
pecado, sino que es instrumento de Dios en la revelación su justicia.
4. En este sentido es importante el uso de la palabra "copa" y de la frase "la hora
señalada" los judíos utilizaban estas frases, para hablar del tiempo futuro, en el
cual el Reino de Dios se haría una realidad para todo el pueblo. Con la palabra
"copa" se hablaba del momento en que la salvación llegaría a todo el mundo, en la
manifestación del momento de Dios.

5. En este sentido, vemos claro el motivo de la obediencia del Hijo. Jesús obedecía
la exigencia de Dios porque su muerte sería instrumento, camino, puente por el
cual llegaría la manifestación poderosa del Reino de Dios para todo el mundo. Su
muerte --el tomar la "copa"-- marcaría "la hora señalada" por la cual Dios llegaría a
la humanidad y todo creyente recibiría el “Espíritu de Adopción” que le capacitaría
para decir "abba, Padre" (Ro. 8:15; Gal. 4:16).

C. En Getsemaní vemos a Jesús dispuesto a sufrir por el pueblo pecador


que lo deja solo.

1. En este momento, hemos llegado al punto de preguntarnos el significado para los


discípulos de esta noche de oración. Si para Jesús el jardín de oración es angustia y
obediencia, debemos preguntarnos que significó el monte para aquellos que
acompañaban al Señor en aquella noche crucial. Este es el momento de ver, que
significa Getsemaní para los discípulos del Señor.

2. En este sentido, Getsemaní es lugar de llamado, de vocación y de comisión. El


monte es el lugar escogido por Dios para asignar a los discípulos una tarea especial:
Getsemaní es llamado divino a velar en oración. Velar no solo en el sentido de
"romper una noche orando" sino, de vigilar y estar atento a la voluntad Dios que
nos revela. De este modo el "velad" que les dice el Maestro a sus discípulos
transciende el tiempo y se convierte en un mandato a seguir la voluntad de Dios en
forma inquebrantable.

3. Pero si bien por un lado, Getsemaní es lugar de llamado y comisión, por otro, el
monte es también lugar de flaqueza. Flaqueza que se expresa en el sueño, en la
dejadez, en la ceguera ante la llegada de los acontecimientos que se temían. La
"debilidad" de los discípulos consiste en no tener la sabiduría de Dios y el
discernimiento para leer en el tiempo que el mal estaba a la mano, dispuesto a
destruir a su Maestro. La "debilidad de la carne" no consiste sólo en el cansancio
físico sino que nos habla principalmente de la condición humana; del pecador que
se resiste a hacer la voluntad divina y busca siempre su propia comodidad.

4. Es precisamente esa debilidad la que nos lleva al fracaso. Fracaso de no poder


velar una hora; fracaso de resistir el Espíritu de Dios --el cual está siempre
dispuesto-- y seguir la pereza; fracaso de dejar solo al Maestro en la lucha; fracaso
de no poder resistir los pecadores que se llevan a nuestro Señor; fracaso que nos
lleva a salir corriendo desnudos (Mr. 14:52) y a negar a nuestro Señor (Mr. 14:66-
72).
5. Getsemaní es el lugar donde todos abandonamos a Jesús --donde todos le
fallamos-- y le dejamos absolutamente solo, luchando contra el pecado por
nosotros.

Conclusión

Como Iglesia, el Señor que se da por nosotros nos llama a velar en oración por un
mundo que se pierde. Somos con quien único el Señor cuenta a su lado en esta
lucha contra los elementos del mundo. Pudiera usar ángeles --legiones de ángeles--
con sólo una palabra suya. Empero nos ha escogido a nosotros como mensajeros
suyos. El Señor cuenta con nosotros. Sin embargo, hoy le hemos fallado; le hemos
dejado solo: "Ahora ya podéis dormir y descansar, Basta ya. Llegó la hora. Mirad
que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores" (v. 41).

QUIERO FRECUENTAR GETSEMANÍ


Getsemaní significa molino, o prensa de aceite, quizás a causa de los olivares que allí crecían, y
porque allí se hallaba una instalación para extraer el aceite de esta planta. Está ubicado al pie del
monte de los Olivos, frente a Jerusalén.

En Getsemaní tuvieron lugar algunos hechos trascendentales, la noche del apresamiento del
Señor. Miremos el relato sagrado:

Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos
aquí, entre tanto que voy allí y oro. 37 Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó
a entristecerse y a angustiarse en gran manera. 38 Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste,
hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. 39 Yendo un poco adelante, se postró sobre su
rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo
quiero, sino como tú (Mt. 26:36-39)… “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su
sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:44).

Yo estuve en el huerto de Getsemaní en el año 2011, en mi primer viaje a Israel, y vi los enormes
Olivos milenarios, y el lugar donde la tradición dice que Jesús se arrodilló a orar aquella tétrica
noche de agonía. Pero, aunque anhelo regresar físicamente al sitio, quiero, mucho
más, frecuentar Getsemaní espiritualmente, por estas causas especiales:

1. Quiero frecuentar Getsemaní, porque deseo permanentemente ser parte de un tipo de


discípulo, que no se pierde como un mero número entre la multitud, sino que pertenezca al círculo
íntimo del Maestro, como el compuesto por Jacobo, Pedro y Juan, que acompañaba a Jesús en
sus momentos cumbres de gloria o de pesar (Comp. Mt. 17:1 con Mr. 14:33).
2. Quiero frecuentar Getsemaní, porque en él soy mostrado como vulnerable al dolor, aunque
otros exageren mi fuerza interior, debido a la manifestación de la autoridad de que somos
revestidos para el santo ministerio. Getsemaní me revela que yo también atravieso momentos de
profundas tristezas y angustias indescriptibles, cuando me siento tan solo, que suspiro por el
consuelo de algunos amigos de fe. Mas, no debo olvidar que el refugio más seguro donde verter
las lágrimas del corazón, no es otro que la presencia misma de Dios.

3. Quiero frecuentar Getsemaní, porque allí se testifica que no se puede vivir una vida
espiritualmente victoriosa, ignorando el poder que Dios ha delegado a la Comunidad Cristiana
(Ver Mt. 16:18). Getsemaní me muestra una reunión de hermanos, convocados por Jesús para
ocuparse en la oración. Allí estaban tres de los pioneros del cristianismo, llamados a prevalecer
contra el desgaste de las fuerzas, la oscuridad de la noche, y el asedio de la potestad de las
tinieblas. Si ignorara que mis hermanos son muy importantes para mi en el ganar las batallas, ya
sería suficiente, para hundirme en mi propio peso de debilidad. Getsemaní me recuerda que me
debo congregar siempre para orar, y así poder estar en pie en los momentos de tormentas.

4. Quiero frecuentar Getsemaní, porque el ministerio no es más importante que la fuerza que
lo impulsa, a la que llamamos “oración”. No quiero desprenderme jamás de esa realidad que exige
estar a solas con Dios, como fuente indispensable de poder, para luego servir a los hombres con
la obligatoria unción que impone el sagrado ministerio (Ver Mr. 1:35).
5. Quiero frecuentar Getsemaní, porque es un sitio referente de la importancia que tiene
desechar mi propia voluntad, e imitar al Maestro quien decía al Padre en sumisa oración: “…
Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42). La única garantía que Dios nos ofrece
para vivir seguros, es abrazar su voluntad a cualquier costo, porque aunque al principio cause
dolor elegirla, al final se nos ofrece por ella, una corona de gloria.

6. Quiero frecuentar Getsemaní, porque allí aprendo que la oración que da victoria, es mucho
más agresiva que aquella que termina donde las fuerzas se acaban. Quiero ver a mi Maestro ir
tres veces a decirle al Padre la misma petición. Me alecciona verlo en el momento de su agonía,
orando, entonces, más intensamente, hasta que en una noche muy fría (Comp. Mr. 14:66-67; Jn.
18:18), sudaba como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. ¡Señor, ayúdame a
prevalecer en oración, hasta que venga del cielo una respuesta que me traiga fortaleza! (Ver Lc.
22:43).

7. Finalmente, quiero frecuentar Getsemaní, porque aunque allí, muchas veces, mi petición no
se responde por la vía que mi carne la prefiere, es allí donde soy sobrenaturalmente preparado
para enfrentar con valor la prueba de mi fe. Getsemaní me dispone para beber con determinación
inexplicable, la copa amarga del dolor, en cuyo mismo cáliz beberé luego el vino espiritual de
las consolaciones de Dios.

Hermano, si tu camino de consagración pasa por Getsemaní alguna vez, de seguro querrás volver
allí, igual que Jesús frecuentaba aquel lugar con sus discípulos durante su ministerio público (Ver
Lc. 21:37; Jn 18:2). ¡Que estas lecciones, nos ayuden a entender, que la vida cristiana no consiste
en una mera profesión nominal de una fe sin vida, sino que entraña un compromiso con Dios que
nos hace tenerlo a Él como el insustituible amigo para todas las circunstancias de nuestro
peregrinar!

Deseando animarte a frecuentar Getsemaní,

EN GETSEMANÍ, JESÚS
RECUPERÓ NUESTRA FUERZA
DE VOLUNTAD.
La Biblia dice que el pueblo llevaba al Tabernáculo dos machos cabríos. Uno era para la
expiación del pecado. Al segundo se le debía poner en la cabeza la sangre del primero, para
después soltarlo en el desierto: " Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su
dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo
siete veces de aquella sangre. Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo
limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel " ( Levítico 16, 14-19).
Jesús derramó su sangre en la cruz. Sin embargo, no derramó su sangre sólo una vez, sino
siete veces distintas. La fuente del poder de Dios en cada uno de los aspectos de nuestra
vida, se halla en la sangre derramada por Jesucristo. Él derramó su sangre en siete lugares
para que usted y yo fuéramos sanos, perdonados y liberados de la esclavitud del pecado y
de la iniquidad que se han metido en nuestras familias.
El primer lugar donde Jesús derramó su sangre fue el huerto de Getsemaní, en la noche de
la Última Cena con sus discípulos. No es coincidencia que el primer lugar donde Jesús nos
rescató o derramó su sangre redentora fuera un huerto, puesto que el primer lugar donde
perdimos el poder de la bendición de Dios fue otro huerto, el del Edén.
En Lucas 22,43-46 leemos: " Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y
estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre
que caían hasta la tierra. Cuando se levantó de la oración, y vino a sus discípulos, los halló
durmiendo a causa de la tristeza; y les dijo: ¿ Por qué dormís ? Levantaos, y orad para que
no entréis en tentación ".
De los poros de Jesús salieron sudor y sangre, a causa de la ansiedad, el temor y la
agitación que estaba sintiendo. ¿ Por qué es esto tan significativo ? Debemos recordar que
hemos sido redimidos por su sangre. El primer Adán le entregó nuestra fuerza de voluntad a
Satanás. Jesús, el segundo Adán redimió nuestra fuerza de voluntad al decir: " Padre, no se
haga mi voluntad, sino la tuya ", mientras sudaba grandes gotas de sangre. Fue entonces
cuando recuperamos nuestra fuerza de voluntad para vencer los problemas de drogas, de
alcohol, de lujuria, de ira y la depresión.
Cuando el diablo se lance en contra nuestra, diciéndonos: " No puedes cambiar. No eres lo
suficientemente fuerte ", tendremos la fuerza de voluntad necesaria para levantarnos en
victoria, porque Jesús dijo: " No se haga mi voluntad, sino la tuya ". Gracias a que Jesús
derramó su sangre en el huerto de Getsemaní, usted puede rechazar al enemigo en su vida.

ORACIÓN PARA ACEPTAR A CRISTO


Yo confieso que soy un pecador o pecadora, y necesito tu perdón. Me
doy cuenta que viene el día en que será demasiado tarde para ser
salvo o salva. Yo creo que Jesucristo derramó su Sangre preciosa, y
murió por mis pecados. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Yo te
recibo ahora Jesucristo como mi Señor y Salvador personal.
Perdona mis pecados e inscribe mi nombre en el LIBRO DE
LA VIDA ETERNA. Amén

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