REALIDAD Historia Marquinez Argote
REALIDAD Historia Marquinez Argote
REALIDAD Historia Marquinez Argote
Resumen: Este ensayo reconstruye la historia de la palabra realidad, desde sus oríge-
nes latinos hasta la metafísica de Zubiri. La voz realitas fue introducida al parecer por
D. Escoto en el vocabulario escolástico. De ella deriva el sustantivo abstracto realidad con
significado de existencia. Empezó a utilizarse a finales de siglo XV, pero no logró arraigar
hasta mediado el siglo XIX. En el siglo XX se generalizó su uso en la literatura y la filoso-
fía españolas. La importancia del tema se advierte con sólo pensar que la filosofía de
Zubiri, centrada en la palabra realidad, no hubiera sido posible cuando esta palabra no
existía o cuando no tenía arraigo suficiente en nuestra lengua. En conclusión, toda filoso-
fía es histórica, y la historicidad afecta no sólo a los conceptos, sino también a las palabras
que los expresan.
Palabras clave: D. Escoto, G. de Ockham, F. Suárez, R. Descartes, M. de Cervan-
tes, F. de Quevedo, B. Gracián, J. Balmes, J. Del Río, B. Pérez Galdós, M. Unamuno, J.
Ortega y Gasset, X. Zubiri, J. Guillén, G. García Márquez // Res, realitas, realidad, ver-
dad, en realidad de verdad, de suyo, de mío.
1. INTRODUCCIÓN
Para empezar, dedico este ensayo a Diego Gracia Guillén, de quien recibí la
idea y el impulso para escribir esta pequeña historia de una palabra, realidad,
dían existencia a dichas naturalezas universales de tres modos: ante rem, en las
ideas ejemplares divinas; in re, como formas inherentes a las cosas mismas; y
post rem, como conceptos abstraídos de las cosas por la mente humana.
Un acontecimiento filosófico de primer orden ocurrió el día en que la
humilde res fue elevada, por encima de los conceptos específicos y genéricos, al
rango de concepto trascendental. A estos efectos, todos los comentaristas de
Santo Tomás destacan la importancia de un texto suyo, de las Quaestiones dis-
putae de veritate, en el que enumera seis trascendentales, a saber: ens, res,
unum, aliquid, verum et bonum. En esta lista, res ocupa el segundo lugar, des-
pués de ens. Más aún, citando a Avicena in principio Metaphysicae, el doctor
Angélico llega a identificar ens y res, afirmando que ambas voces significan lo
mismo, aunque con connotaciones distintas, ya que ens dice relación al hecho de
existir o “actuum essendi”; mientras que res se refiere a lo que la cosa es, a la
“quidditatem sive essentiam entis”. En el comentario al libro de la Sentencias de
Pedro Lombardo, añade Santo Tomás que la esencia de una cosa puede ser con-
siderada de dos modos: “En concreto, tal como existe extra animam, y tal como
existe in anima en tanto que aprehendida por el entendimiento”. Hecha esta
distinción, afirma Santo Tomás que en sentido conceptivo la voz res “dicitur a
reor, reris”, antiguo verbo deponente poco utilizado en el latín clásico que signi-
ficaba pensar; mientras que res en sentido efectivo es “aliquid ratum et firmum
in natura”4, lo ratificado o firmemente establecido en la naturaleza.
Elevado el sustantivo res al más alto rango metafísico, cabía esperar que a
su lado desempeñaran un papel más brillante en filosofía el adjetivo realis, el
adverbio realiter y, finalmente, el sustantivo abstracto realitas. Ninguna de estas
tres voces figura en los citados diccionarios del latín clásico de Forcellini o de
Ernout-Meillet; tampoco en los de Clare o R. de Miguel5. A los clásicos latinos
les bastaba con recurrir a las palabras revera, reapse, vere, veritas, etc. para
expresar el aspecto existencial y efectivo de las cosas. Las nuevas palabras, deri-
vadas de res, fueron introducidas en el vocabulario latino durante la Edad Media
para usos escolásticos. Comelarán señala a Mario Victorino, gramático del siglo
VI p. C., como introductor del término realis6. Du Cange, por su parte, cita dos
4 Nomen res “in hoc differt ab ente, secundum Avicennam in principio Metaphys., quod ens
sumitur ab actu essendi; sed nomen rei exprimit quidditatem seu essentiam entis”, Quaest disp. de
veritate, q. I, a. 1; In lib. I. Sent., Dist. XXV, q. 1, a. 4; In lib. II Sent., Dist. XXXVII, q. 1, a. 1. Las
voces latinas res, reor, ratum, ratio, según A. Ernout – A. Meillet provienen de la raíz indoeuropea
ra-, que originariamente significó propiedad, bienes, riqueza: Dictinaire étymologique de la langue
latin: Histoire des mots. París, 4ª. edic. París, 1979.
5 P. G. W. Clare, Oxford Latin Dictionary, Oxford, Claredon Press, 1976; R. De Miguel,
Nuevo diccionario latino-español etimológico, Madrid, Visor Libros, 2000.
6 F. Comelerán, Diccionario clásico-etnólógico latino español, Madrid, Imprenta Perlado,
1912.
textos del siglo XII en los que aparecen realiter y realitas usados en sentido vul-
gar7. En el siglo XIII tanto realis como realiter fueron de uso frecuente entre los
escolásticos, no así realitas. En ninguna de sus obras empleó esta palabra abs-
tracta Santo Tomás, aunque aparezca reseñada en el monumental Index Tho-
misticus de Roberto Busa, referida a un opúsculo atribuido secularmente al
Aquinate, pero que hoy sabemos que es de un desconocido autor de la escolás-
tica tardía8.
Fue, al parecer, Duns Escoto quien la introdujo para resolver algunos pro-
blemas fundamentales de su filosofía como el de la univocidad del concepto del
ser y el de la composición metafísica de los seres creados. En cuanto al primer
problema, afirmaba el doctor Sutil que el concepto del ser conviene por igual a
Dios y a las creaturas, aunque el ser divino y los seres creados son totalmente
diversos en el orden real, “primo diversa in realitate”, por no convenir en nada,
“quia in nulla realitate conveniunt”9. ¿Cómo puede haber univocidad concep-
tual y equivocidad real entre Dios y las creaturas? Para nuestro estudio poco inte-
resa la respuesta a esta cuestión, porque lo que nos importa es establecer el ori-
gen del neologismo en cuestión. Tan distinto de las creaturas es Dios, prosigue
Escoto, que no cabe dentro de ningún género ni especie; todo género tiene en sí
una cierta realidad, “aliquam realitatem in se”, que está en potencia con res-
pecto a otra realidad, “ad aliam realitatem”, es decir, a la especie y ésta lo está
con relación al individuo; pero Dios no puede ser “talis realitas” en potencia:
luego Dios trasciende todo género y especie, mientras que las cosas creadas se
diferencian unas de otras por razón del género y de la especie a la cual pertene-
cen.
El segundo problema era el de cómo explicar la composición metafísica de
los seres materiales. Éstos se componen de formas reales diversas, pero no sepa-
rables, mediante las cuales la común naturaleza se convierte de genérica en espe-
cífica y de específica en singular. A dichas formas las llama Escoto formalitates y
dice de ellas que, pudiendo ser realidades, “sicut possunt esse realitates”, no se
7 Ch. De Cange, Glossarium mediae et infimae latinitatis, Parisiis, Firmin Didot, 1840-
1850. La palabra Realitas aparece el año 1120 en el siguiente texto: “Capud ipsum monasterium
Tironense a eius abba, conventus et caeteri religiosi, necnon eorum familiares [...] de quibusvis foris
facto, ressorto, appellatione, deffectu justitiae, realitate, personalitate, etc.”, en Charta Ludov. VI,
anno 1120. Inter instr. tom 8, Gall. Chist. Col. 321.
8 R. Busa, Index Thomisticus, Milano, 1974-1980, Sect. III, Concord. Prima, vol. 5,
68493j. La palabra realitas se encuentra en el opúsculo de autor desconocido Summa totius logi-
cae Aristotelis: “ens per prius dicitur de substantia in qua maxime salvatur sua realitas”, Trat. 2, c.1.
Sobre los opúsculos atribuidos a Santo Tomás, ver P. Mandonnet, Opuscula omnia genuina quidem
necnon spuria, 5 vols. Parisiis, 1927.
9 D. Scotus, Ord. 1, dist. 8, pars 1, q. 3. n. 82. (Ed. Vaticana de C. Balic, t. IV, pp. 190 y
ss).
distinguen entre sí numéricamente “ut res et res”, sino con distinción real menor
que la numérica, llamada “distinctio formalis ex parte rei”10. La invidualización
de tales naturalezas universales corre a cargo de una “ultima realitas seu perfec-
tio”, que Escoto llamaba “haecceitas”, neologismo que podría traducirse al espa-
ñol por “estidad”, es decir, lo que hace que esta cosa sea ésta y no otra11.
Dejando de lado el fondo de estas cuestiones, ajeno a nuestro estudio, hay
que reconocer al doctor Sutil una formidable inventiva de neologismos, de los
cuales el más afortunado fue sin duda realitas, traducido posteriormente a las
lenguas modernas. Debió en sus comienzos resultar malsonante la palabra reali-
tas, como también un siglo más tarde nuestra palabra realidad12. El caso es que
los discípulos de Escoto abusaron tanto de dicha facultad creativa de neologismos
que en el siglo XVI Pedro Martínez de Osma califica de “multiplicatores verbo-
rum” o “verbosistas” a aquellos escotistas que dan culto a las nuevas palabras,
como si en ellas radicase toda la fuerza del saber13.
La nueva palabra pasa a Guillermo de Ockham, en las discusiones que sos-
tuvo con Escoto sobre dicho tema. Por principio de economía, se negaba
Ockham a admitir el complicado sistema escotista de naturalezas universales
individualizadas mediante la haecceitas, afirmando que todo ser real es singular
o individual por su propia naturaleza. La universalidad sólo reside por naturaleza
en nuestros conceptos, que representan a las cosas en lo que tienen de semejan-
tes. Dichos conceptos o representaciones poseen un esse objetivum in anima,
distinto del esse subjectivum que las cosas representadas poseen extra animam.
Esta importante distinción tuvo, al parecer, origen en Enrique de Gante, pero
quien la popularizó fue Ockham, pasando posteriormente a Suárez.
10 E. Gilson, gran conocedor de Escoto, escribe sobre dichas naturalezas universales: “No son
cosas (res), sino realidades (realitates); no seres (entia), sino entidades (entitates) lo suficientemente
reales para que sea posible su distinción formal por el pensamiento”, en Lingüística y filosofía,
Madrid, Gredos, 1974, p. 152.
11 D. Scotus, Ord. II, dist. 3, pars 1, q. 6, n. 15 y ss. (C. Balic, pp. 483-484). Ver M. Fernán-
dez García, Lexicon Scholasticum philosophico-theologicum in quo termini, definitiones, distinc-
tiones a Beato I. D. Scoto declarantur, 2ª edic., New York, Geor Olms, 1974. El novedoso estilo
del doctor Sutil es elogiado por Zubiri: “La filosofía como ciencia consistirá en la inquisición de estas
primalidades del ser, como dirá espléndidamente, muchos siglos después, Duns Escoto”, Naturaleza,
Historia, Dios, p. 137.
12 Fue tan disonante el uso de realitas y de realidad, como lo es hoy el abstracto “cosaidad” o
“cosalidad” que, como traducción de Dingheit, emplea E. Ovejero Maury en G. F. Hegel, Enciclope-
dia de las ciencias filosóficas, México. Porrúa, 1971, p. 73; X. Zubiri empleó “coseidad” en Natu-
raleza, Historia, Dios, p. 440.
13 Osma denunciaba: “Los seguidores de esta tendencia acostumbran, no sé por qué motivos,
llamar formalitates a las razones formales [...]. Por la misma razón [ironiza Osma] a las cosas esen-
ciales habría que llamarlas essentialitates, a las accidentales accidentalitates, y así otras ridiculeces,
et sic de aliis ridículis”, ver M. Andrés, La teología española en el siglo XVI, 2 vols., Madrid, BAC,
1976, I, p. 261.
14 F. Suárez, Disputaciones metafísicas, edic. bilingüe 5 vols., Madrid, Gredos, 1953, Disp.
I, Sec. 1, n. 4; Disp. 1I, Sect. 5, n. 5.
15 T. Cronin, Objective being in Descartes and Suárez, Roma Pontificia Universitas Grego-
riana, 1966. A propósito, comenta E. Gilson: “Desde la Edad Media, se abrió camino una tendencia
a hacer del contenido inteligible del concepto un objeto propio de conocimiento, distinto de la cosa
conocida por el concepto. Es lo que se llamaba conceptus objectivus. Tal decisión de algunos maes-
tros, mas bien oscuros, no tuvo importancia hasta el día en que, atendiendo a las exigencias de su
método matemático, Descartes se apropió de la noción de “concepto objetivo” o “realidad objetiva
del concepto”, entendiendo por ello la realidad misma en tanto que representada en y por el con-
cepto”, en Lingüística y filosofía, Madrid, 1976, Gredos, 1974, p. 152.
16 R. Descartes, Meditationes de prima philosophia, en Ch. Adam – P. Tannery, Oeuvres
de Descartes, t. III, Med. 3ª, pp. 40 y ss.
17 M. Kant, Crítica de la razón pura, trad. M. García Morente, México, Porrúa, pp. 110,
158, 162, etc. Para Kant los juicios afirmativos son posibles gracias a la categoría realidad.
18 A. Pintor Ramos, Nudos en la filosofía de Zubiri, Salamanca, Universidad Pontificia,
2006, p. 200. Sobre este tema escribía X. Zubiri en 1933: “La riqueza y la precisión infinitesimal del
vocabulario escolástico constituye uno de los tesoros que es más urgente poner en rápida circulación.
Gran parte de aquel ha pasado al idioma nacional, y sólo el abandono que han padecido los estudios
filosóficos en nuestra lengua han podido hacer caer en el olvido esenciales dimensiones semánticas
de nuestros vocablos. Urge hacerlas revivir, y con ellas el rigor intelectual de la filosofía próxima siem-
pre, por su propia esencia, a desvanecerse en vagas profundidades nebulosas”, en Naturaleza, His-
toria, Dios, p. 161.
camino real, un real de plata, etc. De real, en sentido regio, derivó el adverbio
realmente con significación de regiamente19; más tarde aparecería la palabra
realidad con significado de realeza o magnificencia regia. En el Cancionero de
Baena, compilado hacia 1430, leemos lo siguiente:
Las palabras entre corchetes están puestas en el texto por Durtton, para
quien realidad significa aquí realeza o magnificencia regia. El mismo significado
tiene realidad en la Crónica de D. Álvaro de Luna, condestable de Castilla y
León y maestre y administrador de la Orden y Caballería de Santiago. En el título
LXXXV de esta obra, escrita en 1451, se describe la visita que el rey hizo a la
villa de Escalona. Comenta el cronista que “menester fuera en este paso aquel en
escribir abundante Ovidio Nasso, para que según él en sus metamorfeos y ficcio-
nes escribe, e designa la casa del Sol e los adornamientos e polidezas, e arreos, e
los edificios de aquella, escribiera [yo] con verdad e con realidad del fecho, los
palacios de mucho frescor, los altos olorosos e perfumes de suave olor, los jardi-
nes, los naranjales, los exquisitos e ingeniosamente invencionados modos de
humanas delectaciones, que el noble Maestre Condestable en aquellos días en
que el Rey su Señor estuvo en aquella villa, le supo administrar, e le adminis-
tró”21. En este texto el cronista expresa el deseo de describir los lugares y pala-
cios de la villa de Escalona visitados por el rey, con la misma verdad y magnifi-
cencia regia, con que en su tiempo lo hiciera el gran poeta latino Ovidio Nasón.
Pero hay una segunda raíz, la polisémica res, de la cual derivaron real, real-
mente y realidad en sentido de existencia efectiva y verdadera de algo. En este
segundo sentido, que es el que aquí nos interesa, ni el adjetivo, ni el adverbio y
menos todavía el sustantivo realidad figuran en los acreditados diccionarios de
19 El adverbio “realmientre” lo utiliza Don Juan Manuel, Libro del conde Lucanor (h. 1250),
edic. de H. Kbusd y A. Birch, Leizig, 1900, p. 292; aparece también en Primera crónica general de
Alfonso X el Sabio, edic. de Menéndez Pidal, 3ª reimpr., Madrid, Gredos, 1977, t. I, p. 75. Nebrija
recoge este significado del adverbio REALMENTE: “Regaliter / realmente cosa hecha / regificus-a-
um”, ver L. García-Macho, El léxico castellano de los Vocabularios de Antonio de Nebrija, 3 vols.,
Hildeshein, Olms-Weidmann, 1996.
20 B. Durtton – J. González, Cancionero de Juan Alonso de Baena, Madrid, Visor Libros,
1993, n. 463, 30, p 714. Las palabras entre corchetes son apostillas de Durtton al texto.
21 Crónica de D. Álvaro de Luna, 2ª. edic. publicada por Josef Miguel de Flores, Madrid,
Imprenta de Don Antonio de Sancha, 1784, Título LXXXXV, p. 224.
bras: “Mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día pasa, y
mayor la que mata un ánima, que la que quema cien mil cuerpos. Como de la
apariencia a la existencia, como de lo vivo a lo pintado, como de la sombra a lo
real, tanta diferencia hay del fuego, que dices, al que me quema”25. Aparece
aquí por primera vez el adjetivo real sustantivado como sinónimo de realidad.
Otros muchos vocablos procedentes del latín introdujo el bachiller Rojas en
su obra. A este hecho se refiere Juan de Valdés en Diálogo de la lengua, obra
escrita en Nápoles hacia 1535, haciendo las siguientes consideraciones: Pri-
mera: que “todos los hombres somos más obligados a enriquecer la lengua que
nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que
nos es pegadiza y que aprendemos en los libros”. Segunda: que para todos los
vocablos nuevos “yo de muy buena gana daré mi voto [... ], aunque algunos de
ellos se me hacen durillos, pero conociendo que con ellos se ilustra y enriquece
mi lengua, todavía los admitiré y, usándolos mucho, poco a poco los ablandaré”.
Tercera: que “algunos vocablos son tan latinos que no se entienden en caste-
llano, y en partes donde podría poner propios castellanos, que los hay”. Cuarta:
que, pese a todo, “soy de la opinión que ningún libro hay escrito en castellano
donde la lengua esté más natural, más propia ni más elegante”26. Algunos de los
vocablos impropios, que no le hacían mucha gracia a Valdés, son: cogitaciones,
coligen, esciente, incogitado, natura, nocible, parlero, parlería, etc., que ni
siquiera hoy están en uso. Entre los vocablos durillos que, una vez ablandados
con el uso, enriquecen la lengua, están sin duda lo real y objeto, etc., sustantivo
éste último tan desconocido en el español medieval, como central en la filosofía
moderna.
Siguiendo el orden cronológico, el año 1535 apareció en Roma la primera
edición de Dialoghi d’amore de León Hebreo, famosa obra que tuvo varias tra-
ducciones al castellano27, entre ellas la de Garcilaso de la Vega, que orgullosa-
mente se llamaba el Inca, editada en Madrid el año 1590. En el primero de los
Diálogos aparece repetidamente la palabra realidad, cuando se discute sobre si
pueden coexistir el amor y el deseo de algo o si, por el contrario, se excluyen
como el ser y el no ser. La respuesta de Filón a Sofía es que tanto el amor como
25 F. de Rojas, Comedia de Calixto y Melibea, Medina del Campo, 1499. Citamos La Celes-
tina, con introducción y notas de Julio Cejador, 9a. edic., 2 vols., Madrid, Espasa-Calpe 1968, Act.
1, pp. 40-41. Ver LL. Kasten – J. Anderson, Concordance to the Celestina. Madison, The Hispa-
nic Seminary of Medieval Studies, 1977.
26 J. de Valdés, Diálogo de la lengua. Madrid, Castalia, 1969, p. 121.
27 La obra tuvo varios traductores: R. Guedalia Ibn Yahia, Venecia, 1568; Montosa, Carlos (y
Hernando su padre), Zaragoza, Ángelo Tabanno, 1584; Garcilaso, que la titula: Diálogos de amor
de León Hebreo, hecha del italiano al español, por Garcilasso Inga de la Vega, natural de la gran
ciudad del Cuzco, cabeza de los reynos y provincias del Perú, Madrid, Pedro Madrigal, 1886.
Edic. facsimilar en Sevilla, Junta de Andalucía, 1989.
el deseo presuponen el ser de la cosa que se ama, porque nada es amado y tam-
poco deseado, si no es previamente conocido. Al respecto escribe León Hebreo
textualmente:
“Nuestro entendimiento es un espejo y ejemplo, o, por decir mejor, una
imagen de las cosas reales”. Las cosas tienen ser “así en realidad como en
conocimiento”. El amor real recae sobre el ser existente; en cambio, “el [amor]
imaginado puédese tener de todas las cosas deseadas por el ser que tienen en la
imaginación, del cual ser imaginado nace un cierto amor, cuyo sujeto no es la
propia cosa real que se desea, por no tener aún ser en realidad propia, sino
solamente en el concepto de la cosa, tomada en su ser común”. Como otros
renacentistas, León Hebreo utiliza el diálogo para acercar la filosofía al lector
común, explicándole en forma sencilla “qué quiere decir esencia, sustancia, uni-
dad, verdad, bondad, hermosura y otros [términos] semejantes que en la reali-
dad de las cosas se usan”28. Además de la palabra realidad, he contado en dicha
obra hasta catorce veces el adjetivo real y cinco veces el adverbio realmente.
No interesan aquí los conceptos platónicos que sobre el amor se vierten en
esta admirable obra, sino la presencia de la palabra realità en romance toscano
y realidad por vía de traducción en castellano. Hecho significativo éste, si se
tiene en cuenta la gran difusión que dicha obra alcanzó en los siglos XVI y XVII y
que el propio Cervantes recomienda su lectura a cuantos traten de amores, afir-
mando en el Prólogo a la I Parte de El Quijote que “con dos onzas que sepáis de
lengua toscana toparéis con León Hebreo que os hincha las medidas”. Lo cual
quiere decir que Cervantes había leído la obra de León Hebreo en su lengua ori-
ginal, aunque ya existían buenas traducciones al castellano.
en forma dialogada. No se vio libre de críticas por este hecho, de las que se
defendió al comienzo del libro III de dicha obra:
Fray Luis era un grandísimo poeta y buen prosista, pero los temas teológi-
cos tratados en dichos diálogos le obligan a veces a recurrir a expresiones duras,
con fuerte sabor escolástico, como puede verse en el siguiente texto: “Cuando
nosotros teníamos el ser en virtud y estábamos como encerrados en nuestro
principio, y después en expresa realidad, cuando salimos de él viniendo a esta
luz, comenzamos a ser nosotros mismos”. En otros lugares fray Luis recurre a
expresiones como “en efecto y realidad”, “en realidad y en efecto” y, sobre
todo, emplea repetidas veces el modismo “en realidad de verdad” en Los nom-
bres de Cristo30. Lo propio hacían otros escritores tanto en la Península como
en América31, hasta el punto de que “en realidad de verdad” queda convertido
a finales del siglo XVI en una de las muchas muletillas o bordones del lenguaje
hablado y escrito. Valdés define los bordones como “esas palabrillas que algunos
toman a qué arrimarse cuando, estando hablando, no les viene a la memoria el
vocablo tan presto como sería menester”32.
Contra el uso abusivo de bordones se rebeló Quevedo, en uno de sus prime-
ros escritos, titulado: “Premática que este año de 1600 se ordenó por ciertas per-
sonas deseosas del bien común y de que pase adelante la república, sin tropezar ni
usar de bordoncillos inútiles, pues se puede andar sin ellos y por el camino llano
de las conversaciones y en el escribir de cartas, con que algunos tienen la buena
prosa corrompida y enfadado el mundo”33. Hace unos breves considerandos y
30 Fray Luis. de León, Los nombres de Cristo, Lib. I, pp. 224, 205, 225, 226; Lib. II, p. 75;
Lib. III, pp. 74, 77, 78.
31 Utilizan dicho bordón, entre otros: B. Torres Naharro, Propaladia, 1ª edic. 1517, ed. Libr.
de Ant. t. I, p. 10; Antonio de Morales, Crónica general, lib. 8, cap. 34; Fray Juan de Los Ángeles,
Obras místicas, Madrid, Nueva Biblioteca de Autores Españoles, tomos: XX, pp. 10, 339, 536;
XXIV pp. 52, 94; Fray Pedro de Vega, Declaración de los siete salmos penitenciales, Salmo IIII, 3,
p. 317; Fray Antonio Cáceres y Sotomayor, Paráfrasis de los salmos de David, Sal. 129, p. 256.
32 J. de Valdés, Diálogo de la lengua, p. 153.
33 F. de Quevedo, Obras completas,Madrid, Aguilar, 1932, t. I, p. 22. En su afamado Tesoro
de la lengua castellana o española, Madrid 1611, S. de Covarrubias define PREMÁTICA: “Ley que
se promulga en razón de las nuevas ocasiones que se ofrecen para remediar excesos y daños”.
enumera a continuación una larga lista de bordones prohibidos, entre los cuales
figura en tercer lugar “en realidad de verdad”. Poco caso hicieron los escritores
del Siglo de Oro de dicha ordenanza quevedesca, pues siguieron utilizando el bor-
dón vedado, entre otros, que yo sepa, López de Úbeda en la Pícara Justina34,
Fernández de Avellaneda en El Quijote apócrifo35 y el mismísimo don Miguel en
el suyo auténtico, como más adelante veremos. Por su parte, fray Diego Niseno,
provincial de los PP. Basilios de Madrid, censura a F. Quevedo por escribir en uno
de sus escritos satíricos haber visto cuerpos en el infierno, lo cual “en realidad de
verdad no se puede decir, pues no los puede haber de ley ordinaria hasta la uni-
versal resurrección”36. Tan arraigado debía estar dicho bordón a comienzos del
siglo XVII, que no pudieron menos de registrarlo en sus respectivos Diccionarios
Percivale, Palet, Oudin, Franciosini, Sobrino y Stevens37; Cesar Oudin en su Tré-
sor des deux langes Française et Espagnole de 1605 establecía las siguientes
correspondencias entre ambos idiomas: Realidad por réalité // En realidad de
verdad por à la vraye verité // Real y verdaderamente por réellement et de fait.
El arraigo que este bordón tuvo en los siglos XVI y XVII demuestra lo fuerte-
mente ligada que estuvo desde sus comienzos la nueva palabra realidad a la vieja
palabra verdad. Esta estrecha relación o parentesco semántico entre ambas tras-
parece no sólo en el comentado bordón, sino en frases comunes en el siglo XVII,
como estas: “La realidad de la verdad es que...” // “Esta es la realidad de la
verdad” // “Escribo a Vuestra Reverencia la realidad de la verdad de lo que
pasó”38.
34 F. López de Úbeda, La pícara Justina, Medina del Campo, 1605, en. edic. Puyol, pp. 28,
133.
35 A. Fernández de Avellaneda, Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha, Tarragona, Felipe Roberto, 1614. Edic. de Clásicos Castellanos, Madrid, Espasa-Calpe,
1972, III, c. 28, p. 88.
36 Fray Diego Niseno, “Censura al libro que ha estampado en Gerona, año de 1628, don
Francisco de Quevedo, cuyo título es Discurso de todos los diablos, o Infierno emendado”, en F.
de Quevedo, Obras completas, t. I, 199.
37 R. Percivale, An Dictionary in Spanisch and Englisch, London, 1591; J. Palet, Dicciona-
rio muy copioso de de las lenguas española y francesa, 1605; C. Oudin. Trésor des deux langes
Française et Espagnole, Paris, 1607; Tesoro de las dos lenguas española y francesa, Bruselas,
1625, 4ª edic. 1916; L. Franciosini, Vocabulario español e italiano, 2 vols., Roma, 1620; F.
Sobrino, Diccionario nuevo de las lenguas española y francesa, Bruselas, 1705; J. Stevens, A new
Spanish and English Dictionary, London, 1706. C. Oudin tradujo al francés la primera parte de El
Quijote en 1914 y en 1622; L. Fraciosini lo hizo al italiano.
38 P. Boid, Léxico hispanoamericano del siglo XVI, London, Támesis Book, 1971, ver
REALIDAD. No deja de ser curioso el hecho de que el propio X. Zubiri utilizara dicho modismo para
defender, contra posibles ideísmos e idealismos, los fueros de la realidad frente a la verdad: “Saber,
escribe, no es sólo entender lo que de veras es la cosa desde sus principios, sino conquistar realmente
la posesión esciente de la realidad; no solo la “verdad de la realidad”, sino también “la realidad de la
verdad”. “En realidad de verdad” es como las cosas tienen que ser entendidas”, en Naturaleza, His-
toria, Dios, p. 74.
43 Ibidem, I parte, cc. 5, 21, 24, 37, 47; II parte, cc. 31, 49, 57. I
44 Ibidem, I parte, cc. 29, 37; II parte, cc. 2, 5, 10, 11, 15, 16, 35, 71
45 Ibidem, I parte, c. 8; ll parte, c. 5, 33.
46 C. Fernández Gómez, Vocabulario completo de Lope de Vega, 3 vols., Madrid, RAE,
1971. Tan sólo dos veces aparece el adverbio realmente en su extenso epistolario.
candidatos que, por muy santos que sean, ninguno puede ser patrón de la nación
española, porque “contradícelo la realidad y el hecho”47.
Cabría esperar de Calderón un mayor apego a la palabra realidad, dado el
intenso dramatismo con que plantea la cuestión de si la vida humana es verdad o
si, por el contrario, es sueño, sombra, mentira, apariencia, ficción. Pero poco
recurre a ella. En su inmensa obra apenas he podido encontrarla en dos de sus
autos, perdida como una aguja en un pajar. En uno de ellos, El día mayor de los
días, el Pensamiento, personaje simbólico, discurre acerca de la naturaleza del
tiempo, que por no tener ni pasado ni futuro, es sólo presente. Ante tan poca
entidad, prefiere indagar “no tanto en la realidad [del tiempo], cuanto en lo que
representa” éste en la vida humana48. En otro auto, El valle de la zarzuela, la
Culpa discurre sobre la naturaleza de los sentidos de la vista y el oído, en estos
términos:
Después de este prolongado viaje por la literatura clásica sin ver arraigado
todavía el término realidad, llegamos a la segunda mitad del Siglo de Oro,
cuando por fin aparece el último gran clásico, Baltasar Gracián, en cuyas obras
la palabra realidad adquiere por primera vez abundante presencia, vigencia e
importancia. Muestras fehacientes de ello son los siguientes textos, tomados de
Oráculo manual, obra publicada en 1647: “La realidad y el modo. No basta la
substancia, requiérese también la circunstancia” // “La realidad excede al
concepto” // “Realidad y apariencia. Las cosas no pasan por lo que son, sino
por lo que parecen” // “Por méritos que no por realidad”50.
Entre 1653-1657 publica su obra más importante El Criticón, de la cual
ofrecemos estas otras muestras: “Si la sombra es tal, cuál será su causa y la rea-
lidad a que sigue” // “Fantástica grandeza de un rey, sin nada de realidad” //
47 F. de Quevedo, Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1932, vol. I, pp. 20, 503.
48 P. Calderón de la Barca, El día mayor de los días, en Obras Completas, Madrid, Aguilar,
1987, t. III, p. 1638.
49 Idem, El valle de la zarzuela, en Obras completas, t. III, p. 707.
50 B. Gracián, Oráculo manual, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1960, Ator. 14, 19,
99, 103B.
“Hacíase ojos mirando hacia palacio, por ver si podía brujulear alguna realidad”
// “Siempre se adelanta la imaginación a la realidad” // “No hay realidad en
todos ellos” // “Se conoció con toda realidad” // “Se hallaron dentro del
encantado palacio con realidades de un cielo” // “Con apariencias de hombres
y realidades de bestia” // “Cuando al pagar dice el médico no, no, habla en
cifra y toma en realidad” // “Muchos de estos italianos, debajo de rumbosos
títulos, no meten realidad ni substancia”51.
Llama la atención en la obra de Gracián la modernidad de su expresión lite-
raria y la firme implantación en ella de la vieja palabra que historiamos; ello,
según creo, más por influencia latina y de los clásicos franceses, a los que el ara-
gonés era afecto, que por el uso literario de sus antecesores. Pero los escritores
del siglo XVIII lejos de imitar el ejemplo de B. Gracián, a quien tachaban de con-
ceptista y culterano, siguieron en buena medida apegados a las viejas formas. En
muy pocas ocasiones emplearon la palabra realidad Feijoo, Moratín y el padre
Isla, etc. He aquí algunas: “Los experimentales, escribe Feijoo, que en la reali-
dad son los verdaderos filósofos...”52. Moratín considera que “la tragedia pinta a
los hombres, no como son en realidad, sino como la imaginación supone que
pudieron o debieron ser”53. Isla se burla de la retórica, tanto más huera y atre-
vida cuanto más ignorante, del inefable predicador fray Gerundio de Campazas,
alias Zotes, malformado por la jerga escolástica hasta el punto de que “por la
palabra sustancia, en su vida no entendió otra cosa que el caldo de gallina”. Tan
mal estaban los estudios entonces, que “en la realidad necesitaban de muchas
reformas”54.
No obstante, en el siglo XVIII se dio un paso muy importante en el proceso
de normalización de la palabra en cuestión y de sus afines, al ser incluidas en el
Diccionario de autoridades, obra publicada en cinco volúmenes entre 1726-
1739 por la Real Academia de la lengua castellana, fundada en 1713. Casi
medio siglo después, la docta corporación redujo tan voluminosa obra a un solo
tomo, “para su más fácil uso”, resultando así la que se considera 1ª edición del
Diccionario de la Lengua Castellana. Publicado en 1780, desde entonces hasta
2001 se cuentan nada menos que 22 ediciones, que han ido registrado los cam-
bios producidos en el cuerpo de nuestra milenaria lengua. En ambos diccionarios
quedaron registradas las palabras real, realmente y realidad, ésta última con sig-
nificación de: “Existencia física y real de cualquiera cosa; se toma también por
51 Idem, El Criticón, en Obras completas, I, Cris. 13, 7, 8; II, Cris. 1, 4, 3. 10; III, Cris. 2,
4.
52 Fray B. Feijoo, Obras escogidas, Madrid, BAE, 1924, TC. 1, D. 15, 6.
53 L. de Moratín, Obras, Madrid, BAE, 1848, p. 320;
54 F. de Isla, Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, ed.
crítica de José Jurado, Madrid, Gredos, 1992, L. II, cc. 2 y ss.
Llegamos por fin al siglo XIX, en el cual la filosofía española presenta dos
corrientes principales. Por una parte, tiene lugar la restauración del pensamiento
tradicional (tradicionalismo y escolástica); por otra, se da un movimiento de rege-
neración de la vida española de orientación liberal, que tiene su expresión filosó-
fica más importante en el krausismo. Dentro de la primera corriente, la figura de
mayor relieve es la de Jaime Balmes, el precursor del movimiento neoescolás-
tico. “España entera pensó por él, y su magisterio continuó después de la
tumba”, escribe Menéndez y Pelayo, y añade: “Si hay algún español educado en
aquellos días que afirme que su inteligencia nada debe a Balmes, habrá que
dudar de la veracidad de su testimonio”56. Ciertamente, desde su aparición en
1845, El criterio obtuvo un éxito excepcional. Por lo que respecta a nuestro
tema, es difícil olvidar frases como éstas, que todos leímos de jóvenes: “La ver-
dad es la realidad de las cosas” // “Conocer la verdad es conocer la realidad”
// “¿De qué sirve discurrir con sutileza o con profundidad aparente si el pensa-
miento no está conforme con la realidad?” // “Hay verdades de muchas clases,
porque hay realidad de muchas clases”, etc., etc.57. Balmes entiende por reali-
dad la “esencia realizada o existente” en sí misma, por oposición al idealismo
kantiano del objeto, que refuta desde la vieja tradición del realismo ingenuo: “Por
mi parte no quiero ser más que todos los hombres; no quiero estar reñido con la
55 E. de Terreros y Pando, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus
correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana, 4 vols., Madrid, Ibarra, 1786-
1793.
56 M. Menéndez y Pelayo, “Sobre el centenario de Balmes”, en Ensayos de crítica filosófica,
Buenos Aires, EMECE, 1946, p. 451.
57 J. Balmes, El criterio, en Obras completas, Madrid, BAC, 1948-1950, t. I, cc. 1, 5,
naturaleza; si no puedo ser filósofo sin dejar de ser hombre, renuncio a la filoso-
fía y me quedo con la humanidad”58.
Por otra parte, están las corrientes que miran hacia Alemania en busca de
una regeneración de la cultura española, y entre ellas ninguna tan influyente en
España como el krausismo. Desde el punto de vista de la genealogía de las
palabras, constituye un hito importante la obra de Krause, El ideal de la huma-
nidad, traducida al español y publicada en 1860 por Julián Sanz de Río. Hasta
1904 se hicieron tres ediciones de dicha traducción, lo cual prueba la gran
influencia del krausismo en la mentalidad liberal de finales del siglo XIX y princi-
pios del XX. En dicha obra no sólo abunda la palabra realidad, sino que junto a
ella aparecen otras del mismo círculo semántico como: realizar, realizable y rea-
lización, poco usuales con anterioridad. Su uso es tan amplio que he contado en
dicha obra más de treinta veces el verbo realizar y cinco el sustantivo realiza-
ción59. Es obvio que su introducción tuvo lugar por vía de traducción de las pala-
bras alemanas realisiere, realisiert, Realisierung. Por su parte, la Real Acade-
mia terminó oficializándolas en las sucesivas ediciones del Diccionario de la
Lengua Española: realizar, 1817; realizado, 1822; realizable, 1844; realismo
y realista, 1869; realización, 1899; realizador, 1985. A las cuales hay que aña-
dir sus contrarias: irrealizable, 1884; irrealidad, 1925; irreal, 1927.
Pero fue la literatura, más que la filosofía, la que sirvió de cauce para que las
viejas y nuevas palabras llegaran al habla popular y en ella arraigaran. Dos gran-
des corrientes literarias se suceden en el siglo XIX: el romanticismo y el realismo.
El más importante poeta romántico, Gustavo Bécquer, escribía que “los sueños
son el espíritu de la realidad con las formas de la mentira”. Todos soñamos lo
que somos, pero ¿somos tan sólo lo que soñamos? A esta pregunta responde el
poeta en una de sus famosas Rimas:
“Fingiendo realidades
con sombra vana,
delante del Deseo
va la Esperanza.
Y sus mentiras
como el Fénix renacen
de sus cenizas”60.
Otro de los grandes románticos, es José Zorrilla, autor del popular Don
Juan Tenorio, cuya representación en el día de Ánimas se ha convertido en tra-
dición y rito. Recordemos los más que conocidos versos del monólogo de don
Juan, cuando sobre la tumba de Inés emerge su sombra:
“¡Cielos! ¿Qué es lo que escuché?
¡Hasta los muertos así
dejan las tumbas por mí!
Mas sombra, delirio fue.
Yo en mi mente le forjé;
La imaginación le dio
La forma en que se mostró,
y ciego vine a creer
en la realidad de un ser
que mi mente fabricó...
¿Y no pasa veces mil
que, en febril exaltación,
ve nuestra imaginación
como ser y realidad
la vacía vanidad
de una anhelada ilusión?”61
61 J. Zorrilla, Don Juan Tenorio, Barcelona, RBA, 1995, 2ª parte, acto I, escena, V, p. 110.
nas afirma que Cántico de Guillén es una “poesía de realidad en realidades”, que
se caracteriza por “el júbilo ante las formas de la vida en el mundo”72.
En efecto, la poesía de Guillén se encumbra al más alto y claro pico del Par-
naso en Cántico, cuya primera edición data de 1928 y que como los grandes
ríos fue acrecentando su caudal en ediciones sucesivas hasta quedar completo en
1950. Pues bien, en Cántico, cuyo subtítulo es Fe de vida, la palabra realidad se
hace poesía. Guillén poetiza sobre las realidades más simples y cotidianas de la
vida, esas “maravillas concretas” entre las cuales convive gozosamente el poeta,
sin perder nunca de vista el horizonte total de una realidad infinita en continua
creación de la que formamos parte. Basta leer algunos textos para sentir en pro-
pia carne el asombro gozoso que experimentaba el poeta frente al todo de la
realidad cuando escribía su poemario. En “Mientras el aire es nuestro”, primer
poema que da el tono a Cántico, expresa Guillén su experiencia sobre el poder
que la realidad ejerce en su vida:
Esta mi claridad
O júbilo
De ser en la cadena de los seres,
de estar aquí.
El santo suelo piso.
Así, pisando, gozo
De ser mejor,
De sentir que voy siendo en plenitud,
A plomo gravitando humildemente
Sobre las realidades poseídas,
Soñadas por mis ojos y mis manos,
Por mi piel y mi sangre,
Entre mi amor y mi horizonte cierto”74.
Miembros de una misma generación, hay una gran afinidad entre el poeta
que siente y poetiza las maravillas concretas que le ofrece la realidad y el filósofo
que las describe y explica sin perder nunca de vista la formalidad trascendental
de realidad. Respetando cada uno su oficio, haciendo poesía pura Guillén y
Zubiri pura filosofía, ambos son congéneres. Se vieron por primera vez en 1933
en los cursos de verano de la Universidad Internacional de Santander. En el
último tramo de sus vidas mantuvieron una relación amistosa de la que dan fe
tres cartas de Guillén a Zubiri. En la primera, con fecha 28 de junio de 1963, le
da las gracias por la conferencia sobre Bergson [la IV de Cinco lecciones de filo-
sofía]: “tienes la capacidad, le dice, de mejorar lo que te rodea. El haberte
encontrado es para mí, por fin, un punto de apoyo”. En la segunda, escrita en
Málaga el 4 de marzo de 1979, le pregunta: “Mi querido y admirado filósofo: No
74 Cántico, p. 376.
75 En Cántico aparece la palabra realidad en las siguientes páginas: 13, 15, 28, 63,65, 71,
79, 81, 99, 105, 120, 126, 137, 155, 158, 162, 169, 170, 173, 176, 182, 191, 193, 224, 260,
282, 283, 284, 285, 296, 317, 332, 365, 373, 376, 394, 401, 403, 406, 414, 415, 421, 430,
438, 477, 481, 502, 512, 523, 529, 533.
76 Cántico, p. 28.
puede usted imaginarse con cuanto respeto uso tal sustantivo [...] ¿A qué obra de
usted pertenecen los párrafos que se citan en ese artículo? Desearía instruirme.
Enseñar está muy bien. Lo mejor, aprender”77. Más aún, en 1979 la editorial
Barral de Barcelona publicó Aire nuestro y otros poemas, IV tomo de su obra
poética, financiado por el Banco Urquijo y presentado ese mismo año en la
Sociedad de Estudios y Publicaciones de Madrid, de la cual Zubiri era presidente.
Además de Zubiri y de Dámaso Alonso, que presentó el libro, asistieron al acto
Gerardo Diego, Francisco Ayala, Miguel Delibes y Julián Marías, entre otros
muchos, sintiendo todos la ausencia en el acto del admirado poeta y amigo, que
no pudo viajar a Madrid.
Voy a terminar este ya largo elenco de autores del siglo XX, que hicieron
amplio uso de la palabra realidad, con el máximo representante del realismo
mágico, el colombiano Gabriel García Márquez. Cien años de soledad, publicada
en 1947, es una novela total que describe la vida de los habitantes de Macondo,
desde su génesis hasta el apocalipsis. En sus páginas está impresa la palabra reali-
dad con toda su fuerza y múltiples referentes. He aquí unas muestras:
“Ursula se tapó los oídos con cera de abeja para no perder el sentido de la
realidad” // “Muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria,
inventada por ellos mismos” // “José Arcadio recuperó el sentido de la reali-
dad” // “José Arcadio Buendía había perdido el contacto con toda realidad”
// “ Aureliano José acabó por admitir la realidad” // “Cuando abran los ojos
a la realidad se encontrarán con los hechos consumados” // “A medida que la
guerra se fue intensificando y extendiendo su imagen se fue borrando en un uni-
verso de irrealidad” // “Nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los
límites de la realidad” // “Parecía como si una lucidez penetrante le permitiera
ver la realidad de las cosas más allá de cualquier formalismo” // “Remedios, la
bella, [era] feliz en un mundo propio de realidades simples” // “Sintiendo que la
realidad cotidiana se le escapaba de las manos” // “Meme vio entonces a Fer-
nanda y Amaranta envueltas en el halo acusador de la realidad” // “había
resistido sin quebrantos a los golpes más certeros de la realidad cotidiana” //
“Seguro que sería derrotada por la realidad” // “No ponía en duda la reali-
dad” // “Perdió su maravilloso sentido de la irrealidad ” // “Ambos quedaron
flotando en un universo vacío donde la única realidad cotidiana y eterna era el
amor”78.
77 Alude J. Guillén al artículo de Pedro Fernaud “El origen del universo”, El País, 3 de marzo
de 1979, p. 7.
78 G. García Márquez, Cien años de soledad, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1970, ver
pp. 16, 48, 86, 96, 121, 127, 138, 144, 145, 177, 199, 211, 232, 308, 320, 329, 342. Ver G.
Marquínez Argote, “Literatura y realidad en Zubiri y García Márquez”, en Ética y estética en Xavier
Zubiri, Madrid, Trotta, 1996, pp. 123-139.
79 X. Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios, pp. 436-437. Sobre el lenguaje filosófico de Zubiri
ver: G. Marquínez Argote, “Ortega y Zubiri, o la expresión filosófica de España”, en Sobre filosofía
española y latinoamericana, Bogotá, 1987, pp. 69-80; A. Pintor Ramos, La filosofía de Zubiri y
su género literario, Madrid, Fundación Xavier Zubiri, 1995.
80 X. Zubiri, Primeros escritos, pp. 357, 358.
ción del ex se latino. Afirma el doctor Eximio que el concepto del ente “es de
suyo (ex se) el primero que se forma el hombre, porque es lo que más fácilmente
puede concebirse de cualquier cosa”90. Este mismo año lo vuelve a utilizar Zubiri
en el famoso ensayo En torno al problema de Dios, referido esta vez a la reali-
dad humana personal: “Mientras la vida transcurre y pasa, el hombre “es” lo que
le queda de suyo, después que le ha pasado todo lo que le tiene que pasar”91. En
el ensayo sobre Sócrates y la sabiduría griega de 1940, escribe Zubiri que para
los presocráticos las cosas son algo que “la Naturaleza produce de suyo”92. En
Sobre la esencia de 1962, recuerda este último texto: “Hace más de veinte años
escribía que la forma primaria según la cual la filosofía presocrática concibió [ ...]
las cosas reales como reales fue considerándolas como algo de suyo”93. Lo
siguió utilizando reiteradamente en sus cursos orales y en sus obras maduras
para explicar qué es en particular la realidad personal y en general la realidad en
cuanto tal. Carlos Baciero no duda en afirmar que “uno de los conceptos más
genuinos y más fecundos de la filosofía de Zubiri es el que viene implicado en la
expresión simple y sutil “de suyo”, cuando se emplea en su más puro y simple
tecnicismo”. Y añade que, en sentido zubiriano, “el área del “de suyo” llega y
alcanza a donde llega y alcanza el área de lo real”94. ¿De dónde le venía a Zubiri
tal apego a dicho modismo?
El origen próximo del apego que a él tenía Zubiri lo relacionaba Carmen
Castro con su sastre: “El de suyo, me decía en una carta, creo que le viene a
Zubiri de su sastre, que siempre que le probaba decía que la americana pedía de
suyo tal o cual rectificación para caer bien aplomada; o bien que lo señalado por
Xavier era lo que de suyo pedía la prenda. Y esto dejaba a Xavier contentísimo,
el uso de la palabra, se entiende”95.
Pero más allá de esta anécdota, hay que decir que el uso de este modismo
venía de muy atrás. Alfonso X el Sabio en el siglo XIII nombra en Lapidario la
villa de Aterbúliz, “o a [donde hay] baños calientes de suyo en que a [hay] una
cueva de agua muy caliente de sufre [azufre]”96. También lo empleó el Arcipreste
En el siglo XVI el anónimo autor del Lazarillo de Tormes cuenta los artilu-
gios que el pobre pícaro usaba para poder comer algo de lo mucho que almace-
naba el clérigo, su señor, en el arcón de la casa, hasta que un día, “poniéndole
más diligencia que la de suyo tenía (pues los míseros, por la mayor parte, nin-
guno de aquella carecen)”98, el avariento clérigo descubrió que el verdadero roe-
dor de sus panes no era otro que Lazarillo. Fray Luis de León escribe en La per-
fecta casada que “al mostrarse la mujer la que debe entre tantas ocasiones y
dificultades de la vida, siendo de suyo tan flaca, es clara señal de un caudal de
rarísima y casi heroica virtud”99. Teresa de Jesús se lamenta en su Vida de “no
tener por malo lo que de suyo lo era”100. Mateo Alemán, a vueltas con las muje-
res, dice de ellas que “las más de suyo son avarientas”101. Ya en el siglo XVII,
Cervantes recurrió a dicho modismo en El Quijote en no menos de cuatro oca-
siones: “Como Rocinante se vio libre, aunque él de suyo no era nada brioso,
parece que se resistió y empezó a dar manotadas” // “No era dado a la debilidad
de Rocinante andar por aquellas asperezas, y más siendo de suyo pasicorto y fle-
mático” // “La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y dándole el ocio
lugar es la misma malicia, lo notó y contó punto por punto sus galas y preseas” //
“Las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas,
vienen a dar buenos frutos”102. Es innecesario seguir amontonando más ejem-
plos de este modismo, todavía vigente en el español actual.
Pues bien, el modismo de suyo le sirve a Zubiri para explicar o simplemente
para describir el carácter de tres cosas: En primer lugar, de la nuda realidad pro-
pia de las cosas-reales en el mundo. Son de suyo cosas-reales aquellas que pro-
ducen efectos por razón de las propiedades que poseen. Un roca, un árbol, un
elefante, el hombre mismo son algunas de las cosas-reales que componen el
97 J. Ruiz, Libro de buen amor, edic. crítica de J. Corominas, Madrid, Gredos, 1973, p. 163,
n.286.
98 Anónimo, Lazarillo de Tormes, edic. F. Rico, Madrid, Cátedra, 1987, trat. II, p. 61.
99 Fray Luis de León, La perfecta casada, Madrid, Aguilar, 1978, c. 2, p. 48.
100 Santa Teresa de Jesús, Vida, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1942, p. 46.
101 M. Alemán, Guzmán de Alfarache, 2 vols., edic. José María Micó, Madrid, Cátedra,
2000, 1ª. parte, l. 3, c. 10, p. 463.
102 M. de Cervantes, El Quijote, I parte, cc. 20, 30, 51; II parte, c. 12.
Ahora bien, si las cosas-reales son de suyo lo que son, ¿no podría decirse
que las cosas-sentido lo son de mío? En la 1ª edición de mi Metafísica desde
Latinoamérica de 1977, escribía lo siguiente: “Las cosas-reales son de suyo, en
razón de la realidad que les es propia [...] Sobre esta base el hombre puede con-
ferir sentido y valor a las cosas. Sentido y valor no son caracteres que las cosas
tengan de suyo, sino de mío, es decir, por donación del hombre”103. Confieso,
que consigné de mío sobre el papel, que todo lo aguanta, con cierta conciencia
culposa de estar introduciendo en nuestra lengua, sin autoridad ninguna para
ello, un neologismo que además nunca había utilizado Zubiri.
Pasaron algunos años, cuando releyendo un día El Quijote tuve la grata sor-
presa de encontrar en sus páginas el de mío, que yo daba por mío. Seguí mis
pesquisas y descubrí otro día que otros autores, anteriores y posteriores a Cer-
vantes, también lo habían utilizado. Por tanto, no sólo estaba inventado antes de
que se me ocurriera, sino que era más común de lo que en un principio creía.
Siguiendo el orden cronológico, voy a tratar de documentar la historia del
modismo de mío, hoy en desuso, pero que rehabilitado nos puede servir para
expresar todo lo que las cosas poseen gracias precisamente al sentido que les
damos en el mundo de nuestras vidas.
Encontramos por primera vez dicho modismo en el Libro de buen amor del
Arcipreste de Hita, quien escribe estos tan humanos versos:
Vuelve a utilizarlo más adelante por segunda vez en boca de doña Endrina,
que reconoce su condición de mujer casamentera:
Un segundo autor que lo usa es Mateo Alemán, que vivió entre 1547-1616
y que por lo mismo es coetáneo de Cervantes. En 1599 publicó la primera parte
de su novela picaresca Guzmán de Alfarache, que tuvo un éxito editorial reso-
nante, a la que siguió una segunda parte en 1604. Obra rica en modismos, en
ella se encuentra el de mío: “Mas yo, que de mío era bullicioso” // “Y son como
melones, que nos engañan por la pinta: parecen finos y son calabazas. Esto que-
ría que yo le dijese como de mío”105.
Tomándolo de estos autores, o quizás del habla popular a la que era afecto,
Cervantes lo pone en boca de Sancho al menos en cuatro ocasiones: “Yo de mío
soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos y pendencias” // “Mira, Teresa,
yo ahora no hablo de mío; que todo lo que pienso decir son sentencias del padre
predicador que la Cuaresma pasada predicó en este pueblo” // “Esto de gober-
narlos bien, no hay para que encargármelo, porque yo soy caritativo de mío y
tengo compasión de los pobres” // “Yo en este caso no he hablado de mío, sino
que se me vino a la memoria un precepto, entre los muchos que me dio mi amo
don Quijote la noche antes de que viniese a gobernador de esta ínsula”106. Pero
no sólo sale de boca de Sancho; el culto alférez Campuzano en El Casamiento
engañoso afirma haber oído conversar durante dos noches a los sabios perros,
Cipión y Berganza, sobre cosas tan elevadas que, puesto que “no las pude inven-
104 J. Ruiz, Libro de buen amor, pp. 101, n. 72; 295, n. 735.
105 M. Alemán, Guzmán de Alfarache, I parte, lib. 3, c. 8, p. 445; II parte, lib. 1, c. 3, p. 85.
106 M. Cervantes, El Quijote, I parte, c. 8; II parte, cc. 5, 33, 51.
tar de mío, a mi pesar y contra mi opinión vengo a creer que no soñaba y que
los perros hablaban”107.
Por su parte, en su Quijote apócrifo de 1614, Fernández de Avellaneda
pone en boca de Sancho, como lo hiciera Cervantes en 1605, el consabido de
mío: “¡Oh, Señor!, por el arca de Noé le suplico que no me diga eso de morir;
que me hace saltar de los ojos las lágrimas como el puño, y se me hace el cora-
zón añicos de oírselo, de puro tierno que soy de mío”108. Otros autores meno-
res, como fray Antonio Cáceres y Sotomayor y Gonzalo Céspedes y Meneses,
también hicieron uso del mismo109. Pero la prueba fehaciente de que dicho
modismo, hoy desaparecido, andaba no sólo en las plumas de los escritores, sino
también en boca del pueblo, son los cancioneros, los romanceros y los refrane-
ros de la época. Pues bien, una vieja canción, compilada por Hernando del Cas-
tillo en su Cancionero general de 1511, dice así:
El mismo modismo se encuentra en otra vieja canción popular, que dice así:
112 G. Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales. (1627), edic. de Louis Com-
bet, Madrid, Castalia, 2000, p. 207.
113 G. Correas, Arte de la lengua española o castellana, edic. preparada por Emilio Alarcón,
Madrid, CSIC, 1954, p. 164.
114 J. M. Marroquín, Blas Gil, I, p. 5; M. F. Suárez, Sueños de Pulgar, I, p. 216, citados
ambos en J. R. Cuervo en Diccionario de construcción y régimen .de la lengua castellana, 8 vols,
Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1886-1994.
115 RAE, Diccionario de la Lengua Española, edic. de 1869, voz MÍO.
116 X. Zubiri, Inteligencia sentiente, p. 59.
12. CONCLUSIÓN
“Bueno es recordar
las palabras viejas,
que han de volver a sonar”.