Diario de Una Bandera
Diario de Una Bandera
Diario de Una Bandera
DIARIO DE UNA
BANDERA 1
Comandante Franco
1.922
1
El libro "Marruecos: Diario de una Bandera", por el Comandante Franco, entonces Jefe de la I Bandera de la Legión, y
prologado por el Teniente Coronel Millán Astray, fue publicado en 1922. Reeditado en 1938 y 1956; esta última, con
prólogo de D. Manuel Aznar (“Evocaciones y Recuerdos”), se volvió a Publicar en 1976 por Editorial Doncel. El
Coronel Gárate Córdoba redactó una crítica que se incluye en el número 40 de la Revista de Historia Militar, del
Servicio Histórico Militar; es un número especial subtitulado "Francisco Franco, escritor militar". Ya en el siglo XXI,
este Diario, en formato electrónico, se puede encontrar en http://personales.com/espana/granada/bandera.
La obra recoge hechos habidos entre octubre de 1920 y abril de 1922. Para su mejor comprensión, se propone al lector
estudiar los hechos y circunstancias de la desastrosa derrota de Annual, en el verano de 1921, y las acciones que le
siguieron.
ESTE libro --DIARIO DE UNA BANDERA--, publicado en su primera edición el año 1922, no
responde a ningún esquema literario. Su autor, el Comandante de Infantería don Francisco Franco
Bahamonde, declara sin rodeos que se ha limitado a recoger «el conciso y verídico relato del
historial de una BANDERA»; y añade: «a la que el destino brindó el honor de derramar repetida-
mente su sangre por España». En estas palabras, que tampoco obedecen a estímulos literarios, re-
side el secreto de las páginas que el Comandante Franco escribió hace treinta y cuatro años. Se
trata, en efecto, de un breve historial que, sin afectación mi aspavientos, encierra dentro de sí toda
una interpretación del honor español. Pero no sólo del honor, sino de su eficaz aplicación al
servicio de España. Importa sobremanera la honra, pero bien está que nos esforcemos en acompa-
ñarla con los laureles del triunfo.
A las dos soluciones decisivas que se planteó Méndez Núñez -- barcos sin honra v honra sin
barcos--, vale la pena de añadir una tercera que consiste en guardar o conquistar honra y barcos a
un mismo tiempo.
Un corresponsal -- Tomás Borrás-- escribía desde Marruecos, el año 1921: «España tiene ham-
bre de acierto.» La oficialidad que en el Ejército de África se iba creando representaba
precisamente eso: un fervoroso propósito de unir inseparablemente los ideales del honor con las
fecundas retribuciones del acierto. Clamaban por la obra bien hecha que asegura la victoria.
Entre aquella juvenil y brillantísima generación de jefes y oficiales comenzaba a elevarse la
personalidad del Comandante Franco, que había sido teniente y capitán en las tropas indígenas, y
después fue comandante de la Primera Bandera de la Legión.
En el DIARIO DE UNA BANDERA la narración es muy escueta. Tanto, que a veces parece
fría. Por ejemplo: durante el primer Combate de Taxuda ( 10 de octubre de 1921) cae muerto el
ayudante de Franco. El DIARIO registrará el hecho del modo siguiente: «En estos momentos cae
con la cabeza atravesada mi fiel ayudante. El plomo enemigo le ha herido mortalmente. Desde la
guerrilla, dos soldados conducen su cuerpo inanimado. Con dolor veo separarse de mi lado para
siempre al fiel y querido Barón de Misena.» Y ésta es una de las contadas ocasiones en que al
autor se extravasa y desborda un poco la pluma, porque, de ordinario, sus comentarios a la muerte
circunvagante son mucho más lacónicos. Véase: «el capitán Cobas, de la Legión, cae herido muy
grave.» «No es nada --nos dice --. Un balazo en el vientre. ¡Pobre as de las ametralladoras! La
herida le había de causar la muerte.» O bien: «De las peñas bajan a un oficial muerto; es el
Dura disciplina la del sacrificio del corazón, pero el Comandante Franco gana esa batalla sobre sí
mismo.
Desfilan en los diarios apuntes los combates de las cercanías de Melilla, los de Sebt, Atlaten,
Taxuda, Ras--Medua, Tuguntz, Tikermin, Dríus y otros más; toda aquella campaña inolvidable. El
comandante de la Primera Bandera apenas habla de sí mismo. No redacta el DIARIO para
alabarse diciendo maravillas de su mando, sino para mostrar con inmarcesible ejemplo, como han
de ser las fuerzas espirituales que salvarán a España.
Un día -- aún me parece estarlo viendo-- sucedió que «el coeficiente moral» de algunas tropas peninsulares «fue
sobrepasado»...
El lector y yo haremos un pequeño alto en esta frase.
Recuerdo que, durante la primera guerra mundial, el Alto Mando alemán, obligado a declarar
una importante retirada de sus Ejércitos (más de cien kilómetros de profundidad sobre un frente
de cuatrocientos), compuso esta evasiva literaria para el comunicado oficial:
«Nuestras tropas han llevado a cabo un movimiento elástico hacia la retaguardia.»
El subterfugio no carecía de elegancia; y, en fin de cuentas, todo el mundo entendió lo que Ludendorff
quería decir.
La fórmula de caballeroso disimulo que emplea nuestro comandante legionario para darnos a
entender algunas cosas que ocurrieron en Taxuda es más delicada y más sutil.
El 10 de octubre de 1921, «glorioso en la historia de la Legión», salieron de Melilla varias co-
lumnas para ocupar las crestas del monte Gurugú. Pero antes, «la columna Sanjurjo, saliendo de
Segangan, debía cortar al enemigo el paso de Taxuda».
«En la oscuridad de la noche, y en el mavor silencio, se concentra la columna en las huertas de
Segangan, y media hora más tarde la vanguardia se reunía delante del blocao de Atlaten.»
«LO ESTRECHO del camino y la oscuridad de la noche retrasan un poco la llegada de las bate-
rías. Ya el sol lucía cuando, establecidas éstas, el Coronel Castro nos ordena el avance. El general
Sanjurjo, con su típico pijama a rayas, presencia a caballo el desfile de las fuerzas.»
«La Legión avanza en doble columna. Las Banderas marchan inmediatas. Sus vanguardias han
desplegado, y muy alto se siente el maullido de las primeras balas.»
Se entabla el combate que, en el transcurso de la mañana, irá endureciéndose. Hay «numeroso
«Al pie del cortado de la izquierda, y a cubierto de los fuegos enen1igos, un Capellán auxilia a
los heridos. A su lado se detienen breves 1nomentos las camillas, y se agrupan los guerreros
ensangrentados que reciben la absolución, mientras los camilleros legionarios, rígidos y
descubiertos, contemplan el emocionante cuadro.»
De pronto, la jarka hostil inicia un movimiento envolvente sobre el flanco izquierdo.
Aprovechando unas barrancadas que permiten a las guerrillas de tiradores moros filtrarse sin ser
vistas, tratan de provocar una grave sorpresa. Confían en desconcertar a unas tropas que llevan
muchas horas de asperísimo combate. Si se logra producir una flexión brusca del ala izquierda, se
correrán los atacantes hacia la retaguardia española, y acaso lleguen a forzar el desplome
completo de nuestra línea. Esto podría engendrar consecuencias desastrosas para toda la columna
mandada por Sanjurjo. Es jefe de la vanguardia el coronel Castro Girona. En esa vanguardia está,
como cifra de las mejores esperanzas, el Comandante Franco Bahamonde.
« Unos jarqueños -- dice el DIARIO-- que se han corrido por la izquierda disparan varios tiros
desde retaguardia. Dos soldados son heridos en los sostenes. Esto produce cierta confusión entre
las reservas. Al mismo tiempo, el enemigo, concentrado en las barrancadas del frente, efectúa una
enérgica reacción sobre nuestras posiciones. Las compañías de la izquierda ven aparecer, de pron-
to, a pocos metros, las cabezas enemigas. Con gran arrojo nos atacan por todos lados. El coefi-
ciente moral de las tropas peninsulares es sobrepasado, y el frente de la izquierda vacila en algunos
puntos.»
La pluma del comandante añade:
«Los momentos son de gran emoción. En los puntos amenazados volcamos nuestros hombres y
nuestro espíritu: Los sostenes de las unidades de legionarios acuden al lugar en peligro y acometen
al enemigo. Los acemileros de nuestras compañías, de ametralladoras y del tren de combate,
abandonando sus mulos, se suman a la reacción, y el ataque es rechazado en todo el frente.»
Así durante todo el día, hasta que pasadas las horas del anochecer regresa la Bandera al cam-
pamento.
«Nuestras bajas --es decir, las legionarias-- han sido veinticinco muertos y noventa y un he-
ridos.»
En esto de subrayar realidades de España es útil, muchas veces, repasar textos extranjeros; y
así creo que fue Stendhal quien dijo que « el pueblo español ignora toda una serie de pequeñas
verdades, pero conoce profundamente las grandes, y tiene carácter e inteligencia suficientes para
atenerse a sus últimas consecuencias».
¡Las últimas consecuencias! Hubiera sido muy sencillo y muy cómodo para nuestros militares de
Marruecos ceder, siquiera fuese un poco, a las corruptoras voces que les llegaban, atenuar su
propio ímpetu, escatimar heroísmos y disimular deberes; pero no hicieron tal porque tenían com-
prometido su espíritu «hasta las últimas consecuencias». Millones de españoles no supieron
comprenderlo entonces; muchos son los que tampoco después han querido entenderlo. Y todavía
queda por esos andurriales del mundo, pudriéndose en vida, tal cual sujeto de baja condición que
continúa, erre que erre, la obra de difamación antiespañola y antimilitar a que siempre vivió en-
tregado. Que Dios y España le perdonen, y el pueblo español lo recuerde.
En Marruecos, como antes en Cuba y en Filipinas, y, por supuesto, en toda su gesta exterior,
americana, europea o africana, el Ejército español, con sus grandezas y sus servidumbres, sus
excelencias y sus flaquezas, ha sido la expresión colectiva más fuerte y cabal de nuestro pueblo, la
cifra más alta de nuestro ser nacional. Y es esa misma representación suprema del espíritu de
España la que le ha convertido en blanco favorito de las ajenas bellaquerías y de las traiciones
interiores.
Con el largo sacrificio de los capitanes de España en las guerras de Cuba habría para colmar
Momentos hubo en que se pensó en disolver aquel Ejército, en crear una simple fuerza merce-
naria, separada de las raíces nacionales, llamada a extinguirse y a morir, como una caravana de
aventureros, en los barrancos africanos. El Comandante Franco siente que otra vez le asoma a los
ojos la frialdad de una patriótica ira, pero, sin perder su medida y su compostura, comenta:
«En nuestra vida de Xauen nos llegan los ecos de España; y vemos el apartamiento del país de
la acción del Protectorado, y la indiferencia con que se miran la actuación y el sacrificio del Ejér-
cito; de esta oficialidad abnegada que un día y otro paga su tributo de sangre entre los ardientes
peñascales.»
Como la Revista de Infantería recogiera algunos de los extravagantes proyectos militares a que
acabamos de aludir, y esos proyectos equivaliesen al intento de aniquilar los mejores ímpetus de
nuestras Instituciones castrenses, el Comandante Franco prepara unas cuartillas que en el
2
El Sr. AZNAR se refiere al artículo “El Mérito en Campaña”, inédito hasta su publicación en
número 40 de la Revista de Historia Militar, 1976.
El Diario de una Bandera Página 12 de 128
iba al frente.
«--Por mi rastro vienen los españoles --comentó “el viejo" hablando con mi padre.
» Alejóse el caudillo dominicano no más de tres o cuatro kilómetros y acampó --en un potrero
muy conocido.
»--Puede usted decir al general... X, que he estado aquí. No pase cuidado, que no lo tomaré a
mal. Y a verá como esta vez no hay combate.
»Llegó, en efecto, muy a poco, el general en cuestión, con una columna fuerte, aunque fatigada.
Los primeros soldados entraban en el batey del Ingenio cuando los últimos caballos de Máximo
Gómez se internaban en el cercano potrero.
»EI general interrogó:
»--¿Ha estado por aquí Máximo Gómez?
»--Por aquí ha pasado, en efecto, y no debe de andar muy lejos.
»El General meditó un instante, y decidió:
»--Estoy seguro de que le tengo muy cerca; pero, ¡mire!; voy a cansar más a mis soldados; me
expongo a sufrir unas cuantas bajas, y a ese zorro no le veré ni la cola. De modo que, vamos a
descansar, y sea lo que Dios quiera.» .
Aquel general era, sin duda, un hombre de honor, un soldado generoso y valiente, capaz de he-
roísmo, pero le faltaban el afán de acierto y la voluntad de vencer.
Con nuestra gran generación de capitanes africanos, es decir, con esta que desfila por las pági-
nas del DIARIO, ese «vamos a descansar» hubiera sido absolutamente imposible.
HE QUERIDO DAR a entender algo de lo que, a juicio mío, podemos leer entre las líneas del
DIARIO. ¡Ojalá lo haya logrado!
Se ha dicho que es característico de la política española crecerse en los momentos de dificultad
y abandonarse en los normales, sin meditar que del abandono en las horas de normalidad suele
venir que sean muy sangrientos, y frecuentemente inútiles, los desesperados recrecimientos de los
días difíciles. . .
El Comandante Franco Bahamonde, como Jefe de la Primera Bandera, cuidó de no
abandonarse jamás; y no alcanzábamos a saber si vivía incesantemente en trance de normal
dificultada o permanentemente en espíritu de difícil normalidad.
3
El DIARIO fue publicado en 1922. El SR. AZNAR se refiere al Movimiento de 1936.
MANUEL AZNAR
Madrid, julio de 1956.
EL MÉRITO EN CAMPAÑA
Por el Comandante FRANCO
En nuestra vida en Xauen nos llegan los ecos de España; el apartamiento del
país de la acción del Protectorado y la indiferencia con que se mira la actuación, y
sacrificio del Ejército, y de una oficialidad abnegada que un día y otro paga su
tributo de sangre entre los ardientes peñascales.
¡ Cuánta indiferencia! Así vemos disminuir poco a poco la interior satisfacción de
una oficialidad, que en época no lejana se disputaba los puestos de las unidades de
choque.
Llega en estos días nuestra Revista5 profesional con proyectos ideológicos de
organización de este Ejército, sobre la base de una oficialidad colonial; esto es,
“sentencia a los de África de no regresar a España”, privar al Ejército peninsular
de su mejor escuela práctica y seguridad en la oficialidad de la Península de no
venir a Marruecos. La lectura de estos estudios y la peligrosísima decadencia del
entusiasmo militar me dictó entonces las siguientes líneas, que remitidas a nuestra
Revista profesional no llegaron a ver la luz; no obstante la buena acogida que
tuvieron por parte de su Director, a quien debo por ello gratitud. Fueron escritas en
Xauen, el mes de julio del pasado año, y decían así 6:
Constantemente es debatida por los infantes la solución que debe darse a los problemas del
Ejército de África, y en las páginas de esta Revista, se publicaron trabajos encaminados a
resolverlos, sin que 1a buena voluntad de los autores acertase con una solución en armonía con
la futura vida de nuestro Protectorado y no tendiese a destruir el espíritu militar y, como
consecuencia, la buena marcha de nuestra acción.
No pretendo yo resolver estos problemas, pues su solución se encuentra en lo ya
constituido y en las personas que con prestigios justos y autoridad en el Protectorado
encaminan éste a un rápido y definitivo término; mi deseo es sólo presentar a los infantes
el peligro que encierra para el Ejército y para la acción militar, el querer solucionar estos
problemas a distancia, sin que en la balanza, llamada de la Justicia, se sepan pesar las
penalidades y sufrimientos de una campaña ingrata y el gran número de oficiales que
gloriosamente mueren por la Patria acrecentando con su comportamiento las glorias de la
Infantería. ¡«Ellos son» los que hacen Patria!
4
Publicado en el número 40 de la Revista de Historia Militar. 1976.
5
La Revista de Tropas Coloniales.
6
Diario de Una Bandera, 1ª edición. Pág. 4, Madrid. 1922. El Desastre de Anual sucedió en julio
de 1921.
ÍNDICE
I. La organización
II. De Riffien a Uad-Lau
III. Seis meses en Uad-Lau
IV. Operaciones en Gomara
V. A Xauen
VI. Operaciones en Beni-Lait
VII. En territorio de Larache
VIII. Camino de Melilla
I. La llegada
II. Los primeros días
III. Sidi Amarán, Frajana y convoyes...
IV. Los blocaos
V. A Tizza y Casabona
VI. Nador y Tahuima
VII. Sebt y Ulad-Dau
VIII. Atlaten
IX. Taxuda 1º. (Gurugú)
X. Zeluán y Monte Arruit
XI. Taxuda 2º. (Esponja)
XII. Sebt-Tazarut y Río de Oro
XIII. Uisan y Ras Medúa
XIV. Tauriat-Hamed, Harcha, Tauriat-Zag
XV. Ras Tikermin
XVI. Operaciones sobre Drius
XVII. En Drius
XVIII. Ambar y Tuguntz
XIX. Chemorra, Dar Quebdani, Tahuima. En el Peñón
XX. Consideraciones generales
XXI. Infantes heroicos
Estos son los futuros legionarios; muchos de ellos han escrito con su sangre las páginas de
este libro y yo les contemplo con la simpatía de los que van a encaminar sus vidas juntos.
Al llegar a Ceuta, una gasolinera se acerca rápida; en ella se distingue la silueta de nuestro
Teniente Coronel Millán Astray, que, con gesto enérgico, agita su gorro en el aire; en el muelle
nos abrazamos ¡Ya estamos juntos! Allí está el Jefe, y en el barco llega el material para la obra.
Los futuros soldados le miran fijos, parecen sentir sus palabras, y en algunos de los ojos de
aquellos curtidos rostros se ve brillar la emoción; pero aún es tiempo, con una sola palabra
pueden volver a sus puntos de origen; les basta con decir al médico que les duele la garganta,
cuando les pasen el último y definitivo reconocimiento. No es necesario; en forma solemne y con
las gorras y sombreros en alto, juran morir por la Legión.
Salen de filas los extranjeros; entre ellos se adelanta un alemán, antiguo oficial de la
Guardia; otro italiano, aviador en su país, dos franceses, cuatro portugueses y un maltés; todos
ellos con acento firme y en voz alta responden a las preguntas que les dirige el Jefe; avanzan
luego los que han servido en el Ejército con anterioridad; guardias civiles y carabineros
licenciados, antiguos soldados y clases del Ejército, el militar de profesión, el que sólo ha nacido
para ser soldado.
Entre ellos se distingue, por su interés en quedarse, un joven de aspecto enfermizo cuyos
ojos lloran:
-¡Señor, déjeme ser legionario! -dice suplicante-, que yo le prometo ser muy buen soldado.
Mire usted que es una penitencia.
Y refiere cómo abandonó el convento en que iba a hacer sus votos atraído por el mundo,
luego arrepentido quiso volver a él, y el Prior le puso, como penitencia para recibirle, que
probase su vocación sirviendo como voluntario en la Legión Extranjera; si pasados cuatro años
seguía con este pensamiento, podría reingresar en el convento.
El Jefe le mira, hubiera querido complacerle, pero su aspecto es tan débil que no podría
resistir la vida de la Legión. No es posible, volverán a sus hogares. Los declarados útiles entran
de lleno en la vida del cuartel.
El 16 de octubre se ordena marchen a Riffien las tres primeras compañías organizadas, que
pasan a constituir la primera Bandera de la Legión. Este lugar ha de ser en lo sucesivo cuartel
de legionarios.
Un grupo de cuarenta de estos soldados reciben orden para salir como acemileros a las
operaciones de Xauen; los compañeros les ven marchar con sana envidia; todos ansían la
ocasión de demostrar sus entusiasmos; y aquellos, felices, alcanzan el honor.
La novela de la Legión empieza a tejerse. La vida ha reunido en sus filas hombres tan
distintos que, perdidas en el mundo sus vidas, hoy se relacionan y unen; aquí se encuentran
hermanos separados desde hace muchos años; cada día que pasa salen a la luz más detalles
de su interesante historia. Hoy es un legionario de edad madura y aspecto de hombre cansado
el que cruza la calle; lleva la cabeza alta como los legionarios, pero su paso es algo perezoso, la
plata de los años blanquea sobre sus sienes y salpica su barba descuidada; al pasar ante un
oficial del Ejército, levanta su brazo para saludarle; el oficial se detiene se miran unos segundos
y se abrazan llorando... Este oficial era su hijo... ¡Por qué distintos caminos les empujó la vida!
Otro día es el Teniente Coronel el que nos relata una anécdota de un legionario. En la
puerta de su casa, un soldado alto, de barba rubia y rostro curtido, con aspecto de hombre de
mar, permanece firme; con su mano derecha suspende un enorme pescado: "Mi teniente
coronel -dice-, me he pasado la noche pescando este pescado para usía y aquí se lo traigo.'' Lo
que había cogido por la noche era una "merluza" que aún le duraba y había pernoctado fuera del
campamento.
En la vida del cuartel se registran sucedidos curiosos; soldados que al ir a cobrar las sobras
se olvidan del nombre que han dado al filiarse y tienen que acudir a mirar una nota escrita que
llevan en el bolsillo. Otro legionario llega retrasado cuando se pagan las sobras (recibe este
nombre el dinero que diariamente recibe en mano el soldado), se presenta al oficial y éste le
pregunta: ¿qué quieres, las sobras? -Lo que deseo es lo lícito, no quiero sobras, contesta el
Así se van sucediendo mil episodios de la vida de estos hombres que bajo las Banderas de
la Legión se sienten caballeros.
Las unidades esperan formadas en orden de parada; un cornetín señala con sus notas
agudas la llegada del visitante, suenan la Marcha Real inglesa y española y los legionarios
firmes, inmóviles, como estatuas, se presentan en su primera revista. La música interpreta el
Tipperary y con la alegre marcha inglesa revista la fuerza, seguido de nuestro Teniente Coronel,
el veterano General de los campos de Europa.
Momentos después desfilan los legionarios. Es la primera vez que marchan reunidos;
contados fueron sus días de instrucción; pero sus espíritus despiertos lo hacen todo, y poniendo
sobre el hombro las armas, marchan con la gallardía y soltura de viejos soldados. La felicitación
del general inglés fue el más alto honor para nosotros. Se iba satisfecho de su visita; el tiempo
vino a ratificarlo; recientes están aún sus palabras en la prensa inglesa en defensa de la Legión
Extranjera española, que conoció en sus albores.
Unos días después y en el llano del Tarajal se celebra la Jura de la Bandera de los
legionarios alistados. A la hora señalada concurren en el llano las tres primeras Banderas en
organización, y formados en tres extensas líneas, presentan las armas al paso de la sagrada
Bandera; el Teniente Coronel les dirige breves palabras y les toma el juramento de fidelidad; a
sus frases responden los legionarios con el gorro en alto jurando morir por la Legión, y besando
la sagrada enseña desfilan marciales oficiales y soldados.
A los acordes de la Marcha Real se aleja por la carretera la Bandera en que prestaron su
juramento los soldados, la vemos alejarse con emoción pero sin pena, ¡no es nuestra propia
Bandera, que aún tenemos que ganar...!
En la extensa explanada, al ruido del trajineo, se mezclan las órdenes y voces de mando.
La llegada del nuevo ganado viene a aumentar el trabajo, se nombran los nuevos acemileros,
se recoge el material y ultiman las disposiciones para la próxima partida.
El toque de silencio no pone fin al trabajo en esta noche; la luz de los faroles se ve ir y
venir, y mientras la tropa, rendida, se entrega al descanso, siguen los oficiales y clases su
tarea. Es ya muy tarde cuando el campamento duerme.
El amanecer del nuevo día coge a los legionarios levantados y la Babel del campamento
se pone en movimiento, nadie está ocioso, todos trabajan para preparar la salida; una
caravana de moros sube la calle principal del campamento; les conduce un oficial de policía;
son los indígenas que han de ayudar a llevar la impedimenta.
Al toque de corneta forman las unidades, llega la hora de partida y a los compases de las
cornetas desfilan los legionarios por la calle del poblado; detrás, perezosamente, marchan los
mulos de la impedimenta.
La marcha se hace sin incidentes, la tropa camina a buen paso, las canciones se elevan
de entre las filas y con los cantos regionales alternan algunas de las canciones legionarias, las
canciones de los soldados, las que ellos mismos han compuesto.
El sol se pone cuando damos vista al poblado del Rincón, término de la marcha. A la
derecha de la carretera, las lagunas del Sir relucen como un lado de plata bajo los negros
crestones de la sierra de Antera, y en la rinconada formada por el cabo Negro, inmediatas a la
playa, blanquean las casas del poblado muerto, al reducir su guarnición se acabó el tráfico que
a su calor VIVIR y las cantinas, con sus grandes letreros, permanecen cerradas. Este es el fin
de muchos de los lugares donde se estabilizan las columnas; a su abrigo se van formando
pueblos que luego languidecen y casi mueren al alejarse los soldados.
Sólo detrás, en la retaguardia, se escuchan los juramentos de los acemileros en lucha con
los mulos. Varias cargas tiradas por tierra retienen a su inmediación a los soldados de la
retaguardia con su oficial, servicio éste de lo más penoso en campaña; no ha de dejar nada
tras de sí, debe entrar el último en el vivac. Así llega, ya entrada la noche, al campamento, en
busca del merecido descanso, la sufrida sección de este servicio.
AL DÍA SIGUIENTE se reanuda la marcha a Tetuán. Raya el alba cuando se alinea, sobre
la carretera polvorienta, la Bandera con su impedimenta, y pronto se rompe la marcha en
Un grito de alegría parte de la vanguardia, ¡Ya se ve Tetuán!, las siluetas de sus torres se
dibujan en el horizonte y el griterío recorre las filas; al final de las huertas, majestuosa Y
blanca, se alza la ciudad; la alcazaba destaca sus murallones ocres sobre las albas casas y a
su píe, como ropa tendida, blanquean las sepulturas y azulejos de los cementerios.
Las huertas de la vega han recobrado su antigua paz; la guerra se ha alejado de aquellos
lugares y sus torres blancas y cerradas sirven de recreo a los ricos de la ciudad, a cuyos
muros nos aproximamos.
Por esta puerta, entran en la ciudad gentes del campo: moras sucias y desgreñadas,
cargadas con haces de leña; burros enanos que se tambalean con su pesada carga y moritos
chicos de caras sucias, que miran con curiosidad a los nuevos soldados, -¡Paisa, trai pirra! -es
su saludo favorito, y algunos espléndidos les arrojan alguna moneda que se disputan, mientras
otros, más prácticos, les contestan con dichos y bromas.
Después de un pequeño alto, desfilan por la plaza de España, ante nuestro general en
jefe, los legionarios; la gente se apiña a su paso. Y es ante el desfile de estos recios soldados
cuando se sienten las grandezas de la raza.
El sol se pone cuando se trata de establecer el vivac, pero los acemileros y moros no
aparecen, se han perdido de vista; sin duda, han tomado otro camino Y les habrá sorprendido
la caída de la tarde; se sube a las alturas, se mira el horizonte, pero la noche va tendiendo su
velo, las sombras se confunden, el vivac se establece y el convoy no llega.
Aunque la región está pacificada, se hace necesario buscar la impedimenta, saber donde
acampan, y varios policías salen en busca de la unidad perdida.
El alférez Montero manda el convoy; son sus primeros pasos en África. La noche cierra y
todos pensamos en la papeleta del joven alférez perdido durante su primera noche en los
montes africanos.
La ausencia del convoy nos priva de los víveres e impedimenta, pero unos mulos que,
rezagados en la marcha, siguieron nuestro camino, nos permiten condimentar una sopa, y en
el poblado cercano se compra un toro para preparar un asado; esta es la comida improvisada
del soldado. Nuestro menú no tiene variación del anterior y con la sopa tomamos unos trozos
de solomillo asado que saben a lamparilla de iglesia y que en aquellos momentos nos parecen
sabrosísimos.
Al acostarnos aquella noche, sin mantas, sobre la dura lona de las camillas, nos hacemos
todos la misma pregunta: ¿qué será del convoy? ¿qué hará Monterito?
Antes de emprender la marcha hacia Misa, mandamos por nuestra derecha en busca del
convoy, que se nos une al poco tiempo. Llegan rotos y negros, como si hubiesen pasado la
noche entre carbón. Unos y otros se miran y ríen entre bromas y chascarrillos.
Les sorprendió la noche, los guías les habían llevado por otro camino y al notar que el sol
se ponía sin ver venir a la columna, quiso Montero buscar un sitio a propósito para el vivac, y
en una calva del monte se estableció sin notar que ocupaba una parcela quemada que fue lo
que les tiznó cual carboneros. La noche la pasaron en silencio profundo, temiendo ser
sorprendidos; desconocían la fidelidad de los moros de estos aduares y por esto callaron
cuando se oían llamar por los indígenas que pasaron a muy pocos pasos de ellos. ¡Ia montiru!,
acemileros, creían entender. Por esto no durmieron aquella noche.
En este valle y a la orilla del mar establecemos nuestro campamento; el martilleo de los
pequeños mazos sobre los piquetes se hace sentir y, simétricas, se van alzando las lonas kaki
de las tiendas individuales; delante, en las tiendas de los oficiales, ondean, con vivos colores,
los banderines de las compañías.
El cielo está nublado, la tormenta se avecina y en pocos minutos una lluvia torrencial hace
correr a los soldados a guarecerse bajo las lonas, otros, más prácticos, se instalan en los
cafetines morunos, que ganan en unas horas lo que no han ganado en muchos meses. Allí
sirven la pequeña sardina a la usanza del país, que salan y asan sobre las brasas; sardinas
que, con el consabido té moruno, nos compensan de la vigilia de la noche anterior.
La lluvia pasa pronto y los legionarios empiezan los juegos. En la plaza corre el balón y,
entre bromas y canciones, pasa la tarde.
El sol se pone, las cornetas rasgan el espacio, suena la oración, los soldados, firmes,
saludan en silencio y en estos instantes de mudez y recogimiento parece que como un
torbellino recorre el pensamiento la ola del recuerdo.
Remontando los últimos montes damos vista al alegre valle del Lau, donde se asienta
nuestro futuro campamento; la presencia del mar alegra el paisaje, y libres de la lluvia,
descendemos por el pendiente y pedregoso camino de los aduares. Hay trozos en que los
peñascos, formando grandes escalones, hacen el paso peligroso, pero nuestros caballos,
entre equilibrios y resbalones, llegan al fondo de la barrancada por donde hemos de seguir la
marcha, A derecha e izquierda, las laderas cubiertas del espeso bosque impiden todo flanqueo
y ofrecen el lugar más apropiado para la emboscada; a la salida de esta larga cañada, el
camino se ensancha siguiendo fácil hasta el campamento.
Unas descargas de los Regulares anuncian la llegada, las cornetas baten marcha y, en
correcta formación, hacemos nuestra entrada; en la plazoleta nos esperan los oficiales, que
nos abrazan con el cariño de hermanos, hermandad que habíamos de confirmar un día en el
combate.
III
Seis meses en Uad- Lau
Antes de amanecer han salido los Regulares; la Bandera queda guarneciendo el puesto
días antes ocupado por un tabor y dos compañías de infantería. El campo está en aparente
paz y podrán completar su instrucción nuestros soldados.
En contados días, al descuido en limpieza de los indígenas, sustituye una era de policía;
el zoco de cafetines y sus mugrientas tiendas se aleja a retaguardia, y las explanadas y
calles del campamento brillan bajo el sol. La limpieza y policía es la característica de los
campamentos legionarios.
La posición se encuentra situada a dos kilómetros de la playa, sobre una pequeña altura
que avanza en el valle, en cuyo fondo corren las plateadas aguas del Lau; al sur, los montes
de Gomara cierran el horizonte con su negro macizo; al oeste, entre las cresterías de la
sierra de Beni Hassan, blanquea la cumbre elevada del famoso Kelti, y, cerrando el valle,
como guardián de la puerta del desfiladero a Xauen, en una pequeña colina, se distinguen
las tiendas de campaña de un campamento español. Hacia la playa, las verdes manchas de
las chumberas que rodean los aduares ponen una nota de color en la monotonía de las
tierras labradas, pero las cruza un estrecho camino que muere en la costa junto al bosque
de olivos del cementerio moro.
LA VIDA EN Uad-Lau es de gran actividad; la proximidad del río permite que después
del desayuno atiendan los soldados a su limpieza.
La vida militar de los Oficiales no acaba aquí; la administración de las unidades requiere
tiempo y como las prácticas militares ocupan el día, durante la noche trabaja el Capitán,
ayudado por sus oficiales o reparte los haberes a la tropa.
Algunos días, a estas horas de la noche, se reúnen los Oficiales y se ofrecen esas
sencillas explicaciones sobre la guerra de Marruecos y la adaptación a ella de nuestros
reglamentos, dictando normas para las prácticas de días sucesivos; pero se acaba pronto;
otro día se seguirá, que bien merecido tienen el descanso
Entre los boxeadores ocupa un buen lugar el descuidado William Brown, negro
norteamericano, que ya es conocido por sus puños en los poblados cercanos; en sus
paseos, los primeros días, los indígenas le creían moro, pero él, haciendo uso de su práctica
en el boxeo, les hacía ver su origen norteamericano; su abandono en el vestir es
característico y nadie conoce a William más que sucio y derrotado.
Gamoneda, el notable clown “Kuku” de los circos españoles, entretiene a los otros con
sus chistes y ocurrencias.
Un legionario, en los descansos, ofrece cinco duros al que le venza en lucha; otro,
desafía en ejercicios de fuerza a distintos compañeros, y los días transcurren lentos y
tranquilos.
UN PEQUEÑO barco hace la travesía a Ceuta y es el portador del convoy y del correo;
sus visitas se ven limitadas por los constantes temporales y la falta de embarcadero; su
llegada lleva de paseo hacia la playa a muchos soldados; una veintena de hombres se
desnuda para efectuar las faenas de la descarga; el oleaje les moja hasta la mitad del
pecho; pero, incansables, siguen su tarea durante varias horas.
La llegada del cartero con los encargos ha llevado también hacia la playa a muchos
oficiales; allí les reparten la esperada correspondencia y sentados sobre la arena, leyendo
sus cartas, sienten pasar esos momentos de melancolía que engendra el recuerdo.
Al saludo e invitación hecha por nuestra estación radiográfica, responde el barco con
otro saludo; el comandante y varios oficiales bajarán a visitarnos.
En la explanada principal esperan formados los legionarios, que son revistados por
nuestros visitantes; después de la revista, la Bandera efectúa algunas evoluciones; las
ametralladoras, con rapidez y precisión, ejecutan un breve ejercicio de tiro y, rotas las filas,
LA VIDA EN Uad-Lau tiene pocas distracciones, y sólo en los paseos hacia la playa, la
presencia, alrededor de los pozos, de las moras de los poblados, pone una nota alegre en la
calma de la tarde. Los legionarios toman estos lugares como paseo favorito, y al caer el día
son muchos los que se encaminan hacia la costa donde la vista se recrea con la presencia
de moritas jóvenes que, ante la aparición de algún moro, aparentan huir como pajarillos
asustados por la presencia del cristiano; algunos decididos las cortejan y los añosos olivos
del bosque sagrado han sido muchas veces mudos testigos de la galantería legionaria.
LAS RIÑAS no existen y los que pretenden reñir son separados por sus compañeros y
llevados a presencia del oficial, que, entregándoles los guantes de boxeo, les permite que
diriman sus querellas entre las bromas de los camaradas, desahogados los nervios y
reconociendo su falta, acaban dándose la mano y, amigos, se separan.
Llegamos al puesto del disparo. El cabo explica cómo el centinela, medroso, disparó su
arma, creyendo ver algo, y para que el caso no se repita se le ordena dejar el fusil y que,
armado de machete, lleve a la orilla del río un pequeño cajón, que recogerá la descubierta al
día siguiente.
En la oscuridad de la noche vemos perderse la sombra del centinela; más tarde, el ruido
de un disparo en dirección al río pone al puesto en marcha hacia allí, A los pocos pasos
aparece el soldado que, libre del peso, regresa a seguir su servicio. Al día siguiente, el cajón
estaba en la orilla del río.
El día de Nochebuena se celebró con espléndida cena por los legionarios; el vino corre
y, entre cantos y alegrías, pasan hermanados la fiesta de Pascua.
Los alemanes han pedido autorización para reunirse, y un árbol de Noel, con sus
múltiples luces, señala el sitio de su fiesta. Los oficiales les colgamos de las ramas botellas
de cerveza alemana y ellos, afectuosos, nos brindan con canciones de su país, y al entonar
su canción de guerra, las frentes se entristecen y vemos llorar los ojos de un viejo veterano.
Unos días más tarde, otro legionario, Marcelino Maquivar, salva de la muerte en el río,
con exposición de su vida, a dos moras enemigas que arrastraba la corriente.
El herido fue trasladado al hospitalillo donde, después de una dolorosa cura, preguntaba
preocupado si su comandante le perdonaría por encontrarse arrestado.
A su lado permanece el viejo cabo practicante Monsieur Colbert: “Cugagás -le dice- le
comandant a donné son pardón”, y con amorosa solicitud le cuida como a un hijo. Este es el
viejo Colbert, uno de los más extravagantes tipos legionarios. Cuenta fantásticas historias de
su esplendor pasado y se llama a sí mismo el Doctor Colbert, cuyo nombre explota para sus
conquistas amorosas.
Al campamento llega la noticia de que el coronel Castro Girona vendrá pronto a Uad-
Lau y, en espera del avance que tarda, se nos hacen interminables los primeros días del
mes de abril.
Las compañías empiezan sus preparativos para la próxima salida. Los seis meses de
estancia en Uad-Lau han acumulado una serie de elementos y material regimental, inútil en
el momento de la salida. Los carpinteros construyen embalajes, y cajones para almacenar el
material y los capitanes revistan las unidades y elementos que han de tomar parte en la
salida.
El día 17, por la mañana, desembarca en Uad Lau el coronel Castro Girona. Viene
acompañado de su Jefe de Estado Mayor y varios moros. Los jefes de todos los poblados
esperan en la playa y, a la llegada del coronel, unos le besan la mano y otros la estrechan
con muestras de respetuoso cariño; entre ellos se encuentran varios jefes de los vecinos
poblados de Gomara; el coronel monta a caballo y, tras él, sube toda la comitiva.
El movimiento dura hasta media tarde, en que, instaladas ya las tropas, nos reunimos
los oficiales a cambiar impresiones. Allí se encuentra la oficialidad de los tabores de
Regulares de Tetuán y Ceuta, Mehalla Xerifiana, Cazadores, Artilleros y Legión, todos los
que van a constituir la nueva columna.
Esta noche el coronel nos recibe y nos entera del objetivo de la operación. La punta de
Targa, que tanto tiempo hemos contemplado desde nuestro tranquilo campamento, va a ser
ocupada y en el vecino poblado de Kasares se colocará otro pequeño campamento, ¿Habrá
resistencia? Se confía que no. El ascendiente del coronel Castro es muy grande entre los
jefes de Gomara.
Esta última noche duermen poco los legionarios, la alegría reina y la invasión de los
cantineros con sus explosivas bombonas nos ocasiona abundantes borracheras. Hay que
atajar el mal: anochecido, se cierran las cantinas y se decomisa el aguardiente; pero el
campamento no descansa; mientras unos cantan, otros sueñan en la nueva empresa con
fantásticas hazañas.
Antes de amanecer ya está formada la columna. Sin toque previo se han levantado las
unidades y al rayar el alba las fuerzas se ponen en movimiento. La columna es toda de
tropas escogidas; ocupamos nuestro puesto en el grueso y emprendemos lentamente el
camino hacia el vado del Lau.
Por fin, después de un pequeño alto, damos vista al valle de Targa en cuya concha de
mar azul echan el ancla los cañoneros de nuestra marina. Las casitas blancas, entre los
huertos verdes que rodean la mezquita, permanecen en paz; algunas ostentan banderitas
blancas y, en medio, coronado de la extensa playa, un enorme peñón de antiguo castillo, se
alza dominante, mientras a su pie, como pequeñas hormigas, se ven llegar los jinetes de
nuestra vanguardia.
Descendemos por el pedregoso camino que recorren las huertas y llegamos a la arena.
A la sombra del peñón conversa el coronel con los notables. Unas gasolineras se acercan a
la orilla. Empieza el desembarco de material, y la playa, antes desierta, toma extraordinaria
animación con la llegada de las tropas.
Por la tarde, al desembarcar el Alto Comisario, son los legionarios los encargados de
rendirle honores y, después de revistarnos, obtenemos, con su felicitación, la promesa de
darnos la alternativa en las operaciones sobre Beni-Aros.
Este primer avance se hizo en plena paz. Los indígenas nos vienen a vender huevos y
gallinas y nos transportan cargas de agua. Durante la noche ni un solo tiro turba nuestro
descanso.
Dejamos atrás el valle de Targa y remontando los altos montes que forman la divisoria,
conseguimos dar vista al precioso valle de Tiguisas. La playa blanquea a lo lejos y en el
fondo del valle, entre los plateados lazos que forma el río, se elevan los crecidos álamos que
dan nombre a la ensenada. El verde valle se halla salpicado de casitas blancas que se
pierden medio ocultas entre el arbolado.
La columna desciende hasta la orilla del río, donde toma el ancho camino de la vega y,
Los barcos se acercan a la costa y empieza el desembarco del material y víveres; por la
tarde, el levante intenta presentarse y, ante el peligro de no poder hacer la descarga, se
efectúa ésta durante la noche, correspondiendo a los legionarios la penosa tarea.
La tienda del coronel Castro ofrece extraordinaria animación. Unos 40 moros esperan
sentados en los alrededores de la puerta el momento de saludarle. Allí vemos al fiel Y
simpático Kaid Ali, que siente por Castro verdadera adoración. Kaides viejos de barbas
grises, montañeses curtidos, de aspecto guerrero, todos hacen su sumisión en este día; sólo
uno no se ha presentado: el que habita aquella hermosa casa hacia el fondo del valle;
pertenece a la familia de los prestigiosos Xerifes de Uazan y el coronel sufre con esto una
pequeña contrariedad; pero a la mañana siguiente tiene la compensación: llega el notable
Jefe, sus criados son portadores de un centenar de gallinas y numerosos huevos, que traen
como presente al caudillo español.
El Kaid Ali y sus familiares se extreman en las atenciones y nos sirven espléndida y bien
condimentada comida, y son tan agradables el lugar y la paz de este campo, que las horas
pasan y a nadie le apura la vuelta al campamento, ¡se está tan bien en la casa del Jefe
moro!
Antes de caer la tarde emprende nuestra caravana el regreso por el camino de la vega,
entre los floridos huertos de azahares.
En esta noche, mientras el campamento duerme, una gasolinera, con las luces
apagadas, parte de la playa; en ella embarcan contadas personas; una es el coronel Castro,
que marcha al campo enemigo a conversar con los prestigiosos Kaides de la zona rebelde.
Muy pocos conocen la excursión; sólo nuestro teniente coronel espera en la tienda,
intranquilo, su llegada. Antes de amanecer regresa la gasolinera; el coronel Castro vuelve
satisfecho de su visita.
Las interrupciones en la marcha son constantes; muchos mulos caen, otros se despeñan
e impiden la marcha de las siguientes unidades. En algunos lugares del recorrido el valle se
ensancha un poco y, entonces, entre los altos y rocosos picos de Beni-Hassan y Beni-Ziat,
separados por el río, vemos alegres y pintorescos poblados colgados, como nidos de águila,
de la crestería rocosa.
El paso de la columna por unas esponjas de peñascos produce una detención mayor; los
mulos de los ingenieros ruedan con sus grandes mazos de estacas y las tablas de los
blocaos se encuentran diseminadas por tierra. Se hace preciso ayudarles a cargar dejando
expedito el camino, y los legionarios, con su espíritu de trabajo, van levantando los sufridos
mulos caídos en el fondo de las barrancadas. El sol nos castiga con sus ardientes rayos y
hace más fatigosa la jornada.
Un arroyo cristalino que afluye al Lau nos ofrece en la marcha descanso y alivio, los
soldados lo cruzan y llenan en él sus cantimploras, consumidas va en la primera parte de la
penosa jornada. Después de un breve descanso, sigue la Bandera entre los frondosos
bosques y peñascales, que, coronados por nevados y altos picos asemejan este paraje a los
rincones de nuestra montaña norteña.
El camino tuerce a la izquierda bajo grandes acantilados y, dejando atrás el Lau, que
corre rápido y espumoso cortando la montaña, llegamos a la orilla del Talambó, que,
cristalino, salta entre las peñas. La temperatura es tan fresca al pie de estos acantilados y la
fatiga de la marcha tanta, que damos a la tropa un prolongado descanso antes de cruzar el
río y subir la empinada cuesta de los poblados.
Por un puente romano, algo deteriorado por la acción del tiempo, cruzamos el río
Talambó y empezarnos la subida del pendiente camino.
Extensos aduares, con su mezquita de elevada torre, cruzamos al paso. Los chicos
rodean curiosos a los soldados, mientras los perros, ariscos, nos ladran enseñando sus
afilados colmillos. Unos moros salen a nuestro paso con cántaros de agua con que
obsequian a nuestros soldados. Y a la derecha, entre un espeso bosque de olivos, un bonito
morabo de tejado rojo guarda los restos del milagroso santón de estos lugares.
Una gran hondonada, salpicada de fuertes olivos, es el lugar del nuevo campamento;
próximo a él corre un pequeño arroyo que nos ha de facilitar la aguada; los caballos de
nuestros jinetes se agrupan alrededor de los árboles y bajo un olivo mayor el coronel Castro
Cae ya la tarde cuando la Bandera entra en el Campamento, pero las tiendas faltan y el
convoy todavía viene muy retrasado. Durante la noche van llegando los mulos. Unos
acemileros montados han salido a su encuentro con un oficial consiguiendo reemplazar los
mulos despeñados y recoger lo utilizable de su carga.
Los ranchos se toman cerca del amanecer y son las tres y media de la madrugada
cuando 1legan a Tagsut las secciones dejadas con los blocaos a retaguardia.
La operación transcurre sin incidentes. La harca amiga ha coronado durante la noche los
altos picos y por ello la resistencia es escasa. Nos detenemos dando vista al extenso
poblado del Kala, hasta que, enviados los elementos de fortificación y víveres a la rocosa
altura, se sigue la marcha a Xauen.
La jornada, en esta segunda parte, se hace in terminable; el camino recorre la falda del
gigantesco monte cruzando verdes prados y pequeños arroyos, en que sacian su sed
nuestros soldados.
La preciosa huerta de Garuzin es lo primero que se ofrece a nuestra vista; sobre ella, las
tiendas de la posición de Muratahar aparecen medio ocultas por los altos parapetos de tierra,
y a nuestro pie, y en medio del arbolado, unos pequeños barracones grises señalan la
presencia del campamento indígena. Al volver una curva del camino, bajo los gigantescos y
cortados picos, las torres de las mezquitas nos revelan la ciudad oculta casi tras los negros
paredones de las murallas.
El campamento queda establecido entre las huertas, próximo a los barracones de los
Regulares.
La parte baja de la población es más interesante. La calle de la Sueca, con sus tiendas
como cajones, ofrece a la venta con las telas de la ciudad las chilabas de rica lana,
confeccionadas en sus telares primitivos. Las chilabas de Xauen son apreciadas en todo el
Norte de Marruecos, en el que tienen gran mercado.
Los babucheros abundan, aunque en más pequeña escala, y sus babuchas forman altas
columnas en estos n ichos de las tiendas moras.
Al sur de la ciudad, el Barrio de los Molinos constituye uno de sus más bonitos rincones.
El agua es el tesoro de este pueblo: debajo de los altos cortados del Magot, brota
abundante y cristalina, surte la ciudad, riega la huerta y muere en el Lau después de haber
movido los molinos.
DURANTE LOS DIAS 2 y 3 de mayo se concentran en Xauen las tropas que han de
constituir las nuevas columnas. Con nuestro Teniente Coronel llegan las otras Banderas de
la Legión y por primera vez nos vemos reunidos todos los legionarios.
El día 3 en los momentos en que nuestro primer jefe revista sus unidades, una orden
urgente de salida aleja de nosotros a nuestra segunda Bandera. Debe regresar a su puesto
en el Zoco del Arba, donde las agresiones enemigas requieren su presencia. Así, se separan
de nosotros en aquel día los legionarios de la Bandera hermana; marchan honrados con la
confianza, pero resignados y tristes por perder la expedición, a seguir desempeñando su
penosa e ingrata tarea.
La salida a operaciones ha sido señalada para el amanecer del día 4. Una Bandera va
con cada columna y a nosotros nos corresponde el puesto en la del heroico general Sanjurjo.
Cuando llegamos al lugar en que ha de colocarse el blocao, una orden llega para las
ametralladoras y momentos después escuchamos su tableteo. Una compañía ayudará a los
trabajos de fortificación, mientras las otras unidades permanecen sentadas cara al sol.
Al mediodía recibimos orden de que la Bandera vaya a otro puesto de la línea donde se
piensa establecer un blocao en un espolón sobre el río y allí nos encaminamos a construir un
alto paredón tras el que puedan trabajar los ingenieros. El combate está en aparente calma;
cuando los legionarios dejan las armas y cargados con piedras se adelanta al lugar ocupado
por las guerrillas de Regulares, un nutrido tiroteo parte de la gaba (monte bajo) del otro lado
del río; las balas silban próximas y los legionarios encantados bailan de alegría con sus
piedras, ¡Viva España! ¡Viva la Legión!, gritan entusiasmados; dos de ellos caen heridos por
el plomo enemigo. Se recibe orden, por lo adelantado del día, de suspender el trabajo y
retirarnos. Los legionarios se alejan contentos de haberlas oído silbar cerca.
El espíritu de trabajo de nuestra tropa hace que nos empleen como ingenieros, y allá van
dos secciones a ayudar a la construcción de los blocaos, mientras los demás nos
Unas horas más tarde, la situación del frente hace avanzar a la segunda compañía a
reforzar la guerrilla de Regulares, ocupando los legionarios una línea de peñascos en la
izquierda del frente, El fuego de los indígenas en aquel punto es muy grande; sin embargo,
los legionarios permanecen sin gastar cartuchos. ¿Cómo no tiráis vosotros? , le pregunto en
mi visita al fiel cabo austriaco Herben.
-Mi comandante -dice-, hay enemigo, pero está oculto en la barrancada y como no
vamos a hacerle nada, preferimos no tirar.
La jornada había sido buena. La columna del coronel Castro, descolgando su Mehalla
desde los altos picos del Magot, había caído por la espalda sobre la posición de Miskrela,
poniendo al enemigo en huida y facilitando nuestro avance; sólo unos moros de esta
columna, con la ambición de la “razzia”, se adelantaron hasta el vecino poblado de donde no
habían de volver.
En estos días efectuamos la colocación de varios blocaos en la orilla del río y lomas de
Muratahar. La característica de estas operaciones es el sigilo con que se llevan a cabo, sin
llamar la atención del enemigo con la aparición de grandes masas de tropas; y, sin casi
hostilidad, se construyen en varias mañanas los distintos blocaos.
EN NUESTRA VIDA de Xauen nos llegan los ecos de España. El país vive apartado de
la acción del Protectorado y se mira con indiferencia la actuación y sacrificio del Ejército y de
esta oficialidad abnegada que un día y otro paga su tributo de sangre entre los ardientes
peñascales.
¡Cuánta insensibilidad! Así vemos disminuir poco a poco la interior satisfacción de una
oficialidad que, en época no lejana, se disputaba los puestos de las unidades de choque.
EL MERITO EN CAMPAÑA
“Constantemente es debatida por los infantes la solución que debe darse a los
problemas del Ejército de Africa, y en las páginas de esta Revista se publicaron trabajos
encaminados a resolverlos, sin que la buena voluntad de los autores acertase con una
solución en armonía con la futura vida de nuestro Protectorado y que no tendiese a destruir
su espíritu militar y, como consecuencia, la buena marcha de nuestra acción. Los infantes en
“El problema militar marroquí es, en general, obra de infantes; ellos forman el núcleo
principal de este Ejército y con los jinetes, en número proporcionado, nutren las filas de las
tropas de primera línea. Infantes son los que en las heladas y tormentosas noches velan el
sueño de los campamentos, escalan bajo el fuego las más altas crestas, y luchan y mueren,
sin que su sacrificio voluntario obtenga el justo premio al heroísmo.
“En las recientes operaciones, las dolorosas bajas habidas hablan con más elocuencia
que lo que estas líneas pueden decir. Allí murieron capitanes y tenientes de los gloriosos
Regulares, oficiales entusiastas que llevaban varios años de campaña con estas tropa, a
donde les llevó su gran entusiasmo militar y esa esperanza de encontrar un día el justo
premio al sacrificio.
“El premio es el punto sobre que giran artículos y proyectos y se habla de oficialidad
colonial como si el porvenir de nuestro Protectorado fuese el sostener aquí un numeroso
Ejército y en la creencia también de que el oficial que con entusiasmo trabaja y se
especializa en la práctica de esta guerra, aceptaría renunciar para siempre a su puesto en el
Ejército peninsular.
“La campaña de Africa es la mejor escuela práctica, por no decir la única de nuestro
Ejército, y en ella se contrastan valores y méritos positivos, y esta oficialidad de espíritu
elevado que en Africa combate ha de ser un día el nervio y el alma del Ejército peninsular,
pero para no destruir ese entusiasmo, para no matar ese espíritu que debemos guardar
como preciada joya, es preciso, indispensable, que se otorgue el justo premio al mérito en
campaña; de otro modo se destruirá para siempre ese estímulo de los entusiasmos, que
morirían abogados por el peso de un escalafón en la perezosa vida de las guarniciones.
“Para nuestra acción africana, a nadie puede ocultarse que, de persistir esas ideas, se
acabará el espíritu de nuestras tropas de choque, que si antes tenían numerosos aspirantes
a figurar en sus cuadros, hoy se encuentran sin poder cubrir sus bajas de sangre, pues el
horizonte que ve el infante es sólo esa gloriosa muerte que poco a poco va alcanzando a los
que aquí persisten.
“Midan, pues, los infantes sus pasos, vuelvan la vista a estos campos marroquíes, fijen
su atención en estos modestos cementerios que cobijan los restos de tantos infantes
gloriosos y no se les ocultará la necesidad, para la Infantería, de que su unión en apretado
abrazo sirva para que sin regateos injustos se otorgue el justo y anhelado premio al mérito en
campaña.
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VI
Operaciones en Beni Lait
Cuando llegamos al campamento del Zoco del Arba, reina gran animación; las cantinas
Y establecimientos inmediatos a la carretera se ven concurridísimos con la llegada de las
columnas, Los Regulares y policías se agrupan junto a los cafetines moros, y los claros y
laderas del campamento se ven interceptados por carruajes y cañones de nuestra artillería.
Interminable se hace nuestro paso por en medio de estas tropas, para llegar al pequeño
y apartado campamento de la Segunda Bandera, donde se reúne la Legión a las órdenes de
nuestro primer Jefe.
El día 25 salimos, a las órdenes del Teniente Coronel, formando parte de la columna
Sanjurjo, a la ocupación de Ait-el-Gaba. Seguimos con el puesto en el grueso de la
columna; nuestra esperanza de alternar en las vanguardias se va viendo defraudada y los
oficiales marchan tristes y pensativos. Hemos educado a nuestros soldados para ir en los
puestos más peligrosos y para ello también se reunió bajo estas banderas una oficialidad
entusiasta y decidida. Los soldados parecen participar de nuestra contrariedad y silenciosos
ascienden por las laderas de Beni-Lait, hasta entonces refugio de los tiradores enemigos.
El Tercio de Legionarios
El espíritu del legionario no por esto decae; los soldados siguen, con su espíritu de
trabajo y sacrificio, llenando pacientes lo innumerables sacos terreros.
EL DIA 27, después de un día intermedio de descanso, sale la Legión con la columna a
la operación de Salah. Nuestro puesto no varía, conforme pasan los días nuestra
contrariedad es mayor, y en nuestras conversaciones respetuosamente rogamos al General
un puesto de honor, ir algún día en la vanguardia.
EN LA OPERACION de Muñoz Crespo, llevada a cabo el día 29, parece variar la suerte
de la Legión. Marchamos en nuestro puesto de la columna, cuando una reacción de las
gentes del Sucan nos obliga a intervenir en el combate y, mientras en las alturas de la
izquierda la segunda compañía tiene a raya al enemigo, avanza la primera en el frente
rechazando a los harqueños, y consiguiendo retirar los policías caídos en la ladera. Varios
soldados caen heridos, con el heroico capitán de la primera compañía don Pablo Arredondo.
Los balazos que, atravesando sus piernas, parecen no tener gravedad, le retienen al año sin
curarse; no quiere retirarse, pero sus piernas no le tienen en pie y casi a la fuerza se echa
en la camilla.
Es ya de noche cuando nos retiramos. A nuestro paso tropezamos varias camillas; una
de ellas descansa en tierra, y en ella vemos al joven teniente García y García de la Torre,
del grupo de Regulares. Este pobre chico, herido en el vientre, se ha caído dos veces de la
artola, matándose el mulo que lo conducía, y le llevan ahora en la camilla dos moros
pequeños y poco resistentes que se cansan de su pesada carga. Nos paramos a su lado; el
teniente coronel González Tablas, allí presente, le dirige palabras de consuelo:
-No es nada, adelante; dentro de un mes está usted paseando con el “guayabo”.
-Yo no veré más al “guayabo”; el mulo me ha tirado dos veces; mi herida es mortal,
pero no importa -dice el muchacho con su sonrisa triste.
Hacia el fondo del valle las hogueras de los poblados en llamas alumbran nuestro
camino y bajando la interminable cuesta, al recordar al héroe que marcha en la camilla,
pensamos en el dolor del “guayabo” que le espera.
El día primero de julio, después de dos días de descanso, sale para el Fondak la primera
Bandera; allí se reúne con la tercera Y el día 2 siguen juntas la marcha al Zoco del Telata en
donde se concentra la columna que ha de efectuar las próximas operaciones.
A las doce de la mañana del día 5, bajo el ardiente sol, salimos a pernoctar en Kudia
Umeras; el calor es sofocante y la menor chispa produce grandes incendios en los campos
dorados.
En el frente, la columna principal mantiene combate más duro y a lo lejos vemos cargar a
los escuadrones por las laderas de la loma del Trébol.
En nuestro frente se establece un blocao que queda guarnecido por los legionarios.
Durante la mañana se observa, desde nuestros puestos, una incursión de los moros de
los poblados amigos por el frente de la derecha, que alejan al enemigo e incendian sus
poblados; momentos después, densas columnas de humo se elevan de los aduares en
llamas y hacemos la retirada a Umeras y Tasarutan sin ser hostilizados.
En este último campamento hemos de sufrir durante cuatro días un calor sofocante; los
soldados se pasan el día metidos en el río o tumbados a la sombra de los grandes olivos; un
fuego repentino y violento pone al campamento en peligro de ser quemado; una ola de fuego
avanza sobre nuestras tiendas y es necesaria toda la actividad de los legionarios para,
armados de ramaje, atajar el incendio y desviar el fuego; sólo unas tiendas se han perdido.
Este día trasladamos nuestro campamento a la zona quemada.
En la tarde de este día el General reúne a los Jefes y desde la posición explica la
finalidad de la operación y misión en ella de las distintas unidades; enfocamos nuestros
gemelos a las lejanas colinas, que se pierden en las brumas de la tarde, y enterados de
nuestra misión, descendemos al campamento, que, con sus luces, nos parece un pequeño
pueblo.
Cuando salimos, al amanecer del día 11, nos cruzamos con la columna del coronel
Serrano, que, con la caballería, ha de cubrir nuestro flanco izquierdo y construir en él unos
blocaos. El puesto que ocupamos en la columna tampoco es para nosotros satisfactorio, pero
la experiencia nos dice que si hay mucho enemigo habrá tiros para todos.
En los barracones se recogen al paso varios cadáveres; dos legionarios sacan de entre
unas matas un moro, ya anciano, herido; sus barbas blancas, como las de un apóstol,
inspiran compasión; se le cura y retira en una camilla, y muere en el traslado.
En el collado queda establecida nuestra guerrilla mientras se llevan a cabo las obras de
fortificación.
En el barranco, unos legionarios han encontrado en el hueco de un árbol una mora del
enemigo. La traen a nuestra presencia y nos encontramos con una mujer tuerta y fea que
desmiente al bello sexo; ¡que se la lleven al General!, dice nuestro Teniente Coronel
volviendo rápido la cabeza, ¡vaya una aparición para un combate! A las tres se emprende la
retirada, quedando una de nuestras compañías en la importante altura, desde la que se ven,
a lo lejos, como una pequeña mancha blanca, las casas del poblado de Tazarut.
Los días siguientes, hasta el 15, en que se concentra de nuevo la columna, son
empleados en aprovisionar las posiciones y arreglar los pasos para las baterías, y aquel día,
por la tarde, atravesando el llano entre los espigados trigales, vamos a pernoctar a Bab Es-
Sor para emprender la marcha al día siguiente sobre el Zoco el Jemis.
La columna hace alto al acercarse a las lomas que rematan por la derecha el llano y
entonces vemos uno de los movimientos más bonitos de la caballería; el enemigo resiste en
los poblados de nuestro frente y los indígenas de la columna se ven detenidos en el avance;
los jinetes caracolean y disparan sus armas sin decidirse a avanzar, y es entonces cuando
vemos hacia el fondo unos caballos moros que, en rápido galope, avanzan por el flanco
sobre el enemigo. Son los famosos jinetes del grupo de Larache. Sin detenerse, ocupan por
la espalda los poblados que los moros defienden, haciéndoles huir por el fondo de las
Terminada nuestra lenta espera, una orden nos lleva en dirección de las posiciones
ocupadas; ascendemos por la empinada cuesta y cruzamos el típico poblado. Todo está en
desorden. Los libros árabes aparecen tirados y deshojados por la ladera; en los patios se
encuentran molinos de mano construidos con grandes piedras, cacharros de barro, lana,
granos, esteras sucias, todo lo que constituye el ajuar de estos modestos aduares.
Una estrecha senda nos lleva a la loma de las guerrillas, donde hemos de ocupar un
puesto en el combate, pero el enemigo es poco y sólo sostenemos ligero tiroteo.
Regresamos a Bab Es-Sor ya entrada la noche, y al amanecer del día siguiente salimos
a efectuar una rectificación de posiciones y colocar unos blocaos de enlace; el enemigo no
nos hostiliza y a media tarde emprendemos la retirada a nuestro campamento de Rokba
Gozal en que pernoctamos.
Durante el descanso del siguiente día nuestras conversaciones giran sobre el mismo
tema ... ¿Iremos a Tazarut?… Creemos que sí. Los últimos avances han dado su fruto, se
han efectuado muchas sumisiones y la situación política mejora notablemente. Esta noche ha
de llegar el General en Jefe y nos acostamos con la esperanza de entrar pronto en las
casitas blancas que vimos a lo lejos.
VII
Camino de Melilla
Son las dos de la mañana. En el silencio de la noche escucho la voz del Teniente
Coronel que ordena que llamen al Comandante Franco. No era preciso; salía de la tienda y
me uní a él.
-Tiene que partir lo antes posible una Bandera para el Fondak; como no sabemos para
qué es ni adónde va, sortead entre vosotros. Lo mismo podéis ir a una empresa guerrera que
a guarnecer preventivamente cualquier puesto de retaguardia.
Un misterio inexplicable rodea nuestra salida. Nadie sabe adónde nos encaminamos.
Unos creen que se trata de efectuar una operación en Benider, otros que vamos nuevamente
a las costas de Gomara; yo, sin saber por qué, pienso en Melilla. Hace días que se dijo en el
campamento que las cosas no iban allí muy bien; pero lo cierto es que nadie sabía nada.
La marcha fue dividida en dos jornadas; a mitad del camino descansaremos en unos
bosques próximos a Al-Yhudi en que el río nos facilitará la aguada y podrá bañarse la tropa.
La marcha se lleva descansada con altos frecuentes que nos permiten llegar, ya avanzada la
mañana, al lugar señalado para el reposo; bajo los árboles se condimentan los ranchos en
caliente; los legionarios se bañan y después de una pequeña siesta sale la Bandera, a las
tres, camino del Fondak.
La falta de guías hace que nuestra vanguardia tome por la pista y es ya anochecido y el
A las tres y media se toca diana, hay que despertar uno por uno a los soldados que,
rendidos, permanecen sordos a la corneta y antes de amanecer descendemos por el
desfiladero.
Nos han comunicado que vamos a Melilla, pero ignoramos lo sucedido. Pensamos sólo
en una intensificación de las operaciones en aquella zona y que nos lleven como refuerzo.
Oficiales y tropa marchan contentos olvidando los kilómetros que llevan de recorrido y a las
diez menos cuarto desfilan los legionarios por las calles de Tetuán. Al formar la tropa en la
entrada de la ciudad, un paisano nos da la terrible noticia: en Melilla ocurrió un desastre y el
General Silvestre se ha suicidado. Nuestra indignación es grande al oír estas palabras y
obligamos a callar al caballero, que dando explicaciones se aleja, asegurando que se lo han
dicho la noche anterior en el Casino Militar de Ceuta.
Por Ceuta pasamos rápidos; sólo nos detenemos el tiempo necesario para reparar las
pequeñas faltas, consecuencia del período activo de operaciones y para dar tiempo al
embarque del material y ganado; y al atardecer, con unos aires españoles, desfilamos por la
población camino del puerto, donde nos espera el Ciudad de Cádiz.
Las noticias que recibimos antes de la salida son muy pocas. Se sabe que ha habido un
gran desastre, que del General Silvestre no se tienen noticias y que el General Navarro
organiza la retirada; ¡Ya no se supo más! La música toca la Marcha de Infantes, el
Comandante General llega y con emoción escuchamos las palabras y cariñosos consejos del
veterano soldado, y estrechando nuestras manos se despide el ilustre General, a quien tanta
gratitud debe nuestra Legión.
El General Sanjurjo viene con nosotros como Jefe de la expedición, pues aquella noche
han de embarcar también para Melilla dos tabores de Regulares de Ceuta y tres baterías de
montaña con abundantes pertrechos.
La sirena del barco anuncia la salida, las músicas lanzan al aire las notas de sus himnos,
los soldados, entusiasmados, cantan y los vivas a España se pierden al alejarse el barco
había Melilla.
Por fin llega para nuestros soldados el descanso tan necesario. Llevaban dos noches sin
A la hora de la cena nos sentamos juntos, el General preside nuestra mesa, las
conversaciones giran sobre el mismo tema, ¡Melilla! ; pero ninguno supone las proporciones
del desastre; sentimos en nuestros corazones la presión del dolor patrio y nos parece que
pasan lentas las horas que nos separan de nuestro destino.
El cansancio de los días anteriores contribuye a nuestro descanso y está muy avanzada
la mañana cuando salimos de nuestro camarote; la travesía es hermosa, el barco no se
mueve y nuestro pensamiento vuelve a girar sobre el mismo tema: …¿llegaremos a
tiempo?... ¿repararemos lo sucedido?…
Sobre la cubierta damos los buenos días al General. Este ha recibido más noticias; los
radiogramas recogidos por el barco durante la noche dicen poco más de lo que sabemos,
pero se acaba de recibir un radio del Alto Comisario que manda: “forzar la marcha todo lo
posible”, y pregunta: “¿cuándo llegaremos?”. Vamos a toda máquina y se llegará a eso de las
dos.
Un nuevo telegrama para que vayamos más aprisa nos inquieta grandemente; ¿qué
situación es la de esta zona que por minutos se requiere nuestra llegada? El capitán del
barco nos dice que no puede andar más. Vamos a toda marcha; remontamos el cabo de Tres
Forcas y pasamos cerca de la costa arenosa y cortada. Ni un árbol pone en ella una nota de
vida, sólo a lo lejos blanquean al sol las casas de la ciudad vieja.
La muralla del puerto aparece llena de gente; la ciudad alta se ve también coronada de
pequeños puntos blancos. Ya se distinguen las figuras; una nube de pañuelos se agita al aire
como aleteo de palomas blancas, y conforme el barco se acerca vemos claramente la
aglomeración de la muchedumbre.
Una gasolinera se acerca al barco; sube un ayudante del Alto Comisario y nos da la
terrible noticia: “De la Comandancia General de Melilla no queda nada; el Ejército, derrotado;
la plaza abierta y la ciudad loca, presa del pánico; de la columna de Navarro no se tienen
noticias, hace falta levantar la moral del pueblo, traerle confianza que le falta y todas las
fantasías serán pocas.”
El dolor nubla nuestros ojos, pero hay que reír, que cantar las canciones brotan y entre
vivas a España el pueblo aplaude loco, frenético, nuestra entrada.
Jamás impresión más intensa embargó nuestros corazones; a la emoción dolorosa del
desastre se une la impresión de la emoción del pueblo traducida en vítores y aplausos. El
corazón sangra, pero los legionarios cantan y en el pueblo renace la esperanza muerta.
El Teniente Coronel, subido en la borda del barco, saluda al pueblo de Melilla y le dice
con palabras vibrantes y entusiastas que les llevamos la tranquilidad perdida, que allí está el
heroico Sanjurjo que es la mejor garantía de éxito de la empresa, y sus palabras se acogen
Al paso de las Banderas se escuchan mil comentarios: Ahí va Millán Astray, miradlo qué
joven. Estos son soldados; qué negros y qué peludos vienen. Mirad a los oficiales, qué
descuidados, con sus trajes descoloridos; huelen a guerra. ¡Estos nos vengarán!
Una madre, llorando, pide que le busquen a un hijo que tiene en el campo, y al paso por
los barrios se desborda el entusiasmo popular, cigarros, frutas, refrescos, todo es para los
legionarios.
Horas después llegan los Regulares a las órdenes del heroico González Tablas; el
recibimiento es algo frío; la gente ignora el mérito de estos soldados que pelean por España;
la mal llamada traición de los Regulares de Melilla hace que inspiren desconfianza; muy
pronto prueban lo contrario.
Estos días habíamos de recibir las emociones más grandes de la vida militar, y nuestros
corazones lloran la derrota; los fugitivos, a su llegada, nos relatan los tristes momentos de la
retirada; las tropas en huida, las cobardías, los hechos heroicos, todo lo que constituye la
dolorosa tragedia; Silvestre, abandonado; Morales, muerto; soldados que llegan sin armas a
la Plaza; Zeluan se defiende, Nador también. Son las noticias que traen estos hombres, en
los que el terror ha dilatado las pupilas, y que nos hablan con espanto de carreras, de moros
que les persiguen, de moras que rematan a los heridos, de lo espantoso del desastre. Llegan
desnudos, en camisa, inconscientes, como pobres locos.
La noche pasa tranquila; sólo el servicio avanzado ha ido recogiendo a los fugitivos.
II
Los primeros días.
Al mismo tiempo que se ocupan estas posiciones, una sección avanza cautelosa por la
cuneta de la carretera y ocupa, sin ser vista, el fortín de Sidi Musa.
Al regresar esta noche, cruzamos por la población Regulares y Legionarios; los Jefes en
cabeza juntos y los soldados uniendo sus filas han constituido una gran columna de a ocho.
En una casa, algo más alta y próxima al mar, vemos brillar un heliógrafo. Avanzamos
hasta el extremo de la loma. La orden de no alejarnos nos detiene, ¡pero estamos tan cerca!
Pediremos irnos repiten la orden de no avanzar más, de aguantarnos mientras se termina la
fortificación.
-He pedido -me dice-, ya que no podemos ir a Nador, mandar una Compañía; una
Sección; algo que les dé ánimos y no puede ser; tengo esperanzas de que permitan enviarles
ocho hombres con unos moros del vecino poblado a llevarles víveres y medicamentos.
¿Habrá muchos voluntarios para la empresa?
-Desde luego, muchísimos -le contesto- Preguntaremos a los que están aquí sin
desplegar. Nos acercamos a los sostenes, se aproximan los soldados y el Teniente Coronel
les habla:
-Allí están sitiados los defensores de Nador; hemos pedido ir en su socorro, pero las
necesidades de la campaña no lo permiten; he pedido, sin resultado, mandar una Compañía;
una Sección, algo de que les dé ánimos y alivio. Lo único que nos conceden es que vayan
unos cuantos soldados con dos moros a llevarles víveres y quedarse allí; la empresa es
arriesgada; los que vayan seguramente no llegarán; tal vez mueran todos; si hay algunos de
vosotros que desee ser de la empresa, que dé un paso al frente.
No terminó la frase. Los soldados han dado todos un paso hacia adelante...
La empresa, por fin, no se lleva a cabo; los moros del poblado no se atreven a ir, creen
EL DIA 28, SE lleva el convoy a Ait Aisa, y Taguel Manin, sosteniendo fuego con el
enemigo, y son relevadas las compañías que guarnecen es tas posiciones.
En este día, ha sido atacada la posición de Sidi-Hamed por el enemigo, y han sido
heridos muy graves el teniente Marcos, de ametralladoras, el sargento alemán Heine y un
soldado. Un convoy con dos escuadras, que había bajado a la plaza desde la posición, fue
atacado igualmente por el enemigo causándole varias bajas.
Los puestos ocupados son los mismos que los del día de la toma de la posición; nuestras
guerrillas se extienden hacia Nador, entablando combate con el enemigo
III
Sidi Amarán, Frajana, y convoyes…
Mes de agosto.
DURANTE EL MES de agosto las salidas son casi diarias y el aprovisionamiento de las
distintas posiciones requiere la presencia de la columna y librar combate con el enemigo.
Los Regulares y la Legión, sirviendo de van guardias a las distintas columnas, trepan
por los peñascales de las vertientes del Gurugú y en ellos se sostiene empeñada lucha.
Como en un chorreo van disminuyendo los efectivos de nuestras unidades.
Todas las unidades de la Legión pasaron por este destacamento y muchísimos son los
legionarios que se distinguieron en su defensa; un día es al extinguir el incendio del depósito
de municiones, alcanzado por las granadas enemigas; otro al salir a recoger el material de
los mulos muertos a la entrada de la posición y enfilados por los moros. Hoy a un soldado le
Así se vive en Sidi-Hamed con el agua tasada y el convoy cada tres días.
Sólo Manolo, el valiente cantinero, visita a diario la posición; los legionarios le conocen.
Él les lleva el correo y las frescas sandías con qué aliviar la sed; es portador de encargos, y a
menudo atraviesa las zonas enfiladas para llegar a la posición. Una tarde le hieren
gravemente al compañero, otro día le matan la caballería, pero él visita los puestos
avanzados y ni un solo día les falta su correo.
En uno de los convoyes a Sidi-Hamed el enemigo nos prepara una fuerte emboscada. Es
el día 8 de agosto. Al efectuar el paso por la segunda Caseta y cuanto toda la Legión ha
entrado en el camino, una nutrida descarga hecha sobre nuestros caballos nos sorprende. Al
momento, la fuerza se ha tendido y rompe el fuego sobre las peñas y chumberas de la
barrancada; los legionarios y Regulares escalan rápidos las laderas, y el enemigo huye
escarmentado; el fuego ha sido intenso, pero milagrosamente sólo nos han matado un
perrito.
A LAS CUATRO DE la mañana del día 15 la columna del General Sanjurjo se concentra
sobre la carretera de Hidun. Los escuadrones de Húsares marchan en la vanguardia.
Después de media hora en que esperamos la concentración, subimos la carretera de la
posición. Desde ésta, el general nos explica el objetivo de la operación y la misión de cada
uno y los escuadrones despliegan ocupan do las lomas a la izquierda de Ismoar adonde nos
dirigimos 7.
Un tabor de Regulares, saliendo del Zoco del Had, ha de avanzar por la izquierda hacia
Sidi Amarán, mientras nosotros nos concentramos a vanguardia, detrás de la cortina de
protección de la caballería.
A la izquierda vemos avanzar a los Regulares sobre unos grupos de chumberas; detrás
de la cerca que las rodea, se oculta numeroso enemigo; establecemos nuestras
ametralladoras para apoyarles; los Regulares se adelantan y, sin esperar a las baterías, nos
lanzamos al frente, desbordan do al enemigo y ayudándolos. Los moros huyen y dejan en
nuestro poder algunos muertos.
7
Nuestro Teniente Coronel había marchado a España para reclutar nuevas Banderas; he tomado el mando del destacamento hasta
que vuelva
Al mediodía consigo autorización del General para castigar los poblados de que partió la
reacción y desde los que el enemigo nos hostiliza. La empresa es difícil; a nuestra derecha el
terreno desciende en forma quebrada hasta la playa y al pie se encuentra una extensa faja
de pequeños aduares. Mientras una sección, rompiendo el fuego sobre las casas, protege la
maniobra, se des cuelga otra por un pequeño cortado y rodean do los poblados, impone
castigo a sus habitantes; las llamas se levantan de los techos de las viviendas y los
legionarios persiguen a sus moradores.
Los tiros de uno y otro bando se multiplican; barranco arriba vemos desplazarse la
bandera española que tremola en la vanguardia, en las manos de uno de los moros
Regulares, pero muy pronto desaparece del campo de nuestros gemelos.
Esperamos unos minutos y el tren no llega, ¿habrá tenido avería, o le habrán levantado
la vía a su retaguardia?... Las lomas antes ocupadas por nuestras tropas se coronan de
enemigo y las balas silban; al galope sale un ordenanza a detener la retirada.
El enemigo se ha metido entre el tren y nosotros. Unos ordenanzas salen por la playa. El
fuego enemigo les mata los caballos y tumbados en tierra se defienden a tiros. Del Atalayón
avisan que por la carretera de Nador se acerca una fuerte jarca. A unos ciento y pico de
metros los moros aparecen en las cunetas de la carretera; los fogonazos de los disparos se
suceden, y una sección nuestra, parapetada en el terraplén de la vía, avanza sin ser vista
sobre ellos. Sólo les se paran breves pasos. Los legionarios se arrojan bravamente sobre el
enemigo que, sorprendido, huye y el tren que llega rompe sobre ellos su nutrido fuego. La
sección sube en el tren y la masa negra y acerada aparece en la tercera Caseta.
Al día siguiente, unos prisioneros evadidos nos confirman nuestros cálculos sobre las bajas
enemigas; se pasaron la noche con los moros buscan do con faroles los muertos en el
combate y cuan do regresaron a Nador, cerca del amanecer, golpearon a los prisioneros que
allí había.
Cuando intentamos dormirnos, se recrudece el ataque; son las tres de la mañana, las
descargas vuelven a repetirse y los disparos del enemigo se suceden largo rato; unos
disparos más y la noche vuelve a su silencio.
Nuestro Teniente Coronel habla con el General y a las cuatro de la mañana nos
encontramos formados en el frente de Mezquita; allí nos reunimos con los Regulares y,
organizada la columna, ascendemos por las pendientes laderas de Taguel Manin.
El enemigo, desde el poblado, nos dirige algunos disparos; la columna sigue por el pie
de la posición en dirección al blocao. Cruzamos la van guardia por encima del aduar y
cuando, atravesando una casa mora, salimos cerca del blocao, nos reciben con un descarga,
¡No tirar!… ¡eh!, gritamos avanzando. Por un agujero del parapeto un grupo de moros se
arroja barranco abajo y es perseguido de cerca por los legionarios.
¿Qué será del oficial, qué suerte les habrá cabido a los otros defensores? Reconocemos
los alrededores sin resultado, preguntamos a la posición y allí les encontramos.
El oficial baja a ver al general; trae el traje roto, de su paso por la alambrada.
Inconsciente, cuenta a todos su trágica noche. El general le interroga; le vemos alejarse y,
sentado sobre una piedra, con la cabeza baja, empieza su confesión. Cuando se levanta, el
general está muy contrariado. ¡Desgraciado!, exclama.
Se ha fantaseado tanto sobre este hecho, que sólo por ello inserto en este capítulo el
triste episodio de que fui testigo.
El fuego dura casi todo el día; las compañías sostienen intenso tiroteo y, arreglado el
blocao por los ingenieros, queda desde este día guarnecido por un cabo y quince legionarios.
ESTE BLOCAO, conocido desde entonces por el Blocao de la Muerte, ha sido en las
siguientes noches objeto de los ataques enemigos; su situación molestaba tanto a los moros
durante el día, que trataron de obligar a su abandono. Aprovechando la oscuridad de la
noche y lo difícil del terreno, les arrojaban granadas de mano intimidándoles al abandono;
¡que dejaran los fusiles y les permitirían salir! les chillaban; la techumbre iba quedando
destruida y entre el montón de sacos los legionarios se defendían. Todas las mañanas se
reedificaba el blocao y su guarnición era relevada.
Tales relevos son indispensables en estos pues tos avanzados, donde lo reducido de las
guarniciones mantiene sin descanso al soldado, que, después de la tensión nerviosa del
combate, necesita la tranquilidad reparadora; de este modo, tal vez se evitaría, en algún
caso, que entrase el desaliento entre los defensores, pues saben que con el nuevo día les
llegará el relevo.
Otra medida a estudiar es la de dotar a estos blocaos de doble número de fusiles y evitar
los recalentamientos tan frecuentes del armamento en los momentos culminantes del ataque.
Las granadas de fusil, desconocidas en esta campaña, son también el mejor complemento
para la defensa del blocao y posiciones.
Los ataques al Blocao Mezquita sólo cesaron cuando lo defendió el cabo austríaco
Herben, hombre valiente e ingenioso, confeccionó, con latas y dinamita y balas, unas rústicas
granadas de mano, y en la noche, cuando el enemigo se reunía en el lugar desenfilado de la
barrancada para atacarle, sale, arrastrándose con su granada prendida y próxima a
explosionar, la arroja en medio de los atacantes. Un gran estampido seguido de enorme
griterío y maldiciones fue el epílogo de los ataques al Blocao Mezquita.
En la tarde de este día, el enemigo ha roto sobre él su fuego de cañón desde las laderas
del Gurugú; un cañonazo ha caído en el blocao y su oficial es herido; el fuego de fusilería es,
al mismo tiempo, muy intenso, el enemigo lo rodea y espera conquistarlo.
De la Segunda Caseta avisan al Atalayón que el blocao tiene herido al oficial y necesita
auxilio. El teniente Agulla, que manda las fuerzas de la Legión destacadas en este último
punto, quiere ir en su socorro; no se lo permiten; sus hombres son necesarios en la defensa
de su posición. Entonces reúne a la tropa y pide voluntarios para ir con un cabo a reforzar el
blocao durante la noche. Todos se pelean por ir, entre ellos escoge a un cabo y catorce
legionarios que ve más decididos, es él cabo Suceso Terrero, cuyo nombre ha de figurar con
letras de oro en el Libro de la Legión. Saben que van a morir, antes de marchar, algunos
soldados hacen sus últimas recomendaciones; uno de ellos, Lorenzo Camps, había cobrado
días antes la cuota y no había tenido ocasión de gastarla; hace entrega de las 250 pesetas al
oficial, diciéndole:
-Mi teniente, como vamos a una muerte segura, ¿quiere usted entregarle en mi nombre
este dinero a la Cruz Roja?
Este día no habíamos combatido sólo en este frente; una sección de legionarios quedó
en el campamento encargada de efectuar el relevo del Blocao Mezquita, hostilizado por el
enemigo; es herido el teniente Salgado que la mandaba.
El capitán Malagón toca llamada y reuniendo a los soldados enfermos y rancheros, sale
rápido en socorro de la posición; dos oficiales llegados aquel día le acompañan en la
empresa y pronto escalan los peñascos inmediatos al Barranco del Lobo y llevan a la
posición el nuevo aliento. El capitán Malagón es herido muy grave de dos balazos y el alférez
Cisneros levemente; la tropa ha tenido un muerto y tres heridos.
Este mismo día, la primera compañía, destacada en Sidi Hamed El Hach, sufre los
efectos del intenso bombardeo enemigo y es herido el capitán Franco y cuatro soldados.
El paso a aquella posición hace ya días que se ha hecho muy difícil. Los moros,
fuertemente atrincherados durante la noche en el flanco izquierdo del camino, obligan para
El día 8 de septiembre la Legión y Regulares se trasladan al Zoco del Had para constituir
la vanguardia de la columna del General Neila y proteger el convoy a Casabona.
Desde la posición del Zoco, rodeado de espeso muro de sacos, se domina el terreno en
que se ha de desarrollar la acción; en las trincheras enemigas se ve el movimiento de los
moros detrás de los parapetos; una tierra removida señala la situación de una nueva
trinchera, Las órdenes para el avance están dadas, y un tabor de Regulares, a las órdenes
del comandante Ferrer, se separa de nosotros para seguir por el borde de la barrancada de
la izquierda en dirección a las trincheras, mientras el otro tabor y la Legión, descendiendo por
el valle de Río de Oro, abordarán la posición por el flanco derecho.
Establecida una batería en el Blocao de la corona, para desde allí proteger el avance de
nuestras tropas, nos concentramos sin ser vistos en la cañada por donde hemos de abordar
al enemigo. Este, parapetado en las cercas y trincheras de las viñas, no ha advertido nuestra
proximidad. Una pequeña casa a retaguardia del primer parapeto parece formar un reducto
central y detrás de la misma nuevas trincheras constituyen la tercera línea de resistencia.
Los Regulares, por la izquierda, buscan el contacto con su tabor, y la Legión, por la
derecha, ha de ocupar las cercas y casas en que se encuentra al enemigo.
Las olas de asalto están preparadas, y a una señal de nuestro Teniente Coronel los
legionarios se lanzan rápidos y alcanzan la primera cerca, y mientras unos se corren por los
costados a coger de flanco la segunda, otros, saltando el parapeto, consiguen llegar a la
casa central, arrojando de ella a los moros defensores. Los sostenes que siguen próximos a
las guerrillas entran también en el cercado, y con los sombreros en alto, los vivas a la Legión
se repiten y la bandera negra y amarilla ondea sobre la pequeña casa mora.
Los moros en su huida han abandonado sus muertos, y desde las trincheras y casas del
barranco hostilizan, queriendo recuperar la línea perdida; sus empeños son vanos; muchos
caen, y varios moros, cara al sol, yacen tendidos delante de nuestros parapetos. El camión
blindado, que fue inutilizado días antes, se encuentra a pocos metros, ocupado igualmente
por el enemigo, que desde él nos dirige certeros disparos.
Una sección de la quinta compañía, a las órdenes del teniente Sanz Prieto, saltando la
segunda cerca, gana un parapeto, avanzando unos quince metros. Una estrecha trinchera le
enlaza con la línea por la Legión ocupada; pero se encuentra tan cerca de las troneras
enemigas, que van cayendo muertos y heridos la mayoría de sus soldados.
La segunda compañía refuerza este punto. Las reacciones enemigas son contenidas y el
combate sigue empeñado a muy corta distancia. Los muertos y heridos se multiplican y las
bajas del pequeño parapeto avanzado son muy difíciles de retirar. Nuestros agentes de
enlace toman parte activa en este empeño; pero el terreno está tan enfilado y el fuego es
tanto, que el momento contemplamos a nuestros pies moribundo al bravo Blanes, el
aristócrata granadino, abanderado de la primera Bandera.
Los muertos y heridos se van amontonando detrás del pequeño parapeto; los balazos en
la cabeza abundan, y el joven médico del Río se multiplica para curarles:
Son los que con el cráneo destrozado no necesitan auxilio; y a los gritos de ¡Viva
España! y ¡Viva la Legión! muere a nuestros pies lo más florido de nuestras compañías.
El teniente Vila también ha sido herido en los brazos. Un sargento retrocede de los
primeros puestos con la cara roja de sangre; al pie del camión fue herido en la cabeza; alegre
exclama: “¡me ha herido, pero le he matado!
Se retiran las cajas del parapeto avanzado, y, por último, llegan un cabo y un soldado
cargados con los fusiles. Los otros soldados les abrazan. ¡Se había retirado todo!
Se levantan los parapetos y el combate sigue empeñado durante todo el día; del Gurugú
bajan grandes refuerzos para el enemigo, y éste intenta varias veces reaccionar sobre
nuestras líneas, pero se les ve caer y los vivas y ovaciones se repiten.
A la izquierda, los Regulares tienen muy empeñado el combate. El tabor del comandante
Ferrer ha sido castigadísimo; el enemigo ha defendido el terreno palmo a palmo. González
Tablas acaba de ser herido. Nuestro Teniente Coronel, que no se ha separado de nosotros ni
un momento, toma entonces el mando de toda la línea; no vemos a otro Jefe.
El fuego sigue, y el teniente Penche, que por muerte de los apuntadores dirige el fuego
de una de sus máquinas, recibe un balazo en la cabeza. Se le recoge muerto; sólo un hilo de
sangre brota de su frente: sus presentimientos se cumplían.
Para retirar las bajas nos auxilian con gran espíritu un practicante y varios soldados del
Regimiento de Sevilla, que varias veces acudieron a las guerrillas, ayudando a nuestros
camilleros en la sufrida y difícil tarea.
El convoy había llegado sin novedad a Casabona, y a retaguardia, hacia el Zoco del Had,
se activa la construcción de un blocao.
Declina la tarde cuando nos retiramos. Los moros intentan reaccionar, pero las últimas
secciones les mantienen a raya, y con facilidad nos apartamos del lugar del combate.
El General Sanjurjo sale a recibirnos. Nos abraza con emoción; había perdido doscientos
de sus mejores soldados. Las bajas de la Legión pasan de noventa; la tercera parte de los
hombres que habíamos llevado al combate.
La orden general del Ejército del día 10 de septiembre, en Melilla, dice así:
“En la operación del día 8 sobre Casabona, tuvieron ocasión, el Tercio de Extranjeros y
las Fuerzas Regulares de Ceuta, número 3, de cubrirse, una vez más, de gloria.
“Con su indomable valor, con su admirable amor patrio, con su incomparable pericia,
lograron asestar al enemigo uno de los mayores golpes que ha sufrido en todas nuestras
campañas, ocasionándole bajas numerosísimas.
“Todos cuantos integran esos cuerpos modelo alcanzan tales virtudes militares, que es
difícil señalar distinciones entre ellos, y éste es el mayor galardón que puede ostentar una
Corporación.
“Debéis sentiros satisfechos por ello y por haberos hecho dignos de la admiración de
nuestra querida España.
“El Coronel Jefe de E. M., F G. Jordana.-Rubricado, -Hay un sello en tinta que dice: Alta
Comisaría de España en Marruecos, -Ejército de Operaciones”.
Muchos días hace que se anuncia el esperado avance a Nador. La falta de número de
proyectiles de artillería ha retrasado la fecha y, por fin, el día 16 se ordena la salida para el
17.
Las confidencias hacen elevar a varios miles el número de moros enemigos que
atrincherados en el poblado y lomas que lo dominan, nos cerrarán el paso. Se espera que el
combate sea empeñado y a todos se nos hacen lentos los momentos que nos separan del
camino de la reconquista.
A las cuatro de la mañana del día 17 se concentra la Bandera sobre la carretera, y a las
siete se encuentra la columna reunida en la tercera Caseta.
Las gasolineras cruzan rápidas por Mar Chica, vigilando la costa, y el tableteo de sus
ametralladoras es respondido con constantes y sonoros pacos. El globo cautivo elevado
sobre nosotros vigila el campo, y tumbados al costado de la carretera esperamos que llegue
la hora señalada del avance.
Un nutrido fuego de artillería parece ser la señal para el movimiento, El poblado, lomas y
barrancadas, se coronan de pequeños humos blancos. Los barcos de la escuadra ponen en
lo alto de los parapetos enemigos sus negras explosiones y las baterías flotantes enfilan con
sus Shrapnells los largos y profundos barrancos, mientras Regulares y legionarios avanzan
sobre la extensa loma que de Sidi Hamed baja hacia Nador.
El paso de la barrancada y avance sobre las lomas de Nador está difícil; por ello avanza
nuestro Teniente Coronel hasta las guerrillas a dominar el campo v dar las últimas
disposiciones para el ataque; el enemigo dirige su certero fuego, y cuando el Teniente
Coronel me señala el puesto que debemos ocupar en el asalto, el chasquido característico
del balazo derriba en tierra a nuestro querido Jefe, Abundante sangre mana de su pecho; ha
recibido en él una grave herida, y mientras le retiramos para que se efectúe su primera cura,
el Coronel Castro llega a ordenar la acción.
Los legionarios avanzan decididos, corriendo por la barrancada; dejan atrás a los caídos,
que camilleros incansables retiran a los espacios desenfilados. Unos camilleros conducen a
un soldado herido; cae alcanzado uno de ellos por el plomo enemigo, y el otro, activo, lo
desenfila en una cuneta; ya lo recogerán los que vienen detrás. Otro, moribundo, quiere
hablarnos al paso; nos detenemos unos segundos, pero no puede, expira en el esfuerzo. Un
soldado, con un balazo en el pecho, corre animoso a nuestro lado; sigue combatiendo;
desfallecido v sin fuerzas es llevado más tarde a la ambulancia.
El Coronel Castro marcha a nuestro lado. Desde hace dos días viene de Jefe de
vanguardia.
-Al momento.
Y sin esperar a las otras unidades avanzamos rápidos, antes de que el enemigo se
rehaga, coronando el último objetivo. En el camino encontramos varios moros muertos.
Una joven y bonita mora yace tendida en tierra. Sus vestiduras blancas tienen sobre el
corazón una enorme mancha roja; su frente todavía conserva calor. ¡Pobre niña muerta,
víctima de la guerra! Los legionarios la miran con amoroso respeto; entran en Monte Arbós y
persiguen al enemigo que huye por el llano.
Paños bordados cubren el sepulcro del santón y una capa pluvial de la Iglesia de Nador
adorna también la blanqueada sepultura. Del techo penden tornasoladas bolas de cristal de
distintos colores: son los votos de los indígenas en su devoción al santo.
El día transcurre con relativa tranquilidad, y es de noche cuando nos retiramos, dejando
en Monte Arbós destacada una compañía.
Nuestras bajas este día habían sido ocho muertos y veinticinco heridos, y herido grave
nuestro Teniente Coronel.
Desde el primer día la tropa se extiende por los alrededores, y en los aduares recogen
objetos diversos: camas cogidas en el saqueo por los moros, máquinas de coser, sillas,
mesas, carros, pequeños volquetes. Todo se va amontonando en el campamento. Las
planchas de cinc, puertas y ventanas, abundan, y con todo ello los legionarios construyen las
pequeñas chozas que les han de abrigar de las inclemencias del tiempo. Algunos se alejan
por el llano y son tiroteados por el enemigo, que nos causa algún herido, e impone el
establecimiento de una vigilancia en las huertas que limite las incursiones de los legionarios.
La limpieza del poblado adelanta, los muertos son enterrados, pero es tanto lo que hay
acumulado, que se necesita tiempo para higienizar este enorme cementerio.
Hasta el 23 dura nuestro descanso. Este día se ha de efectuar una pequeña operación
en que la altura de Tahuima, la Cuarta Caseta y el Aeródromo son los objetivos.
Pasados unos minutos, el Coronel Castro nos da la orden de avance; los escuadrones
en el llano han empeñado combate y solicitan ayuda.
El capitán nos explica su situación frente al enemigo, que le hostiliza cada vez que
intenta retirarse, y al poco rato llegan las guerrillas de nuestras unidades, que corriendo por el
llano alejan a los jinetes enemigos. Se retiran los escuadrones, y con entera calma nos
replegamos a nuestra línea; en toda la maniobra hemos tenido un herido leve.
A las dos de la tarde se ha empezado el repliegue, pero durante él nos vemos detenidos
por la presencia frente al aeródromo de grupos enemigos que dificultan la retirada de algunas
pequeñas fracciones de la otra columna, empeñadas en combate.
De noche, al volver al campamento, nos enteramos de la grave herida del bravo capitán
García Martínez, de los Regulares; lleva diez años sirviendo en estas fuerzas y su propuesta
de ascenso se halla pendiente de la resolución de las Cortes.
Todos sentimos verdadero dolor por la grave herida de este oficial, a quien los médicos
desconfían de salvar, y que desde hace dos años debía ser comandante.
En la tarde del día primero de octubre se encuentran los jefes de unidad en las Tetas de
Nador. Desde allí se domina el llano que se extiende hasta Sebt. En el fondo Atlaten se alza
en el horizonte con su negro y cortado espolón, y a la izquierda, entre los montes de Beni-fu-
Ifrur, el Uisan destaca su pico cubierto de nubes. En el límite de este llano, entre la mancha
verde de las chumberas, aparece como una fortaleza la altura rocosa de la casa de los
Chorfas, a cuyo pie se pierde la cinta blanca de la carretera. De los montes del Gurugú, a la
derecha, bajan enormes torrenteras, que cruzan la llanada cual enormes trincheras.
Este es el escenario del próximo combate, donde ha de recibir un serio golpe la harca
enemiga.
El General nos explica los objetivos de la operación y la misión que a cada uno
corresponde en el combate. En Monte Arbós se concentrará la masa de artillería, mientras
con las columnas marcharán las baterías de montaña.
El objetivo señalado a la columna Sanjurjo es, rebasado Sebt por la derecha, ir a ocupar
la antigua posición de Ulad-Dau, en la meseta del mismo nombre. La columna Berenguer
abordará la posición de Sebt de frente, y la de Cabanellas, a la izquierda, vigilará los pasos
de Beni-bu-Ifrur.
Al regreso al campamento circulan las órdenes; a las dos y media han de formar las
unidades para concentrarse a la derecha de la posición de Monte Arbós; las tropas formarán
sin toque previo.
Esta noche apenas dormimos. Son las once cuando nos acostamos, y a la una y media
nos despierta el oficial de servicio. El campamento aparece lleno de pequeñas luces. Las
unidades van formando, y los acemileros se desesperan en lucha con sus cargas.
Tenemos que atravesar Nador, operación difícil en la noche; las calles están
interceptadas por las otras unidades de las distintas columnas que este día se ponen en
marcha, y la extensa alambrada que rodea el poblado limita los movimientos; pero por fin
conseguimos llegar a la salida del pueblo y entrar en el camino de Monte Arbós.
Empieza a alborear cuando llega el Cuartel General. Desde hace un rato se encuentra
con nosotros el Coronel Castro; los Regulares se han concentrado a nuestra derecha, y a
retaguardia se alinean las baterías con el resto de la columna; pero hay que esperar más; la
columna de Berenguer ha de salir antes y su concentración aún no ha terminado.
Con los gemelos distinguimos muy bien el campo. En la posición de Sebt y chumberas
próximas aparece numeroso enemigo; de allí se destacan unos grandes guerrillones, que en
aparente descubierta ocupan los barrancos y trincheras; otros grupos numerosos se
descubren en las faldas del Gurugú y de Ulad-Dau. El día promete ser movido.
Con la segunda compañía desfilan como agentes de enlace del capitán dos legionarios,
antiguos oficiales alemanes, incorporados el día anterior; a su llegada pidieron un puesto en
el frente; tienen aspecto aristocrático y sus rostros blancos se destacan entre los curtidos de
Tan pronto salen las guerrillas de los cercos de chumberas, al pie de Monte Arbós, el
combate se entabla. Los Regulares avanzan por la derecha y los legionarios al frente se
lanzan a tomar la línea primera del barranco, ocupada por el enemigo. Otras unidades
refuerzan la guerrilla y el avance sigue impetuoso.
La artillería de Monte Arbós concentra sus fuegos sobre la izquierda del frente de
combate, mientras las baterías gallegas siguen de cerca la marcha de las guerrillas.
-¡No es nada, muchachos!, ¡viva la Legión!- les dice al paso a los legionarios.
Este avance nos ha costado más de cien bajas y el enemigo ha abandonado a sus
muertos en las barrancadas.
Por la derecha, los Regulares han encontrado la misma resistencia, y, cuando me acerco
a ellos para armonizar el avance, veo caer herido al teniente coronel Mola, que los manda en
ausencia de González Tablas.
Cumplida la primera parte del objetivo, reanudamos el avance sobre Ulad-Dau. Antes de
que el enemigo en huida se apreste a su defensa, nuestras guerrillas trepan por la pendiente
de la loma. En la vanguardia, un legionario y un regular se disputan la entrada en el pequeño
aduar, una herida grave, recibida por el moro en el vientre, deja el campo libre al legionario,
que encuentra ocasión de poder vengarle.
Los legionarios ocupan el frente de la posición y avanzadilla, y los Regulares suben a las
peñas del borde de la meseta, donde son más tarde reforzados por nuestra quinta compañía.
El combate durante el día se mantiene duro, especialmente en las peñas ocupadas por
los Regulares, y la retirada de éstos se avecina difícil.
Cuando fortificada la posición llega el momento del repliegue, el enemigo, que está muy
cerca, aparece a pocos pasos de los Regulares. Sólo un mortífero fuego de nuestra fusilería
y la oportuna intervención de una de las admirables baterías de montaña del Grupo gallego,
colocando en medio sus explosiones, detiene en su avance a los montañeses y facilita la
retirada de los valientes Regulares.
El día había sido muy duro. La Legión había tenido 143 bajas de tropa y siete de
oficiales, los soldados habían luchado incansables y nuestras ametralladoras acreditaron,
una vez más, su valor y resistencia.
El día 3 acompaña la Primera Bandera el convoy a Ulad-Dau para retirar los heridos y
aprovisionar las posiciones.
VIII
Atlaten.
La columna del General Sanjurjo se concentra el día 5 de octubre al pie de Ulad-Dau
para la operación de Atlaten. Un extenso cortado hace que esta posición sea sólo abordable
por la derecha, y una rocosa loma, intermedia entre Ulad-Dau y el cortado, nos ofrece lugar
apropiado para proteger la salida.
Desde los primeros momentos el enemigo, oculto en las huertas, nos dirige sus disparos;
despliegan las guerrillas y cruzando entre las casas del poblado ascienden a la loma
intermedia; a su abrigo se reúnen las otras unidades, y, establecidas en ellas las
ametralladoras, se empeña el combate.
El asalto se efectúa, y entran en el fortín central los primeros legionarios; pronto las
banderas de las dos Banderas ondean en lo alto de la derruida fortaleza; al pie de ellas un
negro y atlético legionario de la segunda compañía se encuentra agonizando; mientras tanto,
por los caminos de Uixan y valle del Maxin, se alejan numerosos harqueños.
Establecidas las ametralladoras y baterías, persiguen con sus fuegos los grupos
enemigos.
Tomado Atlaten, la calma reina en todo el campo; sólo en la posición, sobre un parapeto,
los ojos vidriosos de unos muertos nos recuerdan el horror de la guerra; son los últimos
defensores de Atlaten, los que nos ocasionaron las más sensibles bajas.
Desde Ulad-Dau apoyaron nuestro avance los Regulares de Ceuta; es su última acción
en este territorio, días después había de reembarcarse aquel puñado de magníficos
indígenas. Estos tabores habían perdido en dos meses la mayoría de sus soldados, Con
dolor vemos marchar a los queridos compañeros, algunos de los cuales habían de encontrar
en la otra zona muerte gloriosa.
A la media hora de encontrarnos en este campamento, una enorme explosión se deja oír
hacia las laderas de Uixan; una gran columna de humo y tierra se eleva en el espacio
nublando el horizonte. El polvorín de las minas había sido volado por los moros; habían, sin
duda, calculado lo que tardaríamos en subir la ladera, pero nuestra permanencia en
Segangan les había hecho fracasar en el intento.
El poblado de San Juan de las Minas parece haber sido respetado las pequeñas y
bonitas barriadas de obreros se ven blancas y alineadas, pero al acercarnos comprobamos el
destrozo causado por el enemigo; las puertas y ventanas habían sido arrancadas,
destrozando las paredes, y algunos de los pequeños árboles de sus calles estaban cortados.
Los legionarios, desde su llegada, se han extendido por los poblados, de los que traen mil
baratijas; platos, cucharas, sillas, todo lo que los moros habían anteriormente saqueado; un
sinnúmero de puertas y ventanas son conducidas al campamento, y con ellas se van tapando
los huecos de los barracones.
La empresa se creía fácil. La harca había abandonado los picos del Gurugú y las
confidencias señalaban su presencia en la meseta de Telat y de Ras Medua; los poblados
parecían inclinarse a nuestro lado y se esperaba que la resistencia fuera escasa.
El día empieza a clarear. Con los gemelos se observa un gran movimiento de moros en
las esponjas de peñas que forman horizonte y que debemos ocupar, Y en la larga espera que
precede a la concentración de la columna, los comentarios giran alrededor del próximo
encuentro.
Lo estrecho del camino y la oscuridad de la noche retrasan un poco las llegadas de las
baterías, y ya el sol lucía cuando, establecidas éstas, el Coronel Castro nos ordena el
avance. El General Sanjurjo, con su típico pijama a rayas, presencia a caballo el desfile de la
columna.
La cuesta que tenemos que subir es muy penosa. Un crestón o esponja intermedia
facilita nuestra reunión antes de dar el asalto a la esponja alta y peñas del frente. En estos
momentos el enemigo hostiliza poco, y con gran facilidad se han ocupado los objetivos; los
moros se han retirado, pero al llegar a las crestas el fuego que nos hacen es muy intenso.
Conforme van llegando las unidades se refuerzan los distintos puntos del frente; las
ametralladoras se establecen; el fuego se intensifica y las camillas van y vienen de las
guerrillas al puesto de socorro. El combate se empieza a poner serio. El enemigo ocupa un
extenso anfiteatro, donde las cresterías de peñas le ofrecen un abrigo natural. La meseta de
Taxuda, a nuestra derecha y a tiro de fusil, nos domina un poco, está cortada a pico por este
lado y el acceso a ella está al Norte, por una estrecha senda.
Un aeroplano, volando sobre las tropas, arroja un parte con gallardete rojo, que cae a
nuestro lado; avisa “la presencia de numeroso enemigo en el frente y flanco izquierdo, al que
no puede batir nuestra artillería, por ocultarse tras las esponjas rocosas”. A los pocos
momentos las bombas de los aeroplanos suenan en la barrancada y su negro humo asoma
detrás de los peñascos.
El Gurugú ha sido tomado sin resistencia y la harca está entretenida en combate duro El
general Sanjurjo ha llenado cumplidamente su misión y el Alto Comisario aprueba que no se
avance más y se mantengan las posiciones ocupadas hasta que esté el Gurugú fortificado.
El combate en la izquierda sigue muy áspero. De las peñas bajan a un oficial muerto; es
el teniente Rodrigo, de la quinta compañía; el enemigo está muy cerca y el fuego de fusilería
es intensísimo.
Unos harqueños que se han corrido por la izquierda disparan varios tiros desde
retaguardia; dos soldados son heridos en los sostenes; esto produce cierta confusión entre
las reservas, y al mismo tiempo el enemigo, concentrado en las barrancadas del frente,
efectúa enérgica reacción sobre nuestras líneas.
Las compañías de la izquierda ven aparecer de pronto a pocos metros las cabezas
enemigas; el enemigo, con gran arrojo, ataca por todos lados; el coeficiente moral de las
tropas peninsulares es sobrepasado y el frente de la izquierda vacila en algunos puntos.
En las peñas, los legionarios rivalizan en entusiasmo; se han registrado mil episodios:
unos retiran en medio del fuego dos ametralladoras de otro Cuerpo que, por muerte de sus
apuntadores, estuvieron en peligro de caer en manos del enemigo; otros avanzan a la
contrapendiente, y a pecho descubierto aguantan la reacción; un acemilero ha rebasado
bastante las guerrillas, y de pie en la ladera dispara sobre los moros, su camisa blanca se
destaca notablemente y está en el lugar en que el fuego enemigo es más mortífero.
En el frente, el comportamiento de las baterías gallegas es, una vez más, admirable. Ven
llegar al enemigo a corta distancia y siguen su fuego sin que se separe ninguno de sus
soldados. Todas las alabanzas me parecen pocas para esos oficiales y soldados que como
verdaderas baterías de acompañamiento siguieron durante toda la campaña a las guerrillas
de la Legión.
La retirada está un poco difícil; el chorreo de heridos continúa; el enemigo está muy
próximo; hay que dar tiempo a evacuarlos; se dan dos veces las órdenes de retirada y los
soldados que caen muertos retienen el repliegue de la línea.
En estos momentos cae con la cabeza atravesada mi fiel ayudante; el plomo enemigo le
había herido mortalmente; desde la guerrilla dos soldados conducen su cuerpo inanimado, y
con dolor veo separarse de mi lado para siempre al fiel y querido Barón de Misena.
En estas peñas intermedias hay que detenerse para dar tiempo a que se alejen los
heridos. El coronel Castro, jefe de la vanguardia, dirige la retirada, y el comandante Abriat,
ayudante del general, nos acompaña entusiasta en todos los momentos.
Se ha prolongado tanto la retirada, que las municiones escasean; hay que tirar muy poco
y reservar los cartuchos, y aquí nos aguantamos hasta recibir un mulo con municiones. El
enemigo se mueve entre las peñas que nosotros ocupábamos, y en seguida sigue la retirada
por la pendiente e interminable cuesta.
Por fin llegamos a la meseta de Atlaten; el enemigo sólo nos dirige algún disparo, y nos
detenemos esperando el interminable desfile de los distintos elementos de la columna.
En las lomas del fondo se ven las explosiones de nuestra artillería. A mitad de la cuesta
nos detenemos; el Batallón de Toledo no necesita apoyo y se retira con las baterías después
de haberse sostenido en fuego con el enemigo durante todo el día; ha tenido cincuenta bajas.
Es uno de los batallones que más se han distinguido en la campaña.
Nuestras bajas en este día han sido 25 muertos y 91 heridos; muertos: el capitán Cobo y
X
Zeluán y Monte Arruit.
Los días siguientes a los combates en que las empresas guerreras no exigen nuestro
concurso, los legionarios se dedican a la instrucción y tiro de combate; el crecido número de
bajas desde el principio de la campaña nos ha hecho nutrir nuestras filas con soldados de
reciente ingreso que llegan de Ceuta sin la indispensable preparación guerrera; es necesario
perfeccionar su instrucción y adiestrarlos en el tiro, despertando en ellos la confianza en el
arma y enseñándoles a aprovecharse del terreno. Esto, unido a las diarias conferencias
teóricas sobre el combate y la guerra adelante en Marruecos, hace que su instrucción
muchísimo y en los nuevos combates aumente la eficacia de nuestra acción.
Los momentos pasan lentos en espera de la señal de avance. Las alturas de Buguensein
se ven coronadas de moros. Nuestra caballería, a la derecha, permanece en observación
entre las lomas de Beni-bu-Ifrur, y momentos más tarde, paqueada, se retira al abrigo de la
columna.
La hora ha llegado, y con frente extenso despliegan las Banderas en dirección a Zeluán,
sirviéndoles de directriz la vía del ferrocarril. Una pareja de camiones blindados nos precede
por la carretera y un grupo de policías de una Mía de reciente organización nos acompaña.
Llevamos recorridos unos tres kilómetros cuando silban las primeras balas. Los
legionarios son tan rápidos en sus avances, que dejan retrasadas a las otras columnas, y la
presencia de un núcleo de jinetes enemigos a nuestro flanco izquierdo nos obliga a desplegar
una sección y sorprenderles con el fuego de nuestras ametralladoras.
A la izquierda, desde la Alcazaba, nos disparan unos jinetes; los policías, con varios
legionarios, se dirigen al poblado, alejándoles, y a nuestra llegada se nos presentan, una vez
mas, los dolorosos cuadros del desastre.
Por la tarde se emprende la retirada a Segangan; nuestro papel de retaguardia nos hace
La noche cierra antes de llegar al campamento; próximos a Segangan, unos pacos nos
hacen objeto de sus disparos, y una patrulla de legionarios les persigue y aleja.
Uno de los que más se distinguen por sus arriesgadas salidas es el maltés, legionario en
estado primitivo; su afición a la “razzia” ha hecho que no le dejen el fusil para que no se
interne por los aduares, pero con la llegada de soldados nuevos ha encontrado medio de
seguir sus “razzia”. Hoy ha llevado a dos compañeros para que le protejan mientras “razzia”
un aduar, en el que se encuentra a un moro cargando un burro con la cebada de los silos;
una morita joven, dentro del silo, le va entregando un cubo con el grano; el moro,
sorprendido, quiere huir, el maltés le persigue, agarrándole de la chilaba, y los quintos le
disparan, sin herirle. El enemigo se aproxima al ruido de los tiros, y como la mora no quiere
salir del silo, la tapan, y cogiendo el burro se retiran barranco abajo al campamento, en
donde protesta indignado de sus compañeros de excursión: “él poder traer mora bonita y
colorada para Comandante y ellos estar quintos, tirar mal y marchar moro”, dice con su
hablar estilo indígena.
Otro legionario, de aduares lejanos, viene con un baúl cargado; le persiguen a tiros, y
parapetándose en la cuneta, se viene defendiendo hasta llegar al campamento. Así se
suceden las excursiones de los legionarios, alguna de las cuales a alguno le costó la vida,
pero esto aleja del campamento los paqueos.
EL DÍA 23, POR LA TARDE, sale la columna a pernoctar en Zeluán, para emprender al
día siguiente la marcha sobre Monte Arruit; lo fácil del terreno nos indica que el enemigo no
ha de hacernos resistencia, y con esa idea nos acostamos.
Algunos cadáveres parecen ser identificados, pero sólo el deseo de los deudos acepta
muchas veces el piadoso engaño, ¡es tan difícil identificar estos cuerpos desnudos, con las
cabezas machacadas!
-Mi comandante, he venido de Cuba por vengar a mi Patria y a mi hermano, que estaba
-¡Es imposible! Alguno de ellos es, pero, ¿quién le conoce?... En la fosa común he
echado mi puñado de tierra... Gracias, mi comandante.
La retirada se hace sin ser hostilizados; sólo a lo lejos unos moros paquean débilmente a
nuestra caballería; este día pernoctamos en Zeluán y al siguiente llegamos a nuestro
campamento de Segangan.
UNA NOTICIA entristece estos días el campamento; el coronel Castro Girona, Jefe de
nuestra vanguardia, ha de alejarse camino de Gomara; la Patria lo necesita allí. Oficiales y
soldados sentimos su marcha como algo querido; la labor de este Jefe al mando de la
vanguardia ha ganado la ciega confianza de todos, y por eso el homenaje que se le tributa en
el momento de su marcha es uno de los actos más sentidos. Al ver las caras tristes, no hay
que preguntar cuál es la causa: ¡el Coronel se va!
XI
Taxuda 2º (Esponja).
Se repite la operación de Taxuda. El 2 de noviembre es la fecha señalada para colocar
una posición en la esponja alta y ocupar la meseta.
La misión de nuestra columna es tomar las esponjas de piedra que dan vista al Telat,
operando en la misma forma que el día del primer combate La columna Riquelme, desde
Taquigriat, ha de avanzar sobre Taxuda, y la columna Berenguer por nuestra derecha se
adelantará en forma de cuña entre las anteriores.
La concentración se efectúa en los mismos sitios y hora que el primer día. El enemigo, al
que en los primeros momentos se le ve coronar las esponjas de peñas, desaparece oculto
por la espesa niebla; no volvemos a ver el terreno a lo lejos, y esto nos privará de la
protección artillera.
Con contadas bajas ocupamos las primeras esponjas; la niebla ha facilitado hasta aquí
nuestro avance; nos concentramos al abrigo de nuestras guerrillas y las ametralladoras se
establecen en las peñas. Dos moros, a corta distancia, aparecen parapetados en la esponja
alta y línea de piedras. El asalto promete ser duro.
En el pequeño collado se adelante una batería para batir las peñas. El sitio está muy
enfilado, y al avanzar a brazo las piezas resultan heridos dos soldados; el fuego se rompe a
breve distancia y el enemigo permanece firme entre las piedras.
Las órdenes para el asalto están dadas; dos compañías se adelantarán por derecha e
izquierda a desbordar la posición, mientras otra de frente asaltará las piedras enemigas. Los
soldados arman los cuchillos, que relucen a los primeros rayos del sol; en el asalto han de
tomar parte las nuevas compañías, integradas por muchos sudamericanos, y hay
materialmente que contenerlos para que no se lancen al asalto antes de avisar a Atlaten que
suspenda el fuego.
Los momentos son de gran emoción; los moros nos esperan haciendo fuego tras sus
parapetos; los soldados siguen avanzando; va estamos a pocos metros; al enemigo se le ven
los detalles de sus caras; algunos soldados ruedan a nuestro lado en aparatosa caída; entre
los moros enemigos también brillan los machetes; unos pasos más y el enemigo vacila, ¡Ya
son nuestros! y por la ladera opuesta bajan los moros mezclados con los legionarios. La
esponja alta ha sido tomada de nuevo.
El teniente Agudo, que es la primera vez que marcha al frente de su sección, recibe en el
asalto muerte gloriosa. En las peñas de la izquierda vemos expirar a un valiente chileno; sus
últimas palabras son:
Las confidencias comprobaron días más tarde las numerosas bajas enemigas, todos los
moros encargados de la defensa de la esponja habían sido muertos o heridos Y Abd-el-Krim
“La operación verificada sobre Taxuda ha demostrado, una vez más, el elevado espíritu y
perfecta disciplina de las tropas de esta columna que dan orgullo al Mando, muy
especialmente la Legión, cuya moral, siempre muy elevada, y ardorosa acometividad, no han
podido entibiar las numerosas bajas hasta hoy sufridas, siendo también distinguida la
conducta de una compañía de Sevilla que acompañó a la Legión en el asalto"
XII
Sebt-Tazarut y Río de Oro.
Las operaciones por el Zoco del Had en dirección a Yazanen empiezan. El día 7 una
columna desde la posición del Zoco saldrá a ocupar posiciones importantes en la meseta de
Iguerman; la columna del General Sanjurjo distraerá al enemigo llamando su atención en
Sebt-Tazarut.
Las dificultades que representa nuestra empresa son las que lleva unidas el tener que
librar un combate en el estrechamiento de Bu-Asasa, en que los hombres y acémilas tienen
que pasar de a uno en un terreno dominado por las lomas enemigas. El hacer el movimiento
de avance por sorpresa facilitará nuestra misión.
Salimos de noche del campamento. Un frío muy intenso se siente en la penosa subida
hacia Taxuda. Conforme ascendemos y se acerca el amanecer, el frío aumenta, y la
vanguardia se concentra a la derecha de la posición de la Esponja Alta.
Una porción de pequeños puntos se acercan por la meseta y se pierden más tarde entre
Antes de retirarnos, sentimos abandonar estas posiciones, desde las cuales en marcha
franca se llega por el llano de la meseta a la posición de Ras Medua, y a las que
seguramente tendremos que volver.
Los distintos batallones se han retirado con la artillería a tomar posiciones a retaguardia,
pasa do el estrechamiento. Nuestra retirada es difícil los moros se muestran pegajosos y hay
que evitar que el enemigo, coronando las alturas, nos coja en el paso. Hay que bordar la
retirada, como decimos en el vocabulario militar.
Tan pronto nos replegamos del extremo derecho de la loma, los humos blancos de la
artillería coronan los lugares ocupados por los legionarios, pero es preciso detenerse; unos
soldados del extremo izquierdo caen heridos en el repliegue y las tropas vuelven
nuevamente a ocupar la línea; los camilleros les conducen rápidos, y una vez alejados,
continúa la retirada.
Nuestras bajas este día han sido dos muertos y cinco heridos.
La primera parte del avance se efectúa en forma análoga al primer día, y cuando
amanece ya están los legionarios en Sebt-Tazarut; una batería de montaña se establece en
les picos de la derecha, y en esta situación, en ligero tiroteo con el enemigo, esperamos
órdenes.
Al llegar al morabo del valle se retiran de Iguerman los batallones de la columna; los
moros han coronado la loma y persiguen de cerca a las últimas unidades en retirada. Están
tan lejos, que no es posible llegar a auxiliarles.
La noche cierra; la retirada se hace por escalones, y con frecuentes paradas seguimos el
estrecho camino que nos lleva al Zoco. Nuestras bajas en este día son sólo siete heridos.
Acogido a la Bandera
se ha dormido la quimera
II
Acogido a la bandera
se ha dormido la quimera
III
XIII
Uisan y Ras Medúa.
El tiempo ha empeorado. Llegan los lluviosos días del invierno y circula el rumor de que
se va a avanzar sobre Ras Medua, donde las confidencias señalan concentrado al grueso
de la harca. Como preparación, en la mañana del día 14 la Legión fortifica unas casas en el
poblado de Bu Atlaten, que constituirán el día del avance un apoyo en nuestro flanco
izquierdo.
La operación se anuncia para el día 17, concentrándose con anterioridad en las huertas
de Segangan la columna del General Berenguer. El frío en este día es intensísimo; los
chubascos se suceden y el Uisan, cubierto de nubarrones, anuncia que va a seguir el agua.
Muy difícil nos ha de ser la marcha por la colorada y arcillosa tierra de la meseta de Ras
Medua.
A las cuatro de la mañana el campamento está en pie, pero no se forma; una lluvia
torrencial ha caído durante la noche y los caminos están intransitables. La operación queda
suspendida hasta que mejore el tiempo.
Desde que ocupamos Segangan nuestra mirada tropieza con el macizo montañoso de
Uisan, actualmente en poder del enemigo. Tras los espesos muros de sus fortines se
ocultan las guardias moras, y las múltiples barrancadas facilitan a los pacos el acercarse
algunas noches a turbar nuestro descanso. El grueso de la harca en este lado se encuentra
al pie del monte, en los poblados inmediatos a la carretera de Kaddur.
Este día llega; el General ha aprobado nuestros proyectos, y si el tiempo no nos permite
Las precauciones para la empresa están tomadas y con anterioridad estudiados los
sitios de las guardias, el camino a recorrer por las unidades y la posibilidad de que pueda
fallarnos la sorpresa.
Gran sigilo se lleva en los preparativos; sólo en la tarde de este día avanzan los
Capitanes a una loma próxima y, sin llamar la atención, se enteran de los caminos a
recorrer, señalados en el plano anteriormente. Antes de separarnos me cercioro de que
todos conocen su misión.
A las cuatro de la mañana, sin el menor ruido y sin encender luces, marchan las
compañías a retaguardia del campamento, donde permanecen pegadas a la tapia.
Las prevenciones han sido dadas; los mulos y caballos quedan en el campamento con
los soldados acatarrados; los fusiles se ocultarán bajo el capote, para evitar que brillen sus
cerrojos, no se fumará bajo severo castigo y nadie disparará sus armas. Las compañías de
ametralladoras llevarán a brazo el material y de la conducción de las municiones se
encargarán treinta hombres de la sección de trabajos Las baterías quedan en el
campamento, estableciéndose a la salida del mismo; un batallón se adelantará al amanecer
como reserva, y con él, el ganado de nuestras unidades.
Cuando nos despedimos del General, se encuentra levantado; salimos por la puerta de
la carretera de Nador, y dando un rodeo bajamos por una aguada al cajón del arroyo. Unos
policías, con el Capitán Orteneda, se unen a la expedición, y el capataz de la Compañía
Española de Minas del Rif nos acompaña como práctico.
En silencio profundo y pegados a los taludes del hondo arroyo, nos encaminamos en
dirección de las guardias enemigas. Inmediatamente a nosotros, un grupo de policías y
legionarios explora el terreno, deteniéndose al menor aviso; al llegar al recodo del arroyo se
separan las unidades que nos han de proteger en el caso de fracasar el intento. Por la
derecha, una compañía y una sección de ametralladoras van a ocupar la loma frente al
poblado y morabo de Sidi Busbah, para cortar en caso preciso el paso del grueso de la
harca a los fuertes y flanquearán al mismo tiempo la marcha del resto de los legionarios por
el barranco. Otra compañía, con su sección de ametralladoras, avanzará por las lomas de la
izquierda, procurando no destacarse en el horizonte. El resto de la Legión se aventura por el
profundo cajón del arroyo.
No se escucha el menor ruido. Los soldados avanzan por la arena con precaución,
como un desfile de negros fantasmas, y a nuestro frente, y enfilando la barrancada,
blanquean los muros del Fuerte del Carmen Pronto dejamos de verlo y nos encontramos al
pie de la loma. Es preciso escalar la pendiente y resquebrajada ladera; la ascensión es lenta
y penosa, y en un desmonte anterior al fuerte se concentran los legionarios antes de dar el
golpe sobre las guardias.
Los momentos son de mucha emoción; ni un solo tiro ha señalado nuestra presencia, y
en uno de los fortines una pequeña columna de humo delata la existencia de una guardia.
Empieza a amanecer cuando a una señal se lanzan sobre los fuertes las primeras
unidades. En el pequeño Fortín de San Enrique suenan algunos disparos; es la guardia
enemiga que se apercibe y huye disparando sus fusiles en señal de alarma.
No hay que perder un minuto; es necesario llegar al fuerte alto antes que el enemigo.
La parte más penosa de la ascensión empieza; legionarios y policías gatean por el plano
inclinado de las minas en busca del elevado fuerte, mientras la gente de la harca, por la otra
pendiente, también trata de ganarlo; una veintena de metros les falta a los moros para llegar
al fortín, cuando los nuestros entran en él y pronto los harqueños ruedan la ladera
El fuego dura todo el día. Los moros comprenden la importancia de la posición y tratan
de estorbar su fortificación y aprovisionamiento, pero su situación es tan desventajosa, que
muchos mueren cazados por nuestros tiradores, ocultos tras las aspilleras.
Desde este alto pico se baten los caminos a Kaddur y el Harcha, y el día transcurre en
el fuerte entre los gritos y hurras de los legionarios cada vez que “cazan” algún tirador
enemigo; ¡es tan divertida la “caza” del paco!
“Felicito a V. E. y tropas a sus órdenes por brillante éxito obtenido al ocupar Monte
Uisan. Me es muy honroso y muy grato transmitir esta valiosa felicitación a las tropas de la
columna que han tomado parte en la operación y muy especialmente a las fuerzas del
Tercio, que han acreditado, una vez más, su recia instrucción y disciplina.”
El sol está ya alto cuando rompemos la marcha por el llano del Maxin; la caballería
indígena se ha dirigido hacia Tanut Er Ruman, poblado en que se anunciaba la harca
enemiga, pero durante los primeros momentos se nota la ausencia de los moros; sólo a lo
lejos, en el reducto de Ras Medua, parece señalarse su presencia
La Legión avanza por el llano con las Banderas inmediatas y sus secciones de
vanguardia desplegadas; las ametralladoras y mulos se quedan retrasados en el paso de
los barrancos; se hace preciso acortar la marcha. Cruzamos más tarde por los poblados del
valle, y frente a la aguada de Ras Medua se separan las Banderas, y mientras la Primera
salva la barrancada siguiendo la antigua pista militar, la Segunda cruza el arroyo y asciende
por la senda de la aguada de las moras. El enemigo no ha hecho resistencia y los
legionarios ocupan el poblado de Medua en la meseta.
Entre las piedras y torretas se ven las cabezas de los moros; nuestros shrapnells
explosionan sobre las ruinas, y después de una preparación artillera se continúa el avance
hacia el reducto.
El avance y asalto del reducto se efectúa muy rápido; mientras una compañía avanza
por el borde del barranco de la derecha envolviendo la posición, otras, de frente, se lanzan
sobre las piedras del reducto; las balas silban sobre nuestras cabezas, y un aeroplano a
nuestro lado deja caer un parte: “El enemigo se retira a caballo por la ladera opuesta”.
-¡Alto el fuego! ¡no tiréis a ésos, que son moras! -ordena un Capitán que con los
gemelos observa el campo. Los soldados cesan en su fuego.
XIV
Tauriat-Hamed, Harcha, Tauriat-Zag.
Alrededor de la larga mesa, en el comedor del General, en Segangan, se encuentran
sentados los Jefes de los cuerpos que integran la columna; un plano está extendido y un
ayudante, en alta voz, va leyendo las órdenes para la operación del día siguiente: objetivo de
la columna, camino a recorrer, unidades que han de quedar destacadas, lugar para
establecer el vivac, misión de cada uno de los cuerpos que componen la columna; todo se va
aclarando por nuestro General.
Los legionarios hemos de salir antes de amanecer a ocupar la Loma Negra de la derecha
del Uisan, marcada en el plano con la cota 520; a su abrigo se concentrará la vanguardia, y
una vez establecidas las baterías ligeras que han de marchar por la carretera con la otra
columna, se seguirá el avance.
Al amanecer del nuevo día nos encontramos ocupando la Loma Negra, sobre el antiguo
camino del Harcha; la ausencia del enemigo nos permite adelantarnos a ocupar las
siguientes lomas, abriendo de este modo la marcha y concentración de la columna. El
enemigo se divisa muy lejos, en las alturas y chumberas próximas a Tauriat-Hamed.
Los moros se han dispersado a nuestra vista y hostilizan desde las crestas cercanas;
una compañía se destaca delante de la posición, en un extenso espolón, y los trabajos de
fortificación empiezan.
Durante todo el día el combate se desarrolla tranquilo; sólo por la tarde el enemigo, que
se ha filtrado por los barrancos de la derecha, hostiliza de flanco a la columna; una compañía
de legionarios les aleja, y sigue el aprovisionamiento de la posición.
El sol está próximo a ponerse cuando empieza la retirada de las tropas avanzadas. Por
la izquierda, el Batallón de Sicilia, que se encontraba adelantado en tiroteo con el enemigo,
se retira por escalones con la tranquilidad de un ejercicio, es el primer día que entra en fuego,
y a todos nos produce gratísima impresión sus primeros pasos en la campaña.
En la posición se retiran las tropas hacia el vivac, y en estos momentos el enemigo hace
de nuevo su aparición en los barrancos, rompiendo el fuego sobre la carretera y ganado de
las baterías. Los legionarios, que han empezado su retirada, detienen el repliegue, mientras
varias secciones con granaderos avanzan a limpiar el barranco. El sol se ha puesto, y sin luz
apenas, la ola de legionarios avanza; los tiros y estampidos de las bombas se suceden y los
soldados se alejan barranco abajo; al enemigo se han cogido cinco muertos y los pacos se
terminan. Al siguiente día la descubierta de la posición encuentra en el barranco once
muertos más con su armamento.
Las bajas de la Legión habían sido: heridos el Teniente Gallego y Alféreces Díaz Criado
y Díaz de Rebago y 12 soldados.
LA NOCHE PASO tranquila; el vivac no fue hostilizado, y al amanecer del día siguiente
se encuentra de nuevo formada la Legión para la ocupación del Harcha.
Hace un crudo día de diciembre, en que un viento frío molesta nuestros trabajos y,
terminados éstos, pernocta la columna en el antiguo campamento de Yadumen.
A nuestro paso, las columnas de humo se levantan de las pequeñas casas y la ola de
fuego alcanza a los poblados de la montaña.
Las otras dos columnas, en este día se han internado también en Beni-bu-Ifrur, y esta
cabila, que tanto se había distinguido en sus crueldades, había quedado destruida.
Las últimas operaciones han traído consigo la sumisión de varios aduares próximos a
Tauriat-Hamed y del jefe moro Kaddur-Ben-Ab-Selam. Algunos moros se ven en las
Cae la tarde, cuando un cabo legionario, con su escuadra de servicio de leña, se nos
presenta en el campamento, los soldados son portadores de cinco fusiles mausers cogidos
al enemigo:
-Mi Comandante -nos dice-, aquí traemos estos cinco fusiles de unos moros que hemos
matado en el servicio. Estábamos cortando leña en la derecha del Uisan, cuando
escuchamos tiros hacia la carretera; acudimos al fuego, cumpliendo nuestro credo legionario,
y al llegar nos recibieron tirándonos desde uno de los aduares. Como los moros estaban
parapetados y con los pocos hombres que llevaba no podía castigarlos, me apoderé de un
ganado que se hallaba próximo y de dos chicos pastores, uno de los cuales mandé al aduar
para que viniese el jefe con los hombres armados a entregarse o me llevaba el ganado al
campamento, Llegaron cinco moros, uno de ellos al parecer jefe, a los que sin dar tiempo a
defenderse, desarmamos e hice venir delante de nosotros al campamento. Nos siguieron de
buen grado mientras creían ir a la oficina de Policía, pero cuando vieron torcíamos por el
camino de Segangan, pretendieron huir por un barranco. El ganado, para que no se pudiera
pensar que había sido el origen de este episodio, lo he entregado, al paso, en la posición de
Bu-Atlaten.
Aquella tarde, ya anochecido, el jefe de uno de los aduares, que en otra agresión días
después fue muerto, viene a hacer sus protestas de fidelidad; a la hora de marchar tenía
miedo de alejarse hacia el poblado; temía que pudiera pasarle algo y se ordena que le
acompañen un cabo y una pareja de soldados legionarios, lo que aumenta sus temores; al
despedirse de ellos, ya cerca del aduar, agradecido les besa las manos; no comprendía el
moro que estos hombres, cuya fama de fieras ha llegado en esta zona a los más escondidos
aduares, le permitan marchar, y le hayan acompañado hasta su casa.
Días después, y precedidos por los poblados amigos y Policía, se ocupan, sin que
fuéramos hostilizados, las posiciones de Kaddur y Taxarut, próximas al Kert.
OCUPADO Ras Medua, los aduares de Beni Sidel, al pie de la meseta, han pedido el
avance de nuestras tropas a las antiguas posiciones de Tauriat-Buchit y Tauriat-Zas, que
cortando el paso de la harca por el desfiladero, les permiten vivir en sus aduares.
Para esta operación se concentran en Ras Medua las fuerzas organizadas de policía
que, precedidas por los moros de los poblados, han de ocupar, al amanecer del día 20, las
posiciones indicadas. La columna Sanjurjo saldrá antes del amanecer por el valle de Maxin
para cooperar al buen resultado de la operación y fortificación de las posiciones.
A lo lejos, al pie de Tauriat Zag y del desfiladero de Trebia, se ven bullir las
concentraciones enemigas; muchos de los grupos, parapetados en las piedras de la
contrapendiente, parecen esperar la llegada de la fuerza; pero el número de enemigos no
está en correspondencia con lo benigno de la acción.
Los legionarios han ocupado posiciones a vanguardia y mantienen ligero tiroteo. El enemigo
huye por el llano en dirección al Kert y la paz reina en la retirada.
XV
Ras Tikermin
Ha sido proyectada la operación sobre Ras Tikermin, y el día 21 vivaquean las dos
columnas próximas a la posición del Hianen. Dirigirá el General Berenguer (Federico) y son
Jefes de columna los Coroneles Saro y Fernández Pérez.
Los poblados inmediatos al puente del Kert combatirán a nuestro lado y han entregado
los explosivos y mechas con que el enemigo pretendía volar el puente. La Policía y harca
amiga ocuparán antes del amanecer Calcul, defendiéndose hasta la llegada de la columna.
Llegan noticias de que el fuego es muy grande y de que en Ras Tikermin las
municiones escasean.
Con gemelos se distinguen los grupos enemigos, ocultos en los espacios desenfilados
de la posición. Varios aeroplanos, volando sobre ellos, nos dejan escuchar el tableteo de
sus ametralladoras. Se les ve trazar pequeños círculos sobre las barrancadas, ametrallando
a los grupos enemigos. Vuelan tan bajo, que tememos que puedan alcanzarles los disparos
Otro aparato deja caer bombas que levantan negras humaredas. Todo el fuego se
concentra en el pequeño espacio desenfilado delante de la posición. Hay que ir enseguida,
sin esperar la concentración de la columna.
Rápidamente van los legionarios ocupando las alturas de los flancos y llegamos a Ras
Tikermin, adonde ha ido al galope la caballería. Relevamos a los jinetes, que encontramos
en la loma anterior a la posición, y entramos en la misma los primeros legionarios.
La entrada de la posición y rampa de acceso están tan enfiladas, que los proyectiles del
enemigo levantan en ellas un hervidero de polvo es necesario alejarlo para que puedan
avanzar los ingenieros y empiecen los trabajos de fortificación.
Las únicas fuerzas de que disponemos son dos compañías de legionarios, menos una
sección, y una compañía de ametralladoras; el resto de las Banderas se encuentran
Las secciones de sostén acuden al sitio del ataque, pero, rechazadas en este lado,
tienen que retirarse y acudir al otro, Nadie piensa en recoger las bajas; ya se hará luego;
nuestros ordenanzas y agentes de enlace intervienen también en la lucha.
Un oficial cae herido o muerto; sobre él muere un legionario; los moros ruedan la
ladera, pero el fuego sigue muy intenso. Es preciso resolver el combate alejando al enemigo
con la maniobra; pero no nos quedan tropas; los acemileros y conductores de
ametralladoras se encuentran ya formando un sostén en el frente. Entonces echamos mano
de los policías y moros adictos, enviándoles a ocupar por la derecha unas lomitas que baten
la ladera de revés. La empresa no les agrada mucho, las disculpas se repiten; “no tener
cartás” (municiones); se los entregamos, y por un barranquito de la derecha les hacemos
aparecer en su puesto sin ser vistos. En estos momentos, el enemigo al verse amenazado
por retaguardia, se declara en huida y las ametralladoras y fusiles se encargan de
perseguirle con sus fuegos por las múltiples barrancadas.
La calma renace en nuestro frente y llega el momento de retirar las bajas. Dos oficiales,
el Teniente Infantes y el Alférez Marquina, han muerto gloriosamente; el Teniente Hidalgo,
que manda la segunda compañía, es herido de gravedad, y son muchos las clases y
soldados caídos en la lucha.
Los aeroplanos siguen incansables su tarea, y delante de las guerrillas colocan sus
bombas, prestándonos importante ayuda.
Recibida la orden de repliegue, el enemigo está tan cerca, que en algunos puntos del
frente hay que falsear la retirada.
A la primera compañía, que ocupa el collado, en los momentos que intenta el repliegue,
le aparece el enemigo coronando la loma; por esto avanza nuevamente, matando a varios
de los harqueños; pone al resto en huida y aprovecha este momento para retirarse a su vez.
Un rato después los moros reaparecen en el collado.
El combate nos ha costado a la Legión seis muertos y cuarenta y un heridos; han sido
heridos los Tenientes Virgilio García y Toribio Marcos; pero los legionarios regresan
satisfechos; las bajas enemigas han sido muy crecidas.
-Sí, hijo.
-¡Cuánto lo celebro!, yo a su papá le quiero mucho, bueno, como todos los legionarios,
¡ése sí que es un hombre... ! ¡más valiente!, es un General estupendo, es el General que
acompaña a los soldados. Si nos encuentra en el campamento, nos habla como un
camarada, y nosotros le queremos mucho...
Y así sigue un buen rato hablando al chico de su padre. El médico tiene que imponer su
autoridad: Vamos, calla; ya hablarás luego.
XVI
Operaciones sobre Dríus.
Los primeros días del año 1922 siguen de descanso en el campamento de Segangan,
pero en ellos se dice que muy pronto ha de seguir el avance a Dríus.
A las once de la mañana del día 7 llega la orden de pernoctar en Monte Arruit.
El camino a seguir es el del Jemis de Beni-bu Ifrur, y la hora de partida, las dos. Con
anterioridad han salido los carros con la impedimenta, pero al llegar al Zoco del Jemis, los
encontramos detenidos al lado de la posición; la pista acaba allí; el camino no permite el paso
de los carros y lo avanzado del día no les deja volver.
Se adelantan los legionarios armados de picos y palas; en poco tiempo quedan salvados
los pasos difíciles, y a las siete de la noche entran en el campamento de Monte Arruit los
carros con la sección de zapadores.
EN LA MAÑANA del siguiente día, y después de una misa de campaña, salimos para
Batel, y en el camino no dejamos de pensar en los días de julio y en la retirada del ejército
por el ardiente llano.
Junto al pozo número 2 se agrupan los caballos esperando la codiciada agua, mientras
Al pasar por Batel la columna en retirada, la guarnición del pozo recibió del General
Navarro orden de repliegue, que no cumplieron, por no haberla recibido de sus jefes
naturales, y más tarde tuvieron que resistir los ataques enemigos.
Los moros creyeron en un principio empresa fácil rendir a este pequeño número de
soldados, que en el llano son los dueños del agua. Desesperados de su empeño, entran en
trato con los defensores, y a cambio del agua los soldados reciben gallinas, huevos y víveres.
Diariamente hay una tregua en que cambian sus productos.
En sus conversaciones con los moros se enteran de que tienen en el aduar un oficial
herido y un soldado prisionero, y se niegan a darles agua si no les hacen entrega de ambos;
pero pasan los días, los cartuchos escasean, y una noche, enterrando los fusiles, abandonan
el pozo en dirección al Muluya.
En el camino aún tienen que probar su recio temple; sorprendidos por dos moros, luchan
con ellos, consiguiendo desarmarles y darles muerte; y con los dos fusiles llegan tranquilos a
la zona francesa.
EN LA TARDE de este día, el General Berenguer nos reúne y nos explica el objetivo de
la operación, misión de la columna y parte que cada uno ha de tomar en el combate. El
terreno es ideal para combatir; un llano extenso y lomas suaves, en que sólo la cuenca del
Kert y el Gan pueden servir de refugio a los tiradores enemigos.
Varias son las columnas que han de tomar parte en la operación, y el frente de combate
es muy extenso.
De las lomas cercanas siguen disparando, aunque débilmente, pero una maniobra del
escuadrón de caballería los pone en huida; ocupamos posiciones y el día transcurre tranquilo
para la Legión, habiéndose recogido armones de artillería y proyectiles de campaña y
montaña abandonados.
A media tarde; un movimiento de tropas que van y vienen se distingue con los gemelos
en dirección a Dar Azugag; unos escuadrones de regulares avanzan al galope hacia aquel
lado; algo raro pasa. A los pocos momentos recibimos la orden de que una Bandera vaya en
Cuando llegamos a Amesdan, nos ordenan relevar a las tropas desplegadas. Los
regulares han empezado el repliegue y el enemigo, que entonces se presenta, no
corresponde a la alarma.
A nuestro lado pasan los regulares. Preguntamos a un moro lo sucedido, y sólo nos sabe
decir. “Caballería de rifeño estar como diablo, nosotros tirar, tirar y no jaserles nada”.
Los camiones blindados nos preceden por la carretera y alejan de la barrancada del Kert
a los tiradores enemigos. Hostilizados débilmente, ocupamos Uestia y Haman. Cuando nos
preparamos a seguir a Dríus, donde llevan ya un rato los camiones blindados, vemos entrar
en la posición la caballería del general Cabanellas. El enemigo en su huida había
abandonado varios cañones.
La operación ha sido muy brillante; en ella se comprobó, una vez más, la escasa
resistencia que el enemigo opone al segundo día de combate; esto ha sido aprovechado por
nuestro General para llegar con toda facilidad a Dríus, pese a los alarmistas, que creían ver
la empresa dura y preñada de peligros.
Recorred estos campos; conversad con los soldados y clases que participaron del desastre e
interrogad a los indígenas; sólo entonces encontraréis la clave de esa retirada que empezó
en Annual y acabó en las matanzas de Zeluán y Monte Arruit.
XVII
En DrÍus
Durante los primeros días de la ocupación, la vida en Dríus es tranquila; nuestras descubiertas avanzan
sin ser hostilizadas, los poblados próximos de la Abbada parecen estar en actitud pacífica, y sólo los
cadáveres y huesos, de que el llano está salpicado, nos hablan de la crueldad que se ensañó en los
nuestros.
Conforme nos internamos, los pequeños montes de costillas, cráneos machacados,
quemados y sin posible identificación, jalonan el camino, algunas ropas, con el número 59,
indican que pertenecieron a soldados del Regimiento de Melilla En espuertas recogemos los
restos de aquellos soldados, algunos de los cuales encerrarán heroísmos sublimes para
siempre ignorados.
En estos días se presentan los jefes de los Poblados situados en la pequeña elevación
del llano en dirección a Tafersit. El Coronel de Policía, con los escuadrones indígenas, va a
El Jefe de Policía, en medio de numeroso corro de moros, conferencia con los indígenas,
que aparentan sumisión. Los silos de las casas están llenos de grano, pero sus ganados se
encuentran alejados en dirección al monte. En los patios de los aduares se encuentran mil
huellas de crueldad. Un patio llama nuestra atención; junto a una pared están los restos de
unos cadáveres, y sobre ellos, en el blanqueado muro, los impactos de los disparos
salpicados de sangre.
Una ola de indignación pasa por nosotros. Que hagan alto los legionarios y que no
entren en el poblado. ¡No vean tanta infamia y estropeen la política!
La conferencia termina pronto, los grupos que se veían en dirección de Tafersit, y que
motivaron nuestro avance, parecen acercarse. Recibimos la orden de repliegue y nos
volvemos con el sentimiento de no poder hacer justicia a nuestros hermanos cruelmente
asesinados.
A los pocos días, los moros de estos poblados habían desaparecido, una vez trasladado
el grano.
Días después salimos las Banderas, constituyendo una pequeña columna con elementos
de artillería, sanidad, ingenieros e intendencia, a ocupar la avanzadilla de Dar Azugag, que
había quedado sin fortificar el día de la toma de esa posición.
Avanzamos hasta la orilla del Kert sin ser hostilizados; en tres horas queda fortificada la
posición y nos retiramos al campamento.
EL RESTO DEL MES pasa tranquilo en el campamento de Dríus, sólo en la noche del
día 28 numerosas descargas 'enemigas nos llevan al parapeto. Las balas silban por encima
de los sacos terreros, y rápidamente las unidades ocupan sus puestos de alarma.
Una sombra blanca anda por el parapeto del tambor; una pequeña chispa se mueve en
el aire y un estampido como un cañonazo se siente en el barranco; es el Teniente de la
Sección de granaderos que ha salido desnudo al saber que el enemigo estaba próximo. Unas
cuantas granadas más son arrojadas y los moros se alejan.
A la pequeña plazoleta del campamento llega una camilla con un soldado muerto. Trae la
cabeza atravesada. De la puerta de la posición conducen a otro soldado herido y de uno de
los puestos de servicio avisan que hay un muerto. El fuego enemigo sigue intenso y se siente
el sonido antipático de la Aarbaia.
CON EL MES DE MARZO parece haber llegado otra época de movimiento. A un paseo
militar al boquete de Tamasusi, sucede el día 7 la ocupación de la Chauía, a tres kilómetros
del campamento, y el día 8 la ocupación en el llano, a la derecha, de una posición que toma
el nombre de Sepsa. Este día se mantiene fuerte tiroteo con el enemigo.
Mientras las tropas se encuentran fuera del campamento, un ataque por el cauce del
Kert ocasiona sensibles bajas al Batallón de Álava, de servicio en la aguada.
La retirada se hace más tarde con facilidad, al abrigo de las posiciones establecidas.
En el campamento se habla de que seguirán las operaciones sobre Beni Said, cuyos moros
han prometido someterse cuando nuestras tropas lleguen a la posición de Tuguntz
XVIII
Ambar y Tuguntz
Se establece, el día 17, en Itihuen el campamento provisional de la columna. En este
día llegan los carros de asalto de infantería, que han de tomar parte en la acción. Los
oficiales cenan en nuestro campamento; el Teniente Coronel ofrece todos los elementos de
la Legión a sus compañeros de la Escuela de Tiro, y después de un apretón de manos,
deseándoles un buen éxito, se retiran todos en busca del descanso.
Los moros, escarmentados de su primer ataque contra los tanques, esperan ocultos en
las barrancadas el momento del repliegue.
Las guerrillas siguen durante el día en fuego con el enemigo, y terminada la fortificación
de las posiciones, el grueso de la columna se repliega a Itihuen, mientras la vanguardia ha
de retirarse sobre la posición de Ambar. El Teniente Compaired, de la 130 compañía, ha
sido herido.
Los carros de asalto, que hace unos momentos se encontraban a la altura de las
guerrillas, se han de replegar a retaguardia de las mismas, evitando que el enemigo se eche
encima, mientras las tropas cruzan las profundas barrancadas.
La noche es triste en Ambar, el Comandante Fontanes está muy grave, y todos saben
lo que significa una herida de vientre con el hospital tan lejos. El Doctor Pagés, es toda la
preocupación del herido; él podría salvarle. En la Legión se siente admiración por este
notable cirujano, que ha librado a tantos legionarios de una segura muerte. Por esto piensa
en Pagés el bravo Comandante de la Segunda Bandera.
Los tanques, en esta clase de guerra, han de operar prestándose mutuo apoyo, y en los
períodos de instrucción han de practicar sus ejercicios en combinación con aquellas tropas
con las que han de sostener enlace en el combate.
La falta de gasolina, causa a que se atribuyó la pérdida de los tanques, es, como se ve,
tan pequeña e indica al mismo tiempo tal falta de preparación en el personal, que no por ello
han de sentenciarse esas unidades al fracaso.
Los enemigos de los tanques son: la artillería, los fusiles y las ametralladoras
contratanques; si nuestro enemigo no dispone de estos medios de acción, evidentemente su
empleo no ha de tener contratiempo y causará a los harqueños hondo quebranto, evitando
al mismo tiempo las bajas propias.
No quiero decir con esto que el carro de asalto vaya a solucionar la campaña, pero sí
que ha de ser un poderoso elemento para nuestra acción militar, y su empleo en mayor
número encajará dentro de las aspiraciones de la Nación de reducir los efectivos que en
África combaten. La construcción de un tanque ligero, con más de un tirador, especial para
Marruecos, aumentaría la eficacia y radio de acción de esta arma.
Las unidades de tanques tienen un valor que hoy parece desconocerse, y no hay que
olvidar que lo más caro en esta guerra no es el material, sino los hombres.
EL AVANCE SOBRE Tuguntz continúa. El día 29 sale la columna a las órdenes del
General Berenguer y se concentra al abrigo de las posiciones de Ambar y Velázquez,
permaneciendo las baterías ligeras y del Grupo de Instrucción en el borde de la meseta de
Arkab.
Con la Legión por la derecha y los Regulares por la izquierda, avanza la vanguardia en
dirección de “la loma de los tanques” y va coronando las sucesivas alturas hasta llegar a las
que se han de conocer en lo sucesivo con los nombres de Tuguntz y Cala. El enemigo, en
estos momentos, tirotea con alguna intensidad, pero el combate se desarrolla fácil, y
descendiendo de esas posiciones ocupamos las alturas siguientes, anteriores al río Bas. A
nuestra derecha avanzan tropas de Policía, y por este lado, y a retaguardia, se ve a lo lejos
la caballería de la columna Cabanellas.
El terreno hacia el Bas es malísimo; las lomas están surcadas de profundas grietas,
que, muriendo en el cajón del río, constituyen magníficos caminos cubiertos, y la altura de
estas lomas oculta el valle del Bas a las baterías de montaña establecidas en la posición,
que sólo de muy lejos pueden batir los caminos que bajan de Dar Quebdani.
En esta situación transcurre el día. A lo lejos, por los caminos de Beni Ulixek y Dar
Quebdani, se ve venir numerosos grupos de moros que se pierden en las profundas
barrancadas del Bas. Algunos entre ellos llegan a caballo; éstos son los que frecuentemente
se adelantan en la retirada Y ocupan al galope las lomas por nosotros abandonadas. Es una
de las herencias del desastre. La abundancia de caballos les permite emplearlos como
infantería montada; en las retiradas pueden caer rápidamente sobre los escalones de
retaguardia, y en el avance defienden las lomas hasta el último momento.
Todos estos grupos que acuden al combate llegan a él al mediodía, que es cuando
generalmente se empeña la acción. En estos momentos, toda la vigilancia es poca, y los
barrancos, a los flancos y retaguardia, deben ser observados con pequeños destacamentos;
muchas veces la práctico en esta clase de guerra nos dice por adelantado dónde ha de
aparecer el enemigo.
La presencia de unos grupos a pocos pasos de los policías de nuestra derecha motiva
una vacilación en este lado, al que tenemos que acudir haciendo reaccionar la línea. El
fuego sigue muy intenso, y en estos momentos duros de la acción, el Alférez Llaneza, de la
130, recibe muerte gloriosa.
Los cañones enemigos colocan sus proyectiles entre nuestros sostenes sin causarnos
bajas, mientras en la izquierda, una compañía del Batallón de Galicia avanza en auxilio de
los Regulares. Con los gemelos vemos aproximarse al lugar donde el fuego es más
empeñado un enorme guerrillón; los moros de Regulares, retrasados en la loma y
parapetados, nos indican lo que va a pasar, ¡Quién pudiera detenerlos! El enemigo espera
que se adelanten, y cuando están al descubierto rompen el fuego y caen sin combatir una
porción de soldados. Muchos se tumban y disparan, pero, ¿a dónde?, ¡si uno de los
problemas de esta guerra es aprender a ver al enemigo! La gente se porta bravamente,
pero como dicen los moros: TODAVÍA NO SABER MANERA.
La retirada es difícil; los harqueños están tan próximos, que en pocos metros pueden
coronar las lomas y nosotros tenemos que descender de ellas y subir a las anteriores.
Sigue el avance sobre Beni Said. Esta vez nuestro papel es distraer la atención enemiga,
batiendo con nuestra artillería las concentraciones en el valle del Bas, mientras la columna
Cabanellas ocupa Chemorra y otras posiciones.
Salimos antes del amanecer, y a las siete de la mañana se ocupan las alturas a la
derecha de Tuguntz, sin ser hostilizados. El enemigo se presenta a lo lejos en actitud de
espera; los cañones de nuestra columna y el Grupo de Instrucción baten las concentraciones
y aduares enemigos; en el fondo del valle las fuerzas de Cabanellas empeñan combate y
fortifican las posiciones.
Entre los oficiales se repite la misma escena, y es nombrado el Teniente Esparza jefe de
la expedición.
Una línea de pequeñas luces se ve hacia la playa. Los disparos de la artillería y fusilería
enemiga avisan que el enemigo ha advertido la maniobra, y siguiendo una luz roja llega la
gasolinera al abrigo del cortado.
Una escala de cuerda se ofrece para el desembarco, y con dificultad suben por ella
muchos de los soldados, mientras otros ascienden metidos en el serón de subir la carga. Los
legionarios pasan desde este día a ocupar el sector peligroso.
Los puestos de servicio son seis, en unas pequeñas cuevas a la orilla del mar, y a
Los trabajos de fortificación se activan, y algunas noches bajan los legionarios por una
cuerda de nudos al pie del cortado, y por medio de otra cuerda han subido más de mil
tablones en la playa abandonados y refuerzan con ellos las obras de sacos.
Durante las noches se cruzan mil insultos con los cabileños, que han aprendido los
nombres de las clases y oficiales, hasta el extremo de que la misma noche que los
legionarios llegaban preguntaban los moros, ¿si llegar los del Tersio?
A los pocos días de llegar los legionarios, se siente decaimiento en el campo moro. Entre
los que a diario vocean a la Plaza se encuentra Hamido, el hijo del dueño de un comercio del
peñón, el marrajo moro que también habitaba con los españoles y que algunas noches corea
y aun canta la jota de Navarra, aprendida en sus muchos años de convivencia con los
cristianos.
La situación del Peñón es buena; sólo de cuando en cuando los moros cañonean o
disparan sus fusiles, pero esto no priva a los soldados de bañarse y dedicarse a la pesca
durante el día para ir matando el enorme aburrimiento del Peñón en calma.
Las malas condiciones en que se hace el convoy, la falta de desembarco y el tener que
efectuar de noche la maniobra de descarga, hace que los convoyes se lleven de tarde en
tarde y que la guarnición pase algunas privaciones. La carne no existe y los ranchos tienen
que reducirse al condimento de alubias, garbanzos, arroz con tocino y, en algunas épocas,
un poco de chorizo. Los legionarios han encontrado compensación y durante el día se
dedican a cazar gatos, que adobados y puestos al sereno se les convierten en riquísimos
conejos, y así han ido dando cuenta de los cincuenta o sesenta gatos que habitaban en el
Peñón; sólo uno era respetado, el del Comandante militar, pero un día que el convoy tardaba,
cuentan los legionarios que el gato se suicidó; nadie lo había matado.
Días después de salir los legionarios para el Peñón, se recibió de S. M. el Rey (q. D. g.)
el siguiente telegrama: “el Rey al Teniente Coronel Millán Astray, Jefe Tercio. -Felicito al
Tercio por la hermosa defensa del blocao Miskrela y por el espíritu que demuestra al ser
todos voluntarios para ir al Peñón de las Banderas de Melilla, y tú como creador de esa
fuerza recibe las gracias de tu Rey y un fuerte abrazo.-Alfonso, Rey”.
Quince legionarios decididos, con sus oficiales, hacen la penosa ascensión y a los pocos
momentos sus disparos alejan al enemigo, que intenta molestar los trabajos.
Este puesto fue durante varios días objeto de las preferencias del enemigo, que no
pudiendo pasar hacia la carretera, lo hostilizaba diariamente, llegando una noche a atacarlo
con artillería, sin lograr hacerles bajas.
Por la derecha, en dirección a Midar y montes del fondo, se ve venir numeroso enemigo
que se oculta en los barrancos; entre ellos abundan los jinetes y todos parecen dirigirse hacia
la loma rocosa que ha de ocupar la caballería.
A los pocos minutos, los regulares llegan y el enemigo se dispersa hacia la montaña;
nuestras baterías les alcanzan con el fuego; se ven caer los jinetes; muchos muertos quedan
diseminados por el llano; desaparece del escenario del combate aquella gran concentración
guerrera, y al pie de Tamasusi se recupera el cañón enemigo.
Las bajas de la columna son escasísimas y el repliegue se efectúa sin apenas ser
hostilizados.
TRES DÍAS DESPUÉS se ocupa la Chaif; los camiones blindados y carros de asalto avanzan
por el llano y orillas del Kert, manteniendo a raya al enemigo. Las baterías dispersan las
concentraciones enemigas, que intentan acercarse desde Midar.
XX
Consideraciones generales.
Llevamos un mes de paz en el campamento de Dríus; las empresas guerreras parecen
suspendidas y nuestro sueño de ir sobre Alhucemas y dar digno remate a la acción militar, se
aleja indefinidamente.
En Marruecos, en todas las épocas, la labor política y militar han ido emparejadas y no
ha sido la ausencia de la primera lo que nos llevó, como alguien cree, al desastre de julio. Si
hubo algún error o desacierto en la labor de policía, no es justo atribuir a ello las causas del
desastre; examinemos nuestras conciencias, miremos nuestras virtudes aletargadas y
encontraremos la crisis de ideales que convirtió en derrota lo que debió haber sido pequeño
revés.
Para organizar ese ejército, base legionarios o base regulares, hace falta que los
banderines enganchen voluntarios, que las leyes que se dicten beneficien al voluntario y que
en la vida militar encuentren los soldados los periódicos descansos y el relativo bienestar de
las tropas coloniales.
Su calidad no depende sólo de la materia prima. El soldado voluntario es como todos los
soldados y lo que mejora su calidad es la elección de cuadros, el poder llevar a ellos una
oficialidad entusiasta y valerosa que les eduque en un credo de ideales, que no ha de
sostenerse con unos puñados de pesetas. Es necesario el estímulo, que los oficiales se
especialicen en la guerra, que conozcan al enemigo y que no sueñen con el momento de
regresar a la Península, cumplida su forzosa estancia. Sólo el premio justo puede en esta
época de positivismo conservar en África los cuadros de oficiales apropiados para las
unidades de choque.
Todos los que hemos servido en fuerzas indígenas conocemos la frase tan frecuente en
esta guerra entre los moros: TENIENTE FULANO NO SABER MANERA; quieren decir con
En esta campaña hemos visto frecuentemente los casos en que por NO SABER
MANERA (emplearemos la frase), se acrecentó el número de bajas.
Al subir a las lomas y en los avances, ocurre frecuentemente ver aparecer unos enormes
guerrillones sobre las crestas. El enemigo hace unos disparos y ocasiona las consiguientes
bajas; por esto hay que enseñar al soldado a subir a las crestas con precaución y gateando,
si así conviniese, los últimos pasos, dispuesto siempre a tropezar al enemigo y evitar ser
sorprendido.
El oficial debe tener instruidas a sus escuadras y clases para que la sección no forme un
todo rígido y que si la loma es pequeña o existe una casa, chumberas, etc., las escuadras
exteriores rebasen por las laderas o por los flancos el obstáculo a ocupar y de esta manera
se evitarán sorpresas.
Esto que aquí se indica deben practicarlo las compañías con sus secciones y el batallón
con sus compañías formando un conjunto flexible en que las unidades o fracciones se
apoyen o flanqueen.
El enemigo emplea en esta guerra mil procedimientos para ocasionar en nuestras tropas
efectos de sorpresa. Así se ve una loma ocupada por numeroso enemigo, que éste
abandona al parecer ante el fuego preparatorio de nuestra artillería.
Las fuerzas avanzan a ocuparlo y en esos momentos en que el soldado se cree libre de
peligro, los harqueños, en oleadas, se presentan dando gritos y aprovechan sabiamente la
impresión causada.
Contra esto hay que prevenir constantemente a los soldados, volverlos desconfiados y
que si llega el caso, serenos, rechacen la agresión convenciéndose de que los moros no
llegan al arma blanca más que cuando los soldados corren.
Esta colocación de tropas, que contraría lo preceptuado, nos ofrece por la índole del
combate muchísimas ventajas, librándonos de los inconvenientes que lleva aneja la
ocupación de la cresta militar.
El único peligro aparente de este dispositivo es el caso de una reacción enemiga, pero
para evitarlo están esos soldados o escuadras adelantadas en los sitios favorables y el
buscar la observación sobre las laderas por otra unidad inmediata que domine este terreno.
Sin olvidar que la reacción enemiga no es la característica general de los combates en
Marruecos, en los que la mayoría de las bajas son ocasionadas durante las interminables
esperas en tiroteo con el enemigo, mientras se construyen las posiciones.
Los barrancos tienen también para este enemigo más importancia que las lomas;
constituyen excelentes caminos cubiertos para aproximarse y no basta ocupar las lomas y
vigilar las alturas vecinas; es imprescindible vigilar las hondonadas a los flancos y retaguardia
y adelantar por ellos, si así conviniese, escuadras de seis u ocho hombres, que en la hora de
la retirada lo hacen a cubierto siguiendo el barranco.
La retirada es una de las maniobras que más se practica, y siendo estos movimientos la
piedra de toque de la moral de las tropas, todas las precauciones han de ser pocas para
llevarlas a feliz término. Esas retiradas lentas, por escalones, tan frecuentes en nuestras
escuelas prácticas, en que los saltos se acomodan a las reglas de la guerra regular,
olvidando tal vez demasiado la realidad del combate, tienen que desterrarse de nuestra
campaña de Marruecos.
El moro aprovecha los momentos de la retirada para echarse encima, ganar la cresta y
sorprender con su fuego a la tropa en los momentos del repliegue. En las retiradas, en que
una fuerza se para a hacer un escalón, recorrido el espacio que le dicen los reglamentos, si
el enemigo ha ganado la cresta, aumentará muchísimo el número de bajas, y si la moral de
las tropas no es excelente y la zona está muy enfilada, se acaba abandonando los heridos y
sembrando en ella el germen del chaqueteo.
Para evitar esto, es conveniente que los saltos se ajusten a las condiciones del terreno,
teniendo establecidas previamente a retaguardia otras unidades que protejan la retirada, que
harán los soldados al paso ligero y teniendo una señal convenida para volver a ocupar el
puesto en caso de que alguno caiga herido, estando siempre los sostenes dispuestos para
reaccionar en este sentido.
El nombre de los defensores de Igueriben debiera figurar con letras de oro en el libro de
nuestra Infantería. El comandante Benítez hizo de esta posición la defensa más heroica; sin
agua, sin víveres, Benítez resistía y el convoy no llegaba... Un día triste se desistió del
socorro, se les autorizaba a rendirse, a entrar en tratos con el enemigo; pero Benítez y los
suyos conservan en su alma el temple de los heroicos infantes, y de labios de un testigo
hemos oído el último telegrama: Los jefes y oficiales de Igueriben..., mueren pero no se
rinden, y ponen fin a sus vidas con el más grande de los heroísmos.
Los moros, más justos, pronuncian con admiración y respeto el nombre de Igueriben.
En Sidi-Dris, Velázquez escribe con su guarnición otra página gloriosa, y en ella muere
con la mayoría de sus soldados.
No pasaba un día, en aquellos de nuestra llegada, sin que algún soldado herido o
extenuado del hambre y del cansancio no fuera recogido por nuestro servicio, o puestos
avanzados, y nos refiriese el término glorioso de tantas posiciones. De ellos he obtenido
estos relatos, cuando la emoción nublaba sus palabras y aún no se había podido urdir la
fábula.
Un día es un soldado del regimiento de Melilla que viene de Dar Quebdani, donde una
compañía de dicho regimiento se ha cubierto de gloria. Voluntario marcha el capitán con la
compañía a la aguada donde es atacado por enemigo numeroso; se fortifica en una casa
mora y en ella resiste los duros ataques de los cabileños.
La posición principal se rinde, y recibe de los jefes enemigos las mismas proposiciones,
que son rechazadas con orgullo por los sitiados.
Pronto los moros, que cercaban la posición rendida, le rodean, y con las propias armas
y municiones españolas ponen sitio a aquel baluarte de heroicos soldados; la compañía se
defiende gloriosamente y al capitán se le oye decir: Ánimo, muchachos, que si salimos de
ésta ya nos la pagarán.
¿Su nombre?... ENRIQUE AMADOR ASÍN... ¿Sus soldados? La sexta del tercero de
Melilla.
Pacificado Beni Said, los moros relatan el glorioso episodio. Les habían causado con su
defensa cuarenta y ocho muertos y ciento cuarenta heridos, y los cabileños, admirados de
su valor, le dieron sepultura.
No es éste solo el caso en que los moros, rindiendo admiración al heroísmo, entierran
los restos gloriosos de un oficial. En Arrof, el teniente García Méndez, de la escala de
En otra posición, el capitán Escribano escribe otra página gloriosa. Agotados los víveres
y medios de defensa, sale a la alambrada a parlamentar con los jefes enemigos, dejando
preparados en la posición a los defensores para que mueran matando y disparen a su voz, y
cuando tiene a su lado a los jefes y grupos moros, da la voz de ¡fuego! y muere entre los
cabecillas.
Muchísimos son los detalles de los hechos gloriosos, y Wieiti, Verdiguer, Navarro,
Rodríguez Chapel, Gil Cabrera, Bulnes, Galán y otros heroicos capitanes y oficiales de
nuestra Infantería, defendieron sus posiciones hasta perder el último soldado, al frente de
los cuales encontraron muerte gloriosa.
FIN
Los juicios que conocemos sobre el Diario de una Bandera son unánimes al valorarlo como una
obra importante de su autor. En su aspecto histórico resulta un testimonio inapreciable del período
militar comprendido entre octubre de 1920 y mayo de 1922, con el especial interés de haberse
publicado el mismo año en que terminó de redactarse. En lo literario tiene el gran valor de las obras
testimoniales cuando están escritas en lenguaje directo y sobrio, que sólo en raras ocasiones deja un
8
BRIAN COZIER: Franco, Historia y Biografía. Edit. Magisterio Español. Madrid, 2 vols., 1969,
págs. 96 a 117 y 135.
Si en lo concreto trata Franco de dar a conocer el heroísmo de los legionarios, Manuel Aznar
encuentra que el conjunto de esos hombres a quienes alaba supone toda una interpretación del honor
español, y aún más de su eficaz aplicación al servicio de España, eficacia que el biógrafo matiza
diciendo que está bien esforzarse en acompañar la honra con los laureles del triunfo. Según eso, el
libro de Franco se va interpretando ya como epopeya del heroísmo de sus hombres y como breviario
del honor español. Crozier apunta un aspecto más al resaltar unas líneas de Franco diciendo que la
visión de1 desfile de los legionarios le hizo evocar «la grandeza de la raza». La aclaración del
biógrafo es errónea al decir que se refiere a la raza hispana, la de los oficiales, ya que muchos
legionarios eran por
definición extranjeros, pues ignora, sin duda, que no eran muchos, sino muy pocos los extranjeros
del Tercio, pese a su título, que pronto se cambiaría, precisamente por ese motivo. Pero la alusión
de Franco a la grandeza de la raza, nos hace pensar que latía en él una preocupación por la raza
hispana, en su sentido espiritual, que se materializaría, veinte años después, en el título y el tema del
guión de su película. Aún encuentra Aznar una cuarta interpretación como tesis o móvil del Diario
de Franco: «Escribe –dice- para mostrar cómo han de ser las fuerzas espirituales que salvarán
a España». Pero eso es metáfora futurista 9.
El director de «La Novela del Sábado» presenta el Diario de una Bandera como la obra de juventud
de un gran soldado que en la edad de los tentadores arrebatos, tras el combate de fortuna, se retira
pensativo a su tienda de campaña, para escribir la crónica del esfuerzo realizado, para cultivar su
pensamiento, que más adelante tendrá que acudir en salvación de la Patria. «El libro fue escrito
cuando su autor, con tres ascensos por méritos de guerra, tiene sólo veintiséis años, es ya
comandante y, al frente de los primeros legionarios del Tercio, acomete en vanguardia una
reconquista, que es antecedente de la que partiendo del propio Marruecos vendría a realizar luego
del territorio y de la historia de España. En su estilo sobrio, en sus conceptos analíticos, en su
inalterable objetividad y, en lo que es más impresionante, la sistemática complacencia que revela al
hablar de todo y de todos, menos del protagonista, que es él mismo, -enciérrase la clave de la
solidez y de la fortaleza de un gran carácter».
En términos semejantes se expresa Millán Astray en su prólogo a la primera edición, al referirse a
Franco: «Aunque él, con sentida modestia, no se nombra a sí mismo, ni haga del libro coro de inte-
resadas alabanzas de sus compañeros, de la lectura iréis obteniendo quién es Franco y quiénes son
9
MANUEL AZNAR: Prólogo a la 3ª edición del Diario de una Bandera. Editorial Afrodisio
Aguado. Madrid, págs. 9 a 27.
A lo largo de toda su extensa literatura militar insistirá Franco en el valor del hombre frente al
material bélico. En su Diario encontramos pronto esta frase: «La calidad y no el número de tropas
han de dar la solución al problema», y en otro lugar cuida mucho de subrayar el precio de la
victoria, que es el sacrificio de muchos hombres para que triunfen otros: «lo más caro de esta guerra
no es el material, sino los hombres». En seguida ha surgido una matización de los hombres que
merecen su elogio: son hombres ante la muerte. Pronto el tema de la muerte invade las páginas del
Diario, que es como un espejo que se mueve a lo largo del camino y del tiempo de la guerra, en la
mano de quien parece mantener una actitud estoica ante el panorama que refleja. Ese aspecto llamó
la atención de Hills, haciéndole comentar: «En una primera lectura, el trato que Franco da a la
muerte parece auténticamente español. Estoico. En alguna ocasión se permite un momento de dolor
o piedad humana». Pero el mismo autor observa que en una segunda lectura «el trato parece menos
español, no es el normal del español criado en el catolicismo. En ningún lugar puede leerse un: Dios
tenga piedad y sólo cinco veces menciona Franco la religión. Las enumera HilIs y ninguna de las
citas tiene sentimiento piadoso, como de quien cultivase la romántica «religión del honor»10. Poco
después, en 1926, daría muestras en palabras y actos de una formación católica profunda y sentida.
. Franco se muestra resuelto y ardoroso -dice Aznar-, pero a la vez reflexivo, guarnecido de las
mejores cautelas y poco dado a la efusión. Sus comentarios a la muerte circunvagante son muy
lacónicos -sigue diciendo-, y lo confirma con algunas citas: «el capitán Cobos, de la Legión, cae
herido muy grave. No es nada -nos dice-, un balazo en el vientre. ¡Pobre as de las ametralladoras!
La herida le había de causar la muerte». O bien: «de las peñas bajan a un oficial muerto; es el
teniente Rodrigo, de la quinta compañía. El enemigo está muy cerca». En otra página: «el teniente
Urzaiz, herido en el vientre, pasa cantando en una camilla». Y aún su primo, Franco Salgado: «el
capitán Franco, de la primera compañía, es herido también en el avance»,
-- GEORGE HILLS: Franco. El hombre y su nación. Librería Editorial San Martín. Madrid 1968,
págs. 107-125.
El biógrafo observa las contadas ocasiones en que el autor se extravasa y desborda un poco la
pluma, la primera deja escapar apenas un suspiro, cuando su ayudante cae herido de muerte durante
el primer combate de Taxuda: «en estos momentos cae con la cabeza atravesada mi fiel ayudante.
El plomo enemigo le ha herido mortalmente. Desde la guerrilla, dos soldados conducen su cuerpo
inanimado. Con dolor veo separarse de mi lado para siempre al fiel y querido Barón de Misena».
Rara vez la emoción puede más que su voluntad. Comenta bien Aznar, con lírica cronística, que se
le encrespa la sensibilidad dentro del ánimo y a punto está de terminar en lágrimas, pero ya no había
lágrimas. No existe biografía de Carlos Rodríguez Fontanes, el heroico comandante de la segunda
Bandera, pero Franco debía sentirse muy cordialmente unido a él para dejar escapar tanto
sentimiento en estos párrafos:
La noche es triste en Ámbar. El comandante Fontanes está herido muy grave. Todos
saben lo que significa una herida de vientre con el hospital tan lejos. El doctor Pagés es
toda la preocupación del herido. El podría salvarle, En la Legión se siente admiración por
este notable cirujano que ha librado a tantos legionarios de una segura muerte. Por eso
piensa en Pagés el bravo comandante de la Segunda Bandera.
En la madrugada del 20 muere en la posición el heroico comandante. La Legión está de
luto. Ha perdido uno de sus mejores jefes. Los soldados están tristes. Sus ojos no lloran
porque en sus cuencas ya no quedan lágrimas.¡ Han visto caer a tantos oficiales y
camaradas!
La furia y la ironía.
Este especial comentario, único en el libro, lo explica Aznar diciendo que Fontanes no era un
héroe más, sino uno de los elegidos, que como José Valdés, habían entendido cabal y
profundamente el sentido histórico de lo que estaba ocurriendo en Marruecos, pero que tras las
brevísimas ráfagas de emoción, de humor o de apretada ira, excepcionales, el Diario vuelve a su
sequedad militar. Para confirmarlo anota una frase que nos da la clave de la personalidad de Franco
cuando dice: «en la guerra hay que sacrificar el corazón», idea que de la guerra se amplía a toda la
vida militar en el famoso -discurso de la disciplina: «que encierra su verdadero valor cuando el
corazón pugna por alzarse en íntima rebeldía». Es la ascética de la conducta militar de Franco, pero
también de su literatura militar. Los escasos ejemplos en que esa conducta se sobrepasa, están rom-
piendo el «¡silencio!» que ordena el corazón durante los interminables días y noches de Uad Lau en
lucha continua con el tedio y la melancolía, los peores enemigos del soldado, «¡silencio!» ante los
Una ola de indignación pasa por nosotros. ¡ Que hagan alto los legionarios y no entren
en el poblado! ¡No vean tanta infamia v estropeen la política!
También hay ironía al argumentar contra la idea general de que los carros de combate no son
útiles en Africa, para concluir sus razones diciendo que los carros no se paran más que cuando se
les acaba la gasolina.
Sólo hemos encontrado una ocasión en que Franco recurre a un violento eufemismo. Es cierta
actitud piadosa para con la unidad que ha fracasado en su misión. Fue en un momento del ataque al
Gurugú cuando escribió este comentario:
Compara Aznar tal expresión con el eufemismo de Lundendorff en la II Guerra Mundial: «Nuestras
tropas han llevado a cabo un movimiento elástico hacia la retaguardia», y encuentra que es más
delicada y sutil la fórmula del caballeroso disimulo que emplea Franco para dar a entender cosas
que ocurrieron en Taxuda el 10 de octubre de 1921. Lo que ocurrió, lo cuenta Arrarás, es que
Franco al observar con sus gemelos que una guerrilla de regulares comenzaba a retirarse en
desorden, irrumpió en el combate y, fustigando a la tropa, la obligó a dar frente al enemigo. No lo
anotó en su Diario, pero sí la consecuencia de que los legionarios cubrieron la brecha ocasionada
por los soldados que huyeron dejando abandonados los tanques que les protegían. Los párrafos en
que se describe esta operación son de lo más literario de Franco y merecen recogerse:
Unos jarqueños que se han corrido por la izquierda disparan varios tiros desde
retaguardia. Dos soldados son heridos en los sostenes. Esto produce cierta contusión entre
las 'curvos. Al mismo tiempo, el enemigo, concentrado en las barrancadas del frente,
efectúa una enérgica reacción sobre nuestras posiciones. Las compañías de la izquierda ven
aparecer, de pronto, a pocos metros, las cabezas enemigas. Con gran arrojo nos atacan por
todos lados. El coeficiente moral de las tropas peninsulares es sobrepasado y el frente de la
izquierda vacila en algunos puntos.
Los momentos son de gran emoción. En los puntos amenazados volcamos nuestros
Como buen periodista -lo son también los otros historiadores-, Brian Crozier detecta el
pintoresquismo que hay en la obra de Franco. El crítico ha encontrado la nota fundamental del
Diario, que contiene un relato muy militar, sobriamente escrito, sin pretensiones estilísticas,
austero unas veces hasta rayar en la desnudez, con descripciones pintorescas otras y de pronto,
inesperadamente, con esos rasgos de emoción e incluso de humor que hemos subrayado. La
emoción sale al paso de tarde en tarde en breves frases, el pintoresquismo humorístico sólo se
ofrece al lector atento, capaz de encontrarlo sobre la marcha del párrafo, casi entre líneas, como al
narrar el paso de los legionarios a través de un pueblo reservado a locos y gatos, donde los locos
ríen maniáticos mirando a hurtadillas a los legionarios, mientras los gatos, respetados con
superstición por los locos, dormitan indolente s a las puertas de las casas; o el legionario que
presenta a Millán la mora escondida en el hueco de un árbol que había en la barranca y sugiere al
jefe ese comentario irónico, también de mal agüero: "Es una mujer tuerta y fea, que no hace honor
al bello sexo... Que se la lleven al General. i Vaya una aparición para un combate", dice el teniente
coronel, volviendo rápido la cabeza. El tema de los gatos vuelve, con el humor posible, en la
expedición de refuerzo al Peñón, cuando los legionarios acaban en dos días con la abundante
colonia gatuna convertida en suculentos guisos de conejo. Sólo uno respetan religiosamente: el del
comandante militar, pero al poco tiempo muere ¡suicidado! por no soportar la soledad. Al menos así
se difundió el rumor de leyenda legionaria. ..
Ya el tono del Diario ha ido pasando de lo pintoresco a lo sombrío, cada vez son más frecuentes las
notas sobre los compañeros caídos -la guerra se ha hecho más cruel en primavera- y el relato se
llena de notas de amargura y descripciones de los macabros descubrimientos del desastre según se
van recorriendo los perdidos caminos de Anual. Sus ojos van reteniendo al paso escenas conmove-
doras que le arrancan elegíacos comentarios:
Una joven y bonita mora yace tendida en tierra. Sus vestiduras blancas tienen sobre el
corazón una enorme mancha roja de sangre; su frente todavía conserva calor. ¡Pobre niña
muerta, víctima de la guerra! Los legionarios la miran con amoroso respeto...
Técnica cinematográfica
Hay otros párrafos brillantes, brillantes para un escritor nove1 de menos de treinta años. Por
ejemplo en el ataque a Nador, cuando una bala atraviesa el pecho a Millán Astray, estando junto a
Franco. La página es para Hills una magnífica descripción del combate, casi un guión
cinematográfico, que se remata con el párrafo citado de la morita muerta:
El paso de la barrancada y avance sobre las lomas de Nador está difícil; por ello
avanza nuestro Teniente Coronel hasta las guerrillas a dominar el campo y dar las
últimas disposiciones para el ataque; el enemigo dirige un certero fuego y cuando el
Teniente Coronel me señala el puesto que debemos ocupar en el asalto, el chasquido
característico del balazo derriba en tierra a nuestro querido jefe. Abundante sangre
mana de su pecho; ha recibido en él una grave herida y mientras le retiramos, el
Coronel Castro llega a ordenar la acción
Tras ese primer plano dramático, sigue un plano general en el que el supuesto guión de la
película hace un "encadenado" del campo de batalla por donde pasan fugaces las figuras de los
combatientes, cada una con su drama personal. Es una mezcla de conjunto y rápida:
Los legionarios avanzan decididos, corriendo por la barrancada, dejan atrás a los
caídos que los camilleros incansables retiran a los espacios desenfilados. Unos
camilleros conducen a un soldado herido; cae alcanzado uno de ellos por el plomo
El relato es de gran movimiento, en sucesión emocional del sentimiento y la acción, todo rápido
y breve, atropellado, a lo que dará contrapunto la morosa descripción de la mancha de sangre sobre
la chilaba blanca de la mora muerta y poco después, la reunión en el puesto de socorro de todas las
figuras que antes cruzaron veloces y ahora se imaginan serenadas bajo la absolución del capellán:
La densidad dramática.
Por la cuesta sube perezosamente una camilla. Con los, gemelos distinguimos las botas
de oficial. Al acercarnos se detiene: es un alférez que viene herido; al preguntarle por
la herida se levanta y, rígido, nos saluda. ¡Qué madera de militar la de este alférez de
complemento, que voluntariamente combate a las órdenes de González Tablas!
Saben que van a morir. Algunos hacen sus últimas recomendaciones. Lorenzo Campos ha
cobrado la cuota y no ha tenido ocasión de gastarla. Entrega las doscientas cincuenta pesetas
al oficial, diciéndole: Mi teniente, como vamos a una muerte segura, ¿ quiere usted entregar en
mi nombre este dinero a la Cruz Roja?
Anochece cuando llegan, el enemigo ataca furiosamente, dos soldados caen antes de cruzar las
Alternan de nuevo las simples notas de los caídos, con las descripciones del combate: Cae el
teniente Fortea y «a su lado un ordenanza moro llora silencioso». Pronto, otros:
Y Franco enumera: Al grito de ¡el teniente, el teniente!, retiran a Sanz Prieto, con la cara
ensangrentada, fluye la sangre de su boca y aún grita: ¡viva la Legión! i viva la Le...!, no puede ter-
minar. El teniente Vila, va herido en los brazos; un sargento viene de los primeros puestos con la
cara enrojecida, al pie del camión le han herido en la cabeza y dice alegre: ¡me han herido, pero le
he matado! La lucha es despiadada, cruel, feroz, encarnizándose progresivamente :
En los fusiles de los legionarios brillan los machetes, los vivas e interjecciones se
suceden: ¡perros!, ¡cobardes!, ¡toma!, ¡hay! Al banderín de la 13 compañía,
enarbolando su bandera, se le oye gritar, cae a tierra. Un oficial cae herido o muerto.
Ha aparecido una guerrilla de moros muy cerca. Es el 1 de octubre de 1922. El oficial advierte:
¡No tiréis, que son regulares! Pero eran enemigos disfrazados y descargaron sus fusiles a bocajarro.
Luego, Franco nos describe la herida de Mo1a con la misma concisión y la misma proximidad que
la de Millán Astray:
Ni un detalle. Mo1a es un buen compañero, amigo, pero no quiere que la intimidad se refleje en su
Diario. No escribe para subjetividades. En cambio este párrafo es uno de los pocos, acaso de los dos
únicos en que emplea la primera persona: «me acerco» y «veo», en lugar de «nos acercamos» y
«vemos», habitual. La otra ocasión es ésta que figura en nota al pie:
La dureza de la lucha y la espontaneidad de sus notas, al salir del combate, hace que, a veces, el
autor parezca profesionalmente insensible, como en su escueto relato del aniquilamiento de la cabila
de Beni bu Ifrur el 2 de diciembre, rodeada y recorrida con duro castigo a los aduares:
A nuestro paso, las columnas de humo se levantan de las pequeñas casas y la ola
de fuego alcanza los poblados de la montaña; todo va quedando devastado. Las otras
dos columnas en este día, se han internado también en Beni bu Ifrur, y esta cabila
que tanto se había distinguido en sus crueldades, ha quedado destruida.
Pero ya hemos recogido aquí mismo notas de sentimiento en las que se ve al autor
profundamente conmovido, no sólo con la muerte de quienes luchaban a sus órdenes, sino por la
desgracia personal de enemigos concretos.
Recrudece la lucha el enemigo y el realismo literario se hace hiriente, cruel, porque no hay otro
modo de reflejar la ferocidad inhumana empleada contra heridos y prisioneros, las matanzas y tor-
turas en masa, el sadismo de la mutilación. Primero en Monte Arruit, luego en Drius:
Sólo ahora, al releer esto, comprendo la repetición de estas palabras por el propio Franco en la
audiencia que tuvo la atención de concederme cuando le presenté España en sus Héroes, casi
cincuenta años después. No es extraño que lo recordase.
El Diario es de un escritor novel, sin más antecedente literario que un artículo inédito: El mérito
en campaña, que se recoge en sus páginas por primera vez; todos los articulas de Franco en la
Revista de Tropas Coloniales son posteriores al Diario de una Bandera. No es aventurado pensar
que antes de dar a la imprenta esta primera obra fuese pulida y corregida, limando algunas
exhuberancias de estilo, no muchas, pues se ve que por muy novel que fuese no le iban al autor, de
gran autodominio, incluso en sus expresiones emotivas. La sequedad literaria ante los compañeros
caídos, se calentará siempre después en las páginas publicadas del Diario de Ahucemas, escrito sin
duda al correr de la pluma, por 1o que la muerte de cada compañero va entre admiraciones y
adjetivos, incluso con exc1amaciones de indignación como «¡Os vengaremos!», expresividad
sentimental que en el Diario de una Bandera es excepcional ante la sorpresa de la muerte de Fon-
tanes, y que se ha frenado incluso al caer herido el jefe del Tercio, que entonces se llamaba José
Millán Terreros Astray.
El Diario de una Bandera en su aspecto literario es una obra eminentemente dramática, cuajada
de anécdotas, en las que no se excluye el lenguaje crudo y legionario, el amargo sabor de un
realismo macabro, del que sobresalen pinceladas remarquianas seis años antes de publicarse Sin
Canta al laurel que germina en sus huellas, a su empuje, que todo lo arrolla y es un torbellino
como un huracán, tras lo cual una estrofa pinta la furia legionaria, sin un solo verso deleznable:
El poeta tiene presente la característica esencial de esos hombres, alistados a la Legión por
motivos oscuros y profundos, «olvidando los hondos misterios que todos encierran en su corazón».
Eso es en el asalto, pero hay un retórnelo. Pasada la furia ciega, pugnan por brotar los motivos
profundos: «y al volver de la ruda jornada, rendidos los cuerpos, mas no el corazón, aún renacen los
viejos ensueños y, para acallarlos, brota su canción: agarrado, a la bandera, que tremola mi legión,
se ha dormido la quimera que guardo en mi corazón». Luego una bella metáfora: «la muerte va
huyendo delante de mí», pero en su hondo ensueño, nebuloso recuerdo, la muerte es la mujer
olvidada, porque en su mente se confunden ambas imágenes: «tu destino es soñar la quimera que
hoy, hecha jirones, va en tu corazón, y aún habrá una sonrisa en tu boca; tu amarga sonrisa de
desilusión. Y es que muy dentro del alma, fundida en tu sangre, con llanto y con hiel, aún revive
contra tu deseo un inolvidable nombre de mujer». Esa era la canción legionaria que entusiasmaba a
Franco y por ello la incluyó íntegra en su Diario.
Merecerían divulgarse aquí muchos más versos, de verdadero mérito e inspiración épica, pero
supondría salimos del tema. Lo elegíaco reviste las expresiones más variadas: la niña con la mancha
de sangre en el pecho, el ordenanza que llora a su capitán muerto, él oficial que reconoce a su padre
En su primera edición, lo de Diario de una Bandera era un subtítulo, que en la portada del libro
iba con letra mucho más pequeña que el verdadero título: Marruecos. En la tercera edición, el subtí-
tulo prevaleció eliminando al título, como pedía lo literario y lo comercial. Si algún subtítulo
aclaratorio mereciese, sería éste: «Por los caminos del desastre».
Mucho debió impresionar al escritor la macabra visión de las posiciones sacrificadas en la
retirada de Anual. Encuentra incomprensible aquel abandono general de líneas que podían haberse
defendido sucesivamente; y con un realismo asombroso, con profunda honradez incapaz de
nublarse por deformación profesional, escribe:
El párrafo es de las «Consideraciones Generales» que constituyen el último capítulo del libro,
puramente profesional, casi un artículo de táctica marroquí, pero la denuncia de los errores militares
surgió antes, a la llegada a Dríus, ante la contemplación del paisaje con ojos tácticos:
¡Es casi inconcebible la valiente acusación del joven comandante del Tercio al decir que el
desastre se debió al fracaso del mando, pero en el mismo capítulo resalta la necesidad de una
Mejorar la calidad de los soldados voluntarios con la elección de cuadros que les
proporcionen una oficialidad voluntaria y valerosa, que les eduque en un credo de ideales
que no ha de sostenerse con un puñado de pesetas. Es necesario el estímulo, que los
oficiales se especialicen en la guerra, que conozcan al enemigo y que no sueñen con el
momento de regresar a la Península cumplida su forzosa ausencia. Sólo el premio justo
puede en esta época de positivismo conservar en África los cuadros de oficiales apropiados
para las unidades de choque.
Estamos de lleno en el aspecto técnico del Diario de una Bandera, aspecto técnico-moral. A él
corresponde el último capítulo, un recuerdo dedicado a los infantes heroicos que cayeron en la
defensa de sus posiciones. Pero el capítulo anterior es un examen general de las características del
combate en Marruecos, donde analiza y critica todo: la política militar, la organización de las
tropas, las características del enemigo, las precauciones en los barrancos, la ocupación de las
cumbres, el «chaqueteo», el «saber manera». En él destaca aquel famoso párrafo previsor sobre lo
que había de ser el punto clave para el fin de la guerra cuatro años después. El lo señalaba
inexorablemente:
El fondo técnico-militar.
El autor es militar. El arte de la guerra, como arte puro, produce al militar de vocación una
emoción artística, como la de un sentimiento estético cualquiera. Quien lo experimenta con ese
espíritu puede admirar un episodio, si no predomina lo cruento, como la admira Franco con una
frase que sintetiza el movimiento táctico: «La operación resulta preciosa. Las columnas avanzan en
direcciones perpendiculares». Es algo que podría definirse dentro del enunciado: «La guerra como
creación artística», o «La guerra como emoción .estética». Entiéndase esto sin belicismo ni
belicosidad.
La vocación, el espíritu militar, el entusiasmo profesional, rezuman de las páginas del Diario; por
la mayoría de ellas, abriéndolo al azar, hay alguna reflexión interesante, reveladora, en cualquiera
de los múltiples aspectos: humanístico, científico, técnico, psicológico o táctico, que forman el
complicado mosaico de la cultura castrense. Al anotar que lo más preciado en aquella guerra no es
el material, sino los hombres, es para reiterar insistentemente la primacía del carácter, como
elemento de la personalidad, que puede hacer de cualquier hombre un buen soldado. Lo afirma con
el aplomo, de la práctica y la experiencia, como quien en la ascética de su propia autoeducación
tiene la clave de su propia carrera.