A Las Puertas - Ted Wilson
A Las Puertas - Ted Wilson
A Las Puertas - Ted Wilson
Creditos 2
Prólogo 4
Prefacio 6
1. La realidad virtual 8
2. Escudriñar la Palabra 15
3. El maravilloso don de Dios 26
4. Nuestra única esperanza 36
5. Las buenas nuevas acerca del Juicio 48
6. El éxito según Dios 59
7. Eliezer: un siervo fiel 66
8. Salud para nosotros y para el mundo 74
9. La obra en las ciudades 83
10. Que no se te olvide nunca tu nombre 98
11. Una nueva reforma 111
12. Una fe ardiente 119
13. ¡En marcha! 131
Título de la obra original en inglés: Almost Home © 2012
by Pacific Press® Publishing Association, Nampa, Idaho, USA.
All rights reserved. Spanish language edition published with permission of the copyright owner.
Traducción
José I. Pacheco
Diseño y diagramación
Jaime Gori
Diseño de la portada
Steve Lanto
Está prohibida y penada por las leyes internacionales de protección de la propiedad intelectual la traducción y la reproducción
total o parcial de esta obra (texto, imágenes, diseño y diagramación), su tratamiento informático y su transmisión, ya sea
electrónica, mecánica, por fotocopia, en audio o por cualquier otro medio, sin el permiso previo y por escrito de los editores.
En esta obra las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera, revisión de 1995: RV95 © Sociedades Bíblicas
Unidas. También se ha usado la versión popular Dios Habla Hoy: DHH © Sociedades Bíblicas Unidas, la Traducción en
Lenguaje Actual: TLA © Sociedades Bíblicas Unidas, la Nueva Versión Internacional: NVI © Bíblica, la Nueva Traducción
Viviente: NTV © Tyndale House Foundation. En todos los casos se ha unificado la ortografía y el uso de los nombres propios
de acuerdo con la RV95.
En las citas bíblicas, salvo indicación en contra, todos los destacados (cursivas, negritas) siempre son del autor o el editor.
Las citas de las obras de Elena G. de White han sido tomadas de las ediciones renovadas de APIA, que hasta la fecha son:
Patriarcas y profetas, Profetas y reyes, El Deseado de todas las gentes, Los hechos de los apóstoles, El conflicto de los siglos,
El camino a Cristo, Así dijo Jesús (El discurso maestro de Jesucristo), Testimonios para la iglesia (9 tomos), La educación,
Eventos de los últimos días, Hijas de Dios, Mensajes para los jóvenes, Mente, carácter y personalidad (2 tomos), La oración,
Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, Consejos sobre alimentación (Consejos sobre el régimen alimenticio), El
hogar cristiano, Conducción del niño, Fe y obras. El resto de las obras se citan de las ediciones clásicas de la Biblioteca del
Hogar Cristiano.
Impresión y encuadernación
Review and Herald Graphics
Impreso en E.E. U.U.
Printed in USA
La realidad virtual
Hace tan solo unos años los complicados y novedosos aparatos
electrónicos de vanguardia no solían pasar de ser un tema de
conversación. La gente no los adquiría porque fueran del todo útiles, sino
por simple curiosidad, con el afán de demostrar un estatus superior.
En la actualidad, por el contrario, los aparatos electrónicos se han
convertido en necesidades «virtuales». Esperamos que nuestros
automóviles tengan cámaras que se activan al retroceder y que los «libros»
que leemos nos proporcionen enlaces «en tiempo real» a todas las
enciclopedias virtuales. Respecto a nuestras ocupaciones, apenas
podríamos trabajar, y mucho menos competir, desprovistos de nuestros
teléfonos inteligentes y de las tabletas electrónicas. Todos esos aparatos nos
permiten, no tan solo mantenernos en constante comunicación con los
demás, sino que también conservan y gestionan nuestras agendas y listados
de direcciones.
Los ejércitos actuales utilizan gafas de visión nocturna, proyectiles
guiados por rayos láser y aviones no tripulados; no solo para espiar y
bombardear al enemigo, sino también para derribar a otros aviones de
combate tripulados por fuerzas adversarias. Los expertos nos dicen que en
un futuro cercano la mitad de los tanques y otros vehículos blindados serán
manejados por control remoto.
Y finalmente tenemos la realidad virtual; es decir una tecnología
audiovisual y táctil, que permite que se experimente la sensación de estar
realizando algo diferente a la realidad del momento, como sería jugar al
tenis, pilotear un avión, conducir un coche de carreras, o incluso al
examinar el plano de una casa visualizando el interior de una vivienda
construida de acuerdo con dicho plano, y todo sin movernos del sitio. La
realidad virtual se utiliza en juegos electrónicos, en adiestramiento militar,
en el entrenamiento de los pilotos aéreos, para diseño gráfico, para la
simulación de sucesos cotidianos, en viajes espaciales y en un sinnúmero
de otras actividades.
La realidad virtual es algo casi real… pero no del todo.
En los sorprendentes e inciertos tiempos en que nos ha tocado vivir
podríamos preguntarnos si la tecnología ha moldeado tanto nuestra visión
del universo que consideraremos que Dios únicamente existe como una
realidad virtual. ¿Acaso habremos creado a un Cristo virtual que podemos
manipular y moldear a nuestro gusto? ¿Alguien a quien podemos guardar en
una carpeta virtual y luego sacarlo cuando lo necesitemos, o cuando se nos
antoje?
A mucha gente ni siquiera le interesa un Cristo virtual, pues en realidad
no quiere saber nada de Cristo.
Jesucristo, no obstante, es alguien real que pretende tener una relación
personal con nosotros. Dios creó a los seres humanos a su imagen (Gén. 1:
26). Si fuéramos como él, nuestra conducta sería una muestra de lo que él
es. Asimismo, debido a que nosotros somos seres reales en lugar de
virtuales, él también lo es.
Sí, Dios es una persona real que se gozaba en acudir al huerto «al aire
del día» para dialogar con el hombre y la mujer que había creado (Gén. 3:
8). Después de que Adán y Eva hubieron pecado nuestro Dios real habló
con un diablo real y reveló el resultado real del conflicto que estaba
afectando a todos los seres del universo. Él dijo: «Pondré enemistad entre ti
y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza,
y tú la herirás en el talón» (Gén. 3: 15). En este, al igual que en otros textos
(Gál. 3: 16), el Creador estaba anunciando que un Cristo real se haría
humano y que finalmente destruiría a aquel que había introducido el pecado
y la muerte en lo que hasta entonces había sido un hogar perfecto, una tierra
perfecta.
«Y habitaré
en medio de ellos».
Aun antes de su nacimiento, Cristo se había solidarizado y comprometido
con su pueblo: hablando a los patriarcas, interponiéndose entre los
israelitas y sus enemigos, reuniéndose con Moisés en el Monte Sinaí donde
le dijo: «Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos» (Éxo. 25:
8).
Así que los hijos de Israel edificaron un santuario donde Dios se reunía
con su pueblo. Sin embargo, aunque ese santuario estaba construido con
telas, madera, bronce y oro, que eran materiales tangibles, era una realidad
virtual. El terrenal era una representación del santuario real que está en el
cielo. Elena G. de White afirmó: «Aquel santuario en el cual oficia Jesús en
nuestro favor, es el gran original, del cual el santuario construido por
Moisés era una copia».1
El libro de Hebreos llama al santuario celestial «verdadero tabernáculo
que levantó el Señor y no el hombre» (Heb. 8: 2). El santuario celestial y el
terrenal son una representación del Dios verdadero y de su amor, una
demostración de la forma en que él intenta salvarnos. Ellos señalan a
Cristo, el cordero que murió por nosotros, en lugar nuestro. Los mismos
apuntan a Cristo, el sumo sacerdote que intercede por su pueblo; el que
conquistó el pecado. Constituyen una muestra de la excelsa gloria de los
servicios del santuario. Según expresa Elena G. de White, gracias al
santuario «sus pensamientos eran llevados hacia los acontecimientos finales
de la gran controversia entre Cristo y Satanás, y hacia la purificación final
del universo que lo limpiará del pecado y de los pecadores».2
El santuario señalaba hacia el Jesús real que viviría una vida real y
conquistaría la realidad del pecado mediante su muerte. No iba a morir en
una cruz «higienizada», una cruz virtual, una cruz infográficamente retocada.
No, él moriría en un tosco y real instrumento de tortura, en medio de una
agonía real que únicamente él pudo resistir al depender del poder de su
Padre celestial. Ese Jesús tan real se levantó de su pétrea tumba y ascendió
a un cielo real con el fin de servir como sumo sacerdote real en el santuario
celestial real.
No hay nada virtual en la salvación que Dios logró a favor nuestro. ¡Es un
amor real, una real misericordia y un sacrificio real!
¿Puedes imaginar el horror de Adán y Eva en el Edén, mientras
degollaban a un cordero perfecto para con ello obtener perdón? En todo
aquello no había realidad virtual alguna. Ellos estaban luchando con
asuntos reales que apuntaban a la muerte real de Jesús por ti y por mí.
Pablo nos dice que «sin derramamiento de sangre no hay remisión» (Heb.
9: 22). Soldados reales, con armas reales, realmente derramaron la sangre
de Cristo. Él realizó el más elevado sacrificio para conquistar el pecado
con el fin de que tengamos vida eterna real.
Cristo no solo se convirtió en el máximo sacrificio en favor nuestro, sino
que cuando regresó al cielo también comenzó a actuar como nuestro
mediador y nuestro sumo sacerdote. Leamos Hebreos 9: 24. Allí Pablo
afirma: «Porque no entró Cristo en el santuario hecho por los hombres,
figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora por
nosotros ante Dios». De esa forma un Cristo real comparece ante Dios hoy
mismo por ti y por mí.
¿Cómo es que Cristo se halla legitimado para representarnos ante Dios?
Pablo dijo que Cristo vino para «quitar de en medio el pecado. Y de la
manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y
después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para
llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación
con el pecado, para salvar a los que lo esperan» (Heb. 9: 26-28). Elena G.
de White nos dice: «Cristo fue designado como Mediador desde la creación
de Dios, designado desde la eternidad para ser nuestro sustituto y
garantía».3
Dios desarrolló ese plan para nuestra salvación aun antes de crear el
mundo. Quizá puedas imaginar el silencio imperante en la sala de
conferencias del cielo, mientras se presentaba dicho plan. El Todopoderoso
habló con una gran firmeza: «La salvación estará al alcance de todo ser
humano que esté dispuesto a someter su vida al Señor Jesucristo».
¡Qué Dios maravilloso es aquel a quien servimos!
Ese Dios increíble nos ha encargado que utilicemos Internet y todos los
medios a nuestro alcance para decirle a quienquiera que tenga fe, que confíe
en él, que sienta el deseo vivir con él para siempre; que él ha hecho todo lo
necesario para que eso sea posible. El Señor nos ha pedido que
presentemos la realidad de Cristo, que implica ser salvado del pecado y de
la muerte, y la realidad de su pronto regreso. El Señor desea asimismo que
invitemos a la gente para que decida servirle.
El pacto de Dios
con nosotros
En el libro de Hebreos se cita a Jeremías 31, al hablar de quienes se
entregan a Dios: «Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos
días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las
escribiré» (Heb. 10: 16, 17). En los versículos 19 al 23 Pablo nos dice que
la sangre de Jesús fue derramada por nosotros para que «tengamos libertad
de entrar en el lugar santísimo» ya que hay allí un sumo sacerdote que sirve
a «la casa de Dios», lo cual nos incluye a todos nosotros. Por lo tanto,
«Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe».
Pablo dice que ya que podemos tener fe en un Dios real que nos ha legado
la salvación: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra
esperanza, porque fiel es el que prometió».
¿Cómo podremos entonces conectarnos con ese Dios? ¿Cómo lograremos
encontrar aquello que es verdadero en un mundo edificado sobre una
realidad virtual?
Ellis Bush, ha escrito un poema en el que se pregunta si Jesús habría
utilizado un modem durante el Sermón del Monte. Al final de dicho poema
pregunta si acaso las maravillas de esta época moderna no nos estarán
incitando a poner en duda todo lo verdadero. ¿Cómo pudo un solo hombre
ofrecer una nueva vida? Luego ofrece su respuesta: «Si a veces te sucede
que se te hace difícil escuchar la voz de Dios, pon a un lado tu ordenador
portátil y todos tus sofisticados aparatos; abre tu Biblia, abre tu corazón y
permítele al Señor que se acerque a ti».
No existe realidad virtual alguna en la vida de Jesús y en lo que él ha
hecho por nuestra salvación. Jesús es real. Su vida, su muerte y
resurrección fueron reales. Su mediación en el santuario celestial también
es real. La tarea que él nos ha encomendado de compartir esa maravillosa
historia con los demás mediante lo que decimos y hacemos es también real.
Permítanme contarles acerca de alguien que sabe que Dios es real. Hace
poco estuve en Londonderry, en Irlanda del Norte. Los protestantes y los
católicos viven allí en medio de una frágil tregua. Se puede percibir la
tensión en el ambiente. Al ver los fuertemente armados soldados británicos
en patrulla y las fortificaciones alrededor de las estaciones de policía y los
cuarteles, todo lo cual le añadía más peso a mi percepción. Lo que vi me
dijo claramente que se trata de un lugar difícil.
En aquel tiempo contábamos con un cierto número de miembros de
iglesia activos en Londonderry. Adoraban en una iglesia construida por los
voluntarios de Maranata en 1978. Conocí a una consagrada hermana de
nombre Anna en aquella iglesia, que había sido adventista por unos treinta
años después de haber conocido el mensaje a través de las lecciones de
The Voice of Prophecy (La Voz de la Esperanza en inglés). Ella cree en un
Dios real y en el poder real de la oración.
En 1978, cuando la iglesia fue construida había más de treinta miembros
en Londonderry. Con el paso de los años varios se mudaron a otros lugares,
alguno falleció o se desanimó y dejó de asistir. Finalmente Anna era el
único miembro que quedó en aquella iglesia. Alguien podía haber
catalogado aquella iglesia como una congregación virtual, pero continuaba
siendo una iglesia real ya que Anna seguía asistiendo cada sábado.
La Misión Irlandesa pensó en cerrar la iglesia y vender el edificio. Pero
Anna se opuso rotundamente, exigiendo que la Misión se mantuviera
enviando un predicador cada sábado. Ella continuó asistiendo sábado tras
sábado, insistiendo que su ateo esposo la llevara, aunque él iba protestando
sin parar todo el camino. Mientras tanto ella continuaba pidiéndole al Señor
que hiciera llegar nuevas almas a la iglesia y al mensaje que ella amaba.
Pero nadie acudía.
Un sábado Anna oró: «Señor, envía por lo menos a una persona a la
iglesia», y providencialmente el sábado siguiente Mary hizo su aparición.
Mary era natural de Londonderry pero se había ido a vivir a Canadá
donde conoció a Ross, con quien más tarde se casó. Mientras vivían en
Toronto se hicieron adventistas y algún tiempo después decidieron mudarse
de vuelta a Londonderry.
Mary llegó unas semanas antes que Ross y el viernes en la noche decidió
que iba a asistir a la iglesia. Ella esperaba encontrar un buen número de
adoradores como en Toronto, pero en el templo únicamente encontró a
Anna. Anna se sintió maravillada de contar con otra hermana en la fe ¡Dios
había contestado su oración! Pronto se les unió Ross, y luego otros más lo
han hecho. Ahora cerca de una docena de personas asisten regularmente a
aquella iglesia, incluyendo a una hermana de Mary.
En la actualidad, los pocos adventistas que viven en Londonderry
enfrentan una dura situación. Sin embargo, ellos saben que Dios es alguien
real y anhelan el compañerismo que tendrán con Cristo cuando él venga por
segunda vez. ¡Ellos esperan ansiosamente la segunda venida!
No es un holograma.
No se trata de ningún truco televisivo presentado en una gran pantalla
de plasma.
No es una realidad virtual.
Todo es muy real.
Muy pronto veremos una pequeña nube negra del tamaño de la palma de
la mano, que se irá haciendo cada vez más y más grande, y cada vez más
brillante, hasta que llene toda la bóveda celeste. Aquella «nube» estará
formada por miles de millones de ángeles, con el real Jesucristo en ella.
¡Aquel que murió por nosotros estará sentado en el mismo centro de la
nube!
En 1 Juan 3: 2 leemos: «Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se
ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es».
Veremos a ese mismo Jesús que nos creó a su imagen, tal como él es:
¡alguien real!
Jesús nos ha llamado a proclamar a todo el mundo que él es real. Él nos
ofrece el poder y la dirección del Espíritu Santo con el fin de que podamos
testificar por él. Comprometámonos a compartirlo a través de Internet, en
nuestras vidas y en cualquier otra forma que podamos. Él es nuestro Señor y
Creador, nuestro Redentor y Mediador, nuestro amigo y nuestro verdadero
Rey. No es una imitación. No es un personaje virtual. ¡Es alguien real! y ya
estamos a las puertas del hogar.
__________________
Escudriñar
la Palabra
E stamos enfrentando una crisis, una gran crisis en relación con la Biblia.
¿Consideramos los adventistas que la Biblia es la Palabra de Dios, o
sencillamente pensamos que es una mera recopilación de consejos y
aforismos interesantes? ¿Constituye nuestro manual de vida o la usamos
para poco más que lucir en una mesa de la sala de nuestro hogar? ¿Es la
Biblia la autoridad final o no lo es?
El Salmista dijo: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar
contra ti» (Sal. 119: 11). Al decir «tus dichos» se estaba refiriendo a la
Palabra de Dios. ¿Estamos nosotros los adventistas leyendo la Palabra de
Dios y permitiendo que hable a nuestros corazones, y a los demás, mediante
nuestras vidas? ¿O estaremos minusvalorando la Palabra?
En mi casa tengo diversas versiones de la Biblia. Algunas de ellas las
considero de gran utilidad. He subrayado, resaltado y realizado numerosas
anotaciones en algunos de esos ejemplares. Por eso aprecio especialmente
algunas de esas Biblias. Una de ellas está prácticamente inservible debido
a que se mojó cuando aterrizábamos en un remoto lugar del Congo. El agua
entró a chorros en la bodega de la avioneta de la Misión y empapó la
maleta donde yo había colocado mi Biblia. Luego conseguí una parecida a
esa que había utilizado durante años. Cuando la tapa se le desprendió hice
que la reencuadernaran. Pero hace poco me la dejé olvidada en un avión en
Sudáfrica. Ahora poseo otra Biblia de estudio y estoy tratando de
acostumbrarme a ella.
Amo a mi Biblia. ¡Es mi gran amiga! Probablemente usted sienta lo
mismo respecto a su Biblia.
Francis Schaeffer, el conocido pensador cristiano, autor de diversas
obras de gran impacto, dijo en cierta ocasión que amaba tanto a su Biblia
que siempre la mantenía junto a él debido a que le proporcionaba un gran
consuelo y seguridad. La mantenía muy cerca de modo que incluso estando
acostado en la oscuridad pudiera alcanzarla y tocarla.
Durante nuestra estadía en Rusia nos dimos cuenta de lo mucho que la
gente apreciaba y respetaba la Biblia. Antes de la caída del comunismo las
Biblias eran escasas, tan escasas que algunos estaban dispuestos a
arriesgarse a introducirlas de contrabando al país. Después que Rusia
concedió libertad religiosa a sus ciudadanos, las Biblias se consiguen con
mayor facilidad. Sin embargo, los cristianos rusos continúan valorando sus
Biblias. El mero hecho de sostener en sus manos una Biblia les proporciona
gozo.
Desde luego nosotros no practicamos la «bibliolatría». No adoramos la
Biblia. Adoramos al Verbo que fue hecho carne: a Jesucristo nuestro Señor.
No es el libro en sí lo que es importante; sino lo que contiene el libro.
Los adventistas han valorado por mucho tiempo la Biblia y por eso han
sido llamados «el pueblo del Libro». La profecía nos indica que, por la
gracia de Dios, en el futuro seremos nuevamente conocidos como «el
pueblo del Libro». Pero, ¿acaso en la actualidad nuestros amigos nos
conocen como «el pueblo del Libro»? ¿Estamos utilizando de modo
constante y activo la Biblia, o sencillamente simulamos ser devotos
cristianos?
Roy Robertson, quien en unión a Dawson Trotman fundó el movimiento
cristiano Navigators, relató algo que le aconteció al comienzo de la
Segunda Guerra Mundial y que le indicó que él estaba fingiendo una
expresión de espiritualidad.
Su barco, el West Virginia, había atracado en Pearl Harbor el 6 de
diciembre de 1941. Roy y otros dos marineros habían bajado a tierra y se
habían unido a un grupo que estudiaba la Biblia.
El moderador del grupo de estudio pidió que todos los presentes
repitieran un versículo favorito y que explicaran su significado; lo cual
puso muy inquieto a Roy en gran manera. Roy se había criado en un hogar
cristiano y asistía a la iglesia tres veces a la semana, pero era incapaz de
recordar ningún versículo. Finalmente le vino a la memoria Juan 3: 16; pero
el marinero a quien le tocó hablar antes recitó y comentó ese mismo texto.
Robertson relata que no le vino a la mente otro versículo, por lo que
permaneció callado y avergonzado. Cuando se acostó aquella noche se
desveló dándole vueltas a la cabeza pensando que era un farsante espiritual.
Al día siguiente a las 7:55, la alarma del barco lo despertó, llamando a
todos a sus puestos de combate. Aquel fue el día del ataque japonés a Pearl
Harbor.
Robertson y su grupo corrieron a su puesto de ametralladoras, pero allí
no disponían de munición real; todo lo que tenían eran balas de fogueo. Por
tanto, los primeros quince minutos de una batalla que duró dos horas, ellos
estuvieron disparando munición de fogueo esperando que pudieran asustar a
los pilotos japoneses para que se alejaran de su barco.
Robertson relata que mientras disparaba aquellas municiones «ficticias»
se decía: «Esto es precisamente lo que has estado haciendo toda la vida:
lanzando salvas al aire en nombre de Cristo». Luego, mientras los
proyectiles japoneses impactaban su barco, él decidió que si salía con vida
se dedicaría en serio a seguir a Cristo.
Como adventistas que nos acercamos al fin del tiempo, ¿acaso nos
habremos vuelto complacientes y todo lo que hacemos es disparar salvas
por Jesús? ¿Nos disponemos a seguir a Cristo y a escudriñar con toda
seriedad en su Palabra? ¿Pretendemos ser «el pueblo del Libro»? ¿Será que
la Palabra de Dios es de tan vital importancia para nosotros que nuestro
mayor anhelo es compartirla con los demás?
Biblias polvorientas
Hace poco observé un letrero al frente de una iglesia que está cerca de
casa, que me llamó la atención, pues decía: «Las Biblias cubiertas de polvo
dan lugar a vidas sucias». ¿Hemos estado tan ocupados que nuestras Biblias
están llenas de polvo? ¿Hemos olvidado nuestras raíces como «el pueblo
del Libro», un pueblo con una misión, un movimiento llamado a proclamar
el mensaje final del advenimiento encontrado en la Biblia?
El tomo 2 de Mensajes selectos es uno de mis libros favoritos. El
Espíritu de Profecía representa una enorme bendición para nuestra iglesia,
tanto en forma corporativa como individual. Observemos lo que Elena G.
de White tiene que decir respecto al papel de la Palabra de Dios en el
tiempo del fin.
«Ahora necesitamos una sabiduría más que humana al leer e investigar las
Escrituras; y si acudimos a la Palabra de Dios con humildad de corazón, él
levantará un estandarte para protegernos del medio ambiente licencioso. […]
Cuando los hombres se acercan bien a Jesús, cuando Cristo mora en sus
corazones mediante la fe, entonces su amor a los mandamientos de Dios se
fortalece en proporción al desprecio que el mundo amontone sobre sus preceptos
santos.
Ahora es cuando el verdadero día de reposo debe ser presentado ante la gente
mediante la pluma y la voz. Cuando el cuarto mandamiento y los que lo observan
son ignorados y despreciados, los fieles piensan que no es el momento de ocultar
su fe sino de exaltar la ley de Jehová desplegando el estandarte en el que están
inscritos el mensaje del tercer ángel, los mandamientos de Dios y la fe de Jesús».1
Las señales en el mundo que nos rodea indican que la segunda venida de
Cristo es un hecho inminente. La Biblia se convertirá en un elemento cada
vez más importante según se vaya perfilando el tiempo del fin; porque es la
Palabra de Dios y apunta al Verbo vivo, a Jesucristo y a su plan para el
mundo y para nuestras vidas.
Muchos de los judíos que vivían en Tesalónica no estaban dispuestos a
escudriñar profundamente en la Palabra y a permitir que el evangelio
transformara sus vidas. Más bien conspiraron y provocaron un fuerte
disturbio. Los creyentes de Tesalónica, temerosos de que se les culpara del
disturbio, despacharon a Pablo y a Silas a Berea en horas de la noche. Allí
ellos encontraron a judíos piadosos y de miras amplias que estuvieron
dispuestos a oír lo que contaban Pablo y Silas respecto de Jesús. Así que se
dispusieron a estudiar las Escrituras para comprobar si era cierto lo que
habían escuchado. Lucas escribió que los bereanos «eran más nobles que
los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda
solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran
así» (Hech. 17: 11).
La verdad se convirtió en algo real para los bereanos, que no
dependieron de nadie para simular su entrega al servicio de Dios.
«Investigaban diariamente los relatos inspirados; y al comparar escritura
con escritura, los ángeles celestiales estaban junto a ellos, iluminando sus
mentes e impresionando sus corazones».2
Hoy en día, los ángeles del cielo están a nuestro lado, abriendo nuestro
entendimiento mientras estudiamos las Escrituras con oración. El Espíritu
Santo así podrá señalarnos a Cristo, el Verbo vivo que genera convicción y
conversión.
Estamos viviendo en los últimos días, en el período de Laodicea, cuando
podemos simular con facilidad ser cristianos. Con el fin de apartarnos de la
Biblia y de lo que ella enseña, el diablo utilizará cualquier medio: la
televisión, el entretenimiento y las diversiones, el trabajo, la música,
controversias, falsas enseñanzas, discordias, los problemas económicos, y
cualquier cosa que pueda absorber nuestro tiempo y mantenernos alejados
de la Palabra de Dios.
Hay algo más que representa un gran peligro para nosotros debido a que
nos distrae para que dejemos de indagar en la Palabra de la misma forma
que lo hicieron los bereanos. Eso se conoce como «una religión basada en
las sensaciones». Sus proponentes afirman que se debe primeramente
«sentir» el Espíritu, que la religión debe ser «experimentada» para que sea
real. Quizá por eso el sentimentalismo y lo emocional se han vuelto
predominantes en gran parte del mundo religioso.
¿Qué le sucede a la fe en Cristo y a su Palabra cuando la gente presta una
atención preponderante a los sentimientos? ¿Qué sucede cuando los
cristianos no «sienten» que deben ser religiosos? ¿Qué pasará cuando «no
se sienten» cerca de Dios? ¿Qué ocurre cuando actúan en forma parecida a
los tesalonicenses y no como los bereanos, prestando más atención a sus
sentimientos que a la Biblia?
Elena G. de White advierte:
«En los últimos días la tierra se verá casi completamente destituida de la fe
verdadera. La Palabra de Dios se considerará indigna de confianza bajo el menor
pretexto, mientras que se aceptará el razonamiento humano, aunque este
contradiga las realidades claras de la Escritura».3
Hace algunos años mi suegro, el Dr. Don Vollmer tuvo un paciente que no
era adventista llamado Phil Collins. El padre de Phil había sido director de
la Casa de la Moneda ubicada en la ciudad de Washington. Phil había
trabajado para el gobierno antes de jubilarse y en su juventud había sido
compañero de estudios en la Facultad de Derecho de J. Edgar Hoover, que
llegó a ser el director general del FBI. Luego de jubilarse, Phil le preguntó
al Dr. Vollmer qué podría hacer para prevenir la posible pérdida de sus
facultades mentales. El médico le contestó que la mejor forma de mantener
la agudeza mental era mediante la lectura de la Biblia. El tío Phil, como lo
llamaba la familia, siguió aquel consejo y llegó a hacerse adventista gracias
a ello.
Phil llegó a ser un buen amigo de la familia Vollmer y un fiel miembro de
la Iglesia Foster Memorial de Asheville, Carolina del Norte. Se mantuvo
mentalmente alerta hasta el día de su muerte, ya nonagenario.
Arthur S. Maxwell cuenta la historia de un acaudalado granjero de la
antigua Grecia que en su lecho de muerte dijo a sus hijos: «Mi fortuna está
escondida en los terrenos de mi finca. Si ustedes desean ser ricos, caven
hasta encontrarla».
Los hijos supusieron que su padre había colocado su dinero en un cofre
herrado y que lo había enterrado en algún lugar de la finca, por lo que con
ahínco se dispusieron a encontrarlo. Araron todos los campos utilizando
diversos tipos de herramientas, cavando a una profundidad que ningún
arado habría alcanzado. Pero no encontraron señal alguna del supuesto
cofre con el tesoro.
En la primavera abandonaron la búsqueda con el fin de sembrar los
campos de trigo. Llegó el verano y luego el tiempo de la cosecha; ¡y qué
cosecha fue aquella! ¡Jamás habían obtenido resultados parecidos! La
concienzuda remoción del terreno había producido la riqueza que ellos
perseguían. El plan que había ideado su astuto padre había tenido éxito.
Nosotros también hemos heredado una fortuna, pero la nuestra está
escondida en la Biblia. Necesitamos escudriñar el Libro Sagrado tan
minuciosamente como aquellos herederos buscaron en sus tierras; tan
minuciosamente como los bereanos indagaron en las Escrituras, cavando en
ellas con todas las herramientas espirituales que poseían. Cuando lo
hagamos, encontraremos un verdadero tesoro porque la Palabra de Dios nos
coloca cara a cara frente al mayor tesoro de todos: Jesucristo, nuestro
Salvador.
La Biblia revela que únicamente podemos obtener la salvación a través
de una total confianza en Cristo, en su vida y en su muerte, en su
resurrección y en el ministerio que está desempeñando en el Lugar
Santísimo del Santuario celestial. La Escritura nos dirá que el sábado es el
sello especial de Cristo y el pacto con su pueblo que guarda sus
mandamientos. Reafirmará nuestra creencia y esperanza en una literal
segunda venida de nuestro Redentor, y en que él vendrá muy pronto.
El maravilloso
don de Dios
E «lEspíritu
último engaño de Satanás consistirá en convertir el testimonio del
de Dios en algo ineficaz. […] Satanás trabajará ingeniosamente,
con métodos distintos e instrumentos diferentes, para desarraigar la
confianza del pueblo remanente de Dios en el testimonio verdadero».1
«Pronto se hará todo esfuerzo posible para desestimar y pervertir la verdad
de los testimonios del Espíritu de Dios. Debemos estar siempre atentos a
los claros y directos mensajes, que desde 1846, han estado viniendo al
pueblo de Dios».2
Elena G. de White es muy clara, ¿no es cierto?
Cuando nos encontramos a las puertas del hogar, en un momento cuando
el mundo se apresta para la batalla final del gran conflicto, Satanás
intentará hacer que el pueblo de Dios descarrile al remecer su confianza en
«el testimonio del Espíritu de Dios», es decir, en el Espíritu de Profecía.
¿Por qué? ¿Por qué será el Espíritu de Profecía una amenaza tan grande
para Satanás, al punto de que él lo combatirá hasta el mismo fin?
Las Escrituras identifican al Espíritu de Profecía con la afirmación de
que es el «testimonio de Jesús» (Apoc. 19: 10), el testimonio de nuestro
Señor, el testimonio del Ser celestial que asumió la forma de siervo y se
humilló hasta la cruz (Fil. 2). Este Señor, que es el Verbo hecho carne (Juan
1), y que nos dio la Santa Palabra, también nos ha dado el Espíritu de
Profecía.
Por favor, no se vayan a confundir. No estoy diciendo que el Espíritu de
Profecía es lo mismo que la Biblia, o que sea equivalente a la Biblia. Según
Elena G. de White, la función del Espíritu de Profecía no es reemplazar a la
Biblia, sino llevarnos a la Biblia. Ahora bien, es necesario que entendamos
que el Espíritu de Profecía es el producto de la misma inspiración celestial
que nos proveyó la Biblia. Después de todo, el «testimonio de Jesús»
también nos ha sido dado por el mismo autor de la Biblia, el Espíritu Santo.
Elena G. de White nos dice:
«Mediante su Espíritu Santo, la voz de Dios nos ha venido continuamente en
forma de amonestación e instrucción, para confirmar la fe de los creyentes en el
Espíritu de Profecía. El mensaje ha venido repetidas veces: “Escribe las cosas que
te he dado para confirmar la fe de mi pueblo en la posición que ha tomado”. El
tiempo y las pruebas no han anulado la instrucción dada, sino que han establecido
la verdad del testimonio dado mediante los años de sufrimiento y abnegación. La
instrucción que fue dada en los primeros días del mensaje ha de ser retenida como
instrucción segura de seguir en estos días finales».3
Identificación
de llamadas
Mi propósito no es tanto demostrar que el Espíritu de Profecía es
verdadero, sino señalar la relevancia actual del mismo según se aproxima
el segundo advenimiento. De hecho, el Espíritu de Profecía es la forma que
Dios tiene para identificarse como aquel que llama a su iglesia, es una de
las características fundamentales de la iglesia remanente.
El servicio de identificación de llamadas telefónicas es algo estupendo. A
Nancy, mi esposa, le encanta; pues al saber quién la está llamando le da la
oportunidad de contestar la llamada, o dejar que vaya al buzón de voz. Dos
de mis hijas incluso han asignado a algunas personas un sonido especial
para identificar a quiénes las están llamando por el tono del timbre.
Apocalipsis 12: 17 es el método de identificación de llamadas del pueblo
remanente de Dios. Allí leemos: «Entonces el dragón se llenó de ira contra
la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de la descendencia de
ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el
testimonio de Jesucristo». Por eso el pueblo de Dios del tiempo del fin
poseerá dos características importantes. Primero, guardará los
mandamientos de Dios, incluyendo el cuarto como algo fundamental, ya que
este mandamiento identifica quién es Dios: el Creador del universo.
Al guardar el cuarto mandamiento expresamos nuestra fidelidad a Dios.
El día santo es una señal y un sello que vinculará al pueblo con Dios por
toda la eternidad. Elena G. de White señala que el sábado desempeñará un
papel determinante en los acontecimientos finales.
«El asunto del sábado será el punto culminante del gran conflicto final, en el cual
todo el mundo tornará parte. […] Dios nos ha llamado a enarbolar el estandarte
de su sábado pisoteado».4
Por tanto, Apocalipsis 12: 17 nos dice que en los últimos días de la
historia del planeta, Dios se comunicará con su pueblo remanente a través
del «testimonio de Jesús», el «espíritu de profecía». Creemos que eso tuvo
su cumplimiento en la obra y los escritos de la más débil de los débiles:
Elena G. de White.
Juan Carlos Viera, exdirector del Patrimonio White (White Estate), en un
artículo publicado en la revista Adventist Review, afirmaba:
«La expresión “testimonio de Jesús” se refiere a un amante Salvador que desea
mantenerse en comunicación y relación personal con nosotros. Nos dice que
Jesús se encuentra en la propia esencia de este don y que se manifiesta a través
del mismo. Él desea mantener una continua especial y divina relación con nosotros
para siempre».7
La indiferencia
¿Por que será que hay tantos adventistas que no siguen el consejo de Dios
registrado en los escritos del Espíritu de Profecía? No es que sientan
animosidad en contra del mismo, aunque algunos puede que sí. El mayor
problema es la indiferencia. No siguen el consejo de Dios enviado a través
del Espíritu de Profecía porque no están familiarizados con él. No lo leen,
o pasan por alto lo que han leído.
Elena G. de White nos aconseja:
«Los volúmenes de Spirit of Prophecy, y también de los Testimonios deben ser
presentados a todas y cada una de las familias de los observadores del sábado y
estos deberían conocer su valor y sentir la necesidad de leerlos. La idea de
reducir al máximo el precio de esos libros y disponer de solo un ejemplar en las
iglesias no fue la ocurrencia más acertada. Deberían estar en la biblioteca de
todas y cada una de las familias, quienes deberían leerlos una y otra vez. Es
preciso que estén allí donde muchos puedan leerlos y donde estén al alcance de
todos los vecinos […]. Prestad vuestros ejemplares de Spirit of Prophecy a
vuestros vecinos y conseguid que luego ellos adquieran otros para sí».8
Elena G. de White también dijo algo respecto a que la Serie del Conflicto
debería llegar a estar «en cada hogar de la nación».9 Eso es precisamente lo
que nuestras editoriales y los colportores están haciendo, y lo que todos
nosotros deberíamos estar haciendo.
El Espíritu de Profecía ha sido un elemento clave en el compromiso del
pueblo de Dios en la obra de publicaciones, médica y educativa, que son
los medios para cumplir la misión que Dios nos ha encomendado. El
Espíritu de Profecía ha iniciado y guiado la expansión pastoral,
evangelizadora, misionera y administrativa de la iglesia. De hecho, los
escritos del Espíritu de Profecía contienen consejos respecto a
prácticamente todos los aspectos, incluyendo la teología, el estilo de vida,
la salud personal, la familia, el hogar, la juventud, las relaciones
interpersonales, la mayordomía personal, y mucho más. Esta fuerza divina
sigue guiando al pueblo de Dios y continuará haciéndolo hasta el regreso
del Señor.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día no es una iglesia más. Es un
movimiento que tiene su origen en el cielo al que se le ha encomendado la
gran comisión de proclamar el mensaje de los tres ángeles. Elena G. de
White nos dice:
«En un sentido muy especial, los adventistas del séptimo día han sido colocados en
el mundo como centinelas y transmisores de luz. A ellos ha sido confiada la tarea
de dirigir la última amonestación a un mundo que perece. La Palabra de Dios
proyecta sobre ellos una luz maravillosa. Una obra de la mayor importancia les ha
sido confiada: proclamar los mensajes del primero, segundo y tercer ángeles.
Ninguna otra obra puede ser comparada con esta, y nada debe desviar nuestra
atención de ella».10
«Debemos seguir las directivas que nos han sido dadas por el Espíritu de Profecía.
Debemos amar la verdad presente y obedecerla. Esto nos salvará de aceptar
fuertes engaños. Dios nos ha hablado por medio de su Palabra. Él nos ha hablado
por medio de los Testimonios para la iglesia, y por los libros que han ayudado a
hacer claro nuestro deber actual y la posición que debemos ocupar».12
Debemos reconocer que la iglesia está llamada a realizar una gran obra
entre sus miembros y a favor de aquellos que todavía están fuera de ella.
El tiempo del zarandeo se acerca. El zarandeo preparará al pueblo de
Dios para el clamor final en el que Cristo nos ha pedido que nos
involucremos.
Exaltemos a Cristo y a su Palabra. Aceptemos el magnífico don del
Espíritu de Profecía mientras nos acercamos al final de este mundo.
Bajo la dirección del Espíritu Santo, la Palabra de Dios y el Espíritu de
Profecía nos llevarán humillados a los pies de la cruz, y entonces el Señor
estará en condiciones de realizar su obra, preparando a su pueblo para los
tremendos acontecimientos futuros.
Lo que sucederá
Elena G. de White se refiere a algunos acontecimientos futuros:
«El 20 de noviembre de 1857 me fue mostrado el pueblo de Dios, y lo vi
poderosamente sacudido. Algunos, con robusta fe y clamores de agonía
intercedían ante Dios. […] Vi que algunos no participaban en esta lucha e
intercesión. Parecían indiferentes y negligentes. […] Pregunté cuál era el
significado del zarandeo que yo había visto, y se me mostró que lo motivaría el
directo testimonio que exige el consejo del Testigo fiel a la iglesia de Laodicea.
Tendrá este consejo efecto en el corazón de quien lo reciba y le inducirá a
ensalzar la norma y expresar claramente la verdad. Algunos no soportarán este
testimonio directo, sino que se levantarán contra él. Esto es lo que causará un
zarandeo en el pueblo de Dios. El testimonio del Testigo no ha sido escuchado sino
a medias. El solemne testimonio, del cual depende el destino de la iglesia, se tiene
en poca estima, cuando no se lo descarta por completo. Este testimonio ha de
mover a profundo arrepentimiento, y todos los que lo reciban sinceramente, le
obedecerán y quedarán purificados».14
Nuestra responsabilidad
Todo adventista del séptimo día —laico, pastor o docente— debe
estimular a cada hermano a prepararse para la segunda venida. Elena G. de
White nos anima mediante los siguientes comentarios:
«El regreso de Cristo a nuestro mundo no se demorará mucho. Sea esta la nota
tónica de todo mensaje. El Espíritu refrenador de Dios se está retirando ahora
mismo del mundo. Los huracanes, las tormentas, las tempestades, los incendios y
las inundaciones, los desastres por tierra y mar, se siguen en rápida sucesión.
Satanás espera envolver al pueblo remanente de Dios en la ruina general que está
por sobrevenir a la tierra. A medida que la venida de Cristo se acerque, será más
resuelto y decidido en sus esfuerzos para vencerlo. […] Está por sobrecogernos
la lucha final del gran conflicto, cuando con “gran poder y señales y milagros
mentirosos, y con todo engaño de iniquidad”, Satanás obrará para representar
falsamente el carácter de Dios, a fin de seducir, “si fuera posible, aun a los
escogidos”. Si hubo alguna vez un pueblo que necesitase un aumento constante de
la luz del cielo, es el pueblo que, en este tiempo de peligro, Dios llamó a ser
depositario de su santa ley y a vindicar su carácter delante del mundo. Aquellos a
quienes se confió un cometido tan sagrado deben ser espiritualizados y elevados
por las verdades que profesan creer».15
Un texto impactante
Uno de los versículos más impactantes de la Biblia es 2 Corintios 5: 21,
donde el apóstol Pablo ilustra esa correcta relación entre Cristo y el
creyente: «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros seamos justicia de Dios en él».
Dios el Padre entregó a su Hijo perfecto, a Cristo, como sacrificio por
nuestros pecados con el fin de que pudiéramos recibir la perfecta justicia
de él. ¡El plan de salvación es algo increíble! ¡No es de extrañar que lo
vayamos a estudiar por toda la eternidad! ¡No es de extrañar que al llegar al
cielo tomemos nuestras coronas y las echaremos a los pies de Jesús como
una muestra de inmensa gratitud y de amor por su poder redentor! ¡No será
de extrañar que le entonemos cánticos de alabanza por los siglos sin fin!
Por eso proclamamos el increíble amor de Dios entonando las estrofas de
«Sublime gracia»:
«¡Sublime gracia del Señor!
De muerte me libró.
Perdido fui, me rescató;
fui ciego, me hizo ver».2
Antes que Adán cayera le era posible desarrollar un carácter justo por la
obediencia a la ley de Dios. Mas no lo hizo, y por causa de su caída tenemos una
naturaleza pecaminosa y no podemos hacernos justos a nosotros mismos. Puesto
que somos pecadores y malos, no podemos obedecer perfectamente una ley
santa. No tenemos justicia propia con que cumplir lo que la ley de Dios exige.
Pero Cristo nos preparó una vía de escape. Vivió en esta tierra en medio de
pruebas y tentaciones como las que nosotros tenemos que afrontar. Sin embargo,
su vida fue impecable. Murió por nosotros, y ahora ofrece quitar nuestros pecados
y vestirnos de su justicia. Si te entregas a él y lo aceptas como tu Salvador, por
pecaminosa que haya sido tu vida, gracias a él serás contado entre los justos. El
carácter de Cristo reemplaza el tuyo, y eres aceptado por Dios como si no
hubieras pecado.
Más aún, Cristo cambia el corazón, y habita en el tuyo por la fe. Tienes que
mantener esta comunión con Cristo por la fe y la sumisión continua de tu voluntad
a él. Mientras lo hagas, él obrará en vosotros para que quieras y hagas conforme
a su beneplácito. Así podrás decir: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la
fe en el Hijo de Dios, el cual me amó, y dio su vida por mí”. Así dijo el Señor
Jesús a sus discípulos: “Porque no serán ustedes los que hablen, sino que el
Espíritu de su Padre que hablará por medio de ustedes”. De modo que si Cristo
obra en ti, manifestarás el mismo espíritu y harás las mismas obras que él: obras
de justicia y obediencia.
Así que no hay en nosotros mismos cosa alguna de qué jactarnos. No tenemos
motivo para ensalzarnos. El único fundamento de nuestra esperanza es la justicia
de Cristo que se nos imputa y la que produce su Espíritu obrando en nosotros y
por nosotros».
«Por la fe llegaste a ser de Cristo, y por la fe tienes que crecer en él, dando y
recibiendo. Tienes que entregarle todo: el corazón, la voluntad, la vida, entregarte
a él para obedecerlo en todo lo que te pida; y tienes que recibirlo todo: a Cristo, la
plenitud de toda bendición, para que more en tu corazón, sea tu fuerza, tu justicia,
tu eterno Auxiliador, y te dé poder para obedecer.
Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primera tarea. Sea tu
oración: “Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a
tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en
ti”. Este es un asunto diario. Cada mañana, conságrate a Dios por ese día.
Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica o abandonarlos, según te
lo indique su providencia. Podrás así poner cada día tu vida en las manos de Dios,
y ella será cada vez más semejante a la de Cristo.
La vida en Cristo es una vida de plena confianza. Tal vez no se experimente una
sensación de éxtasis, pero tiene que haber una confianza continua y apacible. Tu
esperanza no se cifra en ti mismo, sino en Cristo. Tu debilidad está unida a su
fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder. Así que no has
de mirarte a ti mismo ni depender de ti, sino mirar a Cristo. Piensa en su amor, en
la belleza y perfección de su carácter. Cristo en su abnegación, Cristo en su
humillación, Cristo en su pureza y santidad, Cristo en su incomparable amor: este
es el tema que debe contemplar el alma. Amándolo, imitándolo, dependiendo
enteramente de él, es como serás transformado a su semejanza».3
¡Qué poderoso Salvador el que vino a esta tierra para tomar nuestro lugar
y proveer una vía de escape para nosotros! ¡Qué amor y humildad demostró
Cristo al venir a morir por nosotros! Elena G. de White escribió:
«Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la
naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús
aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años
de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la
herencia. Y la historia de sus antepasados terrenales demuestra cuáles eran
aquellos efectos. Mas él vino con una herencia tal para compartir nuestras penas
y tentaciones, y darnos el ejemplo de una vida sin pecado».4
Ningún adventista debe albergar la idea de que es mejor que otro. Nadie
debe señalar a los demás diciendo que no son santos o perfectos. Todos
somos pecadores que estamos al pie de la cruz necesitados de un Salvador
que nos conceda su justicia, algo que nos aportará tanto la justificación
como la santificación. Todo se lo debemos a Jesús.
«Esta relación espiritual puede ser establecida tan solo por medio del ejercicio de
la fe personal. Esta fe debe expresarse de parte de nosotros en una suprema
preferencia, en una perfecta confianza, en una total consagración. Nuestra
voluntad debe ser completamente sometida a la voluntad divina, nuestros
sentimientos, nuestros deseos, nuestros intereses y nuestro honor deben ser
identificados con la prosperidad del reino de Cristo y el honor de su causa,
mientras nosotros recibimos constantemente gracia de él, y mientras Cristo acepta
nuestra gratitud».8
Hoy en día en diversos lugares parece que algunos consideran que los
mensajes de esos ángeles no son «políticamente correctos», añadiendo que
no es recomendable presentarlos en público. Pero esos son precisamente
los mensajes que Dios nos ha pedido que proclamemos. Son los mensajes
más importantes que podemos predicar. ¡Constituyen nuestra teología y
nuestra misión! Los mensajes de los tres ángeles son el motivo y la razón
para que muchos se conviertan en adventistas del séptimo día, en miembros
de la iglesia remanente.
En este capítulo nos enfocaremos en el mensaje del primer ángel que
habla de los atributos de Dios como Creador, del Juicio y del mensaje del
Santuario, ya que esto constituye el centro de la teología y de la misión que
Dios nos ha encomendado, y en consecuencia son cuestiones que los
adventistas consideramos vitales, ¡temas que debemos enseñar y proclamar!
Apocalipsis 14: 6, 7 es el pasaje que contiene el mensaje del primer
ángel:
«En medio del cielo vi volar otro ángel que tenía el evangelio eterno para
predicarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo. Decía
a gran voz: “¡Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado.
Adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas!”».
El Santuario terrenal
Nada más salir de Egipto los israelitas anduvieron vagando un tiempo por
el desierto de Sinaí. Fue entonces cuando el Señor le encargó a Moisés la
construcción de un tabernáculo. Los servicios que se iban a celebrar en
aquel Santuario tenían el propósito de prefigurar la muerte de Cristo en la
cruz por nuestros pecados y su final transferencia a aquel que merece cargar
con ellos: Satanás. Mediante el servicio cotidiano del Santuario terrenal,
Dios mostraría al mundo la forma en que Cristo iba a manejar el problema
del pecado y llevaría a cabo el Juicio.
Moisés registró el inicio del proyecto en Éxodo 25: 8, 9:
«Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que
yo te muestre, así haréis el diseño del tabernáculo y el diseño de todos sus
utensilios».
En la cruz
Repasemos ahora lo sucedido en relación con la muerte de Jesús en la
cruz aquel viernes a la hora del sacrificio vespertino. El sacerdote que
oficiaba en el templo de Jerusalén, al mismo momento en que Jesús moría,
estaba listo para sacrificar el cordero reglamentario. Según Mateo 27: 51,
la cortina que separaba el Lugar Santo del Santísimo «se rasgó en dos, de
de arriba abajo» mientras que el animal destinado al sacrificio escapaba.
El Deseado de todas las gentes nos indica:
«El gran sacrificio había sido hecho. Estaba abierto el camino que llevaba al
Santísimo. Había sido preparado para todos un camino nuevo y viviente. Ya no
necesitaría la humanidad pecaminosa y entristecida esperar la salida del sumo
sacerdote. Desde entonces, el Salvador iba a oficiar como sacerdote y abogado
en el cielo de los cielos».2
Diecinueve siglos han pasado, y hoy él es el más grande de los personajes para
gran parte de humanidad. Todos los ejércitos que han guerreado, todas las
armadas que han navegado, todos los parlamentos que han legislado y todos los
reyes que han reinado, no han influido en la vida de los seres humanos tan
poderosamente como lo hizo aquella vida solitaria».1
¡Qué gran sacrificio! ¡Qué inmenso amor por nosotros! ¡Qué gran fórmula
para alcanzar el éxito! No es de extrañar que toda rodilla deberá doblarse
delante de él. En eso consiste el verdadero éxito bíblico. Así es como
podemos ser fuertes aún en nuestra debilidad.
En la sala de estar de la casa de uno de mis cuñados hay un cuadro que
presenta a Cristo en la cruz y a un hombre arrodillado delante de él. Hay
una inscripción en el cuadro que dice algo así: «Al arrodillarse por fe
delante de la cruz el pecador llega a la posición más elevada que alguien
puede alcanzar».2
Elena G. de White aconseja en su maravilloso libro, El camino a Cristo,
cuyo contenido todos deberíamos atesorar:
«Mantengamos por lo tanto los ojos fijos en Cristo, y él nos preservará. Confiando
en Jesús, estamos seguros. Nada puede arrebatarnos de su mano. Si lo
contemplamos constantemente, “somos transformados a su semejanza con más y
más gloria, por la acción del Señor que es el Espíritu”».3
Debemos pedirle al Espíritu Santo que nos guíe de modo que sepamos
cómo servir a Dios y a quienes nos rodean con un amor desinteresado y una
total entrega al ejemplo dado por Cristo.
Tú puedes trabajar como programador de computadoras, como enfermero
o enfermera, mecánico de autos, maestro o maestra, médico, diseñador
gráfico, músico, vendedor, agricultor, o en cualquier otra ocupación. Sin
importar tu oficio o empleo el Señor desea obrar a través de ti. Él desea
que compartas el conocimiento de Cristo y su gran mensaje del
advenimiento con aquellos que aún no lo han aceptado a él ni a la salvación
que les ofrece. Hay muchos que necesitan conocer lo que Jesús ha hecho
por ti. Necesitan saber que hoy día Jesús está ministrando por nosotros
como nuestro abogado y Sumo Sacerdote en el Lugar Santísimo del
Santuario celestial.
Cristo ha hecho grandes cosas por ti, ¿qué harás tú por él?
La promesa de un padre
Mark Finley cuenta acerca de un padre y de un hijo que vivían en
Armenia, un país sujeto a constantes terremotos. Ese padre un día llevó a su
hijo a la escuela. Al dejarlo allí le dijo que iría a buscarlo cuando
terminaran las clases. Pocas horas después un gran terremoto sacudió la
región. El padre corrió a la escuela, con la esperanza de que su hijo hubiera
sobrevivido. Sin embargo, el edificio yacía en ruinas y su hijo estaba
enterrado bajo de los escombros.
No obstante, el padre no se dio por vencido. Como pudo, comenzó a
remover las piezas de cemento y de varillas retorcidas en aquel lugar donde
había estado la escuela. Pidió a otras personas que lo ayudaran, y algunas
lo hicieron por un rato; pero todas se fueron alejando, ya que desprovistos
de herramientas no creían que tuvieran ninguna posibilidad de salvar a
nadie. Le dijeron a aquel padre que lo mejor que podía hacer era dejar de
excavar, porque no tenía sentido seguir; nadie podía haber sobrevivido en
aquel lugar. Sin embargo, él continuó excavando tan solo con sus manos que
ya estaban lastimadas y ensangrentadas.
Trabajó horas y horas sin encontrar señales de que algún niño hubiera
sobrevivido a la catástrofe. A pesar de todo continuó removiendo
escombros, motivado por una esperanza. ¡Treinta y seis horas! después de
haber comenzado su tarea de desescombró manual escuchó la voz que
ansiaba oír. Escuchó a su hijo decir: «Papá, ¡yo sabía que tú ibas a venir a
buscarme! Papi, ¡aquí hay otros catorce niños conmigo!».
Las manos de Cristo fueron laceradas y ensangrentadas por ti y por mí. Él
dio su vida por todos nosotros. Jesús nos pide que sigamos su ejemplo de
amor desinteresado por los demás, honrando de esa forma a Dios. Nos insta
a que compartamos su amor y el maravilloso mensaje de esperanza del
advenimiento en nuestros lugares de trabajo así como en el resto de
nuestras actividades. Él desea que compartamos con los demás las
verdades de valor eterno atesoradas en la Palabra de Dios y en los escritos
del Espíritu de Profecía.
Dios nos llama para que nos arrodillemos al pie de la cruz y
contemplemos a Jesús. El Señor desea que reconozcamos que nuestras
debilidades se convierten en fortalezas cuando nos colocamos en sus
manos. Pablo aconsejó a los filipenses: «Tengan unos con otros la manera
de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús» (Fil. 2: 5, DHH). Este
mismo consejo es válido para nosotros también.
Según afirma Elena G. de White en Profetas y reyes: «La mansedumbre y
humildad de corazón son las condiciones indispensables para obtener
fuerza y para alcanzar la victoria».5
Dios nos llama a servirle tanto a él como a los demás.
¡Nos encontramos a las puertas del hogar! Jesús regresará muy pronto.
No tenemos tiempo que perder escalando las cimas del éxito terrenal.
Necesitamos dedicar nuestras vidas a servir a favor de Dios en una forma
que tienda a crear un impacto en quienes nos rodean.
Alcanzaremos la verdadera victoria una vez que perdamos de vista el yo
y todo lo que el mundo considera un motivo de éxito.
__________________
1. Anónimo.
2. Ver Los hechos de los apóstoles, cap. 20, p. 156.
3. El camino a Cristo, cap. 8, pp. 107, 108.
4. Ibíd., p. 104.
5. Profetas y reyes, cap. 47, p. 395.
CAPÍTULO 7
Nuestro mensaje y nuestra misión son muy claros. Dios llama a los
creyentes a servirlo de una forma única: proclamando a Cristo, anunciando
su pronto regreso y difundiendo el mensaje de los tres ángeles. No debemos
permitir que nos distraigan los entretenimientos, los espectáculos
deportivos, las riquezas, o la tentación de vivir cómodamente. El llamado a
concederle la prioridad a nuestra misión se hace más apremiante por la
cercanía del regreso de Jesús. La mejor manera de servir a nuestros
prójimos es compartiendo con ellos el precioso mensaje que la Providencia
nos ha confiado.
Un servicio desinteresado no suele proporcionar prestigio ni fama. De
hecho, a menudo provoca oposición y penurias. Aunque quienes sirven bajo
la dirección divina enfrenten numerosos desafíos y problemas, serán una
gran bendición y un testimonio para aquellos a los que sirvan y para todos
los que observen su fidelidad.
El servicio a Dios es algo sumamente importante. Siempre recuerdo lo
que dijo de un sermón el pastor J. R. Spangler, cuando era secretario de la
Asociación Ministerial de la Asociación General: «Los ministros necesitan
preocuparse más por el servicio que prestan que por su salario». W. A.
Spicer (1865-1952), que fue presidente de la Asociación General (1922-
1930), compartía la misma opinión: «No hay puestos de honor, sino
únicamente de servicio».
Desde mi niñez mi padre me enseñó que servir a Dios constituye un
extraordinario privilegio. Desde luego Dios desea que le sirvamos por
amor; no porque alguien nos haya dicho que debemos hacerlo. No obstante,
la preocupación de mi padre y de mi madre respecto a que yo sirviera a
Dios ha tenido una gran y positiva influencia en mi vida. He podido darme
cuenta de que si damos un primer paso por fe, Dios allanará el camino para
que trabajemos para él.
Cinco compromisos
Una vida de servicio posee tiene diversas facetas. Considero que una
vida de servicio exige al menos estos cinco compromisos:
1. Permitir que Cristo sea nuestro Señor. Eso significa que debemos
vivir en obediencia a sus requerimientos y dedicarnos a servirlo,
reconociendo que él es soberano y que ha confiado en nosotros para
que seamos buenos mayordomos de la vida que él nos ha concedido.
2. Estar dispuestos a ir al lugar que Dios nos indique, confiando que él
nos protegerá. Eso significa que debemos estar dispuestos a
preguntarle a Dios a diario: «Señor, ¿qué deseas que yo haga hoy?».
3. Conectarnos con el cielo al comienzo de cada nuevo día. Esto
implica manifestar una actitud humilde y la disposición a aprender;
teniendo una diaria comunión con Dios mediante oraciones surgidas de
lo más íntimo de nuestro corazón, así como mediante el estudio de la
Biblia y los escritos del Espíritu de Profecía.
4. Dar gracias a Dios. Significa que debemos poseer un profundo
sentido de gratitud respecto al Omnipotente por su cuidado y
protección, así como por permitirnos servirle en estos últimos días de
la historia del mundo.
5. Comprometernos con la misión y el mensaje del movimiento
adventista. Esto implica que debemos confiar plenamente en que la
Iglesia Adventista del Séptimo Día ha sido llamada a la peculiar tarea
de proclamar los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 y a
predicar las buenas nuevas de una salvación que se obtiene únicamente
gracias a la justicia de Cristo.
Eliezer ora
Después de un largo y aventurado viaje, Eliezer finalmente llega a su
destino. ¿Qué hace entonces? ¿Indaga en qué lugar vive Nacor? ¿Intenta
arreglar por su cuenta el desenlace final de su misión? No. El versículo 12
nos dice que oró con fervor pidiendo la dirección divina al escoger una
esposa para Isaac.
El tercer compromiso nos estimula a orar a diario. Eliezer confió que su
oración lo conectaría con Dios.
«Acordándose de las palabras de Abraham referentes a que Dios enviaría su
ángel con él, rogó a Dios con fervor para pedirle que lo dirigiera en forma
positiva».2
Eliezer le ruega a Dios que lo guíe para encontrar a la joven que el Señor había
seleccionado para Isaac. Sugiere como señal que, al pedir un trago de agua a una
joven, ella le ofrezca también a sacar agua para sus camellos.
Génesis 24: 15 afirma que antes de que Eliezer terminara de orar, Rebeca
ya había salido de la aldea. Cuando Eliezer la ve, se dirige a su encuentro y
le pide agua. Ella no solo le obsequia un trago, sino que se ofrece para
sacar agua del pozo para los camellos.
Cuando servimos al Señor es muy probable que nos encontremos en
situaciones respecto de las cuales conocemos muy poco. ¿Estaremos
dispuestos a seguir adelante resolviendo los pormenores sobre la marcha
como lo hizo Eliezer, o acaso nos detendremos hasta que todo esté resuelto
antes de comprometernos de lleno en algún proyecto? ¿En qué medida
estamos dispuestos a confiar en la dirección divina?
Eliezer le entregó valiosos regalos a Rebeca como muestra de su aprecio,
y según la costumbre del Oriente para que sus buenas intenciones quedaran
patentes. Luego le preguntó quién era y si su familia tenía espacio para
acomodarlo a él y a sus acompañantes. Eliezer había confiado por entero en
Dios en aquella misión especial y Dios le había respondido, así que
finalmente hizo algunas preguntas cruciales.
Rebeca contestó que era hija de Betuel y nieta de Nacor. De ahí que
Abraham fuera su tío abuelo y ella venía a ser prima segunda de Isaac.3
Podemos imaginarnos lo entusiasmado que se debió sentir Eliezer al ver la
forma en que Dios había premiado su fe. Dios recompensará a aquellos que
en la actualidad le sirven, realizando asimismo increíbles milagros.
¡Eliezer se quedó estupefacto! En Génesis 24: 26 leemos que él responde
de la única forma posible en un caso así, «adorando a Dios».
El cuarto compromiso nos exige reconocer con gratitud lo que Dios obra
en nuestras vidas. Cristo nos ha concedido la salvación y una nueva vida:
¿por qué no habremos de sentirnos agradecidos?
Sorprendida por todo aquello, Rebeca corrió de vuelta a casa y le contó a
su familia lo sucedido. Luego Labán, su hermano, se dirigió al pozo para
invitar a Eliezer a que fuera su invitado. De inmediato prepararon una
comida para Eliezer y sus acompañantes. Sin embargo, Eliezer se sentía tan
comprometido con su misión que rehusó comer sin antes haber dado razón
de su presencia en aquel lugar.
Aquí observamos la seriedad del compromiso de Eliezer al llevar a cabo
la misión que Abraham le había encomendado. Eso representa para
nosotros el quinto principio: El de comprometernos con la misión y el
mensaje que Dios le ha encomendado a la Iglesia Adventista del Séptimo
Día. Por la gracia de Dios, debemos tener una fe implícita en la misión
peculiar de nuestra iglesia. Dios nos ha llamado a proclamar el mensaje de
los tres ángeles que señalan al mundo la justicia de Cristo e invita a todo el
mundo a rendir una verdadera adoración a Dios. Brindemos a nuestra
misión la misma prioridad que Eliezer le concedió a la suya.
La familia de Rebeca se sintió muy sorprendida al enterarse de a qué
había venido Eliezer y se dio cabal cuenta de que todo lo sucedido había
sido obra de Dios. El padre y el hermano de Rebeca le dijeron a Eliezer
que estaban de acuerdo respecto a que ella se convirtiera en la esposa de
Isaac. Eliezer adoró a Dios de nuevo ante aquella confirmación adicional
de la dirección divina y luego entregó otros regalos a Rebeca, así como al
hermano y a la madre de ella.
La familia, al reconocer que probablemente ya nunca más volverían a ver
a Rebeca, le solicitó a Eliezer un plazo de diez días antes de que él se la
llevara. Sin embargo, la misión de Eliezer no concluiría hasta que él
entregara a Rebeca a Abraham y a Isaac; por lo que estaba ansioso de
ponerse en camino de nuevo (Gén. 24: 56).
¿Cómo consideramos el tiempo que dedicamos a servir a Dios? ¿Estamos
deseosos de completar la misión que él nos ha encomendado, o acaso nos
demoramos en el camino?
El asentimiento de Rebeca
A continuación la familia hizo algo inusual en aquellos tiempos. Le
pidieron a Rebeca su opinión respecto a lo que ella deseaba hacer. Todo
indica que Rebeca se convenció de que Eliezer era la mano ejecutora de un
plan iniciado por Dios, por lo que contestó que no deseaba suscitar demora
alguna y estuvo dispuesta a partir de inmediato. «Ella creyó que Dios la
había elegido como la esposa de Isaac, y dijo: “Sí, iré”».4
La familia bendijo a Rebeca deseándole que fuera madre de multitudes y
la ayudó a empacar sus pertenencias. Luego la caravana, que había dejado
de ser una misión de búsqueda para convertirse en un cortejo nupcial, se
encaminó de vuelta a casa. El relato concluye con la romántica escena de
«amor a primera vista», en el momento en que Isaac se encuentra con
Rebeca.
La Biblia no menciona más a Eliezer. Sin embargo, estoy seguro que
durante el resto de su vida él mantuvo su fe en el Dios que había
recompensado su fiel servicio. Sin dudas aquella encomienda ayudó a
establecer de manera más firme a los hijos Israel como un pueblo adorador
de Dios. Creo que todo aquello ayudó a preparar el camino para el
cumplimiento de la misión de Cristo: su venida a esta tierra para vivir,
morir y resucitar para darnos la vida eterna, que a través de su gracia, y de
nuestra aceptación de la misma, podemos disfrutar.
¿Qué habría sucedido si Eliezer no hubiera estado dispuesto a llevar a
cabo la difícil misión que tanto su amo terrenal como su Señor celestial le
habían encomendado? ¿Qué habría acontecido si Eliezer no hubiera
confiado plenamente que Dios lo protegería y guiaría?
Pero lo hizo. Eliezer pudo dar un paso tras otro, todos los necesarios,
para cumplir su misión, gracias a que confió por completo en el Señor.
Asimismo nosotros debemos confiar en Dios sin reservas. En cada acto que
realicemos a su servicio hemos de confiar totalmente en él. Él no nos
fallará. Mediante el Espíritu Santo, él nos cuidará, nos guiará y nos
protegerá. Dios mantiene su mirada fija en quienes pasan por el pórtico que
conduce al servicio. El Señor ha prometido estar con nosotros hasta el fin
del tiempo.
Me gusta salir a caminar. Un día, al acercarme a casa luego de haber
realizado una caminata, observé a una pequeña ave posada en la orilla del
estrecho camino rural por el que transitaba. Era una hermosa avecilla de
color azul y de pecho color anaranjado.
Esperaba que aquel pájaro alzara el vuelo una vez que yo me aproximara;
pero para mi sorpresa permaneció en el mismo lugar, sin intención de
moverse. Luego vi a otra ave que yacía en tierra y que estaba muerta. Es
muy probable que los dos pajarillos hubieran estado volando juntos y que
uno de ellos había impactado contra un vehículo, lo cual le causó muerte.
Con la punta de mi zapato empujé al ave muerta fuera del pavimento con el
fin de que no fuera aplastada por otro vehículo. El pajarillo vivo
permaneció en su lugar, observándome.
Cuando llegué a casa le conté a mi esposa lo que había visto. Ella trabaja
como terapeuta y uno de sus pacientes es un experto ornitólogo. Cuando mi
esposa le contó a aquel caballero lo sucedido, él le dijo que ese tipo de
aves son monógamas y que si una de ellas muere o es lastimada la otra
permanecerá a su lado, sin comer ni beber hasta también morir.
Jesús les dijo a sus discípulos: « ¿No se venden dos pajarillos por un
cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin el permiso de vuestro
Padre. Pues bien, aun vuestros cabellos están todos contados. Así que no
temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos» (Mat. 10: 29-31).
«Si por fe deposita todas sus preocupaciones sobre Aquel que sabe cuándo cae un
gorrión, no habrá confiado en vano. Si confía en sus seguras promesas, y
conserva su integridad, los ángeles de Dios lo rodearán».5
¡Qué gran promesa! ¡Qué bendición! ¿No sería maravilloso tener esa
misma salud? ¿No les gustaría a todos tus familiares, a tus vecinos y a tus
compañeros de trabajo saber cómo has conseguido mantenerte tan saludable
y quizá oír acerca del Dios que se preocupa tanto por nosotros que hace esa
clase de promesas?
Los adventistas del séptimo día sabemos cómo evitar muchas de las
enfermedades que afectan e incluso incapacitan a la gente que nos rodea.
¿Qué responsabilidades impone eso sobre nosotros individualmente y como
iglesia? ¿Cómo estamos ayudando al resto del mundo?
Para obtener una perspectiva de las enseñanzas que el pasado puede
brindarnos, demos un vistazo a la experiencia de los israelitas. Al
reflexionar en cuanto a nuestro papel en este mundo, veamos lo que
podemos aprender del relato de aquel peregrinaje hacia la tierra prometida.
Los capítulos 14 y 15 del libro de Éxodo registran los portentosos
acontecimientos relacionados con la liberación de los israelitas del faraón
y del ejército egipcio. El pueblo estaba eufórico. También sabía a quién
darle el crédito.
«Al ver Israel aquel gran hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios, el pueblo
temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés, su siervo» (Éxo. 14: 31).
Analicemos este versículo. Israel pudo contemplar con sus propios ojos
toda la serie de prodigios que habían sido realizados en su favor. Eran
conscientes de que había sido Dios quien había realizado todo aquello. Los
israelitas respetaban a Dios; en realidad creían en él, algo absolutamente
fundamental y que nosotros los miembros de la actual iglesia de Dios
también debemos hacer. Los israelitas creían asimismo en Moisés el siervo
de Dios. Confiaban en el profeta de Dios, algo fundamental para nosotros,
la iglesia de Dios de la actualidad.
Las dos terceras partes del capítulo 15 de Éxodo están dedicadas a los
cantos triunfales que Moisés y los hijos de Israel entonaron para alabar a
Dios. Uno de ellos se refiere al poder de la mano de Dios proclamando:
«Tu diestra, Jehová, ha magnificado su poder. Tu diestra, Jehová, ha
aplastado al enemigo» (vers. 6).
Es interesante que Elena G. de White hablando de la misión de la iglesia
comparó la obra médica misionera con el brazo y la mano.
«La obra médica misionera es como la mano y el brazo derechos del mensaje del
tercer ángel, que se debe proclamar a un mundo caído; y los médicos,
administradores y obreros de cualquier rama, al efectuar su parte con fidelidad,
cumplen la obra del mensaje. Por su intermedio, el sonido de la verdad irá a toda
nación, tribu, lengua y pueblo. Los ángeles celestiales tienen una parte en esta
labor».1
En busca de orientación
En la actualidad la gente pregunta qué puede comer y qué debería beber y
cómo debe vivir. En estos cruciales momentos de la historia de la
humanidad, mientras el mundo sale de una crisis para caer en otra, podemos
dar un paso al frente y decir con el apóstol Pablo:
«¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en
vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros?, pues habéis sido
comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro
espíritu, los cuales son de Dios» (1 Cor. 6: 19, 20). «Si, pues, coméis o bebéis o
hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor. 10: 31).
¿Por qué debemos ampliar los esfuerzos de esta poderosa unión entre los
ministerios que atienden a las necesidades físicas con los que atienden las
necesidades espirituales, mientras que el mundo se convulsiona cada vez
más en medio del caos y nos acercamos al pronto regreso de Jesús? «Deseo
deciros que pronto no habrá obra en la línea ministerial sino obra médico-
misionera».9
La obra médica misionera es el antídoto para el movimiento de la Nueva
Era, para el misticismo y para las filosofías paganas que son parte de los
engaños de los últimos días empleados por el diablo. Estamos en un terreno
donde Cristo y Satanás libran la batalla final de la gran controversia entre
el bien y el mal.
¿Qué haremos?
¿Qué vas a hacer tú, mi hermano, en favor de la obra médica misionera?
¿Le pedirás al Espíritu Santo que haga llegar un reavivamiento y una
reforma a tu vida, a tu trabajo, a tu hogar y a tu iglesia? ¿Le permitirás al
Espíritu Santo que obre a través de ti para comenzar un reavivamiento y una
reforma? No esperes por otros miembros de iglesia, empleados de la
misma, o por los dirigentes de ella. Dios y el mundo desean que tú tomes la
iniciativa y que des un paso al frente, aplicando el plan de Dios para los
últimos días.
Los profesionales de la salud pueden trabajar unidos con los pastores
para presentar charlas de salud para beneficio del público, auspiciadas por
la congregación local. Pueden asimismo colaborar en reuniones de
evangelización pública a las que se pueden incorporar temas de salud. Los
pastores y otros dirigentes de la iglesia pueden reconocer y promover el
concepto de un ministerio integrado, colaborando bajo la dirección del
Espíritu Santo con el fin de alimentar un reavivamiento y una reforma y para
hacer de cada templo un centro comunitario de salud.
Creo que Dios llamándonos una vez más a los adventistas del séptimo día
y a sus amigos y colaboradores para que estimulen un nuevo reavivamiento
y una reforma que afecte tanto los aspectos físicos como los espirituales de
nuestra naturaleza. No solamente debemos vivir de acuerdo con nuestra rica
herencia de un ministerio adventista dirigido a la salud, sino que también
debemos renovar nuestro compromiso en la aplicación de los nuevos
conocimientos relacionados con la reforma prosalud, al mejoramiento de la
salud, a los modelos de atención primaria de salud, a la obra médica
misionera que será absolutamente necesaria en la última proclamación de
este movimiento adventista. Según nos dice Elena G. de White:
«El mundo necesita hoy lo que necesitaba mil novecientos años atrás, esto es, una
revelación de Cristo. Se requiere una gran obra de reforma y solo mediante la
gracia de Cristo podrá realizarse esa obra de restauración física, mental y
espiritual».10
Cristo regresa muy pronto. Se nos insta a un reavivamiento y una reforma
de índole espiritual. Hemos sido llamados a humillarnos ante Dios mientras
aceptamos el mensaje de juicio y esperanza que se encuentra en el libro de
Apocalipsis. Se nos exhorta a exaltar ante el mundo entero los mensajes
especiales que Dios nos ha confiado relacionados con la reforma prosalud
y con un cambio en el estilo de vida. Se nos llama asimismo a que
respondamos a las elevadas normas de las ciencias médicas de la
actualidad. Y así es como debemos señalar para beneficio de todo el mundo
al gran Médico, que nos dice: «Ninguna enfermedad de las que envié sobre
los egipcios traeré sobre ti, porque yo soy Jehová, tu sanador».
Y finalmente, él promete una total restauración.
Se nos estimula a propiciar un reavivamiento y una reforma de manera
que podamos realizar la obra médica misionera de modo práctico, y en el
verdadero sentido de la expresión. Se nos llama a señalar al verdadero
Médico misionero: a Jesucristo, el gran Sanador, el Salvador, a nuestro Rey
y Señor que pronto regresa, a Aquel que nos dice: «Yo he venido para que
tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10: 10).
¿Qué piensas tú? ¿Estás comprometido, estás comprometida, con un
reavivamiento, una reforma y una renovación institucional? ¿ Estás
comprometido, estás comprometida, con la obra médica misionera; con el
desarrollo y con el mantenimiento de ministerios de salud que intentan
ayudar a la gente física, mental, social y espiritualmente? ¿Estás
comprometido o comprometida con señalar a la gente al gran Médico que
nos ofrece una vida completa y abundante?
__________________
La obra
en las ciudades
J esús estaba por hacer su entrada triunfal en la que había sido la capital de
Israel. Él y una multitud que lo seguía se encontraban en las afueras de la
ciudad. Al llegar a lo alto de una colina desde donde se veía la ciudad,
Jesús se detuvo. Desde allí aparecía Jerusalén en todo su esplendor
reflejando la luz del sol poniente. El níveo mármol de los muros del templo
con sus columnas doradas ofrecían una imagen realmente impresionante.
Lucas 19: 41, 42 registra la forma en que Jesús reaccionó al contemplar la
ciudad:
«Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró por ella, diciendo: “¡Si también tú
conocieras, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Pero ahora está
encubierto a tus ojos”».
Jesús lloró por la ciudad y por sus habitantes. Él sabía que la inmensa
mayoría de ellos iba a rechazar su misión y que incluso pediría que lo
crucificaran. A pesar de ello no sintió enojo ni resentimiento. Lo que hizo
fue llorar. Lloró por la gente de la ciudad. Lloró en medio de una tristeza
indescriptible porque estaban rechazando su inmenso amor. Lloró por lo
que les iba a suceder, porque lo iban a repudiar como Mesías y se
apartarían de la verdad de su Palabra.
¿Cuántos de nosotros estamos llorando con Jesús por las ciudades de este
mundo? ¿Cuántos de nosotros estamos, al igual que Jesús, contemplando
compasivamente y con profundo amor a sus habitantes?
Si hubo algún momento en que debíamos llorar con Jesús por las
ciudades de este mundo, ¡es ahora!
Hasta hace bien poco la población mundial era mayoritariamente rural y
obtenía su sustento de la agricultura y la ganadería. Todo eso ha cambiado.
En la actualidad la mayoría de la población vive en ciudades. Se calcula
que para el año 2050 el 70% de los 10,000 millones de habitantes, que se
estima que habrá en el mundo, vivirá en centros urbanos.
¿No has comenzado aún a llorar por las ciudades? ¿Qué estás dispuesto,
o dispuesta tú, a hacer por la salvación de los habitantes de las ciudades?
Cristo se preocupó en gran manera por el bienestar espiritual de los
habitantes de las ciudades. Y esa debería ser asimismo nuestra
preocupación.
Mateo 9: 35-38 nos habla del ministerio de Cristo a favor de los centros
urbanos:
«Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos,
predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en
el pueblo. Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban
desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus
discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al
Señor de la mies, que envíe obreros a su mies».
Dios nos llama a que vayamos a las ciudades del mundo donde la mies es
abundante y hay escasez de cosechadores. Dios nos llama para que sintamos
genuina compasión por las multitudes, por las cuales él lloró, por la gente
por la que él murió, y por la cual está ahora intercediendo en el Lugar
Santísimo del Santuario celestial. Es la gente por la que él volverá en un
futuro próximo.
Dios nos llama a predicar los mensajes de los tres ángeles de
Apocalipsis 14. Él nos llama a proclamar su amor, su justicia, y su mensaje
de advertencia a un mundo que perece, anunciando su pronto regreso.
¿Te preocupas por la gente de las grandes ciudades? ¿Estás dispuesto, o
dispuesta, tú, a trabajar a favor de su redención?
Dios espera que nosotros cumplamos con la misión que se nos ha
encomendado: Proclamar al mundo las características espirituales
resaltadas en Apocalipsis 12: 17, que implican guardar los mandamientos
de Dios y tener el testimonio de Jesucristo.
Durante más de cien años Dios ha estado instando a su pueblo a que
trabaje en las ciudades utilizando los métodos que nos ha revelado. Los
escritos del Espíritu de Profecía abundan en instrucciones respecto a la
forma en que debe realizarse la obra a favor de las ciudades. Evangelizar
las ciudades se ha de hacer de forma amplia, de modo bien pensado, usando
todos los recursos ministeriales disponibles en un esfuerzo por alcanzar las
multitudes que viven en los centros urbanos. Aquellos que con corazones
humildes obedezcan la voluntad divina al realizar dicha tarea, recibirán la
bendición de Dios siempre que hayan hecho todo lo que esté a su alcance.
Una necesaria revitalización
Con el fin de impulsar los esfuerzos de la iglesia a favor de quienes
viven en las grandes metrópolis, Elena G. de White escribió lo siguiente:
«No hay cambio en los mensajes que Dios ha enviado en el pasado. La obra en
las ciudades es la obra esencial para este tiempo. Cuando se trabajen las ciudades
como Dios desea, el resultado será la puesta en operación de un poderoso
movimiento cual nunca se ha visto. Dios llama a hombres abnegados y
convertidos a la verdad para que dejen brillar su verdad en rayos claros y
definidos. Como pueblo, no estamos siquiera medio despiertos al sentido de
nuestras necesidades y a los tiempos en los cuales vivimos. Despertad a los
atalayas. Nuestra primera obra debiera ser escudriñar nuestro corazón y
convertirnos de nuevo. No tenemos tiempo que perder en asuntos sin
importancia».1
El Señor vuelve
El reavivamiento y la reforma son tan necesarios que todo lo que
hagamos hasta que el Señor regrese debe ser edificado sobre lo que
implican esas dos exigencias. Necesitamos el poder divino, no el nuestro.
Según dice Zacarías 4: 6: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». El poder del Espíritu Santo es
fundamental para alcanzar a las ciudades, que constituyen desafiantes
bastiones del poder del enemigo. Quienes hayan experimentado un
reavivamiento y una reforma de carácter personal e institucional, mediante
el poder del Espíritu Santo, serán atraídos a la testificación y al
evangelismo.
Hace poco leí el borrador de un artículo escrito por alguien que se sentía
agradecido por el llamado que hacemos a la reforma y al reavivamiento,
pero que aún abrigaba dudas acerca de la testificación. El deseo de
reavivamiento y reforma está influyendo en todo lo que la Iglesia está
realizando, incluyendo nuestro énfasis en el evangelismo. No deberían
existir dudas respecto a que como resultado de un reavivamiento y una
reforma estamos convocando el mayor esfuerzo evangelizador dirigido a
los centros metropolitanos que jamás se haya visto en nuestro tiempo.
Gran parte de esa obra ya ha sido realizada por las iglesias y las
Asociaciones mediante esfuerzos para alcanzar a las ciudades que se
encuentran en sus territorios con el mensaje de los tres ángeles; algo que
Dios ha bendecido.
Las instituciones adventistas del séptimo día en todo el mundo han
prestado atención al desafío que representan los grandes centros urbanos.
Sin embargo, la obra en las ciudades no es tarea fácil. Por eso, a menudo le
hemos prestado una atención esporádica y carente de planificación a la
enorme tarea que se le ha confiado a nuestra iglesia de trabajar en las
ciudades tal como el Señor nos ha indicado.
Por eso, según se acerca el tiempo del regreso de Cristo, es preciso que
sigamos la dirección divina al implementar una campaña de evangelización
enfocada en todas las metrópolis. Con ese fin debemos hacer todos los
esfuerzos posibles, según se nos indica en la Biblia y en el Espíritu de
Profecía.
Dios nos ha llamado para que testifiquemos en las ciudades. El Espíritu
de Profecía —los consejos divinos prácticos para el pueblo remanente—
nos indica que, bajo la dirección del Espíritu Santo, tenemos todos los
medios a nuestro alcance. La evangelización de los grandes centros urbanos
incluirá centros de influencia, congregaciones locales, miembros de iglesia,
grupos de jóvenes; todos comprometidos en diversas iniciativas. Asimismo
usará el colportaje; el testimonio de los grupos pequeños; la obra médica
misionera y las charlas sobre salud; la testificación de puerta en puerta; los
servicios a la comunidad y las obras sociales que imitan los métodos de
Cristo, como las Sociedades de Dorcas. Por supuesto que hemos de
aprovechar todos los medios publicitarios y de comunicación social a
nuestro alcance. Además, para evangelizar las ciudades, conviene hacerlo
también por medio de centros de consejería. Las agencias de publicaciones
y librerías son fundamentales. Y por supuesto hemos de dar estudios
bíblicos, tanto los laicos como los pastores y todos los obreros. Nos
serviremos del evangelismo infantil, del testimonio personal y la
testificación individual, tanto como del evangelismo público. Y el Espíritu
Santo incluso nos podrá indicar otros métodos nuevos o antiguos.
Es imprescindible que los pastores y los laicos trabajemos unidos. Según
lo indica el Espíritu de Profecía, los evangelsitas y los profesionales de la
salud deben unir sus ministerios para la ganancia de almas; al igual que
todas las demás instituciones y los ministerios de apoyo. Todos hemos de
distribuir literatura cristiana como El conflicto de los siglos. De esa forma
se llamará la atención a millones de personas respecto a los tiempos en que
vivimos. Precisamente El conflicto de los siglos es el libro, que de entre
todos los suyos la propia Elena G. de White dijo que anhelaba que tuviera
la más amplia distribución.
Es preciso que todos nos comprometamos en una labor evangelizadora
permanente, semejante a la que se llevó a cabo en la ciudad de San
Francisco en la última parte del siglo XIX y en la primera del siglo XX. En
la Review and Herald del 5 de julio del 1906, Elena G. de White escribió:
«Durante los últimos pocos años, la “colmena” de San Francisco ciertamente ha
sido muy activa. Muchas diferentes clases de actividad misionera han sido
realizadas por nuestros hermanos y hermanas allí. Entre ellas se incluye las visitas
a los enfermos y desvalidos, ofrecer hogares para los huérfanos y trabajo para los
desocupados, prestar atención médica a los enfermos y enseñar la verdad de casa
en casa, distribuyendo publicaciones y dando clases sobre la correcta manera de
vivir y el cuidado de los enfermos. Ha funcionado una escuela para niños en el
subsuelo del local de la calle Laguna. Durante un tiempo funcionó un hogar para
obreros y un dispensario. En la calle Market, cerca de la municipalidad, había
salas de tratamientos, que funcionaban como una sucursal del sanatorio de Santa
Helena. Había un almacén de alimentos saludables en la misma localización.
Yendo más al centro de la ciudad, no lejos del edificio Call, funcionaba un
restaurante vegetariano, que estaba abierto seis días a la semana y cerraba el
sábado. A lo largo de la ribera, se hacía obra misionera para la gente de mar. En
diferentes oportunidades, nuestros ministros realizaron reuniones en grandes
locales de la ciudad. De esa manera, el mensaje de amonestación fue proclamado
por muchos».
¿Estamos dispuestos a dar los pasos necesarios para aplicar los planes de
Dios para los centros urbanos del mundo de modo que surja un «poderoso
movimiento»? ¿O le daremos la espalda y saldremos huyendo como Jonás?
¿Te sientes en algunas ocasiones como aquel profeta mientras estaba en el
vientre del pez, después de haber rechazado la divina comisión de
amonestar a una gran ciudad?
Un relato verídico
El libro de Jonás nos presenta un relato real acerca de un personaje real,
de un pez real, y de una misión real, la de ir a Nínive a anunciar su
destrucción.
No podemos eludir este relato y otros de la Biblia, suponiendo que son
simbólicos o alegóricos. Los relatos bíblicos de milagros son verdaderos y
demuestran la autoridad divina. No podemos dudar de la autenticidad de la
Santa Palabra de Dios y del Espíritu de Profecía.
La Biblia nos enseña que Dios lo controla todo en última instancia, y por
eso nos pide que sigamos sus instrucciones. La señora White aconsejó:
«Dediquemos más tiempo al estudio de la Biblia. No entendemos la Palabra como
deberíamos. […] Cuando como pueblo comprendamos lo que significa este libro
para nosotros, se verá entre nosotros un gran reavivamiento».5
«Tomad a los jóvenes y las señoritas de las iglesias para que trabajen. Combinad
la obra médica misionera con la proclamación del mensaje del tercer ángel. […].
Enviad a las iglesias a obreros que vivan los principios de la reforma pro salud».10
«En la noche del 27 de febrero de 1910, recibí una visión, donde me fueron
vívidamente presentadas las ciudades en las que no hemos trabajado. Se me
instruyó en forma directa que debería haber un cambio tangible en los métodos de
trabajo del pasado […]. Hablé de lo urgente que es que se organicen grupos y que
sean adiestrados cabalmente para trabajar en las ciudades de mayor tamaño. Esos
obreros deberían trabajar de dos en dos, y de vez en cuando todos deberían
reunirse para compartir sus experiencias, para orar y para hacer nuevos planes
con el fin de alcanzar la gente rápidamente».11
«De aquí en adelante la obra médica misionera debe ser realizada con una
consagración nunca antes vista. Esta obra es la puerta a través de la cual la
verdad puede entrar a las grandes ciudades».12
«¿Cómo revelaremos a Cristo? No conozco una forma mejor […] que hacer uso
de la obra médica misionera unida al ministerio pastoral […]. El evangelio y la
obra médica misionera deben avanzar juntos. El evangelio debe ser vinculado a los
principios de una verdadera reforma prosalud».13
Que no se te olvide
nunca tu nombre
E lmismo
nombre siempre es importante. Las Escrituras revelan que desde el
momento de la creación Dios ha estado interesado en los
nombres. ¿Te has dado cuenta de que la Biblia registra varios casos en los
que Dios le puso nombre a aquello que acababa de crear? Por ejemplo, la
Biblia dice que después de crear la luz «llamó a la luz “día”, y a las
tinieblas llamó “noche”. Y fue la tarde y la mañana del primer día» (Gén. 1:
5). Luego hizo lo mismo con el firmamento: «Al firmamento llamó Dios
“cielos”» (v. 8); y «al conjunto de las aguas lo llamó “mares”» (v. 10). Y al
final de la semana de la creación el Señor bendijo y santificó al séptimo día
y lo llamó «sábado» (sabbath), es decir, «reposo».
Fijémonos en la relevancia de que, después que Dios hubo creado a
Adán, le encargó la tarea de poner nombre al resto de las criaturas (Gén. 2).
Aquella fue una gran responsabilidad. Eso nos indica que Dios estaba
dispuesto a confiar en los seres humanos para que ejecutaran sus planes.
La historia sagrada también registra el interés de Dios en los nombres de
personajes que él llamó a su servicio. En algunos casos el Señor especificó
los nombres que se les habrían de poner aun antes de que nacieran, y a
otros les cambió el nombre en algún momento de sus vidas. Por ejemplo:
1. Los dirigentes que poseían una mayor luz, no anduvieron según la luz
recibida: algunos empleados de la Asociación General y de la
editorial Review and Herald, se deslizaban hacia la apostasía.
2. Los dirigentes de la Iglesia no se habían apartado de sus errores
pasados, ocupándose únicamente de hablar respecto a lo que Dios
quería.
3. Los dirigentes se habían vuelto orgullosos y estaban tomándole el
gusto al poder. «No se humillaron ante el Señor como debieran».8
El Señor sigue anhelando que ese derramamiento del Espíritu Santo sea
una realidad. ¿Cuándo sucederá? Hasta cierto punto depende de nosotros.
Pero no podemos generar un reavivamiento y una reforma por nosotros
mismos, ya que esa es la obra del Espíritu Santo. Sin embargo, creo que lo
que el Señor le dijo a Salomón también es un consejo para nosotros en la
actualidad:
«Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi
rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos,
perdonaré sus pecados y sanaré su tierra» (2 Crón. 7: 14).
«Debe levantarse la iglesia para la acción. El Espíritu de Dios nunca podrá venir
hasta que ella le prepare el camino. Debe haber un ferviente escudriñamiento de
corazón. Debe haber oración unida y perseverante y, mediante la fe, una demanda
de las promesas de Dios. No debemos vestirnos con cilicios como en la
antig•edad, sino debe haber una profunda humillación del alma. No tenemos el
menor motivo para felicitarnos a nosotros mismos ni exaltarnos. Debiéramos
humillarnos bajo la poderosa mano de Dios».14
Siempre presente
Exhorto a los lectores que se sienten frustrados, desanimados o
distanciados de la iglesia del Señor: ¡Que no se te olvide nunca tu
nombre!
Hago un llamado a los lectores que no se han sometido a la dirección
del Espíritu Santo divino que se encuentra en la Biblia y en el Espíritu
de Profecía, para seguir sus propias inclinaciones; o que quizá han
optado por tomar decisiones «políticamente correctas» en lugar de
ponerse valerosamente del lado de lo que saben es lo justo: ¡Que no
se te olvide nunca tu nombre!
Hago una apelación a los lectores que han descuidado el estudio
regular de la Biblia y la oración, permitiendo que la televisión, la
música popular, las aficiones, Internet, los juegos de video, las
competiciones y los espectáculos deportivos, y multitud de cosas —
algunas, por cierto, incluso buenas— acaparen el tiempo que debe ser
dedicado al Señor. ¡Que no se te olvide nunca tu nombre!
Apelo a los lectores que han olvidado que el servicio cristiano
práctico es la inevitable consecuencia de su relación con Dios: ¡Que
no se te olvide nunca tu nombre!
Me dirijo a los lectores que se están alejando del eje teológico
provisto por la Palabra y las Creencias Fundamentales de la Iglesia
Adventista del Séptimo Día: ¡Que no se te olvide nunca tu nombre!
Hago un llamado a los lectores que están viviendo una agitada vida
prestando poca atención a la Iglesia: ¡Que no se te olvide nunca tu
nombre!
Me dirijo a los lectores que han perdido su lozanía y se han fosilizado
en su experiencia cristiana: ¡Que no se te olvide nunca tu nombre!
Hago un llamamiento a los lectores que se han ido alejando para
recalar en grupos independientes que critican a la Iglesia y que se han
llevado con ellos tanto a los miembros como a sus diezmos: ¡Que no
se te olvide nunca tu nombre!
Le hablo a los lectores que se sienten amargados o incómodos porque
algún hermano los ha ofendido o no ha mostrado su desacuerdo con
ellos: ¡Que no se te olvide nunca tu nombre!
La humildad de Cristo
Pablo comienza diciendo: «Nada hagáis por rivalidad o por vanidad;
antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores
a él mismo» (Fil. 2: 3). ¡Qué elevado ideal! De hecho, es tan elevado que
nos preguntamos cómo podremos alguna vez alcanzarlo.
El apóstol nos aconseja en el versículo 5: «Haya, pues, en vosotros este
sentir que hubo también en Cristo Jesús». Debemos permitir que el Señor
nos controle plenamente, al punto de que adoptemos sus valores y actitudes,
en lugar de abrigar nuestras ambiciones egoístas.
El versículo 6 nos dice que Jesús descendió del más sublime y elevado
de los sitiales, pues él es Dios y es uno con el Padre. El versículo 7,
muestra al Jesús divino dando tres pasos en nuestra dirección:
Una fe ardiente
A lCristo,
ver que cada día que pasa son más claras las señales del regreso de
se impone que haya una mayor unidad entre el pueblo remanente
de Dios, en el ministerio y en las instituciones. Hoy más que nunca debemos
tomar muy en serio las instrucciones que se nos dan en Hebreos 10: 24, 25:
«Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras, no
dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino
exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca».
Qué gran bendición es saber que el Señor jamás nos pide transitar por
una senda por la cual él no haya caminado. Qué gran consuelo obtenemos al
leer que:
«No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4: 15, 16).
El mismo Jesús, que estuvo donde hoy nosotros estamos y que enfrentó lo
que nosotros enfrentamos hoy, ha prometido darnos las fuerzas para que
caminemos con él victoriosamente.
Debemos defender nuestra fe mediante una actitud diligente. La Biblia
repetidamente nos indica que nuestro Dios favorece la excelencia. Así que
hemos de procurarla en todo lo que hagamos, para gloria de su nombre y
como representantes suyos, como criaturas suyas originalmente creadas a su
imagen y restauradas a esa misma imagen.
La Biblia afirma que los gobernadores y sátrapas de Babilonia «buscaron
ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado con el reino; pero no podían
hallar motivo alguno o falta, porque él era fiel, y ningún error ni falta
hallaron en él» (Dan. 6: 4). Su integridad y diligencia testificaron acerca de
la gloria de Dios y le ayudaron a ganar la confianza del rey. La
complacencia, la apatía y la mediocridad jamás deberían ser observadas en
la vida de un cristiano.
Debemos defender la fe en nuestra búsqueda del conocimiento
científico. Muchos están interesados en la relación que existe entre la
ciencia y las Escrituras. El Señor desea que nosotros consideremos todos
los aspectos de su creación: todo aquello que la biología, la geología, la
psicología y la sociología puedan decirnos acerca del mundo que él formó y
las criaturas que colocó en el mismo.
Siempre debemos tener en mente, no obstante, que debido a que Satanás
desea impedir que los seres humanos entiendan la voluntad y las obras de
Dios, el enemigo presentará falsedades acerca de toda verdad que Dios
haya revelado. Mediante la inspiración divina, Elena G. de White nos ha
advertido en cuanto a las limitaciones de la ciencia:
«Para muchos, las investigaciones científicas se han vuelto maldición. Al permitir
todo género de descubrimientos en las ciencias y en las artes, Dios ha derramado
sobre el mundo raudales de luz; pero aun los espíritus más poderosos, si no están
guiados en sus investigaciones por la Palabra de Dios, se extravían en sus
esfuerzos por encontrar las relaciones existentes entre la ciencia y la revelación.
Dios es el fundamento de todas las cosas. Toda verdadera ciencia está en
armonía con sus obras; toda verdadera educación nos induce a obedecer a su
gobierno. La ciencia abre nuevas maravillas ante nuestra vista, se remonta alto, y
explora nuevas profundidades; pero de su búsqueda no trae nada que esté en
conflicto con la divina revelación».1
Aferrados al poder del Espíritu Santo debemos actuar unidos para cerrar
la brecha existente entre nuestros grandes ideales y nuestras esperanzas, y
los esfuerzos prácticos que deben realizarse si deseamos completar la obra
durante la presente generación.
El primer paso para «terminar la obra», es precisamente ponernos manos
a la obra.
«Todos debemos ser obreros juntamente con Dios. Ningún ocioso es reconocido
como siervo suyo. Los miembros de la iglesia deben sentir individualmente que la
vida y la prosperidad de la iglesia resultan afectadas por su conducta».7
Cristo encomienda a sus discípulos una obra individual, una obra que no se puede
delegar a un poderhabiente. El servir a los enfermos y a los pobres, el predicar el
Evangelio a los perdidos, no debe ser dejado al cuidado de juntas y organizaciones
de caridad. Es la responsabilidad individual, el esfuerzo personal, el sacrificio
propio, lo que exige el Evangelio».8
Por tanto, debemos permitir que el Señor haga que nuestra fe se inflame.
Debemos unirnos a la generación que le permitirá al Espíritu Santo que
desarrolle plenamente en ella el carácter de Jesús. Debemos dar la espalda
al yo y confiar enteramente en Cristo, diciendo: «Señor, nada tengo en mi
mano de valor, sencillamente a tu cruz me aferro con amor».
Cuando nos coloquemos por entero en las manos del Señor, él hará
maravillas para nosotros, en nosotros, y a través de nosotros.
Estamos viviendo en los mismos extremos de los dedos de los pies de la
estatua que vio Nabucodonosor. Ahora mismo se están produciendo algunos
de los últimos acontecimientos predichos en el libro de Apocalipsis.
La lluvia tardía pronto descenderá para capacitar y fortalecer al pueblo
de Dios. ¡Estamos realmente a las puertas del hogar!
¿Estás dispuesto a entregarte por entero a servir a Cristo y a exaltar su
Santa Palabra así como al Espíritu de Profecía?
¿Te hallas en disposición de utilizar tus talentos para llevar el mensaje de
salvación al mundo que te rodea?
¿Deseas que tu fe se prenda en fuego mediante el poder del Espíritu
Santo, transformándote a la imagen de Cristo y haciendo de ti un embajador
de Cristo ante un mundo que pronto lo verá cara a cara?
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¡En marcha!
Lasen señales del regreso de Cristo no cesan de incrementarse en número y
intensidad. Desastres naturales, creciente confusión política,
comprometedores avances en el ecumenismo, marcado aumento e influencia
del espiritismo, deterioro de la economía mundial, desintegración social,
vertiginosa caída de los valores de la familia, rechazo de la autoridad
absoluta de la Santa Palabra de Dios y en especial de los Diez
Mandamientos, violencia y criminalidad, deterioro moral, guerras y
rumores de guerra...
Todo apunta de forma inequívoca a la conclusión de la historia de este
mundo y a la venida del Señor que nos llevará al cielo en un viaje final.
¡Qué gran bendición significa conocer que en medio de la inseguridad del
mundo que nos rodea podemos descansar confiados en la inconmovible
Palabra del Señor!
A lo largo de la historia el Todopoderoso ha protegido su Santa Palabra
de los incesantes ataques del enemigo, conservando un fidedigno registro de
nuestros orígenes y de su plan de salvación, con una gloriosa visión de
nuestra venidera liberación.
Mediante el poder de su verdad Dios ha esculpido a la Iglesia Adventista
del Séptimo Día del bloque de granito que representa este mundo caótico
que la rodea. Somos un pueblo diferente, el pueblo remanente de Dios; un
pueblo que es depositario de las verdades de Cristo y de su justicia y
portavoz de los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 y de las
buenas nuevas del pronto regreso de Cristo.
Como cristianos bíblicos que estamos viviendo en los últimos días de la
historia, debemos ser lo que Pedro llamó:
«Una familia escogida, un sacerdocio al servicio del Rey, una nación santa, un
pueblo adquirido por Dios. Y esto es así para que anuncien las obras maravillosas
de Dios, el cual los llamó a salir de la oscuridad para entrar en su luz maravillosa»
(1 Ped. 2: 9, DHH).
«Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las
naciones del vino del furor de su fornicación» (Apoc. 14: 8).
La Babilonia mística ha corrompido los mandamientos de Dios habiendo
instituido un día de adoración que no es el séptimo, el cual es un
recordativo del poder creador de Dios manifestado en las Escrituras.
•El tercer ángel advierte que todos los que adoran a la bestia y a su imagen
recibirán su marca en la frente o en su mano y «serán destruidos mediante
fuego y azufre» (Apoc. 14: 9-12).
La Biblia indica que la adoración en domingo está íntimamente
relacionada con la adoración de la bestia y de su imagen. Dios ha
establecido el sábado como la piedra de toque que servirá para probar la
filiación de quienes dicen adorarlo.
La salvación. El tercer ángel concluye su proclamación al identificar al
pueblo de Dios como «los que guardan los mandamientos de Dios y tienen
la fe de Jesús» (Apoc. 14: 12).
Los verdaderos hijos de Dios confían plenamente en Cristo y en su
relación con él para su salvación. No buscan la salvación por obras, sino
por la gracia de Cristo. Esta gracia es la promesa del perdón divino y la
provisión de su poder: la justificación y la santificación.
Lo que Cristo hace por los creyentes —justificarlos a diario para que
puedan estar en la presencia de Dios como si nunca hubieran pecado—, no
puede separarse de lo que él hace en ellos —santificarlos a diario mientras
se entregan a él y permiten que el poder de su Espíritu Santo los transforme
a la semejanza del Salvador—. Este es precisamente el «evangelio eterno»
del mensaje del primer ángel. Es la justificación por medio de la fe.
Tomando en cuenta que creemos que Dios nos ha comisionado como
adventistas del séptimo día para que proclamemos los mensajes de los tres
ángeles de Apocalipsis 14, ¡tendremos más motivos para exaltar la gracia
de Dios que cualquier otro grupo!
El peculiar concepto adventista del gran conflicto se refiere a la gracia de
Dios que salva a los pecadores y a su poder que los transforma en sus hijos
e hijas. Los adventistas del séptimo día hemos de ser sus fieles testigos que
proclaman los mensajes de los tres ángeles con el celo del Espíritu Santo,
sosteniendo una conexión viva con Jesús, el autor y consumador de nuestra
fe.
La sangre expiatoria que Jesús derramó en la cruz, y el ministerio de
reconciliación que él está desempeñando en el Santuario celestial, tienen un
único propósito, que todo pecador arrepentido sea salvo.
Debido al sacrificio de Cristo y a su ministerio sacerdotal podemos
acercarnos «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia
y hallar gracia para el oportuno socorro» (Heb. 4: 16). Es esa maravillosa,
poderosa y redentora gracia la que se nos ha pedido que proclamemos a un
mundo enfermo de pecado.
Además, únicamente un genuino convencimiento de la profundidad de la
gracia de Dios podrá ayudarnos a no caer en uno de dos posibles extremos:
la inacción o la presunción. Este inspirador libro, que es El camino a
Cristo, lo expresa de la siguiente manera:
«Así que no hay en nosotros mismos cosa alguna de que jactarnos. No tenemos
motivo para ensalzarnos. El único fundamento de nuestra esperanza es la justicia
de Cristo que nos es imputada y la que produce su Espíritu obrando en nosotros y
por nosotros».2
La salida de Egipto
En los tiempos del Antiguo Testamento Dios llamó a una familia y le
asignó un mensaje y un destino, que iniciaran un peregrinaje de fe y que
proclamaran misericordia divina al mundo.
Los israelitas tuvieron que vivir unos cuatrocientos años en Egipto donde
fueron esclavizados. Finalmente el Señor liberó en forma milagrosa a su
pueblo, obrando a través de Moisés, de Aarón y de María, con el propósito
de que se dirigieran a la tierra que él les había prometido. Allí tenían una
misión que cumplir.
Una vez que las diez plagas hubieron devastado a Egipto, sus moradores
estuvieron dispuestos a permitir que los israelitas se marcharan. Los
hebreos se dirigieron hacia el sur. Éxodo 13: 21 afirma:
«Jehová iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el
camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos, a fin de que
anduvieran de día y de noche».
Cuando Dios nos dice que nos pongamos en marcha, hemos de comenzar
a andar de inmediato.
Al parecer, los israelitas no eran capaces de ver el panorama completo.
Habían olvidado que Dios era quien los guiaba.
No podemos olvidar la forma en que Dios ha dirigido este movimiento
adventista en el pasado; ni tampoco que lo llevará a la victoria en el futuro,
para gloria de su nombre y para la vindicación de su plan redentor ante todo
el universo.
Estamos viviendo prácticamente en los momentos finales del gran
conflicto. Estamos a las puertas del hogar, y Dios nos dice: «¡En marcha!
¡Adelante! ¡Entren!».
Los hebreos tenían el desierto a su derecha, una montaña al frente y el
Mar Rojo a su izquierda. Sabían que el ejército egipcio se acercaba, por lo
que se sentían atrapados. Habían perdido de vista el poder de Dios. Todo lo
que podían ver eran las espadas y los escudos, así como los carros del
ejército egipcio que se aproximaba; además contemplaban las barreras que
impedían su huida hacia otro lugar.
¿A dónde podían ir? ¿Qué podrían hacer?
Nosotros también enfrentamos barreras como individuos y como iglesia.
Por ello no podemos tergiversar los primeros once capítulos del Génesis
ni parte alguna de las Escrituras considerando que son alegorías o
expresiones simbólicas.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día enseña y cree en el registro bíblico
que afirma que Dios creó el mundo en seis días literales, consecutivos, de
veinticuatro horas. La Iglesia Adventista jamás cambiará su posición o
creencia respecto a esta doctrina fundamental.
Entender mal, o interpretar incorrectamente la doctrina de la creación
equivale a negar la Palabra del Señor así como la propia existencia del
movimiento adventista como la iglesia remanente de Dios, un pueblo
llamado a proclamar los mensajes de los tres ángeles con el poder del
Espíritu Santo.
No podemos movernos a la deriva acercándonos a las creencias de una
evolución atea o deísta. Debemos asimismo continuar apoyando la
interpretación profética que en última instancia constituye la característica
distintiva del pueblo de Dios: la observancia del sábado.
Como miembros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, sometámonos
a las más elevadas normas y creencias basadas en una interpretación
correcta de las Escrituras.
Elena G. de White presentó su último sermón ante un Congreso de la
Asociación General en 1909. Al abandonar la plataforma se dio vuelta,
tomó una Biblia de regular tamaño y con manos temblorosas la levantó ante
la congregación diciendo: «Hermanos y hermanas les recomiendo este
libro».9
Debemos permanecer firmes en el seguimiento que representan las
Escrituras. Como el pueblo de Dios y «el pueblo del libro», leamos la
Biblia, vivamos la Biblia, enseñemos la Biblia y prediquemos la Biblia con
el poder de lo alto.
¡Adelante!
Mis queridos hermanos de de la iglesia remanente de Dios, al acercarnos
al fin del tiempo Dios nos dice: «¡Adelante!».
La gracia de Dios está haciendo que hijos e hijas de Dios en todas las
partes del mundo sigan siempre hacia adelante.
Debemos mantener en alto el estandarte del evangelismo público en todo
momento.
La proclamación de la gracia de Dios y los mensajes de los tres ángeles
están transformando a la gente en todas partes del planeta.
El Espíritu Santo está obrando en los corazones de aquellos que escuchan
el maravilloso mensaje del advenimiento a través de nuestra predicación y
de nuestro testimonio, a través de la proclamación de la gracia divina.
Somos una iglesia maravillosa, con una gran diversidad cultural, unida en
Cristo y en el mensaje bíblico que Dios nos ha confiado. Somos una familia
internacional con miembros en todos los rincones del planeta: una familia
que proclama el amor de Dios mientras avanza unida gracias al Espíritu
Santo y a nuestras creencias bíblicas.
¡Qué precioso mensaje se nos ha pedido que llevemos al mundo!
¡Qué gran Creador!
¡Qué gran Redentor!
¡Que gran Sumo Sacerdote!
¡Qué gran Abogado!
¡Qué gran Amigo!
¡Qué gran Dios!
Muy pronto veremos una pequeña nube negra del tamaño de la mitad de la
palma mano. Según se vaya acercando a la tierra se irá viendo cada vez
más grande y más brillante. Sentado en su trono de gloria rodeado los miles
de millones de ángeles que conforman aquella nube estará Aquel a quien
hemos estado esperando: el Rey de reyes y Señor de señores, ¡Jesucristo,
nuestro Redentor!
Entonces elevaremos nuestras miradas a lo alto y diremos: «Este es
nuestro Dios, lo hemos esperado».
Cristo a su vez mirará hacia abajo y dirá: «¡Bien hecho siervos buenos y
fieles! Entren en el gozo de su Señor».
Luego ascenderemos para encontrarnos con el Señor en el aire e iremos a
casa con él para morar por siempre.
¡Ese será grandioso el final de la epopeya adventista!
Estamos a las puerta del hogar. No es el momento de rendirnos. No es el
momento de priorizar aquello que la tierra nos ofrece. Es el momento de
buscar al Señor y de entregarnos de lleno a su servicio.
¡Dios nos bendecirá al hacerlo!
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