Si Todo Fuera Cruz

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Si todo fuera cruz

Señálame los pasos; muéstrame tus sendas.


No tengo más camino, Señor, que tu Camino.
No tengo más tarea que amarte sin medida.
No tengo otro destino que hacer tu voluntad.

Estoy siempre dispuesto a partir a donde digas.


Carezco de equipaje,
de nada que me ate a nada de esta tierra.
Se iniciarán mis pasos
al ver un gesto leve de tu mano.
Terminarán allí donde decidas.

Me tienes por completo a tu servicio:


vivir en el silencio de los claustros,
correr por esta selva que es la vida
del mundo enloquecido de intereses;
volcar mi corazón y mis entrañas
sirviendo en lo que mandes.

Te quiero mi Señor, mi Dios, mi Amado.


No hay nada que requiera mi atención
más que servirte a ti.

No tengo otro destino que hacer tu voluntad.

Cayó todo mi cuerpo a la tierra del camino.


Cayeron las murallas de mi alma tan altiva.
Cayó todo mi ser, Señor, cuando quisiste.
¡Gracias, mi Dios, pues me llamaste así!

Despójame, Señor, de mis seguridades,


despójame de todo cuanto tengo,
desvísteme de todos mis ropajes.

No quiero tener deseos, ni imagen, ni historia.


Tan solo a tus ojos ser algo:
tu hijo confiado en tus brazos que, alegre,
abandona en tus manos de Padre todos sus asuntos.

No quiero ser nada, mi Dios,


más que lo que quieras.
Quedarme muy quieto ante ti;
ser tu compañía en cualquier Sagrario,
en cualquier lugar donde tu presencia
se me hace patente.
¿Qué más puede un hombre
pedirle a su Dios de él enamorado?

Despójame, sí, de todas mis ansias.


También de lo bueno que pueda tener.
Hazme puro hueco donde construir
tu casa, tu hogar…
un sitio apartado al que retirarte
para tu oración… cual fuera Betsaida.

Vacía, Señor, todo mi equipaje:


me quiero quedar como vine al mundo
ante tu presencia: pequeño y desnudo,
sin ninguna cosa por la que me pueda
sentir atraído, atado o vencido;
quedarme vacío, quedarme sin nada:
depender de ti… tan solo de ti.

Ser tuyo, Señor, ser… sin condiciones,


del todo entregado a tu voluntad.
Ser tuyo, Señor… solo por amor.

Dame, Señor, si quieres, el don de la humildad.


No lo quiero por mí. Lo quiero para ti,
para amarte y alabarte sólo a ti,
para referir mis circunstancias tan sólo a tu Persona.

Dame, Señor, si quieres, el don de la pobreza;


de la pobreza de alma, de la pobreza interior.
Quisiera no tener, para tenerte sólo a ti,
pues solo contigo basta al hombre.

Dame, Señor, si quieres, el don del amor total


a todo lo que sea tu voluntad.
No quiero resignarme, ni aceptar:
tan solo quiero amar aquello que en tu
Plan de Amor de Padre preveas para mí.

Dame, Señor, si quieres, entrega confiada y abandono


sin límite en tus manos;
lanzarme, sin temor a lo que venga,
a todo lo que sea tu voluntad.

Mi Dios, mi Amor, mi Todo…


tan sólo Tú me importas,
tan sólo Tú eres Lógica de Vida.
Tan sólo a ti quiero tender.

Es tu silencio, Señor, lo que ahora quieres darme.


Es tu silencio en respuesta a todas mis preguntas.
Tu silencio, que es paz
en medio de este ruido de la Tierra.

A veces, mi Señor, entiendo tus silencios


mejor que otras respuestas
más sonoras que me ofreces.
¡Encuentro tanto amor en tu silencio!
¡Me siento tan amado
en esa paz que así me otorgas!

Silencio y soledad, oculta oscuridad


a todo lo que sea
el ruido y el tumulto, el brillo de esta tierra…

No sé, mi Dios amado, qué puedo haberte hecho


para que vengas a inundarme de tu luz.
Tu luz… y tu silencio.
No entiendo cómo pueden ambos darse,
los dos al mismo tiempo.
La luz que se origina en tu presencia…
Silencio, sí, mas no silencio surgido de la nada;
silencio impresionante que de tu majestad se me deriva.

A veces, mi Señor, este mismo silencio


pudiera ser tomado por ausencia.
Tan sólo la soberbia de los hombres
genera una ceguera tan enorme.

Gracias, Señor. Estás en todas partes;


estás en todo tiempo, ya lo sé.

Gracias, Señor, por todos tus silencios.

Me siento un peregrino
que no se atreve a entrar
en la posada abierta del camino,
en tu corazón partido por la lanza.
Me siento pecador, Señor Jesús.
Me siento indigno de acercarme a ti,
de compartir la mesa en que te das.
¡Me sé tan lejos de realizar en mí
lo que aprendí oyendo tu mensaje…!

Señor… Señor Jesús… ¡cuánto dolor


por ser tan mal amigo,
por ser tan mal discípulo…!
¡Cuánta tristeza hay en mi corazón
al verme así… tan poco generoso,
tan poco convertido a la bondad
profunda y dilatada que me anuncias…!

Siento, Señor, los dedos de tu mano


que, en mi mejilla, enjugan esa lágrima
pequeña que resbala por la piel.
Siento, Señor, tu abrazo que me estrecha
fundiéndonos los dos en uno solo.
Siento, Señor, tu amor que no merezco.
Siento tu amor… y siento tu palabra.
¡Me siento tan mezquino, mi Señor,
me siento tan pequeño y miserable…!

Soy nada, mi Jesús. Soy nada, ya lo sé.


Partiendo de esta nada, que en mí es absoluta,
hoy quiero renovarte de nuevo mi promesa:
mi entrega es por completo, Señor, sin condiciones.
Te ofrezco lo que tengo y todo lo que soy.
Acepta, mi Señor, la ofrenda de mi amor:
amor para el Amor;
llamita para el Fuego Abrasador;
caricia que al Abrazo Eterno se le entrega;
suspiro… para Dios, en Hombre convertido.

Como el leproso, Señor, acudo a ti.


Enfermo y moribundo arrastro mi miseria
por el fangoso camino de mi vida.
Sucia e infectada está mi alma. Es lepra.
La lepra del pecado que atenaza, inflexible,
la pobre condición de mi persona.

Mis ojos apenas si se atreven a cruzarse


camino de tus ojos. Cayendo de rodillas
mi voz se eleva a ti en tono suplicante:
Jesús, amor amado, ¡tan sólo tu palabra y seré limpio!

No mires mi miseria, mi amor (…¡amor amado!)


no mires mi miseria…
Contempla en mi interior todo el dolor
sincero que me embarga.

Leproso y miserable ante ti caigo y,


postrado de rodillas, te suplico:
Señor, abrázame… ¡estréchame en tus brazos
y todo quedará bien limpio y olvidado!

Piedad, Señor, piedad…


piedad para este barro.

Cual vieja zapatilla que se adapta


perfectamente al pie que, de años, calza,
quisiera yo adaptarme, Amado mío,
a hacer tu voluntad manifestada.

¿De qué me sirve ser enamorado


de ti, como protesto cada día,
si no adecuo mi acción y mi jornada
para tu Plan de Amor llevar a cabo?

Ya ves, mi Dios, que es mi deseo


el realizar fielmente lo que quieres.
Abrázame, Señor, y no me sueltes
pues mi miseria me arrastra muchas veces.

Me siento tan pequeño, Señor,


tan lleno de miseria y de pecado….
No sé cómo me atrevo a levantar la vista,
a contemplar tus clavos, tus heridas…

Amor… Amor… me siento enamorado,


me siento acurrucado entre tus brazos,
me sé tan protegido y tan amado…
que casi me rebelo en mi soberbia
al asumir lo injusto de este caso:
me amas sin medida, Señor,
perdonas mis pecados,
me das tu abrazo estrecho y apretado…
Y yo no te respondo… no sé corresponderte…

Y quiero rebelarme,
y quiero ser cambiado desde dentro
y quiero verme otro, amante y entregado,
vencido en mi altivez, humilde y abrazado…
a ti, Jesús amigo… hermano…

Señor: preciso de humildad para aceptarme


pequeño, miserable, tan poco generoso,
tan falto de un amor que corresponda
a tanto don volcado…

Ayúdame, Señor,
ayúdame a ponerme de rodillas
volviendo la mirada al interior,
a donde te escondiste.

Ayúdame a llorar por mis pecados,


a darte a ti las gracias.
Ayúdame a admitir
que yo sin ti soy nada.

Y abrázame, Señor, abrázame bien fuerte


y no me dejes andar sin tu compaña.

Si en vez de mi mirada
tan sólo por tus ojos contemplara…

Si en vez de mis caricias


tan sólo con tus manos bendijera…

Si en vez de mis palabras


tan sólo con las tuyas consolara…
Si en vez de en este amor
tan sólo en tu Amor recibiera…

Si ya en mi corazón
tan sólo, Cristo, a ti se te encontrara…

Si ya, Jesús, a ti
te vieran confundido en mi persona…

Si fuera todo Cruz


de tanta cruz amada…

Si ya no fuera yo…

Si ya no fuera nada…

Será algún día, Señor,


lo sé, lo sé, mi Amado.
Será cuando decida
no ser ya más yo mismo.
Será cuando, vacío,
me inundes con tu gracia,
me empapes, como esponja, de ti mismo,
me quemes como a un tronco
que ya no quiere ser
más que calor y llama.
Señor… ¿porqué no hoy?
… pues tú lo puedes todo…
¡concédeme esta gracia!

Ten piedad, mi Señor, de mi presente


como ya la tuviste del pasado,
y ya que el corazón me lo has trocado,
ayúdame a vivir cristianamente.

Mira que quiero verme transformado,


transido de tu amor profundamente;
testigo de tu Cruz, constantemente
de espinas en mi cuerpo traspasado.

Pues de ti me confieso enamorado,


sólo tú has de ocupar mi pensamiento
Señor, amigo fiel, Crucificado.

Y puesto de rodillas a tu lado


tan sólo han de trabar conocimiento
mis ojos y tu cuerpo tan llagado.

Si de la oscuridad me reclamaste
con tu Pasión tras verte escarnecido,
¡cuánto agradezco aquello que has sufrido,
pues que con ello, Amado, me salvaste!

Si por tu celo y amor no me dejaste,


ya que de ti fui siempre perseguido,
tan solo es tuyo, Señor, lo conseguido,
pues con tu sangre y tus ojos me alcanzaste.

¡Cuánta miseria y lodo hay en mi vida!


¡Cuánto sufriste, Amor, por no quererte!
¡Qué salvación me has dado inmerecida!

Vamos, Señor: dame pronto la muerte,


ya que por ella he de encontrar la Vida…
Quiero morir, Señor, … para tenerte.

Me postro humildemente en tu presencia,


me muestro cual me siento: derrotado,
consciente de mi nada. Acongojado
pretendo absolución a mi conciencia.

No busco, mi Señor, tu complacencia,


ni busco en ti consuelo regalado.
Tan solo aspiro a verme perdonado,
volver a ti contrito con tu anuencia.

Si por contarle a un hombre mi pecado


voy a obtener perdón a mis ofensas,
lo contaré, Señor, y detallado.

Si por echar en tierra mis defensas


a mi interior serás recuperado,
las echaré, pues Tú bien lo compensas.

Has tocado, Señor, mi corazón soberbio


con tu mano llagada, atravesada
del clavo de todos mis pecados.

¡Qué dolor se amontona en mi costado


por ver tanta maldad como he tenido!
¡Qué pena me impondría
si fuera juez que viera mis delitos!

… Cayendo de rodillas
gimió todo mi cuerpo arrepentido:
Señor, … Amor, … mi Bien …
¿cómo se pueden dar, los dos al mismo tiempo,
ofensas repetidas y amor apasionado?

Amor, Amor, Amor, …


despiértame del sueño en el que muero,
transpórtame a la Vida.
Ayúdame a vivir muriendo cada día
a todo lo que pueda ser yo mismo.
Ayúdame a ofrecerte, enamorado,
lo que es mi propio cuerpo, mis ideas,
por si debieras verte, nuevamente,
mi amor, crucificado.

Ayúdame, Señor, a despojarme


de todo lo que soy.

Quiero difuminarme, atomizarme,


quedar como un rocío imperceptible
que impregne el terciopelo de tus rosas,
dotarlas de frescor en madrugada.
Y quiero evaporarme,
sin huella que denote mi presencia,
cuando el calor y luz de tu mirada
recorra cada rosa del jardín
que cuidas con esmero.

El ser, para servirte en mis hermanos.


No ser, para adorarte;
no ser para que seas
en mí lo que Tú quieras.

Ayúdame, mi Dios, a despojarme


de todo lo que soy
para empezar a ser
un poco e Ti mismo.

Quiero no tener, Señor,


otra seguridad que la de tu amor.

Quiero ver estallar la tempestad,


rugir los truenos, caer los rayos,
romperse el cielo en mil pedazos
y asolar la tierra un diluvio nuevo
sin acercarme a despertarte de tu sueño
echado a popa en mi barquilla.

Quiero navegar en esta frágil vida


abandonando el timón a tu cuidado.

Quiero que en mi vida no se encuentre


cuestión más importante o trascendente
que verte a ti, tenerte presente de continuo.

Quiero, Señor, tomar las decisiones que me incumban


desde tu perspectiva, desde tu corazón enamorado.

Quiero vivir pasando de puntillas por la vida,


oculto e ignorado.

Quiero vivir muriendo a mis caprichos,


dejando que las cosas de mi vida
transcurran tan solo a tu cuidado.

Quiero, Señor, que tomes en tus manos lo que soy,


que aceptes mi presente y mi futuro
y hagas y dispongas a tu antojo.

Quiero, Señor, perder toda la esencia de mi vida


y que tan solo Tú dispongas lo que quieras.

Quiero, Señor, ser consumido


por un último aliento
al exhalar tu nombre, Jesús mío.

Madera ya empapada por la sangre


manada de tus manos y tus pies,
vertida por las llagas de tu espalda.

Madera atravesada por los clavos


que a ti te taladraron.

Madera utilizada… envejecida


del uso que le has dado en veinte siglos.

Madera bien pesada que llevaste


pensando solo en mí, en todos mis pecados.

Ya es hora, mi Señor, que te releve:


hacerla toda mía,
tomar sobre mis hombros,
con gesto de alegría,
mi cruz de cada día negándome a mí mismo.

Sí quiero, buen Jesús, venir en pos de ti,


pues tú eres el Camino, Verdad… ¡el Agua Viva!

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