Edmundo de Los Ríos

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Edmundo de los Ríos

Edmundo de los Ríos fue un escritor y novelista peruano. Nació en Arequipa, Perú, en 1944 y
falleció en Lima, Perú, en 2008. Con su primera novela, Los juegos verdaderos, fue ganador de
una mención honrosa del entonces prestigioso Premio Casa de las Américas 1968. Luego
vinieron "Los locos caballos colorados" y "El mutilado ecuestre". Su vida fue una leyenda
turbulenta. Ejerció un estilo de periodismo finísimo en la revista "Caretas" y dejó mucha obra
inédita.

Ahora que no está entre nosotros, volver a leer Los verdaderos juegos, provoca dos sensaciones
incontrolables: Constatar una vez más, la ausencia de una política cultural destinada a proteger a
los escritores peruanos. Saber que sus libros quizá nunca lleguen a un público que debería leerlos.
Los verdaderos juegos, no es una novela autobiográfica, es más bien una narración que refleja
el comportamiento de muchos jóvenes, que apostaron por una vida heroica.

Residió en México en calidad de becario del Centro Mexicano de Escritores y se dedicó a


estudiar a los grandes novelistas y fruto de esa estadía, es que adquirió un evidente dominio y
audaces formas narrativas. Su novela Los Caballeros Colorados, finalista en el Premio de Novela
José María Arguedas (1972), demuestra que había llegado a la plena madurez narrativa.

Pero, más pudo el periodismo y así se calló un novelista que se perdió entre el sonido de las
máquinas de escribir, la bohemia, la soledad y lo absurdo de sobrevivir en el Perú.

Práctica
1. Edmundo de los Ríos nació en: 3. El premio que ganó en Cuba fue:
A. Cervantes
A. Arequipa - 1945 B. Príncipe de Asturias
C. Casa de las Américas
B. Tacna-1936 D. Novela
C. Lima — 1932 E. Rómulo Gallegos
D. Arequipa - 1944
E. México – 1945 4. El género que cultivó Edmundo ele los
2. “La novela que inicia la literatura de la Ríos es:
revolución en Latinoamérica" es una A. Épico B. Lírico
opinión crítica de: C. Dramático D. Poético
A. Niño de Guzmán
B. Oswaldo Chanove
C. Juan Rulfo E.Narrativo
D. Juan Jose Arrióla 5. En el año 2008 aconteció:
E. Francisco Móntenle A. La publicación de los juegos
verdaderos E. La publicación de los juegos
B. Premio casa de las Américas verdaderos
C. La I legarla a México del autor F. Premio casa de las Américas
D. La muerte G. La I legarla a México del autor
E. Homenaje póstumo H. La muerte
E. Homenaje póstumo
6. En el año 2008 aconteció:
I
Las ratas están ahora en el techo. Escucho sus pequeñas patas de rata, suaves; golpean el suelo
levemente pero con velocidad. Corren de un lado a otro, se lanzan en línea recta, en diagonal
las que parecen ser más pequeñas. Las patas se mueven de aquí para allá: deben dejar huellas
pequeñas, por pares, par tras par, en el polvo almacenado en el contra techo. Sus ojos,
brillantes, líquidos, cortan la raya luminosa que iniciaron en su carrera, giran a la derecha, más a
la derecha, miran de frente ahora. Las pequeñas patas de felpa golpean el polvo, lo agitan; los
ojos desaparecen, miran, tornan a la izquierda. Se movilizan las patas, los traseros de rata, los
ojos, las huellas. Semejan un murmullo sordo, persistente, procesión de Viernes Santo, por las
calles fantasmagóricas del Señor de la Caña. Miro el techo, paro la oreja al techo: van y vienen;
dos juntas, otra toma el camino a la derecha. Se cruzan, en este momento, varias en el centro
del techo; izquierda derecha, derecha izquierda. El ruido crece reproducido por el silencio, el
techo se agiganta, las ratas corren, interrumpen su camino, miran, calculan posibilidades,
dudan, consultan, se deciden: Izquierda derecha, derecha izquierda. Sospecho que las ratas se
han cansado, aunque las ratas nunca se fatigan; conversarán entonces si es que las ratas
conversan: Hay una pausa. Mis orejas son radares. Nada. Silencio. Escucho mi corazón golpear
fuerte contra las costillas: Mis costillas resisten.

Y el que está aquí, entre ratas, debajo de ratas, escuchando ruido de ratas – quién sabe si las ve
–, no es más que Domingo Aranda; o más bien, no, porque Domingo Aranda, el gordo que la
noche de la elección del rector, en el patio de la universidad, así como si nada le quitó la novia,
lo mato lo mato desgraciado a mí no me hace esto, y no lo mató, y hasta asistió –traje nuevo
comprado en Santa Catalina: robo miserable– al matrimonio del gordo y únicamente dejaron de
ser amigos mucho tiempo después, aún mucho tiempo después del sonado robo a la sucursal
del banco Internacional (dicen que fue son comunistas; siempre se dice eso), cuando otro, han
matado a tres han matado a cuatro hay muchos heridos, y los rochabuses y la caballería, y yo
dije, a la mierda con todo esto me voy de guerrillero, y ahí está que me meto hasta el cuello en
lo que fue mi obligación y mientras las ratas me observan con sus pequeños ojitos de rata y
corren al norte, al sur, al este, al oeste, yo sé que no soy un rata, y podría ser que tú te llames
Ricardo y el que está aquí puede llamarse Ricardo y tendrá que ser Ricardo y el que cuenta de
ratas será Ricardo y es Ricardo o Domingo Paredes o César o Jesús o Kike o hasta quién sabe si
es el mismito Muma, Mumita, que está en el catre, desnudo, torcido, abierto, sexo: masculino,
estado: soltero, estatura: uno 78, edad: 24 años, ¡no, no!, no quiero ir al servicio militar. No
estás en el servicio militar. La cosa es seria. Abre los ojos: las ratas lo aplastan.

Una rata, rata enorme, felposa, rata de felpa, negra, preñada, cruza en diagonal, el compás es
desigual. Sus patas pesan, malas patas de rata, torpes patas de rata que cargan el cuerpo de
rata de derecha a izquierda en diagonal. Escucho: la rata sigue su carrera ardua, dificultosa,
inconstante, carrera de preñada. Pienso en la rata y en las otras ratitas que están dentro de la
rata preñada y en sus patas, patitas de felpa, que pronto correrán por el techo. Un ruido raro,
desacostumbrado, imprevisto, ¿habrá chocado con un papel o con un tabique de madera mal
roído?, la rata se repone, continúa corriendo como lo que es: una rata preñada. Mis ojos miran
el techo de derecha a izquierda en diagonal. La rata sigue de derecha a izquierda en diagonal. El
techo está pintado de verde.
IV

Fue en ese tiempo.

En ese tiempo apareció la Mica. Los halcones negros se sorprendieron al saber todo lo que
podían hacer con la Mica. La Mica, rara coincidencia, raro parecido de nombres, era una meca.

No se podría establecer a ciencia cierta el origen de la Mica. A lo mucho se anotará que alguno
de los muchachos la encontró. Las versiones sobre la meca Mica aumentaban a medida que los
días se sucedían y cada una difería de las otras, no sólo en la abundancia y pormenorización de
detalles, sino en la fantasía con que la armaban.

Lo que se puede decir sin temor a equivocarse – nadie puede contradecir esto– es que la Mica
desde su aparición cambió y cambió bastante el transcurrir de la vida de los Halcones Negros.
En un principio: estaba parada, haciendo con las piernas dibujos en el aire. Estaba para da en el
jardín de la casa de Carlos, muy cerca del viejo cerezo. Estaba parada junto al cerezo y
examinando el follaje en busca de cerezas maduras.

Entonces, entonces todo se abría. Todo cambiaba, se iluminaba mi vida. Otro era el mundo. Los
Halcones Negros se volvieron micos de tanto seguir a la Mica. De día la Mica se esfumaba; la
verdad es que se le ignoraba. Era a las siete de la noche la hora de su aparición. Se colgaba de la
reja metálica o de un árbol, de preferencia el viejo cerezo. Y si daban las siete y media, y se
sospechaba que la Mica ya no saldría, y por lo tanto esa noche no habría la tensión especial del
cuerpo, la inquietud y la erección consabida que dejaría luego, a la hora de acostarse, un dolor
filudo en las bolas, habría, a las finales, que “vamos a silbar, tal vez salga”. Llegó a ser tan
popular la Mica que su nombre estaba en todas las conversaciones; era el tema de las
conversaciones, realmente. A tal punto ejerció su influencia que los entrenamientos matinales
se vieron postergados inopinadamente. Era un imán que atraía, succionaba a los Halcones
Negros de sus casas y los plantaba en el jardín de la casa de Carlos para observar, y por qué no,
tocar las piernas rosadas que la Mica descubría levantándose el vestido. Bien: la Mica era el
centro de todo. Por ese entonces, y a raíz de lo mismo, se dio una estricta censura de
conversación. No todos participaban de las conversaciones, de esas en voz baja y que eran,
seguramente, las más interesantes. Los mayores se alejaban de los más chicos. Reían de rato en
rato, y se escuchaba un “caray” o un “pucha”. Los que tenían hermanos mayores estaban más
marginados, anda inmediatamente a la casa, o decían en secreto, alejémonos del Negro, el
Negro no era negro, era el más travieso de los Halcones Negros, el que de verdad creía en los
Halcones Negros. Ahí estaba el Muma con sus hermanos Jesús y Eliseo, o el Rinke y el Guayo
con su hermano César. Pero, también, a la hora en que la Mica aparecía los mayores no podían
actuar muy bien, y después de haber tocado a la Mica –otros y en otras ocasiones se atrevían a
besarla– se ponían colorados. La Mica nunca se puso colorada. Ya te amaba cuando salías para
el colegio, con tu uniforme blanco ¿o era azul?, y tu pelo dorado sobre la frente y tus libros bajo
el brazo. Te miraba desde el ómnibus escolar, perderte, al fondo, en la calle nuestra. Y por las
noches, ya te las que había estaban verdes, y de rato en rato gesticulaba escandalosamente.
Más tarde, cuando a la Mica se le conoció al revés y al derecho y se comprobó que no mordía,
que no arañaba, que no se espantaba ante nada, que no chillaba, todos reirían al ver sus
muecas grotescas. Siempre sus muecas causaban risa. Tal vez fue Efraín quien la halló. Se
descarta esa posibilidad: él es demasiado inocente para saber esas cosas. Tal vez fue Gonzalo o
tal vez –para no ahogarnos en un vaso de agua– el mismo Carlos. Porque la Mica, hay que tener
en cuenta, apareció en su jardín. Y todas las noches –era temporada de vacaciones: diciembre
por terminar enero por comenzar; los viajes veraniegos a Moliendo o a Matarani o a Ilo, a Ilo
casi no se iba: playas sucias, o a Lima, aunque también eran raros los viajes a Lima, se iniciaban
a principios de febrero –, luego de la comida, los muchachos se reunían para mirar, tocar, lamer
a la Mica. Y la Mica siempre estaba entre los árboles de Carlos. ¿Recuerdas, Diana, aquellas
noches, las siete las ocho, cuando leíamos revistas de chistes – tú preferías La Pequeña Lulú y
Archi, yo a los Halcones Negros, al Pájaro Loco, al Conejo de la Suerte– en el dormitorio de tus
hermanos? Muy pocas veces nos decíamos algo. Callábamos y dejábamos que nuestros ojos
hablaran. La revista la tenía en las manos, miraba las figuras y las letras, pero no entendía nada,
no leía nada: pensaba en ti. Recuerdo tus ojos, veo bajar tus párpados cuando yo te miraba y
amaba también, al jugar en el jardín de tu casa, o a la rayuela en la vereda – tenías tizas de
colores–, o mientras desvalijábamos tu refrigerador. Te amaba desde siempre. Nunca nos
conocimos. Diana, sonrío ahora, sabes, recuerdo las cartas que te escribía. El Tío sí que supo
más de la Mica. Eran hazañas realmente miticas y tejiendo miles de fantásticas suposiciones,
mezcladas con los capítulos de la radionovela, las aventuras de los Halcones Negros y los
incidentes con la Mica, se inventó la historia del anciano que por las noches descorría un poco
la cortina y observaba desde su ventana a los Halcones Negros. El Muma lo bautizó: el Cubo
Boina nos está espiando, dijo, y de allí quedó con ese sobrenombre: Cuco Boina. Muchos
capítulos de la radionovela de las seis y media, Charlie Chan, cortesía de detergente Ace –Ace
lavando, usted descansando: la cancioncilla era pegajosa– tendrían que escucharse antes de
que el Cuco Boina saliera por última vez de su casa, en un ataúd negro y cargado por varios
caballeros bigotudos y de luto, y ya no se hablara más del Cuco Boina. Pero muchos capítulos de
Charlie Chan, tendrían que discurrir. Los muchachos reían. Uno estaría triste y pensando: esta
noche ya no podré ver a la Nena, debe estar estudiando, y pensando se pondría más triste.
Carlos y Hernán discuten:

–Tío, ¿y cómo es...? –¿Donde fue, Tío? –Cuenta, no te hagas rogar, Tío.

El Tío contaba. Así, a través de sus palabras de Tarzán, de domador, de amaestrador, la Mica
dejaba de ser Mica y aparecía transformada en meca. Es decir, se convertía en más meca. Decía
el Tío y los Halcones Negros imaginaban la escena en la oscuridad del cuarto: se enrollaba,
aprisionaba y se soltaba. Se revolcaba entre ramas, entre sábanas, caídas las cobijas al suelo, la
almohada debajo de la cama; se contorsionaba, los ojos bien abiertos, la piel tirante, los labios
anhelantes, las piernas calientes, friccionando, voluptuosas, las manos hundiendo los dedos,
estrujantes: estremecimientos, convulsiones finales. Seguramente, después, la Mica,
arreglándose el cabello oloroso todavía a los ácidos de la permanente de diez soles, en el
Beauty Parlor del indio Sobrio, colocándose su falda de pliegues, asqueaba. Es por eso que el Tío
–una noche se aproximó e inició la conversación, y así, a la hora que volvía de su trabajo
(trabajaba en la Caja de Recaudación, edificio horrible en la calle Mercaderes), lo rodeaban los
muchachos y él narraba historias, y en esas reuniones alguno por algo le dijo Tío y desde
entonces todos le dicen Tío– siempre fue aparte. Era el Tío, pero no uno de los Halcones
Negros. Tenía derecho: hacía rato que cumplió los veintiséis años. Él podía. Conversaban bajo la
luz que proyectaba la bombilla eléctrica, justo frente a la ventana del Cuco Boina. El Cuco Boina
observaba, misterioso, con ojos intensos: era una visión tétrica en el marco de la ventana. Los
capítulos más importantes de la radionovela Charlie Chan transmitían esos días, y luego de
escuchar los tres capítulos diarios, los Halcones Negros se reunían en el club o en la puerta de la
casa de Gonzalo para comentar ¿qué crees que le pasará ahora que ha sido descubierto?, no
hay caso que es un buen detective.

–Mañana, ya verán, cogeré a la Mica y la llevo al malecón. –Yo pensé que la ibas a llevar al cine.
Hernán miró con unos
ojos llenos de cólera. – ¿Por qué no me hacen caso? Se olvidó, de momento, de Hitler y los
alemanes –porque Hernán es un admirador irrefutable de los alemanes, no se pierde ni una sola
película de guerra de la Segunda Guerra Mundial– y de los tanques y los aviones:

–La Mica está enamorada de mí. – ¡Qué bien! Hernán camote de una meca –río, rieron todos.
Hitler apareció otra vez en los ojos de Hernán. Carlos seguía riendo. Desfilaban los ejércitos,
líneas y líneas impecables de soldados alemanes. ¡Viva la guerra! Las botas relucientes, los
tanques enormes marcando su paso en el asfalto, los fusiles brillando con el sol, las bayonetas
amenazantes. ¡Heil Hitler! Hernán asegura la fidelidad de la meca Mica. Rinke pregunta,
¿cuántos años tendrá la Mica?, cuarenta, afirmó Jesús, no, que va, tendrá veinticuatro,
determinó César. Te amaba tanto, Diana, Nenita, te amo tanto, tanto, que de amarte tanto me
he enamorado del amor. En la víspera del partido de fútbol se descubrió que la Mica no usaba
calzón
7. “Paró la oreja al techo" quiere simbolizar: C Símil D Metáfora
A. Respeto B. Sordera E. Sinécdoque
C. Atención D. Distracción
E. Somnolencia 13. ¿Qué tipo de sentimientos expresa el
autor en su novela?
8. Juan Rollo considera a Edmundo de los Ríos A La desilusión por la vida
como: B Sentimientos encontrados
Á. El iniciador de ia novela revolucionaria
C De resentimiento hacia el mundo
latinoamericana
D La rebeldía de la juventud
B. El precursor del boom
E Presenta quejas
C. El creador de! regionalismo narrativo 14. La diferencia fundamental entre Juan
D. Un momento curioso de la literatura Manuel Polar y Edmundo de los Ríos es:
peruana A La mejor o peor escritura
E. El mejor novelista peruano B La opinión de los críticos
C El valor social de lo escrito
9. La figura del símil se da en: D La ficción y la realidad
A. Golpean el suelo E La sinceridad y honestidad del autor
B. Con velocidad
C. Corren de un lado a otro 15. La forma narrativa de Los juegos
D. Se lanzan en línea recta verdaderos:
E. Semejan un murmullo sordo A.Novela B Cuento
C Leyenda D Fábula
10. “Procesión de Viernes Santo por las tallas E Sátira
fantasmagóricas del Señor de la Caña”
puede interpretarse como: 16. El verdadero sentido de los juegos
A. Comparación B. Simulación verdaderos es:
C. Realismo D. Imaginación A La verdad de las
E. Subjetivismo mentiras
B La falsedad de la realidad
11. “Las ratas están ahora en el techo. C. La ficción falsa
Escucho sus pequeñas patas” el narrador D. La verdadera realidad
E. Los juegos de la mentira
está en:
A. Primera persona 17. “El negro” personaje de la novela, ¿qué
B. Segunda persona relación tiene con el protagonista?
C. Tercera persona A. Compañeros universitarios
D. Narrador omnisciente B. Compañeros de escuela
E. Narrador testigo C. Compañeros de ciase

12.“Las pequeñas patas de felpa” es una D. Compañeros de barrio


figura literaria:
A Hipérbole B Anáfora E. Compañeros de celda

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