Cien Ensayos Unam
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Cien Ensayos Unam
Constitución Política
de los
Estados Unidos Mexicanos
Tomo 4
Estudios políticos
Coordinación editorial
Comité Directivo
Junta Ejecutiva
Director
Pedro Salazar Ugarte
Secretario académico
Francisco Ibarra Palafox
Secretario técnico
Raúl Márquez Romero
Constitución Política
de los
Estados Unidos Mexicanos
Tomo 4
Estudios políticos
Gerardo Esquivel
Francisco Ibarra Palafox
Pedro Salazar Ugarte
Coordinadores
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIII
Pedro Salazar Ugarte
Francisco Ibarra Palafox
Gerardo Esquivel
Liminar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XV
Miguel Barbosa Huerta
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XI
PRESENTACIÓN
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sta obra es el resultado de un esfuerzo colectivo entre el Instituto de Inves-
tigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y el
Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República. Se trata de un
proyecto coordinado por quienes firmamos esta nota, pero que reúne la dedicación
de un amplio grupo de colaboradores y autores que trabajaron durante varios meses.
Al final de ese periplo editorial se han logrado reunir un conjunto de cien ensa-
yos escritos por las personas que mejor conocen el devenir constitucional mexicano.
El resultado es esta publicación conmemorativa que sale a la luz pública el día en
que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cumple sus primeros
cien años de vigencia, pero que aspira a mantenerse en el interés de los lectores du-
rante un amplio periodo de tiempo.
Desde esta perspectiva, en cierto sentido, la celebración del aniversario cons-
titucional ha servido como pretexto académico para pensar y reflexionar sobre el
pasado, el presente y el futuro del constitucionalismo mexicano.
Dividida en cuatro tomos, la colección aborda, desde diferentes perspectivas y
con el instrumental teórico de diversas disciplinas, cuatro grandes aspectos del de-
venir constitucional en México: la historia, el derecho, la vida económica y social,
y la política.
En cada caso, expertas y expertos en sus disciplinas dan cuenta de la vigencia
simbólica, jurídica, política, económica, social, cultural, etcétera, de la Constitución
de México. De esta manera, cada ensayo en lo individual ofrece un punto de vista
sobre aspectos relevantes de la Constitución mexicana, pero lo más importante es la
visión compleja, robusta, que ofrece la colección en su conjunto.
Pensamos que esa es la mejor forma de festejar a la Constitución de los Estados
Unidos Mexicanos aprobada por el Constituyente en Querétaro hace una centuria:
demostrando que no ha sido un tótem normativo ni un fetiche histórico sin relevan-
cia práctica. Todo lo contrario, la Constitución mexicana fue un referente histórico,
materializó un hito político, sirvió para organizar una sociedad compleja y ha sido
instrumento de cambio y transformación constantes. De todo ello se da cuenta en
esta obra.
Si bien es cierto que en la actualidad la Constitución mexicana adolece de pro-
blemas desde un punto de vista técnico y semántico —como consecuencia en gran
medida de las múltiples reformas de las que ha sido objeto—, lo cierto es que, desde
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Liminar
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n 1917, los 127 integrantes del Congreso Constituyente que firmaron la
Constitución tuvieron y cumplieron la alta responsabilidad de plasmar sobre
el papel las demandas de democracia, justicia y libertad que la Revolución
había desencadenado. La promulgación de la Constitución permitió avanzar hacia
la pacificación, fincó las bases de un Estado moderno y trazó el sendero hacia el
porvenir.
Este año la Constitución cumple un siglo de su promulgación. Es innegable
que en este tiempo el país y la sociedad han avanzado de manera notable, pero, des-
graciadamente, varias de las aspiraciones y preceptos fundacionales de nuestra carta
magna aún están pendientes, particularmente, los relacionados con la igualdad y la
justicia.
¿Cómo interpretan este aniversario los millones de mexicanos que viven en
la pobreza y que día con día padecen los efectos de la desigualdad?, ¿cómo feste-
jar la Constitución, si la justicia continúa como una promesa para los familiares de
los desaparecidos y asesinados por la violencia del crimen organizado?
En 100 años la Constitución ha experimentado una larga lista de reformas.
Primero, desde una sola visión y a través de una fuerza política que dominaba el
Congreso; después, y ante el avance de la pluralidad, con alianzas que han posibili-
tado mayorías calificadas.
Debemos comprender que las reformas constitucionales no son resultado de
simples alianzas, sino que deben ser el producto de amplios consensos sociales. Sólo
así, por medio de amplios consensos, la Constitución, nuestro pacto social, podrá
representar, efectivamente, la unidad nacional; la unidad en torno a principios y va-
lores, en torno a la igualdad y la democracia.
En 1917 nuestra Constitución se promulgó entre pugnas, entre facciones re-
volucionarias, con una sociedad dividida y una economía devastada por la guerra.
Ahora, en tiempos de incertidumbre, avancemos hacia la conmemoración del Cen-
tenario de la Constitución, no sólo como una ceremonia cívica, sino como parte de
un proceso que fortalezca nuestro pacto social y que conduzca a una reflexión pro-
funda sobre nuestra carta magna.
El trabajo que el lector tiene en sus manos fue impulsado por el Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM y el Instituto Belisario Domínguez del Sena-
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rear un “país de leyes” —un país donde se cumplan las leyes— es un viejo
propósito de la nación mexicana. Un viejo fracaso, también. Desde su fun-
dación independiente, en la segunda década del siglo XIX, las obligaciones y
derechos de la ciudadanía legal de México no han logrado coincidir con los compor-
tamientos de la ciudadanía real.
La causa originaria de esa distancia es que la nación jurídica adoptada en Méxi-
co durante el siglo XIX era muy distinta de la nación creada por su historia. La
nación adoptada se inspiraba en el credo republicano, la Ilustración, la Revolución
francesa y la democracia estadounidense. Era distinta a la nación de tradiciones se-
ñoriales, monárquicas y corporativas que México había adquirido durante su larga
incubación colonial, en los tres siglos de la Nueva España.
Al cumplirse los cien años de la Constitución de 1917, los mexicanos seguimos
presos de aquel desencuentro que enloquecía a nuestros grandes pensadores deci-
monónicos, José María Luis Mora y Lucas Alamán. Por razones inversas, Mora y
Alamán lamentaban que las leyes del nuevo país no coincidieran con sus costum-
bres. Una cosa decían las leyes, otra cosa hacía la sociedad.
Mora, el reformista, deploraba la ausencia de costumbres que pudieran dar sus-
tento cívico a las leyes liberales en las que creía, pensadas para regir una república
democrática, de ciudadanos prósperos, ilustrados e independientes.
Alamán, el conservador, quería más bien lo contrario: adecuar las leyes a las
costumbres vigentes, fundar la nueva nación sobre el riel de sus continuidades, reco-
nociendo la fuerza histórica de la herencia novohispana: los hábitos políticos monár-
quicos, la religiosidad católica, el vasto tejido de equilibrios, derechos y privilegios
corporativos en que estaba fundado el antiguo orden.
La causa liberal ganó el pleito histórico entre la reforma y la conservación. Su
triunfo hizo más largo el camino hacia el “país de leyes”. En vez de tener leyes con-
servadoras ajustadas a las costumbres, hubo que crear las costumbres modernas que
dieran sustento a las leyes. Creando esas costumbres democráticas, republicanas,
capitalistas, en un país monárquico, precapitalista y corporativo, pasó México la
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última mitad del siglo XIX y todo el siglo XX, desde la promulgación de la Consti-
tución liberal de 1857.
La primera costumbre nueva que el país adquirió fue negociar el cumplimiento
de sus nuevas leyes. El gobierno no podía aplicarlas del todo sin afrentar a su socie-
dad y quedarse solo en la cúspide, de espaldas a sus gobernados. Se vio obligado a
tolerar la ilegalidad como un compromiso pragmático con el orden, pero mantuvo
vigentes las leyes violadas con un propósito “civilizador”: crear las costumbres mo-
dernas requeridas. También con un propósito político: conservar en sus manos un
instrumento discrecional para el ejercicio de la autoridad frente a intereses, ciuda-
danos o movimientos particulares.
La negociación de la ley es una de las inercias fundacionales del México moder-
no. Hubo que llenar con soluciones prácticas de gobierno el abismo histórico que
existía entre el país legal y el país real. Negociar la ley fue una manera de hacer go-
bernable en los hechos lo que era imposible sujetar al mandato de las leyes.
Sin embargo, la ley estaba presente siempre y se usaba para todas las cosas, has-
ta para cumplirla. Era un instrumento de coerción y de negociación tanto en manos
de la autoridad como en manos de la ciudadanía. La autoridad podía aplicarla a
rajatabla o perdonar. La ciudadanía podía invocarla cuando estaba a su favor, desa-
fiarla o comprarla cuando la tenía en contra.
La medida de la legitimidad política no era la aplicación de la ley, sino la eficacia
de los gobiernos. Junto al código escrito, que podía aplicarse o no, estaba vigente
siempre el código no escrito, más o menos claro para todos, que regía en verdad los
asuntos públicos.
La aplicación estricta de la ley significaba entonces lo que significa todavía en
México: una severidad difícilmente tolerable para las costumbres vigentes, una sus-
pensión del pacto de ilegalidad consentida en el que estaba y está fundada la vida
diaria de muchos mexicanos, demasiados para proceder legalmente contra ellos sin
hacer estallar el país.
A cuenta de la estabilidad política, que garantizó por décadas, el régimen priista
de finales del siglo XX heredó al siglo XXI una suma tal de ilegalidades, que una
primera urgencia de la naciente democracia fue crear y recrear sus propios códi-
gos de ilegalidad consentida o legalidad negociada que rige la cultura política del
país desde el siglo XIX.
Como en el siglo XIX y en el XX, la aplicación sin excepciones de la ley es
imposible o suicida en el México de principios del siglo XXI. Significaría meter a
la cárcel, por evasión de impuestos, a millones de mexicanos que viven de la econo-
mía informal. Significaría consignar por robo o despojo, a la numerosa población
urbana asentada en terrenos ilegales. Un país de leyes tendría que encarcelar a los
miles de campesinos que siembran mariguana y amapola, no sólo a sus patronos y
compradores. Tendría que sacar de las calles a los vendedores ambulantes, en vez de
oír sus demandas. Tendría que dispersar con la fuerza pública a los contingentes
de protesta que a menudo bloquean vías generales de comunicación, cuando no
queman edificios públicos.
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Hoy como ayer, un gobierno dispuesto a aplicar estrictamente las leyes, tendría
que perseguir a una cantidad imposible de mexicanos. Tendría casi que declararle
la guerra a su sociedad.
Porque el país nada en ríos de ilegalidad. No es sólo que las autoridades no ha-
gan cumplir las leyes. Es que los ciudadanos tampoco están dispuestos a acatarlas.
La falta de respeto a la ley está incrustada en el corazón de las creencias ciudadanas.
Un lugar común de las encuestas de cultura política en México es que la mayoría de
los mexicanos no cree que las leyes deban respetarse siempre. Las leyes, creen, no
deben respetarse si no son justas.
Pero ¿quién decide si las leyes son justas? Nadie, cada quien. Millones de mexi-
canos se erigen todos los días en jueces de cuáles leyes deben o no obedecer. Es
una vieja tradición: obedecer parcialmente las leyes, negociar su cumplimiento, usar
y tolerar la ilegalidad, justificarla por razones económicas, políticas, solidarias o
justicieras.
La ambigüedad de la cultura política mexicana ante la ley tiene dos caras: de un
lado hay el clamor público de que la ley se aplique; del otro, hay un encanto político
por la ilegalidad, la continua disculpa, incluso el elogio, de ilegalidades que pare-
cen justas.
El tema de la causa justa y la ley injusta puede debatirse interminablemente.
Lo cierto es que, mientras persista en el ánimo colectivo la ambigüedad ante la
aplicación de la ley, difícilmente habrá en México un sólido Estado de derecho. La
justicia o la injusticia seguirán siendo, como han sido hasta ahora, un resultado de la
influencia, la presión, la opinión pública o la conciliación de intereses.
Durante décadas, el autoritarismo benigno que caracterizó la vida política de
México resolvió las cosas por encima o por debajo de la ley. Con mayor o con me-
nor sentido, con mayor o menor injusticia, la autoridad decía qué era lo justo y qué
era lo injusto, quién era culpable y quién no. Era un procedimiento arbitrario, pero
eficaz, que imponía su ley no escrita.
Aquel método autoritario se ha erosionado con la transición del país a la demo-
cracia. Tenemos ahora un sistema en el que la autoridad no decide ni puede decidir
con la discrecionalidad ni la fuerza de antes. El sistema democrático al que México
ha ingresado, sólo puede regirse por la igualdad ante la ley. Pero la aplicación de la
ley se enfrenta entre nosotros a la inercia de la cultura de la ilegalidad, cuyo rasgo
fundamental es que, tanto para la autoridad como para los ciudadanos, la ley no es
una obligación, un precepto inapelable de la conducta, sino un referente voluntario
de la misma, sujeto a negociación.
La cultura de la ilegalidad es el mar en el que nada la isla de nuestro constitucio-
nalismo. Es una isla desconocida para la mayor parte de los mexicanos, entre otras
cosas porque su referente fundamental, la Constitución de 1917, cuyo centenario
celebramos, no es precisamente la Constitución de 1917 sino un enorme palimpses-
to escrito y reescrito por varias generaciones de legisladores.
En su primer siglo de vida, le han practicado a la Constitución de 1917 unas
quinientas enmiendas. Los legisladores han sido un escritor verboso. El “código fun-
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1 Salazar Ugarte, Pedro, “Longeva, parchada y deformada. Qué hacer con la Constitución de
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de los ciudadanos. Crearon obligaciones al Estado sin darle recursos para cumplir-
las. Y derechos a los ciudadanos sin darles instrumentos para exigirlos. Diseñaron
en el fondo un Estado irresponsable, incapaz de cumplir con sus obligaciones, y una
ciudadanía disminuida, incapaz de exigir sus derechos.
El lado manejable de esas leyes es la propia cultura política en que están inscri-
tas: nadie exige de verdad su cumplimiento. Y nadie, más que en los discursos de-
magógicos o en la ingenuidad legalista, cree que esas leyes deban cumplirse. Todos
sabemos de alguna manera que son demagogia, buenos deseos, sueños justicieros,
estilo nacional: el espíritu de las leyes mexicanas.
Las leyes incumplibles, compendios éticos de sueños nacionales, tienen un efecto
invisible profundamente corruptor sobre la cultura cívica del país. Refuerzan implí-
citamente la costumbre de un bajo cumplimiento de la ley. Son fuente de resigna-
ción, impunidad y cinismo. Alimentan también la irresponsabilidad de los legisla-
dores que acumulan compromisos incumplibles para el Estado, sin preocuparse de
darle los recursos para que los cumpla. A la vuelta de las generaciones, el ciudadano
aprende de la retórica de sus legisladores que las leyes no son para cumplirse, sino
para declamarse, y que él debe buscar la satisfacción de sus necesidades por enci-
ma, por abajo o por un lado de la ley. A veces, si la ley le conviene, utilizando la ley.
Cuando no le conviene, saltándosela.
Leyes demagógicas que otorgan grandes beneficios sin referirse a los costos,
no pueden sino crear una cultura cívica escéptica, cuando no cínica, respecto de
las obligaciones y los beneficios de la ley. Es una de las más funestas herencias
de nuestra cultura política: confundir las leyes con el discurso, el fin con los medios,
el manifiesto con la norma.
No: las leyes son para hacer ingeniería social, no proyectos utópicos de país. Son
para gobernar la realidad y para regir la conducta de autoridades y ciudadanos. No
son teorías, son instrumentos.
Algo esencial debe cambiar en esto. Porque no hay bienes públicos venidos de
la nada, ni beneficios sin costo, graciosamente otorgados por legisladores generosos.
La pedagogía constitucional de desentenderse del costo de los derechos, ha sido
efectiva, o al menos coincidente, con los anhelos y las omisiones de la ciudadanía.
La ciudadanía mexicana quiere un Estado que cumpla con una enorme cantidad
de compromisos públicos, pero no está dispuesta a pagar en impuestos lo que espera
que su gobierno le devuelva en servicios. Tiene suspendido el vínculo fundamen-
tal que hay entre pagar impuestos y exigir cuentas al gobierno. Exige pero no paga
y paga sin exigir.
En la cultura política de México tiene perfiles difusos el pacto de reciprocidad
fundador de la ciudadanía democrática. A saber: el pacto entre impuestos y repre-
sentación política, entre el gobierno que administra recursos públicos y el ciudadano
que los aporta y vigila su rendimiento.
En nada contribuye a esa reciprocidad la larga tradición del populismo estatal
que ha dejado huella profunda en la sociedad, inclinando sus hábitos de relación
con el gobierno hacia una actitud peticionaria.
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Durante el siglo XX, el gobierno dio tierras, dio casas, dio concesiones, dio
fortunas. Acostumbró a su sociedad a pedir y a sus funcionarios a dar, medrando
mientras daban. El gobierno estableció una idea de lo público donde nada cuesta y
nadie rinde cuentas, donde las finanzas del gobierno son un bien de todos que viene
de ninguna parte, y nadie tiene que cuidarlo, y todos pueden meterle mano cuando
les toca.
La costumbre de la legalidad negociada, la visión de la ley como un terreno de
acuerdos, excepciones, influencias y discrecionalidades, es uno de los nudos funda-
dores de la cultura política del país. Se mantiene viva en ella al cumplirse el siglo de
la promulgación de la Constitución de 1917.
Crear un país de leyes significa arrancar esa costumbre de un sector todavía am-
plio de la sociedad mexicana. ¿Es posible?
Es más posible hoy de lo que era al momento del triunfo de la causa liberal,
hace siglo y medio. Algo de las costumbres democráticas, ilustradas, federalistas e
industriosas que añoraba Mora se han creado en siglo y medio. México es más pa-
recido hoy a la utopía liberal que lo fundó legalmente en 1857. Pero México es hoy
una democracia y el único referente estable en una democracia es el de la igual-
dad de derechos y obligaciones ante la ley. Es ese referente el que está sujeto a sospe-
cha en el corazón de la cultura política mexicana. Sin una cultura de respeto a la ley
será imposible construir una democracia sólida, como estamos viendo.
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LA CONSTITUCIÓN
Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES
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urante los debates sobre el proyecto constitucional en 1916-1917, los miem-
bros del Congreso Constituyente abordaron de forma superficial la política
exterior y las relaciones internacionales de México.1 Comprensiblemente, su
atención se centró en las normas que debían corregir los desaciertos políticos y so-
ciales de ese entonces, causas principales por las que se había iniciado la guerra civil.
Pese a lo anterior, los diputados no desestimaron los vínculos con el exterior o
ignoraron el probable efecto que el proyecto tendría sobre la relación del país con
otros Estados. De ahí su intención de contar también con una carta magna que
procurara fortalecer a México en el exterior, ya que los pueblos libres —decía uno
de los miembros prominentes del Congreso— no pueden vivir sin relaciones inter-
nacionales.2
*
Doctor en derecho, especialista en cuestiones constitucionales. Senador de la República, presi-
dente de la Comisión Especial para el Diagnóstico y Reflexión sobre el texto que conforma la Consti-
tución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
1 Diario de los Debates del Congreso Constituyente 1916-1917. Versión facsimilar, México, Cámara de
El texto constitucional de 1917 sentó las bases para lograr la estabilidad que
permitiría consolidar esas relaciones en las décadas posteriores, y definió las faculta-
des de los órganos de gobierno que se harían cargo de la política exterior, inspiradas
en los modelos constitucionales de 1824 y 1857;3 elementos suficientes para las exi-
gencias del país y las condiciones internacionales de ese periodo.
Sin embargo, durante los cien años siguientes, México y el mundo se transfor-
maron radicalmente, derivándose una espiral de cambios que marcaron su actividad
política y legislativa, y a partir de ello, nuestro ordenamiento jurídico principal.
En efecto, los reajustes nacionales del último siglo son extraordinarios; basta
mencionar el crecimiento demográfico —en 1917 México tenía una población de
casi 15 millones de personas—, la consolidación institucional y la industrialización
del país, pero también el replanteamiento de nuestro modelo económico y comer-
cial, la creciente migración de mexicanos hacia Estados Unidos y la transición hacia
una auténtica democracia electoral, por sólo señalar algunos de los desarrollos más
notables.
Por otro lado, la transformación del sistema internacional no fue menos consi-
derable, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX. Con el fin de la Se-
gunda Guerra Mundial, se reacomodaron fronteras, se precipitó el fin del colonia-
lismo y se recrudecieron las diferencias ideológicas entre los vencedores de la guerra
que dieron paso a la llamada Guerra Fría. Así, se crearon nuevos Estados e institu-
ciones internacionales,4 que permitieron forjar alianzas, plantear medidas colectivas
sobre cuestiones de carácter regional o universal, incidir en la política monetaria en
el ámbito internacional y en las finanzas públicas nacionales, y avanzar significati-
vamente en el estudio y codificación del derecho internacional.
Tras la caída del muro de Berlín, los cambios se aceleraron a partir de la trans-
formación a un modelo económico neoliberal y la adopción del libre comercio como
motor de crecimiento, así como la revolución de las comunicaciones y el desarrollo
de tecnologías, que han dado pie a la integración interestatal y favorecido los movi-
mientos migratorios. Del mismo modo, el individuo fue acercándose hacia el centro
de la atención de la acción internacional y las políticas públicas nacionales, y apa-
recieron nuevos actores no estatales —organizaciones de la sociedad civil, empresas
trasnacionales o agrupaciones criminales o terroristas— cuyas acciones y manera de
relacionarse con la sociedad y los gobiernos, han alterado el modo de hacer política
y renovado los retos de seguridad internacional.5
La evolución de estos sucesos ha obligado a reconsiderar el concepto de sobe-
ranía en el siglo XXI y a poner en marcha novedosos mecanismos de cooperación
internacional, en los que el derecho internacional ha acumulado, paulatinamente,
3 Rabasa, Emilio O., “La política exterior de México en sus Constituciones”, en Rabasa,
Emilio O. (coord.), Siete principios básicos de la política exterior de México, México, UNAM, 2005.
4 Como la Organización para las Naciones Unidas, la Organización de los Estados Americanos, la
Organización del Tratado del Atlántico Norte, además de la Corte Internacional de Justicia, la Corte
Penal Internacional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, así como las llamadas Institucio-
nes de Bretton Woods, entre otros.
5 Higgins, Rosalyn, Problems and Process: International Law and How We Use It, Oxford University
un protagonismo cada vez más importante, ya que es el instrumento ideal para con-
cretar acuerdos o mediar en los conflictos de interés entre los Estados, que se han
vuelto inevitables debido a la interdependencia.
La Constitución mexicana debe su longevidad a los sólidos fundamentos que el
Constituyente introdujo en Querétaro, pero también a su capacidad para reformar-
se y adecuarse ante estas nuevas realidades (nacionales y globales). El texto ha sufri-
do más de 600 modificaciones desde su promulgación, entre reformas y adiciones,
que han ido adaptando sus preceptos conforme a los cambios descritos en el último
siglo;6 a pesar de conservar su estructura y lineamientos originales, su contenido es
marcadamente distinto del que fue aprobado en 1917.7
Este gran número de reformas reflejan la amplia transformación institucional8 y
social por la que pasó nuestro país en este tiempo, que invariablemente proyectan su
imagen y afectan su comportamiento hacia el exterior. Sin embargo, existe un grupo
de ellas que están ligadas directamente al derecho internacional, las relaciones inter-
nacionales o la política exterior, que dan cuenta de la evolución de estos campos en
el derecho constitucional mexicano y que además permiten entrever las posiciones
que México ha asumido en algunos temas que han sido o continúan siendo parte de
la agenda internacional.
De esta forma, México modificó su ley máxima para, entre otras cosas, estable-
cer la supremacía constitucional sobre los tratados internacionales en 1934; reco-
nocer el voto a la mujer en 1953; obligarse al uso pacífico de la energía nuclear en
1975; indicar los principios normativos que deben regir su política exterior en 1988;
ajustar su texto a los mecanismos de cooperación jurídica internacional en materia
penal, como la extradición de personas en 1993 o aceptar la jurisdicción de cortes
internacionales como la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 1988 y la
Corte Penal Internacional en 2005; e incluir la promoción y protección de los dere-
chos humanos como un principio de política exterior, incluyendo las figuras del asilo
y el derecho al refugio en su texto en 2011.
Es sobre estas modificaciones que me pronunciaré en este ensayo, consideran-
do relevante contar con información sobre sus antecedentes, incluyendo los sucesos
mundiales que las motivaron, esclareciendo así su inserción en la Constitución. El
estudio no pretende ser exhaustivo ni plantear un problema específico, sino redes-
cubrir algunos de los avances legislativos del último siglo que destacan en cuanto a
política exterior, las relaciones internacionales o el derecho internacional.
dos.gob.mx/LeyesBiblio/ref/cpeum_art.htm.
7 Fix-Fierro, Héctor, “Hacia el centenario de la Constitución mexicana de 1917. Una reflexión a
propósito de reformas. Textos, modelos y culturas constitucionales”, en Carbonell, Miguel et al., Estado
constitucional, derechos humanos, justicia y vida universitaria. Estudios en homenaje a Jorge Carpizo. Estado constitu-
cional, México, UNAM, t. IV, vol. 1, 2015.
8 Muchas derivadas de lo que Jorge Carpizo nombró “facultades metaconstitucionales”; véase
Carpizo, Jorge, El presidencialismo mexicano, México, Siglo XXI, 1978, citado en: Serrano Migallón, Fer-
nando, “Facultades metaconstitucionales del Poder Ejecutivo en México”, p. 3, disponible en: http://
www.palermo.edu/derecho/publicaciones/sela2006_pdf/Fernando_Serrano.pdf.
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Una de las primeras y más notables reformas producidas durante el centenario, fue
la promovida por el jurista Oscar Rabasa en 1934, del artículo 133,10 relativa a la
jerarquía de los tratados internacionales en el sistema jurídico mexicano.
La reforma estableció el mandato, aún vigente, de que los tratados que suscriba
México deben estar de acuerdo con lo que dispone la Constitución, con lo cual se
despejó la preeminencia de ésta sobre tales instrumentos, conocido como el prin-
cipio de supremacía constitucional. Rabasa señaló que la reforma fue impulsada
tomando en cuenta la poca claridad del texto anterior y:
9 Sin ignorar los cambios al artículo 133 realizados en 1934, relativa a la supremacía constitu-
cional sobre los tratados internacionales o el considerable impacto del artículo 27 en las relaciones
internacionales de México desde su adición en 1917 y hasta nuestro tiempo.
10 Becerra Ramírez, Manuel, “Hacia un nuevo modelo de recepción del derecho internacional en
la Constitución mexicana”, en Serna de la Garza, José María y Caballero Juárez, José Antonio (eds.),
Estado de derecho y transición jurídica, México, UNAM, 2002, p. 154; Pérez Cano, Hugo, “Los tratados
internacionales en el orden jurídico mexicano”, en Vega Cánovas, Gustavo (coord.), Bernardo Sepúlveda:
Juez de la Corte Internacional de Justicia, México, El Colegio de México, 2007, p. 134.
11 Perezcano Díaz, Hugo, “Los tratados internacionales en el orden jurídico mexicano”, Anuario
Mexicano de Derecho Internacional, México, vol. VII, 2007, disponible en: http://revistas.juridicas.unam.mx/
index.php/derecho-internacional/article/view/201/335.
12 Citado en Ortiz Ahlf, Loretta, Derecho internacional público, México, Oxford University Press,
2004, p. 68.
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13 Tesis P. LXXVLL/99, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, t. X, noviem-
p. 96.
15 Ibidem, p. 51.
16 Suprema Corte de Justicia de la Nación, Engrose de la Contradicción de Tesis 293/2011, p. 48.
17 Ibidem, p. 37.
18 Corte IDH. Caso González y otras (“Campo Algodonero”) vs. México. Excepción preliminar,
Fondo, reparaciones y costas. Sentencia de 16 de noviembre de 2009. Serie C, núm. 205; Corte IDH.
Caso Radilla Pacheco vs. México. Excepciones preliminares, Fondo, reparaciones y costas. Sentencia
de 23 de noviembre de 2009. Serie C, núm. 209; Corte IDH. Caso Fernández Ortega y otros vs.
México. Excepción preliminar, Fondo, reparaciones y costas. Sentencia de 30 de agosto de 2010. Serie
C, núm. 215; Corte IDH. Caso Rosendo Cantú y otra vs. México. Excepción preliminar, Fondo, repa-
raciones y costas. Sentencia de 31 de agosto de 2010. Serie C, núm. 216; Corte IDH. Caso Cabrera
García y Montiel Flores vs. México. Excepción preliminar, Fondo, reparaciones y costas. Sentencia
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de 26 de noviembre de 2010. Serie C, núm. 220; Corte IDH. Caso García Cruz y Sánchez Silvestre
vs. México. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia de 26 de noviembre de 2013. Serie C, núm. 273.
19 Suprema Corte de Justicia de la Nación, Pleno, Varios 912/2010, sesión del 14 de julio de 2011.
20 Ferrer Mac-Gregor, Eduardo, “Interpretación conforme y control de convencionalidad: el nue-
vo paradigma para el juez mexicano”, en Carbonell, Miguel y Salazar Ugarte, Pedro (coords.), La
reforma constitucional de derechos humanos: un nuevo paradigma, México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 2011, p. 385.
21 Tercer Informe de Labores de la Secretaría de Relaciones Exteriores 2014-2015, p. 291, dispo-
clear”, en Regulación del Sector Energético, México, UNAM, 1997, disponible en: http://bibliohistorico.juridicas.
unam.mx/libros/1/153/8.pdf.
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23 Resolución 1 (1) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, disponible en: http://www.
un.org/documents/ga/res/1/ares1.htm.
24 Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares, disponible en: http://www.inin.gob.mx/mini_
sitios/segundo_plano.cfm?cve_area=RN&codigo_opc=400008000.
25 Por este esfuerzo el embajador mexicano Alfonso García Robles, que lideró las negociaciones
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27 La Estrategia Nacional de Energía 2012-2027 señala a la energía nuclear como una opción a
julio-18 de agosto) durante la cual se entrevistó con 11 jefes de gobierno y Estado, en África, Asia y
América Latina. Lajous, Roberta, Historia mínima de las relaciones exteriores de México, 1821-2000, México,
El Colegio de México, 2012.
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El artículo 89, hasta junio de 2016, había sido modificado en dieciocho ocasiones.35
Se trata de uno de los preceptos con más cambios en un siglo, debido a que enumera
las facultades y obligaciones del Presidente.36 No obstante, de las múltiples reformas
al artículo, las que más interesan para este trabajo, son las realizadas a la fracción X
en 1988 y 2011, que establecen los principios de política exterior.37
Sus antecedentes conceptuales se remontan al predominio de la ideología liberal
en México, la influencia de los “Catorce puntos de Woodrow Wilson”, y la históri-
31 Velázquez Flores, Rafael, “La relación entre el Ejecutivo y el Congreso en materia de política
exterior durante el sexenio de Vicente Fox: ¿Cooperación o conflicto?”, Política y Gobierno, México,
vol. 15, núm. 1, 2008, disponible en: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-
20372008000100004#notas.
32 Idem.
33 Diario Oficial de la Federación del 29 de agosto de 2008.
34 Lajous, Roberta, Historia mínima…, op. cit.
35 Cámara de Diputados, Reformas por artículo, disponible en: http://www.diputados.gob.mx/Leyes-
Biblio/ref/cpeum_art.htm.
36 Entre las que se encuentra la de dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales,
pero también las de nombrar y remover a los agentes diplomáticos (embajadores y cónsules generales);
habilitar puertos o establecer aduanas marítimas y fronterizas; disponer de las fuerzas armadas para la
defensa exterior de la Federación; declarar la guerra previo permiso del Congreso, y otras.
37 Diario Oficial de la Federación del 11 de mayo de 1988 y 10 de junio de 2011.
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38 Covarrubias Velasco, Ana, “Los principios y la política exterior de México”, en Schiavon, Jorge
A. et al. (eds.), En busca de una nación soberana. Relaciones internacionales de México, siglos XIX y XX, México,
CIDE-SRE, 2006. En 1918, Venustiano Carranza detalló en su primer informe de gobierno como
Presidente Constitucional frente al Congreso, los principios que debían regir la conducta de los Estados
y por ende, de México: la igualdad soberana de los Estados; la no intervención en los asuntos internos
de los países; igualdad de extranjeros y nacionales frente a la ley, así como la diplomacia para promo-
ver los intereses generales de la civilización. Desde entonces, estos principios se han mantenido como
fundamento de la política exterior mexicana. La Doctrina Carranza no abarca todos los principios
del artículo 89, pero se convirtieron en un recurso valioso, además de la práctica mexicana en política
exterior en las décadas siguientes, para la formulación de los que serían incluidos posteriormente en
la Constitución.
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terior, además de dar un sentido de continuidad y seriedad a sus posiciones, que to-
man como base criterios ampliamente reconocidos por la comunidad internacional.
Asimismo, es favorable porque los hace visibles a los actores políticos mexicanos,
quienes pueden impedir el desvío de las normas jurídicas mexicanas y de los prin-
cipios del derecho internacional básicos por parte de los titulares del Ejecutivo y la
Cancillería, que están a cargo de su ejecución.39
Por otro lado, desde su incorporación ha prevalecido la inquietud con respecto a
si éstos limitan el campo de acción del Ejecutivo en la conducción de la política exte-
rior. Esta disyuntiva plantea el dilema erróneo sobre si debe establecerse una política
basada únicamente en principios o bien, una impulsada por intereses.
Perseguir intereses sin ubicarlos en un contexto más amplio de los fines genera-
les del Estado y sin asociarlos con principios legales o posiciones políticas sensatas,
puede conducir a acciones perjudiciales para el país y la comunidad internacional.
Del mismo modo, formular principios abstractos, sin un vínculo con los intereses
del Estado, puede parecer políticamente ingenuo. De ahí la necesidad de encontrar
un equilibrio entre principios e intereses, en especial, dada la creencia de que la vía
legal es la ideal para constituir un régimen de convivencia en la sociedad de Esta-
dos, que sin duda juega un papel instrumental para ello, pero ignora la naturaleza
política de los asuntos internacionales.40
39 Rabasa, Emilio O., “La política exterior de México en…”, op. cit.
40 Sepúlveda Amor, Bernardo, “Política exterior y orden constitucional: los fundamentos de una
política de Estado”, en Rabasa, Emilio O. (coord.), Los siete principios de política exterior…, op. cit., disponi-
ble en: http://bibliohistorico.juridicas.unam.mx/libros/4/1588/5.pdf.
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41 Velázquez Flores, Rafael, “La relación entre el Ejecutivo y el Congreso…”, op. cit.
42 Diario Oficial de la Federación del 6 de diciembre de 1977.
43 Esta modificación formó parte de la reforma política de ese mismo año, vital en la historia
democrática de México, pues con ella se introdujo el sistema mixto de representación proporcional,
se incrementó el número de diputados, y se redujeron los requisitos para que nuevos partidos políticos
obtuvieran su registro, entre otros elementos.
44 Diario Oficial de la Federación del 12 de febrero de 2007.
45 Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Informes de Actividades, primero y segundo años de
46 Hernández García, Joel, “Retos y avances en la armonización de la legislación mexicana con el
Estatuto de Roma”, Revista Defensor, México, núm. 7, año IX, julio, 2011, pp. 6-11.
47 Diario Oficial de la Federación del 20 de junio de 2005.
48 Preámbulo del Estatuto de Roma.
49 Diario de Debates del Congreso Constituyente…, op. cit., t. II, p. 628.
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50 Tesis (5a), Expulsión de Extranjeros, Semanario Judicial de la Federación, Quinta Época, México,
t. II, p. 146.
51 Artículos 5 y 6 de la Convención sobre Condición de Extranjeros de 1928, artículo 13 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, artículo 32 de la Convención sobre el Estatuto de los Re-
fugiados de 1971. De Dienheim Barriguete, Cuauhtémoc, “El artículo 33 de la Constitución y la expul-
sión de personas extranjeras”, en Ferrer Mac-Gregor y Caballero Ochoa (coords.), Derechos humanos en la
Constitución. Comentarios de jurisprudencia constitucional e interamericana, t. II, México, UNAM, 2013, p. 1638.
52 Becerra Ramírez, Manuel, “El artículo 33 constitucional en el siglo XXI”, en Cienfuegos Salga-
do y López Olvera (coords.), Estudios en homenaje a don Jorge Fernández Ruiz. Derecho constitucional y política,
México, UNAM, 2005.
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México reconoció el derecho al voto a la mujer en 1953.53 Desde 1947, las mujeres
podían votar sólo en elecciones municipales, bajo el argumento de “la semejanza
entre el municipio y la familia”.54 En 1952, el entonces presidente Adolfo Ruiz Cor-
tines envió un proyecto de reforma a los artículos 34 y 115, misma que fue apro-
bada por el Congreso y fue publicada el 17 de octubre de 1953, en el Diario Oficial
de la Federación.55
Esta reforma se gestó un año después de que las Naciones Unidas instaran a los
Estados miembros a reconocer los derechos políticos de las mujeres para fortalecer
la democratización, a través de la Convención sobre los Derechos Políticos de la
Mujer, aprobada el 20 de diciembre de 1952.56
En contraste, en el ámbito internacional, los mecanismos para fomentar la
igualdad de género se crearon desde 1946, con la Comisión de la Condición Jurídi-
ca y Social de la Mujer. Si bien los primeros instrumentos universales de derechos
humanos tienen como hilo conductor el derecho a la no discriminación, no fue hasta
1967 que se adopta en el seno de las Naciones Unidas la Declaración sobre la elimi-
nación de la discriminación de la mujer.57 Posteriormente, 1975 es declarado el Año
Internacional de la Mujer y México decide auspiciar la Primera Conferencia Mun-
dial sobre la Mujer, como un reflejo de su liderazgo y convicción por la igualdad de
género, en la Ciudad de México.
A través de esta conferencia se logran posicionar los temas de igualdad de gé-
nero dentro del diseño de políticas públicas.58 La lucha por la participación de las
mujeres rebasa el ámbito de lo político para abarcar otros sectores en los que las mu-
jeres tradicionalmente han quedado segregadas, como el ámbito económico, desde
una perspectiva del desarrollo.59
Hoy en día, la participación de la mujer en la política, ya sea ejerciendo su dere-
cho al voto o su derecho a ocupar cargos públicos, ha aumentado significativamente
en las últimas dos décadas, derivado de la sinergia de la política exterior de nues-
tro país en foros multilaterales y de los desarrollos en el marco jurídico interno. Esta
participación, si bien al no ser plena constituye una asignatura pendiente, se ha ex-
tendido a prácticamente todos los ámbitos de la vida nacional.
53 El primer país en reconocer este derecho a la mujer en América Latina fue Ecuador, en 1929.
Véase Galeana, Patricia, “Un recorrido histórico por la revolución de las mujeres mexicanas”, en
Galeana, Patricia et al., La Revolución de las mujeres en México, México, Instituto Nacional de Estudios
Históricos de las Revoluciones de México, 2014, p. 26.
54 Cano, Gabriela, “Sufragio femenino posrevolucionario”, en Galeana, Patricia, op. cit., p. 34.
55 Galeana, Patricia, op. cit., p. 27.
56 Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer, A/RES/640(VII).
57 Asamblea General de la ONU, Resolución 2263 (XXII), 7 de noviembre de 1967.
58 Tepinchín Valle, Ana María, Política pública, mujeres y género, México, El Colegio de México, p. 28.
59 Idem.
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60 El tema es de singular relevancia en la relación bilateral con Estados Unidos, especialmente a
partir de los últimos años, con el incremento de eventos violentos derivados de la lucha contra el cri-
men organizado y el narcotráfico.
61 Son inaplicables las condiciones establecidas en el artículo 10 de la Ley de Extradición Internacional, cuando
exista Tratado entre México y el Estado solicitante. Serie Decisiones Relevantes de la Suprema Corte de Jus-
ticia de la Nación, México, UNAM, 2007, pp. 15-31, disponible en: http://bibliohistorico.juridicas.unam.
mx/libros/6/2515/4.pdf.
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lombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, España, Estados Unidos, Francia, Grecia, Guate-
mala, Italia, India, Nicaragua, Países Bajos, Panamá, Paraguay, Perú, Portugal, República de Corea,
Reino Unido, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, vigentes hasta diciembre de 2015. México:
tratados en vigor 1836-2015, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2016, pp. XXI y XXII.
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Algunos de los criterios más importantes que fueron añadidos en 2011, son los
siguientes:
derechos humanos”, en Carbonell, Miguel y Salazar Ugarte, Pedro, op. cit., p. 30.
66 Salazar Ugarte, Pedro (coord.), La reforma constitucional sobre derechos humanos. Una guía conceptual,
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69 “Este método tiene como finalidad la armonización y complementariedad de las normas infe-
riores con las normas constitucionales y convencionales. El propósito principal de esta figura no es ser-
vir de instrumento para no aplicar o invalidar normas vigentes, sino la armonización entre las normas
nacionales e internacionales en materia de derechos humanos”. Ibidem, p. 21.
70 En la década de los treinta, como resultado de la Guerra Civil española, el presidente Cárdenas
abrió las puertas a los españoles que escapaban de la persecución política y el flagelo bélico; en los
setenta, se refugiaron en México una gran cantidad de sudamericanos que escapaban de los gobiernos
represivos de Chile, Argentina y Uruguay, y en los años ochenta, aquellos que buscaban refugiarse de
los graves conflictos armados en Centroamérica.
71 Engrose, Contradicción de Tesis 293/2011, p. 48.
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REVOLUCIÓN, CONSTITUCIÓN
Y CAMBIO CONSTITUCIONAL.
LA CONSTITUCIÓN UN SIGLO DESPUÉS
I. Introducción
L
a Constitución de 1917 genera juicios y opiniones diversas, incluso cada uno
de nosotros difícilmente tenga una opinión unívoca acerca de ella. Todo de-
penderá del aspecto que sometamos a análisis. Nadie podrá negar su impor-
tancia para el constitucionalismo mexicano y del mundo, tampoco es posible soslayar
que los proyectos constitucionales plasmados en ese documento tuvieron cierto y re-
lativo éxito, por lo menos y pensando en los más escépticos, para mitigar el torrente
revolucionario y encauzarlo institucionalmente y, de acuerdo con los más optimistas,
para asegurar la paz social durante décadas, permitir la generación de una importan-
te clase media, el desarrollo económico e impulsar la educación, la protección de la
salud, así como otras variables de tipo social.1
Las divergencias en torno a ella persisten. Algunos dudan de su identidad; la
gran cantidad de reformas han dado paso hace ya tiempo a un nuevo documento;
otros reniegan de su forma; el desorden y la falta de sistematicidad de las sucesivas
reformas privan al texto de coherencia y consistencia; muchos otros dudan de su
efectividad, la pobreza, las desapariciones forzadas entre tantas tragedias que nos
duelen, generan dudas al respecto.
1917 en su septuagésimo quinto aniversario, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1992,
p. XV.
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En este breve trabajo nos proponemos brindar elementos para clarificar las du-
das apuntadas y fortalecer nuestro compromiso con los ideales constitucionales ex-
presados en nuestra carta magna.
Para lograr los objetivos apuntados, dividiremos nuestro trabajo en tres seccio-
nes: primero, daremos cuenta de los orígenes de la Constitución y enfatizaremos
las diversas y divergentes tradiciones constitucionales que sustentaron las distintas
facciones revolucionarias y que fueron incluidas en ella, para así dar cuenta de la
síntesis ideológica exitosa que representó la Constitución. En segundo lugar, senta-
remos algunas ideas en relación con el largo proceso de reformas y cambio constitu-
cional experimentado por el texto original para resaltar la capacidad adaptativa de
la Constitución. Por último, ofreceremos algunas ideas en aras de robustecer nuestra
convicción acerca de la Constitución como marco y catalizador desde el cual reali-
zar los cambios que México necesita.
2 Portillo Valdés, José M., El constitucionalismo en América Latina, México, El Colegio de México,
2016, p. 196.
3 Gargarella, Roberto, La Sala de máquinas de la Constitución. Dos siglos de constitucionalismo en América
la sombra de la cual se ha consolidado la nacionalidad mexicana; que entró en el alma popular con
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apuntar que Carranza había ya dictado ciertas leyes para mejorar la situación de los
desposeídos.7 El otro proyecto constitucional que impulsó la revolución fue de más
claro contenido social. Este podría ser representado por el Plan de Ayala impulsado
desde el zapatismo. Allí se expresó con claridad el plan de reforma agraria que se
impulsaba.8
Amén de la pérdida de fuerza de las facciones más radicales a partir de 1916, la
Revolución ya tenía una clara impronta social que debió ser materializada y de
la cual el nuevo orden constitucional se hizo en parte cargo.
Las diversas visiones tuvieron, en diferente grado, cierto nivel de representación
en el seno del Congreso Constituyente: los radicales: representados por Francis-
co Mujica, Heriberto Jara, Hilario Medina, entre otros, impulsaron la agenda del
constitucionalismo social y los renovadores, cercanos a las posiciones de Carranza,
y entre los que cabe mencionar a José Natividad Macías, Luis Manuel Rojas, Félix
Palavicini y Alfonso Cravioto.9 Luego de semanas de intensos debates el 31 de ene-
ro de 1917 concluyó el periodo único de sesiones y el 5 de febrero se promulgó la
Constitución sobre la base del texto presentado por Carranza pero con importantes
adiciones y modificaciones.
En relación con la organización del poder, el proyecto aprobado mantuvo en
esencia el sistema establecido por la Constitución del 57. Sin duda fue en el aspecto
social, en el que se generaron las mayores modificaciones. El artículo 27 abandonó
el clásico entendimiento liberal e individualista de propiedad e incorporó una con-
la guerra de la Reforma, en la que se alcanzaron grandes conquistas, y que fue la bandera que el
pueblo llevó a los campos de batalla en la guerra contra la intervención, lleva indiscutiblemente en sus
preceptos, la consagración de los más altos principios, reconocidos al fulgor del incendio que produjo la
revolución más grande que presenció el mundo en las postrimerías del siglo XVIII…”. “No hay mexi-
cano que no conozca todos los escándalos causados por las violaciones flagrantes a la Constitución de
1857, esto demandaría exposiciones prolijas, del todo ajenas al carácter de una reseña breve y sumaria
de los rasgos principales de la iniciativa que me honro hoy en poner en vuestras manos para que la
estudiéis con todo el detenimiento y con todo el celo que de vosotros espera la nación”. ”En la parte
expositiva del decreto de 14 de septiembre del corriente año, en el que se modifican algunos artícu-
los de las adiciones al Plan de Guadalupe, expedidas en la heroica Veracruz el 12 de diciembre de
1914, expresamente ofreció el gobierno a mi cargo que en las reformas a la Constitución de 1857, que
iniciaría ante este Congreso, se conservaría intacto el espíritu liberal de aquella y la forma de gobierno
en ella establecida, que dichas reformas sólo se reducirían a quitarle lo que la hace impracticable, a
suplir sus deficiencias, a disipar la oscuridad de algunos de sus preceptos, y a limpiarla de todas sus
reformas que no hayan sido inspiradas más que en la idea de poderse servir de ella para entronizar la
dictadura”. Mensaje del Primer Jefe ante el Constituyente de 1916.
7 El 12 de diciembre de 1914, Carranza expide en Veracruz las adiciones al Plan de Guadalupe
en donde expresa un plan de reformas para lograr la igualdad social entre los mexicanos. Como con-
secuencia de la fijación de tal objetivo, se expiden en Veracruz leyes Agraria y Obrera, la abolición de
las tiendas de raya, entre otras.
8 “En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos mexicanos no son más dueños
que del terreno que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar en nada su condición
social, ni poder dedicarse a la industria ni a la agricultura, por estar monopolizadas en unas cuantas
manos las tierras, montes y aguas, por esta causa se expropiarán, previa indemnización de la tercera
parte de esos monopolios…”. Plan de Ayala, artículo 7.
9 Fix-Zamudio, Héctor y Valencia Carmona, Salvador, Derecho constitucional mexicano y comparado,
Desde hace tiempo en México tenemos problema con la identidad de nuestra Cons-
titución. Dudamos antes acerca de si la Constitución de 1917 era en realidad la
Constitución del 57 reformada o si era una nueva Constitución y dudamos ahora
acerca de si la Constitución que rige en el México de 2016 es la Constitución del 17
o bien, la gran cantidad de reformas que ha experimentado, la han convertido en
una nueva Constitución.
Sucede que en realidad si bien la Constitución de 1917 se anunció como el pro-
ducto de una reforma a la Constitución del 57, su origen revolucionario nos indica
que estaríamos ante una nueva Constitución, y en relación con lo sucedido luego, la
Constitución del 17 ha sido tantas veces reformada y de manera tan sustancial que
la actual Constitución del México de 2016, se parece ya poco a aquella Constitución
surgida del fuego revolucionario. Por supuesto que las respuestas que buscamos no
se encontrarán sólo con criterios formales. Bajo esa luz, las respuestas serían fáciles
pero insuficientes. Como sea, podemos dejar de lado este tema y avocarnos a otra
cuestión referida a la adaptabilidad de la Constitución del 17. En nuestro país, a
diferencia de otros, el cambio constitucional se ha dado principalmente a través del
proceso de reforma constitucional establecido. Es decir, cada vez que se ha querido
realizar un cambio constitucional, se ha necesitado modificar el texto de nuestra
Constitución. Esto ha implicado que desde 1917 a la fecha, nuestra Constitución ha
10 Un estudio pormenorizado del proceso de amalgama se puede estudiar en Cossío Díaz, José
11 Conforme a los datos recogidos en la obra: Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Texto reordenado y consolidado. Anteproyecto, Fix-Fierro, Héctor y Valadés, Diego (coords.), México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2016.
12 García Ramírez, Sergio, “Análisis jurídico. Las reformas a la Constitución vigente”, en Galeana,
Patricia (comp.), México a través de sus Constituciones, México, Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 340.
13 García Ramírez, Sergio, op. cit., p. 341.
14 Zaid, Gabriel, “La prueba del siglo”, en Letras Libres, 9 de diciembre de 2016. Disponible en:
www.letraslibres.com/mexico-espana/la-prueba-del-siglo.
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V. Conclusiones
La Constitución tiene muchas cualidades remarcables. Supo hacerse cargo del plu-
ralismo ideológico imperante en sus orígenes. Al paso de los años, fue capaz de
adaptarse a los cambios provenientes del sistema político y jurídico y al mismo tiem-
po dotar de impulso a las transformaciones requeridas. Ahora, los actores políticos y
jurídicos deben lograr que ella siga siendo marco que posibilite asumir el hecho del
pluralismo y que su adaptabilidad no sea una amenaza para que la identidad cons-
titucional sea develada a los ciudadanos de a pie. Ambos son imperativos para una
sociedad que busca ser verdaderamente democrática.
VI. Bibliografía
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LA EVOLUCIÓN CONSTITUCIONAL
EN EL MÉXICO DEL SIGLO XX
I. Introducción
M
ucho agradezco la invitación del Instituto de Investigaciones Jurídicas de
la UNAM —sin duda alguna el centro por excelencia de los estudios ju-
rídicos, particularmente los constitucionales, en nuestro país—, a través
de su Director, el destacado constitucionalista y filósofo del derecho Pedro Salazar
Ugarte, para formular la presente contribución. Es este un trabajo de investigación y
reflexión constitucional que se inscribe en el conjunto de actividades que lleva a cabo
el Congreso de la Unión, en especial la Cámara de Senadores, con motivo del primer
centenario de la Constitución de 1917, en las que desde luego ha participado de di-
ferentes maneras la Comisión de Puntos Constitucionales que me honro en presidir.
En diversos actos y exposiciones públicas he expresado de manera invariable,
y ahora lo reitero, que el texto de nuestra Constitución promulgada el 5 de febrero
de 1917 es un texto vivo, actuante, vigente, que gracias a su constante actualización
mantiene su eficacia como instrumento de gobierno y como eje rector de las políti-
cas públicas que derivan del ordenamiento jurídico nacional. Puesto que, como ya
lo he expresado y publicado, “Si la política es ante todo, una búsqueda de acuerdos
entre los componentes sociales para asomarse al tiempo futuro con sentido de viabi-
lidad; hoy nuestra Constitución representa no sólo el mejor sino el único camino, el
basamento para un gran acuerdo social y político”.1
* Senador de la República por el estado de Querétaro. Presidente de la Comisión de Puntos Cons-
titucionales durante las Legislaturas LXII y LXIII del Congreso de la Unión.
1 La Constitución. Análisis rumbo a su centenario, 13 al 15 de abril de 2015. Temas estratégicos del Senado, t. 7,
2 Tratado de Paz, Amistad y Comercio suscrito por México y España el 28 de diciembre de 1836.
3 Firmados por Juan O’Donojú y Agustín de Iturbide el 24 de agosto de 1821.
4 Plan de Independencia de la América Septentrional, proclama de don Agustín de Iturbide lan-
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LX Legislatura, 2007.
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más relevantes —los cuales constituyen la evolución constitucional que se nos invita
a comentar— habremos de analizarlos después de formular una conceptualización
de los cambios constitucionales en el ámbito latinoamericano y las tendencias actua-
les de dicho cambio en las democracias contemporáneas.
25 Me refiero no sólo al ejecutivo colegiado de las Constituciones del Directorio y del Consulado
que recoge la Constitución de Apatzingán, sino también al modelo oscilatorio o cohabitación entre
el ejecutivo y la asamblea nacional de la actual Constitución de 1958 que, a su vez, se recogió en el
artículo 122 de la Constitución de 1917 reformada en 1993 y vigente hasta las reformas de 1996, para
efecto de gobierno local de la Ciudad de México; modelo que por cierto nunca entró en aplicación.
26 Por ejemplo, la elección indirecta inicialmente en cuarto grado en la Constitución de Apatzin-
gán de 1814, más tarde en tercer grado en las Constituciones de 1824, 1836 y 1843. La Constitución
de 1857 establece la elección indirecta en primer grado para los titulares de los tres poderes de la
Unión Federal.
27 Cfr. La sala de máquinas de la Constitución. Dos siglos de constitucionalismo en América Latina (1810-2010),
pp. 13 y ss.
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28 El publicista argentino Bartolomé Mitre, escribe Gargarella, veía en toda América Latina la
prevalencia de tres grandes facciones políticas: liberal, conservadora y radical.
29 Op. cit., p. 43.
30 De unas y otras fue partidario Lucas Alamán, a efecto de lograr un ejecutivo fuerte frente al
Gargarella.
32 De 17 y 19 de diciembre de 1857.
33 Ibidem, p. 188.
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34 Cfr. Carpizo, Jorge, El presidencialismo mexicano, México, Siglo XXI Editores, 1984.
35 Cfr. Maquiavelo, El Príncipe, México, Porrúa, 1985.
36 Cfr. Duverger, Maurice, Instituciones políticas y derecho constitucional.
37 Cfr. Sartori, Giovanni, Ingeniería constitucional comparada, pp. 97 y ss.
38 Publicado en: Cátedra Nacional de Derecho Jorge Carpizo. Reflexiones constitucionales, pp. 3 y ss.
39 Salazar Ugarte, Pedro, La democracia constitucional. Una radiografía teórica, México, Fondo de Cultu-
el ideal de la autonomía política, así como ante la tensión entre el contenido de las
decisiones y la forma en que son adoptadas, o bien, entre los principios de suprema-
cía y rigidez y los poderes democráticos, así como entre los jueces constitucionales y
los órganos representativos democráticos.
Cuando el péndulo se inclina hacia la democracia, los defensores de la demo-
cracia enfrentan la tensión entre el principio de autonomía política y el conjunto
de derechos fundamentales; también entre el contenido de las decisiones y la forma
en que son adoptadas; igualmente entre los principios de supremacía y rigidez y los
poderes democráticos; de la misma forma que entre los jueces constitucionales y
los órganos representativos democráticos.
En búsqueda del equilibrio, el autor propone ante la primera tensión: la justifi-
cación de algunos derechos como límites a la autonomía política; ante la segunda: la
pertinencia de distinguir entre las dos fuentes de legitimidad de las decisiones; ante
la tercera, la rigidez moderada de la Constitución; ante la cuarta, un control juris-
diccional de constitucionalidad moderado.
La viabilidad de estos equilibrios fue sorprendida por la sentencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, la reforma constitucional del 10 de junio
de 2011 en materia de derechos humanos, el nuevo modelo de control de cons-
titucionalidad y convencionalidad en el expediente varios 912/2010 resuelto por
el Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la contradicción de tesis
de 293/2011 y los criterios jurisprudenciales que de dichos asuntos se han derivado.
40 Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Texto reordenado y consolidado. Estudio académico.
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41 Varios autores, Temas y tendencias del constitucionalismo contemporáneo, México, UNAM, Instituto de
V. Reflexiones y conclusiones
ro de 1976 fue la base para expedir la Ley General de Asentamientos Humanos publicada en el DOF
de 26 de mayo de 1976.
45 Es el caso del Código Nacional de Procedimientos Penales (DOF de 5 de marzo de 2014)
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ante la ley del varón y la mujer), 18 de marzo de 1980 (derechos de los menores), 3 de febrero de 1983
(protección de la salud), 7 de febrero de 1983 (vivienda digna y decorosa), 28 de enero de 1992 (compo-
sición pluricultural de la nación mexicana), 28 de junio de 1999 (medio ambiente adecuado), 7 de abril
de 2000 (derechos de niños y niñas), 12 de noviembre de 2002 (educación preescolar), 30 de abril de
2009 (acceso a la cultura), 12 de octubre de 2011 (cultura física y deporte) (interés superior de la niñez),
13 de octubre de 2011 (alimentación nutritiva, suficiente y de calidad), 8 de febrero de 2012 (derecho
al agua), 9 de febrero de 2012 (educación media superior), 26 de febrero de 2013 (Servicio Profesional
Docente), 17 de junio de 2014 (derecho a la identidad), entre otras reformas.
67 Reformas publicadas en el DOF de 6 y 10 de junio de 2011.
68 Reforma publicada en el DOF de 14 de agosto de 2001.
69 Reforma publicada en el DOF de 6 de enero de 1992.
70 Reformas publicadas en el DOF de 6 de diciembre de 1977, 20 de julio de 2007, 13 de noviem-
junio de 1999.
75 Reformas publicadas en el DOF de 3 de febrero de 1983, 7 de abril de 2006, 5 de junio de 2013
y 10 de febrero de 2014.
76 Reforma publicada en el DOF de 20 de diciembre de 2013.
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LA EVOLUCIÓN POLÍTICO-INSTITUCIONAL
DE LA CIUDAD DE MÉXICO
I. Introducción
L
a Ciudad de México parece cobrar vida en la mitad de 2016. Como si se tra-
tara de un gran fantasma, cuya presencia no ha sido específicamente percibida
a lo largo de nuestra historia, no obstante el lugar central que ha ocupado en
el desarrollo político y económico del país, los estudios políticos y constitucionales de
la Ciudad de México comenzaron en fechas relativamente recientes1 y por muchos
años se vio simplemente como el escenario de grandes acontecimientos y no como
una realidad que generó o condicionó fenómenos sociales muy particulares.2 Más
aún, Soledad Loaeza explica que la naturaleza de la entidad como sede de los poderes
federales, exenta de una naturaleza política propia, la hicieron ver como un territorio
neutral donde todas las fuerzas políticas podían convivir sin que se convirtiera en
Historia Mexicana, El Colegio de México, vol. XLV, núm. 1 (177), julio-septiembre, 1995, pp. 99-142.
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La capital del país sufrió un complejo proceso de definiciones a partir del periodo
posrevolucionario que inició en la segunda mitad de la década de 1920. Mientras
que fue utilizada como el escenario natural de los gobiernos y el nuevo Estado na-
cional, al mismo tiempo fue ignorada su identidad autónoma. Fue el más importan-
te escenario de la propia reconstrucción nacional que harían los gobiernos victorio-
sos de la Revolución, pero totalmente avasallado como espacio político con formas
propias de organización. Siguiendo una tradición histórica del siglo XIX, el diseño
constitucional del Distrito Federal como sede de los poderes federales se ajustaba de
3 Ibidem, p. 100.
4 Loaeza, Soledad, op. cit., p. 105, y Delgadillo Rodríguez, Fausto, “La democratización del Distri-
to Federal: proceso inacabado”, Estudios políticos, México, UNAM, Sexta Época, núm. 28, septiembre-
diciembre, 2001.
5 Concha Cantú, Hugo Alejandro, “La reforma constitucional en México: ¿flexibilidad o disfun-
cionalidad del modelo democrático constitucional?”, en Derechos del pueblo mexicano, México, UNAM-
Porrúa-Cámara de Senadores-INE (en prensa), 2016.
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manera idónea a esos propósitos, como una estructura subordinada política y legal-
mente a los propios poderes centrales. Si la reconstrucción política del país pasaba
por la asunción de un poder central fuerte y prácticamente ilimitado a pesar de las
instituciones establecidas en el texto constitucional, la reconstrucción urbana siguió
la misma suerte.
El Distrito Federal era considerado el espacio natural del Presidente, de sus
políticas, de sus actos y de sus discursos. Sin embargo, en un principio, en la nueva
fórmula constitucional del 17, el gobierno de la ciudad permanecía con una doble
naturaleza, pues si bien era sede de los poderes federales, la capital contaba con go-
biernos municipales. Esta autonomía no duraría ante las nuevas necesidades de con-
trol de los nuevos gobiernos. En abril de 1928, siendo aún presidente Plutarco Elías
Calles, el presidente electo, general Álvaro Obregón promovería entre la mayoría de
los diputados federales, los cuales le eran adeptos, una reforma constitucional que
suprimía los municipios pues la mayoría de los presidentes municipales6 de la Ciu-
dad de México y sus contornos se oponían a su reelección.7
La desaparición del débil gobierno local no sólo obedeció al castigo a los funcio-
narios capitalinos, sino a una desconfianza generalizada hacia la ciudad, por parte
de los que llegaban a ella. La Ciudad de México, en su inmensidad económica,
tanto comercial, empresarial e industrial, así como por su particular fuerza social y
cultural, se imponía frente a los grupos revolucionarios que venían del interior
del país. La idea de despojarla de cualquier vestigio de fuerza propia era vista como
el camino para controlarla.
Con la errática reforma que Obregón no llegaría a ver, pues murió asesinado
el 17 de julio de 1928 y la declaración de aprobación de las legislaturas locales se
hizo en el Congreso el día 30 de agosto.8 A partir de ese momento la Ciudad de
México quedaba total y directamente bajo el poder presidencial.9
6 INEGI, Distrito Federal, División Territorial de 1810 a 1995, México. Estos eran Guadalupe Hi-
dalgo, Azcapozalco, Itztacalco, General Anaya, Coyoacán, San Ángel, Magdalena Contreras, Cua-
jimalpa, Tlalpan, Iztapalapa, Xochimilco, Milpa Alta, Tláhuac, Tacubaya, Mixcoac. Una vez que
pasaron a ser delegaciones éstas eran 13: Guadalupe Hidalgo, Azcapozalco, Itztacalco, General
Anaya, Coyoacán, San Ángel, Magdalena Contreras, Cuajimalpa, Tlalpan, Iztapalapa, Xochimilco,
Milpa Alta, Tláhuac, así como un Departamento Central de México que incluía a tres municipios más:
Tacuba, Tacubaya, Mixcoac.
7 Loaeza ilustra que la inestabilidad del gobierno municipal en los años veinte fue producto de los
“en todo lo relativo al Distrito Federal” conforme a cinco bases. La primera de éstas no dejaba duda
al señalar “el Gobierno del Distrito Federal estará a cargo del Presidente de la República, quien lo
ejercerá por conducto del órgano u órganos que determine la ley respectiva”. Madrazo, Jorge y Ríos
Estavillo, Juan José, “Distrito Federal”, en Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano, México, Porrúa-UNAM,
2000, pp. 1375-1382.
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10 La intención que se buscó con esta figura era claramente la de un control político absoluto del
espacio de la capital por parte del Presidente ya que la figura del Departamento Administrativo se creó
en la Constitución de 1917 en los artículos 90 y 92 como órganos del Poder Ejecutivo cuyas funciones
no tenían que ver con actividades políticas, y en cambio eran funciones totalmente administrativas. El
diputado Luis Manuel Rojas, Presidente de la segunda comisión del Congreso Constituyente de Que-
rétaro, en la sesión vespertina del martes 16 de enero de 1917, se refería a éstos, “al segundo grupo de
órganos del ejecutivo, o sea los meramente administrativos, corresponde la creación de una nueva clase
de entidades que se llamarán departamentos administrativos, cuyas funciones en ningún caso estarán
ligadas con la política, sino que se dedicarán única y exclusivamente al mejoramiento de cada uno de
los servicios públicos, dependerán directamente del jefe del Ejecutivo, no refrendarán los reglamentos
y acuerdos relativos a su ramo, no tienen obligación ni facultad de concurrir a las Cámaras a informar
ni se les exigen constitucionalmente cualidades determinadas para poder ser nombrados; el presidente,
que tiene la facultad de nombrarlos, queda con el derecho de calificar sus aptitudes que deben ser
principalmente de carácter profesional y técnico”, Diario de los Debates, t. II, pp. 477 y 478, citado por
Fernández Ruiz, Jorge, “Departamento Administrativo”, Nuevo Diccionario Jurídico Mexicano, México,
Porrúa-UNAM, 2000, p. 1073.
De esa manera el artículo 90 constitucional establecía: “Para el despacho de los negocios de com-
petencia del Poder Ejecutivo, habrá las siguientes secretarías: de Estado; Hacienda y Crédito Público;
de Tierras y Aguas, Colonización e Inmigración; Trabajo, Industria y Comercio; de Comunicaciones
y Obras Públicas; de Guerra; de Marina. Habrá también departamentos administrativos dependientes
directamente del presidente, para los ramos de correos y telégrafos, de salubridad general e instrucción
pública, y los demás que lo requiera. La ley determinará la distribución de los negocios, tanto con re-
lación a los secretarías, como de los departamentos administrativos, tomando los negocios que deban
ocuparse de los que hayan quedado al conocimiento de las secretarías”. Y el artículo 92: “Todos los
reglamentos, decretos y órdenes del presidente, deberán ir firmados por el secretario del Despacho
encargado del ramo a que el asunto corresponda, y sin estos requisitos no serán obedecidos. Los re-
glamentos, decretos y órdenes del presidente, relativos al gobierno del Distrito Federal y a los departa-
mentos administrativos, serán enviados directamente por el presidente al gobernador del distrito y al
jefe del departamento administrativo”.
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de 1939, fue descrita por la prensa de la época como ‘un río de optimismo’, y nuevamente la jornada
electoral fue interrumpida por irregularidades, robo de urnas y violencia”, Idem.
13 “Aunque la Comisión Nacional Electoral le reconoció a Henríquez el porcentaje más alto que
jamás se le había reconocido a ningún candidato de oposición, cerca de 15%, no le atribuyó mayoría
en ninguna de las entidades federativas del país, pero nada más en el Distrito Federal la oposición en
su conjunto obtuvo 51% y el FPP (Federación de Partidos del Pueblo Mexicano) en particular 28%”,
Loaeza, ibidem, p. 118.
14 El Frente Democrático Nacional estaba compuesto por los cuatro partidos PARM, PPS, PMS y
FCRN. Con números oficiales Cárdenas, como candidato opositor, ganó por primera vez en la historia
electoral del país cinco entidades completas, entre las que estuvo el Distrito Federal (Baja California
Norte, Estado de México, Michoacán y Morelos). Para mayor profundidad ver a Molinar, J. y Wel-
don J., “Elecciones de 1988 en México: crisis del autoritarismo”, Revista mexicana de opinión pública,
UNAM, 2014, núm. 17, julio-diciembre, 2014, pp. 177-178.
15 Loaeza, op. cit., p. 109.
16 Loaeza desarrolla con amplitud esta política de integración social particularmente con asocia-
ciones de colonos y barrios dirigida a captar e integrar a los cuantiosos números de inmigrantes en
la ciudad de una forma pragmática de intercambio de bienes y apoyo político, pero que también expli-
ca el desordenado crecimiento urbano, op. cit., pp. 121-122.
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acabarían ligados, con el paso del tiempo, a algunas fuerzas políticas en su mayoría
con los partidos de izquierda.
En la década de los ochenta, era patente el debilitamiento del PRI como el
gran gestor de negociaciones con los movimientos urbanos, y frente a una pobla-
ción de más de 14 millones de habitantes en la zona metropolitana. No sólo se ha-
bían debilitado las capacidades de proveedor y gestor al partido frente al gobierno
por el dramático aumento poblacional, sino que la crisis económica repercutió fa-
talmente en el crecimiento económico de la capital. Además, la memoria de la re-
presión de los movimientos estudiantiles de los años anteriores había producido una
ruptura en los intercambios entre movimientos y gobierno. Adicionalmente las or-
ganizaciones gremiales, sustento del partido oficial en la ciudad, ya no era el espacio
que ofrecía la mejor estructura ocupacional, pues había sido desplazado por otras
formas en el sector de servicios.
Aun cuando el descontento capitalino acumulado por la difícil situación del país no
tuvo una expresión importante en las elecciones de julio de 1985, los sismos de sep-
tiembre sí pusieron al descubierto la incapacidad de las autoridades para enfrentar
el desastre, así como la importante red de organizaciones civiles, vecinales, religiosas
y gremiales que salieron a la luz de manera mejor organizada que la oficial.
Esta difícil situación para el control y administración de la ciudad, tuvo que
ser canalizada hacia una primera reforma política en la ciudad en 1987, como una
respuesta preventiva de lo que podía acontecer frente a las elecciones presidenciales
de 1988.
Esta reforma constitucional, publicada en agosto de 1987, fue la primera trans-
formación de fondo a la estructura de la capital, la cual liberalizó el modelo existen-
te, es decir, abrió varios de los candados y mecanismos de control y subordinación
existentes. No puede decirse que democratizó a la capital pues en realidad el modelo
de subordinación a los poderes federales continuó aun con la creación de lo que se-
rían las principales instituciones políticas en la ciudad. El elemento más importan-
te a destacar fue la creación del primer órgano legislativo, si bien acotado, para la
capital: la Asamblea de Representantes. Se trataba de un órgano de representación
ciudadana en el Distrito Federal dotado con facultades limitadas: para iniciar leyes
ante el Congreso de la Unión en materias relativas al Distrito Federal, dictarse su
reglamento interior, dictar bandos y ordenanzas (reglamentación secundaria), pro-
poner al Ejecutivo Federal la atención de problemas, citar a servidores públicos del
gobierno de la ciudad, convocar a consultas públicas y aprobar los nombramientos
efectuados por el Jefe de Gobierno de magistrados del Tribunal Superior de Justicia.
Por lo que tocaba al poder ejecutivo de la ciudad, Jefe del Departamento del
Distrito Federal, seguía siendo dependiente del Ejecutivo Federal, si bien ahora en
el nombramiento o remoción intervenía el Senado de la República.
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17 Si bien la reforma política de 1977 incluyó en el texto constitucional otorgar a los habitantes del
Distrito Federal las figuras de referéndum e iniciativa popular, esta reforma nunca fue reglamentada y
por lo tanto aplicada, Madrazo y Ríos Estavillo, op. cit., p. 1379.
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tamento del Distrito Federal con la difícil tarea de reconquistar la ciudad y simultá-
neamente abrir puertas de distensión y diálogo con los partidos de oposición.
En 1991, año de elecciones federales intermedias, el PRI logró recuperar todas
las diputaciones de mayoría, así como la senaduría en disputa del Distrito Federal.
Una vez logrado este primer objetivo, Camacho Solís inició un proceso de diálogo
con las principales fuerzas políticas para llevar a cabo la reforma política de la ciudad.
En abril de 1992, durante su comparecencia anual para presentar su informe de
gestión en la Asamblea de Representantes, el Jefe del Departamento del Distrito Fede-
ral anunció un proceso de democratización de la ciudad, para el cual se instalaría en
octubre de ese año una “Mesa de Concertación para la Reforma Política del Distrito
Federal”, donde participaron el gobierno de la ciudad, los partidos políticos, organi-
zaciones y asociaciones vecinales e instituciones académicas. El resultado final de este
proceso fue un “Anteproyecto de reforma y adiciones a la Constitución Política para
la reforma política de la Ciudad de México” que se presentó el 22 de junio de 1993.18
De esta manera el 25 de octubre de 1993 se aprobó una importante reforma
constitucional en el proceso de democratización de la ciudad que contó con el apoyo
amplio de los partidos existentes en ese momento. A partir de ella, el artículo 122 se
convirtió en la disposición constitucional que regularía al Distrito Federal. Su conte-
nido anterior pasaría al actual artículo 119.
La reforma desapareció al Departamento del Distrito Federal que venía exis-
tiendo desde 1928. Ahora el gobierno de la capital quedaría a cargo de los Poderes
Federales (y no del Ejecutivo Federal), quienes lo ejercerían por sí y a través de ór-
ganos de gobierno del Distrito Federal, democráticos y representativos, que serían
la Asamblea de Representantes, el Jefe del Distrito Federal y el Tribunal Superior de
Justicia del Distrito Federal.
La reforma de 1993 abría las puertas a numerosos cambios, si bien establecía
una ruta progresiva para hacerlo. Ahí estaba la habilidad y estrategia política de
Camacho Solís,19 al comprometerse a llevar a cabo cambios, pero de manera en que
éstos se fueran presentando en paralelo con su propio afianzamiento en el poder
como Jefe del Departamento del Distrito Federal y eventualmente como aspirante
a la candidatura presidencial que sucediera a Salinas de Gortari. Ese punto sería
donde la reforma fracasaría pues las expectativas y presiones para el cambio por
parte de las fuerzas políticas de la ciudad no esperarían a los tiempos planteados
por la misma (siguiendo la estrategia de Camacho), y una nueva reforma en 1996 se
adelantaría a las disposiciones pactadas en 1993.
Cabe, sin embargo, subrayar que la estrategia de “concertación” o de negociación
previa a los procesos legislativos utilizada por el equipo de Camacho Solís sería el ca-
mino, quizá el único, que traería resultados exitosos para las reformas políticas sub-
18 Delgadillo Rodríguez, op. cit., p. 129; Treviño Abate, Amado, “Pasado, presente y futuro de la
Asamblea de Representantes del Distrito Federal”, Quorum, 1997, p. 33; o la colaboración de Becerra
en Emmerich, Gustavo, op. cit.
19 Los operadores de Manuel Camacho Solís para llevar a cabo la reforma política del Distrito
Federal fueron Marcelo Ebrard Casaubón, quien fuera Secretario General de Gobierno del DDF e
Ignacio Marván Laborde, quien fue el Coordinador General de la Reforma.
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política del país. Zedillo había sido nombrado candidato del PRI a la Presidencia de
la República tras el asesinato del candidato priista Luis Donaldo Colosio en marzo
y el levantamiento indígena en Chiapas en enero, mes en que entraba en vigor el
nuevo Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.20
Para lograr un proceso electoral estable en medio de la crisis política, el go-
bierno de la República pactó con todos los partidos de oposición una importante
reforma político-electoral en 1994 a través de la cual se ciudadanizaba el órgano
encargado de organizar las elecciones federales, pero, sobre todo, se pactaba con las
distintas fuerzas políticas llevar a cabo una reforma política profunda y definitiva
como compromiso del nuevo gobierno, que se firmaría como Acuerdo Político Na-
cional para llevar a cabo la reforma del Estado. La reforma política del Distrito Fe-
deral formaría parte de estas mesas de discusión, que finalmente, después de muchos
meses de discusión y negociación, se materializarían en un Proyecto de Reforma
Constitucional en Materia Electoral y del Distrito Federal, firmado por el gobierno
federal, el PRI, el PAN, el PRD y el PT.21
La reforma de 1996 dio un paso definitivo en la apertura o liberalización del
Distrito Federal. Sin llegar a la plena democratización del mismo, lo que hubiera
significado romper toda vinculación de dependencia o subordinación política con
los poderes federales y dar plena autonomía a los capitalinos para que desarrollaran
su marco gubernativo y jurídico (lo que no necesariamente significaría dejar de ser
la sede de los poderes federales) de conformidad con los lineamientos y principios
generales de la Constitución política, la reforma de 1996 avanzó en esa ruta. Fue
una reforma que consolidó el espacio de la capital como un lugar político con diná-
mica específica y con vías para la participación política aunque ésta fuera limitada.
La reforma cambió la naturaleza del Jefe del Distrito Federal. Ahora, el “Jefe de
Gobierno” de la ciudad sería electo por sus habitantes terminando con la influencia
que antes existía por parte del Ejecutivo Federal, aunque ésta se había limitado en la
reforma anterior. En caso de falta absoluta del Jefe de Gobierno, la Asamblea sería
el órgano encargado de nombrar sustituto.
El principio del sufragio universal, libre y secreto llegaría también para elegir a
los delegados políticos de la ciudad, a partir de 2000. La facultad de nombramiento
hasta entonces la tenía el Ejecutivo local, con aprobación de la Asamblea.
El Jefe de Gobierno del Distrito Federal gozaba ahora de plenas facultades para
dirigir la seguridad pública en la ciudad, mientras que anteriormente lo hacía por
delegación del Ejecutivo Federal.
El Ejecutivo Federal dejó de tener facultad de iniciar leyes y decretos ante la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
20 Por si esos acontecimientos no fueran lo suficientemente difíciles, el 28 de septiembre del mismo
año, moría asesinado el Secretario General del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, quien sería el nuevo
coordinador parlamentario de la fracción del PRI en la Cámara de Diputados, un político renombra-
do y cercano al grupo de Salinas de Gortari. Igualmente, en diciembre del mismo año, a tan sólo dos
semanas de iniciar la Presidencia de Ernesto Zedillo, se produjo una crisis financiera sólo comparable
a la suscitada por la crisis petrolera en 1982.
21 La Reforma constitucional sería publicada el 22 de agosto de 1996.
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22 Ambas figuras de participación directa (conocidas en la doctrina como de democracia semi-
directa), se incluyeron con una serie de limitaciones. En lo que toca a la iniciativa popular, ésta no
podría llevarse a cabo en materias tributaria, fiscal, o de egresos del Distrito Federal, régimen interno
de la administración pública del Distrito Federal, régimen interno de la Asamblea Legislativa o su
Contaduría Mayor de Hacienda, regulación interna de los tribunales, o cualquier otra determinada
en otras leyes. El plebiscito que podía organizar el Jefe de Gobierno para consultar a la ciudadanía,
estaba exceptuado en las materias tributarias, fiscales, de egresos, régimen interno de la administración
pública, actos obligatorios, o bien cualquier otra excepción establecida en otras leyes. Véase Delgadillo
Rodríguez, op. cit., pp. 138 y 139.
23 López Velázquez, Mauricio, “Esfuerzos precedentes: intentos fallidos para una Constitución
en el DF”, Configuraciones, Instituto de Estudios para la Transición Democrática, núm. 41, mayo-
agosto, 2016, pp. 35-46.
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Como parte de un amplio y muy ambicioso plan de reformas estructurales del Esta-
do, el gobierno electo encabezado por Enrique Peña Nieto, convocó a los tres princi-
pales partidos políticos nacionales a firmar junto con el gobierno federal una agenda
de reformas y acciones derivadas, conocida como el “Pacto por México”.25 En esta
amplia agenda el gobierno puso sobre la mesa sus prioridades de políticas públicas a
impulsar y abrió la negociación con las propuestas de los partidos. A partir de ahí el
gobierno estableció una serie de compromisos para llevar a cabo las reformas cons-
titucionales, legislativas y todas las acciones necesarias para su implementación.26 El
24 Para un recuento detallado de todas las partes de esta propuesta de reforma, véase Álvarez Arre-
dondo, Ricardo, “Reforma política del Distrito Federal”, Libro blanco de la reforma del Estado, México,
Cámara de Diputados, LVIII Legislatura, 2002, pp. 156-162.
25 El Pacto por México sería firmado al día siguiente de la toma de posesión del presidente Peña
México”, http://www.redpolitica.mx/contenido/los-compromisos-del-pacto-por-mexico.
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gob.mx/.
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30 Artículo séptimo transitorio, fracción VIII, letra F, en su segundo párrafo, del Decreto por el
político y diseño institucional, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2011. En esta obra el
autor hace una propuesta de estatuto político y diseño constitucional para que la Ciudad de México se
convierta en una ciudad-Estado.
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3. Oportunidades de la Reforma
que tendrá que elaborar la nueva Constitución en el último trimestre de 2016, debe-
rá centrar su atención para que ésta verdaderamente pueda contribuir a mejorar el
diseño de las instituciones políticas, su organización adminstrativa, los derechos de
sus habitantes y sus medios de protección.
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La reforma constitucional de 2016 para la Ciudad de México llega tarde y llega mal.
Tarde, pues la Ciudad de México continúa con su naturaleza ambigua y su polémico
camino a una plena democratización, sin que la anunciada constitucionalización sea
el camino para lograrla. Mientras que algunas fuerzas y partidos políticos subrayan
la importancia que tiene cambiar su naturaleza y estatus constitucional para buscar
una mejor estructura de gobierno y un más amplio reconocimiento de los dere-
chos de los capitalinos, los problemas de la ciudad en el ámbito económico, ambien-
tal, de desarrollo urbano y asentamientos humanos, pasando por la pobreza, la defi-
ciente calidad de servicios públicos, la corrupción, la inseguridad y los retos de coor-
dinación como megalópolis, han crecido de manera que hoy parecen inalcanzables.
32 Salazar Ugarte, Pedro, “¿Cómo constitucionalizar los derechos humanos en la capital de un
Estado Federal?”, Configuraciones, Instituto de Estudios para la Transición Democrática, núm. 41, mayo-
agosto, 2016, pp. 59-66.
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La reforma de la ciudad llega mal, pues los intereses a corto plazo por controlar
la ciudad, o bien para utilizarla como plataforma electoral por su fuerza y magnitud
en el escenario político nacional, nos plantean hoy la construcción de una Consti-
tución local con vicios en su proceso y con distorsiones en la integración del órgano
que la redactará. A la ciudadanía sólo le queda esperar que el grupo de notables
elegido a modo por parte del gobierno y de los partidos políticos, tenga las virtudes
necesarias para aprovechar esta ocasión histórica.
Existen dos problemas adicionales relacionados con el entendimiento que se
tiene de la Constitución de la Ciudad de México. Por una parte, un problema gené-
rico en la configuración del Estado de derecho en México, ya que, de acuerdo con
múltiples estudios, la población mexicana entiende y conoce poco qué es y para qué
sirve una Constitución.33 En un país donde el cumplimiento de las normas es un pro-
blema serio debido a múltiples factores como son el nivel educativo, la impunidad
y la corrupción de la clase gobernante y empresarial, los últimos meses fue posible
escuchar todo tipo de ideas de lo que la nueva Constitución debería de contener,
propuestas que denotaban un entendimiento muy pobre de la misma. Se habla de la
Constitución como si fuera una lista de buenos deseos, o bien como si fuera el lugar
para plasmar los programas políticos particulares de organizaciones o partidos. Lo
más grave es que muchas de estas voces eran actores en la redacción de la propuesta
que el jefe de gobierno hará a la nueva asamblea constituyente. La práctica de los
gobiernos presidencialistas mexicanos ha creado esta distorsión de los significados de
la norma constitucional, cuando toda idea o política pública que se quiere dotar
de importancia y legitimidad es motivo de consagración en el texto constitucional.
Un segundo problema tiene que ver con lo que hoy es la Ciudad de México. Se
trata de un fenómeno presente en la realidad internacional, donde las viejas ciuda-
des, con límites y problemas bien definidos, han cedido paso a las megalópolis del
presente, y donde los paradigmas políticos y gubernamentales han sido rebasados.
En principio, porque las fronteras entre ámbitos y órdenes de gobierno han sido
diluidas con problemas comunes como la contaminación atmosférica, los depósitos
de basura, la invasión masiva de espacios por grupos con altos niveles de pobreza,
el transporte público ilegal, el crimen, por citar tan sólo algunos de los que leemos
todos los días. Nuestra Ciudad de México se enfrenta a esta nueva realidad sin que
sus habitantes estemos preparados para ella.
VIII. Bibliografía
Álvarez Arredondo, Ricardo, “Reforma política del Distrito Federal”, Libro blanco
de la reforma del Estado, México, Cámara de Diputados, LVIII Legislatura, 2002.
33 Véanse los resultados de la primera encuesta nacional de la Constitución en Concha Cantú,
Hugo Alejandro et al., Cultura de la Constitución en México. Una encuesta nacional de actitudes, percepciones y
valores, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003, así como de la segunda Encuesta
nacional de cultura constitucional. Legalidad, legitimidad de las instituciones y diseño del Estado, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, IFE, 2011.
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E
n el derecho constitucional y en general en todas las ciencias del Estado, se
dan, más a menudo de lo deseable, conceptos e ideas que, por sí solos, provo-
can desacuerdos instantáneos y controversias interminables. La misma idea
del Estado entra en esa desafortunada categoría. Pero tal vez no haya otro que concite
más polémicas que el concepto moderno de soberanía, yendo desde quienes niegan
en absoluto su validez hasta quienes, aceptándola, dan siempre del mismo nociones
y definiciones que nunca se parecen a las que todos los demás proponen. Por ello, re-
sulta necesario analizar con toda exactitud los términos en los que nuestra carta mag-
na instituye el concepto de soberanía en su artículo 39 y atenernos, de una vez por
todas, a ellos. Dice esta cláusula fundamental y fundadora de nuestro pacto político
nacional: “La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo
poder público dimana del pueblo y se instituye para su beneficio. El pueblo tiene en
todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.
Como resulta evidente, este artículo instituye como su fundamento esencial y
originario la soberanía nacional, de la que es único titular el pueblo y, en virtud de
él, el propio pueblo decide el régimen político que decide darse. El que el artícu-
lo hable de “soberanía nacional” y no de “soberanía popular” es sólo una cuestión
de términos, porque todos nuestros congresos constituyentes vieron siempre al pue-
blo como el verdadero titular de la soberanía. Para nuestros constituyentes del 57 no
había diferencia entre la nación y el pueblo, y simplemente pensaron que la nación
era el pueblo organizado políticamente. Decidir organizar a la sociedad mexicana
en una nación es el fruto directo del ejercicio de la soberanía, el primer acto de so-
beranía, que es, en esencia, darle una Constitución. “La soberanía nacional reside
esencial y originariamente en el pueblo”, dice el artículo. No hay nada oculto en esa
frase; soberanía nacional y soberanía popular son la misma cosa. Lo que se desea
contemporáneo. Culturas y sistemas jurídicos comparados, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídi-
cas, 2006.
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del acuerdo y la convivencia entre ellos y los muchos intereses que generan las re-
laciones internacionales. Pedir al extranjero que respete la soberanía nacional es
tanto como pedirle que respete la legitimidad del poder del Estado mexicano, lo que
puede suceder, pero más a menudo puede suceder que no lo haga, y todo estará en
relación, no con nuestra soberanía nacional, sino con el poder que ostente nuestro
Estado soberano (no sólo armado o económico, sino político) y en los marcos del
orden internacional y su derecho.
Finalmente, no podemos dejar de hacer mención de otro problema que, sobre
todo las fuerzas políticas nacionalistas de México y toda una pléyade de intelectuales
progresistas, pero no sólo ellos, han creado con sus interpretaciones del artículo 27
constitucional, dando lugar a una concepción de la soberanía nacional que encierra
un sentido, como califica González Uribe, eulogístico (como cosa sagrada). La esencia
de la soberanía nacional, se pregona, radica en el artículo 27. En él se inscriben los
derechos fundamentales de la nación y, por tanto, les parece a sus exponentes, el
verdadero sentido que debe darse a la soberanía nacional. Se trata de una evidente
mistificación sin sentido alguno. Nuestra soberanía nacional está perfectamente de-
finida en el artículo 39, y no significa otra cosa más de lo que allí se dice, en relación,
naturalmente, y como se ha hecho notar, con los artículos 40 y 43. En realidad, el
artículo 27 constitucional, que instituye nuestro sistema de relaciones de propiedad,
no tiene nada que ver con el concepto de soberanía. Sólo establece una relación
de prelación y jerarquización de las formas de propiedad en México y, en especial,
la que se refiere a la propiedad nacional, y acota lo que es de todos, vale decir, de la
nación, representada por los poderes federales y, en primer término, por el Poder
Ejecutivo, y en ningún sentido indica algo que tenga que ver con la soberanía. Sólo
delimita lo que son los intereses de la nación frente a los demás intereses, lo que es
totalmente otra cosa. Se trata, en realidad, de una división nacional del trabajo y de
una justa distribución de la riqueza de la nación, no de señalar el titular de la sobe-
ranía, que es el pueblo y no la nación, como reza el artículo 39: la propiedad, en un
principio era toda de la nación, y de ella derivó la propiedad privada, pero se con-
servó la propiedad de la nación para evitar que se diera lo que ocurrió en el porfiris-
mo, que toda la riqueza fuera a parar a manos de unos cuantos; por eso se instituyó,
en la letra original del artículo 27, que el Estado y, en realidad, su rama ejecutiva, se
hiciera cargo de la porción que se mantiene como propiedad de la nación para re-
gular el desarrollo económico de la propia nación. Desde luego, también este artícu-
lo se complementa con otros, en especial, con el 25, el 26 y el 28, para dejar claro el
papel que el Estado debe desempeñar en la estrategia nacional de desarrollo econó-
mico. Eso no tiene nada que ver, como no sea de manera aleatoria, con el tema de la
soberanía, que sigue estando clara en el texto de nuestro artículo 39 constitucional.
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P
ara el análisis de la evolución de la integración del Poder Legislativo en el mar-
co de la vigencia de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos
de 1917, me permito hacer una reconstrucción a partir de cada una de las dos
cámaras que la integran.
I. La Cámara de Diputados
De acuerdo con el texto original del artículo 52, se establecía que: “Se elegirá un
diputado propietario por cada sesenta mil habitantes o por una fracción que pase de
20 mil, teniendo en cuenta el censo general del Distrito Federal y el de cada estado y
territorio. La población del estado o territorio que fuese menor que la fijada en este
artículo, elegirá, sin embargo, un diputado propietario”.
Como puede observarse, y como ya lo habíamos indicado de manera reiterada,
el criterio poblacional para determinar la integración de la cámara baja se mantuvo
en el nuevo texto constitucional.
De manera paralela a lo anterior, el artículo 54 original disponía: “La elección
de diputados será directa y en los términos que disponga la ley electoral”, es decir, lo
*
Publicado originalmente en Valadés, Diego (coord.), El derecho en México: dos siglos (1810-2010),
México, Porrúa-UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2010, tomo I.
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tocante al sistema electoral mediante el cual se elegía a los diputados era remitido in-
tegralmente a la legislación reglamentaria. En realidad la importancia del precepto
original era marcar una neta diferencia con las Constituciones precedentes al esta-
blecer una elección directa en la cual los electores inmediatamente, sin intermedia-
rios, votaban por alguno de los candidatos a diputado. Como hemos visto, todas las
Constituciones decimonónicas, incluida la de 1857, preveían elecciones indirectas
de los legisladores, en virtud de las cuales no había un nexo electivo inmediato en-
tre los ciudadanos y sus representantes.
1. Reforma de 1928
2. Reforma de 1942
3. Reforma de 1951
4. Reforma de 1960
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5. Reforma de 1963
1. El partido político que hubiera obtenido más del 2.5% de la votación total
del país tenía derecho a recibir, por ese hecho, a cinco diputados de entre
sus candidatos y a uno más por cada medio punto porcentual arriba de ese
porcentaje mencionado, hasta llegar a un máximo de veinte diputados.
2. Condición sine qua non para poder participar de la asignación de esos dipu-
tados era que el partido de que se tratara no hubiera obtenido el triunfo en
veinte distritos electorales o más. En todo caso, si hubiera ganado menos de
veinte diputaciones por mayoría, el número de diputados de partido a que
tendría derecho era, a lo sumo, el necesario para llegar a un total de veinte;
en ningún caso podía tener un número de legisladores mayor a esa cifra.
6. Reforma de 1972
1 Alonso Lujambio sostiene que, gracias a esa reforma, la Cámara de Diputados “... es el primer
espacio que institucionalizó el pluralismo en los ámbitos colegiados de representación política… [y por
ello] la Cámara de Diputados es una instancia fundacional de la transición” (Lujambio, A., El poder
compartido. Un ensayo sobre la democratización mexicana, México, Océano, 2000, p. 33).
2 Cfr. Diario Oficial de la Federación, México, 22 de junio de 1963, pp. 1 y 2.
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7. Reforma de 1974
8. Reforma de 1977
La reforma de 1977 es, sin lugar a dudas, la más profunda y radical modifica-
ción de las que hasta entonces había sufrido el artículo 54 constitucional. Las modi-
ficaciones de ese año no sólo transformaron diametralmente la cara de la Cámara
de Diputados, sino que también acarrearían un importantísimo empuje al exiguo
sistema de partidos y desencadenarían una serie de transformaciones que tarde o
temprano cambiarían al sistema político mexicano.3
En 1977 se pasó de un sistema electoral de mayoría relativa, basado en un factor
poblacional,4 adicionado a partir de 1963 con la mencionada figura de los diputados
3 José Woldenberg sostiene que el arranque del proceso de transformación política en México
arranca con la reforma de 1977 “…porque a partir de entonces se configuró la ‘estructura del cam-
bio’… es decir, un proceso que se desarrolla en la misma dirección, democratizadora, fortaleciendo
partidos y cuyos momentos de expansión cristalizaron en las negociaciones y reformas electorales”
(Woldenberg, J., La construcción de la democracia, México, Plaza y Janés, 2002).
4 Hasta la reforma de 1977, el artículo 52 de la Constitución establecía un factor poblacional para
determinar el número de diputados, esto es, se establecía que se elegiría a un diputado por un número
de habitantes determinado, o fracción de éstos, lo que imponía una constante serie de reformas para
adecuar el número de legisladores con el crecimiento poblacional. Así lo constatan las frecuentes refor-
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mas que tuvo este precepto a lo largo de los primeros 60 años de vida constitucional: 1928, 1942, 1951,
1960 y 1972, en todas y cada una de las cuales se ajustó ese factor poblacional (la reforma de 1974 se
limitó a eliminar la palabra “territorio” del texto, pues ese año los territorios de Baja California Sur y
de Quintana Roo se convirtieron en entidades federativas). Los datos de todas esas reformas pueden
ser consultados en: http://www.juridicas.unam.mx/infjur/leg/constmex/hisxart.htm.
5 La expresión es sugerida por Ricardo Becerra, Pedro Salazar y José Woldenberg en el contexto
de la sugestiva idea de la “mecánica del cambio político”, la cual consiste esencialmente en “…un
proceso compuesto por múltiples elementos, los cuales, en su mutua interacción desatan una dinámica
expansiva y autorreforzante. Fuerzas que producen movimientos; movimientos que generan nuevos
espacios a las fuerzas que los impulsaron. En palabras llanas: los partidos fuertes producen elecciones
competidas; las elecciones competidas colocan a partidos distintos en las posiciones de gobierno y de
representación, desde esas posiciones conquistadas, los partidos impulsan nuevas reformas, nuevas
reglas del juego que los fortalecen. Y partidos fortalecidos, cada vez más visibles, producen elecciones
crecientemente competitivas; y con ello aumenta la centralidad política de los comicios” (Becerra, R.;
Salazar, P. y Woldenberg, J., La mecánica del cambio político en México, 3a. ed., México, Cal y Arena, 2005,
pp. 33 y 34).
6 Alonso Lujambio sostiene que sin la introducción del sistema mixto los cambios institucionales se
habrían retrasado al menos una década y realiza el ejercicio de cómo se habría compuesto la Cámara
de Diputados en las elecciones posteriores a la reforma política de 1977 si el sistema fuera exclusiva-
mente de mayoría relativa (cfr. Lujambio, A., op. cit., p. 39.
7 Cfr. Woldenberg, J., op. cit., pp. 67 y 68.
8 Respecto de la variación de diputados en cada legislatura, véase Lujambio, Alonso, op. cit.,
pp. 34 y 35.
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9 Reforma Política. Gaceta Informativa de la Comisión Federal Electoral, México, abril-agosto de 1977, t. I,
pp. XI-XII. Las cursivas son nuestras.
10 La modalidad del registro condicionado estaba regulada en los artículos 31 al 35 de la Ley Fede-
ral de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (5a. ed., México, Talleres Gráficos de la Nación, 1985,
pp. 21-23).
11 Cfr. Becerra, Salazar y Woldenberg, op. cit., pp. 145 y 146.
12 Datos tomados de ibidem, p. 141. Para una reconstrucción de los datos de representación política
en México, véase esencialmente, Gómez Tagle, S., Las estadísticas electorales de la reforma política, México,
Cuadernos del CES, El Colegio de México, 1990; Molinar Horcasitas, J., El tiempo de la legitimidad:
elecciones, autoritarismo y democracia en México, México, Cal y Arena, 1991; Woldenberg, J., La construcción
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9. Reforma de 1986
de la democracia, cit. (en particular el capítulo “La evolución de la representación política en México”,
pp. 85-107).
13 Como se verá más adelante desde 1977 la elección de diputados de representación proporcional
se realiza con base en circunscripciones plurinominales en cada una de las cuales los partidos políticos
deben registrar una lista de candidatos presentados en un orden de prelación. Por otra parte, no debe
olvidarse que la elección de diputados de representación proporcional, durante la vigencia de las nor-
mas de 1977 se realizaba en boletas específicas distintas de las utilizadas para el caso de los diputados
de mayoría relativa (cfr. al respecto, Becerra, Salazar y Woldenberg, op. cit., pp. 189 y 190.
14 El texto de la reforma de 1977, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 6 de diciembre de
1. Igual que en la reforma anterior se preveía que los partidos políticos hubie-
ran registrado candidatos en al menos una tercera parte de los 300 distritos
uninominales para elegir diputados de mayoría relativa.
2. También se mantiene el requisito de haber obtenido al menos el 1.5% de
la votación emitida para las listas regionales en las cinco circunscripciones
plurinominales.15
3. Que un partido político no se encontrara en el supuesto de haber obtenido
menos del 51% de la votación y su número de victorias en distritos uninomi-
nales representara un porcentaje del total de la Cámara de Diputados igual
o superior a su porcentaje de votación.
4. Que un partido hubiera obtenido menos del 51% de la votación pero con-
seguido un número de victorias en las elecciones de diputados de mayoría
relativa equivalente a la mitad más uno, o más, del número total de miem-
bros de dicha Cámara.
5. Esta reforma incorporó, adicionalmente, por primera vez una “cláusula de
gobernabilidad”, según la cual si ningún partido alcanzaba un porcentaje
equivalente a un 50% más uno del total de la votación efectiva y tampo-
co se obtenían victorias en la mitad más uno de los distritos electorales, se
otorgarían al partido que más victorias hubiera obtenido en esos distritos el
número de diputaciones de representación proporcional que le resultara ne-
cesario para alcanzar la mayoría absoluta del total de escaños en la Cámara
de Diputados.
previa: la de 1977 preveía que el número sería fijado por la Comisión Federal Electoral hasta un máxi-
mo de cinco.
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Por otra parte, el mismo artículo fijó, por primera vez, un límite máximo a la
representación, al establecer que ningún partido político podría tener más de 350
diputados, lo que representaba el 70% de la Cámara de Diputados.16
Hay que subrayar que estas nuevas normas, que se aplicaron por primera (y
única vez) en la controvertida elección federal de 1988, favorecieron un progresivo
aumento en la presencia de los partidos de oposición. La integración de la Cámara
de Diputados como resultado de esa elección fue la siguiente:
17 El texto de la reforma de 1990, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 6 de abril de 1990
puede consultarse en: http://www.juridicas.unam.mx/infjur/leg/constmex/pdf/rc118.pdf.
18 El texto de la reforma de 1993, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 3 de septiembre de
centaje de su votación nacional. De esta manera, para que un partido pueda contar
con la mayoría absoluta de los asientos en la Cámara baja debe obtener al menos el
43% de los sufragios válidos.
Como hemos anticipado, el cambio político en México pasó por una gradual
modificación de las reglas electorales para permitir, con el transcurso del tiempo, el
paso de un sistema de partido hegemónico a la instauración de un sistema de partidos
plural y competitivo, por un lado, y la apertura de los espacios de representación polí-
tica (particularmente los legislativos), a través de la reforma de los sistemas electorales
de integración de esos espacios, para permitir que la creciente pluralidad se viera
reflejada en los órganos en los que se asumen las decisiones políticas.
El resultado fue una profunda transformación del mapa político del país que
pasó, al cabo de un par de décadas, de un aspecto invariablemente monocolor (con
alguna rarísima excepción) a uno variopinto y cruzado por la pluralidad política.
En esa transformación hay algunos momentos estelares, particularmente dos,
por lo que hace a la Cámara de Diputados, que vale la pena recordar. Se trata, en
primera instancia, de lo ocurrido con motivo de la ya mencionada elección de 1988
cuando por primera vez en la historia política moderna de México el otrora parti-
do hegemónico, el Revolucionario Institucional, perdió la mayoría calificada de la
cámara baja y con ello la capacidad de reformar la Constitución federal sin verse
obligado a recurrir a pactos y alianzas parlamentarias con otras fuerzas políticas.
Se trató de la pérdida de una prerrogativa que nunca volvería a presentarse y que
reivindicó en los hechos el carácter pactado que subyace a las Constituciones mo-
dernas y que se encarna en el dogma de la soberanía popular recogido por nuestra
carta fundamental en su artículo 39.
El segundo momento al que hacemos referencia, es el que comienza a partir de
1997, con motivo de las elecciones federales de ese año (las primeras que se realiza-
ron con base en las revolucionarias reglas electorales introducidas por la reforma de
1996), y que supuso la pérdida de la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados
por el Partido Revolucionario Institucional. Ese hecho, que inauguró en México la
era de los llamados “gobiernos divididos” (es decir, de aquella circunstancia en la
que el partido en el gobierno no cuenta con el respaldo de una mayoría parlamenta-
ria afín y que impone que todas las decisiones legislativas —decretos y leyes y no sólo
reformas constitucionales— sean producto del consenso de al menos dos fuerzas
políticas), ha sido un fenómeno reiterado en nuestro país desde entonces. En efecto,
las elecciones federales que desde entonces se han realizado para renovar la Cámara
de Diputados han arrojado reiteradamente la falta de mayorías absolutas partidistas
preconfiguradas, al grado que la intensa pluralidad en ese órgano legislativo parece
ser una realidad política ya instaurada y que llegó para quedarse. Como veremos
más adelante, no se trata de un hecho aislado y fortuito, sino que se trata de un fe-
nómeno que también alcanzó con el tiempo a la Cámara de Senadores y que vemos
reproducirse en la inmensa mayoría de los congresos locales, de tal manera que no es
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El porcentaje restante para alcanzar el 100% corresponde a los votos emitidos por los partidos que
perdieron el registro al no alcanzar el 2% de la votación (PARM y Democracia Social), los votos nulos
y los votos emitidos por candidatos no registrados.
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dieron separados. La coalición parcial entre el PRI y el PVEM que contendió en 97 distritos electorales
obtuvo un 13.65% adicional.
c Suma de los porcentajes de votación que obtuvieron los partidos y la coalición incluidos en
la tabla. El porcentaje restante para alcanzar el 100% corresponde a los votos emitidos por
los partidos que perdieron el registro al no alcanzar el 2% de la votación (PAS, PSN, México
Posible, Partido Liberal Mexicano y Partido Fuerza Ciudadana), los votos nulos y los votos
emitidos por candidatos no registrados.
El porcentaje restante para alcanzar el 100% corresponde a los votos nulos y los votos emitidos por
candidatos no registrados.
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1. Reforma de 1933
2. Reforma de 1986
3. Reforma de 1993
A partir de 1993, con una tercera reforma al artículo 56, publicada el 3 de sep-
tiembre de ese año, el Senado comienza a tener una transformación sin precedente,
además de que, con dicha reforma, el tema de la integración del Congreso vuelve a
ser uno de los más discutidos.
En dicha reforma se regresa, una vez más, al sistema de renovación total cada
seis años, además de que la integración fue modificada drásticamente, de forma tal
que, a partir de la elección federal de 1994, se contaría con cuatro senadores por
cada entidad federativa y el Distrito Federal, de los cuales, uno sería elegido por la
denominada “primera minoría”, que no es otra cosa más que la asignación de una
senaduría a la fórmula de candidatos que encabece la lista del partido político que,
por sí mismo, haya ocupado el segundo lugar en número de votos en la entidad de
que se trate.
Ahora bien, atendiendo a la exposición de motivos de la iniciativa de reformas
de 1993, la modificación tenía como objetivo, entre otros, satisfacer la convenien-
cia de integrar a otras fuerzas políticas a la vida del Senado por una vía distinta a la
de la mayoría, de forma tal que se abre, por primera vez, a la pluralidad.
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4. Reforma de 1996
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Fuente: Datos tomados de: Memoria del proceso electoral federal 1994, Instituto Federal Electoral, México,
1995, y Becerra, Ricardo, Salazar, Pedro y Woldenberg, José, La mecánica del cambio político en México, 3a.
ed., México, Cal y Arena, 2005, p. 358.19
19 Debe recordarse que la reforma de 1993, publicada el 2 de septiembre de ese año, incluyó en
su artículo tercero transitorio que en la elección federal de 1994, se elegirían solamente a dos sena-
dores de mayoría relativa y al senador de primera minoría en cada estado. Es decir, no se renovaría
la totalidad del órgano, sino solamente las tres cuartas partes del mismo. En razón de lo anterior, los
32 senadores que habían sido elegidos en 1991 por seis años, concluirían su mandato, terminando su
encargo en 1997. Para ajustar los tiempos, el artículo transitorio mencionado, determinó también que
en las elecciones de 1997 se elegirían a 32 senadores, uno en cada estado, por tres años, de manera
que en 2000 se permitiera la renovación total del órgano, tal como lo estableció la reforma de 1993.
Dichas disposiciones constitucionales pueden consultarse en: http://www.juridicas.unam.mx/infjur/leg/
constmex/pdf/rc128.pdf.
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Fuente: Datos tomados de Becerra, Ricardo; Salazar, Pedro y Woldenberg, José, La mecánica del cambio
político en México, 3a. ed., México, Cal y Arena, 2005, p. 475.
20 Woldenberg, señala, a propósito de la reforma de 1996 que, gracias a ella “…la relación entre
votos y escaños quedó mejor equilibrada... (y) se inyectó mayor pluralismo a la Cámara Alta” (Wolden-
berg, José, La construcción de la democracia, cit., pp. 103 y 104).
21 En dicho artículo se estableció que en 1997 se elegirían, a la Quincuagésima Séptima Legisla-
tura, treinta y dos senadores según el principio se representación proporcional, mediante el sistema
de listas votadas en una sola circunscripción plurinominal nacional, que durarían en funciones del 1o.
de septiembre de 1997 a la fecha en que concluyera dicha legislatura (a efecto de lograr la renovación
total de la cámara en 2000).
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El porcentaje restante para alcanzar el 100% corresponde a los votos emitidos por los partidos que
perdieron el registro al no alcanzar el 2% de la votación (PARM y Democracia Social), los votos nulos
y los votos emitidos por candidatos no registrados.
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El porcentaje restante para alcanzar el 100% corresponde a los votos nulos y los votos emitidos por
candidatos no registrados.
Desde hace casi tres décadas, el tema de la gobernabilidad de las democracias ocupa
un lugar privilegiado en el análisis político. A mediados de la década de los setenta,
la opinión más generalizada sostenía que la principal causa de la “ingobernabili-
dad” de las democracias se debía a la gran cantidad de canales que existían para
que la sociedad demandara bienes y servicios al Estado.22 En otras palabras, la gran
expectativa generada por el Estado de bienestar habría sobrecargado de demandas a
las instituciones públicas, sobresaturándolas, y provocando que sufrieran una fuerte
pérdida de legitimidad dada su incapacidad para satisfacerlas.
Sin embargo, en la última década la idea de gobernabilidad se ha centrado
esencialmente en la capacidad de combinar legitimidad, eficacia y estabilidad en
el ejercicio del poder político.23 En otras palabras, por gobernabilidad se entiende
la capacidad del Estado para tomar decisiones de manera eficiente, eficaz y rápida.
Desde esa perspectiva, resulta obvio que el fenómeno de “gobierno dividido”, en
donde faltan mayorías predefinidas en los órganos legislativos (como es el caso de
México desde 2000), y en donde se presenta un consecuente aumento de tensiones
entre éstos y el Poder Ejecutivo, implica un déficit en términos de gobernabilidad.
No es casual que en un contexto similar, el legislativo lleve la carga de la responsabi-
22 Cfr. Crozier, Michel; Huntington, Samuel P. y Watanuki, Joji, The crisis of Democracy: Report on
the Governability of Democracies to the Trilateral Commision, Nueva York, New York University Press, 1975.
23 Véase Camou, A., Gobernabilidad y democracia, México, IFE, 1995, pp. 37 y ss.
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a) La incapacidad de los legisladores para tomar decisiones que, en ocasiones, son urgentes.
Se les achaca una falta de atención y desconocimiento de los problemas, así
como una gran insensibilidad política para reconocer los asuntos que más
apremio y necesidad de solución demandan. Se dice que los legisladores que
pertenecen a los partidos de oposición buscan, por conveniencia política,
bloquear y descalificar las iniciativas y propuestas del gobierno. Tal es el
sonado caso del fracaso en la discusión de las “reformas estructurales”.25 Sin
embargo, se olvida que la discusión y la negociación entre posturas encon-
tradas, propia de la vida parlamentaria democrática, complica la toma de
las decisiones aunque las dota de una mayor legitimidad porque resultan de
consensos.
b) La improductividad legislativa. Abundan los análisis que, a partir de diversos
indicadores, como el del número de iniciativas presentadas frente a los dic-
támenes aprobados, miden la “productividad” de los órganos legislativos.
No obstante, de esta manera se olvida que la medición del trabajo parla-
mentario, sólo en términos cuantitativos, pasa por alto que un buen trabajo
parlamentario implica buenas leyes y no muchas leyes.
c) La pérdida de tiempo en discusiones vacías e inocuas, inadecuadas e irrelevantes de cara a
las “verdaderas necesidades de la sociedad”. Los órganos parlamentarios son vistos
más como sedes en las que se discute por discutir, sin la intención real de
resolver problemas; en los que se privilegia el interés particular partidista
sobre el interés colectivo.
d) La existencia de una clase parlamentaria ociosa y viciosa. En este sentido son fre-
cuentes los señalamientos a los altos sueldos de los legisladores, así como
las escenas (alentadas por la lógica sensacionalista que priva entre los me-
dios masivos de comunicación, que tiende a generalizar casos aislados —sin
duda lamentables—), en las que se vende la idea de una clase legislativa de
vagos y rijosos. En suma, se ha difundido la idea de un legislador alejada
de la “ética” y de las “buenas costumbres”.26 Sin duda ciertas conductas
24 Giovanni Sartori es uno de los autores que con más claridad se ha pronunciado sobre la propen-
sión hacia la parálisis que lleva aparejada la lógica parlamentaria (Ingeniería constitucional comparada, 2a.
ed., México, FCE, 2001, pp. 116 y ss.).
25 La idea del bloqueo legislativo que se ha presentado en México ha sido recurrente entre los
analistas políticos. Un claro ejemplo es Krauze, E., “Para salir de Babel”, Letras libres, México, año VI,
núm. 65, mayo de 2004, p. 25.
26 Prueba de ello es que la Coparmex en el contexto de su “Programa Cívico”, distribuyó el
documento “El perfil del diputado que México necesita”, en el cual se enumeran, en el rubro “Pres-
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tigio social”, las características que definen a un buen diputado: a) su honestidad es reconocida por la
sociedad; b) es responsable; c) tiene un profundo sentido del compromiso; d) es veraz y confiable; e) se
comporta éticamente; f) lo que dice es congruente con lo que hace; g) es un ciudadano cumplido, y h)
es un político de trayectoria limpia (http://www.coparmex.org.mx).
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27 Un análisis pormenorizado de los cambios en los órganos representativos a lo largo de las
diversas reformas electorales desde la de 1977, se presenta en Becerra, Salazar y Woldenberg, La me-
cánica..., cit.
28 El caso de la reforma al sistema electoral italiano en 1993, que de ser proporcional puro pasa
sentativo, se convierte en el “fiel de la balanza”, en la bisagra necesaria para concretar los acuerdos, lo
que lo colocaría en una posición privilegiada desde la que adquiere un peso político desproporcionado
con su fuerza electoral.
30 En ese sentido ha habido notorias manifestaciones, como la de Sartori en el posfacio dedica-
do al caso mexicano de su Ingeniería constitucional comparada (cit., pp. 221 y ss.); o como la que plantea
el documento Tesis y propuestas de la Convención Nacional de Contribuyentes, auspiciado por la Coparmex,
México, 2004, p. 77.
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y la revocación popular del mandato. Sin ahondar en el análisis puntual cada una
de estas figuras, es pertinente una reflexión sobre el presunto carácter democrático
de tales instrumentos.
Parto de una premisa: los instrumentos refrendarios pueden ser, si se utilizan de
forma ocasional y con múltiples candados y salvaguardas eficaces, útiles comple-
mentos de la democracia representativa. En cambio, su abuso y utilización “ligera”
pueden acarrear graves peligros para el adecuado funcionamiento de los sistemas
democráticos y llegar, incluso, a su vaciamiento.
La esencia misma de la democracia se desprende de la confrontación y discusión
de los distintos puntos de vista de manera previa a la decisión.31 Sin embargo, los ins-
trumentos plebiscitarios no llevan aparejada esa discusión, sino que constituyen, sin
más, el sometimiento de ciertos asuntos a la espontánea consulta popular. En reali-
dad, mediante estos mecanismos se puede optar sólo por dos alternativas posibles: sí
o no; cuando la complejidad de las decisiones públicas no puede ser reducida, sino
en casos muy excepcionales, a tal disyuntiva.
Hay, además, dos problemas de suma relevancia: a) ¿quién detenta el poder de
formular la pregunta que se someterá a consulta? (facultad absolutamente relevante,
pues del modo en que ésta se plantee puede depender en gran medida el sentido de
la respuesta), y b) ¿quién garantiza que el comportamiento de los medios de comu-
nicación masiva, (de)formadores incuestionables de la opinión pública, frente a los
ejercicios referendarios será imparcial, es decir, en otras palabras, que la voluntad de
los ciudadanos llamada a la consulta se formará de manera libre?32
No olvidemos por último que la llamada “democracia plebiscitaria” es todo
menos democracia. Se trata, por el contrario, de aquel sistema pensado por Carl
Schmitt en el que el papel del pueblo se limitaba a la mera aclamación de las deci-
siones de su jefe (del Führer, precisamente).
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31 Cfr. Bovero, M., Una gramática de la democracia, Madrid, Trotta, 2002, pp. 57 y ss.
32 Cfr. Di Giovine, A., “Democrazia directa: da chi?”, en varios autores, Argomenti per il dissenso 3.
Contro il presidenzialismo, Turín, Celid, 1996, y Bovero, M., op. cit., p. 43.
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I. Federalismo y territorio
E
n México existe una larga tradición de estudios en torno al federalismo, que
exploran la relevancia de esta forma de organización institucional para nues-
tra historia constitucional.1 Los estudios han estado dominados por un enfo-
que primordialmente histórico o jurídico, buscando entender el origen y evolución de
ciertas reglas y normas que han ido creando un sistema federal bastante distinto al
del resto de los países en el hemisferio, no sólo comparado con Estados Unidos, sino
también con Canadá, Brasil, Venezuela, Argentina y cabría incluir también a Bolivia
o Colombia. El federalismo de México es sui generis.
Algunos de los rasgos del federalismo mexicano, como la incorporación de los
municipios al régimen federal, abrevan de la tradición gaditana; otros, como la au-
sencia de autoridad presupuestal en el Senado, son herencias de batallas políticas
decimonónicas; mientras que la peculiar concurrencia de potestad tributaria y la
prominencia de las transferencias federales, se formó desde las reformas borbónicas
que crearon las Intendencias y los situados (precursor de nuestro sistema de partici-
paciones fiscales), hasta los pactos fiscales de la segunda mitad del siglo XX, durante
el régimen autoritario de hegemonía partidista. Estas influencias desembocaron en
* Universidad de Stanford.
1 La literatura es vasta, pero algunos estudios notables incluyen los trabajos de José Barragán,
Jorge Carpizo, Alonso Lujambio, Manuel González Oropeza, Alicia Hernández Chávez, Marcello
Carmagnani, Miguel Carbonell y Josefina Zoraida Vázquez, entre otros.
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2 Mi discusión del federalismo mexicano abreva de fuentes de estudiosos del federalismo fiscal,
la descentralización y el municipio que enfatizan más la dimensión económica que el ámbito político
o el electoral. Sin embargo, es importante señalar que los estudios del federalismo electoral irán cre-
ciendo en importancia, con buenos trabajos disponibles de Caroline Beer, Alain de Remes, Jacqueline
Peschard, Jacqueline Martínez Uriarte y Laura Flamand, entre otros. Hay muy pocos estudios de la
dimensión federalista de la opinión pública, incluyendo el trabajo de John Kincaid. Vale la pena tam-
bién resaltar algunos trabajos bastante viejos, de hace más de 50 años, que pretendían rescatar una
dimensión de teoría política combinada con datos empíricos, incluyendo Lloyd Mecham, August Spain
y la tesis doctoral de Robert Scott.
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Lee Benson (y otros estudios sobre la formación de los estados y el régimen político
liberal, como los trabajos de Edmundo O’Gorman y Jaime O. Rodríguez) deberían
de convencernos de que el federalismo en México fue desde el principio un sistema
arraigado entre la población y adoptado como propio por las élites políticas mexica-
nas, no una simple imitación.
Se puede realizar un sencillo ejercicio que revela la importancia creciente del
sistema federal en nuestras Constituciones, que consiste en contar la frecuencia de
palabras que se repiten en los textos constitucionales. Esto no constituye propiamen-
te un análisis textual, pero ilustra de manera muy contundente, si se hace de forma
comparativa, cómo va cambiando el énfasis de las Constituciones conforme avanza
la vida independiente del país.3
Las dos palabras que aparecen con más frecuencia en la Constitución de Apat-
zingán son Gobierno (70 menciones) e Individuo (65). Provincia aparece en el déci-
mo lugar (24 veces) y Pueblo en el lugar decimoséptimo (mencionado 19 veces). La
de Apatzingán no es todavía una Constitución moderna, comparada con la de 1824
que ya muestra las secciones a las que estamos acostumbrados con garantías indivi-
duales y una sección orgánica bien desarrollada. Quizá es sorprendente encontrar la
palabra individuo, pero hay que considerar que este es un texto fundamentalmente
abocado a promover la libertad y la prohibición de la esclavitud.
En la Constitución de 1824 la primera palabra en términos de frecuencia es
ahora “Estado” (mencionada 119 veces en el texto). Este es un dato revelador, pues
ilustra la preeminencia de dichas unidades políticas, así como la idea weberiana de
una organización con monopolio legítimo del uso de la fuerza sobre un territorio
—una pretensión ambiciosa acorde con las ideas más avanzadas de creación de na-
ciones-Estado—. Federación aparece en quinto lugar (luego de Presidente, Cámara
y Congreso) con 54 menciones. La palabra “Individuo” en esta Constitución sigue
apareciendo con frecuencia, pero relegada al lugar onceavo, con 34 menciones.
Las Bases Orgánicas de 1836 y 1843 supuestamente revirtieron el país a un
régimen centralista unitario. Sin embargo, la palabra con más menciones en 1843
son los “Departamentos” (98 menciones). Nominalmente las unidades políticas ya
no se llaman estados, pero es claro que las entidades continúan siendo una reali-
dad de facto de la organización política del país, no obstante el régimen centralista.
En segundo lugar aparece la palabra “República” (76 menciones), mientras que la
3 En este trabajo presento una primera aproximación eminentemente mecánica, dejando que fu-
turas investigaciones examinen nuestros textos de una forma menos burda y más inteligente, desde
cualquier computadora conectada a Internet. La inspiración para este ejercicio viene del proyecto de
humanidades digitales de Google que generó el Ngram Viewer. Específicamente el análisis se realizó en
el sitio tagul.com, que permite copiar y pegar cualquier texto, generando nubes de palabras y un archivo
con las frecuencias de las mismas. Otros sitios permiten realizar análisis más sofisticados, tomando en
cuenta el idioma del texto original, o incluso existen alternativas de lo que se conoce como Procesa-
miento de Lenguajes Naturales, que permite comparar textos, incluyendo frases completas. En el aná-
lisis que sigue se eliminaron las palabras comunes como artículos, verbos y algunos nombres propios de
personas, dejando todos los sustantivos y agrupando plurales con singulares. Los textos constitucionales
fueron tomados del repositorio de la Cámara de Diputados.
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palabra “Individuos” es cada vez menos frecuente, en el lugar décimo tercero, con
43 menciones.
La Constitución de 1857 recupera a los Estados como la palabra con más men-
ciones (77), continuando una retórica que coloca la Ley y las Leyes (con 75 mencio-
nes), Unión en sexto lugar y República en un séptimo lugar, más prominente que
Federación en el lugar doceavo. Este orden sugiere que aunque el país debería para
entonces de ser concebido más como los “Estados Unidos Mexicanos” subsiste to-
davía la idea de la “República” mexicana como la identidad del país en formación.
El mismo método puede ser aplicado a la Constitución de 1917. En este caso
podemos incluir tanto la transcripción del Diario de Debates del Constituyente de
1917, el texto original de la carta constitucional, y el texto actualmente vigente.
En el debate de los constituyentes la primera palabra en orden de popularidades es
otra vez Estado (con 4 673 menciones), seguida por Congreso y Poder. La palabra
“Federal” aparece en el orden 80 y “Municipio” en el lugar 110. En lugar de “In-
dividuo” (en el lugar 19, con 953 menciones), se debatió con frecuencia usando el
término “Hombre” (1 563 menciones en el lugar 13) y “Persona” (1 377 menciones,
en el lugar 19).
Este ranking de palabras más o menos se conserva en el texto constitucional origi-
nal, en el cual “Estado” sigue siendo la palabra más frecuente (con 240 menciones).
Esto muestra el alto grado de continuidad en la retórica de las Constituciones. En
el texto aprobado por el Constituyente, sin embargo, surge un nuevo término que
continuará ascendiendo a lo largo del siglo XX, a saber, la palabra “Federal” (cuarto
lugar de mayor frecuencia, con 139 menciones). Cuando se revisa el contexto del
uso de la palabra “federal”, ésta refleja casi siempre centralismo, especificando fa-
cultades otorgadas al gobierno federal.
El ascenso del gobierno federal es todavía más patente cuando se examina el
texto vigente de la Constitución, en donde la palabra “Federal” es la que tiene el
mayor número de menciones (703), seguida muy de cerca por “Estado” (con 671).4
Hay que aclarar que el contexto de una gran parte de las menciones de la palabra
Estado en la Constitución vigente ya no tienen ninguna relación con las entidades
federativas, sino que reflejan un uso más centralista, característico de la segunda mi-
tad del siglo XX, e incorporando temas como la rectoría y planeación del desarrollo
nacional.
Así pues, el análisis de los textos constitucionales, incluyendo las etapas centra-
listas como las Bases Orgánicas, debe convencernos de que no hay nada ajeno ni
artificial en el federalismo mexicano como una forma de gobierno propia. Pero la
evolución de nuestro sistema se ha desplazado de un énfasis en los estados como el
actor medular del arreglo político institucional, hacia un sistema altamente centra-
lizado que conocemos, en el cual el gobierno federal juega un papel preponderante.
Es decir, la presencia de la palabra “federal” no significa fortalecimiento del fede-
ralismo, sino el enorme papel que juega el gobierno federal en toda la arquitectura
de gobierno. La historia constitucional nos permite vislumbrar, sin embargo, que la
4 Utilizando el texto en el repositorio de la Cámara de Diputados, que hay que aclarar incluye al
final todos los artículos transitorios de las muchas reformas que se han realizado.
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Nota: La gráfica muestra nubes de palabras, en donde el tamaño de cada palabra es proporcional a
su frecuencia en el texto, comparando la Constitución de 1917 en su texto original y su texto vigente.
Llama la atención que, además del ascenso de la palabra “Federal”, el texto original hace un marcado
hincapié en la Ley y los órganos de gobierno. En contraste, el texto vigente da cabida, además, a una
gran cantidad de temas más específicos, incluyendo lo electoral, los procedimientos y un énfasis en lo
nacional.
Fuente: Elaboración propia con base en los textos constitucionales original de 1917 y vigente en 2016,
según el repositorio de la Cámara de Diputados. El conteo de palabras y la visualización se realizaron
por medio del sitio tagul.com.
Los municipios son parte integral del sistema federal mexicano. Esto es una anoma-
lía en comparación con la mayor parte de las federaciones, en que todos los asuntos
que conciernen al régimen municipal se determinan al nivel de la legislación de las
entidades federativas. El artículo 115 fue uno de los más importantes en los debates
del Constituyente de1917, pues en él se vertieron algunas de las pugnas y aspira-
ciones políticas que desembocaron en la espiral de guerra civil. Si bien las reivin-
dicaciones sociales plasmadas en los artículos 3o., 27 y 123 son las más discutidas,
tanto por su originalidad como por el legado que tuvieron en el funcionamiento del
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5 En este contexto, la reforma subsecuente al artículo 115 en 1999 no es tan importante fuera de
los círculos de discusión municipalistas. El cambio radical para fines del funcionamiento del federalis-
mo se dio ya desde 1983.
6 La literatura sobre el municipio en México es vasta, pero vale la pena revisar los trabajos de
Mauricio Merino, Enrique Cabrero y sus colaboradores, Jacqueline Martínez Uriarte, Victoria
Rodríguez y Peter Ward, entre otros.
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lista) establece en su artículo 321 que los ayuntamientos están a cargo de la “policía
de salubridad y comodidad”, la seguridad y el orden público, administrar y recaudar
impuestos, escuelas de primeras letras, hospitales y otros establecimientos de benefi-
cencia, “construcción y reparación de los caminos, calzadas, puentes y cárceles, de
los montes y plantíos en común, y de todas las obras públicas de necesidad, utilidad
y ornato”. Salvo las responsabilidades de las tierras comunales, que en México se
trasladaron a la estructura institucional ejidal dentro del artículo 27, la división de
responsabilidades de Cádiz es bastante similar a la que se estableció 150 años des-
pués con la reforma de 1983.7
Esta similitud no debería de sorprendernos. La responsabilidad de la institución
municipal en realidad precede a los municipios mismos como institución, pues abre-
va de la tradición colonial que establecía sólo unas cuantas villas y ciudades de es-
pañoles, algunos minerales y reales de minas, y miles de Pueblos de Indios como las
principales unidades políticas de la legislación colonial. La mayoría de la población
habitaba en esos pueblos, que después de la catástrofe demográfica del siglo XVI,
fueron los espacios territoriales donde se recuperaron las comunidades políticas de
lo que hoy es México.
La Recopilación de las Leyes de Indias en su Libro 6, Título 3o. establece de
manera muy clara que el propósito de los pueblos de indios es asegurar que los habi-
tantes puedan “vivir en policía”. Esta frase no significaba solamente la condición de
orden público que connota el día de hoy, sino que implicaba la vida en polis, en uni-
dades políticas bien ordenadas que permitieran el desarrollo de las personas en una
vida política propia de una República. Los pueblos no eran sistemas plenamente
democráticos, pero contaban con muchos espacios de representación y rendición de
cuentas que todavía se vislumbran en las prácticas de usos y costumbres no sólo en
los municipios de Oaxaca, sino en cientos de municipios indígenas en todo el país.
7 Cabe resaltar que en México los municipios mantenían y financiaban buena parte de las es-
cuelas primarias hasta la mitad del siglo XX, y probablemente jugaban un papel bastante impor-
tante en temas de salubridad. En el ámbito de la educación los municipios dejaron de otorgar servi-
cios educativos como consecuencia de la expansión de las escuelas rurales y en general de todo el sis-
tema educativo federal. Subsisten todavía algunos rasgos de dicha herencia en los sistemas educativos
y de salud estatales.
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8 El esfuerzo más ambicioso para investigar de manera sistemática la genealogía de los municipios
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Fuente: “Yconismo hidrotérreo, o Mapa Geográphico de la America Septentrional. Delineado y observado p[o]r el Contador
de los R[eale]s Azogues D[on] José Antonio de Villaseñor y Sánches”. Archivo General de Indias. MP-MEXICO, 161.
formando el sistema municipal en todo el país, en lugar de permitir que cada estado
determinara, de acuerdo con sus características locales, la mejor manera de estruc-
turar sus unidades políticas.
Las condiciones de los cinco municipios de Baja California son muy distintas a
las de los 570 de Oaxaca. Un espíritu federalista permitiría que cada estado esta-
bleciera la mejor forma de estructurar municipios para cumplir con las obligaciones
de proveer servicios públicos, esbozadas sólo de manera general en la Constitución
federal, para que sus habitantes se vean beneficiados de acuerdo con las caracterís-
ticas locales. Las soluciones institucionales que cada estado encuentre se podrían
convertir, además, en laboratorios donde se experimentan ideas nuevas, que pueden
ser adoptadas cuando sean exitosas o desechadas si no lo son. Pero para ello sería
necesario recuperar al pueblo como unidad política de arraigo local y sistemas de
representación y rendición de cuentas no a los otros ámbitos de gobierno, sino a sus
propios ciudadanos.
Cien años después del mapa de Villaseñor, Antonio García Cubas prepara la Carta
General de la República Mexicana de 1857, primer mapa nacional que, como ha demos-
trado lúcidamente Raymond Craib, afianza la identidad de los ciudadanos imagi-
narios del México moderno. Este mapa se publica inmediatamente después de la
nueva Constitución federalista de 1857, y una vez consumada la pérdida de la mitad
del territorio en la guerra con Estados Unidos. Este es, poco más o menos, el mapa
que todos los mexicanos reconocen, aunque sea en las versiones de colores brillan-
tes que se solían comprar en las papelerías para la tarea de geografía en la escuela
primaria. De hecho, el mapa de García Cubas se utilizó por décadas para enseñar la
geografía nacional en las escuelas. No necesariamente se trata del mapa más creati-
vo u original de García Cubas, pues él mismo realizaría unos años después su Atlas
Pintoresco e Histórico de 1885 que provocó gran admiración no sólo en México sino
en Europa. Pero el mapa de 1857 refleja la realidad fundamental de un federalismo
mexicano consolidado.
En la Carta General de 1857 visualmente el impacto más inmediato es ver que
los estados están sombreados en colores. Si se mira con cuidado, en varios estados
hay algunas importantes diferencias respecto a las fronteras actuales. Las dos penín-
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Fuente: Antonio García Cubas, Carta general de la Republica Mexicana. Noticias geograficas y estadisticas de la Republica Mexicana, México, Im-
prenta de J. M. Lara, v. de la Palma, núm. 4, 1857. Colección de Mapas David Rumsey, núm. 8389.
sulas, Yucatán y Baja California aparecen como una sola entidad cada una. Hay un
curioso estado de Tehuantepec, y no aparece todavía Nayarit. Pero este mapa cons-
tituye sin lugar a dudas un espacio territorial que corresponde con el México mo-
derno. Una línea roja en la parte superior claramente delimita el territorio nacional
frente a los Estados Unidos, hecho que resalta todavía más cuando se observa que
no hay una línea limítrofe dibujada en la frontera sur con Guatemala. Vale recordar
que en los mapas de Villaseñor o Humboldt no aparecían fronteras nacionales.
El contraste de la Carta General con respecto al mapa de Villaseñor va más allá
de resaltar la preeminencia de los estados y sus capitales como entidades políticas
que definen a la nación. Las montañas y los ríos siguen existiendo, dada su relevan-
cia para la difícil integración del territorio nacional. Pero ahora aparecen también
los caminos. El clásico relieve de la ruta entre Acapulco y Veracruz, ya realizada
por Humboldt décadas antes, se muestra en la Carta al pie, debajo del cuadro con
las leyendas. A diferencia de Villaseñor, que colocó a la usanza de las cartas porto-
lanas, tres rosas de los vientos, en San Juan de Ulúa, las islas Marías y el Trópico de
Cáncer en el Caribe, ahora el énfasis es sobre los caminos de tierra adentro.10 En el
antiguo mapa de la Nueva España la navegación conectaba a la colonia con la me-
trópoli y las rutas de comercio de la Nao de China. El territorio de la nueva nación
mexicana, en cambio, se integra hacia adentro. Es revelador, sin embargo, que aun
en ese mapa la economía no está cerrada, pues se marca un camino central que une
los puertos al exterior, Acapulco con Veracruz, pasando por la Ciudad de México.
Este mapa permite reflexionar también sobre el gran debate fiscal del siglo XIX,
respecto a los impuestos internos y las alcabalas. Las alcabalas fueron restricciones
fiscales que perjudicaron el libre flujo de mercancías y el crecimiento económico del
país. En teoría la alcabala ya había sido eliminada por Benito Juárez, al menos no-
minalmente, en 1861; pero es hasta 1869 que el territorio interno queda integrado
de forma definitiva y los estados dejan de imponer aranceles internos. La Constitu-
ción de 1917 incluye una prohibición contundente a los impuestos internos, en los
artículos 117, 118 y 131. Los principios ahí contenidos no sólo garantizan un trato
equitativo a las mercancías sobre todo el territorio nacional, y la unidad de la au-
toridad monetaria, sino que claramente mantienen en el ámbito federal la relación
comercial y financiera con el exterior.
de navegación en todas las direcciones de la brújula saliendo de las rosas de los vientos.
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ámbitos del quehacer de gobierno que más interesa a los ciudadanos. Esta camisa
de fuerza constitucional ha impedido que los estados se conviertan en verdaderos
detonadores del crecimiento regional. Si bien el artículo 124 establece con claridad
que todos los poderes residuales residen en los estados, en realidad la evolución de
las reformas constitucionales durante buena parte del siglo XX gradualmente con-
centraron las atribuciones en el ámbito federal. Esto se puede apreciar de manera
muy clara en los cambios al artículo 73. En su versión original, el Congreso tenía
facultades muy importantes, relacionadas con la creación de estados y sus límites;
la regulación del Distrito Federal; emitir deuda, acuñar moneda y establecer un
Banco Central; controlar los impuestos al comercio exterior; legislar en temas de
minería, comercio y banca; organizar todo lo relacionado con la defensa nacional;
manejar los terrenos baldíos; cuidar las vías de comunicación; vigilar la salubri-
dad nacional; establecer instituciones de educación superior; y diversos temas rela-
cionados con la división de poderes, la ciudadanía y las elecciones. Estas potestades
tenían un sentido claramente federalista, pues se relacionaban fundamentalmente
con temas en los cuales el ámbito de acción relevante es el federal. En este sentido,
la Constitución original, junto con el artículo 124, incorporaba implícitamente un
fuerte principio de subsidiariedad, en donde el Estado federal sólo actuaba cuando
los estados no eran capaces de resolver necesidades públicas, sea porque rebasaban
su ámbito territorial o por los efectos de derrama espacial que no lograban capturar
adecuadamente.
En 1921 se van agregando en este artículo cada vez más atribuciones, empe-
zando por crear escuelas en todos los niveles, incluyendo las rurales. En 1929 se
le otorga a la Federación la regulación de los ferrocarriles, agregando en 1933 la
industria textil, y en 1935 la cinematográfica y la eléctrica. En 1942 se prohíbe a
los estados cobrar impuestos en recursos naturales, banca y seguros, y los impuestos
especiales en energía eléctrica, tabaco, gasolina, cerillos, pulque y explotación fores-
tal. En 1947 se agrega la legislación de loterías; en 1949, los impuestos a la cerveza;
en 1966, pasa a controlar las zonas arqueológicas o los monumentos históricos. La
centralización observada en las atribuciones federales es todavía más marcada en
el ámbito fiscal, en que gradualmente la federación va aprovechando los impues-
tos modernos más importantes, incluyendo la renta personal y a las empresas, y las
ventas. La potestad tributaria de los estados, como lo muestro en otros trabajos, se
fue perdiendo como consecuencia de pactos políticos, en que los gobernadores y las
autoridades estatales cedieron su autoridad a cambio de carreras políticas sin riesgos
electorales, aseguradas por el gobierno federal.
Además, a partir de la década de los años sesenta del siglo XX, se va estable-
ciendo en el artículo 73 la concurrencia de la federación en diversos ámbitos, empe-
zando por el educativo, pasando por los asentamientos humanos, la contaminación,
la seguridad pública, la pesca y acuacultura, el desarrollo sustentable, la cultura, y
más recientemente, el secuestro y la delincuencia organizada. La centralización en
el ámbito tributario viene acompañada, entonces, por una descentralización en el
ejercicio del gasto, pues los estados y los municipios concurren con la federación en
la provisión de gran parte de los bienes y servicios públicos que importan a los ciu-
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11 Como en otros temas, hay una literatura muy sólida y con nuevas aportaciones cada día, pero
conviene ver el trabajo de Fausto Hernández Trillo y sus colaboradores, Gustavo Merino y Luis F.
Aguilar, además de autores ya mencionados en notas anteriores.
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12 Ya en el siglo XXI, la guerra contra el narcotráfico llevó a tal desgobierno en algunas zonas
del país que en casos como el de Michoacán el comisionado federal se convirtió en el gobernante de
facto de la entidad. Estos arreglos no están previstos en la Constitución, pero revelan que el andamiaje
constitucional no tuvo los elementos para responder a esa crisis de gobernanza.
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LIBERALISMO Y ESTATISMO
EN LA CONSTITUCIÓN DE 1917
E
ste año, nuestra Constitución cumple su primer centenario. Se trata de un
texto de una notable longevidad, siendo por mucho la Constitución más dura-
dera de la historia de México y la más antigua de América Latina. Le sigue la
Constitución de Costa Rica, la cual data de 1949. Si se consideran 188 textos de todo
el mundo, el promedio de vida de una Constitución es de 36 años.1
Si nuestra Constitución ha durado tanto es porque, aunque los requisitos cons-
titucionales para cambiarla implican amplias mayorías, la distribución del poder en
México ha permitido que haya sido reformada 229 veces desde su promulgación.
Únicamente 22 de sus 136 artículos no han sufrido modificación alguna.2 No sólo
durante los años de la hegemonía priista se reformaba con relativa facilidad, tam-
bién desde 1997 que tenemos gobierno dividido. Es decir, aun cuando el partido del
Presidente no tiene la mayoría en el Poder Legislativo, la Constitución se ha modi-
ficado 91 veces en menos de una década. Este abultado historial de reformas le ha
permitido a la Constitución sobrevivir en función de las necesidades políticas del
gobierno en turno.
Ahora bien, en cierto sentido la Constitución de 1917 es aún más vieja que el
centenario que ahora cumplimos. Una parte importante de ésta viene directamente
de la Constitución de 1857. Por ello, su jurisprudencia prevaleció hasta que la Corte
empezó a dictar una nueva a partir de la promulgación de la Constitución de 1917.
Los liberales ganaron la guerra civil en el siglo XIX. Su visión del mundo la
plasmaron en la Constitución de 1857. Era un rechazo a un mundo organizado cor-
porativamente, en torno a la iglesia, el ejército, todo tipo de gremios y la propiedad
corporativa de la iglesia y de los indígenas. Era un rechazo a un mundo de poderes
opresivos, comenzando por el más evidente, que era el del gobierno en turno, por
lo que había que proteger al ciudadano de sus arbitrariedades, en particular a tra-
vés del juicio de amparo; así como el abuso de todo tipo de monopolios públicos y
privados. Aunque muchos de éstos se originaron cuando aún éramos una colonia
española, los monopolios florecieron a lo largo de nuestra vida independiente, em-
pobreciendo al consumidor.
El gobierno de la Revolución mexicana fue heredero directo de los liberales
del siglo XIX. La Constitución de 1917, tal como fue presentada por Venustiano
Carranza ante el Congreso Constituyente, era una reforma de la Constitución de
1857. Los cambios que proponía Carranza eran importantes, sobre todo en lo que
respecta a la manera de afianzar las garantías individuales y evitar la anarquía en el
territorio nacional. El proyecto de Carranza buscaba concentrar el poder en el Eje-
cutivo frente al Legislativo, reformar el procedimiento penal y limitar el amparo. Sin
embargo, “en rigor, el Proyecto de Constitución tuvo poco de novedoso u original en
relación con el estado en que se encontraba en ese momento la discusión sobre te-
mas constitucionales”.3 La raíz liberal de la Constitución de 1857 no fue modificada.
Carranza consideraba que las nuevas reformas servirían para culminar la obra
liberal. En su mensaje inicial ante el Constituyente de Querétaro, Carranza señaló:
La Constitución Política de 1857, que nuestros padres nos dejaron como legado pre-
cioso… lleva indiscutiblemente, en sus preceptos, la consagración de los más altos
principios, reconocidos al fulgor del incendio que produjo la revolución…
Más, desgraciadamente, los legisladores de 1857 se conformaron con la proclama-
ción de principios generales que no procuraron llevar a la práctica, acomodándolos
a las necesidades del pueblo mexicano para darles pronta y cumplida satisfacción; de
manera que nuestro código político tiene en general el aspecto de fórmulas abstractas
en que se han condensado conclusiones científicas de gran valor especulativo, pero de
las que no ha podido derivarse sino poca o ninguna utilidad positiva.4
Por ello, era necesario darle contenido positivo a los enunciados de la Constitu-
ción previa, pero siempre con un sentido liberal claramente definido:
rez, Felipe, Leyes fundamentales de México 1808-1997, México, Porrúa, pp. 745-746.
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5 Ibidem, p. 749.
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del Estado, no estimulando la libre competencia para que fuera el mercado el que
hiciera esa tarea.
El presidente Salinas rompió con esta tradición de controlar los mercados a tra-
vés de fijar los precios y otras disposiciones intervencionistas para buscar hacerlo a
través de una buena regulación de los mercados, es decir, castigando las prácticas
dominantes y limitando a los monopolios. Un mercado bien regulado, desde una
lógica liberal como es la del 28 constitucional, aprobada hace 100 años, es el mejor
instrumento para lograr mejores precios y productos de mayor calidad.
Con este objetivo se promulga en 1992 la Ley Federal de Competencia Eco-
nómica (LFCE). Ésta llevó a la creación en junio de 1993 de la Comisión Federal
de Competencia (Cofeco). Esta ley, a partir de las mejores prácticas en la materia,
buscaba hacer de la competencia el eje para que los precios se alineen en el mer-
cado, sin que los oferentes puedan abusar de su posición dominante en el mercado
en caso de tenerla. En la práctica, sin embargo, la Cofeco no tuvo los instrumentos
suficientes para lograrlo, en buena medida por la prevalencia del amparo, el cual
hizo posible sobrevivieran o se ampliaran empresas privadas dominantes, el caso
más conspicuo en el sector telecomunicaciones. Las reformas del artículo 28, como
parte del Pacto por México en los inicios del gobierno del presidente Peña Nieto le
dan mucho más instrumentos a la heredera de la Cofeco, la Cofece, para tratar de
cumplir el espíritu del 28 constitucional.
La propiedad de las personas no puede ser ocupada sin su consentimiento, sino por
causa de utilidad pública y previa indemnización. La ley determinará la autoridad que
deba hacer la expropiacion y los requisitos con que ésta haya de verificarse.
Ninguna corporación civil ó eclesiástica, cualquiera que sea su carácter, denomi-
nación ú objeto, tendrá capacidad legal para adquirir en propiedad ó administrar por
sí bienes raíces, con la única excepción de los edificios destinados inmediata y directa-
mente al servicio u objeto de la institución.
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La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio
nacional corresponde originariamente a la Nación, la cual ha tenido y tiene el derecho
de transmitir el dominio de ellas a los particulares constituyendo la propiedad privada.
Las expropiaciones sólo podrán hacerse por causa de utilidad pública y mediante
indemnización.
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10 Azuela, Antonio, “Property in the Post-post-revolution: Notes on the Crisis of the Constitutio-
nal Idea of Property in Contemporary Mexico”, Texas Law Review 89 (1915): 1925.
11 Pérez Nieto, Octavio, “El derecho de reversión en materia de expropiación”, tesis de licencia-
en: http://goo.gl/tuoJq.
13 Reforma publicada en el Diario Oficial de la Federación del 3 de febrero de 1983. Disponible en:
http://goo.gl/qzWh5.
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14 Kouri, Emilio, “La invención del ejido”, Nexos, enero de 2015. Disponible en: http://bit.
ly/1AHgO1A.
15 Novak, William J., “The Myth of the ‘Weak’ American State”, American History Review,
estatatista, como veremos más adelante, pero no podía recaudar fácilmente y una de
las razones de ello eran las limitaciones que le impone el juicio de amparo.
El juicio de amparo ha sido motivo de orgullo para los juristas mexicanos.Se-
gún uno de nuestros grandes constitucionalistas, Ignacio Burgoa, éste surgió de “la
urgencia de encontrar un medio jurídico para hacer respetar los derechos consagra-
dos en la ley a favor de los gobernados ante el poder y autoridad de los gobernan-
tes…”.16 “Por primera vez en su historia, México ha salido al campo del derecho
internacional con bandera propia. Cualquiera que sea el destino del amparo, esa
bandera habrá de regresar al corazón de la patria con la huella de todos los climas
y el halago de todas las constelaciones para confirmar nuestra fe en la sentencia ju-
dicial que ampara y protege a toda persona contra el ultraje de toda autoridad”.17
La propia profesión jurídica, en su enamoramiento con el amparo, ha contri-
buido a distorsionarlo. El amparo parece diseñado para excluir a quienes no tienen
recursos. Como lo ha puesto Francisca Pou Giménez, el amparo implica una vía
procesal “imposible de activar en la práctica sin un abogado especializado; que
somete a las personas a vericuetos procesales interminables de imprevisible desen-
lace; y que, debiendo acabar en una sentencia capaz de “restituir al quejoso en el
goce del derecho”, desemboca con frecuencia en una cadena de incidentes de ineje-
cución o con sentencias con nula capacidad restauradora y preventiva de futuras
violaciones”.18
El 27 constitucional dotó al Estado de grandes capacidades expropiatorias, o al
menos así lo aceptó la Suprema Corte en su jurisprudencia desde el sexenio del pre-
sidente Lázaro Cárdenas hasta fines del de Vicente Fox. Sin embargo, impuso lími-
tes que no existen en otros países para recaudar. Uno de los instrumentos centrales
para impugnar un impuesto es la constitucionalidad del mismo, pero una declara-
ción de inconstitucionalidad sólo protege a quien impugna el impuesto.19
El amparo fiscal ha llevado a que ciertos contribuyentes se hayan visto benefi-
ciados con la exención de impuestos, mientras que otros sí tienen que hacerlo, dado
que en el sistema jurídico mexicano la declaración de inconstitucionalidad de las
leyes a través del juicio de amparo sólo beneficia a aquéllos que buscan la protección
de la justicia (la llamada doctrina Otero).
Esto cambia una vez que se sienta jurisprudencia con cinco sentencias en el
mismo sentido. En este caso, cualquiera puede buscar la exención, aunque para
el que no se amparó previamente, no sería retroactivo. El resultado es que el amparo
en materia tributaria lleva a tasas efectivas reales muy distintas entre empresas en
función de su capacidad y fortuna para litigar.
nuevo ni tan protector?”, en Anuario de Derechos Humanos, núm. 10, 2014, p. 93.
19 Los párrafos siguientes están basados en Elizondo Mayer Serra, Carlos, “La industria del ampa-
Con el apoyo de los despachos de abogados especialistas que han ido desa-
rrollando toda una sofisticada técnica para defender al contribuyente, el juicio de
amparo se fue convirtiendo en un instrumento jurídico poderoso en manos de quie-
nes pagan impuestos y pueden pagar buenos abogados. Toda ley nueva puede ser
impugnable por sus supuestos vicios de inconstitucionalidad. Dada la baja recauda-
ción en México, la necesidad de aumentarla ha llevado a permanentes cambios en
la legislación, con lo cual siempre queda espacio para buscar el amparo.
En México los contribuyentes han gozado de la protección de la justicia con
una cobertura probablemente mucho mayor a la de cualquier otro país del mundo.
Esa protección no existió durante casi cien años, ya que el artículo correspondiente
emana de la Constitución de 1857. El texto constitucional no cambió. Sencillamen-
te, a partir de los años sesenta fue interpretado de manera distinta, de suerte tal que
se ampliaron los derechos de los contribuyentes.20 Desde que el gobierno aprendió a
litigar mejor estos asuntos, a partir de finales del sexenio del presidente Fox, la capa-
cidad por parte de los contribuyentes de ganar estos amparos ha bajado.
Las bases constitucionales a partir de las cuales se construyó una jurisprudencia
de protección para el contribuyente son endebles. Se encuentran en el artículo 31,
fracción IV constitucional, que establece como obligación de los mexicanos “con-
tribuir para los gastos públicos, así de la federación, como del Distrito Federal o del
estado y municipio en que residan, de la manera proporcional y equitativa que dis-
pongan las leyes”.21
Estos principios no figuran en el capítulo de garantías individuales, los primeros
29 artículos de la Constitución.22 Sin embargo, la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) decidió, a principios de los años sesenta, sostener que la violación de
dicho artículo sí constituye una violación a las garantías de los contribuyentes. Con
este criterio se garantizó la procedencia del juicio de amparo contra leyes que impo-
nen contribuciones y que presuponen violaciones al artículo 31 de la Constitución.
Como el Poder Judicial define la constitucionalidad de las leyes, y lo hace con
gran detalle, una parte significativa de la política tributaria se fue trasladando del
Poder Legislativo al Judicial y, en última instancia, a la Suprema Corte. Esto impli-
ca problemas de representatividad importantes, al no ser la Corte un cuerpo electo
pero que termina definiendo qué impuestos existen en México.
El amparo es un proceso oneroso. En general, se cobra una cuota fija por pre-
sentar el asunto, más cierto porcentaje de ingreso adicional, que oscila entre 3% y
10% de lo recuperado, en caso de éxito. Si bien en teoría está al alcance de todos los
contribuyentes y en la práctica llegan buenas demandas que involucran a empresas
20 O como lo ha puesto el ministro Góngora Pimentel en un libro reciente, se ganó la batalla por
el amparo en la materia. Véase Góngora Pimentel, Genaro David, La lucha por el amparo fiscal, México,
Porrúa, 2007.
21 Reformado mediante decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 25 de octubre
de 1993, Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, edición del Instituto de Investigaciones Jurí-
dicas, UNAM.
22 Aunque en sentido estricto, no tratan derechos fundamentales los artículos 25 y 26, que se re-
fieren al sistema de planeación, ni el 27 que se refiere a la propiedad privada, pero en una concepción
que está lejos de ser liberal.
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23 Esta sección está basada en las páginas iniciales de un libro escrito con Luis Manuel Pérez de
Acha, Expropiación en México: jurisprudencia y nuevo régimen legal, México, Ed. Dofiscal, 2011.
24 Véase Elizondo Mayer-Serra, Carlos, “¿Una nueva Constitución en el 2013? El capítulo econó-
25 Córdova, Arnaldo, “Nación y nacionalismo”, Nexos, núm. 83, México, 1984, pp. 27-33.
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I. Planteamiento
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l inminente centenario de la Constitución mexicana de 1917 ha motivado un
alud de eventos, ensayos e investigaciones sobre los antecedentes, el debate y
la trayectoria del texto constitucional de Querétaro. Muchos de estos trabajos
resaltarán las aportaciones de nuestra Constitución al constitucionalismo mundial
(artículos 27 y 123), así como al desarrollo y la estabilidad de que ha gozado México
en casi cien años (en contraste, sobre todo, con la mayor parte del siglo XIX), y es
correcto y loable que así sea. Otros esfuerzos harán una evaluación crítica del cons-
titucionalismo mexicano del siglo XX e inicios del XXI, y pondrán de relieve los
evidentes déficit que caracterizaron, y caracterizan todavía, al régimen constitucional
instaurado en 1917, los que justifican, a los ojos de algunos estudiosos, la elaboración
y aprobación de una nueva Constitución.1 Finalmente, y tomando como punto de
partida las virtudes y los defectos de la Constitución en vigor, algunos ensayos se pro-
pondrán mirar más allá de ellos, con el fin de explorar las necesidades y condiciones
que enfrentará el sistema constitucional mexicano una vez superada la fecha del cen-
agradece los generosos comentarios de María Amparo Casar, Sergio López Ayllón, Jacqueline Martí-
nez Uriarte, Andrea Pozas, Pedro Salazar Ugarte y Diego Valadés.
1 Véase, por ejemplo, Cárdenas Gracia, Jaime, Una Constitución para la democracia. Propuestas para un
Héctor Fix-Fierro
véase Negretto, Gabriel L., Making Constitutions. Presidents, Parties, and Institutional Choice in Latin America,
Nueva York, Cambridge University Press, 2013, pp. 17 y ss. (versión española: La política del cambio cons-
titucional en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 2015). Negretto contabiliza casi 200
Constituciones en 18 países de América Latina desde la independencia, es decir, en promedio algo más
de 10 Constituciones por cada uno; las reformas también han sido frecuentes, con un promedio de casi
ocho decretos de reforma entre 1978 y 2008 (p. 21), pero solamente cuatro países (Costa Rica, México,
Panamá y Uruguay) no han aprobado una nueva Constitución en el periodo 1978-2013. Véase también
Casar, María Amparo y Marván, Ignacio, Pluralismo y reformas constitucionales en México, 1997-2012, Méxi-
co, CIDE, 2012 (División de Estudios Políticos, Documento de Trabajo, núm. 247). Casar y Marván
sostienen que, en un contexto comparado, el caso mexicano no es excepcional, ni en lo que se refiere a
la frecuencia de la reforma de la Constitución, ni en lo relativo a la extensión del texto constitucional.
3 Puede verse un diagnóstico de los defectos formales y técnicos del texto vigente en “Hacia la
reordenación y consolidación del texto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Estudio introductorio”, en Fix-Fierro, Héctor y Valadés, Diego (coords.), Constitución Política de los Es-
tados Unidos Mexicanos. Texto reordenado y consolidado. Anteproyecto, México, UNAM-Cámara de Diputados
(CEDIP)-Senado de la República (LXIII Legislatura)-IIDC, 2016, pp. 8 y ss.
4 “La excesiva manipulación del texto constitucional ha dificultado que el efecto prescriptivo de
sus disposiciones se asiente realmente como guía de los comportamientos sociales. Existe un senti-
miento de transitoriedad en torno a los tópicos constitucionales que no favorece la interiorización a
nivel social de los valores organizativos que proyecta la carta”. Díaz y Díaz, Martín, “La transición
constitucional (notas sobre las condiciones de remplazo)”, en Hacia una nueva constitucionalidad, México,
UNAM, 1999, p. 184.
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nal en un decreto de reforma, es decir, un decreto puede contener varias modificaciones a un artícu-
lo que se contarán como una sola reforma. Se trata de la misma contabilidad que se emplea en la página
Web de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión: http://www.diputados.gob.mx. Un breve
análisis formal de las reformas constitucionales hasta 2015 es el de Soberanes Díez, José María, Análisis
formal de las reformas constitucionales, México, UNAM-Conacyt, 2015.
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Cuadro 1
Reformas constitucionales por periodo de gobierno
(1921-29 de enero de 2016)
Extensión Diferencia
Presidente Periodo Reformas (%) Decretos
(palabras) (palabras)
Álvaro Obregón 1920-1924 8 1.1 2
Plutarco Elías Calles 1924-1928 18 2.6 5
Emilio Portes Gil 1928-1934 28 4.0 12
Pascual Ortiz Rubio
Abelardo Rodríguez
Lázaro Cárdenas 1934-1940 15 2.2 10
Manuel Ávila Camacho 1940-1946 18 2.6 10
Miguel Alemán 1946-1952 20 2.9 13
Adolfo Ruiz Cortines 1952-1958 2 0.3 1
Adolfo López Mateos 1958-1964 11 1.6 9
Gustavo Díaz Ordaz 1964-1970 19 2.7 8 27 638
Luis Echeverría 1970-1976 40 5.7 14 28 532 + 864
José López Portillo 1976-1982 34 4.9 14 29 938 + 1 406
Miguel de la Madrid 1982-1988 66 9.5 19 34 916 + 4 978
Carlos Salinas de Gortari 1988-1994 55 7.9 15 36 856 + 1 940
Ernesto Zedillo 1994-2000 77 11.0 18 42 802 + 5 946
Vicente Fox 2000-2006 31 4.4 17 45 365 + 2 653
Felipe Calderón 2006-2012 110 15.8 38 54 815 + 9 450
Enrique Peña Nieto 2012-ene-2016 145 20.8 22 65 606 + 10 791
Total 697 100.0 227
Fuente: Elaboración propia con datos de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión: http://
www.diputados.gob.mx.
Nota: Los periodos de gobierno sexenal comienzan el 1o. de diciembre del primer año y concluyen
el 30 de noviembre del segundo. La columna sobre “extensión” se refiere a la extensión del texto
constitucional, medido en palabras, al final del periodo correspondiente y no incluye el preámbulo ni
los artículos transitorios.
autor señala que si bien la Constitución Federal de los Estados Unidos (1787) tiene una breve extensión
y se reforma en contadas ocasiones, las Constituciones de los estados son prolijas y se enmiendan y
sustituyen de modo muy frecuente, lo que las hace muy parecidas a las latinoamericanas. La mar-
ca parece tenerla actualmente la (sexta) Constitución del Estado de Alabama (de 1901), con más de
trescientas mil palabras de extensión. Véase “Constitution of Alabama”, en http://en.wikisource/wiki/
Constitution_of_Alabama (visita del 25 de mayo de 2016).
12 Viciano Pastor, Roberto y Martínez Dalmau, Rubén, ¿Se puede hablar de un nuevo constitucionalismo
latinoamericano como corriente doctrinal sistematizada? Ponencia presentada en el VIII Congreso Mundial de
Derecho Constitucional, México, 6-10 de diciembre de 2010, véase en http://www.juridicas.unam.mx/
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wccl/ponencias/13/245.pdf (visita del 22 de agosto de 2013). Detrás de esta idea se encuentra el temor a
la arbitrariedad y al abuso que siempre han acompañado nuestra vida constitucional.
13 Koller, Heinrich y Biaggini, Giovanni, “La nueva Constitución Federal suiza. Una visión gene-
ral de las novedades y los aspectos más destacados”, Teoría y realidad constitucional, Madrid, núms. 10-11,
2002-2003, p. 612; Häberle, Peter, “La revisión ‘total’ de la Constitución federal suiza de 1999/2000”,
Revista Peruana de Derecho Público, Lima, núm. 1, 2000, pp. 73 y ss.
14 Kayser, Martin y Richter, Dagmar, “Die neue schweizerische Bundesverfassung”, Zeitschrift für
ausländisches öffentliches Recht und Völkerrecht, vol. 59, 1999, pp. 998 y ss.
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15 Fix-Fierro, “Hacia el centenario…”, cit., pp. 697-702, 710 y ss, explora algunas de las causas de
nuestro reformismo constitucional y contiene una reflexión más amplia a partir de la idea de “modelos
constitucionales”.
16 La distinción entre “ley que instituye” y “ley que regula” ha sido propuesta y desarrollada por
Sergio López Ayllón. Véase Las transformaciones del sistema jurídico y los significados sociales del derecho en Méxi-
co. La encrucijada entre tradición y modernidad, México, UNAM, 1997, pp. 252 y ss.
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transformar, a través de la norma, un basamento social mucho más alejado del que
partieron las naciones occidentales (las europeas y Estados Unidos) al iniciarse el
constitucionalismo a fines del siglo XVIII. Ello podría ayudar a explicar la ten-
dencia a elaborar textos constitucionales detallados y extensos que prefiguran, de
manera precisa, los resultados sociales que la norma debiera producir, así como a
promover su reforma frecuente, cuando requiere ampliarse el proyecto político y
social que dichos textos encarnan, o bien cuando los resultados esperados no se al-
canzan o son insatisfactorios.
El precio a pagar han sido la disfuncionalidad permanente de los modelos cons-
titucionales importados,17 la inclinación al “fetichismo constitucional”,18 es decir,
a la idea de que el cambio del texto constitucional producirá, por sí mismo, una
transformación de la realidad, así como el uso simbólico de la reforma constitucio-
nal, esto es, la que no tiene un propósito de verdadera realización. Sin duda, todos
los cambios del texto constitucional modifican la realidad en algún sentido y tienen
siempre efectos reales, pero no se trata necesariamente de una mejor corresponden-
cia entre norma y realidad. No obstante, una perspectiva temporal más amplia nos
revelaría que, si bien el problema de la eficacia de las normas constitucionales sigue
siendo tan agudo como siempre, nuestras Constituciones han sido relativamente
exitosas en lo que se refiere a su función instituyente. Basta comparar la realidad
social del México de 1857, con la de 1917 y la de 2017. Aunque subsistan graves
problemas, como la pobreza, la violencia y la desigualdad, no puede ponerse en
duda que la utopía constitucional de 1857, después de pasar por el ajuste de 1917,
ha ido adquiriendo paulatinamente un cierto grado de realidad, en gran medida
porque el proyecto de nación contenido en los textos constitucionales ha aglutinado
a las fuerzas capaces de ir impulsando y moldeando —con avances y retrocesos— el
desarrollo del país dentro de las coordenadas del Estado constitucional democrático.
Esta condición originaria de nuestra existencia política no se ha alterado fun-
damentalmente en dos siglos. Parte de la dinámica de la reforma constitucional
se sigue alimentando de la necesidad de delinear primero —instituir— en el texto
constitucional la visión que se tiene en cada momento del futuro del país. Sin embar-
go, hay indicios para pensar que el nivel de desarrollo alcanzado por México exige
que la ley, sin dejar de instituir, regule de manera cada vez más eficaz.19 Y ello puede
17 Con su habitual agudeza, Martín Díaz y Díaz lo expresa así: “El pasado colonial de los países
latinoamericanos —sobre todo los que se desarrollaron sobre la base de grandes civilizaciones aboríge-
nes— marcó desde el principio un contraste con los modelos normativos de la modernidad. Las dife-
rencias eran radicales: aquí no se trataba de encontrar una fórmula racional para el ejercicio moderno
del poder, sino de adaptar las soluciones ilustradas a unas sociedades con fuertes reminiscencias premo-
dernas. Este complicado proceso de acoplamiento estructural produjo los traumas y fisuras que nuestra
vida institucional resiente incluso hasta la actualidad” (“La transición constitucional…”, cit., p. 171).
18 Otra vez Martín Díaz y Díaz: “Lo primero que se debe tener en mente es que una concepción
fetichista de la Constitución puede filtrarse en los propósitos innovadores, haciéndonos pensar que la
sustitución de un texto por otro apareja en sí mismo su eficacia… [E]l único indicador confiable desde
la perspectiva de un nuevo pacto constitucional, sería una práctica social normalizada y previamente
arraigada en el sentido que se pretendiera conferir al nuevo texto” (cit., p. 188).
19 Esta hipótesis ha sido desarrollada por Sergio López Ayllón y el autor de este ensayo. Véase
Fix-Fierro, Héctor y López Ayllón, Sergio, “Legitimidad contra legalidad. Los dilemas de la transición
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jurídica y el Estado de derecho en México”, Política y Gobierno, México, año VIII, núm. 2, segundo
semestre, 2001, pp. 347-393, y “Cambio jurídico y autonomía del derecho: un modelo de la transición
jurídica en México”, en Serna de la Garza, José María y Caballero Juárez, José Antonio (eds.), Estado
de derecho y transición jurídica, México, UNAM, 2002, pp. 95-143.
20 Viciano Pastor, Roberto y Martínez Dalmau, Rubén, op. cit.
21 Después de analizar la trayectoria de todos los textos constitucionales en el mundo desde 1789,
Zachary Elkins, Tom Ginsburg y James Melton llegaron a la conclusión que son tres factores los que
explican principalmente la longevidad de una Constitución: la reglamentación detallada de sus dispo-
siciones, la inclusión de fuerzas y grupos políticos en su elaboración y reforma, y la flexibilidad para
introducir en ella los cambios y ajustes que exige la realidad política. Véase The Endurance of National
Constitutions, Cambridge-Nueva York, Cambridge University Press, 2009.
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22 Salazar Ugarte, Pedro, “Sobre la democracia constitucional en México (pistas para arqueólo-
gos)”, Política y derecho. Derechos y garantías. Cinco ensayos latinoamericanos, México, Fontamara, 2013, p. 99.
23 Los otros dos partidos presentaron ante la Suprema Corte de Justicia varias acciones de incons-
Nieto en 2013 planteó inicialmente la eliminación de las principales restricciones que subsistían en el
texto de la Constitución en la materia.
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Yo no opino como el señor Lizardi, respecto a que esto será cuando se fijen las leyes
reglamentarias, cuando se establezca tal o cual cosa en beneficio de los obreros; no, se-
ñores. ¿Quién nos garantiza que el nuevo Congreso habrá de estar integrado por revo-
lucionarios? ¿Quién nos garantizará que el nuevo Congreso, por la evolución natural,
por la marcha natural, el gobierno, como dijo el señor Jara, tienda al conservatismo?
¿Quién nos garantiza, digo, que ese Congreso general ha de expedir y ha de obrar de
acuerdo con nuestras ideas?... si es preciso pedirle a la comisión que nos presente un
proyecto en que se comprenda todo un título, toda una parte de la Constitución, yo
estaré con ustedes porque con ello habremos cumplido nuestra misión de revolucio-
narios.25
Hemos apuntado que la Constitución está sujeta a los cambios que dicta la
evolución de la sociedad, particularmente si se trata de un texto con algún gra-
do de flexibilidad formal. La liberalización económica y la democratización polí-
tica de las décadas recientes han impulsado transformaciones profundas del orden
jurídico mexicano, incluyendo a la Constitución misma. Ambos procesos han esta-
do vinculados con una apertura del Estado y la sociedad mexicanos hacia la sociedad
mundial,26 y ello ha traído por consecuencia que el orden jurídico —después de
transitar por una etapa que podríamos denominar de “nacionalismo jurídico”—27
se abra nuevamente a la incorporación de influencias e instituciones que tienen su
origen en el exterior.
Acosado por la aguda crisis de la deuda externa en 1982, el gobierno del pre-
sidente Miguel de la Madrid determinó que era impostergable un “cambio de
25 Véase Marván Laborde, Ignacio (ed.), Nueva edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente de
1916-1917, México, SCJN, 2006, t. I, pp. 409-410.
26 Sobre la sociedad mundial y su impacto en los órdenes jurídicos nacionales, y particularmente
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rumbo”28 que sentara nuevas bases para el desarrollo del país. En materia económi-
ca, comercial y financiera, el giro implicaba la promoción del crecimiento a través
de la incorporación de la economía mexicana al mercado mundial (México se adhi-
rió al GATT en 1986), fomentando las exportaciones y la inversión privada, princi-
palmente de origen foráneo. El presidente Salinas de Gortari (1988-1994) impulsó
la ampliación y profundización de la liberalización económica mediante la firma
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que se negoció con
Estados Unidos y Canadá.
La negociación del TLCAN no trajo consigo, al menos en un primer momento,29
cambios formales a la Constitución, en parte porque el gobierno mexicano inició
dicha negociación con base en la premisa de que no se modificaría su texto. Ello no
significa, por supuesto, que el Tratado y la apertura económica no tuvieran impor-
tantes implicaciones constitucionales.30 En cambio, los años previos y posteriores
a la firma y entrada en vigor del Tratado (1991-1996) atestiguaron una verdadera
revolución en la legislación financiera, comercial y económica del país, revolución
que tenía el objetivo de armonizar el orden jurídico nacional con las exigencias de
su incorporación a la economía mundial.31
No obstante lo anterior, la firma del Tratado trajo significativas consecuencias
indirectas para el sistema constitucional mexicano. Parte de las críticas que hicie-
ron algunos actores y grupos políticos de Estados Unidos que se oponían a la nego-
ciación con México, se refería la ausencia de una verdadera cultura de la legalidad
(rule of law) en nuestro país. A su vez, los organismos financieros internacionales,
como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, promovían por
aquellos años la idea de que la reforma económica no podría consolidarse si al mis-
mo tiempo no se promovía la creación de un auténtico Estado de derecho. Estas
críticas, sin duda, influyeron en la iniciativa de reforma judicial que el presidente
Zedillo envió al Congreso de la Unión a los pocos días de tomar posesión de su car-
go.32 Desde entonces la preocupación por el Estado de derecho ha permanecido en
un primer plano de la agenda pública y ha sido fuente de numerosos cambios más,
tanto a nivel constitucional como legislativo.
La democratización del presidencialismo autoritario y del régimen hegemónico
del PRI se inició tímidamente con la Reforma Política de 1977, que abrió espacios
28 Véase De la Madrid Hurtado, Miguel, Cambio de rumbo. Testimonios de una Presidencia, 1982-1988,
México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
29 Los energéticos (petróleo, gas y electricidad) quedaron fuera de la negociación del Tratado por
decisión del gobierno mexicano, que no deseaba alterar el régimen de monopolio estatal sobre estas
industrias que preveía la Constitución en ese momento. La Reforma Energética de 2013 puede verse
como un efecto, muy retardado, de la apertura económica iniciada en 1982.
30 Hubo resultados de la negociación que suscitaron dudas sobre su constitucionalidad, las que hu-
bieran podido subsanarse fácilmente con un ajuste al texto de la Constitución. Sobre este punto puede
verse Serna de la Garza, José María, Impacto e implicaciones constitucionales de la globalización en el sistema
jurídico mexicano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2012, pp. 111 y ss.
31 Véase el análisis de esta “revolución” en López Ayllón, Las transformaciones…, cit.
32 Véase Fix-Fierro, Héctor, “La reforma judicial en México: ¿de dónde viene? ¿hacia dónde va?”,
Reforma Judicial. Revista Mexicana de Justicia, México, núm. 2, julio-diciembre de 2003, pp. 251-324.
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33 Véase Fix-Fierro, “Derecho y gobernanza en la sociedad mundial…”, cit., pp. 227 y ss.
34 Fix-Fierro, Héctor, Los derechos políticos de los mexicanos, México, UNAM, 2006, pp. 110 y ss.
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Cultura Constitucional (2011). Además, recurriremos a algunos resultados del extraordinario proyecto
Los mexicanos vistos por sí mismos. Los grandes temas nacionales, que comprende 25 encuestas nacionales, en-
tre las cuales figuran varias relacionadas con el Estado de derecho y la cultura de la legalidad (2015).
Véase Concha, Cantú, Hugo A. et al., Cultura de la Constitución en México. Una encuesta nacional de actitudes,
percepciones y valores, México, UNAM, 2004; los resultados de 2011 pueden consultarse en http://www.
juridicas.unam.mx/invest/areas/opinion/EncuestaConstitucion/.
36 La Encuesta Nacional sobre la Constitución de 2003 se aplicó a una muestra nacional represen-
tativa de 1 800 personas mayores de 15 años. Sin embargo, las respuestas a las primeras dos preguntas
que se analizan aquí provienen de un segundo cuestionario de léxico, aplicado a sólo 300 personas en
diversos municipios del país.
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Cuadro 2
Importancia de la Constitución
Cuadro 3
Descripción de la Constitución
Cuadro 4
Conocimiento y cumplimiento de la Constitución
¿Qué tanto considera usted que conoce la ¿Qué tanto cree que se cumple la Consti-
Constitución: mucho, poco o nada? (%) tución en México? (%)
2003 2011 2003 2011
4.8 3.6 Mucho 5.2 5.9
72.6 65.1 Poco 68.1 59.3
20.3 27.7 Nada 19.3 21.3
0.2 1.3 Otra (esp) 0.3 0.8
— — Depende (esp) 1.7 6.7
2.1 2.4 NS/NC 5.4 6.0
Fuente: Encuesta Nacional sobre la Constitución (2003) y Encuesta Nacional de Cultura Constitu-
cional (2011).
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en Argentina (2005) y Costa Rica (2009), aunque de manera mucho más tenue en este segundo caso.
Véase Fix-Fierro, “Hacia el centenario…”, cit., p. 723.
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Cuadro 5
Constitución y necesidades del país
Por lo que usted piensa, ¿la Constitución que tenemos ahora…? (%)
2003 2011 2015
Es adecuada para las necesidades del país 45.6 27.8 22.2
Responde un poco a las necesidades del país 45.0
Ya no responde a las necesidades del país 42.1 56.5 22.9
Otra (esp) 2.1 4.3 n.d.
NS/NC 10.2 11.4 n.d.
Fuente: Encuesta Nacional sobre la Constitución (2003) y Encuesta Nacional de Cultura Constitu-
cional (2011). Los datos de la encuesta de 2015, en Barceló Rojas, Daniel A. et al., Percepciones sobre el
federalismo en México. Encuesta Nacional de Federalismo, México, UNAM, 2015, p. 145, cuadro 17.
Cuadro 6
¿Qué hacer con la Constitución?
Fuente: Encuesta Nacional sobre la Constitución (2003) y Encuesta Nacional de Cultura Constitu-
cional (2011).
Héctor Fix-Fierro
Cuadro 7
Convocatoria de un Congreso Constituyente
Por lo que usted piensa, ¿se debería o no se debería convocar a un congreso constituyente
(para hacer una nueva Constitución)? (%)
Sí 47.2
Sí, en parte (esp) 24.6
No 10.0
No, en parte (esp) 7.3
NS/NC 10.9
Cuadro 8
Opinión de los ciudadanos sobre la reforma constitucional
Las personas que no saben de leyes, ¿deben o no deben opinar sobre los cambios a la Constitución? (%)
2003 2011
Sí deben 40.8 48.3
Sí, en parte (esp) 13.2 22.3
No deben 42.1 24.7
NS/NC 3.9 4.6
Fuente: Encuesta Nacional sobre la Constitución (2003) y Encuesta Nacional de Cultura Constitu-
cional (2011).
38 Esta pregunta se inspira en la idea, postulada por el distinguido constitucionalista alemán Peter
Häberle, de que la Constitución no es sólo un documento político o jurídico, del que serían dueños los
políticos o los juristas, sino un patrimonio cultural que pertenece a todos los ciudadanos, quienes tienen
el derecho y hasta la obligación de interpretarlo y opinar sobre él (“sociedad abierta de los intérpretes
constitucionales”). Véase El Estado constitucional, México, UNAM, 2001, pp. 149 y ss.
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siga reformando, o incluso que se haga una nueva Constitución, porque la vigente
no responde ya suficientemente a las necesidades del país; y que se identifican con
ello, por lo que se sienten autorizados a opinar sobre las reformas que requiera en
tal sentido. Además, entre 2003 y 2011 aumenta de modo significativo la disposición
al cambio constitucional, lo cual tiene incidencia en las opciones que se examinan
en el siguiente apartado.
En el apartado III hemos estudiado algunas de las fuerzas que, de manera separada
o conjunta, impulsan las frecuentes modificaciones y el crecimiento del texto cons-
titucional. En el apartado IV hemos analizado las opiniones y expectativas de los
ciudadanos en relación con la Constitución, como parte del contexto social en el que
se producen las reformas constitucionales. Es previsible que tanto esas fuerzas como
su contexto sigan operando del mismo modo en el futuro inmediato y, por tanto, que
continúen favoreciendo la aprobación de nuevas modificaciones a la Constitución.
En la medida en que se vayan descontando las grandes transformaciones estructu-
rales, el espacio remanente seguramente se aprovechará para introducir infinitos
ajustes de detalle. Sin embargo, el avance indudable que ha tenido el país en su de-
sarrollo, sobre todo político, y los ingentes problemas que enfrenta en el momento
actual, parecen requerir una inflexión en la dinámica de la reforma constitucional
y una renovación de la cultura constitucional misma. ¿Cuáles son las posibilidades?
Desde hace casi veinte años, los constitucionalistas mexicanos han venido dis-
cutiendo la posibilidad de aprobar un nuevo texto constitucional.39 La opinión ma-
yoritaria desde entonces es que no están dadas las condiciones para un proceso
constituyente, porque no se ha dado una ruptura institucional ni se advierte en qué
términos podría darse un nuevo pacto político-constitucional. La misma dinámica
de las reformas parciales y fragmentarias de las últimas décadas sugiere, en cambio,
que éste es el modo en que las fuerzas políticas son capaces de ir diseñando y pro-
cesando paulatinamente los cambios que, en su perspectiva, demanda el país. Sin
duda, este modo de proceder es insatisfactorio en muchos sentidos, pero reabrir de
manera amplia el debate constitucional esconde muchos riesgos que dichas fuerzas
no parecen poder o querer asumir en este momento ni en un futuro inmediato. Aun
así, la aprobación de un nuevo texto constitucional no puede descartarse del todo,
pues en el futuro, pueden llegar a producirse circunstancias o cambios que ameriten
una respuesta diferente.
Resulta altamente probable, por tanto, que el país continúe avanzando por la
vía de la reforma constitucional parcial, pero ya hemos visto que es igualmente
problemático hacerlo en los términos vigentes. Por tanto, retomamos nuevamente
la propuesta de reordenación y consolidación del texto de la Constitución de 1917
39 Véanse los ensayos reunidos en Hacia una nueva constitucionalidad, cit., y Fix-Fierro, “Hacia el
Héctor Fix-Fierro
40 Esta propuesta no sólo pretende reordenar y consolidar el texto de la Constitución vigente, sino
trasladar sus partes reglamentarias a una Ley de Desarrollo Constitucional, que no es posible explicar
en esta oportunidad.
41 Esta expresión está tomada del artículo 1o. de la Constitución española de 1978. Tales valo-
res superiores son, de acuerdo con esa disposición: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo
político.
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CULTURA DE LA LEGALIDAD
E INSTITUCIONES EN MÉXICO
I. Introducción
A
pesar de que en el país existen investigaciones sobre cultura de la legalidad
desde finales de la década de los ochenta, las distintas investigaciones se hallan
dispersas. Esta situación impide obtener conclusiones generales a partir de
estos estudios, dilucidar su validez, conocer en qué medida son compatibles unos con
otros y comparables entre sí, e identificar aquellas áreas en las que hace falta realizar
investigación.
Esta dispersión trae como consecuencia la ausencia de una línea base de in-
formación que permita a la vez que discernir con claridad los rasgos de la cultura
ciudadana sobre el tema, proporcionar elementos para la elaboración de políticas
públicas informadas.
Es necesario dibujar un mapa de la producción existente en este campo en el
país, que permita contar con los elementos necesarios para realizar un diagnóstico
acertado y veraz.
Este texto tiene como propósito delinear algunos rasgos, que parecen ser com-
ponentes importantes de la cultura de la legalidad en México y a la vez dar respuesta
a una pregunta: ¿en qué medida las transformaciones institucionales pueden modi-
ficar las prácticas, actitudes y percepciones y, por lo tanto, cambiar las expectativas
de las personas acerca de la ley?, o en otras palabras, ¿cuál es la capacidad de las
instituciones para cambiar una cultura de la legalidad?
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1 Nelken, David, “Rethinking Legal Culture”, en Freeman (ed.), Law and Sociology, Oxford, Oxford
University Press, 2006.
2 Idem.
3 Almond, G. A. y Verba, S., Civic Culture, Political Attitudes and Democracy in Five Nations, Boston,
1963.
4 Friedman, Lawrence y Schreiber, Harry (eds.), Legal Culture and the Legal Profession, Boulder,
los resultados de tales causas, como la “cultura legal moderna” o bien “cultura legal
latinoamericana”, etcétera.
Asimismo, Friedman realiza una clasificación entre cultura jurídica interna —que
se refiere al grado de conocimiento jurídico que poseen los operadores del dere-
cho— y cultura jurídica externa, que se refiere al grado de conocimiento que tienen las
personas que comúnmente se mueven en un plano externo o fuera del derecho. Pese
a la extensa discusión que ha realizado Friedman en torno a esta clasificación, el
concepto de cultura jurídica externa ha sido debatido ampliamente. De esta mane-
ra, encontramos un buen número de investigaciones que denominan como conciencia
jurídica a las opiniones, valores, expectativas y actitudes que los ciudadanos comunes
tienen en torno al sistema legal.5 La discusión ha llegado a tal grado que, incluso el
propio Lawrence Friedman, en publicaciones posteriores, ha modificado sus con-
ceptos tanto de cultura jurídica, como su división entre interna y externa.6
Mientras que varios autores, por ejemplo, aquellos que se adscriben al Círcu-
lo de Estudios sobre Conciencia Jurídica, establecen que “el concepto de conciencia
jurídica es usado por científicos sociales, para referirse a las formas en las que las
personas tienen conocimiento del derecho y las instituciones legales, es decir, las in-
terpretaciones que le dan sentido a las experiencias y acciones de las personas”. Au-
tores como Cotterrell sugieren una clasificación que si bien reconoce las diferencias
entre ambos tipos de estudios, también trata de resaltar las similitudes y, sobre todo,
intenta hacer más utilizables ambos conceptos, dentro de la tradición de estudios
sociojurídicos.7
De esta forma, una primera faceta de los estudios sobre la cultura jurídica se
presenta como una aproximación cultural, lo que implica que los estudios se enfo-
can sobre las opiniones de los ciudadanos respecto al derecho y el sistema jurídico.
En esta perspectiva se realizan estudios de sociología aplicada con métodos propios
de la sociología, tanto cuantitativos como cualitativos, y los resultados se analizan
en términos sociales.8
Al otro extremo se encuentra lo que se ha denominado como la aproximación
consciente (the consciousness face of legal culture) a los estudios sobre cultura jurídica en
la cual los estudios se enfocan al análisis que los ciudadanos efectúan en torno a los
servicios legales y derechos específicos.9
5 Friedman, Lawrence, The Legal System: a Social Science Perspective, Russell, Sage Foundation, 1975,
pp. 15, 193 y 194.
6 Cotterrell, Roger, “The Concept of Legal Culture”, en Nelken, David (ed.), Comparing Legal Cul-
tures, Cap. I, Aldershot, Dartmouth, 1997, pp. 13-31, y Nelken, David, “Rethinking Legal Culture”,
en Freeman (ed.), op. cit.
7 Friedman, Lawrence y Schreiber, Harry (eds.), Legal Culture and the Legal Profession, Boulder, West-
view Press, 1996, p. 1. Así como Ewick, Patricia y Silbey, Susan, “Conformity, Contestation, and Resis-
tance: An Account of Legal Consciousness”, New Eng. L. Rev. 26, 1991, p. 731.
8 Silbey, Susan, “Legal culture and cultures of legality”, en Hall, John R. et al., Handbook of cultural
justice, (in) formality of law and external legal culture”, tesina presentada para acreditar el Master In-
ternacional en sociología del derecho del International Institute for the Sociology of Law, Oñati, 2005.
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10 Como ejemplo véase Marshall, Anna-Maria y Barclay, Scott, “Introduction to the Symposium:
In their Own Words: How Ordinary People Construct the Legal World”, Law and Social Inquiry, vol. 28,
núm. 3, verano de 2003, pp. 617-628.
11 Salazar Ugarte, Pedro, Cultura de la legalidad y democracia, Cuadernos del IFE, núm. 25, IFE, 2006.
12 Tyler, Tom, “Citizen Discontent with Legal Procedures: A Social Science Perspective on
Civil Procedures Reform”, American Journal of Comparative Law 45, núm. 4, 1997, pp. 871-904. DOI:
10.2307/841024. Véase también Tyler, Tom, Why People Obey the Law, Yale, Yale University Press,
1976.
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tiempo”.13 De ahí que todo tipo de sociedades tienen la necesidad de crear y mante-
ner un clima de legitimidad en el ámbito legal.
Por razones legales: La insatisfacción y desconfianza hacia el sistema legal y judicial
aumenta la probabilidad de desobediencia a la ley. La obediencia a la ley tiene una
vertiente coercitiva y otra voluntaria. Esta última es particularmente importante ya
que el Estado no puede monitorear todas las actividades y castigar toda infracción a
la ley. De ahí que las autoridades dependan de “la deferencia voluntaria a sus decisio-
nes” de forma que la ciudadanía tome como obligación el cumplimiento de la ley.14
Por razones de política pública: La insatisfacción con el sistema legal aumenta el
apoyo público a que los ciudadanos tomen la ley en sus manos. Como ha señalado
Tyler, “los ciudadanos perdonan a aquellos que toman la ley entre sus manos, ya
que consideran que la ley no funciona, por lo que se justifica que éstos actúen en
defensa propia”.15
13 Sarat, A., citado por Tyler, Tom, “Citizen Discontent with Legal Procedures: A Social Science
Perspective on Civil Procedures Reform”, American Journal of Comparative Law 45, núm. 4, 1997,
pp. 871-904. DOI: 10.2307/841024.
14 Tyler, Tom, op. cit., 1997, p. 874.
15 Idem.
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ción y el pasaje de los modelos culturales de una generación a otra, sino también, su
cambio en el tiempo.16
Una institución es “un patrón de acciones esperadas de individuos o grupos,
reforzado por la aplicación en sentido positivo o negativo de sanciones sociales”.17
Las instituciones constituyen puentes entre los individuos y la cultura en tanto que
son patrones normativos tejidos en y reforzados por las leyes y las mores (costumbres
y prácticas).
Como complejos de normas derivados de determinados valores comunes dados
e interiorizados, las instituciones constituyen conjuntos de orientaciones recíprocas
sujetas a una renegociación continua y cuya estabilidad está dada por la propia re-
lacionalidad, entendida como valor.18
Las instituciones, no son entendidas solamente en su faceta de instrumentos de
represión y control social, o simplemente como locus de poder que reproducen una
cultura. Son agentes de cambio social que posibilitan a los individuos abrirse a nue-
vas posibilidades de ciudadanía y formas de interrelación.
La obediencia a la ley y el acatamiento de las normas como relaciones sociales,
impactan en la constitución y reproducción de la sociedad y en la constitución de los
individuos. Involucran por ello objetividades y subjetividades. Esta doble vertiente
de la obediencia a la ley plantea dificultades y problemas para su estudio, ya que su
análisis involucra la conjunción de procesos de diversa naturaleza, micro y macro.
Por una parte, la lógica de las subjetividades está condicionada directamente por
las condiciones sociales en las que se elaboran, se transmiten esas representaciones
y estas condiciones generan reglas que pueden ser muy diferentes de la lógica de las
subjetividades.
Así, el campo de la obediencia a la ley está sometido a una doble lógica: la sub-
jetiva y la social, la coexistencia de estas dos lógicas permitiría explicar, por ejem-
plo, por qué se integran de manera conjunta contradicciones aparentes, como la
demanda porque se haga justicia, incluso si se tiene que violar la ley (como es el
caso de quienes están a favor de impartir la justicia por mano propia). Pero estas
contradicciones son sólo aparentes porque la obediencia a la ley y el acatamiento de
las normas constituyen un conjunto organizado y coherente. Son las reglas de este
funcionamiento específico las que hay que descubrir y que están en la intersección
de los procesos subjetivos (constitución de los individuos) y los procesos de constitu-
ción de la sociedad.
Ello plantea el examen de tres problemas interrelacionados: a) la producción
de significados éticos, políticos y culturales permeados por la visión de obediencia a
la ley; b) el análisis de esos significados y los medios por los que se transmiten; c) el
16 Entre las formas de socialización y cultura se sitúa el plano de la identidad individual, como
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estudio de las culturas y las experiencias vividas y su conexión con esos mundos de la
representación. Es decir, las redes de significación y sentido y de la acción humana
producidos culturalmente y la representación de la experiencia humana moldeada
por las instituciones de la sociedad y transmitidas por la escuela, la familia, la re-
ligión, los medios de comunicación, la ciencia, constituyen una capa crítica que es
necesario analizar.
Los principios de diferenciación en cuanto son inherentes a los sistemas de re-
presentación constituyen una herencia cultural, se heredan convenciones sociales a
partir de las cuales se organiza la distinción social. Los principios existen en el pre-
sente como un conjunto de instituciones,19 como marcos de referencia que una vez
internalizados y como parte de un proceso permanente de aculturación, orientan las
prácticas. La realidad de las personas se compone de construcciones culturales, que
aparecen tejidas en representaciones colectivas: en el lenguaje, categorías, símbolos,
rituales e instituciones.
Por ello es importante analizar y entender cómo estas diferenciaciones, las
orientaciones que guían a la acción y su transmisión construyen una cultura de obe-
diencia a la ley, de qué manera actúan en la dinámica cultural y social, cómo estruc-
turan relaciones de poder, cómo se internalizan en los individuos participando en la
formación de esas estructuras de percepción, pensamiento y acción llamadas habitus
y cómo se actualizan en las prácticas.
Para realizar este tipo de análisis, instituciones como la escuela y el estudio de
los procesos educativos son espacios privilegiados, ya que desempeñan un papel fun-
damental en la construcción y socialización de los valores de obediencia a la ley, las
orientaciones que guían a la acción y su transmisión, constituyendo una poderosa
fuente de socialización primaria.
19 Gilberto Giménez define la institución, siguiendo a Bourdieu como “las instituciones representan
la materialización, la fijación y la codificación social del sentido... por lo tanto, la cultura puede ser
aprehendida como una estructura de significados preconstruidos que constituye el marco de referencia
de una sociedad y la base obligada —y no pensada— de todas las prácticas significantes. Giménez,
Gilberto, “La problemática de la cultura en las ciencias sociales”, Teoría y el análisis de la cultura, Secretaría
de Educación Pública, Comecso, U. de Guadalajara, s. a., pp. 14, 27-32.
20 Weingast, B., “The Political Foundations of Democracy and the Rule of Law”, American Political
Estado y los derechos que protegen a las organizaciones como a las relaciones de
intercambio del poder del Estado, y d) la conformidad, es decir los mecanismos
de interiorización y los mecanismos (incentivos negativos y positivos) que hacen
cumplir las normas.
La sobrevivencia de la democracia requiere que los gobernantes, autoridades
y el aparato político observen límites en su comportamiento como el respeto a los
resultados electorales, la existencia de reglas para gobernar y para la implantación
de las políticas públicas y el respeto a una serie de derechos políticos ciudadanos.
La estabilidad de los sistemas políticos depende de cómo interactúan las normas
informales y las instituciones políticas formales. El Estado tiene que construir com-
promisos creíbles y las instituciones deben ser auto-reforzadas, es decir, tienen que
establecer las condiciones que aseguren su cumplimiento.
Uno de los rasgos centrales de un gobierno limitado es la aplicación de la ley,
la creación de una sociedad de leyes universalistas y no de la discrecionalidad del
poder político. La falta de estas capacidades trae consigo la inestabilidad y la pérdi-
da del consenso como resultado de la desintegración de las normas y el cambio en
los mecanismos para hacerlas cumplir.
2. Legalidad y democracia
21 Para una primera aproximación al concepto de Estado de derecho, véase Carbonell, Miguel
et al., Estado de derecho. Concepto, fundamentos y democratización en América Latina, México, UNAM-ITAM-
Siglo XXI, 2002, así como el clásico ensayo de Díaz, Elías, Estado de derecho y sociedad democrática, Madrid,
Taurus, 1991.
22 Concha, Flores, Fix y Valadés, La cultura de la Constitución en México: una encuesta nacional de actitudes
y valores, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2004 y Fix, Flores, López y Valadés,
Segunda Encuesta Nacional de Cultura Constitucional, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
2012 y varios autores, Los usos sociales de la ley y la justicia en México, México, AMIJ-UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2010.
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imaginar una democracia donde la ilegalidad sea la norma. Dicho de otra forma,
la legalidad es una condición necesaria mas no suficiente, para implantar una de-
mocracia. Esta perspectiva inspira más preguntas de las que responde y cuestiona
directamente la visión minimalista de la democracia que define a una democracia
como la competencia electoral entre las élites políticas (por ejemplo, Schumpeter o
Przeworski).
La importancia de la legalidad radica en que de ella dependen, entre otras co-
sas, el mantenimiento del equilibrio institucional que hace posible la competencia
pacífica por el poder y el respeto por las libertades y derechos ciudadanos. En nues-
tro país, el respeto a la ley y su aplicación son dos asuntos que no están resueltos, lo
cual representa una tarea pendiente para la consolidación de nuestra democracia.
De hecho, los problemas relacionados con la aplicación de la justicia, como la im-
punidad y la corrupción gubernamental, inciden directamente en el ámbito de la
gobernabilidad. En suma, el tema de la legalidad en México influye tanto en la go-
bernabilidad como en la democracia del país.
23 Frow, John, Cultural Studies & Cultural Value, Oxford, Oxford University Press, 1995.
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nerado por las estructuras objetivas y éste, a su vez, genera las prácticas individuales
dando a la conducta esquemas de percepción, pensamiento y acción”.24
24 Bourdieu, Pierre, La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1999.
25 Varios autores, Los usos sociales de la ley y la justicia en México, México, AMIJ-UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2010.
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La familia y las redes más cercanas como espacio socializador para el desarrollo
de una cultura de utilización de los servicios de impartición de justicia, hace refe-
rencia a la generación y transmisión de representaciones sociales, de los patrones,
normas, costumbres, mitos, ritos que caracterizan los vínculos intersubjetivos entre
los miembros del grupo familiar. Esta cultura está basada, por lo tanto, en la expe-
riencia, y constituye un momento clave en la formación de los significados de los que
se nutre la percepción de la justicia.
La mayoría de los entrevistados no ha tenido contacto directo con las institu-
ciones que imparten servicios de justicia. La socialización se lleva a cabo mediante
lo que hemos llamado la “experiencia vicaria”, es decir, aquella experiencia que
no se tiene directamente, pero que se experimenta y se anticipa, como si se hubie-
ra vivido.
Por otra parte, es interesante observar que las principales causas señaladas por
los entrevistados para no recurrir a las instituciones que brindan servicios de impar-
tición de justicia, son la inutilidad, la falta de dinero y de tiempo. No obstante, no
pueden perderse de vista la importancia que adquieren elementos como los costos,
las dificultades para el acceso, la falta de información, y la falta de recursos.
La investigación permitió constatar que el consumo y las prácticas de los servi-
cios de justicia se encuentran vinculados con mayor fuerza a los tipos de problemas,
que a la escolaridad y el ingreso, así como al hecho de habitar en las grandes zonas
urbanas, elementos que determinan el acceso a determinados bienes y servicios de
justicia. Al mismo tiempo, destacan diversos factores que impactan la utilización
de los servicios de justicia.
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Se observa que el rango de los temas en los cuales resulta aceptable que la escuela in-
tervenga varía en distintos grupos y contextos. En un extremo se encuentran las con-
cepciones según las cuales basta con un conocimiento general de las leyes del país y de
sus instituciones, incluyendo desde luego los procedimientos de la democracia formal.
En el otro extremo encontramos más amplias e intensas exigencias según las cuales la
escuela tendría que desarrollar en los educandos un acendrado sentido de justicia, una
actitud constructiva para encarar y reaccionar ante los problemas del entorno, capaci-
dad auto-reflexiva y familiaridad con las prácticas deliberativas. Entre estos dos puntos
extremos, se encuentran un sinnúmero de combinaciones que hoy día se entrecruzan
por ejemplo, con el eje liberalismo-comunitarismo.28
26 En este caso se retomaron las Variable Patterns o variables patrón de Talcott Parsons. Véase:
Parsons, T. y Shils, E., “Values, Motives and Systems of Action”, en Toward a General Theory of Action,
Glencoe, The Free Press, 1951.
27 Flores, Julia, ¿Cómo se estudian los valores? Mimeo, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 2004.
28 Loyo, Aurora, “La ciudadanía y la educación en la cultura magisterial”, Sinergia, núm. 7,
IEDF, 2007.
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Lo segundo a destacar, siguiendo con Loyo, es que aparecen en los primeros lu-
gares el respeto por la ley, el diálogo y la solidaridad, la honestidad aparece en el últi-
mo lugar. Llama la atención el hecho de que, por lo general, cuando se indaga sobre
las cualidades para los gobernantes, representantes políticos y personas referidas al
ámbito público, la primera virtud que se exige es la honestidad. Una exigencia, por
ejemplo, es “que los gobernantes sean honestos”. La honestidad no es valorada en
forma tan alta, entre los padres y los maestros.29
Parecería existir una cierta distinción entre dos ámbitos: el de lo público, en el
cual la honestidad se convierte en un valor de primera importancia; y el ámbito de
lo privado, en donde se otorga mayor jerarquía a valores como la solidaridad y el
diálogo. Esto significa en la práctica que se perfilan virtudes, actitudes y comporta-
mientos morales distintos para cada uno de los ámbitos (al presidente le exijo honestidad,
no importa si es solidario, a mi compadre le exijo solidaridad, no me importa si es honesto).
29 Encrave, Encuesta Nacional Sobre Creencias, Actitudes y Valores de Educación Básica (Encrave),
Fundación Este País, 2002, diez años después de la reforma educativa de 1992, incluyó entrevistas a
padres de familia y maestros. Hasta la fecha no existe una encuesta que sustituya a la Encrave.
30 Zaller, John, The Nature and Origins of Mass Opinion, Cambridge, Cambridge University Press,
1992.
31 Idem.
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nes de la legalidad que hoy están en transformación, mientras que los códigos que
se transmiten, conocen y manejan entre generaciones pierden vigencia temprana-
mente: han sido cambiados por una nueva realidad: la de la globalización. En este
proceso, es más complicado para los individuos establecer vínculos entre la informa-
ción que reciben y su contexto.
La información que se presenta en los medios de comunicación masiva sobre la
legalidad o las actividades que le son relativas es abundante, no obstante, al reprodu-
cir preferentemente los discursos de las élites, circula información sobre la corrup-
ción o la nota roja que se presentan como un reflejo de la cara negativa de la socie-
dad. La primera se refiere casi siempre y en forma exclusiva a las élites políticas. La
segunda, por lo general se aborda en relación con las clases bajas, con los excluidos.
Las manifestaciones de la legalidad en los medios se retrotraen a los políticos y
funcionarios públicos, a la realización de daños al patrimonio nacional, o relativos
a la delincuencia organizada y a la inseguridad, al mismo tiempo que se cambian o
distorsionan los contenidos positivos de la legalidad para adaptarlos al consumo ma-
sivo. Así, la cara positiva de la legalidad se presenta como un ideal impoluto, tomado
de los valores y prácticas de otras sociedades y alejado de las acciones e intercam-
bios de la vida cotidiana en una sociedad como la nuestra. De este modo, con fre-
cuencia tiende a confundirse el empleo de redes sociales y prácticas sustentadas sobre
bases comunitarias presentes en la sociedad mexicana, con formas de corrupción.
Las representaciones de la legalidad y de sus actividades que diseminan los me-
dios tienden a ser aceptadas en forma acrítica por la mayoría. La cultura de la le-
galidad, tal y como se presenta en los medios, es percibida como algo alejado de la
vida cotidiana: como algo exigible a los políticos y poderosos, o bien como un ideal
deseable, pero inaccesible. La otra cara de la legalidad, su cara positiva, la legalidad
en la vida cotidiana, no constituye un objeto de atención al no ser objeto de noticia.
32 Segunda Encuesta Nacional de Cultura Constitucional, México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas-IFE, 2012.
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Cuadro 1
Para usted ¿qué es más importante, que las sentencias
que dictan los jueces y magistrados sean justas o que estén apegadas
a lo que dispone la ley? (porcentajes)
Que las sentencias que dictan los jueces y magistrados sean justas 30.9
Que estén apegadas a lo que dispone la ley 39.9
Ambas (espontánea) 24.8
Otra (espontánea) 1.3
NS/NC 3.1
Fuente: Fix-Fierro, H., Encuesta Nacional de Justicia, Entre un buen arreglo y un mal pleito, Colección Los
mexicanos vistos por sí mismos, los grandes temas nacionales, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2015.
Las personas que imparten justicia comparten esta visión de la ley: la mayoría
(un poco más de tres de cada diez de los magistrados civiles) consideran que su la-
bor es “aplicar la ley”, 44% de los magistrados penales respondieron en el mismo
sentido.33 Al mismo tiempo, que cinco de cada diez entrevistados consideran que en
México la justicia funciona mal y mal, en parte. En la gráfica 1 se pueden observar
los principales problemas de la impartición de justicia en México mencionados por
los entrevistados.
Gráfica 1
Principales problemas de la impartición de justicia en México (porcentajes)
Hay corrupción 22.0%
11.3%
Jueces/funcionarios corruptos/incapaces 11.2%
5.1%
Procesos/trámites engorrosos/tardados 3.4%
2.8%
Hay muchos intereses 2.5%
2.2%
Falta de recursos 2.0%
1.7%
Falta de valores 1.2%
0.6%
Se equivocan 0.5%
5.1%
Ninguno 0.0%
0.0% 28.50%
NS/NC
Fuente: Encuesta Nacional de Cultura Constitucional, Legalidad, legitimidad de las instituciones y rediseño
del Estado, IFE, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2011.
33 Concha, Hugo y Caballero, José Antonio, Diagnóstico sobre la administración de justicia en las entidades
federativas. Un estudio institucional sobre la justicia local en México, NCSC-UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 2001.
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Esta tensión entre los ideales y las prácticas existentes data de largo tiempo en
la sociedad mexicana y ha llevado a una búsqueda constante por introducir nuevos
sistemas de control, uno tras otro, al mismo tiempo que se desconfía en las personas
e instituciones que habrán de implantarlos a cabalidad.
Las leyes tienen muchas cualidades y cumplen varias funciones sociales. Una de ellas,
inmediata y obvia, es su papel instrumental: como una forma de resolver conflictos
y alentar cambios sociales. En esta modalidad la ley se manifiesta como un juego de
herramientas y propósitos diseñados para cumplir metas específicas. No como “un fin
en sí mismo”.
Tanto los gobiernos como los movimientos sociales tienden a contemplar a la ley
de forma instrumental, ya sea como medio para implantar políticas, control social,
búsqueda de los cambios deseados. Pero en cualquier sociedad las leyes adquieren
otra dimensión, la capacidad de ser a la vez instrumentales y constitutivas.
Esto es, la ley como valor social en sí mismo, ampliamente aceptado, capaz de
dar forma a las actitudes públicas y contribuir a dotar de un marco al pensamiento y
acciones de los ciudadanos en una determinada sociedad. Ese juicio de valor acerca
de la ley vincula la demanda social por obtener justicia al desempeño real de la ley.34
Las distintas culturas de legalidad en los diferentes países muestran variaciones
sobre las cualidades particulares de la ley, en algunas se expresan de forma más
prominente que en otras. Sin embargo, los usos instrumentales de la ley parecen ser
comunes a todas las culturas legales.
En México, a través de su historia, la regla ha sido el predominio del poder po-
lítico sobre el poder legal. La población no espera obtener justicia por los medios
legales: la justicia y la ley se perciben como materias separadas.
1. La ley y la justicia
34 Kurkchiyan, Marina, “Constructing Legal Culture through Institutional Reforms: The Russian
Experience”, Report and Analysis of a Workshop Held at Wolfson College, Oxford, 2011.
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De acuerdo con los resultados, poco más de seis de cada diez encuestados
(63.1%) dijeron que las autoridades deben apegarse a la ley estrictamente, aunque tarde la
aplicación de la justicia; mientras que casi tres de cada diez (27.7%) señalaron que las
autoridades deben romper las leyes con tal de aplicar la justicia. Únicamente el 2.7% dio
otra respuesta de manera espontánea, el 5.4% indicó que no sabe, y el 1.1% no contestó
(gráfica 2).
Gráfica 2
En su afán por buscar la justicia,
¿cómo deberían actuar las autoridades? (porcentajes)
Deben de apegarse a la ley estrictamente, 63.1
aunque tarde la aplicación de la justicia
Deben romper las leyes con tal 27.7
de aplicar la justicia
Otra (esp.) 2.7
NS 5.4
NC 1.1
Fuente: Encuesta Nacional de Identidad y Valores, Los mexicanos vistos por sí mismos. Los grandes temas na-
cionales, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Área de Investigación Aplicada y Opinión, 2015.
Gráfica 3
Qué tan de acuerdo o en desacuerdo está usted con la siguiente frase:
“En ocasiones para obrar correctamente hay que incumplir la ley” (porcentajes)
Muy de acuerdo 14.5
De acuerdo 27.7
De acuerdo, en parte (esp.) 18.6
Ni de acuerdo, ni en desacuerdo (esp.) 12.6
En desacuerdo, en parte (esp.) 12.4
Muy en desacuerdo 12.4
NS 1.6
NC 0.2
Fuente: Encuesta Nacional de Identidad y Valores, Los mexicanos vistos por sí mismos. Los grandes
temas nacionales, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Área de Investigación Aplicada y
Opinión, 2015.
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3. Obediencia a la ley
¿De qué manera las sociedades aseguran comportamientos para dar cumpli-
miento a la ley? ¿Se recae sólo en el castigo, o el sentido público de lo que son la
justicia y la imparcialidad sugieren estrategias más efectivas? La mayoría de las per-
sonas piensa que las autoridades que imparten la ley tienen un poder considerable
que pueden usar para asegurar su cumplimiento. Se considera que son autorida-
des que utilizan la fuerza y el castigo y que son ampliamente obedecidas. No obs-
tante, existen grados de desobediencia a la ley que se amplían en determinados
sectores. La magnitud del problema ha llevado a las autoridades, políticos, jueces y
científicos sociales e investigadores a preguntarse acerca de este problema.
Existen dos tipos de explicaciones con respecto a la obediencia a la ley: la pri-
mera tiene que ver con juicios básicamente instrumentales, relacionados con temas
como el riesgo y el desempeño y efectividad de las autoridades; la segunda, proce-
dimental y de legitimidad, se vincula a la percepción de los actores e instituciones
involucrados en el proceso como imparciales y en concordancia con los valores de
la gente.
El modelo instrumental sugiere que las autoridades desarrollan y mantienen la
legitimidad a través de su efectividad para combatir la delincuencia y el desorden en
la comunidad. De acuerdo con el modelo de la justicia procedimental, la legitimi-
dad estaría vinculada a las percepciones acerca de la imparcialidad de los procesos
a través de los cuales se toman decisiones y se ejerce la legitimidad. La distancia
entre los logros obtenidos y el sentido de participación es un elemento fundamental.
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35 Encrave, Encuesta Nacional Sobre Creencias, Actitudes y Valores de Educación Básica (Encrave),
citados por Tyler, Tom, “Citizen Discontent with Legal Procedures: A Social Science Perspective
on Civil Procedures Reform”, American Journal of Comparative Law 45, núm. 4 (1997): 871-904. DOI:
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Gráfica 4
Supongamos que en una comunidad ha habido muchas violaciones
a mujeres y las autoridades no castigan a los culpables, ¿cree usted que la gente
tiene derecho o no de hacer justicia por su propia mano? (porcentajes)
47.1
32.3
18.4
1.9
0.4
Fuente: Encuesta Nacional de Identidad y Valores, Los mexicanos vistos por sí mismos. Los grandes temas na-
cionales, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Área de Investigación Aplicada y Opinión, 2015.
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VI. Conclusión
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os partidos de oposición representan a minorías políticas que, aunque han
sido derrotadas en las urnas, ejercen el derecho a participar en el proceso
parlamentario de toma de decisiones. Su legitimidad se funda en el sufragio
universal, por consiguiente, en tanto que órganos de representación ciudadana,
están en pie de igualdad con las mayorías. En el ámbito electoral y legislativo las
oposiciones partidistas cumplen funciones relevantes para el equilibrio del sistema
y para el buen funcionamiento de la democracia. Por esa razón gozan de prerro-
gativas que les atribuye el Estado, comprometido con su protección y defensa. Las
oposiciones también derivan capacidad de influencia de su calidad de alternativa
de gobierno: hoy están en la oposición, pero mañana una nueva elección puede
llevarlas al poder.
La existencia de una oposición institucionalizada es un requisito del buen fun-
cionamiento de un gobierno democrático. Esta exigencia descansa sobre dos pre-
supuestos generales: primero, que los partidos derrotados en una elección tienen
el derecho a estar representados en el poder legislativo, y a que se les facilite el
cumplimiento de sus funciones. Es decir, la oposición cogobierna en su calidad de
representante de un sector de la ciudadanía. Segundo, que todos los partidos se
comprometen a respetar las reglas del juego democrático. Semejante compromiso
supone que el perdedor acepta los resultados de la elección y que asume por prin-
cipio y por obligación su condición de minoría, sabiendo que es temporal. Por su
parte, el ganador en la elección habrá de respetar los derechos y las prerrogativas
de las minorías.
En México el reconocimiento de la importancia de las minorías políticas or-
ganizadas orientó el reformismo electoral de finales del siglo XX que condujo a
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Todo régimen de origen revolucionario tiende a excluir las opiniones que difieren
de las que sostiene el partido en el poder y a construir un mundo binario que redu-
ce el conflicto a la confrontación revolución/contrarrevolución. Al hacerlo niega la
pluralidad política que caracteriza a las sociedades complejas. En cambio, en las de-
mocracias liberales la oposición partidista es la proyección institucionalizada de las
fisuras sociales; también representa el reconocimiento del carácter contingente de la
política, y la variabilidad de las preferencias de los electores. Aun en la oposición las
minorías tienen la capacidad de influencia que deriva de la posibilidad de convertir-
se en mayoría. En cambio, esta perspectiva no existe en un régimen no democrático
o es tan difícil de construir que es como si no existiera.
La experiencia de los partidos de oposición mexicanos en buena parte del si-
glo XX ilustra el sesgo antioposicionista de un sistema político que fue construido
constitucionalmente como una democracia pluralista fundada en la competencia
electoral, pero funcionaba políticamente conforme a la lógica revolucionaria que
pretendía apoyarse en la unanimidad del pueblo, buscaba centralizar el poder y des-
confiaba de la diversidad política. En este caso, como en otros, los objetivos de
transformación de los gobiernos revolucionarios eran de tal magnitud y profundi-
dad, que demandaban la concentración de los recursos políticos de la sociedad y la
eliminación de cualquier obstáculo que se opusiera o retrasara su realización. Estas
condiciones lastraron el desarrollo de la oposición partidista que se mantuvo en un
nivel precario hasta inicio de los años ochenta.
Sin embargo, el régimen posrevolucionario nunca adoptó el unipartidismo y
tampoco renunció a la mecánica de la competencia electoral como el mecanismo
privilegiado de articulación de la voluntad popular. En su discurso del 1o. de septiem-
bre de 1928, el presidente Plutarco Elías Calles no sólo propuso la unión de todos
los revolucionarios en un único partido, también convocó a la “reacción” a incor-
porarse al régimen partidista en formación, convencido de que: “La representación
de las tendencias conservadoras fortalecería la acción legislativa de los Congresos,
naturalmente, y la acción del Ejecutivo porque la responsabilidad de los gobiernos
revolucionarios se extendería a todas las clases del país legalmente representadas”.1
Como es bien sabido, la propuesta de abrir las puertas del Congreso a los adver-
sarios de la Revolución no prosperó. Una de las razones de este fracaso puede haber
sido que el patrón electoral y partidista había sido impuesto desde antes, en los co-
micios presidenciales de 1920. En esa ocasión Álvaro Obregón, el candidato de la
coalición revolucionaria victoriosa, recibió casi 90% del voto, mientras que el 10%
restante se distribuyó entre los demás candidatos. Durante la mayor parte del si-
glo XX se mantuvo ese patrón electoral: un partido concentraba la inmensa mayo-
ría de votos, mientras que las minorías apenas eran reconocidas. La legitimidad de
1 www.biblioteca.tv/artman2/publish/1928_217/Discurso_de_Plutarco_El_as_Callesalabrir_las_
ses/1278.5html.
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bre de 1962”, en Instituto de Capacitación Política, Historia documental del Partido de la Revolución, t. 7,
México, Partido Revolucionario Institucional, 1982, p. 632.
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para fortalecer a las minorías. En primer lugar, atribuyó a los partidos políticos el
carácter de instituciones de interés público, con lo cual les dio acceso a diferentes ti-
pos de apoyos públicos, financieros y de otra naturaleza sin distinción de porcentajes
de votación o de representación parlamentaria. La reforma fortalecía a las minorías
mediante una fórmula de representación proporcional destinada a elegir diputados
plurinominales a partir de listas elaboradas por los propios partidos, para represen-
tar a una de cuatro circunscripciones en que fue organizado el país con ese propó-
sito. Asimismo, introdujo a la Suprema Corte de la Nación al ámbito electoral, al
atribuirle competencia en casos de nulidad y reclamaciones en ese terreno. Además,
incrementó las prerrogativas de los partidos en materia de medios de comunicación,
que se les habían asignado en la reforma de 1973. Las leyes electorales posteriores,
el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe) de 1990,
la Ley General de Partidos Políticos (LGPP), y la Ley General de Instituciones y
Procedimientos Electorales (Legipe), de 2014, estuvieron inspiradas por los mismos
principios y objetivos: la justa representación de las minorías y la limpieza y equidad
de las elecciones.
A las oposiciones se les reconocen derechos que no están directamente asociados
a los porcentajes que obtienen en las elecciones. Por ejemplo, en 1994 se introdujo
una reforma al proceso de integración del Senado que amplió la representación al
candidato que hubiera obtenido la primera minoría. En el Congreso las comisiones
legislativas se integran por el principio de proporcionalidad, pero también de plu-
ralidad, de manera que todos los partidos representados en la Cámara asumen la
presidencia de al menos una comisión legislativa.
En un sistema político democrático los partidos de oposición son centros de
decisión, de control y de representación de intereses. Su libertad de acción se apo-
ya en una concepción de la democracia que la entiende, ya no en términos de un
bloque mayoritario monolítico que se impone a una minoría, sino más bien como
una fórmula de distribución del poder entre minorías representativas. Es decir, la
democracia se entiende hoy más en términos de una poliarquía, según el modelo del
politólogo Robert Dahl, que en los términos rousseaunianos.
Soledad Loaeza
Las minorías también han experimentado turbulencias internas por efecto del
crecimiento, de las derrotas, de las victorias y no siempre han superado con éxito
estas crisis, las cuales han puesto al descubierto profundas fracturas internas que
amenazan su continuidad. El PRD ha sido el más vulnerable en este respecto, como
lo prueba el desprendimiento de los simpatizantes de Andrés Manuel López Obra-
dor que llevó a la formación de Morena, cuyo avance electoral puede desplazar al
PRD como tercera fuerza política nacional. El PAN no ha sido inmune a las tensio-
nes internas, pero en su caso, provocadas por la experiencia en el poder ejecutivo,
en vista de que el partido no logró resolver en forma satisfactoria los dilemas que le
planteó ser la mayoría.5
El ritmo del cambio no ha afectado la eficacia de las minorías. Partidos mino-
ritarios en el ámbito federal son mayoría en congresos estatales.6 El pluralismo del
electorado mexicano ha obligado a los políticos a reconocer que la democracia no
es más el triunfo de la mayoría simplemente, sino el juego entre diversas minorías.
También han tenido que aprender a ser elegidos o a gobernar en coalición porque,
incluso si las minorías se convierten en mayorías, su ventaja suele ser estrecha. No
obstante, la diversidad política es ya un rasgo característico de la democracia mexi-
cana. En las elecciones estatales de 2016 el PRI pasó a la oposición en Chihuahua,
Durango, Tamaulipas y Veracruz, donde fue derrotado por el PAN. Este partido
retuvo Aguascalientes y Puebla, y conquistó Quintana Roo en alianza con el PRD.
La elección presidencial de 2018 habrá de desarrollarse en una competencia en-
tre partidos que forman parte de un régimen plural en el que el predominio de tres
grandes formaciones, PAN, PRI y PRD, en torno al cual giró la dinámica política en
los primeros años del siglo XXI, enfrenta el reto de nuevas minorías, en particular
de Morena. También se disputarán el voto con formaciones minoritarias como el
PT, el PVEM, el Partido Alianza Nacional (PANAL), Movimiento Ciudadano (MC),
Encuentro Social (ES), Partido Humanista (PH) y candidaturas independientes. To-
das estas minorías representan la pluralidad política de la sociedad, pero también
la fragmentación que dispersa voluntades y propósitos. Ahora el reto no es romper
mayorías calcificadas, probablemente artificiales, sino formar mayorías realmente
representativas y leales al juego democrático.
Los constituyentes de 1917 quedarían sorprendidos por la vigencia del docu-
mento que elaboraron, porque, sin grandes alteraciones, ha podido acoger la diver-
sidad política que le da sentido a la democracia mexicana del siglo XXI.
5 Prud’homme, Jean François, “El Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución Demo-
crática después de las elecciones de 2010”, en Alvarado Mendoza, Arturo (coord.), Elecciones en México.
Cambios, permanencias y retos, México, El Colegio de México, 2016, pp. 101-144.
6 Reynoso Angulo, Víctor Manuel, “Los sistemas de partidos en la federación mexicana a princi-
pios de 2015”, en Alvarado Mendoza, Arturo (coord.), op. cit., pp. 219-243.
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Jorge Madrazo
Francisco Méndez Celaya
Sumario: I. Nota inicial. II. Acerca del título de este trabajo. III. La reforma cons-
titucional en el pensamiento de Jorge Carpizo. IV. Otra actualización de los datos.
V. ¿Necesitamos una nueva Constitución? VI. Una opinión personal.
I. Nota inicial
E
ste trabajo fue escrito por Jorge Madrazo y Francisco Méndez Celaya con
el propósito de honrar la memoria del ilustre jurista mexicano Jorge Carpizo.
A Jorge Madrazo le correspondió preparar la versión original y Francisco
Méndez estuvo a cargo de la bibliografía, la recolección de materiales, la revisión
de las notas y de formular comentarios y observaciones a los distintos capítulos de
esta colaboración.
Los autores agradecen profundamente al doctor Héctor Fix-Fierro, director del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, la oportunidad que les brindó
de sumarse a este merecidísimo homenaje editorial a nuestro querido y recordado
maestro.
Jorge Madrazo ha tenido la oportunidad de escribir sobre la obra y el pensa-
miento de Jorge Carpizo en diversas ocasiones.
Escribió sobre él en su calidad de director del Instituto de Investigaciones
Jurídicas,1 de presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos2 y como
* Publicado originalmente en Carbonell, Miguel et al. (coords.), Estado constitucional, derechos humanos,
justicia y vida universitaria. Estudios en homenaje a Jorge Carpizo. Estado constitucional, 2015, t. IV, vol. 2.
1 Madrazo, Jorge, “Seis años de narrar la vida de nuestro instituto”, Boletín Mexicano de Derecho
El título que hemos escogido para esta colaboración, “La Constitución mexicana:
obedézcase pero no se cumpla” ciertamente puede sonar a una provocación que
busca atraer la atención de los lectores, pero de ninguna manera quiere ser irrespe-
tuoso con la ley fundamental de Estado mexicano.
Por otra parte, ser verdaderamente irrespetuoso con la Constitución sería violar
sus mandatos, pretender que la cumplimos, o simular que la ejecutamos. En todo
caso, el presente ejercicio académico está hecho con la mejor buena fe y expresa el
deseo de que México sea cada vez mejor, en todos los sentidos.
La expresión “Obedézcase pero no se cumpla” es un fórmula del derecho cas-
tellano que tuvo gran influencia en el desarrollo del derecho colonial con efectos
indudables en el mundo novohispano, a tal grado que no ha faltado quien considere
que puede ser un antecedente remoto de nuestro juicio de amparo.6
Todo parece indicar que esta fórmula se origina en Las Siete Partidas, en su artícu-
lo 22, y se le concibió como un recurso para impedir temporalmente que una orden
real se ejecutara en caso de que existiera obrepción o subrepción. En todo caso se
tendría que notificar al rey las causas por las que su mandato no se ejecutaba de in-
mediato, y como éste insistiera en su orden, no había después forma de impedir su
ejecución. Era una especie de “déjense las cosas en el estado que guardan”.
3 Madrazo, Jorge, “Una epístola para Jorge Carpizo”, en Fix-Zamudio, Héctor y Astudillo, César
(coords.), Estatuto jurídico del juez constitucional en América Latina y Europa, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2013, pp. 149-154.
4 Madrazo, Jorge, “Jorge Carpizo: México y la moral pública”, Revista de la Facultad de Derecho,
lo 135 constitucional”, La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos comentada, 6a. ed., México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1994, p. 649.
6 Arroyo Moreno, Jesús Ángel, “El origen del juicio de amparo”, en Moreno-Bonet, Margarita y
González, María del Refugio (coords.), La génesis de los derechos humanos en México, México, UNAM, 2006,
pp. 43-61.
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De este modo, la soberanía del monarca no se cuestionaba, lo que por otra parte
podría llevar al remiso incluso a la pena capital, y sí permitía que las cosas se man-
tuvieran en el estado que guardaban, es decir, que se suspendieran, en aras a una
posible reconsideración.
La verdad es que a la luz de la realidad medieval en Castilla y después de las
“colonias de ultramar más allá de mar oceánico”, esta figura jurídica tuvo mucho
sentido.
Pareciera que hay un efecto de reverberación de este formulismo jurídico es-
pañol en el excelente trabajo de Diego Valadés publicado en 2002 bajo el título de
“La no aplicación de las normas y el Estado de derecho”,7 en el que con maestría
el autor se zambulle en un mar infestado de tiburones para plantear cuándo, en el
mundo moderno, se puede dejar de aplicar una norma sin quebrantar el Estado de
derecho con la intención de conservarlo y fortalecerlo.
No es precisamente a este tipo de falta de ejecución de la ley al que aluden los
párrafos que siguen, sino más tristemente a la actitud de desprecio por la ley por
parte de detentadores y destinatarios del poder en México, históricamente.
Es que de verdad, tal pareciera que en México nos tomamos muy en serio la
fórmula de obedecer pero no cumplir y la llevamos mucho más allá de sus compren-
sibles límites castellanos.
Utilizamos el título aludido en este trabajo no porque literalmente estemos pen-
sando que la Constitución mexicana contenga dicho formulismo, sino para repre-
sentar el gran problema de las violaciones sistemáticas a la Constitución y el aleja-
miento de la norma escrita de la realidad del proceso del poder político, al tiempo
que veneramos el texto, como si efectivamente fuera un evangelio que se presume
en las festividades nacionales. Esto ha sido cierto en lo general en todo el camino de
Apatzingán a Querétaro, de 1814 a 1917, y en los casi 100 años que le han seguido
a la última de nuestras Constituciones.
Diego Valadés ha definido con claridad meridiana como ahora en esta última
etapa de su vigencia, la nuestra es una Constitución contradictoria.8
Eso sí: cada 5 de febrero hacemos grandes homenajes a la Constitución; la llena-
mos de elogios y frases emotivas, pero su cumplimiento es dolorosamente pobre. Es
decir, en la teoría juramos obedecerla y defenderla con la vida, pero en la realidad
no la cumplimos esencialmente, ni gobernantes ni gobernados.
En su primer libro, La Constitución mexicana de 1917, el maestro Carpizo recorda-
ba algunos de los episodios del quincuagésimo aniversario de la Constitución y des-
pués de repasar los más célebres discursos y de cómo los textos constitucionales fue-
ron paseados de la Ciudad de México a Querétaro, remató con el siguiente párrafo:
7 Valadés, Diego, “La no aplicación de las normas en el Estado de derecho”, Boletín Mexicano de
Derecho Comparado, nueva serie, año XXXV, núm. 103, enero-abril de 2002, pp. 219-291.
8 Valadés Diego, “La Constitución reformadora”, en González Pérez, Luis Raúl y Valadés, Diego
(coords.), El constitucionalismo contemporáneo. Homenaje a Jorge Carpizo, México, UNAM, 2013, pp. 21-31.
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9 Carpizo, Jorge, La Constitución mexicana de 1917, 2a. ed., México, UNAM, 1979.
10 Véanse Valadés, Diego, “La Constitución reformadora”, cit.; Tena Ramírez, Felipe, Las leyes
fundamentales de México, 7a. ed., México, Porrúa, 1976.
11 Ortega, Octavio, “Una nueva Constitución?”, Reforma, 3 de febrero de 2012.
12 Sáchica Aponte, Luis Carlos, La Constitución colombiana 100 años haciéndose, México, UNAM, Ins-
¿Será que la Constitución mexicana lleva también 100 años haciéndose, o des-
haciéndose?
titucionales, 2a. ed., México, UNAM, 1983. “México: hacia una nueva Constitución?”, Nuevos estudios
constitucionales, México, UNAM-Porrúa, 2000, reproducido después en Hacia una nueva constitucionalidad,
México, UNAM, 2000; “¿Se necesita una nueva Constitución en México? Algunas reflexiones y seis
propuestas”, Cuestiones Constitucionales, México, núm. 24, enero-junio de 2001; “La reforma constitu-
cional en México. Procedimiento y realidad”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, México, núm. 131,
mayo-agosto de 2011; “Algunas reflexiones sobre el poder constituyente”, Estudios en homenaje al doctor
Héctor Fix-Zamudio en sus treinta años como investigador de las ciencias jurídicas, México, UNAM, 1988, t. I.
16 Estos trabajos de Jorge Carpizo son “Análisis del artículo 102, apartado B de la Constitución”,
Modernización del derecho mexicano. Reformas constitucionales y legales 1992, México, UNAM-PGJDF, 1993;
“La reforma constitucional de 1999 a los organismos protectores de los derechos humanos”, Cuestiones
Constitucionales, México, núm. 3, julio-diciembre de 2000; “El Tribunal Constitucional y el control de
la reforma constitucional”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, México, núm. 125, mayo-agosto de
2009. En sus Nuevos estudios constitucionales se reprodujeron además los siguientes estudios: “Re-
formas constitucionales al ministerio público y la creación de un Sistema Nacional de Seguridad Pu-
blica”. “Reformas constitucionales al Poder Judicial Federal y a la Jurisdicción Constitucional, del 31
de diciembre de 1994”. “Otra reforma constitucional: La subordinación del Consejo de la Judicatura
Federal”.
17 Carpizo, Jorge, La Constitución mexicana, cit., p. 280.
18 Carpizo, Jorge, Estudios constitucionales, 2a. ed., México, UNAM, 1983.
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24 Idem.
25 Idem.
26 Idem.
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con precisión la variedad de opiniones en torno a este punto, que se han expresado
mayormente desde mediados de la década de los noventa.
El maestro Carpizo se inclinó por realizar una reforma profunda de la Constitu-
ción pero sin producir una nueva Constitución, fundamentalmente porque, dijo, en
México no se ha dado una ruptura del orden jurídico que signifique la fuente formal
de una nueva Constitución.
Nos parece muy importante subrayar que las afirmaciones de Jorge Carpizo
en el sentido apuntado arriba, tuvieron un franco condicionamiento temporal. En
varias ocasiones Carpizo utilizó fórmulas como “por ahora” o “hasta ahora”, “no
considero que sea la hora”, para referirse a la necesidad de un nuevo texto constitu-
cional. Con ello queda claro que nuestro maestro nunca descartó la posibilidad real
de que tal rompimiento total del orden jurídico se produjese y así la necesidad de
una nueva Constitución.
Con mucha convicción Carpizo planteó que si tal rompimiento se llegara a
presentar, debía ser de manera pacífica y pactada por las fuerzas políticas, como ha
sucedido en diversos países del mundo ante cambios radicales de la realidad política,
económica y social.
Jorge Carpizo expresó también que si los partidos políticos tienen dificultades
para formar consensos en temas de naturaleza secundaria, esto sería aún más difícil
tratándose de una nueva Constitución en temas tan delicados y que han creado tan-
tas divisiones como la intervención del Estado en la economía, los derechos sociales,
las relaciones con el clero, el aborto, por sólo mencionar algunos.
Carpizo indicó que “…reformas constitucionales puntuales y precisas, bien es-
tructuradas, puedan agilizar la resolución de problemas como la corrupción, la im-
punidad y el poder irresponsable, si a ello se aúna voluntad política y los cargos son
ocupados por las personas adecuadas”.29
Muchos otros juristas mexicanos como Héctor Fix-Zamudio,30 Diego Valadés,31
Ignacio Burgoa,32 Eduardo Andrade,33 Salvador Valencia,34 entre otros, coinciden
con Carpizo en que necesitamos una Constitución con profundas reformas, o una
Constitución reformadora, para usar las palabras de Valadés.35
A fin de responder a la pregunta medular de si México necesita una nueva
Constitución, nosotros pensamos que previamente debe responderse a una pregunta
superior.
Esta pregunta la podemos articular de la siguiente manera: ¿Es una nueva Cons-
titución lo que México necesita para resolver sus principales problemas? ¿Cómo
respondería el maestro Carpizo a esta pregunta?
29 Carpizo, Jorge, “¿Se necesita una nueva Constitución en México?…”, cit., p. 163.
30 Fix-Zamudio, Héctor, Hacia una nueva constitucionalidad, cit., pp. 191-228.
31 Valadés, Diego, “México: renovación constitucional o retroceso institucional”, ibidem, pp. 333-352.
32 Burgoa, Ignacio, “Reformabilidad de la Constitución”, ibidem, pp. 13-32.
33 Andrade Sánchez, Eduardo, “Nueva Constitución? ¿Para qué?”, ibidem, pp. 5-12.
34 Valencia Carmona, Salvador, “Constitución y transición política”, ibidem, pp. 373-390.
35 Valadés Diego, La Constitución reformadora, cit.
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36 Carpizo, Jorge, “1999 Problemas acumulados”, Nuevos estudios constitucionales, cit., pp. 525-530.
37 Ortega, Octavio, op. cit.
38 Carpizo, Jorge, “¿Se necesita una nueva Constitución en México? Algunas reflexiones y seis
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Desde hace algún tiempo hemos insistido en que la madre de los problemas torales
de México es la debilidad, la inconsistencia y a veces de plano la inexistencia del
Estado de derecho.41
La “quinteta de la muerte” que con tanta razón explicaba el maestro Carpizo,
y que son: el poder, el dinero, la impunidad, la corrupción y las personas diciendo
mentiras, tienen su raíz, a nuestro modo de ver, en esta condición del Estado de de-
recho en México.
La concepción moderna del Estado de derecho42 supone que en esa específica
circunscripción en donde rige, los gobernantes sólo pueden hacer lo que la ley les
permite y nada más, mientras que los gobernados pueden hacer todo, excepto lo
que la ley les prohíbe y nada menos.
En nuestro concepto en México la forma que históricamente ha estado presente,
por lo general, es que los gobernantes han hecho lo que les da la gana y los gober-
nados también.
Con buen tino Armando Alfonzo Jiménez,43 siguiendo a Reyes Heroles, dice
que estos son los elementos formales del Estado de derecho:
Principio de legalidad, que es el pivote de la idea del Estado de derecho, por el
que todo acto de las instancias del Estado debe estar estrictamente apegado a la ley
y el principio de la obligatoriedad del derecho, que implica que la ley no sólo obliga
a los gobernados, sino también rige a los órganos del Estado. Le siguen el principio
de la supremacía de la Constitución y el principio de la responsabilidad del Estado.
En el Diccionario jurídico mexicano, el Estado de derecho se define como aquel cu-
yos diversos órganos e individuos se encuentran regidos por el derecho y sometidos
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al mismo, esto es, el Estado de derecho alude a aquel Estado cuyo poder y actividad
están regulados y controlados por el derecho.44
Nos hemos encontrado que muchas veces al hablar del Estado de derecho se le
relaciona o asocia sólo con la actividad de los poderes u órganos del gobierno, pero
que pareciera no relacionarse o que nada tiene que ver con los gobernados o parti-
culares destinatarios de la normas.
Esta perspectiva es explicable si se considera que el Estado de derecho aparece
como una reacción al absolutismo, en donde el poder del rey no encontraba límites.
También hay quienes al hablar del Estado de derecho sólo miran la dimensión
de la ejecución forzosa de la ley contra los particulares remisos en su cumplimiento
voluntario, es decir, la acción coactiva del Estado. Este enfoque sólo se fija en la ac-
ción propiamente judicial o lo equivalente al “Law Enforcement”.
En este sentido restrictivo consideran la actitud de los gobernados hacia la ley
como un tema del concepto de “cultura de la legalidad” y no del Estado de derecho,
como hacemos nosotros. Es decir, para nosotros la cultura de la legalidad es parte
esencial de una específica condición del Estado de derecho.
Lo que queremos resaltar es que en un Estado de derecho las normas rigen para
todos, gobernantes y gobernados; gobierno y sociedad civil; esfera política y esfera
privada. Es el principio de que nadie está por encima de la ley.
Estamos hablando de lo que Diego Valadés definió como la “regla de reglas”
en “que cada uno acepta subordinar su comportamiento a las normas, a trueque de
que los demás hagan lo mismo”.45
Cuando en particular afirmamos que la madre de los problemas capitales de
México es el Estado de derecho, no sólo estamos haciendo referencia a la historia
de transgresión a la ley por parte de los gobernantes, que existe desde que México
es México y sobre lo cual existen evidencias tan abundantes que llenarían varias
bibliotecas, sino también a la actitud de los gobernados hacia la ley, que en nuestro
concepto no sólo ha sido de ignorancia e incomprensión, sino muchas veces de abier-
to rechazo, no necesariamente hacia los contenidos de la ley, sino a la ley misma en
cuanto significa un mandato obligatorio.
Ciertamente esta actitud de rechazo no es propia de todos los mexicanos y en
todos los momentos de sus vidas, pero sí de muchos, muchas veces, y es lo suficien-
temente extendida para caracterizarla como una cultura, como un mal o dolencia
nacional.
Es muy probable que este rechazo a la ley por parte de una gran cantidad de
mexicanos se haya originado históricamente en la reiterada práctica de los gober-
nantes de negociar o no aplicar la ley. No se ha tratado de la no aplicación cir-
cunstancial de una norma, sino, por el contrario, de la repetición de que es dable
separarse de la norma sin que además haya consecuencias porque el propio Estado
controla la coercitividad.
44 Diccionario Jurídico Mexicano, México, UNAM, 1983, pp. 110-112. Voz redactada por José de
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46 Concha Cantú, Hugo et al., Cultura de la Constitución en México. Una Encuesta Nacional de Actitudes,
Percepciones y Valores, México, Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación-Comisión Federal
de Mejora Regulatoria-UNAM, 2004.
47 Ibidem, p. 25.
48 Idem.
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con razón que en la vida comunitaria cotidiana no hemos llegado a un nivel satis-
factorio de cumplimiento de la norma jurídica,49 lo que se expresa en el comporta-
miento casi generalizado de que la norma se hizo para violarse.
Efectivamente, en los refranes populares mexicanos se pueden encontrar mu-
chos ejemplos de este desprecio por las reglas, normas, leyes. Uno muy conocido
dice: “El que no transa, no avanza”, o bien el de remitir la justicia a los bueyes de
nuestros compadres. Como estos dos ejemplos hay muchos más.
Los ejemplos utilizados por Eduardo Andrade ponen de relieve que esta actitud
de menosprecio por la ley se presenta con independencia del nivel educativo o la
posición social de la persona, afirmación con lo que estamos totalmente de acuerdo.
La actitud de desprecio por la ley se ve en actos tan cotidianos como pasarse el
semáforo en rojo, estacionarse en doble fila, dar una “mordida” al agente de trán-
sito, tirar la basura afuera del bote; robarse el fluido eléctrico del vecino o usar el
mismo diablito para la señal de televisión; copiar en los exámenes; llegar tarde a los
compromisos, etcétera. Bien dice “la Palabra” que el que peca en lo poco, qué no
hará con lo mucho.
Esta misma actitud es la base sobre la que crece el narcotráfico, el secuestro y el
crimen organizado transnacional, hasta convertirse en los fenómenos que tienen al
país de cabeza y que tienden a agravarse con cada día que pasa, con un exceso de
complacencia, tolerancia o resignación sociales que amenaza en convertirse en una
nueva normalidad, es decir, en acostumbrarnos a un país envuelto en la violencia
cotidiana.
También está aquí, a nuestro juicio, la razón por la cual seguimos siendo un país
pobre, subdesarrollado, con una injusta distribución de la riqueza y el ingreso en
donde las reformas fiscales tienen que recargarse en los causantes cautivos porque
muchos mexicanos están decididos a no pagar impuestos y a seguir viviendo en el
comercio informal tolerado por el gobierno pero igualmente expresión del desacato
a la ley.
Recientemente Sergio López Ayllón50 escribió que en “México profesamos una
extraña fascinación por el Estado de derecho. Políticos, empresarios y académicos
lo invocan a la menor provocación: su ausencia seria la explicación a nuestros pro-
blemas, su imperio sería la solución para todos ellos”. Para López Ayllón la solución
a este complejo problema pasa fundamentalmente por la desconfianza del pueblo
en sus autoridades. Con razón se pregunta qué incentivo puede haber en los ciu-
dadanos para cumplir con la ley si son los políticos y los policías quienes menos la
cumplen.
Para nosotros queda claro que la solución al problema del Estado de derecho en
México no es sustantivamente un problema jurídico o legal, sino fundamentalmente
un problema cultural, en cuanto forma parte de un sistema de creencias colectivo
asentado en el subconsciente nacional.
51 Carpizo, Jorge, “La moral pública en México”, Moral pública y libertad de expresión, México, Res
Pública, 2008.
52 Véase Tice, Louis E., Smart Talk for Achieving your Potential, Canadá, Pacific Institute Publishing,
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Gabriel L. Negretto*
C
asi todas las reformas constitucionales adoptadas desde 1978 afectaron de
una manera u otra la estructura y poderes del ejecutivo. La evaluación de los
cambios ocurridos en esta área de diseño ha dado lugar a interpretaciones di-
símiles. Algunos estudios provenientes del derecho constitucional comparado indican
que la estructura del poder presidencial se ha mantenido intacta o ha tendido a for-
talecerse. Por otro lado, análisis empíricos provenientes de la ciencia política señalan
que, en comparación con épocas pasadas, el poder de los presidentes encuentra hoy
mayores límites, como resultado de la creciente fragmentación partidaria que fuerza
a los ejecutivos a negociar con partidos opositores en el Congreso para legislar. Am-
bas interpretaciones parten de una evaluación parcial tanto de las transformaciones
constitucionales que han tenido lugar en la región como de las distintas dimensio-
nes que abarca la estructura y el ejercicio del poder presidencial.
El propósito de este capítulo es analizar los cambios constitucionales que han
alterado el poder de los presidentes en América Latina entre 1978 y 2012. Argu-
mentaré que las tendencias de reforma en esta materia se han movido en direcciones
opuestas. Se han incorporado reglas que reducen la probabilidad de que el presiden-
te cuente con un apoyo mayoritario en el Congreso, con otras que incrementan su
poder de negociar con los legisladores. Por otra parte, mientras muchas reformas se
orientan a fortalecer la capacidad del Congreso para supervisar las facultades de go-
bierno del ejecutivo, se adoptaron otras que concentran poder legislativo en manos
del presidente. En este diseño híbrido, las reformas adoptadas coexisten en tensión
y tienen un impacto contradictorio en el poder real de los presidentes, de modo tal
Gabriel L. Negretto
1 Negretto, Gabriel L., “Diseño constitucional y separación de poderes en América Latina”, Revis-
ta Mexicana de Sociología, vol. 65, núm. 1, 2003, pp. 41-76; Cheibub, José Antonio et al., “Still the Land
of Presidentialism? Executives and the Latin American Constitution”, en Nolte, Detlef y Schilling-Va-
caflor, Almut (eds.), New Constitutionalism in Latin America: Promises and Practices, Farham, Ashgate, 2012.
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2 Gargarella, Roberto, Latin American Constitutionalism, 1810-2010, Nueva York, Oxford University
Cambridge, Cambridge University Press, 1997; Archer, Ronald y Shugart, Matthew, “The Unrealized
Potential of Presidential Dominance in Colombia”, en Mainwaring, Scott y Shugart, Matthew (eds.),
Presidentialism and Democracy in Latin America, Nueva York, Cambridge University Press, 1997, pp. 110-159.
5 Amorim Neto, Octavio, “Presidential Cabinets, Electoral Cycles, and Coalition Discipline
in Brazil”, en Morgenstern, Scott y Nacif, Benito (eds.), Legislative Politics in Latin America, Nueva
York, Cambridge University Press, 2002.
6 Shugart, Matthew S., “The Inverse Relationship Between Party Strength and Executive Strength:
A Theory of Politicians’ Constitutional Choices”, British Journal of Political Science 28(1), 1998, pp. 1-29;
Carey, John y Shugart, Matthew S. (eds.), Executive Decree Authority, Nueva York, Cambridge University
Press, 1998; Morgenstern, Cox, “Towards a Model of Latin American Legislatures”, en Morgenstern,
Scott y Nacif, Benito (eds.), op. cit., pp. 446-468; Negretto, Gabriel L., “Government Capacities and
Policy Making by Decree in Latin America: The Cases of Brazil and Argentina”, Comparative Political
Studies, vol. 37, 2004, pp. 531-562.
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Los estudios acerca del Poder Judicial se movieron en una dirección similar, ar-
gumentando que los constreñimientos que los jueces ponen al ejecutivo varían am-
pliamente entre países, dependiendo de sus poderes formales y de las condiciones
políticas en las que se ejercen. En este sentido, por ejemplo, los modelos estratégicos
de comportamiento judicial mostraron que los jueces constitucionales tienen mayo-
res tendencias a limitar el poder de los ejecutivos a medida que la competencia elec-
toral aumenta y el poder político se dispersa, como ha ocurrido en la mayor parte
de las nuevas democracias de América Latina.7
Hay dos problemas que se entrecruzan en estas evaluaciones. El primero es la
distinción entre facultades de jure y de facto del presidente. En algunos países, como
Chile o Colombia, las facultades formales de los presidentes en las áreas de gobier-
no, legislación y emergencias han sido históricamente muy fuertes. Sin embargo,
en la práctica, no siempre demostraron ser efectivas.8 En contraposición, en países
como México o Venezuela, e incluso en Estados Unidos en algunas coyunturas, los
presidentes han disfrutado de más influencia sobre la legislación y la creación de
leyes que lo que uno esperaría de las prerrogativas formales enumeradas en la Cons-
titución.9 El poder real de los presidentes resulta de una interacción compleja entre
sus atribuciones formales, las convenciones constitucionales no escritas, las caracte-
rísticas del sistema de partidos y de la organización partidaria, y la fortaleza de otras
instituciones. También importan factores extra-institucionales, como las preferen-
cias cambiantes de los actores políticos y las características del contexto social y
económico. Si bien la mayor parte de las interpretaciones del poder presidencial
tienden a enfatizar su implementación efectiva, no siempre quedan explícitos en el
análisis los distintos componentes que determinan el poder real de los presidentes.
Por otra parte, y lo que es más importante para los fines de este trabajo, el po-
der de los presidentes no se puede concebir como un conjunto de prerrogativas que
se puedan agregar simplemente en una única dimensión. Tanto quienes señalan la
continuidad del hiperpresidencialismo como quienes indican el surgimiento de un
poder más limitado y compartido suelen enfocarse en ciertos poderes en particu-
lar, como son los poderes de legislación. Sin embargo, el poder presidencial tanto
desde el punto de vista formal como real, abarca distintas atribuciones en materia
partidaria, de gobierno, o legislativa. Y resulta que el grado de poder que el ejecu-
tivo disfruta en una de estas áreas no es necesariamente consistente con su poder
en otra diferente.
Matthew (eds.), Presidentialism and Democracy in Latin America, Nueva York, Cambridge University Press,
1997, pp. 2252-2258; Crisp, Brian, “Presidential Decree Authority in Venezuela”, en Carey, John y
Shugart, Matthew S. (eds.), Executive Decree Authority, Nueva York, Cambridge University Press, 1998.
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Para ilustrar este contraste, basta comparar los poderes presidenciales en los
siglos XIX y XX. Durante el siglo XIX y hasta las primeras décadas del siglo XX,
los ejecutivos de América Latina solían ser poderosos como líderes del partido go-
bernante, tenían poderes unilaterales para conducir sus gabinetes y fuertes prerro-
gativas en situaciones de emergencia. Al mismo tiempo, tenían pocas facultades
formales para sancionar legislación o inducir a los legisladores a aprobar los cam-
bios que ellos deseaban hacer a las leyes vigentes.10 Desde mediados a fines del si-
glo XX y hasta el presente se observa una tendencia opuesta. Los presidentes
perdieron facultades partidarias, de emergencia y gobierno, mientras que ganaron
facultades legislativas proactivas considerables.
10 Negretto, Gabriel L., “Political Parties and Institutional Design: Explaining Constitutional
Choice in Latin America”, British Journal of Political Science, vol. 39, 2009a, pp. 117-139; del mismo au-
tor, Making Constitutions: Presidents, Parties, and Institutional Choice in Latin America, Nueva York, Cambridge
University Press, 2013a.
11 No incluiré aquí el análisis de las facultades en casos de emergencia. A pesar de ser muy im-
portantes, estas facultades no estuvieron sujetas a tantos cambios sustantivos como las demás en las
décadas recientes.
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dencial, que si son elegidos por fórmulas que requieren un umbral mínimo de votos
o las elecciones presidenciales y legislativas no se realizan de manera concurrente y
la elección legislativa se rige por una fórmula de representación proporcional. Esto
es así pues las fórmulas de umbral mínimo para elegir presidente y los sistemas pro-
porcionales para elegir legisladores tienden a pluralizar la competencia partidaria y
a incrementar la fragmentación del sistema de partidos.12
Las fórmulas de mayoría relativa para elegir presidentes fueron una vez pre-
dominantes en América Latina (en las décadas de 1950 y 1960), con frecuencia en
combinación con elecciones legislativas concurrentes. Sin embargo, como resultado
de las reformas constitucionales implementadas desde fines de la década de 1970,
la mayoría de los países requieren ya sea una mayoría absoluta (50% + 1) o una
mayoría relativa calificada (un umbral mínimo de votos por debajo de 50%, pero
por encima de algún mínimo, como, por ejemplo, 20%) para ganar una elección
presidencial.
Específicamente, hubo 14 modificaciones en la fórmula para elegir al presidente
entre 1978 y 2012. Ocho de estas reformas reemplazaron las fórmulas de mayoría
relativa por fórmulas de mayoría absoluta o de mayoría relativa calificada. En tres
casos, las elecciones presidenciales directas por mayoría absoluta ya existían, pero
una segunda vuelta de votación en el ballotage reemplazó la participación del Con-
greso para determinar el resultado. Sólo en tres casos fórmulas menos restrictivas se
reemplazaron por otras más restrictivas: Ecuador en 1998, que adoptó las elecciones
presidenciales por mayoría relativa calificada de votos después de haber usado una
segunda vuelta con mayoría absoluta desde 1979, Nicaragua en 2000, que redujo el
umbral de los votos para ganar la elección presidencial de 45% a 40% y Bolivia en
2009, que cambió de una fórmula de mayoría absoluta con una segunda vuelta de
elecciones en el Congreso a una fórmula de mayoría relativa calificada con un um-
bral del 40% con una diferencia de 10% sobre el segundo candidato más votado.13
En 2012, sólo cinco países en toda la región (Honduras, México, Panamá, Para-
guay y Venezuela) elegían a sus presidentes por la regla de mayoría relativa, de los
cuales sólo tres (Honduras, Panamá y Paraguay) tienen elecciones concurrentes para
el Congreso. Además, y debido a una serie de reformas electorales introducidas al
sistema para elegir a los diputados desde las primeras décadas del siglo XX, todas
las cámaras bajas en la región (con la excepción parcial de México y Venezuela) hoy
se eligen usando diferentes variantes de fórmulas de representación proporcional.
Si estas reformas producen los efectos esperados, la combinación de presiden-
tes elegidos por fórmulas que requieren un umbral mínimo de votos y legisladores
elegidos por representación proporcional, tendría que resultar en una mayor frag-
mentación del número de partidos que compiten y ganan asientos legislativos. Esto,
12 Shugart, Matthew S. y Carey, John M., President and Assemblies: Constitutional Design and Electoral
Dynamics, Cambridge, MA, Cambridge University Press, 1992; Negretto, Gabriel L., “Propuesta para
una reforma electoral en México”, Política y Gobierno XIV(1), 2007, pp. 200-215.
13 La reforma de 2014 en Nicaragua cambió de una fórmula menos restrictiva a otra más restric-
tiva. Se eliminó el sistema que requería el umbral de 40% (o de 35% con una diferencia de 5% sobre
el segundo más votado) y se volvió a adoptar el viejo sistema de mayoría relativa.
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a su vez, haría más probable que los presidentes carezcan de apoyo mayoritario en
el Congreso y deban negociar con partidos opositores e incluso integrarlos a coa-
liciones formales de gobierno para poder legislar. Este potencial debilitamiento de
la capacidad de los presidentes para legislar se vería reforzado por otro grupo im-
portante de reformas recientes que adoptan diversas formas de voto personal. Estas
reformas han sustituido sistemas de listas cerradas de partido por listas abiertas,
listas flexibles (también llamadas listas cerradas pero no bloqueadas), sistemas de
voto personal en distritos plurinominales, y sistemas mixtos que combinan una vota-
ción personalizada en distritos uninominales con votación por listas cerradas de par-
tido en distritos plurinominales.14 Estas reglas, en comparación con aquellas en que
los líderes partidarios controlan la nominación de candidatos por medio de listas
cerradas, tienden a limitar el poder disciplinario de los jefes de bancada, haciendo
que los presidentes deban negociar sus agendas no sólo fuera sino también dentro
de sus propios partidos.15
Los potenciales efectos de otras reformas electorales apuntan en una dirección
diferente. Mientras que los periodos presidenciales podían ser de hasta 8 años en las
primeras décadas del siglo XX, las reformas recientes los han reducido a 4 o 5 años.
Sin embargo, también se han modificado las normas que reglamentan la reelección
del presidente, haciéndolas más permisivas.16 La mayoría de las reformas consti-
tucionales en América Latina han relajado las normas de reelección presidencial,
pasando de la absoluta proscripción de la reelección o de la reelección después de
un periodo a una reelección consecutiva por una sola vez (es decir, no ilimitada). En
contraposición con la reducción del mandato, la posibilidad de reelección consecu-
tiva, incluso limitada a dos periodos, aumenta la probabilidad de que los presidentes
en ejercicio extiendan su periodo en el cargo.
Específicamente, de las 18 modificaciones que se introdujeron en las normas de
reelección presidencial desde 1978 a 2012, 11 resultan más permisivas y siete me-
nos permisivas. Esta tendencia no se hizo manifiesta inicialmente. De 1978 a 1993,
varias de las nuevas Constituciones restablecieron la tradicional regla de reelección
después de un periodo o bien adoptaron la fórmula más severa de proscripción ab-
soluta de reelección, como fue el caso de Guatemala en 1985, Honduras en 1982 y
Colombia en 1991. Desde 1993, sin embargo, se observa una tendencia contraria
que parece crecer con el tiempo. La autorización de reelecciones presidenciales ili-
mitadas, que en el pasado era típica de los regímenes autoritarios, fue adoptada en
Venezuela en 2009, y en Nicaragua en 2014.
14 Negretto, Gabriel L., “La reforma electoral en América Latina. Entre el interés partidario y las
demandas ciudadanas”, en Fontaine, Arturo et al. (eds.), Reforma del sistema electoral chileno, Santiago de
Chile, PNUD, 2009b, pp. 63-103.
15 Carey, John y Shugart, Matthew S. (eds.), Executive Decree Authority, Nueva York, Cambridge
tina, 1978-2007, México, UNAM, 2008; Negretto, Gabriel L., “La reforma electoral en América
Latina. Entre el interés partidario y las demandas ciudadanas”, en Fontaine, Arturo et al. (eds.),
op. cit., pp. 63-103; del mismo autor, Making Constitutions: Presidents, Parties, and Institutional Choice in
Latin America, op. cit.
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2. Facultades de gobierno
17 Para una evaluación histórica de estas reformas, véase Stokes, William S., “Parliamentary Go-
vernment in Latin America”, American Political Science Review 39(3), 1945, pp. 522-536.
18 Nino, Carlos Santiago, “Ideas and Attempts at Reforming the Presidentialist System of Govern-
ment in Latin America”, en Arend Lijphart (ed.), Parliamentary Versus Presidential Government, Nueva York,
Oxford University Press, 1992, pp. 128-132.
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ción de las facultades presidenciales) adoptar un mecanismo de censura cuando éste no existe, hacer
menos demandantes los requisitos para iniciar una moción de censura y hacer la censura vinculante,
cuando antes no lo era. He contado el mecanismo tradicional de interpelación sólo cuando no existía
antes de la reforma, lo que únicamente ocurría en Chile antes de la enmienda de 2005.
20 Grindle, Merilee S., Audacious Reforms: Institutional Invention and Democracy in Latin America, Balti-
more, MD, The Johns Hopkins University Press, 2000; Montero, Alfred P. y Samuels, David J. (eds.),
Decentralization and Democracy in Latin America, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 2004;
O’Neill, Kathleen, Decentralizing the State: Elections, Parties, and Local Power in the Andes, Nueva York, Cam-
bridge University Press, 2005.
21 Rios-Figueroa, Julio, “Institutions for Constitutional Justice in Latin America”, en Gretchen
Helmke y Ríos-Figueroa, Julio (eds.), Courts in Latin America, Nueva York, Cambridge University
Press, 2011, pp. 27-54.
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3. Facultades legislativas
22 Cheibub, José Antonio, Presidentialism, Parliamentarism, and Democracy, Nueva York, Cambridge
University Press, 2007.
23 Carey, John y Shugart, Matthew S. (eds.), Executive Decree Authority, op. cit.; Negretto, Gabriel L.,
“Government Capacities and Policy Making by Decree in Latin America: The Cases of Brazil and
Argentina”, op. cit.
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Desde mediados del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX, evaluar el poder de los
presidentes latinoamericanos era relativamente sencillo. Desde el punto de vista del
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24 Negretto, Gabriel L. y Aguilar-Rivera, José Antonio, “Rethinking the Legacy of the Liberal
State in Latin America: The Cases of Argentina (1853-1912) and Mexico (1857-1910)”, Journal of
Latin American Studies 32, 2000, pp. 361-397; del mismo autor, “Diseño constitucional y separación de
poderes en América Latina”, op. cit.
25 Cheibub, José Antonio et al., “Still the Land of Presidentialism? Executives and the Latin Ame-
26 Negretto, Gabriel L., “Propuesta para una reforma electoral en México”, Política y Gobierno
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va) que la mera posibilidad de ser reelegido no significa que el presidente de turno
sea realmente reelecto. Sin embargo, los presidentes en ejercicio (en América Latina
y en todo el mundo) gozan de una ventaja fáctica sobre sus opositores cuando pue-
den ser reelectos.28 De acuerdo con David Mayhew,29 en Estados Unidos, los pre-
sidentes en funciones ganaron el 68% de las elecciones presidenciales en las que
compitieron entre 1788 y 2004. Un fenómeno similar se puede observar en América
Latina, donde los presidentes en funciones ganaron el 79% de las elecciones en las
que compitieron entre 1978 y 2008. Por esta razón, cuando la norma de reelección
presidencial permite periodos presidenciales consecutivos, es probable que pase a
estar muy limitada la rotación y alternancia en el ejecutivo. Esto quiere decir que, en
tanto la norma de reelección presidencial permite periodos presidenciales consecu-
tivos, como es cada vez más común, es muy probable que el presidente en ejercicio y
su partido obtengan una ventaja electoral y se vea en los hechos limitada la rotación
y la alternancia en el ejecutivo. Este efecto, a su vez, fortalece al presidente tanto
respecto de los legisladores de su propio partido como de la oposición.
Si dirigimos nuestra mirada a las relaciones entre poderes, podemos observar el
efecto diferenciado de ciertas reformas dentro de un esquema cuyo conjunto sigue
siendo híbrido. Por ejemplo, el impacto de las reformas recientes que limitan las
facultades presidenciales sobre la conducción de los gabinetes ha sido en general
modesto en sus consecuencias. Sea por restricciones formales en su implementación
(como umbrales altos de votación en contextos partidarios fragmentados) o debido a
los recursos políticos y económicos que los presidentes tienen a su disposición para
comprar lealtades o disuadir a la oposición, los mecanismos cuasi-parlamentarios no
han cambiado drásticamente las facultades de gobierno de los presidentes en países
que los han adoptado recientemente, como Argentina, Colombia, El Salvador, Ni-
caragua o Paraguay.30 En contraste, las reformas que limitan las facultades del pre-
sidente de nombrar gobernadores, regidores o alcaldes, en general han reducido las
capacidades de control e influencia territorial del ejecutivo. El impacto más evidente
es quizás en aquellos países como Bolivia, Colombia, Paraguay o Perú, donde se
estableció la elección directa de autoridades regionales que antes nombraba el pre-
sidente. Por otra parte, salvo en países como Colombia, el nivel de estabilidad real
de los jueces constitucionales en América Latina no se corresponde con las nuevas
garantías de estabilidad que le ofrece la Constitución.31
28 Las razones más importantes para esta ventaja se relacionan con los mayores recursos y aptitu-
se han hecho efectivas en estos países. Véase, por ejemplo, el análisis de Sarabia Better para Colombia
(Sarabia Better, Arturo, Reformas políticas en Colombia: del plebiscito de 1957 al referendo de 2003, Bogotá,
Norma, 2003, p. 73).
31 Helmke, Gretchen y Ríos-Figueroa, Julio, “Introduction: Courts in Latin America”, en
Gretchen Helmke y Ríos-Figueroa, Julio (eds.), Courts in Latin America, Nueva York, Cambridge
University Press, 2011, pp. 1-26.
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Las reformas en materia de poderes legislativos del presidente son las más com-
plejas de evaluar en los hechos, pues el impacto real del ejecutivo como legislador
es normalmente condicional al apoyo partidario que éste tenga en la legislatura. In-
cluso en los casos más extremos, como la capacidad de emitir decretos de contenido
legislativo en situaciones de emergencia, los presidentes necesitan generalmente el
apoyo del Congreso para convertir esos decretos en leyes permanentes. En la Améri-
ca Latina contemporánea, los presidentes no disfrutan usualmente de un apoyo par-
tidario fuerte en el Congreso. Los presidentes, sin embargo, tienen la capacidad de
compensar la desventaja de su posición minoritaria forjando coaliciones legislativas
formales o informales y usando recursos materiales o administrativos para comprar
el apoyo. Esto, entre otros factores, explica por qué hay variaciones significativas de
la influencia legislativa de los presidentes tanto dentro como entre los países.32 No
obstante, y dado que el peso legislativo del partido del presidente ha disminuido
generalmente en toda la región, la mayoría de los estudios comparativos tienden a
coincidir en que la injerencia del presidente sobre el proceso legislativo es mayor de
la que tendría en ausencia de muchos de los nuevos poderes que han adquirido por
medio de sucesivas reformas constitucionales.33
El carácter ambivalente del poder presidencial se confirma cuando conside-
ramos casos particulares. A pesar de que cada país y presidencia necesita de una
evaluación específica, en la mayoría de los casos el poder real de los presidentes ha
variado en diferentes dimensiones, incluso dentro de un mismo país. Por ejemplo, la
Constitución colombiana de 1991 redujo drásticamente las tradicionales facultades
de emergencia del presidente y creó una Corte Constitucional que ha hecho valer de
forma efectiva las nuevas disposiciones.34 Por otra parte, y a pesar de sus aún fuertes
facultades legislativas, la capacidad del presidente de promover cambios en la legis-
lación se ha limitado significativamente en la práctica debido a la fragmentación
creciente del sistema de partidos desde 1991. No obstante, al mismo tiempo, una
reforma de 2004 que permite al presidente presentarse para una reelección conse-
cutiva ha aumentado la influencia del ejecutivo sobre las elecciones del Congreso y
ha fortalecido su poder de negociación frente a los legisladores.35
Después de la modificación constitucional de 1994 en Argentina, el presidente
disfruta del poder formal de sancionar decretos de contenido legislativo en situacio-
nes de necesidad y urgencia. Esta facultad fue usada de manera frecuente para con-
y Nacif, Benito (eds.), Legislative Politics in Latin America, op. cit.; Shugart, Matthew S. y Haggard, Stephen,
“Institutions and Public Policy in Presidential Systems”, en Haggard, Stephan y McCubbins, Mathew
(eds.), Presidents, Parliaments, and Policy, Nueva York, Cambridge University Press, 2001, pp. 64-104.
34 Uprimny, Rodrigo, “The Constitutional Court and Control of Presidential Extraordinary
Powers in Colombia”, en Gloppen, Siri et al. (eds.), Democratization and the Judiciary: The Accountability
Function of Courts in New Democracies, Londres, Frank Cass, 2004, pp. 46-69.
35 Cárdenas, Mauricio et al., Political Institutions and Policy Outcomes in Colombia: The Effects of the 1991
Constitution, Research Network Working Paper R-508, Washington, DC, Inter-American Development
Bank, 2006.
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IV. Conclusión
En este capítulo he mostrado que el panorama del poder presidencial en las nuevas
Constituciones latinoamericanas es el de una estructura híbrida con varios compo-
nentes en tensión. Algunas partes de este diseño híbrido tienden a limitar el poder
tradicional de los presidentes, mientras que otras se orientan a aumentarlo. Esta
misma tensión se observa en el análisis del poder real de los presidentes cuando lo
observamos en sus distintas dimensiones. Por esta razón, es posible concluir que el
poder presidencial en América Latina se ha transformado desde 1978 y que ni
el concepto de hiperpresidencialismo ni el de un poder presidencial atenuado es ca-
paz de capturar esta transformación.
Es interesante observar que esta evaluación contradictoria del nuevo poder pre-
sidencial en América Latina tiene su paralelo en las caracterizaciones contrapues-
tas que se ofrecen hoy en día acerca de la democracia en la región. Por un lado, se
afirma con razón que a partir del último ciclo de expansión de la democracia, ésta
ha tenido una mayor duración y estabilidad que en cualquier otra época anterior.
Por otro lado, se observa que las nuevas democracias adolecen de fallas profundas
en cuanto al respeto a la Constitución, la separación de poderes y la vigencia efec-
36 Negretto, Gabriel L., “El papel de la Constitución en la nueva democracia argentina”, Revista de
la Sociedad Argentina de Análisis Político, vol. 7, núm. 2, diciembre, 2013.
37 Sólo durante la primera presidencia de Menem (1989-1995) se declararon siete intervenciones,
de las cuales seis fueron por decreto del ejecutivo. Véase Serrafero, Mario, Exceptocracia: ¿confín de la
democracia? Intervención federal, estado de sitio y decretos de necesidad y urgencia, Buenos Aires, Lumiere, 2005.
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tiva de derechos y garantías ciudadanas. Más aún, nunca como hoy se había puesto
en evidencia la insuficiencia de un concepto de democracia que pone énfasis en el
acceso al poder por medio de elecciones competitivas sin tomar en cuenta cómo se
ejerce el poder luego de la elección. Dada la importancia histórica que ha tenido el
poder presidencial tanto para expandir como para limitar la democracia en Amé-
rica Latina, no es de extrañar que el carácter bifronte del poder ejecutivo sea otra
forma de ver los aspectos paradojales del proceso de democratización en la región.
V. Bibliografía
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PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES
DE POLÍTICA EXTERIOR; MITO Y REALIDAD
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a cercanía del centenario de la Constitución de 1917 ha invitado a diversas
reflexiones sobre el alcance y significado de sus disposiciones. En el ámbito
de la política exterior, la atención se dirige principalmente a la fracción X del
artículo 89 cuyo contenido fue reformado en 1988 para introducir principios norma-
tivos de la política exterior.1
introdujeron entonces dos modificaciones al texto vigente de la propia fracción X del artículo 89. La
primera de tales modificaciones consistió en un ajuste en la expresión correspondiente a la ratifica-
ción de los tratados por “el Congreso Federal” para hacerla congruente con los artículos 76, fracción I
y 133 de la propia Constitución, que precisan que tal acto aprobatorio corresponde especialmente al
Senado. La segunda modificación fue sustituir el concepto de “negociaciones diplomáticas” por el de
“política exterior”, que responde más al amplio contenido de la actividad del Presidente de la Repúbli-
ca en la materia, al dirigir todos los actos de interés de la nación en el exterior, no sólo en negociaciones.
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2 El margen de maniobra adquirido por México tuvo su mejor expresión en el “derecho a disentir”
de Estados Unidos dentro de los foros multilaterales interamericanos. El mejor ejemplo fue ser el único
país del hemisferio que mantuvo relaciones con Cuba sin entrar en conflicto con Estados Unidos. Una
reflexión sobre las circunstancias que explican la situación excepcional de México dentro del conjunto
de países latinoamericanos se puede ver en: Ojeda, Mario, Alcances y límites de la política exterior de México,
México, El Colegio de México, pp. 112-122.
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I. La iniciativa de reforma;
antecedentes y motivaciones
3 El relato sobre los intentos llevados a cabo en el Congreso está muy bien logrado en: Méndez
Silva, Ricardo, “Bases constitucionales de la política exterior”, Aida Opera Prima de Derecho Admi-
nistrativo, Revista de la Asociación Internacional de Derecho Administrativo, núm. 16, julio-diciembre, 2014,
pp. 253-276.
4 Citado en ibidem, pp. 271-273.
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cha con los pueblos de América Latina. Se trata de un anhelo que se expresa hasta
la actualidad por las élites políticas del país, a pesar de la distancia que siempre ha
existido entre la “hermandad” latinoamericana y los vínculos económicos y políticos
reales que existen con esa región.
El segundo gran reto era determinar el lugar que debían ocupar los principios
de política exterior en el texto de la Constitución. Mientras Sobarzo y Valadés coin-
cidían en incorporarlos bajo el artículo 89, relativo a las atribuciones del Presidente
de la República, Méndez Silva y el PPS se pronunciaban por otra solución. En todas
las Constituciones consultadas, los principios de política exterior están contenidos
en un capítulo especial, como proponía el PPS, o bien, en el articulado relativo a las
características generales del Estado o los valores que, definidos de manera general,
sustenta el pueblo. De tal suerte, los principios para conducir las relaciones con el
exterior no son responsabilidad exclusiva del presidente en turno, mismo que pue-
de provenir de partidos políticos con idearios distintos, son expresión de los valores
fundamentales que sustenta el Estado en su conjunto.5
No es posible saber a ciencia cierta si el diálogo que mantuvieron un grupo de
juristas, entre los que se encontraban Valadés y Méndez Silva, con el presidente
Miguel de la Madrid en 1986 tuvo algún efecto sobre la decisión de presentar al
Senado la iniciativa de ley. Se sabe que otros senadores, entre los que se encontraba
Silvia Hernández, también habían insistido sobre el particular. El hecho es que la
iniciativa de reforma presentada al Senado provino de la Secretaría de Relaciones
Exteriores, encabezada por otro distinguido jurista: Bernardo Sepúlveda Amor.
La propuesta de reforma difería en algunos puntos de lo elaborado desde el
Congreso; contiene un número más limitado de principios enunciados de manera
general, sin desglosar sus elementos constitutivos. Se ubicó, como lo habían pro-
puesto algunos congresistas, en el artículo 89 relativo a las atribuciones del presi-
dente de la república. Es el único caso, dentro de las Constituciones que contienen
principios de política exterior.
Una primera apreciación de los principios constitucionales nos remite a la De-
claración sobre las Relaciones de Amistad y Cooperación entre los Estados conteni-
da en la Resolución 2625 XXV, aprobada en 1970 por la Asamblea General de las
Naciones Unidas. Los principios contenidos en dicha Declaración corresponden,
con algunas variaciones, a los siete principios incorporados en la Constitución.6 Tal
Declaración fue resultado de varias sesiones de trabajo llevadas a lo largo de los años
sesenta por un Comité creado para ese fin por la Asamblea General bajo la presión
de los países socialistas y en desarrollo. La primera sesión del Comité se celebró en
México, cuyos representantes desempeñaron un papel sobresaliente, tanto en las
5 Una buena revisión de las Constituciones que contienen principios de política exterior se en-
cuentra en Gamboa Montenegro, Claudia y Valdés Robledo, Sandra, Lineamientos constitucionales de la
política exterior en México, México, Senado de la República, Dirección General de Bibliotecas, División
de Política Interior, 2005, pp. 29-34.
6 Un espléndido análisis del contenido de la Declaración, considerada un aporte significativo al
desarrollo y codificación del derecho internacional por parte de la ONU, se encuentra en Sepúlveda,
César, El derecho de gentes y la organización internacional en los umbrales del siglo XXI, México , Fondo de Cul-
tura Económica, 1995, pp. 132-154.
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negociaciones para la creación del mismo como en los trabajos que, finalmente, con-
dujeron a la Declaración aprobada por unanimidad.7
La coincidencia entre la Declaración y los principios permite ver en la reforma
un espíritu cauteloso. En efecto, los principios constitucionales forman parte indis-
cutible del derecho internacional, aceptado universalmente. Algo distinto hubiese
ocurrido si se hubiese incorporado, por ejemplo, la lucha por el desarme general y
completo, ya que es bien sabido que los países poseedores de armas nucleares no
tienen una posición unánime al respecto. Otro tanto ocurre con la soberanía sobre
los recursos naturales, principio que sigue levantando polémicas sobre cómo debe
interpretarse su contenido.
La certidumbre sobre la naturaleza jurídica de los principios constitucionales es
una ventaja; al invocarlos no se pone en duda que constituyen elementos claves del
derecho internacional contemporáneo. Sin embargo, permite opinar que son repe-
titivos y hasta redundantes. Así lo consideró en su momento Alonso Gómez Robledo
cuando, al preguntarse si había necesidad real de llevar a cabo la reforma constitu-
cional, hizo notar, entre otros puntos, lo siguiente:
Tanto en la Carta de San Francisco de 1945, como en la Carta de Bogotá de 1948, los
principios rectores de nuestra política exterior se encuentran expresamente consagra-
dos en los mismos principios, propósitos y objetivos de ambas convenciones, pero ade-
más se encuentran plasmados —en una u otra forma— a todo lo largo de los capítulos
referentes a los derechos y obligaciones de los Estados miembros, en una forma clara,
precisa y jurídicamente inobjetable.8
Son numerosos los estudios desde una perspectiva jurídica sobre la importancia
de dar rango constitucional a los principios de política exterior. Hay una buena bi-
bliografía al respecto proveniente, principalmente, del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la UNAM. No ha ocurrido lo mismo con una interpretación política.
Con la excepción de un largo ensayo de Ana Covarrubias, publicado en 2006,9
hay pocos estudios sobre la influencia de los principios sobre acciones específicas de
la política exterior desde finales de los años ochenta, o sobre su significado para la
vida política nacional. Poco se ha escrito para contestar a la pregunta: ¿cuáles fueron
las motivaciones de índole política que llevaron a la reforma constitucional?
Motivaciones de orden externo e interno. La respuesta a la pregunta del párrafo ante-
rior ha tenido diversas versiones en debates y seminarios. Para algunos, fueron la
7 El activismo de la delegación mexicana en este Comité no sólo se advierte por haberse celebrado
en nuestro país la primera reunión sino por el hecho que un diplomático mexicano, Alfonso García
Robles, presidió la primera reunión y la última, celebrada en Ginebra, la presidió otro mexicano,
Sergio González Gálvez.
8 Gómez Robledo, Alonso, “Elevación a rango constitucional de los principios rectores de la po-
lítica exterior mexicana”, Ochenta años de la vida constitucional en México, México, Comité de Bibliote-
cas e Información de la Cámara de Diputados, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1998,
pp. 537-554.
9 Covarrubias, Ana, “Los principios y la política exterior de México”, en Schiavon, Jorge et al.,
En busca de una nación soberana, México, CIDE-Secretaría de Relaciones Exteriores, 2006, pp. 387-423.
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forma de equilibrar el giro de 180º que se estaba dando en materia de política eco-
nómica, al cual nos referiremos más adelante. Para otros, era la manera de acotar el
poder presidencial en materia de política exterior cuando nuevos vientos permitían
temer que llegara a la presidencia de la república una personalidad ajena a las tra-
diciones del PRI. Finalmente, y en parte relacionado con lo anterior, se consideraba
necesario fortalecer tradiciones jurídicas y nacionalistas de la política exterior por
dos motivos: la necesidad de hacer frente a presiones provenientes del gobierno esta-
dounidense y responder a las inquietudes que recorrían las filas de diversos sectores
afiliados o cercanos al partido en el poder.
Estos dos últimos puntos son sin duda los más significativos. Por lo que toca a
las presiones externas, se atravesaba entonces una etapa de relaciones muy com-
plejas con Estados Unidos. De una parte, la situación económica del país exigía el
entendimiento con ellos para encontrar solución al difícil tema del pago de la deu-
da, los acuerdos en materia de hidrocarburos y su colaboración para algo tan fun-
damental como fue el cambio del modelo de desarrollo económico del país. Pasar
de una economía cerrada, interesada en la sustitución de importaciones, a otra de
libre comercio y exportación de manufacturas requería fuerte apoyo de empresa-
rios, financieros y diversos sectores del gobierno estadunidense. No sólo para que
llegasen las inversiones que harían posible el nuevo motor de crecimiento mexicano,
sino para contribuir a recuperar la confianza en un país que se encontraba con una
deuda externa muy alta, fuga de capitales, bajo crecimiento económico e inflación
incontenible.10
Hay diversos estudios sobre el avance hacia la nueva etapa de política económi-
ca que comenzó abiertamente con el ingreso de México al Acuerdo sobre Aranceles
y Comercio (GATT) así como con los diálogos con empresarios, financieros y go-
bierno de Estados Unidos para cooperar en el lanzamiento de esta nueva etapa. Está
más allá de los fines de este ensayo profundizar en ese problema. El punto a resaltar
es la distancia que había entre los objetivos económicos y las difíciles relaciones di-
plomáticas y políticas México-Estados Unidos que en aquellos años se encontraban
bajo fuertes tensiones. Un motivo para ello fue el asesinato y tortura de un agente de
la DEA, con el conocimiento y quizá complicidad de autoridades mexicanas. Esto le-
vantó indignación en el gobierno estadunidense; la desconfianza en la honestidad de
los dirigentes mexicanos encargados de combatir el narcotráfico se acentuó y se creó
un ambiente de malestar en las relaciones gubernamentales entre los dos países.11
El segundo gran tema que ponía bajo tensión las relaciones políticas era la ac-
tividad de la cancillería mexicana en Centroamérica. Uno de los factores más no-
10 Carlos Rico narra muy acertadamente la naturaleza y dimensión de los problemas que atravesa-
ron las relaciones México-Estados Unidos en aquellos años en el muy imaginativo ensayo: “Las relacio-
nes mexicano-norteamericanas y la paradoja del precipicio”, cuya tesis central era que en los difíciles
momentos que atravesaban las relaciones México-Estados Unidos las situaciones de interdependencia
garantizaban que el gobierno estadounidense no daría el empujón para lanzarnos al precipicio. De
hecho, las negociaciones económicas avanzaron por buen camino. Fundamentos y prioridades de la política
exterior de México, México, El Colegio de México, 1986, pp. 59-73.
11 Se trató del famoso caso del agente de la DEA, Camarena, que ensombreció durante muchos
años las relaciones México-Estados Unidos en materia de lucha contra las drogas.
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vedosos de las grandes luchas sociales que sacudían entonces al Istmo centroameri-
cano fue el papel desempeñado por algunos países latinoamericanos. Entre ellos el
más profundamente comprometido fue México. Desde 1979, al romper relaciones
con el gobierno de Somoza en Nicaragua, México surgió como el actor más reco-
nocido a favor de la revolución sandinista, la solución negociada a la guerra civil
en El Salvador y la búsqueda de planes de largo plazo que propiciaran el cambio
social y la solución pacífica a las diferencias violentas que acompañaban las luchas
para derrocar viejos regímenes oligárquicos y represivos. Tal política, iniciada bajo
el gobierno de López Portillo, continuó, bajo nuevas modalidades, con el gobierno
de De la Madrid. La cancillería mexicana fue el actor central del Grupo Contadora
integrado por Colombia, México, Panamá y Venezuela para la búsqueda de la paz
en Centroamérica. El activismo en esa región fue el tema sobresaliente de la política
exterior mexicana en el periodo 1982-1988.
La política mexicana, acompañada por primera vez durante el periodo de la
Guerra Fría por varios países latinoamericanos, encontró grandes resistencias en
la administración Reagan. Era comprensible que no se deseara compartir influencia
en una región que, durante décadas, se había considerado reserva privada para los
intereses norteamericanos. Ahora bien, lo específico de la administración Reagan,
plenamente adoptado por el Departamento de Estado, fue afirmar que los dirigen-
tes mexicanos no comprendían adecuadamente lo que ocurría en Centroamérica.
Empeñados en defender a quienes prometían un cambio social no advertían, según
el gobierno de Reagan, el peligro de la subversión comunista que desde Centroamé-
rica amenazaba el corazón mismo de las zonas petroleras de México.12
Percepciones tan distintas sobre lo que estaba ocurriendo en el Istmo hacían
imposible que México fuese intermediario entre las fuerzas de cambio en Cen-
troamérica y Estados Unidos, un papel que era recomendado con entusiasmo por
numerosos medios de comunicación escrita al interior de Estados Unidos.13 Por
el contrario, el presidente Reagan hacía llegar al presidente De la Madrid su desen-
canto y preocupación por la política mexicana en Centroamérica. Tal fue el contex-
to en que consideró pertinente elevar a rango constitucional los principios rectores
de la política exterior mexicana. Esa decisión no sólo respondía al objetivo de hacer
sentir al gobierno del presidente Reagan la profundidad de los valores que inspira-
ban la diplomacia mexicana en Centroamérica, también tomaba en cuenta el sentir
de sectores políticos internos.
La exposición de motivos para la reforma constitucional es una larga argumen-
tación para sostener que los principios de autodeterminación de los pueblos y solu-
ción pacífica de controversias tienen su base en la experiencia histórica de México;
son la expresión de las luchas que se llevaron a cabo a lo largo de su vida indepen-
12 Pellicer, Olga, “El difícil ejercicio del poder regional”, en Fajen, Richard y Pellicer, Olga (eds.),
Centroamérica, futuro y opciones, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, pp. 97-113.
13 Al interior de Estados Unidos, la posición de la política de Reagan hacia Centroamérica pro-
dujo reacciones muy variadas. Los medios de comunicación más prestigiados se pronunciaban mayori-
tariamente por la incorporación de los puntos de vista de países como México en la política del Depar-
tamento de Estado. Para tener una idea del alto número de editoriales y artículos firmados apoyando
la visión mexicana que se publicaron entonces, véase Pellicer, Olga, ibidem, p. 103.
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diente para sobrevivir como nación, resistir las intervenciones extranjeras y llevar
adelante los ideales del movimiento revolucionario iniciado en 1910. Todo ello daba
las bases para las líneas de política exterior que se seguían en aquel momento en
Centroamérica.14
No era sólo un mensaje dirigido al presidente estadounidense; era un mensaje
para los sectores del gobierno y militantes del PRI que veían con inquietud el rumbo
que tomaba la política económica. Había motivos para conciliar con tales sectores.
La escisión del PRI en 1987 mediante la creación de la Corriente Democrática en-
cabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, que después se convertiría en el Partido de la
Revolución Democrática (PRD), fue la primera señal de una nueva etapa en la his-
toria política de México. Para ilustrar las dimensiones del problema, basta señalar
que aún están presentes las dudas sobre si fue Cuauhtémoc Cárdenas quien ganó
realmente la presidencia de México en 1988.
Estaría fuera de proporción considerar que la reforma constitucional para in-
corporar principios que evocaban la época de oro de la diplomacia mexicana incli-
nó la balanza de la lucha política interna. No fue así. De hecho, la resonancia de la
mencionada reforma en la opinión pública nacional fue y sigue siendo muy limita-
da.15 Evocar el contexto político de 1988, cuando tuvo lugar la reforma constitucio-
nal, interesa por otras razones: es un momento de transición en que el manejo de
las relaciones exteriores del país se orienta por dos líneas divergentes encabezadas
por personalidades distintas que forman parte de un mismo gobierno pero tienen
tareas opuestas.
El paso decidido hacia la apertura de la economía mexicana, sellado con el Tra-
tado de Libre Comercio de América del Norte, estuvo encabezado por economistas.
Grandes conocedores de lo que ocurría en la economía internacional, pero poco in-
teresados en la no intervención o la autodeterminación de los pueblos. Tampoco les
preocupaba a estos grupos el sentir de los países latinoamericanos o el impacto que
tendría para las relaciones con los países del sur la salida de México del Grupo de
los 77, como condición para ingresar a la OCDE.16 El posicionamiento de México
en la reconfiguración del orden político internacional que surgió después de la Gue-
rra Fría no fue una consideración importante en las decisiones que se tomaron en
aquellos años. Lo cierto es que la élite política mexicana no ha tenido la costumbre
de los países en desarrollo en el seno de las Naciones Unidas. México lo presidió en dos ocasiones. El
grupo, hoy formado por 134 Estados, ha sobrevivido a los cambios en las relaciones de poder inter-
nacional, aunque sin alcanzar el peso que tuvo en los años setenta y ochenta. China participa como
observador.
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…la mirada de México sobre el exterior sigue estando condicionada, de una parte por
la persistencia de posiciones defensivas heredadas del siglo XIX y las experiencias que
tuvieron lugar durante los primeros años de la Revolución mexicana. De otra parte,
por inercias que impiden llevar a cabo las transformaciones internas necesarias para
responder a las nuevas formas de vinculación con el exterior… Un obstáculo para la
formulación de estrategias de política exterior es la resistencia de las élites políticas
a aceptar y convivir con el hecho de que Estados Unidos ejerce una influencia co-
losal sobre las relaciones exteriores del país.17
17 Pellicer, Olga, “Introducción”, en Herrera-Lasso, Luis (coord.), México ante el mundo, tiempo de
Olga Pellicer
18 Servicio de Información de la ONU, Carta de las Naciones Unidas y Estatuto de la Corte Internacional
de Justicia.
19 Una visión de las circunstancias que llevaron la democracia al centro de atención de Naciones
Unidas la da Boutros Boutros Ghali, “Democracy: A Newly Recognized Imperative”, Global Governance,
vol. I, núm. 1, Winter, 1995.
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20 Según el Secretario General, en aquellos momentos, “los pueblos alrededor del mundo se han
vuelto más insistentes en su reclamo por la democracia. Aunque los países en desarrollo son quienes lo
han sentido de manera más intensa, ningún país ha dejado de estar afectado por esas presiones. Hoy
en día, hay evidencia de un movimiento mundial hacia la democracia”, ibidem, p. 5.
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21 El primer intento para incluir en los principios la defensa de los derechos humanos se expresó
en la Cámara de Diputados en 2002. Provino del grupo parlamentario del PAN que, en una larga
exposición de motivos destacando los cambios en el concepto de soberanía que habían tenido lugar
desde el fin de la Guerra Fría y la manera como se habían recogido en otras Constituciones latinoame-
ricanas, proponía introducir a los principios rectores la promoción y protección de los derechos humanos y de los
valores democráticos. Un año después, cuando se presentó la iniciativa en la Cámara de Senadores que fue
aprobada, la redacción fue distinta. Sólo se refiere al respeto, la promoción y protección de los derechos humanos,
queda para otra investigación averiguar a qué se debió el cambio.
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cionales; considera como actores legítimos a los Estados, las ONG’s, los ombudsman,
fundaciones y especialistas individuales.22
La distancia entre la aceptación formal de esos compromisos y los hechos ha
sido grande. A pesar del entusiasmo con que México ha suscrito convenciones y
protocolos adicionales que amplían notablemente su compromiso con la normati-
vidad internacional en materia de derechos humanos, hay una brecha entre tales
compromisos y la eficiencia de las instituciones internas cuyo buen funcionamiento
es indispensable para respetar los derechos humanos. Para acercar la normatividad
internacional a las situaciones prevalecientes en México se requeriría de institucio-
nes de impartición de justicia y combate a la violencia del crimen organizado mucho
más sólidas que las existentes ahora.
En resumen, el paso de la adhesión estricta a la jurisdicción interna de los Es-
tados en cuestiones de derechos humanos, en particular el aspecto de los derechos
políticos, a la aceptación de factores externos que participan en la defensa y protec-
ción de los mismos ha sido una nota sobresaliente de la política exterior de México
en las últimas décadas. Adquirió rango constitucional al incorporarse el respeto a
los derechos humanos en los principios normativos de política exterior que deben
ser observados por el jefe del ejecutivo. Esto y muchos otros cambios ocurridos des-
de finales del siglo pasado ubican a México en la categoría de países democráticos,
formalmente distinto al país de partido hegemónico resistente a la participación de
la ONU en cuestiones electorales a comienzos del decenio de los noventa.
Persiste, sin embargo, una distancia entre la aceptación formal de normas inter-
nacionales y el grado en que éstas pueden interiorizarse en la realidad que vive el
país. Hay muchos puentes que cruzar antes que, entre otros puntos, las agencias gu-
bernamentales acepten efectivamente el involucramiento de la sociedad civil organi-
zada o de agencias internacionales para enfrentar problemas de derechos humanos.
Esa dificultad va a presentarse con mayor frecuencia a medida que avanza el si-
glo XXI cuando se acentúan las tendencias a relativizar la soberanía e incorporar
voces no estatales en la conducción de la política exterior. Reflexionar sobre esas
tendencias y su impacto en el futuro de los principios normativos de política exterior
es el objetivo de las siguientes líneas.
22 Saltalamacchia, Natalia, “Entre liberales y estatistas, México en la gobernanza global de los
derechos humanos”, en González G., Guadalupe et al., México y el multilateralismo del siglo XXI, México,
Siglo XXI, ITAM, Senado de la República, 2015, p. 233.
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comercio e integración productiva regional y global son algunos de los temas que se
encuentran al centro de la agenda.
Los mecanismos para la participación de diversos sectores en el tratamiento de
los temas citados son muy variados y presentan diversos niveles de institucionali-
zación. Participan, entre otros, gobiernos federales y locales, legisladores, sociedad
civil organizada, empresarios, opinión pública, medios de comunicación. Así, nos
encontramos en una etapa donde se advierte la presencia, cada vez más activa, de
actores diversos en la conducción de las relaciones internacionales. De allí el llama-
do a la gobernanza global, un proceso en que los gobiernos no son el único jugador
en el gran ajedrez de la política internacional.23
Durante muchos años las relaciones internacionales se conducían por los re-
presentantes de los gobiernos hablando a nombre del Estado; eran las normas del
famoso orden internacional establecido con la paz de Westphalia en 1664. Sin em-
bargo, desde finales de los años veinte, las cosas comenzaron a cambiar. Una de sus
manifestaciones más explícitas tuvo lugar en el seno de las Naciones Unidas donde
las organizaciones no gubernamentales (ONG’s) empezaron a ocupar un sitio cada
vez más prominente. En años anteriores, su participación estaba regulada por un
estatus consultivo aplicado de manera bastante rigurosa por el Consejo Económico
y Social (Ecosoc). La necesidad de ese reconocimiento formal fue perdiendo impor-
tancia, para dar lugar a una participación más libre y numerosa de tales organiza-
ciones. Su presencia comenzó a ser notable en las actividades relacionadas con el
medio ambiente y los derechos humanos. Portadoras de una nueva interpretación
de la conducción de las relaciones internacionales las ONG’s cuestionaron la idea
misma de la ONU como organización integrada por representantes de gobiernos.
No se podía olvidar, señalaron, que la Carta de esa organización se inicia con la fra-
se: “Nosotros los pueblos”.
El fortalecimiento de las ONG’s ocurrió paralelamente al cambio tecnológico
que modificó profundamente las comunicaciones entre los pueblos. Asimismo con
la globalización económica, que abrió la puerta a pactos regionales de integración
económica de alcances variados. Desde la Comunidad Económica Europea, que se
transformaría en la muy amplia y completa Unión Europea de nuestros días, hasta
los acuerdos de liberalización comercial como el TLCAN.
23 El concepto de gobernanza global comienza a tener una gran presencia en el estudio de las re-
laciones internacionales desde 1995. La aparición ese año de la revista Global Governance señalaba ya el
interés del mundo académico por encontrar un camino nuevo para interpretar la multiplicidad de ac-
tores que, más allá de los gobiernos, estaban decidiendo el rumbo de la economía y la política interna-
cional. Pocos años después, el lugar que ocupan en la agenda internacional los nuevos temas globales,
entre los que sobresalen el medio ambiente, el cambio climático, el desarrollo sustentable y los derechos
humanos contribuye a la urgencia de tener nuevos instrumentos analíticos. Hoy existe la convicción
generalizada de que el mundo del siglo XXI no se explica sólo a través de acciones gubernamentales.
Sin embargo, estamos lejos de una visión homogénea sobre cómo se interpreta la gobernanza global.
En ese contexto, resulta estimulante la nueva publicación: Gobernanza global y cambios estructurales en el
sistema jurídico mexicano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2016.
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24 Véase el trabajo pionero: El papel del derecho internacional en América; la soberanía nacional en la era de la
integración regional, México, UNAM, The American Society of International Law, 1997. En particular,
para el tema sobre el cual reflexionamos aquí: Sepúlveda Amor, Bernardo, “Derecho internacional y
soberanía nacional: el TLC y las reivindicaciones de la jurisdicción mexicana”, pp. 31-52 y Fix-Fierro,
Héctor y López Ayllón, Sergio, “El impacto de la globalización en la reforma del Estado y el derecho
en América Latina”, pp. 315-331.
25 Para familiarizarse con el trabajo de las ONG’s en cuestiones de medio ambiente véase Torres,
Olga Pellicer
26 En los últimos dos años, los casos más emblemáticos de ese rechazo a las opiniones externas en
cuestiones de derechos humanos en México ha sido el enfrentamiento con el relator sobre la tortura,
Juan Méndez, cuyo trabajo fue descalificado por las voces oficiales y las profundas diferencias con el
Grupo Interamericano de Expertos Independientes que, a petición del gobierno mexicano, participó
para encontrar una información fidedigna sobre la desaparición de los 43 estudiantes de la escuela
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normal de Ayotzinapa. Después de varios meses de trabajo, su salida, decidida por las autoridades
mexicanas, tuvo lugar en medio de enormes controversias.
27 El número 103 de la Revista Mexicana de Política Exterior, enero-abril de 2015, está dedicado ínte-
Olga Pellicer
tal para defender el poder superior de los gobiernos para decidir la normatividad
internacional y su implementación con participación, siempre acotada, de los ac-
tores no estatales.
Sin embargo, sería un error desconocer que, en épocas recientes, el impacto de
fuerzas políticas y económicas sobre la opinión pública, ejercido a través de redes
sociales y otros medios de comunicación, hasta hace poco desconocidos, es enorme.
Todo gobierno interesado en mantener principios democráticos se ve obligado a
tomarlos en cuenta. De otra manera, sus políticas públicas, incluida desde luego la
política exterior, pierden legitimidad y, más aún, eficiencia. Conservar una visión
puramente jurídica, según la cual sólo pertenece al presidente de la república con-
ducir la política exterior, no coincide con el reclamo de políticas incluyentes, uno de
los rasgos más visibles del presente siglo.
IV. Conclusiones
Llegados a este punto podemos arribar a conclusiones que nos remiten a las pregun-
tas formuladas en la introducción. La primera se refiere a los motivos que llevaron
a presentar la iniciativa de ley para incorporar principios normativos de política
exterior en la Constitución a finales de los años ochenta. La respuesta tiene dos ver-
tientes. De una parte, se deseaba hacer frente a circunstancias de orden externo e
interno que llamaban a poner el acento sobre valores nacionalistas surgidos de las
experiencias históricas de México. Al subrayar dichos valores se intentaba responder
a los reclamos del gobierno de Reagan por la política de México en Centroamérica
y tranquilizar los ánimos de quienes, desde las filas del gobierno o del PRI, veían con
ansiedad el rumbo que tomaba la política económica del país.
De otra parte, como propósito consciente o resultado inevitable, la reforma
constitucional equilibró el giro de 180º que se dio a las relaciones económicas in-
ternacionales del país. La apertura comercial y la integración productiva a Estados
Unidos en rubros específicos, particularmente el automotriz, proporcionó nuevos
aires al crecimiento y transformación de la economía mexicana. Sin embargo, tam-
bién acentuó la vulnerabilidad del país a los vaivenes de todo tipo que atraviese la
economía estadunidense. Los retos a la política exterior, dentro de ese nuevo contex-
to, eran muchos, hasta el presente no se identifican con claridad.
En efecto, el mantenimiento de dos líneas de acción, una orientada hacia el
nacionalismo defensivo y otra a exaltar las virtudes de la libertad de comercio, las
bondades de las fuerzas del mercado y el repliegue de la actividad estatal dio por
resultado un discurso ambivalente en materia de política exterior. Permaneció en la
penumbra la urgencia de trazar estrategias que reconozcan el peso que tiene Esta-
dos Unidos para el devenir de la economía del país. La élite política mexicana ha
minimizado siempre esa realidad, al menos a nivel de discurso oficial. Es uno de los
motivos que ha contribuido a la carencia de una estrategia integral de política ex-
terior. Ante esa ausencia, los principios normativos quedan como recurso para con-
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I. Introducción
E
valuar los efectos del diseño bicameral del Congreso mexicano, a cien años de
la Constitución de 1917, resulta una tarea necesaria para repensar los alcances
del mismo. El papel del Senado y su relación con la Cámara de Diputados a
lo largo de este último siglo se han transformado de acuerdo con el propio contexto
de la vida política de México. En el artículo 50 constitucional, uno de los pocos que
nunca ha sido reformado desde 1917, se estableció: “El poder legislativo de los Es-
tados Unidos Mexicanos se deposita en un Congreso general, que se dividirá en dos
Cámaras, una de diputados y otra de senadores”, aunque la integración, facultades y
funciones de ambas cámaras y su relación sí se ha modificado a lo largo del tiempo.
En la actualidad, se cuenta con una intensa actividad bicameral donde la simetría de
poderes de ambas cámaras tiene efectos en la producción y calidad legislativas.
Este texto está organizado en tres secciones. En la primera de ellas se analiza
el bicameralismo en perspectiva comparada, con el objetivo de comprender cuáles
son las principales influencias del diseño institucional bicameral; la segunda sección
describe los antecedentes normativos y los orígenes históricos y políticos del bica-
meralismo en México, así como su evolución actual. Finalmente, se analizan los
alcances del texto constitucional de 1917 respecto a la relación entre las cámaras y
* Doctor en ciencias sociales por El Colegio de México, profesor de tiempo completo de la Facul-
tad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Actualmente es Coordinador del Centro de Estu-
dios Políticos de la FCPS de la UNAM.
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1 Aunque algunos académicos consideran que el primer antecedente de los senados modernos
es la cámara del pueblo ateniense la cual estuvo integrada por 50 representantes de las diez tribus de
Atenas. Véase Tsebelis, George y Money, Jeannette, Bicameralism, Cambridge, Cambridge University
Press, 1997; Rusell, Meg, Reforming the House of Lords, Lessons from Overseas, Oxford, Oxford University
Press, 2000.
2 Rusell, Meg, op. cit., y Tsebelis, George y Money, Jeannette, op. cit.
3 Lees-Smith, H. B., Second Chambers in Theory and Practice, Londres, Allen & Unwin, 1923, pp. 32-33.
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lizados del bicameralismo clásico. Existen estados unitarios con legislaturas bica-
merales, es el caso del Reino Unido, Laos, Sudán, Irlanda, entre otros. El estable-
cimiento de un sistema bicameral en estados unitarios respondió originalmente a
dos tendencias políticas históricas: la primera, adoptar un modelo que lograra un
balance entre los poderes y al interior de los poderes del Estado; es decir, el objetivo
no era crear una cámara con un tipo de representación distinto a la primera sino lo-
grar un equilibrio al interior de la legislatura nacional. La segunda tendencia fue la
creación de una segunda cámara revisora de los acuerdos adoptados por la primera,
aunque con objetivos distintos, bien podría ser el “perfeccionamiento” de las leyes,
“vigilar” el cumplimiento de los principios constitucionales o incluso ser una especie
de “censor” de medidas o decisiones que irresponsablemente pudieran tomar los
representantes populares.4 El sistema bicameral en estados federales responde a una
lógica distinta. Debido a la naturaleza del sistema federal, por un lado, las entidades
forman una nación como un todo, mientras que por otro lado, cada entidad cuenta
con cierto grado de autonomía que le permite gobernarse libremente sin socavar los
principios básicos que les unen.
Los sistemas presidenciales tienden a contar con un sistema bicameral por la
inspiración norteamericana de su sistema legislativo mientras que la mayoría de los
sistemas políticos parlamentarios europeos cuentan con una legislatura bicameral,
al grado que alrededor del 75% de la población europea vive en sistemas políticos
bicamerales, dos terceras partes de los países de la Unión Europea cuentan con dos
cámaras legislativas.5 Sólo unos cuantos países abolieron su segunda cámara en el
siglo XX, Finlandia en 1906, Nueva Zelanda en 1950, Dinamarca en 1953, Suecia
en 1970, Islandia en 1991 y la House of Counties de Croacia en 2001, además de la
abolición de la segunda cámara local de Bavaria en Alemania en 1999.6
La Conferencia Parlamentaria de las Américas (COPA) registra que de sus 35
estados integrantes, 20 cuentan con legislaturas bicamerales y 15 unicamerales; de
los cuales sólo cinco son federales bicamerales (Argentina, Brasil, Canadá, Estados
Unidos y México). Aún más, en el estudio comparativo de Lijphart7 de aquellos 36
países con el más alto índice de estabilidad democrática de al menos 20 años y que
cuentan con más de 250 mil habitantes, se demuestra que una tercera parte (23)
son legislaturas bicamerales. La desaparición de sistemas bicamerales no parece ser
un patrón estable en las democracias contemporáneas, sin embargo, tampoco exis-
ten indicadores claramente identificables que establezcan una tendencia hacia el
establecimiento de segundas cámaras, o incluso terceras cámaras revisoras.8 Una
4 IPU Inter-Parliamentary Union, Parliaments: A Comparative Study on the Structure and Functioning of
Representative Institutions in Forty-One Countries, Londres, Cassell, 1962.
5 Kristan, Ivan, “Bicameralism and Democracy”, en Association of European Senates, The Influen-
ce of Upper Chambers on the Development of Democracy and the Role of Civil Society, Ljubljana, Eslovenia, 2002.
6 Massicotte, Louis, “Legislative Unicameralism: A Global Survey and a Few Case Studies”, The
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tos legislativos. Son muchas las legislaturas que sesionan conjuntamente. En Brasil
las sesiones conjuntas son para resolver los vetos presidenciales o para revertirlos,
mientras que en Argentina, las sesiones conjuntas se programan para discutir ini-
ciativas enviadas por el Ejecutivo. En algunas legislaturas bicamerales, como las
de Rusia o Alemania, se crean comisiones bicamerales para atender asuntos espe-
cíficos del procedimiento legislativo como sucede cuando algún proyecto de ley es
devuelto por ambas cámaras y se estanca o bloquea en el propio procedimiento.
Cuando es el caso, se instala una comisión mediadora con integrantes de ambas
cámaras, quienes proponen una solución negociada para emitir una resolución al
proyecto bloqueado.
Las ventajas de un sistema bicameral pueden resumirse en: el poder legislativo
cuenta con una representación de distintos orígenes, sea de estados o regiones de un
país o sean de algunas etnias, grupos o clases sociales; una segunda cámara estimu-
la el debate y la generación de opinión pública como consecuencia de la delibera-
ción en ambas cámaras, muchas veces con distintos puntos de vista; refuerza los
mecanismos de control y escrutinio al gobierno; y, en términos mucho más prácti-
cos, puede considerarse útil contar con una segunda opinión sobre cualquier pro-
yecto legislativo. Por otro lado, las segundas cámaras han sido consideradas tradi-
cionalmente como un freno conservador respecto a las cámaras bajas pues es obvio
que se convierten en una institución con poder de veto y eso retrasa el tiempo en que
cualquier cambio legislativo es aprobado.
Una vez analizadas las diversas formas que puede adoptar el bicameralismo, los
distintos diseños institucionales y la experiencia internacional, es posible identificar
cómo ha evolucionado históricamente este arreglo en el caso mexicano.
9 El nombre bajo el cual fue expedida fue Decreto Constitucional para la Libertad de la América mexicana,
sancionada en Apatzingán (22 de octubre de 1814). Véase Pantoja Morán, David y García Laguna, José
Mario, Tres documentos constitucionales en la América Española preindependiente, México, UNAM, 1975.
10 Fernández Ruiz, Jorge, Poder Legislativo, México, UNAM-Porrúa, 2003.
11 Constitución de los Estados Unidos Mexicanos de 1824, sección III, promulgada el 4 de
Éste las examinará, calificará las elecciones, ciñéndose a lo que prescribe el ar-
tículo 5, y declarará senadores a los que hayan reunido la mayoría de votos de las
juntas, por el orden de esa mayoría, y decidiendo la suerte entre los de números
iguales.14
Uno de los requisitos que se establecía para ser senador, además de la edad de
treinta y cinco años y ser ciudadano mexicano de nacimiento en pleno goce de sus
derechos, era contar con “un capital (físico o moral) que produzca al individuo, al
menos, dos mil quinientos pesos anuales”. Con estos dos elementos, el mecanismo
de elección y la exigencia constitucional, se perfilaba una segunda cámara aristocrá-
tica en México que estaría encargada de dictaminar, sea a favor o en contra, todos
los proyectos aprobados por la Cámara de Diputados. El Senado no estaría facul-
tado para alterar los proyectos, simplemente se encargaría de dar luz verde o roja a
los proyectos de decretos. La propia ley constitucional contemplaba un mecanismo
para aquellos casos cuando los diputados insistiesen en sus proyectos, primero debe-
rían aprobarlos por las dos terceras partes para devolverlo al Senado y éste debería
aprobarlo por el mismo número de sus integrantes, de lo contrario se considera-
ría aprobado. De la misma forma se previó el mecanismo para superar el veto presi-
dencial, se estableció que las dos terceras partes de ambas cámaras debían coincidir
en la resistencia del veto para superarlo y publicarlo, o de lo contrario el proyecto
sería rechazado automáticamente.
En esas leyes constitucionales de 1836 también se diferenciaba a ambas cáma-
ras, dándole un valor superior al Senado mediante la asignación de una dieta mayor
a sus miembros, aunque la Cámara de Diputados asumía en exclusiva la facultad de
control del gobierno a través de la Contaduría Mayor de Hacienda. Por su parte, la
Cámara de Senadores vería en exclusiva los asuntos jurisdiccionales relativos a las
acusaciones sobre diputados, retener los “decretos conciliares” y aprobar nombra-
mientos de diplomáticos y de oficiales de las fuerzas armadas.
Posteriormente, en las Bases Orgánicas de la República Mexicana de 1843, se
buscó en el título IV ampliar la composición del Senado, mediante su integración
por 63 miembros. Dos terceras partes serían electos por las Asambleas departa-
mentales mientras que la tercera parte restante serían designados por la Cámara
de Diputados, el Presidente de la República y la Suprema Corte de Justicia, siem-
pre velando que los nominados se hubiesen distinguido por sus “servicios y méritos
en la carrera civil, militar y eclesiástica”. Respecto a los senadores electos por las
Asambleas departamentales, éstas debían elegir cinco miembros de cada una de
las clases siguientes: agricultores, mineros, propietarios o comerciantes y fabricantes,
y el resto de los elegidos debían haber ejercido con anterioridad alguno de los si-
guientes cargos: Presidente o Vicepresidente de la República, Secretario del Despa-
cho o Gobernador por más de un año, senador o diputado en al menos dos legislatu-
ras, consejero de gobierno, obispo o general de división. Asimismo, para ser senador
se requeriría poseer una “renta anual notoria, o sueldo que no baje de dos mil pesos,
a excepción de los que se elijan para llenar el número asignado a las cuatro clases de
cutivo antes de ser incluso votada una ley. Aunque la vigencia y aplicación de esta
Constitución fue intermitente por la Guerra de Reforma, se logró reinstaurar el Se-
nado de la República en el periodo de gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, pero
el cambio fue impulsado decididamente por Benito Juárez.
En las reformas constitucionales de 1874 no solamente se restableció la Cáma-
ra de Senadores sino que se definió el camino del derecho constitucional mexicano
que sería ratificado, en gran medida por el Constituyente del siguiente siglo. En-
tre las más importantes reformas sobre la reinstauración de la legislatura bicame-
ral, destacó que cada estado estaría representado paritariamente por dos senado-
res y se reservaron algunas facultades exclusivas para la segunda cámara, entre las
que destacaban la de autorizar la salida de tropas de territorio nacional, declarar
la desaparición de los poderes en los estados y ratificar la designación del Ejecutivo;
y, muy importante “dirimir las controversias políticas surgidas entre los poderes de
un estado, cuando alguno de ellos ocurriera con ese fin al Senado”.17
Fue hasta los debates del Constituyente de 1917, cuando a pesar de que no
estaba a discusión la existencia de una segunda cámara legislativa, sí lo estuvo su
integración y funciones. Ahí se establecieron los límites del Poder Legislativo, sus
procedimientos para la elaboración de leyes y las que serían facultades exclusivas
para cada una de las cámaras y el papel que ambas desempeñarían en las decisiones
nacionales.
17 Luna Argudín, María, El Congreso y la política mexicana (1857-1911), México, Fondo de Cultura
Económica, Fideicomiso Historia de las Américas, 2006; Fernández Ruiz, Jorge, op. cit.; Carpizo, Jor-
ge, Estudios constitucionales, México, UNAM, 1983; Tena Ramírez, Felipe, Derecho constitucional mexicano,
México, Porrúa, 1963.
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…el Senado de México no tiene el carácter aristocrático que se le ha dado en las otras
naciones, sino que se admitió solamente como Cámara colegisladora de los diputados
para la formación de las leyes… [en 1874] no se quería dar al Senado un carácter
aristocrático… sino que se le dio un origen enteramente democrático, conforme a la
elección de los diputados. Este es el sistema que ahora se propone en el proyecto, que
la Cámara de Senadores no tenga un origen distinto de la de Diputados, para que el
mismo origen democrático sea para una Cámara y para otra, que todas traigan la re-
presentación de la opinión popular y no la representación de ninguna clase social que
sería por esto verdaderamente privilegiada. Hemos dicho que todos los privilegios de-
ben de venir abajo, y está esto en el corazón de todos los mexicanos y no debemos per-
mitir que la Cámara de Senadores tenga una composición de carácter aristocrático.19
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20 El Partido Popular Socialista fue un partido “satélite” del PRI, que incluso tuvo alguna vez un
representante en el Senado, Jorge Cruickshank García, que fue electo en 1976 en alianza con el partido
hegemónico y no representaba una voz opositora en el debate parlamentario.
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ciones”. De esa forma no se determinó que la Cámara de Diputados fuese una sim-
ple cámara de revisión de proyectos como en muchos diseños constitucionales, sino
que se le otorgó un lugar central en la discusión de cualquier proyecto legislativo.
No es de extrañar que el Ejecutivo inicie el procedimiento legislativo con la presen-
tación de iniciativas en ambas cámaras dependiendo más de una estrategia política
de viabilidad en la aprobación que de una restricción constitucional.
El sistema bicameral tiene tres causas que justificaron su instauración en Méxi-
co: 1) la división plena de poderes al interior del Legislativo que garantiza que no se
realicen cambios abruptamente; 2) una segunda opinión para la perfección de las
leyes; y 3) una representación territorial que vela por la protección del sistema fede-
ral. Con este diseño institucional existe una mayor participación de actores políticos
y sociales en la toma de decisiones y, por ende, se genera una mayor discusión de los
asuntos públicos y eventualmente se le otorga mayor legitimidad a las decisiones que
se toman en las instituciones.
Contar con “una segunda opinión” es casi siempre necesario para tener una vi-
sión más completa de las consecuencias de la posible aprobación a reformas legales
o la creación de nuevas leyes. Por ello, durante el procedimiento de dictamen de las
iniciativas se busca la opinión de expertos, funcionarios públicos e incluso la reali-
zación de foros de expresión ciudadana, con el fin de que el legislador cuente con
mayores elementos para decidir en torno a alguna propuesta. Sin embargo, esas son
expresiones de agentes sin poder de veto, es decir, los foros sirven para expresar la
opinión respecto a la agenda legislativa pero sin incidencia obligatoria sobre sus con-
tenidos. El caso de la opinión del Senado es distinto pues la opinión es obligatoria
y, como consecuencia, sus observaciones deben expresarse en un segundo dictamen
que apruebe, modifique o rechace la propuesta inicial.
La segunda opinión de una cámara revisora tiene dos efectos, el primero es el
retraso de tiempo en el procedimiento de aprobación de leyes. Por otro lado, se bus-
ca que la ley sea revisada minuciosamente por un grupo de legisladores y represen-
tantes de la sociedad que no se encuentren influidos previamente por las opiniones
de quien originalmente propone una reforma. El perfeccionamiento de las leyes es
una posibilidad cuando se presenta ante tantos puntos de veto, pero cuando ésta se
somete al escrutinio de actores con motivaciones similares pero con instrumentos
de negociación diferentes, puede existir la posibilidad de que la propuesta quede es-
tancada y sea “rehén” de la imposibilidad para lograr acuerdos entre los jugadores
con poder de veto. Cuando esto sucede, el Legislativo entra en una fase de parálisis
legislativa que impide la realización de cambios al régimen legal y se protege la in-
movilidad.
El diseño constitucional y la práctica legislativa del bicameralismo en México fo-
mentan la protección del statu quo. Lo anterior no es necesariamente una valoración
negativa, es simplemente el reconocimiento de un fenómeno observado durante la
investigación. La protección del statu quo es una característica de los Estados con-
servadores o estables, aquellos con una larga tradición democrática o con relativa
estabilidad en el desarrollo económico y político, de tal manera que una caracterís-
tica positiva del sistema político es un bicameralismo que protege el régimen legal.
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pues se pasa de un 71% en la legislatura LVII entre 1997 a 2000 al 48% en la legis-
latura LXII entre 2012 y 2015. Este notorio descenso en los niveles de aprobación
de minutas senatoriales resulta de interés cuando se separan del análisis trámites
administrativos que no suelen generar ninguna diferencia ideológica o de contenido,
por ejemplo, los permisos para ausentarse del país, solicitudes de condecoraciones
o permisos para prestar servicios a gobiernos extranjeros. En la gráfica 2 se observa
esta tendencia ya exclusivamente en minutas respecto a reformas constitucionales y
leyes secundarias.
Gráfica 1
Porcentaje de aprobación de minutas
del Senado en la Cámara de Diputados
100%
90%
80%
65.54%
70%
59.22% 56.01%
60%
52.42%
50%
40%
44.61% 41.52% 33.08%
30%
20%
10%
0%
LVII LVIII LIX LX LXI LXII LXIII
Fuente: Elaboración propia con datos del Sistema de Información Legislativa de la Secretaría de
Gobernación. Disponible en http://sil.gobernacion.gob.mx. [Acceso: 4 al 7 de agosto de 2016].
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relevante en el proceso legislativo pues las cámaras adquieren cierta autonomía cada
una con respecto a la otra. En la gráfica 3 puede observarse cómo la Cámara de
Diputados en la LVII Legislatura es frenada por los senadores cuando se trataba
de la totalidad de minutas y aunque aumenta el porcentaje de aprobación en los
años siguientes, se estabiliza en la aprobación de prácticamente la mitad de las mi-
nutas entre 2003 y 2012 (LIX, LX y LXI Legislaturas).
Los datos que se registran en la gráfica 4 muestran cómo la Cámara de Dipu-
tados logró un mayor nivel de cooperación con los senadores durante la LVIII Le-
gislatura que tuvo la particularidad de ser un congreso donde el PRI por primera
vez fue oposición al gobierno y, al mismo tiempo, fue el partido político con mayor
número de asientos en ambas cámaras. Esta sinergia de los grupos parlamentarios
del PRI fue excepcional pues en los periodos legislativos siguientes no se logró con-
solidar esa tendencia. Por el contrario, como se muestra en la misma gráfica, en la
legislatura LXII la cooperación en torno a minutas enviadas por los diputados al
Senado, la tasa de aprobación cayó hasta el 35 por ciento.
Los resultados de la producción legislativa están determinados por las relacio-
nes entre las cámaras del Congreso. La cooperación y el conflicto son propios de
un diseño bicameral como el mexicano. Sin embargo, es evidente que en la medida
que el Senado adquirió mayor centralidad en el proceso político, también aumentó
su capacidad de rechazo a las minutas de la Cámara de Diputados. Lo que resulta
evidente es la creciente complejidad para la aprobación de leyes en donde existen al
menos dos puntos de veto con relativa autonomía.
Gráfica 2
Porcentaje de aprobación de minutas del Senado en la Cámara de Diputados
(reformas constitucionales y leyes secundarias)
100%
90%
80%
71.15% 65.81%
70%
60%
48.63%
50%
48.16% 53.73% 48.36%
40%
31.20%
30%
20%
10%
0%
LVII LVIII LIX LX LXI LXII LXIII
Fuente: Elaboración propia con datos del Sistema de Información Legislativa de la Secretaría de
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Gráfica 3
Porcentaje de aprobación de las minutas
de la Cámara de Diputados en el Senado
100%
90%
80%
68.21%
70%
56.04%
60%
54.63%
50%
54.13% 37.38%
40%
35.68% 32.18%
30%
20%
10%
0%
LVII LVIII LIX LX LXI LXII LXIII
Fuente: Elaboración propia con datos del Sistema de Información Legislativa de la Secretaría de
Gobernación. Disponible en http://sil.gobernacion.gob.mx [Acceso: 4 al 7 de agosto de 2016].
Gráfica 4
Porcentaje de aprobación de las minutas de la Cámara de Diputados
en el Senado (reformas constitucionales y leyes secundarias)
100%
90%
82.17%
80%
70%
60.31% 55.36%
60%
62.50%
50%
50.13%
40%
30%
34.85% 30.86%
20%
10%
0%
LVII LVIII LIX LX LXI LXII LXIII
Fuente: Elaboración propia con datos del Sistema de Información Legislativa de la Secretaría de
Gobernación. Disponible en http://sil.gobernacion.gob.mx [Acceso: 4 al 7 de agosto de 2016].
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V. Conclusiones
VI. Bibliografía
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L
a Constitución mexicana, promulgada el 5 de febrero de 1917, delineó los ele-
mentos principales del gobierno del Poder Judicial federal y la carrera judicial
en México. La característica más importante está en el artículo 97 donde se
delega a la Suprema Corte de Justicia de la Nación la selección, promoción, transfe-
rencias, monitoreo y destitución de jueces y magistrados federales. Las sucesivas leyes
orgánicas del Poder Judicial no regularon a detalle esta facultad,1 por lo que por más
de siete décadas la propia Suprema Corte fue llenando ese vacío, por ejemplo con el
llamado “Pacto entre Caballeros”,2 mediante el cual los ministros tomaban turnos
para nombrar jueces y magistrados. En la reforma de 1994 finalmente se establecie-
ron los lineamientos formales de una carrera judicial y se delegó su administración, y
la del Poder Judicial federal, en el Consejo de la Judicatura Federal.3 A partir de 1995
* Este texto, como lo indica su título, es un primer esbozo de un amplio proyecto en curso sobre
el gobierno judicial y la carrera judicial en México con perspectiva comparada, realizado en colabo-
ración con Andrea Pozas Loyo. Agradezco a Ignacio Marván sus comentarios en particular sobre la
primera parte de este texto.
1 Cossío, J. R., Jurisdicción federal y carrera judicial en México, México, UNAM, Instituto de Investiga-
y hasta ahora una serie de reformas constitucionales y legales han ido desarrollando
nuestro modelo actual de gobierno y carrera judicial.4
Conocemos razonablemente bien la centenaria historia constitucional y legisla-
tiva del gobierno judicial y la carrera judicial en México. Sin embargo, no es posible
decir lo mismo de su historia socio-política, una que detalle no sólo cómo operó en
la práctica la selección y promoción de jueces y magistrados sino que vincule los
cambios que se dieron en este rubro con las transformaciones políticas y sociales que
ha experimentado México. Este ensayo es un primer paso en esa dirección. En par-
ticular, expongo el desarrollo de los distintos modelos de gobierno y carrera judicial
que ha habido en México en los últimos cien años, distinguiendo cuatro periodos. El
primero va de 1917 a 1935, el año en que se puede afirmar que una reforma consti-
tucional subordina políticamente a la Suprema Corte (y en realidad a todo el Poder
Judicial federal, como veremos) incorporándola al naciente régimen de partido he-
gemónico. El segundo periodo va de 1936 hasta 1975, el año en que el número de
jueces y magistrados federales comienza a crecer exponencialmente. El tercer perio-
do va de 1977 hasta 1994, el año en que se crea el Consejo de la Judicatura Federal
con el mandato expreso de administrar el gobierno y la carrera judicial. El cuarto y
último periodo va de 1995 hasta 2016, con un análisis de la reforma de 1999 en que
se hizo un cambio sustancial al Consejo de la Judicatura.
Artículo 97. Los Magistrados de Circuito y los Jueces de Distrito serán nombrados por
la Suprema Corte de Justicia de la Nación, tendrán los requisitos que exija la ley, du-
rarán cuatro años en el ejercicio de su encargo y no podrán ser removidos de éste, sin
previo juicio de responsabilidad o por incapacidad para desempeñarlo, en los términos
que establezca la misma ley.5
La Suprema Corte de Justicia podrá cambiar de lugar a los Jueces de Distrito, pa-
sándolos de un Distrito a otro o fijando su residencia en otra población, según lo estime
conveniente para el mejor servicio público. Lo mismo podrá hacer tratándose de los
Magistrados de Circuito.
Podrá también la Suprema Corte de Justicia de la Nación nombrar Magistrados de
Circuito y Jueces de Distrito supernumerarios que auxilien las labores de los tribunales
4 Carpizo, J., “Otra reforma constitucional: la subordinación del Consejo de la Judicatura Fede-
ral”, Cuestiones Constitucionales, 2(2), 209-218, 2000. Rivas Acuña, I., El Consejo de la Judicatura Federal.
Trayectoria y perspectivas, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2011.
5 El artículo 94 estableció: “a partir del año de 1923, los Ministros de la Corte, los Magistrados de
Circuito y los Jueces de Distrito sólo podrán ser removidos cuando observen mala conducta y previo el
juicio de responsabilidad respectivo”.
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La Suprema Corte comenzó sus trabajos en abril de 1917.6 Desde las prime-
ras sesiones de trabajo, la Corte discutió cómo cumplir su mandato constitucional
respecto al gobierno del Poder Judicial federal y la carrera judicial. En la sesión del
28 de abril de 1917, la Suprema Corte decidió que confirmaría los nombramientos
de jueces y magistrados hechos por el presidente Carranza antes de la promulga-
ción de la Constitución7 porque el Congreso de la República aún no había pasado
la ley regulatoria de los procesos de nombramiento de estos funcionarios por parte
de la Corte.8 La esperada Ley Orgánica del Poder Judicial fue promulgada el 2 de
noviembre de 1917, pero respecto a la carrera judicial solamente incluyó que los
nombramientos de jueces y magistrados debían ser hechos por al menos una mayo-
ría de ministros y que éstos podían transferir jueces y magistrados a distintos lugares
pero sin reducir su salario o categoría.9
De la discusión entre los ministros del 5 de diciembre de 1921 parece despren-
derse que esos primeros jueces y magistrados duraron cuatro años en sus cargos
pues, en esa misma sesión, se procedió a discutir si lo que procedía era que la propia
Suprema Corte hiciera los nuevos nombramientos. Y en efecto así procedieron: el
10 de diciembre de 1921 la Suprema Corte nombró seis nuevos magistrados para
el mismo número de tribunales de circuito existentes, y el 16 de diciembre de 1921
la Corte nombró a todos y cada uno de los 35 jueces de los distritos federales. Es-
tos jueces y magistrados fueron nombrados para un periodo de cuatro años. Hay al
6 Una breve nota metodológica es precisa en este momento. Una buena parte del análisis de este
ensayo se basa en la lectura de “Actas de Sesiones Privadas de la Suprema Corte de Justicia de la Na-
ción” en las que se discutían asuntos administrativos. Cuando me refiera a una de estas Actas en el
texto citaré la fecha de la sesión correspondiente.
7 González, M. del R., La administración de justicia antes y después de la Revolución (1910-1920), México,
en su momento mediante voto secreto y en reunión secreta, es decir, lo que serían después las sesiones
privadas en las que se discutían asuntos administrativos, a diferencia de las sesiones públicas en las que
se discutían asuntos jurisdiccionales.
9 En 1934 la ley orgánica incorporó un sistema escalafonario y principios basados en el mérito
para decidir las promociones y las sanciones, pero los cambios constitucionales de diciembre de ese
mismo año interrumpieron este proceso. Cossío J. R., Jurisdicción federal…, op. cit.
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menos dos apuntes sobre estos nombramientos que vale la pena resaltar. El primero
es que casi todos los nombramientos fueron hechos por unanimidad y voto secreto
de los ministros en el pleno de la Suprema Corte, pero en las Actas no se discute de
dónde provienen los candidatos a jueces y magistrados (es decir, no se sabe quién
los propuso, dónde laboraban, si había candidatos alternativos, cuáles eran sus cre-
denciales, etcétera). Segundo, entre los nombrados hubo dos hijos de ministros que
fueron designados magistrados de circuito.
En 1923 el entonces presidente Álvaro Obregón tuvo una disputa fuerte con el
Congreso de la República durante el proceso de nombramiento de los nuevos mi-
nistros de la Suprema Corte, en gran parte porque según el artículo 94 de la Consti-
tución estos nuevos ministros gozarían de un cargo vitalicio.10 Una vez que terminó
este conflicto, y dada la falta de regulación de esta importante prerrogativa en la Ley
Orgánica del Poder Judicial, los nuevos ministros de la Suprema Corte experimenta-
ron con diferentes procedimientos. Por ejemplo, en 1928 (sesión del 28 de febrero),
la muerte de un magistrado abrió un interesante debate en el pleno de la Corte so-
bre cómo nombrar su reemplazo. Se propuso primero una terna de candidatos (no
se establece cómo se seleccionó la terna) pero ninguno de los tres obtuvo una mayo-
ría de votos, después un ministro hizo una propuesta (que fue aceptada) de sacar a
uno de los tres candidatos en la lista y se procedió a una nueva votación entre los dos
candidatos restantes: uno de ellos fue nombrado por mayoría de 6 votos contra 3.11
A principios de la década de 1930 se dieron cambios importantes. En la sesión
del 13 de enero de ese año por primera vez algunos ministros proponen nombres de
candidatos a jueces y magistrados directamente. Sin embargo, hubo una serie de va-
riaciones en cómo exactamente se hacían esas propuestas. Por ejemplo, de enero
a abril de 1930 distintos ministros hacían propuestas de personas concretas para una
misma posición lo cual abría un debate en el pleno sobre las distintas propuestas y
después se procedía al voto secreto de los ministros. Estos debates llevaban tiempo
y, quizá por eso, en la sesión del 10 de abril de 1930 el ministro Daniel Valencia
sugiere tomar turnos entre los ministros para hacer las propuestas y su moción fue
10 El artículo 94 original establecía que los ministros serían nombrados por el Senado con base
en propuestas de los congresos de los estados, pero los primeros ministros seleccionados en 1917 fueron
propuestos por Carranza y ratificados por el Senado (duraron dos años y en 1919 se nombró del mismo
modo a otros ministros que duraron cuatro años). González, M. del R., La administración de justicia…, op.
cit. James, T. M., Law and Revolution in México. A Constitutional History of the Amparo Suit and Social Reform
during the Mexican Revolution, The University of Chicago, 2006.
11 El 20 de agosto de 1928 se reformó el artículo 94 y se cambió el modo de nombramiento de
los ministros de la Suprema Corte: a partir de ese momento el presidente proponía un candidato al
Senado para su ratificación. En 1934 una nueva reforma al artículo 94 estableció que la duración de
los ministros en su cargo sería de seis años, coincidente con la administración presidencial. Este par
de reformas tuvieron como consecuencia la subordinación política de la Suprema Corte y sus ministros
al naciente régimen de partido hegemónico (Domingo, P., “Judicial Independence: The Politics of the
Supreme Court in México”, Journal of Latin American Studies, 32(3), 2000, pp. 703-735). Diez años des-
pués, en la reforma de 1944 se restablecería el cargo vitalicio, “durante buen comportamiento”, con
un interesante detalle: el presidente de la república podría iniciar el procedimiento para remover a un
juez, magistrado o ministro después de recibirlo en una audiencia (lo que se conoció como la “confe-
sión laica”, Cossío, J. R., Jurisdicción federal…, op. cit.
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aprobada por una mayoría de 13 votos contra 2. Uno de los elementos del llamado
“Pacto entre Caballeros”, es decir la toma de turnos por los ministros para proceder
con los nombramientos, aparecía por primera vez.12
Sin embargo, se establecen los turnos pero todavía no estaba claro el procedi-
miento, por ejemplo ¿el ministro en turno debía proponer sólo un candidato para
ser aprobado o rechazado por el pleno, o una terna para que el pleno debatiera? A
pesar de algunas excepciones,13 se optó en un principio porque el ministro en turno
presentara una terna, y los debates en el pleno sobre los candidatos propuestos son
interesantes. Por ejemplo, en la sesión del 6 de julio de 1931 se discute si el candidato
con más experiencia en la terna debe ser nombrado, o si el ministro encargado de
la visitaduría del juez en cuestión debería dar un reporte del candidato. Se siguió
experimentando con el procedimiento: por ejemplo, el 22 de agosto de 1931 un mi-
nistro propuso que para llenar vacantes de jueces se pidiera una lista de candidatos
a los magistrados de circuito donde estuviera el juzgado en cuestión. Otro ministro
propuso que se conformara una lista larga de nombres de la cual cada ministro po-
dría elegir dos nombres (y después contar para ver si alguien de la lista obtenía una
mayoría de votos de ministros).
En suma, ante la falta de detalle en la Ley Orgánica del Poder Judicial sobre
la forma en que los ministros debían nombrar jueces y magistrados, en la Supre-
ma Corte experimentaron con diversos métodos y se dieron debates interesantes. A
principios de la década de 1930 aparece la idea de tomar turnos entre los ministros
para proponer candidatos, uno de los elementos del llamado “Pacto entre Caballe-
ros” que se irá consolidando en las décadas siguientes.
14 Y también se fue extendiendo pues los turnos cada vez más incluían no sólo nombramientos de
jueces y magistrados sino también otro tipo de trabajadores en el Poder Judicial y la Suprema Corte,
desde secretarios de estudio y cuenta hasta choferes y niñeras pasando por oficiales judiciales, actua-
rios, taquígrafos, y secretarias.
15 En la sesión del 10 de enero de 1938 se dio una variante interesante: un ministro propuso un
candidato para juez pero la Corte en el pleno la rechazó y decidió que la sala a la que pertenecía el
ministro propusiera una terna al pleno. Ninguno de los tres candidatos ganó la mayoría de votos, y
entonces un cuarto candidato fue propuesto por un ministro y finalmente obtuvo la mayoría de votos.
16 A pesar de la restauración del cargo vitalicio, la Suprema Corte ya había sido incorporada a la
dinámica del régimen de partido hegemónico: de 1944 a 1994 la mayoría de los presidentes durante su
administración nombró a más del 50% de los ministros de la Suprema Corte, y casi el 40% de los mi-
nistros duraban menos de cinco años en su cargo. Caballero, J. A., “Amparos y abogánsters. La justicia
en México entre 1940 y 1968”, en Servín, E. (ed.), Del nacionalismo al neoliberalismo (1940-1994), México,
CIDE-Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 45-73; Magaloni, B., “Authoritarianism, Democracy
and the Supreme Court: Horizontal Exchange and the Rule of Law in México”, en Mainwaring, S. y
Welna, C. (eds.), Democratic Accountability in Latin America, Nueva York, NY, 2003, pp. 266-306.
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a voto ratificatorio unánime por parte del pleno) fue el procedimiento más común
de nombramiento y promoción.
Me he referido al nombramiento y promoción, pero no al monitoreo de los jue-
ces y magistrados. Recordemos que el artículo 97 constitucional establecía que los
ministros se repartirían los distritos y circuitos para evaluar el desempeño de jueces
y magistrados.17 Este sistema de “visitadurías” se llevó a cabo con regularidad y se
facilitó para los ministros por muchos años debido al relativamente bajo número
de jueces y magistrados que existía entonces: de 1917 a 1920 hubo 11 ministros y
cuatro jueces y magistrados por ministro en promedio (había seis magistrados y 45
jueces). De 1929 a 1935 el número de ministros sube a 16 y el promedio de jueces-
magistrados por ministro baja a tres. De 1935 a 1965 el número de ministros sube
a 21 y luego en 1966 sube a 26 lo que, junto con un incremento moderado en el
número de jueces y magistrados, hace que el promedio de tres jueces/magistrados
por ministro pase a un promedio de cinco jueces/magistrados por ministro en 1975
(gráfica 1).
Gráfica 1
Jueces, magistrados y ministros, 1917-2017
Muestra el número total de jueces de distrito, magistrados de circuito (tanto los unitarios como los
colegiados a partir de 1951), y los ministros de la Suprema Corte de Justicia desde 1917.
Fuente: Consejo de la Judicatura Federal, Órganos jurisdiccionales y circuitos judiciales federales. Reseña his-
tórica 1917-2008, México, Poder Judicial de la Federación, 2010; y Suprema Corte de Justicia de la
Nación, Informe anual de labores, México, Poder Judicial, 2008-2015.
17 En las Actas de Sesiones que he revisado no es posible discernir el mecanismo por el cual los
De acuerdo con algunos estudios que existen sobre este tema, el sistema de nom-
bramiento personalizado, el relativamente pequeño número de vacantes por llenar,
y el también relativamente fácil monitoreo hacía posible que en las relaciones entre
ministros prevaleciera en términos generales la fuerza de la reputación, y del fa-
vor del ministro nombrador sobre el desempeño del nombrado, generando un sis-
tema de “mentoraje” e intercambios positivos entre el ministro y sus nombrados.18
No hay datos sistemáticos para evaluar empíricamente esta aseveración, pero quizá
una muestra de que este sistema funcionaba como se ha descrito es el número relati-
vamente bajo de quejas que se presentaban frente a jueces y magistrados (gráfica 2):
tanto el número absoluto como el relativo de quejas, el número absoluto dividido
entre el número de jueces y magistrados), es bajo durante este periodo (comenzó a
crecer a fines de la década de 1980 y principios de la de 1990).19 Esto, por supuesto,
no es evidencia dura pero sí al menos sugiere que los problemas serios en el Poder
Judicial Federal con motivo de la carrera y el gobierno judicial comenzaron a partir
de que el número de magistrados y jueces comenzó a crecer de manera exponencial.
18 Es importante recordar que durante este periodo el sistema de nombramiento y promoción de
jueces y magistrados permitía que la Suprema Corte efectivamente se asegurara de que las decisiones
de jueces y magistrados se tomaran de acuerdo con el “espíritu de los tiempos” y éste era el de un
régimen autoritario de partido hegemónico. Así, por ejemplo, cuando un juez o magistrado tomaba
una decisión fuera de los límites permitidos era sancionado por su mentor en la Corte. Por ejemplo,
el “caso Burgoa” muestra como un ministro presiona a un juez de distrito cuando éste tomó una deci-
sión que le molestó al gobierno. Cossío, J. R., Jurisdicción federal…, op. cit. Caballero, J. A., “Amparos y
abogánsters….”, op. cit.
19 El número de quejas puede estar subrepresentado pues el autor todavía no está seguro de que
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Gráfica 2
Quejas contra jueces y magistrados, 1917-2015
Muestra el número de quejas contra jueces y magistrados dividido entre el número total de los mismos.
Entre 1917 y 1994 las quejas son las que se han podido encontrar en las Actas de Sesiones Privadas de
la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Entre 1995 y 2015 las quejas son las reportadas en la página
de Internet del Consejo de la Judicatura Federal.
21 Caballero, J. A., “De la marginalidad a los reflectores. El Poder Judicial”, en Bizberg, I. y Meyer,
L. (eds.), Una historia contemporánea de México, México, El Colegio de México-Océano, 2009, pp. 163-194.
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preso con cargos de corrupción por compartir con dos magistrados de circuito un
soborno para liberar a un violador y asesino confeso y convicto.22
Gráfica 3
Presupuesto del Poder Judicial Federal, 1938-2015
como porcentaje del presupuesto de egresos
Muestra el presupuesto del Poder Judicial de la Federación como porcentaje del presupuesto de egresos.
Fuente: Diario Oficial de la Federación, 1938-2015.
22 Pozas-Loyo, A., y Ríos-Figueroa, J., “The Politics of Amendments Processes: Supreme Court
Influence in the Design of Judicial Councils”, Texas Law Review, 89(7), 2011, pp. 1807-1833; Ríos
Figueroa, J., “El Sistema de Justicia”, en Negretto, G. (ed.), Debatiendo la reforma política. Claves del cam-
bio institucional en México, México, CIDE, 2010, pp. 159-204.
23 Fix-Fierro, H., “Judicial Reform in México: What Next?”, en Jensen, E. G. y Heller, T. C. (eds.),
Beyond Common Knowledge. Empirical Approaches to the Rule of Law, Stanford, CA: Stanford University Press,
2003, pp. 240-289.
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administrativas en 1987 es posiblemente una de las anclas que más han detenido el
progreso de la jurisprudencia constitucional.24
En todo caso, la degradación del “Pacto entre Caballeros” está entre las razones
que explican la reforma de 1994 en la que se crea finalmente el Consejo de la Ju-
dicatura Federal con el objetivo de encargarse de la administración de los recursos
materiales y humanos del Poder Judicial. Esa no es toda la historia pues la reforma
se hizo en parte con fines retrospectivos (para sustituir al presidente como árbitro
de conflictos políticos, según Magaloni),25 prospectivos (para que en una Corte más
independiente limitara el poder de la oposición que cada vez ganaba más espacios
electorales, según Finkel),26 y del momento (pues el año 1994 fue uno de los más
intensos en la vida política reciente de México no sólo por la entrada en vigor del
Tratado de Libre Comercio sino también por el levantamiento en Chiapas y los
magnicidios políticos, según Inclán).27 Con la reforma de 1994 nace en México, des-
pués de más de siete décadas, una carrera judicial formal y un órgano especializado
para gobernar al Poder Judicial y administrar la carrera.
24
Ríos Figueroa, J., “El Sistema de Justicia…”, op. cit.
25
Magaloni, B., “Authoritarianism, Democracy and the Supreme Court…”, op. cit.
26 Finkel, J. S., Judicial Reform as Political Insurance: Argentina, Peru, and México in the 1990s, South
los mecanismos para designar a los cuatro miembros del Consejo de la Judicatura
provenientes del Poder Judicial (los otros tres son nombrados por el poder ejecutivo
y legislativo.30 En esencia, la enmienda transformó la selección por sorteo de los jue-
ces de diferentes niveles en una designación directa de los mismos por la Suprema
Corte. Esto le dio a la Suprema Corte el control sobre la mayoría de los asientos
en el Consejo, lo que le devolvió un peso importante en el control de los recursos
materiales del Poder Judicial y las carreras de los jueces de los tribunales inferiores.
Para tener una idea de la relación entre el Consejo de la Judicatura y la Suprema
Corte de Justicia, la gráfica 4 muestra el número de revisiones administrativas, que
son recursos interpuestos contra decisiones del Consejo de la Judicatura ante la Su-
prema Corte de Justicia, a partir de 1995. También se muestra el número de amparos
que la Suprema Corte ha aceptado contra decisiones del Consejo de la Judicatura
en los mismos años. En el panel de la izquierda de la gráfica 4 se muestra el número
absoluto de ambos instrumentos y es notable cómo se incrementan las revisiones
administrativas a partir de 2007. El número de amparos aceptados por la Corte con-
tra decisiones del Consejo31 es relativamente alto en los primeros años (ver el panel
de la derecha) lo cual en cierta forma minó la autonomía decisional del Consejo.
No hay mucha información sistemática sobre el desempeño del Consejo de la
Judicatura. Datos dispersos publicados en algunos análisis y por el propio Consejo
sugieren que la subordinación del Consejo a la Suprema Corte en 1999 tuvo conse-
cuencias inmediatas.32 La gráfica 2 muestra que el número de quejas contra jueces
después de 1995 ha sido relativamente más alto que en todos los años anteriores (con
la excepción de 1988-1994), aunque para evaluar el desempeño del Consejo sería
importante cuantificar sus decisiones finales sobre esas quejas (por ejemplo, fundada
o infundada), así como el tipo de sanción (por ejemplo, destitución o apercibimien-
to). Finalmente, será importante evaluar las promociones de los jueces y magistrados
hechas por el Consejo y ver si los lineamientos de la carrera judicial se siguen en la
mayoría de los casos.
Alrededor del mundo los poderes judiciales se han convertido en actores influyentes
en los procesos de formación de políticas públicas y en la definición del contenido
30 Pozas-Loyo, A., y Ríos-Figueroa, J., “The Politics of Amendments Processes…”, op. cit.
31 La reforma de 1994 estableció en el artículo 100 que las decisiones del Consejo eran definitivas
e inatacables, “salvo las que se refieran a la designación, adscripción y remoción de magistrados y
jueces, las cuales podrán ser revisadas por la Suprema Corte de Justicia, únicamente para verificar que
hayan sido adoptadas conforme a las reglas que establezca la ley orgánica respectiva”. Por lo tanto,
desde el principio no era claro si procedía el amparo contra decisiones del Consejo o si únicamente
procedía la revisión administrativa.
32 Fix-Fierro, H., “Judicial Reform in México…”, op. cit.
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Gráfica 4
SCJN vs. CJF: revisiones administrativas y amparos
Muestra el número de revisiones administrativas que la Suprema Corte hace de decisiones del Consejo
de la Judicatura, y el número de amparos que la Suprema Corte ha aceptado contra decisiones del
Consejo de la Judicatura (en números absolutos y relativos).
Fuente: página de Internet del Consejo de la Judicatura Federal y de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación.
En teoría, el gobierno de la rama judicial debe ser tal que garantice los medios
necesarios para que el sistema en su conjunto pueda cumplir sus fines. Debe, por
tanto, garantizar la independencia (interna y externa) y la rendición de cuentas de
las instituciones e individuos pertenecientes a la rama. También debe promover el
profesionalismo de los funcionarios, la meritocracia en la profesión judicial, la efica-
cia y rapidez en la procuración e impartición de justicia, el acceso a la justicia y la
solución satisfactoria de conflictos. Sin embargo, otras prácticas contrarias a la me-
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VI. Bibliografía
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Social Reform during the Mexican Revolution, The University of Chicago, 2006.
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(eds.), Democratic Accountability in Latin America, Nueva York, NY, 2003, pp. 266-306.
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Rivas Acuña, I., El Consejo de la Judicatura Federal. Trayectoria y perspectivas, México,
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LA IDEA DE LIBERTAD
EN LA CONSTITUCIÓN MEXICANA DE 1917
Zoé Robledo A.
S
tuart Mill consideró a la libertad como “la chispa indescriptible de la originali-
dad del individuo”. La idea de libertad es, quizás, uno de los más controversia-
les y poderosos ideales de la historia del pensamiento político. Controversiales
en la medida en la que distintas tradiciones políticas han procurado definir y acotar
dicho ideal para poder explicar y dar sentido a la realidad. Desde Aristóteles en la
época clásica, pasando por la modernidad con Hegel, Stuart Mill y en la época con-
temporánea con Berlin y Pettit, la libertad es un concepto inacabado e inacabable.
¿Es la libertad una ilusión? ¿Acaso vivimos condicionados a vivir de acuerdo con las
coordenadas políticas y simbólicas de nuestro tiempo convirtiendo a la libertad en
una mera ilusión? ¿Puede ser —en cambio— un derecho inalienable con el que los
hombres y mujeres nacen sin importar el lugar y el momento y que sobrepasa a la
sociedad, al gobierno y al mismo Estado?
A 100 años de la promulgación de nuestro texto constitucional, reflexionar so-
bre los principios liberales que fueron incorporados en el Congreso Constituyente
de febrero de 1917 puede arrojar luz sobre lo que permanece oscuro en estos tiem-
pos de pérdida de horizontes y de falta de legitimidad en nuestras instituciones. Re-
cordemos que el origen mismo de la Revolución mexicana puede justificarse en la
impunidad rampante a quienes de manera sistemática faltaban al cumplimiento de
la Ley. El movimiento armado encabezado por el entonces Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista, Venustiano Carranza, obedecía a restablecer el orden jurídico
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Zoé Robledo A.
encabezado por la Constitución de 1857 que el régimen de Porfirio Díaz había sub-
yugado a través de su dictadura.
Por ese motivo la convocatoria original del Congreso Constituyente realizada
por Carranza, como Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, en la búsqueda
de la legitimidad del movimiento armado que encabeza, encauzar sus esfuerzos en
la reforma de la Constitución de 1857 para promulgar una nueva se convirtió en
una prioridad. Preservar el espíritu liberal y la forma de gobierno que establecía
aquella ley fundamental sí. Marcar un hito histórico en su mandato como Presidente
y dotarlo de legitimidad de origen, también.
Sin embargo, el movimiento de Carranza no fue el único, y gracias a esta nece-
sidad de legitimación, tuvo que abrir el espacio del Constituyente a diversas voces
de la Revolución. De esta manera, si bien se fortalecieron los elementos liberales de
la Constitución, también se incluyeron las respuestas a diversas demandas sociales
de la Revolución, así como diversas ideas centralistas y autoritarias de gobierno, he-
redadas de la propia dictadura.1
Como resultado final se lograron incorporar algunos de los postulados revolu-
cionarios, destacando entre ellos temas como la educación libre, laica y gratuita,
descrita en el artículo 3o.; la libertad de culto, incluida en el artículo 24; la propie-
dad originaria de la nación, desarrollada en el artículo 27; el municipio libre, refe-
renciado en el artículo 115; los derechos laborales, introducidos en el artículo 123; y
la separación entre el Estado y la Iglesia, establecida en el artículo 130.
Con estos nuevos artículos se fortalecieron las garantías para asegurar derechos
y libertades, asimismo, se crearon una serie de derechos colectivos, sin precedente
en Constitución alguna, los derechos sociales. Sin embargo, y a pesar de lo novedo-
so de algunas libertades y derechos incorporados en la Constitución de 1917, varios
de ellos solamente complementaron el catálogo propuesto por el liberalismo que ali-
mentó el constitucionalismo mexicano del siglo XIX y que no habían tenido cabida
en las Constituciones anteriores. Tal es el caso de los temas relativos a la libertad de
creencia y a la libertad de culto.
En este contexto, la Constitución de 1917 resultó ser más liberal que la de 1857,
con las salvedades citadas líneas arriba, porque, si bien tuvo influencias de otras
corrientes de pensamiento, fue el sentimiento anticlerical manifestado en los artícu-
los 3o., 24 y 130 lo que logró concretar la separación entre el Estado y la Iglesia.
1 Véase González, María del Refugio y Caballero Juárez, José Antonio, “El proceso de formación
del Estado en México. Los modelos de Estado en la Constitución de 1917”, en Serna de la Garza,
José Ma. y Caballero Juárez, José Antonio (eds.), Estado de derecho y transición jurídica, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2002, pp. 47-93.
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vez que diversas filosofías pueden ser consideradas como distintas e incluso, en oca-
siones contrarias, se consideran liberales por compartir el mismo objeto, la libertad
individual, como expresión de la naturaleza humana.
Sin embargo, la palabra libertad es un término que tiene muchas conceptualiza-
ciones. Esta idea la describe muy bien Montesquieu en El Espíritu de las Leyes:
No hay palabra que tenga más acepciones y que de tantas maneras diferentes haya
impresionado a los espíritus, como la palabra libertad. Para unos significa la facilidad
de deponer al mismo a quien ellos dieron poder tiránico; para otros la facultad de ele-
gir a quien han de obedecer; algunos llaman libertad al derecho de usar armas, que
supone el de poder recurrir a la violencia; muchos entienden que es el privilegio de no
ser gobernados más que por un hombre de su nación y por sus propias leyes… Cada
uno llama libertad al gobierno que se ajusta más a sus costumbres o sus inclinaciones;
pero es lo más frecuente que la pongan los pueblos en la república y no la vean en las
monarquías, porque en aquélla no tienen siempre delante de los ojos los instrumentos
de sus males. En fin, como en las democracias tiene el pueblo más facilidad para hacer
casi todo lo que quiere, ha puesto la libertad en los gobiernos democráticos y ha con-
fundido el poder del pueblo con la libertad del pueblo.2
Por ello no me referiré a la libertad absoluta, que puede ser interpretada como
aquella potestad que no tiene límite u oposición alguna, la cual es desarrollada y ex-
plicada ampliamente por Tomás Hobbes en su célebre obra Leviatán.3
De acuerdo con esta genuina y común significación de la palabra, es un hombre
libre quien en aquellas cosas de que es capaz por su fuerza y por su ingenio, no está obstaculizado
para hacer lo que desea.4
Este trabajo se enfoca en la libertad que necesita de la Ley y de los límites que
ésta impone, para garantizar la existencia de una esfera individual y privada, donde
no pueden intervenir arbitrariamente terceros.5
La libertad del hombre en sociedad consiste en no hallarse bajo más poder le-
gislativo que el establecido en la nación por consentimiento, ni bajo el dominio de
ninguna voluntad o restricción de ninguna ley, salvo las promulgadas por aquél se-
gún la confianza en él depositada.6
Se busca analizar una clase de libertad genérica, es decir la libertad, y no las
libertades, porque, a final de cuentas, cuando hablamos de libertades es porque falta
la libertad.7
2 Montesquieu, El Espíritu de las Leyes, Colección Sepan Cuantos, núm. 191, México, Porrúa, 2011,
pp. 143-144.
3 Véase Hobbes, Thomas, Leviatán, México, Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 171-182.
4 Ibidem, p. 171.
5 Véase Locke, John, Ensayo sobre el Gobierno Civil, Colección Sepan Cuantos, núm. 671, México,
Zoé Robledo A.
La diferencia entre la libertad y las libertades es la que existe entre una condi-
ción en la que está permitido todo lo que no esté prohibido por las normas genera-
les, y otra, en la que está prohibido todo lo que no está permitido expresamente. 8
El liberalismo sostiene que la propiedad privada estimula la iniciativa y la creati-
vidad individual, favoreciendo la vida democrática. Así se incorpora el concepto de
libertad, tanto en la política como en la economía, dando pie a un mayor aprovecha-
miento de los recursos debido a que permite el libre ejercicio de las preferencias sin
acotaciones y bajo la ampliación del mercado como conducto para el bienestar social.
Sin embargo, esa libertad a la que aspiramos se construye con diversos tipos de
libertades y, su concepto, si bien no se limita a ellas, tampoco resulta ajeno a las mis-
mas. En palabras de Norberto Bobbio, ésta es la libertad liberal o libertad negativa,
ya que ésta depende de que no se ejerza coerción sobre el individuo, o bien que lo
defienda de los abusos del poder, es decir, que en esta circunstancia la libertad se
entiende como un límite al poder.9
Siguiendo la línea de Hayek es necesario dejar claro que la libertad no debe
confundirse o reducirse a alguna de las libertades, pero no debemos menospreciar-
las, porque al garantizar éstas, se abona en la construcción de aquella. Es por esta
razón que no podemos hablar de libertad, si no se alcanza a satisfacer las libertades,
por ejemplo, la libertad política, la libertad de elección o la libertad de expresión.
De esta manera, los constitucionalismos modernos, especialmente aquellos que con-
tienen ideales democráticos, sociales e incluso socialistas, que prevén la existencia
de un Estado Benefactor, buscan equilibrar los derechos y libertades, de sus gober-
nados a través de disposiciones que garanticen el ejercicio de estas prerrogativas.
Esta corriente ideológica, si bien puede compartir ideales liberales su fin último es
la igualdad,10 de tal forma que interpreta la libertad como un derecho que el Estado
está obligado a garantizar. Es decir, contrario a la libertad negativa del liberalismo,
se trata de una acción positiva.
Estas ideas resultan más cercanas al pensamiento de Rousseau, para quien el
pacto social debe celebrarse con equilibrio entre los principios de libertad, igualdad
y comunidad. Es decir, que para constituir una sociedad se requiere de una libre co-
munidad de iguales: libre, porque asegura la plena autonomía política de cada uno
y con ello su voluntad de pertenecer al pacto; comunidad, porque el bien de cada
miembro se organiza alrededor del bien común; de iguales, porque si se cumple esta
condición, ningún asociado tendrá nada que reclamarles a los demás.11
Por este motivo se puede decir que si bien la Constitución derivada de la
Revolución promovió la libertad liberal o negativa, esa libertad única de la que ha-
bla Hayek, para lograrse utiliza mecanismos legales para fomentar la igualdad. De
tal suerte que el texto constitucional promovió (y tal vez esto sea lo más importante)
8 Ibidem, p. 70. La traducción es propia para este trabajo. El texto original señala: “The difference
between liberty and liberties is that which exists between a condition in which all is permitted that is not
prohibited by general rules and one in which all is prohibited that is not explicitly permitted”.
9 Véase Bobbio, Norberto, Liberalismo y democracia, México, Fondo de Cultura Económica, p. 21.
10 Ibidem, pp. 95, 96, 101 y 102.
11 Véase Rousseau, Juan Jacobo, El Contrato Social, México, Porrúa, pp. 3-12.
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12 Cfr. Del Castillo del Vale, Alberto, Garantías del gobernado, México, Ediciones Jurídicas Alma,
2005, p. 37.
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Puesto que ningún hombre tiene por naturaleza autoridad sobre su semejante, y pues-
to que la fuerza no constituye derecho alguno, quedan sólo las convenciones como
base de toda autoridad legítima sobre los hombres.
…
Renunciar a su libertad es renunciar a su condición de hombre, a los derechos de
la humanidad y aun a sus deberes. No hay resarcimiento alguno posible para quien
renuncia a todo. Semejante renuncia es incompatible con la naturaleza del hombre:
despojarse de la libertad es despojarse de moralidad. En fin, es una convención fútil y
contradictoria estipular de una parte una autoridad absoluta y de la otra una obedien-
cia sin límites…13
Sin duda, una de las libertades más relevantes para la humanidad en su carácter
de animal racional y animal político (ζωον πολιτικον) es la libertad de expresión,
toda vez que esta es la manifestación directa de la libertad de pensamiento, una de
las libertades básicas de todo ser humano.
La libertad de expresión es una de las condiciones esenciales de cualquier régi-
men democrático; en otras palabras, la libertad de expresión es condición necesaria
(aunque no suficiente, desde luego) para que se pueda considerar que en un deter-
minado país hay democracia.14
La libertad de expresión tiene dos maneras de manifestarse: la oral y la escrita.
El artículo 6o. tiene como objeto garantizar la libertad de expresión oral. Este pre-
cepto establece que la manifestación de las ideas, pensamientos y opiniones será li-
bre, ya que no podrá ser sujeta a inquisición administrativa o judicial. Sin embargo,
se plantean cuatro limitaciones: atacar a la moral, provocar algún delito, atacar los
derechos de tercero o perturbar el orden público.
La libre manifestación de las ideas contenida en este artículo se circunscribe a
la forma verbal y se trata de un derecho que conlleva la obligación del Estado y de
sus agentes de abstenerse de interferir en la esfera del individuo, así como garantizar
que se pueda manifestar libremente.
Como toda garantía constitucional, esta libertad conlleva algunas restricciones.
La Constitución de 1917 refirió cuatro:
14 Carbonell, Miguel, Los derechos fundamentales en México, México, UNAM, Instituto de Investiga-
Zoé Robledo A.
Toda petición remitida a un servidor público debe derivar en una respuesta por
parte de éste, de ahí la estrecha relación entre el derecho de petición y la obligación
15 Carbonell, Miguel, op. cit., p. 428.
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El artículo 9o. implica dos libertades que van correlacionadas una con la otra:
la libertad de asociación y la libertad de reunión.
La libertad de asociación y el derecho de reunión desempeñan un papel funda-
mental en el funcionamiento de las sociedades democráticas, porque propician el
pluralismo político e ideológico y la participación de la ciudadanía en la formación
del gobierno y el control de su actuación.17
El derecho de asociación consiste en la libertad con la que cuentan los indivi-
duos dotados de personalidad jurídica para unirse con el fin de constituir agrupa-
ciones permanentes y organizadas para la consecución de fines comunes, es decir, la
libertad de asociación es el fundamento de todas las personas morales.
16 Salgado Cienfuegos, David, “Artículo 8o. constitucional. Derecho de petición y derecho de
respuesta”, en Ferrer Mac-Gregor Poisot et al. (coords.), Derechos humanos en la Constitución. Comentarios de
jurisprudencia constitucional e interamericana, t. II, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
Konrad Adenauer Stiftung y Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2013, pp. 1178-1179.
17 García Garate, Iván, “Artículo 9 constitucional. Derecho de asociación y reunión”, en Ferrer
Zoé Robledo A.
poseer y portar armas para su seguridad y legítima defensa. La ley señalará cuáles
son las prohibidas y la pena en que incurren los que las portaren”.20
La idea predominante, es para prohibir a los gobernados, la posesión y porta-
ción de armamento de guerra, a tal punto que se provoque violencia entre ellos. Por
ello, para que este derecho sea debidamente ejercido, debe ejercerse al interior del
domicilio del gobernado y tener por objeto su seguridad y legítima defensa, impo-
niendo la obligación al Estado de respetar este derecho.
La limitante de este derecho es que dichas armas no sean de uso específico para
las funciones de las fuerzas armadas o bien se encuentren prohibidas por alguna ley.
Se trata de una libertad garantizada para toda persona, sea nacional o extran-
jera. Significa poder ingresar al país, ya sea como regreso, paseo, visita o incluso de
paso para acceder a otra nación.
20 Cfr. Villanueva Villanueva, Ernesto, Seguridad, armas de fuego y transparencia: mito y realidad sobre
el derecho de posesión y portación de armas de fuego en México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 2012, p. 109.
21 Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, México, Porrúa, 2005, p. 819.
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De igual manera que se puede ingresar al país, se puede salir de éste hacia otros
países, sin que las autoridades nacionales puedan impedirle que ejerza esta potestad,
independientemente de sus motivos.
Esta libertad permite viajar por el territorio nacional, ya sea dentro de la misma
localidad, o entre las entidades federativas, sin necesidad de pasaporte, salvoconduc-
to ni ningún otro requisito o documento.
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La Constitución de 1917 amplió el catálogo de libertades, toda vez que conservó las
enunciadas en el párrafo anterior y agregó los siguientes derechos:
22 Burgoa, Ignacio, Las garantías individuales, México, Porrúa, 2002, p. 436.
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Con estos principios, lo que se pretendió nunca fue afectar la libertad, sino, por
el contrario, dar un cauce a la enseñanza, para garantizar que la educación formara
ciudadanos libres en su pensamiento para poder ejercer su libertad.
23
Tena Ramírez, op. cit., p. 764.
24
Montesquieu, El Espíritu de las Leyes, Colección Sepan Cuantos, núm. 191, México, Porrúa,
2011, p. 33.
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En 1906, antes del inicio del levantamiento armado, estalló una huelga en la
mina de Cananea, Sonora y, al año siguiente, otra en Rio Blanco, Veracruz. Entre
las demandas básicas de estas luchas se encontraban: jornada laboral de ocho ho-
ras; establecimiento de salarios mínimos; indemnizaciones por accidentes laborales;
otorgamiento de pensiones; descanso dominical obligatorio, y abolición de las “tien-
das de raya” de las haciendas que mantenían permanentemente endeudados a los
peones. El movimiento obrero alcanzó estas metas, así como derechos de seguridad
social y libre asociación de los trabajadores.
Se incorporó el concepto de trabajo digno o decente, con el propósito de reco-
nocer y garantizar las condiciones mínimas que deben imperar en toda relación de
trabajo, y con ello, lograr el pleno respeto a la dignidad humana de los trabajadores.
Lo anterior, para propiciar que las normas laborales dispongan que los trabajadores
cuenten con un empleo con prestaciones y acceso a la seguridad social; que no exista
discriminación de ninguna índole; que se reciba la capacitación continua que se ne-
cesita y, también, que se cumplan con las condiciones de seguridad e higiene, en los
centros de trabajo. Además, el concepto incluye el respeto irrestricto a los derechos
colectivos de los trabajadores, tales como la libertad de asociación, autonomía, el
derecho de huelga y de contratación colectiva y, finalmente, incorpora la protección
a la igualdad sustantiva de trabajadores y trabajadoras frente al patrón.25
El derecho de poder profesar la creencia religiosa que se desee y con ello tener
las ideas religiosas y dogmas que a cada quien le agrade es parte fundamental de la
manifestación de la libertad de pensamiento.
De manera paralela y complementaria se estableció la libertad de culto, que
permite practicar las ceremonias y demás actos de culto en los templos. La limitante
a estos derechos radicaba en que los actos de devoción se celebraran dentro de los
templos y que no constituyeran un delito o faltas a la ley.
Ambas libertades fueron plasmadas en el artículo 24 constitucional. Sin em-
bargo, se puede señalar que se trata de dos libertades que tardaron en manifestarse
legalmente en nuestro país por razones políticas, especialmente la influencia que la
Iglesia católica ejercía sobre el Estado mexicano.
El sentimiento anticlerical de la Revolución permitió crear una disposición ex-
presa (artículo 130) que separara a estas dos instituciones y que colocara a la Iglesia
católica a la par de cualquier otra institución religiosa, con derechos y obligaciones
iguales, mientras que el Estado quedó como rector de todas ellas. Con estas acciones
se logró garantizar las libertades en materia religiosa.
25 Arellano Cuan, David et al., Reforma laboral, derecho del trabajo y justicia social en México, México,
Zoé Robledo A.
El texto original del artículo 115 constitucional sentó importantes bases respecto
al municipio. Se indicó que el Estado tomaría como base de su división territorial
y administrativa el municipio libre; la forma de gobierno municipal, que sería el
ayuntamiento de elección popular directa; la libertad política del municipio; la au-
tonomía económica del municipio, y la personalidad jurídica.
Venustiano Carranza siempre destacó la posición vital del municipio libre, al
poner en manos del Congreso Constituyente su proyecto de reformas a la Consti-
tución de 1857, en el que anteponía que la independencia del municipio, no sólo
recaía en el aspecto político, sino también en lo económico, supuesto que centraría
la captación propia de fondos y recursos propios para la atención de todas sus ne-
cesidades.26
Sin embargo, la redacción original del artículo 115 no logró plasmar todos los
propósitos económicos y políticos que habían presidido los debates, en virtud de que
la Hacienda de los municipios quedó sujeta en última instancia a las legislaturas lo-
cales; tampoco se estableció la instancia para resolver los conflictos entre los munici-
pios, los gobiernos de los estados y aun el federal, ni mucho menos se hizo mención
a los servicios que por naturaleza propia deben prestar los ayuntamientos.
El artículo 115 constitucional no menciona en ningún momento la palabra au-
tonomía, sin embargo sí refiere al concepto de municipio libre, el cual, visto desde la
perspectiva, contiene el sentido doctrinario de autonomía.
La doctrina del municipalismo desglosa el concepto de autonomía en tres apar-
tados fundamentales: autonomía política, autonomía administrativa y autonomía
financiera.
En general la doctrina municipalista de nuestro país entiende que desde el inicio
de la vigencia de la Constitución de 1917 el municipio adquirió las características
que lo ubican como un poder público dentro de la estructura del Estado mexicano.
Esto en cuanto que al estar prevista esta institución en el artículo 115 del ordena-
miento constitucional, y estar precisadas sus atribuciones legales y un gobierno pro-
pio, se le diferenció del orden federal y del estatal.27
La autonomía política significa la capacidad jurídica de un municipio para auto-
determinarse sin interferencias de otros órdenes de gobierno, otorgándose democrá-
ticamente sus propias autoridades.
En México el artículo 115 constitucional reconoce el ayuntamiento como
un órgano de gobierno municipal, lo cual tiene una connotación inequívoca de
que la autonomía política municipal coloca este ente como un verdadero poder
público.
26 Véase Nava Negrete, Alfonso, “Los municipios en México”, en Derecho municipal iberoamericano,
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“¡Tierra y libertad!” fue el lema que abanderaban los zapatistas cuando recla-
maban la restitución de los ejidos a los indígenas, la confiscación de la tierra a los
enemigos de la revolución y la entrega de tierra a quienes no la poseían. Si bien este
grupo fue derrotado por el ejército constitucionalista de Carranza su ideología fue
lo suficientemente fuerte para moldear un artículo 27 constitucional con un sentido
agrarista de vanguardia, a través de la idea de la propiedad originaria de la nación
sobre las tierras y aguas.
El proyecto original de Carranza era eminentemente liberal, garantizaba el
derecho a la propiedad desde esta perspectiva, pero no atendía las necesidades de
los campesinos que habían luchado por sus derechos durante la Revolución. Sin
embargo, en el Congreso Constituyente se modificó este concepto y la propiedad
privada quedó tan sólo como una modalidad de algo novedoso, el concepto de la
propiedad originaria de la nación, lo que significa que el territorio de agua y tierra
que constituyen el territorio de la nación son propiedad de ésta, reservándose su
facultad de transmitir su dominio a los particulares para constituir la propiedad
privada.
Todas estas acciones fueron realizadas con la finalidad de garantizar la li-
bertad, a través del acceso a un pedazo de tierra, ya fuera mediante propiedad
privada o comunal, que permitiera a los mexicanos tener la seguridad de contar
con un patrimonio y poder acabar con el régimen de servidumbres impuesto por
el Porfiriato.
Zoé Robledo A.
V. Conclusiones
Artículo 1o. En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los dere-
chos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los
que el Estado mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo
ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse, salvo en los casos y bajo las condiciones
que esta Constitución establece.
Por este motivo, una carencia de la norma fundamental de 1917 fue la libertad
política, un concepto en el cual se funda la democracia occidental moderna, ya que
esta clase de libertad se circunscribe a que se gobierne con fundamento en las nor-
mas abstractas, generales e impersonales y no bajo el criterio de los hombres, porque
cuando se deja el gobierno al criterio humano, su voluntad se manifiesta arbitraria,
despótica o simplemente ignorante.31
Por fortuna la Constitución evoluciona de manera cotidiana, se adapta a su
tiempo y se alimenta tanto de sus aciertos como de sus errores. Si bien aún no hemos
alcanzado de lleno la aspiración de una sociedad igualitaria y libre, por lo menos
podemos pensar que hemos caminado en ese rumbo y que hemos construido como
sociedad los caminos que nos llevarán a esa meta. El gran problema de nuestro tiem-
po no sería la falta de libertad, sino que su ausencia no resultara incómoda. Aprecie-
mos y revaloremos las libertades que nos hemos dado y que hemos consagrado en
nuestra carta magna para que nunca sea ese el caso.
VI. Bibliografía
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la Constitución. Comentarios de jurisprudencia constitucional e interamericana, t. II, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Konrad Adenauer Stiftung y Supre-
ma Corte de Justicia de la Nación, 2013.
31 Sartori, Giovanni, 30 lecciones. Democracia, México, Taurus, 2009, pp. 67-69.
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LA IGUALDAD, LA UNIVERSALIDAD
Y LA CONSTITUCIÓN
Sandra Serrano*
E
l derecho a la igualdad, en tanto cláusula de reconocimiento, ha ganado terre-
no en la Constitución. Desde el texto original de 1917 a la fecha, el derecho a
la igualdad se ha expandido más allá de su dimensión formal, para incorporar
la igualdad entre hombres y mujeres, la de los pueblos indígenas y, por supuesto, la
prohibición de la no discriminación. Además, la Constitución ha avanzado en el re-
conocimiento de la igualdad política, pero no necesariamente ha sucedido lo mismo
tratándose de la igualdad económica. En efecto, el trayecto de la igualdad en la Cons-
titución mexicana no puede entenderse como uno de mera ampliación de su conteni-
do y alcance, sino como uno que ha privilegiado a la igualdad como reconocimiento
y a la igualdad como representación política, pero que ha demeritado a la igualdad
como redistribución.
La igualdad tiene esas tres facetas, como identidad, económica y política, que
se traducen en tres distintas luchas: por el reconocimiento, la redistribución y la re-
presentación. La Constitución mexicana ha privilegiado una u otra de esas luchas
en distintos momentos históricos. A casi 100 años de la Constitución de 1917 es la
igualdad como reconocimiento la que ha tomado la delantera, no sólo en el texto
mismo, sino también en la interpretación que la Suprema Corte de Justicia de la
Nación (SCJN) ha hecho de la carta magna mexicana.
Un nuevo capítulo se abrió en la Constitución con la reforma de junio de 2011
donde, entre otras modificaciones, se incorporó el principio de universalidad. Con
dicho principio, la idea de igualdad en la Constitución viene a dimensionarse nueva-
Sandra Serrano
manos, donde las personas tienen autonomía de la voluntad y pueden decidir por sí
mismos su plan de vida y arreglos sociales.3 Bajo esta lógica, los derechos son decidi-
dos por los propios ciudadanos y no otorgados por los gobernantes. Es una igualdad
en la toma de decisiones, pero no sólo las particulares sino las que afectan a la so-
ciedad y la forma de gobernarnos, por ello se entendería que no todas las personas
pueden tener ese poder de decisión, en la medida que se requeriría cierto grado de
responsabilidad.
Lo anterior parecería un proceso formal, sin embargo, ha sido el resultado de
las grandes luchas sociales de los siglos XVII, XVIII e incluso el XIX. Se trata
de la posibilidad de intervenir en el ejercicio del gobierno, sin que otros decidan por
uno mismo. En estricto sentido, es la igualdad en la toma de decisiones políticas,
cuando alguien más decide, entonces existe subordinación. Lo anterior no implicó,
en la historia del liberalismo, que las personas pudieran decidir todos los asuntos de
forma directa, sino que se desarrolló el proceso de la representación política, don-
de las personas derivan en alguien más la toma directa de decisiones pero bajo cier-
tos supuestos de control.4
En el ámbito de los derechos humanos esta igualdad política ha tomado la for-
ma del derecho al voto, el derecho a ser electo, el derecho a la participación política
y a la libertad de asociación y a la participación en la función pública. Asimismo, la
ampliación del derecho al voto a las mujeres es parte de una lucha que intersecta
la igualdad como reconocimiento con la igualdad política.
Finalmente, la igualdad económica se refiere al alcance de los elementos básicos
para poder realizar el plan de vida de cada persona,5 tales como trabajo, educación,
salud, alimentación, vivienda, entre otros de los que llamamos derechos sociales. Sin
embargo, todos esos derechos requieren un cierto arreglo económico en el propio
Estado, de ahí que la igualdad económica encuentra su fundamento en las condi-
ciones constitucionales respecto de la propiedad de las tierras, riquezas naturales,
entre otras. Además, importa la forma en que los derechos sociales son entendidos
y protegidos, pues donde la riqueza se encuentra concentrada en las manos de unos
pocos y los muchos quedan desprotegidos no existe redistribución y, por tanto, algu-
nas personas tendrán mayores posibilidades de desarrollarse que otras. Lo anterior
3 Para Dahl una persona moralmente autónoma es aquella que decide sus propios principios mo-
rales y todo lo significativo que pueda depender de ellos mediante un proceso de reflexión y delibera-
ción, con lo cual es capaz de autogobernarse en el ámbito de las elecciones moralmente significativas.
Esto significa que cada individuo es quien mejor conoce sus propios intereses y el plan de vida que
desea desarrollar para ser feliz, es decir, cada individuo es el mejor juez de sus propios intereses. Véase
Dahl, Robert, La democracia y sus críticos, España, Paidós, 1992.
4 No es este el espacio para ahondar en los problemas de la representación política, sin embargo,
La igualdad económica, por tanto, no se entiende como que todas las personas tengan efectivamente
un mismo nivel de vida o de ingresos. Sino apenas con el hecho de que cuenten con los bienes básicos
para poder desarrollar el ideal liberal de la autonomía de la voluntad.
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no es inocuo, las personas con mayor riqueza, la tienen a costa de los que carecen de
ella, de ahí que estamos ante un problema de igualdad.
En los últimos 20 años los derechos sociales y económicos han tenido un amplio
desarrollo en el DIDH. Hoy en día se entiende que se trata de derechos justiciables,
interdependientes e indivisibles con los derechos civiles y políticos. Sin embargo, en
el ideario de los derechos humanos contemporáneos han perdido paulatinamente su
fuerza política como derechos de igualdad redistributiva. Es decir, no sólo se trata de
asegurar una vida digna,6 sino de establecer un sistema que permita una adecuada
redistribución de los recursos de tal forma que los derechos sociales y económicos no
se entiendan como meras dádivas o cargas estatales, sino como parte del sistema de
operación de los Estados para asegurar un mecanismo que permita un flujo iguali-
tario de los bienes.
Las tres dimensiones de la igualdad están conectadas y son interdependientes,
de tal forma que la afectación a una de ellas redunda en la otra. Así, una persona
en situación de desigualdad económica, tampoco tendrá igualdad política, lo mismo
que una persona que pertenece a un grupo en desventaja histórica es probable que
también sufra de desigualdad económica y política. Por tanto la igualdad pasa por
una revisión del reconocimiento, la redistribución y la representación.7
6 “El derecho a la vida es un derecho humano fundamental, cuyo goce es un prerrequisito para el
disfrute de todos los demás derechos humanos. De no ser respetado, todos los derechos carecen de sen-
tido. En razón del carácter fundamental del derecho a la vida, no son admisibles enfoques restrictivos
del mismo. En esencia, el derecho fundamental a la vida comprende, no sólo el derecho de todo ser
humano de no ser privado de la vida arbitrariamente, sino también el derecho a que no se le impida
el acceso a las condiciones que le garanticen una existencia digna. Los Estados tienen la obligación de
garantizar la creación de las condiciones que se requieran para que no se produzcan violaciones de ese
derecho básico y, en particular, el deber de impedir que sus agentes atenten contra él”. Véase Corte
IDH. Caso de los “Niños de la Calle” (Villagrán Morales y otros) vs. Guatemala. Fondo. Sentencia de 19 de
noviembre de 1999. Serie C, núm. 63, Párrafo 144.
7 Fraser, Nancy, Scales of Justice. Reimagining Political Space in Globalizing World, Columbia University
Artículo Cláusula
3 Toda persona tiene derecho a recibir educación.
4 Toda persona tiene derecho a la alimentación.
Toda persona tiene derecho a la protección de la salud.
Toda persona tiene derecho a un medio ambiente sano para su desarrollo y bien-
estar.
Toda persona tiene derecho al acceso, disposición y saneamiento de agua para con-
sumo personal y doméstico en forma suficiente, salubre, aceptable y asequible.
Toda persona tiene derecho al acceso a la cultura y al disfrute de los bienes y ser-
vicios que presta el Estado en la materia, así como el ejercicio de sus derechos
culturales.
Toda persona tiene derecho a la cultura física y a la práctica del deporte.
5 A ninguna persona podrá impedirse que se dedique a la profesión, industria, comer-
cio o trabajo que le acomode, siendo lícitos.
Nadie podrá ser obligado a prestar trabajos personales sin la justa retribución y sin
su pleno consentimiento.
6 Toda persona, sin necesidad de acreditar interés alguno o justificar su utilización,
tendrá acceso gratuito a la información pública, a sus datos personales o a la recti-
ficación de éstos.
11 Toda persona tiene derecho para entrar en la República, salir de ella, viajar por su
territorio y mudar de residencia, sin necesidad de carta de seguridad, pasaporte,
salvoconducto u otros requisitos semejantes.
13 Nadie puede ser juzgado por leyes privativas ni por tribunales especiales. Ninguna
persona o corporación puede tener fuero, ni gozar más emolumentos que los que
sean compensación de servicios públicos y estén fijados por la ley.
8 Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, texto original, 1917. Disponible en:
http://www.juridicas.unam.mx/infjur/leg/conshist/pdf/1917.pdf.
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Artículo Cláusula
14 Nadie podrá ser privado de la libertad o de sus propiedades, posesiones o derechos,
sino mediante juicio.
16 Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones,
sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y
motive la causa legal del procedimiento.
Toda persona tiene derecho a la protección de sus datos personales, al acceso, recti-
ficación y cancelación de los mismos, así como a manifestar su oposición.
17 Toda persona tiene derecho a que se le administre justicia por tribunales que estarán
expeditos para impartirla en los plazos y términos que fijen las leyes, emitiendo sus
resoluciones de manera pronta, completa e imparcial.
123 Toda persona tiene derecho al trabajo digno y socialmente útil; al efecto, se promo-
verán la creación de empleos y la organización social de trabajo, conforme a la ley.
2012, p. 15.
10 Decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación el 14 de agosto de 2001.
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11 En los debates del Constituyente de 1856 causó controversia la redacción del artículo 2o. cons-
titucional, que a la postre sería el artículo 13. Fue Francisco Zarco quien propuso una redacción en
la que se contenía la cláusula de igualdad ante la ley. Ponciano Arriaga señaló que no se trataba sólo
de una igualdad ante la ley sino también ante la sociedad y las autoridades, lo que causó nuevas con-
troversias, por lo que finalmente el artículo 2o. ya no introdujo dicha redacción, ni el artículo 13 de la
Constitución de 1917 la reflejó. Véase Pérez Portilla, Karla, Principio de igualdad: alcances y perspectivas,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2005, p. 206.
12 SCJN, Tesis CXXXV/97, Pleno, Novena época, septiembre de 1997. Igualdad. Las garantías
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Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el gé-
nero, la edad, las capacidades diferentes, la condición social, las condiciones de salud,
la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra que atente
contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y
libertades de las personas.
Hay menos que decir respecto a la igualdad como representación y como re-
distribución. El derecho al voto y el de ser electos para cargos públicos han estado
incorporados en la Constitución desde 1917, con el reconocimiento de esos dere-
chos para las mujeres hasta la década de los cincuenta. La mayoría de las reformas
posteriores han tenido por objeto regular el sistema electoral, pero no ampliar
las posibilidades de participación y decisión de las personas. Es decir, la igualdad
política apenas y ha sido tocada desde la redacción original.
La fortaleza de los partidos políticos y del método de elección no necesariamen-
te lleva a que las personas tengan una incidencia similar en las decisiones políticas
Sandra Serrano
del país. Por el contrario, parecería que el fortalecimiento del sistema electoral y las
reformas en materia política han tendido a expandir la toma de decisiones de for-
ma horizontal, esto es, entre los factores reales de poder y entre aquellas personas y
grupos con poder político y económico efectivo. En cambio, no se ha producido una
democratización vertical del poder político, que permita su dispersión y, por tanto,
la posibilidad de que las personas incidan de alguna manera en el funcionamiento
del Estado.
Una reforma importante tendente a ampliar la igualdad política es la que re-
gula las consultas populares. Por modificación del artículo 35 constitucional, a los
derechos de los ciudadanos se agregó la posibilidad de votar en consultas popula-
res sobre temas de trascendencia nacional, salvo cuando se trate de la restricción
de los derechos humanos, los principios que fundamentan a la República (artícu-
lo 40), la materia electoral, los ingresos y gastos del Estado, la seguridad nacional
y la organización, funcionamiento y disciplina de la Fuerza Armada permanente.
Las consultas populares pueden ser convocadas por el presidente de la República,
33% de cualquiera de las Cámaras del Congreso o bien por, al menos, 2% de los
inscritos en la lista nominal de electores. Sin embargo, la SCJN debe validar la mate-
ria de la consulta, con lo que se pone un obstáculo no fácil de resolver para la toma
de decisiones.17
Los artículos 27, 28 y 123 establecían en el texto original de la Constitución
de 1917 un catálogo de disposiciones que aseguraban la redistribución de la riqueza,
así como derechos básicos de las y los trabajadores. Las primeras dos disposiciones
constituían la base de la igualdad como redistribución, donde las riquezas pertene-
cían al pueblo de México. Si bien el propio desarrollo del sistema económico del
país y del mundo ha cambiado e hizo necesarias diversas reformas a estos artícu-
los, lo cierto es que hoy día, el texto constitucional ya no asegura esa igualdad en la
redistribución de la riqueza, propiedad del pueblo y para beneficio del pueblo, sino
que se trata de artículos de administración de los bienes y recursos naturales. Lo
anterior no significa que por ello la situación económica de las personas en el país
sea mejor o peor, es decir, no se propone una relación causal directa. Lo que aquí se
sostiene es que la aspiración constitucional se modificó en demérito de la igualdad
como redistribución.
Los datos en este sentido son reveladores. De acuerdo con el Consejo Nacional
de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval),18 entre 2012 y 2014 la
población en pobreza aumentó del 45.5% al 46.2% (55.3 millones de personas). Si
bien el aumento aislado no dice mucho, lo cierto es que se trata casi de la mitad de
la población la que se encuentra en pobreza tanto por ingreso como por tener dos
17 Acción de Inconstitucionalidad 31/2014, Tribunal Pleno Suprema Corte de Justicia de la Nación,
8 de marzo de 2016, ponente ministro José Fernando Franco González Salas. Controversia Constitucional
32/2012, municipio de Cherán, estado de Michoacán. Tribunal Pleno Suprema Corte de Justicia de
la Nación, 29 de mayo de 2014, ponente Margarita Beatriz Luna Ramos. Acción de Inconstitucionalidad
13/2013, Comisión de Derechos Humanos del Estado de Morelos, Tribunal Pleno Suprema Corte de
Justicia de la Nación, 3 de diciembre de 2013, ponente Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena.
18 Coneval, Medición de la pobreza en México y en las entidades federativas 2014, julio de 2015. Disponible
en: http://www.coneval.org.mx/Medicion/Documents/Pobreza%202014_CONEVAL_web.pdf.
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o más carencias sociales (entre ellas, acceso a seguridad social, servicios de salud,
vivienda, alimentación o educación). A ello debe agregarse un 7.1% (que equivale a
8.5 millones de personas de la población que es considerado vulnerable por ingreso,
esto es, por estar debajo de la línea de bienestar económico.19 Además, el 26.3% de
la población (que equivale a 31.5 millones de personas) que si bien está por encima
de la línea de bienestar económica tiene, en promedio, 1.8 carencias sociales. Con
ello, resulta que únicamente el 20.5% de la población, 24.6 millones de personas
es población no pobre y no vulnerable. Los datos oficiales son evidentes, no existe
igualdad redistributiva.
El problema no es sólo constitucional, pero es en ese documento donde se esta-
blece el diseño de la maquinaria política y económica que permite poner en funcio-
namiento los engranajes necesarios para afrontar tales problemas.20 El crecimiento
económico no lleva, por sí, la noción de igualdad redistributiva, los derechos huma-
nos sí. De ahí que esa maquinaria deba ser consistente con las expectativas plan-
teadas por los derechos sociales y económicos en el propio texto constitucional y en
los tratados internacionales. En la larga lista de derechos sociales y económicos que
contiene la Constitución está el mandato para redirigir la política económica. Los
derechos sociales y económicos son eso, derechos de igualdad redistributiva, justicia-
bles y base de las políticas públicas.
Lo anterior se relaciona con los derechos de las y los trabajadores. Es con el tra-
bajo con el que están relacionadas la mayoría de los derechos que son considerados
carencias sociales por el Coneval y también es, en la mayoría de los casos, el que
determina los ingresos de las personas. En la Constitución de 1917 el artículo 123
estableció un grupo de derechos fuertes a favor de las y los trabajadores, que incluía
desde el salario hasta las condiciones de trabajo. En enero de 2016, este artículo ya
ha sufrido 26 reformas, diez de las cuales ocurrieron a partir de 1980, año en que
las políticas de liberalización económica comenzaron a expandirse en el mundo y,
por supuesto, en México.
Resulta interesante observar la forma en que se resolvió el control sobre el sa-
lario mínimo. El texto original no dispuso ningún sistema, sólo los objetivos de que
fuera suficiente “para satisfacer las necesidades normales de la vida del obrero, su
educación y sus placeres honestos, considerándolo como jefe de familia”. La ampli-
tud del texto sí hizo necesario establecer algún tipo de mecanismo que permitiera
brindar mayor estabilidad y control sobre los salarios. En enero de 1987 se publicó
la reforma sobre esta fracción, para establecer los salarios mínimos generales por
área geográfica y profesionales para ramas determinadas de las actividades econó-
micas y en profesiones, oficios o trabajos especiales. Se dispuso la creación de una
“comisión nacional integrada por representantes de los trabajadores, de los patrones
y del gobierno” y los fines del salario se ajustaron para indicar que debían ser “sufi-
cientes para satisfacer las necesidades de un jefe de familia, en el orden material, so-
19 De acuerdo con el Coneval, en 2014, la línea en la zona urbana fue de $2 542.13 y en la zona
rural de $1 614.65.
20 Gargarella, Roberto, La sala de máquinas de la Constitución. Dos siglos de constitucionalismo en América
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cial y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos. El texto actual
mantiene, en términos generales, la misma redacción.
Si bien el mecanismo regulador de los salarios es necesario para evitar abusos
a las y los trabajadores, lo cierto es que ese mecanismo no está ausente de riesgos.
De tal manera que, de acuerdo con los mismos datos del Coneval, la población por
debajo de la línea de bienestar económico representa 53.3%, esto es, alrededor de
63.8 millones de personas. Los datos son esclarecedores respecto al incumplimiento
del mandato constitucional y la constante producción de desigualdad económica.
21 Santiago Juárez, Mario, “La prohibición de discriminar según el Poder Judicial de la Federa-
ción”, en Ferrer Mac-Gregor, Eduardo et al., Derechos humanos en la Constitución: comentarios de jurisprudencia
constitucional e interamericana, vol. I, México, SCJN-UNAM-KAS, 2013, p. 299.
22 Para una revisión sobre los antecedentes interpretativos del derecho a la igualdad y a la no dis-
criminación, véase el Amparo directo en revisión 1464/2013, Primera Sala, Ponente: ministro Alfredo
Gutiérrez Ortiz Mena, 13 de noviembre de 2013.
23 SCJN, Tesis 1a./J. 81/2004, Novena época, octubre de 2004.
24 Idem.
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a ello, en algunas ocasiones hacer distinciones estará vedado, pero en otras estará
permitido, o incluso constitucionalmente exigido”,25 lo que a su vez tiene como con-
secuencia que la igualdad sea “un principio complejo que otorga a las personas no
solamente la garantía de que serán iguales ante la ley —esto es, en su condición de
destinatarios de las normas y de usuarios del sistema de administración de justicia—
sino también en la ley —esto es, en relación con el contenido de la ley—, la cual ten-
drá que ajustarse a las disposiciones constitucionales sobre igualdad para ser cons-
titucional”. Con ello, la SCJN pudo desarrollar criterios para determinar un test de
escrutinio con distintos grados de intensidad para verificar la objetividad y razona-
bilidad (necesidad, idoneidad y proporcionalidad) de las distinciones normativas.
La Décima Época, iniciada a partir del reconocimiento de la profundidad de
las reformas constitucionales de junio de 2011 en materia de derechos humanos, se
ha convertido en una época de protección al derecho a la igualdad y la no discri-
minación. En los pocos años que han transcurrido desde la reforma se han emitido
alrededor de 100 sentencias vinculadas con el derecho a la igualdad vinculada con
derechos de las mujeres, perspectiva de género, matrimonio igualitario, derechos de
los niños, entre otros (gráfica 1).
Asimismo, se han emitido más de 150 tesis (aisladas y jurisprudenciales) también
vinculadas con ese derecho (gráfica 2).
Ha sido la Primera Sala la que ha tenido una mayor producción al respecto,
donde resalta un uso amplio del DIDH, la interpretación conforme, e incluso el con-
trol de convencionalidad,26 para ampliar el contenido y alcance de los derechos, así
como los titulares amparos por el derecho a la igualdad. Entre los temas en los que
esta Sala ha profundizado en materia de igualdad están: asistencia consular, estado
civil, poblaciones indígenas, perspectiva de género, matrimonio igualitario, adop-
ción, derechos de los niños y las niñas, medidas positivas y derechos de las personas
con discapacidad. Por su parte, la Segunda Sala se ha referido en su gran mayoría a
aspectos sobre trato igual de la ley.27
La Primera Sala y el Pleno han desarrollado los aspectos conceptuales del de-
recho a la igualdad y a la no discriminación, la forma de identificar su violación en
las disposiciones y en situaciones de hecho.28 De la consideración general sobre la
el parámetro conceptual del derecho, que no coincide con la ampliación de este derecho por parte del
Pleno y la Primera Sala. La tesis mencionada señala: “principio general de igualdad. su conte-
nido y alcance. El principio de igualdad tiene un carácter complejo al subyacer a toda la estructura
constitucional y se encuentra positivizado en múltiples preceptos de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, que constituyen sus aplicaciones concretas, tales como los artículos 1o.,
primer y último párrafos, 2o., apartado B, 4o., 13, 14, 17, 31, fracción IV, y 123, apartado A, fracción
VII. Esto es, los artículos referidos son normas particulares de igualdad que imponen obligaciones o
deberes específicos a los poderes públicos en relación con el principio indicado; sin embargo, estos
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Gráfica 1
Ejecutorias vinculadas con el derecho a la igualdad (décima época)
37 37
40
35
27
30
25
20
15 Ejecutorias
10
5
0
Pleno Primera Sala Segunda Sala
Gráfica 2
Tesis vinculadas con el derecho a la igualdad (décima época)
160
140
120
100
80 134 Aislada
60 Jurisprudencia
40
13
20
9 19
0
Primera Sala Segunda Sala
poderes, en particular el legislativo, están vinculados al principio general de igualdad establecido, entre
otros, en el artículo 16 constitucional, en tanto que éste prohíbe actuar con exceso de poder o arbitra-
riamente. Ahora bien, este principio, como límite a la actividad del legislador, no postula la paridad
entre todos los individuos, ni implica necesariamente una igualdad material o económica real, sino que
exige razonabilidad en la diferencia de trato, como criterio básico para la producción normativa. Así,
del referido principio derivan dos normas que vinculan específicamente al legislador ordinario: por un
lado, un mandamiento de trato igual en supuestos de hecho equivalentes, salvo que exista un funda-
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74. Para poder establecer que una norma o política pública que no contempla una dis-
tinción, restricción o exclusión explícita sí genera un efecto discriminatorio en una per-
sona, dado el lugar que ocupa en el orden social o en tanto perteneciente a determi-
nado grupo social —con el consecuente menoscabo o anulación del reconocimiento,
mento objetivo y razonable que permita darles uno desigual y, por otro, un mandato de tratamiento
desigual, que obliga al legislador a prever diferencias entre supuestos de hecho distintos cuando la pro-
pia Constitución las imponga. De esta forma, para que las diferencias normativas puedan considerarse
apegadas al principio de igualdad es indispensable que exista una justificación objetiva y razonable, de
acuerdo con estándares y juicios de valor generalmente aceptados, cuya pertinencia debe apreciarse
en relación con la finalidad y efectos de la medida considerada, debiendo concurrir una relación de
proporcionalidad entre los medios empleados y la finalidad perseguida”.
29 Tesis 1a. XLIV/2014, Aislada, Primera Sala de la SCJN, Décima Época, 14 de febrero de 2014.
30 Idem.
31 Acción de Inconstitucionalidad 08/2014, Pleno, SCJN, 11 de agosto de 2015, párrafo 72.
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32 Idem.
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La universalidad, por tanto, no está sólo pensada para los grupos tradicional-
mente considerados en subordinación, sino para identificar todas las esferas de opre-
sión que viven las personas más allá de su pertenencia o no a un grupo considerado
históricamente subordinado o su pertenencia a varios. Por ejemplo, un hombre de
mediana edad que gana un salario mínimo. La opresión que vive se relaciona di-
rectamente con la falta de redistribución económica. Por supuesto, una mujer en su
misma situación será oprimida por falta de reconocimiento y por falta de redistribu-
ción, y seguramente ambos serán oprimidos en términos políticos.
El objetivo de los derechos debe ser hacer realidad los derechos para todas las
personas, identificando los distintos sistemas de opresión que operan para excluirlas
y hacer nugatorios los derechos. La universalidad implica hacerse cargo de la opre-
sión y reconstruir una y otra vez los derechos para que desplieguen su razón de ser
frente a las distintas estructuras de exclusión.33
El principio a la igualdad en la Constitución mexicana y en la interpretación
que le ha dado la SCJN es hoy fuerte y amplio, pero se tiene el potencial para utilizar
el principio de universalidad a fin de darle a los derechos y a la maquinaria estatal
una nueva vuelta para identificar los distintos niveles de exclusión que las decisiones
políticas y económicas imponen sobre las personas, generando procesos de menos-
cabo de derechos. Utilizar el principio de universalidad para completar la interpre-
tación de la igualdad, debe ayudar a hacerle frente a la pobreza y a aquellos que no
tienen voz, más allá de su pertenencia a grupos en situación de desventaja histórica.
Si la universalidad implica que los derechos corresponden a todas las personas, en-
tonces, ese principio debe servir para integrar a la igualdad en tanto reconocimien-
to, redistribución y representación.
IV. Bibliografía
Coneval, Medición de la pobreza en México y en las entidades federativas 2014, julio de 2015.
Disponible en: http://www.coneval.org.mx/Medicion/Documents/Pobreza%202014_CO-
NEVAL_web.pdf.
Dahl, Robert, La democracia y sus críticos, España, Paidós, 1992.
Fraser, Nancy, Scales of Justice. Reimagining Political Space in Globalizing World, Nueva
York, Columbia University Press, 2009.
Gargarella, Roberto, La sala de máquinas de la Constitución. Dos siglos de constitucionalis-
mo en América Latina (1810-2010), Argentina, Katz, 2014.
Pérez Portilla, Karla, Principio de igualdad: alcances y perspectivas, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2005, p. 206.
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I. Internacionalización:
la paulatina apertura del sistema mexicano
ante el sistema internacional
L
a iniciativa impulsada por el Ejecutivo federal mexicano en 1998, ratifica-
da por el Senado, respecto de la aceptación expresa de la jurisdicción de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante Corte IDH o Cor-
te Interamericana),1 es ciertamente un avance de dimensiones no aritméticas, sino
geométricas a favor de todos los justiciables del país. No porque el tribunal interame-
ricano se haya convertido en una cuarta instancia providencial en la que toda persona
inconforme pueda seguir litigando un asunto perdido en las instancias nacionales.2
de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Consejo de la Judicatura Federal, periodo: 2011-
2014. Investigador visitante en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM desde 2016.
1 A partir de 1988 el Estado mexicano reconoció la competencia contenciosa de la Corte Inter-
americana, como tribunal regional con sede en San José de Costa Rica. Lo anterior implicó precisar en
la Constitución la dirección de la política exterior y los principios rectores en la celebración de tratados
internacionales, como competencia del Ejecutivo, así como la emisión de leyes. En 1992 se expidió la Ley
sobre la Celebración de Tratados que reúne en 11 artículos las premisas básicas en la materia. Disponi-
ble en: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/pdf/216.pdf. [Fecha de consulta: 26 de marzo de 2016].
2 Ha sido la propia Corte IDH la que ha determinado que a esta jurisdicción no le corresponde
fungir como cuarta instancia que corrija aspectos del juicio que debieron ser revisados por el juez de la
causa, en la especie “establecer si la madre o el padre de las tres niñas ofrecían un mejor hogar para las
mismas, valorar prueba para ese propósito específico, o resolver sobre la tuición de las niñas”, extracto
del Caso Atala.
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Resulta iluso y hasta deshonesto que los abogados planteen a sus clientes estrategias
de litigio que generen falsas esperanzas, del tipo “si perdemos el amparo, lo ganamos
en la Corte Interamericana”. En realidad, el cambio de paradigma constitucional es
de un calado de dimensiones mucho mayores.
La sola existencia de la jurisprudencia de este Tribunal regional constituye un
llamado a modificar sustantivamente la forma de plantear argumentos relacionados
con la protección de la persona, dado que a todo individuo le es posible, de ahora en
adelante, invocar un catálogo más completo y consistente de derechos.
Siguiendo un orden cronológico de cómo se fueron gestando interpretaciones
(e incluso, cómo fueron éstas transcendiendo de un tribunal a otro, en una operación
que ha sido dada en llamar fertilización cruzada de criterios),3 vale la pena empezar com-
prendiendo el funcionamiento del diálogo entre jurisdicciones europeas.
La tarea de la Corte de Justicia de la Unión Europea (conocida durante los pri-
meros años de existencia como de las Comunidades Europeas) en el sentido de de-
limitar el derecho interno frente al internacional, inició tras la decisión del caso Van
Gend & Loos de 5 de febrero de 1963.
En esta decisión, la Corte señaló que el Tratado de la entonces Comunidad
Económica Europea no se limitaba exclusivamente a vincular a las instituciones
nacionales firmantes, sino que involucraba también a los ciudadanos de la Comuni-
dad, quienes desde entonces podrían invocar el derecho europeo ante sus tribunales
nacionales.
El criterio fue complementado al año siguiente, el 15 de julio de 1964 por el mis-
mo tribunal, al resolver el caso Costa vs. Enel. Desde su sede de Luxemburgo, dicho
tribunal determinó que las jurisdicciones nacionales quedaban vinculadas, al inte-
rior de los Estados, por las normas de derecho europeo, y que no se podían alegar
motivos de derecho interno para incumplir una disposición comunitaria.4
Pero estos criterios paradigmáticos no son exclusivos de la percepción europea
de protección de los derechos humanos. Aunque a veces tarden en viajar de un país
o de un continente a otro y en ser implantados, forman parte de un corpus común
que se integra a las sentencias relevantes de la Corte IDH.
En el caso Almonacid Arellano y otros vs. Chile, resuelto el 26 de septiembre de 2006,
con implicaciones semejantes, o al menos relacionadas con los dos criterios europeos
que se acaban de citar, el Estado chileno fue condenado por la Corte Interameri-
cana por considerar que una ley de amnistía no puede ser promulgada como razón
para crear una excepción para frenar la vigencia de normas internacionales de pro-
tección de derechos.
Pero también se puede advertir que ha sido infrecuente que las jurisdicciones
europeas impongan una interpretación unívoca para concebir los derechos.
3 Groppi, Tania y Ponthoreau, Marie-Claire, Use of Foreign Precedents by Constitutional Judges, Lon-
dres, Hart Publishing, 2013.
4 Estos desarrollos se encuentran recientemente en múltiples referencias, Mezzetti, Luca y Fa-
notto, Luca, Constitución y políticas de la Unión Europea [Costituzione e Politiche dell’Union Europea],
Bogotá, Universidad Javeriana, 2008, pp. 35-42.
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conscience des droits: mélanges en l’honneur de Jean-Paul Costa, París, Dalloz, 2011, p. 212.
6 Bourgorgue-Larsen, Laurence, “De l’internationalisation du dialogue des juges”, en Le dialogue
des juges: mélanges en l’honneur de Bruno Genevois, París, Dalloz, 2009, p. 98.
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7 López Daza, Germán Alfonso, “El juez constitucional colombiano como legislador positivo: ¿un
gobierno de los jueces?”, Cuestiones Constitucionales, núm. 24, enero-junio, 2011, pp. 170-178.
8 Corte IDH. Caso “Atala Riffo y niñas vs. Chile”, Fondo, Reparaciones y Costas. Sentencia de 24 de
9 Sobre la temática concreta y los últimos criterios emitidos por la SCJN en la materia, puede
consultarse: Silva Meza, Juan N., “La transformación del concepto de matrimonio a partir del derecho
a la igualdad y la no discriminación en la Suprema Corte de Justicia de la Nación”, Tiempo de justicia.
Voces responsables. Obra colectiva en homenaje a Sergio Valls Hernández, 2016 (en prensa).
10 Luciani, Massimo, “L’interprétation conforme et le dialogue des juges”, en Le dialogue des juges…,
Los operadores jurídicos mexicanos, sujetos a esta exigencia de unidad del orden
normativo, nos vemos constreñidos a integrar el derecho como interpretación conforme;
a la manera de un todo armónico incapaz de contrariar, ni a la Constitución na-
cional, ni a las normas internacionales para la protección de los derechos humanos
(como la Convención Americana u otros instrumentos del sistema interamericano).11
La intención de esta operación interpretativa se dirige a que el orden jurídico
recobre su unidad sin tener que esperar el paso por las instancias sucesivas (y, menos
aún, sin tener que llegar hasta las superiores). Es así como reglas de diversas jerar-
quías formales se equiparan para ser pasadas por un tamiz unificador, susceptible de
hacerse realidad desde el primer momento en que el individuo tiene contacto con
un juez. La armadura que protegía al tribunal, entendida ésta bajo la forma de una
apreciación discrecional en el ámbito competencial de su jurisdicción, ha quedado
sometida a lineamientos que habrán de normalizarse en los años posteriores.
Pero esto último tampoco permite aceptar que cada juez quedará invitado a
buscar su interpretación válida, contribuyendo a que el orden normativo se torne en
una maraña de lecturas jurídicas inconexas. Se trata, al contrario, de encontrar una
interpretación conforme como piso común o regla básica que no sólo refiera a las
reglas del juego y sus procedimientos con el suficiente grado de congruencia; sino
también a los elementos que expliquen el sentido mismo del sistema jurídico, que se
contienen, sobre todo, en sus principios fundamentales.
Leer un contrato, descifrar una cláusula arbitral, determinar el ámbito de un re-
glamento o de un código a la luz de los principios del sistema democrático, del Esta-
do constitucional de derecho, de la Declaración Universal de 1948… Es así como el
intérprete deberá hacer todo lo que esté a su alcance para dar coherencia a la norma
nacional interpretada y no al revés. Pues si se plantea como primer propósito cómo
inaplicar, el diálogo jurisdiccional se convertiría lisa y llanamente en un monólogo.
El carácter excepcional de una inaplicación normativa por motivos de conven-
cionalidad podría generarse entonces con la fórmula: “Las leyes no se declaran contrarias
a la Constitución simplemente porque se les pueda atribuir interpretaciones inconstitucionales, sino
porque resulta imposible asignarles una interpretación conforme a la Constitución”.12
A nuestra Suprema Corte le toca acercar a todos los actores jurídicos mexicanos
los elementos necesarios para propiciar no sólo este diálogo (como parece empezar
a ocurrir y a permear hacia todos los tribunales del país). Se trata, sobre todo, de
lograr que ese diálogo sea fructífero, respetuoso; que se vaya desarrollando sin afa-
nes protagónicos y con la responsabilidad de lograr la mejor lectura posible de cada
postulado.13
A veces, la mejor protección puede derivar de una norma de derecho interno. Pues
no debemos olvidar que la nueva tarea de los jueces consiste en extraer lo mejor de
cada uno de estos ordenamientos, encontrando un equilibrio normativo tendiente a
11 Compilación de instrumentos internacionales sobre la protección de la persona aplicables en México. Derecho
internacional de los derechos humanos (7 tomos), México, SCJN-OACNUDH, 2012. Disponible en: https://
www.scjn.gob.mx/libro/Documents/InstrumentosInternacionales.pdf. [Fecha de consulta: 23 de marzo de 2016].
12 Ibidem, p. 697, énfasis agregado.
13 Dworkin, Ronald, Law’s Empire, Boston, Harvard University Press, 1986.
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14 2 BVerfGE 2/08 E.A., de 30 de junio de 2009, sobre la constitucionalidad del tratado de Lisboa.
Cabe mencionar que esta decisión retoma en su casi totalidad la liga argumentativa de las decisiones
Solange I y II así como la de la constitucionalidad del Tratado de Maastricht de 1993.
15 Al resolver la Contradicción de Tesis 293/2011, la Suprema Corte estableció que toda la juris-
prudencia interamericana es vinculante para las autoridades del país en tanto su aplicación sea más
protectora de los derechos de las personas.
Puede afirmarse, por tanto, que la jurisprudencia mexicana se ha ampliado considerablemente
puesto que, de acuerdo con un estudio realizado en conjunto por la Suprema Corte y la propia Corte
IDH, la jurisprudencia de esta última contiene al menos 29 000 conceptos en materia de derechos
humanos y más de 50 000 relaciones explícitas e implícitas entre ellos.
En el mismo sentido y en congruencia con fallos recientes derivados de las sentencias condenatorias
emitidas por la Corte Interamericana en contra de México, la Suprema Corte amplió el alcance de la
jurisprudencia nacional al aceptar la vinculatoriedad de la expedida por el tribunal de San José.
Después de Radilla, se produjo contra el Estado mexicano otra condena por parte de la Corte IDH
(Inés y Valentina). Dos mujeres indígenas fueron violadas por militares; que no fueron sancionados ni
llevados ante los tribunales ordinarios. Su caso fue decidido en un tribunal militar. En otra consulta
resuelta en el Pleno de la SCJN el 11 de mayo de 2015 (Varios 1396/2011), se confirmó que todas las
sentencias de la Corte IDH son obligatorias para todos los tribunales de México, tanto si México es
parte como si no. Y, por lo menos, una mayoría amplia de los ministros votaron en este mismo sentido
de protección. Lo anterior aumentó la mayoría a 8 de los 11 ministros (en lugar de 6, como en la CT
293/2011).
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taciones que permitieron esquivar obstáculos que el derecho interno parecía ante-
poner a la normalización del derecho internacional en sede nacional.16 Pero en otras
resoluciones, los mismos tribunales fijaron determinadas modalidades previas como
condición para que un tratado con cláusulas inconstitucionales pudiera regir en el
ámbito interno. Acaso tendremos que admitir que frente a una Constitución nacio-
nal, la universalidad de los derechos humanos no es del todo absoluta.
Lo cierto es que los avances doctrinales de los últimos años replantean esta
nueva realidad constitucional, que busca evolucionar, hacia una doctrina constitucional
común, capaz de armonizar la norma interna con la exterior.
Entiendo, entonces, que al crear un Jus Commune constitucional no se pretenda
homologarlo todo para lograr que un bloque de países equiparables adquiera las
mismas reglas y las mismas maneras de aplicar el derecho. El respeto a las particu-
laridades nacionales también se relaciona con el contexto en que las normas deban
aplicarse. Una lectura respetuosa de las respectivas culturas constitucionales nacio-
nales se convierte en un factor de integración entre órdenes normativos.
En esa perspectiva, en noviembre de 2012 la Suprema Corte de México tuvo la
oportunidad de convocar, junto con la oficina del Alto Comisionado para los Dere-
chos Humanos de Naciones Unidas, a una primera Cumbre de Presidentes de Cor-
tes Supremas, Constitucionales y Regionales cuyo propósito fue trazar las líneas de
este diálogo jurisprudencial. Veinticinco presidentes o representantes de tribunales
nacionales de cuatro continentes, acompañados por representantes o presidentes de
la Corte Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, de la Corte Interameri-
cana de Derechos Humanos y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos tuvimos
oportunidad de dialogar por primera vez, en directo. Como producto de estos traba-
jos, se llegó a un consenso sobre seis puntos que constituyen la Declaratoria Final de
la Cumbre,17 y a una edición trilingüe de los trabajos encargados a los jueces parti-
cipantes.18 Puede encontrarse en: http://www.sitios.scjn.gob.mx/cumbre/.
Llegados a este punto, vale la pena reflexionar en torno a los confines del diálo-
go, o las reservas constitucionales a los tratados.
En derecho internacional, es un principio de jus cogens que los tratados interna-
cionales en materia de derechos humanos no impidan que las Constituciones esta-
blezcan límites y restricciones a los mismos.
Para muestra, la Carta Europea de Lenguas Regionales y Minoritarias, suscrita
en Budapest en 1998, causó reacciones diversas en países del continente.19 En tér-
minos constitucionales, la promoción de lenguas en peligro de desaparición y, sobre
todo, el reconocimiento de derechos colectivos a las minorías parlantes de estas len-
16 Decisión 2004-505 DC del Consejo constitucional, de 19 de noviembre de 2004, sobre el con-
guas, podía ser leída como intrusiva frente a principios consagrados por el derecho
nacional. Esto fue considerado así tanto en Italia como en Francia. Sobre este último
caso, el Consejo constitucional francés declaró inconstitucionales varias cláusulas de
la Carta mencionada, por considerarlas atentatorias a los principios de indivisibili-
dad de la República y de igualdad ante la ley. Por virtud de la justicia constitucio-
nal, el esquema constitucional actual impide que lenguas distintas al francés sean
empleadas en el ámbito público.20 Cuando el aludido diálogo entre jurisdicciones
se produce, algunos tribunales también han leído determinados preceptos consti-
tucionales nacionales que no podrían sino traducirse en restricciones concretas al
contenido de tratados en la materia. Y esto ha sido así porque las Constituciones
nacionales pueden instaurar condiciones específicas a la vigencia de los tratados,
que sólo se explican por el carácter irreductible de todo Estado.
La excepción jurisdiccional que más se cita en este sentido en el ámbito euro-
peo fue la establecida por el Tribunal constitucional alemán en los casos Solange I y
II. La primera de estas sentencias estableció con claridad que la jurisprudencia del
tribunal de Luxemburgo no debía predominar de forma sistemática y prioritaria.
La aplicación del derecho europeo en el ámbito interno dependería entonces
de comprobar que la aplicación de una norma comunitaria no restringía las bases
constitucionales de la República Federal Alemana. El derecho europeo tendría que
significar una protección al menos equivalente para el individuo del que se podría
obtener con el derecho interno.21
En Solange II, el Tribunal alemán completó el criterio anterior, estableciendo
que su jurisdicción no interferiría cuando los tribunales europeos aseguraran una
lista equivalente de derechos fundamentales protegidos.22 De esta forma, la justicia
constitucional alemana optó por no aplicar de forma absoluta los criterios antes ci-
tados del caso Costa vs. Enel, que parecían imponer la primacía absoluta del derecho
europeo en sede interna.23
Ahora bien, esto no significa que un tratado no pueda considerarse obligatorio
luego de una revisión interna de constitucionalidad. Previo a la entrada en vigor del
Tratado de Maastricht en 1992, los tribunales constitucionales de Alemania, Portu-
gal, España y Francia se dieron a la tarea de emitir resoluciones a manera de adver-
tencias al constituyente permanente: “o se reforma la Constitución, o se imponen
reservas al tratado, pero en el estado en que se negoció, este tratado no puede tener
vigencia”. Los países señalados reformaron sus Constituciones, y por virtud de la
ampliación competencial correspondiente, el Tratado pudo entrar en vigor.
En nuestro país, la SCJN resolvió el 3 de septiembre de 2013 la Contradicción
de Tesis 293/2011, quedando aclarados tres aspectos fundamentales para la apli-
cación del derecho internacional en sede interna. Desde ahora, a) todo el corpus
de jurisprudencia de la Corte IDH (y no sólo las sentencias condenatorias contra
el Estado mexicano) se entiende vinculante para las autoridades mexicanas siempre
y cuando implique una mejor protección para las personas; b) los derechos humanos
contenidos en nuestra Constitución tienen la misma jerarquía, o si se prefiere, el
mismo valor constitucional frente a los establecidos en tratados internacionales; y
c) los derechos humanos consagrados en la Constitución pueden limitarse, siempre
y cuando tales restricciones estén contenidas en el propio texto constitucional.
Cabe señalar que al referirse al tercero de estos aspectos, nuestra solución con-
trasta con la adoptada en países europeos, donde por virtud del diálogo entre tri-
bunales, se optó por fijar las bases para ir definiendo la obligatoriedad del derecho
europeo en cada caso.
En Francia, el juez constitucional no está llamado a analizar actos de aplicación
de tratados, dado que éstos se equiparan con el control de legalidad. En aquel país,
el control de legalidad conforma una competencia exclusiva de las jurisdicciones de
primer contacto con el ciudadano (en cuya cúspide se sitúan el Consejo de Estado y
la Corte de Casación).
Y aun así, al analizar unos requisitos que se impusieron a los electores de los
territorios de Nueva Caledonia,24 que parecían distintos a los exigidos a los electores
residiendo en la Francia metropolitana, ambas jurisdicciones se pronunciaron en el
mismo sentido, afirmando no poder poner en duda la supremacía de la Constitución
francesa sobre los tratados.25
Aquello, sin que significara que el Estado se estuviera escudando tras de su de-
recho para evitar cumplir con los contenidos de un tratado.26 El juez constitucional
sólo se puede pronunciar antes de la entrada en vigor de tales instrumentos interna-
cionales, por medio del control de constitucionalidad de tratados.
Sin duda sería útil explorar el funcionamiento de aquel mecanismo preventivo de
regularidad constitucional de normas internacionales, antes que éstas inicien su vi-
gencia, a efecto de incorporarlas al ámbito del contencioso constitucional mexicano.
En efecto, el control previo de los tratados (que igualmente existe en Alemania y
en España) permitiría revisar los términos de la negociación diplomática de un ins-
trumento internacional (pudiendo entonces determinar el predominio de cláusulas
contrarias a éstos, inscritas en la propia Constitución nacional). Además, en dicha
24 Isla del Pacífico sur, a más de 1 000 km de Australia, que en 1999 adquirió un estatuto legal
particular para los asuntos internos, con una asamblea territorial y una moneda propia. Aunque el
estatuto no otorga derechos electorales equivalentes entre franceses y kanaks, aquella situación de ex-
cepción será resuelta luego de 2014, año en que está previsto un referéndum que determine el tipo de
adscripción de la isla con la metrópoli.
25 En el caso Sarran, Levacher y otros, resuelto el 30 de octubre de 1998 por la Sección contenciosa
del Consejo de Estado francés, se determinó que al contrastar la disposición de un Tratado frente a
disposiciones tanto de la Constitución como de la Declaración de 1789 (con valor constitucional en
Francia), su control debía basarse en un ejercicio que sólo se habría podido efectuar de manera pre-
ventiva por el Consejo constitucional. Pero que de ninguna manera podría darse prioridad al orden
internacional sobre el interno.
26 Sobre este punto concreto, el Consejo de Estado se pronunció el 2 de junio de 2000, en el caso
Pauline Fraisse, aunque esta vez el análisis incluyó al derecho nacional (al que se habría atribuido ca-
rácter constitucional por virtud de formar parte del derecho electoral), confrontado con normas del
sistema europeo (en concreto, la CEDH) pero también del sistema internacional (en la especie, el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
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27 “La autoridad judicial, a petición del Ministerio Público y tratándose de delitos de delincuencia
organizada, podrá decretar el arraigo de una persona, con las modalidades de lugar y tiempo que la ley
señale, sin que pueda exceder de cuarenta días, siempre que sea necesario para el éxito de la investiga-
ción, la protección de personas o bienes jurídicos, o cuando exista riesgo fundado de que el inculpado
se sustraiga a la acción de la justicia. Este plazo podrá prorrogarse, siempre y cuando el Ministerio Pú-
blico acredite que subsisten las causas que le dieron origen. En todo caso, la duración total del arraigo
no podrá exceder los ochenta días”.
28 Amparo en revisión 99/2005 de 13 de abril de 2005.
29 “[A] la luz de la decisión de 2005 de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre la incons-
titucionalidad del arraigo penal y su clasificación como detención arbitraria por el Grupo de Trabajo
sobre la Detención Arbitraria, el Estado parte debe adoptar todas las medidas necesarias para eliminar
de la práctica toda detención mediante arraigo, y esto, tanto a nivel federal como estatal”. Véase el
Examen de los informes presentados por los Estados partes en virtud del artículo 40 del Pacto de De-
rechos Civiles y Políticos, del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
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30 Lo cual muestra como los esfuerzos por acercar la internacionalización de los tribunales so-
brepasa la mera actividad jurisdiccional, trasladándose a los ámbitos administrativos, de los servicios
técnicos de los tribunales. Durante los cuatro años en que presidí la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, que culminaron el último 31 de diciembre de 2014, surgió la imperiosa necesidad de fomen-
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I. Introducción
D
urante las últimas cuatro décadas en México ha tenido especial relevancia el
problema estructural de la corrupción. El debilitamiento de la eficiencia en
la administración pública federal, la pérdida de la credibilidad en las institu-
ciones gubernamentales, pero principalmente la internalización social de la idea de
que la corrupción es parte de las prácticas comunes para la relación entre sociedad y
gobierno, son algunas de las consecuencias más visibles y lacerantes de este problema
estructural.
No obstante, en la historia constitucional de México se advierten muy pocos
esfuerzos decisivos para garantizar un combate férreo contra la corrupción tanto
en el ámbito público como en el privado. La evidencia empírica disponible permite
afirmar que en el aspecto discursivo ha sido rentable la necesidad de hablar públi-
camente en contra de la corrupción, pero la mayoría de los gobiernos no ha sabido
proponer soluciones concretas y definitivas para contrarrestar este cáncer social.
En el presente ensayo se desarrollará un análisis del combate a la corrupción
en México desde una perspectiva constitucional. En el primer apartado se analizan
las causas y las aportaciones de la primera gran reforma a la Constitución de 1917
en materia de combate a la corrupción. En el segundo apartado se analizan el con-
texto y las modificaciones más sustanciales de la reforma que establece la creación
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1 Krauze, Enrique, La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996),
México, Tusquets, 2009, pp. 417-432.
2 López Portillo, José, “Cumplí con el pueblo. Reunión de autoevaluación en el estado de Tamau-
de 2015.
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4 Madrigal, Alejandro, “‘El Partenón’ del ‘Negro’ Durazo, entre el olvido y el deterioro”, Milenio,
ria del Foro de Consulta Popular para la planeación de la empresa pública en México, México, INAP, 1983.
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6 Poder Ejecutivo, “Decreto de reformas y adiciones al Título Cuarto que comprende los artícu-
los 108 al 114; así como los artículos 22, 73 fracción VI base 4a., 74 fracción V, 76 fracción VII, 94,
97, 127 y 134 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, México, Diario Oficial de la
Federación, 28 de diciembre de 1982.
7 De la Barreda, Luis et al., Responsabilidad de los servidores públicos en México, México, UAM.
8 Poder Ejecutivo, op. cit.
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10
Madrigal, Alejandro, op. cit.
11
Poder Ejecutivo, Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018, México, Diario Oficial de la Federación,
20 de mayo de 2013.
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12 Redacción de Aristegui Noticias, “La casa blanca de Enrique Peña Nieto (investigación espe-
cial)”, Aristegui Noticias, Sec. Investigación Especial, 9 de noviembre de 2014. En: http://aristeguinoticias.
com/0911/mexico/la-casa-blanca-de-enrique-pena-nieto/.
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En 2006, el 34% de los mexicanos se sentía “más bien satisfecho” con la de-
mocracia en México, constituyendo el valor más alto de confianza en la historia de
nuestro país. En cambio, en 2015 el 37% de los mexicanos (3% más que en 2006),
afirmó no estar nada satisfecho, el nivel más crítico desde que comenzó a hacerse
la medición.
En 2000, el 73% de los mexicanos dijeron estar poco o algo interesados en la
política; dicha cifra contrasta con el 33% de mexicanos que afirmaron no tener nin-
gún interés en la política en 2009 y 2013. De acuerdo con datos del CESOP, des-
de 2012 ha crecido la desconfianza en el Presidente, al transitar de 55 a 65% en tan
sólo dos años. Dicho crecimiento es constante en los gobernadores de los estados,
cuyos niveles de desconfianza han incrementado del 57% al 63% en dos años. La in-
formación que proporcionan las cifras en cita, hacen necesario resaltar que a partir
de 2013, año de cambio del partido político gobernante a nivel federal (del PAN al
PRI), los índices de confianza en las instituciones —que se habían mantenido relati-
vamente estables— han comenzado a mostrar una tendencia decreciente. En suma,
la percepción ciudadana es que existe mucha corrupción en nuestro país, aunado
a un deficiente nivel de confianza de las instituciones gubernamentales. Entre los
95 compromisos del Pacto por México, las principales fuerzas políticas de nuestro
país acordaron impulsar la creación de un Sistema Nacional Anticorrupción, como
respuesta al preocupante avance de este problema estructural en México. A conti-
nuación se analizarán los puntos principales de la reforma.
En primer lugar es necesario resaltar los aspectos mínimos del Sistema Nacional
Anticorrupción: se trata de una instancia de coordinación entre las autoridades de
todos los órdenes de gobierno competentes en la prevención, detección y sanción
de responsabilidades administrativas y hechos de corrupción, así como en la fiscali-
zación y control de recursos públicos.
Cuenta con un Comité Coordinador, integrado por representantes de diversas
instituciones fiscalizadoras y encargadas de la rendición de cuentas, mismo que se
encargará de las decisiones colegiadas más relevantes para la conducción del Siste-
ma Nacional Anticorrupción. La inclusión ciudadana también es un matiz funda-
mental para la integración del nuevo Sistema, razón por la cual se establece la crea-
ción de un Comité de Participación Ciudadana, que tenga conocimiento y opinión
en la toma de decisiones. Las principales atribuciones del Comité Coordinador son
las siguientes:
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Sumario: I. Los límites del proyecto salinista ¿a la espera para recomenzar? II. Un
equilibrio democrático incompleto. III. Democracia contra régimen político. IV. El Pacto
por México: ¿ajuste constitucional requerido? V. Régimen político y derechos humanos.
VI. Federalismo. VII. Desde el presidencialismo: ¿hacia dónde? VIII. Legitimidad y
conflicto. Las opciones en disputa. IX. Bibliografía.
E
n México, el siglo XXI inicia con una dislocación entre régimen constitucional
y sistema político que impregna la transición de un sistema autoritario a otro
democrático. En 2000 el país no salía de su asombro por lo que los ciudadanos
habían ocasionado: la primera alternancia política en la presidencia de la república
en siete décadas. Ese tramo del ciclo político fue inaugurado por las reformas electo-
rales de 1996 y el dato de fondo al que hicieron lugar: la pérdida de mayoría absoluta
del PRI en la Cámara de Diputados en 1997. Como se confirmó a la postre, a par-
tir de entonces ningún partido político podría gobernar en soledad. Los últimos cua-
tro años del siglo XX cimentaron la convicción de que el cambio democrático era
posible por medios pacíficos y que el antiguo régimen de partido hegemónico cedería
su lugar a una democracia de ciudadanos y partidos políticos en un ambiente de
pluralismo. Lo que escapó al alcance de la imaginación era la forma en que el cam-
bio de la política electoral afectaría al conjunto del sistema político y al comporta-
miento de otras dimensiones de la vida colectiva como la sociedad y la economía.
Para entender mejor lo ocurrido es necesario remontarse a una historia preliminar
que tiene su desenlace hacia 1994.
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En ese entonces, cuando muchos de los que hoy pueden leer estas letras no habían
nacido, llegaba a su término el periodo sexenal de Carlos Salinas de Gortari. Su
gobierno había llevado a cabo el programa más ambicioso de reformas económi-
cas que había visto el país desde los años treinta. Bajo ese gobierno el establishment
político comenzó a usar la expresión “reforma del Estado”. Durante su campaña
por la presidencia, Salinas abogó por un programa de modernización que sería la
base de las políticas para su gobierno. Ese programa desplazó al nacionalismo re-
volucionario, credo de la “revolución institucionalizada”, con una nueva doctrina,
el “liberalismo social”, que fue adoptado por su partido. El principal motivo rector
de la nueva ideología de Estado y sus políticas fue el estrechamiento del campo de
acción económica estatal para canalizar los recursos así ahorrados a una política
social. Con la excepción de algunas empresas “estratégicas”, la economía quedó en
manos de los inversores privados y el Estado se despojaría de los principales recur-
sos industriales que manejaba. Simultáneamente se aumentó la apertura económica
con el TLCAN. Esta era la “reforma del Estado” que se buscaba.
El éxito de la estrategia dependía del refuerzo de las instituciones políticas y los
actores para moverse en esa dirección, y ahí aparecieron los problemas. El aspecto
más débil de la “reforma del Estado” fue su lado político. Desde el principio la estra-
tegia salinista aparece como una perestroika sin glasnost, una reforma económica y ad-
ministrativa sin reforma política; un intento de reorientar la economía preservando
aunque reformado el autoritarismo. Si bien la política social creó nuevas adhesiones
electorales (un objetivo que abortó posteriormente) y las encuestas de opinión lo fa-
vorecieron, en el largo plazo se requería de reformas políticas para sostener la nueva
relación entre Estado y economía. Nuevas fuerzas políticas emergentes desafiaban el
tinglado de instituciones desvencijadas del régimen “revolucionario institucional”.
Sin la apertura del sistema político a aquéllas no podría haber competencia política
y el pluralismo correspondiente. El proyecto de reconstrucción del consenso ideoló-
gico en un Estado renovado necesitaba de una profunda reforma política que sólo
llegó cuando la inestabilidad creció en lugar de disminuir y amenazó seriamente la
gobernabilidad.
Varias situaciones de crisis, políticas, sociales y económicas1 impusieron límites
al proyecto que se había emprendido. Fue entonces que se pactaron nuevas reglas
para el juego político. En esencia, en vez de buscar el restablecimiento de la capa-
cidad hegemónica del viejo partido revolucionario como lo quería el salinismo, se
adoptó la senda del pluralismo democrático. Era imposible mantener la goberna-
bilidad sin dar el paso hacia la liquidación del sistema presidencialista de partido
hegemónico (en adelante SPPH). El primer paso fue liberar a las autoridades electo-
rales del control gubernamental, que había sido uno de los instrumentos principales
Gráfica 1
Resultados en la elección presidencial por partido político 1994-2012
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Gráfica 2
Resultados en la elección de diputados de mayoría
por partido político 1994-2015
Gráfica 3
Resultado en la elección de senadores por partido político 1994-2012
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Gráfica 4
Congresos locales con mayoría del PRI
características de “gobierno dividido”,3 pero hay evidencia suficiente para decir que
esto es solamente un aspecto del problema.
Lo ejemplifica el surgimiento de un poder de facto: la coalición de gobernadores
conformada en la Conferencia Nacional de Gobernadores.4 Al ponerse fin al con-
trol electoral se liquidó la centralización de todas las decisiones fundamentales de la
política nacional que descansaban principalmente en el Presidente de la República
y en el partido oficial. A partir de 1997, pero sobre todo desde 2000 los gobiernos de
las 32 entidades federativas en que se divide el territorio registraron un vacío con la
desaparición de esa capacidad centralizadora. El vacío fue llenado con la descentra-
lización derivada del pluralismo electoral, pero sin las previsiones constitucionales
pertinentes para evitar el control de los gobernadores sobre legislaturas, municipios
y tribunales superiores de justicia, o sea sobre las instituciones del poder político en
las entidades federativas y crear así un nuevo status quo democrático. Tampoco se
establecieron nuevas normas que hicieran posible la redistribución de facultades y
responsabilidades de los gobiernos estatales en el ámbito de la Federación. De este
modo, lo que a nivel nacional se ha percibido como una dispersión implosiva del
poder, en la mayor parte de las entidades federativas ha repercutido de modo similar
pero con el agravante de que en estos espacios los ejecutivos locales tienen más po-
der relativo que la Federación5 para sacar adelante sus agendas de gobierno.
Buena parte de la explicación de este hecho deriva de una “solución” ad hoc al
problema: la distribución del presupuesto federal a partir de presiones desde la pe-
riferia hacia el centro. Los recursos del erario público descansan en una gran pro-
porción en la recaudación fiscal de la Federación. Desde 2000 esta proporción ha
sido cercana al 90%. La tradición centralista y hegemónica del autoritarismo corrió
pareja, como no podía ser de otro modo, con el monopolio recaudador del gobier-
no central, que fue un instrumento de control y regulación de la disciplina de los
actores políticos en las entidades federativas. Este rasgo se mantiene en la estructura
del Estado. En la situación actual el problema tiene dos caras. Por una parte, a los
gobiernos estatales no les conviene ante la ciudadanía aumentar la recaudación para
evitar la impopularidad de esta medida como tampoco depender en demasía del
3 Jacobson, G. C., The Electoral Origins of Divided Government: Competition in US House Elections, 1946-
1988, Boulder, Westview Pr., 1990; Cox, G. W. y Kernell, S., The Politics of Divided Government, Boulder,
Westview Pr., 1991; Fiorina, M. P., “Divided Government in the American States: A Byproduct of
Legislative Professionalism?”, American Political Science Review, 88(02), 1994, pp. 304-316; An Era of Di-
vided Government. In Developments in American Politics, United Kingdom, Macmillan Education UK, 1992,
pp. 324-354; Divided Government, Nueva York, MacMillan, 1996; Alesina, A., y Rosenthal, H., Partisan
Politics, Divided Government, and the Economy, Cambridge University Press, 1995; Coleman, J. J., “Unified
Government, Divided Government, and Party Responsiveness”, American Political Science Review, 93(04),
1999, pp. 821-835.
4 Los antecedentes “informales” de esta organización refieren a la Anago (Asociación Nacional de
Gobernadores) que se formó por cuatro gobernadores del PRD en 1999. El primer antecedente formal
de este organismo se realiza con una reunión de veinte gobernadores en Mazatlán, Sinaloa en 2001.
La Conago se constituye formalmente el 13 de julio de 2002 por gobernadores del PRI y del PRD. Un
año después en 2003, se integran los gobernadores de todos los partidos políticos.
5 Con frecuencia la federación es confundida con el gobierno federal. Entiendo por Federación la unión
gobierno central. Pero como reza el refrán, “de los males el menor”; entre depender
del gobierno central para la obtención de recursos fiscales o dañar su imagen ante
los electores de las localidades, los gobernadores han optado por la primera opción.
Es decir, han optado por el free riding. Sin embargo, han encontrado el modo de ha-
cer menos desventajosa su dependencia negociando en bloque desde la Conago con
las autoridades centrales. Esto les ha permitido conseguir un trato favorable que,
además, es apoyado en el Congreso por las bancadas de sus respectivos partidos. En
los tres gobiernos que ha tenido el país desde 2000 el gobierno central ha preferido
aceptar esta condición a otras alternativas, por ejemplo, la redistribución de las car-
gas fiscales entre los tres órdenes de gobierno.
Entre los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial también ha habido un empan-
tanamiento. Al carecer de mayoría en el Congreso debido al sistema de votación y
a la composición de los partidos políticos el partido en el gobierno se ha topado, en
dos periodos sexenales consecutivos, con gran dificultad para conseguir los votos ne-
cesarios para sus proyectos legislativos y de políticas públicas. A pesar del gran poder
del Ejecutivo mexicano, la Constitución da al Congreso facultades muy amplias en
diversas materias que lo hacen un poder fuerte. La distribución pluralista del electo-
rado ha dado lugar en cuatro ocasiones (Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto) a que
el ganador de la elección presidencial obtenga mayoría relativa de los votos. El re-
flejo en el Congreso es que ninguna bancada partidaria ha tenido mayoría absoluta
en ninguna de las Cámaras.
Por lo que se refiere al Poder Judicial, en la medida en que las reformas que
condujeron a disminuir su dependencia del Poder Ejecutivo comenzaron en 1994,
antes de las reformas electorales, ha unificado las características de un tribunal de
casación y un tribunal constitucional en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Esto quiere decir que es la autoridad jurisdiccional de última instancia de la consti-
tucionalidad, tanto en lo que respecta a los derechos de los particulares como a los
equilibrios del poder. En este último sentido, destacan las facultades otorgadas a la
Suprema Corte en materia de “acciones de inconstitucionalidad” y el ejercicio de
las que ya tenía, pero poco practicaba, en materia de “controversia constitucional”.6
Ambos instrumentos han sido de utilidad para dirimir diferendos entre poderes, ya
sea entre órdenes de gobierno, partidos políticos o Poderes de la Unión. Lamentable-
mente, no ha ocurrido lo mismo en el plano de la justicia “ordinaria”, la que afecta
a la mayor parte de los ciudadanos en sus asuntos particulares. El movimiento de la
gran maquinaria del Poder Judicial no ha estado a la altura de la consolidación de
la democracia en el ámbito de la vida de los ciudadanos del país. Éstos siguen sin
ver reflejada, en la medida razonablemente exigida por la sociedad, el impacto de
la democratización política en un mejor desempeño de la justicia para la gente co-
mún. No hay encuesta, sondeo o índice de percepción que no refuerce esta idea. Por
objetivo determinar si una disposición de legislación ordinaria es contraria a alguna disposición cons-
titucional. Por otro lado, la controversia constitucional refiere al juicio que se promueve ante la Supre-
ma Corte de Justicia de la Nación cuando existen conflictos entre poderes o en cualquier ámbito de
gobierno.
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Si los síntomas llevan al diagnóstico ¿a qué hipótesis nos llevan los hechos descritos?
A mi modo de ver el problema central es que el régimen político adolece de una
dualidad. Si bien el pluralismo se expresa electoralmente y en la consecuente distri-
bución del poder político entre partidos, el ejercicio del poder se rige aún por reglas
y prácticas autoritarias derivadas del sistema presidencialista de partido hegemóni-
co. Las reformas políticas que posibilitaron salir del sistema autoritario en lo electoral
no tienen aún la correlación necesaria en el sistema de ejercicio del poder. Las reglas
que lo definen están aún teñidas de autoritarismo. La antinomia entre democracia
en las reglas de acceso y autoritarismo en las de su ejercicio conculca la naturaleza
representativa del gobierno democrático, al darse una dinámica mediante la cual la
esfera política expropia el espacio público a los ciudadanos y la sociedad civil. Es
una dislocación entre sistema político y régimen constitucional.
Los actos de gobierno, las iniciativas de política pública, los proyectos de refor-
ma más trascendentes se han topado continuamente con los juegos de estrategia de
los actores políticos para usar las instituciones en provecho de sus intereses particu-
lares. No se afirma que solamente hayan hecho esto y que ninguna de sus acciones
sea beneficiosa y hasta encomiable. Lo que se quiere decir es que la peculiar dispo-
sición institucional a que ha dado lugar la atípica democratización de México, en
la que por una parte se ha optado por la equidad electoral pero en la que, al mismo
tiempo, se han mantenido rasgos fundamentales de una estructura constitucional y
legal originada en y creada para servir a los fines del autoritarismo siguen presentes,
siguen modelando la actividad de los actores, siguen recreando intereses sin contar
ya con el dispositivo fundamental que los hacía “funcionales”: la suprema autoridad
presidencial y el partido hegemónico.
El contraste entre el SPPH y lo que he denominado “democracia pluralista
incompleta”7 (en adelante DPI) consiste principalmente en la diferencia de dinámi-
cas políticas que conllevan, mientras que en el primero los mecanismos inductivos
de la cooperación entre agentes políticos decisivos eran la cooptación combinada
con la represión o la amenaza de la misma.8 Esto era posible gracias a las caracterís-
ticas propias de este sistema. La coalición hegemónica se reunía en un solo partido
7 Ugalde, F. V., La regla ausente: democracia y conflicto constitucional en México, México, FLACSO
México, 2013.
8 Córdova, A., La formación del poder político en México, México, Era, 1972.
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9 Esto implica que la tesis de Jorge Carpizo (2002) que sostiene que el presidencialismo mexicano
Cuadro 1
Matriz de pagos del Sistema Presidencialista de Partido Hegemónico (SPPH)
y de la Democracia Pluralista Incompleta (DPI)
10 Si tomamos en cuenta las tres últimas elecciones presidenciales, tenemos un total de 10 partidos
políticos minoritarios. En 2000 compitieron ocho partidos políticos minoritarios, de los cuales tres par-
ticiparon solos (Democracia Social, Centro Democrático y PARM) y cinco en coalición (PT, Conver-
gencia, PSN y PVEM). En 2006 compitieron un total de cuatro partidos políticos minoritarios, de los
cuales dos fueron solos (PSD y Nueva Alianza) y tres en coalición (PT, Convergencia y PVEM). Por últi-
mo, en 2012 contamos con un total de cuatro partidos políticos minoritarios, de los cuales tres (PVEM,
PT y Movimiento Ciudadano) fueron en coalición y únicamente Nueva Alianza compitió solo.
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bierno y los cuatro partidos principales, los que predominan en la distribución del
poder del Estado. Otro, señalado antes, el hartazgo ciudadano y la percepción de los
actores políticos de los riesgos que esto conlleva y, finalmente, el mayor arraigo de la
convicción que sin reformas de esa naturaleza no puede haber avance.
El Pacto ha sido profusamente criticado por muchos observadores y defendi-
do por otros, los menos. Con independencia de los argumentos a favor y en con-
tra, su importancia reside es que fue la plataforma de despegue de estas 11 refor-
mas, algunas de las cuales obtuvieron supermayorías en las cámaras del Congreso y
otras recibieron la oposición de algún bloque partidario. Empero, como puede verse
por los temas que abarcan, se trata de modificaciones inéditas y de amplias conse-
cuencias para el régimen constitucional. Algunas de ellas, como la educativa, la de
telecomunicaciones, la de competencia y la fiscal han empezado a dar resultados.
Otras, como la energética, deberán esperar mejores tiempos para atraer inversiones;
las que cambian los procedimientos penales y el Amparo, así como la reforma políti-
ca al entrar en vigor. La reforma política es la que nos importa aquí. Las principales
modificaciones de la reforma política del Pacto por México son las siguientes: reelec-
ción legislativa consecutiva (diputados federales y locales), reelección de senadores
hasta por dos periodos consecutivos, reelección de presidentes municipales, regido-
res y síndicos, gobiernos de coalición, autonomía de la PGR que se transformará en
la Fiscalía General de la República y del Consejo Nacional de Evaluación de la Polí-
tica de Desarrollo Social, creación del INE (Instituto Nacional Electoral) y aumento
del 2% al 3% en el porcentaje de votos requerido para que los partidos obtengan o
conserven su registro. Las dos primeras tendrán vigencia a partir de 2018.
A estas reformas de consenso entre Ejecutivo y Legislativo hay que sumar una re-
forma trascendental que propició un intenso debate legislativo de más de dos años
y una activa participación de la sociedad civil. Se trata de la reforma de 2011 al ar-
tículo 1o. de la Constitución en materia de derechos humanos. Entre otros cambios,
esta reforma introdujo un deber de mayor atención a los derechos de la gente para el
Poder Judicial y todas las esferas gubernamentales, que en las últimas décadas se ha
caracterizado por una alta concentración en la resolución de conflictos en las élites
políticas y económicas mientras que dedica poca atención al conflicto en las esferas
más amplias de la sociedad.11
Como consecuencia de esta enmienda se derivaron una serie de transformacio-
nes del sistema judicial: juicios orales, nueva ley de amparo y múltiples disposiciones
de la Suprema Corte para ajustar el orden jurídico al nuevo mandato constitucional.
Asimismo, la Corte estableció que en caso de discrepancia entre la Constitución y
los tratados internacionales deberá prevalecer como criterio judicial el más favora-
11 Ansolabehere, K., La política desde la justicia: cortes supremas, gobierno y democracia en Argentina y México,
ble al reclamante. La tarea prescrita por el Poder Constituyente a todos los poderes
del Estado y órdenes de gobierno es de una escala imposible de acometer de un solo
golpe. Sin embargo, se ha empezado a caminar por una ruta que muy difícilmente
será reversible. Reza el nuevo artículo 1o.:
12 El proceso fue largo y empezó en 2009. Fue hasta el 11 de junio de 2011 que la reforma fue
VI. Federalismo
13 Para la realización de esta estimación, se utilizaron los datos preliminares del proyecto “Mujeres
políticas: la participación y la representación política de las mujeres en México”, coordinado por la
Dra. Flavia Freidenberg del Instituto de Investigaciones Jurídicas a quien agradezco la gentileza de
permitirme mencionar este dato.
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Política
29-01-2016 Reforma política de la Ciudad de México: Se crea la Ciudad de México como una entidad federativa con autonomía en todo lo
concerniente a su régimen interior y a su organización política y administrativa, en los términos que establezca la Constitución
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des federativas.
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27-09-2007 Se establece expresamente como requisito de procedencia para impugnar las resoluciones definitivas de las autoridades electorales
de las entidades federativas, ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el que se haya violado algún precepto
constitucional.
24-08-2009 Incorpora las bases para regular las remuneraciones que perciban los servidores públicos de la Federación, de los estados, del
Distrito Federal y de los municipios. Determina que ningún servidor público podrá recibir remuneración mayor a la establecida
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Fuente: elaboración propia con datos de Información Parlamentaria de la Cámara de Diputados: http://www.diputados.gob.mx/LeyesBiblio/ref/cpeum_crono.htm.
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14 Linz, J. J., y Stepan, A., The Breakdown of Democratic Regimes: Europe, Baltimore, JHU Press, 1978.
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de consenso. Por una parte, se exhiben las ventajas del parlamentarismo por favore-
cer la inclusión de más opciones en el sistema político y coincidir con situaciones en
las que la distribución económica es menos desigual. Por otra parte, los sistemas par-
lamentarios tienden a una mayor estabilidad que los presidenciales.15 No obstante,
nada los hace invulnerables a la parálisis cuando no se consigue la mayoría necesaria
para formar gobierno. La elección directa del ejecutivo en sistemas presidenciales
permite un distanciamiento de la dispersión con la posibilidad de formar gabinete o
dictar políticas que obtengan aquiescencia parlamentaria. La realidad que presen-
tan hoy en día ambos tipos de sistema en sus países de nacimiento no ofrece incenti-
vos para una decisión consistente si se trata no de cambiar internamente un régimen
político sino transitar de un régimen a otro.
Cuadro 3
Comparación entre el monto destinado al ramo 33 e impuestos recabados
por los estados de México (2000-2015)
Impuestos recabados
Año Ramo 33 Porcentaje
por los estados
2000 161 712 800 000 8 016 046 390 5.0
2001 199 578 247 902 9 554 226 885 4.8
2002 218 673 007 922 11 703 050 641 5.4
2003 234 618 811 609 13 282 817 762 5.7
2004 250 562 749 321 15 543 042 963 6.2
2005 271 082 863 183 17 750 542 867 6.5
2006 292 071 849 705 21 077 521 146 7.2
2007 332 298 087 595 24 336 718 090 7.3
2008 369 569 077 483 26 768 035 940 7.2
2009 396 262 331 288 27 343 098 614 6.9
2010 419 308 044 004 29 014 277 851 6.9
2011 451 167 935 371 30 951 810 964 6.9
2012 482 155 473 745 35 548 004 369 7.4
2013 513 903 532 030 39 326 483 890 7.7
2014 545 578 452 387 42 650 993 800 7.8
2015 591 357 166 754 37 048 918 851 6.3
Fuente: Elaboración propia con datos del Presupuesto de Egresos de la Federación de la Secretaría
de Hacienda y Crédito Pública para cada ejercicio fiscal y del INEGI, Estadísticas de finanzas públicas
estatales y municipales.
Varias de las instituciones heredadas por nuestra generación son el problema más
importante en el atasco de la política para generar una gobernanza virtuosa. Desde
luego, el sistema presidencial es una de ellas. Ideado en el siglo XVIII para responder
a una partición social binaria en la que habría permanentemente dos grandes parti-
15 Cheibub, J. A. et al., “What Makes Democracies Endure?”, Journal of democracy, 7(1), 1996,
pp. 39-55.
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%Impuestos de %Impuestos
Año Impuestos Federación Impuestos estados Suma
la Federación estados
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2000 565 422 300 000.00 8 016 046 390 573 438 346 390.00 98.6 1.40
2001 665 997 900 000.00 9 554 226 885 675 552 126 885.00 98.6 1.41
2002 806 200 000 000.00 11 703 050 641 817 903 050 641.00 98.6 1.43
2003 790 041 800 000.00 13 282 817 762 803 324 617 762.00 98.3 1.65
2004 820 550 500 000.00 15 543 042 963 836 093 542 963.00 98.1 1.86
2005 864 830 700 000.00 17 750 542 867 882 581 242 867.00 98.0 2.01
2006 836 812 400 000.00 21 077 521 146 857 889 921 146.00 97.5 2.46
2007 1 003 841 000 000.00 24 336 718 090 1 028 177 718 090.00 97.6 2.37
2008 1 224 960 900 000.00 26 768 035 940 1 251 728 935 940.00 97.9 2.14
2009 1 161 191 100 000.00 27 343 098 614 1 188 534 198 614.00 97.7 2.30
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16
En Francia a mediados del siglo XIX.
17
Instituto Nacional Electoral, Informe País sobre la Calidad de la Ciudadanía en México, 2014. Disponi-
ble en: http://www.ine.mx/archivos2/s/DECEYEC/EducacionCivica/Informe_pais_calidad_ciudadania_IFE_
FINAL.pdf.
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contrasta con el corporativismo al que estuvo sujeta en el segundo tercio del siglo
pasado (y cuyos vestigios aún están ahí). Pero lo más importante de todo es algo que
se hace notar poco en los últimos tiempos; la transformación política del país habría
sido inimaginable sin la figura central de una ciudadanía que quiere ser sujeto de sí
misma, harta del pastoreo al que fueron sometidos sus padres y abuelos.
Podría decirse que esta observación es demasiado optimista. No se puede ne-
gar. Pero como registro heurístico no desmerece. La sociedad desborda sus lími-
tes tradicionales por muchas vías. La delincuencia, la juventud decepcionada, los
desempleados, las mujeres, los indígenas, las formas de participación… Hay una
autoidentificación con lo distinto de sí mismos respecto a sus imágenes pretéritas.
En especial, un eslabón de la cadena se ha roto: la docilidad que bajo el autoritaris-
mo fue semillero de abyección.
Una sociedad civil fuerte puede ser la base constructiva de un Estado fuerte, no
de un Estado desbordado. Las costumbres arraigadas en la política, como el cliente-
lismo y el corporativismo, pueden mitigarse con la evolución de una ciudadanía que
se sabe plural aunque poco abonen sus líderes formales a desarrollarla, ocupados
como están, en sus negocios sin horizonte. Pero el cambio posible y deseable está
al alcance. Se requieren dirigentes, pero éstos, a su vez, necesitan un nuevo hori-
zonte histórico que no termine en el bono electoral inmediato. Que sea capaz de
compenetrarse con la sociedad y entender lo que pasa en ella para reformularlo en
la política.
México ofrece a estas alturas la novedad única en su historia independiente: una
sociedad plural que quiere ordenarse políticamente en una democracia liberal. No
es un problema exclusivo de organizar el sistema político para que funcione “bien”.
Además de esto se exige que sea representativo. Palabra gastada si las hay.
Si el sufragio, largamente enterrado, reprimido y engañado durante el siglo XX,
ha emergido como la institución primigenia de la democracia, su prolongación en
representación genuina y de calidad es la asignatura pendiente. Lejos de una discusión
estéril sobre nudos y perversiones del sistema político, el desafío es suficientemente
claro: ¿tiene el pueblo de México, sus ciudadanos, el poder para tomar decisiones
acerca de qué sistema político prefiere y bajo qué modalidades debe operar?
La respuesta es de claroscuros: se cuenta con un sistema de partidos para tomar
decisiones, pero estos partidos nacieron de cara al poder y con pocos alicientes para
mirar hacia los ciudadanos de un modo que se proponga la profundización de la
representatividad mediante un esfuerzo explícito por llevar sus preferencias y ne-
cesidades al plano de las decisiones políticas. Las anteojeras de la historia y de los
intereses particulares siguen teniendo prioridad.
Si las palabras de la Constitución tuviesen algún sentido, podríamos quizá asu-
mir que la ausencia de modalidades para hacer cumplir el artículo 39 de la carta
magna, presente en ella desde el siglo XIX y retomado en 1917, es una tarea pen-
diente de frente a un proyecto democrático de gran calado. A la letra dice: “El pue-
blo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de cambiar o modificar la forma de
su gobierno”. Este artículo nunca ha tenido una Ley Reglamentaria. Nadie sabe a
ciencia cierta cómo se cambia la forma de nuestro gobierno, excepto por la vía del
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artículo 135 que regula a los que tienen facultades para iniciar leyes y pueden por
tanto reformarla o adicionarla. Esta fórmula es representativa, pero su uso da cuenta
de una cultura constitucional perversa tanto por parte de la clase política como de
la sociedad civil.
IX. Bibliografía
Alesina, A. y Rosenthal, H., Partisan Politics, Divided Government, and the Economy,
Cambridge University Press, 1995.
Ansolabehere, K., La política desde la justicia: cortes supremas, gobierno y democracia en
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Córdova, A., La formación del poder político en México, México, Era, 1972.
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Fiorina, M. P., “Divided Government in the American States: A Byproduct of Legis-
lative Professionalism?”, American Political Science Review, 88(02), 1994, pp. 304-316.
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Linz, J. J. y Stepan, A., The Breakdown of Democratic Regimes: Europe, vol. 2, Baltimore,
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Valdés Ugalde, Francisco, La regla ausente: democracia y conflicto constitucional en México,
México, Gedisa, 2010.
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Rodolfo Vázquez*
A
lo largo de la década de los noventa, en el marco de los Estados democráticos,
asistimos con gran optimismo a una expansión robusta de los derechos a esca-
la mundial. La protección judicial de los derechos se hizo manifiesta a través
de Cortes o Tribunales especiales, por ejemplo, en la creación de los Tribunales inter-
nacionales para Rwanda y la ex Yugoslavia, el caso Pinochet o la entrada en vigor del
Estatuto de Roma para la creación de la Corte Penal Internacional. Este ánimo, de al-
guna forma complaciente con las bondades de la democracia liberal, era compartido,
y justificado, por ilustres filósofos, entre ellos, Norberto Bobbio, John Rawls y Jürgen
Habermas. Al optimismo de los noventa siguió lo que he llamado la “desilusión cos-
mopolita” y el debate con los defensores del pluralismo global. A la luz de tal debate, y
en el marco del problema de la “brecha de desigualdad” y sus propias patologías, creo
que es posible defender aún una justicia global, o una “sociedad de iguales” para usar
la terminología de Pierre Rosanvallon,1 si aceptamos cinco exigencias impostergables.
Rodolfo Vázquez
…desde el punto de vista de la filosofía de la historia, el debate actual sobre los dere-
chos humanos, cada vez más amplio y más intenso, tan amplio que ya abarca a todos
los pueblos de la tierra, y tan intenso que se encuentra en el orden del día de las re-
uniones internacionales más autorizadas, puede interpretarse como un “signo premo-
nitorio” (signum prognosticum) del progreso moral de la humanidad.4
Y tal progreso alcanzará un punto culminante cuando se hayan creado los ins-
trumentos adecuados para la protección internacional de los derechos humanos “no
ya dentro del Estado, sino también contra el Estado al que pertenece el individuo”;
en otros términos, “sólo cuando se reconozca a cada individuo el derecho a recurrir
a instancias superiores a las del Estado, precisamente a organismos internacionales
dotados del poder suficiente para hacer respetar sus decisiones”.5 No se trata sólo de
una justicia internacional o intranacional, sino de lo que hoy día se ha denominado
2 Bobbio, Norberto, El tercero ausente, Cátedra, Madrid, 1997, pp. 12 y ss. Primera edición en ita-
liano, 1989.
3 Ibidem, p. 132.
4 Ibidem, p. 158.
5 Ibidem, p. 131.
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“justicia global” o “cosmopolita”: una justicia centrada no sólo en las relaciones en-
tre Estados sino en los individuos como objeto de protección internacional.
En un ensayo de 1993, “Democracia y sistema internacional” —texto que ser-
virá de prólogo a la segunda edición de El futuro de la democracia— Bobbio responde
a una pregunta crucial después de la caída del muro y de la descomposición de la
Unión Soviética: ¿es posible ser democráticos en un universo que no lo es? Bobbio
cierra su ensayo respondiendo kantianamente que la paz perpetua es posible sólo
entre Estados que tengan la misma forma de gobierno, es decir, la forma republica-
na o democrática, en la que las decisiones colectivas le corresponden al pueblo. Y es
precisamente en el ámbito de este tipo de Estados donde es factible que se institu-
cionalicen los derechos humanos. La paz en los derechos, y la conciencia progresiva
de los mismos en el horizonte de una justicia global o cosmopolita, sólo es posible en
y entre los Estados democráticos. A fin de cuentas, es un hecho, piensa Bobbio, que
“el número de Estados democráticos ha aumentado y ya se ha iniciado el proceso
para la democratización de la sociedad internacional”.6
A principios de los noventa John Rawls publicaba Liberalismo político y Jürgen Ha-
bermas Entre facticidad y validez. Cristina Lafont sostiene: “Ambos autores articulaban
interesantes soluciones al problema de cómo compatibilizar las demandas de justicia
y el respeto al pluralismo en las sociedades democráticas modernas: la idea de un
consenso por solapamiento, en el caso de Rawls y el ideal de una democracia delibe-
rativa en el caso de Habermas”.7 En concreto, para Rawls, el consenso constitucio-
nal debe concebirse en un marco de mayor robustez con respecto a las condiciones
materiales que hacen posible el ejercicio de los derechos de libertades:
Debe haber, decía Rawls, una legislación fundamental que garantice la libertad de
conciencia y la libertad de expresión del pensamiento en términos generales, y no sólo
en cuanto al discurso político. También deben incluirse en la Constitución leyes que
aseguren la libertad de asociación y la libertad de desplazamiento; además se necesitan
medidas que aseguren la satisfacción de todas las necesidades básicas de los ciudada-
nos de manera que puedan participar en la vida política y social… por debajo de cier-
to nivel de bienestar material y social, y de adiestramiento y educación, las personas
simplemente no pueden participar en la sociedad como ciudadanos, y mucho menos
como ciudadanos en pie de igualdad.8
Rodolfo Vázquez
El entusiasmo de los noventa no duró mucho. Desde fines de los noventa, el proceso
de globalización comienza a presentar sus fisuras inherentes. Tuvimos que ser testi-
gos del desplome de las torres gemelas en 2001 y del colapso del sistema financiero a
partir de 2008 para caer en la cuenta de la crisis de un sistema global que pretendió
erigirse sobre la unilateralidad de una potencia mundial hegemónica y de una demo-
cracia y un sistema de mercado sin límites, ni controles institucionales. Todo ello dio
al traste con la tan anunciada justicia cosmopolita y la democracia a nivel planetario.
Después de 2001, y emblemáticamente con el Acta patriótica de Estados Uni-
dos, asistimos a un reposicionamiento de actitudes y decisiones ultraconservadoras.
Como un botón de muestra de estas posiciones, considérese algunos testimonios en
relación con el tema de la tortura:
9 Habermas, Jürgen, Facticidad y validez, Madrid, Trotta, 1998, p. 238. Primera edición en
alemán, 1992.
10 Paz, Octavio, La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, 1993, p. 134.
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que se introduce debajo de las uñas. Claro, eso no sería conforme a los convenios de
Ginebra. Pero ustedes saben que en todo el planeta hay países que violan los tratados
de Ginebra. Lo hacen en secreto, como lo hicieron los franceses en Argelia. (Pala-
bras de Alan M. Dershowitz, jurista de la Universidad de Harvard, pronunciadas
el 4 de marzo de 2003, en un programa de CNN).11
Revisé la lista de técnicas de interrogación y había dos que pensé que iban dema-
siado lejos, aun en el caso de que fueran legales. Pedí a la CIA que no las usaran. La
otra técnica era el waterbording (submarino), un proceso que simula el ahogamiento del
interrogado. No me cabe duda que el procedimiento era muy duro, pero los médicos
expertos le aseguraron a la CIA que la técnica no provocaba daños permanentes. (Pa-
labras de George W. Bush, de su libro Decision Points).12
11 Mergier, Anne Marie, “Ideología de la tortura”, en Proceso, México, 23 de mayo de 2004,
pp. 56-58.
12 Maciel, Alejandro, “La guerra según Bush”, en Proceso, núm. 1777, México, 20 de noviembre
de 2010, p. 40.
13 Dworkin, Ronald, “The Threat to Patriotism”, en The New York Review of Books, 16 de febrero
de 2002. Abu Ghraib y las revelaciones sobre Guantánamo, campos de internamiento de presos sos-
pechosos de terrorismo, son dos casos claros de los límites a los que puede llegar la crueldad institucio-
nal minando las condiciones que hacen posible la supervivencia de un Estado democrático constitu-
cional, por ejemplo, el garantismo judicial y el derecho internacional con respecto a la Convención
de Ginebra.
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te negativos, y diseñados para proteger la integridad de las naciones, así como para
regular su comercio y transacciones militares”.14
La posición de Walzer resulta del todo coherente con su concepción particula-
rista de la justicia, histórica y cultural, desarrollada en su libro Las esferas de la justicia:
a bienes sociales distintos corresponden modos de distribución diferentes. No existe
un solo conjunto de bienes básicos o primarios concebible para todos los mundos
morales y materiales.15 El pluralismo adquiere carta de ciudadanía también en el en-
torno mundial, algo que por lo demás no resulta sorprendente. Pero precisamente ahí
donde hubiéramos esperado una respuesta positiva y fundamentada sobre la priori-
dad de la justicia sobre el pluralismo de las concepciones del bien en dos de sus de-
fensores más destacados, la respuesta de Rawls en su Derecho de gentes y de Habermas
en sucesivos ensayos, desde el seminal “La constitución posnacional y el futuro de la
democracia” de 1998, hasta los más recientes, ha sido francamente decepcionante.
La concepción de Rawls sobre el consenso sobrepuesto en el contexto interna-
cional limita severamente las aspiraciones de justicia. Según Rawls, los derechos
constitucionales de las democracias liberales expresan “aspiraciones liberales” que,
en cuanto tales, sería ilegítimo imponer en otras sociedades una vez reconocido el
hecho del pluralismo global: los estándares de derechos humanos internacionales
deben ser distintos y mucho menos exigentes que los estándares de derechos cons-
titucionales reconocidos a los ciudadanos liberales. No se trata de defender aho-
ra, solamente, un minimalismo de la justificación, lo que permitió, como dije, un
consenso sobre los derechos consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, sino
también un minimalismo sustantivo, es decir, un adelgazamiento en los contenidos
y en el alcance de los derechos reconocidos en la misma Carta. Rawls excluye por
ejemplo, el derecho a la igualdad plena y no discriminación por razones de sexo,
raza o religión (a. 1 y 2), pero también, y para colmo, rebaja la densidad sustantiva
a derechos de primera generación: libertad de expresión y asociación (a. 19 y 20),
así como derechos políticos de participación democrática (a. 21). Todo ello con el
propósito de hacer viable el diálogo entre las sociedades que él llama, decentes liberales,
y las sociedades, decentes jerarquizadas.16 La propuesta de Rawls, deflacionaria de los
derechos humanos, se inscribe así en un contexto político, no en un contexto ideal
o normativo. Esta conclusión rawlsiana es acompañada y justificada, desde cierto
escepticismo hobbesiano a nivel mundial, por otro paladín del liberalismo, Tho-
mas Nagel: “Si Hobbes tiene razón, el ideal de una justicia global sin un gobierno
mundial es una quimera… el camino de la anarquía a la justicia debe pasar por la
injusticia”.17
14 Walzer, Michael, “‘The Moral Standing of States’, A Response to Four Critics”, en Pogge,
Thomas y Horton, Keith (eds.), Global Ethics: Seminal Essays, Global Responsabilities, vol. II, St. Paul MN,
Paragon House, 2008, p. 67.
15 Walzer, Michael, Las esferas de la justicia, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, cap. I.
inglés, 1999.
17 Nagel, Thomas, “The Problem of Global Justice”, Philosophy and Public Affairs 33, núm. 2,
en Carbonell, Miguel y Vázquez, Rodolfo (eds.), La globalización y el orden jurídico. Reflexiones contextua-
les, Colombia, Universidad de Externado, 2007, p. 231.
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las políticas económicas que provienen de las sociedades acomodadas y del funcio-
namiento del orden institucional global que éstas han originado. La propuesta de
Pogge es cuestionable por insuficiente. Y lo es, porque sin negar la responsabilidad
causal de muchos agentes individuales, es un hecho que ante la complejidad de las
cadenas causales y la dificultad para determinar en muchos casos a los agentes di-
rectamente involucrados, se puede tender fácilmente a diluir la responsabilidad y
a excusarnos con el resultado, por ejemplo, de dejar a las víctimas de la pobreza a
su propia suerte.22 El tema que queda abierto, como se puede apreciar, es el de la
exigibilidad a cada uno de los individuos del planeta de deberes positivos generales,
además de los deberes especiales propios de los Estados.
Por otra parte, la propuesta de Pogge, a fuerza de insistir en la responsabilidad
de los agentes externos, minimiza los efectos causales de las propias políticas inter-
nas de los mismos países subdesarrollados, por ejemplo, en términos de corrupción
y violencia locales —tal como han señalado insistentemente autores como Amartya
Sen— provocando como resultado la peligrosa tendencia a buscar la fuente de los
daños globales lejos de nosotros. Así, por ejemplo, es verdad que no se puede negar
la responsabilidad histórica de países como Francia y Estados Unidos, por ejemplo,
en la dramática situación de Haití, pero sería una grave miopía minimizar la res-
ponsabilidad local de dictaduras sanguinarias como las de los Duvalier y la propia
corrupción generalizada de los gobiernos sucesivos.
De acuerdo con el último Reporte de Riqueza Global (2014), que desde hace va-
rios años viene elaborando el banco Crédito Suizo, el 10% de la población más rica
del mundo posee el 87% de la riqueza global, mientras que el 50% de la población
más pobre apenas alcanza el 1% de esa riqueza. Lo más dramático es que de ese
10% más rico, el “famoso” 1%, posee casi el 50% de la riqueza global y la brecha de
la desigualdad en la riqueza y en el goce de los derechos va en aumento.
Si nos atenemos a las conclusiones de Piketty,26 esa acumulación y concentra-
ción en el 1%, está muy lejos de deberse al mérito, al riesgo o a la ambición de los
individuos emprendedores. Se trata más bien de la expansión de un capitalismo
patrimonialista que se está reproduciendo más aceleradamente que el crecimiento
económico. Los puestos de mando de la economía no están bajo el control de indivi-
duos talentosos, sino de dinastías familiares, y los injustificados salarios y privilegios
de ejecutivos y funcionarios públicos, en los tres órdenes de gobierno, no responden
siquiera a estrictas leyes de mercado que garanticen la capacidad y eficiencia en el
desempeño, sino a razones sociales y políticas,
La situación en Latinoamérica invita a un análisis atento y cuidadoso. De acuer-
do con el coeficiente de Gini del ingreso de la región —el indicador más usado
para medir la desigualdad— es un 65% más elevado que el de los países de ingreso
alto, un 36% más alto que el de los países del este asiático y un 18% más alto que
el promedio de África subsahariana. El recurso a la violencia institucional en mu-
chos de nuestros países mantiene postrada a nuestras sociedades en una intermina-
ble y desesperante humillación que, lamentablemente, ha erosionado los ámbitos de
la intimidad y privacidad personal, familiar y comunitaria, y que hace dudar de las
posibilidades de una convivencia civilizada.
Todo indica, como bien decía el juez argentino Eugenio Zaffaroni, que lejos
de que los países latinoamericanos transiten de un Estado legal de derecho a uno
constitucional, involucionamos, de nueva cuenta, hacia un Estado “decretal” de de-
recho.27 Lejos de consolidar una cultura de la legalidad robusta en el marco de un
Miguel et al. (comps.), Jueces y derecho. Problemas contemporáneos, México, Porrúa-UNAM, 2004, p. 120.
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Quiero con esto decir que todos tienen, al menos en principio, los derechos políticos
que corresponden a un régimen democrático, pero a muchos les son negados derechos
sociales básicos, como lo sugiere la extensión de la pobreza y la desigualdad… A estas
personas se les niegan también básicos derechos civiles: no gozan de protección ante la
violencia provincial ni ante diversas formas de violencia privada, se les niega el fácil y
respetuoso acceso a las instituciones del estado y a los tribunales; sus domicilios pueden
ser allanados arbitrariamente, y, en general, son forzados a llevar una vida que no sólo
es de pobreza sino también de sistemática humillación y miedo a la violencia… Estas
personas, a las que llamaré el sector popular, no son sólo materialmente pobres, son
también legalmente pobres.28
El sociólogo chileno Jorge Larraín ha expresado esta situación con una frase in-
timista y contundente: vivimos en el “síndrome de desesperanza aprendida”.29 No se
trata sólo de desplazados, sino de un número creciente de individuos que han perdido
la ilusión de un futuro y les resulta insostenible la persistencia en un clima de incon-
trolable inseguridad. Todo ello abona en favor de una creciente desconfianza de la
ciudadanía en las instituciones políticas, sociales y económicas, que merma la cohe-
sión social y destruye los cimientos del llamado “capital social”. Un buen sector de
nuestras poblaciones vive en una dinámica que el jusfilósofo brasileño Oscar Vilhena
ha caracterizado con los términos de “invisibilidad de los extremadamente pobres”,
“demonización de los que cuestionan el sistema” e “inmunidad de los privilegiados”,
o de los detentadores fácticos del poder.30 Trilogía que se corresponde con otra, no
menos dramática: la corrupción, ineficiencia e impunidad de nuestros gobernantes.
Es el enorme desfase entre la letra de la ley y su aplicación a la realidad, espe-
cialmente en sociedades con enormes rezagos sociales y con una amplia brecha de
desigualdad. Quizás debamos dar la razón a Ernesto Garzón Valdés cuando critica
a un buen número de estudiosos latinoamericanos, por ejemplo, de vivir bajo la ilu-
sión de un “Estado de derecho” cuando existe una distancia abismal entre las reglas
formales y las reglas vividas:
Hablar de la vigencia del rule of law es, en la mayoría de los países de América Latina,
desfigurar la realidad jurídica y despistar a quien quiera interesarse por las normas
que rigen el comportamiento de gobernantes y gobernados en amplios campos de la
vida social. A quien tenga predilección por las citas literarias, me permito recordarle
la siguiente frase de un personaje de Alejo Carpentier “como decimos allá, ‘la teoría
siempre se jode en la práctica’ y ‘jefe con cojones no se guía por papelitos’”.31
31 Garzón Valdés, Ernesto, “Las élites latinoamericanas”, en Garzón Valdés, Ernesto et al. (comps.),
Democracia y cultura política, Las Palmas de Gran Canaria, Fund. Mapfre Guarteme, 2009, pp. 205-243.
32 Woldenberg, José, “La encuesta y el reto”, Reforma, México, 23 de julio de 2015.
33 Esquivel, Gerardo, Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político, México,
personas que provienen del quintil más bajo de la población se mantiene ahí y 22 pasan al segundo
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Cuanto más igualitaria es una sociedad, más confianza reina en ella. Y no sólo es
una cuestión de renta: donde las personas tienen vidas y perspectivas parecidas es
probable que también compartan lo que se podría denominar una “visión moral”.
Esto facilita mucho la aplicación de medidas radicales en la política pública. En las
sociedades complejas o divididas lo más probable es que una minoría —o incluso
una mayoría— sea obligada a ceder, con frecuencia en contra de su voluntad. Esto
hace que la elaboración de la política colectiva sea conflictiva y favorece un enfoque
minimalista de las reformas sociales: mejor no hacer nada que dividir a la gente so-
bre una cuestión controvertida.35
quintil, es decir, el 70% permanecen o no modifican, o modifican muy poco, su situación con respecto
a la generación anterior. En el extremo superior, 52 de cada 100 mexicanos que proviene de hoga-
res del quintil más alto de la distribución permanecen ahí, y 26 descienden al quintil inferior, por lo
que el 78% se mantienen en el extremo superior. La movilidad intergeneracional de riqueza muestra
una permanencia en los extremos, ya que el 81% de las personas cuyos padres tienen mayor riqueza
(quintil 5), permanecen en el extremo superior. Centro de Estudios Espinosa Yglesias, Informe de Movi-
lidad Social en México, 2013.
35 Ibidem, p. 73.
36 Ibidem, p. 34.
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Una cosa es convivir con la desigualdad y sus patologías; otra muy distinta es rego-
dearse en ellas. En todas partes hay una asombrosa tendencia a admirar las gran-
des riquezas y a concederles estatus de celebridad (“estilos de vida de los ricos y
famosos”)… Para Smith la adulación acrítica de la riqueza por sí misma no sólo era
desagradable. También era un rasgo potencialmente destructivo de una economía
comercial moderna, que con el tiempo podría debilitar las mismas cualidades que
el capitalismo, en su opinión, necesitaba alimentar y fomentar: “Esta disposición a
admirar, y casi a idolatrar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, como mínimo,
ignorar a las personas pobres y de condición humilde… [es] la principal y más ex-
tendida causa de corrupción de nuestros sentimientos morales”.37
Ahora bien, ante estas patologías ¿resulta suficiente apelar a la justicia en térmi-
nos de igualdad de oportunidades con la mirada puesta en los menos aventajados? En
términos de Rawls, ¿resulta suficiente la formulación de su tan conocido “principio
de diferencia”? Esto nos lleva a un replanteamisnto de la idea de igualdad dentro de
las propias filas de los liberales igualitarios. Es verdad que igualitaristas como Dwor-
kin, Sen y Cohen, por ejemplo, han puesto en evidencia las limitaciones de la teo-
ría de Rawls desde el punto de vista de la justicia distributiva; y es verdad que los críti-
cos de la “brecha de desigualdad”, Piketty, Krugman, Stiglitz, Deaton, han abonado
en la misma dirección desde un estricto y riguroso análisis económico, pero lo cierto
es que poco se ha dicho sobre los efectos de la “brecha” en la constitución de una so-
ciedad democrática. Intuimos que desigualdad y democracia son irreconciliables, y la
evidencia empírica muestra que no basta apelar a la justicia distributiva para cerrar
la brecha. La justicia distributiva debe acompañarse y complementarse con la justicia
relacional. No es el espacio para desarrollar esta línea de reflexión, pero creo que resul-
ta de suma importancia abrir en nuestros países latinoamericanos el debate en torno
a la obra de autores como Pierre Rosanvallon, Axel Honneth38 o Isidoro Cheresky.39
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mente utópica. Permítanme intentar responder a este desafío del pluralismo global
al proyecto cosmopolita de los derechos humanos desde un discurso enmarcado
en la modernidad o, si se prefiere, desde un enfoque neoilustrado si bien, como no
podría ser de otra forma, irremediablemente instalado en el desencanto de las pro-
mesas no cumplidas.
La idea que subyace a mi interés de defender la posibilidad de una justicia glo-
bal es que sólo a partir de ella será posible incidir en los Estados y en las comuni-
dades internacionales con una visión progresista y eficazmente liberadora no sólo
de las condiciones de pobreza, sino de aislamiento, exclusión y humillación en tér-
minos de desigualdad, a las que se encuentra sometida buena parte de la población
mundial. No sólo el Estado-nación se ha mostrado impotente ante estas calamida-
des, que rebasan con mucho sus fronteras nacionales, sino que hemos sido testigos
también de que cualquier defensa del pluralismo a ultranza ha devenido en políticas
conservadoras y endogámicas, en muchos casos, sujetas a la arbitrariedad de los
caudillos regionales en turno.
Creo que lo que debemos comenzar por reconocer, como ya lo expresaba Ro-
nald Dworkin, es que las democracias y los sistemas de mercado, si no son muy
cautelosos a través de limitaciones debidamente normadas a nivel estatal e interna-
cional, tienen una propensión natural al suicidio.
Con respecto a la democracia bastaría con tener presente el llamado peligro de
la “obesidad mayoritaria”. Si es cierto que en política como en economía el actor
racional es aquel que aspira a maximizar sus beneficios y reducir sus costos, y si es
cierto que una de las formas más eficaces de lograrlo es procurando que los demás
hagan lo que uno quiere, no cuesta mucho inferir que quien detenta el poder pro-
curará aumentarlo imponiendo aquellos comportamientos que lo beneficien aun
cuando esto suponga lesionar la autonomía de los individuos. Este aumento de po-
der no tiene que ser contradictorio con las reglas del procedimiento democrático;
bastaría pensar en la posibilidad de coaliciones mayoritarias que terminen ejercien-
do un poder despótico sobre las minorías, lo que Kelsen llamó “el dominio de las
mayorías”. La democracia procedimental se presentaría entonces como una fuente
legitimadora de las tiranías individuales o de las tiranías mayoritarias; es decir, de la
propia destrucción de la democracia. Por eso resulta muy pobre el discurso de los
defensores a ultranza de las democracias electorales, como si el tránsito a una autén-
tica democracia dependiera de tales procedimientos sin un cuestionamiento a fondo
del desarrollo humano, de los derechos —no sólo civiles y políticos sino también
sociales— y de una “subyacente perspectiva universalista del ser humano como un
agente”, es decir: “…alguien que está normalmente dotado de razón práctica y de
autonomía suficiente para decidir qué tipo de vida quiere vivir, que tiene capacidad
cognoscitiva para detectar razonablemente las opciones que se encuentran a su
disposición y que se siente —y es interpretado/a por los demás como— responsable
por los cursos de acción que elige”.40
Dígase otro tanto del mercado. Desde las primeras clases de economía el estu-
diante aprende la teoría de la mano invisible y los resultados que produce cuando
40 O’Donnell, Guillermo et al. (comps.), op. cit., p. 33.
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se dan ciertas condiciones idealizadas: que todo lo que importa en la vida proceda
del consumo privado de bienes, que la información sea perfecta, los bienes infinita-
mente divisibles y los agentes económicos perfectamente racionales. Por supuesto,
estas condiciones nunca se dan en los mercados reales: ahí las transacciones no son
nunca iguales a cero, la información es asimétrica, y se generan externalidades ne-
gativas con respecto a terceros que no participan en la transacción, por ejemplo, el
caso de los free riders o gorrones, la contaminación, etc. El problema no reside tanto
en el contraste entre estos dos mundos, que el buen economista reconoce y con los
que aprende a lidiar desde el principio de su formación. El problema reside en se-
guir considerando a la institución del mercado como algo bueno per se; algo que por
su propio dinamismo, en la medida en que se minimicen los factores de distorsión,
producirá las bondades requeridas por cualquier sociedad medianamente decente.
Este es el optimismo delirante del economista clásico, que se encuentra a medio ca-
mino entre la ingenuidad y la franca insensatez. Si, además, como afirman algunos
economistas libertarios como Friederich Hayek, el mercado es condición necesaria
de la democracia y se acepta esta tendencia del mercado a su concentración, enton-
ces el escenario se nos vuelve doblemente enfermizo.41
Pero lo cierto es que el mercado no debe ser concebido como un enemigo de las
normas, ni de la justicia: “La regulación de los mercados —ese objetivo tan propio
de la tradición socialdemócrata—, como ha dicho el filósofo político español Daniel
Inerarity, no es una estrategia para anularlos, sino para hacerlos reales y efectivos, es
decir, para ponerlos al servicio del bien público y la lucha contra las desigualdades”.
Tomo este párrafo de un editorial publicado en el periódico español El País, que lle-
va un título sugestivo, “El mercado, un invento de la izquierda”.42
Si lo que he dicho es correcto, entonces el derecho no debe concebirse sola-
mente como un instrumento para lograr objetivos o directrices sociales, políticas o
económicas, sino que al incorporar valores morales, críticamente fundados —los
derechos humanos— adquiere una dimensión radicalmente crítica y sustantiva. Es
en este sentido que puede decirse, con razón, que toda Constitución que se integre a
partir de un Bill of Rights es, por vocación, contramayoritaria y refractaria a negociar
los derechos bajos criterios utilitaristas de bienestar general. A este respecto cito un
texto ilustrativo de Ferrajoli:
41 Garzón Valdés, Ernesto, Instituciones suicidas, México, Paidós-UNAM, 2000, pp. 63 y ss.
42 Innerarity, Daniel, “El mercado, un invento de la izquierda”, en El País, España, 22 de abril
de 2011.
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los, precisamente, frente a las leyes y los actos de gobierno expresados en las contin-
gentes mayorías.43
Dicho lo anterior, pienso que un enfoque integral que permita dar cuenta de la jus-
ticia global o cosmopolita, debe comprender las siguientes cuatro exigencias:
43 Ferrajoli, Luigi, “Pasado y futuro del Estado de derecho”, en Carbonell, Miguel et al., Estado de
Anales de la Cátedra Francisco Suárez, Universidad de Granada, 2005, pp. 127 y ss.
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la normatividad internacional sobre los derechos humanos en pie de igualdad con las
Constituciones estatales.
Para quienes aceptan esta premisa, y tal es el caso de México con la reforma
constitucional de junio de 2011, y su reinterpretación de la “regla de reconocimien-
to” en términos de jerarquía de fuentes, la concepción de justicia que subyace a la
misma es la de una justicia global a partir de una concepción robusta de los derechos
humanos. Reformas como las implementadas en México y que operan en América La-
tina desde fines de los ochenta, se alejan de la concepción westfaliana, particu-
larista e instrumental de los derechos humanos enmarcada en una visión hermética
de la soberanía nacional. Una vez más, en el artículo 1o. de la Constitución Polí-
tica de los Estados Unidos Mexicanos se establece el llamado bloque de constitucionali-
dad y se hacen explícitos los principios de interpretación conforme y pro persona. Asimismo,
todas las autoridades deberán promover, respetar, proteger y garantizar los derechos
humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia,
individualidad y progresividad.
Sin duda, se trata de una reforma de gran calado. Sin embargo, entre los juris-
tas, no ha sido ni es nada fácil desprenderse del modelo del positivismo formalista
decimonónico y comprender que en esta reforma los derechos sociales son tan ju-
dicializables como los derechos civiles y políticos. No nos debe extrañar que, pese
al enfoque progresista y cosmopolita de la reforma, en su artículo 29, no se haga
referencia a ningún derecho social.
Tal artículo incorpora un listado de derechos que por ningún motivo podrán
restringirse ni suspenderse en su ejercicio. Una suerte de cláusulas pétreas. Dice así:
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No se trata de negar la igualdad, sino reconocer que el trato igual de cada uno
de los miembros de la comunidad en el reconocimiento de su autonomía personal
precede al trato igual de la pluralidad de culturas en la unidad: los individuos son
más valiosos que los grupos a los que pertenecen. Más aún, los grupos valen sólo
por y en virtud de los individuos que los componen. Y así también para las culturas:
valen en cuanto tienen valor los individuos que las comparten, y no tienen ningún
valor intrínseco que permita idealizarlas o hasta absolutizarlas, como parece des-
prenderse de la siguiente afirmación de Bonfil Batalla: “La única civilización, las
únicas culturas auténticas, son las que encarnan los pueblos indios”.46 Más allá del
romanticismo que inspira esta frase, toda cultura puede y debe ser modificada o
abandonada si deja de valer para los individuos.
Los derechos comunitarios no deben adscribirse a grupos o a la cultura de las
minorías “como objeto que se considera holísticamente dotado de un valor intrín-
seco”, sino que si entran en contradicción con los derechos liberales deben ceder
como valores que hay que atribuir a cada individuo en cuanto ser único e irrepeti-
ble. Por ello coincido con Rodolfo Stavenhagen cuando afirma: “…los derechos gru-
pales o colectivos deberán ser considerados como derechos humanos en la medida
en que su reconocimiento y ejercicio promueven a su vez los derechos individuales
de sus miembros”. A este respecto, el testimonio de la indígena oaxaqueña Eufrosi-
na Cruz es elocuente: “En México, si eres indígena, mujer y pobre estás fregada…
428 municipios de Oaxaca todavía se rigen por usos y costumbres, y en casi 100 las
mujeres no tienen derecho a participar en los procesos democráticos, pero podemos
cambiarlo. Los usos y costumbres son la lengua, la vestimenta… No la violación del
desarrollo”.47
45 Ferrajoli, Luigi, Fundamento de los derechos fundamentales, Madrid, Trotta, 2001, p. 370.
46 Bonfil Batalla, Guillermo, Introducción a la recopilación de documentos Utopía y revolución en
el pensamiento político contemporáneo de los indios en América Latina, citado por Garzón Valdés, Ernesto, “El
problema ético de las minorías étnicas”, en Derecho, ética y política, Madrid, Centro de Estudios Consti-
tucionales, 1993, p. 537.
47 Entrevista a Eufrosina Cruz por Paula Chouza, El País, 14 de mayo de 2013.
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Nuestros líderes han pedido que el sacrificio sea compartido. Pero cuando lo han pedi-
do no han dejado de lado. He hablado con amigos míos, muy ricos, y aunque se espe-
raba cierto dolor, al final no se les ha tocado… Los mega ricos continuamos obtenien-
do extraordinarias ventajas fiscales… El año pasado, los impuestos que tuve que pagar
fueron… sólo el 17.4% de mis ingresos. Si haces dinero con el dinero, como hacen mis
amigos súper ricos, el porcentaje será incluso más pequeño que el mío. Pero si lo ganas
trabajando, el porcentaje seguro que lo excede, y además por bastante… He trabajado
con inversores durante 60 años y aún no he visto a ninguno, ni siquiera cuando la tasa
era 39.9% en 1976-1977, que se echara atrás y no invirtiera por el impuesto… Y para
aquellos que argumentan que impuestos más altos dañarían la creación de empleo, de-
bería decirles que se crearon de forma neta 40 millones de empleos entre 1980 y 2000.
Desde entonces no ha habido más que recortes en los impuestos y una menor creación
de fuentes de trabajo.49
48 Garzón Valdés, Ernesto, “Los deberes positivos generales y su fundamentación”, en Derecho, ética
Rodolfo Vázquez
impositiva progresiva vaya a mermar su plan de vida acomodado. Puede haber algo
de patriótico en su decisión, pero también existe el reconocimiento de que su país
ofrece seguridad para sus inversiones, transparencia, sometimiento a las reglas y
accountability por parte de las autoridades. Sin duda, todos ellos son bienes públicos
en los que vale la pena invertir, porque finalmente, más temprano que tarde, redun-
dará en un beneficio proporcional para todos los individuos. En este contexto el ar-
gumento de la soberanía nacional para excusar el pillaje de las autoridades locales
no tiene justificación alguna. Y si esto vale para el plano nacional con más razón
para el ámbito mundial. No se trata de diluir responsabilidades en una serie causal
infinita. Cuando se ventilan los atropellos, ilícitos, fraudes a escala mundial las res-
ponsabilidades tienen nombre y apellido. El problema, finalmente, se reduce a una
cuestión de voluntad política.
Para que ello sea posible se requiere de una comprensión estructural de los de-
rechos humanos. Los derechos sociales no son derechos de una naturaleza necesa-
riamente distinta a los llamados derechos civiles y políticos. En otros términos, no
existe una tensión entre libertad e igualdad si se reconoce que ambos valores respon-
den a estructuras diferentes pero complementarias. La libertad es un valor sustan-
tivo, cuya extensión no depende de cómo está distribuido entre diversos individuos,
ni incluye a priori un criterio de distribución. En cambio, la igualdad es en sí misma
un valor adjetivo que se refiere a la distribución de algún otro valor. La igualdad no
es valiosa si no se predica de alguna situación o propiedad que es en sí misma va-
liosa. La satisfacción de necesidades básicas en términos de un acceso igual a los
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I. Presentación
T
res rasgos fundamentales le imprimieron su perfil al longevo régimen autori-
tario mexicano. Un partido hegemónico que se pensó a sí mismo como la des-
embocadura de la Revolución, un Congreso habitado por una supra mayoría
de un solo partido y un “gobierno unificado”, es decir, un gobierno que contaba con
un apoyo “sobrado” en ambas Cámaras. Los tres estaban imbricados, los tres pueden
explicarse por la historia singular que los forjó, pero los tres fueron modificados, de
manera radical, en el último cuarto del siglo XX.
El rastro de esa transformación puede reconstruirse a través de los cambios que
sufrió la Constitución. Porque la llamada carta magna fue impactada por las mu-
taciones que se vivían en la sociedad y en específico en la esfera de la política y al
mismo tiempo modeló e influyó en muchas de esas transformaciones. Se trató de
una espiral de ida y vuelta: la expansión de la pluralidad en la sociedad no cabía
bajo el formato de un sistema de “partido casi único”, lo que demandaba reconocer
y ofrecer cauce a nuevas realidades; y al incorporar a nuevos sujetos al escenario
político-electoral, la correlación de fuerzas en el Congreso paulatinamente se modi-
ficó hasta construir un espacio habitado por un pluralismo equilibrado que a su vez
transformó las rutinas del Legislativo, lo que ha conducido a que México cuente des-
de hace un buen rato (1997) con “gobiernos divididos” o “gobiernos de minoría”.1
(Es decir, cuando el titular del Ejecutivo y su partido —o partidos— no cuentan con
el respaldo mayoritario en las Cámaras del Congreso).
1 Los interesados en el tema pueden consultar el libro de Becerra, Ricardo et al., La mecánica del
josé Woldenberg
Ese trayecto —descrito de manera más que sucinta— reclamó cambios consti-
tucionales y, a la vez, esos cambios modificaron los sistemas de partidos, electoral y
(en menor medida) de gobierno. Eso es lo que pretende ilustrar el presente trabajo.
II. Partidos
La primera ola que desató el movimiento armado de la segunda década del siglo
pasado fue centrífuga. De 1917 a 1929 se multiplicaron los partidos. Los hubo mu-
nicipales, regionales, estatales y por supuesto, nacionales. Pero cada elección, cada
necesidad del hombre fuerte de la región, de los caudillos militares, de las agrupacio-
nes sociales (sindicatos, organizaciones campesinas), ponía en acto un “partido” que
servía como plataforma para contender por los cargos electivos. Muchos resultaron
efímeros y otros lograron una cierta permanencia, los hubo que giraron en torno a
una personalidad y algunos encarnaron proyectos no carentes de ambición. Pero esa
onda centrífuga fue revertida, con muy buenas razones, con la creación del Partido
Nacional Revolucionario (PNR) en 1929.2
El asesinato del presidente electo, Álvaro Obregón, fue el catalizador. La nece-
sidad de fondo era la de construir una institución capaz de procesar las ambiciones
de los grupos militares que habían surgido con el movimiento armado. Recordemos
que cada coyuntura pre-electoral se convertía en el momento en el que los caudillos
militares disputaban en el campo de batalla su supremacía, luego de lo cual forma-
lizaban, en las elecciones, su triunfo. En 1920, los generales de Sonora se levantan
en armas contra Carranza —antes su “Primer Jefe”—, y luego de su asesinato, se
celebran elecciones de las cuales surge triunfador el general Obregón. De cara a
las elecciones que debían celebrarse en 1924, Adolfo de la Huerta se levanta en ar-
mas (1923), contra sus antiguos aliados y luego de ser derrotado, entonces sí se lle-
van a cabo elecciones de las que emerge triunfante Plutarco Elías Calles. En 1927,
los generales Francisco Serrano y Arnulfo Treviño son asesinados al encabezar —o
presuntamente encabezar— un levantamiento abortado, después del cual Álvaro
Obregón es reelecto. Luego del asesinato del presidente electo (Obregón), varios
generales, capitaneados por José Gonzalo Escobar toman las armas y no será sino
hasta que sean derrotados en el campo de batalla, cuando se celebren los comicios
que colocarán en la presidencia a Pascual Ortiz Rubio. Era, por supuesto, un mé-
todo costoso.
En respuesta a esa situación, Plutarco Elías Calles promueve la creación de un
partido encargado de dar cobijo a todas las personalidades, corrientes y partidos
que se reivindiquen a sí mismas como herederas de la Revolución. Se crea así el Par-
tido Nacional Revolucionario (PNR) que significó un salto significativo para dirimir,
por vías pacíficas, las diferencias que pudieran existir entre la coalición gobernante.
2 Se puede consultar el primer capítulo del libro de Garrido, Luis Javier, El partido de la revolución
institucionalizada. Medio siglo de poder político en México. La formación del nuevo Estado, 1928-1945, México,
Siglo XXI, 1991.
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3 Para la reconstrucción de ese proceso se pueden consultar los tres capítulos de Pedro Salmerón
en el libro González Compeán, Miguel y Lomelí, Leonardo (coords.), El Partido de la Revolución. Institu-
ción y conflicto (1928-1999), México, Fondo de Cultura Económica, 2000.
4 Molinar Horcasitas, Juan, El tiempo de la legitimidad. Elecciones, autoritarismo y democracia en México,
Caballito, 1976.
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cenciado José López Portillo, postulado por el PRI, el Partido Popular Socialista y el
Auténtico de la Revolución Mexicana. El PAN —la oposición tradicional— no logra
acordar una candidatura porque en su Convención ninguno de los precandidatos
alcanza el porcentaje de votos necesario para serlo (80%) y el Partido Comunista
Mexicano presenta como candidato al respetado sindicalista Valentín Campa, pero
dicho partido carece de registro. Fue esa situación —un país cruzado por conflictos
sociales y políticos de muy diversa índole frente a un espacio electoral de supuestas
unanimidades— lo que se convirtió en el acicate de una primera reforma política.
Se buscaba tender puentes entre el “México real” —plagado de tensiones— y el
“México institucional”, hasta entonces refractario a la pluralidad.
La reforma política de 1976-1977 tuvo como uno de sus pilares lo que se llamó
la “constitucionalización” de los partidos políticos. A pesar de que el texto de la
Constitución de 1917 establecía una República democrática, representativa y fede-
ral, los partidos no aparecían siquiera mencionados. Fue en 1977 cuando al artícu-
lo 41 se le agregó lo siguiente:
(…) los partidos políticos son entidades de interés público; la ley determinará las for-
mas específicas de su intervención en el proceso electoral.
Los partidos políticos tienen como fin promover la participación del pueblo en la
vida democrática, contribuir a la integración, al ejercicio del poder público, de acuer-
do con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal,
libre secreto y directo.
Los partidos políticos tendrán derecho al uso en forma permanente de los me-
dios de comunicación social, de acuerdo con las formas y procedimientos que esta-
blezca la ley.
En los procesos electorales federales, los partidos políticos nacionales deberán con-
tar, en forma equitativa, con un mínimo de elementos para sus actividades tendientes
a la obtención del sufragio popular.
Los partidos políticos nacionales tendrán derecho a participar en las elecciones
estatales y municipales.
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I. Los partidos políticos son entidades de interés público; la ley determinará las normas
y requisitos para su registro legal, las formas específicas de su intervención en el proce-
so electoral y los derechos, obligaciones y prerrogativas que les corresponden.
…Tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática,
contribuir a la integración de los órganos de representación política y…hacer posible
el acceso (de los ciudadanos) al ejercicio del poder público, de acuerdo con los pro-
gramas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto
y directo, así como las reglas para garantizar la paridad entre los géneros, en candi-
daturas a legisladores federales y locales. Sólo los ciudadanos podrán formar partidos
políticos y afiliarse libre e individualmente a ellos; por tanto, quedan prohibidas la
de México, 2012.
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III. Congreso
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cambio político…, op. cit. Y, por supuesto, también de los textos constitucionales respectivos.
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menos el 25% de los asientos serían ocupados por partidos diferentes al PRI. Era un
nuevo ajuste bajo el impacto de un pluralismo que parecía imparable.
Esa fórmula, sin embargo, nunca se aplicó por completo. Porque en las elec-
ciones de 1994, todavía se mantenían “vivos” 32 senadores electos en 1991 que
finalizarían su encargo en 1997. De todas formas fue un eslabón fundamental en la
transformación política de la llamada Cámara alta. El anuncio indiscutible de que
el destino de la de senadores acabaría por ser similar a la de diputados.
En lo que se refiere a la de diputados, ésta sufrió un nuevo ajuste. Ahora, ya
no se decía que una mayoría relativa de votos se convertía en mayoría absoluta de
escaños, pero la intención y el resultado eran los mismos. Con las nuevas disposicio-
nes, la Constitución establecía que ningún partido podría tener más de 300 dipu-
tados por ambos principios (uninominales y plurinominales), salvo que obtuviera
una votación superior a ese porcentaje y hasta el 63% (artículo 54). Fue la primera
vez en la historia constitucional del país que la llamada carta magna dictó que nin-
gún partido tendría los votos suficientes en la Cámara de Diputados para reformar
por sí mismo la propia Constitución. Aunque, bueno, ya para entonces ningún par-
tido lograba esos porcentajes de votos. No obstante, los partidos asistían al repar-
to de los plurinominales con todo el porcentaje de su votación —independientemen-
te del número de curules que hubieran alcanzado por la vía uninominal—, con lo
cual el efecto compensador de la sobre y subrepresentación se perdía. La fracción III
del artículo 54 establecía: “Al partido político… adicionalmente a las constan-
cias de mayoría relativa que hubieran obtenido sus candidatos, les serán asignados
por el principio de representación proporcional, de acuerdo con su votación nacio-
nal emitida, el número de diputados de su lista regional que le corresponda en cada
circunscripción plurinominal”.
No fue entonces sino hasta la reforma de 1996 cuando se establecieron las re-
glas de integración de ambas Cámaras del Congreso que hasta la fecha subsisten.
Veamos.
En relación con la Cámara de Diputados dos puntos de vista extremos modula-
ron el debate y el diálogo. Quienes insistían en que debería haber algún mecanismo
para que siempre existiera una mayoría absoluta (aunque no tuviese ese porcentaje
de votos) y quienes reclamaban que los votos deberían traducirse de manera exac-
ta en escaños, es decir, que el porcentaje de votos fuera idéntico al de asientos. Al
final, lo que se estableció fue una convención negociada: “en ningún caso, un par-
tido político podrá contar con un número de diputados por ambos principios que
representen un porcentaje del total de la Cámara que exceda en ocho puntos a su
porcentaje de votación nacional emitida” (artículo 54, fracción V). Eso quiere decir
que si un partido logra el 42.2% de los votos (casi) de seguro tendría el 50.2% de
los diputados. Y como desde las elecciones de 1997 ningún partido ha logrado ese
porcentaje de votos, desde entonces la Cámara ha funcionado sin mayoría absoluta.
Un cambio epocal.
Por supuesto, la propia Constitución establece que si un partido obtiene por la
vía uninominal un porcentaje de representantes por encima de ese 8% la regla no
aplica, porque los uninominales son diputaciones en firme. No obstante, como se
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IV. Gobierno
Los cambios en los sistemas de partido y electoral no podían sino impactar al siste-
ma de gobierno. Si bien las normas constitucionales en ese sentido prácticamente
no fueron tocadas en una primera etapa, en los últimos años ha resultado evidente
que no pueden mantenerse intactas. Porque no es lo mismo ser Presidente de la Re-
pública cuando se cuenta con el apoyo ampliamente mayoritario de los diputados
y senadores que cuando no se cuenta, en principio, con él. En 1977, año en que se
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las facultades y obligaciones del Presidente son las siguientes:… XVII. En cualquier
momento, optar por un gobierno de coalición con uno o varios de los partidos políticos
representados en el Congreso de la Unión. El gobierno de coalición se regulará por el
convenio y el programa respectivos, los cuales deberán ser aprobados por mayoría de
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