Francisco Vitoria
Francisco Vitoria
Francisco Vitoria
La teoría de la guerra de
Francisco de Vitoria
y la moderna guerra de agresión'*^
POR
WALTER SCHABTZEL
Cíilediútico (le la Univcrsiilad de Bonn
(•) Traducción castellana del original alemán inédito por ANTONIO TRUYOL Y SERRA,
408 WALTERSCHAETZEL
tra que raras veces tiene un vencedor la moderación debida, sino que en
general trata de explotar la victoria hasta el máximo. Ello implicaría
que en la última fase de la guerra casi todos los vencedores se trarisfor-
masen en beligerantes injustos.
Es evidente que esta doctrina y sus consecueijcias sirven de poco en
la práctica. No habrá de extrañarnos, pues, qug^'fío se llegara a solucio-
nes factibles, y que finalmente se renunciara a intentar siquiera una di-
ferenciación alguna entre los beligerantes. A este punto de vista se llegó
a mediados del siglo XVIII, considerándose entonces la teoría de la gue-
rra justa como mera teoría. Este es el parecer de CHRISTIAN W O L F F (15);
«Jure Gentium voluntario quoad effectus bellum utrumque habendum
projusto»—éste es también el de VATTEL (16): «La guerre en forme doit
étre regardée, quant aux effets, comme juste de part et d'autre». Ello
equivalía al reconocimiento del libre derecho de los Estados a la guerra,
reconocimiento que ha tenido vigencia hasta el estallido de la primera
guerra mundial.
Esta doctrina es la que hoy se rechaza, y los que en siglos anteriores
la sostuvieron son objeto de severas críticas. No sería equitativo, sin em-
bargo, olvidar que hay en ella elementos acertados y que significó un
progreso en el derecho de la guerra. Sólo en la perspectiva de la misma
fué posible, en efecto, considerar la guerra como una simple relación
entre Estados, lo que ROUSSEAU subrayó muy especialmente (17), y en
consecuencia dejar al margen de la lucha al conjunto de la población
civil y la propiedad privada. La teoría de la guerra justa limitó la guerra
al ámbito de los combatientes, dio lugar a un derecho de la neutralidad
muy desarrollado, protegió el estatuto jurídico de la población civil, creó
el moderno derecho relativo a prisioneros y heridos, e intentó por lo me-
nos impedir el uso de métodos y medios de guerra sobremanera inhu-
n-ianos v pérfidos. Difícil sería imaginar el cariz que hubiesen tomado
las dos guerras mundiales, de no haber puesto ciertas trabas a la furia
bélica el siglo XIX, liberal y humano.
Las dos Conferencias de la paz de La Haya, de 1899 y 1907, tuvieron
todavía confianza en la posibifidad de atenuar y hacer tolerable de este
modo la guerra. Pero ya la primera guerra mundial fué un toque de alar-
ma. La destrucción de vidas humanas y bienes, la brutalidad y el odio
a que dio lugar, fueron tales, que la humanidad toda se apartó horrori-
zada de la guerra, exigiendo que se la prohibiera de una manera gene-
ral. Desde entonces viene la guerra marcada con el estigma de un delito.
Ello equivalía en cierto modo a una vuelta a las ideas de la Edad Media
Cristiana en orden a la guerra. Y era lógico que los juristas, al tratar de
fundamentar lá nueva concepción, echaran mano de las doctrinas clási-
cas, y especialmente de las de VITORIA y GROCIO. Se acordaron ante todo
de la teoría vitoriana (18), según la cual el vencedor está llamado por un
imperativo divino a actuar como juez frente al vencido culpable, y a te-
nor de dicho principio se procedió después de la segunda guerra mundial.
Parecía que efectivamente se reanudaba una trayectoria siglos antes in-
terrumpida.
II
(22) Cf. ScHAETZEL, «Fricdcn und Gerechtigkeit», en Fricdenswartc, vol. 50, pp. 97 ss.
414 WALTER SCHAETZEL
III
CUESTIONES PARTICULARES
a) Carencias de la administración;
b) poner en peligro la vida y los bienes de extranjeros;
c) gueri'a civil y movimientos revolucionarios o contrarrevolucio-
narios;
d) mantenimiento de un determinado régimen político;
e) violación de tratados internacionales;
/) ruptura de relaciones diplomáticas o económicas;
g) boicot económico o financiero;
h) negarse a pagar las deudas;
i) prohibición de la inmigración;
;) violación de inmunidades diplomáticas;
/<;) prohibición del paso por el territorio;
/) incidentes fronterizos.
La Con:iisión de Derecho Internacional no ha llegado a ningún re-
sultado definitivo. Desde su creación hay en las Naciones Unidas dos
opiniones contrapuestas: la rusa, apoyada por una serie de Estados, que
pide se intente perfilar minuciosamente el hecho de la agresión sobre el
modelo de la propuesta soviética, y la norteamericana, que afirma es im-
posible una definición general del concepto de agresión y quisiera enco-
mendar en cada caso su determinación a un acuerdo mayoritario.
Dada la situación política del m u n d o en la actualidad, no hay que
contar con que ninguna de las partes abandone su punto de vista. A n t e
la oposición de los Estados Unidos es de presumir que no se llegará a una
definición del agresor, y que la cuestión habrá de resolverse en cada caso
concreto por votación en el Consejo de Seguridad.
Ahora bien, como la votación en el Consejo de Seguridad queda su-
peditada al derecho de veto de las grandes potencias, a tenor del artícu-
lo 27 de la Carta, fácil es prever que muchas veces n o será posible deter-
minar quién sea el agresor, debido al veto de una gran potencia. Por
ejemplo, no se consiguió llegar a un acuerdo del Consejo de Seguridad
a raíz de la intervención china en Corea para calificarla de agresión. E n
el litigio que opuso Israel a los Estados árabes no se llegó siquiera al in-
tento, por ser las opiniones acerca del papel de uno y otro demasiado
divergentes.
Estos dos casos recientes suscitan el temor de que en el futuro no sea
posible, muchas veces, en un conflicto, determinar quién sea el agresor.
El internacionalista danés R o s s (24) sostiene que el Consejo de Seguri-
dad no está obligado a intervenir contra el agresor. Incluso admitiendo
que el Consejo de Seguridad estuviese obligado a ello según el espíritu
de la Carta, lo cierto es que con frecuencia no podría. Y surge entonces
la cuestión de saber cómo enjuiciar una guerra de esta índole, sin deter-
minación del agresor. Habría que preguntarse si cabe hablar siquiera de
agresor, cuando éste no ha sido previamente designado. Lo probable
será que en tal caso cada cual acuse al otro de agresor. Los neutrales va-
cilarán en tomar posición, por cuanto el fracaso del Consejo de Seguri-
dad en decidir dónde está la agresión pone de manifiesto que las opinio-
nes están divididas. Todo lo cual nos conduce finalmente a preguntar-
nos si no estarán frente a frente, una vez más, dos adversarios situados
en un plano de igualdad, o si por lo menos no han de ser considerados
como tales desde la perspectiva de los Estados neutrales. En una situación
muy parecida, el siglo XVIII se había apartado de la teoría medieval de
la guerra justa para adoptar la de la guerra justa por ambas partes. De
ahí que no sea seguro que la nueva doctrina de la guerra de agresión
logre imponerse definitivamente o que pueda seguir habiendo guerras
en las que haya que prescindir de la determinación del agresor.
(301 V. PKI.I.A, «Foncl.ions pncificntrices dii rlroil pónal», nn R e m e Génirnlr de Droil In-
ternational PahUc, voL 5 1 , p p . 22 ss.
(31) NITTI, Europa ohne Fricdrn, IrntL alem., 1921.
(32) VON HENTIG, Der Friedensschhiss. Gaist und Technik cincr verlorenen Kunsf, 1952.
LA TEORÍA DE LA GUERRA DE FRANCISCO DE VITORIA 1 LA MODERNA... 423
más adelante la evolución siga este derrotero. Lo que ocurre es, que me
parece por lo menos prematura. Toda concepción discriminatoria de la
guerra presupone la existencia de una instancia con autoridad suficiente,
capaz de distribuir definitivamente los papeles y coadyuvar a que triun-
fe la parte cuya justicia se ha reconocido. Nunca hubiera impuesto el
pretor su «uti possidetis» si no hubiese sido bastante fuerte para actuar,
de un lado, contra todo perturbador, y de otro, ofrecer a cada cual la po-
sibilidad de un ulterior juicio petitorio.