Dialnet ElCapitalismoYSusCrisis 3882069
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Teresa Montagut
Universitat de Barcelona
[email protected]
Resumen: Este artículo va a tratar de analizar los problemas que presenta el capita-
lismo moderno entrelazando sus diversas dimensiones. La Nueva Sociología Econó-
mica parte del supuesto de que la economía está incrustada —embededdness— en
las relaciones sociales. No puede ser estudiada ignorando el contexto social en el que
se produce. Desde esta perspectiva académica, el capitalismo es más que la lógica de
acumulación de capital bajo el mecanismo de los mercados y, por ello, para analizar el
momento actual debe comprenderse la lógica de su evolución histórica y entrelazar los
aspectos económicos con los políticos y sociales.
Palabras clave: capitalismo, mercados, relaciones sociales, globalización.
Abstract: This article aims to analyze the problems presented by the various dimen-
sions of modern capitalismo. The new economic sociology is based on the assumption
that the economy is embedded in social relations. It cannot be studied without taking
the social context into account. From this academic viewpoint, capitalism is more than
the logic of the accumulation of capital under the mechanism of the markets and, there-
fore, if the present moment is to be analyzed, the logic of its historical evolution must be
understood and economic aspects must be linked with political and social aspects.
Keywords: capitalism, markets, social relations, globalization.
1. Introducción
El capitalismo está hoy atravesando un momento de turbulencias estructurales.
Para unos se trata de una crisis económica, para otros de una crisis financiera y,
aún para algún otro autor, más bien debería hablarse de una crisis global de la
sociedad. ¿Pueden tan diversas opiniones converger en sus análisis? No es tarea
fácil, ya que cada cual suele hablar desde su propia perspectiva académica, cuando
no incluso circunscrito a un determinado enfoque teórico. Además, la mayoría de
los debates han girado en torno a la economía, y la corriente principal de la ciencia
económica, la teoría neoclásica, por su propia naturaleza es incapaz de aportar más
claridad. Los supuestos en los que basa sus modelos y teorías, que tanto cientifis-
mo le han conferido, impiden precisamente captar la dimensión del fenómeno. De
ahí salen algunas recetas para intentar paliar nuestros males, como por ejemplo la
sugerencia de que si dejamos actuar a los mercados, su lógica va a conducir a reparar
los desajustes que se han venido produciendo. Pero, ¿qué son los mercados? ¿Se trata
de algo mágico que actúa con finalidad propia y con un objetivo específico?
Sin duda alguna la sociología puede —y debe— entrar de lleno en el debate.
Los mercados no son el resultado de acciones entre iguales. En toda acción hu-
mana —y por tanto también en toda relación económica— existe una distribu-
ción desigual del poder. Las transacciones económicas son relaciones que se dan
en un determinado contexto social, caracterizado por la asimetría en el reparto
del poder y de los privilegios, ya sea entre personas, entre instituciones o entre
países. Los mercados están gobernados y responden a los intereses de aquellos
que tienen el poder de manejarlos. El problema es que no se trata de un gobier-
no político —de la polis, de todos o para todos— sino más bien de un gobierno
conducido por la lógica de la acumulación de capital que, aunque la necesite, nada
sabe de la sociedad.
El presente artículo va a tratar de analizar los problemas que presenta el ca-
pitalismo moderno entrelazando sus diversas dimensiones. La Nueva Sociología
Económica parte del supuesto de que la economía está incrustada —embededd-
ness1— en las relaciones sociales. No puede estudiarse ignorando el contexto so-
cial en el que se produce. Desde esta perspectiva, el capitalismo es más que la
lógica de acumulación de capital bajo el mecanismo de los mercados y, por ello,
para analizar el momento actual debe comprenderse la lógica de su evolución
histórica2. Capitalismo y liberalismo van de la mano. Las libertades formales han
1 Concepto que acuñó Polanyi (1957) y que luego Granovetter (1985) reelaboró.
2 Como expresa John K. Galbraith (1992) en su Historia de la Economía: «no se puede entender la economía
sin conocimiento de su historia» (págs. 12). Lo mismo sucede dentro de un determinado modelo o sistema
económico.
sido necesarias para que los recursos —también los humanos— estuvieran dis-
ponibles dónde, cuándo y cómo la producción lo requería. Hasta ahora, sociedad
liberal y libre mercado o capitalismo es un binomio inseparable. La democracia
liberal es consecuencia del capitalismo, o viceversa. Pero los progresos hacia una
mayor democracia parecen poner en entredicho la capacidad del capitalismo para
asumirlos. El desempleo masivo, el cambio en las formas de producción y de con-
sumo, el dualismo social cada vez más acentuado, las dificultades que atraviesan
las políticas sociales y una creencia generalizada en la falta de alternativas es el
triunfo de la idea «de lo inevitable». David Anisi escribía sobre la crisis de 1973
del siglo xx que lo que entró en crisis no fue más que la recuperación del capita-
lismo, que al encontrarse con el auge sin precedentes de su gran y poderoso ene-
migo —la democracia— la hace retroceder, sustituyéndola por un «novedoso»
auge del mercado (Anisi, 1998: 40-41). Todavía estamos hoy en ese eslabón.
2. El sistema capitalista
El capitalismo no es sólo un sistema económico. Es un sistema social, político
y económico que se ha ido desarrollando durante los últimos siglos y, como tal
sistema social, ha ido integrando, a la vez que produciendo, los diversos cambios
sociales.
Entender el capitalismo como un sistema social remite a comprender la eco-
nomía como una faceta (un aspecto) que evoluciona formando parte del desa-
rrollo de las sociedades. La economía está incrustada en las relaciones sociales,
no puede estudiarse de manera aislada. Por ello, para analizar los problemas que
padece hoy el capitalismo se hace menester entender las transformaciones, socia-
les y políticas, que se han producido en los dos últimos siglos. No es lo mismo
el capitalismo del siglo xix que el del siglo xx y, muy probablemente, no será lo
mismo el capitalismo del siglo xxi, lo que nos obliga hoy a reflexionar y a espolear
diversos foros sobre su posible —o para otros, deseable— «refundación» o, tal
vez, la búsqueda de un nuevo modelo de crecimiento.
El capitalismo del siglo xix, en el momento del importante despegue de la
industrialización y de las transformaciones que llevó aparejadas, se basaba en la
consideración de que sin ninguna intervención, dejando a los mercados buscar su
propio equilibrio, el propio mecanismo encontraba sus ajustes y posibilitaba que
los distintos actores pudieran enfrentarse a las posibilidades —también a las di-
ficultades— que la libre competencia planteaba. Pronto se vio que el crecimiento
económico no era suficiente para garantizar un desarrollo de las sociedades. Se
evidenció la necesidad de formación o educación para toda la población, por lo
en red situando sus sedes allá donde más les convenga. Pueden elegir dónde crear
o situar sus fábricas, esto es, pueden establecerse allá donde los costes laborales
y de producción son más bajos. En definitiva, ya no crean ocupación dentro de
los Estados-nación. Se ha roto el pacto social que posibilitaba la redistribución
de la riqueza y el papel del Estado como garantía de rentas y protección. Hemos
asistido a la concentración del poder del capitalismo financiero. El cambio de
un capitalismo productivo a un capitalismo especulativo a escala mundial, sin
producción de bienes, sin crear ocupación, constituye un cambio en las relaciones
entre la economía y las instituciones. La economía domina de nuevo la política.
La economía mundializada —su lógica de un libre mercado de capitales— ha au-
mentado las dificultades de gobernanza y de cohesión social en todos los Estados.
Nos encontramos con una economía global que domina —o determina— inclu-
so las políticas nacionales. Y, como fruto de este disloque, hemos asistido además
a una crisis financiera que ha repercutido en todo el sistema y de la que todavía
no se vislumbra la salida.
El capitalismo ha perdido el débil cariz social que había adquirido en la se-
gunda mitad del siglo xx, al presentarse como el poder del dinero sin fronte-
ras. Son los accionistas deseosos de obtener una elevada rentabilidad y no las
inversiones productivas lo que ha espoleado el crecimiento. Estamos hoy lejos
de los análisis de Marx sobre las relaciones de producción en las que se basaba
el sistema capitalista, o las de Weber sobre la ética protestante como la base de
la industrialización. El sistema financiero se ha convertido en el amo y no en el
servidor de la producción. Al mismo tiempo —o quizá por ello—, ha surgido
y crecido una nueva casta de altos directivos y ejecutivos que no se consideran
responsables de las consecuencias de sus decisiones. Su único objetivo es el de in-
crementar el capital. Al ignorar la sociedad, sus actuaciones no tienen escrúpulos.
Se plantea aquí una cuestión moral. Deben su riqueza —y poder— a la sociedad
y no pueden, por tanto, desentenderse de ella, aún más cuando sus acciones están
debilitando o dificultando los niveles de vida de numerosos ciudadanos o incluso
de algunas zonas del mundo. Es necesario un gobierno global para la era global
que ponga freno a esta situación y sea capaz de representar a toda la humanidad.
Es preciso humanizar el capitalismo del siglo xxi.
Por todo ello, hoy es más necesario que nunca la intervención política para
mantener los objetivos de cohesión de nuestras sociedades en un mundo o un
capitalismo dislocado, fruto de la ingeniería financiera de los mercados de ca-
pitales que actúa sin control por parte de las instituciones políticas. Pero esta
cohesión social aparece como un reto con una nueva dimensión. Ya no se trata,
exclusivamente, de fortalecer los lazos societarios con las capas más bajas de la
3 Mi reflexión aquí se centra en el capitalismo. Dejo de lado, ya que no es el motivo de este texto, la aspiración
o posibilidad de otros sistemas de producción y distribución de la riqueza que pudieran ser considerados más
justos según determinados criterios de justicia distributiva.
sector privado, será la otra parte de la economía que no está controlada ni es propie-
dad del gobierno, la actividad de la sociedad civil, de sus negocios y de sus vidas «pri-
vadas». Pero público significa también, y con frecuencia, «común», «de todos», y
no necesariamente gubernamental. Desde los clásicos griegos, el ciudadano con
espíritu público o espíritu cívico es aquél que se preocupa de toda la comuni-
dad: es el ideal de ciudadano republicano comprometido con lo colectivo. Un
ciudadano que además de derechos asume unas responsabilidades, unos deberes,
en todos los ámbitos de nuestras relaciones sociales, también en las económicas.
Esta sería la reflexión teórica que permite repensar nuestra sociedad, repensar el
engranaje de las relaciones económicas con las relaciones políticas o colectivas, y
trazar algunos apuntes sobre su porvenir. ¿Cómo volver a vincular la economía y
la política? ¿Cuáles son los retos planteados para refundar nuestras sociedades?
¿Cómo avanzar hacia una nueva cohesión social? A mi entender, estos retos tie-
nen tres dimensiones: (a) recuperar el sentido del crecimiento económico, (b)
recuperar la confianza en el quehacer político y (c) recuperar el compromiso ciu-
dadano.
Destacados autores —economistas, politólogos o sociólogos— han venido
publicando artículos en la prensa diaria que aportan reflexiones sobre algunos
aspectos del momento de incertidumbre por el que atravesamos (Castells, 2010;
Costas, 2008; González, 2008). Con algunas de sus ideas creo que puede cons-
truirse una reflexión más global que sirva para evaluar los principales problemas
de nuestras sociedades, así como alguna posible vía de solución. Desde el punto
de vista analítico, pueden separarse tres grandes esferas —aunque interconec-
tadas entre ellas—: la que atañe a las relaciones económicas, la que atañe a las
relaciones políticas y la que atañe a las relaciones sociales.
Forma parte del arte, además de la ciencia, de las políticas públicas. Del arte de
gobernar y del arte de transformar los valores de las sociedades. Para ello es ne-
cesario un liderazgo institucional y político capaz de promover los cambios ne-
cesarios que mejoren la eficiencia de nuestras instituciones. Un liderazgo capaz
de persuadir y de coordinar las motivaciones de todos los actores sociales. Un
liderazgo que marque el rumbo del cambio, que persuada y que restaure la espe-
ranza en que entre todos los sectores seremos capaces de superar este contexto
(negativo) por el que circulamos.
Tal vez aquí, lo que se necesite sea la política con mayúsculas, la que mira a
los ciudadanos y pone al mercado a su servicio, y no al revés. Regular el mercado
no es sustituirlo, sino enmarcarlo en su función correcta. Por eso esta es la hora
de la política como gobierno de los intereses de los ciudadanos en el espacio que
compartimos en todas sus dimensiones. Son necesarias políticas capaces de or-
denar el sistema financiero y los flujos comerciales. Pero capaces también de di-
señar medidas que permitan fortalecer la cohesión social en todos sus aspectos y
recuperar la confianza en el gobierno de lo público. Tanto a escala nacional como
global: cabe recordar que, si bien la crisis nace de la carencia de gobernanza global
adecuada, y es interés de todos reformar el funcionamiento del sistema, lo cierto
es que ha repercutido también en las gobernanzas nacionales. En un contexto de
falta de confianza en los directivos institucionales y políticos parece necesaria una
labor de pedagogía que permita refundar la vida social y la vida democrática. Y
para ello se necesita la regulación proveniente del Estado, el control público de
las finanzas y, muy especialmente, de los comportamientos especulativos. Deben
producirse cambios en el sistema financiero, recuperar un control político sobre la
economía, tanto en el ámbito de los Estados-nación como a escala mundial. Para
lo primero tengamos tal vez mecanismos más a mano, basados en las elecciones
de gobiernos responsables. Para lo segundo, tal vez deba crearse un mecanismo
mundial capaz de dirigir o coordinar los intercambios financieros internacionales
(por ejemplo, una adaptación de la reivindicada Tasa Tobin para los movimientos
de capitales).
4. Conclusiones
En estos momentos de incertidumbre surge como un hito de gran importancia la
consecución de una nueva cohesión social —de gran alcance— que no se podrá
más que a la aplicación de reglas dictadas por una autoridad central. En este sen-
tido, un sistema de mercado es un método de coordinación social que se realiza
mediante el ajuste mutuo entre quienes participan en él (Lindblom, 2004). El
sistema de mercado puede resultar un buen elemento de distribución de recursos
en las sociedades complejas, pero otra cosa es suponerle una eficiencia general, ya
que existe un conjunto de determinaciones previas que afectan a sus participan-
tes. Tampoco la libre elección en el consumo va a asociada únicamente al sistema
de mercado y, como se ha analizado, hay esferas de la vida social y la vida política
afectadas, también, por el mecanismo de los mercados.
El sistema de mercado no sólo repercute en nuestro bienestar económico, sino
también en nuestra vida social y política, ya que organiza y coordina algo más que
el flujo de mercancías. Influye en la conducta humana en todas sus dimensiones.
Permite alcanzar un nivel de cooperación que abarca el conjunto de la sociedad,
nacional y global, pero a su vez, como señala Lindblom (2004), plantea un desafío
a la misma noción de sociedad, y aquí surge el espacio donde podemos incidir.
Como dicho autor plantea: ¿qué tipo de sociedad queremos?
La literatura sociológica actual todavía no ha aportado suficientes estudios
sobre cuál es el rol que juegan los mercados en la socialización económica en
la sociedad capitalista moderna. ¿Por qué parece que no hay alternativa a la si-
tuación de crisis creada por los mercados? Otra cuestión no resuelta es la rela-
ción entre el dinero y los mercados. El dinero y los instrumentos financieros del
sistema aparecen e inciden en estrecha relación en algunos de los mercados. Es
necesario estudiar no sólo el impacto del dinero sobre las relaciones sociales, sino
también prestar atención al dinero como un instrumento dinámico y cambiante
para la adquisición de poder, continuando la línea iniciada por Simmel (1977)
en el año 1900.
Tenemos abiertos, pues, importantes retos teóricos que podrían ayudar a la
comprensión de la complejidad del mundo moderno y a la posible búsqueda de
su transformación.
5. Bibliografía
Anisi, D. (1988). Trabajar con red. Un panfleto sobre la crisis. Madrid: Alianza.
Castells, M. (2010). «Las culturas de la crisis», en La Vanguardia, 5/06/2010.
Costas, A. (2008). «Salvar el capitalismo de sus depredadores», en El País,
28/10/2008.
Galbraith, J. K (1992). Historia de la economía. Barcelona: Ariel.
González, F. (2008). «Vuelve la política», en El País, 5/11/2008.