Creadoresveracruzanos PDF
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio,
sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-33-0001-8
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Hipólito Rodríguez
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Roa compone un poema para sus amigos. En ese homenaje a los sa-
crificados, refiere su deseo de reivindicar su muerte:
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Ignacio Montes de Oca fue, desde 1858, amigo íntimo de Roa Bár-
cena. Éste, según sus palabras, no sólo fue compañero de batallas
ideológicas y aficiones literarias, sino también confidente y asesor en
múltiples y vitales asuntos. El esbozo biográfico que Montes de Oca
escribió como “Introducción” a las Obras poéticas de Roa Bárcena ha
sido fuente de información valiosísima, como el lector podrá apre-
ciar en las siguientes páginas. Montes de Oca fue capellán del empe-
rador Maximiliano y obispo de varias diócesis; fue miembro de la Real
Academia de la Lengua Española y reconocido traductor de obras
clásicas del latín al castellano.
De acuerdo con Montes de Oca, tan profunda fue la huella que
dejó ese acontecimiento que, terminada la guerra extranjera e ini-
ciada la guerra civil que al cabo de pocos años degeneró en persecu-
ción religiosa, ésta le arrancó la siguiente plegaria (1856):
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¿De dónde derivó Roa esa rectitud, ese carácter consecuente y culti-
vado? Algunos elementos que hay que tomar en cuenta para respon-
der a esta pregunta residen en el episodio en el que muere fusilado
su amigo Ambrosio Alcalde, pues ahí Roa elabora un compromi-
so con el patriota sacrificado. Ese compromiso indica una promesa:
combatir a los anglos; ser fiel a una causa, la defensa de valores ca-
tólicos, de una patria, de una comunidad. Por otro lado, su manera
de combatir es, como le ha enseñado su maestro Pesado, con la pala-
bra, con las letras; y esta arma será esgrimida con rigor, buscando una
confrontación civilizada; a lo largo de los años, los episodios de la
guerra y la derrota del Imperio hacen ver a Roa que es en las letras
donde puede prevalecer una civilidad, un compromiso, un espacio
de expresión perdurable.
Al alejarse del periodismo, gracias al apoyo de Susana, la hija de
su maestro Pesado, Roa encuentra un modo de ganarse la vida ad-
ministrando los negocios que ha heredado esta señora, quien ha per-
dido a su esposo. A partir de 1871 se dedica a administrar los bienes
de la viuda de José de Teresa e hijas, actividad que realizará exito-
samente durante las siguientes tres décadas gracias a su honradez y
buen juicio.
La prosperidad de este negocio contribuye a que Roa consiga una
situación económica buena, plena de bienestar y paz. Su capacidad
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Alfonso Colorado
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II
En 1879 un hecho conmocionó a la opinión pública nacional. El go-
bernador de Veracruz, Luis Mier y Terán, detuvo a un grupo de
conspiradores contra Porfirio Díaz. Sin juicio, los fusila por orden
de un telegrama del presidente que, según reza la leyenda, decía:
“Mátalos en caliente”.
Díaz Mirón publicó en un importante diario veracruzano un “yo
acuso”: el gobernador ultima a indefensos pero es incapaz de retar a
hombres como él. Mier y Terán acepta el duelo, pero lo pospone para
cuando deje el cargo. Durante tres años, cada día, el poeta publicó su
reto, hasta que en la víspera anotó “mañana dejará de ser goberna-
dor Luis Mier y Terán; pasado mañana tendrá que aceptar el desafío
que desde hace tres años le vengo planteando”. Este episodio, digno
de una crónica de tierra caliente, fue consignado en numerosos es-
tudios. Las cosas fueron de otra manera, como apunta Manuel Sol:
Díaz Mirón publicó el artículo sólo hasta un año después de las eje-
cuciones y fue el gobernador quien lo retó; hasta que éste se retractó,
el poeta comenzó a publicar su desafío diario. De cualquier manera, el
duelo nunca tuvo lugar, Mier y Terán lo rehuyó.
En 1880 inició otro ciclo en la poesía de Díaz Mirón, el dedicado a
Genoveva Acea Remón:
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Este poema, uno de los más conocidos del autor, actualmente podría
ser cuestionado por su visión sobre la mujer y la relación de pare-
ja, pero Díaz Mirón se limitaba a consignar ideas comunes; así, una
poeta contemporánea suya, Maria Enriqueta (1872-1968), también
las asumiría en su obra, ya incluso del siglo xx. Una novela de Tolstoi
de la misma época describe a un grupo de personas en un tren, dis-
cutiendo sobre el matrimonio. Un hombre dice: “Lo primero para
toda mujer debe ser el temor al marido […] eso no puede acabarse
nunca. Eva, es decir, la mujer, salió de una costilla del hombre, y no
será otra cosa hasta el fin del mundo […] si el hombre anda en malos
pasos fuera de casa, no por eso se aumenta la familia; pero la mujer,
la esposa, es un cristal que fácilmente se rompe”.
El poema en cuestión se volvió popular en virtud no de sus admo-
niciones sino de su retórica y su musicalidad. Por otro lado, hay que
señalar que el autor muestra también la contraparte de ese sistema
“masculino”: la abyección total ante una atracción física irresistible,
como en “A ti”.
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Yo era rapaz
y conocía lo o por lo redondo
y Águeda, que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos…
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III
Hubo un nombre decisivo en la vida de Díaz Mirón: Federico Wolter.
Su enfrentamiento se ha atribuido a razones políticas, amorosas,
económicas, personales. Lo único cierto es que no son claras, como
lo es que esta vez, de nuevo, el poeta fue el atacado (probablemente
sus diversos contrincantes no imaginaron su desaforada respuesta).
Lo mató de dos tiros. Estuvo cuatro años en la cárcel, sin sentencia,
con breves temporadas en el hospital. Durante ese periodo muere
su padre. Díaz Mirón escribe, el 14 de diciembre de 1893, uno de
sus poemas más importantes.
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IV
Diputado desde 1900, la actividad de Díaz Mirón irá disminuyendo;
él mismo señaló que su oratoria, tras 16 años de silencio, estaba mer-
mada; tampoco publicó ya ningún libro de la serie que había anun-
ciado, para cuyos volúmenes tenía incluso los títulos: Astillas, Triun-
fos y Añicos. Al parecer, sólo pudo haberse concretado el primero,
con los poemas que el poeta publicó tras la aparición de Lascas.
Pero todo esto no se debe confundir con una renuncia, ni siquiera
gradual. Todavía habrá en su vida creatividad, violencia y política.
Su oratoria no estaba apagada: en 1903 apoya fogosamente la ex-
tensión del periodo presidencial, dice Sol: “la elección cada cuatro
años no está exenta de peligros, por el ardor latino de nuestra sangre
y por el fermento de una levadura de costumbres, ahora dormida
e inocua, pero que despertará ávida y bullente”. Sobre todo, Díaz
Mirón aspira a ser gobernador de Veracruz. Al ver que Dehesa se
lo impide, apoya el partido de los Científicos y su candidato Ramón
Corral (los otros eran Bernardo Reyes y Dehesa).
En 1910 ocurre uno los episodios más singulares de la vida públi-
ca de Díaz Mirón. Anuncia que perseguirá a Santanón (Santa Ana
Rodríguez) bandolero que tenía en jaque a Los Tuxtlas. El bandole-
ro había asesinado al empresario alemán Robert Voigt, lo que susci-
tó un roce diplomático. El diputado Díaz Mirón dice querer exhibir
la incapacidad de las fuerzas rurales de Veracruz. Narra Sol que el
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V
Tras la publicación de Lascas Díaz Mirón se ha impuesto una ardua
estética: escribir poemas en los que, con la excepción de hiatos (dos
vocales que se pronuncian en sílabas distintas) y sinalefas (enlace de
sílabas por el cual se forma una sola de la última de un vocablo y de
la primera del siguiente) evitará acentuar la misma vocal. Esta deli
mitada y precisa técnica tiene algún punto en común con el dode
cafonismo de Schönberg de 1920 (en el que, con el fin de romper el
dominio de la tonalidad, no se repite ninguna nota de los doce de
la escala musical hasta que se han tocado las otras). Si al poeta M. J.
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Manuel B. Trens, Historia de Veracruz, t. vii: De la restauración de la república a las fiestas del cente-
nario. 1867-1910, p. 124.
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Valentín Yakovlev Baldín, María Enriqueta Camarillo y Roa de Pereyra, su vida y su obra, p. 62.
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Carlos González Peña, en Arte y Letras.
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Ramón López Velarde. Obras, pp. 315, 482-484. Vale la pena comentar que existen múltiples co-
mentarios de sus colegas varones tanto mexicanos, como españoles, citaré algunos nombres al azar:
Enrique Díez Canedo, Ángel Dotor, Victoriano Salado Álvarez, Amado Nervo, Pedro Henríquez
Ureña, Genaro Estrada; todos ellos coinciden en términos generales en sus juicios con el poeta de
la Suave patria, aunque algunos son menos exigentes con su estilo.
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Valentín Yakovlev, op.cit., p. 74.
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Biblos, México, 20 de abril de 1920, cit. por Yakovlev, op. cit., p. 86.
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Manuel de Oliveira, The Hispanic Review, Nueva York, agosto de 1927, cit. por Ángel Dotor,
María Enriqueta y su obra, p.162.
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Introducción
Sin duda, una de las asignaturas pendientes más importantes de la
historiografía veracruzana es el estudio del origen, desarrollo y con-
solidación de la fotografía en el estado, y en particular en el puerto
de Veracruz, uno de los sitios más fotografiados del país desde que
el 3 de diciembre de 1839 –exactamente un año después de que ahí
tuviera lugar uno de los principales episodios de la famosa Guerra
de los Pasteles entre México y Francia– desembarcara de la corbeta
Flore, al mando del capitán Oriot, el comerciante y grabador galo
Jean François Prelier Duboille con el daguerrotipo –entre otros ob-
jetos que traía para su venta en la calle de Plateros de la ciudad de
México– y, enseguida, realizara, “en poco más de una hora”, las pri-
meras tomas e impresiones de los principales edificios de la Plaza
de Armas, parte de la calle Real, el convento de San Francisco, la
fortaleza de San Juan de Ulúa y la bahía, así como de los médanos
ubicados al oeste de la ciudad amurallada.
Hoy en día, gracias sobre todo al proyecto Veracruz: imágenes de
su historia, cuyo fruto fue la colección del mismo nombre con un
total de ocho títulos, es posible conocer partes sueltas y desordena-
das de esa historia, en especial nombres de fotógrafos locales de los
que, en general, se desconocen sus respectivas trayectorias, acervos y
aportaciones. Sin embargo, como dice Alejandro Castellanos en 160
años de fotografía en México: “toda lista de fotógrafos que distinga a
unos cuantos de ellos será siempre incompleta. Agazapadas en las
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Epílogo
En conjunto, el archivo de Santamaría constituye hoy en día no sólo
una verdadera iconografía del puerto de Veracruz de la primera
mitad del siglo xx, sino una referencia imprescindible en la histo-
ria del fotoperiodismo, en particular, y de la fotografía mexicana, en
general. Este acervo, además, es una parte esencial del patrimonio
iconográfico de temas veracruzanos del siglo pasado que merece ser
resguardado, conservado, restaurado, digitalizado, analizado y di-
fundido de la mejor manera posible; importante y urgente tarea que
todavía continúa pendiente.
La importancia de la obra santamariana es tal que el historiador
Ricardo Pérez Montfort ha llegado a decir, no sin razón, que, más
que en la denuncia social, es en el registro de la cotidianidad popu-
lar de Veracruz –acaso su principal objetivo y el mejor retratado–
donde aquélla alcanza “un sentido memorioso”; más aún, asegura
Pérez Montfort, por los ángulos, enfoques y encuadres adoptados
al captar esa temática, Santamaría, probablemente sin proponérselo,
contribuyó a explorar e inventar “una particular ‘manera de ver’ la
vida y la ‘forma de ser’ de los pobladores” del puerto, y por ende, a
construir el estereotipo de lo que se considera típicamente “jarocho”.
“Aunada al esfuerzo que impulsaba el turismo y a la paulatina rei-
vindicación de la cultura popular como recurso identitario promovi-
do por los gobiernos locales –señala este autor–, la fotografía de este
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Antonio Saborit
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Y luego añadió:
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En 1912 García Cabral viajó a París con el apoyo del gobierno mexi-
cano, que le otorgó una beca de doscientos pesos al mes, la cual le
fue suspendida poco tiempo después de su llegada a Francia, cuando
en febrero de 1913 ocurrió en México la Decena Trágica, que culmi-
nó con el asesinato del presidente Madero y el triunfo de Victoriano
Huerta. En 1914, en Europa estalló la Primera Guerra Mundial, y a
causa de todos estos sucesos el joven artista comenzó a sufrir enor-
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Alejandra Méndez
Agustín Lara
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El siglo xix es un momento histórico crucial para la definición de la mujer no sólo en el campo
de las artes sino en lo laboral, los roles sociales y familiares.
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La etapa escondida
Ángel Agustín Lara Aguirre nació en la ciudad de México el 30 de
octubre de 1897, en la calle de Puente del Cuervo núm. 16, ahora
conocida como República de Colombia, ubicada en el centro histó-
rico de la ciudad de México. Sus padres fueron el doctor Joaquín M.
Lara Aparicio, originario de Tlatlauquitepec, una pequeña pobla-
ción situada en la sierra de Puebla y doña María Aguirre del Pino,
quien nació en Tlalnepantla, estado de México.
Agustín fue el primogénito de la pareja Lara Aguirre y tuvo dos
hermanos: María Teresa y Joaquín. Por desgracia, este último, a
quien le decían Pipo, murió a causa de un accidente fatídico mien-
tras jugaban beisbol en la calle, al recibir un pelotazo en la cabeza
que lo mató al instante. Siendo apenas un jovencito de trece años,
Agustín se encontró delante del cadáver de su hermano, imagen
que lo persiguió constantemente a lo largo de su vida. A raíz de
este suceso, para Lara la muerte fue muy difícil de afrontar y siem-
pre le daba la espalda, aunque se tratara de seres muy queridos
para él.
Hablar de su infancia y juventud es complicado, ya que hasta aho-
ra no se conocen muchos datos sobre estas etapas del compositor. Lo
que se sabe es que los Lara Aguirre vivieron en la ciudad de México,
y en 1903 se mudaron a Coyoacán, en donde habitaba la tía Refugio
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Primero una, luego tres veces por semana, se escucha ahí du-
rante doce años La hora íntima de Agustín Lara: “para ustedes,
señoras y señores, música suave y luces tenues” […] Forma su
programa, dice, según su estado de ánimo. Abre una noche su
corazón y, del otro lado, una mujer abre sus venas.
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El escritor abominó de su primer libro y no lo incluyó en 1981 en la edición de su poesía publi-
cada por el Fondo de Cultura Económica: Las semillas del tiempo. Obra poética, 1919-1980.
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El texto completo se puede leer en Luis Mario Schneider, El estridentismo, una literatura de la
estrategia.
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Jorge Cuesta
Jorge Cuesta
Querida hermana:
Gracias por la fruta y los libros. Te escribo estas letras antes de
abrir lo que me traes, pero es que voy a saborearlo a mis anchas.
Estoy también inquieto por Juan y quisiera, sin engaños, que
me digas dónde y cómo la está pasando.
Si traes dinero suelto, déjame algo para comprar cigarros, o
cómpramelos cerca de aquí y regresas sólo a dejármelos. Deli-
cados y una caja de cerillos de a diez por cada cuatro cajas de
cigarros. Así pues, responderé a las cartas que traes la próxima
vez que vengas, pero no guardo para entonces la expresión de
mi especial cariño por ti.
Te abraza,
Jorge
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Tenían los niños mucho tiempo libre dentro de sus casas, no así al
exterior. Por los sucesos de la lucha armada, por los rumores de si
llegaban los “federales” o la “bola” seguramente se interrumpían las
actividades escolares, las casas cerraban sus puertas hasta nuevo avi-
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Fue una bomba que generó críticas e indignación por sus ausencias
y por la presencia de los jóvenes poetas de Contemporáneos. Pero
fueron más sus virtudes puesto que descubrió un espíritu crítico del
cual abrevarían las generaciones posteriores.
En este mismo año aparecerá el primer número de la revista Con-
temporáneos que encarnará nuevas búsquedas poéticas, rechazando
el anquilosamiento de la expresión modernista y buscando la pureza
del lenguaje; surge así una “poesía de la inteligencia”, como diría
Salvador Elizondo. Publicación que durará hasta 1931 en que los
integrantes desperdigan sus rumbos.
El 26 de mayo de ese mismo año, Cuesta emprende un viaje a
Europa que lo llevará primero a Londres, donde permanecerá sólo
unos días, para pasar luego a París a encontrarse con Samuel Ramos,
Agustín Lazo y Carlos Pellicer que a la fecha residían allí. Conoce a
André Breton, Robert Desnos y a Paul Éluard.
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Todos los testimonios pertenecen al capítulo “Poética y política” del libro de Louis Panabière
Itinerario de una disidencia. Jorge Cuesta (1903-1942).
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Cuesta fue verbo como lo dice el prólogo del Evangelio según Juan
(I, 14): “Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y contem-
plamos su gloria, gloria como de unigénito del Padre”. Sin embargo
la mayor parte de este verbo no se hizo letra de libro, tal vez porque,
como comenta Miguel de Unamuno: “el espíritu que es palabra, que
es verbo, que es tradición oral, vivifica; pero la letra, que es libro,
mata. Aunque en el Apocalipsis se le mande a uno comerse un libro.
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Miguel de Unamuno, La agonía del cristianismo.
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Todas las letras de las canciones citadas están tomadas del libro ¿Y quién es ese señor?, editado
por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en el año 2000.
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Di por qué
dime abuelita
di por qué
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frente al ropero
donde hay
tantos retratos,
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lloras a ratos
dime abuelita por qué.
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Reyes, Juan José. La música para niños en México. Una crónica, Méxi-
co: Fundación Ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos, 2006.
Selecciones del Reader’s Digest. Cuentos y canciones de Cri-Cri,
texto de la cuarta de forros del cuaderno que acompaña al disco.
Soler, Gaboilondo. ¿Y quién es ese señor? Antología ilustrada de un
grillito fabulista y cantador, México: Conaculta / ivec, 2000.
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imagen i: José María Roa Bárcena; fotografía tomada del libro Los
ceros. Galería de contemporáneos, t. i, de Vicente Riva Palacio;
coord. José Ortiz Monasterio, México: Conaculta / unam / Institu-
to de Investigaciones Dr. José María Luis Mora / Instituto Mexi-
quense de Cultura, 1996 [ed. original de 1882] ©
imagen ii: Salvador Díaz Mirón, reprografía de Alberto Tovalín
Ahumada, a partir de una fotografía de Joaquín Santamaría; cor-
tesía del Archivo General del Estado de Veracruz ©
imagen iii: María Enriqueta Camarillo, archivo del Círculo de Ami-
gos de María Enriqueta, A. C. ©
imagen iv: Joaquín Santamaría, reprografía de Alberto Tovalín Ahu-
mada, a partir de un autorretrato; cortesía del Archivo General
del Estado de Veracruz ©
imagen v: Marius de Zayas, cortesía Archivo Zayas, Sevilla ©
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Prólogo
Esther Hernández Palacios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
José María Roa Bárcena
Hipólito Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
Salvador Díaz Mirón
Alfonso Colorado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
María Enriqueta Camarillo y Roa de Pereyra
Esther Hernández Palacios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Joaquín Santamaría: el fotógrafo que refundó Veracruz
Horacio Guadarrama Olivera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Marius de Zayas
Antonio Saborit . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Ernesto, el Chango, García Cabral
Ana María Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Agustín Lara: un soplo de deseo, la vibración de un piano enamorado
Alejandra Méndez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
Manuel Maples Arce
Raymundo Aguilera Córdova . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
Jorge Cuesta: demiurgo del vacío
Marduck Obrador Cuesta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri
Ana María Gutiérrez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249
Créditos fotográficos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
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gh